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1- Aron - Paz y Guerra entre las naciones

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LOS NIVELES CONCEPTUALES 
DE LA COMPRENSION 
Los tiempos de disturbios inC:tan a la meditación. La crísis de la ciudad 
griega nos ha legado la República de Platón y la Política de Aristóteles. Los 
conflictos religiosos que destrozaban a la Europa del siglo XVII hicieron sur-
gir con el Leviathan y el Tratado Político, la teoría del Estado neutral, ne-
cesariamente apsoluto, &:gún Hobbes, y liberal, por lo menos a los ojos 
de los filósofos, según Sp:noza. En el siglo de la Revolución inglesa, Locke 
defendió y aclaró las libertades civiles. En el tiempo en que los franceses 
preparaban, sin saberlo, la Revoiución, Montesquieu y Rousseau definieron 
la esencia de los dos regímenes que deberían surgir de la descomposición, sú-
bita o progresiva, de las monarquías tradicionales: gobiernos representativos 
y moderados, grac:as al equilibrio de podex:es, y gobiernos supuestamente 
democráticos, que invocan la voluntad del pueblo, pero que rechazan todo 
límite a su autoridad. 
Al terminar la segunda guerra del siglo, los Estados Unidos, cuyo sueño 
histórico había sido el de mantenerse al margen de los asuntos del Viejo 
Continente, se encontraron responsables de la paz, de la prosperidad y de 
la misma existencia de la mitad del planeta. Había guarniciones americanas 
en Tokio y en Seul, al oeste, y en Berlín, al este. Occidente no había cono-
cido nada semejante desde los tiempos del Imperio romano. Los Estados 
Unidos eran la primera .potencia auténticamente mundial, ya que la unifi-
cación planetaria del escenario diplomático no tenía precedentes. El conti-
nente americano ocupaba con relación a la masa euro-asiática una pos:ción 
comparable a la de las Islas Británicas en relación con Europa: los Estados 
Unidos recogían la tradición del Estado insular, esforzándose por levantar 
una barrera en el centro de Alemania y en medio de Corea ante la expansión 
del estado terrestre dominante. 
De esta coyuntura no ha surgido ninguna obra comparable a las que 
hemos citado, que estuviera orig:nada en la victoria conjunta de los Estados 
Unidos y de la Unión Soviética. Las relaciones internacionales se han con-
vertido en objeto de una disciplina universitaria. Las cátedras, cuyos titula-
25 
26 Introducción 
res se consagran a la nueva disciplina, se han multiplicado. El número de 
libros y manuales se ha visto incrementado en proporción. ¿Han conseguido 
su objetivo estos esfuerzos? Antes de responder a esta pregunta, haría falta 
precisar lo que los profesores americanos, a imitación de los hombres de 
Estado y de la misma opinión pública, se proponían descubrir o elaborar. 
Los historiadores no han esperado la accesión de los Estados Unidos al 
primer plano para ponerse a estudiar las "relaciones internacionales". Pero 
las han descrito o contado, más que analizado o eX'plicado. Ahora bien, nin-
:guna ciencia se limita a describir o contar:· Es· más,. ¿qué beneficio podrían 
·Obtener los hombres de Estado o los diplomáticos del conocimiento histórico 
·de los siglos pasados? Las armas de destrucción masiva, las técnicas de 
·subversión, la ubicuidad de las fuerzas militares, graci~s a la aviación y a la 
,electrónica, introducen novedades, materiales y humanas, que hacen al me-
:nos e'quívocas las lecciones de los siglos pasados. O, si uo, ocurre que estas 
:lecciones no ... pueden ser retenidas si no son insertadas en una teoría que 
incluya una y otra, que deduzca una serie de constantes para poder elaborar, 
y no para eliminar, el papel de lo inédito. 
Ahí reside la cuestión decisiva. Los especialistas de las relaciones. inter-
nacionales no querían simplemente seguir el camino de los historiadores: 
querían, como todos los sabios, alcanzar una serie de proposiciones generales, 
crear un cuerpo de doctrina. únicamente la geopolítica se había interesado 
en las -relaciones internacionales, ·con· esa· }lreocupació11 de· abstracción y ae· 
explicación. Sin embargo, la geopolítica alemana había dejado una serie .de 
malos recuerdos y, de todas formas, la referencia a lln rparco espacial no 
podía constituir la finalidad de una teoría, cuya función es precisamente la 
de captar la multiplicidad éle causas que actúan sobre el desarrollo de las 
relaciones entre los Estados. 
Era ·fácil caracterizar de una manera burda la teoría de las relaciones 
internacionales. "En primer lugar, ésta hace posible la ordenación de los 
datos. Es, pues, un instrumento útil para la comprensión 1• Además, "la 
teoría implica que los criterios de selección de los problemas, con vistas a 
un análisis detenido, estén explícitamente determinados. No siempre se re-
conoce que cada vez que un problema particular es escogido.,para el estudio 
y el análisis, en un contexto o en otro, haya en la práctica una teoría subya-
cente que poder escoger." Por último, "la teoría puede ser un instrumento 
para la comprensión, no sólo de las uniformidades y de las regularidades, 
sino también de los hechos contingentes o irracionales". ¿Quién presentaría 
/ \objeciones a tales fórmulas? Ordenación de los datos. selección de los pro-
\ Rblemas, determinación de las regularidades y de los accidentes. He aquí las 
tres funciones que cualquier teoría; dentro de las ciencias sociales, debe cum-
1 Kenneth W. THOMT'SON, Towrzrd a theory o/ intemational palitics. American 
political science review. V1>l. XLIX, núm. 3, septiembre, 1955. 
Los niveles conceptuales de la comprensión 27 
plir en todo caso. Los problemas se presentan más allá de estas proposíciones 
indiscutibles. 
El teórico tiene a menudo una tendencia a simpllficar la realidad, a 
interpretar las conductas a, través de la determinación de la lógica implícita 
de sus act-0res. El señor Hans J. Morgenthau, escribe: "Una teoría de ~ 
relaciones internacionales es un resumen racionalmente ordenado de todos los 
elementos racionales que el observador encuentra en su objeto (subject mat-
ter). Una teoría de este cariz viene a ser una especíe de boceto racional de las 
relaciones internacionales, un mapa del escenario internacional" 1 • La dif~ 
rencia entre una interpretación empírica y una interpretac:ón teórica de las 
relaciones internacionales es comparable a la que puede establecerse entre 
una fotografía y un retrato pintado. "La fotografía muestra todo lo que 
puede ser vísto por el ojo humano. El retrato no muestra todo lo que puede 
ver el ojo humano, pero muestni algo que éste no puede ver: la esencia 
humana de la persona que sirve de modelo." 
A esto responde otro especialista con una seríe de interrogantes: ¿Cuáles 
son los "elementos racionales" de la poJ.ítica internacional? ¿Es suficiente 
con considerar exclusivamente los elementos racionales para p-0der dibujar 
un boceto o pintar un retrato, de acuerdo con las características esenciales 
del modelo? Si el teórico responde negativamente a estas dos interrogantes, 
tendrá que tomar otro camino, que será el de la sociología. Admitiendo la 
finaEdad -esbozar un mapa del escenarío internacional- el teórico tendría 
· que esforzarse en retener todos los elementos, en lugar de fijar su atención 
exclusivamente sobre los elementos racionales. 
A este diálogo entre el defensor de una "esquematizacjón rado¡:¡a]'' y eL 
de un "análisis sociológico" -diálogo en el que los interlocutores no síem-
pre son conscientes de su ñaturaleza y de sus implicac:ones- ha venido a 
añadirse, a menudo, una controversia de tradición característicamente ame-
ricana : la del idealismo enfrentado al realismo. El realismo, bautizado hoy 
en día de maquiavelismo, de loo diplomáticos europeos pasaba por ser, al 
otro lado del Atlántico, corno típ:co del Viejo Mundo, y marca de una 
corrupción de la que había querido huirse al emígrar al Nuevo Mundo, al 
país de las posibilidades indefinidas. Ahora bien, convertidos, por obra y 
gracia de la desaparicíón del orden europeo y de la victoria de sus armas, 
en potencia dom:nante, los Estados Unidos descubrían poco a poco, y no sin 
problemas de conciencia, que su diplomacia se parecía cadavez menos a 
su antiguo ídeal y cada vez más a las prácticas, antaño severamente juzgadas, 
de sus enemigos y de sus aliados. ¿Era moral comprar la intervención so-
viética en la guerra contra el Japón al precio de una ser:e de concesiones 
a expensas de China? Con el tiempo, se descubrió que no había sido un 
1 Estas líneas las he tomado de un informe del señor H. J. Morgenthau, titu-
lado: "La importancia teórica y práctica de una teoría de las relaciones internacio-
nales" (p. 5). 
28 Introducción 
negocio rentable, y que Roosevelt habría debido, razonablemente, haber com. 
prado en su lugar la no-intervención de la Unión Soviética. Pero, ¿hubiera 
sido el cálculo más moral por ser racional? Roosevelt, ¿había estado acertado 
o equivocado en abandonar la Europa del este a la dominación soviética? 
Poner por excusa a la fuerza de los hechos, era escoger el argumento que 
había sido el de los europeos y que, seguros de su virtud y de su situación 
geográfica, los americanos habían descartado durante tanto tiempo, con 
desprecio o con indignación. El jefe en la guerra tiene que rendir cuentas 
ante su pueblo, de sus actos, de sus éxitos ci de sus derrotas .. Nada importa~ 
las buenas intenciones y el respeto de las virtudes individuales, ya que es 
muy otra la ley de la diplomacia o de la estrategia. Pero, ¿qué ocurre, ~n 
esas cond:ciones, con esa oposición entre el realismo y el idealismo, entre 
el maquiavelismo y el kantismo, entre la Europa corrompida y la virtuosa 
Anpica? · 
/Este libro tiQnde a poner en claro, en primer lugar, y a dejar atrás, des-
pués, estas discusiones. Los dos conceptos de la teoría no son contradicto-
rios, sino complementarios: la esquemática racional y las proposiciones so-
ciológ'cas constituyen momentos sucesivos en la elaboración conceptual de 
un universo social. 
