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1. JUEGO, CREACIÓN, ILUSIÓN Diego García Reinoso Es frecuente escuchar en los análisis de niños, o aun en entrevistas con niños en las que se utilizan juegos y juguetes como elementos técnicos, que aquéllos digan que un juego que realizan es de "mentira", o como decía una niñita de cuatro años mientras jugaba a servir una comida: "Éstas son de mentirillas: Este tipo de reflexiones siempre me pareció interesante, con frecuencia enigmático. Me remitía a las palabras de Freud: el soñante siempre sabe que sueña, así como un niño que juega siempre sabe que juega. Todos los analistas de niños lo saben y lo han sabido siempre, como lo han sabido los padres. El niño sabe que su juego es una fantasía, un producto de su imaginación. Todos los analistas de niños (y de adultos) sabemos que en algún momento del análisis este "como si" se pierde para ser recuperado luego. El lado "cosa" irrumpe para esfumarse posteriormente; son los momentos en los que realidad y fantasía se esfuman. Ciertas situaciones transferenciales tienen este cariz; aquí es donde se produce la compulsión a la repetición. Pero no eran solamente las palabras de la niña lo que me llamaba la atención; la seriedad al decirlas era notoria. Eran un recordarme algo, como advertirme de que no me equivocara. Tuve en este caso cierta sorpresa al escucharlas, ya que fue bien explícita al comenzar el juego: "Voy a jugar a preparar una, comida” y dispuso sobre una mesita platos y cubiertos (cuatro) mientras en otro lugar, al lado de un sillón, "cocinaba" algo, luego fue, "colocando" en los platos. La palabra "mentirillas” agregaba algo así como un tono de disculpas, tal vez como quien realiza una picardía, pero desmentida por la seriedad de su cara. Me pregunté: ¿A quién se estaba dirigiendo, a quien le hablaba? Cuando los niños juegan entre ellos es común que se digan "vamos a hacer como si fuera un barco", y disponen, por ejemplo, varias sillas de tal manera de constituir algo que para ellos es un barco. En estos juegos también pueden incluir a los adultos. Lo mismo durante el análisis con el analista. O. Mannoni señala en su artículo "Ya lo sé pero aun así” que en este caso, para comenzar el juego, habrá que sobreentender que las sillas dispuestas de esa manera harán las veces de un barco. Es decir se establece una convención, sin la cual sólo habría varias sillas. A partir de esta convención todos participan del juego que consiste en una fantasía compartida. Esto no significa que esta fantasía compartida no tenga matices particulares e individuales en cada uno de los niños, y estos rasgos individuales suelen aparecer en el juego. 1 En mi ciudad, los niños suelen emplear un modismo bien típico para invitarse a jugar, un modismo más imperativo: "Lo que sos un... policía, cow-boy, etcétera". Este "dale que sos” es decir "haz como si fueras un policía, o juega a que eres un cow boy, o imagínate que eres un policía y actúa como si lo fueras” implica la asunción de un papel (un rol) como lo hace un actor en el teatro. En el teatro existe también una convención que tiene que ser respetada para que el juego de los actores (como el de los niños) se pueda realizar. El actor "juega" un papel y todos los espectadores, "consumidores" del espectáculo Mannoni, saben perfectamente que nada de lo que ocurre en él es real y sin embargo siguen el espectáculo con interés y se emocionan. El actor posee una capacidad de representar algo que él no es, se identifica de tal manera con el personaje que llega hasta a sufrir realmente lo que representa, pero una vez terminada la función vuelve a su vida cotidiana. El niño o los niños que juegan no son actores como los teatrales, aunque nada desautoriza a decir que representan algo en una u otra escena. Pero en el teatro, además de los actores y los espectadores, están incluidos también los tramoyistas, los técnicos, etcétera, quienes no se ocupan de la representación como ilusión sino de los elementos reales y necesarios para que esta ilusión sea posible. Todos trabajan en la obra para representar algo y hacer que eso que se representa sea posible como