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La depresión Un estudio psicoanalítico

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a depresión:
un estudio
psicoanalítico
Hugo B. Bleichmar
Ediciones
Nueva Visión
Hugo B. Bleichmar: La depresión : un estudio psicoanalítico
Colección Psicología Contemporánea
Dirigida por Jorge Rodríguez
Hugo B. Bleichmar
La depresión: un estudio
psicoanalítico
con la colaboración de
Emilce Dio de Bleichmar
Ediciones Nueva Visión
Buenos Aires
Primera edición: febrero de 1976
Seuunda edición : Ju lio de 1978
e»
Tercera edición: agosto de 1980
© 1980 por Ediciones Nueva Visión SAle
Tucumán 3748, Buenos Aires, Hepúblíca Argentina
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en la Argentina / Printed in Argentina
Prohibida la reproducción total o parc íal
Al primer hombre que descubrió el juego, y a to-
dos los que supieron conservar el descubrimiento.
Al primer hombre que descubrió la ternura, y a
todos los que supieron transmitirnosla.
Al primer hombre . . . , y a todos los que . . .
,
I
f
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~
í NDICE
Prólogo
Introducción
Capítulo I
Narcisismo
Capítulo JI
El narcisismo y las estructuras psicopatológicas
Capítulo JI I
Culpa y depresión . Papel de la agresión en la depresión
Capítulo IV
El autorreproche y la estructura del inconsciente
Capítulo V
Elementos para una clasificación de las depresiones
Capítulo VI
Psicogénesis de los cuadros depresivos
Capítulo VII
La teoría de la libido. El pensamiento analógico en la teoría
psicoanalít ica
Emllce Dio de Bleichmar
Capítulo VIII
Tratamiento psicoanalítico de las depresiones
Bibliografía
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11
38
60
74
110
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135
150
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174
PRóLOGO
El Psicoanálisis es una disciplina científica difícil, pues sus hipó-
tesis no están en condiciones de ser verificadas o refutadas con el
mismo grado de certidumbre que las de otro tipo de estudios. Esto
coloca al investigador en una situación subjetiva muy particular. .
y peligrosa: sus propias dudas 10 hacen proclive a ceder ante
aquellos que, sin poseer mayores pruebas que él, tienen al menos
el mérito, o la osadía, de formular sus ideas en forma de convic-
ciones tajantes. La fuerza de la creencia es frecuentemente un
buen sucedáneo de la verdad, sobre todo si ésta es esquiva.
Si a 10 anterior se le agregan las ventajas que implica el estar
a la moda en un mercado de consumo del psicoanálisis como es
Buenos Aires, se hacen entonces comprensibles las olas de popula-
ridad que sucesivamente nos impregnan.
No teniendo la- pretensión de poder eludir por completo tales
influencias, deseamos que su explicitación, en cambio, nos sirva
a nosotros mismos como ideario para reencontrar nuestra autono-
mía de pensamiento en las mil oportunidades en qtie la perdemos.
Yendo ahora más específicamente al presente trabajo digamos
que sus objetivos son la caracterización clínica de las depresiones
y la explicación dinámica de las mismas, como así también un in-
tento de abordar el problema de su génesis. Para poder encarar
estas cuestiones hemos tenido que revisar una serie de articula-
dores teóricos, en especial el del narcisismo, que otorguen sentido
a las formulaciones propuestas.
9
Por otra parte, si el tema de las depresiones nos pareció digno
de reflexión no fue solamente por la importancia que ellas revis-
ten en la patología mental, sino porque constituyen una buena
oportunidad para plantear problemas de índole más general: una
metodología para la delimitación de las estructuras psicopatoló-
gicas, un modelo sobre sus condiciones de origen y, derivando de
lo anterior, las bases sobre las que poder asentar una terapia en
cuya sistematización hubiera cierta racionalidad. De ahí que, en
relación con esto último, los lineamientos esbozados en el capítulo
sobre tratamiento psicoanalítico de las depresiones resulten una
consecuencia de 10 sostenido a lo largo de las páginas previas.
El núcleo del libro lo constituye el curso que durante 1974
organizamos en el Centro de Docencia e Investigación. Hemos
agregado varios temas que no tuvimos la oportunidad de desarro-
llar, y revisado aquellas hipótesis que a la luz de las discusiones
sostenidas se nos revelaron como insuficientes o francamente in-
correctas.
Queremos expresar nuestra gratitud para con los alumnos,
que nos brindaron un clima estimulante, y para los miembros
del equipo docente que nos acompañaron en una empresa desarro-
llada en condiciones que, sin exageración, se pueden considerar
particularmente duras: Clara Amo, Norberto Bleichmar, Fanny
Baremblit de Salzberg, Carlos E. Barredo, Angel Natalio Costan-
tino, Diana Rabinovich de De Santos y Elsa Wolberg.
10
i
1
)
INTRODUCCIÓN
Bajo la denominación de depresión se designa habitualmente
tanto al cuadro clínico caracterizado por la presencia de elemen-
tos diversos: tristeza, inhibición psicomotriz, .autorreprcches, visión
pesimista de la vida, etcétera, como al estado afectivo de la tris-
teza.* En este último sentido se suele decir que alguien está
deprimido cuando se encuentra triste, aun cuando falten todos los
otros elementos mencionados. Esta equiparación entre el síndrome
y uno de los síntomas del mismo no es una mera confusión ter-
minológica, sino que refleja una concepción causal, en que la
tristeza es considerada como el elemento que pone en marcha a
los demás, que serían su consecuencia. De ahí que se hiciera for-
. mar parte a las depresiones de la categoría nosológica de los tras-
tornos del humor, o de la afectividad.
Sin embargo puede estar presente la tristeza y no haber inhi-
bición, predominando por el contrario la excitación psicomotriz.
Es lo que se ve en la depresión ansiosa o agitada.
Por otra parte una persona puede autorreprocharse, estar
enojada consigo mismo, sin presentar ni tristeza ni inhibición.
Además alguien puede no sentir interés en lb que le rodea, con-
siderar que no es valioso o suficientemente motivante, revelando
de este modo una inhibición o abulia -que no es la -de la esqui-
zofrenia-, Y' no existir autorreproches.
... Ya veremos las restricciones que se deben hacer cuando se califica a la
tristeza como estado afectivo. .
11
La conclusión que se impone entonces es que la relación en-
tre tristeza, inhibición y autorreproches es más compleja que la
que suele plantearse. Copresencia en un síndrome no implica obli-
gatoriamente causalidad, como creyó entenderlo la psiquiatría
clásica por un lado, al ·hacer derivar al autorreproche de la afee-
tividad, O por el otro una corriente del psicoanálisis actual que,
invirtiendo el orden, otorgó al autorreproche el papel de deter-
minante de la tristeza, y por ende de la depresión.
Mientras no se penetre en el orden de racionalidad de la
génesis y de la articulación de los elementos copresentes se con-
tinuará oscilando en la atribución a uno u otro del rol de deter-
minante .de los demás. La tristeza puede ser desencadenada por
el autorreproche, pero no se explica por éste. De igual manera el
autorreproche no se justifica por la tristeza.
Cada uno de estos elementos posee su génesis, con sus con-
'. diciones de producción . propias, que resultan necesario detectar.
La duda que puede planteársenos es si al hacer tanto hin-
capié en la necesidad de estudiar cada uno de los elementos de
la estructura depresiva no estamos cayendo en un atomismodesar-
ticulante, ~n algo equivalente a 10 que con razón se ha criticado
en la psiquiatría clásica cuando abordó el estudio de las "fun-
ciones psíquicas". La lingüística estructural nos ofrece el modelo
de un método de análisis que nos peine a cubierto de este riesgo.
El estudio de las unidades constituyentes de un sistema no invo-
lucra la anulación del análisis de la articulación de los mismos,
y si no se quiere caer en una suerte de guestaltismo en que hay
. un todo entelequial, es necesario que delimitar esas unidades de
.análisis sea una tarea simultánea al descubrimiento .de su arti-
culación.
Como si 10 anterior no fuera suficiente para señalar las di-
ficultades que subyacen a un estudio sobre la depresión, podría-
mos agregar que hablar de ésta en singular, como si se tratara
de una única entidad, ríohace suficiente mérito a la diversidad
.de cuadros que han recibido esta denominación: depresión del
duelo normal,psitosis melancólica, depresión neurótica, depresión
anaclítica, etcétera. Resulta conveniente entonces precisar cuál
sería el denominador común de todas estas entidades, la "esencia"
del fenómeno depresivo que justificase el mantenimiento del con-
cepto corno unificador y, por ende. que crease la posibilidad de
12
•
que nuestro estudio no se deslice por Ia arena movediza de díferen-
tes referentes reales, tomándolos como similares. Para abordar este
I problema se puede seguir el camino de recorrer los usos del tér-
mino, es decir ver a qué fenómeno se designa como depresión y
luego detectar lo que hay de común en todos ellos. Una metodo-
logía de este tipo no hace sino legitimar el recorte de lo real
que produce un término del vocabulario. El riesgo es grande, y
consiste en tomar el consenso que un conjunto de hablantes tenga
sobre el uso de un término como prueba de que el mismo refleja
una unidad en lo real.' Las razones que pueden haber incidido
a lo largo de la evolución del lenguaje para que un término fuera
aplicado a diversas condiciones no deriva de la unidad real que
puede haber entre éstas, sino que en muchos casos es el efecto
de la ilusión bajo la cual se creyó descubrir esa unidad.' El razo-
namiento, al ir construyendo categorías que recortan lo real, está
expuesto a los mismos procesos de desplazamiento y condensación
que Freud describió para el proceso primario, o que Cameron con-
sideró típico del esquizofrénico cuando acuñó la expresión "pensa-
miento sobreinclusívo" .' Es lo que acontece cuando se denomina
melancólico o depresivo al individuo que está constantemente in-
satisfecho de sí, que se queja continuamente de sus realizaciones,
de su suerte,' pero que, como consignamos antes, en vez de estar
triste se muestra enojado, y en vez de .inhibido puede hallarse.
hiperactivo. Como el autorreproche y la insatisfacción de sí mismo
1 Aquí rozamos problemas de la filosofía del lenguaje, como la relación
.entre el lenguaje y 10 real. Digamos que si bien 10 real no puede sino ser
captado en las mallas del lenguaje al que está sometido, y esto es 10 que
señalan todos los aportes de las ciencias del hombre, el lenguaje puede ir
evolucionando para delinear más adecuadamente una realidad que existe
fuera de él.
