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ALOCUCIÓN SOBRE LAS PSICOSIS DEL NIÑO1 Pr o n u n c ia d a el 2 2 de o c tu br e de 1 9 6 7 COMO CONCLUSIÓN DE LAS JORNADAS SOBRE EL TEMA Mis amigos, Quisiera primero agradecer a Maud Mannoni, a quien le debemos estos dos días de reunión y, por tanto, todo lo que se ha podido concluir en ellos. Ella ha tenido éxito en su propósito, gracias a la extraordinaria generosidad que la caracteriza, que le hizo ante cada uno pagar, con su esfuerzo, el privilegio de traer desde todas partes a quien pudiera dar respuesta a una pregunta que ella hizo suya. Luego de lo cual, borrán dose frente al objeto, le planteó interrogaciones pertinentes. Para partir de este objeto, que está bien centrado, quisiera hacerles sentir su unidad a partir de algunas frases que pronuncié hace unos veinte años en una reunión en lo de nuestro amigo Henri Ey, que uste des saben ha sido, en el campo psiquiátrico francés, lo que llamaremos un civilizador. Él planteó la pregunta inherente a la enfermedad mental de un modo tal que hay que decir que al menos despertó al cuerpo de la psiquiatría en Francia a la más seria cuestión de lo que ese cuerpo mismo representaba. Para llevar el todo a su fin más justo, tuve que contradecir el órga no-dinamismo, del que Henry Ey se había erigido en promotor. Por eso me expresaba en estos términos sobre el hombre en su ser: "Lejos de que la locura sea la falla contingente de las fragilidades de su organis mo, ella es la virtualidad permanente de una falla abierta en su esencia. Lejos de ser un insulto a la libertad (como lo enuncia Ey), es su com pañera más fiel, sigue su movimiento como una sombra. Y el ser del 381 JA C Q U E S LACAN hombre no solamente no puede ser comprendido sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no portara en sí la locura como límite de su libertad". A partir de esto, no les puede parecer extraño que en nuestra reu nión hayan confluido las preguntas que referidas al niño, a la psicosis, a la institución. Les debe de parecer natural que en ningún lugar más que en estos tres temas se evoque más constantemente la libertad. Si la psicosis es realmente la verdad de todo cuanto verbaímente se agita bajo esa bandera, bajo esa ideología, actualmente la única con la que el hombre civilizado se arma, advertimos mejor el sentido de lo que según su propio testimonio hacen nuestros amigos y colegas ingleses en la psicosis, al instaurar -justamente ese campo y justamente con esos partenaires- modos, métodos, en los que el sujeto es invitado a pronun ciarse a propósito de lo que ellos piensan como manifestaciones de su libertad. Pero, ¿no es esta una perspectiva un tanto corta? Quiero decir, ¿acaso esta libertad suscitada, sugerida por cierta práctica que se dirige a estos sujetos, no conlleva en sí misma su límite y su señuelo? En cuanto al niño, al niño psicótico, esto desemboca en leyes, leyes de orden dialéctico, que están en cierto modo resumidas en la pertinen te observación que hizo el doctor Cooper, esto es, que para obtener un niño psicótico, es necesario el trabajo de al menos dos generaciones, siendo él mismo el fruto en la tercera. Que si finalmente se plantea la cuestión de.una institución-que esté - propiamente en relación con ese campo de la psicosis, se comprueba que siempre en algún punto de situación variable prevalece en ella una relación fundada con la libertad. ¿Qué quiere decir? Es claro que no pretendo en modo alguno cerrar así estos problemas, tampoco abrirlos, como se dice, o dejarlos abiertos. Se trata de situarlos y captar la referencia desde donde podemos tratar los sin quedar nosotros mismos atrapados en cierto señuelo, y para ello habrá que dar cuenta de la distancia en que reside la correlación de la que nosotros mismos somos prisioneros. El factor del que se trata aquí es el problema más candente de nuestra época, que en tanto primera, tiene que experimentar que el progreso de la ciencia vuelva a cuestio nar todas las estructuras sociales. Aquello con lo que, no solamente en nuestro dominio de psiquiatras, sino tan lejos como se extienda nuestro 382 ALOCUCIÓN SOBRE LAS PSICOSIS DEL NIÑO universo, tendremos que vérnoslas, y de modo cada vez más apremian te: la segregación. Los hombres están inmersos en un tiempo que llamamos planetario, en ol que se