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Traducción de ISABEL VERICAT NÚÑEZ CRIMEN TRANSNACIONAL ORGANIZADO Y SEGURIDAD INTERNACIONAL Cambio y continuidad Compiladores MATS BERDAL y MÓNICA SERRANO FONDO DE CULTURA ECONÓMICA E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 232 TENDENCIAS REGIONALES Turquía son eco de los que existen en algunos países andinos, así como en Estados asiáticos como Afganistán y Myanmar. La coo- peración informal entre redes delictivas israelíes y palestinas, aunque un poco menos usual, muestra que las bandas criminales se pueden beneficiar de los acuerdos de paz, de una reducción de las medidas de seguridad, del endurecimiento de nuevas fronteras y de modelos diferenciados de soberanía. XI. DEL NARCOTRÁFICO AL CRIMEN TRANSNACIONAL ORGANIZADO EN AMÉRICA LATINA MÓNICA SERRANO y MARÍA CELIA TORO EL PRINCIPAL negocio del crimen transnacional organizado en América Latina es el contrabando de drogas. El contrabando de armas, la industria del secuestro y el robo de vehículos, que cada vez se organizan y prosperan más en América Latina, están directa o indirectamente relacionados con el contrabando de drogas; como negocios, son variaciones de un mismo tema. La transición de mercados ilegales pequeños y relativamente or- ganizados a mercados de droga a gran escala y caóticos ha con- ducido a la explosión de toda una gama de actividades delicti- vas organizadas en la región. Hay dos grupos de explicaciones que dan cuenta de esta transformación. El primero pone de relieve la importancia del contrabando de drogas como portador primordial de otras acti- vidades criminales y agente replicador de sus componentes. En efecto, se suele aludir al narcotráfico como un complejo de deli- tos asociados que incluye, entre otros, el tráfico de armas, el lava- do de dinero y el comercio ilícito de precursores químicos. Por lo tanto, muchos observadores han hecho hincapié en hasta qué punto las esferas de ilegalidad e impunidad que produce el narco- tráfico han hecho las veces de incubadora para procrear muchas otras actividades delictivas. El segundo grupo de explicaciones destaca cómo los esfuerzos explicaciones para eliminar el contraban- do de droga, y en particular la disolución de cuerpos de policía corruptos, han contribuido con frecuencia y de múltiples maneras a crear las bases de organización de otras muchas empresas de- 233 E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 234 TENDENCIAS REGIONALES lictivas. Este tipo de explicaciones siguen de cerca las múltiples paradojas que encierra la tesis de la perversidad frente a la apli- cación de la ley penal. Las reflexiones sobre el debilitamiento del Estado y la menguante capacidad del gobierno también han sido importantes para explicar el ascenso del crimen transnacional or- ganizado en la región en la alborada del siglo XXI. El debilitamien- to del Estado, por muy difícil que sea de calibrar, se ha relaciona do con la turbulencia que acompaña a las transiciones políticas y económicas. Pero, como se trata de demostrar en este capítulo, en algunos casos la menor capacidad de gobierno también se puede atribuir a la escalada de las "guerras de la droga". Este capítulo confía en la validez de las principales expli- caciones del crimen transnacional organizado en América Latina (véase el capítulo i). Estas interpretaciones (la transnacional y la nacional) nos permiten entender la dinámica que ha dirigido el contrabando de drogas a esferas cada vez más incontenibles de la delincuencia. La imagen clave es la réplica: una red de células en transformación que logra prosperar a pesar de las vacunas que se le inyectan para combatirla. Todo contribuye a un pronós- tico nada halagüeño. Pero nunca es tarde para rectificar un diag- nóstico, sobre todo cuando por medio de él se ha causado daño. El narcotráfico es un enemigo criminal en Latinoamérica; pero para hacer valer la ley en su contra hemos de aprender a reco- nocerlo como mi monstruo de muchas cabezas. Cualquier gue- rra en su contra ha de desplegar muchos flancos. Nuestra tesis es que aún no se ha atacado el flanco en el que se entiende al enemi- go por lo que es. En este capítulo, primero trazamos la transición de mercados de drogas relativamente pequeños y más o menos organizados, en general bajo la protección o la "regulación" de una instancia, a mercados vastos, caóticos y más violentos en los años ochenta y noventa. Después, viendo más allá de estas tendencias generales, tratamos de aislar los factores más importantes de la explosión de mercados delictivos paralelos, tanto los directamente vinculados con la organización y operación del narcotráfico como los que son AMÉRICA LATINA 235 consecuencia del efecto colateral de políticas concebidas original- mente para alterar y demoler esos mercados. ORIGEN Y DESARROLLO DEL MERCADO ILEGAL DE DROGAS EN LATINOAMÉRICA En las tres últimas décadas, el mercado ilegal de drogas en Amé- rica Latina ha sufrido importantes cambios en tamaño, valor y or- ganización. Aunque muchas de las mercancías actuales de este mercado eran originarias de la región, el narcotráfico tuvo mía di- mensión transnacional desde el comienzo. Los inmigrantes chi- nos en México en los años 1910 y 1920 fueron los primeros culti- vadores de opio (Craig, 1989: 72). En Bolivia, entre los primeros traficantes había inmigrantes libaneses "que hicieron pequeñas fortunas con la exportación de cocaína". Estadunidenses, alema- nes, franceses e italianos —algunos criminales legendarios o fugi- tivos— viajaron a Latinoamérica en los años cuarenta, cincuenta y sesenta en busca de buenas conexiones, tanto con productores de droga y contrabandistas como con la policía y oficiales milita- res. El transporte y el contrabando de esmeraldas en Colombia, que en los años setenta sirvieron de plataforma al narcotráfico, originalmente estaban controlados por estadunidenses (Krat- hausen, 1998:143). En Bolivia, entre 1956 y 1964, "se desarrolló un vínculo significativo entre funcionarios del gobierno y orga- nizaciones de traficantes internacionales" (Gamarra, 1999a: 173). A consecuencia de la segunda Guerra Mundial, también México emergió como una nueva base desde la que traficantes interna- cionales de heroína se dedicaron a reorganizar las operaciones de contrabando alteradas por la guerra. Durante los años cincuenta y sesenta, mucho del contrabando de marihuana mexicana a los Estados Unidos lo controlaban estadunidenses que cruzaban la frontera de ida y vuelta o que, en las operaciones más significa- tivas, financiaban la producción de droga y su transporte. Sin em- bargo, ya en los años ochenta, los nexos más amplios se daban E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 236 TENDENCIAS REGIONALES entre los propios traficantes latinoamericanos. Ahora nocabe duda de que en el transcurso de las dos últimas décadas, cuba nos, colombianos, peruanos, hondureños, mexicanos, venezola- nos, brasileños y bolivianos, entre otros, han viajado por la región expandiendo sus negocios ilegales y sus conexiones delictivas. A pesar de estos vínculos transnacionales, hay una dimen- sión interna común que no hay que pasar por alto. Las empre- sas del contrabando en Bolivia, Colombia o México, como las de cualquier parte, difícilmente podrían operar aisladas de la socie- dad y la política. Por lo tanto, en la mayoría de los casos el cre- cimiento de estos mercados relativamente pequeños y ordena- dos fue inseparable del tejido de la sociedad y la política locales En realidad, muchos estudiosos del comercio ilegal de drogas en América Latina se refieren a un largo periodo (1920-1960) en el que el cultivo y el contrabando de marihuana, heroína y cocaí- na no se consideraban prioritarios en el campo de la aplicación de la ley. La imposición de la ley antidrogas en Colombia era es- porádica y endeble; la sociedad "prestó atención a los 'empresa- ríos' [...] pero tuvo tendencia a no condenarlos" y "el comercio generaba violencia, pero inicialmente parecía que sólo afectaba a miembros de las organizaciones aún pequeñas que lo promo- vían" (Orlando Melo, 1998: 68). En México seguía vigente una percepción similar del narcotráfico como un mundo en cierta manera violento pero autónomo, con sus propias leyes. El culti- vo y el comercio ilegales en los años cuarenta y cincuenta se loca- lizaban en buena medida en los estados del norte (Sinaloa, Baja California, Durango y Chihuahua), y se desarrollaron en conni- vencía con la policía estatal y políticos locales (Astorga, 2000) En muchos casos, a causa de los requisitos de la estabilidad política o de franca codicia, los intereses de órganos centrales encargados de la legalidad y de narcotraficantes convergían cla- ramente.1 Si al estar protegidas a la sombra de estos pactos clan- 1 Aparentemente, éste fue el caso de México en los años setenta, cuando la presencia de movimientos guerrilleros hizo que las autoridades locales y fede- rales toleraran las actividades de productores locales de droga. Una lógica AMÉRICA LATINA 237 destinos algunas personas con talento criminal pudieron de- mostrar que tenían