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La Naturaleza Humana y sus Emociones

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Nº47 AGOSTO DE 2015P Á G I N A S D E A N I M A C I Ó N A L A L E C T U R A Nº63 D I C I E M B R E D E 2 0 1 6
La naturaleza del hombre es malvada. Su bondad es cultura adquirida.
SIMONE DE BEAUVOIR
(1908-1986)
Para leer: Simone de Beauvoir, La mujer rota, La edad de la discreción y Monólogo, Edhasa, Barcelona, 2008.
FOTO: JULIEN BOUDET
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LEER EN BICICLETA, Año 6, No. 63, diciembre de 2016,
es una publicación mensual, editada por la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, con domicilio en 4 Sur
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distribuida a través de la Dirección de Comunicación
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imprimir en diciembre de 2016 con un tiraje de 10 mil
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sin previa autorización de la Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla.
PROHIBIDA SU VENTA
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omo casi todo el mundo, yo era bueno no
por el bien que hacía sino por el mal que
dejaba de hacer. De ésos hay muchos vir-
tuosos. Lo que se llama una buena persona,
que no hace daño a nadie. Y es que ya se
sabe, quien fuma tiene un vicio, pero quien
no fuma no posee por eso una virtud. Por otra parte,
yo soy de los que delegan, como casi todos: en cues-
tiones políticas, en los políticos; en cuestiones mora-
les, en los curas, profesores y escritores del ramo; en
la información y en la opinión, en los periodistas; en
la educación, en las escuelas; en la seguridad, en la
policía y en el ejército. Es decir, delego en los profe-
sionales, que para eso se les paga. [...]
Y en fin, así soy yo. Un hombre sin virtudes, un
yermo donde no crecen malas hierbas, es cierto, pe-
ro tampoco la más humilde flor. Y, además, ¿es que
mi noble predisposición al bien era correspondida
acaso por el prójimo? No, pasaba por completo de-
sapercibida. Y uno no es un santo. La gente dice:
“Has engordado”, o “Tienes buen aspecto”, pero no
te dice, incluso después de una larga conversación:
“te veo más bondadoso”, o más cruel o más tonto o
más inteligente. La gente repara más en lo obvio y en
las apariencias, y no advierte los cambios en las hon-
duras del ser. 
LUIS LANDERO
(1948-)
Tomado del libro de Luis Landero, 
Retrato de un hombre inmaduro, 
editorial Tusquets, Barcelona, 2012.
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FOTO: EDOARDO COZANNI
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a sonrisa, la risa, las lágrimas, son innatas. Se trata de un rasgo constitutivo de la naturaleza humana. Risa y lágrimas son estados
violentos, convulsivos, espasmódicos, rupturas. Además, se relacionan. El niño sapiens expresa lo que ningún otro niño de otra
especie viva ha podido expresar con tal intensidad: una debilidad, un desastre inaudito. El adulto puede ser capaz de tragar sus
lágrimas y contener su risa, pero la intensidad de la risa y de las lágrimas persisten. Hay una aptitud para el gozo, la embriaguez,
el éxtasis, la rabia, el furor, el odio. En este campo existen por supuesto grandes variaciones individuales. El orgasmo en el sa-
piens es mucho más violento y convulsivo que en los primates en general. A diferencia de las hembras antropoides, la mujer co-
noce el gozo profundo. El sapiens busca en todos los campos un placer que no se reduce a la satisfacción y a la anulación de una ten-
sión, sino que se traduce en un estado de exaltación. En las sociedades arcaicas como en las históricas, por medio de las hierbas y de
los licores, la danza, el rito, lo profano, lo sagrado, hay búsqueda de los estados de embriaguez y de paroxismo. Éstos son estados ex-
traordinarios, precarios, fundamentales, que son vividos por el sapiens como algo supremo. El exceso solicita un lugar central en la
ciencia del hombre. No se podría concebir una antropología que no tuviera lugar para la fiesta, la danza, la risa, las convulsiones, las
lágrimas, el gozo, la embriaguez y el éxtasis.
Todos estos rasgos tienen un origen homínido e incluso primate, pero en el hombre, se exacerban. Lo que caracteriza al sapiens no
es una reducción de la afectividad en provecho de la inteligencia sino, por el contrario, una verdadera erupción afectiva, el surgimiento
de la desmesura. Esta va a ejercerse en el sentido de los furores, el crimen y la destrucción. A par-
tir del Neanderthal se multiplican las matanzas. Se puede suponer que el crecimiento demográ-
fico de la especie, al multiplicar los contactos, la competitividad, las rivalidades, ha multiplicado
las ocasiones de conflicto. Pero hay que ver también, en las primeras carnicerías neanderthalianas
y las que seguirán, el indicio y la manifestación de un control mal asegurado de la agresividad,
las iras, los odios y los delirios. El homo sapiens es mucho más proclive al exceso que sus prede-
cesores. Su reino corresponde a un desbordamiento del eros, de la afectividad, de la violencia.
Entre los primates el eros sigue siendo circunscrito. En el hombre llena todas las estaciones, todas
las partes del cuerpo, irriga incluso las actividades intelectuales más sublimes. La violencia, cir-
cunscrita en los animales a la defensa o a la predación alimentaria, se desencadena en el hombre
sin necesidad. La afectividad de los primates se vuelve desbordante, pero en el hombre, toma un
carácter inestable, intenso, desordenado. El reino del sapiens corresponde a una masiva introduc-
ción del desorden en el mundo. Ya el sueño nocturno del hombre se diferencia del de los anima-
les por su carácter desordenado. Todas las fuentes de desorganización, la regresión de los progra-
mas genéticos, la ambigüedad entre realidad e imaginación, la inestabilidad psicoafectiva,
constituyen fuentes permanentes de desórdenes. El orden está en la cultura y en la sociedad.
