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Historia Natural E N E S P A Ñ A Aplicación del método kistórico al estudio de las Ciencias Naturales por C E L S O A R É V A L O P R I M E R A P A R T E Introducción J* E d a d ü n t i g u a y M e d i a & E l des- cubrimiento de las Indias y las Ciencias N a t u r a l e s M A D R I D 1 9 3 5 L A Historia Natural E N E S P A Ñ A Aplicación del método liistórico al estudio de las Ciencias Nattítól' es por C E L S O A R É V A L O P R I M E R A P A R T E Introducción Edad Antigua y M.edia El des- cubrimiento de las Indias y las Ciencias Naturales M A D R I D i 9 3 5 M í P R Ó L O G O La Historia de las Ciencias Naturales en España está por hacer. Este libro no representa más que un primer intento de valorización de la actitud mental de los hom- bres de ciencia españoles ante los problemas que la na- turaleza ha sugerido a la mente humana. Una interpretación crítica de las ideas que forman nues- tro patrimonio cultural es empresa que cautiva, pero que, aun acometida con pretensiones modestas, de tal mane- ra abruma (i), que si el autor no ha retrocedido ante ella es porque se ha conformado con lograr una obra imperfecta, a cambio de conseguir un designio trascen- dente, pues cuando nos impulsa el amor propio procu- ramos hacer obras que se sustraigan a la crítica, pero cuando nos mueve el amor a los ideales, preferimos hacer obras fecundas. El método histórico es, sin duda, el único que per- mite algo más que aprender una ciencia, puesto que con- siente el comprenderla y adquirir una facultad crítica in- dispensable para hacerla prosperar y abrirla nuevos ho- rizontes. (i) iMe es grato expresar mi gratitud a los diversos Centros que me han dado facilidades para mis investigaciones, y especial- mente a los directores de la Biblioteca Nacional, Jardín Botánico y Museo Naval, y a los amigos que, como el entusiasta bibliófilo D. Antonio Graiño, me han facilitado libros de su biblioteca, a fin de que cómodamente pudiera consultarlos en mi domicilio. IV P R Ó L O G O Pero desconocemos de tal manera nuestro pasado científico, que es significativo el haber sido un^ hombre de letras, bien que muy insigne y erudito, D. Marcelino Menéndez Pelayo, el que al ser agraviada la ciencia española en el pasado siglo hubiera de defenderla escri- biendo el libro más fundamental sobre ella, mientras los. científicos, sin arrestos ni convicciones propias, dejaron desespañolizar la ciencia hasta el punto de reducir a nues- tros sabios al triste papel de satélites de los científicos -extranjeros. Sólo una seria labor investigativa de nuestra ciencia nos puede llevar después de un esfuerzo perseverante a lograr reconquistar el sentido científico propio, perdido ante el constante afán hacia los modos forasteros, y sin tal reconquista resultarán injustificadas ciertas protestas circunstanciales contra apreciaciones o pretericiones la- mentables de nuestras glorias científicas por parte de extranjeros, en las que hay en general más ignorancia que mala fe, pues si nos desinteresamos de la labor de esclarecer nuestro pasado científico, no tenemos derecho a exigir que los extranjeros se muestren conocedores de lo que nosotros ignoramos, a pesar de estar en más ven- tajosas condiciones de estudiarle. Entre nosotros mismos ha prosperado la especie de que nuestro país carece de cualidades apropiadas para el cultivo de las Ciencias Naturales, y basta una ojeada sobre cualquier libro español de estas disciplinas para sacar la impresión de que las Ciencias Naturales nada o muy poca cosa deben a España. Es verdad que resulta difícil de coordinar esta ya manida opinión con el hecho de ser nuestra península uno de los países de más bri- llante y perdurable civilización y de mayor relación con las naciones en que han florecido en la actualidad estos P R Ó L O G O V estudios. Pero para decidir si realmente ha sido el pen- samiento español extraño o poco menos a la constitución y desenvolvimiento de las ciencias o, por el contrario, si ha jugado un papel esencial en la historia de ellas, nos parece que el único camino es aplicarse a estudiar nuestra ciencia y valorarla en función del pensamiento científi- co contemporáneo del extranjero. Los historiadores de la Ciencia empiezan a desechar la opinión de considerar a ésta como un edificio aún sin rematar, que se ha ido construyendo a lo largo de la His- toria y que es, por. tanto, más perfecto cuanto más avaor- za el tiempo, hasta el punto de que cualquier científico actual se considera en condiciones de hablar con más autoridad que el más ilustre pensador de la antigüedad. Tan ingenua concepción de la Ciencia lleva, a juzgar a todo científico del pasado por los servicios prestados a tal edificación, y a mirar el estudio de la historia de la ciencia como algo en-cierto modo superfluo, pues estaría implícita-en la ciencia actual. Nuestra actitud respecto a los hombres del pasado se limitaría a analizar-qué es lo que habrían aportado a dicho edifieio, y lo más que podíamos hacer en su honor es dedicarles un< piadoso y benévolo recuerdo en consideración a di&hos servicios, disculpando sus yerros en razón al tiempo en que-vivían. Pero los -estudios de Historia de la Ciencia han des- pertado un gran interés hacia aquellos pensadores cuyas opiniones son no sólo distintas, sino opuestas, a las que admitimos y se empieza a ver en cada pensador un fenó- meno, que es -algo en sí mismo y no un trámite de uw proceso evolutivo. • Se exagera cada día menos la objetividad de la ciencia y se piensa que cuando un sabio expone la ci-encia, en realidad lo que expone es su propia ciencia. Que lo útil VI PRÓLOGO de ella no son las opiniones aprendidas, sino las opiniones profesadas, y que si la ciencia es la lucha por la adqui- sióión de la verdad, en el pasado encontramos hombres con un tesón y una fe en sus ideales que contrasta con la falta de fe y de ideales de la época presente, pues la ola científica, al avanzar, a ido. perdiendo en altura. Se piensa que la ciencia de cada hombre está en ín- tima relación con. su vida, pues los sabios, antes que cien- tíficos, han sido hombres que han tenido que moverse dentro de circunstancias de época y de lugar y que su ciencia está en íntima conexión con su vida, sus aspira- ciones, sus amarguras y sus decepciones. Si hemos d¡e juzgarlos tenemos que intentar, ante todo, comprenderlos. No puede negarse que la ciencia está afectada de ese fenómeno tan humano como es la moda, pues las ideas frecuentemente se desechan, no porque se demufis.tre s.u inexactitud, sino porque envejecen y se gastan, perdiendo, aptitud para provocar interés, mientras, que las ideas nue- vas ganan terreno, y no ciertamente porque comiencen demostrando su valor, sino porque cautivan por su nove- dad. Las ideas, por otra parte, renacen al calor de am- bientes favorables, como brotan los renuevos de los tron- cos viejos, al conjuro de circunstancias propicias, y este despertar de antiguas concepciones explica la periódica reaparición, a lo largo de La historia científica, de las ideas de los grandes pensadores, que mil veces rechaza- das reaparecen de nuevo burlándose de los que preten- dían arrinconarlas, proclamando a la experiencia per- sonal como única fuente del conocimiento, pues, como dice el conde de Buflon, precisamente en una época ico- noclasta que pretende desentenderse de la ciencia de La. antigüedad, «si algo puede temerse... es que llegando a despreciar la erudición vengamos a deducir que el dis.- P R Ó L O G O curso puede suplirlo todo y que la ciencia no es más que un nombre vano». El autor no pretende, en una síntesis tan prematura de nuestra Historia de las Ciencias Naturales, presentar opiniones definitivas ; se propone solamente despertar el interés de los doctos hacia la obra científica de España, pero cree, en cambio, merecerde éstos la benevolencia, ya que este libro, a pesar de sus imperfecciones y errores, no es un trasunto más de obras extranjeras, sino una ex- presión original de ideas surgidas ante fuentes científi- cas nacionales, con cuyo limpio caudal ha apagado su sed de comprender una d¿ las más nobles actividades de nuestro país, su esfuerzo por conocer e interpretar la na- turaleza. P R E L I M I N A R E S EL S A B E R P O P U L A R S i a l g ú n sabe r p u e d e cons ide ra r se en c ier to m o d o c o m o n o sub je t ivo es el saber popular. E s , en efecto, u n s a b e r colect ivo e x p r e s a d o en l engua je c laro , p rec i so y sen tenc ioso , n u n c a v i n c u l a d o con u n a p e r s o n a l i d a d , s ino e senc i a lmen te a n ó n i m o , y ¡no p u e d e ser c o n s i d e r a d o como u n sabe r científico po r n o cons t i tu i r u n s i s t ema ni escuela , h a s t a el p u n t o de que las exp re s iones p o p u - la res son f r ecuen temen te con t rad ic to r i a s , al m e n o s en a p a r i e n c i a . T i e n e , a d e m á s , el s abe r p o p u l a r u n a c u a l i d a d esen- cial que le s e p a r a del s a b e r científico, cua l es la de que , as í c o m o éste t i ende a la in te rnac iona l i zac ión , el saber p o p u l a r es e senc ia lmen te pa r t i cu la r i s t a , c o m o aco rde con la exper ienc ia y la m a n e r a de ser de u n a civil iza- ción d e t e r m i n a d a , y opone su v a r i e d a d en el e spac io a la u n i f o r m i d a d científica, d i s p o n i e n d o a d e m á s de u n p o d e r de p e r d u r a c i ó n que e s t án m u y lejos de log ra r las ideas de la c iencia . A u n q u e el s a b e r p o p u l a r n o p u e d a cons ide ra r se c o m o p r o p i a m e n t e científico, él es , s in e m b a r g o , el s u b e s t r a t o de la c iencia , p u e s de él h a s u r g i d o y se h a n u t r i d o és ta , h a s t a el p u n t o de que p u e d e deci rse que la c iencia no es n a d a e senc i a lmen te