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LOS NIVELES CONCEPTUALES DE LA COMPRENSION Los tiempos de disturbios inC:tan a la meditación. La crísis de la ciudad griega nos ha legado la República de Platón y la Política de Aristóteles. Los conflictos religiosos que destrozaban a la Europa del siglo XVII hicieron sur- gir con el Leviathan y el Tratado Político, la teoría del Estado neutral, ne- cesariamente apsoluto, &:gún Hobbes, y liberal, por lo menos a los ojos de los filósofos, según Sp:noza. En el siglo de la Revolución inglesa, Locke defendió y aclaró las libertades civiles. En el tiempo en que los franceses preparaban, sin saberlo, la Revoiución, Montesquieu y Rousseau definieron la esencia de los dos regímenes que deberían surgir de la descomposición, sú- bita o progresiva, de las monarquías tradicionales: gobiernos representativos y moderados, grac:as al equilibrio de podex:es, y gobiernos supuestamente democráticos, que invocan la voluntad del pueblo, pero que rechazan todo límite a su autoridad. Al terminar la segunda guerra del siglo, los Estados Unidos, cuyo sueño histórico había sido el de mantenerse al margen de los asuntos del Viejo Continente, se encontraron responsables de la paz, de la prosperidad y de la misma existencia de la mitad del planeta. Había guarniciones americanas en Tokio y en Seul, al oeste, y en Berlín, al este. Occidente no había cono- cido nada semejante desde los tiempos del Imperio romano. Los Estados Unidos eran la primera .potencia auténticamente mundial, ya que la unifi- cación planetaria del escenario diplomático no tenía precedentes. El conti- nente americano ocupaba con relación a la masa euro-asiática una pos:ción comparable a la de las Islas Británicas en relación con Europa: los Estados Unidos recogían la tradición del Estado insular, esforzándose por levantar una barrera en el centro de Alemania y en medio de Corea ante la expansión del estado terrestre dominante. De esta coyuntura no ha surgido ninguna obra comparable a las que hemos citado, que estuviera orig:nada en la victoria conjunta de los Estados Unidos y de la Unión Soviética. Las relaciones internacionales se han con- vertido en objeto de una disciplina universitaria. Las cátedras, cuyos titula- 25 26 Introducción res se consagran a la nueva disciplina, se han multiplicado. El número de libros y manuales se ha visto incrementado en proporción. ¿Han conseguido su objetivo estos esfuerzos? Antes de responder a esta pregunta, haría falta precisar lo que los profesores americanos, a imitación de los hombres de Estado y de la misma opinión pública, se proponían descubrir o elaborar. Los historiadores no han esperado la accesión de los Estados Unidos al primer plano para ponerse a estudiar las "relaciones internacionales". Pero las han descrito o contado, más que analizado o eX'plicado. Ahora bien, nin- :guna ciencia se limita a describir o contar:· Es· más,. ¿qué beneficio podrían ·Obtener los hombres de Estado o los diplomáticos del conocimiento histórico ·de los siglos pasados? Las armas de destrucción masiva, las técnicas de ·subversión, la ubicuidad de las fuerzas militares, graci~s a la aviación y a la ,electrónica, introducen novedades, materiales y humanas, que hacen al me- :nos e'quívocas las lecciones de los siglos pasados. O, si uo, ocurre que estas :lecciones no ... pueden ser retenidas si no son insertadas en una teoría que incluya una y otra, que deduzca una serie de constantes para poder elaborar, y no para eliminar, el papel de lo inédito. Ahí reside la cuestión decisiva. Los especialistas de las relaciones. inter- nacionales no querían simplemente seguir el camino de los historiadores: querían, como todos los sabios, alcanzar una serie de proposiciones generales, crear un cuerpo de doctrina. únicamente la geopolítica se había interesado en las -relaciones internacionales, ·con· esa· }lreocupació11 de· abstracción y ae· explicación. Sin embargo, la geopolítica alemana había dejado una serie .de malos recuerdos y, de todas formas, la referencia a lln rparco espacial no podía constituir la finalidad de una teoría, cuya función es precisamente la de captar la multiplicidad éle causas que actúan sobre el desarrollo de las relaciones entre los Estados. Era ·fácil caracterizar de una manera burda la teoría de las relaciones internacionales. "En primer lugar, ésta hace posible la ordenación de los datos. Es, pues, un instrumento útil para la comprensión 1• Además, "la teoría implica que los criterios de selección de los problemas, con vistas a un análisis detenido, estén explícitamente determinados. No siempre se re- conoce que cada vez que un problema particular es escogido.,para el estudio y el análisis, en un contexto o en otro, haya en la práctica una teoría subya- cente que poder escoger." Por último, "la teoría puede ser un instrumento para la comprensión, no sólo de las uniformidades y de las regularidades, sino también de los hechos contingentes o irracionales". ¿Quién presentaría / \objeciones a tales fórmulas? Ordenación de los datos. selección de los pro- \ Rblemas, determinación de las regularidades y de los accidentes. He aquí las tres funciones que cualquier teoría; dentro de las ciencias sociales, debe cum- 1 Kenneth W. THOMT'SON, Towrzrd a theory o/ intemational palitics. American political science review. V1>l. XLIX, núm. 3, septiembre, 1955. Los niveles conceptuales de la comprensión 27 plir en todo caso. Los problemas se presentan más allá de estas proposíciones indiscutibles. El teórico tiene a menudo una tendencia a simpllficar la realidad, a interpretar las conductas a, través de la determinación de la lógica implícita de sus act-0res. El señor Hans J. Morgenthau, escribe: "Una teoría de ~ relaciones internacionales es un resumen racionalmente ordenado de todos los elementos racionales que el observador encuentra en su objeto (subject mat- ter). Una teoría de este cariz viene a ser una especíe de boceto racional de las relaciones internacionales, un mapa del escenario internacional" 1 • La dif~ rencia entre una interpretación empírica y una interpretac:ón teórica de las relaciones internacionales es comparable a la que puede establecerse entre una fotografía y un retrato pintado. "La fotografía muestra todo lo que puede ser vísto por el ojo humano. El retrato no muestra todo lo que puede ver el ojo humano, pero muestni algo que éste no puede ver: la esencia humana de la persona que sirve de modelo." A esto responde otro especialista con una seríe de interrogantes: ¿Cuáles son los "elementos racionales" de la poJ.ítica internacional? ¿Es suficiente con considerar exclusivamente los elementos racionales para p-0der dibujar un boceto o pintar un retrato, de acuerdo con las características esenciales del modelo? Si el teórico responde negativamente a estas dos interrogantes, tendrá que tomar otro camino, que será el de la sociología. Admitiendo la finaEdad -esbozar un mapa del escenarío internacional- el teórico tendría · que esforzarse en retener todos los elementos, en lugar de fijar su atención exclusivamente sobre los elementos racionales. A este diálogo entre el defensor de una "esquematizacjón rado¡:¡a]'' y eL de un "análisis sociológico" -diálogo en el que los interlocutores no síem- pre son conscientes de su ñaturaleza y de sus implicac:ones- ha venido a añadirse, a menudo, una controversia de tradición característicamente ame- ricana : la del idealismo enfrentado al realismo. El realismo, bautizado hoy en día de maquiavelismo, de loo diplomáticos europeos pasaba por ser, al otro lado del Atlántico, corno típ:co del Viejo Mundo, y marca de una corrupción de la que había querido huirse al emígrar al Nuevo Mundo, al país de las posibilidades indefinidas. Ahora bien, convertidos, por obra y gracia de la desaparicíón del orden europeo y de la victoria de sus armas, en potencia dom:nante, los Estados Unidos descubrían poco a poco, y no sin problemas de conciencia, que su diplomacia se parecía cadavez menos a su antiguo ídeal y cada vez más a las prácticas, antaño severamente juzgadas, de sus enemigos y de sus aliados. ¿Era moral comprar la intervención so- viética en la guerra contra el Japón al precio de una ser:e de concesiones a expensas de China? Con el tiempo, se descubrió que no había sido un 1 Estas líneas las he tomado de un informe del señor H. J. Morgenthau, titu- lado: "La importancia teórica y práctica de una teoría de las relaciones internacio- nales" (p. 5). 28 Introducción negocio rentable, y que Roosevelt habría debido, razonablemente, haber com. prado en su lugar la no-intervención de la Unión Soviética. Pero, ¿hubiera sido el cálculo más moral por ser racional? Roosevelt, ¿había estado acertado o equivocado en abandonar la Europa del este a la dominación soviética? Poner por excusa a la fuerza de los hechos, era escoger el argumento que había sido el de los europeos y que, seguros de su virtud y de su situación geográfica, los americanos habían descartado durante tanto tiempo, con desprecio o con indignación. El jefe en la guerra tiene que rendir cuentas ante su pueblo, de sus actos, de sus éxitos ci de sus derrotas .. Nada importa~ las buenas intenciones y el respeto de las virtudes individuales, ya que es muy otra la ley de la diplomacia o de la estrategia. Pero, ¿qué ocurre, ~n esas cond:ciones, con esa oposición entre el realismo y el idealismo, entre el maquiavelismo y el kantismo, entre la Europa corrompida y la virtuosa Anpica? · /Este libro tiQnde a poner en claro, en primer lugar, y a dejar atrás, des- pués, estas discusiones. Los dos conceptos de la teoría no son contradicto- rios, sino complementarios: la esquemática racional y las proposiciones so- ciológ'cas constituyen momentos sucesivos en la elaboración conceptual de un universo social. La comprensión de un sector de acción no permite poner fin a las anti- \ nomias de esa acción. únicamente la historia podrá quizá reducir, algún día, la eterna discusión entre el maqúiavelismo y. el rtldtalismo: s:n embargo, pasando de la teoría formal a la determinación de las causas, y luego al análisis de una coyuntura singular, espero ilustrar un método, aplicable a otros temas. y mostrar a un mismo tiempo los límites de nuestro saber y las ~ondiciones de las elecciones hl:>tóricas. Para delimitar, en esta introducción, la estructura del libro, me hace falta definir, en primer lugar, las relaciones internacionales y luego precisar-las características de los cuatro niveles de conceptuación, que llamamos teoría, .sociología, historia y praxeologfa. Recientemente, un historiador holandés 1, designado para la primera cá- tedra de relaciones intemac'onales creada en su país, en Leyde, intentaba, en su lección inaugural, definir la disciplina que tenía por misión enseñar. Concluía con el reconocimiento de su fracaso: había buscado, pero no había encontrado los limites del campo que quería explorar. 