IKRAM ANTAKI
(1948-2000)
Tomado del libro de Ikram Antaki, El banquete de Platón, 
editorial Joaquín Mortiz, México, 1997.
EL EXCESO
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La pregunta es si el olfato puede ser portador de una verdad
en la cual vendría bien al filósofo inspirarse, a través de un olfato agu-
zado. Dicho en otras palabras, ¿puede haber perfumistas filósofos o
filósofos perfumistas?
Es grande la tentación de responder negativamente sin chistar,
puesto que la percepción de los olores y los perfumes nada tiene que
ver con una propuesta conceptual. [...] En efecto, tener nariz u olfatoes descubrir la verdad de manera intuitiva, adivinarla y presentirla
bajo el impulso de una suerte de instinto irreflexivo. En el caso del
animal, el olfato tiene más reflejo que reflexión, más precognición
adivinatoria que ciencia operativa; se opone al raciocinio construido
y a la deducción rigurosa a la que se refiere el filósofo, cuidadoso de
no dejar nada al azar y de demostrar sus ideas de manera necesaria.
El olfato se relaciona a menudo con un conocimiento empírico y for-
tuito en el que el sujeto, sin saberlo, “algo se huele” o “tiene buen ol-
fato para”, según las expresiones consagradas, y por casualidad acier-
ta con la verdad que “se las había olido”, sin tener certeza de ella. El
olfato muestra, por tanto, una cierta forma de oportunismo y de im-
provisación que no excluye las divagaciones y los fracasos; es decir,
la posibilidad de “romperse las narices”. Por ello encarna por exce-
lencia el modelo de este conocimiento aproximativo y sujeto a erro-
res, del que el filósofo intenta apartarse. Juzgar en francés á vue de
nez (a ojo de buen cubero) o, de manera más coloquial, au pif o in-
cluso au pifométre (a ojímetro), es evaluar de modo vago e impreci-
so, en ausencia de un riguroso instrumento de medición. El filósofo,
por tanto, jamás sabría acomodar la verdad así adquirida por casua-
lidad, consiguiente a una experiencia vaga. Spinoza llega incluso a
pensar que el que da fortuitamente con la verdad sin darse cuenta de
que sabe, en realidad se encuentra en el error.
Sin embargo, el olfato no aparta al hombre de las antípodas del
conocimiento y, al respecto, resulta interesante constatar que el ver-
bo sapere en latín no solo remite a “saber”, sino también a “tener un
sabor” o al “olor que se exhala”. Patrick Süskind nos invita de este
modo a no descartar la nariz tan prontamente, puesto que extrae en-
señanzas de la sensibilidad olfativa, considerando que el olfato apor-
ta un modelo de evidencia innegable: “hay en el perfume una fuerza
de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas,
los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión del perfume
no se puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros
pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra
ella”. Si la evidencia, como la etimología lo indica, es lo primero que
salta a la vista, lo que se ve como una nariz en medio del rostro, es
también lo que asalta a las fosas nasales, lo que nos invade y lo que
impregna, muy a nuestro pesar. El modelo olfativo restituye adecua-
damente la fuerza penetrante e irreprensible de la evidencia. No la
planteamos, se nos impone; no la aprehendemos, es ella quien se
apodera de nosotros y, cuando deseamos cuestionarla se resiste sin
lugar a dudas como un olor tenaz. Por su inmediatez y su resplandor,
el perfume también encarna el modelo de una verdad pensada a mo-
do de presencia y no de representación. Ahora bien, es justamente la
presencia de lo verdadero lo que garantiza la validez del conoci-
miento, asegurando que nada ha podido escaparse entre este y su re-
presentación. Por ello el olfato, que por lo general se asocia con un
enfoque empírico y aproximativo, pude también presentarse como
un modelo de aprehensión infalible de la verdad.
CHANTAL 
JAQUET (1956-)
Tomado del libro de Chantal Jaquet, 
Filosofía del olfato, 
editorial Paidós, Barcelona, 2016.
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En el siglo XVIII vivió en Francia uno de los hombres más
geniales y abominables de una época en que no escasearon los hom-
bres abominables y geniales. Aquí relataremos su historia. Se llamaba
Jean-Babtiste Grenouille y si su nombre, a diferencia de otros mons-
truos geniales como De Sade, Saint-Just, Fouché, Napoleón, etcétera,
ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que Grenouille
fuera a la saga de estos hombres célebres y tenebrosos en altanería,
desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad,
sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que
no deja huellas en la historia: al efímero mundo de los olores.
En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas
concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol,
los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apes-
taban a madera podrida y excrementos de rata, las cocinas, a col po-
drida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a pol-
vo enmohecido; los dormitorios, a sabanas grasientas, a edredones
húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales. Las chimeneas
apestaban a azufre, las curtidurías, a lejías cáusticas, los mataderos, a
sangre coagulada. Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa su-
cia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a
cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a le-
che agria y a tumores malignos. Apestaban los ríos, apestaban las pla-
zas, aprestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los
puentes y en los palacios. El campesino apestaba como el clérigo, el
oficial de artesano, como la esposa del maestro; apestaba la nobleza
entera y, sí, incluso el rey apestaba como un animal carnicero y la reina
como una cabra vieja, tanto en verano como en invierno, porque en el
siglo XVIII aún no se había atajado la actividad corrosiva de las bacte-
rias y por consiguiente no había ninguna acción humana, ni creadora
ni destructora, ninguna manifestación de vida incipiente o en decaden-
cia que no fuera acompañada de algún hedor.
