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a depresión: un estudio psicoanalítico Hugo B. Bleichmar Ediciones Nueva Visión Hugo B. Bleichmar: La depresión : un estudio psicoanalítico Colección Psicología Contemporánea Dirigida por Jorge Rodríguez Hugo B. Bleichmar La depresión: un estudio psicoanalítico con la colaboración de Emilce Dio de Bleichmar Ediciones Nueva Visión Buenos Aires Primera edición: febrero de 1976 Seuunda edición : Ju lio de 1978 e» Tercera edición: agosto de 1980 © 1980 por Ediciones Nueva Visión SAle Tucumán 3748, Buenos Aires, Hepúblíca Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina / Printed in Argentina Prohibida la reproducción total o parc íal Al primer hombre que descubrió el juego, y a to- dos los que supieron conservar el descubrimiento. Al primer hombre que descubrió la ternura, y a todos los que supieron transmitirnosla. Al primer hombre . . . , y a todos los que . . . , I f r r ~ í NDICE Prólogo Introducción Capítulo I Narcisismo Capítulo JI El narcisismo y las estructuras psicopatológicas Capítulo JI I Culpa y depresión . Papel de la agresión en la depresión Capítulo IV El autorreproche y la estructura del inconsciente Capítulo V Elementos para una clasificación de las depresiones Capítulo VI Psicogénesis de los cuadros depresivos Capítulo VII La teoría de la libido. El pensamiento analógico en la teoría psicoanalít ica Emllce Dio de Bleichmar Capítulo VIII Tratamiento psicoanalítico de las depresiones Bibliografía 9 11 38 60 74 110 121 135 150 167 174 PRóLOGO El Psicoanálisis es una disciplina científica difícil, pues sus hipó- tesis no están en condiciones de ser verificadas o refutadas con el mismo grado de certidumbre que las de otro tipo de estudios. Esto coloca al investigador en una situación subjetiva muy particular. . y peligrosa: sus propias dudas 10 hacen proclive a ceder ante aquellos que, sin poseer mayores pruebas que él, tienen al menos el mérito, o la osadía, de formular sus ideas en forma de convic- ciones tajantes. La fuerza de la creencia es frecuentemente un buen sucedáneo de la verdad, sobre todo si ésta es esquiva. Si a 10 anterior se le agregan las ventajas que implica el estar a la moda en un mercado de consumo del psicoanálisis como es Buenos Aires, se hacen entonces comprensibles las olas de popula- ridad que sucesivamente nos impregnan. No teniendo la- pretensión de poder eludir por completo tales influencias, deseamos que su explicitación, en cambio, nos sirva a nosotros mismos como ideario para reencontrar nuestra autono- mía de pensamiento en las mil oportunidades en qtie la perdemos. Yendo ahora más específicamente al presente trabajo digamos que sus objetivos son la caracterización clínica de las depresiones y la explicación dinámica de las mismas, como así también un in- tento de abordar el problema de su génesis. Para poder encarar estas cuestiones hemos tenido que revisar una serie de articula- dores teóricos, en especial el del narcisismo, que otorguen sentido a las formulaciones propuestas. 9 Por otra parte, si el tema de las depresiones nos pareció digno de reflexión no fue solamente por la importancia que ellas revis- ten en la patología mental, sino porque constituyen una buena oportunidad para plantear problemas de índole más general: una metodología para la delimitación de las estructuras psicopatoló- gicas, un modelo sobre sus condiciones de origen y, derivando de lo anterior, las bases sobre las que poder asentar una terapia en cuya sistematización hubiera cierta racionalidad. De ahí que, en relación con esto último, los lineamientos esbozados en el capítulo sobre tratamiento psicoanalítico de las depresiones resulten una consecuencia de 10 sostenido a lo largo de las páginas previas. El núcleo del libro lo constituye el curso que durante 1974 organizamos en el Centro de Docencia e Investigación. Hemos agregado varios temas que no tuvimos la oportunidad de desarro- llar, y revisado aquellas hipótesis que a la luz de las discusiones sostenidas se nos revelaron como insuficientes o francamente in- correctas. Queremos expresar nuestra gratitud para con los alumnos, que nos brindaron un clima estimulante, y para los miembros del equipo docente que nos acompañaron en una empresa desarro- llada en condiciones que, sin exageración, se pueden considerar particularmente duras: Clara Amo, Norberto Bleichmar, Fanny Baremblit de Salzberg, Carlos E. Barredo, Angel Natalio Costan- tino, Diana Rabinovich de De Santos y Elsa Wolberg. 10 i 1 ) INTRODUCCIÓN Bajo la denominación de depresión se designa habitualmente tanto al cuadro clínico caracterizado por la presencia de elemen- tos diversos: tristeza, inhibición psicomotriz, .autorreprcches, visión pesimista de la vida, etcétera, como al estado afectivo de la tris- teza.* En este último sentido se suele decir que alguien está deprimido cuando se encuentra triste, aun cuando falten todos los otros elementos mencionados. Esta equiparación entre el síndrome y uno de los síntomas del mismo no es una mera confusión ter- minológica, sino que refleja una concepción causal, en que la tristeza es considerada como el elemento que pone en marcha a los demás, que serían su consecuencia. De ahí que se hiciera for- . mar parte a las depresiones de la categoría nosológica de los tras- tornos del humor, o de la afectividad. Sin embargo puede estar presente la tristeza y no haber inhi- bición, predominando por el contrario la excitación psicomotriz. Es lo que se ve en la depresión ansiosa o agitada. Por otra parte una persona puede autorreprocharse, estar enojada consigo mismo, sin presentar ni tristeza ni inhibición. Además alguien puede no sentir interés en lb que le rodea, con- siderar que no es valioso o suficientemente motivante, revelando de este modo una inhibición o abulia -que no es la -de la esqui- zofrenia-, Y' no existir autorreproches. ... Ya veremos las restricciones que se deben hacer cuando se califica a la tristeza como estado afectivo. . 11 La conclusión que se impone entonces es que la relación en- tre tristeza, inhibición y autorreproches es más compleja que la que suele plantearse. Copresencia en un síndrome no implica obli- gatoriamente causalidad, como creyó entenderlo la psiquiatría clásica por un lado, al ·hacer derivar al autorreproche de la afee- tividad, O por el otro una corriente del psicoanálisis actual que, invirtiendo el orden, otorgó al autorreproche el papel de deter- minante de la tristeza, y por ende de la depresión. Mientras no se penetre en el orden de racionalidad de la génesis y de la articulación de los elementos copresentes se con- tinuará oscilando en la atribución a uno u otro del rol de deter- minante .de los demás. La tristeza puede ser desencadenada por el autorreproche, pero no se explica por éste. De igual manera el autorreproche no se justifica por la tristeza. Cada uno de estos elementos posee su génesis, con sus con- '. diciones de producción . propias, que resultan necesario detectar. La duda que puede planteársenos es si al hacer tanto hin- capié en la necesidad de estudiar cada uno de los elementos de la estructura depresiva no estamos cayendo en un atomismodesar- ticulante, ~n algo equivalente a 10 que con razón se ha criticado en la psiquiatría clásica cuando abordó el estudio de las "fun- ciones psíquicas". La lingüística estructural nos ofrece el modelo de un método de análisis que nos peine a cubierto de este riesgo. El estudio de las unidades constituyentes de un sistema no invo- lucra la anulación del análisis de la articulación de los mismos, y si no se quiere caer en una suerte de guestaltismo en que hay . un todo entelequial, es necesario que delimitar esas unidades de .análisis sea una tarea simultánea al descubrimiento .de su arti- culación. Como si 10 anterior no fuera suficiente para señalar las di- ficultades que subyacen a un estudio sobre la depresión, podría- mos agregar que hablar de ésta en singular, como si se tratara de una única entidad, ríohace suficiente mérito a la diversidad .de cuadros que han recibido esta denominación: depresión del duelo normal,psitosis melancólica, depresión neurótica, depresión anaclítica, etcétera. Resulta conveniente entonces precisar cuál sería el denominador común de todas estas entidades, la "esencia" del fenómeno depresivo que justificase el mantenimiento del con- cepto corno unificador y, por ende. que crease la posibilidad de 12 • que nuestro estudio no se deslice por Ia arena movediza de díferen- tes referentes reales, tomándolos como similares. Para abordar este I problema se puede seguir el camino de recorrer los usos del tér- mino, es decir ver a qué fenómeno se designa como depresión y luego detectar lo que hay de común en todos ellos. Una metodo- logía de este tipo no hace sino legitimar el recorte de lo real que produce un término del vocabulario. El riesgo es grande, y consiste en tomar el consenso que un conjunto de hablantes tenga sobre el uso de un término como prueba de que el mismo refleja una unidad en lo real.' Las razones que pueden haber incidido a lo largo de la evolución del lenguaje para que un término fuera aplicado a diversas condiciones no deriva de la unidad real que puede haber entre éstas, sino que en muchos casos es el efecto de la ilusión bajo la cual se creyó descubrir esa unidad.' El razo- namiento, al ir construyendo categorías que recortan lo real, está expuesto a los mismos procesos de desplazamiento y condensación que Freud describió para el proceso primario, o que Cameron con- sideró típico del esquizofrénico cuando acuñó la expresión "pensa- miento sobreinclusívo" .' Es lo que acontece cuando se denomina melancólico o depresivo al individuo que está constantemente in- satisfecho de sí, que se queja continuamente de sus realizaciones, de su suerte,' pero que, como consignamos antes, en vez de estar triste se muestra enojado, y en vez de .inhibido puede hallarse. hiperactivo. Como el autorreproche y la insatisfacción de sí mismo 1 Aquí rozamos problemas de la filosofía del lenguaje, como la relación .entre el lenguaje y 10 real. Digamos que si bien 10 real no puede sino ser captado en las mallas del lenguaje al que está sometido, y esto es 10 que señalan todos los aportes de las ciencias del hombre, el lenguaje puede ir evolucionando para delinear más adecuadamente una realidad que existe fuera de él. 2 Para ilustrar cómo va variando el recorte de 10 real que realizan determi- nados términos recordemos el concepto de "lipemanía" de Esquirol. Prímí- tivamente bajo esta expresión se abarcaba a la actual melancolía, a la neuro- sis obsesiva, a los estados confusionales y al estupor de la esquizofrenia ca- . tatóníca, La unificación de los cuadros enumerados por medio de ese tér- mino y su uso por reiteradas generaciones de psiquiatras no constituía ninguna garantía de que aquellos conformasen una verdadera unidad nosológica que excluyera otros agrupamientos posibles. 