teatro, es decir como ilusión, sabiendo que sólo se trata de una ilusión, en la que hay que incluir elementos reales para que ésta sea posible. Actores, técnicos, director, edificio del teatro, escenario, etcétera. Un todo precedido por la convención primera, determinante: "Dale que... o haz como si fueras..., o se diría que...". De un modo bastante similar, aunque con otras palabras, el niño que juega y el hombre que duerme hacen lo mismo. "Haz como si fuera un barco" está dirigido claramente al imaginario, apela a ese lugar. Pero hay niños (que no son psicóticos) que no juegan con el analista o frente al analista y que tampoco juegan con otros niños en los juegos colectivos como el del barco. De estos niños decimos que tienen una inhibición del juego. Es frecuente, en la actualidad, que niños de este tipo sean enviados a la consulta por los maestros, quienes han observado esa actitud solitaria y retraída en la escuela maternal, en el Kinder y aun en la escuela primaria. La experiencia muestra que esos niños no pueden jugar porque no pueden fantasear; o sea el juego es para ellos una realidad tal, que no existe distancia entre la fantasía y la realidad. No pueden decirse "haz como si fueras", aunque quieran hacerlo. Así comer es comer realmente, o comerse a alguien realmente; el policía matará realmente al ladrón y éste robará "de a deveras"; en otros niños puede ocurrir que se aferran a la realidad de tal manera que para ellos las sillas que hacen de barco sólo son sillas. Estos niños tienen una perturbación que los lleva a vivir en un mundo imaginario que 2 toman por realidad o lo contrario: se aferran a la realidad, no pueden fantasear, ni pueden crear algo con su imaginación, ¿qué ocurre en ellos? Pero volvamos por un momento a la ilusión del teatro de la que nos habla O. Mannoni en su artículo citado. Pensando en ejemplos, recordé la aventura de Don Quijote con el titiritero maese Pedro y me pareció interesante retomarla para comprender más de cerca lo que ocurre con un niño cuando juega (y nos ocurre) a los adultos cuando asistimos al teatro. El guiñol ha tenido desde siempre una resonancia particular sobre mí, y los "Cantares de Gesta" "sonaron" en mi infancia como algo mío. Seguramente imbricados con las hazaña nuestros héroes patrios. Nuestros héroes latinoamericanos. Aquí Mannoni me conduce a través de ese bello libro que se llama La otra escena. Claves de lo imaginario. Esta palabra "llaves" (clefs, en francés) tiene mucho más sentido para mí en francés que su traducción poco correcta castellana: claves. Existe una llave para abrirme ese mundo fantástico de los cuentos infantiles, del guiñol, del teatro, de la pintura, y también de los niños y de sus juegos. Don Quijote fue un personaje extraño durante mi niñez. Aparecía sobre el fondo del Cid, se recortaba sobre la poesía de La Chanson de Roland, sobre San Martín, Bolívar, Artigas y claro, también sobre los westerns. Era más difícil de asir que éstos. Después, Benavente y el prólogo de los Intereses creados "He aquí el tinglado de la antigua farsa, la que alivió en posadas aldeanas el cansancio de los caminantes [...]" me permitió retomar a Don Quijote de otra manera. Ya era un adolescente, comencé a comprender algo de ese "loco genial". Un día, ya adulto, me regalaron una hermosa edición francesa de Les chevaliers de la table ronde y Lancelot du Lac fue mi héroe. Después llegó el psicoanálisis mezclado con Bretón, con Lautréamont, con Eduard..., después vinieron los hijos y volví al teatro de títeres. Ahora, hace pocos días, Francisco Toledo, ese maravilloso "imaginero", ese fascinante constructor de "llaves", me ofreció la suya: "Yo sé bienpero aun así es como pinto". Así "pintaba Cervantes, también Bretón y sobre el recuerdo de este mundo imaginario y maravilloso las palabras de la niña, "son de mentirillas", me parecieron algo muy doloroso para ella. Tenía que decirse a sí misma "yo sé bien que no es verdad, pero aun así lo deseo y lo rechazo". ¿A quién dirigía su discurso? No a mí ciertamente. Examinemos ahora más de cerca el relato de Cervantes: Don Quijote, Sancho y otros personajes sentados en primera fila frente al retablo levantado por maese Pedro y su criado en el patio de la posada. Recordemos brevemente: mientras el titiritero arma su teatrillo, Don Quijote platica con Sancho sobre las habilidades adivinatorias del mono 3 de maese Pedro. Dice Don Quijote: "Mira Sancho, yo he considerado bien la extraña habilidad de este mono y hallo para mi cuenta que sin duda este maese Pedro, su amo, debe tener hecho pacto tácito o expreso con el demonio" y Sancho responde: "Si el patio es espeso y del demonio, sin duda debe de ser muy sucio patio; pero ¿de qué provecho le es al tal maese Pedro tener esos patios?"