Y como es natural, el hedor alcanzaba sus máximas proporciones
en París, porque París era la mayor ciudad de Francia. Y dentro de Pa-
rís había un lugar donde el hedor se convertía en infernal, entre la
Rue aux Fers y la Rue de la Ferronnerie, o sea, el Cimetière des Ino-
cents. Durante ochocientos años se había llevado allí a los muertos
del hospital Hotôtel-Dieu y de las parroquias vecinas, durante ocho-
cientos años, carretas con docenas de cadáveres habían vaciado su
carga día tras día en largas fosas y durante ochocientos años se habí-
an ido acumulando los huesos en osarios y sepulturas. Hasta que lle-
gó un día, en vísperas de la revolución francesa, cuando algunas fo-
sas rebosantes de cadáveres se hundieron y el olor pútrido del
atestado cementerio incitó a los habitantes no sólo a protestar, sino a
organizar verdaderos tumultos, en que fue por fin cerrado y abando-
nado después de amontonar los millones de esqueletos y calaveras
en las catacumbas de Montmartre.
PATRICK SÜSKIND
(1949-)
Tomado del libro de Patrick Süskind, El perfume, historia de un ase-
sino, editorial Seix Barral, Barcelona, 1985.
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E
n sus comienzos el té, antes de llegar a ser una bebida
fue una medicina.
 Hasta el siglo VII no hace su entrada en China en el
reino de la poesía, ni pasa a ser una distracción de los
elegantes de la época.
 En el siglo XV el Japón lo ennoblece y hace de él una
religión estética: el teísmo.
El teísmo es un culto basado en la adoración de lo bello sobre
todas las vulgaridades de la existencia cotidiana.
Inspira a todos sus fieles la pureza y la armonía, el mis-
terio de la caridad mutua, el sentido del romanticismo y el orden
social. Es esencialmente el culto de lo imperfecto, puesto que
significa un esfuerzo para realizar lo posible en esa cosa imposi-
ble a la que llamamos vida.
La filosofía del té no es una sencilla estética en la ordinaria
acepción del vocablo, porque nos ayuda a experimentar, con-
juntamente con la ética y con la religión, nuestro concepto inte-
gral del hombre y de la naturaleza.
Es una higiene, puesto que obliga a la limpieza.
Es una economía puesto que demuestra que el bienestar se da
más bien en la sencillez que en la complejidad y el despilfarro.Es una geometría moral, puesto que define el sentido de nues-
tra proporción en relación con el universo.
Representa, por último, el verdadero espíritu democrático del
Extremo Oriente en cuanto convierte a todos sus adeptos en aris-
tócratas del gusto.
El hecho de que el Japón se haya encontrado durante tanto
tiempo aislado del resto del mundo, ha contribuido poderosamen-
te a desarrollar la afición de la vida interior, a propagar el teísmo.
Nuestras casas y nuestras costumbres; nuestra manera de vestir-
nos y nuestra cocina, nuestra porcelana, nuestra loza, nuestra pintu-
ra, hasta nuestra literatura, todo entre nosotros ha sufrido su influen-
cia. Nadie que conozca la cultura japonesa puede ignorarlo.
De la misma manera ha penetrado en las casas más nobles y
más elegantes que en las moradas más humildes.
Ha enseñado a nuestros campesinos el arte de cultivar las flo-
res y ha imbuido al más humilde trabajador el respeto para con
las piedras y para con el agua.
En nuestro lenguaje usual se dice corrientemente al hablar de
un hombre insensible ante los episodios tragicómicos del drama
individual, que “carece de té”. Y se celebra, por el contrario, al
esteta gozador, que, indiferente a la tragedia mundana, se aban-
dona sin reglas, con toda libertad, a la corriente de sus emocio-
nes, diciendo de él que “tiene mucho té”. [...]
El té es una obra de arte y tiene necesidad de la mano de un
maestro para manifestar sus nobles cualidades.
Hay té bueno y té malo, como hay buenas y malas pinturas,
más abundante lo malo y no existen recetas para obtener un té
bueno, como tampoco las hay para producir un Ticiano o un
Sesson Shukei.
Cada manera de preparar las hojas tiene su individualidad,
sus afinidades especiales con el agua y el calor, sus recuerdos
hereditarios y su forma peculiar.
La verdadera belleza debe unirse a todo acto. ¡Cuánto habre-
mos sufrido al ver que la sociedad se resiste al admitir esta ley
fundamental, y sin embrago, tan sencilla, del arte y de la vida!
Lichihlai, un poeta Song, ha señalado melancólicamente, que
las cosas más deplorables del mundo son: ver una bella juventud
estropeada por una falsa educación; ver hermosos cuadros degra-
dados por la admiración del vulgo, y ver como se despilfarra tanto
té bueno, como consecuencia de una manipulación imperfecta.
OKAKURA KAKUZO
(1862-1913)
Tomado del libro de Okakura Kakuzo, El libro del té,
Premià editora, México 1989.
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FOTO: www.wallpaperup.com
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L
os indios naturales de la nueva España, [...]usaban de
muchas bebidas que hacían de varias hierbas y raíces,
frutos y granos; y entre ellas era una la del chocolate, que
por ser o parecer la mejor, más gustosa y regalada, y más
capaz de nuevos materiales y confecciones, no solo la
admitieron y usaron los españoles en las mismas tierras
en que la hallaron introducida, sino que la comunicaron a otras
de las Indias, ya con la planta, ya con el comercio. Y de pocos
años a esta parte, continuando el traer a estos reinos las cosas de
que se confecciona y la pasta confeccionada que se bebe, ha si-
do también recibida, que ya se usa por regalo común en muchas
ciudades y más que en todas en esta corte, que en usarla quiere
competir con los lugares de su invención y origen.
