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Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 1 La conducta suicida en la práctica psiquiátrica Alejandro Gómez Ch. Introducción El suicidio es la causa principal de mortalidad en los pacientes psiquiátricos y el peor desenlace de la práctica psiquiátrica. Los psiquiatras frecuentemente tratan pacientes altamente vulnerables a la autólisis. De hecho, más de la mitad de estos ha debido lamentar la pérdida de algún paciente (Chemtob y cols, 1988). Se sabe que la mayoría de los potenciales suicidas ha visitado al médico en el mes previo a su muerte y que una proporción importante lo ha hecho la semana anterior, a menudo aportando indicios de su intención. (Barraclough y cols, 1974; Damsbo y Fübrig, 1989; Links y cols, 1999; Obafunwa y Bussutti, 1994). Algo similar se observa en quienes han efectuado intentos de suicido sin resultado de muerte (Michel y cols, 1977; Beautrais y cols, 1998). A pesar de la demostrada vinculación entre suicidio y patología psiquiátrica y de los notables avances en el conocimiento de factores de riesgo y la terapéutica psiquiátrica, no hay evidencias de reducción de esta causa de mortalidad. Esto puede deberse en parte a la baja cobertura de los servicios psiquiátricos, pero también a problemas en la formación de recursos de salud. Otro factor es la carencia de programas de tratamiento a largo plazo de sujetos vulnerables. Esto es lamentable, dado que existen datos que demuestran el impacto epidemiológico de programas de educación médica en la detección y abordaje del riesgo suicida (Rutz y cols, 1989; Lish y cols, 1996). El presente capítulo aborda el problema de la suicidalidad desde un punto de vista esencialmente clínico. Su propósito es aportar elementos para la identificación de sujetos en riesgo y su racional prevención. Un mayor nivel de alerta clínico contribuirá a la implementación oportuna de medidas de resguardo, así como al diseño de estrategias de mediano y largo plazo en pacientes cuya vulnerabilidad suicidal tiende a ser persistente. I El espectro suicidal La suicidalidad puede comprenderse como un espectro que abarca a las ideas y deseos suicidas (ideación suicida), las conductas suicidas sin resultado de muerte (intentos suicidas) y los suicidios consumados o completados. Si bien existen importantes diferencias demográficas entre quienes intentan suicidarse y quienes lo consuman (los primeros tienden a ser mayoritariamente mujeres jóvenes y los segundos varones de mayor edad), se considera que estos grupos conforman un continuo de creciente severidad y riesgo. Se ha demostrado que toda forma de suicidalidad conlleva un riesgo incrementado a morir por suicidio. Pokorny, por ejemplo, ha estimado en pacientes hospitalizados que quienes son ideadores, amenazadores e intentadores de suicidio evidencian respectivamente, 30, 35 y 40 veces mayor riesgo de autoinflingirse la muerte. Tanto la ideación como los intentos suicidas son heterogéneos. Así, las ideas suicidas pueden abarcar desde pensamientos de falta de valor de la vida a la planificación de un acto letal, pasando por deseos más o menos intensos de muerte o fantasías de suicidio. Las conductas de autodaño pueden abarcar desde gestos comunicativos sin intención definida de muerte hasta tentativas tan severas que constituyen verdaderos suicidios frustrados. Ultimamente se ha propuesto la categoría de "intento abortado", definido por la presencia de intención suicida, en que la ejecución del acto es interrumpida sin consecuencias médicas o daño físico. Se ha reportado una elevada frecuencia de intentos abortados en pacientes psiquiátricos, los que se asocian a intentos efectivos y deben ser considerados una señal de riesgo autolítico (Barber y cols, 1998). Al vincularse a diversos síntomas clínicos y psicológicos, tales como depresividad, baja autoestima y abuso de alcohol entre otros, la presencia de ideas o intentos suicidas debe ser considerada como un importante indicador de psicopatología no manifiesta. Longitudinalmente, la suicidalidad (ideas e intentos suicidas) puede adoptar diversos cursos. En sus polos extremos, puede distinguirse una suicidalidad ocasional o aguda y una suicidalidad crónica. La primera suele presentarse asociada a cuadros del Eje I, como trastornos del ánimo o esquizofrenia; la segunda es característica de trastornos severos de la personalidad como el limítrofe (Paris, 1993). Una forma intermedia o episódica puede observarse en pacientes con trastornos psiquiátricos recurrentes o crónicos con agravaciones episódicas. II Factores de riesgo suicida Los factores de riesgo suicida más relevantes para el clínico son la existencia de antecedentes de conducta suicida previa o actual y la presencia de alguna patología psiquiátrica que confiera vulnerabilidad suicidal. Estas Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 2 mismas son las circunstancias principales que demandan una estimación de riesgo por parte del psiquiatra. Otras características señaladas por la literatura -p.ej. sexo masculino, adultez o edad avanzada, soltería, viudez o separación, desempleo, enfermedades médicas de evolución crónica y acontecimientos vitales negativos- son inespecíficas para ser consideradas por sí mismas como indicadores útiles. Adquieren importancia, sin embargo, cuando se agregan a los atributos principales ya señalados. De tal estimación se derivarán decisiones médicas (por ejemplo, determinar el nivel de cuidado requerido) que pueden ser cruciales para la preservación del paciente y la continuación del tratamiento. A. La suicidalidad no fatal como factor de riesgo El intento suicida Un intento de suicidio es uno de los más fuertes predictores de suicido. Quienes han efectuado una tentativa presentan una probabilidad de autoeliminación que alcanza al 1 a 2% al año siguiente al evento, riesgo 100 veces mayor que el de la población general (Buglass y Horton, 1974; Greer y cols, 1971; Kreitman y Casey, 1988; Hawton, 1987). Se estima que eventualmente el 10% pone fin a su vida (Stengel, 1964; Diekstra, 1989; Maris, 1992; Nordentoft y cols, 1993). Este indicador es particularmente específico en sujetos con enfermedades psiquiátricas (Goldstein y cols, 1991; Sheiban, 1993). Por otra parte el 25 a 40% de los suicidas consumados tiene una historia de intentos, y esto es más frecuente en mujeres que en varones (Isometsä y Lönnqvist, 1998). Alrededor del 30% de quienes cometen un intento lo reitera en el futuro (Bancroft y Marsack, 1977; Hassanyeh y cols, 1989; Kreitman y Casey 1988; Morgan y cols, 1976; Tejedor y cols, 1999; Jaar y cols 1999). Una forma de expresar el riesgo suicida es mediante tasas estandarizadas de mortalidad (TEM), cuociente que divide los casos observados por los esperados para un determinado grupo. Un reciente metaanálisis efectuado Harris y Barraclough obtiene una TEM por suicidio de 38, que es superior de cualquier enfermedad psiquiatrica. Se ha encontrado que el período de mayor vulnerabilidad al suicidio es el primer año tras la tentativa (Nordstrom y cols, 1995; Tejedor y cols, 1999). Una elevada proporción de las muertes ocurre a menos de seis meses del último control psiquiátrico, o cuando aún están en contacto con su psiquiatra (Hepple y Quinton, 1997). Por otra parte, los intentadores exhiben tasas de morbimortalidad por diversas causas varias veces mayores a las esperadas, así como una evolución clínica comprometida en el largo plazo (Curran y cols, 1999). Diversas investigaciones se han dedicado a estudiar cuales factores se asocian a reiteración del intento, y se han destacado: edad entre 25 y 54 años, separación conyugal, un bajo nivel socioeconómico, desempleo o inestabilidad laboral y aislamientosocial (Öjehagen y cols, 1991; Bronisch y cols, 1988). Otros indicadores clínicos de importancia incluyen abuso de alcohol y drogas, trastornos de personalidad y antecedentes psiquiátricos (Morgan y cols, 1976; Bronisch y cols, 1988; Gómez y cols, 1992; Kreitman y Casey, 1988). Una historia de tentativas previas es un poderoso predictor de repetición, y su número se asocia directamente a mayor riesgo de recidivas (Tejedor y cols, 1999). Antecedentes remotos tales como exposición a conducta suicida en la infancia, separación temprana respecto