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Lacan J , Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud

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RESPUESTA AL COMENTARIO DE J EAN H YPPOLlTE 
SOBRE LA VER NEI NUNG DE l'REUD 
Espero qu e la gra ti tud que sentim os todos por la merced que 
e l señor Jea n H yppoli te nos ha concedid o de su lumin osa expo­
sición podrá justifi car a Jos ojos de ustedes, no menos, así lo 
espero, que a los su yos, la in sistencia que puse en rogarle que 
lo hiciera . 
¿No vemos, una vez m,ls, demostra do qu e de proponer al es­
píritu menos prevenido. si bi en no es por cierto el menos ejer­
citado, e l texto de Freud a l que ll amaré de interés más local 
en apa riencia , encontramos en él esa riqu eza nun ca agotada 
de significaciones que lo ofrece por des tino a la disciplina del 
comentario? No uno de esos textos de dos dimensiones, infini­
tamente planos, como dicen Jos matemáti cos, que sólo tienen 
un va lor fidu cia rio en un discurso constituid o, sino un texto 
vehículo de una palabra, en cuan to que ésta constituye una 
emergencia nueva de la verdad . 
Si conviene aplicar a es ta cl ase de texto todos los recursos de 
nuestra exégesis, no es úni ca mente, ti enen aquí el ejemplo de 
ello, para interrogarl o sobre sus rela ciones con aquel que es su 
autor, modo de crílica histórica o literaria cu yo va lor de " resis­
tencia" debe sa llar a los ojos de nn psicoanalisLa formado, sino 
ciertamente para hacerle responder él las preguntas que nos plan­
tea a nosotros, tra tarlo como una pa labra verd adera, deberíamos 
deci r, si conociéramos nues tros propios términos en su valor 
de transferencia. 
Por su puesto, esto supoue que se ]0 interprete. ¿Hay en efec­
to mejor méLOdo críti co que e l que apli ca a la comprensión de 
un mensaje los principios mismos de comprensil> n de los que 
éste se hace vehículo? Es el mooo más racional de poner a prue­
ba su autent icid ad. 
La palabra plena, en efec to, se def ine por sn identidad con 
aquell o de que habla. Y es te texto de Freud nos ofrece un lumi ­
noso ejemplo de esto al con fir mar nuestra tesis del ca r¡'lc ter trans­
psicol{rgico de l ca mpo de l psicoanálisis, como el se ñor J ean Hyp­
polite acaba de deci rl o a ustedes en los propi os términos. 
Por e~o los textos de Ireud resultan a fin de cuentas tener un 
[366] 
RESPUESTA AL COM ~NTA RIO DE J EAN H YI'PO LlTE 367 
verdadero va lor formador para el psicoanalista, avezándolo, co­
mo debe serl o, es a lgo que enseñamos expresamente, en e l ejer­
cicio de un registro fu era del cual su experiencia ya no es nada. 
Pues no se trata de nada menos que de su adecua ción al ni­
ve l de l hombre en que lo capta, piense de ello 10 que piense ; en 
e l cua l es tá ll amado a responderle, quiera lo que quie ra, y de l 
que as ume, tómelo como lo tome, la responsabilidad. Es deci r 
que no es libre de escabullirse de ello recurriendo hipócrita­
mente a su califi cación médica y refiriéndose de manera inde­
terminada a las bases de la clínica. 
Pues ~I new deal psicoanalíti co muestra más de un rostro, a 
decir verd ad ca mbia de rostro según los interloculores, de suerte 
que desde hace a lgú n ti empo tiene tantos que le sucede en oca· 
siones verse atrapado en sus propias coa rtadas, cree r en ellas 
él mismo, y aun encontra rse en ella s por error. 
En cuan to a lo que acabamos de oír, quie ro úni camente indi­
carles hoy las aveni das q ue abre a nues tras investigaciones más 
concretas. 
El se ñor Hyppolite, con su análi sis, nos ha hecho fra nquear 
la especie de co ll ad o, ma rcado por la diferencia de n ive l en e l 
sujeto, de la creación simbóli ca de la negación en re lac ión co n 
la B ejahu1lg. Esta creación del símbolo, como él ha subrayado, 
ha de concebirse como un momento mítico más que como un 
momento gené tico. Pues no puede ni siqui era referirse a la 
constitu ción del objeto, pues to que incumbe a un a relación de l 
suj eto con el ser, y n o del sujeto con el mundo. 
Así pues Freud, en este corto texto, como en el conjunto de 
su obra, se mues tra muy adelante de su época y bi en lej os de 
es tar en falt a frente a los aspectos más recientes de la refl exión 
fil osófi ca. No es qu e se adelante en nada al moderno desarroll o 
del pensamiento de la exi stencia. Pero dicho pensamien to no 
es más que la exhibición que descubre para unos, recu bre para 
otros los contragolpes más o menos bien comprendidos de una 
meditacibn del ser , que va a impugnar roda la tradición de 
nuestro pensamien to como nacida de una confusión pri mordia l 
del se r en e l ente. 
Ahora bi en, no puede uno dejar de quedar impresionado por 
lo que se transparenta constantemente en la obra de Freud de 
una proximidad de estos problemas, que deja pensa r que las 
refe:-encias repe tidas a las doctrinas presocri ti (as no dan sim­
plemente testimoni o de un uso discreto de notas de lectura (q ue 
sería por lo demás contrario a la reserva casi mistificante que 
369 368 RESI' UI:.!i'C A Al. COMENTARI O m: .lEAN lIYL'PQLlTE. 
Freud observa en ]a ma nife~tac i ó n de su inmensa cultura) , sino 
indnd ablemente de una aprensión propiamente metafísica de 
problemas para éJ actualizados. 
Lo que Freud design a aquí por lo afectivo no Liene pues, no 
hace falta volver sobre ello, n ada que ver con el uso que hacen 
de este término los partidarios del nuevo psicoanálisis, que lo 
utilizan como una qua/itas occulta psicológica para des ignar esa 
cosa vivida, cnyo oro su til, si hemos de atenderlos, sólo se daría 
a la d ecantación de una a lta alquimia, pero cuya búsqueda, cuan­
do los yernos jadear ante sus formas más boba s, apen tls evoca 
otra cosa que un husmea r de poca ley. 