En los principios es probable, y aún cierto, que los españoles
usaron esta bebida sin distinción ni reparo, así en los días de ayu-
no, como en los demás; hasta que, o por haberse conocido mejor
su calidad y esencia, o por habérsele añadido materiales y muda-
do algo la forma, se comenzó a mover la cuestión, si quebrantaba
o no el ayuno eclesiástico. Unos buscaban razones para defender
que era bebida esencial y que como tal se podía usar en días de
precepto a todas horas, como el agua y el vino. Otros dudando de
esta calidad la publicaban por materia comestible, aunque se ha-
cía potable y que por esto no se podía usar en los días de ayuno
fuera de las horas dispuestas para la comida y uso de los manjares,
que la iglesia permite. Y otros, mediando entre las dos opiniones,
se moderaban en los ayunos, no bebiendo en chocolate más de
una vez, fundados en que, si era verdadera bebida, perdían poco;
y si no lo era no arriesgaban mucho, pues los podía excusar de pe-
cado mortal la parvidad de la materia. Con esta contradicción y
duda se fue y ha ido continuando, sin que los de la primera opi-
nión se atrevan a condenar la segunda, ni los de la tercera quieran
calificar cuál de las dos es la verdadera; sino que contentándose
cada uno con seguir la que su conciencia le dicta y practicar la
que le parece más favorable, menos dudosa o más segura, remite
su juicio al de otros, sin que hasta ahora se haya afirmado, funda-
do, ni impugnado ninguna de las tres opiniones, a lo menos por
escrito, ni en libro que corra, sino en algunos que por incidencia
o con menos resolución de la que se requiere han dicho su senti-
miento, como adelante se verá. [...]
El cacao es el fundamento y materia primera de esta bebida.
El árbol ( al cual y a su fruta es hoy común el nombre de cacao)
es mediano, que sube tres o cuatro varas en alto, hermoso y bien
hecho, y en la forma por mayor, no en la hoja, parecido a la pal-
ma, porque con el tronco seguido remata en una copa, de que
sale buen número de hojas, más largas que de higuera y algo se-
mejantes, aunque manos ásperas y de tallos tan largos, que llena
a ser de vara y media las más apartadas y se van cortando hasta
el centro de donde nacen. Es de tan dedicado natural que dán-
dose solo en tierras cálidas y ofendiéndole el más moderado frio
y el viento si es fuerte, también le hace daño el sol, por secarle
las raíces que tiene muy sobre la tierra, propiedad de casi todos
los árboles de las Indias. Por lo cual en naciendo el almácigo
que se siembra del mismo fruto, aunque de suyo es árbol mon-
taraz le trasponen en hileras y calles concertadas que hacen
agradable vista y junto a cada uno se pone una vara de otro árbol
mayor y conocido para este efecto, que luego prende y brota y
con su sombra le ampara y defiende, así del calor demasiado co-
mo del viento más recio.
ANTONIO 
DE LEÓN PINELO (1589-1660)
Tomado del libro de Antonio de León Pinelo, 
Cuestión moral, si el chocolate quebranta el ayuno eclesiástico,
Madrid, 1636. Editado por el centro de estudios de historia de
México (CONDUMEX), México, 1994.
C H O C O L A T E
FOTO: www.thepaleofox.wordpress.com
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I
Quiero ver una vaca
Quiero ver una vaca colorada
Quiero ver una vaca colorada
A las tres de la tarde
Quiero ver una vaca colorada
A las tres de la tarde
De un día de febrero
Quiero ver una vaca colorada
A las tres de la tarde
De un día de febrero
En un campo verde
Quiero ver una vaca colorada
A las tres de la tarde
De un día de febrero
En un campo verde
O amarillo
II
Viene y va
La vaca colorada
Por la orilla del río
Enamorada
Nada vio
La vaca colorada
Que viene y va
Por la orilla del río
Colorado
Vaca será
Más vaca enamorada
La vaca que viene y va
Y nadie vio
Por la orilla del río
Colorado
Entre una idea
Y una vaca colorada
Me quedo con la vaca colorada
ENRIQUE 
FIERRO
(1941-2016)
Para leer: Enrique Fierro, 
Escrito en México, 
FCE, México, 1999.
UNA VACA
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DISCURSO
DE 
AMOR
JULIA KRISTEVA
(1941-)
Tomado del libro de Julia Kristeva, 
Al comienzo era el amor, Psicoanálisis y fe, 
Editorial Gedisa, 1996, Barcelona.
A
mor choque, amor locura, amor inconmensurable, amor
abrasamiento...
Intentar hablar de él me resulta distinto, pero no menos
penoso y deliciosamente embriagador, que vivirlo. ¿Ridí-
culo? Más bien loco. El riesgo de un discurso de amor, de
un discursoamoroso, provienen sin duda sobre todo de la
incertidumbre de su objeto. En efecto, ¿de qué estamos hablando?
Me acuerdo de una discusión entre varias jóvenes de las que yo
formaba parte. Personaje enamorado por excelencia, la joven —cli-
ché de la seductora que mezcla placer, deseo e ideales en esa hogue-
ra que se llama apasionadamente «amor»— no deja de ser uno de los
indicios más intensos de verdad y eternidad. Se trataba de saber si, al
hablar de amor, hablábamos de la misma cosa. ¿Y de qué cosa? Al
confesarnos enamoradas, ¿revelábamos a nuestros enamorados la
verdadera intensidad de nuestra pasión? No es seguro; pues, cuando
ellos a su vez se declaraban enamorados de nosotras, no teníamos
nunca la certeza de lo que eso significaba exactamente para ellos.