diferente del c o m ú n sent i r , s ino , al con t ra r io , la m á s a l t a exp re s ión del s en t ido c o m ú n s is te- 2 LA H I S T O R I A NATURAL EN ESPAÑA matizada por un pensador, cuyo esfuerzo puede ser con- siderado como una acción universalizadora de un alto exponente del particularismo racial que el autor repre- senta. L a ciencia, según esto, puede interpretarse como el triunfo circunstancial de ideas comarcales unlversali- zadas por el genio personal de los hombres de ciencia. L a función de éstos aparece, según estas ideas, como el de genios dedicados a la alta misión de generalizar el espíritu de su propio país, y toda actuación para apor- tar a un país ideas forasteras, no para fecundar con ellas su propio genio, sino para imponerlas, es por eso esen- cialmente anticientífica. S e comprende que, aunque el saber popular no sea científico, no puede prescindirse de él en el estudio de la Historia de la ciencia como medio para explicar y entender no sólo los orígenes de la ciencia, sino la per- sonalidad de los cultivadores de ella y la interpretación de todos los fenómenos históricos del pasado científico. L o mismo que un libro de ciencia no dice nada al no iniciado y es oscuro para el poco experto en ella, el gran fondo del saber popular es inaccesible para el que no se ha esforzado en comprenderle y pasa des- apercibido de muchos científicos. Su denominación de saber popular le cuadra bien por ser patrimonio del pueblo y no de persona determinada, pero no hay que deducir de ello que el pueblo le interprete debidamente, pues le profesa de una manera semiconsciente, sin lo- grar toda la gran profundidad que contiene de una ma- nera implícita. Poco se aparta de él en sus comienzos el saber científico, aun oscuro pero certero, y durante mu- cho tiempo lo que hay en los libros se considera como una propiedad colectiva, abundando las obras anónimas y no siendo óbice el que aparezca el nombre del autor C. A R É V A L O 3 para que toda obra sea más o menos una propiedad comunal, hasta que poco a poco empiezan a ser reco- nocidos y respetados los derechos de propiedad intelec- tual como una conquista del profesionalismo. Las más grandes invenciones de la humanidad son obra de la ciencia popular anónima. La escritura, la numeración, la utilización de las fuerzas naturales, la navegación, los instrumentos de música, la moneda, las unidades métricas, la plomada, la brújula, la balanza, los sistemas de proyección, etc., etc., y en el campo de las ciencias naturales la domesticación y utilización de los animales, la agricultura, la minería y la cantería, la utilización médica de las sustancias naturales, la caza, la pesca, el aprovechamiento industrial de las maderas, etcétera, etc. Las teorías mismas y las más abstrusas especulaciones responden a inquietudes ambientes, cuando no están tomadas directamente de ideas concre- tas que surgen en él, y sin el cual ni se hubieran pro- ducido ni hubieran logrado la estimación y la perpe- tuación. Las más fundamentales nociones científicas, como en Historia Natural los conceptos de vida, de es- pecie, de flor, etc., son populares, hasta el punto de que la ciencia aun no ha sido capaz de definirlos. Es, pues, difícil separar dónde termina el saber po- pular y empieza el saber científico, y en el estudio de las grandes personalidades que vamos a analizar, más he- mos de mirarles que como creadores, como expresiones del saber ambiente que en ellos ha encarnado, sin que eso vaya en detrimento de su valer y originalidad, al modo que en los libros modernos haya más de recopila- ción que de creación, sin que por eso el libro no permi- ta juzgar de la personalidad y originalidad del autor. Los primeros escritores que encontramos en España 4 L A H I S T O R I A N A T U R A L EN E S P A Ñ A corresponden a la época romana. En nuestra península encontraron, en efecto, los romanos un territorio muy apropiado para que arraigara y floreciera su civiliza- ción, excepto en la zona cantábrica, refractaria a la ro- manización porque era inadecuada para el más esencial elemento de civilización que aportaban, que era el ara- do. En el Sur y Levante la civilización romana entró en contacto con pueblos que gozaban de una cultura de superior abolengo al de Roma, y de esa feliz conjunción resultó la brillante cultura española de la época. F i g . 1 . a —Bisonte español, dibujado en la caverna de Al tamira (San tander ) . Las pinturas de las cuevas nos muestran, con sus es- cenas de caza y las representaciones de animales, un gran conocimiento de algunos de éstos. En las mone- das ibéricas encontramos representaciones del caballo, del toro, del jabalí, etc. La importancia de la pesca la reflejan las monedas en que aparece el sábalo, el es- C. ARÉVALO 5 turión, el atún y el delfín, y de la ganadería, aquellas como las de Ostur, en que está asociada la bellota y el cerdo. Ostentan la espiga de trigo monedas de mu- Sábalo de Illipa Magna Delfín de Illipa Magna Atunes de Gades (Alcalá del R í o ) . (Alcalá del R í o ) . (Cád iz ) . T o r o de Asido. Oso de Ursone. Caballo de Sacili. (Medina Sidonia). (Osuna). Alcorrucen (Jaén). Espigas de trigo de Itnci. Tejada (Huelva) . Arrendajo de Murgis (Almería ) . Racimo de uvas de Acinipo (Ronda la V i e j a ) . (Málaga ) . Figs. 2." a 10 .—Monedas autóctonas de España con motivos de fauna y flora, según datos de Delgado. 6 LA H I S T O R I A N A T U R A L EN E S P A Ñ A chas localidades ibéricas, y en algunas aparece el ra- cimo de uvas, base de la industria vitícola, y muy di- versas plantas, así como aves y aún animales exóticos. Entre éstos merece especial mención el elefante afri- cano, grabado en las monedas púnicas de Cartago Nova, solo o con cornaca, que prueba la utilización de este animal por la civilización cartaginesa y que hoy co- mienza de nuevo a ser utilizadoen el África Central por los europeos. Curiosos motivos faunísticos se hallan también en los mosaicos, como los que acaban de des- cubrirse en Itálica. Los canteros españoles de la época romana llegaron a tal conocimiento de las piedras y de su talla, que para volver a encontrar una maestría equi- valente en el trabajo de las rocas duras cristalinas, co- Ccrdo de Ostur (Extrema- dura ) . Serpiente de Cartago N o v a . Bellota de Ostur (Extrema- d u r a ) . Jabalí de Cástulo. Cazlona ( J a é n ) . Pectén de Sagunto. ( V a l e n c i a ) . Figs. 11 a 1 6 . — M o n e d a s autóctonas de España con mot ivos de fauna y flora, según datos de Delgado. C. A R É V A L O 7 mo el granito o berroqueña, es preciso esperar hasta fines del siglo xv en que de nuevo se inicia un floreci- miento del arte de trabajar la piedra, en la que se llegan a esculpir, a pesar de la fragilidad del material, las finas filigranas platerescas, filigranas que durante la Edad Media sólo eran posibles en las calizas y areniscas utilizadas por los canteros góticos. La explotación de los minerales en España durante la época antigua era muy Fig. 17 . Fig. 18 . Monedas de Cartago Nova (Cartagena), con el elefante africano en la fig. 17 guiado por el cornaca. (Museo Arqueológico Nacional. ) próspera ; han sido celebérrimas las minas de oro del Vierzo, que fué para Roma lo que América, al ser puesta en actividad por España para el mundo. España fué reputada por los romanos como la primera por la cantidad y calidad de la plata que producía, continuan- do sin interrupción en Cartago Nova el beneficio de !a plata y el plomo desde la época cartaginesa. Las minas de azogue de Almadén estaban ya en explotación y hay noticias del cobre de Tiharsis, del hierro de Vizcaya, de las manufacturas de acero de Calatayud y Tarazona, del estaño de Galicia (el gran descubrimiento de los tar- tesios), de las arcillas para alfarería de Sagunto, etc. 8 LA H I S T O R I A N A T U R A L EN E S P A Ñ A É P O C A R O M A N A Destacando sobre el nivel de la ciencia popular apare- ce la interesante figura de Caius Plinius Secundus (a 23, f 79), corrientemente llamado Plinio el Viejo, que, aun- que no era español, v ivió en nuestra Península, en don- de ejerció cargos de importancia, se relacionó con mu- chos ilustres españoles, y acometió la celebérrima obra que le ha inmortalizado, Naturae Historiarum XXXVII Libri, en la que resalta su gran conocimiento de Es- paña y su admiración por ella. Por España comienza la descripción de las tierras, y con España, para ala- barla, termina su obra, en la que abundan los pasajes que demuestran su gran predilección por ella, así como el que, de las muchas tierras que visitó, fué en la que adquirió mayor copia de noticias originales. La pedantería moderna se ha cebado con la memo- ria de este gran diletanti, reprochándole su falta de crí- tica, su tendencia a admitir fábulas inverosímiles e in- vocando su fallía de método ; pero la preocupación ob- jetiva ha impedido apreciar el enorme valor de la concep- ción de Plinio, que ha sido de tanta trascendencia. L o mismo San Isidoro que la baja Edad Media y el Rena- cimiento, a pesar de su rebelión contra los autores que venían informando la ciencia medieval, estimaron gran- demente los libros de Plinio, y todavía en el siglo X V I I I Buffon pretende remozarle ; y es que Plinio es sin duda, el creador de la Historia Natural como ciencia extra- filosófica y anecdótica, que debe a Plinio hasta el nom- bre con que aún hoy la conocemos, pues en lia actua- lidad todavía se distinguen las obras biológicas de porte C. ARÉVALO 9 metafísico de las histórico-naturales, de facies descrip tiva y popular. Plinio es, sin duda, el creador de una ciencia, con todo el carácter y la extensión con que hoy la conoce mos, y que se ha impuesto quizá por lo mismo que supo dar con efl estilo que permitió hacerla popular. Es difícil dar una idea del contenido de la obra de Plinio, por su gran extensión, su falta de rigor metó dico