1 B. H. M. VLEKKE, On the stuáy of intemational pvlitical science. The David DaTies Memorial Institute of lnternational Studies, Londres (sin fecha). Los niveles conceptuales de la comprensión 29 El fracaso es instructivo ya que es definitivo y, por así decirlo, evidente. Las "relaciones internacionales" no tienen fronteras trazadas todas ellas en¡ ¡0 real y no pueden ser, ni en realidad lo son, separables de otros fenómenos\ •aciales. Pero la misma p;oposición sería utilizable a propósito de la econo- mía, o de la política. Si es cierto que "la propuesta de desarrollar el estudio de las relaciones internacionales como un sistema automático ha fracasado", la verdadera cuestión que se nos presenta e&tá más allá _de este fracaso y concierne al sentido del mismo. Después de todo, la tentativa de hacer del estudio de la economía un sistema cerrado sobre sí mismo ha fracasado igual- mente, pero no por ello deja de existir a justo título, una ciencia económica, cuya real:dad propfa y posible delimitación no son puestos en duda por na- die. ¿Ocurre que el estudio de las relaciones internacionales lleva consigo su propio centro de interés? ¿Se preocupa de fenómenos colectivos, de con- ductas humanas, cuya característica específica es reconocible?. Este sentido específico de las relaciones internacionales, ¿se presta a una elaboración teórica? Las relaciones internacionales son, por definición, según parece, relacio- \ nes entre naciones. Pero, en este caso, el término nació~ no está tomado en el sentido histórico que ha adquirido desde la Revolución Francesa y no designa una especie particular de comunidad política, en la que los individuos tengan, en gian número, una concienci' de ciudadanía y en la que el Estado parezca la expresión de una nacionalidad preexistente. En la fórmula "rela- ciones internacionales", la nación equivale a un tipo cualquiera de colectividad) política, territorialmente organizada. Digamos, prov:siooalmente, que las 1 relaciones internacionales son relaciones entre unidades políticas, concepto este último que designa a las ciudades griegas, al imperio romano o al egip- cio, al igual que a las mooarquías europeas, a las repúbl:cas burguesas o. a las democracias populares. Esta definición lleva consigo una doble dificultad. ¿Habrá que incluir en las relaciones entre unidades políticas las relaciones entre individuos pertenecientes a cada una de estas unidades? ¿Dónde co- mienzan y dónde terminan las unidades políticas, es decir, las colectividades territorialmente organizadas? Cuando los jóvenes europeos van a pasar sus vacaciones más allá de las fronteras de sus patrias respectivas, ¿se. trata de un fenómeno que interesa al especialista de las relaciones internacionales? Cuando yo compro en una tienda francesa una mercancía alemana o cuando un importador francés trata con un fabricante del otro lado del Rhin, ¿estos intercambios econó- micos pertenecen o no, a las "relaciones internacionales"? Parece igualmente difícil responder afirmativa corno negativamente. Las\ relaciones entre los Estados, es decir, las relaciones verdaderamente inter- estatales, constituyen el tipo de relaciones internacionales por excelencia: así, los tratados representan un ejemplo indiscutible de relac'.ones interesta- tales. Supongamos que los intercambios económicos de país a país vengan 30 Introducción regulados integralmente por un acuerdo entre Estados; en esta hipótesis pertenecerán sin. duda al campo de estudio de las relaciones internacionales'. Supongamos, por el contrario, que los intercambios económicos a uno y otro lado de las fronteras se vean sustraídos a una reglamentación estricta y su- pongamos también que el libre-<:ambio reine; desde ese momento, las com. pras en Francia de mercancías alemanas y las ventas en Alemania de mer- cancías francesas serán actos individuales que no presentarán las caracte- rísticas propias de las relaciones interestatales. Esta dificultad es real, pero cometeríamos un error, al parecer, si exa- gerásemos su importancia. Ninguna disciplina científica lleva consigo un trazado neto de fronteras. En primer lugar, no tiene casi importancia el saber dónde terminan las relaciones internacionales, y tampoco en precisar a partir de qué momento las relaciones interindividuales cesan de ser rela- ciones internacionales. Tenernos que dete;minar el centro de interés. el sig- nificado propio de) fenómeno o de las conductas que constituyen el eje de f este campo específico. Ahora bien, el centro 'de las relaciones internacionales I ! viene constituido por las relaciones que hemos llamado interestatales, aque- llas que ponen en relación las unidades como tales. [: Las relac:ones interestatales se expresan en y por me.dio de conductas específicas, las de aquelfos pernonajes que yo llamaría simbólicos: el diplo- mático y el soldado. Dos hombres, y tan sólo dos, actúan plenamente no__ya corno miembros cualesquiera, sino en el papel de representantes de las co- lectividades a que pertenecen. El embajadoren el ejercicio de sus funciones es la unidad política en nombre de la cual habla; el soldado en el campo de batalla es la unidad política, en nombre de la cual da muerte a su prójimo. Fue precisamente porque alcanzó a un embajador por lo que el golpe de aba- nico del bey de Argel ha adquirido un valor de suceso histórico. Y porque- lleva un uniforme y porque actúa en cumplimiento de· su deber, por lo que el ciudadano de los estados civilizados mata sin problemas de conciencia. El embajador ' y el soldado viven y simbolizan las relaciones internacio- nales que, en tanto que interestatales, nos llevan a la diplomacia y a la gue- . rra. ~Las relaciones interestatales presentan una característica original que las distingue de cualesquiera otras relaciones sociales : se desarrollan a la sombra de la guerra o, para emplear una expresión más rigurosa, las rela- H cienes entre Estados llevan consigo, por esencia, la alternativa de la guerra ~o de la paz. Así como cada Estado tiende a reservarse para sí mismo el f monopolio de la violencia, los Estados, a lo largo de la historia, al reconccerse l recíprocamente, han reconocido al mismo tiempo la legitimidad de las gue- rras que se hacían. En determinadas circunstancias, el reconocimiento recí- 1 No hay ni que decir que, en este signifo:ado abstracto, el hombre de Estado, el m.inistro de Asuntos Exteriores, el Primer Ministro, el Jefe. del Estado son también. en algunas de sus aptitudes, embajadores. Representan la uñidad política en cuanto tal. Los niveles conceptuales de .Ja compi;ensión 31 proco de Estados enemigos fue llevado hasta su fin lógico: ca~a Estado utilizaba únicamente su· ejército regular y rechazaba la provocación de la rebelión en el interior del Estado al que combatía, rebelión que habría de- bilitado al Estado enemigg, pero que también habría destruido el monopolio de la violencia legítima que intentaba salvaguardar. Ciencia de la paz y ciencia de la guerra, la ciencia de las relaciones iiiter- nacionales puede servir de fundamento a las artes de la diplomada y de. la estrategia, métodos estos dos, complementarios y opuestos, 'a través de los cuales se lleva a cabo el comercio entre los Estados. "La guerra no perte- nece al dominio de las artes ni de las ciencias, pero sí al de la existencia 50cial. Es un ccnflicto de grandes intereses solucionados con la sangre, hecho éste por el que se distingue de los demás confEctos. Convendría compararlo mejor que a un arte cualquiera, al comercio, que es también un. conflicto de intereses y de actividades humanas; todavía se asemeja más a la política, que podría ser comparada a su vez, al menos ~n parte, a una especie de co· mercio en gran escala. Además, la política es el medio material en el que la guerra se desarrolla, en el que sus caracteres .generales, formados ya rudi- mentariamente, se esconden como las propiedades de las criaturas vivientes lo hacen en sus embriones" '. Por lo tanto, nosotros comprendernos a la vez por qué las relaciones in- ternacionales ofrecen un centro de interés para ser una disciplina particular y por qué escapan a toda delimitación precisa. Los historiadores no han ais- lado nunca las descripciones de los sucesos que se refieren a las relaciones entre los Estados, aislamiento que hubiera sido efectivamente imposible, ya que las peripecias de las campañas militares y de las combinaciones diplomá- ticas están ligadas, de múltiples maneras, a las vicisitudes de los destinos nacionales, o a las rivalidades de las familias reales o de las clases socia- les. La ciencia de las relaciones internacionales no puede, al igual que la\ historia diplomática, desconocer los lazos múltiples que existen entre lo que tiene lugar en la escena diplomática y lo que pasa en los escenarios nacio- nales. No puede tampoco separar rigur-0samente las relaciones interestatales \ de las relaciones interindividuales que afectan a diversas unidades políti- t cas. Pero, en tanto que la humanidad no haya llevaba a cabo su unifi,~· ción en un Estado universal, subsistirá una diferencia esencial entre la política interior y la política extranjera. Aquélla tiende a reservar el monopolio de la violenc'.a a los detentadores de la autoridad legítima, mientras que ésta ace~ ta la pluralidad de centros de las fuerzas armadas. La política, en cuanto concierne a la organización interior de las colectividades, tiene por finalidad inmanente la sumisión de los hcmbres al imperio de la ley. La política, en la medida en que afecta a las relaciones entre los Estados, parece tener como l Kal'l von CLAUSEWITZ, De la Guerre. libro rr. capítnio IV. página 45. Las re- ferencias son a la edición publicada por las Editions de Minuit, París. 