." No me entiendes Sancho (responde Don Quijote), no quiero decir sino que debe de tener hecho algún concierto con el demonio, de que infunda esa habilidad en el mono con que gane de comer, y después que esté rico le dará su alma, que es lo que este universal enemigo pretende; y háceme creer esto el ver que el mono no responde sino a cosas pasadas o presentes, y la sabiduría del diablo no se puede extender a más: que los por venir no los sabe si no es por conjeturas, y no todas veces; que a sólo Dios está reservado conocer los tiempos y los momentos y para Él no hay pasado ni porvenir, que todo es presente..." Don Quijote añade para afirmar que son cosas del diablo que "...porque cierto está que este mono no es astrólogo ni su amo ni él alzan ni saben alzar estas figuras que llaman judiciarias, que tanto ahora se usan en España, que no hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo, que no presuman de alzar una figura, como si fuera una sota de naipes, del suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia". De esta manera va Cervantes ubicándonos. Don Quijote cree que el mono dice verdades, pero no por ser un científico sino por tener pacto maese Pedro con el demonio. Don Quijote cree en los demonios y en Dios. Se trata de una creencia. Y Sancho, entonces, (con los pies sobre la tierra), sugiere a Don Quijote "que vuesa merced dijese a maese Pedro, preguntase a su mono si es verdad lo que vuestra merced le pasó en la cueva del Montesinos; que yo para mí tengo, con perdón de vuesa merced, que todo fue embeleco y mentira, o por lo menos cosas soñadas". Retengamos las palabras de Sancho. Embeleco, es decir ilusión, embuste, algo entre el error de los sentidos que nos hace tomar por realidades las apariencias y el embuste, engañar a otros o autoengañarse: esperanza quimérica, ensueño, imaginación. Todo aquello que designamos como lo imaginario. Mentira: discurso contrario a la verdad, también patraña, falsedad, y Sancho termina: o por lo menos "cosas soñadas", construcción fantástica, producción del hombre, del inconsciente, expresión de un deseo de Don Quijote. Así, Sancho se interroga sobre Don Quijote: ¿Sueña, fantasea o me miente? Embeleco y/o mentira. Algo que es al tiempo ilusión, autoengaño y engaño consciente a otro. Algo que es fantasía diurna o sueño nocturno o delirio. "Todo podría ser", responde Don Quijote, "pero yo haré lo que me aconsejas, puesto que me ha de quedar un no sé qué de escrúpulo...". El Caballero duda de él mismo, pero sobre maese Pedro. Duda desde una creencia, que el titiritero tenga pacto con el demonio. 4 La duda de Sancho está vinculada a las facultades mentales de su amo: ¿desvaría, tiene ilusiones, izquierdea? Y esto dicho desde su respeto a él, desde sumisión a la figura del Caballero, hidalgo (pobre) y letrado sumisión al poder y tímida crítica al mismo tiempo. Maese Pedro, ilusionista y embaucador, embustero y poeta; perspicaz observador; con mucho de sabio y conocedor de esa facultad de observar. El pícaro por antonomasia; con cuentas pendientes con la justicia; trovador y tramoyista al mismo tiempo. De quien podríamos decir que "más sabe del diablo por viejo que por diablo". Y Don Quijote hace su pregunta al mono y éste a través de maese Pedro responde: "El mono dice que parte de las cosas que vuestra merced vio o pasó en la dicha cueva son falsas, y parte verosímiles; y que esto es lo que sabe, y no otra cosa, en cuanto a esa pregunta..."; y aquí interrumpe su respuesta diciendo que por hoy no hablará más, se le ha acabado la virtud