La comprensión de un sector de acción no permite poner fin a las anti-
\ 
nomias de esa acción. únicamente la historia podrá quizá reducir, algún 
día, la eterna discusión entre el maqúiavelismo y. el rtldtalismo: s:n embargo, 
pasando de la teoría formal a la determinación de las causas, y luego al 
análisis de una coyuntura singular, espero ilustrar un método, aplicable a 
otros temas. y mostrar a un mismo tiempo los límites de nuestro saber y las 
~ondiciones de las elecciones hl:>tóricas. 
Para delimitar, en esta introducción, la estructura del libro, me hace falta 
definir, en primer lugar, las relaciones internacionales y luego precisar-las 
características de los cuatro niveles de conceptuación, que llamamos teoría, 
.sociología, historia y praxeologfa. 
Recientemente, un historiador holandés 1, designado para la primera cá-
tedra de relaciones intemac'onales creada en su país, en Leyde, intentaba, 
en su lección inaugural, definir la disciplina que tenía por misión enseñar. 
Concluía con el reconocimiento de su fracaso: había buscado, pero no había 
encontrado los limites del campo que quería explorar. 
1 B. H. M. VLEKKE, On the stuáy of intemational pvlitical science. The David 
DaTies Memorial Institute of lnternational Studies, Londres (sin fecha). 
Los niveles conceptuales de la comprensión 29 
El fracaso es instructivo ya que es definitivo y, por así decirlo, evidente. 
Las "relaciones internacionales" no tienen fronteras trazadas todas ellas en¡ 
¡0 real y no pueden ser, ni en realidad lo son, separables de otros fenómenos\ 
•aciales. Pero la misma p;oposición sería utilizable a propósito de la econo-
mía, o de la política. Si es cierto que "la propuesta de desarrollar el estudio 
de las relaciones internacionales como un sistema automático ha fracasado", 
la verdadera cuestión que se nos presenta e&tá más allá _de este fracaso y 
concierne al sentido del mismo. Después de todo, la tentativa de hacer del 
estudio de la economía un sistema cerrado sobre sí mismo ha fracasado igual-
mente, pero no por ello deja de existir a justo título, una ciencia económica, 
cuya real:dad propfa y posible delimitación no son puestos en duda por na-
die. ¿Ocurre que el estudio de las relaciones internacionales lleva consigo 
su propio centro de interés? ¿Se preocupa de fenómenos colectivos, de con-
ductas humanas, cuya característica específica es reconocible?. Este sentido 
específico de las relaciones internacionales, ¿se presta a una elaboración 
teórica? 
Las relaciones internacionales son, por definición, según parece, relacio- \ 
nes entre naciones. Pero, en este caso, el término nació~ no está tomado en 
el sentido histórico que ha adquirido desde la Revolución Francesa y no 
designa una especie particular de comunidad política, en la que los individuos 
tengan, en gian número, una concienci' de ciudadanía y en la que el Estado 
parezca la expresión de una nacionalidad preexistente. En la fórmula "rela-
ciones internacionales", la nación equivale a un tipo cualquiera de colectividad) 
política, territorialmente organizada. Digamos, prov:siooalmente, que las 1 
relaciones internacionales son relaciones entre unidades políticas, concepto 
este último que designa a las ciudades griegas, al imperio romano o al egip-
cio, al igual que a las mooarquías europeas, a las repúbl:cas burguesas o. a 
las democracias populares. Esta definición lleva consigo una doble dificultad. 
¿Habrá que incluir en las relaciones entre unidades políticas las relaciones 
entre individuos pertenecientes a cada una de estas unidades? ¿Dónde co-
mienzan y dónde terminan las unidades políticas, es decir, las colectividades 
territorialmente organizadas? 
Cuando los jóvenes europeos van a pasar sus vacaciones más allá de las 
fronteras de sus patrias respectivas, ¿se. trata de un fenómeno que interesa al 
especialista de las relaciones internacionales? Cuando yo compro en una 
tienda francesa una mercancía alemana o cuando un importador francés 
trata con un fabricante del otro lado del Rhin, ¿estos intercambios econó-
micos pertenecen o no, a las "relaciones internacionales"? 
Parece igualmente difícil responder afirmativa corno negativamente. Las\ 
relaciones entre los Estados, es decir, las relaciones verdaderamente inter-
estatales, constituyen el tipo de relaciones internacionales por excelencia: 
así, los tratados representan un ejemplo indiscutible de relac'.ones interesta-
tales. Supongamos que los intercambios económicos de país a país vengan 
30 Introducción 
regulados integralmente por un acuerdo entre Estados; en esta hipótesis 
pertenecerán sin. duda al campo de estudio de las relaciones internacionales'. 
Supongamos, por el contrario, que los intercambios económicos a uno y otro 
lado de las fronteras se vean sustraídos a una reglamentación estricta y su-
pongamos también que el libre-<:ambio reine; desde ese momento, las com. 
pras en Francia de mercancías alemanas y las ventas en Alemania de mer-
cancías francesas serán actos individuales que no presentarán las caracte-
rísticas propias de las relaciones interestatales. 
Esta dificultad es real, pero cometeríamos un error, al parecer, si exa-
gerásemos su importancia. Ninguna disciplina científica lleva consigo un 
trazado neto de fronteras. En primer lugar, no tiene casi importancia el 
saber dónde terminan las relaciones internacionales, y tampoco en precisar 
a partir de qué momento las relaciones interindividuales cesan de ser rela-
ciones internacionales. Tenernos que dete;minar el centro de interés. el sig-
nificado propio de) fenómeno o de las conductas que constituyen el eje de 
f este campo específico. Ahora bien, el centro 'de las relaciones internacionales 
I
! viene constituido por las relaciones que hemos llamado interestatales, aque-
llas que ponen en relación las unidades como tales. 
[: 
Las relac:ones interestatales se expresan en y por me.dio de conductas 
específicas, las de aquelfos pernonajes que yo llamaría simbólicos: el diplo-
mático y el soldado. Dos hombres, y tan sólo dos, actúan plenamente no__ya 
corno miembros cualesquiera, sino en el papel de representantes de las co-
lectividades a que pertenecen. El embajadoren el ejercicio de sus funciones 
es la unidad política en nombre de la cual habla; el soldado en el campo 
de batalla es la unidad política, en nombre de la cual da muerte a su prójimo. 
Fue precisamente porque alcanzó a un embajador por lo que el golpe de aba-
nico del bey de Argel ha adquirido un valor de suceso histórico. Y porque-
lleva un uniforme y porque actúa en cumplimiento de· su deber, por lo que 
el ciudadano de los estados civilizados mata sin problemas de conciencia. 
El embajador ' y el soldado viven y simbolizan las relaciones internacio-
nales que, en tanto que interestatales, nos llevan a la diplomacia y a la gue-
. rra. ~Las relaciones interestatales presentan una característica original que 
las distingue de cualesquiera otras relaciones sociales : se desarrollan a la 
sombra de la guerra o, para emplear una expresión más rigurosa, las rela-
H cienes entre Estados llevan consigo, por esencia, la alternativa de la guerra 
~o de la paz. Así como cada Estado tiende a reservarse para sí mismo el 
f monopolio de la violencia, los Estados, a lo largo de la historia, al reconccerse 
l recíprocamente, han reconocido al mismo tiempo la legitimidad de las gue-
rras que se hacían. En determinadas circunstancias, el reconocimiento recí-
1 No hay ni que decir que, en este signifo:ado abstracto, el hombre de Estado, el 
m.inistro de Asuntos Exteriores, el Primer Ministro, el Jefe. del Estado son también. 
en algunas de sus aptitudes, embajadores. Representan la uñidad política en cuanto 
tal. 
Los niveles conceptuales de .Ja compi;ensión 31 
proco de Estados enemigos fue llevado hasta su fin lógico: ca~a Estado 
utilizaba únicamente su· ejército regular y rechazaba la provocación de la 
rebelión en el interior del Estado al que combatía, rebelión que habría de-
bilitado al Estado enemigg, pero que también habría destruido el monopolio 
de la violencia legítima que intentaba salvaguardar. 
Ciencia de la paz y ciencia de la guerra, la ciencia de las relaciones iiiter-
nacionales puede servir de fundamento a las artes de la diplomada y de. la 
estrategia, métodos estos dos, complementarios y opuestos, 'a través de los 
cuales se lleva a cabo el comercio entre los Estados. "La guerra no perte-
nece al dominio de las artes ni de las ciencias, pero sí al de la existencia 
50cial. Es un ccnflicto de grandes intereses solucionados con la sangre, hecho 
éste por el que se distingue de los demás confEctos. Convendría compararlo 
mejor que a un arte cualquiera, al comercio, que es también un. conflicto de 
intereses y de actividades humanas; todavía se asemeja más a la política, 
que podría ser comparada a su vez, al menos ~n parte, a una especie de co· 
mercio en gran escala. Además, la política es el medio material en el que la 
guerra se desarrolla, en el que sus caracteres .generales, formados ya rudi-
mentariamente, se esconden como las propiedades de las criaturas vivientes 
lo hacen en sus embriones" '. 
Por lo tanto, nosotros comprendernos a la vez por qué las relaciones in-
ternacionales ofrecen un centro de interés para ser una disciplina particular 
y por qué escapan a toda delimitación precisa. Los historiadores no han ais-
lado nunca las descripciones de los sucesos que se refieren a las relaciones 
entre los Estados, aislamiento que hubiera sido efectivamente imposible, ya 
que las peripecias de las campañas militares y de las combinaciones diplomá-
ticas están ligadas, de múltiples maneras, a las vicisitudes de los destinos 
nacionales, o a las rivalidades de las familias reales o de las clases socia-
les. La ciencia de las relaciones internacionales no puede, al igual que la\ 
historia diplomática, desconocer los lazos múltiples que existen entre lo que 
tiene lugar en la escena diplomática y lo que pasa en los escenarios nacio-
nales. No puede tampoco separar rigur-0samente las relaciones interestatales \ 
de las relaciones interindividuales que afectan a diversas unidades políti- t 
cas. Pero, en tanto que la humanidad no haya llevaba a cabo su unifi,~· 
ción en un Estado universal, subsistirá una diferencia esencial entre la política 
interior y la política extranjera. Aquélla tiende a reservar el monopolio de la 
violenc'.a a los detentadores de la autoridad legítima, mientras que ésta ace~ 
ta la pluralidad de centros de las fuerzas armadas. La política, en cuanto 
concierne a la organización interior de las colectividades, tiene por finalidad 
inmanente la sumisión de los hcmbres al imperio de la ley. La política, en la 
medida en que afecta a las relaciones entre los Estados, parece tener como 
l Kal'l von CLAUSEWITZ, De la Guerre. libro rr. capítnio IV. página 45. Las re-
ferencias son a la edición publicada por las Editions de Minuit, París. 1950. 
