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BEEKE, Joel R Como evangelizar a los hijos del Pacto

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SERIE DE ORIENTACIÓN FAMILIAR
Por Joel R. Beeke
 
La iglesia debe mantener el rol que Dios ha dado a la familia de establecer
un legado piadoso. En esta serie, el Dr. Joel R. Beeke ofrece una visión
pastoral y orientación bíblica para edificar familias cristianas sólidas.
 
Libros de la serie:
El culto familiar
La familia en la iglesia
Cómo evangelizar a los hijos del pacto
Cómo evangelizar a los hijos del pacto
Autor: Joel R. Beeke
ISBN Paperback 978-1-946584-90-8
ISBN MOBI (Kindle) 978-1-946584-91-5
ISBN ePUB (iBooks) 978-1-946584-92-2
Traducido del libro Bringing the Gospel to Covenant Children
© 2001, 2010 por Joel R. Beeke, publicado por Reformation Heritage Books
Traducción por Cristian J. Moran
Las citas bíblicas están tomadas de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy (NBLH) © 2005 por
The Lockman Foundation, La Habra, California.
La transformación a libro digital de este título fue realizada por Nord Compo.
http://www.nordcompo.com/
Con gratitud, para
 
Steve Renkema y Jay Collier
 
Grandes amigos temerosos de Dios, hermanos en Cristo, y padres
aplicados, ¡que aman los buenos libros reformados casi tanto como
yo!
 
Muchas gracias por todo su arduo trabajo como gerente y director
de publicaciones de Reformation Heritage Books.
Los aprecio más de lo que ustedes imaginan.
CONTENIDO
La necesidad
Cómo enseñar el contenido del evangelio
Cómo usar los medios
Aplicaciones finales
Apéndice - Un afectuoso incentivo a huir de la mundanalidad
La instrucción de los hijos
La enseñanza de los hijos
Índice de textos bíblicos
La necesidad 1
El mercado está lleno de libros y manuales sobre el crecimiento de la
iglesia. Sorprendentemente, pocos hablan del crecimiento interno que el
Espíritu Santo produce al bendecir soberanamente la crianza de los hijos
en la verdad pactual, y no obstante, los cristianos reformados han
reconocido históricamente que la conversión de los jóvenes criados en la
iglesia ha constituido su crecimiento congregacional más sólido y
genuino. Charles Spurgeon escribió a Edward Payson Hammond, autor de
The Conversion of Children: «Estoy convencido de que nuestros mejores
convertidos se hallan entre los niños. Considero que, numéricamente, han
sido más genuinos, más constantes, y a la larga, más firmes que cualquier
otro grupo» 1.
Andrew Bonar coincidía. Él también escribió a Hammond, diciendo:
«En los avivamientos que se nos han concedido, los casos de jóvenes han
sido tan plenamente satisfactorios como cualquier otro caso que hayamos
tenido. Si la conversión es una obra de Dios en que el Espíritu Santo revela
a Cristo al alma, sin duda su obra puede ocurrir en niños de manera tan
real como en los adultos» 2.
Los niños criados en la iglesia necesitan oír el evangelio tanto como
los adultos. Ellos también necesitan nacer de nuevo. También necesitan ser
evangelizados en dependencia del Espíritu Santo. En este libro, nos
concentraremos en tres asuntos:
1. La necesidad de evangelizar a los hijos del pacto
2. El contenido de dicha evangelización
3. Los medios para esa evangelización
En qué consiste la necesidad
Para comenzar, definiré los términos. Cuando digo «hijos del pacto» me
refiero a aquellos niños nacidos de al menos un padre creyente (1Co 7:14),
que han sido bautizados, y están creciendo en la comunidad de la iglesia
con todas las riquezas y los privilegios que eso conlleva —p. ej., ser objeto
de las oraciones de la iglesia, y de la predicación, las invitaciones, y las
advertencias de la palabra de Dios— 3. Con «evangelizar» me refiero a
presentar el evangelio de Cristo el Salvador como «la cosa necesaria» (Lc
10:42) para las vidas de pecadores desesperados, incluyendo nuestros hijos
del pacto, y orando para que, con una fe y un arrepentimiento procedentes
del Espíritu, lleguen a Dios a través de Cristo, crezcan en él, y lo sirvan
como Señor en la hermandad de su iglesia y en la extensión de su reino en
el mundo.
Hoy, muchos padres que han confesado su fe y han bautizado a sus
hijos no están evangelizando adecuadamente; no están presentando el
evangelio a sus hijos del pacto. Estas son algunas de las razones:
• Algunos padres producen confusión en sus hijos viviendo vidas
inconsecuentes e impuras. No entienden correctamente sus
responsabilidades pactuales para con sus hijos, lo cual los lleva a
responder inadecuadamente a los intereses y las preguntas espirituales
de ellos. Suelen dar a sus hijos una imagen falsa de Dios, la elección,
el pecado, y el evangelio.
• Algunos padres abusan de sus hijos induciendo profesiones
prematuras de fe mediante el sistema de llamados al altar o métodos
fáciles de salvación. Dan a sus hijos una seguridad verbal de salvación
sin haber visto frutos bíblicos de salvación. O si no, yerran hacia el
otro extremo tratando a sus hijos como adultos en esta materia,
esperando demasiado de ellos 4.
• Algunos padres descuidan a sus hijos ignorando sus necesidades
espirituales, teniendo en poco la importancia de las doctrinas bíblicas
de la gracia, y subestimando el desafío de nuestros tiempos malvados y
tentadores 5.
• Algunos padres fallan a sus hijos porque no creen que Dios pueda
convertirlos. No se dan cuenta de que más cristianos se han convertido
en su adolescencia que en cualquier otra etapa de la vida. Tales
incumplimientos llevaron a Robert Murray M’Cheyne a decir en la
década de 1850: «Jesús tiene razón en quejarse de nosotros —de que,
por nuestra incredulidad, él no puede obrar con poder en nuestras
escuelas dominicales—. Oremos por los niños. Luchemos por ellos.
Esperemos cosas de ellos» 6.
Una visión bíblica de nuestros hijos del pacto mejoraría mucho nuestros
intentos por evangelizarlos adecuadamente. Antes de explicar eso,
examinemos dos errores que muchos padres evangélicos cometen hoy al
considerar a sus hijos del pacto:
 
1. Exageran la relación del pacto. Específicamente, algunos padres
sobrestiman la importancia de la membresía que el bautismo confiere a
sus hijos en la iglesia visible. Creen que el pacto reemplaza la
regeneración y la conversión de sus hijos. Esto es particularmente así con
quienes adhieren a la visión de los hijos del pacto sostenida por Abraham
Kuyper, denominada «regeneración presunta». Kuyper enseñó que el pacto
justifica la suposición de que los hijos de los creyentes son regenerados
desde su más temprana infancia y poseen gracia salvadora a menos que
ellos, más tarde, rechacen el pacto.
Los frutos de la regeneración presunta suelen ser trágicos. Los padres
que suponen que sus hijos son regenerados en virtud del pacto no ven la
necesidad de decir a sus hijos que deben nacer de nuevo, arrepentirse, y
tener fe en Jesucristo. William Young llama a esta visión
«hiperpactualismo», porque se exagera la relación de los hijos con el pacto
al punto de que la relación pactual sustituye la necesidad de una
conversión personal. Como señala Young, se considera que, «para la vida
cristiana, basta con tener conocimiento doctrinal y una conducta ética
conforme a la palabra de Dios. No se necesita una experiencia religiosa
específica de culpabilidad y conversión, ni tampoco autoexaminarse para
constatar la posesión de marcas distintivas de gracia salvadora» 7.
Por consiguiente, lo que nuestros ancestros reformados denominaron
religión experiencial es considerado en gran medida superfluo. En última
instancia, aunque a los neocalvinistas kuyperianos pueda no gustarles
admitirlo, la vida religiosa termina basándose en instituciones eclesiales y
actividades externas más que en la comunión del alma con Dios. Young
concluye: «Difícilmente podría diseñarse mejor un sistema para criar
fariseos que exclamen “somos hijos de Abraham”» 8.
Otras iglesias evangélicas reformadas sostienen visiones levemente
diferentes del pacto, tales como la regeneración latente o la regeneración
pactual. Sin embargo, en la práctica, ellas también ponen demasiado peso
en los aspectos externos del pacto. Además, minimizan la necesidad de un
nuevo nacimiento, de una relación personal con Dios, y de autoexamena
la luz de la Escritura.
 
2. Subestiman el pacto. Muchos bautistas y algunos reformados reducen el
pacto a la insignificancia. Lo hacen al no reconocer la importancia de la
relación pactual de los hijos con Dios. Creen que, a partir de la era del
Nuevo Testamento, no se extiende una promesa a los hijos de los
creyentes, y así, se deduce que han perdido su lugar especial de
pertenencia al pacto de Jehová.
Ciertamente esta no es la enseñanza del Nuevo Testamento.
Bíblicamente, la relación pactual de los hijos con Dios se establece a partir
de textos tales como Génesis 17:7 («Estableceré mi pacto contigo y con tu
descendencia después de ti, por todas sus generaciones, por pacto eterno,
de ser Dios tuyo y de toda tu descendencia después de ti»), Hechos 2:39
(«porque la promesa es para ustedes y para sus hijos»), y 1 Corintios 7:14
(«porque el marido que no es creyente es santificado por medio de su
mujer; y la mujer que no es creyente es santificada por medio de su
marido creyente. De otra manera sus hijos serían inmundos, pero ahora
son santos»). Dios establece de manera soberana y misericordiosa una
relación redentora con los creyentes y la descendencia de estos. Es
impensable que, en plena era del evangelio, los hijos de la iglesia del
Nuevo Testamento tengan menos lugar en el pacto que los hijos del Israel
del Antiguo Testamento. En la práctica, los padres cristianos que, en la
iglesia del Nuevo Testamento, se preocupaban profundamente por sus
hijos, habrían reclamado claridad sobre la posición pactual de estos si
Dios hubiera realmente querido dejarlos sin promesa, señal, ni sello
sacramental, y sin un lugar legítimo entre su pueblo.
Algunas iglesias reformadas devalúan la relación pactual de los hijos,
pero no lo hacen rechazando el bautismo de niños y la relación pactual
completa, sino reduciendo el sacramento a una simple forma y costumbre
sin insistir en lo que debería significar tanto para las vidas de los padres
como las de sus hijos bautizados. En tales círculos, la iglesia no ve las
promesas de Dios en el bautismo, no considera alegar dichas promesas en
oración, y no entiende claramente cómo Dios llama fervientemente a los
hijos del pacto a un estilo de vida consagrado a él y separado del mundo.
Una adecuada valoración del pacto
El pacto no debe considerarse como un sustituto de la regeneración y la
conversión, ni como un asunto de importancia secundaria. Para los padres
creyentes, la relación pactual que se confirma en el bautismo de niños
significa lo siguiente:
 