2 Para ilustrar cómo va variando el recorte de 10 real que realizan determi-
nados términos recordemos el concepto de "lipemanía" de Esquirol. Prímí-
tivamente bajo esta expresión se abarcaba a la actual melancolía, a la neuro-
sis obsesiva, a los estados confusionales y al estupor de la esquizofrenia ca-
. tatóníca, La unificación de los cuadros enumerados por medio de ese tér-
mino y su uso por reiteradas generaciones de psiquiatras no constituía ninguna
garantía de que aquellos conformasen una verdadera unidad nosológica que
excluyera otros agrupamientos posibles.
3 N. Cameron, "Reasoníng, Regression and Communication in Schizophre-
nics", Psychol. Monog., 50, p. 1, 1938.
4 En estos casos se suele utilizar la categoría de caracteropatía melancólica.
13
son parte del cuadro de la melancolía psicótica, y ésta se ha to-
mado como paradigma de las depresiones, aquel individuo será
considerado un depresivo. El razonamiento implicado es el de to-
mar la parte por el todo, o sea el mecanismo psíquico del despla-
zamiento por metonimia.'
Resulta de lo anterior que no podemos considerar el autorre-
proche como nota definitoria de la depresión. Nos queda entonces
por ver si tienen tal carácter la tristeza y la inhibición. Pero en
cuanto a esta última ya dijimos que la depresión agitada nos
demuestra que no es esencial. Podría parecer entonces que nos
encontramos por fin ante lo que constituye el núcleo de la de-
presión: la tristeza. Pero para nuestro deséoncierto recordemos
esa situación tan familiar en que alguien, tras una desilusión de
cualquier tipo, ve disminuir su interés por las personas y las cosas,
ofreciendo ante los ojos del observador una inhibición más o me-
nos acentuada, sin que sienta tristeza ni se haga reproches a sí
mismo. La inhibición aparece acá como lo central del fenómeno
que m1.lY pocos psiquiatras vacilarían en catalogar como depresivo,
aunque ya habíamos descartado que fuera indispensable para de-
finir la depresión.
Se podría intentar aquí un golpe de furca y decir que ese ..
individuo en realidad está triste pero que no se percata de ello,
siendo inconsciente la tristeza. A pesar de que la solución es atrac-
tiva, no se puede sostener, pues si la tristeza es un afecto, no pue-
de tener, al menos para la teoría freudiana, tal propiedad de in-
conciencia. Freud destacó, en "Lo inconsciente" , que los afectos, en
tanto procesos de descarga, son conscientes." Señaló en ese texto la
diferencia entre las ideas que se reprimen y los afectos que se su-
primen, es decir que cuando no están presentes en la conciencia
tampoco se hallan en el inconsciente produciendo efectos.
Nos encontramos así en una situación singular: un cuadro
clínico del cual se predica su existencia cuando hay tristeza yI o
inhibición, aunque estos elementos sean prescindibles para la ca-
racterización de aquél, de modo que aun cuando falten , uno por
5 No tenemos más remedio que postergar la demostración de que el autorre-
proche puede dar o no lugar a un cuadro depresivo, y que a su vez éste pue-
de no ser causado por aquél.
6 Respecto a la teoría de los afectos véase el examen de la literatura que
hace André Creen en Le discours vivant, P.U.F., París; 1973.
14
-- --- - - - - - - - - - - - - - - - - - -
vez, igual podernos hablar de depresión. ¿Habremos llegado acaso
a: la situación de tener que admitir que detrás del término y el
concepto de depresión no se encuentra ninguna entidad real? No
creemos que sea así. La contradicción aparentemente insoluble se
debe, a nuestro juicio, a dos órdenes de razones: a) la naturaleza
de la llamada tristeza, a la cual, sin detenernos mucho,' hemos
considerado un afecto, y b) tanto la tristeza como la inhibición
no serían en última instancia sino manifestaciones de alguna otra
entidad que las condiciona y que, en rigor, constituye la base del
fenómeno depresivo. Ambas cuestiones están entrelazadas, razón
por la cual las abordaremos conjuntamente.
Si bien este no es el lugar apropiado para desarrollar una
teoría de los afectos, queremos dar algunos indicios que fijen nues-
tra posición al respecto. Lo que recibe el nombre de tristeza es
un abanico de estados en que el dolor psíquico se desencadena por
la significación que una situaeión determinada tiene para el sujeto.
y si la significación está de por medio es porque en la tristeza,
obviamente, el afecto está enlazado a un determinado tipo de ideas,
constituyéndose así una estructura cognitiva-afectiva. Por algo al-
gunos tratados de psiquiatría, precisos en su lenguaje, hablan de
dolor moral, con lo que, por medio de este último término, intro-
ducen el papel de las ideas.
Si las ideas contribuyen a otorgar especificidad al efecto dis-
placentero de la tristeza, diferenciándolo de otros tipos de displa-
cer, como el del miedo o la ansiedad, ¿cuál es la clase particular
de ideas de la depresión? ¿Qué carácter general deben tener esas
ideas para poder presentarse bajo formas tan disímiles como las
que encontramos en la depresión ante la muerte de un ser que-
rido, en la depresión anaclítica del bebé, en la del neurótico que
se deprime por no ser tandnteligente o hermoso como desearía,
o en la del psicótico que cree que sus familiares han quedado
arruinados o dañados por lo que él ha hecho, en suma, que se
siente culpable?
Responderemos de inmediato a estos interrogantes, si bien
para validar nuestras afirmaciones tendremos que recorrer el tema
en los distintos capítulos del presente libro . En todas esas condi-
ciones se siente como inalcanzable algo deseado, anhelado. Un
deseo al que se está fijado es vivido como irrealizable: el adulto
en el duelo y el bebé en la depresiónanaclítica anhelan la pre-
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sencia del ser querido que ya no vuelve, pese a sus deseos; el
neurótico siente como inalcanzable su anhelo de ser el Yo Ideal
ante los ojos de él mismo y de los demás, o sea, se siente no amado
por su Superyó y los personajes externos; el psicótico melancólico,
llevado por su convicción delirante, cree inalcanzable el anhelo de
bienestar para sus seres queridos y de ser él, a su vez, digno de
amor por su bondad. Todos estos individuos afectados de depre-
sión, más allá de las diferencias, sienten que algo se ha perdido.
Esto es lo que Freud puso al descubierto cuando definió la de-
presión como la reacción a la pérdida de objeto.
Pero si la pérdida de objeto es la condición de la depresión,
su antecedente, esto no basta para mostrar en qué consiste. Una
cosa es la condición de producción de un fenómeno, en este caso
la pérdida de objeto, y otra aquello en que consiste el fenómeno.
Nuevamente podemos apelar a Freud, quien supo ubicar
mediante una expresión enigmática, prácticamente olvidada en to-
dos los estudios psicoanalíticos sobre el tema, cuál es el carácter
peculiar de la depresión. En el apartado e del apéndice a "Inhibi-
ción, síntoma y angustia" consigna que el hecho de que la supe-
ración del duelo sea penosa se debe a la "no satisfacible carga de
anhelo" que el deudo concentra en la persona muerta. Anhelo se
refiere a una meta que no se alcanza, a un deseo de algo; por lo
tanto no se trata simplemente de un afecto sino que está presente
en el psiquismo como representaciones 7 ideativas: de ahí la ex-
presión formada por dos términos: "carga de anhelo", que Freud,
significativamente, se ocupó en caracterizar como imposible de sa-
tisfacer.
Bien, si hemos convertido a la pérdida de objeto en la con-
dición de la depresión, y a la imposibilidad de la realización de
un- deseo en su esencia, en el eje alrededor del cual giran los .
distintos cuadros depresivos, nuestros próximos pasos tendrán que
encaminarse a aclarar cómo se constituye el objeto libidinal, qué
relación guarda con el deseo, qué debe entenderse por pérdida de
7 El término representación posee una raigambre que lo hace peligroso. Si
con re-presentar se estuviera sosteniendo la tesis de que el psiquismo copia
al mundo real, volviéndolo a "presentar" en forma de elementos mentales,
se habría producido el deslizamiento al empirismo . Cuando empleemos el
término debe entenderse que no nos adscribimos a esa concepción, sino que
consideramos a la representación como una construcción.
16
objeto, y especialmente cuál es la razón por la cual la pérdida
produce depresión, en sus diversas variantes, es decir en unas
ocasiones dominada por la tristeza, en otras por la inhibición o por
.el autorreproche, o bien con todos estos elementos presentes.
Constitución del objeto libidinal. Del objeto
de la necesidad a la demanda de amor
El primer objeto capaz de provocar una activación placentera del
lactante es el pecho. En el cap. VII de "La interpretación de los
sueños", en el apartado sobre la realización de deseos, Freud
desarrolla el concepto de "experiencia de satisfacción" para dar
cuenta de ese encuentro entre el lactante ye1 pecho. La "experien-
cia.de satisfacción" es caracterizada de la siguiente manera: 1) In-
mediatamente después del nacimiento, ante el surgimiento de una
necesidad de orden biológico, por ejemplo el hambre, éste es vi-
venciado por el lactante como displacer, que a su vez se explica
por un incremento de tensión, al que Freud denomina "tensión
de necesidad"; 2) Por la presencia de un objeto externo adecua-
do -por ejemplo el pecho que provee el alimento- la necesidad
se satisface, quedando esta primera experiencia inscripta en el
psiquismo como "experiencia de satisfacción"; 3) A partir de en-
tonces, nuevamente la emergencia de la "tensión de necesidad"
determinará que se cargue la huella mnésica de la "experiencia
de satisfacción", que aparece entonces como la representación com-
pleja hacia la cual tiende el deseo. Es decir, que en el primer
momento solo habría tensión biológica y después de constituida
la "experiencia de satisfacción" aquélla va a quedar ligada a una
representación específica que será evocada cada vez que surja. Esta
evocación de la "experiencia de satisfacción" va a ser lo que Freud
denominará deseo, definiéndolo como el movimiento -proceso,
tendencia hacia- que va del polo del displacer al del placer, o
más específicamente, ya hemos visto, como la carga mnésica de
la "experiencia de satisfacción". El objeto de la "experiencia de
satisfacción" será el objeto del deseo.