de los padres y una niñez estimada como infeliz también elevan el peligro (Kreitman y Casey, 1988; Krarup y cols, 1991). Estudios en nuestro país han identificado un conjunto de variables predictivas de reiteración: tentativa(s) previa(s) al intento índice, un intento índice severo, historia familiar de trastornos por uso de alcohol/sustancias, calificación negativa de la infancia, sentimientos de decepción por la sobrevivencia y un bajo apoyo social. Tras un seguimiento, quienes repitieron tentativas se encontraban significativamente más desesperanzados al intento índice (Gómez, 1999). La morbilidad psiquiátrica es frecuente en los intentadores. En 127 intentadoras de suicidio, prácticamen- te todas recibieron algún diagnóstico DSM. La categoría más frecuente correspondió a los trastornos del ánimo, seguidos por los de adaptación. El 70% presentaba trastornos de la personalidad, siendo el tipo límite el más frecuente. Sobre el 50% presentaba trastornos de ánimo comórbidos con trastornos de la personalidad (Gómez y cols, 1995). La importancia de la comorbilidad en este grupo ha sido señalado en la literatura (Rudd y cols 1993). Los repetidores conforman diferentes subgrupos, con importancia pronóstica y terapéutica (Kreitman y Casey, 1988). Uno de ellos estaría integrado por repetidores crónicos ("high repeaters"), que reinciden ante cada desajuste psicosocial y cuyo método habitual es la ingestión de sustancias psicotrópicas. Otro segmento lo conformarían sujetos que cometen una seguidilla de tentativas en relación a una situación de conflicto (por ejemplo, dificultades conyugales). Bancroft y Marsack decriben un tercer tipo, constituido por sujetos que efectúan intentos aislados, intercalados por varios años, en relación a crisis interpersonales. La presencia trastornos de personalidad es generalizada en los repetidores crónicos. (Jaar y cols, 1994). Diversas de las variables asociadas a reiteración también elevan la probabilidad de morir. Otras, sin embargo, parecen ser más específicas de consumación, y son: sexo masculino, edad mayor de 45 años, trastorno del ánimo y abuso/dependencia a alcohol/sustancias, deterioro social, trastorno crónico del sueño y salud deteriorada. Otro signo desfavorable es la ausencia de evaluación psiquiátrica o la interrupción de tratamiento (Suokas y Lönnqvist, 1991; Cullberg y cols, 1988; Hawton y Fagg, 1988). La intensidad del intento suicida puede evaluarse haciendo referencia a la letalidad del método empleado o a la intención suicida con que fue efectuado. Debido a la baja correlación existente entre letalidad e intención de morir (Beck y cols, 1975), se han construido instrumentos que incorporan diversos aspectos del acto, tales las circustancias en que se verificó, el objetivo declarado y la magnitud del riesgo médico involucrado (Pierce, 1977). Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 3 La severidad del intento es una variable altamente relevante para el pronóstico suicidal. Tanto Beck como Pierce (1981) han demostrado que la severidad del intento –evaluada como intención suicida- se asocia al riesgo eventual de suicidio. Tras cinco años de seguimiento, quienes efectuaron tentativas severas evidenciaron tasas de suicidio dos veces mayores que los otros (Rosen, 1976). Hallazgos concurrentes se constatan en autores de intentos planificados, de elevada letalidad, que involucran métodos violentos o más de uno en forma concurrente. Suokas y Lönnqvist (1991) han informado encontrado que aquellos sujetos que cometieron un intento de letalidad moderada a severa o que conllevó una intención suicida inequívoca, presentaron una tasa de suicidio ulterior que alcanzó un 21%. Los sujetos de mayor edad efectúan intentos más severos, y tienen mayor riesgo de autoeliminarse que grupos más jóvenes. Este segmento se caracteriza por una frecuencia elevada de patología médica y psiquiátrica crónica. En su mayoría, además, viven solos. Son comunes las recurrencias suicidales, así como las ideas de suicidio y la desesperanza. Estas características le confieren un perfil similar al de quienes cometen un intento suicida exitoso (Bäuml y cols, 1988; Merril y Owens, 1990) (Tabla I). Tabla 1. Factores de repetición del Intento Suicida • Intento(s) suicida(s) previo(s) • Abuso de alcohol/drogas • Trastornos de la personalidad • Antecedentes psiquiátricos • Edad media de la vida • Separación conyugal/aislamiento social • Desesperanza elevada • Decepción ante la sobrevivencia • Antecedentes de infancia • Sexo masculino • Edad mayor • Intento severo • Enfermedad psiquiátrica actual • Deterioro de la salud • Deterioro social • Trastorno crónico del sueño *en cursiva factores asociados a repetición fatal Las ideas suicidas La ideación suicida puede considerarse una expresión temprana de vulnerabilidad y abarca desde manifestaciones vagas de poco valor de la vida hasta propósitos autodestructivos más definidos. Puede adoptar una cualidad persistente y asociarse a diversas variables psicológicas como depresión, autoestima baja y externalidad (locus de control externo) (Goldney y cols, 1991). Los ideadores de suicidio presentan una elevada prevalencia de patología psiquiátrica, como trastornos del sueño, por uso de alcohol/sustancias, de personalidad y conducta antisocial (Choquet y Menke, 1990; Hawley y cols, 1991). Las ideas suicidas se asocian a variables psicosociales tales como estrés vital, vivencias indeseables y a medio familiar caótico (Garrison y cols, 1991; Gómez y cols, 1992; Salvo y cols, 98). Se ha informado frecuencias disímiles de ideación suicida en la población general. Hällstrom encuentra que el 15% de las mujeres entrevistadas ha pensado autoeliminar- se alguna vez, agregándose un 22% que manifiesta sentimientos de futilidad de la vida. El 10% de una muestra de estudiantes universitarios norteamericanos consideró seriamente quitarse la vida en los 12 meses precedentes (Brener y cols, 1999). En estudiantes de medicina chilenos, un 55,1% ha presentado grados diversos de ideación suicida durante su vida, y un 28,6% el año anterior; el 7,1% ha presentado intentos suicidas (Gomez y cols, 1992). También en Chile, frecuencias aún mayores de ideación suicida se han informado en adolescentes (Salvo y cols, 1998). En pacientes de atención primaria, el 2,44% presentó ideas suicidas el mes anterior al estudio (Olfson y cols, 1996). Las ideas suicidas son más comunes entre quienes han intentado autoeliminarse, se asocian a la severidad del intento y con una mayor probabilidad de repetición (Cantor, 1976). Al constituir un importante indicador de riesgo, las ideas suicidas deben explorarse cuidadosamente (Motto y cols, 1985). Debe considerarse que las dos terceras partes de quienes se quitan la vida han comentado previamente su propósito (Fowler y cols, 1979). Tales expresiones, que pueden ser verbales o no verbales (p. ej. preparativos, regalar objetos o bienes), deben ser evaluadas seriamente, considerando: grado de concreción (p. ej. existencia de un plan suicida), las circunstancias clínicas y sociales en que se verifican y los antecedentes de conducta autolítica (Murphy, 1988). B. Los trastornos psiquiátricos como factores de riesgo La existencia de una enfermedad psiquiátrica es uno de los más sensibles predictores de suicidio. Repetidas investigaciones que han empleado el método de la autopsia psicológica concuerdan en el hallazgo de patologías psiquiátricas en la casi totalidad de sujetos que han consumado su propia muerte. Desde los primeros estudios de Robins et al en 1959, las entidades más frecuentemente diagnosticadas en los suicidas son esencialmente tres: Esquizofrenia, Trastornos del Animo y Alcoholismo. El Tabla 2. Tipos y porcentajes de trastorno mental en suicidio consumado T ánimo Alcoh. EQZ Otros Total Robins y cols (1959) 55 8 2 9 94 Dorpat y Ripley (1960) 30 27 12 31 100 Barraclough y cols (1974) 70 15 3 5 93 Kraft y Babigian (1976) 37 11 27 16 96 Henriksson y cols (1993)* 57 58 13 23 93 * Se permitió efectuar múltiples diagnósticos Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 4 desarrollo de métodos estandarizados y multiaxiales de diagnóstico ha permitido corroborar la importancia de la comorbilidad y los Trastornos de Personalidad en los suicidas (ver Tabla 2). A continuación