y "...que no le vendrá hasta el viernes, como dicho tiene". Buena introducción a lo que vendrá. Ya está planteado el drama: ¿quién soy, quién habla en mí, de dónde provengo, qué veo? La duda sobre el titiritero es su propia duda sobre él mismo. Y así comienza la representación, no sin antes declarar maese Pedro que su retablo encierra en sí sesenta mil novedades. Es que ese retablo, la otra escena, como la del sueño, como la del juego, como la de la pintura, encierra efectivamente cantidad de historias, tantas como el titiritero puede crear, con su imaginación. Tantas como Don Quijote podría imaginar. Todos conocen el final. Don Quijote, tomando la ficción como realidad, arremete, mandoble en mano, contra aquella morisma que persigue a Don Gaiferos y a su esposa Melisendra. Pasado el furor, y ante las quejas y sollozos del titiritero por el desastre que el Caballero causó a su teatrillo y personajes, reacciona el hidalgo diciendo: "Ahora acabo de creer lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en lo que ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra: que Melisendra era Melisendra; Don Gaiferos, Don Gaiferos; Marsilio, Marsilio; y Cario Magno, Carlo Magno; por eso me alteró la cólera, y por cumplir con mi profesión de caballero andante, quise dar ayuda y favor a los que huían, y con este buen propósito hice lo que habéis visto; si me ha salido al revés, no es culpa mía, sino de los malos que me persiguen; y, con todo esto, desde mi yerro, aunque no ha procedido de malicia, quiero yo mismo condenarme en costas...". Don Quijote, aun cuando se da cuenta de su confusión, la atribuye a encantamientos, cree estar encantado. Hay una voluntad externa a él que lo ha hecho confundirse. Y mientras arregla cuentas con el titiritero 5 para reparar el daño, cuando éste le pide "dos reales y doce maravedíes" por la hermosa Melisendra, Don Quijote protesta diciendo que esa figura Melisendra, porque él vio que el caballo en el que los que huían "antes volaba que corría", y por lo tanto esa figura no podía ser la de Melisendra, ya que ambos esposos estarían en ese momento por lo menos en "la marca de Francia". Viendo maese Pedro que Don Quijote "izquierdeaba" y que volvía a su primer tema, le responde: "Esta no debe ser Melisendra, sino alguna de las doncellas que le servían...". Así consigue que el Caballero le pague el daño infligido a la figurilla, pero para lograrlo admite la veracidad del delirio del otro, admite la realidad de Melisendra, y al decirle que tiene razón, que Melisendra debe de estar ya en Francia "holgándose" con su esposo, también le dice: "Eres tan loco que no puedo enfrentarte con la verdad, porque corro riesgos"; manteniéndolo así en la ignorancia que la pregunta de Don Quijote abría como interrogación sí mismo al dirigirse al mono. Pero así, en el teatro, para que exista la ficción alguien tiene que creer en la verdad de lo que ocurreen la escena. Alguien un poco loco como Don Quijote, alguien que está en todos los espectadores, dentro de ellos, en la imaginación de ellos. En esa escena otra, del sueño, como dice Freud, en una parte, un repliegue de nosotros se cree. En una parte donde está la ilusión, está representado ese aspecto Quijote que todos tenemos: el ser crédulo y por lo tanto algo loco. ¿Pero crédulo de qué? O. Mannoni nos dice que aquí funciona el "ya lo sé, pero aun así, creemos, agrega Mannoni, en la no diferencia de sexos. Más adelante volveré sobre el tema. Mientras tanto, volvamos a la niñita que me decía "son de mentirillas". Ella me advertía sobre la superchería, ¿pero por qué? ¿O tal vez se advertía a sí misma? De cualquier manera, en algún lugar de ella era su mamá; y no tendría miedo a su propio Don Quijote, a ese lugar imaginario, lugar donde creía que su juego (ser madre y no niña) era realidad, ¿o dónde deseaba ocupar el lugar de la mamá? O. Mannoni nos cuenta, en el artículo ya citado, que en algunas tribus de África suelen declarar sus componentes que: "...si bien en nuestros días ya no se cree en las máscaras, en otro tiempo se creía. Afirmación por cierto extraña y en todo caso rigurosamente incontrolable: no obstante, los