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Índice Portada Cita Introducción, A. N. Leontiev Prólogo Primera parte: Sobre la metodología del problema Capítulo 1. El problema psicológico del arte Segunda parte: Crítica Capítulo 2. El arte como percepción Capítulo 3. El arte como técnica Capítulo 4. Arte y psicoanálisis Tercera parte: Análisis de la reacción estética Capítulo 5. Análisis de la fábula Capítulo 6. El veneno sutil, una síntesis Capítulo 7. «Dulce aliento» de Bunin Capítulo 8. La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca Cuarta parte: La psicología del arte Capítulo 9. El arte como catarsis Capítulo 10. La psicología del arte Capítulo 11. El arte y la vida Comentario, V. V. Ivanov Notas Créditos 2 kindle:embed:0001?mime=image/jpg «[...] Y el hecho es que nadie, hasta ahora, ha determinado lo que puede el cuerpo... Dirán, empero, que no es posible que de las solas leyes de la naturaleza, considerada como puramente corpórea, surjan las causas de los edificios, las pinturas y cosas de índole similar (que se producen sólo en virtud del arte humano) y que el cuerpo humano, si no estuviera determinado y orientado por el alma, no sería capaz de edificar un templo. Pero ya he mostrado que ellos ignoran lo que puede el cuerpo, o lo que puede deducirse de la sola consideración de su naturaleza [...].» BARUCH SPINOZA, Ética, parte III, postulado 2, escolio1 3 INTRODUCCIÓN Este libro fue escrito por un gran especialista, Lev Semenovich Vygotsky (1896- 1934), fundador de una rama original de la psicología soviética basada en la naturaleza sociohistórica de la conciencia humana. Vygotsky escribió la Psicología del arte hará unos cuarenta años, en el momento en que la psicología soviética empezaba a ver la luz. Todavía se estaba librando la batalla en contra de la psicología fuertemente idealista por aquel entonces pujante en el principal centro soviético de psicología científica, el Instituto Psicológico de la Universidad de Moscú, dirigido por G. I. Chelpanov. En el transcurso de esas disputas, que estaban destinadas a reconstruir la ciencia psicológica sobre las bases del marxismo, los psicólogos progresistas fundaron su nueva escuela de pensamiento. Tras la Segunda Conferencia sobre Psiconeurología celebrada en enero de 1924, la dirección del Instituto Psicológico pasó a manos de K. I. Kornilov. Multitud de nuevos investigadores, cuyas carreras en ciertos casos sólo habían hecho que empezar, entraron en el Instituto. Entre ellos estaba Vygotsky, que entonces sólo contaba veintiocho años de edad. Aunque le asignaron un modesto puesto de joven investigador científico en plantilla (o científico en plantilla de 2ª clase, como se decía entonces), ya desde sus primeros días en el Instituto Vygotsky hizo gala de una impresionante energía. Presentó numerosas ponencias en el Instituto y en otras organizaciones científicas de Moscú, al tiempo que daba clases a los estudiantes. Desarrolló sus investigaciones experimentales acompañado de un pequeño grupo de jóvenes colegas psicólogos; entretanto, escribía sin cesar. A principios de 1925 publicó un brillante artículo, «La conciencia como problema en la psicología de la conducta»,1 y en 1926 terminó su primer libro importante, Psicología de la educación. Los resultados de sus experimentos sobre las reacciones dominantes2 arribaron de forma casi simultánea. Estas obras dieron paso a una nueva fase en la carrera de Vygotsky, la de sus actividades como psicólogo científico. El desembarco de Vygotsky en el campo de la psicología científica supuso una novedad y, a la vez, una excepción. La psicología había sido siempre uno de sus grandes intereses, especialmente en conexión con su preocupación por el arte. Su paso al ámbito de la psicología no careció, pues, de lógica interna. Lógica que también se refleja en el trabajo que aquí presentamos, un libro de transición en todos los sentidos de la palabra. En la Psicología del arte el autor presenta los resultados de sus trabajos desarrollados entre 1915 y 1922. El libro también sienta los cimientos para las nuevas ideas en psicología que constituirían la principal aportación de Vygotsky a dicha ciencia y 4 a las que dedicó los años —por desgracia muy pocos— que le restaban de vida. Hay que leer la Psicología del arte en dos niveles: como la psicología del arte y como la psicología del arte. No resulta difícil recrear para el lector el contexto histórico en que nació el libro. En tiempos de su primera edición, los estudios soviéticos sobre arte estaban dando sus primeros pasos. Fue una época de revisión de los viejos valores; el gran «análisis experimental» empezaba a invadir tanto el arte como la literatura. Entre la intelligentsia soviética se respiraba una atmósfera de tendencias divergentes y contradictorias. Todavía no se había inventado la expresión «realismo socialista». Al comparar el libro de Vygotsky con otros textos sobre arte de los primeros años veinte percibimos de inmediato su excepcionalidad. En él, su autor interroga a las formas clásicas de la literatura: la fábula, la novela y las tragedias de Shakespeare. Pero su atención no se centra en las controversias por aquel entonces de moda entre formalismo y simbolismo, entre los futuristas y el frente de izquierdas. El gran problema que se plantea reviste un significado más amplio y genérico: una creación artística ¿qué es lo que hace?, ¿qué es lo que la convierte en obra de arte? Éste es, en realidad, el problema estético capital, y no podemos ignorarlo si queremos ponderar el verdadero valor de una novedad surgida en el mundo del arte. Vygotsky se aproxima a las obras de arte desde la perspectiva de un psicólogo que se ha liberado de la antigua psicología subjetivaempírica. De ahí que en su libro se oponga a ese psicologismo tradicionalmente empleado en la interpretación del arte. Su método es objetivo y analítico. En su opinión, al analizar la estructura de una obra de arte uno debe recrear la respuesta, la actividad interna a la que dicha obra da pie. Este concepto permitió a Vygotsky internarse en los secretos del valor perdurable de las grandes obras artísticas o descubrir esa fuerza en virtud de la cual una epopeya griega o una tragedia shakesperiana sigue, en palabras de Marx, «suministrándonos goce artístico y, en ciertos sentidos, sirviéndonos como norma y modelo inalcanzable». El primer paso tiene que ser desbrozar el camino, deshacernos de las muchas «soluciones» falaces que se propusieron en la abundante literatura de la época. De ahí que buena parte del libro de Vygotsky esté dedicada a una crítica de las visiones unilaterales de las cualidades específicas del arte, de sus funciones específicamente humanas y sociales. El autor se niega a reducir las funciones del arte a una función puramente perceptiva, gnóstica. Si el arte de verdad posee una función perceptiva, se convierte en una función de una percepción especial llevada a cabo por medios particulares. El arte no es una simple cuestión de percepción visual. La transformación de algo en figura o símbolo no crea, sin más, una obra de arte. La «cualidad pictográfica» de una producción y su cualidad como obra artística son dos cosas muy distintas. La esencia y función del arte no están contenidas en la forma, porque la forma no existe en solitario y carece de independencia. Su verdadera validez sólo sale a relucir cuando la consideramos en relación con el material al que informa o «encarna», por 5 decirlo en términos de Vygotsky, insuflándole nueva vida en el contexto de la obra artística. Desde esta perspectiva, el autor expresa su oposición al formalismo en arte, a cuya crítica dedica todo un capítulo de su libro («El arte como técnica»). Pero ¿es que la cualidad específica del arte se encarna quizá en la expresión de la experiencia emotiva, la comunicación de sentimientos? Vygotsky también rechaza esta solución. Se opone tanto a la teoría del «contagio» de sentimientos como a la interpretación puramente hedonista de la función del arte. El arte, por supuesto, «trabaja» con sentimientos humanos, y unaobra de arte es la encarnación de dicho trabajo. Sensaciones, emociones y pasiones forman parte del contenido de una obra artística, pero son transformadas por ella. Del mismo modo que la creación artística produce una transfiguración del material de que se compone la obra de arte, también provoca una metamorfosis de los sentimientos. La importancia de esta metamorfosis, para Vygotsky, radica en que trasciende los sentimientos individuales y los generaliza a un plano social. El sentido y la función de un poema sobre el dolor no es en modo alguno transmitir al lector la aflicción del autor (ay del arte si esto fuera así, observa Vygotsky), sino modificar esa aflicción para que revele algo nuevo y pertinente para el hombre en un nivel de verdad más elevado. Sólo la elevada calidad de la obra de un artista puede obrar esta metamorfosis, esta elevación de los sentimientos. Pero la naturaleza del proceso queda fuera del alcance del investigador, como también es inaccesible para el propio artista. El estudioso del arte no trata con el trabajo del artista sino con su producto: la creación artística, la obra de arte en cuya estructura cristalizó. La tesis es clara: la actividad humana ni se evapora ni desaparece de su producto; sencillamente, cambia en el interior de la obra de arte, pasando de ser una forma de movimiento a una forma de ser, o estado de existencia como objeto (Gegenständlichkeit). En esencia, la Psicología del arte de Vygotsky contiene un análisis de la estructura de la creación artística. Para nosotros, el análisis de la estructura suele ir asociado a la idea de un análisis puramente formal, divorciado del contenido de una obra artística. Pero en Vygotsky la forma no está separada del contenido: penetra en él. Porque el contenido de la producción artística no es el material. Su contenido real es su contenido efectivo, aquello que determina el carácter específico de la experiencia estética generada por una creación artística. Así