capacidad para mantener bajo control los problemas de "la ley y el orden", la organización del narcotráfi- co pudo a su vez desarrollarse de acuerdo con modelos relati- vamente pacíficos y estables. Los traficantes más prominentes eran familias, un factor que logró consolidar la protección poli- ciaca o militar además de extender vínculos sólidos con la po- lítica y la sociedad locales.. En México había "grupos de merca- dotecnia" que desarrollaron y mantuvieron nexos estrechos con productores en ámbitos locales, aunque eran relativamente cau- telosos en sus conexiones políticas (Smith, 1999: 196; Reuter y Ronfeldt, 1992: 99-100; Astorga, 2000). En Bolivia, grupos de la élite rural y ganaderos controlaban la manufactura y distribu- ción de pasta de coca durante el periodo del auge, desde mitad de los años setenta hasta principios de los ochenta. Pero fue precisamente esa base de poder político y económico local la que permitió a éste y otros actores "sobornar o controlar a miembros de la policía o a políticos" (Painter, 1994: 27). Roberto Suárez Gómez, quien llegaría a ser el "rey de la cocaína", era terrateniente, con extensas propiedades en Santa Ana. No obs- tante, fueron los largos años de impunidad que le brindaron la policía y oficiales militares los que permitieron al cártel de Santa Ana convertirse en la principal empresa delictiva y, a fines de los años setenta, en clara "asociación" con el gobierno, dominar la vida política en Bolivia. Este tipo de grupos tradicio- nales del crimen organizado tal vez eran auténticas mafias, de- lincuentes capaces de imponer un cierto grado de orden políti- co paralelo. similar estaba obviamente presente en la guerra librada por las fuerzas arma- das peruanas contra Sendero Luminoso a principios de los años noventa (Reuter y Ronfeldt, 1992: 103; Serrano, 2001). E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 238 TENDENCIAS REGIONALES LA EXPLOSIÓN DEL NARCOTRÁFICO Y EL SURGIMIENTO DE MERCADOS ILEGALES NO REGULADOS A principios de los años sesenta empezaron a crecer mercados ilegales relativamente pequeños y estables a consecuencia de un repunte masivo de la demanda de drogas en Estados Uni- dos y de la interdependencia negativa consustancial a las po- líticas internacionales de control de la oferta. Como en otras partes, en América Latina el vínculo inextricable entre control, oferta y demanda también se puso de manifiesto en una serie de constelaciones que vincularon a los países mediante los efec- tos del factor "restricción/oferta repentina" (push-down/pop-up) o efecto "de globo" (Nadelmann, 1988:9; Lepgold, 1998; McAl- lister, 2000: 12). A principios de 1970, muchos países en la re- gión empezaron a confrontar importantes organizaciones delic- tivas y la producción a gran escala de marihuana, amapola de opio y planta de coca. Las campañas antidroga, exitosas pero efímeras, llevadas a cabo por México y Jamaica a principios y mediados de los años setenta, abrieron en Colombia por pri- mera vez las puertas a la producción de marihuana a gran es- cala. Poco después, cuando el régimen militar impuesto por Augusto Pinochet en Chile puso fin al tráfico de cocaína refi- nada, Colombia emergió también como un importante produc- tor de cocaína (Stares, 1996: 26-29; Thoumi, 1999:118). De modo similar en Bolivia, una vez que los traficantes cubanos estable- cieron un mercado subdistribuidor de pasta de coca en los años cincuenta, el terreno estaba preparado para el ascenso del cár- tel de Santa Ana. La protección otorgada por las principales instituciones de seguridad del país permitió que esa organiza- ción delictiva despegara y pasara, de ser una simple pro- veedora de pasta de coca a mediados de los años setenta, a convertirse en una "organización delictiva transnacional mul- tifacética" a principios de los ochenta (Gamarra, 1999a: 175-176). En México, sucesos distantes geográficamente, incluida la AMÉRICA LATINA 239 prohibición de la producción de opio impuesta por Turquía a fines de los sesenta, junto con la desintegración a principios de los setenta de la "French Connection" (una red franco-turca que pasaba heroína de contrabando de Marsella a los Estados Unidos), tuvieron por resultado el desarrollo de nuevos lugares de producción y de plataformas de exportación que buscaron aprovechar la cercanía del boyante mercado en los Estados Unidos (Ruiz, 1989: 53; Stares, 1996: 27; McAllister, 2000: 241; véase también el capítulo X). Las tan elogiadas campañas de erradicación de los años se- tenta, en particular el primer programa de fumigación aérea "Operación Cóndor", llevadas a cabo por el gobierno mexicano a mitad de los setenta, fueron proclives a encubrir una realidad bastante diferente (Reuter y Ronfeldt, 1992; Toro, 1995:17; Smith, 1999:195). Los mercados relativamente pequeños de los sesenta se ensancharon a fines de los setenta y a lo largo de los ochenta como resultado paradójico de dos factores principales: uno fue el predominio de programas antidrogas más severos, aprobados primero por los Estados Unidos y poco después por muchos go- biernos latinoamericanos;2 el otro factor fue una demanda ele- vada y sumamente versátil de droga (McAllister, 2000:238). Los programasestadunidenses marítimos y aéreos de interdicción, dirigidos a detener y desalentar la importación ¡legal de cocaína, elevaron los embargos federales de cocaína de dos toneladas mé- tricas en 1981 a 27 toneladas métricas en 1986 y a 100 toneladas 2 En el periodo entre 1995 y 2000, el presupuesto nacional para control de drogas de los Estados Unidos aumentó de 13400 millones de dólares a 17800 millones, y en el transcurso de dos décadas, el gobierno federal gastó más de 250000 millones. Los recursos institucionales destinados a esfuerzos antinar- cóticos en las fronteras, espacio aéreo y puertos marítimos de Estados Unidos abarcan 23 agencias federales y muchos más organismos locales y estatales. A lo largo de 1998, 7000 personas participaron en el Programa internacional de Capacitación para el Control de Narcóticos de Estados Unidos. Los recursos económicos e institucionales que dedicaron los países latinoamericanos a esta empresa han sido también comparativamente enormes (The White House, 1999c; http://vvww.foreignpolicy-infocus.org/colombia.html). E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 240 TENDENCIAS REGIONALES métricas en 1990.3 Pero el aumento de los precios estadunidenses de importación para las drogas latinoamericanas —el precio que importa a los narcotraficantes— así como la dispersión de las rutas de tráfico claramente establecidas, fueron también conse- cuencia directa de esas medidas.4 En realidad, a medida que los Estados Unidos intensificaron la "guerra a las drogas" a principios de los ochenta, las rutas del tráfico no pararon de reubicarse. Al principio, la alteración de la ruta para trasladar los cargamentos de cocaína sudamericana (desde Colombia, pasando por el Caribe y hasta el interior de la península de Florida) contribuyó a reducir la vulnerabilidad del Caribe a los movimientos de droga, pero incrementó las "venta- jas" de México como punto de tránsito de los traficantes. Una vez apaciguadas las acaloradas controversias en torno a los pro- gramas de interdicción de vuelos aéreos Estados Unidos-México, los esfuerzos de control lograron reducir el contrabando aéreo entre Colombia y México, pero sólo para más tarde contribuir a desviar el narcotráfico a la costa.5 Esta vez los estados de la costa 3 Los embargos federales de cocaína se han mantenido bastante constantes en 130 toneladas métricas por año entre 1990 y 1997 (Bagley, 1992: 2; The White House, 1999c). 4 La tendencia al aumento de ganancias cuando un comercio de bienes o servicios es declarado ilegal ha sido objeto de gran atención. Como lo ha seña- lado Nadelmann, las leyes de prohibición tienden a afectar la naturaleza de la actividad y la organización del mercado, pero casi no influyen en las decisio- nes de los que están determinados a participar en la actividad. Al alterar los riesgos y los costos operativos, las estrategias coercitivas sólo pueden inducir a los narcotraficantes a cambiar de locaciones, de métodos de contrabando y de productos. Con los años, las actividades incluidas en las medidas de control de la oferta se han ampliado, y de campañas de interdicción y erradicación han pasado a ser políticas más amplias que abarcan medidas contra el lavado de dinero, control de precursores químicos, sustitución de cultivos de droga y for- talecimiento de las instituciones públicas (Nadelmann, 1990: 512; Bagley, 1992: 2; The White House, 1999c). 