32 Introducción 
significado -ideal y objetivo a la vez- la simple supervivencia de los Estados 
frente a la amenaza virtual que trae consigo la existencia de los demás Esta-
dos. De aquí la oposición frecuente en la filosofía clásica: el arte político 
· enseña a los hombres a vivír en paz en el interior de las colectividades, y en-
seña a las colectividades a vívir tanto en paz ·Como en guerra. Los Estados 
no han salido aún, en sus relaciones mutuas, del estado de naturaleza. Si lo 
hubieran conseguido, no habría ya teoría de las relaciones internacionales. 
Se nos objetará que esta oposíción, clará ,al _nivel de las ideas, no lo es 
tanto al nivel de los hechos. Ello supone, en efecto, que las unidades políticas 
estén circunscritas, Sean identificables. Ese es el caso cuando esas unidades 
están representadas por diplomáticos y por soldados uniformados, o de otro 
modo, cuando ellas ejercen efectivamente el monopolio de la violencia legí-
tima, reconociéndose recíprocamente. En ausencia de naciones, conscientes 
de ellas misrr¡as y de Estadps jurídicamente organizados, la política interior 
y la política"exterior .tienden a ·confundirse, ya que aquélla no es esencial-
mente pacífica y esta última tampoco es radicalmente belicosa. 
¿Bajo qué rúbrica convíene encasillar a las relaciones entre soberano y 
vasallos, en la Edad Media, cuando el rey o el emperador no poseían casi 
fuerzas armadas que les obedecieran incondicionalmente, y cuando los ba-
rones les prestaban juramento de fidelidad, pero no de disciplina'! Por defi-
nición, las fases de soberanía difusa y armam,entos dispersos parecen rebeldes 
a su caracterización conceptual, mientras que esta última conviene a las uni-
dades políticas, delim:tadas en el espacio y separadas unas de otras por la 
conciencia de los hombres y el rigor de las ideas. 
1 
·~ 
La incertidumbre de la distinción. entre conflictos que opongan a dife-
rentes unidades políticas y conflictos que tengan lugar en el interior de una ' 
misma unidad polít:ca, hace a veces su aparición, aún en períodos de sob~ - . 
ranfa concentrada y legalmente reconocida. Es suficiente con que, en una 
provincia, parte integrante del terrítorio de un Estado, una fracción de 
la población se niegue a someterse al poder central e inicie una lucha 
armada, para que el combate, guerra civil bajo .la ley internacional, sea .con-
siderado como una guerra extranjera por aquellos que juzgan a los rebeldes 
como intérpretes de una nación existente o a punto de nacer. Si la Confede-
ración hubiese triunfado, los Estados Unidos se hubieran dividido en dos 
Estados y la guerra de Secesión, que había comenzado como una guerra 
civil, hubiera terminado como una guerra extranjera. 
Imaginemos, en el futuro, un Estado universal 'que englobe a la humani-
dad entera. En teoría, no habría ya ejército (el soldado no es ni un policía 
ni un verdugo, y pone en riesgo su vida frente a otro soldado), sino sola-
mente una policía. Si una provincia o un partido se alzaran en armas, el Es-
tado único y planetario los declararía rebeldes y los trataría como tales. Sin 
embargo, esta guerra civil, episodio de política interior, parecería retrospec-
Los niveles conceptu:tles de la comprensión 33 
; mente una vuelta a la políticaextranjera, en el caso de que la víctoria 
~valos rebeldes trajera cons:go la desintegración del Estado universal. 
e Este equívoco, que víene implicado en el objeto de las "relaciones inter-
nacionales", no es imputable a la insuficiencia de nuestros concep~os: est~ 
inscrito en la misma realidatl de las co.sas. Nos recue.rda una ~e'!' mas, por. s1 
hiciera falta, que el curso de las relaciones entre umdades poht1cas_ se ~e m-\: 
fluido, de múltiples maneras'. por los suces:c;s que tienen lugar en el mtenor de 
esas mi,smas unidades. Nos recuerda tamb1en que lo que las guerras ponen en 
juego es' la existencia, la. creación o la elimi¡¡ación de los E~ta?os. A fu~rza 
de estudiar el comerc;o entre Estados organizados, los especialistas termman 
por olvidar a menudo que el exceso de debilidad no es menos temible para 
la paz que el exceso de fuerza. Las zonas, ~on motivo de las. cuales est~~lan 
los conflictos armados, son a menudo aquellas donde las umdades poht1cas 
comienzan a descomponerse. Los Estados que se saben, o se creen, conde-
nados despiertan los apetitos rivales o, en una tentativa desesperada de 
sa1vación, provocan la explosión que los consumirá. 
¿Pierde toda oríginal'.dad, todo limite neto, el estudio de las relaciones 
internacionales· por extenderse al nacimiento y a la muerte de los Estados? 
Aquellos que imaginaban, por adelantado, que las. relaciones internacion~l~s 
son diferenciables concretamente, se verán decepcionados por este anáhs1s, 
pero esta decepción no está justificada. Teniendo como tema central las· re la-
dones interestatales en su significado específico, es decir, en su característica 
de alternativa y de alternancia de la paz y de la guerra, la disciplina desti-
nada al estudio de las relaciones internacipnales no puede hacer abstracción, 
ni de las diversas modalidades de comercio entre las naciones e imperios, ni 
de los determinantes múltiples que actúan en la diplomacia mundial. ni 
de las circunstanc:as en las cuales los Estados aparecen y desaparecen. Una 
ciencia o filosofía total de la política englobaría a las relaciones internaciona-
les corno uno de sus capítulos, pero este capítulo guardaría su originalidad, 
ya que trataría de las relaciones entre unidades políticas, cada una de las 
cuales reivindica el derecho de hacerse justicia a sí misma y de ser la única 
dueña de la decisi6n de combatir o de no hacerlo. 
2 
Intentaremos captar las relaciones internacionales en tres niveles distintos 
de conceptuación, examinando a continuación, los problemas, éticos y prag-
máticos, que se plantean ante el hombre de acción. Sin embargo, antes de 
caracterizar estos tres niveles, querríamos mostrar que existen otros . dos sec-
tores de actividad humana -'-un deporte y la economía- que se prestan a 
una distinción semejante de modos de conceptuación. 
34 Introducción 
Consideremos el deport~ ~ue en Francia. es llamado foot-ball association. 
La teoría, :iquélla que se dinge a los profanos, consiste en precisar la natu-
raleza del 1uego y las reglas a las que está sometido. ¿Qué número de juga-
dores se enfrentan a uno y otro lado de la línea divisoria? ; Cuáles son l 
di l
.d u os 
me os que os ¡uga ores tienen, o no, el derecho de emplear (tienen el dere-
c~o de toca~ el balón con la cabeza, pero no con la mano). ¿Cómo se d:s-
tnbuyen los ¡ugadores de acuerdo con las diferentes líneas (delanteros, medios 
Y defens.as)? ¿De qué manera combinan sus esfuerzos e impiden los de sus 
adv~rsanos? Esta teoría abstracta es conoeida -por los practicantes y por los 
~fic10nados. El entrenador no tiene ninguna necesidad de recordársela a los 
1uga~or~s. P~r el co~tr~io, dentro del marco trazado por las reglas, pueden 
rnrgir s1tuac1ones múltiples, bien sea sin intención deliberada por parte d 
nadi,7, bien por la intención, concebida por adelantado, de los actores. En cad: 
part1i::lo, el -entrenador traza por adelantado un plan, precisa la misión de 
cada uno (un medio determinado se acomodará a, los movimientos de un de-
lantt:ro adverso~, fija las obligaciones y las responsabilidades de unos y 
otros en d~termmadas coyunturas típicas o previsibles. En esta segunda etapa 
de la teona, ésta se descompone. en discursos múltiples, dirigidos a los di-
ferentes actores: hay una teoría sobre la conducta eficaz del extremo, del 
delantero centro o del defensa, al mismo tiempo que. de la conducta eficaz 
de la totalidad o de parte del equipo en circunstancias definidas. 
_i::n la etap~ siguiente, el teór:co ya no es ni ii:ístruéfor ri(éntrenador.~si~~ 
soc10logo. ¿Como se desarrollan los partidos; no en la pizarra, sino en el 
terreno ~e juego? ¿Cuáles son las características de los métodos adoptados 
por l_os ¡ugadores de éste o aquel país? ¿Existe un football latino, inglés 0 
amencano? ¿Cuál es el papel del virtuosismo técnico y de la cualidad moral 
en el .éxito de los equipos? Es imposible dar una respuesta a estas cuesticr-
nes. s:n hacer un estudio histórico. Hace falta observar el desarrollo deJ.os 
partidos, la evolución de los métodos, la diversidad de las técnicas y de los 
te~peramentos. E:I sociólogo del deporte podría buscar las causas que deter-
mma~, . en una cierta época o constantemente, las victorias de una nación 
(co?diciones excepcionales, número de los participantes, apoyo del Estado 
etcetera). ' 
El sociólogo es tributario a la vez del teórico y del h:storiador. Si no 
comprende la lógica del juego, seguirá en vano las evoluciones de los juga-
dores. No. ll~ga!~ a descubrir el sentido .de las diversas tácticas adoptadas, 
del marcaje md1VI~ual o del marcaje por zonas. Sin embargo, las proposicio-
nes. generales relat~vas a los factores de la potencia o a las causas de la vic-
toria, no son suficientes para explicar la derrota del equipo húngaro en una 
final de la Copa del Mundo, ni para satisfacer plenamente nuestra curiosi-
dad. El desarrollo de un partido individualizado no está nunca determinado 
ni por la lógica del juego, ni por las causas generales del éxito, y determinado;· 
Los niveles conceptuales de la comprensión 35 
partidos, al igual que ciertas guerras ejemplares, son dignos de la descrip-
ción que los historiadores consagran a las consecuciones de los héroes. 