3 N. Cameron, "Reasoníng, Regression and Communication in Schizophre- nics", Psychol. Monog., 50, p. 1, 1938. 4 En estos casos se suele utilizar la categoría de caracteropatía melancólica. 13 son parte del cuadro de la melancolía psicótica, y ésta se ha to- mado como paradigma de las depresiones, aquel individuo será considerado un depresivo. El razonamiento implicado es el de to- mar la parte por el todo, o sea el mecanismo psíquico del despla- zamiento por metonimia.' Resulta de lo anterior que no podemos considerar el autorre- proche como nota definitoria de la depresión. Nos queda entonces por ver si tienen tal carácter la tristeza y la inhibición. Pero en cuanto a esta última ya dijimos que la depresión agitada nos demuestra que no es esencial. Podría parecer entonces que nos encontramos por fin ante lo que constituye el núcleo de la de- presión: la tristeza. Pero para nuestro deséoncierto recordemos esa situación tan familiar en que alguien, tras una desilusión de cualquier tipo, ve disminuir su interés por las personas y las cosas, ofreciendo ante los ojos del observador una inhibición más o me- nos acentuada, sin que sienta tristeza ni se haga reproches a sí mismo. La inhibición aparece acá como lo central del fenómeno que m1.lY pocos psiquiatras vacilarían en catalogar como depresivo, aunque ya habíamos descartado que fuera indispensable para de- finir la depresión. Se podría intentar aquí un golpe de furca y decir que ese .. individuo en realidad está triste pero que no se percata de ello, siendo inconsciente la tristeza. A pesar de que la solución es atrac- tiva, no se puede sostener, pues si la tristeza es un afecto, no pue- de tener, al menos para la teoría freudiana, tal propiedad de in- conciencia. Freud destacó, en "Lo inconsciente" , que los afectos, en tanto procesos de descarga, son conscientes." Señaló en ese texto la diferencia entre las ideas que se reprimen y los afectos que se su- primen, es decir que cuando no están presentes en la conciencia tampoco se hallan en el inconsciente produciendo efectos. Nos encontramos así en una situación singular: un cuadro clínico del cual se predica su existencia cuando hay tristeza yI o inhibición, aunque estos elementos sean prescindibles para la ca- racterización de aquél, de modo que aun cuando falten , uno por 5 No tenemos más remedio que postergar la demostración de que el autorre- proche puede dar o no lugar a un cuadro depresivo, y que a su vez éste pue- de no ser causado por aquél. 6 Respecto a la teoría de los afectos véase el examen de la literatura que hace André Creen en Le discours vivant, P.U.F., París; 1973. 14 -- --- - - - - - - - - - - - - - - - - - - vez, igual podernos hablar de depresión. ¿Habremos llegado acaso a: la situación de tener que admitir que detrás del término y el concepto de depresión no se encuentra ninguna entidad real? No creemos que sea así. La contradicción aparentemente insoluble se debe, a nuestro juicio, a dos órdenes de razones: a) la naturaleza de la llamada tristeza, a la cual, sin detenernos mucho,' hemos considerado un afecto, y b) tanto la tristeza como la inhibición no serían en última instancia sino manifestaciones de alguna otra entidad que las condiciona y que, en rigor, constituye la base del fenómeno depresivo. Ambas cuestiones están entrelazadas, razón por la cual las abordaremos conjuntamente. Si bien este no es el lugar apropiado para desarrollar una teoría de los afectos, queremos dar algunos indicios que fijen nues- tra posición al respecto. Lo que recibe el nombre de tristeza es un abanico de estados en que el dolor psíquico se desencadena por la significación que una situaeión determinada tiene para el sujeto. y si la significación está de por medio es porque en la tristeza, obviamente, el afecto está enlazado a un determinado tipo de ideas, constituyéndose así una estructura cognitiva-afectiva. Por algo al- gunos tratados de psiquiatría, precisos en su lenguaje, hablan de dolor moral, con lo que, por medio de este último término, intro- ducen el papel de las ideas. Si las ideas contribuyen a otorgar especificidad al efecto dis- placentero de la tristeza, diferenciándolo de otros tipos de displa- cer, como el del miedo o la ansiedad, ¿cuál es la clase particular de ideas de la depresión? ¿Qué carácter general deben tener esas ideas para poder presentarse bajo formas tan disímiles como las que encontramos en la depresión ante la muerte de un ser que- rido, en la depresión anaclítica del bebé, en la del neurótico que se deprime por no ser tandnteligente o hermoso como desearía, o en la del psicótico que cree que sus familiares han quedado arruinados o dañados por lo que él ha hecho, en suma, que se siente culpable? Responderemos de inmediato a estos interrogantes, si bien para validar nuestras afirmaciones tendremos que recorrer el tema en los distintos capítulos del presente libro . En todas esas condi- ciones se siente como inalcanzable algo deseado, anhelado. Un deseo al que se está fijado es vivido como irrealizable: el adulto en el duelo y el bebé en la depresiónanaclítica anhelan la pre- 15 sencia del ser querido que ya no vuelve, pese a sus deseos; el neurótico siente como inalcanzable su anhelo de ser el Yo Ideal ante los ojos de él mismo y de los demás, o sea, se siente no amado por su Superyó y los personajes externos; el psicótico melancólico, llevado por su convicción delirante, cree inalcanzable el anhelo de bienestar para sus seres queridos y de ser él, a su vez, digno de amor por su bondad. Todos estos individuos afectados de depre- sión, más allá de las diferencias, sienten que algo se ha perdido. Esto es lo que Freud puso al descubierto cuando definió la de- presión como la reacción a la pérdida de objeto. Pero si la pérdida de objeto es la condición de la depresión, su antecedente, esto no basta para mostrar en qué consiste. Una cosa es la condición de producción de un fenómeno, en este caso la pérdida de objeto, y otra aquello en que consiste el fenómeno. Nuevamente podemos apelar a Freud, quien supo ubicar mediante una expresión enigmática, prácticamente olvidada en to- dos los estudios psicoanalíticos sobre el tema, cuál es el carácter peculiar de la depresión. En el apartado e del apéndice a "Inhibi- ción, síntoma y angustia" consigna que el hecho de que la supe- ración del duelo sea penosa se debe a la "no satisfacible carga de anhelo" que el deudo concentra en la persona muerta. Anhelo se refiere a una meta que no se alcanza, a un deseo de algo; por lo tanto no se trata simplemente de un afecto sino que está presente en el psiquismo como representaciones 7 ideativas: de ahí la ex- presión formada por dos términos: "carga de anhelo", que Freud, significativamente, se ocupó en caracterizar como imposible de sa- tisfacer. Bien, si hemos convertido a la pérdida de objeto en la con- dición de la depresión, y a la imposibilidad de la realización de un- deseo en su esencia, en el eje alrededor del cual giran los . distintos cuadros depresivos, nuestros próximos pasos tendrán que encaminarse a aclarar cómo se constituye el objeto libidinal, qué relación guarda con el deseo, qué debe entenderse por pérdida de 7 El término representación posee una raigambre que lo hace peligroso. Si con re-presentar se estuviera sosteniendo la tesis de que el psiquismo copia al mundo real, volviéndolo a "presentar" en forma de elementos mentales, se habría producido el deslizamiento al empirismo . Cuando empleemos el término debe entenderse que no nos adscribimos a esa concepción, sino que consideramos a la representación como una construcción. 16 objeto, y especialmente cuál es la razón por la cual la pérdida produce depresión, en sus diversas variantes, es decir en unas ocasiones dominada por la tristeza, en otras por la inhibición o por .el autorreproche, o bien con todos estos elementos presentes. Constitución del objeto libidinal. Del objeto de la necesidad a la demanda de amor El primer objeto capaz de provocar una activación placentera del lactante es el pecho. En el cap. VII de "La interpretación de los sueños", en el apartado sobre la realización de deseos, Freud desarrolla el concepto de "experiencia de satisfacción" para dar cuenta de ese encuentro entre el lactante ye1 pecho. La "experien- cia.de satisfacción" es caracterizada de la siguiente manera: 1) In- mediatamente después del nacimiento, ante el surgimiento de una necesidad de orden biológico, por ejemplo el hambre, éste es vi- venciado por el lactante como displacer, que a su vez se explica por un incremento de tensión, al que Freud denomina "tensión de necesidad"; 2) Por la presencia de un objeto externo adecua- do -por ejemplo el pecho que provee el alimento- la necesidad se satisface, quedando esta primera experiencia inscripta en el psiquismo como "experiencia de satisfacción"; 3) A partir de en- tonces, nuevamente la emergencia de la "tensión de necesidad" determinará que se cargue la huella mnésica de la "experiencia de satisfacción", que aparece entonces como la representación com- pleja hacia la cual tiende el deseo. Es decir, que en el primer momento solo habría