pues, el contenido que tenemos en mente no es simplemente inyectado desde fuera en la obra de arte, sino que es creado en ella por el artista. El proceso de creación de este contenido está cristalizado, encarnado en la estructura de la obra de arte, del mismo modo que, pongamos, una función fisiológica está encarnada en la anatomía de un órgano. El estudio de la «anatomía» de un producto artístico pone de manifiesto la gran cantidad de niveles de actividad necesarios para su plena realización. En primer lugar, su contenido real exige dominar las propiedades del material en que está realizada, la forma 6 sustantiva en la que cobra existencia. Para transmitir la calidez, la animación, la plasticidad del cuerpo humano, el escultor elige el frío mármol, el bronce o la madera veteada; una figura de cera coloreada no pertenece al museo de arte sino al de cera. Sabemos que, a veces, el dominio de las propiedades materiales de la sustancia con que está hecha la creación del artista alcanza niveles extraordinarios: el espectador tiene la impresión de que la piedra en que se esculpió la Victoria alada de Samotracia no tiene masa ni peso. Esta sensación se puede describir como el resultado de «la encarnación de la materia a través de la forma». Pero la descripción es meramente provisional; el único factor realmente decisivo es eso que está más allá de la forma y que la crea. Nada más y nada menos que el contenido encarnado en una obra de arte, su significado. En la Victoria alada de Samotracia el significado es el vuelo, el triunfo de la victoria. El tema que estudia la Psicología del arte es la literatura, un tipo de arte singularmente difícil de analizar, porque su material es el lenguaje; en otras palabras, el material ya posee un significado, es relevante para el contenido que en él se encarna. También aquí, por supuesto, se da una «encarnación» del material, pero una encarnación no sólo de sus propiedades físicas —no sólo del aspecto «fásico» de las palabras, como habría dicho Vygotsky— sino de su aspecto interno intrínseco, de sus valores semánticos. El significado de la obra artística queda influido por este factor previo y, por esta razón, supera la mera equiparación con el valor semántico de las palabras. Uno de los grandes méritos del libro de Vygotsky reside en su brillante análisis de la superación del «prosaísmo» del material verbal, de la elevación de su función en la estructura de la obra literaria. Aunque sólo se trata, eso sí, de un nivel de análisis abstraído del nivel principal, el que lleva la estructura en su interior. El factor principal sería ese movimiento que Vygotsky llama «movimiento de sentimientos opuestos», el que produce el efecto del arte y engendra su función específica. La «oposición de sentimientos» sugiere que el contenido emocional, afectivo, de la obra evoluciona en dos direcciones opuestas que, pese a todo, luchan por confluir en un único punto supremo. En esa intersección, una fugaz unión o clausura de ambas crea el efecto: la transformación y depuración de los sentimientos. Para dar nombre a ese fundamental movimiento interno cristalizado en la estructura de una obra artística, Vygotsky utiliza un término clásico: catarsis. El significado del término, tal y como Vygotsky lo usa, no es el mismo que el que le atribuye Aristóteles, ni el que adquirió en la psicología freudiana. Para Vygotsky, la catarsis no es la simple liberación de unas tremendas atracciones afectivas que, mediante el arte, se desprenderían de sus «cualidades negativas». Más bien es la resolución de cierto conflicto estrictamente personal, la revelación de una verdad humana más elevada, más general, en los fenómenos de la existencia. Vygotsky no siempre utiliza conceptos psicológicos precisos para expresar su pensamiento. En la época de escritura del libro, muchos de estos conceptos todavía no se habían forjado: aún no existía una doctrina de la naturaleza sociohistórica de la psique 7 humana, aún no se habían superado los elementos de la aproximación «reacto-lógica» propugnada por K. N. Kornilov; apenas si se había empezado a esbozar, en términos muy generales, una teoría específicamente psicológica de la conciencia. De ahí que en su libro Vygotsky exprese muy a menudo sus ideas en palabras que no son suyas. Abundan las citas, incluso las de autores cuyas concepciones generales son básicamente ajenas a las suyas. La Psicología del arte no llegó a publicarse en vida de su autor. ¿Fue un accidente, el resultado de una desgraciada cadena de circunstancias? Nos parece poco probable. En los pocos años que le quedaron después de escribirlo, Vygotsky publicó un centenar de textos, incluyendo una serie de libros iniciada con su Psicología de la educación (1926) y concluida con su último libro, Pensamiento y lenguaje (1934), de publicación póstuma. La explicación quizá se encuentre en motivaciones internas de Vygotsky, a resultas de las cuales virtualmente nunca volvió a tocar el tema del arte.3 Probablemente, Vygotsky tuvo dos razones para no publicar el presente libro. Cuando terminó de trabajar en el manuscrito, había percibido ya las potencialidades de una nueva orientación en la ciencia psicológica, a la que atribuía una importancia muy grande, e incluso decisiva, para la comprensión de los mecanismos de la creatividad artística y las funciones específicas del arte. Se sintió obligado a seguir en esa dirección para completar así su trabajo sobre psicología del arte y demostrar lo que aún no se había demostrado. Vygotsky vio con claridad las faltas e imperfecciones que habían afectado a sus anteriores trabajos. Al principio del capítulo en el que plantea sus propias concepciones categóricas —la teoría de la catarsis— ya advierte al lector: «La revelación del contenido de esta fórmula del arte como catarsis debe permanecer fuera del ámbito de este libro [...]. Antes de que sea posible llevarla a cabo», escribe, «sería preciso emprender una investigación exhaustiva sobre la función de la catarsis en cada forma artística». Vygotsky, por supuesto, no sólopensaba en prolongar lo ya descubierto hasta abarcar una esfera más amplia de fenómenos. En un artículo posterior sobre la psicología de la creatividad del actor (escrito en 1932 y publicado después de su muerte), Vygotsky no sólo entró en un nuevo terreno del arte sino que lo hizo desde un nuevo punto de vista: la interpretación sociohistórica de la mente humana, una perspectiva apenas presente en sus anteriores obras. Siendo como era demasiado breve y estando además dedicado al problema específico de los sentimientos teatrales o dramáticos, este artículo póstumo se limitó, al tratar la problemática más amplia de la psicología del arte, a lanzar unas pocas afirmaciones teóricas generales. Aun así, dichas afirmaciones resultan en extremo significativas. Revelan, retrospectivamente, lo que ya estaba presente, en forma germinal, en la Psicología del arte. 8 «Para descubrir las leyes que rigen la interpretación de los sentimientos dramáticos, debemos buscar primero», escribió Vygotsky, «en el marco de la psicología histórica y no en la biológica. La expresión de los sentimientos por parte del actor sólo alcanza una trascendencia general y se hace significativa en virtud de su inclusión en un sistema más amplio de psicología social; sólo entonces podrá ser entendida la función del arte». «La psicología del actor es de naturaleza histórica y está estructurada en clases» (la cursiva es del autor).4 «La vida del actor se muestra no como una función de su propia existencia individual y espiritual sino como un fenómeno dotado de un valor social objetivo y que sirve como escalón transicional de la psicología a la ideología.»5 Es posible leer estas palabras de Vygotsky como una especie de punto culminante en todos sus esfuerzos: la comprensión de la función del arte en la vida de la sociedad y en la vida del hombre en tanto que ser sociohistórico. La Psicología del arte de Vygotsky dista de haber perdido su valor como libro; es una obra creativa que exige de su lector un esfuerzo y una actitud también de índole creativa. En los cuarenta y tantos años transcurridos desde su escritura, los psicólogos soviéticos han avanzado mucho, tanto en vida de Vygotsky como después. Por esta razón, algunos postulados psicológicos expresados en este libro deben interpretarse hoy de forma distinta, desde la perspectiva de los actuales postulados psicológicos de la actividad y la conciencia humanas. Tarea que, por supuesto, exigirá investigaciones específicas más exhaustivas y que no es posible desempeñar en el marco de una breve introducción. Muchas cosas en el libro de Vygotsky ya se han visto superadas. Pero de ninguna obra científica cabe esperar una verdad en última instancia absoluta, ni soluciones de validez eterna; no se las pidamos, pues, al libro de Vygotsky. Su importancia reside en otro lugar: los textos de Vygotsky conservan intacta su urgencia científica; continúan publicándose y atrayendo la atención de los lectores. ¿De cuántos estudios a los que Vygotsky alude se puede decir lo mismo? De muy pocos. Este hecho, por sí solo, revela el valor perdurable de sus ideas en psicología científica. Nos atrevemos a pensar que su Psicología del arte compartirá el destino de sus demás trabajos: entrar a formar parte de la herencia de la ciencia soviética. A. N. LEONTIEV 9 PRÓLOGO El presente libro ha cristalizado a partir de una serie de estudios menores, y algunos mayores, en los terrenos del arte y la psicología. Tres de mis ensayos literarios —acerca de Krylov, acerca de Hamlet [1]* y acerca de la composición del relato breve— conforman la base de los análisis que aquí presento, junto a una serie de artículos y notas aparecidos en distintas publicaciones periódicas.1 Los diferentes capítulos de este libro se limitarán a ofrecer conclusiones sumarias, bosquejos y resúmenes de los citados estudios. Sería imposible, por ejemplo, presentar un análisis exhaustivo de Hamlet en un solo capítulo: la labor requeriría un volumen entero, si no