y la variedad de temas inesperados que la consti tuyen. Comienza estudiando el mundo; habla de los cuerpos celestes, de sus movimientos, de los eclipses, de Dios, del aire, de las tempestades, de los vientos, de las nubes, de asuntos cosmográficos, de las islas, de la descripción de las tierras, de los hombres, de los animales, de las plantas y de sus productos y cultivo, de su aplicación médica ; de veterinaria, de la magia, de Ha Medicina, de los minerales, etc. ; y todo ello con un tono grato, fijándose en aquello que más puede in teresarnos o admirarnos, y con un estilo ligero, aun para los más graves problemas, pues nada escapa a su gran curiosidad. Dedica, por ejemplo, un capítulo a la se mejanza del hombre y de los monos, que es un atisbo de anatomía comparada ; frecuentemente muestra con cepciones biogeográficas, y aunque abundan las fan tasías, es preciso tener en cuenta que este hombre de la antigüedad abarca todo el mundo conocido en una épo ca en que los medios de comunicación e información eran tan escasos y deficientes ; pero no siempre se trata de faüsas apreciaciones o noticias; frecuentemente son efecto de que no hemos sabido comprenderle rectamente. Así, por ejemplo, comienza el estudio de los anima les terrestres por el elefante, por ser el más grande de todos. Alaba su memoria, prudencia, bondad, etc., v 10 LA H I S T O R I A N A T U R A L EN E S P A Ñ A les achaca el tener re l ig ión, cul to d e 'las es t re l las y ve- nerac ión del sol y d e la l u n a . T o d o esto aparece an te nues t ra m e n t e m o d e r n a c o m o un c ú m u l o de f a n t a s í a s ; p e r o si se advier te que después hab la de que en un bos - que de M a u r i t a n i a desc iende a un c ier to río c u a n d o la luna e s nueva y en él se pur i f ican l a s m a n a d a s , se advier te q u e t o d o ello es u n a m a n e r a p o p u l a r d e decir que su v ida está en relación con d ichos as t ros ; es de- cir, lo que h o y e x p r e s a r í a m o s a f i rmando de un a n i m a ! que es n o c t u r n o y que en las noches oscuras es m e n o s receloso, g u s t a n d o de b a ñ a r s e . ¿ Q u é d i r á n los cient í- ficos del m a ñ a n a si t o m a n al pie de la le tra n u e s t r a s ex- pres iones , t an f recuentes , de que cier tas p l a n t a s prefie- ren v iv i r en l uga re s secos y so leados ; que aman la h u - m e d a d ; que las m a r i p o s a s buscan la luz ; que las cu - ca rachas huyen d e ella ; que cier tas aves p e l á g i c a s des- b o r d a n su alegría en lias t empes t ades , e t c . ? ¿ Q u é p e n - sa rá un ser io au to r del po rven i r al leer en las ob ra s de F a b r e c ó m o es te a u t o r se escanda l iza an te la c rue ldad y la i n m o r a l i d a d de u n insec to c o m o el Mantis? Bien c laro d i ce P l i n i o a V e s p a s i a n o en el prefac io de su l ibro : «Advie r te que (estas cosas) son escr i tas p a r a el v u l g o h u m i l d e , y p a r a la m u c h e d u m b r e s d e l a b r a d o - res y obre ros , y p a r a los h o m b r e s ociosos y sin es tu- d ios . . . » Y , s in e m b a r g o , es te l ibro modes to iha s ido u n o d e los tesoros m á s p rec iados que nos legó la a n t i g ü e d a d , y a él han ten ido que recurr i r t odos los e rud i tos . ¿ P u d o n u n c a p e n s a r P l i n i o al escr ibir su l ib ro , p e n s a n d o en los humi ldes , q u e iba a da r t a n t o que hacer a los sab ios de la pos t e r i dad y que t an to se h a b í a n de a p r o v e c h a r és tos de é l ? N o nos a d m i r e m o s d e m a s i a d o d e a l g u n o s seres fan- tást icos d e que hab la P l i n io , p u e s todav ía , en el s i - C. A R É V A L O 11 glo xvni, cuando España había descubierto y dado a co- nocer el mundo, y toda Europa se empezaba a inquieta: por el conocimiento del orbe, se debatía sobre Ja existen- cia de estos seres fabulosos,y en nuestros días, de vez en cuando, la Prensa comenta la aparición de mons- truos y recoge la opinión de los sabios sobre ellos. De Plinio proceden muchos errores que han perdura- do, como también muchas ideas justas. De él viene, por ejemplo, el error de que el camaleón se alimenta del aire y sin embargo demuestra haberle observado muy bien. Dice en efecto de este an imal : «Sólo la África no engen- dra ciervos (exacto por lo que se refiere al mundo cono- cido de los antiguos) ; pero cría camaleones, aunque muchos más nacen en la India (la condición etiópica e índica de estos animales queda sagazmente asentada) . Este es semejante al lagarto si no tuviera las piernas más derechas y más largas (queda perfectamente definida su localización taxonómica como un saurio, pero muy especial, cuyos caracteres le separan de los demás), los lados se juntan al vientre, como en los peces, y el es- pinazo de la misma manera (expresa de modo muy grá- fico lo que hoy expresaríamos diciendo que es com- primido, en lugar de deprimido, como los restan- tes saurios) ; la cola larga, que se va adelgazando has- ta lo postrero y se ensortija (expresión de su típica cola p r e h e n s i l ) ; el movimiento tardo como la tortuga (comparación exacta y luminosa) ; los ojos, nunca los cierra. Anda siempre levantado (es decir, no se arras- tra como los demás reptiles) ; la boca abierta y solo entre todos los animales no come manjar alguno antes sin comer y sin beber; se sustenta solamente del aire (en realidad expresa que es el único animal que se man- tiene en cautividad, sin tener que darle de comer). Cuan- 12 LA H I S T O R I A N A T U R A L E N E S P A Ñ A do está cerca de los cabrahigos es feroz. (Esta frase a continuación, y teniendo en cuenta que a propósito del cabrahigos dice concretamente que pare mosquitos, es prueba de que conocía perfectamente la alimentación del camaleón) ; la naturaleza de su color es más admira- ble, porque la muda continuamente y recibe en sí el color de cualquier cosa a que llega, fuera de lo rojo y blanco. (Extractado de Jerónimo de Huerta.) Sin copiar más ni multiplicar los análisis, cosa que sería interminable, basta lo dicho para mostrar la prodi- giosa sabiduría de Plinio y lo juiciosamente que necesita ser estudiado, pues, tras una aparente superficialidad, esconde un portentoso conocimiento de la Naturaleza. Aunque enemigo de forzar a ésta con ningún mé- todo, y con la conciencia de que en ciencias natu- rales todo sistema rígido es falso y artificioso, y desde luego inadecuado para el espíritu de espontaneidad de que hace gala en toda su obra, se adivinan, a través de ella, sus ideas fundamentalmente ecológicas. Así, los animales los distribuye en cuatro libros, a saber : Libro VIII. Fauna terrestre de cuadrúpedos y rep- tiles enlazados por los más variados conceptos. Libro IX. Animales acuáticos. En ellos habla, no sólo de peces, sino de cetáceos; pero no ignora que son vivíparos. Desde luego admite gran número de fan- tásticos seres mar inos; y tales monstruos se han te- nido por ciertos en épocas bien recientes, y en la ac- tualidad los periódicos han apasionado al público con las continuas noticias sobre un monstruoso animal en un lago de Escocia. Libro X. Aves, es decir, los seres más superiores del aerobios, a cuyo estudio agrega otras consideracio- nes de carácter general. C. A R É V A L O 13 Libro XI. E s t u d i o de los a r t r ó p o d o s , s e g u i d o t a m - bién de cons ide rac iones e x t r a ñ a s a e l los . E n r e s u m e n : la clasificación de P l i n i o t a x o n ó m i c a - m e n t e r ep re sen t a u n a reg res ión con respec to a la de Ar i s tó te les , y en m a n e r a a l g u n a p u e d e ser m i r a d o c o m o c o n t i n u a d o r del esp í r i tu de és te , po r lo que su clasifi- cación n o es un pe r fecc ionamien to de la del s e s u d o filó- sofo. A p e s a r de su a n t i g ü e d a d , P l i n i o es un a u t o r que a ú n se lee con a g r a d o , p u e s h a conceb ido u n a ciencia que e s t á t a n en el sen t i r de los h o m b r e s que , en lo su- cesivo, la h e m o s de ver pers i s t i r c o m o u n a p rec iosa a d - quis ic ión de la cu l tu ra h u m a n a . S u ac t i tud m e n t a l per - d u r a en todos aque l los n a t u r a l i s t a s que mejor h a n sab i - do log ra r el hace r sen t i r el in terés que la obse rvac ión de la N a t u r a l e z a p r o d u c e en n u e s t r o esp í r i tu y c u y a s o b r a s , a u n q u e f r ecuen temen te d e s d e ñ a d a s de los espec ia l i s t as , por cons ide ra r l a s p o p u l a r e s y poco exac t a s , son las que h a n p e r m i t i d o que se gene ra l i ce la afición po r las cien- c ias n a t u r a l e s , c o n t r a s t a n d o con las o b r a s de los e spe - c ia l i s tas que d e s i l u s i o n a n a los e n t u s i a s t a s de la N a - tu ra leza . E l esp í r i tu de P l i n i o pe rv ive en los n a t u r a l i s t a s e spaño le s de l s ig lo x v i ; en F ranc i a , con el c o n d e d e Buf- fon, en el s ig lo X V I I I ; en A l e m a n i a , con B r e h m , d u r a n - te el s ig lo x i x , y en g r a n n ú m e r o d e i m p o r t a n t e s o b r a s d e la ac tua l idad , con or ientac ión ecológica, c o m o el Tier- bau und Tierleben, de H e s s e y Doflein . S i r e a l m e n t e E s p a ñ a fué i n s p i r a d o r a de la o b r a de P l i n io , que hace no ta r el g r a n conoc imien to que los e s - p a ñ o l e s t en í an de las p l a n t a s y la i m p o r t a n c i a y var ie - d a d de n u e s t r a r iqueza m i n e r a l , p u e d e deci rse que de n u e s t r a p e n í n s u l a s u r g i ó la H i s t o r i a N a t u r a l p rop i a - m e n t e d icha , c o m o la B io log ía nac ió en la cu l ta Grec ia . 