1. Los hijos bautizados deben nacer de nuevo. La Fórmula para la
administración del bautismo nos dice: «Nuestros hijos son concebidos y
nacen en pecado, y por lo tanto, son hijos de ira a tal punto que no pueden
entrar al reino de Dios si no nacen de nuevo. Nuestros hijos […], por tanto,
están sujetos a todas las miserias y aun a la condenación misma» 9. La
Confesión belga dice:
Creemos que, por la desobediencia de Adán, el pecado original se
ha extendido a todo el género humano. Dicho pecado es una
corrupción total de la naturaleza, y una enfermedad hereditaria con
la cual, aun desde el vientre de sus madres, los niños mismos se
hallan infectados. Produce en el hombre toda clase de pecados,
siendo en él como la raíz de estos, y por tanto, es tan vil y
abominable a los ojos de Dios que basta para condenar a todo el
género humano. Además, el bautismo no lo extingue ni lo quita en
modo alguno, puesto que el pecado siempre brota de esta
deplorable fuente como el agua de un manantial 10.
El bautismo, la señal de nuestra relación externa con el pacto, no es
suficiente para la salvación de nuestros hijos. El bautismo afirma que el
niño bautizado adquiere los privilegios y las responsabilidades del pacto,
pero no hace al niño partícipe de la esencia salvadora e interna del pacto.
La relación pactual externa puede romperse cuando ese niño llega a la
adultez y abandona la palabra de Dios y la adoración colectiva de su
pueblo. Los hijos bautizados deben ser vinculados a la esencia interna e
irrompible del pacto mediante la obra regeneradora del Espíritu Santo (Jn
3:3–7). Solo entonces reciben gracia perseverante para el resto de sus
vidas.
Sin la obra salvadora y soberana del Espíritu, todos nuestros esfuerzos
por instruir pactualmente a nuestros hijos no harán más que producir
fariseos, por un lado, y rebeldes, por el otro. El bautismo y la crianza
pactual fiel no comunican automáticamente la gracia de una generación a
otra. Samuel Rutherford, un teólogo escocés que enfatizó el valor del
pacto de gracia, escribió: «La gracia siempre fluye a través del pacto de
Dios, pero no siempre corre por la sangre de las venas». Solo el Espíritu
Santo puede bendecir nuestros esfuerzos y conceder a nuestros hijos un
corazón quebrantado y un espíritu contrito (Sal 51:17).
 
2. Los niños bautizados deben ser dirigidos a Jesucristo y su sacrificio
como la única vía de salvación. La sangre purificadora de Cristo,
simbolizada por el agua purificadora del bautismo, es la única vía de
salvación para nuestros hijos. El bautismo nos enseña a nosotros y a ellos
«a aborrecernos y humillarnos delante de Dios, y a buscar nuestra
purificación y nuestra salvación fuera de nosotros mismos», como dice la
liturgia reformada 11. La pregunta 72 del Catecismo de Heidelberg dice:
«¿Es entonces el bautismo externo con agua la eliminación del pecado
mismo? De ningún modo; porque solo la sangre de Jesucristo y el Espíritu
Santo nos limpian de todo pecado» (Mt 3:11; 1Jn 1:7).
 
3. El bautismo demanda una nueva y sincera obediencia a Dios. Como dice
la liturgia reformada holandesa, una verdadera relación pactual con Dios
exige arrepentimiento y amor a Dios, fe en nuestro Señor Jesucristo, y una
vida de separación en la cual «abandonamos el mundo, crucificamos
nuestra antigua naturaleza, y andamos en una vida nueva y santa» 12.
Debemos enseñar a nuestros hijos que no se les permite llevar sus «frentes
bautizadas» a lugares impíos, vincularse con gente impía, o tomar parte en
actividades impías.
Debemos también enseñar a nuestros hijos que ser externamente
buenos y obedientes no agota su obligación pactual para con Dios. Con
nuestras palabras y ejemplo, debemos pastorear sus corazones
enseñándoles diariamente que están llamados a una santidad de corazón y
de vida. En 1 Timoteo 4:4–5, Pablo nos dice que todo debe ser santificado.
El llamado a la santidad es un llamado absoluto, exhaustivo y exclusivo
que implica separarse del pecado y consagrarse a Dios de corazón. «Dame,
hijo mío, tu corazón» (Pr 23:26) 13.
 
4. El bautismo exige que los padres instruyan a sus hijos en la fe cristiana
y la doctrina de la salvación (ver pregunta 3 de la Fórmula de bautismo).
Numerosos textos hacen de la instrucción de niños la responsabilidad
primordial de los padres en la iglesia (Éx 12:24–27; Dt 6:4–9; 2Ti 3:14–
15).
Los hijos nos son encomendados con el mandato divino de no
provocarlos a ira sino «criarlos en la disciplina e instrucción del Señor»
(Ef 6:4). No debemos criarlos según nuestras propias ideas de disciplina e
instrucción, sino conforme a «la disciplina e instrucción del Señor». Dios
dice que, en cada ámbito —espiritual, moral, social, emocional, y físico—,
debemos instruir a nuestros hijos en representación de él y conforme a su
palabra.
Todo el libro de Proverbios ilustra el método y el contenido de la
crianza pactual encargada a los padres. El hogar pactual debe ser un
templo en que Dios es reconocido y adorado (2S 6:20; Sal 34:11–14;
90:16; 105:5–6; 118:15; 132:12; 147:13) 14.
 
5. El bautismo enseña que Dios, en y por medio del segundo Adán,
Jesucristo, puede y está dispuesto a ser el Redentor y Padre de nuestros
hijos. La fórmula concluye: «Así como ellos, sin saberlo, son partícipes de
la condenación de Adán, de la misma forma son vueltos a recibir en la
gracia de Cristo» 15. Nuestros hijos son la descendencia pactual de Cristo
(Sal 22:30; Is 53:10). Él los llama «un don del Señor» (Sal 127:3). Le
pertenecen. Tiene derecho sobre ellos, aun si nohan sido regenerados, tal
como tenía un derecho sobre todos los hijos de Israel y los llamaba suyos
aun cuando muchos no habían verdaderamente nacido de nuevo (Ez 16:20–
21).
 
6. Comúnmente, Dios actúa salvando entre su descendencia pactual. Entre
quienes se hallan fuera de la iglesia y del pacto, Dios conduce
ocasionalmente niños a la salvación en Cristo. Las escuelas dominicales y
otros programas evangelísticos han sido particularmente útiles en este
aspecto. Como dice Salmo 68:5–6, Dios es «Padre de los huérfanos […].
Dios prepara un hogar para los solitarios». Pero entre su pueblo pactual, su
gracia salvadora es la norma, debido a su asombroso amor pactual y su
bendición de la crianza fiel. Como escribió Herman Witsius:
Aquí, ciertamente, se ve el extraordinario amor de nuestro Dios, en
que tan pronto como nacemos, y apenas salidos de nuestra madre,
nos manda, por así decirlo, ser solemnemente llevados desde el
seno de ella hasta los propios brazos de él.
[Lo hace] para conferirnos, en la cuna misma, las prendas de
nuestra dignidad y futuro reino; para poner en nuestra boca la
canción: «Me hiciste confiar estando a los pechos de mi madre. A
ti fui entregado desde mi nacimiento; desde el vientre de mi madre
tú eres mi Dios» (Sal 22:9–10).
En una palabra, [lo hace] para unirnos consigo mismo en el pacto
más solemne, desde nuestros más tiernos años.
Recordar este pacto, que es glorioso y está lleno de consuelo para
nosotros, suele igualmente promover virtudes cristianas, y la más
estricta santidad, a lo largo de toda nuestra vida 16.
El pacto crea el contexto en que hacemos uso diligente de los medios de
gracia, y creemos que el Dios del pacto suele honrar dicho uso de sus
medios ordenados, aunque, siendo el soberano Jehová, de ninguna manera
está obligado a hacerlo (Ro 9:11–13). Sin embargo, la Escritura afirma que
el Espíritu Santo bendice ricamente la evangelización y la crianza de los
hijos del pacto en conocimiento, fe, amor, y obediencia (Gn 18:19; Pr
22:6). Con la bendición del Espíritu, la crianza fiel da frecuentemente
como resultado regeneración y una vida de fidelidad pactual (Sal 78:1–
8) 17.
Conocer estas cosas debería animarnos más a evangelizar a nuestros
hijos, y sin dar descanso a Dios, rogar por la salvación de ellos hasta que
todos lleguen de manera segura a su rebaño. Luego, además, debemos
enseñar a nuestros hijos del pacto y a nuestros jóvenes que, sobre la base
de las promesas divinas, rueguen a nuestro Dios del pacto que los bautice
con el Espíritu de gracia y les conceda regeneración, arrepentimiento, y fe.
 
7. Podemos esperar grandes cosas de un Dios que guarda su pacto.
Malaquías 2:15 recalca que Dios desea una descendencia piadosa, y Salmo
103:17 promete su misericordia y justicia a los hijos de los hijos.
La Escritura ofrece muchos ejemplos de hijos temerosos de Dios.
Éxodo 20:6 afirma en hebreo que Dios muestra misericordia a «miles de
generaciones» que lo aman y guardan sus mandamientos 18. Desde el
principio de la iglesia en Edén, la evangelización y la crianza de los niños
de la iglesia ha sido siempre uno de los medios más grandes del
crecimiento de esta.
La historia de la iglesia también confirma la fidelidad de Dios a sus
hijos del pacto, como se ve en los frutos con que estos han honrado a Dios
en sus vidas. Thomas Boston, Matthew Henry, William Carey, David
Livingstone, y John Paton fueron todos productos de hogares piadosos. En
los Estados Unidos, pueden hallarse fácilmente muchas líneas
genealógicas piadosas, como en las familias Edwards, Mather, y Hodge 19.
 
