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Woodrow \f\Tilson "La Paz sm victoria" Discurso pronunciado ante el Congreso de los Estados Unidos, 22 de enero de 1917 "Ninguna paz puede o debe perdurar so no reconoce y acepta el principio de que los gobiernos reciben todos sus justos poderes del consentimiento de los gabernados, y de que no existe en ninguna parte ningún derecho para arrastrar los pueblos de una soberanía a otra como si fueran propiedades" TYoodrow Wilson, 1917 En todas las discusiones sobre la paz que debe poner fin a esta guerra, se da por sentado que esa paz deber ser seguida por un convenio definitivo respecto del poder que haga virtualmente imposible que vuelva a sobrecogernos una nueva catástrofe de esta clase. Así deben darlo por sentado todos aquellos que aman a la humanidad, todos los hombres sanos y bienintencionados... Es inconcebible que el pueblo de Estados Unidos no desempefíe ningún papel en esta gran empresa. La participación en tal acción será la oportunidad para la cual ha tratado de prepararse mediante los mismos principios y propósitos de su política y las prácticas aprobadas de su gobierno desde Jos días en que constituyó una nueva nación con la alta y honorable esperanza de que. en todo lo que ésta fuese o hiciese, mostraría a la humanidad el camino de la libertad. No puede honorablemente rehuir la ayuda que ahora se le pide. No desea ahora hacerlo. sino que debe, ante sí misma y ante las demás naciones del mundo, establecer las condiciones b3:io las cuales se sentirá libre para hacerlo. Esta ayuda es nada menos que la siguiente: unir su autoridad y su poder a la autoridad y a la fuerza de otras naciones para garantizar su paz y la justicia en todo el mundo. Tal convenio no puede ser ya postergado. Es justo que, antes de que ello ocmTa, este gobierno exponga francamente las condiciones sobre las cuales se sentida justificado para solicitar a su pueblo la aprobación de una adhesión fom1al y solemne a una Liga por Ja Paz. Estoy aquí para intentar establecer estas condiciones. En primer lugar, debe finalizar la presente guerra; pero estamos obligados por la franqueza y la justa considen1ción hacia Ja opinión de la humanidad a expresar que, en la medida en que nuestra paiiicipación en las garantías de paz futura sea compron1etida, existirán muchas diferencias sobre la forma y los términos en que la guerra sea concluida. Los tratados y los acuerdos que lleven a su finalización deberán incoqJorar términos que creen una paz que sea importante garantizar y preservar: una paz que obtenga la aprobación de la humanidad: no meramente una paz que sirva a los diversos intereses y finalidades inmediatas de las naciones comprometidas ... Ningún convenio de paz en común que no incluya a los pueblos del Nuevo Mundo bastará para asegurar la seguridad futura contra la guerra y, sin embargo, existe un solo tipo de paz que puede constituir una garantía para todos los pueblos de América. Los principios de esa paz deben ser los que comprometan a Ja confianza y satisfagan los principios de los gobiernos americanos. Elementos consecuentes con su fe política y co;1 las convicciones prácticas que los pueblos de América, de una vez para siempre, han abrazado y se han comprometido a defender. Con esto no quiero decir que algún gobierno americano tenga la posibilidad de poner un obstáculo en el camino de cualquier condición de paz sobre la cual puedan ponerse de acuerdo los gobiernos que en este momento se hallan en guerra, o que trate de desbaratarla cuando se haya concretado, sea la que sea. Doy por sentado que solo las condiciones de paz entre los beligerantes no serán satisfactorias ni siquiera para los mismos beligerantes. Los meros acuerdos no pueden asegurar la paz. Será absolutamente necesaria Ja creación de una fuerza que garantice la vigencia de este acuerdo, la cual debe ser mucho mayor que la fuerza de cualquiera de las naciones comprometidas o cualquiera de las alianzas formadas o proyectadas, de manera tal que ninguna nación, ni ninguna probable alianza de naciones pueda enfrentarla o resistirla. Para que la paz que se proyecta sea duradera es necesario que sea sustentada por la más poderosa fuerza organizada de la humanidad. Los términos sobre los que se acuerde la paz inmediata detemünarán si se trata de una paz que pueda dar tal garantía. El problema sobre el cual se apoya toda Ja paz futura y Ja política del mundo es la siguiente~ ¿es la presente gue1rn la lucha por una paz segura y justa, o solamente por una nueva estabilización del poder? Si es solamente una lucha por esto último, ¿quién asegurará, quién puede garantizar el equilibrio estable del nuevo acuerdo? Solo una Europa tranquila puede ser una Europa estable. Debe existiL_no sólo una estabilización del poder sino una c01mmidad de poder; no rivalidades organizadas sino una paz común organizada .. . Antes que nada ... , debe ser una paz sin victoria ... La victoria puede significar una paz en la que se obligue al perdedor, en la que las condiciones del triunfador sean impuestas a los derrntados. Seiía aceptada con humillación, compulsivamente, como un sacrificio intolerable, y dejaría una herida, un resentimiento, una amarga memoria, sobre