tensión biológica y después de constituida la "experiencia de satisfacción" aquélla va a quedar ligada a una representación específica que será evocada cada vez que surja. Esta evocación de la "experiencia de satisfacción" va a ser lo que Freud denominará deseo, definiéndolo como el movimiento -proceso, tendencia hacia- que va del polo del displacer al del placer, o más específicamente, ya hemos visto, como la carga mnésica de la "experiencia de satisfacción". El objeto de la "experiencia de satisfacción" será el objeto del deseo. Ahora bien, en la "experiencia de satisfacción" no se resuelve solamente una necesidad de orden material , la del alimento. No se alcanza el placer solamente a través del equilibrio del medio in- 17 temo que produce el alimento, o la distensión del aparato diges- tivo.. Se obtiene simultáneamente un goce erógeno: la estimulación de la zona bucal, de los labios, de la lengua, de la mejilla , etcéte.a. Por otra parte, que el goce erógeno no es reducible a la satisfac- ción de la necesidad queda suficientemente demostrado por el chupeteo que puede prolongar en el lactante la mamada que sa- tisfizo su hambre. En este caso ya no desea la leche y sin embargo sí el placer del rítmico accionar de su boca. En el terreno de la psicopatología, la obesidad compulsiva de carácter psíquico nos ilustra también esa separación entre necesidad biológica y goce erógeno. Esta separación tiene además otra consecuencia: había- mos dicho que la tensión de necesidad hacía surgir la huella mné- sica de la "experiencia de satisfacción". En este caso la necesidad biológica constituye un prerrequisito, un primer tiempo, que desen- cadena la evocación de la "experiencia de satisfacción". Pero si en ésta se realiza además un goce erógeno ya no será necesario que la necesidad preceda a la evocación de la huella. Por el contrario, la huella misma de la "experiencia de satisfacción" será capaz de despertar un estado de tensión como tendencia a la misma. Así, por ejemplo, el adulto que viendo su plato preferido desea inge- rirlo no funciona según el modelo: primero "tensión de nece- sidad", luego "experiencia de satisfacción". Por el contrario, la percepción del plato, al evocar la "experiencia de satisfacción", crea la tensión del deseo. Lo que genéticamente pudo haber sido un segundo tiempo, la "experiencia de satisfacción", se convierte en un antecedente que despierta el deseo. Pero todavía existe una consecuencia, aun más importante, de- rivada del hecho de que en la "experiencia de satisfacción" haya un doble componente. La necesidad orgánica es colmable, ya que alcanzado determinado equilibrio físico-químico aquélla cesa. Por el contrario, en la existencia. de algo que está más allá de la ne- cesidad, reside precisamente la posibilidad de que el deseo ad- quiera el carácter de inagotable. Volviendo a la "experiencia de satisfacción" recordemos que el lactante cuando mama mira el rostro de su madre, es tocado por ésta, recibe su calor. Estas impresiones forman parte constitu- tiva de la "experiencia de satisfacción" y del deseo que con ella se constituye. La mirada de la madre queda así cargada del goce eró- geno de la boca del lactante que mama. Se convierte, por coinci- 18 dencia temporal, en objeto erógeno, es decir algo que es capaz de despertar vivencias placenteras equivalentes a las que produjo el pecho, objeto en el sentido literal del término. Con 10 anterior se ha producido un verdadero salto cualita- tivo. En la primitiva "experiencia de satisfacción" estaban juntas la resolución -de la necesidad y el goce de la estimulación de la zona erógena específica. En cambio cuando la mirada de la madre, o sus palabras, producen placer por haber estado encadenadas éstas con el primitivo placer de órgano, ya no hay nada que se satisfaga en el plano biológico, estamos en el puro terreno del ero- tismo. Incluso de un erotismo que no requiere de una localización en una zona corporal en particular, la bocapor ejemplo. Toda la activación placentera que era capaz de despertar el contacto con el pecho podrá ser ahora respuesta jubilosa ante la visión de esa gestalt privilegiada que constituye el rostro de la madre. La re- presentación de ese rostro será ahora la huella mnésica hacia la que tenderá el lactante. El deseo de éste ya no lo será de un objeto concreto, material, sino del amor del personaje que para él sea significativo. Su deseo será el de ser deseado por el otro. Basta observar un bebe de 15 meses repitiendo gozosamente determi- nadas gestos, que resultan graciosos para otro, para entender cómo una respuesta favorable de la figura significativa puede construir como placentero un determinado movimiento. Este orden de fenómenos ha permitido llegar a esta conclu- sión, extensamente trabajada por los lacanianos: el deseo es deseo del otro. Y esto en un doble sentido: deseo del otro en tanto se toma como deseo propio aquel deseo que aporta el personaje sig- nificativo, se desea aquello que es deseado por el otro. se desea a imagen y semejanza del otro. Algo se convierte en deseable y su logro produce júbilo por la identificación que se tiene con la persona que constituye un objeto libidinaI. Desde esta perspectiva el deseo no es la relación directa entre el sujeto y el objeto. Hegel en "La fenomenología del espíritu" señala elocuentemente que la marca esencial del deseo humano es que no es deseo de una cosa por el valor de la cosa en sí misma, sino que se puede desear algo por el valor que ese algo tiene para otro sujeto, que es, en última instancia, el verdadero objeto de deseo para el sujeto. Si queremos atenernos a un simple ejemplo, que no por su vulgari- dad es menos ilustrativo, tomemos la moda. Algo se convierte en 19 objeto de deseo no por el valor intrínseco que tenga para el sujeto que 10 desea sino porque de pronto es objeto de deseo para otro sujeto. El sujeto a través de las mediaciones simbólicas puede ubio carse en el lugar de otro que estaría realizando un deseo, y llegar así a vivenciar como deseable algo que nunca fue sentido por él a ni~el concreto de sus órganos sensoriales, sino que adquiere tal carácter gracias al poder de creación de sentido del lenguaje. Pen- semos al respecto simplemente en el carácter de fuente creadora de deseos que tiene el mito del paraíso. Ni siquiera resulta indis- pensable que se nos diga cuáles serían las vivencias concretas que en él tendremos. Es suficiente que se nos anticipe que es un lugar maravilloso, así, en abstracto, para que el término maravilloso adquiera resonancias en un orden de lenguaje. Dijimos que la formulación el deseo es el deseo del otro tiene una segunda acepción. No solo se desea una cosa concreta sino que también se desea ser objeto del deseo de otro , es decir ser deseado por ese otro. Y este deseo de ser deseado por el otro constituye precisamente la causa de que se tome lo que es deseo concreto del otro como si fuera el propio deseo. Para ser el objeto del deseo del otro se termina deseando lo que el otro desea. Entrelazadas así las dos significaciones de que el deseo es el deseo del otro, el bebe desea obtener el reconocimiento, el amor, la aprobación del otro. Una vez dado este paso el objeto del deseo es el amor, la aprobación, el reconocimiento que el otro pueda brindar. Ahora bien, cuando el otro es interiorizado y los deseos del personaje significativo se convierten en ideales que el sujeto aspira a satisfacer, el objeto del cual se demanda amor es ahora una parte del propio sujeto, que en calidad de Supery ó lo puede amar o reprobar," Si el sujeto no cumple con los ideales de su Superyó corre el riesgo de perder el amor de éste, así como antes pudo sucederle con el objeto externo. s Somos conscientes de los riesgos de la concepción personológica del apa- rato psíquico tal como surge en muchos pasajes de "El Yo y el Ello", con- cepción que retoma Lagache * y que descuida un enfoque verdaderamente tópico. Pero con las reservas del caso, permite apuntar a la escisión de la personalidad y a los procesos de interiorización de relaciones intersubj etivas que constituyen uno de los aportes del Psicoanálisis. * Lagache, "La psychanalyse et la structure de la personalit é", en La Psycha- nalyse, 1962, VI, p. 39. 20 Lo anterior permite vislumbrar todo el camino recorrido desde el momento en que el objeto libidinal era el pecho y la leche, hasta aquel en que el objeto que se desea es el amor del Superyó, amor que se deriva de las primitivas satisfacciones corporales pero que, una vez constituido, es capaz de construir como satisfactorias o no a esas mismas funciones . . La compleja dialéctica entre el objeto libldínal parcial pecho o leche, la madre como objeto total, y el amor del Supéryó, dia- léctica que no se resuelve en una linealidad genética que vaya del primero a este último sino que también funciona en sentido in- verso, subraya la unidad entre ellos. Todos son objetos libidinales para el deseo de un sujeto, con el "atributo común de que la ex" pectativa del logro del mismo es fuente de actividad que tiende hacia el objeto, y de júbilo por el goce anticipado. El haber mostrado cómo distintos objetos libidinales poseen tina profunda unidad genética 9 y estructural permitirá entender por qué ante la pérdida de cualquiera de ellos el cuadro que se desencadene conservará las huellas de esa unidad en la sintoma- tología de la depresión. Pérdida del objeto libidinal. Carga de anhelo Spitz 10 observó en bebes de 6 a 12 meses que, cuando se los se- paraba de sus madres, con las que previamente había mantenido una buena relación, se desarrollaban una serie de alteraciones. Inmediatamente después de la separación se transformaban en bebes llorosos, lo que contrastaba con la anterior conducta feliz. Después de algún. tiempo aparecía el retraimiento; los bebes so- lían yacer postrados en sus camitas, sin tomar parte de la vida que lo rodeaba. Cuando un observador se acercaba a ellos pa- 9 Hacemos hincapié en la unidad genética. A despecho de algunos planteos que entienden que estructuralismo es sinónimo de a-historicidad, creemos que uno de los méritos del Psicoanálisis es el de haberse formulado también como una Psicología genética, es decir, de haber introducido la dimensión diacrónica. Un estructuralismo que pretenda prescindir de la historia no es científico, aun cuando cuente con el aval de la figura a la que más debe: Lévi-Strauss, Importar ese error en el Psicoanálisis implica mutilarlo. 