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Ciencia de la lógica y lógica del sueño

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DEL MISMO AUTOR 
EN TAURUS EDICIONES 
• El drama de la Ciudad Ideal. 
(Colección «Ensayistas», n .º 114.) 
t 
VICTOR GO MEZ PIN 
CIENCIA DE LA LOGICA 
y 
,_, 
LOGICA DEL SUENO 
CON UN APENDICE DE JAl'IER ECHEVERRIA 
tau rus 
T 
f 
() 1978, VÍCTOR GóMEZ PIN 
© 1978 del Apéndice al Cap. 1 de la 11 Parte, JAVIER EcHEVERRÍA 
TAURUS EDICIONES, S. A. - Velázquez, 76, 4.º - MADRID-1 
ISBN: 84-306-1 156-8 
Depósito Legal: M. 5 .649 - 1978 
PRINTED IN SP AIN 
PO R T I CO 
El reino de la Lógica es la verdad sin máscara, la 
verdad en sí y por sí. . . , la representación de Dios tal 
como está en su ser eterno. 
(HEGEL) 
. . . trazar en lo real un surco nuevo respecto al cono­
cimiento que cabría atribuir a Dios en su ser eterno. 
(LACAN) 
A MI HIJA ANA, 
COMPAÑERA DE RuGGERO A CA n'ÜRo 
t 
PRO L OG O 
«Diríase que se asiste a una lucha entre gigantes, 
por lo virulenta que es su disputa en torno a usía.» 
PLATÓN, Sofista 
Se entrecruzan en este trabajo múltiples proyectos . Diríamos que 
proyectos diversos, opuestos y contradictorios si ello no equivaliera 
a caracterizarlos ya en función de uno de ellos . Pues verificar que 
toda reflexión se inserta en el orden lógico cuyo arranque son las 
categorías de diversidad, oposición y contradicción, fue la primera 
tarea que, hace ya unos años, nos propusimos. De la fórmula inveri­
ficable « toda reflexión», pasamos a la consideración empírica de 
teorías y aparatos conceptuales más o menos totalitarios en su pre­
tensión : el sistema categorial de Aristóteles ( aquí no incluido), el 
Psicoanálisis, la Lingüística contemporánea . Se trataba de insertarlos 
en la Lógica de Hegel, en un momento determinado de ella, la «Ló­
gica de la Esencia» y en ésta, las «categorías de la reflexión» . Si el 
proyecto no se hubiera modificado en camino, este libro constituiría 
una nota de la Ciencia de la Lógica. No cabría decir siquiera que se 
trata de una nota al margen, o al pie de página ; bueno es que en 
la Ciencia de la Lógica las notas se hallan insertas en el texto, pues 
¿qué margen puede haber cuando de lo que se trata es de la «ciencia 
eterna de Dios»? Nuestro trabajo sería la exploración con cierto de­
tenimiento de un detalle. Al llegar a la categoría de vida cabe ha­
cerse biólogo para mostrar en la multiplicidad cómo la vida se des­
pliega. Análogamente, en el centro de la Esencia, allí donde en la 
Lógica surge la reflexión como tal , ¿por qué no un paseo por los 
campos donde ésta se encarna? El paseo no podría naturalmente 
revelamos otra cosa que la absoluta sumisión al modelo : sólo uni­
versalidad en lo particular, sólo Esencia en el modo. Y en un punto 
al menos los «modos» observados son totalmente obedientes : cada 
uno, aun surgiendo como reflexión particular, se proclama universal; 
cada uno, aceptándose momento, quiere dar cuenta de todo. 
9 
Dar cuenta de todo. Incluso -y ahí el problema- cuenta de 
la reflexión en la cual (para nosotros) se agota lo que pretende dar 
cuenta es decir, encuentra a la vez su fundamento y su pérdida. 
Da� cuenta de la reflexión, es decir, dar cuenta de la Esencia en 
· la cual la reflexión es momento, y de cuya totalidad es por ende 
indisociable. Y así dar cuenta de las categorías mediante las cuales 
las de1erminacignes del ser llegan a fenomenizarse y realizarse. Dar 
cuenta en definitiva de la Lógica en tanto encadenamiento, necesa­
rio y cerrado sobre sí mismo, de los conceptos más universales. 
Dar cuenta de la Lógica en tanto encadenamiento de los concep­
tos más universales. No hemos dicho dar cuenta de la Lógica «tout 
court». Pues si por algún lado surgiera tal pretensión, no habría 
aquí ocasión de discutirla . Qui(ftl pretende situarse más allá del La­
gos, está -por definición- cerrando el paso a todo diálogo. En 
uno de los textos que en este trabajo más ampliamente menciona­
remos, Lacan tiene buen cuidado de dejar sentado que lo real a que 
debe confrontarnos la experiencia psicoanálitica, aunque irreductible 
a la construcción hegeliana, debe ser reivindicado como racional. 
Pues si así no fuera, ¿cómo a partír de lo real íbamos a dar razón 
no sólo de la construcción hegeliana, sino de toda construcción? Lo 
real es racional, pero la razón, el Logos, no se agota en concepto y 
por ello la razón hegeliana es una razón parcial. Tal sería el razona­
miento implícito en toda tentativa de hacer de Hegel un «caso». Lo 
molesto es que no hay seguridad de que se trate de algo más que de 
un razonamiento simple, es decir, puramente conceptual, mediante 
lo cual se insertaría en aquello que pretende trascender. 
De este círculo vicioso, presente en múltiples modos, ya no es­
caparemos a todo lo largo de este libro. O mejor dicho: sí escapare­
mos, pero para caer en otro. Cuando reconfortados en nuestras co�­
vicciones hegelianas repitamos a quien quiera oírnos que el lenguaJe 
no es el LQgos, sino tan sólo el modo en que se hallan «expuestas 
( f y consignadas las formas del Logos», se evidenciará inmediatamente 
que esta afirmación, así como todos los silogismos destinados a �e­
mostrarla se inserta asimismo en el objeto que pretende reducir. 
Si el leng�aje es modo del concepto, constituye en todo caso el único 
modo accesible, pues -el en sí de Dios aparte- ¿cómo aprehender 
categorías no expuestas ni consignadas? 
Aporías múltiples que hacían que en camino nuestro proyecto 
se modificara. Ahora se trataba de dar cuenta, hegelianamente ha­
blando de la reflexión lingüística o psicoanalítica. Un momento des­
pués, por el contrario, nos tentaba la idea de hacer de la lógica de 
Hegel un momento de la reflexión total sobre el lenguaje. En fin, 
aspecto complementario del que precede, tentación de insertar el 
proyecto hegeliano como tal en el espacio de la relación analítica. 
Detengámonos sobre este último punto: 
10 
El discurso del psicoanalizado tiene la particularidad de estar 
dirigido a alguien que es la figura de la negación del yo del primero. 
De ahí que los protagonistas de la relación analítica nos parecieran 
dar cuerpo a los polos de la relación fundamental. Aspecto mediante 
el cual la relación analítica trascendería -hegelianamente hablando-­
la lógica de la reflexión, para insertarse en la lógica del Grund, fun­
damento, o exactamente, relación fundamental. Por eso en la pri­
mera parte de este trabajo el espacio analítico no está presentado 
ni como espacio del inconsciente ni como espacio de la realidad social 
y natural, sino como la diferencia, la oposición, la contradicción en­
tre ellos y así el espacio mismo en que se constituyen. 
En esta perspectiva nada habría irreductible a la relación analí­
tica, nada habría irreductible al discurso analítico. ¿Nada? ¿Ni si­
quiera el orden categorial que permite hablar de relación y precisa­
mente de relación fundamental . . . ? Retorno de la tentación concep­
tual que nos obliga a separarnos de Lacan en el instante mismo en 
que afirma la irreductibilidad y subsistencia del campo freudiano in­
sertándolo entre aquellos «que se caracterizan por trazar un surco 
nuevo en relación al conocimiento que cabría atribuir a Dios en su 
eternidad» 1• 
El surco freudiano posibilitaría una relación no alienada a lo real. 
Este emergería por fin como el fondo en �ue se agota no sólo el 
sentido de la palabra, sino el sentido -y as1 la verdad- de aconte­
cimientos como la guerra y la muerte del padre, éle cuya inserción 
en la relación analítica nos ocuparemos en la primera parte de este 
libro. 
En la segunda parte intentaremos explícitamente ordenar, con 
respecto a las categorías de la relación fundamental, el dispositivo 
conceptual mediante el cual Freud y Lacan nos exponen la estruc­
tura de la relación analítica. Previamente, en esa misma segunda 
parte, habremos ordenado, con respecto a las categorías de la refle­
xión, el aparato categorial de dos representantes eminentes de la 
moderna lingüística: Jakobson y Saussure. La relación entre estos 
capítulos puede sintetizarse en dos preguntas : ¿a quéleyes responde 
el discurso? , ¿a qué leyes responde la quiebra del discurso? 
En fin, el libro se cerrará con una tercera parte consagrada ex­
clusivamente a un capítulo de la Ciencia de la Lógica. Aparecerá 
allí el despliegue dialéctico de los principales conceptos utilizados 
en la segunda parte. En primer lugar presentaremos el Or.ganon de 
los capítulos I y II de la segunda parte, así como del Apéndice 
de Javier Echeverría. En segundo lugar vendrá el Organon del ter­
cer capítulo. 
1 Les quatre concepts fondamentaux de la Psychanalyse, París, Les Edi­
tions du Seuil, 1973, p. 1 16. 
11 
Esta tercera parte tiene la función suplementaria de introducir 
al horizonte de una investigación posterior, que aquí avanzamos, 
pues de alguna manera constituye la promesa en la que encuentra 
su verdadero sentido este trabajo. Empecemos por resumir breve­
mente lo obtenido en nuestro análisis del Cours de Linguistique 
Générale. 
Ferdinand de Saussure nos presenta fenómenos lingüísticos su­
cesivos, cuya explicación exige remitirse en cada caso a una categoría 
particular: Diferencia, Distinción (Diversidad), Oposición. El orden 
de estas categorías coincide con el expuesto en la Ciencia de la Ló­
gica, y así confirma en una ciencia empírica lo bien fundado de 
esta exposición. Hay coincidencia también en la estructuración dia­
léctica de estas categorías, pu(JS la Oposición, como relación entre 
signos completos, es la categoría concreta sin la cual no tiene sen­
tido ni la distinción de signos -por abstracción considerados sub­
sistentes-, ni la relación diferencial entre los significantes o entre 
los significados. 