se explorará la relación entre conductas suicidas y enfermedad psiquiátrica, incluyendo junto a las entidades mencionadas, al Trastorno de Pánico y a los Trastornos de la Conducta Alimentaria. Trastornos del Animo Estudios retrospectivos empleando el método de autopsias psicológicas revelan que el 60% de los suicidados presentaba trastornos del ánimo al momento de autoeliminarse. Prospectivamente se encuentra que una proporción elevada de las muertes en depresivos es autoinflingida, alcanzando alrededor del 15%. (Miles, 1977). Las TEM son 30 a 40 veces mayores que lo esperado para la población general (Black y cols, 1985; Newman y Bland, 1991). En los enfermos depresivos las muertes por autoeliminación son tempranas, concentrándose en los dos años próximos al egreso de una unidad de hospitalización (Black y cols, 1985; Pokorny y Kaplan, 1976; Tsuang, 1978; Fawcett y cols, 1990). Un reciente estudio en varones diagnósticos de Depresión o Psicosis Afectiva (ICD-9) informa una marcada elevación de las TEM durante el primer mes tras el egreso, que superó varias veces las tasas del resto del año (Goldacre y cols, 1993). Unipolaridad y Bipolaridad Tanto en pacientes unipolares como bipolares se observa un elevado riesgo autolítico (Tsuang, 1978). La suicidalidad se distribuye en una gradiente de riesgo, cuyo nivel inferior lo ocupan aquellos pacientes que sólo han presentado episodios maníacos. En el extremo opuesto se encuentran los depresivos unipolares. Los pacientes bipolares exhiben un riesgo intermedio. De hecho las TEM más elevadas se observan en depresivos unipolares (35,3), seguidos por los bipolares (23,4) y finalmente por los maníacos puros (8,8) (Newman y Bland, 1991). Los bipolares maníacos que manifiestan suicidalidad más frecuente y severa son aquellos que se rediagnostican posteriormente como estados mixtos (Dislaver y cols, 1994). La presencia de ansiedad severa también aportaría al riesgo (Lester, 1993). Otros trabajos (Isometsä y cols, 1994) señalan que la mayor proporción de los suicidios en bipolares acontece durante el curso de episodios depresivos. En una proporción menor los pacientes se quitan la vida durante un episodio maníaco o tras él, siendo atribuible a un ciclaje súbito del ánimo. La mayoría de los bipolares suicidados presenta comorbilidad, con dependencia al alcohol y otras patologías. Se ha observado que sólo una minoría de los bipolares autoeliminados se encontraba en tratamiento con litio o antidepresivos y que una proporción aún menor los estaba recibiendo en rango farmacológicamente útiles (Isometsä y cols, 1994). La ausencia o insuficiencia de tratamiento es por lo tanto un importante factor de riesgo. Corrobora lo mismo la observación reiterada de una reducción significativa del peligro -al nivel del de la PG- en bipolares que se mantienen en terapia con litio (Nilsson, 1999; Schou, 1998). Su descontinuación se acompaña de una correlativa elevación de la mortalidad. El efecto preventivo suicidal del litio es aparentemente independiente de su acción estabilizante anímica, por lo que su uso debiera ser considerado aún si su eficacia normalizadora ha sido insuficiente (Bocchetta y cols, 1998). Ultimamente, Rihmer y cols (1999) han informado una elevada frecuencia de intentos suicidas en pacientes bipolares II. También se ha encontrado una desproporción de cuadros bipolares II entre depresivos suicidados. La presencia de patología bipolar no evidente podría explicar la elevada suicidalidad observada en subgrupos de depresivos recurrentes. Las depresiones psicóticas La presencia de síntomas psicóticos se asocia a cursos depresivos severos, refractariedad, recidivas más frecuentes, comorbilidad e intentos suicidas más frecuentes (Johnson y cols, 1991), particularmente violentos (Hori y cols, 1993; Isometsä y cols, 1994). Prospectivamente, se ha observado tasas más elevadas de suicidio en depresivos psicóticos que no psicóticos (Westermeyer y cols, 1991), lo que reafirma anteriores informes de un exceso de pacientes delirantes entre los depresivos suicidados (Roose y cols, 1983) Las distinciones endógeno-no endógeno y primario-secundario Bucholtz-Hanssen y cols (1993) compararon prospectivamente las TEM por suicidio a lo largo de un seguimiento de 3 a 10 años, obteniendo tasas cinco veces más elevadas en los depresivos no endógenos que endógenos. La dicotomía primario-secundario ha sido estudiada por Martin y cols (1985). Corroborando a Khury y Akiskal (1983), observaron que los suicidios producidos tras 6 a 12 años de seguimiento en una cohorte de 550 pacientes ambulatorios se restringieron al grupo con depresiones secundarias.. Estos datos concuerdan con el repetido hallazgo de condiciones comórbidas tanto en suicidas consumados como en intentadores (Isometsä). Los trastornos concurrentes más frecuentes en suicidas depresivos –tanto adolescentes como adultos- son abuso y dependencia al alcohol. Se ha postulado que el potencial suicidógeno de diversos trastornos se manifestaría ante la presencia de un trastorno adicional, oculto por la mayor visibilidad del primero. Características de la depresión asociadas a riesgo suicida Algunos trabajos han identificado un número de características clínicas indicativas de riesgo suicida (Modestin y Kopp, 1988; Fawcett y cols, 1987; Goldstein y cols, 1991). Entre ellas se encuentran: sexo masculino, hospitalizaciones anteriores, conducta suicida previa o al ingresar, historia familiar de suicidio, eventos de pérdida, desesperanza, anhedonia y ausencia de reactividad del Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 5 ánimo, agitación, síntomas delirantes y comorbilidad psiquiátrica. Isometsä y cols (1994) y recientemente Angst y cols (1999) han informado que la mayoría de depresivos suicidados se encontraba fuera de tratamiento antidepresivo o en dosis claramente insuficientes. Lo mismo ha sido señalado por Isacsson y cols (1997) en un estudio que abarcó 5281 suicidios ocurridos en Suecia durante el período 1992-1994. Un importante hallazgo de Fawcett y cols (1990) es el de predictores diferenciales asociados a suicidio temprano (dentro del primer año) y tardío (después). Los primeros incluyeron ataques de pánico, angustia severa, pérdida de concentración, insomnio, anhedonia y consumo de alcohol. Por su parte, desesperanza severa, ideación suicida e intentos suicidas fueron indicadores tardíos de autólisis. El mérito de esteestudio ha sido relevar la existencia de predictores clínicamente relevantes susceptibles de ser modificados terapéuticamente. Trastorno del ánimo y suicidio en la adolescencia Los trastornos del ánimo constituyen el diagnóstico más frecuentemente encontrado en adolescentes suicidas, sumándose abuso/dependencia al alcohol u otras sustancias (Marttunen y cols, 1991). Al comparar víctimas adolescentes con jóvenes sanos se obtiene un conjunto de factores de riesgo, incluyendo depresión mayor, estados bipolares mixtos, abuso de sustancias y trastorno de conducta. (Brent y cols, 1994). Se diferencian, además, en historia familiar (de depresión, abuso de sustancias y conducta suicida), y estrés familiar (discordia con los padres, abuso físico) (Brent y cols, 1993). En adolescentes hospitalizados, las tendencias suicidas se asocian a diversos síntomas depresivos (Robbins y Alessi, 1985). En adolescentes que ya presentan historia de trastorno del ánimo el riesgo autolítico se ve incrementado por un episodio depresivo actual, abuso de sustancias, intentos suicidas pasados, historia familiar de depresión, tratamiento con tricíclicos y disponibilidad de armas de fuego (Brent y cols, 1993). Al comparar adolescentes con ideas e intentos de suicidio versus quienes lo consuman, se encuentra en los últimos una frecuencia mayor de estados bipolares y comorbilidad, así como ausencia de tratamiento psiquiátrico y disponibilidad de armas. Este perfil delinea a un grupo con riesgo extremo de suicidio, con elevada eficiencia predictiva (Brent y cols, 1994) (ver Tabla 3). Tabla 3. Factores de riesgo suicida en Trastornos del Animo • Conducta suicida previa; ideación suicida • Historia familiar de suicidio • Desesperanza elevada; anhedonia; ausencia de reactividad • Ansiedad severa y agitación; ataques de pánico; insomnio • Comorbilidad psiquiátrica • Ausencia