10 René Spitz, El primer año de vida del niño, Fondo de Cultura Económi- ca, México. 1969. 21 recían ignorarlo. La conducta de retraimiento solía persistir 'dos o tres meses durante los cuales los bebes perdían peso, padecían de insomnio, mostraban un retraso en el crecimiento y una pro- pensión a las enfermedades infecciosas. Este período era seguido por otro que se caracterizaba por la rigidez de la expresión facial. Los bebes solían quedar tendidos, con los ojos muy abiertos e inex- presivos, las facies inmóviles, y como si se encontraran total- mente aislados del entorno. Spitz destacó que todos los niños que presentaban este cuadro tenían una experiencia en común: entre el sexto y el octavo mes se los había separado de sus madres. Hizo resaltar que "la sin- tomatología de los niños separados de sus madres se asemeja de modo sorprendente a los síntomas que nos son familiares en la depresión adulta. Además, en la etiología .de la perturbación la pérdida de objeto amoroso es sobresaliente tanto en el adulto como en el infante hasta el punto que uno se siente inclinado a consi- derarlo como el factor determinante"." En los casos en que la privación materna se prolongaba, ce- saba le actividad autoerótica de los bebes, quienes entraban en un profundo marasmo. Si bien no compartimos la explicación de Spitz acerca de las causas que subyacen a la depresión anaclítica, retenemos en cambio la validez de la descripción que ha sido confirmada am- pliamente." Dice Spitz, como explicación del cuadro : "En la au- senciade éste (el objeto libidinal) ambas pulsiones quedan pri- vadas de su blanco. .. entonces las pulsiones quedan en el aire, por así decirlo. Si seguimos el destino de la pulsión agresiva nos encontramos con que el infante vuelve de rechazo la agresión con- tra sí mismo, el único objeto que le queda.':" Tratando Spitz de no incurrir en 10 que considera, con razón, como inadecuado en Melanie Klein -el atribuir al bebe una organización de su Super- yó similar a la del adulto, con la consiguiente explicación de la depresión en base a los sentimientos de culpabilidad-, no ve otro camino que salirse del orden de las significaciones en que 1 " II Op. cit., p. 202. 12 Véase al respecto la bibliografía que se encuentra en el libro Bowlby, Attachmcnt and Loss, Basic Books, Nueva York, 1969. 13 Op, cit., p. 211. de Iohn 'transcurre para el niño la pérdida de objeto y apelar a la teoría de las pulsiones. Bowlby y sus colaboradores destacan en sucesivas publicacio- nes que el niño, a consecuencia de la pérdida del objeto Iibidinal , pasa por una serie de fases, que denominaron: de protesta, de desesperanza, de retraimiento. Con respecto a la primera de ellas, dice Bowlby: "Durante la misma el niño pequeño aparece agu- damente perturbado por haber perdido a su madre y procura reconquistarla recurriendo al ejercicio completo de sus limitados recursos. A menudo llorará, sacudirá su cunita, se arrojará para todos lados, y buscará ansiosamente en dirección a cualquier ruido o sonido que pudiera ser la madre perdida." 14 A esta fase de pro- testa sigue luego la de desesperanza, que según Bowlby es análoga al penar del adulto, y por fin la de desapego emocional. Si bien aceptamos que, debido a la distinta complejidad del psiquismo, la depresión anaclítica 'del bebe es diferente del duelo por la muerte deun ser querido en el adulto, queremos conservar, sin embargo, los elementos que en 10 fenoménico aparecen como comunes, para adentrarnos de este modo en lo que a nuestro juicio se halla por detrás. Inmediatamente después de verse separado de la madre, el lactante se muestra hiperactivo, llora, y cuando ya es más grande y dispone del lenguaje, la llama desesperadamente. Algo similar ocurre en el adulto cuando se encuentra ante el hecho de que su objeto libidinal ha muerto. Da muestras de agitación, llora, se le ocurre pensar que no está muerto, que sería posible recuperarlo, se dice a sí mismo: "si hubiéramos hecho esto ..." Se encuentra en ese primer período de ilusión en el cual fantasea desandar lo andado, rescatar de la muerte al ser querido. Reconoce que el objeto ya no está y al mismo tiempo reniega de ese conocimiento. En este período la pérdida 'de objeto ha puesto en marcha los mecanismos tendientes a reencontrarlo, y entre ellos el llanto merece un lugar especial. El llanto no es simplemente la expresión de un estado afectivo doloroso sino que constituye un llamado, un mensaje dentro de una estructura intersubjetiva. El chico aprende rápidamente a utilizar el llanto, primitivamente reflejo del dolor, en la comunicación con su objeto libidinal, hecho que se puede 14 Op. cit. 23 apreciar en toda su desnudez en los niños que solo saben pedir a sus padres llorando. El llanto es, pues, diferente de la tristeza; muchas veces se lo ha confundido con ella, considerándolo su ma- nifestación externa. El niño separado de su madre o el adulto en duelo procuran -recuperar el objeto perdido mediante el acto má- gico del llanto. Pero si se pierde la esperanza de recuperar el objeto, desapa- rece la motivación que daba lugar a la actividad de la fase en que no se lo daba por irremediablemente perdido. La desapari- ción de la motivación se manifiesta por medio de la inhibición psicomotriz, que en su grado máximo puede llegar al estupor me- lancólico del individuo que se encuentra absolutamente inmóvil, sin llanto, incluso sin quejido. Ahora bien, en el hombre la inhibición por pérdida de objeto no es la simple ausencia de la motivación de acercamiento a ese objeto, porque si así fuera se tendría que conservar la actividad para lo que constituyen otros intereses, otros objetos libidinales. Lo notable de la inhibición depresiva es que no se restringe a los intentos con respecto al objeto perdido sino que se extiende a todos los demás objetos. Esto se debe a que el deseo respecto del objeto perdido llena todo el horizonte mental del sujeto que no puede sino girar en torno a él. El sujeto está fijado a ese deseo y simulo táneamente lo siente como irrealizable, de ahí la intensa "carga de anhelo" a la que nos hemos referido . Resulta conveniente recordar aquí que el deseo no es dolo- roso o placentero de por sí y que adquiere tal carácter en la me- dida en que se anticipe o avizore su posibilidad o su imposibili- dad de realización. Algo que está en el futuro -la experiencia en que el deseo se realiza- retroactúa sobre el momento presente del desear y le otorga el carácter de placentero." La misma consi- deración es válida para la anticipación de la no realización del deseo, que es lo que provee el carácter doloroso de ese desear. Sintetizando lo anterior podemos decir que la inhibición de la depresión se define por tres caracteres: a) se mantiene un deseo; 15 Corresponde a Lacan el mérito de haber retomado en Psicoanálisis la vieja problemática filosófica del tiempo para destacar la incidencia de los distintos tiempos en un momento dado. (J. Lacan, "Le temps logique et l'assertion de certitude anticipée", en Ecrits, Du Seuil, París, 1966.) 24 b) el deseo se anticipa como irrealizable; e) hay fijación de ese deseo, es decir imposibilidad de pasar a otro. No bastarían las dos primeras condiciones para que se pro- duzca la inhibición; la tercera, la de que no se puede pasar a otro deseo, es esencial. Y aquí es donde entra en juego la teoría de la fijación, la que por otra parte permite entender la relación entre la neurosis obsesiva y la melancolía, relación que ya Abraham había hecho notar. Ambas tienen algo en común, que es esa tendencia del psiquismo a la adherencia a determinados contenidos. De lo anterior se desprende que la inhibición depresiva re- sulta de la convergencia de dos variables . En primer lugar, de que haya o no expectativa de recuperar el objeto perdido, y segundo, del grado de fijación, es decir de la posibilidad-imposibilidad de pasar a otro objeto. Para fijar 10 que estamos planteando haremos un gráfico que no tiene por finalidad establecer una especie de proporcionalidad cuantitativa, sino servir a fines de ilustración. Si en un par de coordenadas colocamos en un eje el grado de fijación al objeto del deseo, y en el otro a la expectativa de irrecuperabilidad del objeto, la inhibición quedará delimitada por el área existente entre las coordenadas, creciendo a medida que éstas se incrementan. expectativa de irrecupcrabilidad ¿Qué es lo que queremos señalar mostrando a la inhibición como un área? Que si la fijación a un objeto no es grande y la expectativa de irrecuperabilidad en cambio es enorme (al objeto se lo siente como irremediablemente perdido), la inhibición será 25 pequeña. Así alguien puede perder a un objeto, pero si no tiene fijación al mismo estará en condiciones de pasar a otro, con toda la actividad que esto implica. La recíproca, cuando la fijación es grande pero la expectativa de irrecuperabilidad es mínima, cons- tituye el primer tiempo de la pérdida de objeto al que antes nos referimos. Más aún, como el objeto todavía no está constituido como perdido -como irreversiblemente ausente- se producirá además toda la actividad tendiente a recuperarlo que ocasiona el temor a perderlo." La depresión agitada corresponde al primer momento de la pérdida. Podemos decir que se está a mitad de ca- mino de construir al objeto como perdido, y de ahí proviene la desesperación. La inhibición aparece como un segundo tiempo cuan- do se ha perdido la esperanza de recuperar al objeto. El gráfico consignado indica por lo tanto que la inhibición es función del crecimiento de la expectativade irrecuperabilidad del objeto y del grado