Ahora bien, desde el momento en que la categoría de Oposición 
es aceptada como fundamento último del funcionamiento del signo, 
desde el momento en _que para dar cuenta de la lengua hemos re­
currido a un concepto 2, no cabe ya hacer abstracción de lo que 
resulta de una consideración meramente lógica de este concepto. Se 
puede razonar del modo siguiente: «la oposición funda el signo; 
veamos, pues, cuál es el fundamento de la oposición». Saussure ·se 
etiene en la Oposición, no reflexiona sobre la Oposición 3• Pero 
el destino de la Oposición no constituye para nosotros mist�rio al­
guno. La Ciencia de la Lógica nos muestra que la Oposición es en 
verdad el proce�o: contradicción <=> solución de la contradic­
ción, y en ello relación fundamental como condición necesaria y 
suficiente del «surgir de la cosa en la existencia», y así subsistencia 
y, por ende, negación de la no subsistencia bajo la cual, en el dis­
curso mismo que funda su privilegio, quedaba enmarcada la lengua 4• 
Lo esencial de este momento es que a partir de él la reflexión 
no puede ser ya un hacer signos que agota la cosa, sino hacer signos 
sobre la cosa. Accede ahí el lógico a la contemplación de la necesi­
dad de que el conocimiento se convierta en adecuación a algo que 
no es ya del orden del concepto simple sino resultado de la nega­
ción por el concepto de sí mismo. Accede ahí el lógico al momento 
2 Veremos que J akobson, aun situándola a otro nivel, hace también de 
la Oposición la categoría fundamental de la lingüística. 
3 Tampoco Jakobson, pese a las apariencias. Jakobson se limita a recor­
damos cómo funciona exactamente la oposición a fin de justificar la corrección 
que, a propósito del fonema, hará del Cours de Linguistique. 
4 «La lengua es una forma y no una substancia . . . » (Cours de Linguistique 
Générale, París, Payot, 1965, p. 169.) 
12 
de la doctrina empmsta, fundamentalmente aristotélico-escolástica, 
del conocimiento. 
Así, pues, si «un niño puede demostrar contra la Escuela» 5 que 
el concepto engendra la cosa, razón -razón parcial, pero razón­
tiene el escolástico en responder que algo en la cosa no se agota en 
el concepto, a saber, su subsistencia; razón tiene e
f
e más si se afir­
ma que el concepto es progenitura del significante. 
Cierto es, sin embargo, que la cosa hegeliana emerge en el hori­
zonte del concepto, emerge como evidencia racional a partir de la 
consideración de determinados signos. Por ello, cuando Hegel pro­
nuncie la frase con la que se inicia la esperada transformación del 
fundamento en cosa (Der Grund ist das Unmittelbare und das 
Begründete des Vermittelten), encontrará un oído atento, no a los 
sintagmas que a esta frase precede y siguen, insertándola en un ri­
guroso silogismo, sino a la carga pulsional de que es portadora ... 
El discurso lógico y no tan sólo el sueño es un «rebus», pretensión 
ante la que el concepto debe necesariamente rebelarse, no excluyén­
dola, sino fundándola en razón, determinándola como momento. 
s LACAN, Fonction et Champ de la Paro/e et du Langage, in Ecrits, 
p. 276. 
13 
t 
PRIMERA PARTE 
LO G ICA DEL SUEÑO 
1 
LO REAL QUE DESPIERT A 
«Un padre ha velado largo tiempo, día y noche, junto al lecho 
de su hijo enfermo. Tras la muerte del niño se retira a descansar 
a una habitación contigua, pero deja abierta la puerta a fin de no 
perder de vista el dormitorio donde reposa el cadáver del niño, ro­
deado de grandes cirios. Un viejo, encargado del velatorio, salmodia 
oraciones sentado junto al cadáver. Tras unas horas de haberse dor­
mido, el padre sueña que su hijo está junto a su cama, le coge del 
brazo y con un tono lleno de reproche le dice al oído: "Padre, ¿no 
ves que estoy ardiendo?" Se despierta, percibe un intenso resplan­
dor que proviene de la habitación del cadáver, corre hacia ella y 
encuentra al anciano adormecido, la mortaja y un brazo del cadáver 
quemados por un cirio que, ardiendo, había caído sobre ellos.» 
A propósito de este sueño, que Freud nos dice merecer una 
atención particular, Jacques Lacan formula una pregunta que suena 
como un aldabonazo: «¿qué es lo que despierta?» 1• Pero veamos 
antes de abordarla algunas características del sueño mismo. No se 
trata de un sueño interpretado por Freud; ni tan siquiera de un 
sueño que Freud escucha directamente de boca del que soñó. Una 
de sus pacientes lo oyó en una conferencia sobre el sueño, e integró 
algunos de sus elementos en un sueño propio. Tras todas estas me­
diaciones es como el sueño llega a oídos de Freud, y no deja de 
resultar curioso que éste lo haya estimado adecuado para servir 
de pórtico al capítulo más trascendente de La interpretación de los 
sueños. 
Transcribamos ahora -pues en ella se encuentra un punto de 
especial importancia- la interpretación que, al decir de la enferma 
1 Les quatre concepts . . . , p. 57. 
17 
2 
de Freud, dio el conferenciante que constituye el último eslabón del 
relato: «La explicación de este sueño conmovedor es bastante sen­
cilla y, al decir de mi paciente, el conferenciante supo darla. El 
vivo resplandor llegó, por la puerta abierta, hasta el ojo del padre 
dormido y le inspiró la misma conclusión que hubiera sacado en 
estado de vigilia, a saber, que la caída de un cirio había provocado 
un incendio en la proximidad del cadáver. Tal vez el padre se dur­
mió ya con la aprensión de que el anciano no estuviera en condi­
ciones de cumplir su misión» 2• 
No escapará al lector el carácter inquietante de las últimas líneas, 
subrayadas por nosotros. ¿No sugieren, en efecto, la posibilidad de 
que en el acontecer de estos hechos desgraciados la inocencia del 
padre no sea total? Pero \rolvamos a la pregunta: ¿qué es lo que 
despierta? No cabe la respuesta ingenua de que lo que despierta 
es el vivo resplandor de la llama. El texto de Freud no deja al res­
pecto lugar a dudas. El resplandor es más bien ocasión del soñar 
que causa del despertar. El acontecimiento «accidental» posibilita 
que en el durmiente se desencadene el proceso -llamado prima­
rio- constitutivo del sueño; del sueño que elabora los estímulos 
y los restos diurnos en conformidad con el principio de placer, y no 
en conformidad con lo que se impone en la vigilia. La percepción 
de un incendio debe desencadenar el impulso de apagarlo, salvo que 
tal percepción se inserte en esta lógica otra que es la lógicadel de­
seo. Y nuestro padre, lejos de correr a apagar el cadáver de su hijo, 
prolonga en sueños la vida de éste, aun ardiendo: 
« . . . cabe extrañarse que haya podido haber sueño cuando 
lo que se imponía era el más apresurado despertar. Debe no­
tarse que también este sueño constituye la realización de un 
deseo. En el sueño actúa el niño muerto como si estuviera 
vivo; advierte él mismo a su padre, viene a su cama y le coge 
del brazo, como probablemente lo hizo en aquella ocasión de 
la que el sueño saca el primer trozo de la frase del niño (Pa­
dre, ¿no ves?). La realización de este deseo ha prolongado por 
un momento el sueño del padre. El sueño mantiene, sobre el 
pensamiento despierto, el privilegio de que el niño puede 
mostrarse vivo una vez más. Si el padre se hubiera despertado 
inmediatamente, sacado la conclusión que se imponía y tras­
ladado a la habitación del resplandor, habría, en cierto modo, 
reducido la vida de su hijo» 3• 
2 Die Traumdeutung, Frankfurt, S. Fischer Verlag, 1973, pp. 513-514. To­
das nuestras referencias a La interpretación de los sueños remiten a esta edi­
ción alemana. Los pasajes citados han sido traducidos por nosotros. 
3 Die Traumdeutung, pp. 514-525. 
18 
l 1 1 1 t n rs n la lógica del sueño es la vía mediante la cual el 
1 1 , a id nte es recuperable, recuperable para el noble deseo 
¡11 \In padre prolongue la vida de su hijo. Se explica ahora lo 
h ·11 l n s indicaba poder ser causa de extrañeza, a saber, que 
1 I ¡ t rtar no se imponga, pues ante la posibilidad de devolver la 
l 1 r 1ué urgencia tiene el apagar las llamas del cadáver? 
Y, sin embargo, el padre acaba despertándose (quizá no hay si-
1u' 1,1 intervalo temporal entre el soñar y el despertarse), y enton­
•tpar ce una extrañeza de signo contrario. Ante la hasta ahora 
1hl economía del sueño, surge la pregunta: pudiendo seguir so-
11 lo, ¿por qué despertarse?, ¿qué hay en el núcleo mismo de 
ll' sueño, satisfactorio en principio, que acaba imponiendo el re-
1117i en las tareas cotidianas --en este caso la primordial tarea de 
1p:1gar las llamas? 
·ijémonos en las palabras del niño: «Padre, ¿no ves que es-
ardiendo?» De las primeras (Padre, ¿no ves?), Freud nos 
li que debieron ser efectivamente pronunciadas, acompañadas del 
•-.to familiar de coger del brazo, a propósito de algún aconteci­
mi nto fuertemente emotivo (affektreiche Gelegenheit). El sueño 
•lS cía este recuerdo (Erinnerung) a las palabras «estoy ardiendo» 
· n que el niño, al decir de Freud, debió quejarse de la fiebre du­
r:mte su enfermedad mortal. 
Constatamos, pues, una inquietante complicidad entre el acon­
t cimiento, que se quisiera fortuito, desencadenador del proceso 
nírico y el momento revivido en el núcleo del sueño. Si en ambos 
asos el niño arde, cuando Freud mismo nos sugiere que el padre 
se retiró ya con la aprensión de que el anciano no estuviera a la 
altura de su tarea, ¿no nos está indicando claramente la participa­
ción del padre en el siniestro accidente? Fortuito para nosotros, el 
incendio no lo es para el padre, no lo es al menos si por padre 
entendemos algo más que el padre consciente -el ciudadano-, al 
que por principio nada es más caro que la vida de su hijo. 