o insuficiencia de tratamiento • Acontecimientos de pérdida Trastorno del ánimo y suicidalidad en la edad avanzada En la edad avanzada, los intentos suicidas alcanzan mayor severidad, con una definida intención letal (Merrill y Owens, 1990). Factores de relieve son aquellos derivados del deterioro de la salud, estrés familiar, intentos previos, un episodio depresivo no remitido, desesperanza elevada, y ausencia de tratamiento antidepresivo (Rich y cols, 1991; Cattel y Jolley, 1995; Zweig y Hinrichsen, 1993; Rifai y cols, 1994; Draper, 1995). Esquizofrenia La conducta suicida es frecuente entre los esquizofrénicos. Las tasas de intento suicida fluctúan entre el 18 y el 55,1%. La ideación suicida se presenta en el 12 a 47%, según sus grados, en esquizofrénicos ambulatorios. El 40% refiere haber presentado ideas suicidas en el pasado (Zissok y cols, 1994; Asnis y cols, 1993). Alrededor del 10% de los esquizofrénicos consuma suicidio. Comparativamente, este grupo está conformado por sujetos más jóvenes (Cohen y cols, 1990). La muerte autoprovocada es temprana, se produce antes de los diez años de evolución de la enfermedad y de los 45 años de edad (Roy, 1986). Con frecuencia ocurre poco tiempo después del alta: Heilä y cols. (1997) refieren que en el 51% aconteció antes de los tres meses. Caracteriza a los esquizofrénicos que se suicidan un curso clínico más severo, el vivir solos o fuera del hogar y presentar síntomatología adicional de depresión, desesperanza, desvalorización, hostilidad, obsesivo- compulsiva e insatisfacción vital. Más frecuentemente han presentado ideación e intentos suicidas. Han sido retratados como sujetos que mostraban un alto nivel de funcionamiento premórbido y elevadas aspiraciones personales (Roy, 1986; Drake y cols, 1986; Cohen y cols, 1990; Cheng y cols., 1990). Tabla 4. Factores de riesgo suicida en Esquizofrenia • Intento(s) suicida(s) previo(s), ideación suicida actual • Sexo masculino; joven; solo • Enfermedad severa • Síntomas de depresión, desesperanza, desvalorización, hostilidad • Buen funcionamiento previo, elevadas aspiraciones personales • Insatisfacción vital El período de mayor riesgo no parece ser el de exacerbación psicótica sino el posterior a éste. (Allebeck y Wistedt, 1986). Los subtipos paranoides o indiferenciados serían los más frecuentes en los suicidados (Virkkunen, 1974; Heilä y cols, 1997). Contrariamente a la creencia común, el origen alucinatorio del suicidio no es común, encontrándose presente en no más que la décima parte de las víctimas (Heilä y cols., 1997). Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 6 Trastornos por uso de alcohol y otras sustancias Se ha estimado que el riesgo vital de muerte por suicidio es 60-120 veces mayor en pacientes con abuso/dependencia al alcohol que en la población general (Murphy y Wetzel, 1990). Estudios como el de Berglund (1994), que siguió a 1312 alcohólicos por 20 años, encuentran un 7% de muertes voluntarias, cifra similar a la obtenida en un metanálisis de múltiples seguimientos efectuado por Inskip y cols (1998). El suicidio afecta principalmente a alcohólicos que se encuentran entre la 4º y 5º década de la vida y que han presentado síntomas depresivos y disfóricos. De hecho, de la mitad a las tres cuartas partes ha presentado anteriormente episodios depresivos. La combinación de ambos trastornos parece tener un efecto sinérgico o aditivo sobre la suicidalidad. Los pacientes que presentan conjuntamente depresión mayor y dependencia al alcohol tienen indicadores más severos de suicidalidad y mayor compromiso laboral, familiar y social que quienes presentan sólo depresión o dependencia al alcohol (Cornelius y cols, 1995). Se ha destacado la importancia de la múltiple comorbilidad entre diferentes trastornos del eje I (ansiosos y depresivos) y de los ejes I y II, así como una historia de intentos, como predictores de riesgo en este grupo (Driessen y cols, 1998; Benjaminsen y cols, 1998). Respecto a lo último, el 20% de los alcohólicos tiene una historia de intentos previos, proporción que se eleva a las dos terceras partes en quienes consuman suicidio (Barraclough y cols, 1974; Rich y cols, 1988). La personalidad previa de los alcohólicos suicidados ha sido caracterizada en términos de inestabilidad, sensitivi- dad, labilidad y descontrol emocional (Berglund, 1994). En quienes han intentan el suicidio se detecta frecuentemente trastornos de personalidad del grupo B, criminalidad e invalidez social, estilos desorganizados de afrontamiento, mecanismos de negación y empleo de alcohol /sustancias para enfrentar el estrés (Benjaminsen y cols, 1998). Un antecedente próximo al desenlace suicida es la pérdida -real o anticipada- de una figura clave. Tal evento es altamente específico de la muerte voluntaria de alcohólicos y abusadores de sustancias (Murphy y Robbins, 1967; Rich y cols, 1988). La conducta suicida en dependientes al alcohol es característicamente impulsiva, emergiendo con escasa premeditación, comúnmente en el contexto de un aumento de la ingestión alcohólica. Esto los diferencia de los intentadores depresivos, en que la impulsividad es menor (Cornelius, 1996). En mujeres alcohólicas los intentos frecuentemente integran un conjunto de comportamientos de autodaño, como conducta automutilativa, actos violentos, promiscuidad y desórdenes alimentarios (Evans y Lacey, 1992). Murphy y cols (1992) han identificado siete factores intimamente relacionados a autoeliminación: un patrón continuo de ingesta de alcohol, presencia de un episodio depresivo mayor, comunicación de intención suicida, apoyo social escaso o inexistente, enfermedad médica severa, desempleo y vivir solo. Estos rasgos tienen un efecto acumulativo sobre el riesgo y pueden ser evaluados rutinariamente por el tratante. El empleo concomitante deotras sustancias eleva el riesgo de conducta suicida en dependientes al alcohol. Las tentativas recientes y la ideación suicida son doblemente frecuentes en alcohólicos deprimidos que han empleado cocaína (Cornelius y cols, 1998). El hallazgo de esta sustancia en sangre de suicidas por arma de fuego supera varias veces la frecuencia esperada (Marzuk y cols, 1992). En el mismo sentido, el empleo de drogas intravenosas eleva más de ocho veces el riesgo de intentos suicidas (Dinwiddie y cols, 1992). Más de la mitad de los intentadores de suicidio ha consumido alcohol previa o concomitantemente a la tentativa, prediciendo su empleo en eventuales reintentos, sean ellos fatales o no (Suokas y Lonnkvist, 1995). Alrededor de la tercera parte de las víctimas suicidadas ingirió antes de acabar con su vida (Abel y Zeidenberg, 1985). Tabla 5. Factores de riesgo suicida en Trastornos por uso de alcohol/sustancias • Intento(s) suicida(s) previo(s) • Episodios o síntomas depresivos • Comorbilidad psiquiátrica múltiple • Trastornos o rasgos anormales de la personalidad • Evento reciente de pérdida • Múltiples sustancias • Salud comprometida Investigaciones recientes revelan tasas elevadas de abuso/dependencia al alcohol u otras sustancias entre jóvenes suicidados. Estas alcanzan al 47% en víctimas de edades entre 15 y 29 años estudiados por Runeson (1989). Marttunen y cols (1991) contabiliza un 26% de abuso/dependencia alcohólica en suicidados entre los 13 y 19 años. Lesage y cols encuentra que un 24% de los suicidas entre 18 y 35 años era dependiente al alcohol y un 22,7% lo era a sustancias psicoactivas (Lesage y cols, 1994). Estas proporciones superan varias veces las de grupos comparables de la PG.. En todos los estudios la comorbilidad –frecuentemente con trastornos del ánimo o de personalidad- es un hallazgo generalizado. Trastorno de pánico El hallazgo de una elevada prevalencia (20%) de intentos suicidas entre sujetos de la población general en que se diagnosticó trastorno de pánico (Weissman y cols, 1989) estimuló el estudio de tal asociación. Beck y cols (1991) indagaron la prevalencia de vida de intentos suicidas en 900 pacientes psiquiátricos clasificados en tres grupos diagnósticos. Los que presentaban trastornos del ánimo obtuvieron una prevalencia de 7%, seguidos por quienes presentaban trastorno de pánico con agorafobia (1,3%) y trastorno de pánico sin agorafobia (0%). Friedman Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 