etnógrafos tienden más bien a admitirla que a criticarla". Y parafraseándolo: me parece mucho más prudente ver en esta frase el equivalente exacto de la historia de Don Quijote frente a los titiriteros, "...si en el teatro o en presencia de las máscaras, no somos víctimas de una ilusión, se diría que para nuestra propia seguridad, necesitamos que alguien sea presa de la ilusión." Alguien tiene que creer en lo que ve. Es el cuento del famoso rústico que, de pronto, cuando el 6 héroe de la obra está en peligro, grita a voz en cuello: "¡Cuidado, están armados!". ¿Pero no es esto acaso lo que hacen los titiriteros actuales, cuando frente a los niños que asisten al espectáculo los incitan a tomar partido por los buenos contra los malos, y los niños responden a este influjo con gritos de aliento a los héroes? ¿Y ciertos cómics no se basan en este fenómeno? Si no fuera así, ¿tendrían tanto éxito los Tarzanes, Supermanes, Batmanes, etcétera? Y no sólo entre los niños. Pienso que lo que hace creer ahora es ese "antes se creía..." y se refiere a una parte infantil: alguien que cree que eso que ocurre es verdad, lo mismo sucede en los sueños. Esa misma "parte" que aparece en el juego del niño, y que para que se constituya en juego tiene que existir una convención previa: "Esto es un juego, esto es teatro, esto es guiñol"; de lo contrario estaríamos en el puro fantasma, estaríamos inmersos en lo imaginario, donde todo está confundido, donde fantasma y realidad es lo mismo. Donde tampoco hay distinción entre yo-no yo, donde no hay diferencia anatómica de sexos. El niño cuando juega dice: 'Ya sé que no existe ningún barco; son sillas, pero aun así haz como si lo fueran". Pero sabemos que no es un barco. La convención es respetada como en el teatro, aunque alguno haga de crédulo, como el niño que no puede jugar y que generalmente mira desde fuera el juego de los otros, sin intervenir en él. Éste es el niño que a veces nos traen a la consulta diciéndonos: "Mi hijo no sabe jugar con los otros niños" o "Mi hijo no sabe jugar" o las menos, "Mi hijo nunca ha jugado". Para poder manejarse con las fantasías, para poder jugar, se requiere compartir una convención, un hecho social, que permita alojar en un lugar de la misma creencia. Y la creencia supone el soporte del otro; el otro es el que cree. Pero la convención es la que permite por su presencia la existencia del otro como soporte de una creencia. Con la Verleugnung todos entran en el campo de la creencia, dice Mannoni. Cuando el rústico grita "¡Cuidado, están armados!", los otros ríen; ríen no sólo de la credulidad del rústico, ríen porque saben que alguien cree. El rústico soporta la creencia de que la convención, en la que están todos incluidos, legitimiza, y es esta legitimación la que permite que esta creencia quede suprimida, no reprimida como la frase “antes creíamos en las máscaras". Los niños que juegan con las sillas, como los espectadores del teatro, saben, el rústico no sabe, tampoco sabe el niño que no puede jugar con otros niños, y mira desde fuera. Don Quijote está en ese lugar del no saber." para él Melisendra es Melisendra. Él no sabe, por momentos, que un muñeco finalmente es eso: un soporte de lo que uno quiere que sea, o de lo que uno cree que es. El juego, como el sueño o como el síntoma, expresa un deseo reprimido, pero también expresa un deseo de jugar o de soñar. El juego 7 es una creación del niño, como la obra de teatro es una creación del autor; el sueño también es una creación del soñante. En este sentido lo imaginario es la fuente de la creación y es aquello que, cumplidas determinadas condiciones' (que examinaré más adelante), nos aparece como la obra realizada: como "el sueño realizado". A condición de que niño y autor sepan que hacen algo porque quieren hacerlo, aunque conozcan el deseo que subyace reprimido. Así el títere puede ser Melisendra, o una doncella de Melisendra, también podría ser Jimena si del Cid se tratara, dependiendo del deseo de Pedro. También las sillas dispuestas como si fueran un barco podrían ser, y con la misma disposición, un autobús, si los niños lo decidieran. Para Don Quijote ese títere