Lo afectivo en esle texto d e Freud se concibe como lo qu e 
de una .\ imbolización primordia l conse rva sus efec tos has ta en 
la estruc turación discursiva. Pues esta estructuración, llamada 
también intelectual, es tá hecha para traducir bajo forma de de~­
conocimiento lo que esa primera si mboli zación debe a la muerte. 
Nos ,emo~ llevados así a una. especie de intersecció n de lo 
~imbólico y de lo real que podemos ll amar inmediata, en la 
medida en que .')e opera sin int.ermediario imaginaría, pero que 
se med iati7.a, a unque es precisa menle bajo un a forma que re­
niega de sí misma, por lo qu e quedó excl uido en el tiempo pri­
mero de la simbolización. 
Esta s fórmul as les son accesibles, a pe~ar de su aridez, por 
todo lo que condensan del uso, e n el que se sirven ustedes se­
guirme, de las categorías de lo simb()lico, de lo imaginario y 
de lo real. 
Quie ro da rl e~ una idea de los lugares fértil es cu ya clave es 
lo que hace un momento llamaba )'0 el collado que ellas 
defin en. 
Para hacerlo, extraeré de dos campos diferentes dos ejemplos 
como premisas, el primero, de lo que es tas fórmula s pueden 
iluminar de las estructuras psicopatológicas y hacer compren­
der a la vez de la nosografía; el segun do, de 10 que hacen com· 
prender de la díni ca p~icote[¡ípica y a la vez iluminan para 
la teoría de la técnica. 
El primero interesa a la función de la alucinación . Sin dud a 
no se podría sobreestimar la ampliwd del desplazamiento que 
se h a producido en el planteamien to de este problema por el 
enfoque llamado fen omenológi co de sus datos. 
Pero cualquiera que !iea el progreso que se h a cumplido aquí, 
el problema de la alu cinación sigue es tando no men os centrado 
sobre los atribntos de la conciencia de lo que 10 estaba an te~. 
RESPUESTA AL COMENTARtQ DE JEAN HVPPOLITE 
Piedra de escá ndalo para una teorÍa del pen sa miento que bus­
caba en la conciencia la garantía de su certidumbre, y como tal 
que estaba en el origen de la hipótesis de esa contrahechura de 
la concien cia que algunos comprenden como pueden bajo el 
nombre de epifen ómeno, es nuevamente y más que nunca a 
título de fenómeno de la conciencia como la conciencia va a 
~ome ter la alu cinación a la reducción fenom enológica: en la 
(Iue se creed ver su sentido e ntregarse a la lrituraci6n de las 
formas componentes de su intencion alidad. 
Ningún ejemplo más impresionante de semejan te método que 
las páginas consagradas por Maurice 1\.ferleau.Ponty a la aluci. 
nación en la Fenomenologia de la percepción. Pero los límites 
a la autonomia de la conciencia qu e capta en ella tan admira­
bleme n te en el fen ómeno mi smo son demasi ado sutiles de ma­
nejar para cerrar el camino a la grosera simplificación de la 
noesis alucinatoria en que los psicoanalistas caen corrientemen­
te: utilizando torcidamente las nociones freu dianas para moti­
var Con una erupción del principio de pla cer la conciencia 
alu cinada. l 
Sería sin embargo demasiado fácil obj etar a eso que el noe­
ma de la alucinación, lo qu e se llamaría vulgarmente su conte­
nido, no muestra de hedlO sino la relación más contingente con 
un a .')a tisfacción cualquiera del sujeto. Entonces la preparación 
fen omenológi ca del problema deja entrever que no tiene ya 
;Iquí valor sino a condici ón de plantear los términos de una 
verdadera conversidn de la cuestión : (1 saber, si la noesis del 
fen ómeno ti ene alguna relaci c'm de necesidad con su noema. 
Es aquí donde el artículo de Freud puesto al día toma su 
lugar por señalar a nuestra a(enóón has ta qué punto el pensa ­
miento de Freud es mucho más estructuraJis ta de lo que se 
admite en las ideas aceptada~. Pues ~e falsea el sentido del prin . 
cipi o de pla cer si se d esco noce que en la teoría nunca es plan­
teado ~olo. 
Pue.') la puesta en forma e:,Lru clural, en ese artículo, tal como 
el seilor H yppolite acaba de expli citarl o ante ustedes, nos lleva 
de enlrada , si ~abemos entenderla, más allá de la conversión 
que evocamos como nece~aria. Y es en esa conversión en la que 
voy a inlenta r acostumbrarles a analiza r un ejemplo en el que 
quie ro que sienLan la promesa de una reconstrucción verdade­
1 Co mo ej('m plo de e .~ I C simplismo se puede dar el informe de R. de 
\;:aussun: en el CO II g:n..~O de Psiquia(r (a de 1950 y el u so que en el hace par::l 
lodo (in de ('S::l flución n :rd adt'ramente nu eva: ¡la e moción all1ci"ad3~ 
RESPUESTA AL COMENTARIO DE JEAroi HYPPOL1TE~70 
ramente cienlífica de los dalos del problema, de la que lal vez 
seremos juntos los artesanos por cuanto encontraremos en ello 
los asideros que hasta ahora se han hurtado a la alternativa cru­
cial de la experiencia. 
No necesito ir más lejos para encontrar este ejemplo que 
volver a tomar el que se ofreció a nosotros la última vez, al inte­
rrogar un momento significa tivo del análisis del "hombre de los 
lobos",2 
Pienso que es tá todavía presen te en la memoria de ustedes 
la a lucinación cuyo rastro recobra el suj eto con el recuerdo. 
Apareció erráticamente en su quinto añol pero también con la 
ilusión, cuya falsedad será demostrada, de haberla contado ya 
a Freud , El examen de este fenómeno quedará aliviado para 
nosotros de lo que ya sabemos de su con texto. Pues no es de 
hechos acumulados de donde puede surgir una luz, sino de un 
hecho bien relatado con todas sus correlaciones, es decir con 
las que, a falta de comprender el hecho, juslamen le se olvidan 
-salvo intervención del genio que, no menos justamen te, for­
mula ya el enigma como si conociese la o las soluciones. 
