Logo Studenta

Marta Gil Lacruz - Psicología social Un compromiso aplicado a la salud-Prensas de la Universidad de Zaragoza (2007)

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

PSICOLOGÍA SOCIAL
Un compromiso aplicado a la salud
This page intentionally left blank 
PSICOLOGÍA SOCIAL
Un compromiso aplicado a la salud
Marta Gil Lacruz
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático,
ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por foto-
copia, por registro u otros métodos, ni su préstamo, alquiler o cualquier forma de cesión de uso del
ejemplar, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.
© Marta Gil Lacruz
© De la presente edición, Prensas Universitarias de Zaragoza
1.ª edición, 2007
Ilustración de la cubierta: José Luis Cano
Colección Ciencias Sociales, n.º 60
Director de la colección: José Manuel Latorre Ciria
Prensas Universitarias de Zaragoza. Edificio de Ciencias Geológicas, c/ Pedro Cerbuna, 12
50009 Zaragoza, España. Tel.: 976 761 330. Fax: 976 761 063
puz@unizar.es http://puz.unizar.es
Prensas Universitarias de Zaragoza es la editorial de la Universidad de Zaragoza, que edita
e imprime libros desde su fundación en 1542.
Impreso en España
Imprime: Línea 2015, S. L.Sdad. Coop. de Artes Gráficas Librería General
D.L.: Z-732-2007
GIL LACRUZ, Marta
Psicología social : un compromiso aplicado a la salud / Marta Gil Lacruz. —
Zaragoza : Prensas Universitarias de Zaragoza, 2007
491 p. ; 22 cm. — (Ciencias sociales ; 60)
ISBN 978-84-7733-885-7
1. Psicología social. 2. Psicología clínica. I. Prensas Universitarias de Zarago-
za. II. Título. III. Serie: Ciencias sociales (Prensas Universitarias de Zaragoza) ; 60
316.6:61
FICHA CATALOGRÁFICA
http://puz.unizar.es
La psicología no puede ser otra cosa que psicología social. Los
mundos subjetivos no pueden ser separados de los procesos en cuyo
seno son construidos, comunicados y mantenidos [...] las identidades
personales no pueden ser separadas de la estructura social en la cual
son constituidas.
(Eberle, 1993, p. 12)
This page intentionally left blank 
INTRODUCCIÓN
A pesar de su relativa juventud, la psicología social puede ofrecer res-
puestas parciales a muchas cuestiones de gran relevancia social como, por
ejemplo, la afiliación, la agresión, el conflicto, el altruismo. Responder a
estas cuestiones supone tanto ampliar la comprensión sobre nosotros mis-
mos como sensibilizarnos sobre las fuerzas sociales que nos afectan. Teoría
y aplicación, reflexión y práctica son las dimensiones constantes e interde-
pendientes que pretendemos aunar en los diferentes apartados de este texto.
De este modo, intentamos recoger el debate conceptual que el área de
conocimiento aporta al estudio de temas concretos y trascendentes como
es nuestra salud. Intentamos reflejar la sistematización de la interacción
psicología social y salud, considerando la identidad, las tendencias, los
enfoques, los principales tópicos, la interrelación científica y su funciona-
lidad social.
La evolución histórica de nuestro objeto y método de análisis consti-
tuye el primer apartado del ensayo. Sólo podemos defender la razón de
ser de la psicología social desde su devenir histórico y desde los motivos
que en un momento determinado propiciaron su aparición (Sabucedo,
D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Nuestra trayectoria no se instaura
en una sucesión neutra de hechos. Se trata de analizar de manera crítica
y en sus coordenadas espacio-temporales: las referencias a sus principales
autores, a sus hitos, a los escenarios donde surgen las diferentes corrien-
tes de opinión. Desde los orígenes de la disciplina, las diversas maneras
de entender nuestra realidad psicosocial se han bifurcado en dos orienta-
ciones complementarias: la psicología social psicológica y la psicología
social sociológica.
A través del estudio de nuestro pasado, se constata la contribución
de los diferentes psicólogos sociales, sus principales obras y escuelas, así
como los momentos claves de emergencia y evolución de temas centra-
les, tales como el estudio de los grupos y de las actitudes. No obstante,
la complejidad de la situación actual dificulta la tarea de mostrar una
visión panorámica de la misma. Nuestro presente proyecta hacia el futu-
ro un abanico de posibilidades condicionadas por el punto de partida
(Aguirre, 2001).
La definición de la disciplina se ha caracterizado por la multidiscipli-
nariedad en el estudio de la interacción social. Su carácter «fronterizo» se
traduce también en el sentido territorial de la metáfora (Painter y Blanche,
2006; Pandey y Singh, 2005). La psicología social de Estados Unidos,
Europa, la antigua Unión Soviética y Latinoamérica presenta determina-
das peculiaridades relacionadas con su devenir histórico y con sus inquie-
tudes comunitarias, lo que se traduce en diferentes perspectivas teóricas y
metodológicas.
Ahora bien, aunque diferentes materias, comunidades y especialistas
aborden el tema de la interacción social, la psicología social se distingue
por su inquietud científica. Como disciplina científica utiliza una metodo-
logía rigurosa para analizar cuáles son los factores que explican nuestros
sentimientos, pensamientos y conductas en situaciones sociales. Toma
nota de una amplia gama de aspectos sociales, cognitivos, medioambien-
tales, culturales y biológicos que entran en juego, trabajando con una con-
siderable diversidad de herramientas técnicas (Baron y Byrne, 2005).
Las cuestiones metodológicas han sido decisivas en la propia configu-
ración de la identidad de la disciplina. La definición metodológica se
encuentra asociada a la definición conceptual de la psicología social. Ana-
lizaremos posteriormente cómo una acotación excesivamente rígida de los
requisitos científicos ocasionó una importante crisis disciplinar. Aún hoy
se suelen establecer diferencias generales y comunes entre lo que se consi-
dera ciencia y no-ciencia, entre lo que es empírico y lo que es especulati-
vo o reflexivo y entre el saber experimental y el no experimental.
En estas discusiones se cuestiona también la propia definición de
ciencia. Si por «científico» entendemos sólo los procedimientos experi-
mentales (la manipulación de variables y la relación causal), la biología, la
10 Introducción
etología y la astrofísica no serían ciencias. El concepto de ciencia experi-
mental se resiente cuando el objeto de estudio se resiste a su observación,
medida y repetición y cuando el investigador es intérprete y artífice de su
realidad (P. Hernández, 1988).
La posibilidad de conocimiento se deriva tanto de la existencia de un
objeto de estudio como de una manera concreta de acercarse a esa reali-
dad. De ahí que las cuestiones éticas, los valores subyacentes y la utilidad de
la investigación sean cuestiones que requieren una toma de decisiones y un
posicionamiento por parte del psicólogo social.
Si, además, aceptamos que la psicología como ciencia social debe
promover el bienestar y la calidad de vida, la psicología comunitaria y la
psicología social de la salud constituyen especialidades complementarias,
caracterizadas por su vocación de servicio y relevancia social. En nuestro
país estas materias cuentan con una trayectoria histórica breve e intensa.
La variedad de aplicaciones y marcos teóricos es una de sus constantes, y
la consideración de sus entornos de referencia constituye uno de los
requisitos.
La psicología social y de la salud ilustran claramente su complemen-
tariedad mediante la denuncia de desigualdades sociales (p. ej., relaciones
entre salud y poder, la estratificación socioeconómica de la distribución de
sus discursos), las aportaciones teóricas (p. ej., procesos de percepción,
cognición e influencia social), los componentes aplicados (p. ej., proyectos
de promoción de la salud) y el compromiso con una realidad determina-
da (p. ej., las iniciativas sobre salud y desarrollo) (Soria, 2003).
En nuestro entorno académico, la «educación para la salud» constitu-
ye un eje transversal de la educación secundaria obligatoria. Es un ejem-
plo evidente de cómo un centro de interés individual lo es también desdeuna perspectiva comunitaria. Este tema facilita una de nuestras funciones
necesarias dentro de los planes de estudios de otras disciplinas: dar a cono-
cer nuestro papel social y romper estereotipos vigentes, como, por ejem-
plo, que la psicología se reduce a su actuación clínica, y la salud, a su estu-
dio médico.
De este modo, uno de los fines principales de la intersección entre la
psicología social y la salud, consistiría en la labor de sensibilización social.
A través del conocimiento de los contenidos específicos y el desarrollo de
Introducción 11
la capacidad de análisis crítico podemos intervenir en las organizaciones y
en sus procesos comunicativos internos y externos.
Este ensayo se ha elaborado sobre la base de mi experiencia docente e
investigadora, y se inserta en los retos académicos y comunitarios asumi-
dos por la Universidad de Zaragoza en relación con la ampliación y actua-
lización de los planes de estudio.
12 Introducción
1. EVOLUCIÓN HISTÓRICA
Desde nuestros orígenes como grupo, hemos construido nuestra rea-
lidad social y la influencia social ha afectado a nuestra vida personal.
Nuestra disciplina estudia cómo el comportamiento de las personas
depende de sus percepciones e interpretaciones sociales. También desde
sus raíces, la psicología social se ha planteado una empresa colectiva: el
avance científico y la consecución del bienestar social (E. R. Smith y
Mackie, 1997). La acumulación de nuestro conocimiento no es gratuita
y se basa en un largo proceso de reflexión y análisis. La empresa integra-
dora de nuestra especialidad también revela la existencia de áreas todavía
poco investigadas.
Como en otros campos de la investigación, esta disciplina es pro-
ducto de su propia historia y de la historia de las sociedades en las que se
desarrolló (Blanco, 1993; Collier, Minton y Reynolds, 1996). Revisando
nuestro pasado podemos diseñar mejor el futuro que tenemos por delan-
te. De hecho, aún hoy asistimos a un debate en las ciencias sociales sobre
qué explicación del comportamiento humano resulta más adecuada.