1950. 32 Introducción significado -ideal y objetivo a la vez- la simple supervivencia de los Estados frente a la amenaza virtual que trae consigo la existencia de los demás Esta- dos. De aquí la oposición frecuente en la filosofía clásica: el arte político · enseña a los hombres a vivír en paz en el interior de las colectividades, y en- seña a las colectividades a vívir tanto en paz ·Como en guerra. Los Estados no han salido aún, en sus relaciones mutuas, del estado de naturaleza. Si lo hubieran conseguido, no habría ya teoría de las relaciones internacionales. Se nos objetará que esta oposíción, clará ,al _nivel de las ideas, no lo es tanto al nivel de los hechos. Ello supone, en efecto, que las unidades políticas estén circunscritas, Sean identificables. Ese es el caso cuando esas unidades están representadas por diplomáticos y por soldados uniformados, o de otro modo, cuando ellas ejercen efectivamente el monopolio de la violencia legí- tima, reconociéndose recíprocamente. En ausencia de naciones, conscientes de ellas misrr¡as y de Estadps jurídicamente organizados, la política interior y la política"exterior .tienden a ·confundirse, ya que aquélla no es esencial- mente pacífica y esta última tampoco es radicalmente belicosa. ¿Bajo qué rúbrica convíene encasillar a las relaciones entre soberano y vasallos, en la Edad Media, cuando el rey o el emperador no poseían casi fuerzas armadas que les obedecieran incondicionalmente, y cuando los ba- rones les prestaban juramento de fidelidad, pero no de disciplina'! Por defi- nición, las fases de soberanía difusa y armam,entos dispersos parecen rebeldes a su caracterización conceptual, mientras que esta última conviene a las uni- dades políticas, delim:tadas en el espacio y separadas unas de otras por la conciencia de los hombres y el rigor de las ideas. 1 ·~ La incertidumbre de la distinción. entre conflictos que opongan a dife- rentes unidades políticas y conflictos que tengan lugar en el interior de una ' misma unidad polít:ca, hace a veces su aparición, aún en períodos de sob~ - . ranfa concentrada y legalmente reconocida. Es suficiente con que, en una provincia, parte integrante del terrítorio de un Estado, una fracción de la población se niegue a someterse al poder central e inicie una lucha armada, para que el combate, guerra civil bajo .la ley internacional, sea .con- siderado como una guerra extranjera por aquellos que juzgan a los rebeldes como intérpretes de una nación existente o a punto de nacer. Si la Confede- ración hubiese triunfado, los Estados Unidos se hubieran dividido en dos Estados y la guerra de Secesión, que había comenzado como una guerra civil, hubiera terminado como una guerra extranjera. Imaginemos, en el futuro, un Estado universal 'que englobe a la humani- dad entera. En teoría, no habría ya ejército (el soldado no es ni un policía ni un verdugo, y pone en riesgo su vida frente a otro soldado), sino sola- mente una policía. Si una provincia o un partido se alzaran en armas, el Es- tado único y planetario los declararía rebeldes y los trataría como tales. Sin embargo, esta guerra civil, episodio de política interior, parecería retrospec- Los niveles conceptu:tles de la comprensión 33 ; mente una vuelta a la políticaextranjera, en el caso de que la víctoria ~valos rebeldes trajera cons:go la desintegración del Estado universal. e Este equívoco, que víene implicado en el objeto de las "relaciones inter- nacionales", no es imputable a la insuficiencia de nuestros concep~os: est~ inscrito en la misma realidatl de las co.sas. Nos recue.rda una ~e'!' mas, por. s1 hiciera falta, que el curso de las relaciones entre umdades poht1cas_ se ~e m-\: fluido, de múltiples maneras'. por los suces:c;s que tienen lugar en el mtenor de esas mi,smas unidades. Nos recuerda tamb1en que lo que las guerras ponen en juego es' la existencia, la. creación o la elimi¡¡ación de los E~ta?os. A fu~rza de estudiar el comerc;o entre Estados organizados, los especialistas termman por olvidar a menudo que el exceso de debilidad no es menos temible para la paz que el exceso de fuerza. Las zonas, ~on motivo de las. cuales est~~lan los conflictos armados, son a menudo aquellas donde las umdades poht1cas comienzan a descomponerse. Los Estados que se saben, o se creen, conde- nados despiertan los apetitos rivales o, en una tentativa desesperada de sa1vación, provocan la explosión que los consumirá. ¿Pierde toda oríginal'.dad, todo limite neto, el estudio de las relaciones internacionales· por extenderse al nacimiento y a la muerte de los Estados? Aquellos que imaginaban, por adelantado, que las. relaciones internacion~l~s son diferenciables concretamente, se verán decepcionados por este anáhs1s, pero esta decepción no está justificada. Teniendo como tema central las· re la- dones interestatales en su significado específico, es decir, en su característica de alternativa y de alternancia de la paz y de la guerra, la disciplina desti- nada al estudio de las relaciones internacipnales no puede hacer abstracción, ni de las diversas modalidades de comercio entre las naciones e imperios, ni de los determinantes múltiples que actúan en la diplomacia mundial. ni de las circunstanc:as en las cuales los Estados aparecen y desaparecen. Una ciencia o filosofía total de la política englobaría a las relaciones internaciona- les corno uno de sus capítulos, pero este capítulo guardaría su originalidad, ya que trataría de las relaciones entre unidades políticas, cada una de las cuales reivindica el derecho de hacerse justicia a sí misma y de ser la única dueña de la decisi6n de combatir o de no hacerlo. 2 Intentaremos captar las relaciones internacionales en tres niveles distintos de conceptuación, examinando a continuación, los problemas, éticos y prag- máticos, que se plantean ante el hombre de acción. Sin embargo, antes de caracterizar estos tres niveles, querríamos mostrar que existen otros . dos sec- tores de actividad humana -'-un deporte y la economía- que se prestan a una distinción semejante de modos de conceptuación. 34 Introducción Consideremos el deport~ ~ue en Francia. es llamado foot-ball association. La teoría, :iquélla que se dinge a los profanos, consiste en precisar la natu- raleza del 1uego y las reglas a las que está sometido. ¿Qué número de juga- dores se enfrentan a uno y otro lado de la línea divisoria? ; Cuáles son l di l .d u os me os que os ¡uga ores tienen, o no, el derecho de emplear (tienen el dere- c~o de toca~ el balón con la cabeza, pero no con la mano). ¿Cómo se d:s- tnbuyen los ¡ugadores de acuerdo con las diferentes líneas (delanteros, medios Y defens.as)? ¿De qué manera combinan sus esfuerzos e impiden los de sus adv~rsanos? Esta teoría abstracta es conoeida -por los practicantes y por los ~fic10nados. El entrenador no tiene ninguna necesidad de recordársela a los 1uga~or~s. P~r el co~tr~io, dentro del marco trazado por las reglas, pueden rnrgir s1tuac1ones múltiples, bien sea sin intención deliberada por parte d nadi,7, bien por la intención, concebida por adelantado, de los actores. En cad: part1i::lo, el -entrenador traza por adelantado un plan, precisa la misión de cada uno (un medio determinado se acomodará a, los movimientos de un de- lantt:ro adverso~, fija las obligaciones y las responsabilidades de unos y otros en d~termmadas coyunturas típicas o previsibles. En esta segunda etapa de la teona, ésta se descompone. en discursos múltiples, dirigidos a los di- ferentes actores: hay una teoría sobre la conducta eficaz del extremo, del delantero centro o del defensa, al mismo tiempo que. de la conducta eficaz de la totalidad o de parte del equipo en circunstancias definidas. _i::n la etap~ siguiente, el teór:co ya no es ni ii:ístruéfor ri(éntrenador.~si~~ soc10logo. ¿Como se desarrollan los partidos; no en la pizarra, sino en el terreno ~e juego? ¿Cuáles son las características de los métodos adoptados por l_os ¡ugadores de éste o aquel país? ¿Existe un football latino, inglés 0 amencano? ¿Cuál es el papel del virtuosismo técnico y de la cualidad moral en el .éxito de los equipos? Es imposible dar una respuesta a estas cuesticr- nes. s:n hacer un estudio histórico. Hace falta observar el desarrollo deJ.os partidos, la evolución de los métodos, la diversidad de las técnicas y de los te~peramentos. E:I sociólogo del deporte podría buscar las causas que deter- mma~, . en una cierta época o constantemente, las victorias de una nación (co?diciones excepcionales, número de los participantes, apoyo del Estado etcetera). ' El sociólogo es tributario a la vez del teórico y del h:storiador. Si no comprende la lógica del juego, seguirá en vano las evoluciones de los juga- dores. No. ll~ga!