Sin embargo, no tenemos la expectativa de que los niños actúen como
adultos (1Co 13:11). Habitualmente, sus experiencias espirituales serán
proporcionales a sus edades, aunque en ellos serán evidentes los mismos
frutos de gracia que en los adultos —tales como el odio al pecado, el amor
a Cristo, y los anhelos de santidad— 20.
La teología del pacto no niega la necesidad de evangelizar a nuestros
hijos ni nos disuade de hacerlo. La Escritura no nos garantiza la salvación
de ellos, pero el pacto de gracia nos ofrece mucha esperanza fuera de
nosotros mismos en un Dios soberano, fiel a su pacto, que no abandonará
las obras de sus propias manos (Sal 138:8). La teología del pacto debería
alentarnos a evangelizar a nuestros hijos mientras que, cada día, con
oración y expectación, dependemos del Dios trino para que bendiga
nuestros esfuerzos 21.
Sin embargo, no debemos dar este aliento por sentado. Aunque
enseñes, instruyas, y modeles bien una vida piadosa delante de tus hijos,
Dios sigue siendo el soberano que gobierna (Is 14:27; 46:10; Ro 9:11–13;
Ef 1:5–9). Debemos descansar en el Dios trino que declara que todas las
cosas son «de él, por él, y para él» (Ro 11:36), y luego confiar en que el
Espíritu Santo puede y está dispuesto a convertir soberana y
generosamente a los hijos del pacto.
Si Dios mandó que los hijos oyeran el evangelio reiteradamente en la
era del Antiguo Testamento (Éx 12:25–27; Dt 30:19; Jos 4:21–24), ¿no
deberíamos nosotros también hablar del evangelio a nuestros hijos en la
plenitud de la era del Nuevo Testamento? Si Cristo manda a la iglesia ir
por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura (Mr 16:15), ¿no
deberíamos nosotros también evangelizar a nuestros hijos del pacto? Si
Pablo usó cada oportunidad para presentar el evangelio a gente de todo el
mundo, ¿no deberíamos nosotros aprovechar cada oportunidad para
evangelizar a nuestros propios hijos (Hch 20:1–16)? Si Pablo sintió que su
deber era llevar el evangelio a todos, haciéndose siervo de todos (1Co
19:19–22), ¿no deberíamos hacernos siervos de nuestros propios hijos para
evangelizarlos? 22
Jamás debemos desentendernos de nuestra responsabilidad pactual de
evangelizar a nuestros hijos. Deuteronomio 6:7 dice que debemos enseñar
la palabra de Dios a nuestros hijos «diligentemente», es decir, con una
atención permanente, ferviente, y una dedicación y un esfuerzo vigorosos.
Salmo 78:4–7 dice que, debido al pacto de Dios, debemos mostrar «a la
generación venidera las alabanzas del Señor, su poder y las maravillas que
hizo. […] Para que la generación venidera lo supiera […], para que ellos
pusieran su confianza en Dios, y no se olvidaran de las obras de Dios sino
que guardaran sus mandamientos» (cf. Sal 71:17–18; 145:4).
Cómo enseñar el contenido
del evangelio 2
Tu tarea es enseñar a tus hijos todo el evangelio y el consejo de Dios,
como Pablo dijo haberlo hecho con los efesios (Hch 20:17–27). Padres:
ustedes, especialmente, deben ser pastores en sus propias casas. Tu casa es
una pequeña iglesia, un pequeño seminario en que, junto con tu esposa,
debes servir como un profeta instructor, un sacerdote intercesor, y un rey
guía. Como profeta, debes enseñar a tus hijos la verdad de Dios
dirigiéndote a la mente, la conciencia, el corazón, y la voluntad. Eso
significa que debes enseñar a tus hijos historias y doctrinas bíblicas, y
debes aplicar esas historias y doctrinas a sus vidas diarias para que se
desarrollen de manera adecuada —espiritual, moral, social, emocional, y
físicamente—.
También debes explicar cómo el pueblo de Dios experimenta la verdad
de él —es decir, cómo las cosas deberían andar y andan en las vidas de
aquellos que conocen a Dios en Jesucristo—. Busca aplicar la verdad
divina a toda la gama de experiencias de tus hijos. Enséñales cómo el
pueblo de Dios experimenta reiteradamente las profundidades de su
pecado y miseria, la liberación plena en Jesucristo, y una inmensa gratitud
a Dios por tal liberación. Todo esto debe hacerse en el contexto de la
piedad bíblica.
Quizás sientes que esta tarea te abruma. Te preguntas: «¿Cómo
exactamente debo comunicar estas verdades a mis hijos? Me confunde, me
pone nervioso, e incluso me aterra hablarles de Dios y la salvación. Nunca
antes lo he hecho —o ciertamente, no de manera adecuada—. ¿Cómo
debería yo grabar las afirmaciones del evangelio en ellos?».
Al evangelizar a tus hijos, es útil desmenuzar tu tarea en doctrinas
específicas. Las siguientesson algunas de las doctrinas específicas que
deberías enfatizar si quieres que tus hijos conozcan todo el consejo de
Dios:
 
1. Enséñales quién y cómo es Dios. Usa las Escrituras y el salterio para
proclamar a tus hijos la majestuosa soberanía de Dios, su personalidad
trina, y sus gloriosos atributos. Estudia con ellos el Salmo 139, Isaías 6,
Isaías 40, Juan 1, y Efesios 1. Arraiga su evangelización en un teísmo
bíblico robusto, y no en el de la iglesia evangélica moderna, que trata a
Dios como si fuera el vecino de al lado que puede ajustar sus atributos a
nuestras necesidades y deseos.
Habla a tus hijos del carácter soberano y santo de Dios —que él no
puede perdonar el pecado «sin derramamiento de sangre» porque «la paga
del pecado es la muerte» (Ro 6:23)—. Háblales del justo juicio de Dios y
de su ira santa contra toda impiedad e injusticia de los hombres. Diles que
Dios aborrece el pecado, que su voluntad es que el pecado sea castigado, y
que exige que los padres castiguen el pecado de sus hijos. Cuéntales de
qué manera ustedes como padres deben exhibir el carácter de Dios aun
cuando ustedes mismos son pecadores y necesitan la gracia de Dios para
ello. Pídeles que oren por ustedes para que puedan modelar el carácter de
Dios como el Señor Jesucristo.
 
2. Enséñales la seriedad del pecado. Debes mostrar a tus hijos que, debido
a la Caída, tienen un problema en el corazón. Enséñales que, como decía el
New England Primer 1, «En la caída de Adán, todos pecamos». En un nivel
que puedan entender, explícales las grandes verdades de Génesis 2 y 3: que
Dios nos creó perfectos, y a su imagen —en conocimiento, justicia, y
santidad—. Enséñales que Adán nos representó en el Paraíso, y que, en él
y con él, caímos de forma tal que nos hemos vuelto egoístas, orgullosos, y
malos. Su pecado es ahora el nuestro, nuestro estado y condición, y
produce la muerte. Diles que esa es la razón por la cual todos debemos
morir.
La idea de la depravación y la miseria total es útil como punto de
partida para explicar la verdad reformada y experiencial. Ilústrales cuán
malos somos por naturaleza. Por ejemplo, muéstrales un vaso que es
blanco por fuera y negro por dentro. Diles que es muy similar a nosotros
—podemos parecer totalmente puros en conducta pero ser negros de
corrupción por dentro—. Todos somos concebidos y dados a luz en pecado
(Sal 51:5).
Enséñales también que tenemos el problema de un mal prontuario y
que todos somos transgresores de la ley. Explícales que, por ser pecadores,
cometemos muchos pecados de pensamiento, palabra, y obra. Llama al
pecado por su nombre. Diles, con amor pero con firmeza, que nadie tuvo
que enseñarles a pecar —a enojarse, desobedecer, ser egoístas, o tener
envidia— porque todos tenemos una naturaleza pecaminosa. Explícales
cómo el pecado se manifestó en sus primeros actos. Cuando debas
disciplinarlos, recuérdales que los pecados que cometen provienen de sus
corazones corrompidos y pecaminosos.
Recalca la pecaminosidad del pecado. Lee con tus hijos Romanos 3:9–
20 y habla de eso con ellos. Explica de qué manera el pecado es
desobediencia a Dios, y cómo eso lo aflige y nos separa de él. Explica que
aun el más pequeño de los pecados encierra un mal mayor que la mayor
aflicción, y que el pecado es el veneno que nos hace sentir cómodos con el
mundo impío y con Satanás. Dirigiéndote a sus conciencias, busca
convencerlos de su pecado y alimentar un debido sentido del temor de
Dios. Al mismo tiempo, sé consciente de que solo el Espíritu Santo, por
medio de la gracia irresistible, puede bendecir tus esfuerzos haciendo que
en verdad se reconozcan pecadores y teman a Dios como niños.
 
3. Enséñales lo que la Biblia dice sobre el pecado sin arrepentimiento.
Enséñales que el pecado es rebelión moral contra Dios, y que quienes
persistan en él cosecharán condenación eterna. Enséñales qué es el
infierno para que, con la bendición del Espíritu, sientan que necesitan a
Jesucristo. Usa la enseñanza de Cristo sobre el trigo y la cizaña, o sobre el
mal uso de los talentos (Mt 13:30–50; 25:28–46), para describir el infierno
como un lugar donde el favor y la bendición de Dios están ausentes.
Concéntrate más en la esencia del infierno que en la intensidad de sus
detalles.
Los niños deben saber que corren el peligro de irse al infierno y que
este es un lugar aterrador donde los pecadores serán dejados en su pecado
sin esperanza alguna de perdón. No se hace un favor a los niños cegando
sus ojos a esta verdad. Debes enseñársela de la manera más amorosa y
seria posible, orando para que se arrepientan de su pecado delante de Dios
y crean solo en Cristo para ser salvos.
No temas hablar a tus hijos del infierno, pues eso puede causarles una
honda impresión. Puede que se queden muy en silencio cuando lo hagas.
Sin embargo, este conocimiento es una herramienta evangelística
importante en tu arsenal de verdad —una herramienta que el Espíritu
Santo ha usado a través de toda la historia de la iglesia para mostrar a sus
hijos que necesitan abandonar el pecado y huir de la ira de Dios hacia la
sangre purificadora de Jesucristo 2.
 