La realidad {la determinación en la objetividad, en el mundo) 
del incendio es ocasión de realización del deseo del buen padre, 
pero más profundamente es ocasión -y aquí entramos de lleno en 
la interpretación lacaniana- de que se repita algo que constituye 
un precio excesivo y necesario para el deseo del buen padre, a saber, 
la verdadera muerte del hijo 4, si al menos es cierto, como Lacan 
lo indica, que «ningún ser consciente puede saber lo que es la 
muerte de un hijo» 5• 
Lo que despierta no es la realidad objetiva del resplandor; lo 
4 «La casualidad refleja la fatalidad, que ha decidido sea precisamente a 
través de la huida cuando el ser humano se entrega a aquello de lo cual 
huye.» El delirio y los sueños en Gradiva de ]ensen, Grijalbo, 1977, p. 259. 
s Les quatre concepts .. ., p. 58. 
19 
que despierta es el precio excesivamente caro que exige el proceso 
d� ordenar en conformidad con el principio de placer los restos 
diurnos y los estímulos de la realidad. Pues en las imágenes oníri­
cas con las cuales el buen padre puede esperar complacerse, ya ni 
el brazo es brazo, ni el fuego es fuego, ni tampoco el padre es pa­
dre, a menos de llamarle padre en tanto padre .. . , negación de la 
figura del padre porque signo de la supresión de la sustancialidad 
de toda figura. 
Reaparecen en el sueño, nos indica Freud, emotivos aconteci­
mientos del pasado. Pero si estos acontecimientos tienen a la vez 
fuerza para determinar lo en apariencia fortuito (el siniestro) y para 
despertar al buen padre, es porque habían entrado en una órbita 
en la que su cont��idd sustancial o eidético, sus imágenes, se reve­
lan ser mera ocas10n de que circule lo que no podría anclarse en 
imagen alguna. 
Lo que despierta, lo real, es lo que se esconde tras las palabras 
«Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?», lo que se esconde es decir 
lo que sin reconocerse en ninguna de estas palabras está present� 
en ellas como la condición incondicionada y, sin embargo insustan-
cial, a la que toda palabra se reduce. 
' 
El comentario de Lacan a nuestro texto de Freud nos indica tan 
sólo el ámbito en que debe ser buscado lo Real que despierta. Allí 
donde la representación no es más que una pseudo-representación 
( «tenant-lieu de la représentation» llama Lacan a la Vorstellungsre­
prasentanz de Freud), es decir, en el sueño, lo Real revela su huella; 
pero lo Real no es esta representación, como tampoco es el sueño 
-aunque quizá necesita de él-. La misión del Psicoanálisis según 
Lacan es -más allá de todo idealismo-- confrontarnos a lo Real 6 
caracterizado adecuadamente como lo inasimilable (lo radicalment� 
írreductible a la subjetividad) y puesto en correlación con la noción, 
central en la obra freudiana, de traumatismo. La originalidad de 
L.a�an consistirá _
en entroncar con lo Real la noción lingüística de sig­
nificante, es d�cir: aquello que, condición de posibilidad del signo, 
es -de ser cierto que no hay ni sujeto ni mundo sin lenguaje­
condición de posibilidad tanto de la realidad subjetiva como de la 
r�a!idad obje;iva. El. problema de la relación entre lo Real y el sig­nificante sera el objeto de un capítulo posterior. Por el momento 
se impone determinar cuál es el horizonte de espacio analítico. 
6 «Do�de tenemos. 
que buscar lo real, es más allá del sueño, en aquello 
que el sueno ha recubierto, ha envuelto, detrás de la falta de representación 
de la cual sólo �ay un . sustitutivo. Allí !e�ide lo real que, en mayor medid� 
que todo lo demas, gobierna nuestras actividades; y lo que nos lo designa es 
el psicoanálisis.» Les quatre concepts ... , p. 59. 
' 
20 
11 
UN T EXTO SAGRADO 
«No debe negarse que en el curso de un análisis pueden suceder 
múltiples acontecimientos 9-ue no cabe achacar. a una. intención d�l 
sicoanalizado. Puede morir el padre del paciente sm que sea el 
quien lo ha matado; puede estallar una guerra que ponga fin al 
análisis. Pero tras su exageración visible nuestra fórmula (Todo lo 
que perturba la marcha del trabajo analítico es resistencia) afirma 
, lgo nuevo y cierto. Cuando el acontecimiento perturbador es real 
e independiente del paciente, muchas veces depende sólo de éste el 
orado del efecto perturbador; la resistencia se muestra inequívoca­
mente en el aprovechamiento gustoso y excesivo del acontecimiento.» 
Estas líneas célebres constituyen una nota en el capítulo siete 
de la Interpretación de los sueños; nota en la que Freud se esfuer­
za, sin conseguirlo, en quitar mordiente a la frase fundame��al de 
u texto : «Todo lo que perturba la marcha del trabajo anahuco es 
resistencia.» Para comprender que Freud se sienta obligado a neu­
tralizar en parte su afirmación conviene recordar que en las líneas 
anteriores la resistencia ha sido presentada como laesencia de lo 
que está en juego en la relación analítica. La re�istencia es aque�o 
a lo que está atento fundamentalmente el analista, pues la resis­
tencia es signo de que el psicoanalizado aborda uno de esos puntos 
que constituyen un retoño directo del inconsciente. 
A propósito de la duda que invade al psicoanalizado sobre si 
los términos que utiliza expresan el contenido de tal aspecto oscu­
ro del sueño Freud nos dice: «precisamente el efecto perturbador 
de la duda s�bre el análisis, la desenmascara como progenitura a la 
vez que herramienta de la resistencia». La duda es arma de la re­
sistencia, y la resistencia prueba de que el inconsciente no está 
lejos. Y para comprender hasta qué punto el emerger de un modo 
21 
de la resistencia es precioso para el psicoanalista basta recordar las palabras con que, a propósito de la Gradiva de
' 
Jensen, Freud co­menta una frase célebre de Horado 1: 
�<�recisamente aquello que se ha escogido como medio de re­pres1on -como la f urca del refrán- se convierte en vehículo de le;>, que �eto:n�» 2• En �s�� mismo estudio, Freud admira la penetra­c10n psicologica de �elicien Rops, quien, al confundir la imagen tentadora de una mu1er desnuda con el cuerpo crucificado del re­dentor, refugio .P�ra el monje, «parece haber sabido que, en su retor?o, lo :epru�ido surge de lo mismo que reprime» 3. S1 la resistencia (resistencia del sujeto a que quede superada la barrera q?e, separando, su �onsciente de su inconsciente, le consti­tuye, .precisa.mente como su1eto) es el modo mismo de la relación an�htica,. afirmar q1:e todo lo que perturba el proceso analítico es resistencia, ¿no eqmvale a afirmar que todo lo que de una u otra manera a��cta a �a relac.ión analítica se inserta en esta misma rela­cion. anahtica? �i el psicoanalista está fundamentalmente atento al surg�r de la resistencia, ¿no cabe decir que el psicoanalista ha de c�:msiderar �orno momentos determinados por la aventura psicoanalí­tica del paciente . �quellos aco�;ecimientos que -por ejemplo- pro­vocan la suspens10n de la ses10n? 
�or su nota, �reud parece descartar esta interpretación radical. Y, sm embar�o, s1 ta! es su objeto, la nota está singularmente mal redacta��· Le1os, ?e circunscribir en límites razonables el ámbito de la r�lac10n anahttca, la not�, P?r su tono, por sus ejemplos, nos co.nfirma que en este texto mspirado Freud ha osado efectivamente afirmar el orden de la relación analítica no sólo como irreductible a todo otro orden, sino también como englobador de todo otro or­�e�. La nota no� �onfirma: en el espacio de la relación analítica se sit�a�, por adqumr su verdadero sentido, la totalidad de los acon­�ecim1entos ,q?e de una u otra manera afectan a la historia del su­Jet.o. D?s pagmas antes de nuestra nota, Freud nos dice que, por su exigencia de tomar en consideración absolutamente todos los extre­mos de los . �ueños de sus pacientes, él ha tratado como un textQ sagradr¡>, (h�zlzgen _Text) lo que podría ser considerado como una narrac10n , improvisada y arbitraria . El mismo respeto quisiéramos tener aqm por el texto de Freud . Vamos a tratar como un texto sagrado su afirmación fundamental: «Todo lo que perturba la mar-
1 «Naturant expelles /urca tamen usque recurre!» («por mucho que se expulse a la naturaleza con. una horquill�, siempre retoma»). Los editores, Bernd Urban Y J?hannes Crem.erms, del. estudio sobre la Gradiva, señalan que Freud no transcribe con exactitud la cita de Horado. 
. 2 P · 236 de la traducción por León Mames de la edición señalada Gri-Jalbo, 1977. ' 
3 P. 237. 
22 
ha del trabajo analítico es resistencia»; y respecto a la nota que 
1 retende matizar tamaña afirmación, recojámosla ahora con detalle 
para mostrar que no consigue su propósito. 
Podría parecer que Freud concede algo que fuera del ámbito 
psicoanalítico constituye la evidencia misma, a saber, que el psi­
coanalizado no determina la totalidad de los acontecimientos que 
pueden advenir y afectarle de una u otra manera. En realidad �i 
iquiera nos dice tanto; Freud indica tan sólo que tales aconteci­
mientos no pueden ser achacados a una intención, a un propósito 
deliberado (Absicht) del paciente. Para darnos cuenta que no es 
mucho conceder baste -adelantando sobre el cuerpo de este tra­
bajo- recordar que tampoco son propósito deliberado del paciente 
cualesquiera de los múltiples pequeños acontecimientos, internos 
al espacio estricto de la relación analítica, que a un momento dado 
engendran la resistencia, y con ella --en Freud- la certidumbre 
de que hay allí un retoño del inconsciente. La intención, el propó­
sito deliberado, no puede constituir más que una modalidad inge­
nua, y en cierto modo inofensiva, de la resistencia. Esta se revela 
en toda su fuerza cuando precisamente el paciente no tiene inten­
ción de resistir; entonces surgen como por casualidad esos múlti­
ples detalles que parecen ajenos a la influencia del paciente, que 
parecen desde el exterior determinarle, y que la lectura rigurosa del 
texto de Freud nos invita, por el contrario, a considerar como de­
terminados por una instancia del sujeto y así como momentos de la 
propia relación analítica 4• 
Veamos ahora la naturaleza posible de estos acontecimientos. 
Freud no es con su paciente excesivamente bondadoso. Los dos 
ejemplos de casos que pudieran provocar la comprensión del psico­
analista son, como por casualidad, la guerra y la muerte del padre. 