Después del sociólogo y del historiador. hace su intervención un ,cuarto 
personaje inseparable de los actores: el árbitro. Las reglas vienen consignadas 
en los textos, pero ¿cómo· hay que interpretarlas? El hecho, condición de las 
sanciones (la falta con la mano), ¿ha sido efectivamente realizado en tales 
o cuales circunstancias? La decislón del árbitro es inapelable; pero, inevita-
blemente, los jugadores y los espectadores juzgan silenciosa o ruidosamente 
al propio juez. El deporte colectivo, confrontación de equipos, suscita una se-
rie de juicios, laudatorios o críticos, hechos por los jugadores, unos con res-
pecto a los otros, por los partidarios entre sí. por un equipo con respecto al 
equipo opuesto, por los jugadores acerca del árb'.tro y por los espectadóres 
con respecto a los jugadores y al árbitro. Todos estos juicios oscilan entre 
la apreciación de la eficacia (ha jugado bien), la apreciación de la corrección 
(ha respetado las reglas) y la apreciación de la modalidad deportiva (un 
equipo determinado ha actuado de acuerdo con·.el espíritu del juego). Aún 
en ~l deporte, no todo lo que no es estrictamente proh:bido está por ello 
moralmente .permitido. Por último, la teoría del football podría considerar 
al deporte en·· sí mismo, en relación con los hombres que fo practican o 
con la sociedad entera. ¿Es un deporte favorable a la salud física y moral 
de los jugadores? ¿Debe el Gobierno, pues, favorecerlo? 
Volvemos a encontrar así los cuatro niveles de conceptuación que hemos 
distinguido, la esquematización de los conceptos y de los sitemas, las causas 
generales de los acontecimientos, la evolución del deporte o el desarrollo de 
... : .... 11rtido determinado, los juicios. pragmáticos o éticos, que se refie· 
ren tanto a las conductasen el interior de la esfera considerada, como al 
sector considerado en sí mismo como un todo. 
La conducta diplomática o estratégica presenta cierta analogía con la 
conducta deportiva. Trae también consigo co-0peración y compefción a un 
mismo tiempo. Toda colectividad se encuentra rodeada de enemigos, de 
amigos, de neutrales ó de indiferentes. No hay terreno diplomático que pueda 
delimitarse con cal, pero sí existe una esfera diplomática en la cual figuran 
todos los actores susceptibles de intervenir en caso de un conflicto genera-
lizado. La disposición de los jugadores no está fijada, de una vez para siem-
pre, por las reglas o por las tácticas impuestas por la costumbre, pero encon-
tramos ciertas agrupaciones características de los actores que constituyen 
otras tantas situaciones esquemáticamente dibujadas. 
Cooperativa y competitiva, la conducción de la políf.ca extranjera es ade-
más, por naturaleza. de carácter aventurado. El diplomático y el estratega 
actúan, es decir, se deciden, en un determinado sentido, antes de haber re-
unido todos los conocimientos deseables y'imtes de haber adquirido una cer-
tidumbre. Su acción se basa en probabilidades. No sería razonable si recha-
zase el riesgo, mienn:as que sí lo es en la medida en que lo calcula. Pero 
36 Introducción 
nunca se eliminará la incertidumbre que surge de la imprevisibilidad de l 
reacciones humanas (¿qué hará el otro, general u hombre de Estado Hitlas 
tali 
• er 
o S n ?), del secreto del que se rodean los Estados y de la imposibilidad 
de saberlo todo antes de comprometerse en la acción. La "gloriosa incerti-
dumbre del deporte" t:ene su equivalente en la acción política, violenta 
no. No imitemos a los historiadores que creen que el pasado ha sido siem~ 
pre fatal y que suprimen la dimensión humana del suceso. 
Las expresiones que hemos empleado para caracterizar la sociología (cau-
sas del éxito, caracteres nacionales de su práctica· en diversas partes) y la his-
toria del. dep?rte (o de una. parte. de él) ~ aplican igualmente a la soc:ología 
y a la h1stona de las relac10nes mternac1onales. Son la teoría nacional y la 
praxeología las que difieren esencialmente de una esfera a otra. Comparada 
con el fútbol, la política extranjera se nos presenta singularmente indeter-
mi_na~. La finalidad de sus actores no es tan simple corno la de hacer pe-
netrar un bafón más allá de una línea olanca. Las reglas del juego diplomá-
tico están imperfectamente cod:ficadas y cualquier jugador las puede violar 
cuando en ello encuentre ventaja. No hay árbitro y aún cuando el conjunto 
de los actores intenta dar su juicio (Naciones Unidas), los actores nacionales 
no se someten a las decisiones de este árbitr'J colectivo, -cuya imparcialidad 
se presta a discusión. Si la rivaEdad de las naciones evoca a un deporte, es 
con demasiada frecuencia a la lucha libre, un cat~lí que sería auténticamente 
aquello de lo cual es ahora simulacro. .. · : __ . .. ---·. _ 
De una manera más general, la conducta deportiva presenta tres rasgos 
singulares: el objetivo y las reglas del juego están claramente precisados: 
el partid-o se juega en el interior de un espacio cerrado, el número de parti-
cipantes es fijo y el sistema delimitado hacia el exterior, está estructurado 
en sí mismo. Las conductas se ven sometidas a reglas de eficacia y a las 
decisiones del árbitro, de tal forma que los juicios morales o semi-morales se -
refieren al espíritu con el que los jugadores practican el juego en sí. A prO-
pósito de cada una de las ciencias sociales, se puede uno preguntar si, y en 
qué medida, el objetivo y las reglas están defin:dos, y si, y también en qué 
medida, los actores están organizados en un sistema y las conductas indivi-
duales sometidas a obligaciones de eficacia o de moralidad. 
Pasemos del. deporte a la economía. Toda sociedad tiene ·un problema 
económico, bien tenga o no conciencia de él, y lo resuelve de 'una determi-
nada manera. Toda sociedad debe satisfacer las necesidades de sus miembros 
con recursos limitados. La desproporción entre los deseos y los bienes no 
es siempre comprendida e-orno tal. Aceptando como normal, como tradicio-
nal, un determinado modo de vida, puede ocurrir que una colectividad no 
aspire a nada más allá de lo que ya posee. Una colectividad como ésta será 
pobre en sí, pero no para sí. Añadiríamos -lo que no constituye una para-
·doja más que en apariencia- que las sociedades no han estado nunca tan 
conscientes de su pobreza como en nuestra época a pesar del crecimiento 
Los niveles concepruales de la comprensión 37 
prodigioso de sus riquezas. Los deseos han crecido aún más deprisa que los 
recursos. La limitación de estos recursos parece escandalosa a partir del mo-
mento en que la capacidad de producir se considera, equivocadamente, corno 
ilimitada. ' 
Lo económico es una c¡itegoría fundamental del pensamiento, una dimen-
sión de la existencia individual o colectiva. Esta categoría no puede confun-
dirse con la de raTeza o la de pobreza (desproporción entre deseos y recur-
sos). La economía como problema supone solamente rareza o pobreza; la 
economía como solución supone que los hombres sean capaces de vencer 
su pobreza de diferentes maneras y que tengan la posibilidad de escoger en-
tre las distintas maneras de utilización de sus recursos; es decir, y en otros 
términos, supone el problema de elección que el mismo Robinson, en su 
isla, no ignoraba: Robinson posee su tiempo de trabajo y puede escoger una 
cierta distribución de las horas del día entre el trabajo y el ocio, una cierta 
distribución de su trabajo entre los bienes de consumo (alimentos) y las in-
versiones (habitación). Lo que es cierto del individuo, lo es mucho más aún 
de la colectividad. Como quiera que la fuerza de' 'trabajo es el recurso pri-
mario de las sociedades humanas, la multiplicidad de las utilizaciones posibles 
de los recursos viene dada desde un principio.- A medida que la economía 
so complica, las posibilidades de elección se multiplican y los bienes se hacen 
cada vez más fácilmente sustituibles. El mismo objeto puede servir a diver-
sos fines, y diversos objetos pueden ser utilizados para un mismo fin. 
Pobreza y elección --considerando a la pobreza corno el problema plan-
teado a las colectividades y a una cierta elección como una solución efecti-
vamente adoptada- definen la dimensión económica de la existencia huma-
na. Los hombres que· ignoran la pobreza po,rque iguoran el deseo, no tienen 
conciencia de esta dimensión económ:ca. Viven de la misma manera que vi-
vieron sus antepasados y de la misma forma en que siempre han vivido ellos 
mismos. La costumbre es tan fuerte que llega a excluir el sueño, la insatis-
facción, la voluntad de progreso. Existiría una fase post-económica si, junto 
con la rareza, la obligación de elección, del trabajo penoso, desapareciera. 
Trotsky ha escrito ·en algún sitio que la abundancia era desde hoy visible 
en el horizonte de la historia, y que sólo los pequeños bur'gueses se niegan 
a creer en este futuro radiante, considerando eterna la maldición del Evan-
gelio. Es concebible un período post-económico en que la capacidad de pro-
ducción será tal que cada uno podrá consumir según su fantasía y, por res-
peto a los demás, no tomará del total más que su parte en justicia. e~ · .. ' , 
Los jugadores de fútbol quieren hacer entrar el balón dentro de un espa-
cio delimitado por dos postes verticales unidos, a dos metros del suelo, por 
un madero horizontal. En tanto que son sujetos económicos, los hombres 
quieren hacer el mejor uso de recursos insuficientes y utilizar estos últimos 
de tal manera que les permitan e/ máximo de satisfacción. Los econom:stas 
han reconstruido y elaborado de diversas maneras la lógica de estas eleccio-
38 
Introducción 
aes individuales, siendo todavía hoy en día la teoría rnarginalista la versión 
más corriente de esta ordenación racional de las. conductas económicas, in-
terpretadas a partir de los individuos y de sus escalasde preferencias. 