~ a descubrir el sentido .de las diversas tácticas adoptadas, del marcaje md1VI~ual o del marcaje por zonas. Sin embargo, las proposicio- nes. generales relat~vas a los factores de la potencia o a las causas de la vic- toria, no son suficientes para explicar la derrota del equipo húngaro en una final de la Copa del Mundo, ni para satisfacer plenamente nuestra curiosi- dad. El desarrollo de un partido individualizado no está nunca determinado ni por la lógica del juego, ni por las causas generales del éxito, y determinado;· Los niveles conceptuales de la comprensión 35 partidos, al igual que ciertas guerras ejemplares, son dignos de la descrip- ción que los historiadores consagran a las consecuciones de los héroes. Después del sociólogo y del historiador. hace su intervención un ,cuarto personaje inseparable de los actores: el árbitro. Las reglas vienen consignadas en los textos, pero ¿cómo· hay que interpretarlas? El hecho, condición de las sanciones (la falta con la mano), ¿ha sido efectivamente realizado en tales o cuales circunstancias? La decislón del árbitro es inapelable; pero, inevita- blemente, los jugadores y los espectadores juzgan silenciosa o ruidosamente al propio juez. El deporte colectivo, confrontación de equipos, suscita una se- rie de juicios, laudatorios o críticos, hechos por los jugadores, unos con res- pecto a los otros, por los partidarios entre sí. por un equipo con respecto al equipo opuesto, por los jugadores acerca del árb'.tro y por los espectadóres con respecto a los jugadores y al árbitro. Todos estos juicios oscilan entre la apreciación de la eficacia (ha jugado bien), la apreciación de la corrección (ha respetado las reglas) y la apreciación de la modalidad deportiva (un equipo determinado ha actuado de acuerdo con·.el espíritu del juego). Aún en ~l deporte, no todo lo que no es estrictamente proh:bido está por ello moralmente .permitido. Por último, la teoría del football podría considerar al deporte en·· sí mismo, en relación con los hombres que fo practican o con la sociedad entera. ¿Es un deporte favorable a la salud física y moral de los jugadores? ¿Debe el Gobierno, pues, favorecerlo? Volvemos a encontrar así los cuatro niveles de conceptuación que hemos distinguido, la esquematización de los conceptos y de los sitemas, las causas generales de los acontecimientos, la evolución del deporte o el desarrollo de ... : .... 11rtido determinado, los juicios. pragmáticos o éticos, que se refie· ren tanto a las conductasen el interior de la esfera considerada, como al sector considerado en sí mismo como un todo. La conducta diplomática o estratégica presenta cierta analogía con la conducta deportiva. Trae también consigo co-0peración y compefción a un mismo tiempo. Toda colectividad se encuentra rodeada de enemigos, de amigos, de neutrales ó de indiferentes. No hay terreno diplomático que pueda delimitarse con cal, pero sí existe una esfera diplomática en la cual figuran todos los actores susceptibles de intervenir en caso de un conflicto genera- lizado. La disposición de los jugadores no está fijada, de una vez para siem- pre, por las reglas o por las tácticas impuestas por la costumbre, pero encon- tramos ciertas agrupaciones características de los actores que constituyen otras tantas situaciones esquemáticamente dibujadas. Cooperativa y competitiva, la conducción de la políf.ca extranjera es ade- más, por naturaleza. de carácter aventurado. El diplomático y el estratega actúan, es decir, se deciden, en un determinado sentido, antes de haber re- unido todos los conocimientos deseables y'imtes de haber adquirido una cer- tidumbre. Su acción se basa en probabilidades. No sería razonable si recha- zase el riesgo, mienn:as que sí lo es en la medida en que lo calcula. Pero 36 Introducción nunca se eliminará la incertidumbre que surge de la imprevisibilidad de l reacciones humanas (¿qué hará el otro, general u hombre de Estado Hitlas tali • er o S n ?), del secreto del que se rodean los Estados y de la imposibilidad de saberlo todo antes de comprometerse en la acción. La "gloriosa incerti- dumbre del deporte" t:ene su equivalente en la acción política, violenta no. No imitemos a los historiadores que creen que el pasado ha sido siem~ pre fatal y que suprimen la dimensión humana del suceso. Las expresiones que hemos empleado para caracterizar la sociología (cau- sas del éxito, caracteres nacionales de su práctica· en diversas partes) y la his- toria del. dep?rte (o de una. parte. de él) ~ aplican igualmente a la soc:ología y a la h1stona de las relac10nes mternac1onales. Son la teoría nacional y la praxeología las que difieren esencialmente de una esfera a otra. Comparada con el fútbol, la política extranjera se nos presenta singularmente indeter- mi_na~. La finalidad de sus actores no es tan simple corno la de hacer pe- netrar un bafón más allá de una línea olanca. Las reglas del juego diplomá- tico están imperfectamente cod:ficadas y cualquier jugador las puede violar cuando en ello encuentre ventaja. No hay árbitro y aún cuando el conjunto de los actores intenta dar su juicio (Naciones Unidas), los actores nacionales no se someten a las decisiones de este árbitr'J colectivo, -cuya imparcialidad se presta a discusión. Si la rivaEdad de las naciones evoca a un deporte, es con demasiada frecuencia a la lucha libre, un cat~lí que sería auténticamente aquello de lo cual es ahora simulacro. .. · : __ . .. ---·. _ De una manera más general, la conducta deportiva presenta tres rasgos singulares: el objetivo y las reglas del juego están claramente precisados: el partid-o se juega en el interior de un espacio cerrado, el número de parti- cipantes es fijo y el sistema delimitado hacia el exterior, está estructurado en sí mismo. Las conductas se ven sometidas a reglas de eficacia y a las decisiones del árbitro, de tal forma que los juicios morales o semi-morales se - refieren al espíritu con el que los jugadores practican el juego en sí. A prO- pósito de cada una de las ciencias sociales, se puede uno preguntar si, y en qué medida, el objetivo y las reglas están defin:dos, y si, y también en qué medida, los actores están organizados en un sistema y las conductas indivi- duales sometidas a obligaciones de eficacia o de moralidad. Pasemos del. deporte a la economía. Toda sociedad tiene ·un problema económico, bien tenga o no conciencia de él, y lo resuelve de 'una determi- nada manera. Toda sociedad debe satisfacer las necesidades de sus miembros con recursos limitados. La desproporción entre los deseos y los bienes no es siempre comprendida e-orno tal. Aceptando como normal, como tradicio- nal, un determinado modo de vida, puede ocurrir que una colectividad no aspire a nada más allá de lo que ya posee. Una colectividad como ésta será pobre en sí, pero no para sí. Añadiríamos -lo que no constituye una para- ·doja más que en apariencia- que las sociedades no han estado nunca tan conscientes de su pobreza como en nuestra época a pesar del crecimiento Los niveles concepruales de la comprensión 37 prodigioso de sus riquezas. Los deseos han crecido aún más deprisa que los recursos. La limitación de estos recursos parece escandalosa a partir del mo- mento en que la capacidad de producir se considera, equivocadamente, corno ilimitada. ' Lo económico es una c¡itegoría fundamental del pensamiento, una dimen- sión de la existencia individual o colectiva. Esta categoría no puede confun- dirse con la de raTeza o la de pobreza (desproporción entre deseos y recur- sos). La economía como problema supone solamente rareza o pobreza; la economía como solución supone que los hombres sean capaces de vencer su pobreza de diferentes maneras y que tengan la posibilidad de escoger en- tre las distintas maneras de utilización de sus recursos; es decir, y en otros términos, supone el problema de elección que el mismo Robinson, en su isla, no ignoraba: Robinson posee su tiempo de trabajo y puede escoger una cierta distribución de las horas del día entre el trabajo y el ocio, una cierta distribución de su trabajo entre los bienes de consumo (alimentos) y las in- versiones (habitación). Lo que es cierto del individuo, lo es mucho más aún de la colectividad. Como quiera que la fuerza de' 'trabajo es el recurso pri- mario de las sociedades humanas, la multiplicidad de las utilizaciones posibles de los recursos viene dada desde un principio.- A medida que la economía so complica, las posibilidades de elección se multiplican y los bienes se hacen cada vez más fácilmente sustituibles. El mismo objeto puede servir a diver- sos fines, y diversos objetos pueden ser utilizados para un mismo fin. Pobreza y elección --considerando a la pobreza corno el problema plan- teado a las colectividades y a una cierta elección como una solución efecti- vamente adoptada- definen la dimensión económica de la existencia huma- na. Los hombres que· ignoran la pobreza po,rque iguoran el deseo, no tienen conciencia de esta dimensión económ:ca. Viven de la misma manera que vi- vieron sus antepasados y de la misma forma en que siempre han vivido ellos mismos. La costumbre es tan fuerte que llega a excluir el sueño, la insatis- facción, la voluntad de progreso. Existiría una fase post-económica si, junto con la rareza, la obligación de elección, del trabajo penoso, desapareciera. Trotsky ha escrito ·en algún sitio que la abundancia era desde hoy visible en el horizonte de la historia, y que sólo los pequeños bur'gueses se niegan a creer en este futuro radiante, considerando eterna la maldición del Evan- gelio. Es concebible un período post-económico en que la capacidad de pro- ducción será tal que cada uno podrá consumir según su fantasía y, por res- peto a los demás, no tomará del total más que su parte en justicia. e~ · .. ' , Los jugadores de fútbol quieren hacer entrar el balón dentro de un espa- cio delimitado por dos postes verticales unidos, a dos metros del suelo, por un madero horizontal. En tanto que son sujetos económicos, los hombres quieren hacer el mejor uso de recursos insuficientes y utilizar estos últimos de tal manera que les permitan e/ máximo de satisfacción. Los econom:stas han reconstruido y elaborado de diversas maneras la lógica de estas eleccio- 38 Introducción aes individuales, siendo todavía hoy en día la teoría rnarginalista la versión más corriente de esta ordenación racional de las. conductas económicas, in- terpretadas a partir de los individuos y de sus