Como en el pasado, este debate adopta posiciones relativas a una serie de
dualismos: primacía de lo individual frente a lo social, subjetividad-obje-
tividad, especialización-holismo, naturaleza-cultura, idealismo-materia-
lismo, acción-conducta, explicación-comprensión, que se repiten en el
tiempo y son intrínsecos a la propia historia del conocimiento social
(Álvaro, 1995).
Además de explicar y guiar nuestro presente, el conocimiento de
nuestra historia presenta diversas utilidades. Por ejemplo, Graumann
(1990) describe dos fines en el estudio histórico de la disciplina. En pri-
mer lugar, podemos perfilar una función histórica legitimadora, ya que
nuestro prestigio profesional y respetabilidad se sustentan en los grandes
hombres y hallazgos que comparte nuestra comunidad científica. Una
función subsecuente a la construcción científica tiene que ver con el hecho
de que, al relacionarnos históricamente con los logros, autoridades y teo-
rías importantes de nuestra historia, justificamos nuestro propio trabajo y,
posiblemente, incrementamos nuestro prestigio científico. Desde esta
perspectiva, nuestro quehacer presente cobra la dimensión de progreso
(Agassi, 1963; Butterfield, 1963; Graumann, 1987a).
En segundo lugar y de manera complementaria, el desarrollo históri-
co dota de identidad a la disciplina y a las personas que en ella trabajan,
delimitando nuestra contribución al crecimiento del saber frente a otras
disciplinas afines. La consideración histórica de nuestra disciplina deter-
mina su definición y clasificación dentro de los demás campos del saber
(Diego, 2003).
En este sentido, autores como K. Gergen (1973) han defendido la
necesidad de situar la psicología social en el conjunto de las ciencias his-
tóricas. Si los fenómenos psicosociales están asociados a momentos y pro-
cesos históricos determinados, los resultados de nuestras investigaciones
presentan un valor meramente contextual. Además, las diferentes teorías
sobre el hombre y la sociedad se han construido en un contexto en el que
imperan diversas corrientes de pensamiento e ideologías (Billig, 1982) y
un marco cultural determinado y determinante del propio sentido común
(Kelley, 1992). Incluso la elección de los temas y las preguntas de investi-
gación parece estar condicionada por un tiempo y un lugar de referencia
(Sebreli, 1992). La evolución del estudio de la salud ilustra operativamen-
te estas premisas.
El propio conocimiento histórico es susceptible de diferentes inter-
pretaciones. Por ejemplo, G. W. Allport (1954) planteaba que la psicolo-
gía social se fundamenta en la utilización del método experimental, y en
esta dirección metodológica seleccionó los autores y teorías relevantes de
nuestra historia. No obstante, con Álvaro (1995) y Munné (1991, 1993)
coincidimos en la necesidad de aceptar el pluralismo teórico y metodoló-
gico como parte definitoria de nuestra disciplina. Diversos presupuestos
sociológicos e históricos forman parte de nuestro conocimiento. Una his-
toria que está sujeta tanto a diferentes reconstrucciones como omisiones.
14 Evolución histórica
La historia, por tanto, es construcción e intención (Graumann, 1983,
1987a).
Con el fin de que este análisis histórico sea realmente útil y no un
mero instrumento justificador de una determinada orientación, Grau-
mann (1990) aconseja incorporar el análisis de sus éxitos y progresos pero
también de sus discontinuidades, polémicas y fracasos. El estudio históri-
co del conocimiento psicosocial debe proporcionar información crítica
sobre el contexto, es decir, el sistema social, político y económico en el que
se desarrollan sus ideas (Ibáñez, 1990). Desde esta perspectiva crítica se
han seleccionado antecedentes, autores, contextos y etapas que han fra-
guado nuestra disciplina.
Como plantea Ebbinghaus (1908, p. 1): «la psicología tiene un largo
pasado, pero sólo una breve historia». En este sentido, la preocupación de
una disciplina por su propia historia es un síntoma de madurez (Ovejero,
1998).
1.1. Raíces de la psicología social
Desde la antigua Grecia, el estudio de la condición humana se ha
integrado dentro del saber filosófico. Los primeros filósofos, al igual que
los psicólogos sociales de hoy en día, reconocían el impacto que otras per-
sonas podían tener sobre la conducta individual. Ante esta actitud com-
partida, no es de extrañar que autores como Allport sitúen las raíces de la
psicología social en los orígenes griegos de la civilización occidental.
Dentro de esta tradición, dos genios del pensamiento, Platón y Aris-
tóteles, contribuyeron a delimitar las características distintivas de la refle-
xión occidental. Ambos trazaron líneas distintas, aunque no contradicto-
rias, sobre la naturaleza social del hombre. La influencia de sus
planteamientos políticos y sociales sobre las relaciones individuo-sociedad
es patente, si consideramos que las teorías occidentales desarrolladas pos-
teriormente presentan, un enfoque o bien platónico o bien aristotélico.
Platón en La República manifiesta que los individuos se agrupan y
configuran Estados porque no son autosuficientes. En otras palabras: el
hombre se reúne y se asocia porque lo necesita. En la relación del hombre
Raíces de la psicología social 15
con la sociedad, se establece un tipo de «contrato social» que proporciona
ciertos beneficios a los que se comportan de acuerdo con las regularidades
de la sociedad organizada.
Platón enfatiza la primacía del Estado sobre el individuo. La persona,
para convertirse en un ser auténticamente social, necesita la interacción
con sus semejantes y tiene que ser educado bajo la responsabilidad de las
autoridades (Graumann, 1990). La educación es importante porque la
persona debe aprender a comportarse en sociedad y a desempeñar un rol
útil dentro de la comunidad. En este sentido, el autor especulaba sobre «la
mente de la multitud» argumentado que incluso los individuos más sabios,
si se unían a una multitud, podíantransformarse en una turba irracional.
Aristóteles defiende la naturaleza social del hombre. La sociabilidad
intrínseca permite a los individuos la convivencia y la formación de uni-
dades sociales como familias, tribus y comunidades. Las funciones y los
procesos individuales explican las funciones y procesos de los sistemas
sociales, y no a la inversa. Por ejemplo, el «motivo de rebaño» se define
como algo instintivo. Para Aristóteles es la naturaleza innata del hombre la
que le lleva a buscar la afiliación y a organizar un estilo de vida colectivo.
Estas dos aproximaciones, pese a sus semejanzas, difieren en el énfa-
sis otorgado a las estructuras sociales y al comportamiento individual.
Ambas perspectivas se corresponden con dos líneas de pensamiento dife-
rentes. Platón defiende un enfoque centrado en lo social (socio-céntrico),
priorizando el carácter determinante de las instituciones sociales en el
comportamiento individual, mientras que Aristóteles destaca el carácter
autónomo de la conducta y la determinación de las estructuras sociales
recurriendo a procesos de carácter individual (enfoque individuo-céntrico)
(Graumann, 1988).
Esta dicotomía presenta diversas versiones a lo largo de la historia.
Autores como K. Gergen (1982) consideran estas diferencias como el
embrión de las posteriores orientaciones de la psicología social: la psicolo-
gía social psicológica y la psicología social sociológica. Disponemos de
otro ejemplo del continuo individual-social traducido a coordenadas polí-
ticas en las teorías de Hegel y Marx. Como expone Graumann (1990),
estos autores defienden los valores sociales y colectivos como prioritarios
en la explicación de nuestro comportamiento, al sostener que es la base
16 Evolución histórica
económica la que determina la vida social e individual (Gómez Jacinto,
1996a): «no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino al
contrario, su ser social es el que determina su conciencia» (Marx y Engels,
1963 trad., vol. 1, p. 363).
También del pensamiento griego heredamos la inquietud sobre cuál
es nuestro lugar dentro de la naturaleza. Por ejemplo, en la práctica hipo-
crática, la naturaleza es la artífice de nuestra belleza individual y de nues-
tros destinos mórbidos. La salud se entiende como armonía «natural». La
enfermedad es inherente a nuestra naturaleza (Meyer, 2000).
Frente al naturalismo griego, el cristianismo revaloriza al hombre y a
su papel como hijo de Dios al frente de su obra. La providencia divina
requiere fe y esperanza en la eficacia curativa. Con el tiempo, confiar en
esta providencia y culpar al enfermo de sus propios males (se está enfermo
por los pecados y la depravación moral) distanció aún más a la salud de
carácter natural (Pilch, 2000).
El Renacimiento generará una vuelta al pensamiento individualista.
Por ejemplo, encontramos en el hedonismo y en el utilitarismo dos
corrientes filosóficas en las que el grupo y la sociedad en general se consi-
deran como una mera suma de las características de los individuos que las
conforman. Las teorías del condicionamiento y de la motivación parten de
la base de que la satisfacción personal (reforzamiento, recompensa, bene-
ficio, reducción de la tensión, de la disonancia, de la incertidumbre, etc.)
son variaciones del principio de placer o del de utilidad.
Pero el Renacimiento también supuso el inicio de una manera diferen-
te de entender el mundo, que tendrá su continuación y su pleno desarrollo
durante la época de la Ilustración. En esta transición histórica la organiza-
ción social evoluciona de un modelo jerárquico de las relaciones sociales al
surgimiento de nuevas clases sociales, que deben su emergencia y progreso
al trabajo personal. Las ciudades y la burguesía van a ser sus motores de cam-
bio. Pensadores como Maquiavelo representarán la nueva concepción de
poder como un fin en sí mismo y con un claro contenido psicosocial, en la
que prima el racionalismo y el pragmatismo (Giner, 1990).