Aunque la teoría recorra el itinerario que va de la elección individual al 
equilibrio global, me parece a mí, tanto desde un punto de vista lógico como 
filosófico, que es preferible partir de la colectividad. Los caracteres especí-
ficos de ia realidad económica no se descubren, en efecto, sino al nivel del 
conjunto. Las escalas individuales de preferencias no difieren quizá funda-
mentalmente en el interior de una sociedad determinada, ya que todos los 
individuos se adhieren, en mayor o menor grado, a un sistema común de va-
lores. Sin embargo, las actividades que tienden a la potenciación al máximo 
de las satisfacciones individuales estarían mal definidas si la moneda no 
intro_duje:a la posibilidad de una medida más segura y universalmente cog-
noscible. Los negros preferían, lógícarnente, las baratijas al marfil, en tanto 
Y en cuanto los objetos intercambiados no pertenecían al mismo mercado y 
no tenían, cada uno de ellos, su propio precio en plata. 
La cuantificación monetaria permite reconocer las igualdades contables 
dentro de la economía total. Estas igualdades contables, desde los cuadros 
fisiocráticos hasta los estudios modernos de contabilidad nacional, no nos 
facilitan la explicación de los intercambios, pero constituyen las evidencias a 
P.artir de las cuales la economía puede esforzarse en captar variables prí~a­
nas o secundarias, o determinantes y determinados. De la misma forma la 
solidaridad recíproca de las variables, corno la interdependencia entre 'los 
elementos de la economía, se imponen a la observación. Modificar un pre-
cio es, indirectamente, moe!ificar todos. Reducir o aumentar las inversiones 
bajar o elevar los tipos de interés, es. cada vez más, actuar sobre el product; 
nacional, al igual que sobre la distribución de este producto entre las distin-
tas categorías. 
Todas las teorías económicas, sean microscópicas o macroscópicas, o de 
inspiración liberal o socialista, ponen su énfasis en la interdependencia de las 
variables económicas. La teoría del equilibrio, al estilo de un Walras 0 de 
un Pareto, reconstruye el conjunto a partir de las elecciones individuales 
definiendo al mismo tiempo un punto de equilibrio, que sería también el 
punto de máxima de la producción y de las satisfacciones (considerando 
una determinada distribución de' las rentas, como punto de partida). La teo-
ría keynesiana o las teorías macroscópicas captan directamente la unidad 
total del sistema y se esfuerzan en deducir las variables determinantes, sobre 
las que hay que actuar para evitar el sub-empleo y para llevar el producto 
nacional a su máximo posible. 
El fin de la actividad económica, en un principio, nos aparece, por lo 
tanto, definido: "la maximación" de las satisfacciones para el individuo que 
escoge racionalmente; maximación de los recursos monetarios, en la fase 
posterior, considerando a la moneda como el intermediario universal entre 
Los ruvdes conceptuales de la comprensión 39 
los bienes. Ahora bien, esta definición deja lugar a una serie de incertidum-
bres: por ejemplo, ¿a partir de qué momento ,prefiere el individuo el ocio 
al aumento en sus ingresos? Es más, la incertidumbre o, si se quiere, la inde-
terminación, se convierte en esencial si consideramos a la colectividad. 
El "problema económico" se plantea a una colectividad: es ella la que, 
a través de una cierta organización de la producción, de los intercambios y 
de la distribución, escoge una solución. Esta solución lleva consigo una parte 
de cooperación entre los individuos y una parte de competencia. Ni la co-
lectividad considerada globalmente, ni los sujetos económicos se encuentran 
en situaciones que impongan como razonable una determinada decisión, Y 
sólo una. 
Maximación del producto nacional o reducción de las desigualdades, ma-
ximación del crecimiento o mantenimiento de un nivel elevado de consumo; 
maximación de la cooperación impuesta autoritariamente por los poderes 
públicos o el libre curso concedido a los mecanismos de la competenc:a, és-
tas son las tres alternativas que las sociedades todas dilucidan de hecho, aun-
que la elección no sea una consecuer.cia lógicamente deducible partiendo de 
la finalidad inmanente de la actividad económica. Dada la pluralidad de ob-
íetivos a que t'.enden las sociedades, toda solución económica, hasta el pre-
sente, implica un pasivo al mismo tiempo que un activo. Es suficiente con 
que se haga intervenir al transcurso del tiempo (¿qué sacrificios deben con-
sentir los vivientes en beneficio de aquellos que vendráp tras ellos?) y a la 
diversidad de los grupos soc:ales (¿qué distribución se impone a partir de 
una cierta organización de la producción?), para que ninguna solución del 
problema económico pueda ser considerada como razonablemente obligato-
ria en unas determinadas circunstancias. La finalidad inmanente de la acti-
vidad económica no determ'.na, de una manera unívoca, ni la elección de 
los individuos, considerados independientemente. ni la elección de las colec-
tividades, consideradas globalmente. 
En función de este análisis, ¿cuáles son las modalidades de la teoría eco-
nómica de tipo racional? Como qu'era que el problema económico es fun-
damental, entre la fase de la inconsciencia y la posible fase de la abundan-
cia, el teórico se esfuerza por elaborar, en primer lugar, los conceptos esen-
ciales del orden económico, en cuanto tal (producción, intercambios. re-
partición, consumo, moneda). 
El segundo capítulo, el más importante. es el del análisis, elaborac'.ón o 
reconstrucción de los sistemas económicos. Marginalistas, keynesianos, espe-
cialistas de la contabilidad, partidarios de la teoría de los· juegos, cualesquie-
ra que sean sus diferencias. todos tienden igualmente a delimitar la textura 
inteligible del conjunto económico y las rP.laciones recíprocas entre las va-
riables. Las controversias no se refieren a esta textura en sí misma, cuya ex-
pres10n nos viene dada en las igualdades contables. Nadie pone en duda la 
igualdad contable entre el ahorro y la inversión, pero esta igualdad es un 
... 
40 Introducción 
resultado estadístico ex post facto y los mecanismos a través de los cuales 
es obtenible son complejos y a menudo oscuros. La discusión se refiere al 
problema de saber si, y en qué circunstancias, el exceso de ahorro puede 
ser motivo de la aparición del sub-empleo y si, y también en qué circuns-
tancias, el ahorro provoca reacciones de carácter tal corno para poner fin al 
sub-empleo, además de saber si es posible un equilibrio sin pleno empleo y 
en qué cond:ciones. 
En otras palabras, ni el esquema walrasiano del equilibrio, ni los esque-
mas modernos de la contabilidad nacional se prestan a refutación, en tanto 
que esquemas. Por el contrario, los modelos de sub-empleo o de crisis, que 
pueden ser extraídos de las teorías, son discutibles en la medida en que su-
gieren una explicación o previsión de los hechos. Los "modelos de crisis" 
-relaciones determinadas entre las diversas variables del sistema- son com-
parables ton los "esquemas de situación" en un juego, con la diferencia de 
que los sujetós económicos corren el riesgo de no conocer la situaciSn exac-
Ui creada por las relaciones entre las variables, mientras que los jugadores 
de fútbol pueden ver la pos:ción exacta de sus rivales y de sus compañeros. 
La teoría económica, tal y como vénimos de esbozarla, se esfuerza en ais-
lar el conjunto económico -el conjunto de conductas que resuelven de hecho 
bien que mal, el problema de la pobreza- y en poner el énfasis sobre el 
carácter racional de estas conductas, es decir, sobre las elecciones para el 
empleo de recursos limitados, cada uno de los cuales implica una multiplici-
dad de utilizaciones. Toda teoría, cualquiera que sea su inspiración, sustitu-
ye a los hombres concretos por sujetos económicos, cuya conducta está sim-
plificada y como racionalizada. Reduce a un pequeño número de determi-
nantes las circunstancias múltiples que influyen sobre ).¡¡,actividad económi-
ca. Considera corno exógenas a ciertas causas, sin que la d:stinción entr~ los 
factores exógenos y los factores endógenos sea constante, de una época a 
otra, o de un autor a otro. La sociología es un intermediario indispensable 
entre la teoría y acontecimiento, pero la superación de la teoría hacia la 
sociología puede realizarse de distintas maneras. 
La conducta de los sujetos económicos, empresarios, obreros o consumi-
dores, no está nunca determinada unívocamente por la noción de un máxi-
mo: la elección en favor de un incremento de los ingresos, o de una dismi-
nución del esfuerzo, depende de los datos psicológicos, irreductibles a una 
formulación general. De una manera más amplia, la conducta efectiva de los 
empresarios o de los consumidores viene influida por los modos de vida, las 
concepc'.ones morales o metafísicas, la ideología o los valores de una deter-
minada colectividad. Existe por lo tanto una sociología, o una psicosociología 
económica, cuya finalidad es la de comprender la conducta de los sujetos 
económicos a través de su comparación con los esquemas de la teoría, o por 
medio de la determinación de las elecciones efectivamente realizadas entre 
las diferentes clases de rnaximación elaboradas por la teoría . 
Los niveles conceptuales de la comprensión 41 
La sociología puede darse también como objetivo, la reintroducción de 
un sistema económico en el conjunto social, o la continuación de la acción 
recíproca que las distintas esferas de actividad ejercen unas sobre otras. 
P.or último, la sociología puede tener como objeto una tipología h'.stóricat. 
de las economías. La teoría determina las funciones que deben cumplirse ell'• 
cualquier economía. Medida de valores, conservación de estos últimos, dis-
tribución de los recursos colectivos entre los distintos empleos, adecuación 
de los productos a los deseos de los consumidores, todas estas funciones son 
siempre realizadas de hecho, mejor o peor. Cada régimen está caracte-
rizado por la modalidad en que se cumplen las funciones indispensables. En 
particular, para referirnos a nuestra época, cada régimen concede una parte, 
de mayor o menor amplitud, a la planificación central o a los mecanismos 
de mercado : aquélla representa la acción cooperativa sometida a una auto-
ridad superior, éstos son una forma de acción competit:va (la competencia. 
en conformidad a unas reglas, asegura la función de repartir los ingresos 
entre los individuos y da uóos resultados que no han sido ni concebidos ni 
decididos o queridos por nadie). 