4. Enséñales que deben nacer de nuevo (Sal 51:6, 7, 10; Jn 3:3–5). La
naturaleza y las consecuencias del pecado son las mismas tanto para los
niños como para los adultos. Se debe enseñar a los niños que sus corazones
y sus malos antecedentes los hacen inadecuados para tener comunión con
Dios. No desestimes los pecados de tus hijos como simples travesuras o
comportamiento infantil; no excuses sus pecados repitiendo clichés tales
como «los niños son así»; y nunca los induzcas a sentir que, a los ojos de
Dios, basta con ser externamente buenos.
Para satisfacer las demandas de Dios, se necesita más que una buena
conducta. Como Cristo le recalcó a Nicodemo (Jn 3:3–7), para la salvación
es esencial una regeneración interior del corazón efectuada por un Dios
trino. Nuestros hijos no son meramente enfermos que necesitan ser
reformados; nacieron muertos en delitos y pecados, y necesitan ser
regenerados (Sal 51:5; Ef 2:1). Explícales la diferencia entre un corazón
físico y uno espiritual, y muéstrales las marcas básicas de la gracia 3. En su
primera etapa escolar, explícales que aunque Cristo se dirigió a Nicodemo
como «maestro de Israel» —indicando que este se hallaba externamente
en pacto con Dios—, le dijo que él y el pueblo que representaba debían
nacer de nuevo. Haz que noten el plural en la declaración «tienen que
nacer de nuevo» (3:7), y recalca que esto aún se aplica a ellos hoy. Cuando
sean adolescentes, explícales el llamado bíblico sobre la necesidad de una
«circuncisión del corazón» (Dt 10:6; 30:6; Jer 4:4; Ro 2:25–29; Col 2:11).
Expón la manera en que Pablo describe al verdadero israelita como «la
verdadera circuncisión» (Fil 3:3), y compáralo con la descripción que
Cristo hace de Natanael en Juan 1:47. Estudia con ellos la definición que
Pablo da de la verdadera descendencia de Abraham (Ro 4:11–12 y Gá 3).
Recalca estas verdades de todas las maneras posibles según la edad que
tengan. Ora por sabiduría para enseñar con claridad, y pide gracia para
sentir intensamente que tus hijos son incapaces de hacer cualquier cosa
para salvarse —negándote, al mismo tiempo, a eludir tu responsabilidad
—. Aférrate a la esperanza de que hay más bondad y poder en Dios que
maldad e incapacidad en tus hijos, y de que la gracia de Dios sustituye la
miseria de ellos y su condición de merecedores del infierno. Como dijo
Samuel Bolton, «la bondad de Dios es más grande que la maldad presente
en diez mil infiernos de pecado».
 
5. Enséñales sobre la ley moral y sus funciones:
• La función civil. Explica cómo Dios usa la ley en la vida pública para
guiar al magistrado civil cuando este recompensa lo bueno, castiga lo
malo, y restringe el pecado (Ro 13:3–4). Enséñales que la ley también
es un estándar confiable de lo correcto y lo incorrecto —lo bueno y lo
malo— para el hogar y la vida familiar, y que nosotros como padres
debemos usar la ley para promover la rectitud y restringir la maldad.
Tal comola sociedad caería en la anarquía si no se hiciera valer la ley
moral de Dios, nuestros hogares caerían en el caos si no se impusieran
estrictamente los diez mandamientos. Necesitamos esta primera
función de la ley para regular la vida del hogar.
• La función evangélica. Explica a tus hijos cómo la ley, ejercida por el
Espíritu de Dios, cumple una función clave en la experiencia de
conversión. Acusa, declara culpable, y condena. Expone nuestra
pecaminosidad, nos despoja de toda nuestra rectitud, nos condena, nos
declara malditos, y no sabe de misericordia. Nos declara sujetos a la
ira de Dios y a los tormentos del infierno. Gálatas 3:10 dice: «Maldito
todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la
ley, para hacerlas». Sin embargo, la ley hace todo esto para
conducirnos al fin de la ley, Cristo Jesús, que es nuestra única rectitud
aceptable delante de Dios (Gá 3:24). Enseña a tus hijos que el Espíritu
Santo usa la ley como un espejo para mostrarnos nuestra impotencia y
nuestra culpa, para que callemos y pongamos toda nuestra esperanza
en la misericordia, y para inducirnos al arrepentimiento, creando y
manteniendo el sentido de necesidad espiritual del cual nace la fe en
Cristo.
• La función didáctica. Enseña a tus hijos que un pecador salvado sigue
necesitando la ley como regla de vida. Dios usa la ley moral para
santificar a los creyentes en su andar diario. Usando el Catecismo de
Heidelberg, muéstrales la diferencia entre la función condenatoria —
evangélica— de la ley (Día del Señor 2) y su función didáctica que
promueve la gratitud (Días del Señor 34–44). Una forma de enseñar
esta diferencia a niños pequeños es explicar la afirmación —hecha por
Lutero— de que la ley es como un palo: primero, el Espíritu Santo la
usa como una vara para golpear al pecador en dirección a Cristo, y
luego, después de la conversión, la usa como un bastón para ayudar al
creyente en su andar como seguidor de Cristo. Usando los Salmos, el
Sermón del monte, y las secciones éticas de las cartas de Pablo,
muestra a tus hijos más grandes que los creyentes disfrutan de la ley
como una regla de vida (ver especialmente el Salmo 119). Explica a
los adolescentes que, por un lado, seguir la ley de Dios guarda a los
creyentes del antinomianismo (anti = contra; nomos = ley; es decir,
estar contra la ley), y por otro, los guarda del legalismo. Muéstrales
cómo la obediencia a la ley de Dios promueve el amor fraternal (1Jn
5:3) y la auténtica libertad cristiana (Sal 116) 4.
6. Enséñales que la sangre expiatoria de Jesucristo es el único medio de
salvación. Una y otra vez, explica a tus hijos los elementos básicos del
evangelio: cómo Jesús salva a los pecadores a través de su sufrimiento, su
muerte, su resurrección, y su vida. Usa especialmente el libro de Romanos,
capítulos destacados como Isaías 53 y 1 Corintios 15, y versículos
individuales como 2 Corintios 5:21 y 1 Juan 1:9. Usa ilustraciones para
explicar el principio de la sustitución. Esta es una que yo uso con niños
pequeños:
Un día, el curso de Tomás tuvo una maestra sustituta. Su amigo Jorge,
que era minusválido, desobedeció a la maestra. La maestra ordenó a Jorge
permanecer de pie en una esquina con el rostro hacia la muralla. Ella no
sabía que, por la debilidad de sus piernas, Jorge no podía estar de pie, así
que Tomás levantó su mano. Cuando la maestra respondió, Tomás
preguntó: «¿Puedo pararme yo en la esquina en lugar de Jorge?».
Sorprendida, la maestra preguntó: «¿Por qué quieres hacer eso,
Tomás?».
Tomás dijo: «Jorge no puede hacerlo, así que yo quiero tomar su
lugar».
La maestra dejó a Tomás permanecer de pie en lugar de Jorge, y luego,
dijo al curso: «Eso es lo que Jesús hace por pecadores como nosotros.
Todos hemos sido desobedientes, y cada vez que lo somos, pecamos.
Merecemos estar de pie en la esquina de la ira de Dios. Sin embargo, no
somos capaces de enfrentar la ira de él. Su ira contra el pecado es
demasiado grande, y nosotros somos demasiado débiles para resistir. Así
que, por la gracia y el amor de su gran corazón, Dios envió a su Hijo a
ponerse de pie en la esquina para llevar los pecados de pecadores como
nosotros. Jesús lo hizo al sufrir en el huerto de Getsemaní, y
especialmente cuando murió en la cruz del Calvario. Él no sufrió ni murió
por sí mismo, sino por personas como Jorge, tú, o yo, que no podemos
estar de pie en la esquina de la ira de Dios. Tal como yo dejé libre a Jorge
porque Tomás ocupó su lugar, Dios libera a los pecadores porque Jesús
toma el lugar de ellos si creen solo en Jesús para ser salvos».
Usa la Escritura e ilustraciones para explicar los elementos básicos del
evangelio. Di a tus hijos por qué Jesús tuvo que obedecer la ley a la
perfección —señala que se debió a nuestra incapacidad natural de hacerlo
—, y por qué tuvo que pagar por el pecado para satisfacer la justicia de
Dios. Recalca que la cruz y la salvación nacen del amor del Padre y que
todas las personas de la Santa Trinidad se deleitan en salvar pecadores.
 
7. Enséñales la necesidad de tener fe en Jesucristo. Recorre con ellos Juan
3, y recalca el versículo 36: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero
el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios
permanece sobre él». Enséñales que el evangelio y nuestra respuesta a él
son cosas distintas. Diles que, con una fe forjada por el Espíritu, deben
creer solo en Jesucristo para ser salvos.
Ilústrales la confianza de la fe usando historias como esta: un famoso
pastor de Escocia, Thomas Chalmers, habló una vez con una mujer anciana
durante horas sobre la necesidad que ella tenía de creer en Jesucristo. Ella
insistía en que no se atrevía a creer. Tenía miedo de que, si lo hacía, estaría
salvándose a sí misma en lugar de dejar actuar a Dios. Chalmers no pudo
lograr que entendiera la naturaleza de la fe como un don generoso de Dios,
y se fue muy desanimado.
Para volver a casa, Chalmers debía cruzar un sólido puente que
atravesaba un pequeño arroyo en el jardín de la mujer. Al acercarse al
puente, Chalmers se detuvo, miró con desconfianza, y tras tocarlo con la
mano, retrocedió asustado.
La mujer, que miraba desde su ventana, estaba sorprendida. Luego de
que Chalmers repitiera la escena varias veces, le gritó: «¡Confíe! ¡Confíe
en el puente!».
Chalmers respondió gritando: «Confíe en Jesucristo. Es tan seguro
como este puente. ¡Él la llevará al otro lado!».
La mujer entendió. Ella no había cuestionado la confiabilidad de
Cristo, pero ahora vio la razón que el evangelio da para creer. Por gracia,
confió en Cristo — exclusivamente— para su salvación, y fue salva.
Además de explicar qué es la fe, explica a tus hijos cómo actúa la fe
salvadora. Para ello, usa capítulos tales como Romanos 3 y 4, Gálatas 3,
Hebreos 4 y 11, y Santiago 2. Enséñales cómo la fe asiente
incondicionalmente a la verdad del evangelio y se entrega a los brazos
extendidos de Dios. Diles cómo en la pobreza corre a las riquezas de
Cristo; en la culpa, a la reconciliación en Cristo; y en la esclavitud, a la
liberación en Cristo. Diles cómo se aferra a Cristo y su justicia, uniendo al
pecador con el Salvador. Diles cómo abraza a Cristo creyendo, aferrándose
a su palabra, y descansando en sus promesas. Lutero escribió: «La fe
abraza a Cristo tal como un anillo abraza a su joya». La fe envuelve al
alma con la justicia de Cristo, y luego vive gracias a Cristo. La fe
compromete a la persona entera con Cristo entero.
Usando Efesios 2, muéstrales que la fe y la gracia no compiten entre
ellas, y que la salvación es por fe porque solo esto honra la gracia divina.
Invítalos a acudir a Jesús y a responder al evangelio con fe, pero no pongas
todo el énfasis en la voluntad. Diles que tienen el deber de arrepentirse,
pero no simplemente como un sentimiento temporal de pena, sino como
una rectificación total de vida 5.
Luego, también, ínstalos a «cesar de hacer el mal, y aprender a hacer el
bien» (Is 1:16–17), y a ser santos como Dios lo es. Llámalos a amar a Dios
y su santa ley con el corazón, la mente, ylas fuerzas, y a no dejar que nada
se interponga en el camino de la obediencia. Ruégales que busquen al
Señor mientras esté cerca, y que «se esfuercen por entrar por la puerta
estrecha» (Lc 13:24) 6. Diles que lo hagan ahora, para que no corran el
riesgo de endurecerse. Diles que deben recordar a su Creador hoy, en los
días de su juventud (Ec 12:1).
 