Ambas eventualidades pudieran justificar una interrupción del 
trabajo analítico. Pudieran, no es seguro que así sea. Ahí están las 
líneas finales para introducir toda clase de restricciones: la impor­
tancia a dar al acontecimiento depende solamente del paciente . Cabe 
4 En otro texto célebre, Das Unheimliche -traducido al castellano bajo 
el título desafortunado de Lo siniestro--, este problema de la intervención 
de una instancia del sujeto allí donde parece tratarse de ca�ualidad, se t;>l�?tea 
no respecto a la resistencia, sino respecto a la «compulsión de repe�ic.ion»: 
«Sólo el factor de repetición involuntaria es el que nos hace parecer sm1estro 
lo que en otras circunstancias sería inocente, imponiéndonos así la idea de lo 
nefasto de lo ineludible, donde en otro caso sólo habríamos hablado de 
casualiclad» (p. 2495 en el tomo VII de la edici?n. de Bibliot�a Nueva). l!n 
proceso involuntario determina, tanto el . acontecrm�ento �ue strve a la . r�s1s­
tencia como el acto que constituye el trmnfo del mconsciente. Esta af1rudad 
no hace más que corroborar lo que en nuestro texto de la Interpretación de 
los sueños aparece con toda transparencia : Resistencia e Inconsciente. son indi­
sociales, pues sólo en la modalidad de lo que a su emerger resiste e el 
inconsciente aprehensible en la relación analítica. 
23 
sospec�ar que este aproveche gustosamente el trastorno ocurrido. 
Es decir, cabe sospechar -¿debe necesariamente el psicoanalista 
sospe.char?- qu� la .guerra y la muerte del padre constituyan para e� sujeto. la oc�sión id�al de resistir al psicoanálisis. En cuyo caso, si el psicoanalista esta realmente atento a las modalidades según 
las cuales el sujeto resiste, ¿no deberá insertar la guerra y la muerte 
d�l padre como momentos de la relación analítica, momentos me­
dia!lte l�s cuales a la vez el paciente alcanza el punto álgido de su 
resistencia y el desfloramiento máximo de su inconsciente? 5• 
�� texto inspirado de Freud parece sugerirnos que en el espacio 
anahtico -y sólo en el espacio analítico- se inscriben con pleno 
sentido acont�i�ientos como la guerra y la muerte del padre. 
Como acontecimientos !frutos quizá «ocurren» fuera de la relación 
analítica, . pero -:-si sentido es verdad- sólo adquieren verdad cuan­do el psicoanalizado los despliega en el marco intersubjetivo de la 
palabra. 
, 
El �firmar que sin u�a. palabra que interprete, sin un sujeto que de sentido, los «acontecimientos» carecerían de toda entidad cons­
titu�e 1;1na trivialidad. Pero el psicoanálisis no se limita a ello,
' 
añade 
le;>, 
sigme�t:: no·se otorga sentido más que en el ámbito de la rela­
c1on anahtica; en todo otro ámbito el sentido es tan sólo recibido· 
Y. ,
ello �r9ue esencialme.nte, .Pºr definición, el espacio de la rela
� 
cio� anahtica es el espacio mismo del nacimiento del sentido el es-
pacio mismo del nacimiento de la palabra 6• 
' 
La guerra, la muerte del padre, son acontecimientos con sentido 
porque en la constitución del sujeto son marcas determinantes. Pero 
fu�ra de la relación analítica precisamente el sujeto está ciego a sí 
mismo, está cerrado a su constitución; en lugar de contemplar lo 
que es, en lugar de abrirse [ � sí], construye un parapeto, una mu­
ralla (un ego) en el cual se mega a lo que le determina. Sólo en la 
relación analítica la muerte del padre puede plenamente acontecer· 
la muerte del p�dr� y también la muerte de un hijo, si al menos: 
como La�an lo mdica, no es este último acontecimiento del que un 
ser consciente pueda tener noticia. 
_ 5 « . .. siempre v:enimos indicando que es conveniente evitar caer en el en­
gan<;> cuando el suJeto nos dice que . sucedió al�� que, ese día, le impidió 
realizar s� voluntad; pon�,
amos, acudir a la ses1on. No hay que tomar las 
cosas al pie de la declarac1on del sujeto, ya que aquello con que precisamente 
�os enfrentamos es con ese entorpecimiento, ese obstáculo, con el que a cada 
mst:nte tropezamos.�> ,Les quat�e concepts . . . , p. 54. «En �fecto, �como podna la palabra agotar el sentido de la palabra 
o �por dec.1rlo me1or con el logicismo positivista de Oxford, el sentido del sentido--, s1 no es en el acto que la engendra?» J. LACAN, Fonction et 
cha1!1P de la parole et du langage, p. 271 , en Ecrits, París, Les Editions du 
Semi, 1966. (Todas nuestras referencias pasteriores remiten a esta edición. ) 
24 
III 
FABRICA DE PENSAMIENTOS 
(EL ORDEN DEL SUEÑO EN LA DU
DA) 
«La duda sobre si un sueño, en su totalidad o en un
o de sus 
fragmentos, ha sido reproducido con exactitud, constitu
ye tan sólo 
un vástago de la censura de la resistencia, que impide 
a los pensa­
mientos del sueño abrirse camino hasta la conciencia.
 Los despla­
zamientos (Verschiebungen), las substituciones (Ersetzu
ngen ), inhe­
rentes a la resistencia no siempre bastan; la resistencia 
se aplica en­
tonces a lo que ha conseguido abrirse paso en forma d
e duda. Esta 
duda es tanto más fácilmente comprensible cuanto que t
iene la pru­
dencia de no aplicarse a los elementos intensos del sueñ
o, sino sola­
mente a los débiles e indistintos. Ahora bien, nosotros 
sabemos ya 
que entre los pensamientos del sueño y el sueño mismo
 ha habido 
una transvaluación total de todos los valores psíquico
s. La defor­
mación (Entstellung) era sólo posible mediante una su
stracción de 
valor (Wertentziehung); ésta se halla regularmente p
resente y en 
ocasiones es el único contenido de la deformación. Si a 
un elemento 
indistinto del contenido del sueño la duda viene a aña
dirse, pode­
mos reconocer en él un vástago directo de uno de los p
ensamientos 
del sueño que se quería proscribir (eines der verfemte
n Traumge­
danken) [ . .. ]. Por ello exijo, en el análisis de un sueño, libera
rse 
(man sich . . . freí mache) de toda escala de evaluación d
e certidumbre 
y considerar como una certidumbre total ( volle Geu:is
sheit) la �e­
nor posibilidad de que un hecho de tal o tal especie 
haya podido 
estar presente en el sueño» 1 • 
Lo que de entrada llama la atención en este texto e
sencial e� 
el tremendo asunto de la correlación establecida entre 
duda y certi­
dumbre, cuyas resonancias cartesianas han sido plenam
ente señala-
1 Traumdeutung, S. Fischer, p. 520. 
25 
das por Lacan. A esto habrá que volver necesariamente, pero pre­
viamente, y a modo por así decir de prólogo, quisiéramos ocuparnos 
de las líneas en que Freud parece justificar el enorme papel que 
concede a la duda en la economía de la interpretación. Y decimos 
parece porque en realidad la razón de la importancia de la duda no 
es exactamente la aquí esbozada, como lo demuestra su contradic­
ción con otros textos de Freud, incluidos algunos de la propia 
T raumdeutung. 
TENTATIVA CONTRADICTORIA: EXPLICAR LA DUDA POR LA 
, 
OSCURIDAD DE UNA REPRESENTACION SINGULAR 
En la página anterior a la transcrita, Freud nos ha recordado 
que la deformación ( Entstellung ) que el sueño experimenta al ser 
narrado no es más que la dimensión aparente de un proceso más 
complejo; proceso llamado elaboración secundaria (sekundare Bear­
beitung) y consistente en someter los pensamientos del sueño a las 
exigencias de la censura. La parte más importante de este proceso 
no tiene lugar durante la narración, sino en el seno mismo del 
sueño, es decir: la censura fundamental no se ejerce contra el con­
tenido aparente del sueño, sino contra los pensamientos latentes 
( verborgenen T raumgedanken ). 
¿Cómo sabemos que ha habido presión de la censura en la ela­
boración del sueño? Porque tras el contenido ideativo que el pa­
ciente nos relata sin ningún problema, encontramos otro contenido 
ideativo (del cual el primero sería mero representante) que afecta al 
yo del paciente, o que incluso le es insoportable. 
¿Cómo sabemos que ha habido presión de la censura durante la 
narración? Por las deficiencias de ésta: olvido de algún término 
que, una vez debilitada la resistencia, se revela formar parte del 
sueño; supresión de un término en una segunda narración o susti­
tución por otro; en fin -en ocasiones-, paralización total, inte­
rrupción del discurso porque el paciente no encuentra el término que 
iba a emplear (caso análogo al de «Signorelli» ). Pero, ¿y la duda? 
Aunque aparece en el momento de la narración, está claro que la 
duda no es un modo de la deformación narrativa. La duda no es 
algo contingente a la narración, sino un constituyente esencial de 
ésta. Pues la duda parece surgir como consecuencia de la transva­
luación de valores que se opera en el acto mismo del sueño. 
Resumiremos lo esencial del proceso de transvaluación a partir 
de un texto de 19 3 2 («Revisión de la teoría de los sueños»), que 
26 
1 ·más de su particular claridad impide decir que las hipótesis de 
1 1 ·ud son aún prematuras 2• • 
Lo más sencillo será transcribir directamente (subrayando c1er-
1,1s líneas) y comentar el pasaje en que se encuentra el problema. 
1 1 J ctor verá que, tras su aparente confusión, un sueño es el resul-
t • lo de la más sutil estrategia militar: 
«Las distintas representaciones de las ideas del sueño no 
son equivalentes, están cargadas con distintas magnitudes de 
afecto y, correlativamente, son estimadas por el juicio como 
más o menos importantes y dignas de interés. En la elabora­
ción del sueño, estas representaciones son separadas de los 
afectos a ellas adheridas.» 
Así pues, l.º: los afectos se desligan de sus substratos a fin de 
1 der ser desplazados (dejamos de lado el tremendo problema de 
la distinción misma entre representación y afectos, entre logos y 
pathos): 
«Y los afectos en sí pueden ser suprimidos, desplazados 
sobre algo distinto, conservados, transformados o no apare­
cer en absoluto en el sueño. La importancia de las represen­
taciones despojadas de afecto retorna en el sueño como inten­
sidad sensorial de las imágenes oníricas. » 
2.º Tras el desligamiento de su substrato representativo, con­
vers10n de la substancia misma del afecto: la intensidad afectiva se 
transforma en intensidad sensorial. Pero aún falta lo más importante 
del proceso: 
«Pero observamos que este acento ha pasado de elementos 
importantes a otros indiferentes, de manera que en el sueño 
aparece situado en primer término como cosa principal, lo que 
en las ideas latentes desempeñaba tan sólo un papel secun­
dario, e, inversamente, lo esencial de tales ideas sólo encuen­
tra en el sueño una representación pasajera e imprecisa. » 
3.º Tras la conversión de su substancia en intensidad sensorial 
(auditiva o visual) el antiguo afecto va de nuevo a ligarse a un 
substrato representativo;pero no a aquel del que proviene, sino 
a aquel que tenía una intensidad precisamente opuesta a la suya. 