Durante el Renacimiento y el Barroco autores como Montaigne,
Bacon y los teóricos del contrato social (Hobbes, 1588-1679; Locke,
1632-1704, y Rousseau, 1712-1778) constituyen auténticos precursores
Raíces de la psicología social 17
de la disciplina y del estudio de las nuevas relaciones entre la sociedad y el
individuo como objeto de estudio (Ovejero, 1998). Pese a la diversidad de
sus planteamientos, estos autores coinciden en definir la naturaleza del
hombre aislado de sus semejantes, aportar motivos o razones por los que
se asocia con los demás y defender una serie de reglas morales como con-
secuencia de las premisas anteriores.
La escisión confesional y la secularización de la cultura occidental
empiezan a ser palpables a partir del siglo XVIII. Durante este período, el
arte expresa ya «la mundanización de los valores». La intimidad y la liber-
tad se valoran como los principales atributos del ser humano. El singular
papel del hombre en el mundo se refleja en la estimación de su propio
cuerpo. La conciencia del progreso aumenta y ya no contraeremos enfer-
medades por razones de fe o de destino. El progreso de la técnica permite
imaginar un mundo utópico sano.
La Ilustración y la Revolución francesa desencadenarían también un
cambio radical en la manera de entender los fenómenos sociales y políticos.
Durante este período, una serie de pensadores con la denominación gené-
rica de «ideólogos» tuvieron una especial significación para los plantea-
mientos posteriores de la psicología social. Estos autores pretendían desa-
rrollar una sociedad posrevolucionaria sobre las bases de principios
racionales y psicológicos (Billig, 1982). Por ejemplo, la comparación del
hombre con una «tabula rasa» de Locke constituía un revulsivo democráti-
co. La afirmación de que todos nacemos con las mismas condiciones y de
que son las impresiones que nos llegan del mundo exterior las que confi-
guran nuestro conocimiento impone un cuestionamiento de la filosofía de
las ideas innatas, así como una reivindicación de la idea de igualdad (Sabu-
cedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997). Las formulaciones de los ideó-
logos parten del individuo para analizar la sociedad. Sin embargo y pese al
reduccionismo y determinismo de estas perspectivas, los debates y el clima
intelectual de estos siglos sentarían las bases de discursos posteriores.
De estas concepciones se infieren diversas consecuencias sociales. Por
ejemplo, podemos estudiar cómo la salud de una comunidad es el resulta-
do de una ecuación en la que el gobierno tiene una responsabilidad edu-
cativa, económica y sanitaria. Del mismo modo, intuimos que la salud de
un pueblo depende de las creencias, hábitos y estilos de vida de sus miem-
bros. Estas reflexiones de los ideólogos ilustrados nos recuerdan los dua-
18 Evolución histórica
lismos del pensamiento social helénico. De hecho, no es casualidad que
Grecia fuera el origen de diferentes modelos de salud. Hygeia fue la diosa
que durante un tiempo veló por la salud de Atenas. Su fe residía en la
razón: los hombres podían mejorar su bienestar si seguían los preceptos
higienistas. A partir del siglo V a. C., su culto se desplaza por el de Ascle-
pio, dios curador y milagroso en el arte de sanar. El pragmatismo de Ascle-
pio desplazaría el interés por el bienestar, el orden y la educación preven-
tiva a la idealización de las destrezas médicas y al tratamiento personalizado
de las enfermedades.
Los enfoques socio e individuo-céntricos se pueden aplicar a cualquier
tema de interés social. Ejemplificamos cómo esta dicotomía ha presentado
diversas alternativas en la historia del pensamiento social y de la filosofía
social (Graumann, 1990). Los temas de análisis compartidos serán contro-
vertidos y generarán una serie de interrogantes todavía no resueltos:
— La individualidad de la persona. ¿De qué manera cada individuo
es único o similar a los demás?
— La naturaleza social del individuo y de la sociedad. ¿Somos pro-
ducto de la sociedad o a la inversa, es la sociedad el resultado de la
acción individual?Nos podemos preguntar si la naturaleza del
hombre es altruista y/o egoísta y hasta qué punto necesita la socia-
lización, la educación, la moralización, etc., para la convivencia.
— La relación entre individuo y sociedad. ¿Podemos reducir la defi-
nición de interacción a la expresión de una ideología oculta?
— La libertad del individuo. ¿Somos agentes libres y responsables o
estamos determinados por fuerzas naturales y sociales?
1.2. Antecedentes en el siglo XIX
En el siglo XIX, las disciplinas se especializan y el método científico se
convierte en una herramienta imprescindible para la consecución del
saber. La medicina optará por un discurso centrado en la biología. La far-
macología será la máxima expresión de su avance al poder demostrar su
eficacia experimentalmente. Pero frente al reduccionismo de la respuesta
química se alza la rebeldía del «paciente mental» y de los «disturbios socia-
les» (Laín Entralgo, 1983).
Antecedentes en el siglo XIX 19
El estrés social producido por el aumento de la competitividad, la cri-
sis de la cultura burguesa y los problemas de la urbanización e industriali-
zación masivas acarrearon un incremento considerable de trastornos que
se escapaban del mero tratamiento fisiológico. La medicina tradicional,
cuyas bases eran anatomoclínicas, fisiopatológicas o bacteriológicas, no
disponía de las herramientas suficientes para encarar este reto. La psicolo-
gía y el psicoanálisis alzaron su voz y propusieron alternativas (Núñez,
2002).
Durante este siglo de profundos cambios sociales, disciplinas como la
historia, la sociología y la psicología social se independizarían sucesiva-
mente. De este modo, el impulso previo de una perspectiva histórica tam-
bién propició el estudio objetivo de las instituciones sociales (Collier, Min-
ton y Reynolds, 1996). Testigos de su tiempo, la psicología y la sociología,
dos disciplinas fundamentales para el surgimiento de la psicología social,
trazaron su propio perfil conceptual e intentaron ser reconocidas de mane-
ra académica e institucional (Torregrosa, 1982).
En Europa, el pensamiento social, influido por investigadores como
Marx, Comte en el siglo XIX y por Durkheim a principios del siglo XX,
generó nuevas bases para la constitución de nuestra disciplina. Estos pen-
sadores coincidían en la importancia concedida a lo colectivo para la com-
prensión de los fenómenos psicológicos (Fischer, 1990). Por ejemplo, aun-
que Marx no se refirió directamente a una psicología social, su obra daría
pie a la elaboración de una psicología social marxista (Sabucedo, D’Ada-
mo y García Beaudoux, 1997). Munné (1989) añade las contribuciones
psicosociales de los trabajos de Leontiev y Vigotski. De igual modo, pode-
mos considerar a Comte y a Durkheim como los padres de la sociología
por sus planteamientos epistemológicos, pese a que ambos diferían en
cuanto a la definición sobre cuál debía ser su objeto de estudio y su meto-
dología.
El pensamiento social de Comte (1798-1857) presentaba anteceden-
tes importantes en las teorías de ilustrados franceses como Montesquieu,
con su trabajo acerca de la relación entre el clima y la cultura de los pue-
blos en su obra El espíritu de las leyes, y Rousseau, con sus tesis acerca del
papel de la sociedad para modificar y corregir «todas nuestras inclinacio-
nes naturales».
20 Evolución histórica
Lo distintivo de Comte es su taxonomía de las ciencias basada en un
modelo evolutivo del conocimiento. Parte de una base epistemológica de
tipo teológico hasta llegar a un estadio «positivo» del saber, en el cual los
fenómenos podían ser definidos como reales, ciertos y susceptibles de estu-
dio científico. La sociología se situaría en la cúspide de las ciencias puesto
que constituye la disciplina que aglutina los conocimientos de las demás
(incluida la biología y la medicina). Este afán integrador llevó al autor a
adoptar una posición radical y muy criticada sobre el papel revolucionario
y político de la sociología.
Desde la revisión crítica de Comte, autores como Dilthey diferirían
sustancialmente de su modelo de ciencia. Dilthey esgrimía que los objetos
de estudio de las ciencias del espíritu y de las ciencias naturales hacen
imposible que las primeras puedan participar del paradigma naturalista.
Esta observación se sustenta en una concepción diferente de la naturaleza
humana: el hombre es una realidad histórica. También según Weber, la
sociología era la ciencia de la comprensión. La investigación sociológica
debía ocuparse de comprender a los hombres en su devenir histórico. Su
trabajo sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo ilustra la
dependencia entre religión y aspectos económicos y, por tanto, la relación
íntima entre la aparición del protestantismo y el desarrollo económico en
el norte de Europa y en Inglaterra.
Sin embargo, sería Durkheim (1858-1917) uno de los fundadores
«reales» de la sociología no tanto por sus declaraciones de principios, como
por dotar a la disciplina de un objeto de estudio definido: «los hechos
sociales». Hechos que son independientes y exteriores de la conciencia
individual. Las «representaciones colectivas» de una sociedad determinada
adquieren existencia propia en su devenir histórico y cultural. En este
objeto de estudio encontramos una «psicología colectiva» independiente
de la psicología individual y de los modelos de conocimiento psicosocial
imperantes en ese momento. El estudio de los tipos sociales de suicidio
avalaría cómo un comportamiento considerado tradicionalmente indivi-
dual puede condicionarse socialmente.
De forma paradójica a su importante contribución en la configura-
ción de la psicología social, tanto Comte como Durkheim coincidirían en
una visión crítica de la psicología. Comte rechaza la psicología por su uti-
lización del método introspectivo (Comte, 1968), y Durkheim en Las
Antecedentes en el siglo XIX 21
reglas del método sociológico se planteaba que la psicología social «sólo es
una palabra que designa toda clase de generalidades, variadas e imprecisas,
sin objeto definido» (Durkheim, 1971a y 1971b, trads., p. 16). La refe-
rencia «comtiana» a lo «positivo» y el concepto «durkheimiano» de «hecho
social» constituirán una continua advertencia al peligro de «psicologizar»
nuestro objeto de estudio. La demostración de Durkheim sobre las causas
sociales de un comportamiento individual como el suicidio nos obligarán
a reflexionar sobre la fuerza de la influencia del entorno.