más. Mis años de investigación en Rusia se han caracterizado por la búsqueda, tanto en los estudios artísticos como en psicología, de un camino que nos permitiera escapar de los precarios límites del subjetivismo. Esta tendencia en pos del objetivismo, en pos de un enfoque preciso, materialista, científico del conocimiento en los dos terrenos ha dado origen al presente volumen. En los estudios académicos sobre arte se siente cada vez más la necesidad de disponer de unas bases psicológicas. Por su parte, la psicología, en su afán de comprender y explicar el comportamiento de forma global, se ve inevitablemente arrastrada a la compleja problemática de la reacción estética. Si a esto le sumamos el viraje que está teniendo lugar en ambas disciplinas, la actual crisis del objetivismo, comprenderemos la plena urgencia de nuestro tema de estudio. De hecho, los estudios tradicionales sobre arte se han basado siempre, sea consciente o inconscientemente, en presupuestos psicológicos. Pero la vieja psicología popular ya no nos sirve, por dos razones. En primer lugar, porque todavía es capaz de alimentar toda clase de subjetivismos en temas de estética, cuando las tendencias objetivas reclaman unos presupuestos objetivos. En segundo lugar, porque estamos asistiendo al nacimiento de una nueva psicología que refunda los cimientos sancionados por la tradición de todas las llamadas «ciencias del alma». He querido replantearme la psicología tradicional del arte e intentar definir un nuevo campo de investigación para la psicología objetiva: sencillamente, plantear el problema y sugerir un método y unos cuantos principios psicológicos fundamentales de explicación. Nada más. Titulando este libro la Psicología del arte no he querido dar a entender que iba a presentar un sistema completo o representar todo el espectro de problemas y causas. Mi objetivo ha sido otro: ofrecer, no un sistema, sino un programa; mi principal inquietud, el objetivo que he perseguido, ha sido el problema central, no el abanico completo de problemas. 10 Por este motivo, orillaré las controversias sobre el psicologismo en estética y sobre las fronteras entre la estética y los estudios artísticos en un sentido estricto. Coincido con Lipps en que la estética puede definirse como una disciplina de la psicología aplicada, pero no voy a plantear en ningún lugar este problema de forma global. Me circunscribiré a las leyes metodológicas y teóricas del examen psicológico del arte, subrayando la esencial importancia2 de encontrar un lugar en el seno de la doctrina marxista del arte. Mi pauta ha sido aquí el conocido postulado marxista según el cual una visión sociológica del arte no niega su consideración estética; por el contrario, le abre con franqueza sus puertas y la trata, en palabras de Plekhanov, como su complemento. Y sin embargo, toda discusión estética del arte, en tanto en cuanto no desee apartarse de la sociología marxista, tiene que basarse sin cesar en la psicología social. Es fácil mostrar que incluso los estudiosos del arte que, no sin razón, deslindan por completo su propio campo de la estética incluyen inevitablemente en su tratamiento de los conceptos y problemas básicos del arte unos axiomas psicológicos que resultan acríticos, arbitrarios y precarios. Pienso, como Utitz, que el arte trasciende los límites de la estética e incluso posee unos rasgos fundamentalmente distintos de los valores estéticos, pero a pesar de todo parte del elemento estético y lo conserva hasta el final. También creo evidente que la psicología del arte debe relacionarse con la estética, sin perder de vista la línea que separa una área de la otra. Hay que decir que en los nuevos estudios sobre arte, como en la psicología objetiva, todavía se están desarrollando los conceptos básicos y los principios fundamentales: se están dando los primeros pasos. Razón por la cual una obra surgida en la intersección de ambas disciplinas y que aspira a emplear el lenguaje de la psicología objetiva para tratar los hechos objetivos del arte forzosamentese verá lastrada por el hecho de encontrarse todavía en el umbral del problema, sin poder penetrar en profundidad en él ni recorrerlo a fondo. Únicamente he querido desarrollar los aspectos particulares de una visión psicológica del arte y apuntar la idea central, los métodos para trabajarla y el contenido del problema. Si de la intersección de estas tres líneas de pensamiento tuviera que surgir una psicología objetiva del arte, la presente obra podría ser la pequeña semilla de la que brotase. En mi opinión, la idea central de la psicología del arte es el reconocimiento de la preponderancia del material sobre la forma artística, o, lo que viene a ser lo mismo, el reconocimiento en arte de las técnicas sociales de las emociones. El método para investigar este problema es el método objetivo-analítico, que parte de un análisis del arte para llegar a una síntesis psicológica: el método de análisis de los sistemas artísticos de estímulos.3 Como Hennequin, considero que una obra de arte es «una combinación de símbolos estéticos destinados a suscitar emoción en las personas»,4 y mi intención, al analizar esos símbolos, es recrear las emociones que les corresponden. La diferencia entre mi método y el método estético-psicológico, empero, es que yo no interpreto esos 11 símbolos como manifestaciones de la organización espiritual del autor o sus lectores [2]. No pretendo inferir la psicología de un autor o sus lectores a partir de una obra de arte, porque sé que es imposible hacerlo sobre la base de una interpretación de los símbolos. Intentaré estudiar la pura e impersonal psicología del arte [3], sin referirme ni al autor ni al lector, atendiendo exclusivamente a la forma y el material de la obra artística. Me explicaré. Basándonos únicamente en las fábulas de Krylov jamás seremos capaces de reconstruir la psicología del autor, y la psicología de sus lectores diferirá según éstos sean del siglo XIX o del XX, o en función de los grupos, las clases, las edades y los individuos. Analizando una fábula, en cambio, sí podemos descubrir la ley psicológica en que se basa, el mecanismo a través del cual actúa; eso que podríamos llamar la psicología de la fábula. Naturalmente, esa ley y ese mecanismo no han actuado en modo alguno en forma pura, sino que acarrean consigo la complejidad de una serie de fenómenos y procesos que les han afectado. También, y de modo bastante justificado, hemos eliminado de la psicología de la fábula su efecto concreto, del mismo modo que el psicólogo aísla una reacción pura, sensorial o motora, selección o distinción, y la estudia como una reacción impersonal. Estoy convencido, por último, de que la esencia del problema es la siguiente: la psicología del arte teórica y aplicada debería poner de manifiesto todos los mecanismos que operan a través del arte y también debería proporcionar la base para todas las disciplinas que se ocupan del arte. La tarea de la presente obra es esencialmente sintética. MüllerFreienfels tiene mucha razón cuando dice que el psicólogo del arte se parece al biólogo que puede realizar un completo análisis de la materia viva y descomponerla en sus partes integrantes pero es incapaz de recrear el todo viviente a partir de esas partes o de descubrir las leyes que gobiernan ese todo. Una larga serie de publicaciones ha emprendido un análisis sistemático de la psicología del arte, pero no me consta que exista trabajo alguno que haya planteado y resuelto objetivamente el problema de la síntesis psicológica del arte. En este sentido, me parece que la presente tentativa constituye un paso adelante y que se atreve a introducir en el ámbito del debate científico algunos conceptos novedosos y que nadie había planteado hasta hoy. Las ideas novedosas del libro que considero mías deben, por supuesto, ser sometidas a examen y crítica, contrastándolas con otros conceptos y con los propios hechos. Con todo, hoy me parecen lo bastante fiables y maduras como para ser presentadas en un libro. El objetivo general de esta obra ha sido alcanzar cierto grado de solidez y seriedad científica en la psicología del arte, la más especulativa y místicamente imprecisa de todas las áreas de la psicología. Mi pensamiento queda expresado en las palabras de Spinoza [4] que aparecen en el epígrafe que encabeza este libro. Como él, no me he esforzado por asombrarme ni por reír o llorar, sino por comprender.5 12 13 14 PRIMERA PARTE 15 SOBRE LA METODOLOGÍA DEL PROBLEMA 16 17 CAPÍTULO 1 EL PROBLEMA PSICOLÓGICO DEL ARTE «ESTÉTICA DESDE ARRIBA» Y «ESTÉTICA DESDE ABAJO». TEORÍA MARXISTA DEL ARTE Y PSICOLOGÍA. PSICOLOGÍA SOCIAL E INDIVIDUAL DEL ARTE. PSICOLOGÍA SUBJETIVA Y OBJETIVA DEL ARTE. EL MÉTODO OBJETIVO-ANALÍTICO Y SU APLICACIÓN. Si tuviéramos que trazar una frontera que dividiese todas las tendencias de la estética contemporánea en dos grandes direcciones, pensaríamos en la psicología. Esas dos direcciones, la psicológica y la no psicológica, abarcan todo lo que pasa en estética. Fechner habla con acierto de una «estética desde arriba» y una «estética desde abajo». Podría dar la impresión de que nos encontramos no sólo ante dos áreas distintas de una ciencia única sino, más aún, ante dos disciplinas independientes, cada una de ellas con su propia materia y su propio método de estudio. Hay quien sigue viendo la estética en buena medida como una ciencia especulativa, mientras que otros, como O. Külpe, se inclinan a creer que «en nuestros días la estética vive una fase de transición [...] el método especulativo del idealismo post-kantiano ha sido abandonado casi por completo. La investigación empírica, por su parte [...] está influida por la psicología [...]. Para nosotros, la estética es la enseñanza de un comportamiento estético (Verhalten) o, lo que es lo mismo, el estado general producido en una persona por una impresión estética [...]