2 El lector encontrará este texto en Nuevas aportaciones a la interpreta­
ción de los sueños, Madrid, Alianza Editorial, «Libro de Bolsillo», pp. 130-131 . 
Y en alemán, en la página 2 1 del tomo XV de Gesammelte W erke, Frankfurt, 
. Fischer Verlag. 
27 
Resultado: las representaciones indiferentes aparecen como las más 
firmes, mientras que las cargadas --en sí- de fuerza afectiva apa­
recen como las más débiles. Toda una estrategia militar, como 
decíamos. 
¡Atención, pues, a los puntos oscuros e imprecisos de los sue­
ños! En ellos reside lo que, cargado de afecto, tiene tan poca inten­
sidad sensorial que hasta se duda de su presencia efectiva en el sue­
ño. ¡Atención, pues, a la duda ! 
Antes de preguntarnos si el esquema descrito constituye una 
justificación adecuada de la importancia concedida a la duda, qui­
siéramos decir algo ·sobre la relación entre la pulsión inconsciente 
y los elementos del suei}o sobre los que la devaluación afectiva de­
bería ejercerse. 
Notemos de entrada que la pulsión 3 como tal no constituye 
una idea, no tiene figura; la pulsión como tal no puede ser repre­
sentada, ni en el terreno de la conciencia ni en el terreno del in­
consciente. Si no tiene figura, ¿cómo hará la pulsión para presen­
tarse? Pues tomando una figura, o mejor dicho: buscando un re­
presentante entre las figuras de la Representación. Freud llama a esta 
figura exactamente «representante en el orden de la Representa­
ción» (Vorstellungsreprasentanz), el cual representante es lo único 
que encontraremos en el inconsciente 4• Lo invisible toma figura 
en tal cosa, pero lo que no llega es a neutralizarse en esta cosa, a 
ser perfectamente compatible con su representación. Esta queda, 
por así decir, contaminada; su ser tal cosa se diluye en lo que está 
representando, y si el proceso es excesivamente fuerte la represen­
tación pasa al inconsciente, es decir, se ejerce sobre ella la Ver­
drangung. ¿Qué sucede entonces con lo que no tiene representa­
ción propia? Se desplaza a una segunda representación, se esconde 
bajo ella (proceso de Unterdrückung) y la contaminará a su vez . 
Sobre los representantes ideativos de la pulsión se va a ejercer 
el proceso señalado por Freud . Pero aquí entramos en un círculo 
evidente 5 : la censura sustrae la carga afectiva de la representación 
para que ésta pase inadvertida. La operación sería rentable si la 
censura se guardara mucho de dejar pasar la representación sobre 
3 Trieb, que Lacan (Les quatre concepts . . . , p. 59) parece identificar con 
lo real. 
4 Entre la multiplicidad de trabajos sobre este tema mencionaremos por 
su claridad las pp. 58 ss. de Serge LECLAIRE en Psychanalyser, París, L�s 
Ed. du Seuil, «Points». Leclaire cita entre otros el siguiente párrafo de la 
Metapsicología de Freud: «Una pulsión no puede llegar a ser objeto de la 
conciencia; sólo es susceptible de ello la representación que la representa. Una 
pulsión no puede tampoco ser representada en el inconsciente de otra forma 
que mediante una representación.» 
5 Por el que se explicaría en cierto modo que las páginas del capítulo VI 
de la Traumdeutung dedicadas a los afectos sean tan contradictorias. 
28 
l . 1 que la carga afectiva se ha desplazado, pero no es así : aunque 
·a disfrazado, el afecto aparece en el sueño en la nueva represen­
' ' ' · ión . Una de dos : o lo peligroso es la representación en sí, no 
· 1 afecto -hipótesis absurda-, o la representación central del 
ucño es precisamente aquella sobre la que el afecto se ha desplazado, 
� decir, la de mayor intensidad sensorial, la más brillante, la más 
precisa. Cosa que Freud no desmiente con claridad ni siquiera en 
·ste mismísimo texto de 1932, pues dos páginas antes de los párra­
f comentados nos dice que el sujeto enlazará asociaciones más 
( <ícilmente a partir de «los elementos del contenido del sueño que 
más le han impresionado por su singular precisión y su intensidad 
s nsible». Puede naturalmente decirse que esta facilidad de asociar 
no implica en absoluto que allí esté el meollo del sueñol. Pero 
también puede tratarse de una contradicción en el texto. Pues, en 
realidad, en múltiples otros textos Freud señala que la vivacidad 
de la imagen es un producto de la condensación, es decir, de la 
i ntersección de múltiples cadenas asociativas 6• Y en la Traudmdeu­
tung, a propósito del sueño de la monografía botánica, se nos dice 
que el elemento que presenta una intensidad particular constituye 
en general la representación directa de la realización del deseo 7; 
y ello precisamente en razón de que la intensidad psíquica se tra­
duce por la intensidad sensorial de los elementos del sueño. 
Tenemos, pues: 1) la representación más intensa es punto de 
intersección de las cadenas asociativas; 2 ) la representación más bri­
llante constituye la expresión directa de la realización del deseo . 
La conclusión se impone: el deseo se sitúa allí donde la circulación 
de signos es más intensa, es decir, allí donde una representación 
cuenta menos como tal y más como ocasión de circular de las demás 
representaciones . Con lo cual estamos indicando que lo que se des­
plaza no es otra cosa que la relación misma entre las representacio­
nes, lo cual corrobora un pasaje clave de la Traumdeutung: 
«Aquellos elementos indiferentes en principio dejan de 
serlo a partir del momento en que el desplazamiento les ha 
transferido el valor del material psíquicamente importante. 
Lo que verdaderamente permanece indiferente no puede ser 
reproducido en el sueño» 8• 
6 Cf. el capítulo Condensation en el Vocabulaire de la Psychanalyse de 
LAPLANC H E y PoNTALIS (París, P. U. F.). 
7 Este pasaje es ampliamente glosado por Serge LECLAIRE en Psychanaly­
ser, París, edición citada, pp. 47-48. Leclaire saca interesantísimas conclusiones 
sobre la importancia del texto mismo del sueño y sobre la relatividad de la 
oposición didáctica entre contenido manifiesto y contenido latente: «No hay 
verdad ninguna más allá ni más acá del deseo inconsciente; la fórmula que le 
constituye, le representa a la par que le traiciona.» 
8 S. Fischer, pp. 188-189. 
29 
Todos los elementos del sueño están cargados. Es decir: el des­
plazamiento no se ha efectuado sobre un elemento, sino sobre una 
multiplicidad de elementos. Lo que se ha desplazado no era, pues, 
algo indivisible; ha tomado figura en una multiplicidad de repre­
sentaciones, es decir, de signos completos. Pero ¿qué puede estar 
presente a la vez en. una multiplicidad de represent�ciones? Algun� modalidad de materia, cabe contestar. Pero ¿hay pistas de en que 
consiste esta materialidad? Una al menos : lo que se ha desplazado 
a múltiples representaciones, se ha desplazado particularmente a una 
de ellas a saber aquella que es mayormente intersección de otras ' ' 
d 9 'f . y que Freud llama «fábrica e pensamientos» , meta ora preczo:_a 
que supone ya una inve�sión de ;era�quía en�re el . �exto d;l suen,o y los pensamientos latentes, es decir, una mvers10n de 1erarquia 
entre aquello de que proviene la carga y aquello a lo que la carga 
se ha desplazado. 
Lo desplazado está singularmente presente allí donde, por los 
medios que sean (metonimia, metáfora, sinonimia, homonimia o 
«simple comunidad de imágenes acústicas» -Saussure-... ), se es­
tán engendrando cadenas de signos, es decir, cadenas de represen­
taciones de las cuales la originaria «representación» (Vorstellungsre­
p·rasentanz) constituye a la vez la matriz y la negación. 
Y lo desplazado a esta curiosa «representación» está también 
presente (aunque en menor grado) en las demás representacioi;�s 
del sueño, aquellas que, aunque menos condensadas, son tambien 
pequeñas fábricas de pensamientos. ¿Qué concluir sino que lo des­
plazado a la «representación» presente en el sueño .Y lo que hace 
que ésta tenga capacidad de desplazarse a su vez, digamos por las 
ideas latentes, son una y la mismacosa? Lo que se desplaza al 
sueño -el quantum de afecto-- es el grado en que una represen­
tación es vivida como potencia de deslizamiento por otras represen­
taciones, en lugar de ser vivida como en-sí subsistente. Lo que al 
sueño se desplaza es el grado de condensación de una representación 
dada ; y como por lo en ella condensado es por donde una r�pre­
sentación viaja, lo que se desplaza al sueño es el desplazamiento 
mismo. 
En el sueño una representación está presente en el modo de su 
no presencia, en el modo de la circularidad . Este modo es adecuado 
a representar aquello que, siendo también fábrica de pensamientos, 
constituve una fábrica absoluta; al precio, eso sí, de no tener con­
cepto propio, pues hemos visto que lo presente en el sueño tanto 
más se desplaza cuanto está más condensado, es más cosas a la vez, 
tiene menos singularidad, tiene menos valor propio. 
Un «signo» quizá llegue a estar tan condensado que su valor 
9 Traumdeutung, S. Fischer, p. 289. 
30 
propio sea nulo, pues (insertos en él la totalidad de los signo� ) no 
hay signo alguno que él no sea. Este que es el ser de todos los sign�s 
in ser ningún particular signo, es el que se hace representar, mas 
o menos, en cada signo presente en el sueño. 
EL PORQUÉ DE LA DUDA 
Un signo de un sueño no tiene su riqueza analítica en uno de 
de los particulares signos de su libre asociación, sino en su intensidad 
de libre asociación. Esta intensidad, nos dice Freud, se traduce en 
intensidad sensorial. ¿Seguro? Cabe la duda, puesto que hemos 
visto que la particularidad del signo condensado es la indistinción. 
De lo indistinto y poco claro, Descartes se permitía dudar. De lo 
distinto y claro no dudaba. Freud nos dice, a la vez, que el elemento 
importante del sueño es aquel indistinto del que se duda y aquel 
distinto del que no se duda. ¿No será que dudamos y no dudamos 
de lo mismo bajo dos aspectos? 