7 y cols (1992) informaron antecedentes de intentos en el 25% de los pacientes con tratorno de pánico y trastorno limítrofe de personalidad, que se redujo al 2% en quienes sólo presentaban trastorno de pánico. Lepine y cols (1993) encontraron que 42 de 100 pacientes con trastorno de pánico habían intentado suicidarse alguna vez. La comorbilidad con depresión y abuso de alcohol/sustancias elevó la tasa a 72,2%. Proporciones menores se obtuvieron en el grupo con comorbilidad puramente depresiva (50%), con sólo abuso de alcohol (46,2%), y en en quienes no presentaban patología asociada al pánico (17,1%). Cox y cols (1994) contabilizaron un 18% de tentativas en 166 pacientes con trastorno de pánico, que se asoció al antecedente de tratamiento antidepresivo u hospitalización psiquiátrica. En 527 pacientes, Warshaw y cols (1995) encuentran un 9% de intentos en el pasado, asociados a la concurrencia de trastornos depresivos, abuso de sustancias, trastornos del comer y trastorno de estrés postraumático. Seguidos durante 30 meses, un 4,5% presentó conducta suicida, que en todos los casos se relacionó a episodios depresivos. Henrickson y cols (1996) investigaron, mediante autopsia psicológica, a víctimas por suicidio que habían padecido trastorno de pánico. Estas comprendieron el 1,2% de todos los suicidios ocurridos durante un año en Finlandia. En todos los casos coexistía otro trastorno del eje I (depresión mayor y abuso/dependencia a sustancias) y en casi la mitad trastornos de la personalidad. Se puede concluir que la conducta suicida en pacientes con trastorno de pánico se presenta casi siempre ante la comorbilidad con otras patologías. El reconocimiento del riesgo requiere una evaluación continua que permita identificar condiciones agregadas. Trastornos de la conducta alimentaria Los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) evidencian una mortalidad elevada, informándose tasas crudas que fluctúan entre 4 y 14%, y TEM entre 6 y 17,8 (Norring y Sohlberg, 1993; Patton, 1988; Crisp y cols, 1992; Moller-Madsen y cols, 1998; Tolstrup y cols, 1985; Emborg, 1999; Crow y cols, 1999; Nielsen y cols, 1998). Harris y Barraclough (1997) han calculado TEM por suicidio de 22,5 en anorexia nerviosa y de 12,5 en bulimia. Las tasas más elevadas se observan en los que presentan menor peso al ingreso o han sido hospitalizadas por su enfermedad (Patton, 1988). También se ha investigado la frecuencia de intento suicida en los TCA. Favaro y Santonastaso (1997) ha encontrado una historia de intento de suicidio en el 13% de 495 pacientes. Ella es más frecuente en quienes tienen diagnóstico de bulimia (18%) que de anorexia (9%). Subgrupos especialmente afectados serían los bulímicos de subtipo purgativo (21%) y los anorécticos de subtipo atracón-purgativo (16%). La conducta suicida es más frecuente en pacientes con comorbilidad afectiva o a sustancias. (Hatsukami y cols, 1986; Bulik y cols, 1997) y en los que presentan historia de abuso sexual en la infancia (Fullerton y cols, 1995). Este antecedente se asocia además a bulimia de inicio temprano, mayor sintomatología depresiva, peor funcionamiento social, trastorno de conducta, bipolaridad II y trastorno evitativo de la personalidad (Sullivan y cols, 1995). Rasgos específicos en anoréxicos con intento de suicidio incluyen mayor edad, una enfermedad más prolongada, abuso o dependencia al alcohol e indicadores de una evolución clínica más complicada (Favaro y Santonastaso, 1997). Trastornos de personalidad El desarrollo de criterios diagnósticos para trastornos de personalidad (TP) ha permitido cuantificar su presencia en personas que se han suicidado. Isometä y cols (1996) encuentran TP en casi el 30% de una muestra de 229 suicidas. Por su parte, Lesage y cols (1994) los identifican en el 57,3% de víctimas entre 18 y 35 años, más que duplicando la frecuencia obtenida en un grupo control de la PG. En suicidas adolescentes, Marttunen y cols (1991) los acreditan en el 32%. En todos los estudios la mayor frecuencia es asignada a los subtipos límite y antisocial. El TP límite parece ser especialmente frecuente entre jóvenes suicidados, alcanzando sobre el 40% (Rich y Runeson, 1992). La presencia de un desorden de la personalidad eleva el riesgo suicida seis veces (Mc Namee y Offord, 1990). Entre el 5 y el 10% de los pacientes con TP límite se autoelimina. En un seguimiento de 16,5 años a 206 pacientes límites, Stone (1993) obtuvo un 8,5% de muertes por suicidios, tasa que aumentaba si concurrían abuso/dependencia al alcohol o depresión mayor y más aún si ambas estaban presentes. Otros factores de riesgo lo constituyeron rasgos antisociales, impulsividad caótica y antecedentes de abuso físico o sexual en la infancia. Para Kjelsberg y cols (1991) los indicadores de peligro incluyen: intentos previos severos, ausencia de contacto terapéutico y haber sido dado de alta por razones disciplinarias. Kullgren (1988) agrega un mayor número de hospitalizaciones previas, intentos suicidas en el pasado y una conducta suicida más extensiva al ingreso. Un alta perentoria precedió frecuentemente a las muertes ocurridas dentro del hospital. Entre adolescentes suicidados, quienes eran limítrofes frecuentemente presentaban trastornospor uso de alcohol o sustancias y rasgos antisociales. También han estado expuestos a abuso de sustancias en la familia (Runeson y Beskow, 1991). Se diagnostica trastornos de la personalidad en los dos tercios de pacientes consultantes por tentativas suicidas (Crumley, 1979; Casey, 1989; Gómez y cols, 1995). Su presencia se asocia a intentos previos, mayor desesperanza e ideación suicida post intento, y tentativas más severas (Gómez y cols, 1992). En quienes son grandes repetidores de intentos suicidas (han efectuado más de cinco intentos en su vida) la presencia de TP es prácticamente invariable (Jaar y cols, 1994). El trastorno límite es el más frecuente en mujeres intentadoras de suicidio y está presente en la tercera parte de los casos (Gómez y cols, 1995). La presencia de este TP se asocia a una historia suicidal más Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 8 nutrida; lo contrario se observa en pacientes con TP anancástico (CIE-10) (Dirks 1988). Se ha observado que los intentos severos son más frecuentes en pacientes limítrofes que presentan trastornos afectivos y por uso de sustancias (Fyer y cols, 1988; Friedman y cols, 1983). Shearer y cols (1988) observan que la severidad del intento se incrementa con la edad y se asocia al número de intentos previos, trastornos de la conducta alimentaria, rasgos psicóticos y trastornos del ánimo en la familia. La presencia de rasgos antisociales de la personalidad incrementa el riesgo de conducta suicida y los histriónicos lo atenúan.. Para Soloff y cols (1994) el riesgo es mayor si existe una historia de actos impulsivos, personalidad antisocial, y ánimo depresivo. Para Brodsky y cols (1997), sería la impulsividad el rasgo más directamente vinculado con suicidalidad a lo largo de la vida. Un característica distintiva de la suicidalidad en los limítes es su tendencia a la cronicidad, permaneciendo en forma de ideación y actos autodestructivos a lo largo de años (Mehlum y cols, 1994; Gómez y cols, 1995). Junto a la impulsividad, una desesperanza elevada y mantenida caracterizaría a este subgrupo (Gómez y cols, 1998). Como subgrupo, quienes intentan suicidarse autoinfiriéndose heridas ("automutiladores") presentan mayor patología de personalidad, incluyendo trastorno límite (Simeon y cols, 1992; Schaffer y cols, 1982 ), junto a trastornos por uso de alcohol y sustancias (Gómez y cols, 1997), trastornos de la conducta alimentaria (Dulit y cols, 1994). C. Indicadores psicológicos de riesgo suicida La desesperanza y la conducta suicida La desesperanza es uno de los principales factores psicológicos asociados a la suicidalidad y su reconocimiento es parte importante de la evaluación del riesgo. En 1973, Minkoff y cols.(1973) encontraron que un componente cognitivo del sindrome depresivo, referente a expectativas negativas sobre el futuro (desesperanza) era un indicador más poderoso de intención suicida que la propia depresión. Poco tiempo después el concepto de desesperanza fue operacionalizado por Beck y cols.