El historiador . .<;le la economía es deudor del teórico. que le facilita los 
instrumentos de comprensión (conceptos, funciones y modelos), como lo es 
del sociólogo, t¡ue le indic:i el marco en el que se desenvuelven los sucesos 
y que ayuda a captar la diferencia entre los distintos tipos sociales. En cuan-
to al experto, al m'nistro o al filósofo, es decir, a aquellos que aconsejan, de-
ciden o actúan, hay que tener en cuenta que todos ellos tienen necesidad de 
conocer los· esquemas racionales, las determinantes del sistema y las regula-
ridades de la coyuntura. Es más. para tomar parti_do a favor o en contra de un 
régimen. y no de una medida tomada en el interior de ese mismo régim<"n, 
hace falta conocer, en primer lugar, los méritos y deméritos probables de 
cada régimen y luego aquello que se exige de la economía: ¿cuál es la 
sociedad perfecta y ' qué influencia ejercen determinajas instituciones de 
orden económico sobre la existencia? La praxeología, que sucede necesaria-
mente a la teoría, a la -sociología y a la historia, vuelve a poner en duda las 
premisas de esta comprensión progresiva: ¿cuál es el sentido humano de 
la dimensión económica? 
El objetivo de la acción económica no es tan simple como el de la ac-
ción deportiva, pero, aunque haya numerosas nociones de máximo, las teorías 
pueden reconstruir las conductas de los sujetos económicos al definir de una· 
cierta manera el máximo buscado y, acto seguido, las implicaciones de lo 
racional. El sistema económico está menos r'.gurosamente estructurado que· 
el sistema constituido por un partido de fútbol: ni los límites físicos, ni los 
jugadores de un sistema económico están tan precisamente determinados, pero 
de todas formas la solidaridad recíproca entre las variables del sistema eco-
nSmico y las igualdades contables permiten, una vez ajmítida la h:pótesis 
de racionalidad, captar la textura del conjunto a través de sus elementos .. 
+2 Introducción 
En cuanto a las directrices de la acción, que quieren ser racionales al mivel d 
la teoría Y razonables al nivel de lo concreto, consagran la eficacia, cuand e 
se ha propuesto un objetivo unív<JCo; la moralidad, cuando se trata de re~ 
petar las reglas de la competencia, y los valores últimos, cuando nos 
preguntam-0s acerca de la dimensión de la vida, acerca del trabajo y del ocio 
o de la abundancia y el poder. ' 
3 
Volvam-0s a la política extranjera y preguntémonos cómo vienen caracte-
rizados, en esta esfera, los diversos niveles de conceptuación. 
Toda cqnduct:;i,, ~~mana, en Ia medid.a en que ella no es un simple reflejo 
o el acto de un ena¡enado, es comprensible. Pero existen ·múltiples modos de 
inteligibilidad. La conducta del estudiante que viene a escuchar una deter-
minada clase, porque hace frío fuera o porque no tiene nada que hacer en-
tre dos clases, es comprensible, hasta podríamos dec:r que es "lógica" (según 
la expresió!l de Pareto) o "racional" (de acuerdo con la terminología de Max 
Weber), si ella es el medio de evitar el frío o de llenar agradablemente una 
hora vacía. Sin embargo, no presenta las mismas características que la con-
ducta del estudiante que sigue una clase p-0rque estima que hay una posi-
bilidad de que sea interrogado en el examen sobre el terna tratado por el 
profeoor, o Ja conducta del empresario, que adopta cada una de sus de-
cisiones haciendo referencia al balance de fin de año, o la conducta del 
delantero centro que se mantiene retrasado para desconcertar al defensa cen-
tral del equipo adversario, que le sigue los pasos. 
¿Cuáles son los rasgos comunes en las conductas de estos tres actores 
-estudiante, empresario y jugador-? No es, desde luego, el modo de deter-
minación psicológica. El empresario puede ser personalmente un ser ávido 
de dinero o, por el contrario, indiferente a las ganancias. El estudiante, que 
establece la rsta de las clases que ha· de seguir en función del tiempo de que 
dispone o de la probabilidad de las preguntas que han de hacerse en el exa-
men, puede muy bien apreciar o detestar los temas que estudia, o puede que-
rer su diploma por amor propio o por necesidad de ganarse la vida. Igual-
mente, el jugador de fútbol puede ser aficionado o profesi-Onal, puede soñar 
con la gloria o con la riqueza, pero se verá determinado por las exigencias 
de eficacia que surgen del juego en sí. En otros términos, esas conductas lle-
van consigo, de una manera más o menos consc'ente, un cálculo, una com-
binación de medios con vista a unos determinados fines, o la aceptación de 
un riesgo en función de unas determinadas probabilidades. Este mismo cálcu-
lo viene dictado, ora por una jerarquía de preferencias, ora por la coyuntura 
que implica, en el juego y en la economía, una textura inteligible. 
Los niveles conceptuales de la comprensión +3 
La conducta del diplomático, o la del estratega, presenta algunas de- estas 
características, aunque, de acuerdo con la definición que de ellas hemos dado 
anteriormente, no tengan ni un objetivo tan determinado como el de los ju-
gadores de fútbol, ni siquiera una finalidad, dentro de ciertas condiciones 
relac:onadas definibles por un máximo, semejante a la de los sujetos econó-
micos. La conducta del diplomático-estratega tiene, en efecto, por carácter 
específico el estar dominada por el riesgo de la guerra y el de afrontar a los " 
adversarios en una rivalidad incesante, en la cual cada ·uno se reserva el 
derecho de recurrir a la razónúltima, es decir, a la violencia. La teoría del 
deporte se desenvuelve a partir del fin (hacer entrar el balón en la red). La 
teoría de la economía se refiere, también ella, a un fin a través del con-
cepto de maximación (aunque se puedan concebir diversas modalidades de . 
este máximo). La teoría de las relaciones internacionales parte de la plura~ i'• 
¡¡dad de centros autónomos de decisión y. por lo tanto. del riesgo de guerra,¡ 
deducieñe!o de este riesgo la necesidad del cálculo de los. medios: ¡ 
Ciertos teóricos han querido encontrar, para las relaciones internacionales, 
el equivalente del objetivo racional del deporte o de la economía. Un solo 
fin, la victoria, grita el general ingenuo olvidando que la victoria militar da 
siempre satisfacciones de amor propio, pero no s'.empre beneficios políticos. 
, Jn solo imperativo, el interés nacional, proclama solemnemente el teórico, 
escasamente menos simple que el general, corno si fuese_ suficiente con colo-
carle el adjetivo nacional al concepto de interés para._hacerle univoco. La 
política entre los Estados es una lucha por el poder y :.la seguridad, afirma 
otro teórico. como si no hubiera nunca contrad:cción entre aquél y ésta, como 
sr las personas colectivas, a diferencia de las personas individuales, se vieran 
caracterizadas por preferir la vida a las razones de .vivir. 
Tendrem-0s ocasión de discutir estas tentativas teór:cas a lo largo de este 
libro. Al principio, limitémosnos a establecer que la conducta diplomático-
estratégica no tiene una finalidad evidente, pero que el riesgo de guerra la 
obliga a calcular las fuerzas o los medios. Como intentarem-0s demostrar en 
la pr'.mera parte de este libro, la alternativa de la paz y de la guerra permite 
elaborar los conceptos fundamentales de las relaciones internacionales. 
La misma alternativa nos permite también plantear "el problema de la 
política extranjera", de la misma forma que hemos planteado el problema 
de Ja economía. Durante milenios, los hcmbres han vivido en sociedades 
cerradas, que nunca se han sometido de una manera plena a una autoridad 
superior. Cada colectividad tenía que contar, por encima de todo, con ella 
m:sma para sobrevivir, pero debía o habría debido aportar también una con-
tribución a la labor común de las ciudades enemigas, amenazadas de perecer 
juntas a fuerza de combatirse. 
El doble problema, de la su~rvivencia individual y de la supervivencia 
colectiva, no ha sido nunca solucionado duraderamente por ninguna civili-
zación. No podrá serlo definitivamente sino o través del Estado universal o 
44 Introducción 
del reino de la ley. Podríamos calificar de prediplomática la eoad ent que las 
colectividades no mantenían relaciones regulares, unas con otras, y de post-
diplomática, a aquélla de un Estado universal que no dejaría lugar a luchas 
intestinas. En tanto que cada colectividad deba preocuparse de su propia 
salvación, al mismo tiempo que de la del sistema diplomát:co o de la de la 
<!Specie humana, la conducta diplomático-estratégica no estará nunca deter-
minada racionalmente, ni siquiera en teoría. 
Esta relativa indeterminación no DOS impide elaborar, en. la pr~mera par-
'te de este libro, una teoría de tipo raciona],, yendo de los conceptos funda-
mentales (estrategia y diplomacia, medios y fines, poder y fuerza, fuerza 
gloria e idea) a los sistemas y a los tipos de sistemas. Los sistemas diplomá~ 
t:cos no están delimitados en el mapa come> un terreno de juego, ni están 
unificados por las igualdades contables o por la interdependencia de las 
variables, como en los sistemas económicos, sino que cada actor sabe, muy 
por 'encima", en relación a qué adversarios y a qué aliados debe situarse. 
La teoría, al determinar los modelos de los sistemas diplomáticos y al 
distinguir las s'.tuaciones típicas, trazadas a grandes rasgos, imita a la teoría 
económica, que elabora modelos de crisis o de sub-empleo. Empero, a falta 
.de un objetivo unívoco para la conducta diplomática, el análisis racional de -·I 
Jas relaciones internacionales no está en posición de poder desenvolverse en 
.una teoría global. 
Él capítulo VI, consagrado a una tipología de las paces y de las guerras, 
sirve de transición entre la primera y· segunda parte, entre la interpretación 'I 
inmanente de las conductas en política extranjera y la explicación sociológi-
ca, por causas materiale~ ·O sociales, del curso de los acontecimientos. 
La sociología busca las circunstancias que influyen sobre las consecuencias 
de los conflictos entre los Estados, sobre los objetivos que se asignan sus ac-
tores y sobre la fortuna de las nac:ones y de los imperios. La teoría saca a Ja 
luz la textura inteligible de un conjunto social. La sociología muestra cómo 
varían las determinantes (espacio, número, recursos) y los sujetos (naciones, 
regímenes, civilizaciones) de las relaciones internacionales. 