. Debemos considerar la estética como la psicología del goce estético y la creatividad artística».1 Volkelt es de la misma opinión: «Un objeto estético», dice, «[...] sólo adquiere su específico carácter estético a través de la percepción, el sentimiento y la imaginación de la persona que lo percibe».2 Recientemente, esta concepción de la psicología ha sido suscrita por estudiosos como Veselovskii.3 Volkelt ha expresado con bastante justeza la idea general: «La psicología debe convertirse en el fundamento de la estética».4 «La primera y más perentoria de las tareas de la estética será, por supuesto, la de procurarnos un análisis en profundidad del arte, y no las especulaciones metafísicas.»5 Una visión diametralmente opuesta se ha dado en las filas de las tendencias antipsicológicas de la filosofía alemana, que tan influyentes se han vuelto en la pasada década y cuyo epítome puede hallarse en un artículo de H. Shpet.6 La polémica entre los defensores de estos dos puntos de vista se ha desarrollado esencialmente a través de 18 argumentos negativos y de la exposición de las debilidades del oponente. La sustancial futilidad de este ejercicio convirtió el debate en un ejercicio tedioso y retrasó la llegada de soluciones prácticas al problema. La estética desde arriba ha formulado sus leyes y demostraciones basándose en la «naturaleza del alma», en premisas metafísicas o en construcciones especulativas. Se ha pensado a sí misma como categoría existencial un tanto especial, y ni siquiera psicólogos tan reconocidos como Lipps han conseguido escapar a este destino común. La estética desde abajo, por su parte, se ha interesado por experimentos extraordinariamente primitivos a fin de clarificar las relaciones estéticas más fundamentales; con ello, no ha podido elevarse ni un ápice por encima de esta combinación de hechos primordiales y básicamente irrelevantes. Cada vez estaba más claro que las dos tendencias estéticas vivían una profunda crisis. Muchos autores comprendieron que la sustancia y la naturaleza de esta crisis iba mucho más allá de lo que cabe considerar como la crisis de una tendencia concreta. De repente, quedó claro quelas premisas originales de ambas tendencias, así como sus bases científicas de investigación y sus métodos, eran infundadas. La prueba fue la propagación de la crisis tanto a la psicología empírica como a la filosofía idealista alemana de las últimas décadas. Para salir de este callejón sin salida, se impone el cambio radical de los principios básicos de investigación, la selección de unos métodos totalmente nuevos y un replanteamiento del problema. Con respecto a la estética desde arriba, es evidente que una teoría sólo puede desarrollarse sobre unas bases sociológicas e históricas. Es evidente, asimismo, que el arte sólo pasará a ser objeto del estudio científico si se lo considera como una de las funciones vitales de la sociedad [5], en íntima relación con todas las demás esferas de la vida social en su estado material-histórico. De todas las tendencias sociológicas en la teoría del arte, la que ha evolucionado con mayor coherencia es la teoría del materialismo histórico, que intenta basar el análisis científico del arte en los principios aplicados al estudio de todos los fenómenos de la vida social [6]. Desde esta perspectiva el arte suele contemplarse como una de las formas de ideología surgidas, al igual que las demás formas, como una estructura superpuesta a las relaciones económicas y productivas. Era evidente que, puesto que la estética desde abajo siempre fue empírica y positiva, la teoría marxista del arte iba a llevar a cabo una clara tentativa de introducir una psicología de este tipo en la estética. Lunacharskii llega incluso a considerar la estética como una rama de la psicología. «Sería, sin embargo, harto superficial dictaminar que el arte carece de leyes evolutivas propias. La corriente de agua está determinada por el lecho y por las orillas. A veces el agua se desborda hasta estancarse en una balsa. Otras veces fluye en un curso sosegado y majestuoso. Y luego puede arremolinarse y espumear a lo largo de un lecho rocoso, o caer en cascadas, girar a derecha o izquierda, e incluso desandar el camino. Pero por muy obvio que nos parezca que el curso de un riachuelo está determinado por las leyes inflexibles impuestas por las condiciones externas, su esencia 19 está determinada por las leyes de la hidrodinámica, que no es posible deducir de las condiciones externas de flujo sin poseer cierto conocimiento sobre la naturaleza del agua.»7 Para esta teoría, la frontera que en un principio dividía la estética desde arriba y la estética desde abajo tiene un trazado totalmente distinto: ahora separa la sociología del arte de la psicología del arte y muestra a cada uno de esos campos su propio y característico punto de vista acerca del mismo objeto de investigación. Plekhanov, en sus estudios sobre arte, dibuja una nítida frontera entre las dos perspectivas. Señala que los mecanismos psicológicos que definen el comportamiento estético del hombre están determinados por causas sociológicas. De ahí que la psicología estudie el efecto de dichos mecanismos, mientras que la sociología estudia su causalidad. «La naturaleza humana está constituida de tal modo que el hombre puede tener unos gustos y conceptos estéticos. Sus condiciones ambientales hacen real esta posibilidad; al entorno le debemos el que determinado individuo social (o determinada sociedad, pueblo o clase) posea ciertos gustos y conceptos estéticos y no otros [...].»8 De este modo, en distintas fases de su evolución social el hombre recibe de la naturaleza impresiones distintas, porque ve a la naturaleza desde distintos puntos de vista. Naturalmente, el efecto de las leyes generales que rigen la naturaleza psicológica del hombre no se interrumpe durante ninguna de esas fases. Pero como quiera que en diferentes períodos «la mente humana recibe cualquier cosa salvo materiales homogéneos e idénticos, no nos sorprenderá que los resultados del procesamiento de dicho material lo sean todo salvo idénticos»;9 «[...] ¿en qué medida cabe entender las leyes psicológicas como una clave que explicaría la historia de la ideología en general y la historia del arte en particular? En la psicología del hombre del siglo XVII, el principio de antítesis desempeñaba exactamente el mismo papel que en la de nuestros contemporáneos. ¿Por qué, entonces, son nuestros gustos estéticos tan totalmente opuestos a los del hombre del siglo XVII? Porque vivimos en condiciones totalmente distintas. Ello significa que estamos a punto de llegar a una conclusión que ya conocemos: la naturaleza psicológica del hombre posibilita que éste tenga conceptos estéticos, y el principio darwiniano de la antítesis (la dialéctica hegeliana) desempeña un papel de suma importancia, que hasta hoy no se ha explicado lo suficiente, en la mecánica de estos conceptos. Por qué, a pesar de todo, un individuo social dado tiene precisamente estos gustos y no otros; por qué le gustan precisamente estos objetos y no otros: todo depende de las condiciones del entorno.»10 Fue Plekhanov quien supo explicar mejor que nadie la necesidad teórica y metodológica de una investigación psicológica de la teoría marxista del arte. En sus propias palabras, «todas las ideologías comparten una misma raíz: la psicología de una determinada época».11 20 Con los ejemplos de Hugo, Berlioz y Delacroix, el autor muestra que el romanticismo psicológico de su época dio pie a tres formas distintas de romanticismo ideológico en tres campos totalmente distintos: poesía, música y pintura.12 En la fórmula con la que Plekhanov expresa la relación entre la base y la superestructura, tenemos cinco elementos secuenciales: 1. El estado de las fuerzas productivas 2. Las condiciones económicas 3. El régimen sociopolítico 4. La psique del hombre social 5. Las diversas ideologías que reflejan las propiedades de esta psique.13 De este modo, la psique del hombre social es contemplada como el sustrato general común a todas las ideologías de una época, el arte incluido. Y también reconocemos que el arte está determinado y condicionado por la psique del hombre social. En lugar del viejo antagonismo, ahora nos encontramos con cierta armonía entre tendencias psicológicas y antipsicológicas de la estética. También tenemos una frontera algo más precisa entre ellas, sobre la base de la sociología marxista. Claro que este sistema sociológico, la filosofía del materialismo histórico, no va a hablarnos de la psique humana en tanto que causa última. Pero tampoco es probable que rechace o ignore la psique y la trascendencia de su estudio en tanto que mecanismo auxiliar, el cual, junto a las relaciones económicas y el régimen sociopolítico, genera las ideologías. Al investigar formas artísticas complejas, esta teoría insiste en la necesidad de estudiar la psique, porque la distancia entre las relaciones económicas y la forma ideológica es cada vez más grande; de ahí que el arte ya no se pueda explicar como una consecuencia directa de las condiciones económicas. En eso pensaba Plekhanov cuando comparó la danza de los aborígenes australianos con el minué decimonónico. «Para entender la danza de las nativas australianas, basta conocer el papel que en la vida tribal de los aborígenes australianos desempeñan las mujeres recolectoras de plantas silvestres. Para comprender el minué, en cambio, no basta con conocer la economía de la Francia del siglo XVIII. Nos hallamos ante una danza que expresa la psicología de una clase no productiva [...]