No dudamos de la presencia del elemento del sueño en su sin­
oularidad en su distinción {podemos en todo caso olvidar esta pre­
�encia ). Dudamos de lo que el elemento tiene de no presencia, es 
decir de su indistinción, de su viaje. En la duda me refiero no a 
lo q�e el elemento del sueño tiene de Vorstellung, sino de Vorstel­
lungsreprasentanz, es decir, de «presencia» de lo que no tiene repre­
sentación singular. 
Y si la duda se cierne sobre un elemento diferente del claro y 
distinto ello se debe a que de nuevo ha habido desplazamiento. Un 
desplaz�miento implicado en el hecho mismo de que haya distinción 
para el elemento psíquicamente cargado: si éste se afirma en su 
distinción, entonces otro (necesariamente a él asociado; Freud le lla­
mará «vástago directo») va a encargarse de la indistinción 10• 
Este otro naturalmente responderá mejor cuanto más imposible 
a determinar sea para el sujeto, cuanto más provoque en éste la 
duda sobre aquello de lo que se trata; y aquí vemos el porqué 
del papel esencial que Freud otorga a la duda. 
La pulsión no tiene concepto propio; la pulsión, sin embargo, 
se hace «presente» en una figura o representación concreta. La pre­
sencia de la pulsión se revela en la condensación o indeterminación 
de la representación. La indeterminación de la representación equi-
10 Nuestra interpretación se limita a sugerir que el elemento sobre el 
que recae la duda es «vástago dire�to», no de �a�qu��ra de los e!ef!lel?-!ºs d�l 
sueño, sino precisamente del que tiene mayor d1stmc1on. Entre d1stmc1on ma-
xima y distinción mínima hay complicidad. 
·: � -�--:'e·'"" � ·' ... \ · d:··) 
31 
vale a la duda. Por ende: el emerger de la duda es la modalidad de 
manifestación de la pulsión. 
La duda no viene a añadirse, como dice Freud impropiamente, 
a la indistinción del elemento. La duda es la indistinción del elemento 
(pues ¿qué quiere decir indistinción, sino que dudamos de lo que 
se trata?). En la duda, nos dice Freud, se apoya la certidumbre. 
¿Certidumbre de qué? Descartes en la duda alcanzaba la certidum­
bre de pensar; certidumbre de pensar que se agotaba en duda abso­
luta sobre lo pensado. Lacan señala que la certidumbre de Freud 
(en el caso puro en que Freud, analizando sus propios sueños, es 
a la vez analista y paciente) tiene una estructura análoga: «certi­
dumbre que hav allí un rensamiento inconsciente, es decir, que se 
revela como ausente» 11 ; certidumbre de presencia, que se agota en 
duda absoluta sobre cualquier tipo de presencia singular, diríamos 
por nuestra parte. 
Para Lacan, el sujeto del inconsciente, como el sujeto cartesiano, 
se revela en esta certidumbre correlativa de la duda. Notemos que 
la duda, en la relación analítica concreta, parece deber manifestarse 
en dos niveles. En primer lugar, en la vaguedad de la narración «era 
algo como ... ». En segundo lugar, en el silencio: cuando ningún 
significante se instala ni por un solo segundo en su significación; 
cuando hay circulación incesante de los significantes. Cada signifi­
cante particular estaría entonces revelando su impotencia a hacer 
presente el único significado analíticamente importante, a saber: 
que la circulación significante es el fondo en que se agotan todos 
los significados. 
Pero, a diferencia del de Descartes, el sujeto del inconsciente 
no es correlativo de esta revelación. Baste considerar lo que ocurre 
cuando Freud no analiza sus propios sueños, sino los de un paciente. 
Freud tiene la certidumbre que en la duda del paciente hay pensa­
miento. Y como al paciente le falta esta certidumbre, la duda anda 
por un lado y la certidumbre por el otro. De ahí que Lacan pueda 
decir: «Sabemos gracias a Freud que el sujeto del inconsciente se 
manifiesta, que ello piensa antes de entrar en la certidumbre» 12• 
Así pues, la situación que se crea en el emerger de la duda puede 
ser caracterizada de esta forma: toda la certidumbre para este cóm­
plice del inconsciente del paciente que es el psicoanalista. Ninguna 
certidumbre para el yo del paciente. Ninguna certidumbre porque 
precisamente el yo del paciente está envuelto en dudas. No sabe 
qué decir. (En total, hay certidumbre de que la duda tiene un fun­
cionamiento autónomo respecto a la certidumbre.) 
Mas, a esta pérdida, el yo del psicoanalizado no subsiste; porque 
11 Les quatre concepts . . . , p. 36. 
12 Les quatre concepts . . . , p. 37. 
32 
1 yo, como la subsistencia, constituye precisamente certidumbre. 
Por eso cabe decir que en el instante en que, con el emerger de la 
duda, la certidumbre ha pasado totalmente al enemigo -en la H­
ura del analista-, el inconsciente está funcionando en estado quí­
micamente puro. En otros términos: el análisis de la estructura de 
la duda nos dará la clave de la estructura del inconsciente. 
Este análisis quedará esbozado en la segunda parte de este tra­
bajo. Aunque evocaremos, críticamente, un texto de Lacan en el 
que el mecanismo del inconsciente es referido a la función causal, 
por nuestra parte no utilizaremos las categorías expuestas en la dia­
léctica de la causalidad, sino las de la dialéctica de la relación funda­
mental. Pero por el momento conviene seguir manteniéndose en el 
marco de las categorías analíticas. 
33 
3 
IV 
UNIVERSALIDAD DEL ESPACIO ANALIT ICO 
Lo QUE SE ESPERA DE LA RELACIÓN ANALÍTICA 
Formulemos la pregunta siguiente: ¿qué respuesta espera el psi­
coanalizado al discurso que despliega ante su psicoanalista? Sabido 
es que tanto el silencio como una respuesta irónica o desaprobadora 
producen en él gran frustración 1 • ¿Quedará más satisfecho si el 
analista responde comprensiva o aprobatoriamente? Lacan nos indi­
ca que nada es menos seguro: «Una respuesta, sobre todo aprobato­
ria, muestra a menudo por sus efectos que es mucho más frustrante 
que el silencio» 2• 
Para evitar la frustración de su paciente no puede el psicoanalis­
ta ni hablar ni callarse. Callarse o responder desfavorablemente hiere 
el narcisismo del paciente; mas no cabe respuesta complaciente, pues 
«el sujeto tomará como un desprecio toda palabra que se empan­
tanará ensu alienación» 3• 
Esta aporía nos muestra la singularísima situación en que se 
encuentra el sujeto de la relación analítica. El psicoanalizado está 
en la sesión con todo el bagaje de identificaciones que constituyen 
su personalidad social y, como en todas partes, está dispuesto a 
defender a sangre y fuego estas identificaciones. Y, sin embargo, por 
el hecho mismo de hallarse en el espacio de la relación analítica (si 
no es así, aquello no es verdaderamente espacio de relación analítica), 
1 Especialmente en aquellos casos en los que el psicoanalizado se ha some­
tido a un violentísimo esfuerzo para «ser sincero», para mostrarse -según 
cree- sin adorno alguno. 
2 Fonction et Champ de la Parole et du Langage, p. 249. 
3 Texto citado, p. 250. Traducción forzada de la expresión «qui s'engagera 
dans sa méprise». 
34 
nada repugna más al sujeto que el conjunto de estas identificaciones . 
El psicoanalizado está en la sesión no por imperativo de su persona­
l idad (aunque una quiebra en ésta haya podido constituir la ocasión 
lel psicoanálisis), sino por imperativo de aquello que en él desconfía 
'>istemáticamente de todas las identificaciones mediante las cuales se 
ha forjado, las denuncia --en términos lacanianos- como «su obra 
en lo imaginario» 4• 
No hay satisfacción posible en el triunfo de la personalidad para 
el sujeto de la relación analítica, y ello porque en cada imagen revive 
la mentira que constituye la primera imagen forjadora de su ego, 
imagen mediante la cual «el sujeto se hizo objeto en la representa­
ción mirífica» 5• 
En última instancia, el motor del discurso analítico es la rebeldía 
del cuerpo infantil (cuerpo sin constituir, sin unificar, dispersión 
pura) frente al falso microcosmos en el cual el niño -huyendo de 
su impotencia esencial- viene a negarle. El cuerpo disperso «vive» 6 
la trampa, la falsedad, que constituye la imagen del espejo; el cuerpo 
disperso niega la subsistencia de la imagen del espejo. Una alteridad 
más radical que la imposible alteridad originaria se establece: frente 
a la plenitud del conjunto unificado de elementos que muestra la 
imagen, la verdad del cuerpo desarticulado e impotente alza su irre­
ductible alteridad. Esta dialéctica entre una alteridad pura y una 
alteridad domada (multiplicidad unificada, cosmos, y, en nuestro 
caso : microcosmos del cuerpo infantil) es el acto constitutivo del 
sujeto. El sujeto es impotencia y deseo originario, reflejándose en la 
falsa subsistencia de la imagen mirífica. 
El sujeto no es pues ni la alienación de su origen ni el estan­
camiento en éste; el sujeto es la denuncia insobornable de la primera 
por el segundo y por ende la permanencia de aquélla. 
Abrirse a este estatuto del sujeto es condición necesaria y 
suficiente de inmersión en el espacio analítico, pero vayamos por 
partes. 
Lucha entre la impotencia infantil y la prepotencia imaginaria . .. , 
proceso que se repite al infinito: una instancia del sujeto (instancia 
sin la cual no tiene sentido la noción de sujeto) no se fía de las 
imágenes subsistentes de sí mismo. Llamemos a la primera pasión 
de lo Otro. El psicoanalista está atento a esta pasión. Lo Otro 
no habla más que a través de esta negación de sí que es el ego del 
4 «¿No corre ahí el sujeto el riesgo de una desposesión siempre creciente 
de ese ser de sí mismo del cual, a fuerza de imágenes sinceras . . ., de rectifica­
ciones . . ., de puntales y defensas . . . , acaba por reconocer que nunca ha sido 
nada más que una obra suya dentro de lo imaginario . . . ?» Texto citado, p. 250. 
5 Texto citado, p. 250. 
6 Toda categoría es inapropidada para describir una afección previa al len­
guaje; de ahí el entrecomillamiento. 
35 
sujeto, y ello -puesto que el psicoanalista no dispone más que de 
la palabra- constituiría una aporía si no fuera que, por el hablar 
mismo, el ego muestra que lo Otro está presente . 