escalasde preferencias. Aunque la teoría recorra el itinerario que va de la elección individual al equilibrio global, me parece a mí, tanto desde un punto de vista lógico como filosófico, que es preferible partir de la colectividad. Los caracteres especí- ficos de ia realidad económica no se descubren, en efecto, sino al nivel del conjunto. Las escalas individuales de preferencias no difieren quizá funda- mentalmente en el interior de una sociedad determinada, ya que todos los individuos se adhieren, en mayor o menor grado, a un sistema común de va- lores. Sin embargo, las actividades que tienden a la potenciación al máximo de las satisfacciones individuales estarían mal definidas si la moneda no intro_duje:a la posibilidad de una medida más segura y universalmente cog- noscible. Los negros preferían, lógícarnente, las baratijas al marfil, en tanto Y en cuanto los objetos intercambiados no pertenecían al mismo mercado y no tenían, cada uno de ellos, su propio precio en plata. La cuantificación monetaria permite reconocer las igualdades contables dentro de la economía total. Estas igualdades contables, desde los cuadros fisiocráticos hasta los estudios modernos de contabilidad nacional, no nos facilitan la explicación de los intercambios, pero constituyen las evidencias a P.artir de las cuales la economía puede esforzarse en captar variables prí~a nas o secundarias, o determinantes y determinados. De la misma forma la solidaridad recíproca de las variables, corno la interdependencia entre 'los elementos de la economía, se imponen a la observación. Modificar un pre- cio es, indirectamente, moe!ificar todos. Reducir o aumentar las inversiones bajar o elevar los tipos de interés, es. cada vez más, actuar sobre el product; nacional, al igual que sobre la distribución de este producto entre las distin- tas categorías. Todas las teorías económicas, sean microscópicas o macroscópicas, o de inspiración liberal o socialista, ponen su énfasis en la interdependencia de las variables económicas. La teoría del equilibrio, al estilo de un Walras 0 de un Pareto, reconstruye el conjunto a partir de las elecciones individuales definiendo al mismo tiempo un punto de equilibrio, que sería también el punto de máxima de la producción y de las satisfacciones (considerando una determinada distribución de' las rentas, como punto de partida). La teo- ría keynesiana o las teorías macroscópicas captan directamente la unidad total del sistema y se esfuerzan en deducir las variables determinantes, sobre las que hay que actuar para evitar el sub-empleo y para llevar el producto nacional a su máximo posible. El fin de la actividad económica, en un principio, nos aparece, por lo tanto, definido: "la maximación" de las satisfacciones para el individuo que escoge racionalmente; maximación de los recursos monetarios, en la fase posterior, considerando a la moneda como el intermediario universal entre Los ruvdes conceptuales de la comprensión 39 los bienes. Ahora bien, esta definición deja lugar a una serie de incertidum- bres: por ejemplo, ¿a partir de qué momento ,prefiere el individuo el ocio al aumento en sus ingresos? Es más, la incertidumbre o, si se quiere, la inde- terminación, se convierte en esencial si consideramos a la colectividad. El "problema económico" se plantea a una colectividad: es ella la que, a través de una cierta organización de la producción, de los intercambios y de la distribución, escoge una solución. Esta solución lleva consigo una parte de cooperación entre los individuos y una parte de competencia. Ni la co- lectividad considerada globalmente, ni los sujetos económicos se encuentran en situaciones que impongan como razonable una determinada decisión, Y sólo una. Maximación del producto nacional o reducción de las desigualdades, ma- ximación del crecimiento o mantenimiento de un nivel elevado de consumo; maximación de la cooperación impuesta autoritariamente por los poderes públicos o el libre curso concedido a los mecanismos de la competenc:a, és- tas son las tres alternativas que las sociedades todas dilucidan de hecho, aun- que la elección no sea una consecuer.cia lógicamente deducible partiendo de la finalidad inmanente de la actividad económica. Dada la pluralidad de ob- íetivos a que t'.enden las sociedades, toda solución económica, hasta el pre- sente, implica un pasivo al mismo tiempo que un activo. Es suficiente con que se haga intervenir al transcurso del tiempo (¿qué sacrificios deben con- sentir los vivientes en beneficio de aquellos que vendráp tras ellos?) y a la diversidad de los grupos soc:ales (¿qué distribución se impone a partir de una cierta organización de la producción?), para que ninguna solución del problema económico pueda ser considerada como razonablemente obligato- ria en unas determinadas circunstancias. La finalidad inmanente de la acti- vidad económica no determ'.na, de una manera unívoca, ni la elección de los individuos, considerados independientemente. ni la elección de las colec- tividades, consideradas globalmente. En función de este análisis, ¿cuáles son las modalidades de la teoría eco- nómica de tipo racional? Como qu'era que el problema económico es fun- damental, entre la fase de la inconsciencia y la posible fase de la abundan- cia, el teórico se esfuerza por elaborar, en primer lugar, los conceptos esen- ciales del orden económico, en cuanto tal (producción, intercambios. re- partición, consumo, moneda). El segundo capítulo, el más importante. es el del análisis, elaborac'.ón o reconstrucción de los sistemas económicos. Marginalistas, keynesianos, espe- cialistas de la contabilidad, partidarios de la teoría de los· juegos, cualesquie- ra que sean sus diferencias. todos tienden igualmente a delimitar la textura inteligible del conjunto económico y las rP.laciones recíprocas entre las va- riables. Las controversias no se refieren a esta textura en sí misma, cuya ex- pres10n nos viene dada en las igualdades contables. Nadie pone en duda la igualdad contable entre el ahorro y la inversión, pero esta igualdad es un ... 40 Introducción resultado estadístico ex post facto y los mecanismos a través de los cuales es obtenible son complejos y a menudo oscuros. La discusión se refiere al problema de saber si, y en qué circunstancias, el exceso de ahorro puede ser motivo de la aparición del sub-empleo y si, y también en qué circuns- tancias, el ahorro provoca reacciones de carácter tal corno para poner fin al sub-empleo, además de saber si es posible un equilibrio sin pleno empleo y en qué cond:ciones. En otras palabras, ni el esquema walrasiano del equilibrio, ni los esque- mas modernos de la contabilidad nacional se prestan a refutación, en tanto que esquemas. Por el contrario, los modelos de sub-empleo o de crisis, que pueden ser extraídos de las teorías, son discutibles en la medida en que su- gieren una explicación o previsión de los hechos. Los "modelos de crisis" -relaciones determinadas entre las diversas variables del sistema- son com- parables ton los "esquemas de situación" en un juego, con la diferencia de que los sujetós económicos corren el riesgo de no conocer la situaciSn exac- Ui creada por las relaciones entre las variables, mientras que los jugadores de fútbol pueden ver la pos:ción exacta de sus rivales y de sus compañeros. La teoría económica, tal y como vénimos de esbozarla, se esfuerza en ais- lar el conjunto económico -el conjunto de conductas que resuelven de hecho bien que mal, el problema de la pobreza- y en poner el énfasis sobre el carácter racional de estas conductas, es decir, sobre las elecciones para el empleo de recursos limitados, cada uno de los cuales implica una multiplici- dad de utilizaciones. Toda teoría, cualquiera que sea su inspiración, sustitu- ye a los hombres concretos por sujetos económicos, cuya conducta está sim- plificada y como racionalizada. Reduce a un pequeño número de determi- nantes las circunstancias múltiples que influyen sobre ).¡¡,actividad económi- ca. Considera corno exógenas a ciertas causas, sin que la d:stinción entr~ los factores exógenos y los factores endógenos sea constante, de una época a otra, o de un autor a otro. La sociología es un intermediario indispensable entre la teoría y acontecimiento, pero la superación de la teoría hacia la sociología puede realizarse de distintas maneras. La conducta de los sujetos económicos, empresarios, obreros o consumi- dores, no está nunca determinada unívocamente por la noción de un máxi- mo: la elección en favor de un incremento de los ingresos, o de una dismi- nución del esfuerzo, depende de los datos psicológicos, irreductibles a una formulación general. De una manera más amplia, la conducta efectiva de los empresarios o de los consumidores viene influida por los modos de vida, las concepc'.ones morales o metafísicas, la ideología o los valores de una deter- minada colectividad. Existe por lo tanto una sociología, o una psicosociología económica, cuya finalidad es la de comprender la conducta de los sujetos económicos a través de su comparación con los esquemas de la teoría, o por medio de la determinación de las elecciones efectivamente realizadas entre las diferentes clases de rnaximación elaboradas por la teoría . Los niveles conceptuales de la comprensión 41 La sociología puede darse también como objetivo, la reintroducción de un sistema económico en el conjunto social, o la continuación de la acción recíproca que las distintas esferas de actividad ejercen unas sobre otras. P.or último, la sociología puede tener como objeto una tipología h'.stóricat. de las economías. La teoría determina las funciones que deben cumplirse ell'• cualquier economía. Medida de valores, conservación de estos últimos, dis- tribución de los recursos colectivos entre los distintos empleos, adecuación de los productos a los deseos de los consumidores, todas estas funciones son siempre realizadas de hecho, mejor o peor. Cada régimen está caracte- rizado por la modalidad en que se cumplen las funciones indispensables. En particular, para referirnos a nuestra época, cada régimen concede una parte, de mayor o menor amplitud, a la planificación central o a los mecanismos de mercado : aquélla representa la acción cooperativa sometida a una auto- ridad superior, éstos son una forma de acción competit:va (la competencia. en conformidad a unas reglas, asegura la función de repartir los ingresos entre los individuos y da uóos resultados que no han sido ni concebidos ni decididos o queridos por nadie). El historiador . .