. De ahí que el “factor” económico ceda su lugar y posición al factor psicológico. Debemos recordar, sin embargo, que el surgimiento de las clases no productivas en la sociedad humana es un producto de la evolución económica.»14 Así pues, el enfoque marxista del arte, sobre todo en sus formas más complejas, implica necesariamente el estudio del efecto psicofísico de la creación artística. El tema de una investigación sociológica puede ser una ideología como tal o un fenómeno dependiente de ciertas formas de evolución social. Pero ninguna investigación sociológica per se (es decir, sin el complementode una investigación psicológica) logrará 21 revelar nunca la causa primera de una ideología, la psique del hombre social. Para trazar la frontera metodológica entre los diferentes puntos de vista, es fundamental comprender en qué se distingue la psicología de la ideología. Se entiende ahora el papel claramente diferenciado que se le atribuye al arte en tanto que forma ideológica especial que trata de un aspecto totalmente diferenciado y peculiar de la psique humana. Y, para entender esta peculiaridad del arte y saber en qué se distinguen exactamente el arte y su acción de todas las demás formas ideológicas, debemos por fuerza recurrir al análisis psicológico. El arte sistematiza una esfera muy especial de la psique del hombre social: sus emociones. Aunque es verdad que todos los dominios de la psique están generados por las mismas causas, también lo es que, al actuar a través de diferentes modos psíquicos de comportamiento (Verhaltungsweisen), tales causas dan vida a formas ideológicas diversas. El viejo antagonismo se transforma así en una alianza entre dos tendencias estéticas, qué sólo pueden adquirir relevancia dentro de un sistema filosófico general. Hoy la estética desde arriba está siendo reformada en una serie de trabajos que permiten estudiar estos problemas desde el espíritu del materialismo histórico. En cuanto a la psicología del arte, sin embargo, las cosas son muy distintas. Surgen aquí dificultades y problemas del todo desconocidos para la metodología convencional de la estética psicológica. Uno de ellos sería la separación de la psicología social de la individual en el estudio del arte. El antiguo planteamiento que no admitía distinción entre ambas debe ser objeto de una profunda revisión. A mi entender, la concepción convencional del objeto y el sujeto de la psicología social terminará mostrándose fundamentalmente falsa al contrastarla con el nuevo enfoque. Ciertamente, la perspectiva de la psicología social, o la psicología de los pueblos, como la define Wundt, eligió como temas de estudio el lenguaje, los mitos, las costumbres, el arte y los sistemas religiosos, así como las normas jurídicas y éticas. No hay duda de que desde la nueva perspectiva todo esto ya no es psicología sino un conglomerado de ideología, o cristales de ideología. La tarea de la psicología, sin embargo, es estudiar la solución per se, estudiar la psique social y no la ideología. El lenguaje, las costumbres y los mitos son el resultado de la actividad de la psique social, no su proceso. De ahí que la psicología social, al tratar el tema, sustituya la ideología por la psicología. Es obvio que la premisa fundamental de la psicología social convencional y de la naciente reflexología colectiva, a saber, que la psicología del individuo no sirve para explicar la psicología social, se verá sacudida por los nuevos presupuestos metodológicos. Bekhterev afirma que «[...] es obvio que la psicología de los individuos no sirve para explicar movimientos sociales [...]».15 Esta opinión la comparten otros psicólogos sociales (como McDougall, Le Bon, Freud, et al.), para quienes la psique social es secundaria y se origina en la psique individual. Según todos ellos, existe una psique individual especial y a partir de la interacción de las psiques o psicologías individuales surge una psique o psicología colectiva común a todos los individuos. De manera que la psicología social es considerada como la psicología de un individuo colectivo, igual que 22 una multitud está constituida por individuos, aunque posea una psicología supraindividual. Como vemos, la psicología social no marxista adopta un primitivo enfoque empírico con respecto al ente social, tratándolo como a una multitud, un ente colectivo, una relación entre individuos o personas. La sociedad es una asociación de personas y es considerada como una actividad accesoria de un individuo. Estos psicólogos no admiten que en algún lugar, en algún rincón íntimo y remoto de su pensamiento, de sus sentimientos, etc., la psique de un individuo sea social y esté socialmente condicionada. No resulta difícil demostrar que el tema de la psicología social es, precisamente, la psique del individuo. La idea de Chelpanov, citada a menudo, de que la psicología específicamente marxista es una psicología social que estudia la génesis de las formas ideológicas con arreglo a un método específicamente marxista, que implica el estudio del origen de unas formas dadas sobre la base de la economía social, es errónea. Como también lo es su idea de que la psicología empírica y experimental no puede llegar a ser marxista, del mismo modo que la mineralogía, la física, la química, etc., no pueden llegar a ser marxistas. Para ratificar su punto de vista, Chelpanov cita el capítulo VIII de las Cuestiones fundamentales del marxismo, donde Plekhanov expone el origen de las ideologías. Es más probable que la verdad sea justo lo contrario, es decir, que sólo la psicología individual (esto es, empírica y experimental) pueda llegar a ser marxista. Al fin y al cabo, ¿cómo podremos distinguir la psicología social de la individual si negamos la existencia de un alma popular, de un espíritu popular, etcétera? La psicología social estudia precisamente la psique del individuo, lo que éste tiene en su mente. No hay otra psique que estudiar. El resto es metafísica o ideología; de ahí que proclamar que su psicología no puede llegar a ser marxista (esto es, social), del mismo modo que la mineralogía y la química no pueden ser marxistas, significa no haber entendido la afirmación fundamental de Marx según la cual «el hombre en el sentido más literal es un zoon politicon,* un animal al que las relaciones sociales no sólo le son características sino necesarias a fin de poder destacar como individuo». Suponer que la psique del individuo (el objeto de la psicología experimental y empírica) es tan extrasocial como el objeto de la mineralogía, equivale a adoptar una posición diametralmente opuesta al marxismo. Naturalmente que la física, la química, la mineralogía, etc., pueden ser marxistas o antimarxistas, si entendemos que la ciencia no es una pura enumeración de hechos desnudos, un catálogo de relaciones y funciones sino un conocimiento sistematizado del mundo en su totalidad. Queda ahora por dilucidar la cuestión relativa a la génesis de las formas ideológicas. ¿Es realmente tarea de la psicología social el estudio de la dependencia de dichas formas con respecto a la economía social? No me lo parece. Ésa sería la tarea general de cada una de las disciplinas concretas en tanto que ramas de la sociología general. La historia de la religión y la jurisprudencia, la historia del arte y la historia de la ciencia desempeñan esa tarea para sus propios terrenos de estudio. 23 Lo erróneo del punto de vista que acabamos de exponer se hace patente no sólo a través de consideraciones teóricas sino también atendiendo a la experiencia práctica de la psicología social. Al determinar el origen de la creatividad social, Wundt se vio obligado a apelar a la creatividad del individuo.16 La creatividad de un individuo, dice, puede ser reconocida por otro individuo como una expresión apropiada de sus propias ideas y emociones; por ello, una serie de personas distintas pueden ser simultáneamente creadoras de un mismo concepto. En su crítica de Wundt, Bekhterev muestra con acierto que «en este caso es obvio que no puede haber psicología social, ya que no existen tareas nuevas más allá de las que ya están comprendidas en la psicología de los individuos aislados».17 De hecho, la vieja perspectiva según la cual existe una distinción fundamental entre los procesos y los productos de la creatividad popular y los de la individual, parece hoy unánimemente descartada. Nadie se atrevería hoy a afirmar que un antiguo bilina (un poema épico popular ruso), escrito a partir de las palabras de un pescador de Arkhangel’sk, y un poema de Pushkin escrupulosamente corregido y editado por el poeta son producto de procesos creativos distintos. Loshechos dicen justo lo contrario. Un examen atento revela que en este caso la diferencia es puramente cuantitativa. El narrador del bilina no lo cuenta exactamente del mismo modo en que lo recibió de su predecesor. Introduce cambios, cortes, adiciones y reorganiza sus palabras y sus partes. Se convierte así en autor de esa particular versión empleando normas y clichés ya existentes en la poesía popular. Por lo tanto, la noción de que la poesía popular es simple porque ha sido creada por todo un pueblo y no por profesionales (narradores, trovadores, cuentistas) de la creatividad artística que aplican una técnica tradicional, rica y especializada, a su arte y la usan exactamente igual que los escritores de períodos posteriores, es totalmente errónea. Por otro lado, el autor que pone por escrito el producto de su creatividad no es en modo alguno el único creador de su obra. Pushkin, por ejemplo, no es el autor individual de sus poemas. Él no inventó los métodos de escribir versos y rimas o de construir un tema o motivo de una forma específica. Como los narradores de los bilini, Pushkin transmite la inmensa herencia de la tradición literaria, que en gran medida depende de la evolución del lenguaje, de las técnicas de versificación, de los temas tradicionales, de los motivos, las imágenes, los temas compositivos, etcétera. Si en una obra literaria tuviéramos que deslindar la parte creada por el propio autor de lo que éste ha tomado de la tradición literaria, nos encontraríamos con que la creatividad del autor se cifra en seleccionar ciertos elementos, combinarlos según unas normas dadas y comúnmente aceptadas, trasponer ciertos elementos tradicionales a otros sistemas [7], y así sucesivamente. En otras palabras, tanto en los narradores de bilini de Arkhangel’sk como en Pushkin se puede detectar siempre la existencia de ambos elementos: autoría individual y tradiciones literarias. La diferencia, como ya se ha apuntado antes, sólo reside en la relación cuantitativa entre ambos. En Pushkin domina la autoría