Pese a estas advertencias, diversas hipótesis sobre el funcionamiento
psicosocial planteadas por Durkheim tuvieron gran trascendencia en la
psicología social. Por una parte, en la primera mitad del siglo XX en el con-
texto norteamericano de la industrialización y urbanización, sus ideas pro-
movieron numerosas investigaciones cuyo objetivo era el estudio de la
relación entre integración social y salud (Faris y Dunham, 1939; Park y
Burgess, 1926; Thomas y Znaniecki, 1920). Por otra parte, psicólogos
sociales adscritos a la tradición europea han desarrollado a partir del hecho
social una nueva formulación teórica. La base específica de esta recupera-
ción se encuentra en el concepto de «representación social», reelaborado
actualmente por Moscovici (1961) pero con un menor determinismo
social (Billig y Sabucedo, 1994).
Como comentábamos anteriormente, además de esta incipiente
«sociología», la evolución de la «psicología» también nos aportó elementos
para el debate de la relación individuo-sociedad. Por ejemplo, podemos
considerar como precursora la orientación psicológica de James sobre la
teoría del yo. James distinguía entre el «Mí» (yo empírico, el yo conocido)
y el «Yo» (yo puro, el yo como conocedor). El Mí aglutina elementos de
una triple naturaleza: el Mí material, el Mí social y el Mí espiritual, que,
a su vez, originan unas «emociones y sensaciones» que determinan unas
acciones de «autopresentación» respecto a cada uno de ellos.
Según Jiménez Burillo (1987), resulta especialmente interesante su
definición del Mí social como «reconocimientoy bienestar que el sujeto
obtiene de sus prójimos». Esta definición se encuentra directamente rela-
cionada con la teoría del «yo-espejo» de Cooley y constituye un antece-
dente del concepto de «rol». El «sí mismo social» se compone de la imagi-
nación de nuestra apariencia ante el otro, la imaginación del juicio del otro
de esta experiencia y una suerte de auto-sentimiento resultante (Cooley,
22 Evolución histórica
1907). El grupo primario, caracterizado por la asociación y la cooperación
íntima, tendrá un papel fundamental en la formación de la naturaleza
social y de los ideales del individuo. Con estos conceptos psicosociales,
Cooley invertirá la óptica mantenida por Tarde y Giddings: el objeto de la
sociología no es la conducta externa y observable, sino las representacio-
nes sobre su realidad.
Desde esta nueva formulación interaccionista, Baldwin constituye un
exponente interesante sobre cómo un tema en apariencia tan individualis-
ta como la personalidad puede ilustrar la interdependencia de enfoques
psicológicos y sociológicos. Tradujo el desarrollo de la personalidad a tér-
minos sociales, elaborando la teoría de la recapitulación (Sahakian, 1982).
Influido por Hegel, Comte y Tarde, Baldwin situaba el proceso de apren-
dizaje infantil en la imitación. El resultado de la imitación es lo que hace
que el hombre sea una consecuencia social.
No obstante, y a pesar de las contribuciones de estos autores, los psi-
cólogos y sociólogos del siglo XIX empezaron a desconfiar cada vez más de
las teorías abstractas que no se fundamentaran en datos comparados o
empíricos (Collier, Minton y Reynolds, 1996). Esta desconfianza también
se traduciría en la fe depositada en el empirismo como vía epistemológica
de progreso científico. El abandono de la especulación metafísica supuso
un cambio de la teoría psicosocial precientífica a la científica. Y así, mien-
tras los filósofos continuarán estudiando el funcionamiento de la mente
humana, el desarrollo de la psicología social será paralelo a la consolida-
ción científica de la psicología general (como comentamos anteriormente,
la psicología y la medicina presentaban, a su vez, una estrecha relación).
En este sentido, coincidimos con E. R. Smith y Mackie (1997) en
afirmar que la psicología en gran medida nació cuando un grupo de inves-
tigadores alemanes, impresionados por los métodos de laboratorio utiliza-
dos por los fisiólogos, comenzaron a diseñar técnicas experimentales para
la comprensión de los procesos mentales como la sensación, la memoria y
el juicio.
Sin embargo, y a pesar de las pretensiones empíricas de la psicología
general, el nacimiento de la psicología social se siguió nutriendo de dife-
rentes tradiciones teóricas y metodológicas. De manera premonitoria a sus
características definitorias en el futuro, el comienzo de la psicología social
Antecedentes en el siglo XIX 23
como disciplina científica se produce en un contexto internacional y se
caracteriza por la pluralidad de sus planteamientos (Brauer, Martinot y
Ginet, 2004).
Podemos resumir en tres las principales corrientes de pensamiento
(localizadas en Alemania, Francia e Inglaterra) que se encuentran en la base
de la actual psicología social. El pensamiento social de estos contextos en
gran parte es el resultado de unas condiciones económicas y sociales deter-
minadas (Collier, Minton y Reynolds, 1996; Gómez Jacinto, 1996a):
— La psicología de los pueblos (Völkerpsychologie): recogía la trayecto-
ria de la psicología comparativa, histórica y cultural de autores
como Herbar, Humboldt, Herder y Hegel. Wundt sería su máxi-
mo exponente. Estos autores investigaban la identidad de un
carácter nacional que pudiese unificar la colección fragmentada de
Estados-nación que componía Alemania.
— La psicología de las masas pretendía dar respuesta a la situación
social francesa. Los disturbios sociales y políticos se definían en
clave de conductas sociales irracionales, inconscientes y caóticas.
— La teoría de los instintos se genera en un contexto como el inglés,
que estaba atravesando un período de expansión industrial. El
crecimiento económico favoreció a las doctrinas que propugna-
ban la evolución social, el laissez-faire y una filosofía utilitaria
racionalista.
1.2.1. La psicología de los pueblos
En los antecedentes de la psicología social encontramos una clara
vocación interdisciplinar con otras materias de estudio como la antropo-
logía y la biología. De la intersección con la antropología, destacaremos el
colectivo de pensadores que defendían la importancia de lo grupal, social,
colectivo o comunitario sobre lo estrictamente individual (p. ej., la psico-
logía de los pueblos). Pese a sus defectos metodológicos y a las deficiencias
en la investigación empírica, actualmente, y después de un largo período
de olvido, la psicología europea ha retomado estos primeros intentos cien-
tíficos para explicar el comportamiento social (Jaspars, 1986).
Por ejemplo, Lazarus y Steinthal concebían la relación entre la activi-
dad psicológica de los individuos y la de los productos culturales que esa
24 Evolución histórica
actividad generaba de manera dialéctica. Las personas, en su interacción
con el medio cultural, desarrollan un contenido mental objetivo que su
actividad subjetiva modifica posteriormente. «Dondequiera que vivan
algunas personas juntas, es un resultado necesario de su compañerismo
que desarrollen allí un contenido mental objetivo, que a partir de enton-
ces se convierte en normas y en órgano de sus futuras actividades subjeti-
vas» (M. Lazarus, 1865, p. 41).
En estas líneas se defendía la necesidad de compaginar una psicología
individual con una psicología de los pueblos (Volk significa comunidad
cultural), que contemplara el estudio de sus productos culturales, el len-
guaje (Markova, 1983), las costumbres y los mitos (Álvaro, 1995).
El contexto histórico en el que surge este conocimiento etnográfico
coincide con el inicio de una conciencia nacional y una nueva división
político-administrativa de Alemania durante siglo XVIII. En esta concien-
cia, la suposición clave estribaba en definir como forma primaria de aso-
ciación humana la comunidad cultural (el volk). El volk contextualiza la
formación y educación de la personalidad individual y conforma la idea o
principio mental unificador. Desde sus comienzos, no hubo duda de que
la nueva disciplina coincidiría y asumiría los esfuerzos políticos tendentes
a la consecución de una nación-Estado alemana (Eckardt, 1971).
La nueva ciencia del espíritu se reflejó en los veinte volúmenes de la
revista Zeitschrift für Völkerpsychologie und Sprachwissenschaft (1860). Las
tareas a las que se tenía que enfrentar esta nueva disciplina eran dobles:
conocer los elementos constitutivos de la mente o espíritu del pueblo e
identificar las psicologías de los distintos pueblos (Blanco, 1988).
Wundt (1832-1920) dio cuerpo a esta formulación en su extensa
obra Völkerpsychologie: Eine Untersuchung der Entwicklungsgesetze von
Sprache, Mythus und Sitte (Wundt, 1920; trad., 1990). Aunque fue un
crítico importante de la concepción de Lazarus y Steinthal, coincidió
con ellos en denunciar el hecho de que una psicología puramente indi-
vidual o experimental imponía una versión parcial de la disciplina. La
relación individuo-comunidad, la naturaleza intrínsecamente social de la
persona, la importancia definitoria de la psicología de la historia y la
evolución cultural de los pueblos se reivindican como temas centrales de
la psicología.
Antecedentes en el siglo XIX 25
Con este objeto de estudio, Wundt pretendía superar las insuficien-
cias del método introspectivo y revisar una herencia que incorporaba figu-
ras como Heider, Lazarus y Steinthal. La problemática analizada en torno
al carácter nacional, personalidad básica, etc., enlazará con sus anteceden-
tes teóricos. De ahí que podamos concluir que la obra de este autor resul-
ta imprescindible para explicar tanto la integración de inquietudes inte-
lectuales anteriores como la doble lecturareflexiva y aplicada de la
psicología social.