(1974) mediante el desarrollo de un instrumento específico, la Escala de Desesperanza. Sucesivas investigaciones confirmaron y expandieron los primeros hallazgos. Diversos estudios (Beck y cols, 1975; Dyer y Kreitman, 1984; Goldney, 1981) informaron significativas asociaciones entre depresividad, desesperan- za y severidad de la tentativa. La intención suicida se correlacionaba más con la desesperanza (evaluada tanto clínica como psicométricamente), que con el nivel global de depresión.Wetzel (1976) encontró que intentadores y controles diferían en el nivel de desesperanza, y que ésta era más elevada en quienes manifestaban mayor ideación suicida al momento del estudio. Hamdi y cols. (1991) precisaron que la desesperanza, junto a la sensación de aislamiento, se asociaba a intentos suicidas de elevada severidad. Similares asociaciones se han verificado en estudiantes universitarios y otras poblaciones no clínicas (Schotte y Clum, 1982). Resultados análogos se han obtenido en pacientes con diferentes diagnósticos psiquiátricos, entre ellos esquizofrénicos y abusadores o dependientes del alcohol y otras sustancias (Beck y cols, 1976; Cohen y cols, 1990). También han demostrado su validez en adolescentes y en la edad avanzada (Morano y cols, 1993; Rifai y cols, 1994). Corolario de lo anterior es que la desesperanza es mayor en los intentadores que han deseado terminar su vida, que en quienes sólo han pretendido manipular a los demás o al ambiente (Kovacs y cols, 1975). La desesperanza ha demostrado valor predictivo de suicidio a largo plazo. Una elevada desesperanza permitió identificar al 91% de quienes eventualmente se suicidaron (Beck y cols, 1985; Beck y cols, 1990) y en afectados con diversas patologías psiquiátricas (Fawcett, 1993). Quienes son repetidores de intentos se encuentran más desesperanzados (Barrera y cols, 1991), y esto es máximo en quienes son "grandes repetidores" (más de cinco tentativas) (Jaar y cols, 1994). En un seguimiento a intentadores de suicidio, Brittlebank y cols. (1990) encontraron mayor desesperanza índice en quienes reincidieron tras el período de espera. La desesperanza determinaría una vulnerabilidad cognitiva persistente a la conducta suicida. Comparativa- mente, los pacientes depresivos con historia de conducta suicida se encuentran más desesperanzados que quienes no la tienen (Dori y cols, 1999). Prospectivamente, se comprueba que quienes son repetidores de tentativas (suicidales crónicos) tienden a mantener elevadas cotas de desesperanza a lo largo del tiempo, lo que no ocurre con quienes no lo son (Gómez y cols, 1998) En pacientes con suicialidad crónica, la desesperanza es habitual y tiene la estabilidad de un rasgo. Otros factores cognitivos Los intentadores de suicidio con parte mayor rigidez cognoscitiva, lo cual limita el eficaz enfrentamiento de situaciones interpersonales complejas (Patsiokas y cols, 1979). Comparten un conjunto de ideas y actitudes depresiógenas, manifiestan incontrolabilidad de sus estados emocionales ("irresponsabilidad emocional") (Ellis y Ratliff, 1986) y perciben la mayoría de las situaciones en términos bipolares extremos (Neuringer y Lettieri, 1971). Muestran déficits persistentes en la resolución de problemas interpersonales, recurriendo a métodos pasivos (Linehan y cols, 1987). Una percepción de "insolubilidad" de problemas de la vida subyacería a la conducta suicida en jóvenes y niños (Orbach y cols, 1999). Difieren de los sujetos no suicidales en el grado en que adhieren a un conjunto de expectativas y creencias respecto a la vida, reconociendo escasas razones para vivir (Linehan y cols, 1983), actitudes menos favorables hacia la vida o si mismos, y más propicias al suicidio (Wetzel, 1976), al que visualizan como un modo efectivo para solucionar los problemas (Linehan y cols, 1987). Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 9 Rasgos y dimensiones de la personalidad Los sujetos que efectúan intentos difieren de otros pacientes depresivos por su mayor hostilidad, oralidad, proclividad a la actuación de impulsos, irritabilidad, abuso de drogas y problemas legales (Paykel y Dienelt, 1979; Weissman, 1973). Algunos estudios mencionan atributos como dependencia, pasividad, pesimismo, baja autoestima (Benjaminsen y cols, 1990; Wetzel y Reich, 1989), agresividad e inmadurez (Birtchnell, 1981), y una tendencia a la búsqueda de sensaciones (Edman y cols, 1986). Los rasgos antisociales acentuarían el riesgo suicida, en tanto los rasgos histriónicos lo atenuarían (Shearer y cols, 1988). Los intentadores poseen elevados niveles dehostilidad intra y extrapunitiva. La extrapunitividad sería característica de la mayoría de los intentadores, en tanto que la hostilidad intrapunitiva ejercería efectos específicos sobre la conducta suicida, incrementando la severidad de las tentativas, asociándose a la desesperanza y contribuyendo al riesgo de repetición (Brittlebank y cols, 1990; Farmer, 1987). Tanto la hostilidad dirigida hacia adentro como la ambivalente se asocian a depresividad, desesperanza y mayor intensidad de las ideas suicidas (Lolas y cols, 1988). Botsis y cols (1994) compararon 30 pacientes suicidales y 30 no suicidales. Los primeros evidenciaron estilos deficientes de afrontamiento de las dificultades, así como mayor riesgo de suicidio y violencia que los otros. Tanto la impulsividad como la ansiedad se correlacionan elevadamente con riesgo suicida, sugiriendo que si bien la primera podría estar implicada tanto en la conducta suicida como la violenta, la ansiedad influiría en su dirección final, hacia el sí mismo o hacia otros. Recientemente, se ha observado que la impulsividad predice planificación futura del suicidio en jóvenes adolescentes y caracteriza a sujetos con intentos repetidos (Evans y cols, 1996; Horesh y cols, 1999). Estudios basados en las dimensiones de la personalidad de Eysenck han encontrado puntajes más elevados de Neuroticismo y Psicoticismo, así como menor Extraversión, en sujetos con ideas suicidas (Benjaminsen y cols, 1990; Irfani, 1978; Mehyar y cols, 1977; Ross y cols, 1983). El neuroticismo se ha vinculado a repetición de intentos (Pallis y Jenkins, 1977) y el psicoticismo a tentativas más violentas (Edman y cols, 1986). Para Nordström y cols el psicoticismo, junto a rasgos como anhedonia, ansiedad persistente, desesperanza y hostilidad caracterizaría un temperamento especialmente vulnerable a la conducta suicida. En sujetos que han intentado suicidarse, el psicoticismo se asocia a mayor desesperanza e ideación suicida. La extraversión, en cambio tiende a atenuarlas, ejerciendo efectos moderadores sobre el riesgo autolítico (Lolas y cols, 1991). A largo plazo, psicoticismo y extraversión demuestran valor predictivo, incrementando y disminuyendo respectivamente la probabilidad de reintento (Gómez y cols, 1999). El psicoticismo abarca facetas como impulsividad, frialdad emocional y falta de empatía. El neuroticismo refleja una tendencia a la inestabilidad emocional y a reaccionar en forma desadaptativa frente el estrés. Los hallazgos respecto a la extraversión son consistentes con su vinculación a afectos positivos, a los cuales propiciarían y preservarían (Williams, 1990). Eventos vitales y apoyo social en la conducta suicida Los acontecimientos vitales participan frecuentemente en el desencadenamiento de los actos suicidas. Investigando los antecedentes de sujetos suicidados, Murphy y Robins (1967) encontraron importantes rupturas afectivas en el año anterior al deceso. Sujetos que habían efectuado intentos suicidas refirieron cuatro veces más acontecimientos adversos en los seis meses previos al acto que controles de la población general, y media vez más que pacientes depresivos sin intento. Estos hechos se habían multiplicado durante el último mes, y los habían calificado como más indeseables, incontrolables e interminables (Paykel y cols, 1975). Linehan y cols (1986) han puesto de relieve que la temática común en intentadores se refiere a dificultades en sus relaciones interpersonales. Comúnmente se menciona como causa provocadora a dificultades con la pareja o familia. La inmensa mayoría cita un desencadenante inmediato, ocurrido en las 24 horas antes del intento, consistente por lo general en una discusión con la pareja o familiares (Gómez y cols, 