14 L A H I S T O R I A N A T U R A L E N E S P A Ñ A Reconozcamos, en justicia, que Plinio, ese autor aparentemente tan superficial, el aristocrático amigo de los F lav ios más ilustres, que escribe por aficfón, pues no tiene nada de profesional, el sabio que es político, general y almirante, tan opuesto al especialista mo- derno, sabe morir tras de una curiosidad ofrendando su vida a la ciencia cuando, mandando la escuadra roma- na, desembarca para estudiar el despertar del Vesubio, completamente inactivo hasta la gran erupción del año 79, que destruye las propias ciudades que habían sur- gido en su proximidad. All í muere estoicamente el natu- ralista por su impaciencia en conocer el fenómeno. S e g u - ramente muchos que le han censurado su ligereza y su falta de amor a la verdad no sabrían buscarla a ese precio. Amante Pl in io del saber no académico, enemigo por naturaleza de todo método sistemático y de todo lo ar- tificioso y rebuscado, marca en su libro una orienta- ción espontánea y natural. P a r a un naturalista moder- no el reunir en la descripción el cocodrilo y el hipopó- tamo, los árboles separados de las hierbas, etc., es casi un sacrilegio y, sin embargo, es preciso reconocer que nues- tros grupos actuales sólo se encuentran en los libros, mientras que Plinio busca la asociación de los seres se- gún se encuentran en la Naturaleza o les enlaza el inte- rés humano. También se aproxima al saber popular el contenido de la obra Re Rustica, escrito por otra de las ilustres personalidades científicas de la época, Lucio Junio Mo- derato Columela (a 3 ó 4 f 60?), uno de los primeros es- critores españoles, pues también, aunque erudito y ver- sado en las lenguas latina y gr iega, que eran los idiomas sabios de la época y que cultivó en sus viajes, aprendió C. A R É V A L O 15 en España y escribió para el pueblo, pero con un fin prác- tico : el de dar reglas a los labradores, dejándoles obte- ner los resultados según la iniciativa de cada uno. Este ilustre geopónico no es, en último resultado, más que un representante de un elemento social que hoy nos falta, el labriegoerudito. Reúne una gran moderación, prudencia, buena fe, naturalidad, ingenui- dad, desapasionamiento y modestia, que acusan un es- píritu habituado a la noble tarea dé hacer producir a la tierra, ante la que es superflua toda insinceridad, a un es- píritu de observación, una independencia mental, un estilo propio y una gran erudición que delatan a un hombre dedicado al estudio. Su obra es un ensayo de poner la ciencia al servicio de un fin social, convencido de la importancia de acrecentar el conocimiento de la agricultura para el progreso humano. Inspirado en las obras de los más importantes auto- res geopónicos de su época, Catón, los Sasernas, Virgi- lio, Varron, Celso, Ático, Grecino y Plinio, consiguió sin duda Columela escribir la obra más acabada de Agricultura de la edad antigua. La trascendencia de la labor de Columela ha sido, por lo mismo, muy grande. Conocida por los sabios árabes desde el siglo ix, fué muy estimado de ellos y fundamental para la composi- ción de la de nuestro Herrera, nutriéndose ampliamente de ella los naturalistas de la época renacentista, entre ellos Gesnero. Su opinión es contraria al sentir de su época, que su- ponía la tierra sometida a un proceso de envejecimiento como causa de la declinación de la fertilidad, su fe en que la agricultura permitiría luchar contra la esterilidad, es una espléndida manifestación de su espíritu científico, acompañado de un amor al campo y un afán de en- 16 LA HISTORIA NATURAL EN ESPAÑA noblecer la profesión agraria, que nos le muestra como un hombre que no concibe a la ciencia sino en íntima conexión con la vida. Con argumentos que conservan hoy toda su validez combate la idea de que la tierra sufre un cansancio en producir, opinión tan generalizada que ha llegado hasta nosotros como una manera de decir, hasta el punto de que un poeta moderno se expresa de esta manera: La tierra está cansada de dar flores; necesita algún año de reposo. Columela demuestra que la tierra no envejece ni se fatiga si se la abona, y señala el hedho de que las tierras en erial recobran su fertilidad debido a que se abonan espontáneamente. A pesar del espíritu eminentemente práctico que pre- side a la obra, contiene multitud de observaciones datos e ideas que delatan el espíritu científico y sagaz de este ilustre gaditano, cuyo calendario rural parece ajustado al clima de su país, a pesar de haberle abando- nado en su juventud, en la cual fué instruido por su tío Marco Columela, labrador inteligente de la Bética. Es envidiable una época en que España tenía tan ilustres e inteligentes labriegos. Diversos botánicos han querido perpetuar en plantas el nombre de este ilustre sabio : Columella, Comm. Fl . Flum, Lour, Columellea Jacq, Columellia R . et Pav, Pers. No es posible cerrar la época romana sin citar la figura tan española de Lucio Anneo Séneca (a 3 f 65), cuya sabiduría es en España proverbial. Aunque de sus muchas obras, sin duda de ellas las de mayor interés para nuestro objeto, no quedan más que fragmentos, nos cons- C. A R É V A L O 17 ta que fué un entusiasta admirador de la naturaleza y que para él la grandeza está en contemplarla con los ojos de la inteligencia y en dominar los vicios. El mundo es para él algo viviente, como en general para toda la mente antigua, que no sabía colocarse como el investigador moderno fuera de la naturaleza, consultándola con esa actitud, un poco impertinente, de quien se enfrenta con algo extraño. . ' - '., Tiene ideas curiosas sobre la relación entre la confor- mación del cuerpo de los animales y su manera de vivir, pues la conducta animal parécele espontáneamente surgir de su propia constitución. Sus observaciones sobre la naturaleza son aprove- chadas con un fin moral, actitud muy en consonancia con la ciencia española, que ha buscado siempre en la ciencia una norma de conducta y se ha resistido a cultivarla sin un alto sentido trascendente. Así sus consideraciones, muy acertadas, sobre los terremotos, considerándolos como conmociones del suelo causadas por agentes me- cánicos, no le impide utilizarlos para consejos morales, basados en la poca importancia que concede a la con- servación de la vida este estoico, para quien no hay hombre más desgraciado que el que no probó la adver- sidad. ¡ Qué diferencia entre el frivolo y ameno Plinio, el amigo de los benignos Flavios, y el profundo y senten- cioso cordobés, maestro del monstruoso Nerón ! 18 LA HISTORIA NATURAL EN ESPAÑA É P O C A V I S I G O D A Hundido el Imperio romano y en plena noche de la ignorancia, tenemos una elocuente prueba de la perdu- ración de la civilización y de la ciencia en España, don- de la cultura parece ser, por fortuna, endémica, en la gloriosa figura de San Isidoro (a 560 f 636), el porten- toso arzobispo de Sevilla. Aunque nosotros nos limitemos a enfocar de la fi- gura de San Isidoro sólo una de sus facetas, y desde luego no la más imjportante, ello bastará para com- prender su enorme valor y para capacitarnos de la tras- cendencia de su obra en la historia del saber en general y de las ciencias naturales en particular. L a ciencia isidoriana es poco conocida, pues la tra- dición científica española, por inercia nuestra y por un desmedido afán hacia los modos forasteros, está casi por completo perdida. Los ejemplares de las numerosas ediciones que de la obra isidoriana Libfis Ethymologia- rum, la de especial interés para nosotros, muchas edi- tadas en el extranjero, son raras, y como San Isidoro aún no ha sido traducido, su consulta no es fácil a los científicos modernos, tan diligentes en el estudio de los idiomas extranjeros como poco conocedores del latín. En cambio, hasta fines del siglo x v n i , en que vinieron a ser inasequibles a nuestros científicos, las obras de San Isidoro fueron el eje de la ciencia nacional, que que- dó desquiciada en lugar de fortalecida por el auge de la ciencia extranjera moderna. Se ha objetado que la obra de San Isidoro, formida- ble recopilación del saber antiguo, carece por su mismo carácter de originalidad. Aparte de que el examen de С . A R É V A L O 19 20 LA H I S T O R I A N A T U R A L E N E S P A Ñ A ella permite, por el contrario, como vamos a ver, cono- cer la potente individualidad peculiar de San Isidoro, se olvida el objeto con que fué concebida y cómo ha cum- plido brillantemente el fin para el cual fué escrita. Apa- rece la egregia personalidad de este gran español en una época de miserable rebajamiento de la cultura, y ante una civilización en ru inas ; no tendría sentido en seme- jantes circunstancias el hombre de ciencia que busca una postura nueva para destacar"; pero fué providente la aparición de este incansable guardián del saber, que se afana por salvar el rico tesoro de la antigüedad, y hacerle asequible a la mente infantil de los pueblos de aquella época, provocando con su esfuerzo un renaci- miento de la cultura no sólo en España, sino en el resto de Europa. De que lo consiguió lo prueba el que sus libros actuaron como faro potente para la mente medio- eval, que guiada con sus celestiales destellos fué condu- cida a los brillantes esplendores de la ciencia moderna. Por eso el hombre de ciencia debe tener por San Isidoro una actitud de especial reverencia y gratitud. Como hemos apuntado, la obra de San Isidoro es sencillamente una gran enciclopedia, pero no del tipo alfabético de las actuales, sino orgánicamente conce- bida y sistemáticamente ejecutada. No podemos invo- car en defensa de las enciclopedias actuales la razón práctica de la ordenación alfabética, que consiente el consultarlas fácilmente, pues eso se lograría igual me- diante un índice alfabético y dejarían de ser la anárqui- ca acumulación de conceptos caóticamente seriados. Aunque falta un estudio acabado de. las fuentes is :dorianas, si cotejamos sus libros consagrados a la Historia Natural con los de Plinio, al que se ha compa- rado aun en su época, pues aunsiendo mucho más en- C. A R É V A L O 21 ciclopédico que el naturalista romano, San Braulio le llama Isidorus noster Plinó-us, se edha de ver la abso- luta divergencia entre el escritor pagano y el arzobis- po cris t iano: el uno es un ensayista genial, el otro es un sesudo científico. El primero es enemigo de todo sistema, el segundo es esencialmente metódico. 