<;le la economía es deudor del teórico. que le facilita los instrumentos de comprensión (conceptos, funciones y modelos), como lo es del sociólogo, t¡ue le indic:i el marco en el que se desenvuelven los sucesos y que ayuda a captar la diferencia entre los distintos tipos sociales. En cuan- to al experto, al m'nistro o al filósofo, es decir, a aquellos que aconsejan, de- ciden o actúan, hay que tener en cuenta que todos ellos tienen necesidad de conocer los· esquemas racionales, las determinantes del sistema y las regula- ridades de la coyuntura. Es más. para tomar parti_do a favor o en contra de un régimen. y no de una medida tomada en el interior de ese mismo régim<"n, hace falta conocer, en primer lugar, los méritos y deméritos probables de cada régimen y luego aquello que se exige de la economía: ¿cuál es la sociedad perfecta y ' qué influencia ejercen determinajas instituciones de orden económico sobre la existencia? La praxeología, que sucede necesaria- mente a la teoría, a la -sociología y a la historia, vuelve a poner en duda las premisas de esta comprensión progresiva: ¿cuál es el sentido humano de la dimensión económica? El objetivo de la acción económica no es tan simple como el de la ac- ción deportiva, pero, aunque haya numerosas nociones de máximo, las teorías pueden reconstruir las conductas de los sujetos económicos al definir de una· cierta manera el máximo buscado y, acto seguido, las implicaciones de lo racional. El sistema económico está menos r'.gurosamente estructurado que· el sistema constituido por un partido de fútbol: ni los límites físicos, ni los jugadores de un sistema económico están tan precisamente determinados, pero de todas formas la solidaridad recíproca entre las variables del sistema eco- nSmico y las igualdades contables permiten, una vez ajmítida la h:pótesis de racionalidad, captar la textura del conjunto a través de sus elementos .. +2 Introducción En cuanto a las directrices de la acción, que quieren ser racionales al mivel d la teoría Y razonables al nivel de lo concreto, consagran la eficacia, cuand e se ha propuesto un objetivo unív<JCo; la moralidad, cuando se trata de re~ petar las reglas de la competencia, y los valores últimos, cuando nos preguntam-0s acerca de la dimensión de la vida, acerca del trabajo y del ocio o de la abundancia y el poder. ' 3 Volvam-0s a la política extranjera y preguntémonos cómo vienen caracte- rizados, en esta esfera, los diversos niveles de conceptuación. Toda cqnduct:;i,, ~~mana, en Ia medid.a en que ella no es un simple reflejo o el acto de un ena¡enado, es comprensible. Pero existen ·múltiples modos de inteligibilidad. La conducta del estudiante que viene a escuchar una deter- minada clase, porque hace frío fuera o porque no tiene nada que hacer en- tre dos clases, es comprensible, hasta podríamos dec:r que es "lógica" (según la expresió!l de Pareto) o "racional" (de acuerdo con la terminología de Max Weber), si ella es el medio de evitar el frío o de llenar agradablemente una hora vacía. Sin embargo, no presenta las mismas características que la con- ducta del estudiante que sigue una clase p-0rque estima que hay una posi- bilidad de que sea interrogado en el examen sobre el terna tratado por el profeoor, o Ja conducta del empresario, que adopta cada una de sus de- cisiones haciendo referencia al balance de fin de año, o la conducta del delantero centro que se mantiene retrasado para desconcertar al defensa cen- tral del equipo adversario, que le sigue los pasos. ¿Cuáles son los rasgos comunes en las conductas de estos tres actores -estudiante, empresario y jugador-? No es, desde luego, el modo de deter- minación psicológica. El empresario puede ser personalmente un ser ávido de dinero o, por el contrario, indiferente a las ganancias. El estudiante, que establece la rsta de las clases que ha· de seguir en función del tiempo de que dispone o de la probabilidad de las preguntas que han de hacerse en el exa- men, puede muy bien apreciar o detestar los temas que estudia, o puede que- rer su diploma por amor propio o por necesidad de ganarse la vida. Igual- mente, el jugador de fútbol puede ser aficionado o profesi-Onal, puede soñar con la gloria o con la riqueza, pero se verá determinado por las exigencias de eficacia que surgen del juego en sí. En otros términos, esas conductas lle- van consigo, de una manera más o menos consc'ente, un cálculo, una com- binación de medios con vista a unos determinados fines, o la aceptación de un riesgo en función de unas determinadas probabilidades. Este mismo cálcu- lo viene dictado, ora por una jerarquía de preferencias, ora por la coyuntura que implica, en el juego y en la economía, una textura inteligible. Los niveles conceptuales de la comprensión +3 La conducta del diplomático, o la del estratega, presenta algunas de- estas características, aunque, de acuerdo con la definición que de ellas hemos dado anteriormente, no tengan ni un objetivo tan determinado como el de los ju- gadores de fútbol, ni siquiera una finalidad, dentro de ciertas condiciones relac:onadas definibles por un máximo, semejante a la de los sujetos econó- micos. La conducta del diplomático-estratega tiene, en efecto, por carácter específico el estar dominada por el riesgo de la guerra y el de afrontar a los " adversarios en una rivalidad incesante, en la cual cada ·uno se reserva el derecho de recurrir a la razónúltima, es decir, a la violencia. La teoría del deporte se desenvuelve a partir del fin (hacer entrar el balón en la red). La teoría de la economía se refiere, también ella, a un fin a través del con- cepto de maximación (aunque se puedan concebir diversas modalidades de . este máximo). La teoría de las relaciones internacionales parte de la plura~ i'• ¡¡dad de centros autónomos de decisión y. por lo tanto. del riesgo de guerra,¡ deducieñe!o de este riesgo la necesidad del cálculo de los. medios: ¡ Ciertos teóricos han querido encontrar, para las relaciones internacionales, el equivalente del objetivo racional del deporte o de la economía. Un solo fin, la victoria, grita el general ingenuo olvidando que la victoria militar da siempre satisfacciones de amor propio, pero no s'.empre beneficios políticos. , Jn solo imperativo, el interés nacional, proclama solemnemente el teórico, escasamente menos simple que el general, corno si fuese_ suficiente con colo- carle el adjetivo nacional al concepto de interés para._hacerle univoco. La política entre los Estados es una lucha por el poder y :.la seguridad, afirma otro teórico. como si no hubiera nunca contrad:cción entre aquél y ésta, como sr las personas colectivas, a diferencia de las personas individuales, se vieran caracterizadas por preferir la vida a las razones de .vivir. Tendrem-0s ocasión de discutir estas tentativas teór:cas a lo largo de este libro. Al principio, limitémosnos a establecer que la conducta diplomático- estratégica no tiene una finalidad evidente, pero que el riesgo de guerra la obliga a calcular las fuerzas o los medios. Como intentarem-0s demostrar en la pr'.mera parte de este libro, la alternativa de la paz y de la guerra permite elaborar los conceptos fundamentales de las relaciones internacionales. La misma alternativa nos permite también plantear "el problema de la política extranjera", de la misma forma que hemos planteado el problema de Ja economía. Durante milenios, los hcmbres han vivido en sociedades cerradas, que nunca se han sometido de una manera plena a una autoridad superior. Cada colectividad tenía que contar, por encima de todo, con ella m:sma para sobrevivir, pero debía o habría debido aportar también una con- tribución a la labor común de las ciudades enemigas, amenazadas de perecer juntas a fuerza de combatirse. El doble problema, de la su~rvivencia individual y de la supervivencia colectiva, no ha sido nunca solucionado duraderamente por ninguna civili- zación. No podrá serlo definitivamente sino o través del Estado universal o 44 Introducción del reino de la ley. Podríamos calificar de prediplomática la eoad ent que las colectividades no mantenían relaciones regulares, unas con otras, y de post- diplomática, a aquélla de un Estado universal que no dejaría lugar a luchas intestinas. En tanto que cada colectividad deba preocuparse de su propia salvación, al mismo tiempo que de la del sistema diplomát:co o de la de la <!Specie humana, la conducta diplomático-estratégica no estará nunca deter- minada racionalmente, ni siquiera en teoría. Esta relativa indeterminación no DOS impide elaborar, en. la pr~mera par- 'te de este libro, una teoría de tipo raciona],, yendo de los conceptos funda- mentales (estrategia y diplomacia, medios y fines, poder y fuerza, fuerza gloria e idea) a los sistemas y a los tipos de sistemas. Los sistemas diplomá~ t:cos no están delimitados en el mapa come> un terreno de juego, ni están unificados por las igualdades contables o por la interdependencia de las variables, como en los sistemas económicos, sino que cada actor sabe, muy por 'encima", en relación a qué adversarios y a qué aliados debe situarse. La teoría, al determinar los modelos de los sistemas diplomáticos y al distinguir las s'.tuaciones típicas, trazadas a grandes rasgos, imita a la teoría económica, que elabora modelos de crisis o de sub-empleo. Empero, a falta .de un objetivo unívoco para la conducta diplomática, el