El que habla, al querer establecer un puente entre su propia 
identidad y otras identidades, reconoce la insubsistencia de la pri­
mera. Hablar no es imaginar, sino reconocer que en lo imaginario 
persiste la carencia. Hablar es ya cargar lo imaginario de Real, es 
decir, de alteridad. 
El hablar transforma el ego imaginario en yo intrasubjetivo, es 
decir, en primera persona 7; inserción de lo Otro en la propia iden­
tidad, inserción que constituye al símbolo lingüístico y marca la 
barrera entre el animal y �l hombre. Y si se afirma que el hombre 
se inserta en el lenguaje que a él preexiste, ello equivale a 'decir 
que el hombre no tiene sentido fuera de esta dialéctica entre la de­
pendencia originaria del bebé inf ans y su ilusión de subsistencia en 
la imagen del espejo. Hablar es esta dialéctica misma y por eso el 
símbolo lingüístico tiene dos vertientes o posibilita dos lecturas: 
Cabe acentuar en el símbolo la dimensión imaginaria, situando 
al significado como fundamento de la pura relación sin subsistencia 
que es el significante; tal es la relación no analítica al signo lin­
güístico. 
Cabe acentuar en el símbolo la dimensión insubsistente, ' la di­
mensión significante, viendo en el significado el resultado de una 
doble relación -negación y asunción-a esta misma insubsistencia; 
de ahí el carácter del signo completo de ser unidad de presencia 
y ausencia. Horizonte en el cual, decir que el lenguaje preexiste al 
mundo de las cosas equivale (dado que el Ego no fue mundo, sino 
sólo ilusión de mundo en el momento singular del espejo) a decir 
que el mundo no nos es dado más que bajo la modalidad de nuestra 
propia impotencia * . 
7 «Contemplemos e n especial ese hic et nunc al cual algunos creen que 
hay que circunscribir la maniobra del psicoanalista. Puede que sea útil, siem­
pre que la intención imaginaria que el analista allí descubre no quede des­
gajada por él de la relación simbólica en la que esa intención se expresa. Es 
conveniente que nada de lo que ahí se lea referente al yo del sujeto no pueda 
ser reasumido por él bajo la forma del "yo", o sea, en primera persona.» Tex­
to citado, p. 251 . 
* Nota sobre el alcance de lo simbólico.-Si el símbolo lingüístico es la 
expresión de la dialéctica entre la desarticulación originaria y la pseudo­
potencia mirífica; si por otro lado el mundo del lenguaje determina y ordena 
el mundo de las cosas, vemos entonces que sólo un «dominio» escapa a la 
simbolización lingüística, a saber: la pureza de la situación originaria, «antes» 
de su inserción en la dialéctica constitutiva del sujeto. Símbolo hay para 
todo, menos para aquello que circulaba antes de la aparición de nuestro yo. 
Tenemos un nombre para lo que se refleja, como su negación, frente a la 
unidad imaginaria, a saber: alteridad (alteridad pura), pero -por la ley misma 
del nombre- nada puede designarlo fuera de esta reflexión . Sólo precisando: 
36 
Y podemos ya indicar lo que distingue a la relación analítica de 
toda otra relación en que interviene la palabra. Propio es de esta 
última el esperar que el interlocutor sea «timado» y se empantane en 
la representación mirífica que el sujeto hace de sí mismo. En la 
relación analítica, por el contrario, el sujeto sabe que su discurso 
es progenitura de la impotencia y que va a ser entendido como tal 
progenituta . El psicoanalizado espera de su psicoanalista que tras 
lo imaginario de su palabra sepa descubrir la marca de lo insopor­
table, de aquella que Lacan llama «real». 
Y aquí tocamos un punto importante: el sujeto sólo espera esto 
de la relación analítica. En cualquier lugar donde intervenga la pala­
bra, si tal espera emerge, ese lugar se erige de inmediato en espacio 
de la relación analítica. Lo cual no debe inducirnos a pensar que 
las circunstancias y el ceremonial en que Freud la inserta constitu­
yen en cierto modo algo superfluo. 
LA RELACIÓN ANALÍTICA CO M O DIALÉCTICA 
CONSTITUTIVA DEL MUNDO 
Unas páginas más arriba señalábamos como característica de la 
situación analítica la bifurcación de los intereses del sujeto: su nar­
cisismo se hallaen contradicción con su pasión de verdad; sus iden­
tificaciones imaginarias, en el mundo social y cultural, se ven ame­
nazadas por la emergencia de lo Real, que las denuncia como hijas 
de la insubsistencia que él mismo constituye. El discurso analítico 
es como tal escisión en dos discursos : discurso del inconsciente ( dis­
curso del Otro) mediatizado por el discurso consciente. Diga lo que 
diga el paciente, otro discurso -que contradice este decir- guiña 
el ojo al analista. 
Ahora bien: ¿qué posibilita hablar de discurso inconsciente y 
de discurso consciente?; ¿qué posibilita hablar de una dimensión 
puramente imaginaria del sujeto por oposición a una dimensión sim­
bólica?; en fin: ¿qué posibilita distinguir una dialéctica Real-Ima­
ginario, constitutiva de lo simbólico, y un Real puro no simbolizado? 
Vemos que no otra cosa que la existencia de la relación analítica 
como tal. Y subrayamos relación analítica porque no debe suponerse 
que para la emergencia de estas categorías bastaría con una teoría 
analítica, susceptible de encarnarse a posteriori en una relación. En 
buena dialéctica los fenómenos opuestos se reducen a las leyes de 
us relaciones. Ahora bien, sólo en la sesión analítica aparecen las 
lo Real es el nombre que designa aquello que escapa al nombre, cabe decir que 
1 en sí de nuestra procedencia es lo Real . 
37 
leyes de la relación entre el inconsciente y lo consciente. Por consi­
guiente, sólo en la praxis analítica se determina el contenido del 
dominio consciente y del dominio inconsciente. 
La relación analítica es el marco en el cual se inscriben el incons­
ciente y lo consciente, como momentos de una dialéctica constitu­
tiva de la totalidad del sujeto, y por ende, de la totalidad, o mundo, 
como tal. Es más : la relación analítica es esta dialéctica mism'(J cons­
titutiva del mundo. Pues el mundo no sería todo, y así no sería 
mundo, si el lado de la realidad que constituye el orden simbólico 
en su dimensión consciente hiciera abstracción del lado de la reali­
dad que abre para nosotros la exploración freudiana . La hipótesis 
es lógicamente absurda . La negación de un lado por el otro es la 
condición de posibilidad d'e la realidad de ambos lados . La negación 
de lo consciente agota el contenido de lo inconsciente y viceversa, 
lo cual equivale a decir : todo lo que ocurre en la realidad social y 
natural tiene su sentido, su condición de posibilidad y su verdad 
en el dominio a él irreductible del inconsciente. 
¿Y si lo que ocurre es la guerra o la muerte del padre? Freud 
mismo nos sugiere la respuesta en el texto que en otro lado comen­
tamos. Si «antes» de Freud mundo había no mediatizado por la 
negación que constituye el inconsciente, la guerra en ese mundo es­
capaba, naturalmente, al espacio analítico . Pero la expresión misma 
«mundo antes de Freud» nos remite a una abstracción. Pues la tota­
lidad no se constituye por ensanchamiento progresivo de una totali­
dad previa 8• Insertos en la dialéctica de una negación global del 
dominio social y natural, imaginamos que quizás un día ésta no fue 
la dialéctica constitutiva, es decir, imaginamos que un día el mundo 
estuvo cimentado en torno a una contradicción menor. Pero si tal 
cosa es imaginable, lo que no puede ser es concebible. O el incons­
ciente freudiano no constituye una negación global, o todo aconte­
cimiento -guerra y muerte del padre comprendidos- alcanza su 
verdad y su concepto en el espacio universal del psicoanálisis . 
Y aquí conviene señalar que cuando el psicoanalizado habla, no 
se está dirigiendo a un ser consciente, sino precisamente a un ser 
mediante el cual podrá reflejarse su discurso inconsciente . Decir que 
el psicoanalista y el paciente no se hallan situados en un mismo 
plano parece una trivialidad, y, sin embargo, no está de más insistir 
en que la alteridad de ambos es tan radical que el primero constituye 
(así ha de ser al menos si hay verdadera relación analítica) el mayor 
enemigo del yo del segundo . Pues los polos del psicoanalizado y 
del psicoanalista son la encarnación o actualización de la propia di-
8 En este sentido, Lacan se expresa inadecuadamente cuando dice: «Todo 
procede de una verdad particular, de una revelación que ha hecho que la 
realidad no sea ya para nosotros la misma que antes era .» Les Écrits techníques 
de Freud, París, Ed. du Seuil, 1975, p. 216. 
38 
visión interna al psicoanalizado. De ahí que, como Lacan lo indica , 
toda alianza entre psicoanalista y yo del paciente constituya una 
contaminación de la práctica, pues ¿qué queda de la escisión del 
sujeto si la figura que encarna el polo negativo se convierte en 
alcahuete del polo positivo? 9• 
El interlocutor de la relación analítica no es un yo análogo al 
del paciente. O mejor dicho : el yo del psicoanalista es sólo pretexto 
u ocasión; el yo del psicoanalista es figura de la negación del yo del 
psicoanalizado, figura de lo invisible. Los protagonistas de la rela­
ción analítica dan cuerpo a los polos de la contradicción fundamen­
tal. De ahí que el espacio analítico no sea espacio del inconsciente 
ni espacio de la realidad social y natural, sino la diferencia, la oposi­
ción, la contradicción entre ellos, y así el horizonte mismo en que 
se constituyen. Nada hay irreductible a la relación analítica salvo 
quizás . . . el orden categorial que permite hablar de relación. Pues 
¿quién puede afirmar a priori que las categorías mediante las cuales 
se determinan para nosotros el concepto y la función del inconscien­
te no están archivadas en la Ciencia de la Lógica? 