'El es- píritu de Plinio revive en Buffon, en Brehm, en to- dos los naturalistas que cultivan la anécdota, auto- res de obras populares; el espíritu científico de San Isidoro perdura en Linneo, que participa de la misma preocupación por fijar la nomenclatura y establecer el orden y el método, así como en todos aquellos natura- listas que han formado escuela y han sido norte de científicos y especialistas. La atención que concede San Isidoro á la nomencla- tura es tan grande, que para un estudioso superficial sus libros tendrían más de filología que de ciencia, y, sin embargo, la nomenclatura de San Isidoro tiene un sentido más profundo que la de Linneo, |para quien el nombre no es un legado del pasado, sino un signo ar- bitrario con qué designar los seres. La enorme impor- tancia de los nombres isidorianos radica en que no son artificiosos e impuestos arbitrariamente con una fina- lidad práctica, sino cosa tan existente como los mismos seres que expresan. Nadie, hasta ahora, ha tratado de estudiar la taxo- nomía isidoriana, a pesar de ser la clasificación uno de los pocos asuntos que suelen enfocarse en los libros de Historia Natural con un cierto sentido histórico; pero los naturalistas pasan directamente de Aristóteles a Lin- neo, o todo lo más atienden a algunas ideas de los au- tores modernos prelinneanos, sin detenerse en la obra de este gran taxonómico español del siglo v n . 22 LA H I S T O R I A N A T U R A L E N E S P A Ñ A A continuación exponemos los grandes grupos de la clasificación de San Is idoro: Animales. Vegetales. Minerales. Cuadrúpedos. Mansos.... Feroces. Pequeños. Pecus umenta. Serpientes. Gusanos. Peces. Aves. Pequeños volátiles. Granos. Legumbres. Vides. Arboles. Arboles aromáticos. Hierbas aromáticas. Hortenses. Hortenses aromáticas. Sales (piedras solubles). Rocas (piedras vulgares). Piedras insignes. Mármoles. Gemmas verdes, rojas, purpúreas, blancas, varias negras, cristalinas, áureas. Piedras. Metales.. Oro. Plata. Hierro. Plomo. Estaño. Electro. En el grupo pecoribus et iumentis coloca San Isido- ro los hoy llamados rumiantes y équidos, siendo in- teresante que conoce el búfalo y el no extinguido uro, pues vivía en el centro de Europa. También cita el ca- mello y el dromedario, siendo el primero el de dos gibas y el segundo el de una, contra lo que, equivocadamente, C. A R É V A L O 23 suele hacerse hoy. Coloca también en este grupo el ja- balí, ¡liebre y conejo, sin duda más influido que por sus caracteres, por ser objeto de caza, como otros animales del grupo : ciervo, gamo y corzo. De solípedos cita el caballo, asno y onagro, así como los híbridos. En las fieras o bestiis coloca, además de las grandes fieras especializadas: león, tigre, pantera, etc. ; y las pequeñas : gato, lince, hurón y tejón ; las cánidas : pe- rro, lobo y zorro ; el oso ; los grandes cuadrúpedos elefan- te y rinoceronte ; los monos, de los que distingue diversas especies, analizando el sentido de las palabras simia, cer- copitheci, sfingia, cynocephali satyfi, calliMches, leon- tophonos, el castor, el puercoespín y, lo que es más no- table, el camaleón, que, por el hecho de sustentarse so- bre las patas, le aparta de los reptiles, puesto que no se arrastra como ellos. Entre los pequeños animales cita los insectívoros, mu- sarañas (Sorex, Musaraneus), tqpo y erizo ; los roedores ratón y lirón ; la comadreja y algunos insectos terrícollas : grillo, hormiga y hormiga león ; de forma que este gru- po, más que en caracteres morfológicos, está fundado, en la condición terrícola; es decir, en el género de vida. En el ' grupo Serpens incluye los animales que se arrastran, tengan o no patas, pues, además de numero- sas especies de ofidios, incluye los lagartos y sallamandras. Ent re los Vermis agrupa, además de los verdaderos gusanos, los limacos y diversos seres parásitos. En los Pisces incluye los pescados, tanto cetáceos (ballena, cachalote, delfines) como pinnipedos (foca), y el hipopótamo y cocodrilo, vincullados por su condición anfibia y biogeográfica, pues coinciden en el Nilo. Ade- más gran número de peces y animales inferiores, cefa- lópodos (sepia, calamar), bivalvos, univalvos, cangrejos 24 LA HISTORIA NATURAL EN ESPAÑA marinos, erizos de mar, y hasta las ranas y tortugas acuáticas. En lias aves comienza por estudiar las rapaces (águila, buitre) ; sigue luego con las zancudas (grullas, cigüe- ñas) y palmípedas (cisne); cita el avestruz y varias rapaces nocturnas, y termina con diversas especies de pájaros. Como pequeños volátiles incluye diversos insectos voladores separados de los terrícolas. En el libro dedicado a las plantas incluye en el gru- ' po Frumento., no sólo los cereales, sino la multitud de gramíneas del pasto : en las legumbres, las por él cono- cidas (haba, lenteja, alltramuz, alverja, etc.), y en las vi- des, a las que concede particular importancia, gran nú- mero de variedades. En los árboles incluye la palmera, y luego, el laurel; después, los pomíferos o fruta- les (manzano, membrillo, granado, melocotón, cidra, peral, cerezo, e tc . ) , y a continuación la higuera, nogal, almendro, avellano, castaño, acebo, encina, alcornoque, haya, terebinto, pino, abeto, cedro, ciprés, enebro, ébano, plátano, fresno, tejo, arce, roble, aliso, olmo, alerce, chopo, tilo, sauce, mimbre, mirto, lentisco, boj , rododendro, torbisco, caña, cicuta, saúco, espino, etc. En los árboles aromáticos comprende los productores de la mirra, estorarque, bedelio, mastix, pimienta, aloe, canela, casia, etc. De hierbas aromáticas cita, entre otras, el azafrán, lirio, jacinto, narciso, rosa, azucena, heleboro, hiedra, mandragora, adormidera, coloquintida, regaliz, heliotro- po, cinco en rama, hisopo, beleño, saxífraga, genciana, ortiga, buglosa, aristoloquia, marrubio, sinñto, esca- monea, ancusa, cicuta, trébol, orégano, nuez vómica, romero, menta, gladiolo, gamones, espliego, junco, etc. C. A R É V A L O 25 E n t r e las ho r t ense s es tán s i t u a d a s la ma lva , chi r iv ía , n a b o , r á b a n o , l echuga , escarola , a jo , r emolacha , be r ros , e s p á r r a g o , a l capa r ra , e tc . , y en t r e las a romá t i ca s , el ap io , perej i l , h ino jo , a n í s , r uda , e tc . E s a d m i r a b l e el conoc imien to d e S a n I s ido ro de los minera les y lo p o c o q u e p o d e m o s in te rpre ta r d e s u s da- tos m ine ra lóg i cos . E n t r e las t i e r ras so lub les h a b l a de la sal , a l u m b r e , n i t ro , capa r rosa , e t c . ; en t re las v u l g a r e s , del pede rna l , p ó m e z , yeso, a r ena , e tc . ; en t r e l a s ins ignes , la p i ed ra imán , asbes to , se leni ta , h e m a t i t e s , etc. , y en - t re los m á r m o l e s , mu l t i t ud d e v a r i e d a d e s . D e g e m m a s ci ta , e n t r e o t ras mudhas , la esmera lda , p ras io , be r i - lo, c r i sober i lo , he l io t ropo , e tc . , en t re l as v e r d e s ; s a r d ó - nica, succ ino , e tc . , en las r o j a s ; amat i s t a , j ac in to , en las p u r p ú r e a s , e tc . E n las c r i s ta l inas descr ibe el d i a m a n t e , cr is tal d e roca, que l lama iris, e tc . , e t c . D e todos los se res d á la e t imo log ía d e s u s n o m b r e s , así c ó m o d e las d e n o m i n a c i o n e s a n a t ó m i c a s y d e o t ras p a l a b r a s técn icas . E n o t ros l ibros es tudia el m u n d o y sus p a r t e s , los me- teoros , los mare s , l agos , r íos , t i e r ras , t e r r emotos ; las en - fe rmedades , los med iosp a r a su curac ión , e t c . S i nues t r a ac t i tud men ta l c o n t e m p o r á n e a a n t e la d i - ve r s idad de los seres n o s c o n d u c e a descr ib i r los , p a r a S a n I s ido ro , c o m o p a r a todos los na tu ra l i s t a s de lia a n t i - g ü e d a d , la fo rma n o e s m á s que u n a de t a n t a s mani fes - t ac iones d e los seres v ivos , y la descr ipc ión carece d e sen t ido y a u n d e a lcance /práctico, p u e s e s super f luo re - señar lo conoc ido e inúti l p a r a el conoc imien to desc r ib i r lo desconoc ido , ya que los seres no p u e d e n conocerse p o r u n a descr ipc ión , ni a u n po r u n d ibu jo , y sólo se en t r a en conoc imien to de ellos c u a n d o n u e s t r o esp í r i tu se p o n e en relación directa con el ser v iv ien te . 