La tercera parte del libro, consagrada a la coyuntura actual, intenta poner 
a prueba, en primer lugar, el tipo de anális'.s que se deduce de las dos pri-
meras partes. Pero, en ciertos aspectos, y debido a la extensión planetaria de 
la esfera diplomática y a la puesta a punto de armas termonucleares, la co-
yuntura presente es única, sin. precedentes. Lleva consigo una serie de situa-
ciones que se prestan al análisis con "modelo". En este sentido, la tercera 
parte, a un nivel menos elevado de abstracción, confene a la vez una teoría 
racionalizadora y otra sociológica de la diplomacia en la edad planetaria y 
termonuclear. 
Al mismo tiempo, constituye una introducción necesaria para la última 
parte, normativa y filosófica, y en la que se ponen en duda de nuevo las hi-
pótesis iniciales. 
Los niveles conceptuales de la comprensión 45 
La economía desaparece con la rareza. La abundancia dejaría subsistir 
roblemas de organización, pero DO cálculos económicos. Igualmente, l_a gue-
~a dejaría de ser un instrumento de la polftí~a el día en qu~ _su~us1era .el 
icidio común de los beligerantes. La capacidad de producc1on mdustnal 
~~ una cierta actualidad· a la utopía de la abundancia y la capacidad des-
tructora de las armas vlielve a suscitar los sueños de paz eterna. 
Todas las sociedades han vivido· el "problema de las. relaciones interna-
cionales", muchas culturas han caído en ruinas porque no ~an sabido lin;iitar 
sus guerras. En nuestra época, no es ya sólo una cultura, smo la Humamdad 
entera la que se vería amenazada por una guerra hiperbólica. La preven~ión 
de una guerra de este carácter se convierte para todos los actores de. un ¡ue-
go diplomático en un objetivo tan evidente ·como la defensa de los mtereses 
exclusivamente nacionales. 
De acuerdo con la visión, profunda y quizá profética, de Kant, la Huma-
oidad debe recorrer el camino sangriento de las guerras para llegar a alcan-
zar, un día, la paz. Es a través de la historia como se lleva a cabo la represión 
de la violencia nat:ural y la educación del hombre para el uso de la razón. 
Capítulo I 
ESTRATEGIA Y DIPLOMACIA O DE 
LA UNIDAD DE ~A POLITICA EXTRANJERA 
"La guerra es un acto de vi-0lencia destinado a obligar al adversario a 
•hacer nuestra voluntad"'. Esta ,célebre definición de Clausewitz, que nos 
servirá como. punto de partida, no es menos válida hoy que en el momento 
en ,que fue escrita. La guerra, en tanto que acto social, sup-0ne una plurali-
dad de voluntades -encoñiradas, es decir, de colectividades políticamente or-
ganiia.das. Cada una de ellas quiere ganarle la partida a la otra. "La vio-
lencf~, es decir, la violenc:a física (ya que no existe violencia moral fuera 
de los concept-0s de Estado y de Ley), es por lo tanto el medio y el fin es 
imponer nuestra voluntad" •. 
" 
:[. Guerra absoluta y guerras reales 
Clausewitz deduce de esta definición la tendencia de la guerra a llegar 
a límites extremos o, aún más, a adoptar su forma absoluta. La razón pro-
funda de ello es lo que llamaremos la dialéctica de la lucha. 
"La guerra e.s un acto de violencia y no hay límite algunoa la manifes-
tación. de. esta violencia. Cada uno de los adversarios determ:na la ley para 
su contrario, de donde resulta una acción recíproca, que, como concepto, 
tiene que llegar a sus consecuencias extremas" '. Aquel que se negara a 
recurrir a determinadas brutalidades tendría que temer que el adversario 
obtuviera ventaja al apartar todo escrúpulo. Las guerras entre los países civi-
lizados no son necesariamente menos crueles que las guerras entre los pue-
blos sa:Ivajes. Pues la causa profunda de la guerra es fa intención hostil 
1 Clausewitz, I, l, p. 51. ' 
' Ibídem. 
1 Ibídem, p. 53. 
49 
50 Teoría. Conceptos y sistemas 
y no el sentimiento de hostilidad. La mayor parte de las veces, cuando la 
intención hostil figura en ambos bandos, las pasiones, el odio, no tardan en 
inspirar a los comb'atientes -aunque, en teoría, una guerra de importancia 
pueda ser concebible sin odi0:-. Todo lo más que podemos decir, a propósito 
de los pueblos civilizados, es que "la inteligenc'.a ocupa un mayor espacio 
en la dirección de la guerra y que les ha enseñado a emple~r la fuerza de 
una manera más eficaz que a través de esa .. brutal manifestación del ins-
tinto" 1 • Queda el hecho de que la voluntad de destruir al enemigo, inherente 
al concepto de la guerra, no ha sido -0bstaculizada, ni rechazada de ningu-
na manera, p<>r los progresos de la civU:zación. 
La finalidad de las operaciones militares, en abstracto, es la de desarmar 
al adversario. Ahora bien, como quiera que "queremos forzar al adversario 
con un acto de guerra a hacer nuestra voluntad, se hace necesario desar-
marlo .i;ea1mente o colocarlo en una posición tal que se sienta amenazado 
por esta probabilidad". Sin embargo, el adversario no es una "masa iner-
te". La guerra es el choque entre dos fuerzas vivas. "M:entras yo no haya 
derrotado a mi adversari-0, tengo que temer que me derrote él a mí. Yo no 
soy mi propio dueño, ya que él me dicta a mí su· ley, al igual que yo le dicto 
a él la mía propia" 2 • La guerra no se gana sino en el momento en que el 
adversario se somete a nuestra voluntad. Ah-0ra bien, en rigor, medimos los 
medios de que dispone y proporcionamos nuestro propio esfuerzo en su 
consecuencia. Sin embargo, __ la voluntad de ..res'stencia no es susceptible ·de 
ser medida. El adversario hace lo mismo, y cada uno aumenta sus efectivos 
como reflejo de esa voluntad hostil, p-0r lo que la lucha va, una vez más, 
hasta límites extremos. -
Esta dialéctica de la lucha es puramente abstracta y no se aplica a las 
guerras reales, tal y como éstas se desenvuelven en la historia ; aclara lo 
que ocurriría, en un duelo instantáneo, entre adversarios exclusivamente 
definidos· por la hostilidad recíproea y por la voluntad de vencer. Al m'srno 
tiempo esta dialéctica abstracta nos recuerda lo que corre el riesgo de pro-
ducirse efectivamente, cada vez que la pasión o las circunstáncías acercan 
una lucha histórica al modelo ideal de lucha y, al mismo tiempo, a la gue-
rra absoluta. 
En el mundo real, "la guerra no es un acto aislado, que surja bruscamente 
y sin .conexión cdn la vida anterior del Estado". No consiste en una "deci-
&ión única ni en tarias decisiones simultáneas". "No lleva consigo una deci-
sión completa p-0r sí misma'''. Los adversarios se conocen por adelantado 
y se hacen una idea aproximada de sus recursos respectivos y hasta de su 
propia voluntad respectiva. Las fuerzas de cada uno de los adversarios no 
se encuentran nunca reunidas por completo. El destino de las naciones no 
1 Ibídem, p. 53. 
• . Ibídem, p. 54. 
• Ibídem, pp. 55-56. 
l. Estrategia y diplomacia 
51 
·uega en un solo instante'. Las intenciones .del enemigo, en caso de vic-
t
se ! no implican necesariamente un desastre irreparable para el ~errotado. 
ona, · d · s múltiples la Desde el momento en que intervienen estas cons1 e~ac1one --:-. 
sustitución de la idea pura de enemigo por adversarios . reales, la durac.o~ 
de las operaciones y las irtlenciones probables de los ~~hgera~te~-, la act1-
. b" de naturaleza· ya no es una actividad tecmca (iacumu-v1dad guerrera cam 1a · d 1 
!ación y empleo de todos los medios con vistas a vencer y a esarrn_ar a 
adversario), sino que se conv:erte en una acción aven~urada, en un :a~culo 
de probabilidades, en función de informaciones accesibles a. los part1c1pan-
tes-adversarios del. juego político. 
La guerra es un juego. Exige a la vez valor y cálculo, !?:ro el cál~ulo 
no excluye nunca el riesgo y, en todos los niveles, la aceptac1~11 ~el peligro 
manifiesta alternativamente por la prudencia y por la audac.a ... Desde un 
;rincipio se entremezcla un juego de posibilidades y de p:obabihdades, de 
buena y mala fortuna, que se continúa a lo largo de cada hilo, grueso o de~­
gado, con que está tejida su- tiama, lo _que hace q~eQ ~~'guerra sea la acti-
vidad humana que más recuerda a un 1uego de n~1p-s . . . 
"La guerra sigue siendo, no obstante, un medio ser:o con vistas a una 
finalidad también seria." El elemento inicial, ani~al como human.o, es la 
· ·d d que debe ser considerada corno un impulso natural ciego. La 
ammos1 a , . 1. · d proba misma acción guerrera como segundo elemento, imp 1ca un JUego . e -
bJidades y de azar q~e hacen de ella "una li~re actividad d~l alma". Sin 
b - d un tercer elemento que termma por predommar sobre los_ ern argo, se ana e · ·ó lí · 
otros dos: la guerra es un acto político y surge de una s1tuac1 n po d .tic~ Y 
result de un motivo político. Pertenece por naturaleza al puro. enten_ 1m1en-
í!: · strumento de la política El elemento pasional mteresa to, ya que es un m . · · , · 1 
sobre todo al pueblo; e1 elemento aleatorio al mando y a su e1er~1~0, Y e 
elemento intelectual al Gobierno, siendo este último elemento el dec.s1vo y el 
que debe predominar sobre el conjunto. 
L f f · ula de Oausewitz "la guerra no es solamente un acto po-a amosa orm • . t' · · d 1 s 
lítico, sino un verdadero instrumento de la polít~ca_, una con muac1on . e ,,ª, 
l · lín"cas y una realización de estas últunas por otros md1os , re ac1ones po · , i· · · · · un' grado expresión de una filosofia be .cista, smo s1m-no es pues, en mng . • fi , 
plem:nte' la constatación de un hecho evidente : la guerra. no es un._ n ~ll s1 
· tampoco la victoria militar es un ob¡et1vo en s1 mismo. 
misma, como 1 d' 1 ólvora co 
El comercio entre las naciones no se detiene ;. 1a e~ que a P .-
mienza a hacerse escuchar, ya que la fase belica se mserta en una cont1-
1 L · • un encuentro único que decida todo, conduciría a la 
ah prleparac1or; poarªusewitz En el siglo ~. se teme que las armas modernas 
guerra a sa uta, segun a · h id · 
lleguen a crear esa situación. Hasta el presente, nunca a 6. o as1. 