Ese context.o lo tienen ya ustedes pues en los obstácu los que 
ese caso presenló al an álisis, y en los que Freud parece progresar 
de sorpresa en sorpresa. Porque naturalmen te no tenía la om­
nisciencia que permite a nuestros neoprac ticantes poner la pla­
ni [i cación del caso al principio del análisis. E incluso es en esa 
observación donde afirma con mayor fuerza el principio con tra­
rio, a saber que preferiría renunciar al equilibrio entero de su 
leoría antes que desconocer las más pequeñas particularidades 
de un caso que la pusiera en tela de juicio. Es decir que si la 
suma de la experiencia analítica permite desprender algunas 
formas gene rales, un an álisis no progresa si no de lo particular 
a lo particular. 
Los obslácu los del caso presente, como las sorpresas de Freud, 
si recuerdan ustedes mínimamente no sólo lo que de ello sa lió 
a luz la última vez, sino el comentario que hice en el primer 
año de mi seminario,3 se sitúan de plano en nuestro asu n to de 
hoy. A saber, la "intelectualización" del proceso analítico por 
una parte, el mantenimiento de la represión, a pesar de ]a toma 
de conciencia de lo reprimido, por otra parte. 
Así es como Freud, en su inflexible inflexión a la experiencia, 
comprueba que aunque e l sujeto haya mani festado en su com­
t G. W" X II , pp. 103-121 {A. XYIi , pp. 67 ·811. 
• O sea en 1951-1952. 
RESI"UESTA AL COMENTARIO DE JEAN H l'PPOLITE 57l 
portamiento un acceso, y no sin audacia, a la realidad gen ital, 
ésta ha quedado como letra muerta para su in consciente d onde 
sigue reinando la "teoria sexual" de la fa se anal. 
De este fenómeno Freud discierne la razón en el hecho de que 
la posición femenina asumi da por el sujeto en la captación ima­
ginaria del traumatismo primordial (a saber aquel cuya histo­
ricidad da a la comu ni cación del caso su motivo pri ncipal), le 
bace imposible aceptar la realidad genital sin la amenaza, desde 
ese momento inevitable para él, de la castración. 
Pero lo que di ce de la naturaleza del fenómeno es mucho más 
notable. No se trata, nos dice, de una represión (Verdrangu.ng) , 
pues la represión no puede distinguirse del retorno de lo repri­
mido por el cua l aquello de lo que el sujeto no puede hablar, 
lo gr ita por todos los poros de su ser . 
Ese sujeto, nos dice Freud, de la castración no queda saber 
nada en el sentido de la represión, er van ihr nichls wissen wollte 
,:m Sinne der Verdriingung.4 y para designar este proceso em­
p ' ea el término crwerfung, para el cual propondremos consi ­
derándolo touo el término "cercenamiento" ["retranchemenl'T 
Su efecto es una abolición simbólica. Pues cuando Freud ha 
dicho "Erverwarf si e", "cercena la castración" ("u.nd blieb au.f 
dem Slamdpunht des Verkeh rs im After", "y permanece en el 
sta tu qua del coito anal") ,l':i continúa: "con ello no puede dec ir~ 
se que fuese propia meute formulado ningún juicio sobre su 
existencia, pero fue exactameute como si nun ca hubiese exis­
tido".o 
Algunas páginas más arriba, es decir justo después de haber 
delerminado la situación histórica de ese proceso en la biogra~ 
fía de su suj eto, Freud concluyó distinguiéndolo expresamente 
de la represión en estos términos: "Bine Verdriingung isl etwas 
andercs aTs ~I:ne Verwerfung".7 Lo cual, en la traducción fran­
r.esa, se nQ<; presentéi en estos términos: "Una represión es otra 
cos('\ que un juicio que rechaza y escoge." Dejo a ustedes el ju i­
cio de la especie de maleficio que hay que admitir en la suerte 
deparada a los textos de Freud en francés, si nos negamos a 
creer que los traductores se hayan pasado la consigna para ha~ 
cerlos incompren.)ibles, y no hablo de lo que añade a este efecto 
la ex tinción completa de la vivacidad de su estilo. 
'G. W., XII, p. 11 7; Cinq psychanalyses, p. 389 [A. XVJl , p. '18]. 
$ ¡ bid. 
e ¡birl.. 
~ C. W. , Xli, p. 1 J 1; Cinr¡ psychanalyses, p. 385 [A. XVJI, p. 74J . 
http:Verdrangu.ng
RF.5PUESTA AL COMENTARIO I)E J EAN HYI'POLlll'.372 
El proceso de que se trata aquí bajo el nomb re de Verwerfung 
y que no ha sido, que yo sepa, objeto de una sola observación 
un poco consistente en la litera tura analítica, se sitú a muy pre· 
cisamen le en uno de los tiempos que el seilor Hyppolite acaba 
de desbrozar para ustedes en la dialéctica de la Verneinung : es 
exactamen te 10 que se opone a la B ejahu.ng primaria y consti­
tuye como tal lo que es expulsado. De lo cual van ustedes a ver 
la prueba en un signo cuya evidencia les sorprenderá. Porque 
es aquí donde volvemos a encontrarnos en e l punto en que 105 
dejé la última vez, y que va a sernos mucho más fáci l de fran­
quear después de lo que acabamos de aprender gracias al dis­
curso del señor Hyppolite. 
Iré pues más ade l.n te, sin que los más picados de la idea de 
desarrollo. si es que los h ay todavía aquí, puedan obje tarme la 
lecha tardl. del lenóme no, puestoque el señor Hyppolite les 
ha mostrado admirablemente que es m(ticamente como Freud 
lo describe en cuanto primordial. 
La Venverfung pues ha salido al paso a toda maniíestací6n 
del orde n simbólico, es decir a la Bejahung que F reud esta blece 
como el proceso primarjo en que el juicio atr ibutivo toma su 
raJz, y que no es otra cosa sino la condi ción primordial para 
que de lo real venga algo a ofrecerse a la revelación del ser, o, 
para emplear el lengu aje de H eidegger, sea dejado-ser. Porque 
es sin d uda hasta ese punto alejado adonde nos lleva Freud , 
puesto que só lo ulteriormente una cosa cualquiera podrá en­
contrarse allí como ente. 