análisis racional de -·I Jas relaciones internacionales no está en posición de poder desenvolverse en .una teoría global. Él capítulo VI, consagrado a una tipología de las paces y de las guerras, sirve de transición entre la primera y· segunda parte, entre la interpretación 'I inmanente de las conductas en política extranjera y la explicación sociológi- ca, por causas materiale~ ·O sociales, del curso de los acontecimientos. La sociología busca las circunstancias que influyen sobre las consecuencias de los conflictos entre los Estados, sobre los objetivos que se asignan sus ac- tores y sobre la fortuna de las nac:ones y de los imperios. La teoría saca a Ja luz la textura inteligible de un conjunto social. La sociología muestra cómo varían las determinantes (espacio, número, recursos) y los sujetos (naciones, regímenes, civilizaciones) de las relaciones internacionales. La tercera parte del libro, consagrada a la coyuntura actual, intenta poner a prueba, en primer lugar, el tipo de anális'.s que se deduce de las dos pri- meras partes. Pero, en ciertos aspectos, y debido a la extensión planetaria de la esfera diplomática y a la puesta a punto de armas termonucleares, la co- yuntura presente es única, sin. precedentes. Lleva consigo una serie de situa- ciones que se prestan al análisis con "modelo". En este sentido, la tercera parte, a un nivel menos elevado de abstracción, confene a la vez una teoría racionalizadora y otra sociológica de la diplomacia en la edad planetaria y termonuclear. Al mismo tiempo, constituye una introducción necesaria para la última parte, normativa y filosófica, y en la que se ponen en duda de nuevo las hi- pótesis iniciales. Los niveles conceptuales de la comprensión 45 La economía desaparece con la rareza. La abundancia dejaría subsistir roblemas de organización, pero DO cálculos económicos. Igualmente, l_a gue- ~a dejaría de ser un instrumento de la polftí~a el día en qu~ _su~us1era .el icidio común de los beligerantes. La capacidad de producc1on mdustnal ~~ una cierta actualidad· a la utopía de la abundancia y la capacidad des- tructora de las armas vlielve a suscitar los sueños de paz eterna. Todas las sociedades han vivido· el "problema de las. relaciones interna- cionales", muchas culturas han caído en ruinas porque no ~an sabido lin;iitar sus guerras. En nuestra época, no es ya sólo una cultura, smo la Humamdad entera la que se vería amenazada por una guerra hiperbólica. La preven~ión de una guerra de este carácter se convierte para todos los actores de. un ¡ue- go diplomático en un objetivo tan evidente ·como la defensa de los mtereses exclusivamente nacionales. De acuerdo con la visión, profunda y quizá profética, de Kant, la Huma- oidad debe recorrer el camino sangriento de las guerras para llegar a alcan- zar, un día, la paz. Es a través de la historia como se lleva a cabo la represión de la violencia nat:ural y la educación del hombre para el uso de la razón. Capítulo I ESTRATEGIA Y DIPLOMACIA O DE LA UNIDAD DE ~A POLITICA EXTRANJERA "La guerra es un acto de vi-0lencia destinado a obligar al adversario a •hacer nuestra voluntad"'. Esta ,célebre definición de Clausewitz, que nos servirá como. punto de partida, no es menos válida hoy que en el momento en ,que fue escrita. La guerra, en tanto que acto social, sup-0ne una plurali- dad de voluntades -encoñiradas, es decir, de colectividades políticamente or- ganiia.das. Cada una de ellas quiere ganarle la partida a la otra. "La vio- lencf~, es decir, la violenc:a física (ya que no existe violencia moral fuera de los concept-0s de Estado y de Ley), es por lo tanto el medio y el fin es imponer nuestra voluntad" •. " :[. Guerra absoluta y guerras reales Clausewitz deduce de esta definición la tendencia de la guerra a llegar a límites extremos o, aún más, a adoptar su forma absoluta. La razón pro- funda de ello es lo que llamaremos la dialéctica de la lucha. "La guerra e.s un acto de violencia y no hay límite algunoa la manifes- tación. de. esta violencia. Cada uno de los adversarios determ:na la ley para su contrario, de donde resulta una acción recíproca, que, como concepto, tiene que llegar a sus consecuencias extremas" '. Aquel que se negara a recurrir a determinadas brutalidades tendría que temer que el adversario obtuviera ventaja al apartar todo escrúpulo. Las guerras entre los países civi- lizados no son necesariamente menos crueles que las guerras entre los pue- blos sa:Ivajes. Pues la causa profunda de la guerra es fa intención hostil 1 Clausewitz, I, l, p. 51. ' ' Ibídem. 1 Ibídem, p. 53. 49 50 Teoría. Conceptos y sistemas y no el sentimiento de hostilidad. La mayor parte de las veces, cuando la intención hostil figura en ambos bandos, las pasiones, el odio, no tardan en inspirar a los comb'atientes -aunque, en teoría, una guerra de importancia pueda ser concebible sin odi0:-. Todo lo más que podemos decir, a propósito de los pueblos civilizados, es que "la inteligenc'.a ocupa un mayor espacio en la dirección de la guerra y que les ha enseñado a emple~r la fuerza de una manera más eficaz que a través de esa .. brutal manifestación del ins- tinto" 1 • Queda el hecho de que la voluntad de destruir al enemigo, inherente al concepto de la guerra, no ha sido -0bstaculizada, ni rechazada de ningu- na manera, p<>r los progresos de la civU:zación. La finalidad de las operaciones militares, en abstracto, es la de desarmar al adversario. Ahora bien, como quiera que "queremos forzar al adversario con un acto de guerra a hacer nuestra voluntad, se hace necesario desar- marlo .i;ea1mente o colocarlo en una posición tal que se sienta amenazado por esta probabilidad". Sin embargo, el adversario no es una "masa iner- te". La guerra es el choque entre dos fuerzas vivas. "M:entras yo no haya derrotado a mi adversari-0, tengo que temer que me derrote él a mí. Yo no soy mi propio dueño, ya que él me dicta a mí su· ley, al igual que yo le dicto a él la mía propia" 2 • La guerra no se gana sino en el momento en que el adversario se somete a nuestra voluntad. Ah-0ra bien, en rigor, medimos los medios de que dispone y proporcionamos nuestro propio esfuerzo en su consecuencia. Sin embargo, __ la voluntad de ..res'stencia no es susceptible ·de ser medida. El adversario hace lo mismo, y cada uno aumenta sus efectivos como reflejo de esa voluntad hostil, p-0r lo que la lucha va, una vez más, hasta límites extremos. - Esta dialéctica de la lucha es puramente abstracta y no se aplica a las guerras reales, tal y como éstas se desenvuelven en la historia ; aclara lo que ocurriría, en un duelo instantáneo, entre adversarios exclusivamente definidos· por la hostilidad recíproea y por la voluntad de vencer. Al m'srno tiempo esta dialéctica abstracta nos recuerda lo que corre el riesgo de pro- ducirse efectivamente, cada vez que la pasión o las circunstáncías acercan una lucha histórica al modelo ideal de lucha y, al mismo tiempo, a la gue- rra absoluta. En el mundo real, "la guerra no es un acto aislado, que surja bruscamente y sin .conexión cdn la vida anterior del Estado". No consiste en una "deci- &ión única ni en tarias decisiones simultáneas". "No lleva consigo una deci- sión completa p-0r sí misma'''. Los adversarios se conocen por adelantado y se hacen una idea aproximada de sus recursos respectivos y hasta de su propia voluntad respectiva. Las fuerzas de cada uno de los adversarios no se encuentran nunca reunidas por completo. El destino de las naciones no 1 Ibídem, p. 53. • . Ibídem, p. 54. • Ibídem, pp. 55-56. l. Estrategia y diplomacia 51 ·uega en un solo instante'. Las intenciones .del enemigo, en caso de vic- t se ! no implican necesariamente un desastre irreparable para el ~errotado. ona, · d · s múltiples la Desde el momento en que intervienen estas cons1 e~ac1one --:-. sustitución de la idea pura de enemigo por adversarios . reales, la durac.o~ de las operaciones y las irtlenciones probables de los ~~hgera~te~-, la act1- . b" de naturaleza· ya no es una actividad tecmca (iacumu-v1dad guerrera cam 1a · d 1 !ación y empleo de todos los medios con vistas a vencer y a esarrn_ar a adversario), sino que se conv:erte en una acción aven~urada, en un :a~culo de probabilidades, en función de informaciones accesibles a. los part1c1pan- tes-adversarios del. juego político. La guerra es un juego. Exige a la vez valor y cálculo, !?:ro el cál~ulo no excluye nunca el riesgo y, en todos los niveles, la aceptac1~11 ~el peligro manifiesta alternativamente por la prudencia y por la audac.a ... Desde un ;rincipio se entremezcla un juego de posibilidades y de p:obabihdades, de buena y mala fortuna, que se continúa a lo largo de cada hilo, grueso o de~ gado, con que está tejida su- tiama, lo _que hace q~eQ ~~'guerra sea la acti- vidad humana que más recuerda a un 1uego de n~1p-s . . . "La guerra sigue siendo, no obstante, un medio ser:o con vistas a una finalidad también seria." El elemento inicial, ani~al como human.o, es la · ·d d que debe ser considerada corno un impulso natural ciego. La ammos1 a , . 1. · d proba misma acción guerrera como segundo elemento, imp 1ca un JUego . e - bJidades y de azar q~e hacen de ella "una li~re actividad d~l alma". Sin b - d un tercer elemento que termma por predommar sobre los_ ern argo, se ana e · ·ó lí · otros dos: la guerra es un acto político y surge de una s1tuac1 n po d .tic~ Y result de un motivo político. Pertenece por naturaleza al puro. enten_ 1m1en- í!: · strumento de la política El elemento pasional mteresa to, ya que es un m . · · , · 1 sobre todo al pueblo; e1 elemento aleatorio al mando y a su e1er~1~0, Y e elemento intelectual al Gobierno, siendo este último elemento el dec.s1vo y el que debe predominar sobre el conjunto. L f f · ula de Oausewitz "la guerra no es solamente un acto po-a amosa orm • . t' · · d 1 s lítico, sino un verdadero instrumento de la polít~ca_, una con muac1on . e ,,ª, l · lín"cas y una realización de estas últunas por otros md1os , re ac1ones po · , i· · · · · un' grado expresión de una filosofia be .cista, smo s1m-no es pues, en mng . • fi , plem:nte' la constatación de un hecho evidente : la guerra. no es un._ n ~ll s1 · tampoco la victoria militar es un ob¡et1vo en s1 mismo. misma, como 1 d' 1 ólvora co El comercio entre las naciones no se detiene ;. 