Sin embargo, Wundt se apartó de sus precursores en cuestiones meto-
dológicas. El desarrollo mental de una comunidad no es paralelo al desa-
rrollo de la conciencia individual; por tanto, la introspección no puede ser
utilizada como método de análisis comunitario. Wundt defendía la com-
plementariedad entre la psicología cultural y la experimental. En primer
lugar, porque la vida social humana no podía, pensó él, ser reducida exclu-
sivamente a un laboratorio, y en segundo lugar, porque la conciencia indi-
vidual tampoco podía abarcar el total desarrollo y extensión del proceso
psicosocial. Para Wundt la psicología individual y la psicología de los pue-
blos no son dos entidades diferenciadas, sino que se encuentran interco-
nectadas (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997).
En este sentido, la comunicación es un elemento clave en el funcio-
namiento psicológico y, por tanto, en la aproximación metodológica al
estudio de la interacción psicosocial. Lenguaje, mitos y costumbres son
resultado de un sujeto colectivo y no consecuencia de elecciones indivi-
duales. Al mismo tiempo, la pervivencia de todos estos fenómenos depen-
derá de su asunción individual. En esta interdependencia, el lenguaje
configura tanto la formación de la organización social como la explica-
ción de los estados psicológicos individuales (C. D. Alonso, Gallego y
Ongallo, 2003).
El pensamiento psicosocial actual encuentra en esta «vocación lingüís-
tica» un antecedente clave, ya que gran parte de las investigaciones con-
temporáneas estudian los contenidos culturales de la conciencia (Pinillos,
1962). Por ejemplo, el principio por el cual la cultura se define como un
proceso colectivo sujeto a una evolución histórica influirá sobremanera en
autores cognitivos como Vigotski, Luria y Mead. Los procesos cognitivos
superiores pueden ser entendidos, al mismo tiempo, como procesos indivi-
duales y como productos sociales originados en el transcurso de la historia.
26 Evolución histórica
Farr (1983) profundiza en estas contribuciones y concluye que uno
de los méritos más importantes de Wundt consistió en aunar en una
misma disciplina una psicología experimental, una metafísica científica y
una psicología social. Su Völkerpsychologie es un claro exponente de la psi-
cología social de carácter sociológico, dedicada al estudio de las propieda-
des de la conciencia individual, como encrucijada de la interacción de las
personas y de su cultura (Álvaro, 1995).
No obstante, diversos acontecimientos como el predominio conduc-
tista en psicología, la influencia del paradigma positivista (Farr, 1990), el
individualismo metodológico y la asociación entre psicología cultural y el
surgimiento del nacional socialismo distorsionarán la amplitud de miras
de la obra de Wundt, reduciéndola en algunos círculos académicos a sus
aspectos experimentales (Graumann, 1988).
1.2.2. La psicología de las masas
Además del surgimiento del nacionalismo, el siglo XIX se caracterizó
por una serie de fenómenos sociales que marcaron la trayectoria definito-
ria de la psicología social, como por ejemplo: los procesos revolucionarios,
la creciente industrialización y urbanización, los movimientos migratorios
y la ascendencia de ciertos grupos sociales como los sindicatos. No es de
extrañar que en este hervidero político y social el miedo a las masas se
constituyera en un objeto de estudio social.
Desde este contexto en apariencia «caótico», se entiende la profusión
de teorías que presentaron como conceptos básicos: la sugestión, el conta-
gio, la emoción, la imitación y la irracionalidad. Conceptos que poste-
riormente se integrarían en la obra de los pensadores de la escuela france-
sa sobre el comportamiento colectivo.
Uno de los artífices del despliegue de vocabulario sobre los movi-
mientos sociales fue Mesmer (1734-1815). En su discurso encontramos
términos como «magnetismo», «fuerza animal universal» o «mente primi-
tiva». Las técnicas de estudio propuestas por Mesmer suscitaron diversas
polémicas, al catalogarse como diagnósticas o terapéuticas (Barrows, 1981;
Paicheler, 1985).
Otro término controvertido, «el contagio mental», se definía también
por su alto contenido patológico y, de hecho, procedía de la epidemiolo-
Antecedentes en el siglo XIX 27
gía y del contagio bacteriológico (Pasteur, 1822-1895, y Koch, 1843-
1910). Con el contagio mental se pretendía explicar la propagación del
afecto y de la anomia en las masas agitadas. En un discurso criminológi-
co, la importación médica de este «virus» se asociaba a «responsabilidad
disminuida» o a «masa delincuente».
Tanto la acepción médica como jurídica de la influencia social deri-
varon a una visión del grupo pesimista, anómalo y enfermizo, muy acor-
de con el período convulso del momento, p. ej.: revoluciones francesas de
1789, 1830, 1848, 1871, crecimiento de las organizaciones sindicales y
del socialismo, las huelgas y manifestaciones de mayo, corrupciones,
escándalos, la Comuna revolucionaria de París. Todos estos hechos en su
conjunto constituían una amenaza para el orden político, social y moral
establecido y principalmente para la burguesía. Ante esta situación de alar-
ma social resultaba lógico y necesario:
— Explicar el sentimiento de decadencia.
— Responsabilizar a las masas de la situación de caos.
— Traducir las explicaciones exitosas y científicas de disciplinas con-
sagradas, como la medicina, al campo social.
— Justificar la necesidad de intervención, mediante el análisis cientí-
fico de la relación causal entre los fenómenos de masas y los
«demonios sociales».
La obra de autores como Durkheim, Tarde y Le Bon dedicada al estu-
dio de la conducta colectiva de los grupos se establece sobre estas circuns-
tancias históricas y sobre la imagen negativa de la interacción colectiva (M.
Alonso, 2003). Sin embargo, ofreció una alternativa a la tradición británi-
ca, que, como veremos posteriormente, basaba la vida social en factores
genéticos, evolutivos e instintivos (Collier, Minton y Reynolds, 1996).
Dentro de este marco alternativo, los autores franceses también diferían
entre sí acerca de sus prioridades en el estudio psicosocial y sus explica-
ciones sobre los hechos sociales.
Por ejemplo, Tarde sitúa el fenómeno social en la relación entre perso-
nas, una de las cuales influye mentalmente sobre la otra. Los procesos socia-
les se explican por la combinación de la interacción mental y de la innova-
ción de ideas. Es conocido por su obra La opinión y la multitud, que, como
el trabajo de Le Bon, resultaba heredero de los conflictos sociales de la Fran-
28 Evolución histórica
cia que les tocó vivir. Pero a diferencia de Le Bon y Durkheim, la concien-
cia colectiva de Tarde no se entiende de manera independiente de los indi-
viduos. La influencia de las masas sobre el comportamiento individual no
es unidireccional, sino que se concibe como el resultado de «las relaciones
recíprocas entre las conciencias» (Tarde, 1901, p. 42).
Según Tarde, toda la dinámica social se explica mediante cuatro pro-
cesos sociales básicos: invención, imitación, adaptación y oposición. Sus
ideas influirían profundamente en autores como Ross, que configurarán la
vertiente sociológica de nuestra disciplina. Incluso nuestras investigaciones
actuales sobre el proceso de control de los medios de comunicación de
masas y su papel en la conformación de la opinión pública pueden consi-
derarse como descendientes de sus contribuciones (Jiménez Burillo,
1987).
Le Bon interpreta sus circunstancias históricas desde una perspec-
tiva diferente. El ascenso de las masas se percibe como un sinónimo de
decadencia de la civilización, ya que todas las características positivas
del comportamiento individual racional se difuminan cuando la perso-
na se encuentra en una situación masificada. Ejemplificaba esta refle-
xion en el estudio de pandillas y jurados, de manifestaciones de masas
y parlamentos, de asociaciones religiosas y políticas. De hecho, resulta
criticable elreduccionismo con el que trabaja el concepto de «masa»
para referirse de manera indiferente a movimientos sociales, audiencias
e instituciones (p. ej., Milgram y Toch, 1969), y más cuando la distinción
de términos ya se había empezado a realizar por otros autores como Tarde
(1901) y Park (1972).
Pese a estos reduccionismos, una de sus principales aportaciones con-
sistió en transcribir para la psicología social conceptos procedentes de
otros campos del saber. Por ejemplo, el término «sugestión hipnótica»,
como analizamos con Mesmer, surgió de la práctica terapéutica, y la pala-
bra «contagio». A diferencia de Mesmer, Le Bon, gracias a este «enriqueci-
miento lingüístico», amplió considerablemente el objeto de estudio sobre
la conducta colectiva (rumor, propaganda, pánico, revoluciones sociales,
etc.). Integró los conceptos de imitación y contagio, la idea de colectivi-
dad como un todo superior a la suma de las partes, sugestión e incons-
ciente y la preponderancia de la influencia social sobre el individuo (p. ej.,
véase cuadro 1).
Antecedentes en el siglo XIX 29
Sus ideas influirán de manera discontinua en psicólogos sociales
como Blumer, Cantril, Young, Smelser, etc. Incluso se le ha reconocido
cierta ascendencia en la obra Mi lucha de Hitler y sobre los métodos de
propaganda fascistas (la amistad entre Le Bon y Mussolini se encuentra
documentada) (Billig, 1978). Otros dos «ilustres» herederos de este traba-
jo serían Freud y Ortega y Gasset (1883-1955) (por ejemplo, en su libro
La rebelión de las masas).
De hecho, Ortega y Gasset además de recoger el relevo de Le Bon
sobre el estudio de los fenómenos colectivos, fue un precursor intelectual.
Antes de que Moscovici (1985a) estudiara la «era de las masas», Ortega ya
hablaba de su «rebelión» como fenómeno característico del siglo XX. Plan-
teaba la necesidad de concretar los problemas humanos y de trabajar con
la historia para descifrar sus posibles implicaciones y soluciones (Ovejero,
1992).