que maese Pedro que es Melisendra es Melisendra y nada más. Si el anoréxico no come es porque la comida es la madre (o el padre) o es un veneno. Si el niño no juega con las sillas es porque sólo son sillas o por lo contrario son un barco verdadero y entonces podría alejarse definitivamente de sus objetos reales. Así un objeto (un juguete) es el soporte real y momentáneo de algo (una fantasía), como los elementos reales del teatro son el soporte de la otra escena; sobre él podemos ubicar nuestro mundo imaginario. Cuando creemos que el títere es Melisendra hemos dejado de querer que sea, y somos manejados, como dice Don Quijote, por nuestros "encantadores". Este episodio de Don Quijote es un excelente ejemplo de Verleugnung. El Caballero ve la realidad, pero luego otros le truecan la realidad y entonces ya no la ve, no existe la diferencia. "Yo sé bien pero aun así...", sólo que "aun así" es proyectado por Don Quijote en "otros". La posibilidad de jugar incluye este pedido de rechazo a la realidad como primer paso: "Haz como si fuera un barco" apela a lo imaginario, pero sabiendo que existe la diferencia. De lo contrario, no se puede jugar o cuando se asiste al teatro corremos el riesgo de quedar ubicados en el lugar del rústico. Con la Verleugnung, como dice Mannoni, todo el mundo entra en el campo de la creencia y también en el del juego, aunque el juego encierre, además de la creencia, el saber de la diferencia. Aquí nos acercamos al problema de la creación (y no sólo creación artística) ya que el juego es una creación del niño con los elementos que tiene a su disposición: las sillas y su imaginación. En lo imaginario está ubicado lo creativo, pero esta creatividad sólo se pone en marcha en la medida en que puede aceptarse una diferencia: un "ya lo sé". En lo imaginario parece ubicarse la capacidad creativa cuando "ya lo sé" modula y matiza el "aun así". Podemos crear siempre y cuando aceptamos la castración simbólica, pero también cuando, al mismo tiempo, en algún lugar la repudiemos. El juego de los niños es un apropiarse de ese mundo y ser sujeto de él. Crear con él es poseer ese mundo fantástico. 8 Estas reflexiones sobre el juego y el jugar me llevan a otras consideraciones que apuntan a problemas conexos. Todos vamos, dice Mannoni, a ver al ilusionista tratando de descubrir la superchería, pero si la descubrimos,el ilusionista (el mago) no sirve. También vamos, agrego yo, a que el ilusionista no cometa el error de no ser un buen ilusionista. Y ser un buen ilusionista es escamotearnos la verdad en el preciso momento en que ésta tendría que aparecer. Como el fetichista quien precisamente en el momento en que la diferencia se mostraría a sus ojos, "erige el monumento", instala "el memorial de la castración" y... estallaban los aplausos. ¿No hay aquí un deseo de no ver la superchería, y no es esto lo que nos complace y deleita? Ese escamoteo que nos provoca un instante de angustia y de placer es justamente lo que esperamos. ¿Y al fin y al cabo no ocurre lo mismo; o casi lo mismo cuando vamos al circo y miramos las evoluciones de los trapecistas? Esperamos que se equivoquen y se maten, pero suspiramos aliviados cuando en el salto mortal los vemos asirse, allí en el aire, en esa voltereta diabólica. ¡Qué maravilla, esta vez no ocurrió! Pero siempre existe alguien que dirá "defraudado”: claro, tienen una red. Aquí la muerte está tan cerca... y los deseos de muerte. ¿Castración, muerte; tan cercanas, tan temidas, tan familiares? Yo sé que mezclo espectáculos; que seguramente alguien dirá que no es lo mismo el teatro que el circo; no es lo mismo un ilusionista que un trapecista. En todo caso yo diría que tienen algo en común. Nuestra sociedad ha evolucionado tanto que la profesionalización nos oscurece los orígenes de algunas profesiones. No olvidemos que maese Pedro era titiritero y adivino. En la troupe circense primitiva el ilusionista podía ser también volatinero y juglar. La división del trabajo no estaba todavía muy instituida. Médico, chamán, sacamuelas, vendedor de feria... Con esta breve digresión me acerco nuevamente al panorama de los niños y sus juegos. Si observamos