26 LA H I S T O R I A N A T U R A L E N E S P A Ñ A Esta falta de comprensión de los antiguos para la for- ma deriva de que ellos buscaban para cada especie, aun para los minerales, su esencia, que San Isidoro investiga en el nombre, cuya etimología traduce lo más caracterís- tico y fundamental del ser, que es siempre algo que está más allá de la forma, de una índole variada para cada especie, por lo que no hubieran comprendido nuestro sis- tema de apreciar cada carácter de una manera consecuen- te. En la actualidad la ciencia ha renunciado a conocer 'los seres, y se limita a reconocerlos mediante un detalle a veces nimio, pero fácilmente expresable y sencillo de apreciar. Esta sobrestimación de la forma resulta un ex- pediente práctico sin profundidad alguna, que hubiera repugnado a la mente antigua, mientras que las vagas expresiones de los naturalistas de la antigüedad resultan de escaso valor para líos modernos, que piden descripcio- nes detalladas y clasificaciones precisas. Algunos ejemplos nos permitirán aclarar estas ideas. Nosotros encontramos en los estambres de las flores, des- de Linneo, un detalle muy constante específicamente y muy variado, según las especies, que utilizamos con éxi- to para distinguir las plantas, mediante una estimación consecuente de su número, longitud, adherencias, inser- ción, etc., mientras que San Isidoro busca la variedad de conceptos que sobresalen en las diversas plantas. Reconozcamos, por muy desarrollado que tengamos el patriotismo de época, que lo que más caracteriza ante nuestro espíritu al almendro no es su icosandria, sino su precocidad en vestirse de flores, ni a la adormidera su poliandria, sino su virtud soporífera. Más que la dia- delfia del regaliz nos llama la atención el dulzor de su raíz, y más que la octandria del laurel (en este caso in- constante) nos admira su eterno verdor. No es tampoco C. ARÉVALO 27 el andróceo la nota saliente de la violeta, sino su fra- gancia, ni en la azucena el número de estambres, sino su blancura inmaculada. La ¡pasmosa agilidad de la ardilla, la noble ferocidad del león, la astucia del zorro, la timidez del ratón o la majestad y perspicacia del águila, impresionarán siem- pre más nuestro espíritu que cualquier detalle anatómico de estos seres. En mineralogía nosotros podemos tomar un carácter determinado, la dureza, por ejemplo, y aplicarle conse- cuentemente a todos los minerales, y éste es nuestro mo- derno sistema ; pero la dureza de la piedra imán en nada la caracteriza de una manera especial, sino su extraña propiedad de atraer al hierro, y en cambio es singular la indomable dureza del diamante. Esta nota esencial de cada ser es la que San Isidoro busca en la etimología de su nombre, convencido de lo certero del inconsciente sa- ber popular. San Isidoro de Sevilla es el broche de oro que enlaza la cultura antigua con la escolástica, que será la única disciplina culta del pensamiento medieval. Su ciencia se perpetúa en nuestros mozárabes y provoca el despertar de la cultura en la Europa carolingia por intermediario del obispo de Orleáns Teodulfo, de origen español. San Isidoro, alto exponente de la cultura hispánica, explica por qué la civilización árabe en nuestra Península brilló a una altura que no alcanzó en parte alguna en época en que no tenía frente a sí más que ignorancia. En cuanto los reinos cristianos de la Península comenzaron a ad- quirir pujanza y a batir el ala izquierda del Islam, en la secular pugna que llena la baja Edad Media, pretendien- do absorber la cultura mahometana, se apresuran a res- catar la sagrada reliquia del cuerpo de San Isidoro, sím- 28 LA H I S T O R I A NATURAL EN ESPAÑA bolo de la ciencia española, y a edificar uno de los mo- numentos más grandiosos de nuestra arquitectura romá- nica : San Isidoro de León. El rescate se verifica en el reinado de Fernando I ; 'y, expugnado Toledo, el reino, ya unido, de Castilla y León se siente victorioso, y destinado a ejercer la hege- monía en toda España. ÉPOCA DE LA RECONQUISTA Durante la Edad Media se opera en España un fe- nómeno de la más alta importancia en la historia de la ciencia, cual es la feliz conjunción de las culturas árabe, judaica y cristiana, que plasmó en la más brillante rea- lidad, siendo sus más altos exponentes dos cordobeses: el musulmán Averroes y el judío Maimónides. De todos los reinos cristianos es el de Castilla el que se dedica con mayor afán a la conquista del saber árabe, destacándose el gran arzobispo de Toledo Reimundo ( 1 1 2 6 - 1 1 5 1 ) , que organiza la famosa Escuela de traductores de Toledo, a la que corresponde el arcediano de Segovia Domingo González (Dominicus Gundisalvis o Gundisalinus), a quien se se le ha considerado como un nuevo San Isi- doro, y Juan Hispalense, también llamado Juan de To- ledo. Cada día se pone más de relieve el papel de España en la labor de sacar a Europa de la incultura, en la pro- pagación del saber y en el auge de esa disciplina del pensamiento que surge en las universidades y que se co- noce con el nombre de escolástica. El gran progreso se advierte en el siglo xm, en relación con el movimiento C. ARÉVALO 29 humanístico que coincide con la aparición de los frailes, y especialmente con la creación de la Orden de Predica- dores, fundada por él egregio castellano Santo Domingo de Guzmán. A ella pertenece el más glorioso de los pen- sadores de la éipoca, Santo Tomás de A quino, que fué Fig. 2 0 . — U n a cátedra de la Edad Media. (Según el Lapidario.) discípulo del autor más importante de ciencias natu- rales en la Edad Media, San Alberto Magno. La obra de éste nos revela el genio tenaz y persistente de un alemán : pero la orientación viene de España, donde no solamente nació el fundador de su orden, sino donde se acometió la labor de traducir al latín la ciencia antigua asimilada por los árabes españoles. 30 LA H I S T O R I A N A T U R A L EN E S P A Ñ A La ardua labor de exégesis a que se entregaron los pensadores medievales tuvo por principail objeto coordi- nar el saber antiguo con la idea cristiana, y dio por re- sultado una excesiva sumisión de la Iglesia a la tradición científica, que si fué providencialmente salvadora del sa- ber, no dejó de ofrecer inconvenientes en el sentido de adhesión a errores científicos profesados por la antigüe- dad, Uo que ha hecho a algunos presentar en tiempos más recientes a la Iglesia como una remora del saber; acu- sación injusta, ya que la ciencia vivió en el retiro de los monasterios y se renovó en las universidades, teniendo que rescatarse, con un recto sentido de tolerancia, de fuentes tan sospechosas como la mahometana y la ju- daica. No fué, pues, la Edad Media una época de incultura, sino el precedente obligado de la Edad Moderna, que en ella se incubó. En la Edad Media se constituyen los idio- mas eurqpeos, que, como el nuestro, habían de ser el ins- trumento eficiente del desarrollo científico; se fundan las universidades, que habían de constituir los centros más importantes de irradiación de la ciencia, y aunque la técnica fuera inferior a la nuestra de hoy, logró maravi- llas de facturaen todas las artes, acusando en sus obras una armonía entre la técnica y el espíritu, de la que son expresión esas maravillosas catedrales góticas, verdade- ras plegarias en piedra, que acusan la actitud de rendida reverencia de la cristiandad hacia su Divino Maestro. La ciencia medievall cristiana es también, en cierto modo, una oración, fiel a la expresión de San Agustín de que «trabajar es orar», y a la actitud de San Benito, que regló la armonía entre la oración y el trabajo para san- tificarle ; por eso en la Edad Media toda la ciencia apa- rece supeditada a la Teología, y su aspiración es lograr С. ARÉVALO 31 la más estricta concordancia entre el pensar y el sentir. P a r a los sabios de nuestra época, cultivadores de la ciencia por la ciencia, ha llegado a ser difícil de com- prender esta actitud de la ciencia medieval, en perse- cución de la verdadera sabiduría puesta al servicio del bien y de la virtud, uno de cuyos representantes es el mallorquín Raimundo Lulio, discípulo del seráfico San Francisco de Asís. L a ciencia de los árabes españoles empieza a estu- diarse, por lo que sólo desde hace poco tiempo se ha em- pezado a comprender todo su vaüor. E n la biblioteca de E l Escorial existen gran número de manuscritos árabes, entre ellos un códice, Historia animulium, у "Animalum generatio, de un madrileño (Almegeriti); una Historia animulium ad vegetalium, de Bemari; un Hispanus arbo- ribus herbis floribus, fechado en 1 1 3 0 , y diversos libros de agricultura, veterinaria, cetrería, medicina y minerallogía, de muy diversos autores, entre ios que se cuenta el Kitab el Fellaba (libro de agricultura del sevillano Abenalaban, en el que se mencionan más de seiscientas plantas, y que fué considerado como la Bibl ia agraria de los árabes). También fué sevillano el botánico Benarrumia ( a 1 1 6 1 , t 1230) , que herborizó no sólo en España, sino en E g i p - to y Sir ia , escribiendo un famoso viaje botánico y lle- gando a formar escuela, pues discípulo suyo fué el ma- lagueño Abendlbeitar (a 1 1 9 7 j¡ 1248) , que murió en Da- masco, siendo el más ilustre botánico musulmán. S u obra fundamental, Gran colección de medicamentos y alimen- tos simples, es Ha obra botánica más insigne de la Edad Media, en la que se describen más de doscientas espe- cies nuevas y contiene la sinonimia de las plantas en diversas lenguas, no faltando la de los cristianos espa- ñoles. S u clasificación de las plantas no es morfológi- 32 L A H I S T O R I A N A T U R A L E N E S P A Ñ A ca, sino basada en sus virtudes. También le debemos diversos datos zoológicos. Los médicos árabes fueron muy famosos, y a ellos recurrían frecuentemente los mismos caudillos enemigos, reconociendo su saber. Ci- temos entre ellos a Hasdai ben Baschrut, médico y mi- nistro de Abderramán I I I , que tradujo y amplió la bo- tánica griega de Dioscóri- des; Avenzoar, dé Peña- flor (Sevilla), médico de Al Motamid, maestro del gran príncipe de la ciencia ára- be, el Averroes (1126-1198) de los escolásticos, de cu- yas manos recibieron la Fig . 2 1 . — A l f o n s o el Sabio re- C ¡ e n c i a S r i e g a - £ e l t o l e d a " cibe el libro de las piedras. no Ibu Ezra. Todos ellos fueron hombres de una cul- tura muy extensa, no sólo en medicina, sino también en botánica, astronomía y filosofía. En la.labor de traducción de la ciencia árabe tuvieron gran intervención los judíos que formaban parte de lia escuela de traductores de Toledo. Entre los médicos ju- díos merece mención especial el filósofo malagueño Avi- cebron (¿ i025?