8. Enséñales de Jesucristo. Haz lo que Jesús hizo en el camino a Emaús:
empieza por Moisés y los profetas, y muéstrales en todas las Escrituras las
verdades concernientes a Jesucristo.
Haz que tu hijo conozca todo sobre Cristo. Dile quién es Cristo, lo que
hizo en el Calvario, y lo que está haciendo ahora a la derecha del Padre.
Usa Filipenses 2:5–11 para explicar sus estados y naturalezas. Preséntalo
como profeta, sacerdote, y rey. No separes sus beneficios de su persona, ni
lo ofrezcas como Salvador del pecado omitiendo lo que demanda como
Señor. Habla de él con gracia. Habla de cuán precioso es, y de su capacidad
y disposición de salvar niños. Exalta a Cristo. Explica por qué es
realmente hermoso para los pecadores necesitados (Cnt 5:16). Diles lo que
tú encuentras en él —que para ti, el vivir es Cristo y el morir es ganancia
(Fil 1:21)—.
Esfuérzate por desarrollar en tus hijos una cosmovisión bíblica y
cristocéntrica. Enséñales que todo pensamiento debe ser hecho cautivo de
la obediencia a Cristo (2Co 10:5). Ayúdalos a ponerlo al centro de cada
asunto y esfera de la vida. Ayúdalos a ver que en Cristo, el precioso
Redentor y soberano Rey, convergen todas las cuestiones de la vida. Él es
el Señor de todo y pondrá todas las cosas bajo sus pies (1Co 15:24–25).
Todo el poder y la autoridad se le ha dado a él en el cielo y en la tierra (Mt
28:18).
 
9. Enséñales sobre la santificación y la santidad. Háblales de los frutos de
la gracia que son evidentes en las vidas de los niños que han nacido de
nuevo. Enséñales que los niños redimidos aborrecerán el pecado, temerán
a Dios, amarán a Jesús, y anhelarán ser santos. Muéstrales con la Biblia
que, en esos niños, la santidad se hará visible a través de su gratitud,
servicio, oración, obediencia, amor, y abnegación. Lean las
Bienaventuranzas (Mt 5:3–12) y la lista de los frutos del Espíritu (Gá
5:22–23).
Enséñales que los hijos de Dios amarán las cosas de Dios: su palabra,
su día de reposo, y su pueblo. Pactarán sus vidas en respuesta a él,
rindiendo y consagrando a Dios y su reino todo lo que son y poseen (Mt
6:33).
Explícales diversos alicientes para ser santos, tales como:
• Dios nos llama a ser santos para nuestro bien y para su gloria (1Ts
4:7)
• La santidad nos hace parecernos a Cristo y preserva nuestra
integridad (Fil 2:5–13)
• La santidad evidencia la justificación y la elección, y alimenta la
seguridad (1Co 6:11; 2Ts 2:13; 1Jn 2:3)
• Solo la santidad puede purificarnos (Tit 1:15)
• La santidad es esencial para el servicio eficaz a Dios (2Ti 2:21)
• La santidad nos hace adecuados para el cielo (Heb 12:14; Ap 21:27)
10. Enséñales sobre el gozo del cielo. Céntrate en la bendición de estar con
Dios, los santos ángeles, y todos los redimidos, y la bendición de que el
creyente llegue finalmente a ser lo que ha deseado desde su regeneración
—perfectamente santo en un Dios trino, hijo de Dios, y coheredero con
Cristo (Fil 3:20–21; Ro 8:17)—. Usando Hebreos 12:1–2, explica cómo
Cristo se sintió motivado a soportar sus sufrimientos porque preveía el
gozo de su recompensa. Deja que tus hijos vean cuánto anhelas el día en
que Jesucristo regrese para establecer un nuevo cielo y una nueva tierra (2
Pedro 3:13–14).
En toda tu enseñanza, sé reverente y serio, pero natural. Haz que tus
hijos sientan que estás hablando de algo real. Míralos a los ojos mientras
hablas. Muestra tu amor por sus almas. No temas llorar al hablar de la
belleza de Cristo o advertirles que huyan de la ira venidera. No hagas
bromas con ninguna verdad, personaje, o instrucción de la Biblia. No
tomes las cosas de Dios a la ligera. La vida es demasiado seria, la muerte
es demasiado definitiva, el juicio es demasiado seguro, y la eternidad es
demasiado larga para permitirse bromear con las verdades sagradas de la
Escritura.
Cómo usar los medios 3
Una vez que has explicado el contenido del evangelio a tus hijos, ¿cómo
debes usarlo para confrontarlos con las declaraciones de él?
Como padres, deben empezar dándose cuenta de que los principales
responsables de la evangelización de sus hijos son ustedes. En términos
prácticos, esto significa asegurarse de que cualquier persona, institución, o
cosa que tenga una influencia regular sobre sus hijos durante cualquier
período de tiempo (p. ej., una iglesia y sus oficiales, una escuela y sus
maestros, una niñera, o el mundo tecnológico de las computadoras), tenga
la misma cosmovisión que ustedes —centrada en la Biblia y que honre a
Cristo—.
Los niños necesitan regularidad, y particularmente en las tres fuentes
principales que contribuyen a sus vidas: el hogar, la iglesia, y la escuela.
Estas tres forman un triángulo, y nosotros como padres somos
responsables de las tres. Por ahora, examinemos nuestra responsabilidad
en el hogar.
Un hogar piadoso es el contexto de evangelización más grande para los
hijos. Los ingredientes que involucra son los siguientes:
Oración
«Una familia que no ora es como una casa sin techumbre, abierta y
expuesta a todas las tormentas del cielo», dijo Thomas Brooks.
Necesitamos orar por y con nuestros hijos. Específicamente, debemos
orar:
 
1. Habitualmente. En la planificación de tu día, establece un tiempo y un
lugar para orar, y coloca a tus hijos en lo alto de la lista. Orar es lo
primero y mejor que podemos hacer por nuestros hijos. John Bunyan
escribió: «Puedes hacer más que orar después de haber orado, pero no
puedes hacer más que orar mientras no hayas orado».
 
2. Espontáneamente. Cada vez que sentimos la necesidad de orar por un
hijo, debemos hacerlo inmediatamente. Nuestros antepasados holandeses
llamaban a eso oración «con sombrero», queriendo decir literalmente orar
con el sombrero puesto, haciendo peticiones breves, directas, mientras
conducimos, planchamos, estudiamos, o hacemos cualquier otra cosa. Si
vacilamos al sentir tales impulsos, la urgencia de orar disminuirá en gran
medida.
 
3. Pactualmente. Debemos orar por nuestros hijos aduciendo su relación
pactual con Dios. En el bautismo, Dios ha puesto su nombre junto al de
ellos y los ha reclamado como suyos. Muéstrale las frentes bautizadas de
tus hijos. Como David, ruega: «Ten en cuenta [tu] pacto» (Sal 74:20) —
por amor a su gloria—.
 
4. Específicamente. A menudo, nuestras oraciones están llenas de clichés.
Nuestros hijos necesitan peticiones específicas y deliberadas que
combatan contra la cultura hostil de nuestra época, la cual compite por sus
almas. Cada padre debería orar individualmente por las necesidades
específicas de cada hijo, pero también deberían hacerlo juntos. Debemos
orar por conversión, fe salvadora, y gracia preservante para cada hijo.
Debemos orar por los embates y las luchas diarias a los cuales nuestros
preciosos hijos están sujetos.
Si se trata de hijos creyentes, deberíamos orar usando las
Bienaventuranzas y los pasajes sobre los frutos del Espíritu. Deberíamos
orar que sus mentes sean llenas de las cosas buenas de Filipenses 4:8 y que
los diez mandamientos circunscriban sus voluntades.
También debemos orar por nosotros mismos como padres, pidiendo
fuerza para tareas específicas, sabiduría para tomar buenas decisiones, y
paciencia y tenacidad en la tarea continua de criar hijos.
 
5. Fervientemente. La oración es nuestra arma más grande en la crianza de
una familia cristiana. Como dice el viejo refrán, «el diablo tiembla cuando
ve al cristiano más débil arrodillado».
Busquemos gracia para orar como Alexander Whyte lo hacía por sus
hijos:
Oh todopoderoso Dios, nuestro Padre celestial, ¡danos una
descendencia que esté bien contigo! Aflígenos a nosotros y a
nuestro hogar con una eterna esterilidad en vez de darnos una
descendencia que no esté bien contigo.Oh Dios, danos hijos.
Danos hijos. Por segunda vez, y mediante un nacimiento mucho
mejor, concédenos que nuestros hijos estén a nuestro lado en tu
santo pacto. Porque mejor hubiera sido jamás contraer noviazgo;
mejor hubiera sido permanecer toda nuestra vida solos si nuestros
hijos no han de estar bien contigo. […] Pero tú, oh Dios, tú mismo
eres Padre, y tienes un corazón de Padre. Óyenos, entonces, por
nuestros hijos, oh Padre nuestro […]. A tiempo y fuera de tiempo,
no iremos a nuestra cama, y no dejaremos que nuestros ojos
duerman ni que nuestros párpados descansen hasta que nosotros y
toda nuestra descendencia estemos bien contigo 1.
Charles Spurgeon escribió una vez: «¿Cómo puede un hombre ser
cristiano, y no amar a su descendencia? ¿Cómo puede un hombre ser
creyente en Jesucristo, y no obstante, tener un corazón frío y duro respecto
de sus hijos en lo concerniente al reino? […] Es nuestra responsabilidad
instruir a nuestros hijos en el temor del Señor; y aunque no podamos
conferirles gracia, podemos orar al Dios que puede darla. En respuesta a
nuestras muchas súplicas, él no nos rechazará sino que se deleitará en
considerar nuestros suspiros» 2.
La madre de Spurgeon era alguien que oraba de esta manera. Spurgeon
recordaba cuando él se sentaba en su regazo y sentía sus cálidas lágrimas
mientras ella oraba: «Señor, tú sabes que si mis oraciones no son
contestadas mediante la conversión de Charles, estas mismas oraciones
testificarán en su contra el día del juicio».
La lección no se perdió en su hijo. Spurgeon escribió más tarde: «La
idea de que las oraciones de mi madre testificaran en mi contra el día del
juicio aterrorizaba mi corazón».
Ora en busca de gracia para que el Dios todopoderoso bendiga tu hogar
(Mt 11:12). Ora con fervor, recordando que Dios promete abundantemente
responder la oración (Is 30:18–19; Mt 7:7–8; Jn 16:23– 24). Descansa en
el oído compasivo de Dios (Heb 11:6). Ora con fe y persistencia (Stg 1:5–
7; Lc 18:1), conforme a la voluntad de Dios (1Jn 5:14–15), confiando en
que él responderá en su tiempo. Como escribió John Witherspoon, único
pastor que firmara la Declaración de Independencia: «Podría darles
algunos notables ejemplos de padres que, por un largo tiempo, parecieron
esforzarse en vano y, sin embargo, al final tuvieron la gran alegría de ver
un cambio; y de algunos hijos en quienes la semilla, tempranamente
sembrada y aparentemente del todo ahogada, finalmente produjo fruto aun
después de la muerte de sus padres» 3.
Jeremías 10:25 nos advierte que Dios derramará su furia sobre las
familias que no invocan su nombre. Por el contrario, benditos son aquellos
hijos que, con el tiempo, pueden decir: «Las oraciones de mis padres
temerosos de Dios me guardaron de mucho pecado y me condujeron al
Señor Jesucristo».
Culto familiar
Al igual que Abraham, manda con amor pero con firmeza que tu casa
adore a Dios (Gn 18:19). Resuelve, como Josué, servir y adorar
diariamente a Dios en tu familia (Jos 24:15). Como cabeza del hogar,
reúne a tu familia al menos una vez al día para leer y estudiar la Biblia,
orar, y cantar. Lo siguiente te ayudará a implementar estos cuatro aspectos
del culto familiar:
 