a nuestros titiriteros actuales es bien claro que cuando estimulan a los niños para que se pongan del lado del "bueno" y en contra del "malo", incitan en ellos la creencia en la realidad de lo que ven y oyen. Se colocan y los colocan del lado del "aun así". Actúan como los encantadores de Don Quijote que le mudan y truecan las cosas. Alguien con sus palabras empuja o fija al niño en la creencia. ¿Acaso no hay niños huyen despavoridos frente al teatrillo o que lloran llenos de miedo? Actúan como Don Quijote, pero son niños y no nos ocupamos demasiado porque pensamos que cuando sean un poco mayores, no se asustarán. Con esto señalo que la convención tarda en establecerse. Exige un tiempo de desarrollo. Me parece interesante interrogamos sobre los encantadores de Don Quijote; y encantador es siempre un personaje que remite al imaginario; es quien fascina. aquellos que le "mudan" las cosas. Don 9 Quijote delira. Pero cuando maese Pedro quiere cobrar los daños provocados por Don Quijote se pone del lado del delirio. Pero cómo podría seguir siendo "encantador" sin sus insignias (los títeres). Mi niñita que hablaba de las mentirillas tiene una madre que la necesita desesperadamente para calmar su propia falta. Parece evidente que es allí donde la mantiene. ¿No necesitamos a veces desesperadamente de alguien para calmar colmando aquello que nos falta? ¿No necesitamos, con esa intensidad, del último objeto de consumo, para calmar y colmar con eso que todavía no tenemos aquello que no tenemos ni tendremos? De esta manera, la niñita es también una insignia para su madre, ocupa el lugar de la carencia y tal vez el del fetiche. Ella es en sí misma una mentirilla de su madre. ¿Qué puede hacer la niña ubicada en este lugar?, ¿cómo escapar de él? ¿Cómo hacer para no ser un fetiche? Para algunos, el sesgo del fetichismo resuelve en un sentido el problema; para otros, el síntoma defiende y perpetúa ese lugar del imaginario donde permanece unido al otro: otro que, por motivos personales, sustenta con su palabra esa unión. Como los legítimos y personales reclamos de maese Pedro. Pero alguien se "condena en costas". Antes de cierta edad los niños no se interesan en los títeres, como no se interesan en los juegos con otros niños, luego les atrae tanto que aplauden y después "...ya lo sé" y se ocupan de otros espectáculos y juegos. Existe un tránsito y un transcurrir donde "en ese tiempo" se instala la Verleugnung. También hay un tiempo en el que dejamos de mirarnos en espejos, pero nos sigue gustando hacerlo periódicamente: al mirarnos realmente en el espejo, al dormir, al ir al teatro, al leer nuestros horóscopos y al decir "antes (en la infancia) creíamos en las máscaras”. El enunciado mannoniano implica dos términos: yo lo sé, pero aun así. Uno parece inseparable del otro. Es un par dialéctico ¿Alguien podría decir únicamente: ya lo sé, sin recurrir al otro término? Mannoni se refiere bien a esto: en la convención teatral está siempre presente un rústico. Cuando Casanova solo en medio de la tormenta, la superchería que trama contra Javotte se vuelve contra él y tiene miedo: teme a la muerte. En el teatro otro es el que cree; yo sé que es ficción: lo mismo ocurre en el juego. Hemos introyectado una convención que, al par que nos muestra una diferencia, nos permite al mismo tiempo repudiarla. Sólo de este modo se puede jugar en la realidad y seguramente también crear. No poder simbolizar, como le ocurre a Don Quijote, sería no aceptar la convención y quedar atrapado en la Verleugnung, ya que el símbolo remite a algo perdido, a algo que no está, a algo que lo sustituye y lo apela. Esta dialéctica sería lo problemático, pues incluye la castración simbólica, presente en el mismo enunciado mannoniano. 