A diferencia de otros autores de su tiempo, Ortega no criticaba el
comportamiento colectivo sino determinadas formas de conducta. Por
ejemplo, el especialista científico también podía ilustrar la posición de un
«hombre-masa» cuando defendía un conocimiento hiperespecializado y
particularista (Álvaro, 1995). «La masa es todo aquel que no se valora a
sí mismo —en bien o en mal— por razones especiales, sino que se sien-
te —como todo el mundo— y, sin embargo, no se angustia y se siente a
salvo al sentirse idéntico a los demás» (Ortega y Gaset, 1922, p. 49).
El «gregarismo» descrito por Ortega y otros temas afines trabajados
desde las teorías de las masas se añadirían a la investigación psicosocial, al
30 Evolución histórica
CUADRO 1
MECANISMOS DE LA MASA
sugestión contagio
mente colectiva
desindividualización
FUENTE: Adaptado de Gómez Jacinto (1996b).
hacerse susceptibles de análisis experimental. De modo que hoy en día y
bajo el tópico de «influencia social» se reconoce la continuidad de aquello
que una vez fue abordado como efecto de la sugestión, contagio e imita-
ción (Moscovici, 1985b; Paicheler, 1985) (cuadro 2).
Antecedentes en el siglo XIX 31
FUENTE: Adaptado de R. W. Brown (1954).
CUADRO 2
TIPOLOGÍA DE LAS MULTITUDES
Expresivas (carnaval)
Adquisitivas
Activas Evasivas Pánicos en multitudes organizadas
Pánicos en multitudes desorganizadas
Multitudes Linchamientos
Agresivas Motines
Terrorismo
Pasivas Causales
(auditorios)
Intencionales Recreativos (cine)
Buscadores de información (conferencia)
{ {
{{
{
{
Costaría más tiempo recuperar el análisis de la mente y del compor-
tamiento colectivo (Graumann y Moscovici, eds., 1986; Moscovici,
1981b). Javaloy (1990) señala que el comportamiento colectivo sigue sien-
do una de las asignaturas pendientes de la psicología social actual. El desa-
rrollo del individualismo metodológico y del paradigma experimental
favoreció su relegación. Sin embargo, retomar el estudio empírico de los
fenómenos colectivos es importante dada su relevancia en nuestra vida
cotidiana (por ejemplo, el impacto de los medios de comunicación) y en
la explicación de nuestro comportamiento (p. ej., modelo de belleza y de
salud compartidos) (Álvaro, 1995; Moral e Igartua, 2005). Su recupera-
ción implica ensanchar nuestras fronteras metodológicas experimentales y
desarrollar una teoría psicosocial más sociológica (Farr, 1990; Gaskell,
1990).
1.2.3. La teoría de la evolución
A la declaración de principios sociales de la escuela francesa se
sumaría la contribución interdisciplinar (en este caso de la biología,
sociología y psicología) de la teoría de la evolución. En el siglo XIX, Dar-
win (1809-1882) definió al hombre como un animal social. En la esca-
la evolutiva, su situación superior se refleja en su capacidad de adaptar-
se física, social y mentalmente a los cambios ambientales, parte de los
cuales son, a su vez, sociales. De este carácter adaptativo se infiere que
determinadas manifestaciones individuales, como la expresión de las
emociones, presenten una función social y comunicativa que comparti-
mos con otras especies animales desarrolladas (The expression of emotions
in man and animals, 1872).
La teoría de la evolución posibilitó una nueva manera de entender las
relaciones mente-cuerpo. La neurofisiología (el estudio experimental del
sistema nervioso), la fisiología sensorial (vista, oído, tacto, etc.), la psi-
quiatría y el psicoanálisis (el análisis de los cuadros psicosomáticos) se enri-
quecieron con esta teoría biológica que facilitaba la «reunión de lo psico-
lógico y lo biológico» en un solo objeto de estudio.
Las funciones vitales del individuo comparten un fin común: la adap-
tación al medio. La salud y la enfermedad son manifestaciones de estos
procesos. Las implicaciones prácticas de estos hallazgos no tardarían en lle-
gar. El diagnóstico y el tratamiento médico no podían mantener el mono-
polio del cuerpo en un dualismo inexistente.
Spencer (1820-1903) generalizó y popularizó esta teoría en un con-
junto de temas sociales. Por ejemplo, el autor establece un paralelismo bio-
lógico y sociológico en el que se compara el desarrollo de una sociedad con
el crecimiento de un organismo. Sociedad y organismo coinciden en los
mismos principios evolutivos de integración y diferenciación. El instinto
sexual, junto a otros instintos, constituirá el origen de la sociedad (en esta
idea observamos un antecedente importante de la teoría de los instintos de
McDougall).
El autor combinó esta «traducción social» con la doctrina del indivi-
dualismo y una actitud de laissez-faire (dejemos que la evolución siga su
curso) llegando a la defensa de la eugenesia social. Historiadores de la psi-
32 Evolución histórica
cología social como Karpf (1932) y Hearnshaw (1964) nos advierten sobre
los excesos de estas posturas. Por motivos similares, los trabajos de Darwin
fueron ignorados en la psicología social, mientras que mantenían su
influencia directa sobre las explicaciones de la conducta social desde la
etiología y la sociobiología (Hinde, 1974; E. O. Wilson, 1975).
Como se desprende de este corto recorrido de un siglo, las principa-
les aportaciones a la psicología social se realizaron desde Europa. Ahora
bien, en cada contexto adoptarían diferentes temas y orientaciones de
estudio, y así, mientras que la psicología social británica fue individualis-
ta, la psicología social alemana estuvo orientada hacia la psicología de los
pueblos y la francesa valoró la realidad concreta de la sociedad y adoptó
un punto de vista centrado en la conducta colectiva.
La versión europea del origen de la psicología social contradice cier-
tos reduccionismos. Por ejemplo, G. W. Allport (1954) ubica el naci-
miento de la disciplina en Norteamérica con los trabajos de Triplett
(1898) y la publicación simultánea de dos manuales con dicho título
(1908). Con T. Ibáñez (1990), reivindicamos la trascendencia de conside-
rar su incipiente desarrollo europeo. En el núcleo de la controversia sobre
el contexto original de la psicologíasocial encontramos argumentos de
poder y la vieja dicotomía helénica que se ha convertido en una constan-
te en nuestra disciplina: lo individual o lo social, lo sincrónico o lo dia-
crónico, el modelo europeo o el modelo norteamericano (Gómez Jacinto,
1996a).
Desde estos antecedentes y disputas observamos algunos de los dile-
mas que la psicología social tendrá que encarar en su proceso de constitu-
ción: ciencia versus filosofía, holismo sociológico versus individualismo
metodológico, comprensión versus explicación, monismo metodológico
versus especificidad metodológica en función del objeto de estudio. Dos
grandes enfoques sobre el pensamiento psicosocial se fraguarían en su pos-
terior consolidación como disciplina científica. Desde el enfoque psicoló-
gico, el individuo y los procesos intra-psíquicos constituyen el punto de
referencia. El eje central de la disciplina para el segundo enfoque gira en
torno a la explicación del contexto social y de las entidades supraindivi-
duales (Sabucedo, D’Adamo y García Beaudoux, 1997).
Antecedentes en el siglo XIX 33
1.3. Constitución de la psicología social
como disciplina científica
La constitución de la psicología social se suele situar convencional-
mente en 1908, con la publicación de los manuales de McDougall y Ross.
Sin embargo, como plantea Graumann (1990), el término «psicología
social» ya existía anteriormente aplicado a una «psicología de la sociedad»
y al estudio de la integración del individuo en la comunidad (Lindner,
1871). Del mismo modo, a principios de siglo, revistas como Psychological
Review, bajo la denominación de «psicología social» consideraban obras
como las de Espinas, Fouillée o Durkheim. Incluso se dispone de textos
con este título específico, como, por ejemplo, el de Orano en Italia (Jimé-
nez Burillo, 1987).
Por tanto, aunque no fueran los primeros, McDougall y Ross se con-
templan como fundadores de la disciplina por otros motivos. Los dos son
autores coetáneos representativos de dos enfoques recurrentes en el área de
conocimiento y ambos sitúan la materia de estudio en un marco concep-
tual y metodológico susceptible de manuales y de consideración indepen-
diente (E. E. Jones, 1985). La psicología social versará sobre el individuo,
sus procesos internos (McDougall, 1908; Simmel, 1902) y sobre el papel
que el contexto desempeña en los procesos individuales (Lindner, 1871;
Lukes, 1973; E. A. Ross, 1908). Ambos representan ya de un modo explí-
cito la separación entre la psicología social psicológica y la tradición de la
psicología social sociológica (Farr, 1986a):
— Ross (1866-1951) sociólogo, doctor en economía retoma las ense-
ñanzas de la escuela francesa (Tarde, Sighele, Le Bon, Cooley y
Veblen) y se centra en el papel de la imitación y sugestión como
mecanismos explicativos de las uniformidades sociales, conti-
nuando con la línea de estudios dedicada a la influencia social.
Estudia «los niveles y corrientes que existen entre los seres huma-
nos como consecuencia de su asociación» (E. A. Ross, 1908, p. 1).
La psicología social se enmarca en la sociología porque su objeto
de estudio versa sobre las causas y condiciones que hacen del indi-
viduo un ser social (Pepitone, 1981). La asociación y la interac-
ción entre los individuos presenta una existencia independiente y de-
termina el comportamiento individual (Sabucedo, D’Adamo y
34 Evolución histórica
García Beaudoux, 1997). Por estos planteamientos, su obra fue
muy influyente en los textos de psicología social redactados por
sociólogos, pero no tuvo excesiva repercusión en la orientación
psicológica. Ahora bien, en sus teorías también encontramos refe-
rencias a la persona como entidad con características propias. Por
ejemplo, el individuo se reconoce como agente del cambio social,
situación observable, según Ross, en el hecho de que los indivi-
duos geniales generan progreso social.