5 En 1999 la cocaína llegaba a México de contrabando por la frontera con Guatemala en cargamentos legítimos por aire o en contenedores marítimos, o de contrabando en barcos de pesca, vuelos no comerciales y lanzamientos en paracaídas a lanchas de alta velocidad cerca de las costas mexicanas, primero alrededor de la península de Yucatán y después en la costa del Pacífico. Como AMÉRICA LATINA 241 mexicana del Pacífico, así como las repúblicas centroamericanas y caribeñas, vieron su seguridad en riesgo.6 En los ochenta y los noventa la escala de las operaciones cambió, y también las ganancias por la participación en el ne- gocio de la droga. Los enormes dividendos que producía el co- mercio de la droga permitieron que los traficantes absorbieran fácilmente el costo estimado de 10-12 por ciento de niveles más altos de interdicción. En ocasiones, los narcotraficantes pudie- ron favorecer incluso un cierto grado de imposición de la ley con el objeto de elevar los precios. En una palabra, el comercio de la droga siguió siendo redituable para los narcotraficantes (Lepgold, 1998:140). En la segunda mitad de los años ochenta, la caída de los precios estadunidenses de importación de cocaí- na, marihuana y heroína insinuaba el fracaso inequívoco de las políticas de control de la oferta. Sin embargo, el diferencial entre los precios en la fuente de producción y los precios en el punto de entrada a los Estados Unidos (y cada vez más a Europa) si- guió siendo lo bastante competitivo para mantener a los narco- traficantes en este negocio. Los precios de la cocaína en el puerto de entrada en los Estados Unidos bajaron de 45000-55000 dólares a principios de los ochenta a alrededor de 10000-20000 a finales de la déca- da, y los precios por gramo de cocaína y heroína cayeron 60% en el periodo entre 1981 y 1996. No obstante, estas cifras ocultan la realidad de diferenciales lo bastante amplios todavía entre los precios de producción nacional y los de exportación (Clawson y en tiempos pasados, ya en México, las drogas son trasladadas a zonas de la frontera norte (Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Af- fairs, 2001). 6 El contrabando marítimo ha dependido del uso intensivo de lanchas de alta velocidad poco detectables. A fines de 1998, Costa Rica, El Salvador, Honduras y Nicaragua fueron "clasificados" por el gobierno de los Estados Unidos como países "de interés en la droga". Asimismo, en Cuba la manifies- ta decadencia de la autoridad central ha incrementado la vulnerabilidad de la isla a la amenaza de la droga (Reuter y Ronfeldt 1992: 117-121; Burean for International Narcotics and Law Enforcement Affairs, 1999, 2001; Reforma, 25 de febrero y 29 de febrero de 2000). E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 242 TENDENCIAS REGIONALES Lee, 1998: 38-39; Lee, 1999: 3). Lo cierto es que en 1988-1989, el precio de un kilo de cocaína en Colombia iba de 3000 a 6000 dó- lares, pero el mismo kilo se podía vender en los Estados Unidos al por mayor a 17000 dólares (y a 35000-50000 en Europa Cen- tral y Occidental en 1994). En esos mismos años, los importadores al por mayor llegaron a pagar hasta 200000 por un kilo de heroí- na. El costo de producir un kilo de marihuana, la más barata de las drogas ilegales, variaba de 50 a 100 dólares en México; el pre- cio en los puertos de entrada a los Estados Unidos llegaba hasta 455 dólares (Reuter y Ronfeldt, 1992:95; Clawson y Lee, 1998). Al fin y al cabo, durante el régimen de la prohibición el valor de las drogas siguió extraordinariamente inflado y estos productos se siguieron vendiendo en mercados ilegales muy por encima de sus precios reales. Por tanto, en 1995, un kilo de cocaína aún se podía vender en los Estados Unidos a 10500 dólares,y los trafi- cantes podían cobrar por lo menos 50000 dólares por un kilo de heroína. Tres años después, los comerciantes al por menor cobra- ban 169 dólares por gramo de cocaína y 318 por gramo puro de heroína (White House, 1999c). La política antidrogas de los Estados Unidos incluía la colabo- ración de muchos gobiernos latinoamericanos, los cuales recibie- ron cada vez más ayuda económica y técnica, adoptaron progra- mas de capacitación de la policía de los Estados Unidos y se convirtieron en anfitriones de numerosos agentes de la DEA (Drug Enforcement Administration). Los programas antidrogas que se lanzaron por toda la región en los años ochenta no tenían prece- dente. Los gobiernos latinoamericanos dedicaron importantes re- cursos a la erradicación de la marihuana, la amapola del opio y la planta de coca. En 1981 eran sólo dos los países que erradicaban cultivos de droga ilícitos, mientras que en 1985 eran catorce (Tullis, 1991:123). En un momento en que presiones externas mantenían una disciplina fiscal estricta en la región, tal vez el único presupuesto gubernamental que no fue afectado significativamente por las medidas de austeridad en los años ochenta y noventa fue el pre- AMÉRICA LATINA 243 supuesto federal para el control de las drogas.7 Se destinaron cada vez más policías y soldados a las tareas antidrogas. En Mé- xico, por ejemplo, en la segunda mitad de los setenta, había 5000 soldados y 350 miembros de la Policía Judicial Federal a cargo de programas de erradicación, comparados con 25000 soldados y 580 policías para el mismo programa en 1987, y con sólo 300 sol- dados destinados regularmente a la misma tarea a fines de los sesenta (Craig, 1978: 110-111; México, PGR, 1990: 8). A pesar de todos estos incuestionables esfuerzos, la produc- ción y el contrabando de droga aumentaron. Aunque algunos cálculos muestran grandes variaciones, la economía clandestina se expandió en términos de valor y número de participantes. Ba- sándose en datos de 1988, Reuter y Ronfeldt (1992:95) calcularon que los ingresos totales de la economía mexicana por droga re- presentaban entre 1.25 y 4 por ciento del PIB del país, y entre 6 y 20 por ciento de las ganancias mexicanas por exportaciones. Los beneficios netos por drogas en Colombia fueron de 10 y 3 por ciento del PIB en el periodo 1980-1995, y su participación en el to- tal de exportaciones osciló entre 40 y 24 por ciento entre 1986 y 1995 (Steiner, 1999:167-168). Asimismo, Clawson y Lee (1998:13) calcularon que a mediados de los noventa, los ingresos por co- caína tanto en Bolivia como en Perú representaban del 4 al 5 por ciento del PIB. El viraje a políticas orientadas a la exportación y la gradual recuperación de la economía desempeñaron un papel perceptible en la disminución de la participación de la coca y la cocaína en el total de las exportaciones de estos tres países. No obstante, en 1992 la industria de la cocaína representaba todavía 53% del total de exportaciones en Perú, y dos años después, 25% del total de las exportaciones legales de Colombia y 23% del 7 Los recursos asignados por sucesivos gobiernos colombianos a la justicia y la seguridad aumentaron de 1.4% del PIB en 1992-1993 a cinco por ciento a finales de la década. En México, tendencias similares explican la rápida expan- sión de las fuerzas armadas y un aumento en el gasto de la defensa (incluido el gasto en la Policía Federal Preventiva) de aproximadamente 1200 millones de dólares en 1990 a 5300 millones en 2000 (Rubio, 1999: 178-179; Serrano, 2000b: 96). E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 244 TENDENCIAS REGIONALES total de las exportaciones en Bolivia (Clawson y Lee, 1998:13-14; Steiner, 1999:167-168). En Bolivia, entre 1976 y 1981, el cultivo de coca aumentó de 15600 a 55000 hectáreas (Gamarra, 1999b: 184). El valor bruto de la producción de coca como porcentaje del total de la pro- ducción agrícola nacional aumentó de ocho por ciento en 1980 a 17% en 1983, y a 19% en 1988. La producción de coca en ese mismo país creció de un promedio de 9000 toneladas métricas al año entre 1963 y 1975 a un promedio de 79000 toneladas mé- tricas entre 1976 y 1988. Además, el Departamento de Estado de los Estados Unidos informó que en 1990 Perú produjo 138000 toneladas métricas de coca (Painter, 1994: 4). Se establecieron grandes laboratorios de cocaína en zonas rurales de Colombia; los bolivianos empezaron a procesar base y pasta de coca a prin- cipios de los ochenta, expandiendo el cultivo desde las zonas tradicionales del Chapare y los Yungas hasta departamentos del norte y del este. La expansión de la economía clandestina, que en muchos países coincidió con una rápida espiral descendente de crisis económica y el auge de políticas económicas de austeridad, em- pañó la distinción entre campesinos y empleados de cuello azul, y delincuentes y traficantes (véase el capítulo II). A fines de los ochenta y principios de los noventa, en Bolivia había 300000 per- sonas que participaban en la producción de coca y cocaína. En Perú, la cantidad de campesinos implicados en el cultivo y en el procesamiento de coca oscilaba entre 175000 y 300000. Y en Co- lombia, hasta 160000 personas participaban en la industria de la cocaína incluso antes de que se difundiera la ola de cultivo de mano de obra más intensiva por todo el país.8 Asimismo en 8 Como en el caso de los precios de la droga en los niveles de producción, punto fronterizo y venta al por menor, los cálculos de empleo varían amplia- mente y muchas veces son difíciles de conciliar. La supuesta reducción de la economía ilegal en Bolivia puede ayudar a explicar la caída manifiesta del empleo total en la industria de la coca y la cocaína que se registró en diversos estudios, de 175000-200000 en 1991 a 74000 en 1995 (véase Painter, 1994: 35; Clawson y Lee, 1998: 14-15, y Gamarra, 1999b: 195). AMÉRICA LATINA 245 México, la