-io7o), al que alluden San Alberto y San- to Tomás, y cuya obra más celebrada es la Fuente de la vida, y el famoso rabino Maimónides (1135-1204), muy versado en la medicina de la antigüedad, que comentó y tradujo a Galeno e Hipócrates y fué gran filósofo. Tam- bién cultivaron lia medicina y fueron, famosos en ella al- C. ARÉVALO 33 gunos mozárabes ; pero hasta en los reinos cristianos tu- vieron gran crédito los médicos judíos. Debemos al monarca castellano Alfonso X el Sabio uno de los primeros y más importantes monumentos de la ciencia española escrita en el len- guaje nacional. Nos referimos al Lapidario, cuyo códice original se encuentra en el monasterio de El Escorial y es una de las partes de las once en que está dividido el Li- bro de las piedras, del que, por tan- to, sólo tenemos una pequeña mues- tra, que sirve, sin embargo, para darnos una idea de la índole y ex- tensión que ¡había logrado el estu- dio de la mineralogía en España, así F í s - 2 2 - — U n míneralo- , , . gista medieval. (Del La- como de la brillante corte de sabios pidario.) que animaba los alcázares de Alfon- so X , y a la cual pertenecieron Iedudah Mosca, médico ju- dío, y Garci-Pérez, presbítero, que fueron los encargados por el rey, como muy conocedores de la astrología y las lenguas arábiga y latina, de trasladar al castellano la fa- mosa obra, compuesta por diversos autores arábigos. E l manuscrito que ha llegado Ihasta nosotros es, probable- mente, el mismo que perteneció al monarca, y en él se describen trescientas sesenta piedras, agrupadas en doce capítulos, correspondientes a los signos del zodíaco, men- cionando no sólo sus caracteres, sino las virtudes que se las atribuía y sus yacimientos. Entre los minerales des- critos está la magnetita, que en castellano se llamaba ai- mante ; la annora, nombre caldeo de la piedra caliza ; el izf, que llama yaspio, equivalente a nuestro jaspe, del que distingue variedades verde (prasme), vinoso, aihumado 34 LA H I S T O R I A NATURAL EN ESPAÑA (yacinz), con vetas transparentes (astarnuz), amarillento (tuminon) y transparente (belinniz); el annoxatir, que es la sal amoníaco : mez, que es el diamante ; el zumberic o esmeril; ei ámbar, o piedra que aparece en el mar ; za- morat o esmeralda; la piedra del algodón, que es el amianto ; piedra de argent vivo, que es nuestro cinabrio, Fig. 23 .—Balanza medieval. (Del Lapi- dario.) ya explotado en España ; la marcasita, que es nuestra ac- tual pirita ; axep, que es el alumbre ; almagra, que es nuestra hematites roja ; piedra de aguzar, como llama al asperón ; tale, de donde ha venido nuestra palabra talco, pero que no se aplicaba all mismo mineral de hoy, sino al alfath arábigo, que es la mica moscovita y el conocido yeso, que ya recibía este nombre. Algunos de los nom- bres de esta época han llegado a nosotros, como almagre aceche, alcrebite y yargonza (jacinto), etc. Muchos tenían su nombre de abolengo, como robí, cornelina, calcedo- nia, etc. Como es costumbre en tiempos posteriores, las menas se designan con el nombre de sus metales : cobre, oro, plata, plomo, estaño, etc. C. A R É V A L O Admira el gran conocimiento de la mineralogía en aquella época, así como el gran uso que se hacía de los ensayos químicos para su determinación ; todo ello en relación con un gran interés por la medicina y la quími- ca (alquimia). Un especial deseo mostró Alfonso X por vulgarizar la ciencia isidoriana, y por tanto, por españolizar la cien- Fig. 24.—Ensayo de minerales en la Edad Media. (Del Lapidario.) cia árabe, y es un modelo de español este culto mo- narca, tan cuidadoso de abrir Has puertas al saber extran- jero, aunque sea herético, como de mantener la tradición cultural española. Después de esta brillante floración de la ciencia en Castilla, que se inicia en el reinado de Alfonso V I , bajo la égida del metropolitano de Toledo, y culmina en la propia corte de Alfonso X , la tradición cultural se man- tiene en todos los reinos españoles, y muy especialmente en el reino de Aragón, donde aparece el gran polígrafo Arnaldo Vilíanova (1240-1311) , médico, formado en París, en Córdoba y en Montpellier, y que después de viajar por Italia y África, fué catedrático' en París, y 3 6 LA HISTORIA NATURAL EN ESPAÑA vuelto a Barcelona, médico de Pedro I I I el Grande. Su talento enciclopédicose refleja en su discípulo de la misma orden, el mallorquín Ramón Lull (1233-1315) , conocido entre nosotros por Raimundo Lulio, que le su- peró en filosofía, verdadero caballero andante de la cien- cia cristiana. Citemos aún a Jaime Ferrer, de Vidrieres (Gerona), que escribió un tratado de las propiedades de las piedras, en tiempos de los Reyes Católicos; al boticario de Barcelona Pedro Benedicto Mateo, que es- cribió, en el siglo xv, el Líber in examen apothecarium, primer libro de farmacia, y que fué impreso en 1521 , al médico Azarias Bonposch, que tradujo al catalán las obras grie- gas de Hipócrates y Galeno; al geopónico valenciano Pedro Carler, autor de una Agricultura, y a su compatriota Pedro Pintor, botá- nico. En Castilla mencionemos a Ro- drigo Fernández de Santaella, na- tural de Carmona, que escribió, en el siglo xv, un libro sobre De igno- tis arborum atque animalium apud indos speciebus, manifestación del interés por las exóticas especias, que ihabía de dar lugar al descu- brimiento del Nuevo Mundo ; al polígrafo, de Medina del Campo, Fr. Lope de Barrientos (1382-1469), obispo de Segovia y Cuenca ; al abad de Alcalá la Real y pri- mer médico de Juan II,Alfonso Chirino, escéptico y muy dado a la experiencia, además de gran higienista ; a los veterinarios Lorenzo Rusio y Juan Alvarez, auto- res de sendos libros de albeitería ; el apicultor Francis- Fig. 25 .—Anatomía de un animal en la Edad Media. (Del Lapidario.) C. ARÉVALO 37 co de la Cruz, de Alihama, que escribió, en el siglo xv, un tratado de cultivo de las colmenas, y a los polígrafos Alfonso de la Torre, burgalés (a 1460), que escribió un compendio del saber de su época, y Fr. Vicente de Bur gos, franciscano, que, inspirándose en Bartholomaeus de Granvilla (AngUcus), escribió en castellano su De fro- pietatibus rerum, impreso en Tolosa en 1494, y después en Toledo, en 1529, dedicado al obispo de Segovia don Diego de Ribera. Este libro mantiene viva la tradición de San Isido ro, y es muy útil para juzgar de los conocimientos de la época, pues constituye una verdadera enciclopedia; pero mucho menos sistematizada que la obra isidoriana, pues dentro de los capítulos acude al orden alfabético, sistema práctico, pero menos taxonómico. En la zoolo gía se inspira principalmente en San Isidoro, Plinio y Aristóteles a través de Avicena ; en botánica, en San Isidoro y Dioscórides, y en mineralogía, también en San Isidoro y en el Lapidario de Alfonso X . Son curiosos los nombres, ihoy desusados o limitados a cierta región, siguientes : Sierpes por serpientes. Aspe por áspid. Búfano por búfalo. Botrax por sapo. Bombex por gusano de seda. Camello leonpardo por jirafa. Camel león por camaleón. Damula o dama por gamo. Cospín por puercoespín. Luciérnaga por gusano de luz. Tasugo o melota por tejón. Pulula por polilla. LA HISTORIA NATURAL EN ESPAÑA Aved o sapin por abeto. Asencios amargos por ajenjos amargos. 1 ' Aristologia por aristoloquia. Añel casto por agnocasto. Artemisa por artemisia. Cipro por ciprés. Calamento por calaminta. Cogombro por cohombro. Celidueña por celidonia o hierba de las golondrinas. Draganto por tragacanto. Evena por ébano. Elicropia o dhiconia por adhicoria. Enula por ledhetrezna. Yerba santa por yerba buena. Povo por álamo. Dormideras por adormideras. Lirio por azucena. Tríbulo por abrojos. Viraga por cizaña. Achades por ágata. Astrión por asterisco. Cornelo por cornalina. Enearbites por hematites. Elitropia por heliotropo. Enidros por enhidra (calcedonia). Hiesso por yeso. Margarita por perla. Onichina por ónice. Prasia por prasio. Rabrio por bol arménico. Rostema por ojos de cangrejo (quitina del maxtax). Sufre por azufre. C, ARÉVALO 39. Conviene señalar entre las ideas de la época, el admi- tir que las orugas ponen huevos, aunque no habían de- jado de observar que se transforman en mariposas, las cuales conceptuaban como especies distintas, por lo que miraban a este fenómeno como una metamorfosis, palabra que aún seguimos empleando en la ciencia. Confundían ©dcueipo&elbóbietoeiiiípar toH^ooafcnifralaKrpoDíattpmefcraí tea oclas míales la faiita eferíptura cío o oHtcío crpcciaLÉs tncbo firme oartc Si Fig. 26.—Disección del cuerpo humano en la Edad Media, según el libro de F r . Vicente de Burgos. los nervios con los tendones, y no pensaban que la carne sirviera para el movimiento, sino para cubrir el vacío y dar calor de vida ; el corazón se miraba como el sitio donde residían los espíritus vitales, comienzo y raíz de todas las virtudes naturales y espirituales, cuyo calor era refrescado con el aire que atraía el pulmón ; el ihígado era el engendrador de la sangre, en lo que no andaban muy descaminados (función ihemopoyética), y el bazo LA H I S T O R I A N A T U R A L E N E S P A Ñ A sería para acoger la superfluidad de las venas (función ihematopoyética actual). Es curioso cómo se intenta razonar, al modo de Ga- leno, la correlación de caracteres que hoy señalamos, sin mostrar su significación : He aquí algunos ejemplos: <(E no menos es de notar que toda bestia que engen- dra otra ¡ha : una vexiga, mas las bestias que ovan no han ninguna : la superfluidad de las aves se retorna en plumas y en uñas, y en los peces se convierte en espi- nas y en escamas. (Relación entre la falta de vejiga, la generación ovípara y el dermato-esqueleto.) Toda bestia que iha cuernos y no ba dientes en la parte de encima, ru- mia su vianda y iha muchos vientres, de los cuales es el uno grande y largo y el otro pequeño, y la razón es por que las tales bestias hacen mudhas digestiones, la su vianda es muy seca y no bien mascada en el principio, por la gran priesa que han de comer. E por esto la tal vianda se retorna del gran vientre, y cuando es bien mascada se va al segundo vientre, para que de ella se haga la digestión... (Caracterización de los rumiantes por la presencia de los cuernos, carencia de incisivos su- periores y complicación estomacal