individual, mientras que en la narrativa del bilina lo que predomina es la tradición 24 literaria. Empleando el bien escogido símil de Silverswan, los dos nos recuerdan a un nadador que cruza un río y es arrastrado por la corriente. El camino del nadador, como la creatividad del autor, es la resultante de dos fuerzas: el propio esfuerzo del narrador y la fuerza de desviación de la corriente. Tenemos bastantes razones para afirmar que desde un punto de vista psicológico no existe ninguna diferencia fundamental entre los procesos de creatividad popular y individual. De modo que Freud tenía toda la razón cuando afirmó que la psicología individual es desde el principio y al mismo tiempo psicología social. Por consiguiente, la psicología intermental (interpsicología) de Tarde, así como la psicología social de otros autores, deben ser vistas bajo una luz totalmente distinta. En sintonía con Siegel, de La Grasserie y Rossi, entre otros, me inclino a pensar que debemos distinguir entre psicología social y colectiva, pero el modo de hacerlo debe ser, creo, esencialmente distinto. Como esta distinción se basa en el grado de organización del colectivo estudiado, esta opinión no es generalmente aceptada en la psicología social. La diferencia se hace evidente si consideramos la psique del individuo como el tema de la psicología social. Resulta obvio que el tema de la psicología individual coincide con el de la psicología diferencial, cuya tarea es el estudio de las diferencias individuales en los individuos. El concepto de la reflexología general, a diferencia de la reflexología colectiva de Bekhterev, también coincide punto por punto con esto. «En este sentido, existe cierta relación entre la reflexología del individuo y la reflexología colectiva; la primera trata de definir las peculiaridades del individuo, busca diferencias en las mentalidades individuales de las personas, e intenta mostrar la base reflexológica de esas diferencias, mientras que la reflexología colectiva, que estudia las manifestaciones masivas o colectivas de actividad correlativa, apunta esencialmente a definir el modo en que los productos sociales de una actividad correlativa se obtienen mediante la correlación entre individuos en grupos sociales y limando sus diferencias individuales.»18 Es evidente que aquí estamos tratando con la psicología diferencial en la aceptación precisa del término. ¿Cuál sería, entonces, el objeto de la psicología colectiva como tal? Hay una respuesta simple a esta pregunta: todo lo que hay en nuestro interior es social, pero ello no implica que todas las propiedades de la psique de un individuo sean también inherentes a los demás miembros del grupo. Sólo una parte de la psicología individual puede considerarse como perteneciente a un grupo dado, y esta porción de psicología individual, así como sus manifestaciones colectivas, es el objeto de estudio de la psicología colectiva cuando examina la psicología del Ejército, la Iglesia, etcétera. Así que, en vez de distinguir entre psicología social e individual, debemos distinguir entre psicología social y colectiva. La diferencia entre psicología social e individual en estética parece ser la misma que la existente entre estética normativa y descriptiva, porque, como bien ha demostrado Münsterberg, la estética histórica estaba conectada con la psicología social y la estética normativa con la psicología individual.19 25 Mucho más importante es la diferencia entre las psicologías subjetiva y objetiva del arte. La diferencia del método introspectivo aplicado al estudio de los sentimientos estéticos se hace evidente a partir de las propiedades individuales de estos sentimientos. Por su propia naturaleza, un sentimiento estético resulta incomprensible y fundamentalmente oscuro en su evolución para la persona que lo experimenta. Ni sabemos ni comprendemos realmente por qué nos gusta o disgusta un objeto. Todos los argumentos con que salimos al paso y tratamos de explicar su comportamiento no son más que algo pensado a posteriori, una racionalización obvia de unos procesos inconscientes. La sustancia de la experiencia, sin embargo, permanece en el misterio. El objeto del arte es ocultar el arte, según reza una máxima francesa. La psicología quiso solucionar estos problemas experimentalmente, pero todos los métodos de estética experimental, sean los aplicados por Fechner (métodos de selección, determinación y aplicación) o los aprobados por Külpe (método de selección, cambio gradual y variación en el tiempo),20 son esencialmente incapaces de aspirar a ser otra cosa que simples o elementales apreciaciones o juicios estéticos. En su resumen de los logros de esta metodología, Frebes llega a unos resultados de lo más lamentables.21 Haman y Croce le criticaron duramente; este último la tildó de astrología estética.22 No mucho mejor es la ingenua aproximación al estudio del arte consistente en explorar la personalidad del artista con preguntas tipo test tales como «¿Qué harías si la persona amada te traicionara?».23 Aunque le tomáramos el pulso o la respiración al artista o le pidiéramos que se expresara en primavera, verano, otoño o invierno durante un test de este tipo, seguiría siendo una forma ineficaz, ineficiente y ridícula de estudiar el tema. El error fundamental de la estética experimental consiste en partir del extremo erróneo, el del placer estético y el juicio estético, pasando deliberadamente y en todo momento por alto el hecho de que tanto el placer como el juicio pueden ser rasgos arbitrarios, secundarios e incluso irrelevantes del comportamiento estético. Otro error es la incapacidad de percibir los detalles que distinguen una experiencia estética de una experiencia ordinaria. La estética experimental jamás llegará a nada mientras siga evaluando simples combinaciones de colores, sonidos, líneas y cosas por el estilo, sin darse cuenta de que por sí mismos estos factores no caracterizan a la percepción estética como tal. Por último, el tercer y más gravede los errores de la estética experimental consiste en presuponer que una experiencia estética compleja es la suma de unos placeres estéticos individuales y menores. Se supone que la belleza de una estructura arquitectónica o de una composición musical puede entenderse como una expresión sumaria de armonías individuales, de acordes, de la sección áurea, etcétera. Es evidente 26 que, para la estética convencional, los términos «subjetivo» y «objetivo» eran sinónimos de estética psicológica y no psicológica.24 El concepto de estética psicológica objetiva era una combinación absurda y contradictoria de conceptos y palabras. La gran crisis de la psicología actual ha dividido más o menos a los psicólogos en dos campos: uno de ellos se ha adentrado y profundizado en el subjetivismo, más aún incluso que Dilthey et al., tendiendo ostensiblemente hacia el bergsonismo puro. El otro, que va de América a España, trata de crear una psicología objetiva. El behaviorismo americano, la psicología alemana de la Gestalt, la reflexología y la psicología marxista son ejemplos de tentativas de este género. Esta tendencia hacia el objetivismo no sólo implica a la metodología de la estética convencional sino también, evidentemente, a la de la estética psicológica. La principal tarea de esta psicología es, por lo tanto, la creación de un método y de un sistema objetivo de psicología del arte; cuestión de vida o muerte para todo este campo de conocimiento. Pero para tratar de solucionar este problema es necesario delinear antes de forma más precisa el problema psicológico del arte: sólo entonces podremos empezar a estudiar sus métodos. No costaría demostrar que toda investigación sobre arte debe operar necesariamente con ciertas premisas y datos psicológicos. Como no disponen de una completa teoría psicológica del arte, estas investigaciones recurren a la psicología de siempre y le suman algunas observaciones de cosecha propia. Unos pocos ejemplos nos servirían para demostrar fácilmente cómo ciertos errores inaceptables pueden abrirse paso en libros serios cuando se recurre a una psicología trivial. Uno de ellos es la típica caracterización psicológica de la métrica del verso. En un libro reciente, Grigor’ev señala que es posible probar la sinceridad de las emociones y los sentimientos del poeta gracias a una curva rítmica diseñada por Andrei Bely para distintos poemas. El autor describe psicológicamente el troqueo como «[...] útil para expresar estados de ánimo alegres y danzarines, como por ejemplo en “Las nubes corren, las nubes giran”» (un poema de Pushkin). Si un poeta usa el troqueo para expresar un estado de ánimo elegíaco, es evidente que dicho estado es insincero o artificial, y el intento de usar el troqueo para una elegía sería tan absurdo como, empleando una agudeza del poeta Rukavishnikov, «la tentativa de hacer una escultura de un negro en mármol blanco».25 Basta recordar el poema de Pushkin citado por Grigor’ev, o incluso simplemente uno de sus versos («gritos y aullidos quejumbrosos desgarran mi alma»), para comprender que no hay aquí ni huella de esos «estados de ánimo alegres y danzarines» que se le atribuyen al troqueo. En su lugar, el poeta emplea el troqueo en un poema lírico para expresar un humor sombrío y desesperado. Para Grigor’ev esto sería tan absurdo como esculpir a un negro en mármol blanco. Sólo un mal escultor pintaría de negro una estatua de mármol blanco de un negro y sólo un mal psicólogo decretaría que los versos trocaicos son aptos para expresar exclusivamente estados de ánimo alegres y danzarines. Por supuesto que las estatuas de mármol blanco pueden representar a negros, del mismo 27 modo que los versos líricos que expresan estados de ánimo tristes o desesperados pueden ser trocaicos. Es verdad, no obstante, que ambos ejemplos exigen una explicación especial que sólo la psicología del arte es capaz de ofrecer. Podemos citar como apéndice de esta idea una caracterización análoga de la métrica del verso, obra de Yermakov: «En el poema “Un camino invernal” (de