Ahora bien, en la "experiencia de satisfacción" no se resuelve
solamente una necesidad de orden material , la del alimento. No se
alcanza el placer solamente a través del equilibrio del medio in-
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temo que produce el alimento, o la distensión del aparato diges-
tivo.. Se obtiene simultáneamente un goce erógeno: la estimulación
de la zona bucal, de los labios, de la lengua, de la mejilla , etcéte.a.
Por otra parte, que el goce erógeno no es reducible a la satisfac-
ción de la necesidad queda suficientemente demostrado por el
chupeteo que puede prolongar en el lactante la mamada que sa-
tisfizo su hambre. En este caso ya no desea la leche y sin embargo
sí el placer del rítmico accionar de su boca. En el terreno de la
psicopatología, la obesidad compulsiva de carácter psíquico nos
ilustra también esa separación entre necesidad biológica y goce
erógeno. Esta separación tiene además otra consecuencia: había-
mos dicho que la tensión de necesidad hacía surgir la huella mné-
sica de la "experiencia de satisfacción". En este caso la necesidad
biológica constituye un prerrequisito, un primer tiempo, que desen-
cadena la evocación de la "experiencia de satisfacción". Pero si en
ésta se realiza además un goce erógeno ya no será necesario que
la necesidad preceda a la evocación de la huella. Por el contrario,
la huella misma de la "experiencia de satisfacción" será capaz de
despertar un estado de tensión como tendencia a la misma. Así,
por ejemplo, el adulto que viendo su plato preferido desea inge-
rirlo no funciona según el modelo: primero "tensión de nece-
sidad", luego "experiencia de satisfacción". Por el contrario, la
percepción del plato, al evocar la "experiencia de satisfacción",
crea la tensión del deseo. Lo que genéticamente pudo haber sido
un segundo tiempo, la "experiencia de satisfacción", se convierte
en un antecedente que despierta el deseo.
Pero todavía existe una consecuencia, aun más importante, de-
rivada del hecho de que en la "experiencia de satisfacción" haya
un doble componente. La necesidad orgánica es colmable, ya que
alcanzado determinado equilibrio físico-químico aquélla cesa. Por
el contrario, en la existencia. de algo que está más allá de la ne-
cesidad, reside precisamente la posibilidad de que el deseo ad-
quiera el carácter de inagotable.
Volviendo a la "experiencia de satisfacción" recordemos que
el lactante cuando mama mira el rostro de su madre, es tocado
por ésta, recibe su calor. Estas impresiones forman parte constitu-
tiva de la "experiencia de satisfacción" y del deseo que con ella se
constituye. La mirada de la madre queda así cargada del goce eró-
geno de la boca del lactante que mama. Se convierte, por coinci-
18
dencia temporal, en objeto erógeno, es decir algo que es capaz de
despertar vivencias placenteras equivalentes a las que produjo el
pecho, objeto en el sentido literal del término.
Con 10 anterior se ha producido un verdadero salto cualita-
tivo. En la primitiva "experiencia de satisfacción" estaban juntas
la resolución -de la necesidad y el goce de la estimulación de la
zona erógena específica. En cambio cuando la mirada de la madre,
o sus palabras, producen placer por haber estado encadenadas
éstas con el primitivo placer de órgano, ya no hay nada que se
satisfaga en el plano biológico, estamos en el puro terreno del ero-
tismo. Incluso de un erotismo que no requiere de una localización
en una zona corporal en particular, la bocapor ejemplo. Toda la
activación placentera que era capaz de despertar el contacto con
el pecho podrá ser ahora respuesta jubilosa ante la visión de esa
gestalt privilegiada que constituye el rostro de la madre. La re-
presentación de ese rostro será ahora la huella mnésica hacia la
que tenderá el lactante. El deseo de éste ya no lo será de un objeto
concreto, material, sino del amor del personaje que para él sea
significativo. Su deseo será el de ser deseado por el otro. Basta
observar un bebe de 15 meses repitiendo gozosamente determi-
nadas gestos, que resultan graciosos para otro, para entender cómo
una respuesta favorable de la figura significativa puede construir
como placentero un determinado movimiento.
Este orden de fenómenos ha permitido llegar a esta conclu-
sión, extensamente trabajada por los lacanianos: el deseo es deseo
del otro. Y esto en un doble sentido: deseo del otro en tanto se
toma como deseo propio aquel deseo que aporta el personaje sig-
nificativo, se desea aquello que es deseado por el otro. se desea
a imagen y semejanza del otro. Algo se convierte en deseable y
su logro produce júbilo por la identificación que se tiene con la
persona que constituye un objeto libidinaI. Desde esta perspectiva
el deseo no es la relación directa entre el sujeto y el objeto. Hegel
en "La fenomenología del espíritu" señala elocuentemente que la
marca esencial del deseo humano es que no es deseo de una cosa
por el valor de la cosa en sí misma, sino que se puede desear
algo por el valor que ese algo tiene para otro sujeto, que es, en
última instancia, el verdadero objeto de deseo para el sujeto. Si
queremos atenernos a un simple ejemplo, que no por su vulgari-
dad es menos ilustrativo, tomemos la moda. Algo se convierte en
19
objeto de deseo no por el valor intrínseco que tenga para el sujeto
que 10 desea sino porque de pronto es objeto de deseo para otro
sujeto. El sujeto a través de las mediaciones simbólicas puede ubio
carse en el lugar de otro que estaría realizando un deseo, y llegar
así a vivenciar como deseable algo que nunca fue sentido por él
a ni~el concreto de sus órganos sensoriales, sino que adquiere tal
carácter gracias al poder de creación de sentido del lenguaje. Pen-
semos al respecto simplemente en el carácter de fuente creadora
de deseos que tiene el mito del paraíso. Ni siquiera resulta indis-
pensable que se nos diga cuáles serían las vivencias concretas que
en él tendremos. Es suficiente que se nos anticipe que es un lugar
maravilloso, así, en abstracto, para que el término maravilloso
adquiera resonancias en un orden de lenguaje.
Dijimos que la formulación el deseo es el deseo del otro tiene
una segunda acepción. No solo se desea una cosa concreta sino
que también se desea ser objeto del deseo de otro , es decir ser
deseado por ese otro. Y este deseo de ser deseado por el otro
constituye precisamente la causa de que se tome lo que es deseo
concreto del otro como si fuera el propio deseo. Para ser el objeto
del deseo del otro se termina deseando lo que el otro desea.
Entrelazadas así las dos significaciones de que el deseo es
el deseo del otro, el bebe desea obtener el reconocimiento, el amor,
la aprobación del otro.
Una vez dado este paso el objeto del deseo es el amor, la
aprobación, el reconocimiento que el otro pueda brindar.
Ahora bien, cuando el otro es interiorizado y los deseos del
personaje significativo se convierten en ideales que el sujeto aspira
a satisfacer, el objeto del cual se demanda amor es ahora una
parte del propio sujeto, que en calidad de Supery ó lo puede amar
o reprobar," Si el sujeto no cumple con los ideales de su Superyó
corre el riesgo de perder el amor de éste, así como antes pudo
sucederle con el objeto externo.
s Somos conscientes de los riesgos de la concepción personológica del apa-
rato psíquico tal como surge en muchos pasajes de "El Yo y el Ello", con-
cepción que retoma Lagache * y que descuida un enfoque verdaderamente
tópico. Pero con las reservas del caso, permite apuntar a la escisión de la
personalidad y a los procesos de interiorización de relaciones intersubj etivas
que constituyen uno de los aportes del Psicoanálisis.
* Lagache, "La psychanalyse et la structure de la personalit é", en La Psycha-
nalyse, 1962, VI, p. 39.
20
Lo anterior permite vislumbrar todo el camino recorrido desde
el momento en que el objeto libidinal era el pecho y la leche, hasta
aquel en que el objeto que se desea es el amor del Superyó, amor
que se deriva de las primitivas satisfacciones corporales pero que,
una vez constituido, es capaz de construir como satisfactorias o no
a esas mismas funciones . .
La compleja dialéctica entre el objeto libldínal parcial pecho
o leche, la madre como objeto total, y el amor del Supéryó, dia-
léctica que no se resuelve en una linealidad genética que vaya del
primero a este último sino que también funciona en sentido in-
verso, subraya la unidad entre ellos. Todos son objetos libidinales
para el deseo de un sujeto, con el "atributo común de que la ex"
pectativa del logro del mismo es fuente de actividad que tiende
hacia el objeto, y de júbilo por el goce anticipado.
El haber mostrado cómo distintos objetos libidinales poseen
tina profunda unidad genética 9 y estructural permitirá entender
por qué ante la pérdida de cualquiera de ellos el cuadro que se
desencadene conservará las huellas de esa unidad en la sintoma-
tología de la depresión.
Pérdida del objeto libidinal. Carga de anhelo
Spitz 10 observó en bebes de 6 a 12 meses que, cuando se los se-
paraba de sus madres, con las que previamente había mantenido
una buena relación, se desarrollaban una serie de alteraciones.
Inmediatamente después de la separación se transformaban en
bebes llorosos, lo que contrastaba con la anterior conducta feliz.