— McDougall (1871-1938) era médico de profesión y su obra se en-
marca en la literatura anglosajona del momento. Su libro se dedi-
caba al análisis de «las propensiones y capacidades innatas de la
mente humana individual» (McDougall, 1908, p. 18). En térmi-
nos actuales, el autor escribió una teoría sobre la motivación (Farr,
1986b). Influido por el clima biologicista de su época, el compor-
tamiento social se explicaba sobre la base de una perspectiva indi-
vidualista e instintiva. Observamos este reduccionismo en el tra-
tamiento concedido a la emotividad. Las respuestas emocionales
se definen como meras consecuencias e identificadores de los ins-
tintos; por ejemplo, el instinto de huida se asocia con una reacción
emocional de temor.
Su teoría fue muy criticada por la incapacidad para explicar la
variabilidad del comportamiento, la ambigüedad de los términos
utilizados, así como por su concepción biologicista de la naturale-
za humana, erróneamente identificada con el determinismo del
movimiento eugenésico (Collier, Minton y Reynolds, 1996). Así
y a pesar de su éxito inicial, esta perspectiva innatista pronto fue
reemplazada por otras escuelas y orientaciones psicológicas que
compitieron con ella durante las primeras décadas de este siglo,
entre las que el conductismo, dado el clima positivista de la época,
tuvo mucho que ver. Cartwright (1979) señala también que el fra-
caso del instintivismo en la psicología norteamericana se debió a
que la experiencia de este país concedía al ambiente el papel más
importante en la determinación de la conducta, al tiempo que el
desarrollo económico propiciaba las diferencias y defendía la posi-
bilidad individual de cambio en la nación de las oportunidades.
La propia obra del autor evolucionará hacia una dirección más
social. Por ejemplo, su trabajo sobre The Group Mind (1920) pre-
Constitución de la psicología social como disciplina científica 35
sentará una conceptualización de la mente individual en la que se
contempla la ascendencia de la sociedad de referencia. Al formar
parte de un grupo, el comportamiento de los individuos se modi-
fica. Su defensa de una psicología instintivista y de una teoría
sociológica del comportamiento colectivo nos recuerda a la inte-
gración de Wundt entre psicología experimental y social. Sin
embargo, habrá que esperar a los conceptos de self de Mead y de
«espacio vital» de Lewin para poder incorporar en la misma disci-
plina el estudio de lo individual y de lo social (Álvaro, 1995).
McDougall ejerció una gran influencia en las teorías de Mead. La psi-
cología de Mead (1863-1931) se sustentaba en tres principios: en primer
lugar, una visión de la naturaleza humana basada en la noción de instinto
social; en segundo lugar, una teoría de la comunicación social; y por últi-
mo, una teoría de la identidad como conciencia social (antecedente
importante del interaccionismo simbólico). La teoría de la comunicación
de Wundt aportará a Mead pautas acerca del origen del lenguaje. Mead
consideraba la comunicación simbólica como el desarrollo del gesto vocal
que se da en una situación de interacción social. Lo que en un principio
constituye la expresión de las emociones individuales se traduce posterior-
mente (como consecuencia de la interacción con otros) en la base de la
comunicación. El origen de la conciencia reflexiva se encuentra en la con-
ciencia del otro (Álvaro, 1995).
Según Mead, la psicología social debía estudiar el individuo dentro del
grupo, pues es en esta unidad social donde las acciones individuales adquie-
ren sentido y significado. El self, en última instancia, es el producto de la inte-
racción con los otros ya que permite a la persona percibirse como objeto, gra-
cias a las reacciones y actitudes que suscita en los demás (Sabucedo, D’Adamo
y García Beaudoux, 1997). La interacción, a su vez, se entiende como un diá-
logo de actitudes, atribuciones y gestos (Halpin y Guilfoyle, 2005).
Otros autores de la escuela de Chicago compartieron con Mead la
orientación interaccionista y la sensibilidad hacia los problemas sociales,
defendiendo políticas e intervenciones reformistas como la necesidadde
un sistema educativo más progresista:
— Dewey y sus estudios sobre cómo las costumbres, resultado de la
interacción social, inciden en la mente de las personas.
36 Evolución histórica
— Thomas y los trabajos realizados con Znaniecki sobre «The Polish
Peasant in Europe and America». En dicha obra aparece el concep-
to de actitud como una dimensión colectiva medida en las historias
de vida: las situaciones son reales y tendrán consecuencias reales si
el sujeto las percibe como tales. Esta idea se constituirá en un prin-
cipio precursor y guía de la psicología de orientación cognitiva.
— Ellwood será uno de los primeros representantes oficiales de la psi-
cología social sociológica (Sahakian, 1982). Para este autor, indi-
viduo y sociedad se encuentran en constante interacción, deter-
minándose mutualmente: «La conducta individual, en otras
palabras, procede de la cultura del grupo, pero la cultura en últi-
mo término [...] viene de la mente individual».
La escuela de Chicago generó una nueva forma de entender las cien-
cias sociales, más interesadas y comprometidas en la solución de problemas
sociales. El científico social también era agente responsable del cambio
social. La alianza entre sociología y reforma social continuó hasta bien
entrado el siglo XX. Durante este período, la sociología se orientó hacia
cuestiones aplicadas y carecía de un núcleo central teórico o metodológico.
Aunque esto se convirtió en un problema a la larga (denunciado por los psi-
cólogos sociales de orientación psicológica), a corto plazo proporcionó un
gran atractivo a la sociología (Collier, Minton y Reynolds, 1996).
Ante este cambio de sensibilidad y ante un contexto social (nortea-
mericano) caracterizado por los complejos procesos de inmigración, urba-
nización e industrialización, y sus correspondientes problemas y retos
sociales, las teorías psicológicas instintivas cayeron en desuso. El fracaso
del instintivismo se debió al abandono de la creencia en la constancia e
invariabilidad del individuo y a la defensa del entorno como determinan-
te más significativo de la conducta humana (Cartwright, 1979).
Desde una perspectiva académica, en el proceso de decadencia de las
teorías innatistas tuvieron mucho que ver las investigaciones llevadas a
cabo por antropólogos como Malinowski, Mead y Linton (Munné, 1986).
Estos autores a partir de la tercera década de este siglo demostraron el
papel que desempeñaba la cultura en el desarrollo de la personalidad y la
importancia que ésta tenía para explicar la conducta social. Por ejemplo,
en el vocabulario utilizado por los textos científicos, este cambio se tradu-
Constitución de la psicología social como disciplina científica 37
jo en el desuso del término instinto y la utilización de otros más flexibles
y, valga la redundancia, sociales, como la actitud, el autoconcepto, la
comunicación, la socialización, etc.
Las diferencias léxicas reflejaban importantes discrepancias en la
explicación de las causas de la conducta. La psicología social y la sociolo-
gía, comprometidas con el análisis de su tiempo, se independizarían de la
psicología general y sus pretensiones de cientificidad basadas en el sujeto
como unidad social. Pero la propia psicología se tuvo que reinventar un
objeto susceptible de estudio «objetivo y riguroso». La revolución watso-
niana alteró profundamente el panorama de la psicología a comienzos del
siglo XX, ya que supuso un nuevo golpe a la psicología mentalista y deste-
rró al mismo tiempo la conciencia y los instintos como posibles temas de
estudio.
La raíz de esta revolución se encontraba en el evolucionismo. Los des-
cubrimientos de Darwin comprometían a la psicología con el estudio de
las funciones del organismo humano, sin perder de vista su adaptación y
su comparación con el comportamiento de otras especies. Los primeros
trabajos de Watson (1878-1958) debían mucho a los estudios médicos. Se
centraron en la correlación existente entre la complejidad progresiva de la
conducta en la rata y la mielinización del SNC y su aprendizaje en el labo-
ratorio. La metodología experimental y fisiológica no era compatible con
el estudio de la conciencia.
El conductismo de Watson y Skinner negaba la validez científica de
los argumentos que se referían a los sucesos mentales como pensamientos,
sentimientos y emociones. Para los psicólogos conductistas, el objeto de
estudio debía ser la conducta observable, influida por los estímulos obser-
vables. Pero además de las divergencias y las diferentes pretensiones de la
psicología general y social, la intersección entre los campos de estudio no
tardaría en producirse. Podemos referirnos a este punto en común como
el ámbito de actuación de la psicología social conductista. Skinner sería
uno de sus principales exponentes.
Skinner estaba interesado en el conocimiento científico básico, pero
también en sus aplicaciones prácticas en la modificación de conducta y en
la construcción científica de la sociedad (por ejemplo, Walden II, 1948).
Desde el razonamiento de Skinner y sus seguidores, la psicología social no
38 Evolución histórica
se diferenciaba de otros campos de la psicología, porque toda psicología
tiene que ver con la conducta y toda conducta es un producto del ambien-
te en el que acontece (Schellenberg, 1991). Desde esta perspectiva, la edu-
cación constituye un área fundamental de intervención, y, de hecho, a
Skinner se le considera el artífice de la instrucción programada y de la
ingeniería de la conducta.
Pese a estas intersecciones, en el futuro la psicología social de Skinner
se percibiría como una disciplina más bien inquietante y dedicada al con-
trol social. Pero en los años veinte y sin que estos modelos se hubiesen
desarrollado todavía, Dunlap (1919) en su discurso presidencial ante la
Sociedad de Filosofía y Psicología, y a modo de profecía, se lamentaba de
la inexistencia de una psicología científica, cultivada, decía, no por psicó-
logos sino por «políticos y pensadores independientes» que dieran res-
puestas en las que se imbricaran los factores individuales y colectivos. La
obra de Allport supondría «un paso adelante definitivo en la (incipiente)
ciencia de la psicología social» (Woodworth, 1925, p. 92).