10 El niño está inmerso desde que nace en un universo de lenguaje, y en sus primeros períodos del desarrollo este universo es el de los padres. Son ellos los que significan y transforman en significados las experiencias primeras corporales de los niños. El niño mismo es significado desde ese lugar otro (¿desde otra escena?) a través de los gestos y de las palabras, mucho antes de que pueda él mismo ser dueño de su propia palabra. El niño es significado desde otro, desde el deseo de otro; de fantasma de otro, donde está entramado el deseo de ese otro. Es muy probable que el primer juguete del niño sea el materno, en el sentido freudiano de apuntalamiento (Anlung) de la pulsión sexual sobre la satisfacción de la necesidad. Esta hipótesis no discrimina aún el juguete del pecho. El juguete es algo donde se puede simbolizar el pecho, de lo contrario no hay juego, sólo hay comer. En tanto no hay símbolo no hay madre perdida que se recupera simbólicamente en el juego. La madre por ahora está allí, es de juguete, como Melisendra o Gaiferos son Melisendra y Gaiferos. Recordemos ahora a Winnicott (1972) y su descripción objetos y fenómenos transicionales. Winnicott habla de espacio potencial entre el infans y su madre; espacio que es una creación de la madre, lugar, dice, donde puede comenzar a realizarse un juego. Este espacio no es interno en el niño ni en la madre, aunque tampoco es externo. Es un lugar donde puede comenzar una separación y donde se puede introducir algo, agrego yo: un sonido, sobre el que puede soportarse el símbolo de una ausencia. En este discurso materno que es el espacio potencial se admite un momento de ilusión, pero también se introduce un elemento que soportará la ausencia de ella, y por lo tanto la diferencia, en la medida en que en ese espacio se podrá organizar un juego. Se puede pensar que se trata de una cosa y una palabra al mismo tiempo, lo visto y lo oído constituyendo el fantasma, como decía Freud. Fantasma incipiente del niño entretejido con los de la madre y soportados por objetos, como el famoso juego del carretel descrito por Freud. En este espacio se articulará el cuerpo del bebé con el de la madre, pero allí también se produciráun descentramiento al introducirse una escisión entre la fantasía (lo visto y lo oído) y lo vivido: la separación. Aquí es donde ya puede comenzar a perderse el infans en tanto sujeto de su propio deseo, sujeto que apunta a constituirse. El juego en sí mismo está soportado también por un universo simbólico que le confiere significados. Este universo no es creado por el niño, se adueña de él, lo hace suyo después, pero la impronta, la huella ya está marcada cuando esto ocurre. Tenemos que pensar que es el medio (¿la madre?, ¿el padre?, ¿ambos?) el que le permite o no al niño adueñarse de ese mundo interno fantasmático y crear o no algo personal con esos materiales: tendríamos así un texto nacido de una intertextualidad que lo circunda y lo penetra. 11 Jugar contiene un elemento placentero; es una unión imaginaria y deliciosa con una madre, pero también contiene aquello que lo soporta y le da existencia al primero: es la ausencia, la castración, la muerte. Y estos elementos son inseparables para que el juego tenga lugar. Es en este sentido que el juego es creación. Hay un saber tenue y oscuro sobre la muerte, pero allí está. Crear es utilizar lo imaginario sabiendo que la muerte está presente. Algo así como el momento de ilusión del que hablaba Winnicott; fugaz instante en el que se recupera ilusoriamente un objeto perdido para siempre y desde siempre, pero que queda presente en lo concreto de la creación por momentánea y fugaz que sea. México, D.F. Mayo de 1980 BIBLIOGRAFÍA Cervantes, Miguel de: Don Quijote de la Mancha, Barcelona Labor, 1973, 4a. ed. Freud, Sigmund: "Fetichismo", en Obras completas, Biblioteca Nueva, 1968, t. III. —: "La negación", en Obras completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1968, t. III. Mannoni, Maud: El niño, su "enfermedad" y otros, Buenos Aires, Nueva Visión, 1979. Mannoni, Octave: Un commencement qui n'en finit pasr Éditions du Seuil, 1980. La otra escena. Claves para lo imaginario, Buenos Amorrortu, 1973. Winnicott, Donald: Realidad y juego, Buenos Aires, Editores, 1972. Todelo, F.: Exposición Retrospectiva 1963-1979, México Museo de Arte Moderno, 1980. Véanse los comentarios de Salvador Elizondo y Jorge Alberto Manrique, en el catálogo de la exposición, publicación del Instituto Nacional de Bellas Artes, JMBA - SEP. 12
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