Tal es la afirmación inaugura l, que no puede ya renovarse 
si no a través de las form as veladas de la palabra in consciente, 
pu es sólo por la negación de la negación permite el di scurso 
humano regresar a eso. 
Pero ¿q ué sucede pues con lo que no es dejado ser en esa 
Dejahung1 Freud nos lo ha dicho previamente, lo que el sujeto 
ha cercenado (verworfen) así, decíamos, de la abe rtura al se r no 
volverá a encontrarse en su historia, si se designa con ese nom­
bre el lugar donde lo repr imido viene a reaparecer. Porque, les 
ruego observar cuán impresi onante es la fórmula por carecer 
de toda ambigüedad, el suj eto no querrá "saber nada de ello 
en el sentido de la represión". Pues para que hubiese efectiva­
mente de conocer a lgo de ello en ese sentido, sería necesario que 
eso sali ese de a lgunil manera a la luz de la simbolizac ión pri­
mordia l. Pero, un a vez más, ¿qu é su cede con ello? Lo que su-
k~PU¡';STA AL COMl!NTA R,lO OE J EAIII H YI'PO LlTE. 373 
cede con ello pueden ustedes verlo: lo q'ue no ha llegado a la 
luz de lo simbólico aparece en lo real. 
Pues así es como hay que comprender la Einbeziehung ins lch ~ 
la introducción en el sujeto, y la Ausstossu'ng aus dem lch~ la 
expulsión fuera d el sujelo. Es esta última la que constituye lo 
rea l en cuanto que es el dominio de lo que subsiste fuera de la 
simbolización . Y por eso la castración aquí cercenada por el 
sujeto de los Iimi les mismos de lo posible. pero igualmente por 
ello sustraída a las posibil idades de la palabra, va a reaparecer 
en lo real, erráticamente, es deci r en relaciones de resistencia 
sin transferencia - diríamos. para volver a la metáfora que uti · 
liza mos an tes, como una puntuación sin texto. 
Pues lo rea l no espera. y concre tamente no al sujeto, puesto 
que no espera nada de la palabra. Pero está ahí, idénti co a su 
existencia , ru ido en el q ue puede oírse todo, y listo a sumergir 
con sus esquirlas lo que el "principio de realidad" construye 
en él bajo el nombre de mundo ex terior. Pues si el juicio de 
existencia funciona efectiva me nte como lo hemos entendido en 
e l mito freudiano, es sin duda a expensas de un mundo sobre 
e l cua I ]a astucia de la razón ha tomado dos veces su parte. 
No hay otro valor que dar en efecto a la reiteració n de la 
repartición del fuera y del den tro que articula la frase de Freud: 
HEs ist, wie man siehl} wieder eine Frage des Aussen tmd. lnnen". 
"Se trata, como se ve, nuevamente de una cuesti ón del fuera y 
del dentro:' ¿En qué momento en efecto se presenta esta frase? 
- Ha hab ido primero la expulsión primari a, es decir lo real 
como exterior al sujeto. Luego en el interior de la represen ta· 
ció n (Vors/ellu.1lg), constituida por la reprod ucción (imagina­
ria) de la percepción primera, la discr iminación de la realidad 
como de aquello que del objeto de esa percepción primera no 
es solamente p lanteado como existente por el sujeto, sino que 
puede volver a encon tra rse (wiede1·gefunden) en el lugar en 
el que puede apoderarse de ello. En eso es en lo úni co en que 
la operación, por muy desencaden ada que sea por el principio 
d e pl acer, escapa a su dominio. Pero en esa realidad que el 
sujeto debe componer segú n la gama bien templada de sus 
objetos, lo real , en cua nto cercenado de la simboli zación primor. 
dia l, está ya. Podría mos incluso decir que cha rla solo. Y el sujeto 
puede verlo emerger de a llí bajo la forma de una cosa que está 
lejos de se r un objeto que le satisfaga, y que uo interesa sino 
de la manera m<Ís incongruente a su intencionalidad presente: 
es aq uí la a lucin ac i()n en cuanto que se diferencia radicalmente 
http:Bejahu.ng
RESPUESTA AL COMENTARIO DE JEAN HYPPOLlTE374 
del fenómeno interpreta tivo. De lo cua l tenemos este testimonio 
de la pluma de Freud transcrito bajo el di ctado del sujeto. 
El su jeto le cuenta en efecto que "cuando tenía cinco años, 
jugaba en el jardín al lado de su criada, y hacía muescas en la 
corteza de uno de esos nogales (cuyo papel en su sueño conoce ­
mas). De pronto notó con un terror imposible de expresar que 
se había seccionado el dedo meñique de la mano (¿derecha o 
izquierda? No lo sabe) y que ese dedo s610 colgaba ya por la 
piel. No sentía ningún dolor, sino una gran an.')iedad. No se 
animaba a decir nada a su criada que estaba a s610 unos pasos 
de él: se dejó caer sobre un banco y permaneció as í, incapaz de 
la nzar una mirada más a su dado. Al fin se ca lmó, miró bien 
su dedo, y -¡fíjese nomás!- estaba totalmente indemne". 
Dejemos a Freud el cuidado de confirmarnos con su escrúpulo 
habitual, por todas las resonancias temáticas y las correlaciones 
biográficas que extrae del su jeto por la vía de la asociación, 
toda la riqueza simból ica del argumento a lucinado. Pero no nos 
dejemos a nuestra vez fascinar por e ll a. 
Las correlaciones del fenómeno nos enseñarán m¡.is para lo 
que nos interesa que el relato que lo somete a las condiciones 
de transmisibilidad del discurso. Que su contenido se pliegue 
a ellas tan holgadamente, que llegue hasta confundirse con los 
temas del mito o de la poesía, plantea por cierto un a cuestión, 
que se formula de inmediato, pero que tal vez exige ser plan· 
teada nuevame n te en un tiempo segundo, aunque sólo sea 
porque en el punto de partida sabemos que la solución simple 
no es aquí suficiente. 