dispersión del cultivo de la tierra en parcelas más pe- queñas y la reubicación en la Costa del Pacífico atrajeron entre 200000 y 300000 campesinos mexicanos que a lo largo de los ochenta obtuvieron ganancias del cultivo de drogas ilegales (Toro, 1995:53). Estas cifras contrastan claramente con las de me- diados de los setenta, cuando quizá 50000 campesinos participa- ban en el sector agrícola ilegal (Craig, 1980: 697). Las autoridades gubernamentales en Colombia, México, Perú y Bolivia, presionadas por los Estados Unidos, reorientaron sus esfuerzos a mitad de los ochenta para detener a los que se pensaba que eran grupos de contrabando sumamente organiza- dos. Los "señores de la droga" recién enriquecidos fueron iden- tificados como una fuente importante de inestabilidad política. La policía recibió capacitación especial para infiltrar e "inmovi- lizar" el crimen organizado; los jueces aprobaron nuevas técnicas judiciales para facilitar el encarcelamiento de poderosos narco- traficantes. Los sistemas de justicia penal en México y en Co- lombia, ya sobrecargados y debilitados, se tuvieron que dedicar permanente y casi exclusivamente a contrarrestar el floreciente mercado de la droga. El incremento y la renovación de la imposición de la ley an- tidroga impulsaron a los traficantes a reorganizar los modos de producción y transporte, que financiaban con su capacidad eco- nómica sin precedentes, y a reconsiderar sus nexos con las auto- ridades judiciales y políticas. Las organizaciones de traficantes en América Latina se ajustaron de diferentes maneras a los nue- vos costos de operación y a las grandes variacionesde precio: au- mentando el volumen total de drogas enviadas a los Estados Unidos y otros mercados; estableciendo rutas de narcotráfico protegidas y monopolios regionales; integrando sus operaciones, e ingresando en el propio mercado estadunidense en calidad de traficantes al por mayor y a nivel medio. Como se muestra en la siguiente sección, el registro de esos años indica que los narcotra- ficantes también se ajustaron a ese entorno más vigilante expan- diendo sus actividades delictivas. E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 246 TENDENCIAS REGIONALES En la mayoría de los casos, las leyes antidrogas resultaban imposibles de aplicar a medida que ascendían los grados de co- rrupción y de violencia relacionados con la droga. La interdic- ción más estricta aumentó el volumen total de exportaciones ne- cesarias para depositar una tonelada de cocaína, heroína o marihuana en los Estados Unidos; simultáneamente, elevó la demanda de drogas y exacerbó las condiciones ya de por sí ines- tables en los países de toda la región (MacCoun y Reuter, 1998: 217). Contrariamente a lo que hubiera llevado a esperar de una aplicación exitosa de la ley, en los Estados Unidos los precios ex- traordinariamente altos no duraron mucho y cayeron firme mente a partir de 1981.9 No obstante, esta continua caída del precio de las drogas no afectó ni la decisión de producirlas ni el contrabando (aunque sí afectó el modus operandi de los trafican tes), ni tampoco la capacidad de los narcotraficantes para inti- midar, matar y comprar protección de las autoridades (policía, soldados, fiscales, jueces y custodios de cárceles). Casi tres dé- cadas de aplicación coercitiva de la ley tanto en los Estados Uni- dos como en la fuente de origen en varios países latinoamerica- nos poco habían hecho para cambiar el valor total del mercado ilícito de drogas en los Estados Unidos. A medida que se acerca- ba el fin de los años noventa, este valor seguía estando alrede- dor de los 57000 millones de dólares, con 38000 millones corres- pondientes al mercado de cocaína, y 9800 millones al de heroína (véase U.S.-Mexico High Level Contact Group on Drug Control, 1997; MacCoun y Reuter, 1998: 210-220, y The White House, 1997a, 1999c). 9 Esta caída de los precios se puede explicar por una demanda más baja o por la disponibilidad cada vez mayor de drogas, o por ambas cosas. Las po- líticas actuales no parece que hayan contribuido todavía a una disminución sustancial en el consumo o en la disponibilidad de drogas (MacCoun y Reu- ter, 1998: 221). AMÉRICA LATINA 247 EL EFECTO TRANSNACIONAL DEL COMBATE LEGAL A LAS DROGAS Entre los elementos más importantes para explicar los princi- pales cambios que experimentó el mercado de las drogas la- tinoamericano en los años ochenta y noventa, hay dos factores estrechamente conectados que merecen especial atención: la per- sistente demanda de drogas y los cambios en los tipos y niveles de aplicación de la ley. Más de dos décadas de una enérgica aplicación de la ley na- cional antidrogas, una interdicción más estricta y programas re- presivos de control del origen no han triunfado del todo en la reducción sustancial de los niveles de consumo en los Estados Unidos ni en la disponibilidad de drogas en éste y otros mercados. El optimismo inicial que desencadenó el descenso de 45% que se registró en el uso general de drogas en los Estados Unidos entre 1985 y 1990 —cuando el número total de usuarios momentáneos de drogas ilícitas bajó de 23 a 12.9 millones— se moderó cuando el uso vitalicio de drogas rebotó en la primera mitad de los años no- venta inesperada y sustancia Invente.10 Además, cuando parecía que el mercado estadunidense de cocaína llegaba a un punto de saturación, los narcotraficantes empezaron a dirigirse a Europa, y en particular al mercado ruso, donde los precios de la cocaína por gramo eran hasta nueve veces más altos que en Nueva York. Entre 10Aunque parece que el mercado de la cocaína ha llegado a un "punto de saturación", parece que el consumo de heroína ha dado un salto de una pobla- ción adicta estable de 600000 a 980000 usuarios crónicos en 1998. Según fuen- tes oficiales de Estados Unidos, los usuarios de heroína actuales se triplicaron entre 1992 y 1997, y el uso de heroína por adolescentes ha sido particularmen- te visible en ciudades como San Francisco, Newark y Miami. Las tendencias al envejecimiento que se observan entre los consumidores de cocaína contrastan con el creciente uso de metanfetaminas y heroína entre los jóvenes en Estados Unidos. La tasa de abuso de sustancias por niños ha sido definida como "el peor problema de abuso de droga en Estados Unidos" (Smith, 1992:3; Blanken, 1989: 23; Clawson y Lee, 1998: 9-10; MacCoun y Reuter, 1998: 208 209, 234; Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs, 1999, 2001; The White House, 1999c, 2000a, 2000b). E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 248 TENDENCIAS REGIONALES 1985 y 1996, cuando las organizaciones colombianas desarrollaron y consolidaron vínculos con grupos italianos y rusos, el consumo en Europa parecía que estaba al alza. Las incautaciones de cocaína en ese continente brincaron 3407o (Clawson y Lee, 1998: 63-65,87; Lupsha, 1996: 25; véase también el capítulo IV). Igualmente pero- cupante ha sido la especulación recurrente de que el mercado in- terno para esas drogas en los países latinoamericanos podría ha berse expandido en el transcurso de los últimos años.11 En el frente de la aplicación de la ley, han llamado la aten ción tendencias alentadoras que apuntan a una baja significati- va de la economía ilícita en países como Perú y Bolivia. No obs- tante, hay que ver desde una perspectiva más amplia los resultados iniciales de programas de erradicación más enérgicos en esos países. La reducción del cultivo de coca en Perú y Bolivia puede parecer de hecho un éxito. Sin embargo, las tendencias en Colombia y otras partes indican que no se ha puesto fin al nego- cio de la producción de droga ilícita y de contrabando de droga. 11 En América Latina, como parece ser el caso en Europa, los datos perti- nentes son no sólo escasos, sino también deficientes y poco confiables. Sin embargo, observadores y fuentes oficiales estadunidenses expresan que la interdicción más severa ha estimulado a los traficantes a desarrollar mercados en ambas regiones. En México, donde el abuso de drogas se ha considerado tradicionalmente bajo, una encuesta nacional sobre el uso de drogas indicaba un aumento particular en la frontera México-Estados Unidos. El estudio indi- caba que en el periodo entre 1993 y 1998, el número de individuos que admi- tía el uso de drogas (al menos una vez) aumentó de 3.9 a 5.27 por ciento. También en 1998, se estableció una comisión conjunta estadunidense-mexica- na para estudiar la reducción del uso de drogas en ambos países y se han crea- do programas de monitoreo de uso de drogas en la escuela secundaria. Parece que se está desarrollando una situación más alarmante en Panamá, donde el consumo de coca y de crack supuestamente estalló en los noventa, así como en Perú, donde el número de usuarios de primera vez se estáelevando aproxi- madamente 50% al año. Lo que es indudable es que en Europa, América Latina e incluso Canadá —donde, como en los países europeos, los tribunales tienden a considerar las drogas un problema de salud— las denuncias y detenciones por droga (tanto por consumo como por tráfico) están al alza (véase México; PCR, 