• Ibídem, p. 65. 
• Ibídem, p. 67. 
52 Teoría. Conceptos y sistemas 
nuidad de relaciones, reg'.das siempre por las intenciones recíprocas de las: 
colectividades. 
' La subordinación de la guerra a la política, como la del instrumento al' 
objetivo, implícita en la fórmula de Clausewitz, fundamenta y justifica la 
,distinción entre la· guerra absoluta y las guerras reales. La llegada a límites: 
extremos es mucho más de temer por cuanto las guerras reales corren el' 
riesgo de asemejarse más a la guerra absoluta, en cuanto la violencia escape, 
al mando del Jefe del Estado. La polít:ca parece desaparecer cuando se da 
a sí misma por único objetivo la destrucción dél ejército enemigo. Aun en 
este caso, la guerra adopta la forma que resulta de su designio político. 
Aunque la política sea visible o no en la acción guerrera, esta última conti-
núa dominada por aquélla, si es que la definimos, como "la inteEgencia del 
Estado p_ersonificado". Aún más, es la política, es decir, la consideración· 
gfobal ,de toc!as las circunstancias por los hombres de Estado, la que decide, 
con razón o sin ella, proponerse por objetivo exclusivo la destrucción de las 
fuerzas armadas del enemigo, sin considerac:ón de .,objetivos ulteriores y sin 
refiexi<mar ,sobre las consecuencias de la misma victoria.Clausewitz es un . teórico de la guerra absolut..a,. no un doctrinario de la 
guerra total o del militarismo, de la misma forma que Walras es un teórico, 
del :quilibrio, ~ no un doc_trinario del liberalismo. El análisis conceptual, 
que mtenta explicar la esencia de un acto humano, ha sido confundido. por 
error, con la determinación de un objetivo. Es cierto que Oausewitz parece 
ª?mirar a veces la guerr~ que tiende a realizar plenamente su naturaleza pro-
pia Y reservar su desprecio para las guerras imperfectas del siglo XVIII. en las 
que las maniobras y las negociaciones reducían a un mínimo los encuentros 
la brutalidad y el furor de los combates. Sill embargo, aun suponiendo qu~, 
estos sentimientos surjan en ocasiones, no hacen sino expresar una serie 
de emociones simples. Clausewitz siente ante la guerra llevada al extremo 
una especie de horror sagrado, de fascinación, comparable al que las catás-
t~ofes cósmicas despiertan en el alma. Aquella guerra ~n que los adversa-
nos van hasta el límite mismo de la v:olencia con el 'in de doblegar .la 
voluntad enemiga que ·se resiste obstinadamente es, a los ojos de Clause-
witz, grandiosa y horrible. Cada vez que se enfrenten grandes intereses la 
guerra. se ~sei:nejará a :u forma absoluta. Como filósofo, ni se felicita ~or 
ello, m se m:hgna. Teánco de la acción razonable, recuerda a los jefes en la 
guerra Y en la paz el princip'.o que unos y otros deben respetar: el pri-
mado de la política, ya que la guerra es un instrumento al servicio de los 
objetivos fijados por ésta y un momento, o un. aspecto, de las relaciones entre 
los Estados, por lo que cada uno de ellos debe obedecer a la política es 
decir, a la comprensión de los intereses duraderos de la colectividad. ' 
Convengamos en llamar estrategia a la dirección del conjunto de las,, 
operaciones militares, y convengamos tamb'.én en llamar diplomacia a la 
dirección de las relaciones con las otras unidades políticas. Estrategia y di-
I. Estrategia y diplomacia 53 
plomacia, ambas a un tiempo, estarán subordinadas a la política, <> lo que 
es lo mismo, al concepto que la c-0lectividad o aquéllos que de ella son 
responsables tienen del "interés nacional", En t:empo de paz, la política se 
sirve de los medios diplomáticos sin excluir el recurso a las armas, al 
menos a título de' amenazi. En época de guerra, la política no despide a la 
diplomacia, porque ésta dirige las relaciones con los .aliados y los neutrales 
y porque, implícitamente, tiene que segU:r actuando, cerca del enemigo, bien 
amenazándolo c<>n la destrucción o bien ofreciéndole una perspectiva de paz. 
Nosotros consideramos aquí a la "unidad política" como un actor ilu-
minado por la inteligencia y movido por la voluntad. Cada Estado está en 
relación con otros; mientras permanezcan en paz, deben conseguir vivir 
en relación, cueste lo que cueste. Antes que recurrir a la violencia, intentarán 
convencerse. El día en que se combaten, intentan doblegarse. En ese sentido 
puede decirse que la diplomacia es el arte de convencer sin emplear la fuerza 
y la estrategia, el arte de vencer al mínimo costo. Sin embargo, es también 
una manera de convencer. Una demostración de fuerza hace ceder al adver-
sar:o y simboliza ese doblegarse, más que realizarlo realmente. Aquel que 
posea una superioridad de armamentos en tiempo de paz convencerá al alia-
do, al rival o al adversario, sin tener que recurrir a las armas. Inversamente, 
el Estado que ha conseguido una reputación de equitativo, o de moderado, 
será el que tenga una mayor posibilidad de alcanzar sus objetivos, sin tener 
que llegar al límite extremo de la victoria mJitar. Aún en tiempo de guerra 
convencerá más que doblegará. 
La distinción entre la diplomacia y la estrategia es por completo relativa. 
Estos dos términos constituyen lbs aspectos complementarios del arte único 
de la polítíéa, que es el arte de dirigir el comercio con otros Estados para 
el mayor beneficio del "interés nacional". Si, por definición, la estrategia 
-dirección de las operaciones militares- no interviene cuando las operacio-
nes no tienen lugar, los r.edi-0s militares son sin duda parte integrante de 
los instrumentos que utiliza la diplomacia. En sent:do contrario, la palabra, 
las notas, las promesas, las garantías y las amenazas pertenecen al arsenal 
del Jefe del Estado en guerra, con respecto a sus aliados, a los neutrales y 
hasta a los enemigos del día, es decir, a los aliados de ayer -0 de ma~ana. 
La dualidad complementaria del arte de convencer y ·del arte de obligar 
viene a ser la imagen de una dualidad, aún más esencial, que pone de relieve 
la definición in'.cial de Oausewitz: la guerra es una confrontación de volun-
tades. Humana en cuanto confrontación de voluntades, la guerra implica, por 
naturaleza, un elemento psicológico que ilustra la fórmula célebre: no está 
derrotado sino aquel que se reconoce como tal. La única oportunidad que 
tenía Napoleón de vencer, escribe Oausewitz, era la de que Alejandro se 
reconociera como vencido tras la toma de Moscú. Si Alejandro no perdía 
el valor, Napoleón, aparent~ vencedor en Moscú, estaba ya virtualmente 
derrotado. El plan de guerra de Napoleón era el único posible, pero se 
54 Teoría. Conceptos y sistemas 
basaba en un envite que la constancia de Alejandro hizo perder al Empera-
dor de los franceses. Los ingleses están derrotados, gritaba Hitler en julio 
de 1940, pero son demasiado estúpidos para darse cuenta de ello. No reco-
nocerse vencido era, efectivamente, la condición primera para el éxito final 
de los ingleses. Valor o inconsciencia, poco importa: .Qacía falta que la vo-
luntad inglesa resistiese. 
En la guerra absoluta, en la que la v:olencia. llevada al extremo termina 
con el desarme o con la destrucción de uno de los dos adversarios, el elemen-
to psicológico termina por desaparecer. Sin embargo, éste es un caso límite. 
Todas las guerras reales hacen enfrentarse a colectividades, cada una de las 
cuales se unifica y se exterioriza en una sola voluntad. A este respecto, to-
das son __ guerras psicológicas. ' 
2. Estrategia y objetivo de guerra. 
La relación entre la estrategia y la política viene expresada en una doble 
fórmula: "L~. guerra debe corresponder por entero a las intenciones políti-
cas, y l_a política debe adaptarse a los medios de guerra disponibles"'. En 
un sentid?, las dos pi:rtes de la fórmula podrán parecer contradictorias, ya 
q~e la primera subordina la conducta de la guerra a las intenciones políticas, 
mientras que la segunda hace depender las intenciones políticas de los medios 
disponibles. Sin embargo, el pensamiento de Clausewitz y la lógica de la 
acción, no se prestan a duda: la política no puede determinar los objetivos 
haciendo abstracción de los medios de que ·dispone y, por otra parte, "no 
penetra con profundidad en los detalles de la guerra, ya que no se sitúan 
centinelas, ni se envían patrullas, por simples motivos políticos. Pero su in-
fluencia es completamente decisiva en el plano de conjunto de' una gue-
rra, d_e una campaña y, a menudo, hasta de una batalla"•. Una, serie de 
ejemplos pondrán de relieve el alcance de estas proposiciones abstractas. 
ALa dirección de la guerra exige la determinación de un plan estratégico : 
"toda guerra debe ser comprendida, por encima de todo, de acuerdo con la 
proba?ilidad de su carácter y de sus rasgqs dom·nantes, tal y corno pueden 
deducrrse de los datos y de las circunstancias políticas"•. En 1914 todos los 
beliger~ntes se equivocaron sobre la naturaleza de la guerra en la que iban 
a hundrrse. Por un lado, los Estados Mayores, o los Ministerios no habían 
c?_ncebido~ ni prepara~o, la rnoviliza~ión de las industrias, ni d; las pobla-
ciones. N1 los Imperios centrales m los Aliados habían contado con un 
conflicto prolongado, cuyo resultado habría de decidirse· por los recursos 
superiores de uno de los bandos. Los generales se habían lanzado a una 
1 Clausewitz, VIII. 6, p. 708. 
2 J bídem, p. 705. 
' Ibídem, p. 706.

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