1. Lectura bíblica. Primero, ten un plan. Por ejemplo, en la mañana lee
10–20 versículos del Antiguo Testamento, y al final del día, del Nuevo
Testamento. O lee los Salmos, y luego una serie de fragmentos
biográficos. O lee los milagros y parábolas de Cristo. Cualquiera sea el
plan que tengas, asegúrate de leer la Biblia entera con tu familia en un
período de uno o dos años. Que tus hijos conozcan la Biblia completa, aun
si son pequeños.
Segundo, ten en cuenta las ocasiones especiales. Que todos los que
sepan leer tengan una biblia en frente. Como cabeza del hogar, asigna
lecturas a los niños también. Enséñales a leer con reverencia, de manera
pausada, y con expresión. Da una breve explicación cuando sea necesario
—antes, durante, o después de la lectura—.
 
2. Instrucción bíblica. Cuando enseñes, que tu doctrina sea pura (Tit 2:7).
No abandones la precisión doctrinal, ni siquiera cuando enseñes a niños
pequeños. Que tu objetivo sea la simplicidad y la solidez.
Concéntrate en lo básico. Enseña a tus hijos los diez mandamientos, el
padrenuestro, y el credo de los Apóstoles como preparación para una
instrucción más profunda. Repítanlos periódicamente en voz alta como
familia, durante el culto familiar. También puedes ayudarte con libros tales
como exposiciones bíblicas claras (p. ej., las Meditaciones sobre los
evangelios, de Ryle), historias bíblicas, devocionales diarios, o relatos de
Dios obrando en la historia de la iglesia.
Habla con claridad. Aliéntalos a hacer preguntas; a abrirse. Haz a tus
hijos preguntas apropiadas según su diversidad de edades. Tengan a la
mano uno o dos buenos comentarios, como los de Juan Calvino o Matthew
Henry, para ayudar a toda la familia a entender los diversos textos.
Que tus aplicaciones sean vivenciales y relevantes. Acompaña las
verdades que enseñas con la experiencia del alma. No temas compartir tus
propias experiencias, pero hazlo de manera simple.
Que tus modales sean afectuosos. Proverbios te da el tono al decir
cálidamente «Hijo mío…». Dicho libro muestra que, en el corazón y las
exhortaciones del padre, hay calidez, amor, interés, y urgencia.
Desciende al mundo de tus hijos. Usa conceptos concretos y no
abstracciones. Simplifica para ellos los sermones que has oído. Trata de
vincular la instrucción bíblica tanto como sea posible con eventos actuales
de la familia, la sociedad, o la nación.
Demanda una atención total por parte de tus hijos. Las verdades de
Dios exigen ser oídas; los asuntos que debes comunicar son de vida,
muerte, y eternidad. Pon en práctica Proverbios 4:1: «Oigan, hijos, la
instrucción de un padre, y presten atención para que ganen
entendimiento». A veces, podrá ser necesario que digas e insistas: «Hijo,
siéntate y mírame cuando hablo. Estamos hablando de Dios y su palabra, y
él merece ser oído».
 
3. Oración. Sé claro pero no superficial, natural pero solemne, y directo
pero variado. Acérquense a Dios como familia en adoración y
dependencia. Invóquenlo apropiadamente, mencionando su nombre y
quizás uno o dos de sus atributos. Confiesen los pecados de la familia y
pidan perdón por cada transgresión que hayan cometido durante el día.
Pidan misericordias terrenales, espirituales, y eternas. Intercedan por los
amigos de la familia. Den gracias por las misericordias ya recibidas.
Concluyan bendiciendo a Dios por lo que él es en sí mismo y por lo que ha
hecho por la familia. Expresen el deseo de que su gloria perdure
eternamente. Terminen con una última petición de perdón, basada en los
méritos de su Hijo.
 
4. Canto. Haz que tus hijos conozcan los cantos de Sion. Los Salmos
hablan al corazón de cada creyente y cubren todo el rango de la
experiencia cristiana. Compra copias del Salterio para cada miembro de la
familia. Enfatiza aquellos cantos que recalcan las verdades esenciales del
evangelio, y que son ricos en devoción, instrucción, o amonestación. Si
tienes niños pequeños, empieza con una o dos estrofas de textos más
simples. Luego, enséñales cantos que aborden el problema del pecado, y
cantos llenos de la persona y la obra de Cristo. Usa frecuentemente
doxologías.
Canten las canciones favoritas de la familia, pero de vez en cuando
agreguen otras nuevas. Refuerza lo que se esté enseñando en la escuela
bíblica o la clase de catecismo usando las selecciones del Salterio que se
hayan asignado para memorizar. Promueve hábitos de buen canto tales
como la postura correcta, el uso adecuado de la voz, y una dicción clara.
Recuerda a tus hijos que están cantando porciones de la palabra de
Dios que deberían ser tratadas con reverencia y cuidado. Oren juntos para
tener gracia en el corazón de modo que puedan cantar al Señor como él
manda en su palabra (Col 3:16). Mediten juntos en las palabras que cantan.
Que el culto familiar sea constante y sincero. Como dijo Richard Cecil,
«Que el culto familiar sea breve,atractivo, simple, dulce, y celestial».
Dios demanda esa clase de culto familiar, el Señor Jesús es digno de ello,
la Escritura lo exige, la conciencia lo aprueba, y los niños se benefician de
ello. Entre las razones específicas para el culto familiar están:
• El bienestar eterno de tu cónyuge, tus hijos, y tu propia alma
• La satisfacción de una conciencia limpia
• Una poderosa herramienta para ayudarte en la crianza de los hijos
• La brevedad de la vida
• Amor por la gloria de Dios y el bienestar de su iglesia
Atiende al consejo de J. W. Alexander, que escribió: «Acude ahora
mismo al trono de gracia con tu familia». Ruega al Señor que bendiga tus
débiles esfuerzos y salve a tus hijos. Ruégale que tome a tus hijos del
pacto en sus brazos por la eternidad.
Catequización
El término «catecismo» deriva de la palabra griega katecheo, que se
compone de dos partes: kata, que significa «hacia abajo», y echeo, que
significa «sonar». Katacheo es «sonar hacia abajo», hablar a alguien con el
objetivo de recibir algo en respuesta, como un eco. El método catequético
de preguntas exterioriza la palabra de Dios y sus doctrinas para recibir
respuestas que examinen el corazón y midan la profundidad del
conocimiento.
El Nuevo Testamento habla frecuentemente de catequizar. Lucas dice
que él escribió su evangelio «para que puedas conocer la certeza de
aquellas cosas en las cuales has sido instruido [catequizado]» (Lc 1:4).
Apolos fue «catequizado» en el camino del Señor (Hch 18). Catequizar
obedece el mandato que el Espíritu dio a Timoteo por medio de Pablo:
«Esto manda y enseña» (1Ti 4:11).
Hoy, para gran perjuicio de familias e iglesias, la catequización a cargo
de los padres es casi un arte perdido. John J. Murray escribe: «Creemos
que mucha de la ignorancia doctrinal, la confusión y la inestabilidad tan
característica del cristianismo moderno debe su origen a la
descontinuación de esta práctica [de catequizar]» 4.
La catequización necesita urgentemente revivir. La «catequesis
doméstica» fue la columna vertebral de la iglesia reformada en sus
primeros siglos. Los puritanos, en particular, fueron grandes catequistas.
Ellos creían que los mensajes del púlpito debían ser reforzados mediante
un ministerio personalizado basado en la catequesis —el uso de
catecismos para instruir en las doctrinas de la Escritura—. Se esperaba
que, además del culto familiar, los padres reservaran cada semana un
tiempo especial para catequizar a sus hijos en las doctrinas reformadas de
la gracia 5.
Los puritanos nos enseñan mucho sobre la catequesis doméstica. La
catequización puritana era evangelística de diversas formas:
Primero, muchos puritanos evangelizaban a niños y jóvenes
escribiendo catecismos que explicaban doctrinas cristianas fundamentales
a través de preguntas y respuestas apoyadas en la Escritura 6.
Por ejemplo, John Cotton tituló su catecismo Milk for Babes, drawn out of
the Breasts of both Testaments [Leche para bebés, extraída de los pechos
de ambos Testamentos] 7. Otros puritanos incluyeron en los títulos de sus
catecismos expresiones tales como «los puntos principales y
fundamentales», «resumen de la religión cristiana», los «diversos tópicos»
o «principios básicos» de la religión, y «el abecé del cristianismo». En
diversos niveles de la iglesia, como asimismo en los hogares de sus
feligreses, los pastores puritanos instruyeron a las nuevas generaciones
usando tanto la Biblia como sus catecismos. Sus objetivos fueron explicar
las enseñanzas bíblicas fundamentales, ayudar a los jóvenes a aprender la
Biblia de memoria, hacer que los sermones y los sacramentos fueran más
comprensibles, preparar a los hijos del pacto para su confesión de fe,
enseñarles a defender su fe del error, y ayudar a los padres a enseñar a sus
propios hijos 8.
Segundo, la catequización fue evangelística en relación con ambos
sacramentos. Cuando el Catecismo mayor de Westminster habla de «hacer
buen uso» del bautismo, se refiere a una instrucción de por vida en que los
catecismos tales como el catecismo menor juegan un rol decisivo 9.
William Perkins dijo que, para ser «adecuados para recibir la santa cena
con provecho», los iletrados debían memorizar su catecismo, The
Foundation of Christian Religion 10. Y en el prefacio de A Preparation into
the Waie of Life 11, William Hopkinson escribió que él se esforzaba por
guiar a sus catecúmenos «a usar correctamente la santa cena, una
confirmación especial de las promesas de Dios en Cristo» 12.
Mientras más oposición encontraban los puritanos en sus esfuerzos
públicos por purificar la iglesia, más se volvían al hogar como un bastión
de instrucción e influencia religiosa. Escribieron libros sobre el culto
familiar y el «orden piadoso del gobierno familiar». Robert Openshawe
inició su catecismo llamando «a quienes suelen preguntar en qué deberían
ocuparse las largas noches de invierno, [a] dedicarse a cantar salmos, a
enseñar a su familia, y a orar con ella» 13.
Finalmente, la catequización fue evangelística como una forma de
examinar las condiciones espirituales de la gente, y para amonestarla e
incitarla a acudir a Cristo. Cada semana, Baxter y sus dos asistentes
pasaban dos días completos catequizando a los feligreses en sus hogares
—además, los lunes y los martes, por la tarde y por la noche, él
catequizaba a cada uno de los siete miembros de su familia, una hora por
semana—. Las visitas involucraban enseñar pacientemente, examinar
amablemente, y guiar cuidadosamente a los miembros de las familias y de
la iglesia a Cristo por medio de las Escrituras. J. I. Packer concluye: «El
aporte principal de Baxter al desarrollo de los ideales puritanos para el
ministerio fue mejorar la calidad de la práctica de la catequización
personal: de ser una disciplina preliminar para niños, pasó a ser un
ingrediente permanente de la evangelización y el cuidado pastoral para
todas las edades» 14.
Las iglesias y escuelas puritanas consideraban tan importante la
enseñanza del catecismo que algunas incluso designaban catequistas
oficiales. En la Universidad de Cambridge, William Perkins fue catequista
de Christ’s College, y John Preston, de Emanuel College. El ideal puritano,
según Thomas Gataker, era que una escuela es una «pequeña iglesia», y
sus maestros, «catequistas privados» 15.
La evangelización puritana, llevada adelante a través de la predicación,
la amonestación pastoral, y la catequización, demandaba tiempo y
habilidad 16. Los puritanos no buscaban conversiones rápidas y fáciles;
estaban dedicados a edificar creyentes de por vida ganando sus corazones,
mentes, voluntades, e inclinaciones para el servicio de Cristo 17.
El duro trabajo del catequista puritano era enormemente
recompensado. Richard Greenham afirmó que la enseñanza catequista
edificaba la iglesia reformada y dañaba seriamente al catolicismo
romano 18. Cuando Baxter fue instalado en Kidderminster, Worcestershire,
quizás una familia de cada calle honraba a Dios haciendo el culto familiar.
Al término de su ministerio allí, había calles en que todas las familias lo
hacían. Baxter podía decir que, de los 600 convertidos llegados a la fe bajo
su predicación, no podía nombrar siquiera uno que hubiera reincidido en
los caminos del mundo. ¡Qué grande es la diferencia entre ese resultado y
los de los evangelistas de hoy, que fuerzan conversiones masivas, y luego
delegan a otros el duro trabajo del seguimiento!
 