La ingenuidad de ese debate encierra probablemente una profun-
didad metafísica o, al menos, lingüística. Más allá de la revelación —
una más— del abismo que separa los sexos. Esta interrogación insinúa
que el amor sería, de todos modos, solitario, ya que es incomunicable.
Como si en el preciso instante en el que el individuo se descubriera
intensamente verdadero, extremadamente subjetivo, pero violenta-
mente ético por cuanto está generosamente dispuesto a hacerlo todo
por el otro, descubierta también el cierre de su condición y la impo-
tencia de su lenguaje. ¿no son dos amores esencialmente individuales,
y por tanto inconmensurables, condenando así a la pareja a no encon-
trarse más que en el infinito? Salvo que comulguen a través de un ter-
cero: ideal, dios, grupo sacralizado... Pero ésa es otra historia, y nues-
tra adolescencia laica turbaba los cuerpos y deformaba las ideologías,
las teologías... En fin, hablar de amor sería quizá, una simple conden-
sación del lenguaje, que, después de todo, no provoca en el destina-
tario más que sus capacidades metafóricas: todo un individuo imagi-
nario incontrolable, inexpresable, cuya llave sólo posee el amado,
aunque no lo sepa... ¿Qué comprende él de mí? ¿Qué comprendo yo
de él? ¿Todo, como se tiene tendencia a creer en los momentos de las
apoteosis de nuestra fusión, tan completa como inexpresable? ¿O na-
da, como pienso yo, como puede decir él al primer descalabro que
viene a zarandear nuestros vulnerables palacios de espejos...?
Vértigo de identidad, vértigo de palabras: el amor, es, a escala indivi-
dual, esa súbita revolución, ese cataclismo irremediable del que no se
habla más que después. En el momento no se habla de. Se tienen sim-
plemente la impresión de hablar al fin, por primera vez, de verdad. [...]
Sin embargo, si se admite, contrariamente a nuestras jóvenes ena-
moradas incrédulas, que, a pesar de lo inconmensurable del afecto y
del sentimiento puesto en juego por los protagonistas, se puede ha-
blar de un amor, del Amor, hay que admitir también que, por muy vi-
vificante que sea, el amor siempre nos quema. Hablar de él, aunque
sea después, no es posible más que a partir de esta quemadura. Con-
secutivo al exorbitante crecimiento del Yo enamorado, tan extrava-
gante en su orgullo como en su humildad, este desfallecimiento ex-
quisito está en el corazón de la experiencia. ¿Herida narcisista?
¿Prueba de castración? ¿Muerte? Son brutales las palabras que apro-
ximan a este estado de vivaz fragilidad.
FOTO: JESPER BRANDT
Leer en Bici segunda 63.qxp_BICI Segunda Epoca 11/29/16 6:33 PM Page 10
MEDICINA MUSICAL
E
ntre unos y otros sabemos cosas tan terribles como que la música es capaz de solucionar tras-
tornos como los que aquí se describen:
 Un servidor del príncipe de Orange organizaba, en La Haya, un concierto todos los días a
fin de aliviar a su amo de una melancolía diagnosticada como incurable. El conjunto instru-
mental encargado de beneficiar a un real personaje estaba compuesto por un violín, una viola
y un violonchelo. Mismo conjunto que, por razones obvias es capaz de disminuir las moles-
tias de la gota. (Comentario: Benjamin Franklin, que se mostró reacio a tal tratamiento, no consiguió
mejorar de esa enfermedad (la gota) y, entre continuos dolores, se puso a escribir, en venganza, El libro
del hombre de bien, a inventar el pararrayos y a otros menesteres dudosos).
Un famoso médico de la corte de cierto rey francés asegura haber curado a una dama de furiosa
pasión de amor provocada por la inconstancia de su amante. La receta nos llega con toda precisión:
Los músicos permanecerán fuera del alcance de las miradas de la dama; hay que dar tres conciertos
diarios; por la noche, cantar arias y romanzas que, alternativamente, alaben el dolor y contribuyan a
devolver la razón; los trozos elegidos deben ser, forzosamente, tomados de las hermosas óperas de
Monsieur Lully; duración total del tratamiento: seis semanas; curación garantizada: 87 viejos francos.
Una doncella asegura haber conocido a un famoso organista que curó de locura pasional gracias
al continuo ejercicio de ese instrumento.
La reina Elizabeth de Inglaterra, presa de violento prurito vulvar, encontró la paz genital en un con-
cierto de música de cámara en el que la viola da gamba tuvo papel principal.
El rey Felipe llamado El Hermoso, fue salvado de la hipocondría por la audición de aires populares
interpretados por un tenor con acompañamiento de flauta. (Comentario: el anónimo autor menciona
también —sarcásticamente— que la misma música e idéntico interprete acrecentaron los celos de la
reina Juana, llamada La Loca.)
Próximo a morir, Luis XI regresó a Tours, ciudad donde pensaba curarse alegremente “por armonía
de la música”. Por esta razón, convocó a todos los interpretes de todos los instrumentos hasta alcanzar
la suma de veintiséis. Entre ellos había pastores y flautas plebeyas. El rey, nos asegura, vio desaparecer
su crónica somnolencia.