de fijación. No es por lo tanto un fenómeno todo o nada, sino que posee un gradiente. Ahora bien , la inhibición depresiva, por le que vamos viendo, es consecuencia de una particular vicisitud del deseo, la cual de- termina el retardo o la casi anulación que sufren la ideación, la percepción, la motilidad, las manifestaciones afectivas. Si enten- diéramos que la inhibición tiene un orden de realidad equivalente a aquello que se lentifica, la estaríamos reificando. Una analogía nos ayudará a entender esto. La inhibición es un determinado ritmo en el flujo de algo que circula, pero no es independiente de ese circulante, no es una cosa en sí misma. La depresión y los afectos. La tristeza A diferencia de la inhibición, la tristeza constituye una entidad, en el sentido que se define por caracteres propios. Sin pretender desarrollar una teoría general de los afectos, como adelantáramos antes, no podernos sin embargo dejar de consignar muy sumaria- 16 Recordemos que Freud estableció la diferencia entre la ansiedad y el dolor del duelo: la primera es ocasionada por el temor de perder el objeto, mientras que en la segunda ya se da por perdido al objeto ." * S. Freud, " Inhibición, síntoma y angustia" (1926), S.E. 26 mente algunas ideas imprescindibles para la argumentación que guía la reflexión en .este capítulo. Existen dos opciones semánticas con respecto a la palabra tristeza: una es llamar así a la cualidad específica en la serie displacer-placer percibida por el sujeto en relación con determina- das ideas. La otra es denominar con ese término a la estructura cognitiva-afectiva de la cual es parte la cualidad afectiva. Pero el problema semántico no es lo esencial, sino que al aceptar que la cualidad afectiva y la idea forman una estructura de modo tal que se condicionan mutuamente, resulta imprescindible formular- ' nos los siguientes interrogantes: a) ¿Cuál es el tipo de articula- ción que existe entre la cualidad afectiva y la idea?; b) Ambos ele- mentos tienen génesis diferentes?, e) ¿Es factible la desarticula- ción entre el afecto y la idea de modo que se tornen indepen- dientes? Si bien hemos hecho las preguntas por separado a fin' de presentar los problemas con más claridad, en realidad se trata de una única cuestión, que abordaremos, por ende, sin la división que utilizamos para su planteamiento.'? El afecto es de un orden diferente de la id~ª. Ft.eud mantuvo esta dualidad a lo largo de toda su obra, planteando tanto en sus trabajos sobre los sueños como en aquellos sobre las neurosis que había que seguir por separado la vicisitud del afecto y la de la idea. Además señaló en repetidas oportunidades que la pulsión se expresaba en dos registros diferentes, el de los afectos y el de las ideas. Con respecto a los afectos consideró que correspondían aja percepción psíquica de procesos de descarga, entendiendo con esto que la excitación concluía en la acción de efectores muscula- res y secretorios. Si bien el número de afectos que puede experimentar un recién nacido es relativamente reducido, se va ampliando progresivamente a partir del nacimiento, surgiendo diferentes cualidades de afectos en correlación con determinadas ideas. Pero aunque los afectos se desarrollen en interdependencia con las ideas, transcurren dentro del orden de materialidad que les es propio, en el interior de la 17 Obsérvese que volvemos a plantear aquí el problema que comenzamos a abordar al comienzo de este capítulo -cuando intentábamos precisar la esencia de la depresión- acerca de la relación existente entre los distintos elementos que la constituyen. 27 serie displacer-placer, sin que nunca se anule la distinción con las ideas, que integran otra serie de índole particular. Los afectos y las ideas constituyen así dos series entrelazadas que en determinados puntos se anudan y dan origen a estructuras cognitivo-afectivas específicas, en las que un afecto dado remite a una clase de ideas en particular, y viceversa .* Pero que los afectos y determinadas ideas se presenten como unidades, como verdaderos bloques, no impide que puedan desli- garse y aun deslizarse los elementos de la serie de los afectos con respecto a la serie ideativa. Ya hemos comentado, cuando nos interrogamos si el afecto puede o no aparecer, por hallarse inconsciente, que Freud daba a esta cuestión una respuesta negativa. Pero Freud no sólo dice que el afecto no puede ser inconsciente, que es un determinado orden de problemas, sino que además, aclara que el afecto " ... es SUPli- mido, es decir se le impide por completo desarrollarse" .18 Y esto es 10 fundamental, pues si al afecto se le impide por completo desarrollarse resulta que un tipo particular de ideas puede existir sin su correspondiente afecto. Recapitulando, tenemos que en el entrecruzamiento entre las ideas y los afectos se origina la particularidad de que por un lado constituyen estructuras articuladas y por el otro son entidades se- parables. Veamos las consecuencias de esta doble condición para la génesis de las depresiones, a fin de poder caracterizar cuál es el núcleo definitorio del concepto de depresión, y, a la vez, justificar las diferencias existentes en sus formas de aparición fenoménica. La estructura cognitiva-afectiva Los afectos y las ideas forman, como hemos dicho reiteradamente, " Resulta una imprecisión llamar afecto a condiciones tales como el miedo, o el amor por ejemplo. En el caso de un sujeto que experimenta miedo, tiene representaciones acerca de un objeto que puede dañarlo, de él amenaza- do por un peligro, de su relación con el objeto atacante, etcétera. Simultá- neamente posee un sentimiento displacentero ligado a esas ideas. Es decir, el miedo implica una construcción intelectual, en la que lo ideativo está coordinado con lo propiamente afectivo. Designar como afecto a lo que es una estructura cognitiva-afectiva constituye, en rigor, nombrar al todo por la parte. 18 S. Freud, "Lo inconsciente" (1914), S.E., vol. XIV, p. 178. 28 t estructuras, es decir, organizaciones ' más o menos estables, en donde la presencia de determinadas ideas incíde en la emergencia de reacciones emocionales que les corresponden específicamente. Para confirmar este papel determinante de la idea sobre el afecto, o mejor aún, este resurgimiento de estados emocionales a partir de ciertos esquemas ideativos no es necesario apelar a la psiquiatría de las depresiones, sino que toda la vida cotidiana nos ofrece tes- timonios de cómo una noticia, una idea puede sumir a un sujeto en la más profunda tristeza o alegría. Ahora bien, habría que preguntarse si es posible pensar que la recíproca es factible , es decir, que un afecto sea capaz de evocar ciertas ideas; Antes de esbozar una respuesta resulta imperioso considerar una cuestión previa: ¿qué se quiere decir cuando se habla de afectos que evocan a posteriori ciertas ideas? ¿No es 10 propio de un afecto aquello que le otorga su cualidad, su propia existencia, su especificidad el que esté relacionado con determina- das ideas? ¿No habría que diferenciar entre estados emocionales primitivos -a la manera de esquemas indiferenciados- y senti- mientos que ya implicarían su correlación obligada con las ideas? Los psicofármacos antidepresivos juegan aquí el papel de piedra del escándalo y constituyen una posibilidad de reflexión. En efec- to, en ciertos tipos de depresiones, tanto psicóticas como no psi- cóticas, con ideas de contenidos diversos (autorreproches, desva- lorización, pesimismo, temas hiponcondríacos, ideas de suicidio, et- cétera) , el psicofármaco es capaz de determinar un cambio radical en el contenido del pensamiento de esos cuadros, que incluso puede llegar a la hipomanía o a la manía franca. El efecto de .la droga no puede atribuirse a la circunstancia de la administración de la misma (relación médico-paciente, valor mágico del medicamento, fantasías producidas por su ingestión) , pues las pruebas de "doble ciego" señalan una marcada diferencia entre el efecto modificadorde la 'droga y el del placebo. Está fuera de duda entonces que la acción de la droga pueda atribuirse al significado psicológico que tiene su ingestión. Pero si la molécula de la droga es la que actúa, ¿podrá hacer- lo a nivel de las ideas? Existe un fuerte argumento en contra: una misma y única molécula de un antidepresivo determinado es ca- paz de actuar sobre ideas depresivas de la más diversa naturaleza, cuya variedad es enorme. Habría que postular que todas esas ideas 29 forman una clase con una constitución físico-química similar. Da- da la exigencia de tal hipótesis ad-hoc, verdadero emparche teórico, la posibilidad de que las moléculas del psicofármaco ejerzan su acción sobre las ideas, es poco verosímil. Con respecto a los esquemas afectivos sucede algo distinto. El número de. éstos es sensiblemente menor que el de las ideas, y existe un verdadero proceso de convergencia, en el sentido de que a una multiplicidad de ideas le corresponde un esquema afec- tivo común. Resulta entonces más factible, por la evidencia positi- va acumulada, pensar que la acción de los psicofármacos se ejerce sobre los esquemas afectivos más que sobre los ideativos. Si a 10. anterior se le agrega que en la actualidad sabemos que existen zonas privilegiadas en el encéfalo cuya estimulación produce una respuesta emocional, no sólo en el hombre sino en animales inferiores, podemos concluir con cierto margen de ra- zonabilidad que los esquemas afectivos no tienen que ser necesa- riamente activados por la vía de la ideación, o sea de la signifi- cación." Lo anterior no cuestiona la organización y diferenciación de los afectos en imbricación con las ideas, sino tan solo el carácter unidireccional de la relación. Una vez que unos y otros se han coordinado como estructuras, las ideas producirán la puesta en acción de los esquemas afectivos, pero también éstos podrán inci- dir para que surjan las ideas correspondientes. Se podrá llegar entonces al cuadro de la depresión por dos caminos: desde las ideas, y estamos de esta manera en el terreno de las depresiones psicógenas, y desde los afectos, vía que correspondería a las de- presiones que, no sin razón, han sido llamadas .orgánicas." 