9 Por su interés transcribimos el fragmento de Lacan al que acabamos 
de aludir : 
«Hay una concepción que, allí donde se formule, sólo puede conta­
minar la práctica: la que proclama que el análisis de la transferencia 
procede basándose en una alianza con la parte sana del yo del sujeto, 
y que consiste en apelar a su sentido común, para hacerle notar el 
carácter ilusorio de determinadas conductas suyas en el seno de la rela­
ción con el analista. Es ésa una tesis que subvierte aquello de lo que 
se trata, a saber, la presentificación de esa esquicia del sujeto, reali­
zada ahí, efectivamente, en la presencia. Apelar a una parte sana del 
sujeto, que estaría ahí en lo real, apta para juzgar con el analista lo que 
ocurre en la transferencia, equivale a desconocer que justamente esa 
parte está interesada en la transferencia, que ella es la que cierra la 
puerta, o la ventana, o las contraventanas, como ustedes quieran, y que 
la mujer con la que se quiere hablar está ahí, detrás, y está deseando 
abrirlas, esas contraventanas. Precisamente por ello en ese momento la 
interpretación se toma decisiva, porque a quien uno quiere dirigirse, 
es a la mujer.» Les quatre concepts . . ., p. 1 16. 
39 
V 
LA MAT ERIA DE LA IDEA 
(DEL REALISMO EN PSICO ANALISIS ) 
¿Cabe delimitar cuál es el proyecto fundamental del Psicoanálisis? 
Partamos de la tradición que hace del hombre un animal razonable . 
Un animal razonable es un animal que habla . Lo característico espe­
cífico o propio del hombre es hablar. El Psicoanálisis -en el hori­
zonte lacaniano- tiene un proyecto concreto y bien determinado : 
a) intentar acercarse al emerger mismo del hombre en el horizonte 
de la palabra; b ) determinar cómo el horizonte de la palabra va a 
hacer sentir sus efectos sobre la totalidad de la realidad humana. 
¿Cuál es el punto de partida del Psicoanálisis empiricista? El 
siguiente:· se constata una inadecuación, en grado mayor o menor, 
entre el paciente y el universo -social o natural- que le rodea . 
El paciente no consigue armonizarse con su trabajo, no consigue 
armonizarse con su familia, no consigue armonizarse con las restric­
ciones -las leyes- impuestas por la convivencia ciudadana 1 , leyes 
impuestas por el Estado. 
El psicoanalista ve en esta inadaptación a la vez el síntoma 
y la causa del sufrimiento de su paciente. No hay otro criterio para 
determinar si se está o no dividido ( si se está o no enfermo,si se 
ha alcanzado un grado de sufrimiento tal que exige la intervención ) 
que el de la adaptación o la no adaptación al universo que entorna 
al sujeto. 
Supongamos ahora que el psicoanalista ha tenido éxito en su 
labor. Ha conseguido que el paciente se reintegre a su trabajo, 
t LACAN : Fonction et champ de la parole et du langage, p. 121 : 
«De todo ello se evidencia de manera indiscutible que la con­
cepción del psicoanálisis se ha desviado a la adaptación del individuo 
a su entorno social, a la búsqueda de las patterns de la conducta y de 
toda la objetivación implicada en la noción de las human relations.» 
40 
que reanude su vida familiar e integre dentro de ésta su vida erótica, 
que renuncie a condenar las restricciones impuestas por la ley : pa­
gue sus impuestos -vea la necesidad de pagar sus impuestos-, 
respete la propiedad ajena -vea la necesidad del respeto de la 
propiedad ajena, etc.-. Este es el momento en que -en el hori­
zonte lacaniano-- el problema planteado por el psicoanálisis emer­
ge en toda su pureza. El discurso del freudiano -dirigido al ana­
lista- será entonces no sólo que tu paciente sigue dividido, sino que 
también está dividido aquél -el juez quizás- que constataba la 
inadaptación del paciente, y dividido está asimismo tu analista. 
Hay una aporía esencial en la tentativa de armonizar al sujeto 
con la realidad objetiva, y ello por la razón siguiente: la realidad 
objetiva no es otra cosa que la realidad propia del sujeto; la reali-
. dad objetiva es lo que el sujeto constituye como su entorno median­
te: a) la representación ; b ) -condición de a)- la estructura del 
lenguaje. En otros términos : la inadaptación del sujeto al mundo es 
una inadaptación interna el sujeto, o si se quiere, interna al mundo, 
pues en la objetividad el sujeto no encuentra otra realidad que la 
propia ( cosa que por supuesto ya sabía Kant). El Psicoanálisis nos 
dice : la división (Spaltung ), la inadaptación, es una característica 
esencial del sujeto y ello porque el mundo en que él está inmerso 
(y que no es más que imagen de sí mismo) se constituyó precisa­
mente mediante la división . Pues el material que encontramos en 
su origen se confunde con la herramienta que sobre él se inserta, 
a saber, una máquina dentada, un rastrillo, pero un rastrillo tan 
afilado que no deja -en el origen- sustancia alguna entre sus 
dientes. Rastrillo o mano de Dios , mano del Demiurgo, si se quiere, 
pero mano cuyos dedos realmente -según la tradición-no poseen 
carne alguna, no poseen carne alguna . . . hasta la llegada del hombre . 
El hombre llena de carne -imaginando-- el espacio de pura alteri­
dad que constituye la mano de Dios , espacio que cabe quizás llamar 
horizonte del significante . . . 
EL PSEUDO-MUNDO DEL «BEBÉ-INFANS» 
Partamos de una pregunta imposible. Lo que para nosotros es 
orden o mundo, ¿qué es para el bebé-in/ ans previamente a su acceso 
al lenguaje? Reunidos en Roma miembros de l'Ecole Freudienne de 
París para disertar sobre lo Real, una de sus representantes -So­
lange Fajadé- afirma que para el bebé-infans hay lo Real, «real 
-añade- que no constituye el caos y no es una masa informe» 2 • 
2 Lettres de l'École Freudienne, n.º 16, noviembre, 1975, pp. 30-31. 
41 
Aunque esta afirmación invoque la autoridad de Lacan, no por ello 
dejaremos de denunciar el absurdo lógico que constituye: «el «mun­
do del bebé-in/ ans» no puede ser otro que el que desde el horizonte 
lingüístico percibamos como percepción -supuestamente prelingüís­
tica- del bebé-infans. Sólo en nuestra percepción, determinada por 
el lenguaje, tiene sentido la constatación que el mundo «exterior» 
(no hay exterioridad fuera del orden, fuera del Logos) del niño «está 
habitado de formas», formas que -al menos para algunas de ellas­
«el niño encuentra siempre en el núsmo lugar» 3 • 
El Psicoanálisis no debe en modo alguno disertar sobre la ab­
surda idea de un universo (hablar de formas implica hablar de uni­
verso) prelingüístico. Por �I contrario, su tarea más noble consiste 
en intentar aproximarse al origen mismo de la palabra, a fin de 
percibir -percepción última- precisamente que el límite del len­
guaje constituye el límite del mundo; no necesariamente la nada, 
pero sí, en todo caso, el final de las formas . 
Si el neurótico es caracterizado 4 por su nostalgia de un Real 
más satisfactorio que la realidad social y natural que le rodea, debe 
admitirse que su búsqueda es la de lo radicalmente otro que el 
mundo, que su problema es el de un rechazo del mundo como tal . 
Mas si aquello a que nos confronta el psicoanálisis es el límite 
de las formas, el límite del mundo, el límite de lo aprehensible, 
¿por qué -aceptando en este punto la pauta lacaniana- llamarlo 
precisamente Real? La razón estriba en que no sólo imprime su 
marca en la realidad social y natural que constituímos, sino que 
además, a nuestra reflexión se muestra como la matriz misma de 
esta realidad. 
LA REALIDAD ( MUNDO, «K H ÓRA » , C A M P O I.:IDÉTICO ) 
¿De qué está nuestra realidad poblada? De cosas objetivas por 
supuesto, mas también de entidades subjetivas, tales las nociones 
específicas que el idealismo considera primordiales con respecto a 
la multiplicidad llamada sensible . Un dominio de la realidad, en 
todo caso, parece particularmente apto para dar razón a la visión 
idealista, a saber : el dominio de la sexualidad; a] menos el de esta 
sexualidad razonable, y quizás la única legítima, cuyo fin es la repro­
ducción, es decir, el mantenimiento de la especie como tal . Trans­
cribimos a este respecto un pasaje particularmente lúcido de Lacan, 
3 Solange FAJADÉ, p. 3 1 . 
4 In., ibídem, p. 3 5 . 
42 
que tiene la virtud suplementaria de mostrar la complicidad entre 
función reproductiva y función de lo imaginario : 
«El individuo no se reproduce en cuanto individuo, sino 
en cuanto tipo o especie . . . Bajo este aspecto no solamente es 
mortal, sino que está ya muerto, puesto que no tiene futuro. 
No es tal o tal caballo . Si el concepto de especie tiene fun­
damento, si la historia natural existe, es porque no solamente 
hay caballos, sino el caballo. 
A esto nos conduce la teoría de los instintos: ¿Cuál es 
en e�ecto, la ?ase del instinto sexual en el plano psicológico? 
¿Que determma la puesta en marcha de la enorme mecánica 
sexual? No se trata de la realidad del "partenaire" sexual , 
de 1� particularidad de u? individuo, sino de algo que guarda 
relac1on estrecha con el tipo o especie, a saber, una imagen . . . 
El fu:icionamient.o m_
ecánico del instinto sexual se halla pues 
esenctal��nte cnstahzado en una relación de imágenes, en 
una relac10n -y llegamos al término esperado- imaginaria» 5 . 
La intervención de O. Mannoni en el seminario que dio origen 
a este texto completa la cita de Lacan, al poner el acento sobre el 
carácter narcisi�t� de la inversión libidinal de los objetos, es decil", 
sobre la comphc1dad esencial entre ego y mundo 6• 
No sólo el objeto del impulso sexual reproductivo sino todo 
objeto, la objetividad como tal, está impregnada de 
'
imaginario . 
Pues no parece necesario recurrir al buen sentido de Platón para 
admitir que sin imágenes específicas los individuos no tendrían para 
nosotros tal o tal aspecto . Lo cual no equivale a afirmarse idealista 
sino simplemente a constatar que las ideas determinan la realidad
' 
o si se prefiere, son un constituyente de la realidad · de ahí el círcu� 
lo vicioso en que caería todo pseudo-materialismo
' 
que pretendiera 
amoldar la� ideas a la realidad objetiva . En cualquier caso, dado que 
nuestro objeto, en este trabajo, no es discutir sobre la primacía de 
5 Les Ecrits techniques de Freud, pp. 140-141 . 
. 6 «f:I?Y un probl;ma que lle".ª . preocupándome algún tiempo. . . Es que 
la mvers1on . d_
e los 
,
obJ�tos. 
por la 1
_
1b1do es, en el fondo, una metáfora realista , 
porq�e la hb1do solo mv1erte Ia imagen de los objetos, mientras que la in­
yers10!1 del yo pu�de ser un fenómeno intrapsíquico,

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