Floyd H. Allport reflejó claramente cuál sería el currículo de la nueva
disciplina en su manual de psicología social (1924, p. 3): el objeto de estu-
dio de la psicología social debía ser la conducta social entendida como «el
conjunto de estimulaciones y reacciones que surgen entre los individuos y
la parte social de su medio; es decir, entre los mismos individuos». Pode-
mos catalogar a este autor como el primer psicólogo social conductista. La
perspectiva conductista era el enfoque interpretativo y el método experi-
mental, el modo de estudio.
Para Allport, la conciencia (a diferencia de la obra de G. H. Mead) no
podía ser un agente activo o un principio explicativo de la conducta. Del
mismo modo, los fenómenos grupales no se debían describir en función
del comportamiento individual, sino por procesos de origen fisiológico.
Ambos principios eran congruentes con las investigaciones biológicas del
momento sobre las relaciones entre el organismo y su medio físico. Las
características de la sociedad se podían reducir a las características de sus
partes individuales (Morales, 2000a).
Con F. H. Allport (1924, p. 12) la psicología social se pierde en la psi-
cología individual, ya que se niega la existencia de una posible conciencia
colectiva o de un espíritu grupal: «la psicología social es la ciencia que estu-
Constitución de la psicología social como disciplina científica 39
dia la conducta del individuo en tanto en cuanto ésta estimula a otros
individuos, o es en sí misma una reacción a la conducta de aquéllos». Con
el fin de probar estas premisas, Allport utiliza una metodología experi-
mental. Por ejemplo, entre 1916 y 1919 en el Harvard Psychology Labo-
ratory realiza sus conocidos experimentos sobre la influencia grupal: el
desempeño de una tarea se ve afectado por la solapresencia de otras per-
sonas (estímulo social) realizando la misma tarea. Aunque el rendimiento
aumenta, la calidad de lo producido se resiente.
A partir de estos trabajos, Allport formula su teoría de la facilitación
social. Introduce temas que con otros nombres siguen vigentes en la actua-
lidad (por ejemplo, etiología y comunicación no verbal) y supone la acep-
tación del conductismo, el reduccionismo individualista y la adopción del
experimento en el laboratorio como técnica de investigación psicosocial
(Jiménez Burillo, 1987).
La obra de Allport constituye un punto de referencia en nuestra dis-
ciplina. Su combinación de enfoque conductual, individualista y experi-
mental aportó respetabilidad a las pretensiones de la psicología de ser cien-
tífica (Graumann, 1990). A este esfuerzo dedicó la psicología social las tres
o cuatro primeras décadas de su existencia norteamericana (Cartwright,
1979, p. 84).
En 1935, Smoke resume las directrices de la disciplina en estos años:
«la psicología social se caracteriza por la heteregoneidad y amplitud de los
problemas estudiados y la tendencia a investigar problemas específicos
mediante métodos objetivos, p. ej., los trabajos sobre normas sociales de
Sherif (1935, 1936)».
Allport fue consciente de la existencia de dos psicologías sociales. Cri-
ticó duramente al enfoque sociológico de la psicología (1924) y mantuvo
en ocasiones posturas radicales. Por ejemplo, su visión experimental de la
disciplina le llevó a situar el origen de la misma en el primer experimento
psicosocial (realizado por Triplett en 1898). Graumann (1990) adopta una
postura revisionista de este inicio, ya que Allport ignoró otros trabajos ante-
riores igualmente relevantes, como los de Binet y Henri (1894) sobre suges-
tionabilidad (Haines y Vaughan, 1979). Este sesgo constituye un ejemplo
interesante de la arbitrariedad y de la función identificadora de la his-
toriografía. Una de las consecuencias de esta visión parcial fue que la pro-
40 Evolución histórica
pia disciplina se apartó del estudio de las cuestiones sociales, aislando, al
menos en sus prácticas investigadoras, a los sujetos de su contexto social.
Pese a su posición hegemónica desde la psicología social psicológica, su
labor chocó con la obra de autores como Kantor (1924), Kroeber (1917) o
Bogardus (1924), para quienes los fenómenos sociales no podían ser redu-
cidos a fenómenos psíquicos. Otros psicólogos sociales se opusieron a la
posición conductista. Enseguida demostraron como los individuos reac-
cionan de diferente modo ante un mismo objeto o idea. Esta divergencia
sólo se podía explicar mediante las diferencias de actitudes individuales,
los rasgos de personalidad, las impresiones de los demás, las identificacio-
nes del grupo, las emociones, etc. Desde sus orígenes, la psicología social
se diferenció del conductismo puro y duro por su convicción de que el
efecto de cualquier estímulo depende de cómo los individuos y los grupos
lo interpreten (E. R. Smith y Mackie, 1997).
Como hemos analizado en este epígrafe, la polémica en la disciplina
se inició con el papel definitorio de los instintos. Entre los autores que se
posicionaban a su favor encontramos a Bernard (1924), Ginsberg (1921),
Hocking (1921) y McDougall (1920). En contra, destacarían las críticas a
la ambigüedad (Dunlap, 1919), la polivalencia semántica (Kantor, 1923)
e incluso la existencia de contradicciones (Totman, 1980). Pese a la apa-
rente victoria de «los anti-instintivistas», las conclusiones no fueron tan
claras con relación al énfasis psicológico y sociológico de la ciencia. El
tema se prolongó durante los años veinte y treinta con el conductismo
(Bernard, 1924; Britt, 1937; Wallis, 1925; y A. P. Weiss, 1926). «Las cri-
sis económicas y políticas, como la Gran Depresión y la segunda guerra
mundial y la urgencia de los problemas sociales, arrollaron a los puristas
en sus laboratorios» (Katz, 1978, p. 781).
En este sentido, los años treinta fueron decisivos para la psicología
social porque una serie de acontecimientos sociales, económicos, políticos
e intelectuales repercutieron en los marcos conceptuales de la disciplina y
en la necesidad de incorporar la cognición social entre sus temas de estu-
dio. El crac económico de 1929, el fenómeno del nazismo alemán, las con-
vulsiones internacionales, generaron movimientos migratorios de psicólo-
gos europeos hacia América del Norte. La mayoría de estos profesionales
procedían de la escuela de la Gestalt, que también reivindicaba el papel de
la percepción y los procesos cognitivos en el comportamiento personal.
Constitución de la psicología social como disciplina científica 41
Cartwright (1979, p. 85) resume el impacto de las migraciones
de este modo: «uno no puede imaginarse lo que el área sería hoy si
gente como Lewin, Heider, Köhler, Katona, Lazarsfeld y los Bruns-
wiks no hubieran venido a los Estados Unidos». Su convivencia con
los psicólogos críticos norteamericanos generó un interesante «mesti-
zaje» de corrientes intelectuales y un mayor interés en las problemá-
ticas sociales.
Además de esta convivencia, los efectos de las crisis y de las guerras
condujeron a la formulación de nuevos interrogantes. Por ejemplo, los tra-
bajos de Adorno sobre el prejuicio, el intento de resolución de cuestiones
prácticas como los cambios de los hábitos alimenticios (p. ej., Lewin,
1948) o animar y mejorar la organización de los soldados (Hovland,
Lumsdaine y Sheffield, 1949; Stouffer et al., 1949).
Estas cuestiones prácticas se responden desde nuevos planteamientos
teóricos y metodológicos que también se encuentran en la psicología
general. Los cambios de orientación evolucionan, según Graumann
(1990, p. 32), «desde la perspectiva conductual a la cognitiva y desde las
teorías de rango más amplio a aquellas de rango más restringido». Según
Reich (1981), en esta década se asientan los tres grandes ejes (teoría, meto-
dología y aplicaciones) del trabajo actual de la psicología social:
— Los nuevos modelos teóricos se convertirán en las guías para la com-
prensión de la conducta social. P. ej.: teoría sociométrica de J. L.
Moreno (1934), teoría de campo de Lewin (1939), teoría norma-
tiva de Sherif (1936), la Gestalt (Asch 1946, 1952 y sus trabajos
sobre formación de impresiones y conformismo, y Fritz Heider,
1944, 1946, 1958, sobre los procesos de causalidad en la percep-
ción de atribución y la noción de equilibrio psicológico), los tra-
bajos de Piaget (1924; trad., 1929; 1957; trad., 1965), así como
la teoría de la personalidad de G. W. Allport (1937).
Por ejemplo, los trabajos sobre conformidad distinguieron dos
tipos de influencia social: un proceso cognitivo informativo que
suponía la aceptación privada, y un proceso social normativo del
que se infería la complacencia pública (J. C. Turner, 1991). Con
estos hallazgos y el análisis complementario del prejuicio y del
conflicto, la investigación psicosocial situó su base en la raíz cog-
nitiva de la conducta (J. C. Turner, 1998).
42 Evolución histórica
El conductismo social perdería fuerza en esta evolución. Pero no
podemos ignorar las aportaciones de la escuela de Yale. Estos auto-
res influidos por las teorías de Hull centran su trabajo en la rela-
ción entre agresión y frustración y aprendizaje e imitación (p. ej.,
Dollard et al., 1939; N. E. Miller y Dollard, 1941).
Su obra constituye el embrión de una nueva área de estudio sobre
la salud compartida por médicos y psicólogos: el estrés. Por ejem-
plo, la investigación sobre los mecanismos adaptativos del estrés
realizada por el neuroendocrino Hans Syle se desarrolla en esta
década de cambios y dificultades sociales.
Las críticas sobre la universalidad de los modelos propuestos desa-
rrollaron sistemas alternativos igualmente influyentes, como el
aprendizaje observacional (Bandura y Walters, 1963).
En los nuevos marcos teóricos influyeron otras disciplinas como la
antropología. Gracias a los trabajos de Franz Boas, Ruth Benedict,
Margaret Mead y Ralph Linton, la psicología social se interesará

Continuar navegando