19 Para los estudios biológicos sobre. las emociones véase: J. A. Gray, "The Structure of the Emotions and the Limbic System" y E. Fonberg, "Control of Emotional Behaviour througth the Hypothalamus and Amygdaloid Com- plex", ambos trabajos en Phvsiologv, Emotlon & Psychosomatic Illness, Ci- ba Foundation Symposium, 8, 1972; J. C. Goldar, "Sistema lírnbico", Encl- clopedia de Psiquiatría, El Ateneo, Buenos Aires (en prensa); H. Heiman, "Psychobíological Aspects of Deprcssion", en P. Kielholtz (comp.), Masked Depression, H. Huber, Viena, 1973; P. Knapp, Expression 01 the Emotions in Man, Int. Un. Press, Nueva York, 1963. 2Q Recordemos que a pesar de que el psicoanálisis se ocupa de las depre- siones psicógenas, el factor orgánico ya fue contemplado por Freud en la teoría general de la producción de las enfermedades mentales al introducir 30 Digamos que el hecho de que una depresión sea de origen orgánico no excluye la analizabilidad de las ideas que presenta el paciente, es decir la inserción inteligible de las mismas en su vida. Aun cuando el factor determinante sea el somático y los esquemas afectivos evoquen las ideas que les son correlativas, és- tas no podrán sino construirse con los ladrillos de que dispone el sujeto, y serán siempre ideas adquiridas en episodios significativos de su vida, y que por lo tanto podrán remitir de vuelta a los mis- mos. En este caso analizabilidad, como sinónimo de comprensión, debe ser diferenciado por un lado del problema de la psicogénesis o de la organogénesis (puede ser de una u otra naturaleza) , y por el otro de la curabilidad del cuadro. Además del error de aquel tipo de psiquiatría que por preconizar el carácter orgánico de las enfermedades mentales desechó considerar su estructura y temá- tica psicológica, existe otro error que guarda cierta simetría con aquél: considerar que el hecho de que se pueda comprender un delirio es un índice del origen psicológico de éste, de ahí que se decida fácilmente sobre la génesis de algunas entidades, como la esquizofrenia, por ejemplo. Sucede lo mismo que con la alucina- ción. Que pueda ser comprensible, como una clara realización de deseos, no se explica por este último carácter ya que lo que él revela es su temática pero no su naturaleza diferente del pensar no alucinatorio." el concepto de series complementarias," y en el caso particular de la melan- colía en el trabajo "Duelo y melancolía". * S. Freud, "Introducción al Psicoanálisis", S.E., XVI, p. 347. 21 Explicar la psicosis por su temática sería como explicar la naturaleza del sueño por su contenido y decir que se sueña para realizar tal deseo o ela- borar tal situación traumática. El sueño tiene condiciones propias de pro- ducción, que se encuentran en el nivel neurofisiológico. Las psicosis, por su parte, las que obedecen a una causa orgánica o bien a una causa psicológica, tienen un orden de determinación diferente del contenido de lo que se delira. Las drogas alucinógenas nos muestran elocuentemente que la causa de la alucinación es diferente del poder motivacional que pudiera poseer su con- tenido. Generalmente se considera que en el contenido está la causa de la alucinación, suponiéndose que, una vez vencida cierta "barrera" de la inten- sidad, se produce aquélla. Ni siquiera la alucinación por causas psíquicas se justifica por su tema manifiesto o inconsciente. El funcionamiento mental ha sufrido una reestructuración de modo que el pensar ideativo es reemplazado por las imágenes. 31 Por tanto, la posibilidad de descifrar una fantasía no descarta que el cuadro pueda ser de origen orgánico. Se podría entender que la depresión de causa orgánica es desencadenada por alteraciones a nivel de los esquemas afectivos que incidirán en el surgimiento de ideas específicas, que son las que se encuentran en la melancolía llamada endógena. Digamos de paso que los cuadros así clasificados corresponden en realidad a dos entidades diferentes: a) Aquellos en los que pese a no apa- recer en el relato del paciente un factor psicológico que justifique la depresión, se 10 encuentra como elemento inconsciente. Los psi- quiatras que desconocieron al inconsciente se apresuraron a rotular como endógenas muchas depresiones que según el psicoanálisis se encontraban perfectamente motivadas en la conflictiva del sujeto, que el paciente es incapaz de relatar en la anamnesis y que el ana- lista debe descubrir a través de su emergencia en puntos privile- giados del discurso. Estos cuadros deben excluirse de la categoría endógena. b) Aquellos en que el análisis no encuentra como punto de partida conflictos inconscientes que justifiquen el cuadro. Con todo, siempre resulta dudoso clasificar como endógena a una de- presión, ya que al hacerse el diagnóstico por la negativa, al analista siempre le queda la duda de que haya profundizado suficientemen- te la comprensión psicológica del paciente. Algún día podremos diagnosticar verdaderas depresiones endógenas cuando el diagnós- tico se apoye en los datos positivos, de cualquier naturaleza que sean, y no sobre la mera ausencia de otros. Si nos hemos permitido incursionar en el campo de 10 orgá- nico y 10 psicológico es porque nos pareció doblemente necesario. En primer lugar para poder abarcar al fenómeno de la depresión, y además porque consideramos saludable que la ciencia rompa con el parroquialismo que hace creer que la limitada área de trabajo en la que uno se desenvuelve es la única verdadera, y que las otras posiciones navegan en el error y la oscuridad. El hecho que ha- yamos optado por investigar en el campo del psicoanálisis y las significaciones, no significa que desdeñemos el aporte de otros estudios. Consignemos además, para concluir la consideración de este aspecto, que lo orgánico y 10 psicológico se combinan de modo que existen casos que se encuentran enuno de los extremos de incidencia/de uno de los factores, a los cuales podremos denominar 32 endógenos, y otros en el extremo opuesto, en que la depresión es exclusivamente psicógena, Hacia una precisión del concepto de depresión Si en el punto de partida de ciertos esquemas afectivos se evocan determinadas ideas, o si tomando a éstas como origen se producen aquéllos, parecería que toda ' definición de la depresión debería asentarse sobre un doble pilar: el afecto tristeza y cierto tipo de ideas. Con respecto a la vieja controversia entre las escuelas inte- lectualistas, que veían en el trastornoideativo la esencia de la depresión, y las escuelas que preferían considerar a los ~fectos como la causa de aquéllas, podría entenderse que se debió a que no tuvieron en cuenta el tipo de articulación en que hacemos hincapié. Nuestro juicio salomónico habría dado la razón a unas y otras. Sin embargo se trataría de un mero eclecticismo, a menos que quede perfectamente aclarado en qué sentido una y otra escuela captaron una parte de verdad del tema en discusión. Para ello tenemos que distinguir entre definir a un fenómeno por su génesis, es decir por su origen, por lo que pone en marcha el proceso, o hacerlo por su .estructura, o sea por la articulación de sus elementos una vez que alcanza su desarrollo. Desde el punto de vista de la génesis, un reducido número de depresiones -las llamadas endógenas- pueden comenzar por tras- tornos de la base material de los esquemas afectivos, en tanto la gran mayoría 10 hace por el lado ideativo. Pero mientras que no se puede mantener un cuadro de tristeza sin que estén presentes ideas que le son correlativas," es posible encontrar la inversa. Al- guien puede tener una visión pesimista del futuro, considerar que su vida ha sido un fracaso, que no vale gran cosa como persona, que de nada sirve vivir, e incluso sopesar la idea de suicidarse, en suma, manifestar ideas que nadie vacilaría en catalogar como cla- ramente melancólicas, y sin embargo no demostrar tristeza, pudien- do predominar en cambio la rabia, el enojo consigo mismo. En otros casos el mismo conjunto de ideas puede darse con una mar- 22 Inclusive en ese período inicial de ·la melancolía endógena en que el paciente está triste y no sabe por qué, todo hace suponer que ya hay ideas depresivas, pero que no tiene conciencia de ellas. 33 cada frialdad emocional y ello, al llamar la 'atención del observador, constituye lo que se ha dado en calificar de.A!§..~lª,cióll ideoafecQva. Se podrá decir que los cuadros que presentan este conjunto de ideas ' acompañado de frialdad emocional corresponden en rea- lidad a esquizofrenias, para agregar a continuación que se trata de la forma depresiva de éstas. Más allá de la cuestión nosológica, que no corresponde discutir aquí, de cualquier manera reafirman un hecho que hemos venido señalando a lo largo de esta introduc- ción: determinados contenidos ideativos pueden no tener el corre- lato emocional que se podría esperar. Y si en estos casos se puede apelar a separar el cuadro del campo de las depresiones verdaderas por la frialdad emocional, para ubicarlo en el de las esquizofre- nias, en cambio en la primera de ·las condiciones mencionadas -aquella en que está el conjunto de ideas pero con intensa re- percusión emocional del tipo de la rabia- tal tipo de argumenta- ción resulta poco convincente. De esta manera queda planteada una asimetría esencial entre los afectos depresivos y las ideas. Mientras que no podemos en- tender el desarrollo de cualidades de afectos sin su coordinación con ideas determinadas, la coordinación de éstas con los afectos es más laxa. Un sujeto pudo adquirir la serie de ideas que encon- tramos en los cuadros depresivos y quedar ausente la génesis de determinados esquemas afectivos, o aun existiendo esquemas como potencialidades hallarse bloqueada su puesta en acción, su actua- lización. De lo anterior se concluye que el núcleo de la depresión, en tanto estado, no lo podemos buscar ni en el llanto, ni en la tristeza, ni en la inhibición psicomotriz, pues todos ellos pueden faltar, sino en el tipo de ideas que poseen en común todos aquellos cua- dros en los cuales por lo menos una de estas manifestaciones está presente. Cuando decimos ideas no nos referimos a los temas de que se quejan los depresivos y que aparecen en los tratados de Psi- quiatría, como las ideas de ruina, de fracaso, de inferioridad, de culpa. Si estas ideas son capaces de producir depresión es porque todas ellas implican una muy definida representación que el sujeto se hace de la no realizabilidad de un deseo en que alcanzaría un ideal, o una medida, con respecto al cual se siente arruinado, fra- casado, inferior, culpable. 