informarán acerca de ese algo que surge de la destrucción de un antiguo orden social que simbolizaré con el Imperio, cuya sombra se perfiló todavía durante mucho tiempo en una gran civilización, para ser sustituido por algo muy distinto, que no tiene en absoluto el mismo sentido, los imperialismos, cuya pregunta es la siguiente: ¿cómo hacer para que masas humanas, condenadas al mismo espacio, no solamente geográfico, sino en esta ocasión familiar, permanezcan separadas? El problema en el nivel en que Oury lo articuló hace un momento con el término preciso de segregación es pues solo un punto local, un pequeño modelo de algo respecto de lo cual se trata de saber cómo nosotros, quiero decir, los psicoanalistas, vamos a responder: la segre gación puesta a la orden del día por una subversión sin precedentes. Aquí no hay que descuidar la perspectiva desde la cual Oury pudo formular hace un rato que en el interior de lo colectivo, el psicótico esencialmente se presenta como el signo, signo en impasse, de lo que legitima la referencia a la libertad. El mayor de los pecados, nos dice Dante, es la tristeza. Debemos preguntamos cómo nosotros, comprometidos en el campo que acabo de circunscribir, podemos sin embargo estar fuera. Todos saben que soy alegre, hasta dicen que chiquilín: me divierto. 'Me sucede sin cesar, en mis texios, entregarme a bromas que no son del agrado de los universitarios. Es verdad. No soy triste. O más exac tamente, tengo una sola tristeza, en lo que me ha sido trazado como carrera, y es que haya cada vez menos personas a quienes les pueda decir las razones de mi alegría, cuando las tengo. Vayamos sin embargo al hecho de que si podemos plantear las pre guntas como lo hemos venido haciendo desde hace algunos días aquí, es porque en el lugar del X encargado de responderlas -durante mucho tiempo el alienista, luego el psiquiatra- alguien de otra parte ha dicho su palabra, el llamado psicoanalista, figura nacida de la obra de Freud. ¿Qué es esta obra? Ustedes saben que para hacer frente a las carencias de cierto grupo me vi llevado a este lugar, que no ambicionaba para nada, de tener que interrogarnos, con aquellos que podían escucharme, sobre lo que 383 JACQUES LACAN hacíamos como consecuencia de esta obra, y para tal fin retornar a ella. Justo antes de las cimas del camino que instauré con su lectura antes de abordar la transferencia, luego la identificación, después la angustia, no por azar, a nadie se le hubiera ocurrido que ese año, el cuarto previo a la finalización de mi seminario en Sainte-Anne, yo haya creído que debíamos asegurarnos la ética del psicoanálisis. Parece en efecto que corríamos el riesgo de olvidar que en el princi pio del campo de nuestra fundón hay una ética y que, en consecuencia, cualquier cosa que se pueda decir, y hasta sin mi consentimiento, sobre el fin del hombre concierne a una formación que se puede calificar de humana, y ese es nuestro prindpal tormento. Toda formación humana tiene por esencia, y no por accidente, el refrenar el goce. La cosa se nos aparece desnuda, y no ya a través de esos prismas o lentes llamados religión, filosofía... hasta hedonismo, porque el principio de placer es el freno del goce. Es un hecho que hacia fines del siglo XIX, y no sin alguna antinomia respecto de la seguridad que extraía de la ética utilitarista, Freud devol vió el goce a su lugar central, para apreciar todo lo que podemos ver, a lo largo de la historia, afirmarse como moral. ¿Qué agitación hizo falta, quiero decir en los fundamentos, para que vuelva a emerger ese abismo al que arrojamos como alimento dos veces por noche, dos vecespor mes, nuestra relación con algún cónyu ge sexual? . ■ No es menos notable que en nuestras conversaciones durante estos dos días nada haya sido más infrecuente que recurrir a términos tales como relación sexual (para dejar de lado el acto), inconsciente, goce. Eso no quiere decir que su presencia no nos haya dominado, invi sible, pero también palpable en tal gesticulación detrás del micrófono. Sin embargo, nunca fue articulada teóricamente. Lo que se entiende (inexactamente) de la propuesta de Heidegger en cuanto a tomar un fundamento en el ser-para-la-muerte se presta al eco que él hace resonar a lo largo de los siglos, siglos de oro: el peni tente como puesto en el centro de la vida