Estos son algunos consejos prácticos para catequizar a tus hijos hoy:
 
1. Catequiza a tus hijos al menos una vez por semana. Si son niños
pequeños, 30 minutos es suficiente; 45– 60 minutos es más apropiado para
adolescentes con interés. Si no están siendo catequizados en la iglesia o en
la escuela, deberías hacerlo con más frecuencia.
 
2. Ármate de buenos catecismos reformados. Con niños más grandes, por
ejemplo, podrías usar el Catecismo de Heidelberg, el Catecismo menor de
Westminster, o ambos. También podrías usar un catecismo basado en los
anteriores, como el de John Brown o Matthew Henry 19, o una serie de
libros quesigan un programa.
Otro enfoque sería enseñar doctrina a partir de un clásico como El
Progreso del Peregrino, de John Bunyan.
 
3. Asigna a tus hijos preguntas para memorizar, y luego enséñales usando
preguntas basadas en lo que hayan memorizado. Bosqueja cinco a diez
preguntas a partir de aquellas que tus catecúmenos deben memorizar.
Recuerda: catequizar no es disertar. Dialoga con tus hijos. Pregunta,
vuelve a preguntar, corrige, explica, alienta, guía, y repasa con tus
catecúmenos.
 
4. Combina tu enseñanza con numerosas ilustraciones provenientes de la
Escritura y la vida diaria. Para que la doctrina se arraigue y cobre vida, usa
poesías, metáforas, símiles, acrósticos (es decir, cuando cada palabra o
línea empieza con una letra particular, como el Salmo 119), paralelismos
(es decir, cuando dos o más líneas expresan ideas mutuamente
relacionadas, como Salmo 119:105), y diversas ayudas mnemotécnicas (es
decir, técnicas que faciliten la memorización). Usa tu catecismo como un
mapa para guiar a tus hijos a través de las Escrituras.
 
5. Prepara bien cada lección. Lee, estudia, y memoriza. Si es posible,
dedica varias horas a cada lección. Las almas de tus hijos, y tu propio
bienestar espiritual, pueden perfectamente hacer que estas horas sean las
más provechosas de tu semana.
 
6. Inicia cada lección de catecismo con canto de Salmos, lectura bíblica,
oración, y un repaso de la última lección. Pide a uno de tus hijos que
termine con una oración.
 
7. Persevera en amor. Aun cuando no veas frutos, sigue adelante con
oración, preparación, y enseñanza. Enseña con gracia, pasión, y amor. A
los niños rara vez se les engaña; debemos mostrar amor por la palabra y
las doctrinas que enseñamos. Sigue ahondando. La sencillez del evangelio
es preciosa, pero esa sencillez jamás le quita profundidad. Procura criar
hijos inquebrantables y doctrinalmente cultos que, por gracia, se aferren a
la fe reformada con convicción. En dependencia del Espíritu, procura traer
a tus hijos, que son herencia del Señor, al Señor que es la herencia de los
hijos del pacto. Ora para que, por gracia, tus hijos amen la instrucción y al
Dios de las verdades enseñadas.
Que Dios nos ayude hoy a ver la evangelización de nuestros hijos del
pacto como una tarea que no solo implica presentarles el evangelio, sino
también a Cristo y las doctrinas de la gracia en forma tal que, como niños
creyentes, puedan crecer en él. En nuestra catequización, necesitamos
recuperar la visión de nuestros antepasados para entender que la
evangelización no solo muestra cómo venir a Cristo, sino también cómo
vivir lo que él es.
Conversación piadosa
La Escritura enseña que, cada día, debemos dedicar tiempo a hablar de
Dios a nuestros hijos del pacto. Se debería hablar seriamente de las cosas
espirituales en los tiempos regulares del culto y la enseñanza familiar,
pero también espontáneamente, en el proceso de la vida diaria. Como dice
Deuteronomio 6:7: «Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás
de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando
te acuestes y cuando te levantes».
 
Cada día incluye cuatro momentos básicos de enseñanza:
 
1. Al levantarse. Es muy importante la forma en que comenzamos nuestro
día. Enfócate en Dios con tus hijos al inicio de cada día. Leer la Biblia y
orar, además de hacer algunos comentarios edificantes, es una forma
mucho mejor de empezar el día que simplemente agarrar un bol de cereal
y dárselo a tus hijos en medio de la prisa por llegar a la escuela o salir a
jugar. Cada mañana, pasen como familia algunos minutos en comunión
con el Señor.
 
2. Al sentarse en casa. Muchas familias no pasan suficiente tiempo en
casa. Considera reservar al menos una noche por semana para mantener a
la familia cerca de Dios y cerca los unos de los otros. Hablen, coman, lean,
y pasen tiempo juntos. Oren y háblense mutuamente de Dios y su palabra.
Las noches familiares son momentos maravillosos de conversación
espiritual, enseñanza, y edificación.
 
3. Al andar por el camino. Cuando andamos con nuestros hijos o vamos
con ellos a algún lugar en automóvil, tenemos maravillosas oportunidades
para instruirlos sobre Dios y la forma en que debemos vivir. Nuestras
reacciones a los eventos y desafíos de la vida diaria son también una
poderosa herramienta para enseñar a nuestros hijos. Al andar por el
camino de la vida, muéstrales cómo Dios obra y cómo deben tomar
decisiones que lo agraden.
 