1993). Los sujetos suicidales frecuentemente refieren problemas o dificultades crónicas, a los cuales se superponen eventos negativos más discretos, los cuales los afectan más ampliamente (Welz, 1988). Los adolescentes suicidales frecuentemente han vivido experiencias desfavorables desde la infancia, como abuso físico y sexual, iniciando a partir de la pubertad un período de especial vulnerabilidad ( Brown y cols, 1999). El riesgo de suicidio se incrementa tras el fallecimiento de la pareja o esposo(a). Comparados con controles normales las víctimas han experimentado más cambios en las condiciones de vida, problemas laborales y pérdidas afectivas. Rich ha encontrado que los estresores varían según la etapa vital. Las separaciones o rechazos son más frecuentes en suicidas jóvenes. En la edad media lo son las dificultades económicas y posteriormente las enfermedades. El apoyo social percibido, definido como la capacidad de sentirse perteneciente a una trama de relaciones personales que proveen estimación y ayuda, ha emergido como un factor de gran importancia con efectos protectores sobre la salud. Su ausencia o déficit relativo se asocia a afectos y cogniciones presuicidales (Gómez y cols, 1995), y a la comisión de tentativas más severas (Welz y cols, 1988). Los intentadores poseen una red social más débil, tanto en términos objetivos como subjetivos. Muchos suicidios acontecen en situaciones en que concurren acontecimientos adversos y una disminución importante de apoyo, por ejemplo tras separación conyugal (Heikkinen y cols, 1994). Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 10 III Evaluación del riesgo suicida La valoración de la suicidalidad actual o potencial debe formar parte del estudio rutinario de todo paciente psiquiátrico. Ella permite reconocer las variables que colocan al paciente en la "zona suicida" (Litman, 1990), donde el riesgo de actuar en forma autodestructiva es mayor. Dado que muchos pacientes a lo largo del tiempo ingresan y salen de esta área de peligro, la evaluación debe considerarse como un proceso continuo, cuyo resultado debe traducirse en respuestas apropiadas y coherentes por parte del clínico. Quiénes comparten mayor número de indicadores presentan mayor peligro. Ejemplo de ello es el paciente que cursa un episodio depresivo comórbido con abuso de alcohol, con antecedentes de suicidalidad, elevada desesperanza y rasgos de impulsividad e inmadurez. Debe indagarse los siguientes aspectos: a) manifestaciones presentes o pasadas de suicidalidad; b) la caracterización adecuada de la patología del paciente, en términos de los factores señalados anteriormente; c) indicadores psicológicos y rasgos de personalidad presuicidales; d) la situación psicosocial presente, en cuanto a acontecimientos adversos y/o pérdidas de apoyo social; e) antecedentes familiares de suicidio o intentos, particularmente violentos; f) antecedentes de patología psiquiátrica familiar, incluyendo trastornos por uso de sustancias. Tabla 6. Evaluación de los pacientes suicidales • Suicidalidad actual (intento de suicidio; ideación suicida) • Antecedentes suicidales (intentos previos; ideación suicida previa) • Sintomatología relevante • Antecedentes psiquiátricos • Situación psicosocial • Rasgos de personalidad; factores cognitivos • Historia familiar • Antecedentes del desarrollo • Diagnostico clínico (pesquisar comorbilidad) o Eje I o Eje II • Diagnóstico de suicidalidad • Nivel de cuidado médico-psiquiátrico • (manejo ambulatorio u hospitalario; nivel de vigilancia; plan de seguimiento) • Diseño terapéutico El ejercicio diagnóstico debe explorar sistemáticamente la presencia de condiciones comórbidas, que muchas veces no son aparentes. La información reunida permitirá calificar la suicidalidad (aguda, crónica o recidivante) y diseñar un plan de manejo del paciente. La primera decisión se refiere al nivel de cuidado requerido, esto es, la indicación de tratamiento ambulatorio o en régimen dehospitalización. Los criterios recaerán en: a) la severidad de la suicidalidad; b) la capacidad de contención y protección del medio inmediato; c) la capacidad de contención de la propia relación terapéutica. En casos de suicidalidad aguda, muchas veces correlativa a la agravación del cuadro de base del paciente, la decisión de hospitalizar debe ser considerada seriamente. Es conveniente que ella sea razonada abierta y empáticamente con el paciente. De este modo puede obtenerse la aceptación de la hospitalización como una medida racional y "legítima". En este proceso el psiquiatra debe procurar el apoyo de la familia.. Si se opta por el manejo ambulatorio, es papel del clínico diseñar un programa de seguimiento factible, cercano y sistemático. Si bien en esta etapa la responsabilidad es ineludiblemente médica, compartir la generación de decisiones estimulará una mayor participación del paciente en su autocuidado. Se puede elaborar un "contrato no suicidal" para el manejo ambulatorio. Típicamente, en éste el paciente se compro- mete a no efectuar actuaciones suicidas, a cambio de lo cual el terapeuta se mantendrá disponible y en contacto. Las ideas suicidas se evalúan de modo gradual y progresivo, interrogando inicialmente acerca de los deseos y razones para vivir y morir, así como de la presencia de deseos activos o pasivos de suicidarse. Si existen ideas o deseos suicidas, se indagará acerca de su duración, frecuencia, de la actitud frente a ellas (aceptación, rechazo o ambivalencia), la capacidad percibida de autocontrol, los motivos existentes para suicidarse y los que lo disuaden de tal opción. Si el paciente ha contemplado atentar contra su vida, se averiguará sobre su grado de elaboración, oportunidad y factibilidad, la sensación de capacidad y "coraje" para llevarla a efecto y el grado de anticipación y certidumbre de su concreción. Si la tentativa ya está en marcha, debe precisarse cuál es su grado de preparación (p. ej. obtención del medio suicida), si se han efectuado actos finales o se ha confeccionado una nota suicida. La actitud con la que el paciente responde a la exploración, de revelación o encubrimiento, debe valorarse como un dato importante. Aunque no exista un intento en marcha, la presencia de ideas o deseos autodestructivos intensos y persistentes, con incapacidad de autocontrol, junto a una inexistencia o debilidad de motivos para vivir o razones para no cometer suicidio, debe llevar a indicar la hospitalización. Al evaluar los intentos suicidas, debe evitarse el empleo de categorizaciones absolutas y peyorativas, tales como "intento genuino/real o manipulativo/histérico". Estas clasificaciones eluden el hecho que en los actos suicidas siempre participan motivaciones múltiples. La tentativa persigue funciones instrumentales y expresivas (Chiles y Strosahl, 1995). Las primeras se refieren al empeño por interrumpir un sufrimiento mental intolerable ("psychache", de Schneidman). Las segundas al valor comunicacional el intento suicida: expresar rabia, provocar un cambio en los otros, activar una red social. Por otra parte, no se ha demostrado que tales tipologías extremas tengan relevancia pronóstica. De hecho, estudios en limítrofes revelan que tras muchos suicidios hay una historia de tentativas "manipulativas". Por último, muchas veces es prácticamente imposible desentrañar uno y otro Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 11 componente. Más provechoso es valorar positivamente los aspectos interpersonales e incorporarlos como foco de intervención terapéutica. Los intento suicidas deben ser evaluados desde criterios separados de intención suicida y letalidad. La evaluación de la intención persigue estimar la medida en que el acto se ajustó al propósito de morir, incorporando aspectos tales como a) las circunstancias en que se verificó (grado de aislamiento, momento escogido, precauciones para evitar la intervención de terceros, búsqueda de auxilio durante o tras el acto, actos finales o elaboración de nota suicida); b) la letalidad objetiva de la acción, incluyendo el grado de premeditación y la reacción frente a la recuperación; c) la letalidad objetiva del acto. Aunque no se haya empleado un método objetivamente letal, un acto cometido en situación de aislamiento, con premeditación, y ante cuya sobrevivencia