en relación con la ru- miación.)» Ante nuestros ojos, estos razonamientos nos parecen infantiles, y sin embargo no bemos dado un solo paso para comprender la correlación de caracteres, y es pre- ciso reconocer que el ihedho de que, por ejemplo, todos los rumiantes sean de pezuña hendida, queda para nos- otros en el misterio, y ni siquiera intentamos su expli- cación. Respecto a las ideas sobre la fisiología de las plan- tas, según el sentir de la época, expondremos algunas, que nos permitan juzgar de el las: 40 C. A R É V A L O 41 «E ésta raíz tiene en lugar de boca, y por ella entra todo el humor que cría la sustancia del árbol. Los nu- dos son así como los nervios en el animal, que atan todas las partes, las cuales tienen continuadas y unidas. Tienen también los árboles algunas partes superfluas, las cuales no son determinadas por la natura ni son nece- sarias para su seer. E son en el árbol así como los pelos y las uñas en el cuerpo del animal...» La mineralogía tiene ya un sentido mucho menos astrológico que el Lapidario, y desde luego es mucho más incompleta que éste. Distin- gue el plomo blanco (cerusa) y el negro (galena) y sabe obtener por oxidación el vermejo o azercon (minio). Aparece mencionado el oropimente, también llamado pie- dra arseracus, que observa blan- quea el cobre y gasta todos los me- tales, menos el oro. El azogue se considera aún como una forma de la plata (plata viva). De la inspec- ción de la mineralogía se deduce el gran empleo que se hace de las sustancias minerales en medi- cina. En conjunto, la obra de Burgos es no sólo más de- ficiente que la isidoriana, sino que además no está in- formada por un orden tan inteligente. Muchas especies, aún muy vulgares en nuestra Península, no están cita- das, lo que prueba que es más un residuo de recapitu- laciones que una cosa personal e investigativa. Entre los animales de que habla San Isidoro y no están des- critos,ni aun mencionados, en la obra de Burgos, pode- Fig. 2 7 . — Explora- ción de una cueva. (Del Lapidario.) 42 LA H I S T O R I A N A T U R A L EN E S P A Ñ A mas citar el tejón, las musarañas, la gineta, el ri- noceronte, el conejo, el ihurón y gran número de espe- cies de monos. En cambio, no (hay ninguna aportación de importancia a la obra isidoriana, pues los animales no citados en ella son fabulosos o tan poco conocidos, que vienen a resultarlo como el onocentauro, orí, pigar- go, olicornio, serena, traguela¡phus y cucatriz. Encontra- mos, en cambio citadas la marta y la ¡hiena, que no lo están.en la obra de San Isidoro. No hay que incurrir en el error de creer que los conocimientos en ciencias naturales de la Edad Me- dia se reducen a los que traslucen sus libros erudi- tos, pues existía además la ciencia de los profanos, transmitida prácticamente, y muy importante en lo que se relaciona a la gana- dería, agricultura y medi- cina. También la minería y la cantería eran patrimo- nio de la ciencia de los profanos. En esta ciencia encontramos un conocimiento de los seres admirable y una interpretación de los hechos que representan verdaderas teorías científicas. Muy especial mención merecen entre los profanos los artistas, que para sus fines decorativos se inspiraban frecuentemente en modelos tomados de la fauna y flora, pues aunque sus representaciones son, en general, esti- Fig. 28.—Representación me- dieval del elefante, que acusa un conocimiento muy inferior de él al de la época antigua. (Del Lapidario.) Compárese con las figuras 17 y 18. 44 LA H I S T O R I A N A T U R A L E N E S P A Ñ A lizadas, simbólicas o fantásticas, y ofrecen poco interés al naturalista, por lo amaneradas, no faltaron artífices que se complacieron en dibujar con un verismo que con- siente la determinación específica de los seres represen- tados y delata un gran conocimiento de ellos, por lo que en los dibujos de los códices, en los relieves de las pie- dras esculpidas y hasta en las rejas y en los trabajos de los orfebres se encuentran datos muy interesantes re- lativos a la Historia natural de los profanos, especial- Fig. 30.—Representación del Carcinus mœ ñas en el Lapidado. mente entre los cristianos, pues los árabes, por preocu- paciones de religión, se abstuvieron muclho de represen- tar la vida, y sólo en algunos códices y en escasas ma- nifestaciones arquitectónicas, como es el caso en el Patio de los Leones, de la Alhambra, dieron cabida a los ani- males como elemento decorativo. Los profanos, que poseían una cierta ilustración, ihan podido dejar escritos relativos a sus conocimien- tos, tal es el caso de los cazadores, pues al carácter no- biliario de la caza durante la Edad Media debemos el tener de ella fuentes bibliográficas de gran interés, ya C. ARÉVALO que los magnates y monarcas de la baja Edad Media es- taban ganados por la ilustración, que no era ya patrimo- nio exclusivo de la Iglesia, como en la alta Edad Media. Un particular interés tienen las obras sobre monte- ría y cetrería, de las que hay ya algunas en arábigo. La acetrería o altanería era la caza con aves de rapi- ña, y constituía una de las diversiones favoritas, de feu- dales y monarcas, para los que estaba reservada. Toda- vía Cervantes escribe que su Don Quijote conoció al punto que la du- quesa era persona de calidad por llevar un azor en la mano. Por la leyenda del comienzo de la soberanía de Castilla sabemos que su famoso conde Fernán Gon- zález usaba el halcón, y el gran aprecio en que ya estaban estos animales. En el poema de los siete infantes de Lara, quejábase Doña Lambra a su marido de que la han amenazado con ciertos insultos, y entre ellos con que cebarían sus halcones dentro de mi palomar. Pig. 3 1 . — Tetrao urogallus representa- do en un chapitel de San Millán (Sego- v i a ) . El oficio de halconero llegó no sólo a producir gran- des rendimientos, sino a tener muchos privilegios, pues este noble deporte de la altanería era ejercido con pa- sión hasta ipor las damas, lo que daba a las expedicio- nes de caza un atractivo poético, y hacía que los caba- lleros rivalizasen en cuidados hacia los estimados hal- cones para galantearlas. Las aves se llevaban encapiro- LA HISTORIA N A T U R A L EN ESPANA tadas sobre la mano, enguantada, para evitar las garras de la rapaz, y no se la quitaba el capirote más que para lanzarlas, animándolas con la voz y el ademán y engolo- sinándoías a menudo con algún saínete, para cultivar la querencia hacia su amo. Las rapaces útiles en cetrería se llamaron nobles mientras que las que no podían ser utilizadas en esta caza como ocurría con las águilas y milanos, se llamaban innobles. Las nobles eran de dos clases : las remedas y las veleras. Las prime ras, o de alto vuelo, con las alas casi tan largas como la cola, y con la segunda pluma de ellas la más larga, poseen un vuelo muy rápi do, y eran las más estimadas ; entre ellas se encuentran los halcones, y de ellos, se estimaba especialmente aquel que para adiestrarse en el condado de Niebla se llamaba rveblí, usándose también el sacre, cuya fa cilidad para volar era proverbial. El exótico gerifalte, traído de lejos, de regiones septentrionales, era muy apreciado por su penetrante vista, y usaban también del esme rejón y el tagarote. Las aves veleras o de vuelo corto, llamadas villanas, tienen las alas bastante más cortas que la cola, y en ellas la más larga es la cuarta pluma, empleándose solamen te de ellas el azor y el gavilán. Las ; aves veleras o de vuelo corto, llamadas villanas, cetrería, y Ihoy que Iha desaparecido en nuestro país no F i g . 3 2 . — H a l c ó n enca pirotado p a r a cetrería, según el Duque de M e - dinaceli. C. ARÉVALO 4 7 podemos formarnos idea de los encantos que ofrecía esta caza, que tanto apasionó, y de la que se escribieron tan tos libros, mostrándonos la cría, adiestramiento, uso y curación de enfermedades de los halcones. En la B i - Fig. 33.—Escenas de la caza del oso en el libro de la Montería de Al fonso X I . blioteca de E l Escorial existe un manuscrito de Isa Ben Ali, Hosano Asadita Granatensi, titulado De re-Accipi- traria venatoria, y el príncipe D . Juan Manuel escribió su famoso Libro de la cetrería, uno de los documentos más curiosos de la copiosa bibliografía medieval sobre este asunto. Admiran los cuidados con que se procedía para la 48 LA HISTORIA NATURAL EN ESPAÑA captura y adiestramiento de las aves nobles y la singu- lar estimación con que se tenían los ejemplares bien adiestrados, que eran presentes de reyes y magnates. La prueba de la bondad de los ejemplares de caza consis- tía en ihacerlos resistir al viento puestos en el puño, yendo contra marea, y en verles acudir bien al señuelo cuando se las reclamaba con él. Era éste una represen- tación de la pieza con pies y alas de ave, sobre las que se les acostumbraba a comer, así como a saltar a la mano. Más perduración iha tenido la montería, ballestería o caza mayor, pues por su índole ha sido posible reem- plazar la ballesta por el arma de fuego. También la montería fué ejercicio de nobles y reyes, y es bien co- nocido el fin trágico del segundo monarca de Asturias, D . Favila. Así como el nacimiento de Castilla como nacionalidad independiente está ligado con una leyenda de cetrería, otra leyenda a costa del conde Sandho Gar- cía Fernández está en relación con la creación de los monteros de Espinosa. Muy aficionados a la montería fueron el rey San- cho IV el Sabio de Navarra, que hizo un libro de ella ; y D. Jaime II de Aragón, que dio leyes para evitar la ex- tinción de las especies, mediante la regulación de la caza. También se sabe que Alfonso X de Castilla man- dó hacer buenos libros del cazar y del venar, y su so- brino, el príncipe D. Juan Manuel, hizo un libro de montería, aunque no ha llegado basta nosotros; pero en cambio poseemos el que, hacia 1345, escribió
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