Después de algún. tiempo aparecía el retraimiento; los bebes so-
lían yacer postrados en sus camitas, sin tomar parte de la vida
que lo rodeaba. Cuando un observador se acercaba a ellos pa-
9 Hacemos hincapié en la unidad genética. A despecho de algunos planteos
que entienden que estructuralismo es sinónimo de a-historicidad, creemos
que uno de los méritos del Psicoanálisis es el de haberse formulado también
como una Psicología genética, es decir, de haber introducido la dimensión
diacrónica. Un estructuralismo que pretenda prescindir de la historia no es
científico, aun cuando cuente con el aval de la figura a la que más debe:
Lévi-Strauss, Importar ese error en el Psicoanálisis implica mutilarlo.
10 René Spitz, El primer año de vida del niño, Fondo de Cultura Económi-
ca, México. 1969.
21
recían ignorarlo. La conducta de retraimiento solía persistir 'dos
o tres meses durante los cuales los bebes perdían peso, padecían
de insomnio, mostraban un retraso en el crecimiento y una pro-
pensión a las enfermedades infecciosas. Este período era seguido
por otro que se caracterizaba por la rigidez de la expresión facial.
Los bebes solían quedar tendidos, con los ojos muy abiertos e inex-
presivos, las facies inmóviles, y como si se encontraran total-
mente aislados del entorno.
Spitz destacó que todos los niños que presentaban este cuadro
tenían una experiencia en común: entre el sexto y el octavo mes
se los había separado de sus madres. Hizo resaltar que "la sin-
tomatología de los niños separados de sus madres se asemeja de
modo sorprendente a los síntomas que nos son familiares en la
depresión adulta. Además, en la etiología .de la perturbación la
pérdida de objeto amoroso es sobresaliente tanto en el adulto como
en el infante hasta el punto que uno se siente inclinado a consi-
derarlo como el factor determinante"."
En los casos en que la privación materna se prolongaba, ce-
saba le actividad autoerótica de los bebes, quienes entraban en
un profundo marasmo.
Si bien no compartimos la explicación de Spitz acerca de
las causas que subyacen a la depresión anaclítica, retenemos en
cambio la validez de la descripción que ha sido confirmada am-
pliamente." Dice Spitz, como explicación del cuadro : "En la au-
senciade éste (el objeto libidinal) ambas pulsiones quedan pri-
vadas de su blanco. .. entonces las pulsiones quedan en el aire,
por así decirlo. Si seguimos el destino de la pulsión agresiva nos
encontramos con que el infante vuelve de rechazo la agresión con-
tra sí mismo, el único objeto que le queda.':" Tratando Spitz de
no incurrir en 10 que considera, con razón, como inadecuado en
Melanie Klein -el atribuir al bebe una organización de su Super-
yó similar a la del adulto, con la consiguiente explicación de la
depresión en base a los sentimientos de culpabilidad-, no ve
otro camino que salirse del orden de las significaciones en que
1
"
II Op. cit., p. 202.
12 Véase al respecto la bibliografía que se encuentra en el libro
Bowlby, Attachmcnt and Loss, Basic Books, Nueva York, 1969.
13 Op, cit., p. 211.
de Iohn
'transcurre para el niño la pérdida de objeto y apelar a la teoría
de las pulsiones.
Bowlby y sus colaboradores destacan en sucesivas publicacio-
nes que el niño, a consecuencia de la pérdida del objeto Iibidinal ,
pasa por una serie de fases, que denominaron: de protesta, de
desesperanza, de retraimiento. Con respecto a la primera de ellas,
dice Bowlby: "Durante la misma el niño pequeño aparece agu-
damente perturbado por haber perdido a su madre y procura
reconquistarla recurriendo al ejercicio completo de sus limitados
recursos. A menudo llorará, sacudirá su cunita, se arrojará para
todos lados, y buscará ansiosamente en dirección a cualquier ruido
o sonido que pudiera ser la madre perdida." 14 A esta fase de pro-
testa sigue luego la de desesperanza, que según Bowlby es análoga
al penar del adulto, y por fin la de desapego emocional.
Si bien aceptamos que, debido a la distinta complejidad del
psiquismo, la depresión anaclítica 'del bebe es diferente del duelo
por la muerte deun ser querido en el adulto, queremos conservar,
sin embargo, los elementos que en 10 fenoménico aparecen como
comunes, para adentrarnos de este modo en lo que a nuestro juicio
se halla por detrás.
Inmediatamente después de verse separado de la madre, el
lactante se muestra hiperactivo, llora, y cuando ya es más grande
y dispone del lenguaje, la llama desesperadamente. Algo similar
ocurre en el adulto cuando se encuentra ante el hecho de que su
objeto libidinal ha muerto. Da muestras de agitación, llora, se le
ocurre pensar que no está muerto, que sería posible recuperarlo,
se dice a sí mismo: "si hubiéramos hecho esto ..." Se encuentra
en ese primer período de ilusión en el cual fantasea desandar
lo andado, rescatar de la muerte al ser querido. Reconoce que
el objeto ya no está y al mismo tiempo reniega de ese conocimiento.
En este período la pérdida 'de objeto ha puesto en marcha
los mecanismos tendientes a reencontrarlo, y entre ellos el llanto
merece un lugar especial. El llanto no es simplemente la expresión
de un estado afectivo doloroso sino que constituye un llamado, un
mensaje dentro de una estructura intersubjetiva. El chico aprende
rápidamente a utilizar el llanto, primitivamente reflejo del dolor,
en la comunicación con su objeto libidinal, hecho que se puede
14 Op. cit.
23
apreciar en toda su desnudez en los niños que solo saben pedir a
sus padres llorando. El llanto es, pues, diferente de la tristeza;
muchas veces se lo ha confundido con ella, considerándolo su ma-
nifestación externa. El niño separado de su madre o el adulto en
duelo procuran -recuperar el objeto perdido mediante el acto má-
gico del llanto.
Pero si se pierde la esperanza de recuperar el objeto, desapa-
rece la motivación que daba lugar a la actividad de la fase en
que no se lo daba por irremediablemente perdido. La desapari-
ción de la motivación se manifiesta por medio de la inhibición
psicomotriz, que en su grado máximo puede llegar al estupor me-
lancólico del individuo que se encuentra absolutamente inmóvil,
sin llanto, incluso sin quejido.
Ahora bien, en el hombre la inhibición por pérdida de objeto
no es la simple ausencia de la motivación de acercamiento a ese
objeto, porque si así fuera se tendría que conservar la actividad
para lo que constituyen otros intereses, otros objetos libidinales.
Lo notable de la inhibición depresiva es que no se restringe a los
intentos con respecto al objeto perdido sino que se extiende a todos
los demás objetos. Esto se debe a que el deseo respecto del objeto
perdido llena todo el horizonte mental del sujeto que no puede
sino girar en torno a él. El sujeto está fijado a ese deseo y simulo
táneamente lo siente como irrealizable, de ahí la intensa "carga
de anhelo" a la que nos hemos referido .
Resulta conveniente recordar aquí que el deseo no es dolo-
roso o placentero de por sí y que adquiere tal carácter en la me-
dida en que se anticipe o avizore su posibilidad o su imposibili-
dad de realización. Algo que está en el futuro -la experiencia
en que el deseo se realiza- retroactúa sobre el momento presente
del desear y le otorga el carácter de placentero." La misma consi-
deración es válida para la anticipación de la no realización del
deseo, que es lo que provee el carácter doloroso de ese desear.
Sintetizando lo anterior podemos decir que la inhibición de
la depresión se define por tres caracteres: a) se mantiene un deseo;
15 Corresponde a Lacan el mérito de haber retomado en Psicoanálisis la vieja
problemática filosófica del tiempo para destacar la incidencia de los distintos
tiempos en un momento dado. (J. Lacan, "Le temps logique et l'assertion de
certitude anticipée", en Ecrits, Du Seuil, París, 1966.)
24
b) el deseo se anticipa como irrealizable; e) hay fijación de ese
deseo, es decir imposibilidad de pasar a otro.
No bastarían las dos primeras condiciones para que se pro-
duzca la inhibición; la tercera, la de que no se puede pasar a otro
deseo, es esencial. Y aquí es donde entra en juego la teoría de la
fijación, la que por otra parte permite entender la relación entre
la neurosis obsesiva y la melancolía, relación que ya Abraham había
hecho notar. Ambas tienen algo en común, que es esa tendencia del
psiquismo a la adherencia a determinados contenidos.
De lo anterior se desprende que la inhibición depresiva re-
sulta de la convergencia de dos variables . En primer lugar, de que
haya o no expectativa de recuperar el objeto perdido, y segundo,
del grado de fijación, es decir de la posibilidad-imposibilidad de
pasar a otro objeto.
Para fijar 10 que estamos planteando haremos un gráfico que
no tiene por finalidad establecer una especie de proporcionalidad
cuantitativa, sino servir a fines de ilustración. Si en un par de
coordenadas colocamos en un eje el grado de fijación al objeto
del deseo, y en el otro a la expectativa de irrecuperabilidad del
objeto, la inhibición quedará delimitada por el área existente entre
las coordenadas, creciendo a medida que éstas se incrementan.
expectativa de irrecupcrabilidad
¿Qué es lo que queremos señalar mostrando a la inhibición
como un área? Que si la fijación a un objeto no es grande y la
expectativa de irrecuperabilidad en cambio es enorme (al objeto
se lo siente como irremediablemente perdido), la inhibición será
25
pequeña. Así alguien puede perder a un objeto, pero si no tiene
fijación al mismo estará en condiciones de pasar a otro, con toda
la actividad que esto implica. La recíproca, cuando la fijación es
grande pero la expectativa de irrecuperabilidad es mínima, cons-
tituye el primer tiempo de la pérdida de objeto al que antes nos
referimos. Más aún, como el objeto todavía no está constituido
como perdido -como irreversiblemente ausente- se producirá
además toda la actividad tendiente a recuperarlo que ocasiona el
temor a perderlo." La depresión agitada corresponde al primer
momento de la pérdida. Podemos decir que se está a mitad de ca-
mino de construir al objeto como perdido, y de ahí proviene la
desesperación. La inhibición aparece como un segundo tiempo cuan-
do se ha perdido la esperanza de recuperar al objeto.
El gráfico consignado indica por lo tanto que la inhibición
es función del crecimiento de la expectativade irrecuperabilidad
del objeto y del grado de fijación. No es por lo tanto un fenómeno
todo o nada, sino que posee un gradiente.