espiritual. No desconocer en los antecedentes de la meditación de Pascal el apoyo de un franquea miento del amor y de la ambición no nos garantiza sino mejor el lugar común que era, ya en su época, el retiro donde se consuma el afronta- 384 ALOCUCIÓN SOBRE LAS PSICOSIS DEL MIÑO miento del ser-para-la-muerte. Constatación qüe adquiere su valor en el hecho de que Pascal, al transformar esta ascesis en apuesta, de hecho la clausura. ¿Estamos sin embargo a la altura de aquello que parece que somos, por la subversión freudiana, llamados a sostener, a saber, el ser-para- el-sexo? No parecemos lo suficientemente valientes como para sostener esa posición. Tampoco lo suficientemente alegres. Lo cual, pienso, prueba que todavía no estamos totalmente a punto. Y no (o estamos en razón de lo que los psicoanalistas dicen dema siado bien como para soportar saberlo, y que gracias a Freud designan como castración: el ser-para-el-sexo. El asunto se aclara con lo que Freud dijo en forma de historietas y que debemos destacar: que, en cuanto somos dos, el ser-para-la-muer- te, crean lo que crean quienes lo cultivan, deja ver en el menor de los lapsus que de lo que se trata es de la muerte del otro. Lo que explica las esperanzas puestas en el ser-para-el-sexo. Pero, en contraste, la expe riencia analítica demuestra que, cuando somos dos, la castración que descubre el sujeto no puede ser sino la suya. Lo que para las esperanzas puestas en el ser-para-el-sexo desempeña el rol del segundo término en el nombre de los Pecci-Blunt: el de cerrar las puertas que antes se habían abierto de par en par. Fl penitente pierde, pues.jnuqho.al aliarse con el psicoanalista. En la época en la que él marcaba el camino, dejaba libre, increíblemente más que desde el advenimiento del psicoanalista, el campo de los jugueteos sexuales, como lo testimonian muchos documentos en forma de memo rias, epístolas, informes y sátiras. Para decirlo, si bien es difícil juzgar con justeza si la vida sexual era más desahogada en los siglos XVII o XVIII que en el nuestro, por el contrario, el hecho de que los juicios refe ridos a la vida sexual hayan sido más libres se resuelve con toda justicia a nuestras expensas. No es ciertamente excesivo relacionar esta degradación con la "pre sencia del psicoanalista" entendida en la única acepción en la que el empleo de este término no constituye una impudicia, es decir, en su efecto de influencia teórica, marcada precisamente por la falla de la teoría. 385 JACQUES LACAN Si se reducen a su presencia, los psicoanalistas merecen que se per ciba que ellos no juzgan las cosas de la vida sexual ni mejor ni peor que la época que les- hace lugar, que no son en su vida de pareja más frecuentemente dos que en otro lado, lo que no perturba su profesión, puesto que una tal pareja no tiene nada que hacer en el acto analítico. Por supuesto la castración no tiene rostro sino al término de este acto, no obstante cubierto (el rostro), dado que en ese momento el parte- mira se reduce a lo que yo llamo objeto a; es decir, como conviene, que el ser-para-el-sexo debe experimentarse en otro lado, y está entonces en la confusión creciente que le aporta la difusión del psicoanálisis mismo, o de lo que se intitula así. Dicho de otro modo, lo que instituye la entrada en el psicoanálisis proviene de la dificultad del ser-para-el-sexo, pero su salida, si se lee a los psicoanalistas de hoy, no sería otra cosa que una reforma de la ética en la que se constituye el sujeto. No somos pues nosotros, Jacques Lacan, quienes no confiamos más qué en operar sobre el sujeto en tanto pasión del lenguaje, sino quienes lo absuelven al obtener de él la emi sión de palabras bellas. Por quedarse en esta ficción sin entender nada de la estructura en la que ella se realiza, no se piensa más que en fingirla real y se cae en la elucubración. El valor del psicoanálisis es operar sobre el fantasma. El grado de su éxito ha demostrado que ahí se juzga la forma que sujeta como neuro sis, perversión o psicosis. De donde se plantea, si nos quedamos en eso, que el fantasma le da a la realidad su marco: ¡cosa evidente en este punto! Y también imposible de mover, a no ser por el margen que deja la posibilidad de exteriorización del objeto a. Se nos dirá que es precisamente aquello de lo que se habla con el término objeto parcial. Pero