34 Esta representaci án de un deseo como irrealizable, deseo al que se está intensamente fijado, constituye pues el contenido del pensamiento del depresivo, más allá de las formas particulares que tenga. La tristeza es la manifestación dolorosa ante este pensa- miento; la inhibición," la renuncia ante el carácter de realización imposible que el sujeto atribuye al deseo; el llanto, como dijimos antes, además de expresión de dolor, es el intento regresivo de obtener lo deseado por medio de la técnica que en la infancia reveló ser efectiva ; el autorreproche, al que hemos dedicado todo un capítulo, la respuesta agresiva, que se vuelve contra sí mismo, por la frustración del deseo. El valor de la formulación que proponemos para la depresión radica, a nuestro entender, en que permite abarcar las variantes fenoménicas de la depresión como modalidades de reacción frente a la estructura del deseo . Que estén todas presentes o sólo alguna de ellas ya no es decisivo para el concepto de depresión. Por otra parte, desde la perspectiva de la irrealizabílidad del deseo adquiere profundidad el enunciado freudiano según el cual la depresión es la reacción ante la pérdida del objeto libidina!. Dicha pérdida será la condición de emergencia de un estado en que el deseo se representa como irrealizable." Ahora bien, ¿hay un tipo específico de deseo que cuando es vivido como irrealizable nos ubica en el campo de la depresión, o por el contrario cualquier deseo es capaz de " desempeñar esta función? No estamos en condiciones de contestar una pregunta,, 23 Recuérdese que la inhibición en la depresión anac!ítica de Spitz no sobre- viene en el primer momento sino cuando se pierden las esperanzas' de recu- perar el objeto deseado y perdido. 24 Cuando Fairbairn, oponiéndose a Freud, sostiene que la libido no e:, bus- cadora de placer sino de objetos, crea una falsa opción. La libido busca al objeto porque a través de éste se consuma el placer. La formulación inade- cuada de Fairbairn," sin embargo, apuntaba a algo verdaderamente impor- tante: señalar que el placer no era producido por la descarga a nivel de una zona erógena parcial con independencia del objeto total, sino que a su vez el objeto total podía erogenizar una parte del cuerpo, por la que fluía la libido que había cargado a ese objeto total. Esta es la problemática que han abordado los psicoanalistas del grupo lacaniano, en especial Lec!aire."* " Fairbairn , Estudio psicoanalítico de la personalidad, Horrné, Buenos Aires, 1962. ** Leclaire, Psychanalyser, Du Seuil, París, 1968. 35 planteada en estos términos de alternativa. Lo que sí podemos decir es que determinados deseos de amor, cuando no se realizan, implican depresión. Así, la situación del duelo normal, en que se ha perdido un objeto a través del cual se podía satisfacer el deseo amoroso, cons- tituye un ejemplo. Igual cosa sucede con la depresión narcisista, en la que el .sujeto siente que en vez de ser el Yo Ideal es el nega- tivo de éste." Significando para el sujeto que si siendo el Yo Ideal tiene el amor del objeto externo y del Superyó, no serlo adquiere el sentido de perder el amor de uno y otro, y por 10 tanto la no realización de un deseo de amor. De ahí la depresión. En la depresión culposa -consecutiva al sentimiento de que se ha atacadoal objeto y se lo ha dañado- tan adecuadamente des- crita por Melanie Klein, se da también el hecho de que se sienta perdido al objeto de amor -por estar dañado- y además se viva como perdido el amor que podría .brindar el objeto externo y el Superyó, ya que se es agresivo. Vemos pues que las tres condiciones consignadas pueden explicarse desde la ·hipótesis en que se supone que la depresión corresponde a una condición, la pérdida de objeto, y constituye un estado en que se vive un deseo como irrealizable. Ya tendremos ocasión de examinar detenidamente a lo largo del libro la formu- lación que ahora aparece básicamente como un punto de partida, pero que no queríamos dejar de anticipar tanto para que se viera la unidad que subyace a fenómenos aparentemente tan disímiles, como también para sostener que las teorías que han pretendido explicar la depresión son parciales. En efecto, a grandes rasgo", en el Psicoanálisis actual hay dos grandes teorías sobre la depre- sión: 1) La depresión por descenso de la autoestima. Es la que sostienen autores como Fenichel " o Bibring:" 2) La depresión co- mo consecuencia de los impulsos agresivos. En esta teoría se des- taca el fundamental aporte de Melanie Klein. Cuando nos encontramos ante dos explicaciones de este tipo podemos preguntarnos si una es correcta y la otra equivocada. Sin 25 Véase el capítulo sobre Narcisismo. 26 O. Fenichel, Teoría psicoanalítica de las neurosis, Nova, Buenos Aires, 1957, pp. 495 Y ss.: .. 27 E. Bibring, "El mecanismo de la depresión", en P. Greenacre (comp.) , Perturbaciones de la afectividad, Horm é, Buenos Aires, 1959. 36 embargo el material clínico que ofrecen Melanie Klein, Fenichel y Bibring nos permite concluir que corresponden a una apreciación adecuada de datos, y que lo inadecuado es en cambio generalizar a partir de un aspecto parcial, pretender que el elemento elegido, presuntamente causal, permite entender todas las depresiones y, por 10 tanto, está en la esencia del fenómeno. Teniendo en cuenta, entonces, que el descenso de la auto- estima o la agresión no constituyen, cada uno de ellos, la explica- ción de la depresión, el elemento unificador no puede encontrarse ni en el nivel de uno ni en el de otro. Tiene que hallarse en otro nivel que permita abarcar las explicaciones parciales y que es, a nuestro juicio, el de la estructura del deseo, tal como 10 hemos sostenido reiteradamente en esta introducción. 37 Capítulo I NARCISISMO En el capítulo anterior dijimos que la pérdida de un objeto podía dar origen a la depresión. No nos detuvimos mucho en esa opor- •tunidad en las características que debía reunir tal objeto, aunque dejamos constancia, siguiendo a Freud, de que se podría tratar de algo que fuera un ideal para el sujeto que sufría la pérdida . Para mayor precisión partamos de un simple hecho de ob- servación: alguien aspira a ser de determinada manera, ponga- mos por caso bello, valiente, bondadoso o inteligente. Se trata evidentemente de atributos que ante sus ojos 10 convertirían en alguien digno de estimación. Pero si por cualquier circunstancia esa persona llega al convencimiento de que en vez de ser bella es fea, en vez de valiente es cobarde, etcétera, podrá deprimirse. ¿Cómo se debe entender 10 sucedido? Esa persona que se ve fea o cobarde no se puede amar a sí misma, ha dejado de ser su propio ideal, o en otros términos ha perdido el amor de su Su- peryó. 'Pero para que esto sea posible .hace falta que esa persona haya construido dichos atributos como ideales de perfección. Y es precisamente eso, que alguien se haya tomado a sí mismo como objeto de amor, viendo en sí a un ideal, lo que forma el núcleo de la caracterización del narcisismo. En el caso Schreber, Freud da como característica definitoria del narcisismo que "el sujeto comience por tomarse a sí mismo, a su propio cuerpo, como obje- .to de amor".' El mito de Narciso, enamorado de la belleza de su 1 S. Freud, "Notas psicoanalíticas sobre un informe autobiográfico de un caso de paranoia" (1911), S.E., vol. XII, p. 60. 38 propia imagen, provee por lo tanto el modelo a partir del cual se desarrolla el concepto. No nos interesa hacer aquí una síntesis de la teoría psicoa- nalítica acerca del narcisismo ni tampoco un estudio de los nu- merosos problemas que en él se plantean. Solamente nos deten- dremos en algunos aspectos del narcisismo que creemos particu- larmente atinentes al tema de la depresión. Al intentar fundar la razón de la diferencia entre el duelo normal y la,.melancolia, Freud consideró que en esta última con- dición el ~bjeJ9-p~r.did_Q había sido elegido de acuerdo con el tipo de e~cci6n nar_ci~istª. Ahora bien, ¿qué es lo que se debe de entender por elección narcisista de objeto? La respuesta no es unívoca. Freud, en "Introducción al narcisismo" (1914), designa como elección narcisista de objeto la .que se caracteriza por ser el objeto elegido conforme a cómo es el sujeto, cómo fue el sujeto, cómo el sujeto quisiera ser, o alguien que una vez fue una parte del sujeto, el hijo para la madre por ejemplo.' Pareciera entonces que la elección narcisista se caracteriza porque en ella el objeto tiene una semejanza con el Yo que lo elige, o sea que la elección se hace a imagen y semejanza del Yo. Este es el concepto de elección narcisista de objeto explícito en el texto citado. Sin em- bargo, en el mismo texto Freud dice que las mujeres aman y hacen elección de objeto según el tipo narcisista.' O sea, eligen como objeto sexual a los que las aman, a aquellos que las hiperestiman y las convierten en su ideal. Acá, evidentemente, al hablar de la elec- ción narcisista de objeto no se refiere al hecho de que el objeto ele- gido por la mujer lo sea a imagen y semejanza del Yo que elige; 10 que se quiere destacar es que mediante ese objeto sexual 10 que se satisface es el narcisismo del sujeto, es decir su autoestima. Vemos así que en el texto mencionado hay una definición explícita y otra que no constituye una verdadera definición sino una caracterización a partir de un ejemplo clínico. Vemos en- tonces que en Freud la elección narcisista de objeto abarca tanto la elección que se ha realizadó a imagen y semejanza del Yo como la que se ha realizado para elevar la autoestima, la vivencia de perfección, de completud, de omnipotencia. 