Pushkin) el poeta emplea un doloroso metro yámbico para esta obra de gran sensibilidad y crea un sentimiento de desolación y alienación íntima [...]».26 Esta interpretación psicológica se desmorona cuando la confrontamos con un hecho desnudo: el poema «Un camino invernal» está escrito en tetrámetros trocaicos puros y no en «un doloroso metro yámbico». El psicólogo que quiere comprender la melancolía de Pushkin a partir del yambo o su alegría a través del troqueo se ha extraviado a plena luz del día y ha olvidado el hecho científicamente establecido, formulado por Gershenzon, de que «para Pushkin el metro es obviamente inmaterial. Emplea la misma métrica para describir la separación de una mujer amada (“Hacia las orillas de la patria remota”), la caza de un gato a un ratón (en “El conde Nulin”), el encuentro de un ángel con un demonio, un lugano cautivo...».27 Nunca lograremos entender las leyes que rigen los sentimientos y las emociones en una obra artística sin realizar antes una adecuada investigación psicológica. También resulta curioso observar cómo los estudios sociológicos del arte son incapaces de explicar plenamente la mecánica de una obra de arte. Una herramienta útil es el «principio de antítesis» darwiniano, que Plekhanov utiliza para interpretar multitud de fenómenos artísticos.28 Todo ello demuestra la colosal complejidad de las influencias que se ejercen sobre el arte, que no pueden ni deben reducirse a una forma de expresión primitiva y unívoca. En última instancia, nos hallamos frente al problema del complejo efecto de una superestructura al que Marx alude cuando dice que ciertas etapas de florecimiento artístico no se corresponden para nada con el progreso general de la sociedad, y que en el terreno del arte algunas formas artísticas importantes sólo son posibles en un estadio bajo de evolución del arte. Sin embargo, la dificultad no reside en que el arte y la épica griegos estén asociados a ciertas formas de evolución social. Más bien consiste en que nos siguen proporcionando placer artístico y, hasta cierto punto, se mantienen como modelos normativos e inalcanzables. Tenemos aquí una formulación precisa del problema psicológico del arte. En realidad, lo que debemos hacer, en lugar de establecer el origen del arte como un factor de la economía, es determinar el significado y la acción de la vitalidad y la fascinación del arte que «no se contradigan con el nivel social no desarrollado del que surgieron» [Marx]. De este modo, la relación entre el arte y las condiciones económicas que lo generan acaba mostrando su extrema complejidad. Esto no significa que las condiciones sociales no determinen por completo el carácter y el efecto de una obra artística; demuestra, simplemente, que lo determinan de forma indirecta. Los sentimientos y las emociones que suscita una obra de arte están 28 socialmente condicionados. Esto queda especialmente patente en el ejemplo de la pintura egipcia, donde la forma (estilización de la figura humana) tiene obviamente la función de transmitir un mensaje social ausente del objeto representado pero suministrado por el arte. Si desarrollamos esta idea, podemos yuxtaponer el efecto del arte y el de la ciencia y la tecnología. También aquí el problema de la estética psicológica se resuelve con el mismo esquema que el de la estética sociológica. Podemos ahora citar a Gauzenshtein, sustituyendo «sociología» por «psicología»: «Una sociología puramente científica del arte es una función matemática».29 «Dado que el arte es forma, en última instancia la sociología del arte sólo merece esta definición cuando es también una sociología de la forma. La sociología del contenido es posible y necesaria, pero no es sociología del arte en el pleno sentido del término, ya que la sociología del arte, en su significado preciso, sólo puede ser sociología de la forma. La sociología del contenido no es más que sociología general, y se refiere a la historia civil de la sociedad más que a su historiaestética. Contemplar una pintura revolucionaria de Delacroix desde el punto de vista de su contenido sociológico equivale a examinar la Revolución de Julio en lugar de estudiar la sociología del elemento formal asociado con el gran nombre de Delacroix.»30 Es decir, que el tema de este estudio es la psicología general, no la psicología del arte. «La sociología del estilo nunca puede ser una sociología de una forma de arte, porque la sociología del estilo trata del efecto sobre la forma.»31 Surge así la pregunta de si es o no es posible determinar algunas leyes psicológicas del efecto del arte sobre el hombre. El idealismo extremo tiende a negar todo esquema regular en el arte o en la vida psicológica. «Ahora como antes o después, el alma es y será por siempre insondable [...]. Para el alma no existen leyes; ni tampoco las hay, por lo tanto, para el arte.»32 Pero si admitimos un esquema de regularidad en una vida psicológica, deberemos necesariamente referirnos a él para explicar el funcionamiento del arte, ya que dicho funcionamiento siempre está asociado con nuestras restantes formas de actividad. El método estetopsicológico de Hennequin implica, pues, la idea correcta de que la psicología social puede proporcionar por sí sola una base y una dirección sólida para el estudioso del arte. Por desgracia, dicho método embarrancó en lo que podríamos denominar una tierra de nadie entre sociología y psicología. Es pues esencial para cualquier investigación en psicología del arte poder determinar con claridad y de forma inequívoca la sustancia del problema psicológico del arte, así como sus límites. Estamos de acuerdo con Külpe, para quien la estética no descarta fundamentalmente a la psicología: «Que esta relación con la psicología se vea ocasionalmente cuestionada se debe, al parecer, a una discrepancia interna no esencial: algunos consideran que la tarea específica de la estética es la aplicación de un punto de vista concreto al estudio de los fenómenos psíquicos. Otros opinan que es el estudio de una región peculiar de hechos que generalmente se investigan psicológicamente. En el primer caso tenemos un estética de los hechos psicológicos y, en el segundo, una psicología de los hechos estéticos». 29 La gran tarea, sin embargo, será distinguir con la mayor precisión posible el problema psicológico del arte del problema sociológico. Basándome en los argumentos anteriores, creo que la mejor manera de lograrlo es emplear la psicología de un individuo. La fórmula comúnmente aceptada según la cual las experiencias, los sentimientos y las emociones de un individuo no pueden utilizarse como material para la psicología social es, en este caso, obviamente inaplicable. No es verdad que la psicología de la experiencia de un individuo con el arte sea tan ajena a la sociología como lo es un compuesto mineral o químico; es evidente, en cambio, que el estudio de la génesis del arte y de su dependencia de la economía sociológica constituye el tema de la historia del arte. El arte per se, como tendencia sólidamente establecida, como suma de las obras disponibles, es una ideología como cualquier otra. Así pues, ser o no ser es un problema de método para la psicología objetiva. Hasta la fecha, el estudio psicológico del arte ha seguido solamente una de dos tendencias: o bien se ha estudiado la psicología del creador (artista) como algo que aflora en la obra de arte o bien se ha investigado la psicología del receptor (espectador, lector, etc.). La imperfección e inutilidad de ambos métodos resulta bastante obvia. Habida cuenta de la extraordinaria complejidad de los procesos creativos y de la absoluta falta de conocimiento acerca de las leyes que rigen la expresión de la psique del artista en su obra, está claro que no podemos trabajar partiendo de la obra artística y buscando la psicología del artista sin perdernos en interminables conjeturas. Engels ha demostrado, además, que toda ideología se crea siempre con una falsa conciencia o de forma esencialmente inconsciente. Marx nos dice que no podemos juzgar a un individuo basándonos en lo que éste piensa de sí mismo. No es posible, por lo tanto, juzgar una revolución basándonos en su conciencia. Dicha conciencia debe, al contrario, ser explicada por medio de las contradicciones de la vida material. En una de sus cartas Engels escribe que la ideología es un proceso realizado por un así llamado pensador con plena conciencia, aunque esta conciencia sea falsa. Las fuerzas que realmente le impulsan a pensar quedan ocultas para él; si no, no sería un proceso ideológico. Por lo tanto, él sólo es capaz de imaginar unas fuerzas falsas o ficticias. Igualmente vano es el análisis de las emociones del espectador, puesto que él también vive envuelto en la inconsciencia de la psique. Es posible plantear, me parece, otro método para estudiar la psicología del arte, un método que sin embargo requiere cierta verificación metodológica. Una de las primeras objeciones, y también una de las más fáciles, en su contra es la que suele plantearse en contra del estudio del inconsciente mediante la psicología. El inconsciente, dicen, es por definición algo que no reconocemos; algo que nos resulta desconocido y, por lo tanto, no puede convertirse en objeto de investigación científica. Este razonamiento parte de la idea falsa según la cual sólo podemos estudiar lo directamente reconocible. Actitud ésta evidentemente superficial, porque a la hora de la verdad estudiamos muchas cosas que sólo conocemos a partir de analogías, hipótesis, conjeturas, etcétera. Recopilamos, por ejemplo, nuestras 30 ideas sobre el pasado a partir de una reconstrucción, realizada según los métodos más heterogéneos, de unos datos y materiales que a menudo no tienen el menor parecido con esas ideas o imágenes mentales, igual que «un zoólogo, a partir del hueso de un animal extinto, determina su tamaño, su aspecto, sus hábitos vitales, sus hábitos alimenticios, etcétera. El zoólogo no tiene a su alcance directo toda esta información, y desde luego no la experimenta directamente; es