1996; Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs 1999, 2001, y The White House, 1998b; sobre Europa, véase MacCoun y Reuter, 1998: 225; Taylor, 1998; véase también el capítulo VIII). AMÉRICA LATINA 249 Como en el pasado, el mismo remedio que debilitó a los narco- traficantes en Bolivia y Perú ha sido parcialmente causante de la expansión masiva del cultivo de coca en Colombia. La caída sig- nificativa del cultivo de coca registrada en Perú (66%) y Bolivia (55%) en el periodo entre 1995 y 1999 estuvo acompañada de un aumento paralelo en la zona dedicada al cultivo de coca en Co- lombia (véase el cuadro XI.l).12 De modo similar, la caída de la producción potencial de cocaína (alrededor de 320 toneladas mé- tricas) registrada tanto en Perú como en Bolivia entre 1994 y 1998 fue contrarrestada por un repunte de 45% (500 toneladas métri- cas) de la producción de cocaína en Colombia en el transcurso del mismo periodo.13 Es obvio que este tipo de expansión masi- CUADRO XI.I. Área total dedicada al cultivo de coca (hectáreas) Colombia Perú Bolivia Los Andes 1995 59650 1999 122500 115300 38700 48600 21800 223550 183000 FUENTES: Clawson y Lee, 1998; Affairs, 1999. Bureau for International and Law Enforcement 12 El aumento en la extensión dedicada al cultivo de coca es de hecho impresionante, sobre todo si tomamos como punto de partida 1992, cuando los campos de cultivo de coca cubrían 38000 hectáreas. Igualmente importante ha sido la difusión del cultivo de la amapola del opio (un cultivo insignificante en 1990 que en 2000 se había extendido a un área que comprendía más de 6000 hectáreas) así como el éxito de los traficantes en la producción de variedades de coca de más alto rendimiento, instando a la CIA a duplicar sus cálculos de rendimiento y potencia de la coca en Colombia. Un informe emitido por la U.S. General Accounting Office en julio de 1999 predecía un aumento adicional de 50% en la producción de cocaína y heroína en Colombia debido a la participa- ción de la guerrilla en el comercio de drogas (Clawson y Lee 1998: 17, 145; Oxford Analytica Latín America Daily Brief, 22 de julio de 1999; Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs, 2001; The Economist, 4 de marzo de 2000). 13 Este tipo de estimaciones y el cálculo de los campos de coca y de opio están basados en el monitoreo por satélite y en evaluaciones de campo. A pesar de los continuos esfuerzos para aumentar la precisión de estos métodos, hay aún importantes discrepancias. Si bien los expertos locales aceptan la tenden- cia general, durante mucho tiempo se quejaron de que el Bureau for Inter national Narcotics and Law Enforcement Affairs ha tendido a subestimar e1 tamaño de la zona andina plantada con coca, y también ha ignorado a menu- E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 250 TENDENCIAS REGIONALES va del cultivo y la producción de coca en Colombia, y el surgi- miento de la agricultura más lucrativa del opio en los años no- venta, no se pueden explicar independientemente del descenso observado a lo largo del mismo periodo en el cultivo de coca en Perú y Bolivia.14 A pesar de las pretensiones de éxito en los Andes, es obvio que desde los ochenta, la aplicación cada vez más estricta de la ley ha presidido un mercado ilegal cuya elasticidad y ritmo de crecimiento ha dado a los traficantes buenas razones para creer que el negocio todavía es, sin lugar a dudas, rentable. En algunos casos, las señales del mercado —es decir, la ganancia ilícita o la extorsión en la segunda mitad de los años ochenta, junto con un número creciente de participantes atraídos por precios competiti- vos— incitaron a los traficantes a buscar la integración de sus operaciones, la especialización y la diversificación de sus carteras. Como ya hemos mencionado, en los últimos años el instin- to de los traficantes para la ganancia también ha intervenido en sus esfuerzos por desarrollar el mercado de la heroína en los Es- tados Unidos, e incrementar la demanda de cocaína en Europa Occidental y del Este, y en Japón (Clutterbuck, 1990; Painter, 1994: 28; Lupsha, 1996; Clawson y Lee, 1998; Krathausen, 1998: 23; Bureau for Internacional Narcotics and Law Enforcement Af- fairs, 1999). En los años noventa, los traficantes bolivianos dieron do la aparición de nuevas regiones de coca tanto en Colombia como en Perú. Las principales metas de las campañas de erradicación andinas más recien- tes, tal como las establece el gobierno de Estados Unidos, son reducir el cul- tivo total de coca en Sudamérica 20% para 2001 y 40% para 2007 (Clawson y Lee 1998: 147-148, The White House, 1999c; The Nexo York Times, 21 de abril de 2000). 14 Según fuentes oficiales estadunidenses, a lo largo de 1999 Perú redujo el cultivo de coca a 34,000 hectáreas. El programa ha incluido la participación de 130 gobiernos locales, de más de 700 comunidades y más de 15000 agriculto- res. En este mismo periodo, Bolivia eliminó 17000 hectáreas y logró una reduc- ción total de 43%. No obstante, la tendencia ascendente en Colombia continuó allí donde el cultivo de coca rebasaba las 160000 hectáreas a mitad de 2001 (The White House, 2000b; The Economist, 21 de abril de 2001; Oxford Analytica Latin America Daily Brief, 6 de noviembre de 2001). AMÉRICA LATINA 251 un paso más allá en sus esfuerzos por afirmar su autonomía con respecto a los cárteles colombianos y desarrollaron vínculos di- rectos con organizaciones criminales europeas. Mientras tanto las organizaciones colombianas y mexicanas, que dependían de viejas redes de distribución de cocaína y marihuana, lanzaron "técnicas de mercadotecnia agresiva" dirigidas a expandir las ventas de heroína en los Estados Unidos, especialmente entre los jóvenes.15 De modo similar, al establecer laboratorios a gran es- cala tanto en México como en los Estados Unidos, parece que las organizaciones de la droga mexicanas han consolidado un influ- jo cada vez mayor en la floreciente demanda de drogas sintéticas en el mercado del norte.16 Ha sido particularmente irónico que Canadá y los Estados Unidos hayan hecho su aparición como los principales productores de marihuana, una mercancía que tradi- cionalmente monopolizaban las organizaciones colombianas y mexicanas.17 15 Además de las ventajas que la heroína ofrece a cultivadores y exportado- res en términos de niveles superiores de precio y producción (hasta tres cose- chas por año) y menor volumen, hay una lógica económica a mediano y largo plazo para desarrollar este mercado. La heroína de alta pureza, en contraste con el crack y la cocaína, permite a muchos adictos desarrollar niveles superio- res de tolerancia (Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs, 1999, 2001; MacCoun y Reuter 1998: 234). 16 Según el Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs, la metanfetamina, "una prima con turbina alimentadora del 'speed' de los sesenta y setenta" ha retado a la cocaína como el "estimulante preferido" en Asia, Europa y América del Norte. Las organizaciones delictivas transnacio- nales con base en México no sólo se han convertido en las distribuidoras más importantes de metanfetaminas en losEstados Unidos, sino que entre enero de 1994 y septiembre de 1998 se incautaron más de 4140 laboratorios en los Estados Unidos. En los dos años siguientes, la DEA y autoridades estatales y locales desmantelaron un total de 5574 laboratorios. Los esfuerzos por contro- lar esta industria floreciente incluyen la Iniciativa Multilateral de Información Química y un grupo de trabajo bilateral de control químico México-Estados Unidos que supervisa investigación cooperativa e intercambia información sobre asuntos legales y reglamentarios (Bureau for International Narcotics Law Enforcement Affairs, 1999, 2001; The White House, 1999c). 17 En la actualidad, la DEA calcula que mucha de la marihuana que se consu- me en los Estados Unidos ahora se cultiva en el país. Aunque no se dispone de E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 252 TENDENCIAS REGIONALES Por último, ante las historias del éxito manifiesto de la im- posición de la ley tanto en Bolivia como en Perú, hemos de con- frontar una serie de reflexiones que no deben quedar fuera del recuento de las campañas antinarcóticos. Los programas de erra- dicación se realizaron bajo la amenaza inminente de la "des- certificación" e implicaron una dependencia mucho mayor de las respuestas militares además de un aumento significativo de la participación militar directa de los Estados Unidos.18 Pero las implicaciones de estas campañas han trascendido la relación inmediata con los Estados Unidos. No cabe duda que las cam- pañas punitivas han agravado la difícil situación de esos paí- ses, volviéndolos vulnerables a movilizaciones masivas de campesinos y a la amenaza de la guerra de guerrillas y del te- rrorismo. La implementación de programas de sustitución de cultivos, el remedio estándar a la inestabilidad relacionada con la droga en el campo, también ha resultado problemática. Por la experien- cia acumulada en el transcurso de los años, muchos creen que si no se alimentan con flujos constantes de ayuda, los esfuerzos de cultivos alternativos rendirán pocos resultados a largo plazo. Por una parte, los cultivos verdaderamente competitivos tardan años un cálculo de la cantidad de marihuana cultivada en los Estados Unidos, Cali- fornia, Florida, Hawai, Kentucky, Tennessee y West Virginia son los productores principales. Igualmente notable ha sido el aumento del contenido promedio de THC (tetrahidrocanabinol) de la marihuana, de dos por ciento a principios de los ochenta a cinco por ciento en 1997. Fuentes de inteligencia canadienses también han identificado cultivo de marihuana en British Columbia y calculan que podría representar una "sofisticada industria de cultivo de 1000 millones de dólares al año". Según el antiguo "zar" estadunidense antidrogas, Barry McCaffrey, la mayor parte de la marihuana con alto contenido de the consumida por adoles- centes en los Estados Unidos se cultiva principalmente en los Estados Unidos y Canadá (Bureau for International Narcotics and Law Enforcement Affairs, 2001; The White House, 1999b, 1999c). 