Un hecho en efecto se desprende del relato del episodio que 
no es en absoluto necesario para su comprensi6n, bien al con­
trario, es la imposibi lid ad en que el sujeto se encontró de hablar 
de él en aquel momento. Hay aquí, observémoslo, una interver­
sión de la dificultad en relaciÓn con el caso de olvido del nom· 
bre que hemos ana lizado antes. Allá , el sujeto ha perdido la 
disposiciÓn del significa nte, aquí se de tiene ante la extraileza 
del significado. Y esto hasta e l punLO de no poder comunicar 
el sen timiento que esto le produce, ni siquiera bajo la forma 
de una llamada. siendo así que tiene a su alcance a la persona 
más adecuada para escucharla: su bien amada Nania. 
M uy al contrario, si me permiten el término fami liar por su 
va lor expre.sivo, no pestañea; lo que desc.ribe de su actitud su· 
giere la idea de que no es sÓlo en un estado de inmovilidad en 
lo que se hunde, si no en una especie de embudo temporal de 
p.[.Spu~srA AL COMENTARIO DE lEAN HYPPOLITE 375 
donde regresa sin haber podido contar las vueltas de su descenso 
y de su ascenso, y sin que su retorno a la su perfice del tiempo 
común haya respondido para nada a su esfuerzo. 
El rasgo de mutismo aterrado vuelve a encontrarse notable­
mente en otro caso, casi calcado de éste, y transmitido por Freud 
de un corresponsal ocasional. 8 
El rasgo del abismo temporal no va a dej ar de mostrar corre­
laciones significativas. 
Vamos a en contra rlas efectivamente en las formas actua les en 
que se produce la rememoración. Ustedes sa ben que el sujeto, 
en eJ momento de emprender su relato, creyó primero que ya 10 
había contado, y que este aspecto del fenómeno pareció a Freud 
que merecía ser considerado aparte para servir de tema a uno 
de los escritos que constitu yen este año nuestro programa.\) 
La manera misma en que Freud se pone a explicar esa ilu­
sión del recuerdo, a saber por el hecho de que el sujeto había 
con tado varias veces el episodio de la compra hecha por un tíoa petición suya de una navaja, mientras que su hermana recibía 
un libro, sólo nos retendrá por lo qu e implica sobre la función 
del recuerdo-pantalla. 
Otro aspecto del movimiento de la rememoración nos parece 
c.on verger hacia la idea que vamos a emitir. Es que la correc­
ción que el sujeto le aporta secun dariamente, a saber que el 
nogal de que se trata en e l relato y que no nos es menos familiar 
que a él cuando evoca su presencia en el sueño de a ngus tia , que 
es en cierto modo la pie7.a maestra del material de este caso, es 
aportada sin duda de otro sitio, a saber de otro recuerdo de a lu­
cina ción en el cual es del árbol mismo del que hace brotar 
sa ngre. 
¿No nos indica este conjunto en un carácter en cierto modo 
extratempora! de la rememoraciÓn algo como el sello de origen 
de lo que es rememorado? 
¿Y no encontramos en es te carácter algo no idéntico, pero que 
podríamos ll amar complementario de lo que se produce en el 
famoso sentimiento de déja vu que, aunque ha llegado a consti­
tuir la cruz de los psicólogos, no por ello ha quedado esclarecido 
•ce. "Obcr fausse reconnai<sanc(' ('deja. raconté') w:l.hrcnd dcr ps)'cho­
analyti5chen Arhci(" , en (;. W ., x, pp. 116-123, pasaje ci ta do, p. 122. Trad. 
inglc."a , Coll. Popers, 11, pp. 334·34 1, p. 340 ("Acerca del ¡atme reconnoissancr. 
en el cun.o de l t rabaj o p¡¡icoanalitico", A. X!l~ pp. 207-2 12J. 
11 l!.s d artic ulo citado hace un momen to. 
377 376 RE.~PUE.STA AL COMENTARIO Dli: Jl::AN HYPPOUT¡.: 
a pesa r del número de explicaciones que ha recibido, y que no 
por azar ni por gus to de la erudición recuerda Freud e n el ar­
tícu lo del que hablamos por el momento? 
Podría decirse que el sentimiento de déj.(l vu sale a l encuen tro 
de la alucinación errática, que es e l eco imaginario que surge 
en respuesta a un punto de la realidad que' pertenece a l límite 
donde ha sido cercenado de lo simbólico. 
Esto quiere decir que el ~entimiento de irrealidad e~ exacta­
mente el mismo fenómeno que el sentimiento de realidad, si se 
des igna con este término el "elic" que seña la la resurgencia, di­
fícil de obtener, de un recuerdo olvid ado. Lo que hace que el 
segundo sea sen tido como tal es que se produce en e l interior 
del texto simbólico que constituye el registro de la rememora­
ción, mientras que el primero responde a las formas inmemoria­
les que aparecen sobre el palimpsesto de 10 imaginario, cuando 
el texto inte rrumpiéndose deja al desnudo el soporte de la 
reminiscencia . 
No se necesita para comprenderlo en la teoria freudiana m ¡lS 
que escuchar a ésta hasta el fin , pues si toua representación no 
vale en ella sino por lo que reproduce de la percepción primera, 
esta recurrencia no puede detenerse en és ta sino él título mítico. 
Esta observación remitía ya a Platón a la idea eterna; preside 
en nuestros días el renacimiento del arquetipo. En cuanto a 
nosotros, nos contentaremos con observar que es únicamente 
por las ar ticulaciones simbólicas que lo enmarañan con todo 
un mundo como la percepción toma su carácter de realidad. 
Pero el sujeto no experimentará un sentim ien to menos con­
vincente al tropezar con el símbolo que en el origen cercenó de 
su Dejahung. Pues ese símbolo no encaja por el lo en lo imagina­
rio. Constitu ye, nos dice Freud, lo que propiamente no existe; 
y es en cuanto ta l como ek-siste, pues nada existe sino sobre un 
fondo supuesto de ausencia. Nada ex iste sino e n cua(lto que 
no existe. 