Ahora bien , la inhibición depresiva, por le que vamos viendo,
es consecuencia de una particular vicisitud del deseo, la cual de-
termina el retardo o la casi anulación que sufren la ideación, la
percepción, la motilidad, las manifestaciones afectivas. Si enten-
diéramos que la inhibición tiene un orden de realidad equivalente
a aquello que se lentifica, la estaríamos reificando. Una analogía
nos ayudará a entender esto. La inhibición es un determinado ritmo
en el flujo de algo que circula, pero no es independiente de ese
circulante, no es una cosa en sí misma.
La depresión y los afectos. La tristeza
A diferencia de la inhibición, la tristeza constituye una entidad,
en el sentido que se define por caracteres propios. Sin pretender
desarrollar una teoría general de los afectos, como adelantáramos
antes, no podernos sin embargo dejar de consignar muy sumaria-
16 Recordemos que Freud estableció la diferencia entre la ansiedad y el
dolor del duelo: la primera es ocasionada por el temor de perder el objeto,
mientras que en la segunda ya se da por perdido al objeto ."
* S. Freud, " Inhibición, síntoma y angustia" (1926), S.E.
26
mente algunas ideas imprescindibles para la argumentación que
guía la reflexión en .este capítulo.
Existen dos opciones semánticas con respecto a la palabra
tristeza: una es llamar así a la cualidad específica en la serie
displacer-placer percibida por el sujeto en relación con determina-
das ideas. La otra es denominar con ese término a la estructura
cognitiva-afectiva de la cual es parte la cualidad afectiva. Pero el
problema semántico no es lo esencial, sino que al aceptar que
la cualidad afectiva y la idea forman una estructura de modo tal
que se condicionan mutuamente, resulta imprescindible formular- '
nos los siguientes interrogantes: a) ¿Cuál es el tipo de articula-
ción que existe entre la cualidad afectiva y la idea?; b) Ambos ele-
mentos tienen génesis diferentes?, e) ¿Es factible la desarticula-
ción entre el afecto y la idea de modo que se tornen indepen-
dientes?
Si bien hemos hecho las preguntas por separado a fin' de
presentar los problemas con más claridad, en realidad se trata
de una única cuestión, que abordaremos, por ende, sin la división
que utilizamos para su planteamiento.'?
El afecto es de un orden diferente de la id~ª. Ft.eud mantuvo
esta dualidad a lo largo de toda su obra, planteando tanto en sus
trabajos sobre los sueños como en aquellos sobre las neurosis que
había que seguir por separado la vicisitud del afecto y la de la
idea. Además señaló en repetidas oportunidades que la pulsión
se expresaba en dos registros diferentes, el de los afectos y el de
las ideas. Con respecto a los afectos consideró que correspondían
aja percepción psíquica de procesos de descarga, entendiendo con
esto que la excitación concluía en la acción de efectores muscula-
res y secretorios.
Si bien el número de afectos que puede experimentar un recién
nacido es relativamente reducido, se va ampliando progresivamente
a partir del nacimiento, surgiendo diferentes cualidades de afectos
en correlación con determinadas ideas. Pero aunque los afectos se
desarrollen en interdependencia con las ideas, transcurren dentro
del orden de materialidad que les es propio, en el interior de la
17 Obsérvese que volvemos a plantear aquí el problema que comenzamos a
abordar al comienzo de este capítulo -cuando intentábamos precisar la
esencia de la depresión- acerca de la relación existente entre los distintos
elementos que la constituyen.
27
serie displacer-placer, sin que nunca se anule la distinción con las
ideas, que integran otra serie de índole particular. Los afectos y
las ideas constituyen así dos series entrelazadas que en determinados
puntos se anudan y dan origen a estructuras cognitivo-afectivas
específicas, en las que un afecto dado remite a una clase de ideas
en particular, y viceversa .*
Pero que los afectos y determinadas ideas se presenten como
unidades, como verdaderos bloques, no impide que puedan desli-
garse y aun deslizarse los elementos de la serie de los afectos con
respecto a la serie ideativa.
Ya hemos comentado, cuando nos interrogamos si el afecto
puede o no aparecer, por hallarse inconsciente, que Freud daba a
esta cuestión una respuesta negativa. Pero Freud no sólo dice que
el afecto no puede ser inconsciente, que es un determinado orden
de problemas, sino que además, aclara que el afecto " ... es SUPli-
mido, es decir se le impide por completo desarrollarse" .18 Y esto
es 10 fundamental, pues si al afecto se le impide por completo
desarrollarse resulta que un tipo particular de ideas puede existir
sin su correspondiente afecto.
Recapitulando, tenemos que en el entrecruzamiento entre las
ideas y los afectos se origina la particularidad de que por un lado
constituyen estructuras articuladas y por el otro son entidades se-
parables. Veamos las consecuencias de esta doble condición para
la génesis de las depresiones, a fin de poder caracterizar cuál es el
núcleo definitorio del concepto de depresión, y, a la vez, justificar
las diferencias existentes en sus formas de aparición fenoménica.
La estructura cognitiva-afectiva
Los afectos y las ideas forman, como hemos dicho reiteradamente,
" Resulta una imprecisión llamar afecto a condiciones tales como el miedo,
o el amor por ejemplo. En el caso de un sujeto que experimenta miedo,
tiene representaciones acerca de un objeto que puede dañarlo, de él amenaza-
do por un peligro, de su relación con el objeto atacante, etcétera. Simultá-
neamente posee un sentimiento displacentero ligado a esas ideas. Es decir,
el miedo implica una construcción intelectual, en la que lo ideativo está
coordinado con lo propiamente afectivo. Designar como afecto a lo que es una
estructura cognitiva-afectiva constituye, en rigor, nombrar al todo por la parte.
18 S. Freud, "Lo inconsciente" (1914), S.E., vol. XIV, p. 178.
28
t
estructuras, es decir, organizaciones ' más o menos estables, en
donde la presencia de determinadas ideas incíde en la emergencia
de reacciones emocionales que les corresponden específicamente.
Para confirmar este papel determinante de la idea sobre el afecto,
o mejor aún, este resurgimiento de estados emocionales a partir de
ciertos esquemas ideativos no es necesario apelar a la psiquiatría
de las depresiones, sino que toda la vida cotidiana nos ofrece tes-
timonios de cómo una noticia, una idea puede sumir a un sujeto
en la más profunda tristeza o alegría.
Ahora bien, habría que preguntarse si es posible pensar que
la recíproca es factible , es decir, que un afecto sea capaz de evocar
ciertas ideas; Antes de esbozar una respuesta resulta imperioso
considerar una cuestión previa: ¿qué se quiere decir cuando se
habla de afectos que evocan a posteriori ciertas ideas? ¿No es 10
propio de un afecto aquello que le otorga su cualidad, su propia
existencia, su especificidad el que esté relacionado con determina-
das ideas? ¿No habría que diferenciar entre estados emocionales
primitivos -a la manera de esquemas indiferenciados- y senti-
mientos que ya implicarían su correlación obligada con las ideas?
Los psicofármacos antidepresivos juegan aquí el papel de piedra
del escándalo y constituyen una posibilidad de reflexión. En efec-
to, en ciertos tipos de depresiones, tanto psicóticas como no psi-
cóticas, con ideas de contenidos diversos (autorreproches, desva-
lorización, pesimismo, temas hiponcondríacos, ideas de suicidio, et-
cétera) , el psicofármaco es capaz de determinar un cambio radical
en el contenido del pensamiento de esos cuadros, que incluso puede
llegar a la hipomanía o a la manía franca. El efecto de .la droga
no puede atribuirse a la circunstancia de la administración de la
misma (relación médico-paciente, valor mágico del medicamento,
fantasías producidas por su ingestión) , pues las pruebas de "doble
ciego" señalan una marcada diferencia entre el efecto modificadorde la 'droga y el del placebo. Está fuera de duda entonces que
la acción de la droga pueda atribuirse al significado psicológico que
tiene su ingestión.
Pero si la molécula de la droga es la que actúa, ¿podrá hacer-
lo a nivel de las ideas? Existe un fuerte argumento en contra: una
misma y única molécula de un antidepresivo determinado es ca-
paz de actuar sobre ideas depresivas de la más diversa naturaleza,
cuya variedad es enorme. Habría que postular que todas esas ideas
29
forman una clase con una constitución físico-química similar. Da-
da la exigencia de tal hipótesis ad-hoc, verdadero emparche teórico,
la posibilidad de que las moléculas del psicofármaco ejerzan su
acción sobre las ideas, es poco verosímil.
Con respecto a los esquemas afectivos sucede algo distinto.
El número de. éstos es sensiblemente menor que el de las ideas,
y existe un verdadero proceso de convergencia, en el sentido de
que a una multiplicidad de ideas le corresponde un esquema afec-
tivo común. Resulta entonces más factible, por la evidencia positi-
va acumulada, pensar que la acción de los psicofármacos se ejerce
sobre los esquemas afectivos más que sobre los ideativos.
Si a 10. anterior se le agrega que en la actualidad sabemos
que existen zonas privilegiadas en el encéfalo cuya estimulación
produce una respuesta emocional, no sólo en el hombre sino en
animales inferiores, podemos concluir con cierto margen de ra-
zonabilidad que los esquemas afectivos no tienen que ser necesa-
riamente activados por la vía de la ideación, o sea de la signifi-
cación."
Lo anterior no cuestiona la organización y diferenciación de
los afectos en imbricación con las ideas, sino tan solo el carácter
unidireccional de la relación. Una vez que unos y otros se han
coordinado como estructuras, las ideas producirán la puesta en
acción de los esquemas afectivos, pero también éstos podrán inci-
dir para que surjan las ideas correspondientes. Se podrá llegar
entonces al cuadro de la depresión por dos caminos: desde las
ideas, y estamos de esta manera en el terreno de las depresiones
psicógenas, y desde los afectos, vía que correspondería a las de-
presiones que, no sin razón, han sido llamadas .orgánicas."