lo cual no podrían apoyarse permanentemente los términos de Ja paz, que constituiría solo una base de arenas movedizas. Solamente puede perdurar una paz entre iguales. Solamente una paz cuyo principio mismo sea la igualdad y la participación mutua en los beneficios comunes. Un justo estado de espíritu, un sentimiento entre las naciones es tan necesario para una paz duradera corno lo es el justo acuerdo respecto de las cuestiones de disputa de terrii.orios o de lealtad racial y nacional... La igualdad de las naciones sobre la cual debe fundarse Ja paz" para ser duradera, debe ser también una igualdad de derechos; las garantías establecidas no deben reconocer o implicar una diferencia entre naciones grandes y pequeñas; entre las poderosas y las débiles. El derecho debe basarse sobre la fuerza común, no sobre Ja fuerza individual de las naciones de cuyo acuerdo dependerá la paz. No debe obrar allí la igualdad de 1enitorio o de recursos, ni cualquier otra clase de igualdad que no haya sido obtenida mediante el desarrollo normal, pacífico y legítimo de los pueblos mismos. Pero nadie pide o espera otra cosa que la igualdad de derechos. La humanidad en estos momentos está buscando la libertad de la vida, no las compensaciones del poder. Y hay algo comprometido que es aún más importante que la igualdad de derecho entre naciones organizadas. Ninguna paz puede, o debe, perdurar, si no reconoce y acepta el principio de que los gobiernos reciben todos sus justos poderes del consentimiento del pueblo, y de que no existe en ninguna parte ningún derecho para arrastrar a ios pueblos de una soberanía a otra como si foeran propiedades ... Me refiero a esto no porque desee exaltar un principio político abstracto que siempre ha sido muy apreciado por los que han tratado de estructurar la libertad en América, sino por la misma razón por la cual he hablado de las otras condiciones de paz que me parecen, con claridad, indispensables; o sea, porque francamente deseo poner de manifiesto realidades. Toda paz que no reconozca y acepte este principio inevitablemente será perturbada. No se apoyará sobre las inclinaciones o las creencias de la humanidad. El formento del espíritu de todas las poblaciones luchará sutil y constantemente contra ella, y todo el mundo estará de acuerdo. El mundo sólo puede lograr la paz si su vida es estable, y no puede haber estabilidad donde la voluntad esté en rebelión, donde no haya tranquilidad de espíritu y sentido de !ajusticia, la libe1iad y el derecho ... He hablado de estos graves asuntos sin ninguna reserva y con la mayor claridad, porque me ha parecido necesario para que el ansiado deseo de paz del mundo encuentre enalguna parte libre voz y expresión" .. Confío haber dicho lo que el pueblo de Estados Unidos deseaba que dijera. No necesito agregar que espero y creo, en efecto, hablar para Jos liberales y los amigos de la humanidad en todas las naciones y de todos los proyectos de libertad" Para alegrarme me bastaría saber que hablo con la silenciosa masa ele la humanidad de todas partes, aquella que aún no ha tenido lugar u oportunidad para expresar sus reales sentimientos acerca de la rnue1ie y Ja ruina que ven caer sobre las personas y los lugaxes que más aprecian. Y al sostener la esperanza de que el pueblo y el gobierno de Estados Unidos se unirán con las demás naciones del mundo para garantizar Ja permanencia de la paz sobre las condiciones que he señalado, digo con gran libertad y confianza, ya que es evidente, para todo hombre que pueda pensar, que esta promesa no implica ninguna ruptura con nuestras tradiciones y nuestra política como nación, sino más bien un cumplimiento de todo aquello que hernos profesado o por lo que nos hemos esforzado. Estoy proponiendo que todas las naciones adopten en un a~uerdo la doctrina Monroe corno la doctrina del mundo: que ninguna nación debe extender su política sobre ninguna otra nación o pueblo, sino que todo pueblo debe gozar de libertad para determinar su propia política, sus propios métodos de desarrollo, sin obstáculos, sin amenazas, sm temores, los pequefios junto con los grandes y los poderosos. Estoy proponiendo que todas las naciones de ahora en adelante eviten comprometerse en alianzas que los conduzcan a las luchas por el poder; que los atrapen en una red de intrigas y rivalidades egoístas, y que pe1iurben sus propios asuntos con influencias provenientes del exterior. No existe ninguna alianza confusa en un acuerdo de poder. Cuando todos se unen para actuar en el mismo sentido y con el rnismo propósito actúan a favor del interés común y son libres para vivir sus propias vidas bajo una común protección. Estoy proponiendo gobernar con el consentimiento del pueblo ... Estos son los principios no1ieamericanos, la política norteamericana. No podríamos cambiarlos por otros. Y éstos son también los principios y la poJítica de los hombres y mujeres de todos los lugares del mundo que miran hacia el futuro, de todas las naciones modernas, de todas las comunidades civilizadas. Son los principios de la humanidad y deben prevalecer. La paz sin victoria, Discurso ante el Congreso, 22 de enero de 1917, pp. 349-356 4
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