Es también esto lo que aparece en nuestro ejemplo. El con­
tenido, de la alucinación tan masivamen te simbólica, debe en 
ella su aparición en lo real al hecho de que no existe para el 
sujeto. Todo indica en efecto que éste permanece fijado en su 
inconsciente en una posición femenina imagi naria que quita 
todo sentido a su mutilación alucinatoria, 
En el orden simbólico, los vacíos son tan significantes como 
los llenos; parece efectivamente, escucha nd o a Freud hoy, que 
ItESPUJ.:STA AL COMfNTAH.lO 01. JEA N H) I'I' OLLT!;: 
es la hi ancia de un vacío la que constituye el primer paso de 
todo su movimiento dialécti co. 
Es ciertamen te ]0 que explica, al parec(::I', ]a insiste ncia que 
po ne el esquizofrénico en reiterar ese pa::.o. En vano, puesto 
que para él todo lo si mbólico e:; real. 
Bien d ifere nte en eso de l paranoico <..Icl que helllo~ mostrado 
en nuestra tesis las es tructu ras imagi na ri as preva lentes, es decir 
la retroacción en un tiempo cícl ico que hace tan difícLl la ana m­
nesia de sus perturbaciones, de fenómenos elementales que son 
wlRmente presignifican tes y que no logran sino después de ulla 
organi;¡-.ación discursiva larga y penosa eMablecer, consti tuir, 
ese universo siempre parcial que llaman un uelirio. 1O 
Me detengo en estas indicaciones, q ue habremo~ ue volver 
a LOmar en un trabajo clíni co, para dar un segundo ejemplo en 
el cua l poner a prueba nuestras afirmaciones de hoy. 
Este ejemplo incumbe a otro modo ue interferencia entre lo 
~imbólico y lo real, esta vez no uno que sufra el sujeto, sino 
que el suje to ac tú a. Es efecli vamen Le este modo de reacción el 
que se designa en la técnica con el nombre ue acting out sin 
que quede siempre bien de limitado ~u sentid o; y va mos a ver 
que llUestras consideraciones de hoy son de na tura leza adecuada 
para renovar su noción . 
E l acting-out que vamos a exam ilwr, ~ ientlo de lan poca con­
secuencia aparen temente p ara el suje to como la alucinación que 
acaba de retener nuestra atención, puede ser no menos demo~­
tra tiv o. Si no ha de permiti rnos llegar tan lejos, es que el autor 
del que ]0 tomamos no muestra el poder de investigación y la pe­
netración adivinatoria de Freud, y que para sacar de él más 
instrucción pronto nos faltará materia. 
Es referido en efecto por Ernst Kris, au tor que adq uiere sin 
embargo toda su importancia por formar parte del triunvirato 
que se encargó de dar al new deal de la psicología del ego su 
esta tlH o e n cierto modo oEcial, e incluso por considerársele como 
su ca beza pensante. 
No por ello nos da de él una fórmu la más segura, y los pre­
cep tos técnicos que este ejemplo se supone ljue iluslra en el 
art ículo " Ego psycho logy a nu interpre tat ion in psychoanalytic 
10 D e la j)syc}¡ose pararJOloque daflS ses rapportJ avec la persOfmolit¿, Parb. 
L.e fran~oi~, 1932. [De la Psi cosis p(J1"OfJoi ca C1I sus n' lacioTles con la peTSo­
y¡alidad, México, Siglo XXI, 1976). 
http:COMfNTAH.lO
379 378 RESPUEST A AL COMENTARIO DE JEAN H 'i'fPOLlTE 
therapy" 11 desemboca n, en su equilibrio d onde se distinguen 
las nostalgias del ana lista de vieja cepa, en nociones entre azul 
y buen as noch es cu yo examen dej amos para más tarde, sin dejar 
de esperar por lo demás la llegada del bendi l O que, ca libra ndo 
por (in en su ingenui dad esa infa tuación del análisis normali­
zante, le propinase, sin que nadie te nga por qué meter las na­
rices, el golpe definiti vo. 
Consideremos mientras tanto el caso que nos presenta para 
arrojar luz sobre la elegancia con que, podríamos d ecir, lo ha 
desbrozado, y es to en razón de los principios de los cuales su 
in tervención decisiva muestra la aplicación magi.stral: enlenda­
mas con es to el llamado al yo del sujeto, el a bordamiento " por 
la superfi cie", la referencia a la rea lidad, y tutti q'uan ti. 
He aquí pues un suj eto al que ha tomad o en posición de se­
gundo analísta . Este sujeto se encuen tra gravemente t raba do 
en su profesión, profesión inte leCLUa l que parece no estar mny 
alejada de la nuesLra. Esto es lo que se tradu ce diciéndon os que, 
aunque ocu pa una posición aca démica respetada, no podría 
ava nzar a un más alto rango, por falta de poder publi car sus 
investigaciones. La traba es la compulsión por la cua l se sie nte 
empujado a tomar las ideas de los otros. Obsesión pues del 
plagio, y aun del plagi aris rno. En el punto en que se encuentra, 
después de haber cosechado una mejoría pragmática de su pri­
me r aná lisis, su vida gravita en torno a unbrillante scholar en 
e l tormen to constantemente a limentado de evitar hurta rl e sus 
ideas. Sea co mo sea, un trabaj o es tá listo p ara aparecer. 
y un buen día, h ete aquÍ que ll ega a la se~ ión con u n aire 
de triunfo, Ya tiene ]a prueba: acaba de ech ar el guante a nn 
libro de la biblioteca que contiene todas las ideas del su yo, 
Puede decirse que no conocía el libro, puesto que le echó una 
ojeada n o hace mucho, No obstan te, ahí 10 tenernos, plagiario 
a pesar suyo. El anali sta (la analista) que le hizo su primer 
trata mie nto tenía basta nte razón cuando le decía aprox imada­
men te "quien ha robado robará", puesto que también en su 
pubertad bi rlaba de buen tal ante libros y go losi nas. 
Aquí es donde Ernst Kris, con su ciencia y con su auda cia, 
interviene, no sin conciencia de hacérnoslas medir , senlimiento 
en el que ta l vez lo aba ndona remos a med io ca mino. P ide ver 
ese libro. Lo lee. Descu bre que n tlda justifica en él lo que el 
sujeto cree leer allí. Es él solo quien atribuye al autor el haber 
dicho todo Jo que él quiere decir. 