1a e~ que a P .- mienza a hacerse escuchar, ya que la fase belica se mserta en una cont1- 1 L · • un encuentro único que decida todo, conduciría a la ah prleparac1or; poarªusewitz En el siglo ~. se teme que las armas modernas guerra a sa uta, segun a · h id · lleguen a crear esa situación. Hasta el presente, nunca a 6. o as1. • Ibídem, p. 65. • Ibídem, p. 67. 52 Teoría. Conceptos y sistemas nuidad de relaciones, reg'.das siempre por las intenciones recíprocas de las: colectividades. ' La subordinación de la guerra a la política, como la del instrumento al' objetivo, implícita en la fórmula de Clausewitz, fundamenta y justifica la ,distinción entre la· guerra absoluta y las guerras reales. La llegada a límites: extremos es mucho más de temer por cuanto las guerras reales corren el' riesgo de asemejarse más a la guerra absoluta, en cuanto la violencia escape, al mando del Jefe del Estado. La polít:ca parece desaparecer cuando se da a sí misma por único objetivo la destrucción dél ejército enemigo. Aun en este caso, la guerra adopta la forma que resulta de su designio político. Aunque la política sea visible o no en la acción guerrera, esta última conti- núa dominada por aquélla, si es que la definimos, como "la inteEgencia del Estado p_ersonificado". Aún más, es la política, es decir, la consideración· gfobal ,de toc!as las circunstancias por los hombres de Estado, la que decide, con razón o sin ella, proponerse por objetivo exclusivo la destrucción de las fuerzas armadas del enemigo, sin considerac:ón de .,objetivos ulteriores y sin refiexi<mar ,sobre las consecuencias de la misma victoria.Clausewitz es un . teórico de la guerra absolut..a,. no un doctrinario de la guerra total o del militarismo, de la misma forma que Walras es un teórico, del :quilibrio, ~ no un doc_trinario del liberalismo. El análisis conceptual, que mtenta explicar la esencia de un acto humano, ha sido confundido. por error, con la determinación de un objetivo. Es cierto que Oausewitz parece ª?mirar a veces la guerr~ que tiende a realizar plenamente su naturaleza pro- pia Y reservar su desprecio para las guerras imperfectas del siglo XVIII. en las que las maniobras y las negociaciones reducían a un mínimo los encuentros la brutalidad y el furor de los combates. Sill embargo, aun suponiendo qu~, estos sentimientos surjan en ocasiones, no hacen sino expresar una serie de emociones simples. Clausewitz siente ante la guerra llevada al extremo una especie de horror sagrado, de fascinación, comparable al que las catás- t~ofes cósmicas despiertan en el alma. Aquella guerra ~n que los adversa- nos van hasta el límite mismo de la v:olencia con el 'in de doblegar .la voluntad enemiga que ·se resiste obstinadamente es, a los ojos de Clause- witz, grandiosa y horrible. Cada vez que se enfrenten grandes intereses la guerra. se ~sei:nejará a :u forma absoluta. Como filósofo, ni se felicita ~or ello, m se m:hgna. Teánco de la acción razonable, recuerda a los jefes en la guerra Y en la paz el princip'.o que unos y otros deben respetar: el pri- mado de la política, ya que la guerra es un instrumento al servicio de los objetivos fijados por ésta y un momento, o un. aspecto, de las relaciones entre los Estados, por lo que cada uno de ellos debe obedecer a la política es decir, a la comprensión de los intereses duraderos de la colectividad. ' Convengamos en llamar estrategia a la dirección del conjunto de las,, operaciones militares, y convengamos tamb'.én en llamar diplomacia a la dirección de las relaciones con las otras unidades políticas. Estrategia y di- I. Estrategia y diplomacia 53 plomacia, ambas a un tiempo, estarán subordinadas a la política, <> lo que es lo mismo, al concepto que la c-0lectividad o aquéllos que de ella son responsables tienen del "interés nacional", En t:empo de paz, la política se sirve de los medios diplomáticos sin excluir el recurso a las armas, al menos a título de' amenazi. En época de guerra, la política no despide a la diplomacia, porque ésta dirige las relaciones con los .aliados y los neutrales y porque, implícitamente, tiene que segU:r actuando, cerca del enemigo, bien amenazándolo c<>n la destrucción o bien ofreciéndole una perspectiva de paz. Nosotros consideramos aquí a la "unidad política" como un actor ilu- minado por la inteligencia y movido por la voluntad. Cada Estado está en relación con otros; mientras permanezcan en paz, deben conseguir vivir en relación, cueste lo que cueste. Antes que recurrir a la violencia, intentarán convencerse. El día en que se combaten, intentan doblegarse. En ese sentido puede decirse que la diplomacia es el arte de convencer sin emplear la fuerza y la estrategia, el arte de vencer al mínimo costo. Sin embargo, es también una manera de convencer. Una demostración de fuerza hace ceder al adver- sar:o y simboliza ese doblegarse, más que realizarlo realmente. Aquel que posea una superioridad de armamentos en tiempo de paz convencerá al alia- do, al rival o al adversario, sin tener que recurrir a las armas. Inversamente, el Estado que ha conseguido una reputación de equitativo, o de moderado, será el que tenga una mayor posibilidad de alcanzar sus objetivos, sin tener que llegar al límite extremo de la victoria mJitar. Aún en tiempo de guerra convencerá más que doblegará. La distinción entre la diplomacia y la estrategia es por completo relativa. Estos dos términos constituyen lbs aspectos complementarios del arte único de la polítíéa, que es el arte de dirigir el comercio con otros Estados para el mayor beneficio del "interés nacional". Si, por definición, la estrategia -dirección de las operaciones militares- no interviene cuando las operacio- nes no tienen lugar, los r.edi-0s militares son sin duda parte integrante de los instrumentos que utiliza la diplomacia. En sent:do contrario, la palabra, las notas, las promesas, las garantías y las amenazas pertenecen al arsenal del Jefe del Estado en guerra, con respecto a sus aliados, a los neutrales y hasta a los enemigos del día, es decir, a los aliados de ayer -0 de ma~ana. La dualidad complementaria del arte de convencer y ·del arte de obligar viene a ser la imagen de una dualidad, aún más esencial, que pone de relieve la definición in'.cial de Oausewitz: la guerra es una confrontación de volun- tades. Humana en cuanto confrontación de voluntades, la guerra implica, por naturaleza, un elemento psicológico que ilustra la fórmula célebre: no está derrotado sino aquel que se reconoce como tal. La única oportunidad que tenía Napoleón de vencer, escribe Oausewitz, era la de que Alejandro se reconociera como vencido tras la toma de Moscú. Si Alejandro no perdía el valor, Napoleón, aparent~ vencedor en Moscú, estaba ya virtualmente derrotado. El plan de guerra de Napoleón era el único posible, pero se 54 Teoría. Conceptos y sistemas basaba en un envite que la constancia de Alejandro hizo perder al Empera- dor de los franceses. Los ingleses están derrotados, gritaba Hitler en julio de 1940, pero son demasiado estúpidos para darse cuenta de ello. No reco- nocerse vencido era, efectivamente, la condición primera para el éxito final de los ingleses. Valor o inconsciencia, poco importa: .Qacía falta que la vo- luntad inglesa resistiese. En la guerra absoluta, en la que la v:olencia. llevada al extremo termina con el desarme o con la destrucción de uno de los dos adversarios, el elemen- to psicológico termina por desaparecer. Sin embargo, éste es un caso límite. Todas las guerras reales hacen enfrentarse a colectividades, cada una de las cuales se unifica y se exterioriza en una sola voluntad. A este respecto, to- das son __ guerras psicológicas. ' 2. Estrategia y objetivo de guerra. La relación entre la estrategia y la política viene expresada en una doble fórmula: "L~. guerra debe corresponder por entero a las intenciones políti- cas, y l_a política debe adaptarse a los medios de guerra disponibles"'. En un sentid?, las dos pi:rtes de la fórmula podrán parecer contradictorias, ya q~e la primera subordina la conducta de la guerra a las intenciones políticas, mientras que la segunda hace depender las intenciones políticas de los medios disponibles. Sin embargo, el pensamiento de Clausewitz y la lógica de la acción, no se prestan a duda: la política no puede determinar los objetivos haciendo abstracción de los medios de que ·dispone y, por otra parte, "no penetra con profundidad en los detalles de la guerra, ya que no se sitúan centinelas, ni se envían patrullas, por simples motivos políticos. Pero su in- fluencia es completamente decisiva en el plano de conjunto de' una gue- rra, d_e una campaña y, a menudo, hasta de una batalla"•. Una, serie de ejemplos pondrán de relieve el alcance de estas proposiciones abstractas. ALa dirección de la guerra exige la determinación de un plan estratégico : "toda guerra debe ser comprendida, por encima de todo, de acuerdo con la proba?ilidad de su carácter y de sus rasgqs dom·nantes, tal y corno pueden deducrrse de los datos y de las circunstancias políticas"•. En 1914 todos los beliger~ntes se equivocaron sobre la naturaleza de la guerra en la que iban a hundrrse. Por un lado, los Estados Mayores, o los Ministerios no habían c?_ncebido~ ni prepara~o, la rnoviliza~ión de las industrias, ni d; las pobla- ciones. N1 los Imperios centrales m los Aliados habían contado con un conflicto prolongado, cuyo resultado habría de decidirse· por los recursos superiores de uno de los bandos. Los generales se habían lanzado a una 1 Clausewitz, VIII. 6, p. 708. 2 J bídem, p. 705. ' Ibídem, p. 706.
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