justamente, por presentarlo con ese término, ya se habla dema siado de él como para decir algo pertinente al respecto. Si fuera tan fácil hablar de él, lo llamaríamos de otro modo y no objeto a. Un objeto que necesita que se retome todo el discurso sobre la causa no es asignable a voluntad, ni siquiera teóricamente. No tocamos aquí estos confines sino para explicar cómo en el psi 386 ALOCUCIÓN SOBRE LAS PSICOSIS DEL NIÑO coanálisis se retoma tan brevemente a la realidad, por no tener una visión de su contorno. Notemos que aquí no evocamos lo real, que en una experiencia de palabra solo llega como virtualidad, que en el edificio lógico se define como lo imposible. Hacen falta muchos estragos ejercidos por el significante para que sea cuestión de realidad. A estos estragos hay que captarlos muy atemperados en el estatuto del fantasma, a falta de lo cual el criterio adoptado de adaptación a las instituciones humanas vuelve a la pedagogía. Por impotencia para plantear ese estatuto del fantasma en el ser- para-el-sexo (el cual se vela en la idea engañosa de "elección" subjeti va entre neurosis, perversión o psicosis), el psicoanálisis chapucea de modo folclórico un fantasma postizo, el de la armonía alojada en el hábitat materno. Ni incomodidad ni incompatibilidad pueden produ cirse ahí, y la anorexia mental queda aquí relegada como rareza. No se puede medir hasta qué punto ese mito obstruye el abordaje de esos momentos que hay que explorar, muchos de los cuales fueron evo cados aquí. Tal como el del lenguaje abordado bajo el signo de la des dicha. ¿Qué premio de consistencia se espera por señalar como prever bal ese momento preciso que precede a la articulación patente de eso alrededor de lo cual parecía doblegarse la voz misma del presentador?: ¿la garantía? [la gage], ¿la espátula? [la gaché]. Demoré un momento en lx> n o l o K r o * l ú r > < T i i ^ t o í í / i r X M f í p l 2 L.......... Pero lo que yo le pregunto a quienquiera que haya oído la comuni cación que pongo en cuestión es, si un niño que se tapa los oídos, se nos dice, ¿ante qué? ante algo que se está hablando, ¿no está acaso ya en lo posverbal, puesto que se protege del verbo? En lo que concierne a una pretendida construcción del espacio que se cree captar allí en estado naciente, me parece más bien encontrar el momento que da testimonio de una relación ya establecida con el aquí y el allá que son estructuras de lenguaje. ¿Hay que recordar que, por privarse del recurso lingüístico, el obser vador no puede sino dejar escapar la incidencia eventual de las oposicio nes características en cada lengua para connotar la distancia, aun a costa de entrar por ahí en los nudos que más de una nos incita a situar entre el aquí y el allá? En suma, en la construcción del espacio está lo lingüístico. 387 JACQUES LACAN Tanta ignorancia, en el sentido activo que se ocultaahí, no permite evocar la diferencia tan bien marcada en latín entre el taceo y el silet. Si el silet apunta ya allí, sin que todavía uno se espante, por falta del contexto de los "espacios infinitos", a la configuración de los astros, ¿no nos hace observar que el espacio llama al lenguaje en una dimensión muy otra que aquella donde el mutismo empuja una palabra más pri mordial que cualquiera mamama. Lo que conviene indicar aquí es sin embargo el prejuicio irreductible con el que se grava la referencia al cuerpo mientras el mito que cubre la relación del niño con la madre no sea levantado. Se produce una elisión que no puede anotarse sino como objeto a, cuando precisamente es este objeto el que ella sustrae de toda captura exacta. Digamos entonces que no se la comprende sino oponiéndose a que sea el cuerpo del niño el que responda al objeto a: lo que es delicado, allí donde no surge ninguna pretensión semejante, la que solo se animaría a sospechar la existencia del objeto a. Se animaría justamente en la medida en que el objeto a funciona como inanimado, porque es como causa como aparece en el fantasma. Causa respecto de lo que es el deseo del que el fantasma es el mon taje. Pero también en relación con el sujeto que se escinde en el fantas ma al fijarse allí con una alternancia, montura que hace posible que el deseo no por eso sufra ninguna inversión. . _ Una fisiología más ajustada de los mamíferos placentarios o sim plemente un mejor