Entrevista con Demócrito y Teofrasto. Los dos responden al mismo tiempo. Sí, la flauta es el mejor
instrumento para curar las mordeduras de serpientes venenosas. El tarantulismo se cura gracias a la
música, las tarántulas son una especie de arañas muy similares a las abejas, que pican la epidermis e
introducen en ella un veneno pestilente. La piel reacciona con un absceso. Los miembros se endure-
cen, el espíritu cae en el terror, la melancolía y la tristeza y los ojos se ciegan. Ningún otro antídoto
más rápido que la música. Apenas la escucha, el enfermo comienza a agitarse, sus miembros se aflo-
jan, y danza, y grita, y canta, y salta durante dos o tres horas al compás de la música. Inmediatamente,
el enfermo debe ser conducido a su lecho, arropado cuidadosamente a fin de permitirle abundante
transpiración. En el momento de volver a comenzar la sinfonía el enfermo canta, salta y danza y se
halla completamente curado. Es preciso —nos advierten Demócrito y Teofrasto— adoptar la música
de acuerdo con el humor del enfermo y el tamaño de la tarántula.
JUAN VICENTE MELO
(1932-1996)
Para leer: Juan Vicente Melo, Notas sin música, FCE, México, 1990.
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os gigantes están presentes en la mayoría de las mito-
logías y han desempeñado a menudo un papel muy
importante en la imaginación popular. Para los griegos
se trataba de hijos de Gea, la tierra, y fue precisamente
con la ayuda de esa diosa como pudieron revelarse
contra los dioses del Olimpo, para ser finalmente ven-
cidos por ellos con la ayuda de los humanos. Su papel es aún
más importante en las mitologías germánica y escandinava, don-
de el gigante Ymer es uno de los primeros seres que aparecen
durante la formación del mundo, antes de que fuese asesinado
por Odín y sus hermanos, quienes construyeron la tierra a partir
de los elementos de su cuerpo. Los gigantes, en el Crepúsculo de
los dioses, participan al lado de monstruos diversos en el asalto
final contra el Valhala, después de haber sido los protagonistas
en numerosos episodios tragicómicos, en los que se opusieron a
los dioses, y particularmente a Tor. 
Lejos de ser relegados a lacategoría de fábulas paganas, los
gigantes fueron incorporados tan fácilmente a la tradición cris-
tiana, que hasta fueron mencionados en la Biblia, siendo el gi-
gantismo una característica común de personajes tan diferentes
como Goliat y San Cristóbal. Esa persistencia de la imagen del
gigante a través de los siglos y de las culturas ha de tener, sin nin-
gún género de dudas, raíces psicológicas y simbólicas: los gigan-
tes, por su desmesura y su inteligencia limitada, representan los
brutales instintos que el hombre debe vencer para desarrollar su
personalidad y su espiritualidad, en una lucha simbolizada por
el combate clásico entre el gigante y el héroe. [...]
En la antigüedad el descubrimiento de “huesos de gigante” fue
mencionada por diversos autores. Empédocles (492 a 432 a.C.) nos
cuenta así el descubrimiento en Sicilia de grandes osamentas, que
al mismo tiempo atribuye a una raza de gigantes. Según el pale-
ontólogo austriaco Othenio Abel, la presencia de cráneos de ele-
fantes en los yacimientos cuaternarios de Sicilia podría haber sido
incluso la causa del origen del mito de los cíclopes, por confusión
entre sus orificios nasales centrales y una única orbita ocular. Se-
gún Abel, los marinos griegos habrían encontrado tales cráneos de
elefantes en las cuevas sicilianas (donde los paleontólogos los si-
guen descubriendo todavía hoy en día), con lo que aquellos des-
cubrimientos habrían originado el relato homérico del encuentro
entre Ulises y el cíclope Polifemo. [...]
En la medida en que un conocimiento mejor de la anatomía
comparada de los vertebrados permitía una identificación menos
aproximativa a las osamentas fósiles, cada vez se fue haciendo
más difícil atribuir un hueso, no importa del tamaño que fuese, a
un ser humano de estatura gigantesca, por lo que los gigantes fue-
ron desapareciendo gradualmente de la literatura científica. Pero
esto, de todos modos, requirió largo tiempo, y así en 1754, por
ejemplo, el franciscano español Torrubia consagra todavía una
parte de su obra dedicada a la historia natural de España a una “gi-
gantología española”. Entre los círculos cultos la creencia en los
gigantes se mantendría todavía durante mucho tiempo. [...]
En una de las plazas de la ciudad de Klagenfurt, capital de la
provincia austriaca de Carintia, se alza un monumento insólito:
junto a una estatua de Hércules se ve un monstruoso cuadrúpedo
ERIC BUFFETAUT
(1950-)
Tomado del libro de Eric Buffetaut, Fósiles y hombres, editorial Plaza & Janes, Bercelona, 1992.
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alado, cuya cola en forma de serpiente se enrosca, formando nu-
merosos pliegues. Esa criatura, que presenta todos los atributos clá-
sicos del dragón de las leyendas europeas, es obra del escultor Ul-
rich Vogelsang, que la realizó en 1590. [...] para esculpir la cabeza
del monstruo Vogelsang se inspiró en un “cráneo de dragón” que
aún se conserva hoy en día en el museo de Klagenfurt. Como de-
muestran las investigaciones que llevo a cabo Othenio Abel, se tra-
ta en realidad del cráneo de un rinoceronte lanudo del cuaternario,
que fue encontrado quizás alrededor del año 1335, probablemente
en una cantera que aun lleva el nombre de Lindwurmgrube o “can-
tera del dragón” y que daría origen a una leyenda local. Ese curioso
episodio de la historia del arte llevo a Abel a ver en la obra de Vo-
gelsang la más antigua reconstrucción paleontológica.