JI Aparec ido ('11 T he Psychoonalytic Qua rterly, vol. xx, núm, 1, enero. 
ill!SPUESTA AL COMENTARIO DE JEAN H Yr>POLITE 
Desde ese momen to, nos di ce Kris, la cuestión cambia de faz . 
Pronto se trasluce que el emin ente coleg'a se ha apoderado de 
manera rei terada de las ideas del sujeto, las ha arregl ado a su 
gusto y simplemente las h~ seña lado sin hacer mención de ellas. 
y esto es lo que el sujeto temblaba de robarle, sin reconocer en 
ello su bien. 
Se anun cia una era de comprensión nueva. Si dij ese que el 
g ra n corazÓn de Kris abrió las puertas de és ta, si n dud a no re­
cogería su asent imi enlo. Me diría, con la seriedad proverb ia l­
mente atribuida en (rancés al papa, que siguió el gran princi­
pio de abordar los problemas por la superfi cie. ¿Y p or qué no 
d iríamos también que los Loma por fue ra , e incluso que una 
br izna d e quijotismo podría leerse sin que él lo sepa en la 
manera en que viene a decidir tajantemente en materia tan 
delicada como el h ech o del plagio? 
El vuelco de intención cuya lección hemos ido a aprender hoy 
de nuevo en Freud lleva sin duda a algo, pero no está di cho que 
sea a la obje tivi dad. En verdad, si podemos estar seguros de que 
no se sacará sin provecho a la be lla alma de su rebeldía contra 
el desorden de l mund o, poniéndola en g'u ardia en cua nto a la 
pa rte que le toca en él, lo inverso no es verdad, y no debe bas­
ta rnos que a lguien se acuse de alguna mala intención para qu e 
le aseguremos que no es culpable de eIJa , 
Era sin embargo un a magnífi ca ocasión para poder perca tarse 
de que, si hay por lo menos un prejuicio del que el psi coanalista 
debería desprenderse por medio del psicoanál isis, es el de la 
propiedad intelectua l. f ,s to habría hecho si n duda m.1s fá cil 
para aquel que seguimos aquí or ientarse en la manera en que 
su pacien te lo entendía por su pa rte. 
y pues to que se sa lta la barrera de una prohibición, por lo 
demás más imaginaria que rea l, para permitir al analista un 
juicio sob re las pruebas, ¿por qué no darse cuenLa de C]ue es 
quedarse en la abstracción no mirar el contenido propio de las 
ide3s aqní en litigio, pues no podría ser indiferente? 
La incide nci a VOfélc ional, para decirlo de una vez, de la inhi­
bición no es tal vez de descuidarse enteramente, a un cuando 
sus erectos profesiona les parecen (~videntemente más imponan­
tes en la perspectiva culturalm ente especifi cada del Sll ccess . 
Pues, si he pod ido notar a lguna conten ción en la exposi ción 
de los princ ipio'i de interpretaci6n que implica un psicoa náli sis 
que ha regresado a la ego p5ycho 'ogy~ en cambio en e l comen­
tario de l caso no nos perdonan nada . 
~~o IU::S I'U E~"'A A l. CO MI:.N1ARIO 1.1 1:;: JI·:AN 1I'I" ' I'OLll'f. 
Reconfortúndose de pasada con una coincidencia que le pa~ 
rece de las más felices con las fórmulas del honorable señor Bi~ 
bring, el señor Kris nos expone su método: "Se trata de determi~ 
llar en UII periodo preparatorio (sic) las patlenl:i de compor~ 
tamiento, "re;cntes y pasadas, <lel sujeto (d. p. 24 del artículo). 
Se observarán :lnte todo aq uí sus actitndes de crítica y de admi~ 
ración para con las ideas de los otros; luego la relación de éstas 
con la ~ ideas propias del paciente." Pido excusas por segu ir 
paso a paso el tex to. Pues es preciso aquí que no nos deje duda 
alguna so bre el pensamiento de su autor. "Una vez llegados a 
este punto, la comparación entre la productividad del propio 
pacie nte y la de los otros debe proseguirse con el mayor detalle. 
Al final, b deformación de imputar a 105 otros sus propias ideas 
va a poder finalmente ana lizarse y el mecanismo 'debe y haber ' 
volverse cOI1:,cien te." 
Uno de los maestros añorados de nuestra juventud, del que 
-SÜl emba rgo no podemos decir que lo haya mos seguido en los 
últimos viraje:, de su pen:,amiento, había designado ya lo que 
nos describen aquí con el nombre de "balancjsmo". Por supuesto, 
no es de de::.de ñarse hacer consciente un síntoma obsesivo. pero 
sigue siendo a lgo diferente de fabricarlo de cabo a rabo. 
Abstractamen te planteado, este análisis, descriptivo, nos pre­
ú::.an, no me parece sin embargo muy diferenciado de lo que 
se reporta del modo de abordamiento que habría seguido la 
primera analista. Pues no nos hacen un misterio del hecho de 
que se trata de la seilora Melitta Schmideberg, al ci tar una frase 
extraída de un comentario que habría hecho apa recer de ese 
caso: "Un paciente que durante su pubertad robó de vez en 
<:uando... ha conservado más tarde cier ta inclinación al pla~ 
gio... Desde ese momento, puesto que para él la actividad e~t<l ­
ba li gada con el robo, el e!ifuerzo científico con el plagiarís~ 
mo, etcé tera." 
No hemos podido verificar si esta frase agota la parte tomada 
al aná lisis por el autor juzgado, ya que una parte de Ja litera~ 
tura ana líti ca se ha vuelto por desgracia muy difícil ele acceso.12 
Pero comprendemos mejor el énfasis del autor de quien reci­
bimos el texto cuando embona su conclusión: " Es posible ahora 
comparar los dos tipos tIe enfoque anal1tico." 
Pues, a medida que ha preci:,ado concretamente en qu é con~ 
giste el suyo, vemos claramente lo que quiere decir ese aná lisis 
u eL s¡ se puede: Melina SCh micleberg, "Iocellekluellc Hernmung uIH! 
E,.StOrung'·, Zlsch,.. f. PSfl. Piid., \'111, 1934. 