19 Para los estudios biológicos sobre. las emociones véase: J. A. Gray, "The
Structure of the Emotions and the Limbic System" y E. Fonberg, "Control
of Emotional Behaviour througth the Hypothalamus and Amygdaloid Com-
plex", ambos trabajos en Phvsiologv, Emotlon & Psychosomatic Illness, Ci-
ba Foundation Symposium, 8, 1972; J. C. Goldar, "Sistema lírnbico", Encl-
clopedia de Psiquiatría, El Ateneo, Buenos Aires (en prensa); H. Heiman,
"Psychobíological Aspects of Deprcssion", en P. Kielholtz (comp.), Masked
Depression, H. Huber, Viena, 1973; P. Knapp, Expression 01 the Emotions
in Man, Int. Un. Press, Nueva York, 1963.
2Q Recordemos que a pesar de que el psicoanálisis se ocupa de las depre-
siones psicógenas, el factor orgánico ya fue contemplado por Freud en la
teoría general de la producción de las enfermedades mentales al introducir
30
Digamos que el hecho de que una depresión sea de origen
orgánico no excluye la analizabilidad de las ideas que presenta
el paciente, es decir la inserción inteligible de las mismas en su
vida. Aun cuando el factor determinante sea el somático y los
esquemas afectivos evoquen las ideas que les son correlativas, és-
tas no podrán sino construirse con los ladrillos de que dispone el
sujeto, y serán siempre ideas adquiridas en episodios significativos
de su vida, y que por lo tanto podrán remitir de vuelta a los mis-
mos. En este caso analizabilidad, como sinónimo de comprensión,
debe ser diferenciado por un lado del problema de la psicogénesis
o de la organogénesis (puede ser de una u otra naturaleza) , y por
el otro de la curabilidad del cuadro. Además del error de aquel
tipo de psiquiatría que por preconizar el carácter orgánico de las
enfermedades mentales desechó considerar su estructura y temá-
tica psicológica, existe otro error que guarda cierta simetría con
aquél: considerar que el hecho de que se pueda comprender un
delirio es un índice del origen psicológico de éste, de ahí que se
decida fácilmente sobre la génesis de algunas entidades, como la
esquizofrenia, por ejemplo. Sucede lo mismo que con la alucina-
ción. Que pueda ser comprensible, como una clara realización de
deseos, no se explica por este último carácter ya que lo que él
revela es su temática pero no su naturaleza diferente del pensar
no alucinatorio."
el concepto de series complementarias," y en el caso particular de la melan-
colía en el trabajo "Duelo y melancolía".
* S. Freud, "Introducción al Psicoanálisis", S.E., XVI, p. 347.
21 Explicar la psicosis por su temática sería como explicar la naturaleza del
sueño por su contenido y decir que se sueña para realizar tal deseo o ela-
borar tal situación traumática. El sueño tiene condiciones propias de pro-
ducción, que se encuentran en el nivel neurofisiológico. Las psicosis, por su
parte, las que obedecen a una causa orgánica o bien a una causa psicológica,
tienen un orden de determinación diferente del contenido de lo que se delira.
Las drogas alucinógenas nos muestran elocuentemente que la causa de la
alucinación es diferente del poder motivacional que pudiera poseer su con-
tenido. Generalmente se considera que en el contenido está la causa de la
alucinación, suponiéndose que, una vez vencida cierta "barrera" de la inten-
sidad, se produce aquélla. Ni siquiera la alucinación por causas psíquicas se
justifica por su tema manifiesto o inconsciente. El funcionamiento mental ha
sufrido una reestructuración de modo que el pensar ideativo es reemplazado
por las imágenes.
31
Por tanto, la posibilidad de descifrar una fantasía no descarta
que el cuadro pueda ser de origen orgánico.
Se podría entender que la depresión de causa orgánica es
desencadenada por alteraciones a nivel de los esquemas afectivos
que incidirán en el surgimiento de ideas específicas, que son las
que se encuentran en la melancolía llamada endógena. Digamos
de paso que los cuadros así clasificados corresponden en realidad
a dos entidades diferentes: a) Aquellos en los que pese a no apa-
recer en el relato del paciente un factor psicológico que justifique
la depresión, se 10 encuentra como elemento inconsciente. Los psi-
quiatras que desconocieron al inconsciente se apresuraron a rotular
como endógenas muchas depresiones que según el psicoanálisis se
encontraban perfectamente motivadas en la conflictiva del sujeto,
que el paciente es incapaz de relatar en la anamnesis y que el ana-
lista debe descubrir a través de su emergencia en puntos privile-
giados del discurso. Estos cuadros deben excluirse de la categoría
endógena. b) Aquellos en que el análisis no encuentra como punto
de partida conflictos inconscientes que justifiquen el cuadro. Con
todo, siempre resulta dudoso clasificar como endógena a una de-
presión, ya que al hacerse el diagnóstico por la negativa, al analista
siempre le queda la duda de que haya profundizado suficientemen-
te la comprensión psicológica del paciente. Algún día podremos
diagnosticar verdaderas depresiones endógenas cuando el diagnós-
tico se apoye en los datos positivos, de cualquier naturaleza que
sean, y no sobre la mera ausencia de otros.
Si nos hemos permitido incursionar en el campo de 10 orgá-
nico y 10 psicológico es porque nos pareció doblemente necesario.
En primer lugar para poder abarcar al fenómeno de la depresión,
y además porque consideramos saludable que la ciencia rompa con
el parroquialismo que hace creer que la limitada área de trabajo
en la que uno se desenvuelve es la única verdadera, y que las otras
posiciones navegan en el error y la oscuridad. El hecho que ha-
yamos optado por investigar en el campo del psicoanálisis y las
significaciones, no significa que desdeñemos el aporte de otros
estudios. Consignemos además, para concluir la consideración de
este aspecto, que lo orgánico y 10 psicológico se combinan de modo
que existen casos que se encuentran enuno de los extremos de
incidencia/de uno de los factores, a los cuales podremos denominar
32
endógenos, y otros en el extremo opuesto, en que la depresión es
exclusivamente psicógena,
Hacia una precisión del concepto de depresión
Si en el punto de partida de ciertos esquemas afectivos se evocan
determinadas ideas, o si tomando a éstas como origen se producen
aquéllos, parecería que toda ' definición de la depresión debería
asentarse sobre un doble pilar: el afecto tristeza y cierto tipo de
ideas. Con respecto a la vieja controversia entre las escuelas inte-
lectualistas, que veían en el trastornoideativo la esencia de la
depresión, y las escuelas que preferían considerar a los ~fectos
como la causa de aquéllas, podría entenderse que se debió a que no
tuvieron en cuenta el tipo de articulación en que hacemos hincapié.
Nuestro juicio salomónico habría dado la razón a unas y otras.
Sin embargo se trataría de un mero eclecticismo, a menos que
quede perfectamente aclarado en qué sentido una y otra escuela
captaron una parte de verdad del tema en discusión.
Para ello tenemos que distinguir entre definir a un fenómeno
por su génesis, es decir por su origen, por lo que pone en marcha
el proceso, o hacerlo por su .estructura, o sea por la articulación
de sus elementos una vez que alcanza su desarrollo.
Desde el punto de vista de la génesis, un reducido número de
depresiones -las llamadas endógenas- pueden comenzar por tras-
tornos de la base material de los esquemas afectivos, en tanto la
gran mayoría 10 hace por el lado ideativo. Pero mientras que no
se puede mantener un cuadro de tristeza sin que estén presentes
ideas que le son correlativas," es posible encontrar la inversa. Al-
guien puede tener una visión pesimista del futuro, considerar que
su vida ha sido un fracaso, que no vale gran cosa como persona,
que de nada sirve vivir, e incluso sopesar la idea de suicidarse, en
suma, manifestar ideas que nadie vacilaría en catalogar como cla-
ramente melancólicas, y sin embargo no demostrar tristeza, pudien-
do predominar en cambio la rabia, el enojo consigo mismo. En
otros casos el mismo conjunto de ideas puede darse con una mar-
22 Inclusive en ese período inicial de ·la melancolía endógena en que el
paciente está triste y no sabe por qué, todo hace suponer que ya hay ideas
depresivas, pero que no tiene conciencia de ellas.
33
cada frialdad emocional y ello, al llamar la 'atención del observador,
constituye lo que se ha dado en calificar de.A!§..~lª,cióll ideoafecQva.
Se podrá decir que los cuadros que presentan este conjunto
de ideas ' acompañado de frialdad emocional corresponden en rea-
lidad a esquizofrenias, para agregar a continuación que se trata
de la forma depresiva de éstas. Más allá de la cuestión nosológica,
que no corresponde discutir aquí, de cualquier manera reafirman
un hecho que hemos venido señalando a lo largo de esta introduc-
ción: determinados contenidos ideativos pueden no tener el corre-
lato emocional que se podría esperar. Y si en estos casos se puede
apelar a separar el cuadro del campo de las depresiones verdaderas
por la frialdad emocional, para ubicarlo en el de las esquizofre-
nias, en cambio en la primera de ·las condiciones mencionadas
-aquella en que está el conjunto de ideas pero con intensa re-
percusión emocional del tipo de la rabia- tal tipo de argumenta-
ción resulta poco convincente.
De esta manera queda planteada una asimetría esencial entre
los afectos depresivos y las ideas. Mientras que no podemos en-
tender el desarrollo de cualidades de afectos sin su coordinación
con ideas determinadas, la coordinación de éstas con los afectos
es más laxa. Un sujeto pudo adquirir la serie de ideas que encon-
tramos en los cuadros depresivos y quedar ausente la génesis de
determinados esquemas afectivos, o aun existiendo esquemas como
potencialidades hallarse bloqueada su puesta en acción, su actua-
lización.