2 S. Freud, "Introducción al narcisismo" (1914), S.E., vol. XIV, p. 90. 3 Op. cit., p. 88. 39 Para que se vea con más claridad la diferencia que estarnos tratando de hacer entre la elección narcisista de objeto a imagen y semejanza y la elección narcisista de objeto cuya finalidad es . restituir la autoestima me valdré de un ejemplo clínico. Se trata de un adolescente que en una sesión me comentó entusiasmado que tuvo una relación con una chica que le pareció formidable. Lo que según su descripción lo entusiasmaba más era la vagina de la muchacha, la cual, por ser estrecha - así la caracterizó- le provocaba una sensación particular de satisfacción. Lo que se pudo comprobar era que la vagina estrecha de la muchacha mol- deaba, precisamente por su estrechez, su pene como grande, como poderoso. De modo que el objeto era elegido narcisísticamente como satisfactorio, como aquel que mejoraba la autoestima del sujeto, por permitirle tener la vivencia de un pene grande. O sea que aquí lo que define como narcisista a la elección no es que ésta sea a imagen y semejanza del sujeto, ni siquiera que él te- niendo la imagen de su pene como chico y queriendo enton- ces a una vagina chica quiere a su propio pene por semejante a ésta. Lo que estaba en juego era que 1a vagina pequeña permitía significar a su pene como grande. En apoyo de la caracterización doble que hacemos de la elección narcisista de objeto volvamos nuevamente a Freud, quien dice de la elección narcisista en la mujer : "no necesitan amar sino ser amadas y aceptan al hombre que llena esta condición" (sub- rayado nuestro}.' Es decir que . la condición de aceptación del hombre es que las' ame, que las hiperestime. No interesa por lo tanto el hombreen sí mismo y de ahí la expresión "aceptan al hombre que llena esta condición". La elección no se hace enton- cespor los atributos del objeto, porque éste sea semejante al que elige, sino porque convierte al individuo en un ideal. Ahora bien, si una elección narcisista de objeto se puede realizar porque el objeto elegido 10 es a imagen y semejanza del Yo o bien porque restituye la autoestima del Yo, ello significa que en el concepto de narcisismo están articuladas dos categorías. Por un lado está la relación de semejanza o diferencia que existe entre el Yo y el objeto , y por el otro la vivencia de perfección, de omnipotencia, en última instancia de autoestima satisfecha. No por 4 Op. clt., p. 89. . 40 nada el trabajo de "Introducción al Narcisismo" comienza con una caracterización del narcisismo como elección a imagen y se- mejanza -con la cita de la elección homosexual que retoma de la nota agregada a "Tres ensayos para una teoría sexual" 5_ y con- cluye con toda la última parte del tercer capítulo en que hace un estudio de la autoestima, que, digamos de paso, es la palabra que debe reemplazar en la traducción castellana de López Ballesteros a la que aparece equivocadamente en: su lugar: autopercepción. Por lo anterior vamos viendo que en el tema del narcisismo tendremos que abordar dos órdenes de problemas, uno es el de la relación entre el Yo y el objeto, relación de semejanza o de di- ferencia, y el segundo problema es el de la vivencia de perfección, de autosatisfacción, de completud, en síntesis, de hiperestima- ción de sí mismo. Tomemos la primera de las cuestiones mencionadas: la re- lación existente entre el Yo y el objeto. Si volvemos a la cita del caso Schreber en donde Freud dice: "El sujeto comienza por to- marse a sí mismo, su propio cuerpo, como objeto de amor", esta cita podría servir de base para refutar la pretendida anobjetalidad del narcisismo primario. El razonamiento podría ser el siguiente: si el propio cuerpo o "sí mismo" son objetos de amor .para el sujeto, resulta evidente que hay un objeto, por lo tanto el narci- sismo primario no sería anobjetal. Pese a su aparente solidez en el plano de la lógica, 10 que hace este razonamiento es jugar con la palabra objeto cambiando la extensión del término, usando objeto en el sentido clásico de la filosofía, como todo lo que se opone al sujeto. Los que sostienen, siguiendo al mismo Freud, que el narcisismo primario es anobjetal, en realidad denominan objeto a algo que no es el sujeto ni el YO,6 a un objeto otro que el objeto que es el Yo. Esta tripartición entre sujeto o persona, Yo, y objeto no-Yo se encuentra claramente en "El Yo y el Ello", en donde el Ello -que no cometeremos el error de equipararlo 5 S. Freud, "Tres ensayos para una teoría sexual" (1905), S.E., vol. VII, p. 145. 6 Acá usamos Yo en uno de los sentidos con que aparece en "El Yo y el Ello", como representación que el sujeto tiene de sí mismo. Para una precio sión de las connotaciones que tiene el término Yo véase el próximo apartado . de este capítulo. . 41 al sujeto- toma al Yo como su objeto de amor, pudiendo ir la libido a otros objetos, de acuerdo con la célebre metáfora, grata para Freud, de la ameba con los seudópodos. Pero lo esencial es que en este caso el Yo es un objeto para otra entidad, que en este caso es el Ello. Si la única refutación a la tesis de la anobjetali- dad del narcisismo primario fuera la que estamos considerando, la discusión habría pasado a ser puramente semántica, una discu- sión en torno del término objeto, que es el prototipo de la dis- cusión que no interesa. La problemática pertinente, por lo tanto, no es si el Yo es un objeto para el sujeto, cosa que es, sino si este Yo es anobjetal en el sentido de ser independiente, en su cons- titución, con respecto a otro objeto externo también al sujeto. O dicho en otros términos, si el Yo objeto de amor del narcisismo se constituye sin tener nada que ver con otro objeto, es decir si se desarrolla simplemente por maduración a partir del Ello, con- cepción vigente en una parte del Psicoanálisis actual. Pero dado que el Yo que es tomado como objeto de amor es la representa- ción que el sujeto se hace de sí mismo, y que esta representación se construye en buena medida por la identificación con otro, y a partir de la representación de sí que otro le da al sujeto, el Yo del narcisismo involucra necesariamente al objeto. Pareciera entonces que si nos preguntamos si el narcisismo primario es anobjetal u objetal, contestar que es objetal constitui- ría una respuesta que satisface nuestra posición. Pero por algo la discusión entre objetalidad y anobjetalidad ha hecho oscilar entre las dos posibilidades convirtiéndose en uno de los dilemas clásicos del Psicoanálisis. Lo que sucede, a nuestro juicio, es que el narcisismo es objetal desde el punto de vista de la situación estructurante en que se constituye el Yo, situación en la que no hay un Yo preexistente al encuentro con el objeto, sino que aquél se construye precisamente en ese encuentro. En el apartado si- guiente tendremos ocasión de volver a esta concepción del Yo para desarrollarla, aunque por ahora nos basta enunciarla para dejar consignado que, de acuerdo con esto, el narcisismo primario es objetal desde la estructura en que se constituye el Yo. Pero desde la vivencia del sujeto, o sea cómo experiencia éste la exis- tencia del objeto, posición desde la cual también teorizó Freud el tema del narcisismo, hay dos creencias ilusorias: 1) la creencia 42 en la no existencia del objeto y, 2) la creencia en la existencia de otro cuando en realidad uno está frente a su propia imagen. Tomemos el primer caso, en que el sujeto no reconoce la existencia del objeto como diferente de sí. Podemos dar como ejemplo el del chico que se identifica con el rostro de su seme- jante como si fuera el suyo propio, o que, en la situación de transitivismo descripta por Wallon, llora al ver caer al otro. En estas situaciones el chico tiene como representación de sí, como Yo, lo que es representación de un objeto no reconocido como tal. El segundo caso de ilusión -cuando el sujeto cree que hay otro cuando en realidad se trata de él mismo- está ejemplifica- do por el mito de Narciso, en el cual, habiendo uno solo, Nar- ciso, éste cree que hay dos y se enamora de su propia imagen. Es un caso similar al de la elección narcisista de objeto hecha a imagen y semejanza. Cuando se cree conscientemente que hay dos objetos, en realidad está el Yo, en tanto representación, que es amado en el objeto. Recuérdese ese ejemplo, realmente notable para el análisis del homosexual, que da Freud, el cual, aparte de intentar resolver el problema de la génesis de la homosexualidad, constituye un paradigma por su examen de la relación entre un su- jeto y un objeto. El homosexual ama al joven, pero -como dice Freud- el joven es para él el representante de sí mismo, mientras que él está identificado con su madre, de modo que amando al joven en realidad se está amando a sí mismo. En este caso el sujeto vive en su conciencia como si él y el otro fueran dos ob- jetos separados y diferentes, pero en cuanto a los rasgos que determinaron esa elección narcisista hay una representación in- consciente -la de su propio Yo- que es vista y amada en el otro. En el caso que estamos considerando, el del homosexual narcisista que cree que hay dos -él y el joven-, en realidad hay más de dos, pues está la madre con la cual él está identificado y está el joven con el cual se identifica. Ahora bien, este complejo juego de representaciones es posible debido a la existencia de representaciones que son conscientes unas e inconscientes otras, lo cual es una prueba más de que los conceptos que estamos utilizando, identificación y narcisismo, son incomprensibles si no se los articula con la división en consciente e' inconsciente, esen- 43 cial para el Psicoanálisis. Con respecto a la imagen inconsciente, el Yo y el otro son lo mismo. Se entiende, entonces, por qué se llama relación narcisista
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