18 Después del acuerdo bilateral firmado entre Washington y Bolivia en 1987, la presencia militar estadunidense sin autorización del Congreso aumen- tó significativamente. Cuando la campaña de erradicación acumuló fuerza en 199l, fueron desplegados dos batallones militares en el Chapare bajo la "guía" de asesores estadunidenses (Gamarra, 1999b: 191,194). AMÉRICA LATINA 253 en madurar, y por otra, los mercados no son de fácil acceso. Ade- más, la experiencia boliviana ha mostrado que ni siquiera los es- fuerzos sostenidos son suficientes para asegurar la asistencia estadunidense e internacional.19 Atados a la lógica de los precios impuesta por la prohibición en el mercado de drogas, los gobiernos latinoamericanos no te- nían mucho espacio para maniobrar. Incapaces de cerrar la bre- cha entre el precio de las drogas interno, o precio de brecha, y el precio de la marihuana, la cocaína y la heroína en los puertos de entrada a los Estados Unidos, su capacidad de regular, ya no de re- ducir, el problema de las drogas se debilitó aún más. A la sombra de la amenaza de la certificación de los Estados Unidos, estos países se vieron obligados a intensificar la guerra contra las dro- gas y a comprometerse a una campaña totalmente punitiva con- tra delincuentes (consumidores y traficantes) a los que poco les importaba la efectividad o las consecuencias colaterales de la aplicación coercitiva de la ley. A medida que las políticas represi- vas se intensificaron —aunque a diferentes ritmos y grados— se agravaron las difíciles situaciones de ilegalidad y violencia que ya enfrentaban muchos de estos países. En general, los gobiernos no lograron reducir la producción y el contrabando de drogas, y al final se convirtieron en simples testigos de la transformación del narcotráfico en un actor importante de sus sistemas económi- co y político. 19 El programa de erradicación boliviano del que se alardeó tanto en círcu- los estadunidenses y de las Naciones Unidas, recibió un importante golpe en 1997 cuando los fondos que se habían canalizado hacía poco a Bolivia fueron reducidos 70% y desviados para financiar el Plan Colombia y programas de policía en Bosnia. Igualmente reveladoras fueron las palabras del general Barry McCaffrey, quien puso en tela de juicio el papel de la asistencia y los recursos financieros para resolver el problema de la droga, reclamando que el éxito de la erradicación en Perú se debió más a la voluntad política. La omisión del papel de medidas ambientales controvertidas en estas declaraciones tam- bien es significativa (Gamarra, 1999b: 198; The White House, 1998b). E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 254 TENDENCIAS REGIONALES DEL NARCOTRÁFICO AL CRIMEN TRANSNACIONAL ORGANIZADO La transición de los mercados ilícitos de droga ordenados y pe- queños a otros grandes e inestables en el segundo tercio del siglo xx inspiró nueva vida a mercados ilegales adicionales. En países como Bolivia, Colombia, México y Perú, el contrabando de drogas actuó como el portador y replicador principal de mu- chas otras actividades criminales, en particular del tráfico de armas, el lavado de dinero y el comercio ilícito de precursores químicos. Por otra parte, los cambios observados en los márge- nes de impunidad en muchos de estos países también son im- portantes para explicar el aumento de redes fraudulentas en torno al contrabando de armas, vehículos robados y migrantes. No cabe duda de que la ejecución punitiva de la ley y la inten- sificación de las políticas de penalización pueden dar lugar a la organización de flujos migratorios o al comercio de estas y otras actividades ilícitas (y en la práctica las configuran). No obstante, las esferas de ilegalidad e impunidad que durante años acom- pañaron el mercado ilícito de drogas más lucrativo también han proporcionado el contexto en el que proliferaron muchas otras actividades delictivas. Reuter y Ronfeldt (1992: 101) consideran que la consolidación de empresas de contrabando en México en los años setenta estuvo parcialmente asistida por el auge petro- lero, pero sobre todo por la creciente demanda en el mercadode drogas estadunidense. De modo similar en Colombia, los pará- metros de impunidad que desarrolló el mercado ilegal de esme- raldas en los años cincuenta establecieron el terreno para la consolidación del contrabando de drogas y el consiguiente des- arrollo de otras bandas ilegales. En Colombia como en otras partes, la impunidad resultó ser un activo empresarial de gran importancia (Deas, 1995: 18, n. 14; Krathausen, 1998: 139,167). AMÉRICA LATINA 255 Contrabando de armas El contrabando de armas se convirtió en una de las primeras ma- nifestaciones de la autorréplica de la impunidad, con el narcotráfi- co como el principal portador. Hace mucho tiempo que el acceso a armas y el control de las mismas han estado al servicio y en fun- ción del comercio de drogas; pero el contrabando de armas tam- bién hizo su aparición como mercado ilícito paralelo y lucrativo. La mayor disponibilidad de armas pequeñas ha estado vinculada claramente al crecimiento y la internacionalización de los cárteles de la droga, aunque la proliferación del mercado ilícito de armas ha respondido también a otras lógicas. Hay una gran cantidad de pruebas que indican que la oleada del narcotráfico abrió nuevas fuentes de financiamiento y de armas para movimientos armados en Perú, Colombia y, en menor medida, México. Aunque la pacificación de Centroamérica contribuyó a clau- surar una fuente principal de demanda de armas, el resurgi- miento de movimientos armados (particularmente en Perú, Colombia y México) y el auge de organizaciones delictivas si- guieron alimentando la demanda de armas de fuego en la re- gión. En parte como resultado de lo anterior, algunos Estados, y muy visiblemente Colombia, vieron cómo se evaporaba su frágil monopolio de armas de fuego y con él uno de los principales prerrequisitos para que las operaciones de contrainsurgencia tu- vieran éxito (Clutterbuck, 1973: 169; Serrano, 2000b, 2001). La lista de incautaciones de armas, el volumen de las que han sido confiscadas y los numerosos casos de trueque de armas por drogas reportados por las policías y los medios de comunica- ción en toda la región, aportan consistencia a este argumento (Griffith, 2000: 71-73; Serrano, 2000b). En efecto, es obvio que fl pesar de los esfuerzos de gobiernos regionales y organismos internacionales, la desmovilización y el desarme en Centro Amé- rica podría haber abierto una importante vía para la transferen- cia de armas ilícitas. No obstante, la difusión de armas de fuego y de armas convencionales le debe también mucho al propio cir- E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 256 TENDENCIAS REGIONALES cuito de adquisiciones de armas lícitas e ilícitas que tiene lugar dentro y fuera de la región. De maneras muy diferentes, los Estados de la región se fue- ron dando cuenta de que el problema del tráfico de armas esta- ba inevitablemente relacionado con el del narcotráfico. Malcolm Deas ha señalado que el carácter y la magnitud del mercado ile- gal de armas en Colombia cambió en forma espectacular a medi- da que iban entrando al país vastas cantidades de armas sofistica- das con el auge del narcotráfico.20 Los Angeles Times informó que en 1996 en México, por lo menos 90% de las armas confiscadas eran originarias de los Estados Unidos y que, de las confiscadas entre 1994 y 1995,39% estaban vinculadas con crímenes relacio- nados con la droga (Serrano, 2000b). Después de alguna labor de persuasión, la administración Clinton admitió que sólo en 1996 el gobierno estadunidense había recibido 30000 solicitudes de los estados de la región para que se rastrearan las armas que se ha- bían utilizado en crímenes.21 Después de reconocer que el dine- ro en efectivo y las armas de fuego que derivaban del narcotráfi- co ilícito se trasladaban al sur desde Estados Unidos, Washington 20 Según Rubio, en las postrimerías del periodo conocido como "La Vio- lencia", descendieron los homicidios en Colombia. No obstante, el salto regis- trado a comienzos de los setenta en la tasa de homicidios del país coincidió cla- ramente con el auge del narcotráfico y el flujo asociado de armas de fuego (Rubio, 1999: 37; Deas, 1995: 18, n. 14). 