De lo anterior se concluye que el núcleo de la depresión, en
tanto estado, no lo podemos buscar ni en el llanto, ni en la tristeza,
ni en la inhibición psicomotriz, pues todos ellos pueden faltar,
sino en el tipo de ideas que poseen en común todos aquellos cua-
dros en los cuales por lo menos una de estas manifestaciones está
presente. Cuando decimos ideas no nos referimos a los temas de
que se quejan los depresivos y que aparecen en los tratados de Psi-
quiatría, como las ideas de ruina, de fracaso, de inferioridad, de
culpa. Si estas ideas son capaces de producir depresión es porque
todas ellas implican una muy definida representación que el sujeto
se hace de la no realizabilidad de un deseo en que alcanzaría un
ideal, o una medida, con respecto al cual se siente arruinado, fra-
casado, inferior, culpable.
34
Esta representaci án de un deseo como irrealizable, deseo al
que se está intensamente fijado, constituye pues el contenido del
pensamiento del depresivo, más allá de las formas particulares que
tenga. La tristeza es la manifestación dolorosa ante este pensa-
miento; la inhibición," la renuncia ante el carácter de realización
imposible que el sujeto atribuye al deseo; el llanto, como dijimos
antes, además de expresión de dolor, es el intento regresivo de
obtener lo deseado por medio de la técnica que en la infancia
reveló ser efectiva ; el autorreproche, al que hemos dedicado todo
un capítulo, la respuesta agresiva, que se vuelve contra sí mismo,
por la frustración del deseo.
El valor de la formulación que proponemos para la depresión
radica, a nuestro entender, en que permite abarcar las variantes
fenoménicas de la depresión como modalidades de reacción frente
a la estructura del deseo . Que estén todas presentes o sólo alguna
de ellas ya no es decisivo para el concepto de depresión.
Por otra parte, desde la perspectiva de la irrealizabílidad del
deseo adquiere profundidad el enunciado freudiano según el cual
la depresión es la reacción ante la pérdida del objeto libidina!.
Dicha pérdida será la condición de emergencia de un estado en
que el deseo se representa como irrealizable."
Ahora bien, ¿hay un tipo específico de deseo que cuando
es vivido como irrealizable nos ubica en el campo de la depresión,
o por el contrario cualquier deseo es capaz de " desempeñar esta
función? No estamos en condiciones de contestar una pregunta,,
23 Recuérdese que la inhibición en la depresión anac!ítica de Spitz no sobre-
viene en el primer momento sino cuando se pierden las esperanzas' de recu-
perar el objeto deseado y perdido.
24 Cuando Fairbairn, oponiéndose a Freud, sostiene que la libido no e:, bus-
cadora de placer sino de objetos, crea una falsa opción. La libido busca al
objeto porque a través de éste se consuma el placer. La formulación inade-
cuada de Fairbairn," sin embargo, apuntaba a algo verdaderamente impor-
tante: señalar que el placer no era producido por la descarga a nivel de una
zona erógena parcial con independencia del objeto total, sino que a su vez
el objeto total podía erogenizar una parte del cuerpo, por la que fluía la
libido que había cargado a ese objeto total. Esta es la problemática que han
abordado los psicoanalistas del grupo lacaniano, en especial Lec!aire."*
" Fairbairn , Estudio psicoanalítico de la personalidad, Horrné, Buenos Aires,
1962.
** Leclaire, Psychanalyser, Du Seuil, París, 1968.
35
planteada en estos términos de alternativa. Lo que sí podemos
decir es que determinados deseos de amor, cuando no se realizan,
implican depresión.
Así, la situación del duelo normal, en que se ha perdido un
objeto a través del cual se podía satisfacer el deseo amoroso, cons-
tituye un ejemplo. Igual cosa sucede con la depresión narcisista,
en la que el .sujeto siente que en vez de ser el Yo Ideal es el nega-
tivo de éste." Significando para el sujeto que si siendo el Yo Ideal
tiene el amor del objeto externo y del Superyó, no serlo adquiere el
sentido de perder el amor de uno y otro, y por 10 tanto la no
realización de un deseo de amor. De ahí la depresión.
En la depresión culposa -consecutiva al sentimiento de que
se ha atacadoal objeto y se lo ha dañado- tan adecuadamente des-
crita por Melanie Klein, se da también el hecho de que se sienta
perdido al objeto de amor -por estar dañado- y además se viva
como perdido el amor que podría .brindar el objeto externo y el
Superyó, ya que se es agresivo.
Vemos pues que las tres condiciones consignadas pueden
explicarse desde la ·hipótesis en que se supone que la depresión
corresponde a una condición, la pérdida de objeto, y constituye un
estado en que se vive un deseo como irrealizable. Ya tendremos
ocasión de examinar detenidamente a lo largo del libro la formu-
lación que ahora aparece básicamente como un punto de partida,
pero que no queríamos dejar de anticipar tanto para que se viera
la unidad que subyace a fenómenos aparentemente tan disímiles,
como también para sostener que las teorías que han pretendido
explicar la depresión son parciales. En efecto, a grandes rasgo",
en el Psicoanálisis actual hay dos grandes teorías sobre la depre-
sión: 1) La depresión por descenso de la autoestima. Es la que
sostienen autores como Fenichel " o Bibring:" 2) La depresión co-
mo consecuencia de los impulsos agresivos. En esta teoría se des-
taca el fundamental aporte de Melanie Klein.
Cuando nos encontramos ante dos explicaciones de este tipo
podemos preguntarnos si una es correcta y la otra equivocada. Sin
25 Véase el capítulo sobre Narcisismo.
26 O. Fenichel, Teoría psicoanalítica de las neurosis, Nova, Buenos Aires,
1957, pp. 495 Y ss.: ..
27 E. Bibring, "El mecanismo de la depresión", en P. Greenacre (comp.) ,
Perturbaciones de la afectividad, Horm é, Buenos Aires, 1959.
36
embargo el material clínico que ofrecen Melanie Klein, Fenichel y
Bibring nos permite concluir que corresponden a una apreciación
adecuada de datos, y que lo inadecuado es en cambio generalizar
a partir de un aspecto parcial, pretender que el elemento elegido,
presuntamente causal, permite entender todas las depresiones y,
por 10 tanto, está en la esencia del fenómeno.
Teniendo en cuenta, entonces, que el descenso de la auto-
estima o la agresión no constituyen, cada uno de ellos, la explica-
ción de la depresión, el elemento unificador no puede encontrarse
ni en el nivel de uno ni en el de otro. Tiene que hallarse en otro
nivel que permita abarcar las explicaciones parciales y que es, a
nuestro juicio, el de la estructura del deseo, tal como 10 hemos
sostenido reiteradamente en esta introducción.
37
Capítulo I
NARCISISMO
En el capítulo anterior dijimos que la pérdida de un objeto podía
dar origen a la depresión. No nos detuvimos mucho en esa opor-
•tunidad en las características que debía reunir tal objeto, aunque
dejamos constancia, siguiendo a Freud, de que se podría tratar
de algo que fuera un ideal para el sujeto que sufría la pérdida .
Para mayor precisión partamos de un simple hecho de ob-
servación: alguien aspira a ser de determinada manera, ponga-
mos por caso bello, valiente, bondadoso o inteligente. Se trata
evidentemente de atributos que ante sus ojos 10 convertirían en
alguien digno de estimación. Pero si por cualquier circunstancia
esa persona llega al convencimiento de que en vez de ser bella
es fea, en vez de valiente es cobarde, etcétera, podrá deprimirse.
¿Cómo se debe entender 10 sucedido? Esa persona que se ve fea
o cobarde no se puede amar a sí misma, ha dejado de ser su
propio ideal, o en otros términos ha perdido el amor de su Su-
peryó. 'Pero para que esto sea posible .hace falta que esa persona
haya construido dichos atributos como ideales de perfección. Y
es precisamente eso, que alguien se haya tomado a sí mismo como
objeto de amor, viendo en sí a un ideal, lo que forma el núcleo
de la caracterización del narcisismo. En el caso Schreber, Freud
da como característica definitoria del narcisismo que "el sujeto
comience por tomarse a sí mismo, a su propio cuerpo, como obje-
.to de amor".' El mito de Narciso, enamorado de la belleza de su
1 S. Freud, "Notas psicoanalíticas sobre un informe autobiográfico de un caso
de paranoia" (1911), S.E., vol. XII, p. 60.
38
propia imagen, provee por lo tanto el modelo a partir del cual se
desarrolla el concepto.
No nos interesa hacer aquí una síntesis de la teoría psicoa-
nalítica acerca del narcisismo ni tampoco un estudio de los nu-
merosos problemas que en él se plantean. Solamente nos deten-
dremos en algunos aspectos del narcisismo que creemos particu-
larmente atinentes al tema de la depresión.
Al intentar fundar la razón de la diferencia entre el duelo
normal y la,.melancolia, Freud consideró que en esta última con-
dición el ~bjeJ9-p~r.did_Q había sido elegido de acuerdo con el tipo
de e~cci6n nar_ci~istª. Ahora bien, ¿qué es lo que se debe de
entender por elección narcisista de objeto? La respuesta no es
unívoca. Freud, en "Introducción al narcisismo" (1914), designa
como elección narcisista de objeto la .que se caracteriza por ser
el objeto elegido conforme a cómo es el sujeto, cómo fue el sujeto,
cómo el sujeto quisiera ser, o alguien que una vez fue una parte
del sujeto, el hijo para la madre por ejemplo.' Pareciera entonces
que la elección narcisista se caracteriza porque en ella el objeto
tiene una semejanza con el Yo que lo elige, o sea que la elección
se hace a imagen y semejanza del Yo. Este es el concepto de
elección narcisista de objeto explícito en el texto citado. Sin em-
bargo, en el mismo texto Freud dice que las mujeres aman y hacen
elección de objeto según el tipo narcisista.' O sea, eligen como
objeto sexual a los que las aman, a aquellos que las hiperestiman y
las convierten en su ideal. Acá, evidentemente, al hablar de la elec-
ción narcisista de objeto no se refiere al hecho de que el objeto ele-
gido por la mujer lo sea a imagen y semejanza del Yo que elige; 10
que se quiere destacar es que mediante ese objeto sexual 10 que se
satisface es el narcisismo del sujeto, es decir su autoestima.