el resultado de inferencias y deducciones sobre la base de unos pocos datos directamente reconocibles a partir del hueso».33 Basándonos en estos argumentos, podemos sugerir ahora un nuevo método para la psicología del arte, que en la clasificación de Müller-Freienfels se denomina «método objetivo-analítico».34 [8] Deberíamos, por lo tanto, tomar como base del análisis la obra de arte y no su creador o su público. Aun siendo verdad que una obra de arte como tal no es un objeto de la psicología (puesto que carece de psique propia), debemos recordar que un historiador, al estudiar por ejemplo la Revolución Francesa a partir de unos materiales que no contienen ninguno de los objetos de su estudio, afronta la necesidad de crear efectivamente el objeto de su estudio mediante unos métodos indirectos, esto es, analíticos. Y lo mismo ocurre, desde luego, en otras disciplinas y ciencias. En ellas la búsqueda de la verdad se desarrolla de modo similar al de un tribunal que investigara un crimen a partir de pistas y pruebas circunstanciales o del tipo que sea. Sólo un mal juez dictaría sentencia basándose en las declaraciones del acusado o del demandante, estando como están ambos afectados por sus propios prejuicios y obligados a distorsionar la verdad. El psicólogo obra de manera parecida al estudiar las declaraciones de un lector o un espectador de una obra artística. Lo cual no significa, en todo caso, que un juez no deba escuchar a las partes interesadas, sin por ello estar obligado a creer a pies juntillas todo lo que le digan. Y el psicólogo jamás rechaza emplear un material, aunque desde el principio sepa que puede estar equivocado. El juez establece la verdad mediante la comparación de varias declaraciones falsas, contrastándolas con unas pruebas objetivas, y así sucesivamente. El historiador casi siempre tiene entre manos unos materiales patentemente falsos o tendenciosos; y, al igual que el historiador o el geólogo que por primera vez creansu objeto de estudio y sólo entonces lo someten a escrutinio, el psicólogo se ve obligado a recurrir a unas pruebas materiales —las obras artísticas— y a crearse una psicología adecuada para estudiar las leyes que las rigen. Para el psicólogo, toda obra de arte es un sistema de estímulos organizados consciente e intencionalmente de modo que exciten un reacción estética. Al analizar la estructura de los estímulos, reconstruimos la estructura de la reacción. Un ejemplo sencillo: estudiamos la estructura rítmica de un fragmento filológico y tratamos con hechos no psicológicos; pero si la analizamos como un elemento dirigido de formas muy diversas con el fin de causar una correspondiente reacción funcional, estaremos creando, a partir de unos datos objetivos, ciertas características de la reacción estética. Es evidente que la reacción estética creada de este modo es totalmente impersonal, esto es, no pertenece a ningún individuo concreto ni refleja ningún proceso psíquico individual concreto: ésa es la virtud que tiene. 31 De este modo, seremos capaces de determinar la naturaleza de la reacción estética en forma pura, sin confundirla con todos los procesos azarosos que se acumulan junto a ella en la psique de un individuo. Este método garantiza una objetividad suficiente de resultados y de investigación, puesto que en todo momento parte de unos hechos sólidos, objetivamente existentes y demostrables. La fórmula del método es la siguiente: partiendo de la forma de la obra de arte, a través del análisis funcional de sus elementos y estructura, recrear la reacción estética y establecer sus leyes generales. La tarea y el plan de la presente obra se pueden definir como un intento de aplicar este nuevo método de modo coherente y riguroso a unos problemas reales. Con ello, hemos tenido que renunciar a toda sistematización de la tarea. Hemos tenido que renunciar a la revisión fundamental y sistemática de todo el material en el terreno metodológico, a la crítica del estudio como tal, a la generalización teorética de los resultados y a la determinación de su valor práctico. Lo cual, de hecho, podría ser el tema de una serie de estudios posteriores. En multitud de ocasiones me he visto obligado a imaginar una forma de resolver los problemas más simples y de comprobar la validez del método. He elegido, para ello, algunas fábulas, narraciones cortas y tragedias a fin de mostrar con la suficiente claridad el funcionamiento del método. Daré por completada mi tarea si esta obra se convierte en lo que podría acabar siendo un esbozo general de la psicología del arte. 32 33 SEGUNDA PARTE 34 CRÍTICA 35 36 CAPÍTULO 2 EL ARTE COMO PERCEPCIÓN PRINCIPIOS DE CRÍTICA. ELARTE COMO PERCEPCIÓN. RACIONALIZACIÓN DE ESTA FÓRMULA. CRÍTICA DE LA TEORÍA DE LAS FORMAS. RESULTADOS PRÁCTICOS DE ESTA TEORÍA. CARENCIAS DE LA PSICOLOGÍA DE LAS FORMAS. DEPENDENCIA DE LA PSICOLOGÍA ASOCIATIVA Y SENSUALISTA. Existen varias teorías psicológicas que explican, cada una a su manera, los procesos de creatividad o de percepción artística. Muy pocas, sin embargo, han llegado a culminar en un sistema completo. No existe ningún sistema de psicología del arte generalmente aceptado y completo. Algunos autores, como Müller-Freienfels, que aspiran a sintetizar todo lo que se ha hecho en este campo, se limitan en realidad a ofrecer una relación o una sinopsis ecléctica de puntos de vista dispares. La mayoría de psicólogos se ha limitado a trabajar ciertos problemas específicos de la teoría general del arte y ha investigado a partir de diferentes enfoques, siguiendo caminos divergentes y llegando a conclusiones diferentes. Sin idea general o principio metodológico de base resulta difícil enjuiciar de manera sistemática cuáles han sido los logros de la psicología en este sentido. Sólo podremos investigar, pues, aquellas teorías psicológicas del arte que hayan sido, o puedan ser, desarrolladas en forma de teoría sistemática, para luego aplicar sus premisas a nuestro estudio. En otras palabras, sólo podremos abordar críticamente aquellas teorías psicológicas que operen con un método objetivo-analítico (análisis objetivo de la obra de arte) para, partiendo de dicho análisis, desarrollar una psicología apropiada. Otros métodos de investigación quedan fuera de nuestro alcance. Contrastar los resultados de nuestro estudio con hechos y normas establecidos en el pasado nos exigiría llegar a unas conclusiones definitivas en nuestro estudio, ya que sólo las conclusiones finales pueden compararse con los resultados de otras investigaciones que hayan discurrido por una vía totalmente distinta. Este procedimiento reduce el número de teorías susceptibles de investigación crítica a tres sistemas psicológicos tipo, cada uno de ellos asociado a una variedad de estudios parciales, aproximaciones no coordinadas, etc. Para ser fieles a la interpretación y el sentido de la tarea que tenemos por delante, la crítica que vamos a desarrollar debe apoyarse en la solidez y la fiabilidad estrictamente psicológicas de cada teoría. No tendremos en cuenta aquí los méritos de cada teoría en su propio terreno especializado, como sucede con la lingüística o la literatura. 37 La primera fórmula de psicología del arte, y la más extendida, se remonta a W. von Humboldt y define el arte como percepción. Potebnia la adoptó como postulado de base para una serie de investigaciones. En versión modificada, se asemeja a esa teoría, tan a menudo expresada, que nos llega de la antigüedad y que dice que el arte es la percepción de la sabiduría y que sus principales tareas son enseñar e instruir. Uno de los postulados fundamentales de esta teoría es la analogía entre la actividad y la evolución del lenguaje y del arte. El sistema psicológico de la filología ha mostrado que la palabra se divide en tres elementos constituyentes: el sonido, o forma externa; la imagen, o forma interna; y el sentido, o significado. Se entiende que la forma interna es la forma etimológica que expresa el contenido. A menudo esta forma interna es olvidada, o queda desplazada por un significado más amplio de la palabra. En otros casos, sin embargo, esta forma interna puede determinarse al momento. La investigación etimológica muestra que allí donde sólo se han conservado la forma externa y el significado, la forma interna existió alguna vez pero fue olvidada a medida que el lenguaje fue evolucionando. Por ejemplo, la palabra rusa que significa ratón en otro tiempo significó ladrón [9], y sólo a través de la forma interna adquirieron los sonidos el significado de «ratón». En palabras como tramway, newspaper, dogcart y otras por el estilo, la forma interna es aún transparente, como el hecho de que la imagen contenida en estas palabras está siendo gradualmente expulsada de su contenido ampliado. Lo cual lleva a un conflicto entre el sentido original, más estricto, de estas palabras y la subsiguiente aplicación más amplia. Cuando decimos «old newspapers» (viejos periódicos) o «horse-drawn dogcart» (carromato tirado por caballos), se hace visible el conflicto. Para ilustrar el significado de la forma interna y el importante papel que desempeña en una analogía con el arte, debemos explorar el fenómeno de los sinónimos. Dos sinónimos poseen el mismo contenido pero una forma sonora distinta, porque la forma interna de cada palabra es totalmente distinta. En ruso luna y mes significan exactamente lo mismo. Etimológicamente, en ruso luna significa algo caprichoso [10], voluble, cambiante y variable (aludiendo a las fases lunares), mientras que mes es una medida (alusiva al hecho de medir el tiempo a partir de las fases lunares). La diferencia entre las dos palabras es puramente psicológica. Llevan a un mismo resultado, pero a través de procesos diferentes de pensamiento. De forma parecida, dos pistas diferentes nos pueden hacer adivinar lo mismo, pero la forma de adivinarlo será distinta en cada caso. Potebnia enuncia con brillantez este pensamiento: «La forma interna de cada palabra imprime a nuestro pensamiento
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