RESl'Uf'.sTA AL (;O Mt.NTARIO VE JEAN H)' !'POL¡n: ~8 1 
de las !Jallerns de la conducta del snjeto, es propi a mente jnscri~ 
bir esa cond ucta en las patterns de l anal ista. 
No es que no se meneen allí otras cosas, Y vemos dibujarse con 
el padre y el abuelo una situación triangular mu y atractiva de 
aspecto, tanto más cnanto que el prjmero parece haber fallado, 
como suele suceder, en mantenerse al nivel del segund o, sabio 
distinguido en su campo. Aquí algunas astucias sobre e l abuelo 
(grand-pére) y el padre que no era grande, a las que tal vez 
hubiéramos preferido a lgu nas indicaciones sobre el papel de la 
muerte en todo es te juego. Que los peces grandes y los chi cos 
de las partidas de pesca con el padre simbolicen la clásica "com­
paración" que en nuestro mundo mental ha tomado el lugar 
ocupado en otros siglos por aIras más galantes, i no lo dadamosl 
Pero todo esto, si se me permite la expresión, no me p;lrece 
tomado por la punta debida. 
No daré de ello m,ls prueba que el cuerpo del delito prome­
tido en mi ejemplo, es decir justamente lo que el señor Kris nos 
produce como el trofeo de su victoria. Cree haber llegado a 1a 
meta; se lo participa a su paciente. "Sólo las ideas de los o tros 
wn interesantes, son las únicas que va le la pena tomar; a pode­
rarse de ellas es un a cuestión de saber arreglárselas" -traduzco 
así engineering porque pienso que hace eco al célebre how lO 
norteamericano, pongamos, si no es eso: cue~tión de planifica~ 
ción. 
"En ese punto - nos dice Kris- de mi interpretación, espe ra­
ba la reacción de mipaciente. El paciente se ca ll a ba, y la lon­
gitud misma d e ese si lencio, afirma, pues mide sus efectos, tiene 
una signifi cación especia l. Entonce~ como domin ado por una 
iluminación súbita, profiere estas palabras: 'Todos los días a 
mediodía, cuando salgo de la sesión, antes del almuerzo, y antes. 
de volver a mi oficina, voy a dar una vuelta por la calle tal 
(una ca lle, nos expli ca el autor, bien conocida por sus restau ­
rantes pequeños, pero donde es uno hien atendido) y hago g ui . 
ños a los menús detrás de las vidrieras de sus enu:adas. En uno 
de esos restaurantes es donde encuentro de costumbre mi plaLo 
preferido : sesos frescos'. " 
Es la palabra final de su observación. Pero el muy vivo ill ­
teres que siento por los casos de generaci<'J1l sugerida de los ra­
tones por las montañas, los detendrá a ustedes, así lo espero, 
todavía un momento, si les ruego exam inar conmigo ést.a. 
Se trata de todo <t todo de un jndividuo de la e~pecíe Ilamélda 
http:acceso.12
~82 R.ESPUESTA AL COMENTARIO DI': JEAN H YI'POLlTF. 
acting out, sin duda de pequeño tama ño, pero muy bien cons­
tituido. 
Sólo me asombra el placer que parece aportar a su partero. 
¿Piensa acaso que ,')e trata de una salida vá lida de ese id,13 que 
lo supremo de Su arte ha logrado provocar? 
Que con seguridad la confesión de ello que hace el sujeto 
tenga todo su valor transferencial , es cosa fuera de duda, aun 
cuando el autor haya lomado el partido, deliberado, él lo sub­
raya, de ahorrarnos todo detalle referen te a la articulación, y 
aquí subrayo yo mismo, entre las defe nsas (de las que acaba de 
<lescribirnos el proceso de desmontarlas) y la 'resistenda del pa­
ciente en el análisis. 
Pero del ac to mismo, ¿qué comprender? Sa lvo ver en él pro­
piamente una emergencia de una relación oral primordialmente 
"cercenada ", lo cual explica sin duda el relativo fracaso del 
primer análi sis. 
Pero que aparezca aquí bajo la (orma d e un acto totalmente 
incomprendido por el sujeto no nos parece para este nada bené­
fi co, si hicn nos muestra por otra parte adónde conduce un aná­
lisis de las resistencias que consiste en atacar el mundo (las 
patlerns) del sujeto para remodelarlo sobre el del ana lista , en 
nombre del análisis de las defensas. No dudo de que el paciente 
se encuentre, a fin de cuentas, muy bien sometiéndose aquí tam­
bién a un régimen de sesos frescos. Llenará así una palte·m más, 
la que un gran número de teóricos asignan propiamente al pro­
-ceso del análi sis: a saber, la introyección del yo del analista. Hay 
que esperar, en efecto, que aquí también es a la parte sana a la 
-que entienden referirse, Y en este pun to las ideas del señor Kris 
sobre )a productividad intelectual nos parecen garantizadamen­
te de conformidad para Norteamérica, 
Parece accesorio p reguntar cómo va a arreglárselas con los 
sesos frescos, los sesos re<1 les, los que se rehogan con mantequilla 
y pimienta. para lo cual se recomienda mondarlos previamente 
de la pía madre, cosa que exige mucho cuid ado. No es ésta sin 
embargo una pregunta vana, pues su pónganse que hubiera sido 
por los mu chachitos por los que hubieran descubierto en sí el 
mismo gusto, ex igiendo no menores refinamientos, ¿no habría 
·en el fondo el mismo malentendido? Y ese acting out~ como 
quien dice, ¿no sería igualmente ajeno al sujeto? 
Esto qui ere decir que al abordar la resisten cia del yo en las 
UTéJ·mino inglés aceptado por el Es rrcudiano. 
RESPUESTA AL COMENTARIO DE lEAN HYl'POL¡TE 3B3 
defensas del sujeto~ que al plantear a su mundo las preguntas a 
las que debería contestar él mismo, puede uno ganarse respues­
tas bien incongruentes, y cuyo valor de realidad, en cuanto a 
las pulsiones del sujeto. no es el que se da a reconocer en los 
síntomas. Esto es lo que nos permite comprender mejor el aná­
lisis hecho por el se ñor Hyppolite de las tesis apor tadas por 
Freud en la Ve·mein ung.

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