21 Cambios dentro de los Estados Unidos, donde un hogar de cada cuatro contiene armas y se poseen privadamente 212 millones de armas de fuego, también han sido importantes en este viraje hacia regulaciones más estrictas. En los Estados Unidos, 50% de los asesinatos están relacionados con las drogas y la gran mayoría se cometen con armas de fuego. A fines de los años noven- ta, los trágicos casos de tiroteos que tuvieron lugar en escuelas y lugares de tra- bajo agregaron una nueva justificación al endurecimiento del control de armas. Clutterbuck afirmaba que a fines de los años noventa, las heridas por disparos de armas de fuego mataron a 38000 personas cada año, comparado con 54 en Gran Bretaña, donde la legislación de armas de fuego se endureció en octubre de 1996. Clutterbuck explica la "envidiable y baja tasa de asesinatos" de Gran Bretaña, como resultado de la disponibilidad limitada de armas y por el hecho di que la policía (y en consecuencia muchos criminales) hasta hace poco seguían desarmados (Clutterbuck, 1997: 19-20, 230). AMÉRICA LATINA 257 aceptó restringir el espacio de maniobra de los tratantes de armas introduciendo una serie de regulaciones para la transferencia del lado de la oferta.22 También en 1996, en el marco de la Décima Cumbre del Grupo de Río, el gobierno mexicano presentó una iniciativa para negociar y establecer controles efectivos para de- tener el flujo de armas ilegales, municiones y explosivos en el he- misferio. La Convención de Armas de Fuego de 1997 estableció un marco para la regulación del comercio regional de armas de fuego. Cuando entró en vigor en 1998, la Convención trató de pro- mover una mayor coordinación entre los proveedores de armas regionales por medio de una serie de medidas, que incluían la aprobación de sistemas rigurosos de licencias para la exportación y el tránsito internacional de armas, sistemas para marcar las armas de fuego y así verificar su uso final, la penalización de la producción y venta de armas ilícitas y un intercambio más regu- lar de información (véase el capítulo VI). Extorsión, secuestro y la réplica del negocio de la violencia En el periodo entre 1970 y fines de los noventa, el narcotráfico no sólo engendró armas, sino que éstas contribuyeron a que mu- chos en la región apreciaran el enorme potencial de la violencia como negocio. En las dos últimas décadas en particular, diversos grupos han hecho de la violencia una empresa altamente lucra- tiva. Más que en ningún otro negocio, ha sido en el auge de la in- dustria del secuestro y la extorsión, en países como Colombia y México, y en Centroamérica, donde el negocio de la violencia se ha manifestado más dolorosa y claramente. 22 Estas regulaciones incluían el endurecimiento de los requisitos de resi- dencia para compradores de armas y la restricción de licencias de exportación para impedir una ulterior desviación a usos ilegales de armas legalmente exportadas, así como verificaciones instantáneas de los expedientes delictivos de personas que adquirían materiales explosivos de otras que tenían licencia federal (The White House, 1997b, 1998a, 1999c). E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. Pro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 258 TENDENCIAS REGIONALES Es cierto que en los años noventa, las tasas de secuestro al- canzaron niveles récord en todo el mundo, pero en América La- tina este tipo particular de delincuencia no sólo se elevó súbita mente, sino que se destacó como la arteria principal del sistema circulatorio de muchos otros delitos económicos violentos. El número total de secuestros registrados en 1994 fue de 4000 en Colombia, 800 en México, 800 en Brasil y tres en Argentina (Sán- chez, 1998: 47). Mientras Colombia llegó a representar más de la mitad del total mundial, los secuestros en México siguieron au- mentando, llegando a un total de 900 en 1997, y a un total de 450 reportados sólo en los tres primeros meses de 1998. En realidad, la Procuraduría General de la República (PGR), junto con empre- sas de seguridad privada y ONG, calculaban que estas cifras hu- bieran sido el doble si se hubieran añadido los secuestros no re- portados. Según sus cálculos, a fines de los noventa México podía haber sido el segundo país, sólo superado por Colombia en la escala mundial de secuestros para exigir rescate.23 La violencia como sistema de lucro surgió de una serie de causas combinadas. Se puede relacionar la crisis del orden públi- co y el predominio endémico de la "violencia por motivos eco- nómicos" con tres factores que podemos distinguir analíticamen- te, pero no siempre en la práctica. La elevación repentina del crimen y la violencia, y la multiplicación de bolsas de delincuen- cia por toda la región han sido en buena medida subproducto del auge del narcotráfico y del salto que dio el contrabando de armas relacionado con aquél. No obstante, la proliferación de grupos con sistemas violentos de lucro también se puede ver como un 23 Según el Grupo Hiscox, un importante asegurador Lloyds de Londres contra riesgos, la agitación económica global es probable que empuje estas cifras hacia arriba, no sólo en América Latina, sino también en Europa del Este y en Asia. En Chechenia, los secuestros para pedir rescate subieron de 600 en 1994 a 1407 en 1997, y aunque a estas acciones las impulsaban todavía motivos económicos, estaban dirigidas sobre todo a poner en evidencia la incapacidad de las autoridades rusas para controlar el país (véase Financial Times, 9 de octu- bre de 1998; La Jornada, 4 de octubre de 1998; Reforma, 16 de junio y 1 de julio da 1998; El País, 21 de junio de 1998, y Enfoque, 24 de mayo de 1998). AMÉRICA LATINA 259 efecto colateral de las políticas coercitivas antinarcóticos llevadas a cabo en el contexto de mercados de drogas ilegales cada vez más inestables, y en particular, de un cambio espectacular en el umbral de la impunidad. Igualmente importante ha sido el resur- gimiento de movimientos armados y la oleada general de deman- da de protección que ha generado el incremento de los niveles de violencia y la proliferación de diversas formas de extorsión. La industria de la droga ha sido identificada de hecho como uno de los motores de las crecientes tasas de secuestros, particu- larmente entre delincuentes pobres y en potencia que recurren a rescates para reunir el capital necesario para entrar en el nego- cio. Igualmente importante ha sido la presión ejercida por olas de secuestros como táctica para convencer a las empresas y a las agencias del gobierno de que "cooperen" o al menos no pongan trabas a la delincuencia (Lupsha, 1995: 97; 1996: 40). Hacer caso omiso de la legalidad, desatender el sistema de justicia y hacer exenciones a la ley no es nuevo en América Lati- na (Adelman y Centeno, 2001; véase también el capítulo I). No obstante, lo que sucede es que el sistema de justicia penal en paí- ses como Colombia y México ha llegado prácticamente a un punto muerto por el impacto tanto de la violencia relacionada con las drogas como de las políticas antinarcóticos. En este caso, la ampliación de la gama de impunidad ha coincidido claramen- te con el auge del narcotráfico. No es posible explicar la industria competitiva del secuestro y la extorsión sin tomar en cuenta las transformaciones estructurales que han acarreado tanto el nar- cotráfico como las políticas antinarcóticos. Hay dos reflexiones sobre las que es necesario hacer hincapié: primero, el mero efec- to de los niveles crecientes de violencia sobre el sistema de jus- ticia penal y por lo tanto en los niveles generales de impunidad, y segundo, la impunidad fabricada que narcotraficantes y delin- cuentes organizados han logrado ya sea con franca violencia o con la corrupción extendida. Cuando la tasa de homicidios subió repentinamente en Co- lombia, la violencia llevó al sistema de justicia a la bancarrota. En E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 260 TENDENCIAS REGIONALES primer lugar, su capacidad de investigación menguó y, poco des- pués, se esfumó su capacidad de detener y castigar a criminales perseguidos. Mauricio Rubio (1999) calcula que a pesar de la caída de homicidios reportados causada por el miedo a las repre- salias, la capacidad del sistema de justicia colombiano para in- vestigar y perseguir a homicidas descendió de un ya bajo 35% en los años setenta, a un pasmosamente bajo seis por ciento a fines de los noventa. Las condenas efectivas por homicidios cayeron en picada en el mismo periodo de 11 a 4 por ciento (Rubio, 1999: 144). En México, la incapacidad de las autoridades judiciales para perseguir a criminales también ha sido notoria. Los niveles superiores de impunidad han estado acompañados de tasas des- mesuradas de delincuencia.24 La relación entre algunos cálculos del total de delitos reportados (por 100000 ciudadanos) y el nú- mero total de delincuentes detenidos que enfrentan cargos nos da una idea del grado de impunidad que ha prevalecido en todo el país. Así, del total de delitos reportados en 1996, sólo en 2.4% de los casos sus autores habían sido sometidos a un proceso ju- dicial efectivo, en otras palabras, habían sido detenidos (véase El Financiero, 1998, y Ruiz, 1999). Martínez de Murguía (1996:160- 161, n. 6) calculaba que en 1995,75% de los delitos reportados al procurador de la capital del país pasaban simplemente a engro- sar los expedientes debido a la falta de pruebas reunidas. Inercia, negligencia, hábitos y prácticas irregulares profundamente arrai- gadas, sobrecarga y escasos recursos, así como connivencia y franca corrupción, todo ello ha erosionado la capacidad de in- vestigación del sistema de justicia penal.25 24 En la ciudad de México, entre 1990 y 1995, el número total de robos repor- tados aumentó 163% y de nuevo 174% entre 1993 y 1996. Aunque estas cifras siguen estando por debajo del número total de robos reportados en ciudades como Nueva York y Chicago, representan un salto en cantidad (Hernández Licona, 1998). 