La atribución de un resto de vertebrado fósil a un dragón, no es,
en todo caso, un hecho aislado, cosa que nada tiene de extraño si
se tiene en cuenta el papel tan importante que han desempeñado
los dragones en el folklor y en las leyendas de Europa. El dragón
europeo, criatura tectónica que custodia los tesoros y devora a los
humanos, simboliza el mal y, particularmente, las fuerzas oscuras
que residen en el corazón del hombre y que han de ser vencidas
en el transcurso de un combate despiadado. El dragón está destina-
do, por tanto, a ser vencido por algún héroe pagano, como Sigfrido,
o cristiano, como San Jorge. Los dragones de las leyendas occiden-
tales están estrictamente asociados a las regiones subterráneas [...]
y por lo tanto nada tiene de asombroso el hecho de que se les ha-
yan atribuido con frecuencia las osamentas encontradas bajo tierra,
en las canteras o en las cavernas. [...]
A menudo los huesos fósiles fueron atribuidos igualmente a
otra criatura fabulosa de las leyendas europeas: al unicornio. Si
bien el mito del unicornio ha debido de tener probablemente su
origen en el rinoceronte de la India, con su único cuerno, muchos
otros animales exóticos, desde ciertos antílopes de la Arabia hasta
el narval de los mares polares, se han visto involucrados en el
transcurso del tiempo, tal como lo advirtió, ya en siglo XVI, Am-
broise Paré (1509-1590). El gran éxito que han tenido todos los re-
latos relativos al unicornio se deben, indudablemente, en parte a
las propiedades medicinales que se atribuían a su cuerno, creen-
cia esta que hay que relacionar, evidentemente, con las virtudes
que la medicina tradicional china otorga a los tejidos córneos del
rinoceronte (como es sabido, el cuerno del rinoceronte está con-
siderado en China como un afrodisíaco particularmente eficaz, lo
que ha contribuido y sigue contribuyendo todavía a la matanza de
los rinocerontes, tanto en Asia como en África).
Sea como fuese, el caso es que durante la edad media y hasta
el mismo siglo XVIII, los europeos hicieron gran uso del “unicor-
nio” como medicamento contra diversas enfermedades, entre las
que hay que contar la peste, y sobre todo como antídoto contra
los venenos y las ponzoñas. Se dice que el cuerno del unicornio,
después de haber sido colocado en presencia de un veneno, e
incluso el agua misma en la que había sido mojado, se vendían
como remedio en las farmacias. Ambroise Paré, en su Discours
de la licorne, publicado en 1580, se esfuerza por convencer a sus
contemporáneos de la inanidad de tales creencias. [...]
Ambroise Paré abrigaba sus dudas en cuanto a la existencia
misma del unicornio, pero el hecho de que estuviese menciona-
do en la biblia le impedía negar completamente su existencia re-
al. Sus demostraciones experimentales sobre la ineficacia medi-
cinal del cuerno del unicornio no parecen que lograsen
convencer mucho a sus contemporáneos, pues la demanda si-
guió en alza, manteniéndose así hasta el siglo XVIII. 
IMAGEN: ALBERTO DURERO, RINOCERONTE, 1515
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H
e aquí que yo traigo en mi corazón la verdad y la justicia, pues he arrancado de él todo el mal. No he causado sufrimiento a los
hombres. No he empleado la violencia con mis parientes. No he sustituido la injusticia a la justicia. No he frecuentado a los malos.
No he cometido crímenes. No he hecho trabajar en mi provecho con exceso. No he intrigado por ambición, no he maltratado a
mis servidores. No he blasfemado de los dioses. No he privado al indigente de su subsistencia. No he cometido actos execrados
por los dioses. No he permitido que un servidor fuese maltratado por su amo. No he hecho sufrir a otro. No he provocado el hambre.
No he hecho llorar a los hombres mis semejantes. No he matado ni ordenado matar. No he provocado enfermedades entre los hom-
bres. No he sustraído las ofrendas de los templos. No he robado los panes de los dioses. No me he apoderado de las ofrendas destinadas a los
espíritus santificados. No he cometido acciones vergonzosas en el recinto sacrosanto de los templos. No he disminuido la porción de las ofren-
das. No he tratado de aumentar mis dominios empleando medios ilícitos, ni de usurpar los campos de otro. No he manipulado los pesos de
la balanza ni su astil. No he quitado la leche de la boca del niño. No me he apoderado del ganado en los prados. No he cogido con lazo las
aves destinadas a los dioses. No he pescado peces con cadáveres depeces. No he obstruido las aguas cuando deberían correr. No he deshecho
las presas puestas al paso de las aguas corrientes. No he apagado la llama de un fuego que debía de arder. No he violado las reglas de las
ofrendas de carne. No me he apoderado del ganado perteneciente a los templos de los dioses. No he impedido a un dios el manifestarse. ¡Soy
puro! ¡Soy puro! ¡Soy puro! He sido purificado como lo ha sido el gran fénix de Herakleópolis. Pues yo soy el señor de la respiración que da
vida a todos los iniciados el día solemne en el que el ojo de Horus, en presencia del señor divino de esta tierra, culmina en Heliópolis.
ANÓNIMO
(circa 1500 a. C.)
Tomado de El libro de los muertos (Estudio preliminar y traducción de Federico Lara Peinado), Editorial Tecnos, Madrid, 2009.
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FOTO: www.kingtutdublin.ie
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Quien ha visto el fondo de las cosas y de la tierra, 
y todo lo ha vivido para enseñarlo a otros, 
propagará su experiencia para el bien de cada uno. 
Ha poseído la sabiduría y la ciencia universales,
ha descubierto el secreto de lo que estaba oculto.