Vemos así que en el texto mencionado hay una definición
explícita y otra que no constituye una verdadera definición sino
una caracterización a partir de un ejemplo clínico. Vemos en-
tonces que en Freud la elección narcisista de objeto abarca tanto
la elección que se ha realizadó a imagen y semejanza del Yo
como la que se ha realizado para elevar la autoestima, la vivencia
de perfección, de completud, de omnipotencia.
2 S. Freud, "Introducción al narcisismo" (1914), S.E., vol. XIV, p. 90.
3 Op. cit., p. 88.
39
Para que se vea con más claridad la diferencia que estarnos
tratando de hacer entre la elección narcisista de objeto a imagen
y semejanza y la elección narcisista de objeto cuya finalidad es
. restituir la autoestima me valdré de un ejemplo clínico. Se trata
de un adolescente que en una sesión me comentó entusiasmado
que tuvo una relación con una chica que le pareció formidable.
Lo que según su descripción lo entusiasmaba más era la vagina
de la muchacha, la cual, por ser estrecha - así la caracterizó-
le provocaba una sensación particular de satisfacción. Lo que se
pudo comprobar era que la vagina estrecha de la muchacha mol-
deaba, precisamente por su estrechez, su pene como grande, como
poderoso. De modo que el objeto era elegido narcisísticamente
como satisfactorio, como aquel que mejoraba la autoestima del
sujeto, por permitirle tener la vivencia de un pene grande. O sea
que aquí lo que define como narcisista a la elección no es que
ésta sea a imagen y semejanza del sujeto, ni siquiera que él te-
niendo la imagen de su pene como chico y queriendo enton-
ces a una vagina chica quiere a su propio pene por semejante
a ésta. Lo que estaba en juego era que 1a vagina pequeña permitía
significar a su pene como grande.
En apoyo de la caracterización doble que hacemos de la
elección narcisista de objeto volvamos nuevamente a Freud, quien
dice de la elección narcisista en la mujer : "no necesitan amar sino
ser amadas y aceptan al hombre que llena esta condición" (sub-
rayado nuestro}.' Es decir que . la condición de aceptación del
hombre es que las' ame, que las hiperestime. No interesa por lo
tanto el hombreen sí mismo y de ahí la expresión "aceptan al
hombre que llena esta condición". La elección no se hace enton-
cespor los atributos del objeto, porque éste sea semejante al que
elige, sino porque convierte al individuo en un ideal.
Ahora bien, si una elección narcisista de objeto se puede
realizar porque el objeto elegido 10 es a imagen y semejanza del
Yo o bien porque restituye la autoestima del Yo, ello significa
que en el concepto de narcisismo están articuladas dos categorías.
Por un lado está la relación de semejanza o diferencia que existe
entre el Yo y el objeto , y por el otro la vivencia de perfección, de
omnipotencia, en última instancia de autoestima satisfecha. No por
4 Op. clt., p. 89. .
40
nada el trabajo de "Introducción al Narcisismo" comienza con
una caracterización del narcisismo como elección a imagen y se-
mejanza -con la cita de la elección homosexual que retoma de
la nota agregada a "Tres ensayos para una teoría sexual" 5_ y con-
cluye con toda la última parte del tercer capítulo en que hace un
estudio de la autoestima, que, digamos de paso, es la palabra que
debe reemplazar en la traducción castellana de López Ballesteros
a la que aparece equivocadamente en: su lugar: autopercepción.
Por lo anterior vamos viendo que en el tema del narcisismo
tendremos que abordar dos órdenes de problemas, uno es el de
la relación entre el Yo y el objeto, relación de semejanza o de di-
ferencia, y el segundo problema es el de la vivencia de perfección,
de autosatisfacción, de completud, en síntesis, de hiperestima-
ción de sí mismo.
Tomemos la primera de las cuestiones mencionadas: la re-
lación existente entre el Yo y el objeto. Si volvemos a la cita del
caso Schreber en donde Freud dice: "El sujeto comienza por to-
marse a sí mismo, su propio cuerpo, como objeto de amor", esta
cita podría servir de base para refutar la pretendida anobjetalidad
del narcisismo primario. El razonamiento podría ser el siguiente:
si el propio cuerpo o "sí mismo" son objetos de amor .para el
sujeto, resulta evidente que hay un objeto, por lo tanto el narci-
sismo primario no sería anobjetal. Pese a su aparente solidez en
el plano de la lógica, 10 que hace este razonamiento es jugar con
la palabra objeto cambiando la extensión del término, usando
objeto en el sentido clásico de la filosofía, como todo lo que se
opone al sujeto. Los que sostienen, siguiendo al mismo Freud,
que el narcisismo primario es anobjetal, en realidad denominan
objeto a algo que no es el sujeto ni el YO,6 a un objeto otro que
el objeto que es el Yo. Esta tripartición entre sujeto o persona,
Yo, y objeto no-Yo se encuentra claramente en "El Yo y el Ello",
en donde el Ello -que no cometeremos el error de equipararlo
5 S. Freud, "Tres ensayos para una teoría sexual" (1905), S.E., vol. VII,
p. 145.
6 Acá usamos Yo en uno de los sentidos con que aparece en "El Yo y el
Ello", como representación que el sujeto tiene de sí mismo. Para una precio
sión de las connotaciones que tiene el término Yo véase el próximo apartado
. de este capítulo. .
41
al sujeto- toma al Yo como su objeto de amor, pudiendo ir la
libido a otros objetos, de acuerdo con la célebre metáfora, grata
para Freud, de la ameba con los seudópodos. Pero lo esencial es
que en este caso el Yo es un objeto para otra entidad, que en este
caso es el Ello. Si la única refutación a la tesis de la anobjetali-
dad del narcisismo primario fuera la que estamos considerando,
la discusión habría pasado a ser puramente semántica, una discu-
sión en torno del término objeto, que es el prototipo de la dis-
cusión que no interesa. La problemática pertinente, por lo tanto,
no es si el Yo es un objeto para el sujeto, cosa que es, sino si este
Yo es anobjetal en el sentido de ser independiente, en su cons-
titución, con respecto a otro objeto externo también al sujeto. O
dicho en otros términos, si el Yo objeto de amor del narcisismo
se constituye sin tener nada que ver con otro objeto, es decir si
se desarrolla simplemente por maduración a partir del Ello, con-
cepción vigente en una parte del Psicoanálisis actual. Pero dado
que el Yo que es tomado como objeto de amor es la representa-
ción que el sujeto se hace de sí mismo, y que esta representación
se construye en buena medida por la identificación con otro, y
a partir de la representación de sí que otro le da al sujeto, el Yo
del narcisismo involucra necesariamente al objeto.
Pareciera entonces que si nos preguntamos si el narcisismo
primario es anobjetal u objetal, contestar que es objetal constitui-
ría una respuesta que satisface nuestra posición. Pero por algo
la discusión entre objetalidad y anobjetalidad ha hecho oscilar
entre las dos posibilidades convirtiéndose en uno de los dilemas
clásicos del Psicoanálisis. Lo que sucede, a nuestro juicio, es que
el narcisismo es objetal desde el punto de vista de la situación
estructurante en que se constituye el Yo, situación en la que no
hay un Yo preexistente al encuentro con el objeto, sino que aquél
se construye precisamente en ese encuentro. En el apartado si-
guiente tendremos ocasión de volver a esta concepción del Yo
para desarrollarla, aunque por ahora nos basta enunciarla para
dejar consignado que, de acuerdo con esto, el narcisismo primario
es objetal desde la estructura en que se constituye el Yo. Pero
desde la vivencia del sujeto, o sea cómo experiencia éste la exis-
tencia del objeto, posición desde la cual también teorizó Freud
el tema del narcisismo, hay dos creencias ilusorias: 1) la creencia
42
en la no existencia del objeto y, 2) la creencia en la existencia
de otro cuando en realidad uno está frente a su propia imagen.
Tomemos el primer caso, en que el sujeto no reconoce la
existencia del objeto como diferente de sí. Podemos dar como
ejemplo el del chico que se identifica con el rostro de su seme-
jante como si fuera el suyo propio, o que, en la situación de
transitivismo descripta por Wallon, llora al ver caer al otro. En
estas situaciones el chico tiene como representación de sí, como
Yo, lo que es representación de un objeto no reconocido como tal.
El segundo caso de ilusión -cuando el sujeto cree que hay
otro cuando en realidad se trata de él mismo- está ejemplifica-
do por el mito de Narciso, en el cual, habiendo uno solo, Nar-
ciso, éste cree que hay dos y se enamora de su propia imagen.
Es un caso similar al de la elección narcisista de objeto hecha a
imagen y semejanza. Cuando se cree conscientemente que hay dos
objetos, en realidad está el Yo, en tanto representación, que es
amado en el objeto. Recuérdese ese ejemplo, realmente notable
para el análisis del homosexual, que da Freud, el cual, aparte de
intentar resolver el problema de la génesis de la homosexualidad,
constituye un paradigma por su examen de la relación entre un su-
jeto y un objeto. El homosexual ama al joven, pero -como dice
Freud- el joven es para él el representante de sí mismo, mientras
que él está identificado con su madre, de modo que amando al
joven en realidad se está amando a sí mismo. En este caso el
sujeto vive en su conciencia como si él y el otro fueran dos ob-
jetos separados y diferentes, pero en cuanto a los rasgos que
determinaron esa elección narcisista hay una representación in-
consciente -la de su propio Yo- que es vista y amada en el
otro.
En el caso que estamos considerando, el del homosexual
narcisista que cree que hay dos -él y el joven-, en realidad
hay más de dos, pues está la madre con la cual él está identificado
y está el joven con el cual se identifica. Ahora bien, este complejo
juego de representaciones es posible debido a la existencia de
representaciones que son conscientes unas e inconscientes otras,
lo cual es una prueba más de que los conceptos que estamos
utilizando, identificación y narcisismo, son incomprensibles si no
se los articula con la división en consciente e' inconsciente, esen-
43
cial para el Psicoanálisis. Con respecto a la imagen inconsciente,
el Yo y el otro son lo mismo.
Se entiende, entonces, por qué se llama relación narcisista

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