el paciente se muestra decepcionado, reafirmando su opción, debe ser considerado severo. Una versión en español de la Escala de Intención Suicida de Pierce (1977) se encuentra disponible (Gómez y Barrera (1993). Todos los pacientes que han acudido a un servicio asistencial por un intento de suicidio deben ser evaluados psiquiátricamente antes de ser enviados a su domicilio. En la Tabla 7 se señalan una serie de indicaciones perentorias de hospitalización psiquiátrica. Esta permitirá una observación más prolongada, la estabilización psiquiátrica y el manejo de factores psicosociales involucrados. Tabla 7. Indicaciones de hospitalización perentoria en intento de suicidio A. Características del intento • Elevada intención suicida, elevada letalidad, método violento • Más de un método simultáneamente • Seguidilla de intentos • Intento de suicidio ampliado • Motivación altruista • Ideación suicida post intento, con reafirmación de la intención, decepción ante la sobrevivencia, o rechazo de ayuda B. Contexto • Sexo masculino • Mayor de 45 años • Enfermedad psiquiátrica • Abuso de sustancias • Ausencia de sistemas de apoyo o contención • Contexto de violencia • Pérdida reciente de figura clave • Salud deteriorada • Elevada desesperanza C. Antecedentes • Historia suicidal previa • Impulsividad y violencia IV Manejo clínico del paciente suicidal En la Tabla 8 se mencionan diferentes aspectos del trabajo con pacientes en riesgo suicida. Muchos de éstos presentan condiciones severas y persistentes, por lo que debe asumirse que requerirán seguimientos de largo plazo con probables intensificaciones en períodos de agravación. Tabla 8. Manejo clínico del paciente suicidal A. Aspectos generales • Evaluar continuamente la seguridad del encuadre • Contactos frecuentes; recontactar si el paciente no asiste • Documentar el riesgo y fundamentar las decisiones • Diferir y planificar cuidadosamente el alta • Interconsulta o supervisión B. Médicos • Controlar condiciones comórbidas • Intervención enérgica (farmacológica, T.E.C. si es pertinente) • Supervisión familiar • Evaluar cumplimiento de las indicaciones • Hospitalización/rehospitalización C. Psicológicos • Alianza terapéutica • Permitir la expresión de afectos • Estilo de apoyo empático y flexible • Proveer confianza y optimismo • Rectificar distorsiones cognitivas • Fortalecer la red de apoyo • Vigilar la contratransferencia • Contrato no suicida • Plan de seguimiento D. Ambientales • Aliviar conflictiva familiar • Supervisión cercana • Intervenciones laborales/académicas No debe omitirse evaluar la seguridad del encuadre terapéutico. Aún en unidades de hospitalización supuestamente seguras, los suicidios pueden ocurrir y de hecho suceden. Insuficiencias de supervisión, variaciones transitorias del estado clínico interpretadas como mejoría, "alienación maligna" respecto del personal por dificultades interaccionales y suposiciones erróneas ("preguntar por ideas suicidas puede inducirlas") han sido identificados como factores probables de tales decesos (Morgan y Priest, 1991). El alta precoz debe evitarse, difiriéndola de modo de poder garantizar tanto la estabilidad del paciente como la del medio familiar y social inmediato. Tras el alta, el paciente debe ser controlado frecuentemente; en caso de inasistencia debe ser recontactadoactivamente. El tratamiento enérgico y efectivo de la patología psiquiátrica del paciente es primordial. Contribuyentes como abuso de alcohol o sustancias deben ser prontamente controlados. Las consideraciones toxicológicas en la elección del antidepresivo, bastante destacadas hace algunos años, han sido matizadas por nuevas evidencias. En primer lugar, la Suicidio en la práctica psiquiátrica./ 12 utilización de los antidepresivos prescritos como método suicida es baja. En segundo lugar, se ha evidenciado que las prescripciones de antidepresivos de baja toxicidad (ISRS por ejemplo) están sobrerrepresentadas en pacientes suicidados, lo cual puede atribuirse a su menor efectividad en depresión severa (Jick y cols, 1995; Isacsson y cols 1997). Diversos expertos han propuesto que el problema principal en el suicidio de depresivos sería más bien el subtratamiento o la respuesta insuficiente, que la toxicidad propia de los fármacos empleados. Si esta opinión se generaliza puede anticiparse un retorno al empleo de antidepresivos de mayor potencia (p. ej. tricíclicos) en depresivos suicidales. Hecha esta salvedad, el consenso clínico apoya la elección de fármacos con acción más bien sedante, evitando aquellos que puedan exacerbar o inducir agitación, inquietud o insomnio. La angustia y los trastornos del sueño deben ser controlados apropiadamente. La eficacia antisuicidal del litio está demostrada, y ella se debería a sus propiedades antiimpulsivas. No se ha demostrado tal beneficio con anticonvulsivantes como carbamazepina o ácido valproico. Dado que la baja compliance es causa importante de abandono del tratamiento con litio, se ha recomendado su prescripción en dosis menores a las habituales, en combinación con otros estabilizantes (Goodwin, 1999). En situaciones en que la suicidalidad debe controlarse rápidamente, el tratamiento electroconvulsivante es una opción altamente efectiva, si bien transitoria. En estos casos, el alivio alcanzado puede permitir la instalación del tratamiento definitivo (Prudic y Sackeim, 1999). En pacientes con esquizofrenia tratados con clozapina se ha verificado una importante reducción de la incidencia de suicidio. No está claro aún si este efecto favorable se presenta con otros antipsicóticos atípicos (Meltzer y Okayli, 1995; Harkhavy-Friedman y Nelson, 1997). En pacientes limítrofes, se ha observado una atenuación de la suicidalidad con diversos antipsicóticos típicos en dosis bajas, tanto en administración oral como depot (haloperidol, tioridazina, flupentixol, flufenacina) (Battaglia y cols, 1999). Estudios iniciales en este grupo señalan un efecto favorable del empleo de clozapina y olanzapina sobre síntomas relacionados como rabia e impulsividad, pero aún se requiere mayor estudio para determinar si éste se extiende a la conducta suicida (Benedetti y cols, 1998; Schulz y cols, 1999). Tanto el alprazolam como la amitriptilina se han vinculado a descontrol e intentos suicidas y debieran evitarse (Hori, 1998). Los ISRS muestran efectos beneficiosos sobre diversos síntomas, entre ellos inestabilidad afectiva, impulsividad, suicidalidad y otros comportamientos de autodaño. Markovitz y cols (1995) han propuesto a la venlafaxina como una alternativa eficaz en trastorno limítrofe. En relación a los anticonvulsivantes, si bien se acredita una acción favorable sobre el descontrol conductual en limítrofes, no existe información de su influencia en la suicidalidad (Cowdry y Gardner, 1988; Stein y cols, 1995). Debe procurarse una alianza terapéutica que facilite la expresión de afectos, prefiriendo un encuadre flexible que permita la implementación de diversas estrategias de modo pragmático, al menos durante la crisis. El terapeuta debe vigilar su propia contratransferencia a fin de mantener la necesaria objetividad sobre el nivel de protección requerido. Lo dicho es particularmente importante al tratar pacientes límtrofes con suicidalidad crónica que pueden, paradójicamente, responder a las medidas de resguardo incrementando la suicidalidad. La interconsulta o supervisión con otro colega puede ser de gran utilidad. Este punto ha sido tratado por Pauker y Cooper (1990) y Pulakos (1993). Alternativas psicoterapéuticas más específicas se refieren a intervenciones de orientación cognitivo- conductual. Algunas de ellas se basan en el enfoque de Beck y se dirigen a modificar las distorsiones cognitivas presentes y a enriquecer repertorios de solución de problemas (Freemann y Reinecke, 1995). Linehan ha diseñado un modelo para el tratamiento del trastorno limítrofe, demostrando efectividad en la reducción de la suicidalidad crónica. Al momento, sólo el enfoque cognitivo-conductual exhibe un efecto beneficioso sobre la repetición de intentos (van der Sande y cols, 1997). Dr. Alejandro Gómez Ch. Departamento de Psiquiatría y Salud Mental. Campus Sur. Universidad de Chile. Material sólo para uso docente. 2003.
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