aprovechamiento de la experiencia del partero (a propósito del cual es lícito asombrarse cuando se conforma con lo psi- cosomático de los cotorreos del parto sin dolor) sería el mejor antídoto contra un espejismo pernicioso. Recuérdese que al final se nos sirve el narcisismo primario en tanto función de atracción intercelular postulada por los tejidos. Nosotros fuimos los primeros en situar exactamente la importancia teórica del objeto llamado transicional, aislado como rasgo clínico por Winnicott. Winnicott mismo se mantiene, para apreciarlo, en un registro de desarrollo. Su extrema sutileza se extenúa en ordenar su hallazgo como para- 388 ALOCUCIÓN SOBRE LAS PSICOSIS DEL NIÑO doja al no poder registrarlo sino como frustración, la que haría de la necesidad [nécessité] apremio [besoirt], para servir a la Providencia. Lo importante no es sin embargo que el objeto transicional preserve la autonomía del niño, sino que el niño sirva o no como objeto transi cional para la madre. Y este suspenso entrega su razón al mismo tiempo que el 'objeto entrega su estructura. A saber, la de un condensador para el goce, en tanto que por la regulación del placer, aquel le es sustraído al cuerpo. ¿Es lícito aquí con un salto indicar que al huir por esas avenidas teóricas, nada puede aparecer sino como un impasse de los problemas planteados en aquel entonces? Problemas del derecho al nacimiento por una parte, pero también en el impulso del: tu cuerpo es tuyo, en que se vulgariza hacia principios del siglo un adagio del liberalismo, la cuestión de saber si por ignorar cómo ese cuerpo es considerado por el sujeto de la ciencia, se tendrá el derecho de dividirlo para el intercambio. ¿No se discierne la convergencia de lo que he dicho hoy? ¿Extrae remos la consecuencia de un término como el del niño generalizado? Algunas antimemorias ocupan la actualidad en estos días (¿por qué así son estas memorias si es por no ser confesiones, nos advierten?, ¿no es esa desde siempre la diferencia de las memorias?). Sea como fuere, el autor las abre por la confidencia de extraña resonancia con que un religioso lo despidió: "Termino por creer, vea usted, en la declinación de mi vida, que no hay personas.mayores". He ahí lo que signa la entrada de todo un mundo en la vía de la segregación. ¿No es acaso porque hay que contestarla por lo que vislumbramos ahora por qué probablemente Freud sintió que debía reintroducir nues tra medida en la ética por medio del goce? ¿Y no es tratar de actuar con ustedes como con aquellos para quienes la ley desde entonces es dejarlos con la pregunta: qué alegría encontramos en eso que constitu ye nuestro trabajo? N ota Esto no es un texto, sino una alocución improvisada. 389 JACQUES LACAN No pudiendo ningún compromiso justificar ante mis ojos su trans cripción palabra por palabra, lo que considero fútil, debo por tanto excusarla. Primero de su pretexto: que fue fingir una conclusión, cuya falta, habi tual en los congresos, no excluye su beneficio, como fue el caso en este. Me presté a ello para rendir homenaje a Maud Mannoni, o sea, a quien por la rara virtud de su presencia supo capturar a toda esa con currencia en las redes de su pregunta. La función de la presencia, en este campo como en todos, debe juz garse por su pertinencia. Debe ser ciertamente excluida, salvo notoria impudicia, de la ope ración analítica. En cuanto a la puesta en tela de juicio del psicoanálisis, incluso del psicoanalista mismo (tomado esencialmente), ella juega su papel supliendo la falta de apoyo teórico. Le doy rienda suelta en mis escritos como polémica, hecho de inter medio en lugares de intersticio, cuando no tengo otro recurso contra la condición obtusa que desafía a todo discurso. Por cierto, es siempre sensible en el discurso naciente, pero es una presencia que no vale sino por borrarse finalmente, como se ve en la matemática. Hay sin embargo en el psicoanálisis una que se suelda a la teoría: la presencia del sexo como tal, a entender en el sentido en que el ser hablante lo presenta como femenino. ...... . . ¿Qué quiere la mujer? es, lo sabemos, la ignorancia en la que permaneció Freud hasta el final respecto de la cosa que él trajo al mundo. Lo que mujer quiere, además de estar aún en el centro ciego del discurso analítico, arrastra como consecuencia que la mujer sea psicoa nalista-nata (como es de notar cuando el análisis está regenteado por las menos analizadas de las mujeres). Nada de todo esto se refiere al caso presente, puesto que se trata de terapia y de un concierto que no se ordena en relación con el psicoaná lisis sino al retomarlo teóricamente. Aquí es donde tuve que suplir para todos aquellos que no me están escuchando, por una suerte de presencia, debo decir abusiva... pues to que va desde una tristeza motivada en una alegría contenida hasta 390 ALOCUCIÓN SOBRE LAS PSICOSIS DEL NIÑO convocar el sentimiento de la incompletitud ahí donde esta debería ser situada lógicamente. Una presencia tal fue, según parece, agradable. Qué huella queda pues aquí de lo que alcanza como palabra, allí donde el acuerdo está excluido: el aforismo, la confidencia, la persuasión, incluso el sarcasmo. Una vez más, como se habrá visto, he aprovechado el hecho de que un lenguaje sea evidente allí donde unos se obstinan en figurar lo pre verbal. ¿Cuándo se verá que lo que yo prefiero es un discurso sin palabras? 26 de setiembre de 1968 Nota 1. Traducción de Graciela Esperanza. Revisión de Graciela Esperanza y Guy Trabas. 2. A través de estos tres términos gaché [garantía], gaché [espátula] y langa- ge [lenguaje], Lacan alude de manera irónica a la confusión en la que incurre Daniel Lagache respecto del lenguaje y lo pre-verbal. Véase la nota nu 3 de "El psicoanálisis. Razón de un fracaso", pág. 369, en este mismo volumen [N. de l a T . ) 391 NOTA SOBRE EL NIÑO1 Según parece, viendo el fracaso de las utopías comunitarias, la posi ción de Lacan nos recuerda la dimensión de lo que sigue. La función de residuo que sostiene (y al mismo tiempo mantiene) la familia conyugal en la evolución de las sociedades pone de relieve lo irreductible de una transmisión que es de un orden diferente de la de la vida según las satisfacciones de las necesidades, pero que conlleva una constitución subjetiva, lo que implica la relación con un deseo que no sea anónimo. Conforme a tal necesidad se juzgan las funciones de la madre y del padre. De la madre: en tanto sus cuidados llevanla marca de un interés particularizado, aunque lo sea por la vía de sus propias carencias. Del padre: en tanto su nombre es el vector de una encarnación de la Ley en el deseo. En la concepción elaborada al respecto por Jacques Lacan, el sín toma del niño se encuentra en posición de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. El síntoma, tal es el hecho fundamental de la experiencia analítica, se define en ese contexto como representante de la verdad. El síntoma puede representar la verdad de la pareja en la familia. Es este el caso más complejo, pero también el más abierto a nuestras intervenciones. La articulación se reduce mucho cuando el síntoma que llega a pre dominar depende de la subjetividad de la madre. En este caso, el niño está involucrado directamente como correlativo de un fantasma. 393 JACQUES LACAN La distancia entre la identificación con el ideal del yo y la parte tomada del deseo de la madre, si ella no tiene mediación (normalmente asegurada por la función del padre), deja al niño abierto a todas las capturas fantasmáticas. Deviene el "objeto" de la madre, y ya no tiene otra función que la de revelar la verdad de ese objeto. El niño realiza la presencia de lo que Jacques Lacan designa como objeto a en el fantasma. Satura, al sustituirse a este objeto, el modo de carencia en el que se especifica el deseo (de la madre), cualquiera que sea su estructura espe cial: neurótica, perversa o psicótica.' El aliena en sí todo acceso posible de la madre a su propia verdad, dándole cuerpo, existencia e incluso exigencia de ser protegido. El síntoma somático le da el máximo de garantía a este descono cimiento; es la fuente inagotable que, según los casos, testimoniará la culpabilidad, servirá de fetiche o encarnará un rechazo primordial. Resumiendo, el niño en la relación dual con la madre le da, inmedia tamente accesible, lo que le falta al sujeto masculino: el objeto mismo de su existencia, apareciendo en lo real. De ello resulta que a medida que algo de lo real él presenta, está ofrecido a un mayor soborno en el fantasma. Octubre de 1969 Nota 1. Traducción de Graciela Esperanza. Revisión de Graciela Esperanza y Guy Trobas. 394
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