Quien tenía noticia de lo anterior al diluvio,
emprendió largos viajes con esfuerzo y fatiga,
y sus afanes han sido grabados en una estela.
Ha hecho levantar la amurallada Uruk, 
el sagrado Eanna, el puro santuario.
Ha visto la muralla, trazada a cordel, 
y el muro interior, que no tiene rival;
Ha contemplado el dintel, que data de siempre,
se ha acercado al Eanna, templo de Ishtar,
que ni hombre ni rey podrán nunca igualar.
Ha paseado por las murallas de la ciudad de Uruk
y mirado la base, su sólida fabrica, 
y toda ella construida con ladrillos cocidos
y formada por siete capas de asfalto.
[...]
El cazador abrió la boca para hablar, 
y dijo a su padre:
“Padre mío, un hombre ha llegado de los montes,
el peso de su fuerza se siente en el país
y tiene el vigor de un paladín de Anu;
recorre sin cesar el país con sus rebaños
se pavonea siempre por toda la comarca,
y a los sitios de agua planta sus pies.
¡Estoy tan asustado que no oso acercármele!
Ha llenado las zanjas que yo había abierto, 
ha destruido las trampas que yo había armado,
ha hecho que escapen de mis manos las bestias
y también me impide cazar en la llanura.”
El padre respondió y dijo al cazador:
“Hijo mío, Gilgamesh reina en Uruk, 
nadie en el país lo ha vencido jamás
nadie lo aventaja en poder y fuerza,
tienen el vigor de un paladín del Dios Anu.
Así, pues, orienta tu rostro hacia Uruk
y habla a Gilgamesh de la fuerza de ese hombre.
Y entonces, te dirá: “Ve y toma, cazador, 
una ramera del templo, llévala contigo
y deja que venza al hombre con su poder.
Cuando él llegue con sus bestias a beber al aguadero
la mujer deberá quitarse sus vestidos
y mostrar su belleza.
En cuanto el hombre la vea, deseará poseerla, 
y su rebaño que medra en el llano huirá de él.”
Así, pues, siguiendo el consejo de su padre,
el cazador decidió ir a ver a Gilgamesh.
Se puso en camino y llegó a Uruk, 
y dijo a Gilgamesh:
“Un robusto mocetón ha llegado de los montes, 
el peso de su fuerza se siente en el país,
tiene el vigor de un paladín del dios Anu,
se pavonea siempre por toda la comarca,
recorre sin cesar el país con sus rebaños
y a los sitios de agua planta sus pies.
¡Estoy tan asustado que no oso acercármele!
ha llenado las zanjas que yo había abierto, 
ha destruido las trampas que yo había armado,
ha hecho que escapen de mis manos las bestias
y también me impide cazar en la llanura.”
Gilgamesh habló al cazador y dijo:
“Ve y toma, cazador, 
una ramera del templo, llévala contigo
y deja que venza al hombre con su poder.
Cuando él llegue con sus bestias a beber al aguadero
la mujer deberá quitarse sus vestidos
y mostrar su belleza.
En cuanto el hombre la vea, deseará poseerla, 
y su rebaño que medra en el llano huirá de él.”
Adelante siguió el cazador, con la ramera.
Tomaron el camino, sin hacer rodeos, 
y al tercer día llegaron al lugar designado,
y el cazador y la ramera se sentaron en sus sitios:
Dos días estuvieron sentados junto al agua.
Y entonces el rebaño llego para abrevarse.
ANÓNIMO
(circa 2500-2000 a.C.)
Tomado del libro, Poema de Gilgamesh, Biblioteca personal de Borges, ediciones Orbis, Barcelona, 1986.
GILGAMESH
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QUEDARSE EN CASA
C
uando a veces me he puesto a considerar las diversas agitaciones de los hombres y los peligros y las penas a que se exponen, en
la corte, en la guerra, de donde nacen tantas querellas, tantas pasiones, tantas empresas atrevidas y, a menudo, funestas, he dicho
muchas veces que la desgracia de los hombres viene de una sola cosa; de no saberse estar quietos en su cuarto. Un hombre que
tiene lo bastante para vivir, si supiese permanecer en casa con gusto, no saldría de ella para navegar, o para sitiar una plaza. No se
compraría tan caro un cargo en el ejército sino fuera porque se encuentra insoportable no moverse del lugar, y no se busca la con-
versación y los juegos sino porque es imposible permanecer en casa con gusto. 
Pero cuando he observado de más cerca tales cosas, y después de haber encontrado en ellas la causa de todas nuestras desdichas, he que-
rido buscar su razón, he encontrado una bien efectiva, que consiste en la natural desgracia de nuestra condición débil y mortal, y tan mise-
rable, que nada puede consolarnos, cuando lo consideramos de cerca.
Imagínese la condición que se quiera, si se juntan todos los bienes que pue-
den pertenecernos, la realeza es la mejor colocación del mundo, y sin embargo,
aunque nos figuremos un rey en el seno de todas las posibles satisfacciones, si
este rey carece de diversiones y se ve en el caso de considerar y reflexionar so-
bre lo que es su felicidad la que languidecerá y ya no podrá sostenerle; la idea
le vendrá en seguida de que le amenazan posibles revueltas, y que de todas
suertes, la muerte y las enfermedades son inevitables; de suerte que si está sin
lo que se llama diversión, hele aquí desgraciado, y más desgraciado que el úl-
timo de sus súbditos que juega y se divierte.
FOTO: SEBASTIÃO SALGADO
BLAISE PASCAL
(1623-1662)
Tomado del libro de Blaise Pascal, Pensamientos, 
editorial Alfaguara, Madrid, 1981.
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