25 Aunque este debilitamiento del sistema de justicia ha sido muy relevan- te en el incremento del crimen por motivos económicos, más alarmante ha sido la parálisis en el sistema de justicia deliberadamente provocado por poderosos delincuentes. Tanto si es pacífica como violenta, la subversión del AMÉRICA LATINA 261 Cuando la capacidad de investigación está tan debilitada, lo está también la credibilidad del sistema de justicia, lo cual erosio- na a su vez su capacidad de disuasión. Hay factores económicos que podrían haber influido en la decisión de algunos individuos de ingresar en elmercado de la delincuencia, pero son igual- mente apremiantes las explicaciones basadas en consideraciones institucionales. Después de todo, es la expectativa de ser conde- nado, y no la severidad de la sentencia, lo que suele funcionar como factor disuasivo real (Clutterbuck, 1997: 227). Cuando la violencia generada por el narcotráfico se agregó a la lista de vi- cios y problemas acumulados que abrumaban a los sistemas de justicia de América Latina, y cuando la ejecución de la ley se re- sintió, hubo individuos que se sintieron estimulados a correr riesgos del lado del crimen y la violencia.26 Movimientos armados, impunidad y crimen transnacional organizado Los movimientos armados en Colombia y, en menor grado, en México se beneficiaron tanto de los recursos económicos cana- lizados por el narcotráfico a las economías locales —incluido el repunte en la disponibilidad de armas— como de la ampliación del umbral de impunidad. A medida que la implicación de los movimientos armados en la industria de la droga se acentuó y la participación en el mercado de la extorsión y el secuestro se amplió, estos movimientos no sólo ensancharon la impunidad, sistema de justicia penal hay que verla también necesariamente como una de las consecuencias del endurecimiento de la ejecución de la ley contra el narco- tráfico. 26 En algunos casos, las consideraciones económicas también pueden ser importantes. La correlación que encontraron Hernández Licona (1998) y otros entre tasas más altas de delitos reportados y contracciones repentinas en el PIB de México y altas tasas de desempleo parece indicar que el delito tal vez no sea un oficio, pero no cabe duda de que puede llegar a ser una ocupación (véase también Hamill, 1999). E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 262 TENDENCIAS REGIONALES sino que la distinción entre delincuentes políticos y organizados se volvió cada vez más problemática (Serrano, 2000b: 97-99). En Colombia se ha observado una fuerte correlación entre la pre- sencia de grupos guerrilleros y zonas donde las tasas de secues- tro están por encima del promedio nacional. Estudios recientes han atribuido hasta 50% de secuestros tanto a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) como al ELN (Ejército de Liberación Nacional).27 Un movimiento armado en particular en México, el EPR (Ejército Popular Revolucionario), también pa- rece que ve la violencia como una "forma de intercambio" y por lo tanto toma en consideración el "dinero" entre sus objetivos legítimos. La destitución de las autoridades estatales a media- dos de los noventa en Guerrero, el estado sureño en el que opera el EPR, y el consiguiente desmantelamiento de un sistema complejo y extralegal de agencias de policía, podría ayudar a explicar la subida repentina de las tasas de asaltos y secuestros en la región. Según la Procuraduría General de la República, entre 1996 y 1997 se realizaron 135 secuestros en Guerrero y po- dría ser que el EPR hubiera reunido 40 millones de dólares con los secuestros de dos empresarios conocidos. Además, la expan- sión del narcotráfico en este estado, que ha hecho su aparición no sólo como un importante productor de amapola y marihua- na sino también como un conspicuo importador de armas ilega- les, aporta algunos paralelos adicionales con Colombia (Serra- no, 2001: 26). La manera de operar y organizarse de los delincuentes y nar- cotraficantes depende en buena medida de la imposición de la ley 27 Esta floreciente industria, de la que recientemente han sido el blanco gana- deros y agricultores, se considera que es la segunda fuente de ingresos de los grupos de la guerrilla colombiana y representa 23% de las ganancias totales. El impacto de éstas y otras prácticas delictivas sobre el apoyo popular a los movi- mientos y la necesidad urgente de descriminalizar la guerra ha sido un tema constante en la literatura reciente del país. Según Rubio, la preocupación que genera este tema ha llevado a los movimientos rebeldes a encargar la primera etapa de los secuestros a bandas delictivas y ellos comprometerse sólo en las negociaciones finales (véase Echandía, 1999:165, y El País, 22 de julio de 1998). AMÉRICA LATINA 263 y sus resultados, lo cual a su vez está significativamente condicio- nado por los contextos local, nacional e internacional. Esto puede ayudar a explicar los rasgos específicos de la delincuencia organi- zada de cada país. Así, parece que la corrupción ha dominado en países con una imposición de la ley débil o prácticamente inexis- tente, como Bolivia, Trinidad y Tobago, las Bahamas y por su- puesto Panamá, donde el jefe de Estado estaba más directamente involucrado en la organización del narcotráfico. En países como México o Colombia, donde el sistema de justicia penal era com- parativamente más fuerte y la ejecución coercitiva de la ley se ha convertido en prioridad del sistema de justicia penal, los gobier- nos han confrontado con frecuencia dilemas igualmente extremos. De hecho, la capacidad mostrada por las organizaciones delictivas de subvertir el sistema de justicia penal, ya sea pacífica o violen- tamente, contribuye a explicar por qué estos países han tenido la oportunidad de oscilar enormemente entre una ejecución de la ley de bajo perfil y otra más activa. La experiencia de estos países ha ilustrado de manera dolorosa los vínculos entre la ejecución de la ley y los niveles de corrupción e intimidación. Cuando la ejecu- ción de la ley ha sido más estricta, las organizaciones delictivas también han oscilado entre incitaciones cada vez mayores a la co- rrupción y usos más ominosos y desafiantes de la violencia, esto último sobre todo en Colombia. Narcotraficantes y delincuentes organizados han comprado al sistema de justicia umbrales más altos de impunidad o senci- llamente se los han impuesto con la violencia. Además del nú- mero creciente de políticos prominentes (incluidos candida los presidenciales) asesinados en Colombia en las últimas décadas, en el periodo entre 1979 y 1991, el sistema de justicia colombiana se volvió el blanco de ataques violentos continuos, con más de 200 asesinatos (Krathausen, 1998: 261). Estos asesinatos incluyen la muerte de un ministro de justicia, cuatro magistrados de la Su- prema Corte, 53 funcionarios y un procurador general. A fines de los noventa el riesgo de secuestro despuntaba como la angustia principal de los jueces colombianos (Rubio, 1999:201-202; E st e m a te ri a l e s p a ra u so d e l o s e st u d ia n te s d e l a U n iv e rs id a d N a ci o n a l d e Q u il m e s, s u s fi n e s so n e x cl u si v a m e n te d id á ct ic o s. P ro h ib id a s u r e p ro d u cc ió n p a rc ia l o t o ta l si n p e rm is o e sc ri to d e l a e d it o ri a l co rr e sp o n d ie n te . 264 TENDENCIAS REGIONALES Farer, 1999: 263). En México, por primera vez en décadas, fue asesinado un juez de distrito sesionando, suceso que marcó el inicio de una serie de "homicidios selectivos" contra miembros del sistema de justicia penal. El resurgimiento de la violencia en la competencia política en el grado más alto y la cadena de ase- sinatos políticos que sacudió al país a mediados de los noventa, se han explicado tanto por el efecto de los desplazamientos sísmicos en el sistema político como por la erupción del narco- tráfico (Serrano, 1996; Lupsha, 1995:98-99; Smith, 1999: 202-203). La evidencia disponible en estos y otros países muestra que se puede
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