4. Al acostarse. La hora de irse a la cama es un momento especial para
hablar con tus hijos. ¿Tienes una rutina nocturna para instruirlos sobre
Dios? Leer historias bíblicas o libros buenos, orar, y poner música sacra,
tranquila, son buenas herramientas para terminar el día de tus hijos. Si son
pequeños, siéntate junto a ellos en sus camas, y hablen de lo que hicieron
en el día. Dales la seguridad de que los amas. Invítalos a compartir sus
fracasos, desafíos, y necesidades de oración. Una forma de hacerlo es
empezar compartiendo los tuyos.
Termina el día con una nota positiva; aleja todo mal sentimiento. Ayuda a
tus hijos a enumerar sus bendiciones. Enséñales a dar gracias a Dios por
los misericordiosos eventos del día. Recuérdales que, al final de cada
jornada, necesitamos rogar a Dios que perdone nuestros muchos pecados y
satisfaga las necesidades de nuestra alma. En resumen, las verdades de
Dios y de su gracia deben salpicar cada día de nuestras vidas.
No necesariamente cada conversación con tus hijos debe ser espiritual.
Los padres que tienen una relación seria con sus hijos pueden alternar
entre lo espiritual y lo natural sin incomodidad ni torpeza. Aprende a hacer
que tu hijo se abra, y aliéntalo a hablar contigo de lo que sea. No sientas
que debes tener respuestas para todo, pero ayúdate usando comentarios y
literatura reformada de calidad 20. Busca las respuestas junto a ellos, o
mejor aun, enséñales a encontrar algunas de las respuestas por sí mismos.
Enséñales a usar la concordancia griega de Strong, diccionarios, y
comentarios, a medida que crezcan.
Aprende a entrar en la vida de tu hijo. Disfruta de una relación con él o
ella cualquiera sea su situación. Según la edad, eso significará cosas
diferentes, tales como practicar lucha, caminar por el bosque, hacer que se
abra respecto de sus amistades, esforzarte por entender sus sentimientos, y
dialogar sobre sus objetivos y sueños. Si no tienes éxito en dicha relación,
no alcanzaremos el objetivo.
Al hablar con tu hijo, estarás tomando su temperatura espiritual, así
que ve al corazón del asunto. Discierne lo que tu hijo es capaz de entender,
y luego, ajustando adecuadamente tu vocabulario, dile lo que implica
convertirse en cristiano. No esperes a que él toque el tema; tú debes
iniciarlo.
En Deuteronomio 6:7, la palabra hebrea que significa instrucción
indica que debemos «aguzar» o «inculcar» en nuestros hijos las
enseñanzas de la palabra de Dios. La idea es que debemos marcar,
penetrar, y discipular a nuestros hijos en los caminos de Dios. Esa es
nuestra vocación diaria. Recuerda: dejar una impresión duradera requiere
tiempo y diligencia (Is 28:9–10). Tal como los fósiles contienen
impresiones profundas, debemos dejar en nuestros hijos impresiones de la
verdad de Dios que durarán toda la vida y aun más.
Modelos piadosos
Si hemos de tener hijos piadosos, ellos deben ver el carácter de Dios en
nuestras vidas. Aunque puedan aprender mucho de lo que decimos y
hacemos, aprenderán más a partir de lo que somos. Nuestra oración,
enseñanza, y vida deben coincidir; debemos ser y practicar lo que oramos.
Alexander Whyte escribió: «Dios no puede resistir la oración de un padre
cuando está suficientemente respaldada por la santificación de ese
padre» 21.
No debemos dejar de actuar como mentores espirituales de nuestros
hijos. Aparte de la Biblia, nuestras vidas son el libro más importante que
nuestros hijos leerán jamás. ¿Qué leen ellos en las páginas de nuestras
vidas?
Como padres, no podemos ser mejores que lo que somos como
personas. Nuestras vidas deben mostraramor por Dios, nuestro prójimo, y
nuestros hijos, como también un amor adecuado por el valor de nuestras
propias almas. Debemos esforzarnos por alcanzar un equilibrio en todas
nuestras relaciones. En los versículos anteriores a Deuteronomio 6:7, Dios
nos instruye que debemos amarlo con todo nuestro corazón, alma, y
fuerzas. El amor a Dios debe motivarnos a amar incondicionalmente a
nuestros hijos —pero no sus pecados—. Debemos modelar el amor
misericordioso e inagotable que el Dios trino siente por sus hijos mientras
también aborrece los pecados de ellos. Tal amor incondicional es un
llamado y una oportunidad especial que se nos da, porque amar sus
personas puede tocar los corazones de nuestros hijos y enternecerlos en
maneras que toda nuestra amonestación jamás logrará.
¿Cómo verán nuestros hijos en nosotros el amor que sentimos por
Dios, por ellos mismos, y por otros? Mayormente a través de nuestras
palabras y acciones en el transcurso del día. En esto, ellos verán e
instintivamente sentirán:
• Cuán importantes son para nosotros Dios, la oración, la Biblia, y la
adoración, y si acaso nos acercamos a Dios con una expectación
anhelante o por un mero sentido del deber.
• Cuánto tiempo y energía dedicamos a la devoción espiritual.
• Cómo respondemos a la aflicción.
• Si realmente creemos que todas las cosas cooperan para el bien de los
que aman a Dios (Ro 8:28), y que ningún cabello caerá de nuestra
cabeza sin la voluntad del Padre.
• Si somos padres que aborrecen el pecado, se arrepienten, confían en
Jesucristo, y se gozan en el Espíritu Santo.
• Si nos afligimos principalmente por razones egoístas o por cosas que
afligen a Dios.
Si nuestro matrimonio refleja los modelos de Efesios 5 (Novio-
novia/Cristo-iglesia).
• Si disfrutamos orar, hablar, jugar, vacacionar, y estar con nuestros
hijos.
• Si estamos dispuestos a negarnos a nosotros mismos por causa de
nuestros hijos.
• Si disciplinamos a nuestros hijos apropiadamente y con amor, o
inapropiadamente y con ira.
• Si enfocamos nuestra vocación como un llamado de Dios en que nos
esforzamos por usar nuestros talentos para su gloria, o como un
esfuerzo egoísta en que, empapados de la mentalidad del mundo,
trabajamos para el fin de semana.
• Cómo tratamos a quienes nos ofenden, esparcen rumores sobre
nosotros, o son nuestros enemigos.
• Si somos amables, compasivos, y perdonadores (Ef 4:32), y si los
incitamos al amor y a las buenas obras (Heb 10:24).
• Si oramos por otros (Stg 5:16) y les ofrecemos hospitalidad sin
quejarnos (1P 4:9).
• Si nos gozamos con los que se gozan y lloramos con los que lloran
(Ro 12:15).
• Cómo honramos a quienes tienen autoridad sobre nosotros, tales
como policías, gobernantes, y oficiales.
A medida que nuestros hijos crecen, se hacen más astutos para medir
nuestras vidas comparándolas con las bienaventuranzas o los frutos del
Espíritu. Pondrán a prueba nuestro cristianismo haciendo preguntas como:
¿vale la pena vivir la vida cristiana? La respuesta más influyente será la
forma en que actuamos como padres.
Los hijos necesitan ver el evangelio corroborado por nosotros. Para
bien o para mal, somos el evangelio viviente (cf. 2Co 3:1–3). Lo que
enseñamos y lo que somos moldearán la idea que nuestros hijos tendrán de
Dios. Si hacemos lo que Dios exige, cuando nuestros hijos sean adultos y
se vayan de nuestro hogar podremos decirles: «Persiste en las cosas que
has aprendido y de las cuales te convenciste, sabiendo de quiénes las has
aprendido. Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te
pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo
Jesús» (2Ti 3:14–15).
Considera, también, involucrar en las vidas de tus hijos a otros
creyentes, tales como creyentes mayores, «madres en Israel», abuelos
temerosos de Dios, misioneros, y amigos por correspondencia que sean
cristianos. Tales personas abundan en la comunidad del pacto, y con la
bendición del Espíritu, pueden ser de gran ayuda para ti y para tus hijos
modelando y mentoreando lo que es vivir el cristianismo.
Finalmente, usa las ocasiones especiales de la iglesia para ayudarte a
modelar el cristianismo. Por ejemplo, los servicios funerales de la
congregación ofrecen una ocasión importante, rica en oportunidades para
evangelizar a los niños. Frente a un ataúd abierto, un preescolar puede
sentir la realidad de la muerte y hacer preguntas importantes. Los niños no
deberían ser ajenos a la «casa del luto» [Ec 7:2], o aun al rostro de la
muerte. También puede ser provechoso involucrar a los niños mayores en
servicio a los enfermos, los afligidos, y los miembros ancianos de la
iglesia. Sé un modelo de ello para tus hijos, y llévalos a servir a otros
teniendo en cuenta sus edades y oportunidades.
¿Cómo podemos estar a la altura de una vocación semejante? Debemos
comenzar arrepintiéndonos del pecado que aún queda en nosotros, de
nuestro andar inconsecuente, de nuestra ignorancia de la Biblia, y de
nuestra falta de éxito en la evangelización de nuestros hijos. Luego, con
temor santo y convicción solemne, debemos llevar a cabo nuestras
responsabilidades pactuales para con nuestros hijos y refugiarnos en Dios,
atesorando las promesas del pacto y la gracia que, por amor a Cristo, él
desea conferir a los padres indignos. Como dice Robert L. Dabney:
Dios escoge y ordena los instrumentos de la familia como los más
eficientes medios de gracia —medios de gracia salvadora más
verdaderos y eficaces que todas las otras ordenanzas de la iglesia
—. La piedad familiar cuenta con las mejores promesas del
evangelio, tanto bajo la nueva como bajo la antigua dispensación.
¿Cómo, entonces, un Dios sabio haría otra cosa que consagrar a la
familia cristiana, y ordenar que los padres creyentes santifiquen a
los hijos? De aquí, el fundamento mismo de toda la fidelidad de los
padres a las almas de los hijos debe ponerse en la adopción
aplicada, solemne, y cordial de los deberes y promesas mismos que
Dios sella en el pacto del bautismo de niños 22.
Aplicaciones finales 4
Salmo 103:17–18 dice: «… la misericordia del Señor es desde la eternidad
hasta la eternidad, para los que le temen, y su justicia para los hijos de los
hijos, para los que guardan su pacto y se acuerdan de sus preceptos para
cumplirlos». Este texto expone un programa de tres pasos que resume la
paternidad cristiana: primero, vigilar y preparar nuestro propio corazón
(«teme al Señor»); segundo, ser fiel en todos los deberes del pacto
(«guarda su pacto»); y tercero, vivir según los mandamientos de Dios
delante de los hijos y actuar para con ellos como Dios lo ordena
(«recuerda sus preceptos para cumplirlos»). Esto incluye instrucción,
crianza, y amonestación.
Conducir un niño a Cristo implica mucho más que los pocos minutos
necesarios para guiarlo en «la oración del pecador». No es un único
evento. Estas son algunas nociones que deberías tener presentes:
 
1. Conducir un niño a Cristo es un viaje —habitualmente un viaje largo—
en el cual debes depender radicalmente del Espíritu de Cristo. Tú no
puedes convertir a tus hijos; solo el Espíritu Santo puede hacerlo. Nuestra
esperanza es que el Espíritu Santo soberano se deleite en convertir hijos
del pacto tanto como, en cada generación, el Padre se deleita en salvarlos y
el Hijo en dejar que vengan a él.
La gracia soberana y electora del Dios trino es siempre la causa
primaria de la conversión, la cual Dios se complace en obrar usando los
medios de gracia como causas secundarias. El mismo Espíritu Santo, que
nos declara culpables de pecado y nos conduce a Cristo y a los caminos de
la santidad, es también fiel para reconfortarnos, enseñarnos, y guiarnos en
la evangelización de nuestros hijos, haciéndola fecunda.
Depender del Espíritu Santo nos ayudará a ser más sensibles a las
necesidades espirituales de nuestros hijos y a las cosas que nos son
imposibles. Él nos dará mayor sabiduría y paciencia que si tratamos de
convertir a nuestros hijos por nuestros propios medios 1.
 
2. Evangeliza a tus hijos en cada oportunidad,

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