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Adrienne Rich nace en Baltimore EE.UU en 1929 y muere en 2012 a los 82 años en Santa Cruz, California, donde vivía desde 1976 en compañía de Michelle Cliff, también escritora y editora, con quien compartió su vida desde 1970. Poeta y ensayista, comprometida activista lesbiana y feminista radical, siendo una de sus más importantes representantes, publicando ensayos y análisis críticos, tales como “Heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana” o “Es la lesbiana que hay en nosotras”. Algunas de sus obras más destacadas son Sangre, pan y poesía; Sobre mentiras, secretos y silencios y Antología poética. www.autonomiafeminista.cl/feministas-lúcidas EL PENSAMIENTO RADICAL DE LAS MUJERES ¿Qué necesita saber una mujer? Adrienne Rich Ediciones FEMINISTAS LÚCIDAS ¿QUÉ NECESITA SABER UNA MUJER? Adrienne Rich ¿Qué necesita saber una mujer para convertirse en un ser humano consciente de sí mismo y con capacidad para definirse? ¿No necesita conocer su propia historia, su cuerpo de mujer usado tantas veces con fines políticos, conocer el genio creativo de mujeres del pasado, Ia habilidad, las destrezas, las técnicas y las visiones que poseían las mujeres en otros tiempos y culturas, y cómo se las ha sumido en el anonimato y se las ha censurado, interrumpido, devaluado? Como miembro de esa mayoría a la que todavía se le niegan los derechos de todo ciudadano, a la que se esclaviza como presa sexual, a la que se paga menos por su trabajo, o no se paga en absoluto, y que está alejada a la fuerza de su propio poder ¿no necesita una mujer un análisis de su condición, conocer a las pensadoras que en el pasado han reflexionado sobre todo ello, conocer, también, las rebeliones individuales y los movimientos que las mujeres han organizado en todo el mundo contra la injusticia social y económica, y cómo estos se han visto fragmentados y silenciados? ¿No necesita saber cómo se han institucionalizado condiciones aparentemente naturales como la heterosexualidad o la maternidad, para arrebatarle su poder? Sin tal educación, las mujeres hemos vivido, y continuamos viviendo, ignorantes de nuestro contexto colectivo, vulnerables a lo que la fantasía de los hombres ha proyectado sobre nosotras, tal y como se ve en el arte, en la literatura, en las ciencias, en los medios de comunicación y en los llamados estudios humanísticos. Mi sugerencia es que no es la anatomía, sino una ignorancia impuesta la que ha sido crucial en nuestra falta de poder. La existencia de cursos de Estudios de la Mujer ofrece al menos un cierto tipo de directriz en la vida. Pero incluso los Estudios de la Mujer pueden llegar a ser simplemente una historia compensatoria; con demasiada frecuencia fallan a la hora de desafiar las estructuras políticas e intelectuales que se desafiarían si las mujeres como grupo accedieran alguna vez a una libertad colectiva y no excluyente. La creencia de que la ciencia y la erudición establecidas –que han excluido de su construcción a las mujeres de forma tan implacable- son “objetivas” y están “por encima de los juicios de valor”, y que los estudios feministas son “poco eruditos”, “sesgados” e “ideológicos”, es inmovilista. Aun así, el hecho es que toda ciencia, y toda investigación, y todo arte, son ideológicos; no hay neutralidad en la cultura. Y la ideología de la educación que han adquirido durante cuatro años en un colegio universitario de mujeres ha sido en gran medida, si no enteramente, la ideología de la supremacía del hombre blanco, un constructo de la subjetividad masculina. Los silencios, los espacios vacíos, el lenguaje en sí mismo con su extirpación de lo femenino, las formas de discurso, nos dicen tanto como el contenido, una vez que aprendemos a ver lo que se ha dejado fuera, a oír lo que no se ha pronunciado, a estudiar los modelos establecidos de ciencia y erudición con una mirada marginal. Uno de los peligros de una educación privilegiada para las mujeres es que podemos perder la mirada desde el margen y llegar a creer que esos modelos funcionan para toda la humanidad, que son universales y que nos incluyen. Para las mujeres cualquier privilegio es relativo. Algunas de ustedes no nacieron con privilegios de clase o de color de piel, pero todas tienen el privilegio de la educación, aunque sea esta una educación que les ha denegado durante mucho tiempo el conocimiento de ustedes mismas como mujeres. Además de la cultura, tienen el privilegio de poseer la formación y los instrumentos que les permiten ir más allá del contenido de su educación y reeduquen, cuestionen, por decirlo así, los falsos mensajes de su educación en esta cultura, los mensajes que les dicen que las mujeres no se han preocupado realmente del poder o de aprender o de la oportunidad de crear por una necesidad psicológica de servir al hombre y tener hijos, que sólo unas pocas mujeres atípicas han sido las excepciones a esta regla; los mensajes que les dicen que la experiencia femenina no es normativa ni central en la experiencia humana. Tienen la formaci6n y los instrumentos para llevar a cabo investigaciones independientes, para evaluar datos, para expresar lingüística y visualmente lo que descubran. Esto es un privilegio, si, pero sólo si a cambio no renuncian al profundo conocimiento de los no privilegiados; a saber que, como mujeres, se las ha percibido históricamente, y todavía se les percibe, como existiendo no por su propio derecho, sino al servicio de los hombres. Y esto únicamente si no renuncian a su capacidad de pensar como mujeres, ya que incluso en las facultades y en las profesiones a las que muchas de ustedes irán llegando, se les alabará y recompensará por “pensar como hombres”. El falso poder que la sociedad masculina ofrece a unas pocas mujeres, con la condici6n de que lo usen para mantener las cosas tal como están y que piensen fundamentalmente “como hombres”. Este es el significado de la cuota femenina: el poder, arrebatado a una gran mayoría de mujeres, se ofrece a unas pocas para que parezca que cualquier mujer “verdaderamente cualificada” es capaz de acceder al liderazgo, el reconocimiento y la recompensa; es decir, que prevalece de hecho la justicia basada en el mérito. Se incita a la mujer cuota a que se perciba digna de ello y excepcionalmente dotada, diferente de la mayoría de las mujeres, a que se distancie de la amplia condición femenina y, de esa forma, las mujeres “Comunes” acaban por verla alejada, quizás incluso como más fuerte que ellas mismas. Ninguna mujer es verdaderamente una privilegiada en las instituciones apadrinadas por la conciencia masculina. Cuando nos permitimos creer que lo somos, perdemos el contacto con esa parte de nosotras que aquella conciencia define como inaceptable; con la resistencia vital y la fuerza visionaria de las iracundas abuelas, las chamanas, las fieras mercaderes en la Guerra de las Mujeres Ibo, las trabajadoras de la seda que se resistían al matrimonio en la China pre- revolucionaria, los millones de viudas, comadronas y sanadoras torturadas y quemadas como brujas en Europa durante tres siglos, las beguinas del siglo XII, que formaron ordenes independientes de mujeres fuera del dominio eclesiástico, las mujeres de la Comuna de París que marcharon sobre Versalles, las amas de casa sin instrucción del Gremio Cooperativo de Mujeres en Inglaterra que memorizaban poemas sobre las tinas de los lavaderos y se organizaron contra la opresión que sufrían como madres, las pensadoras despreciadas como “estridentes”, “chillonas”, “locas” o “desviadas” cuyo coraje herético para proclamar sus verdades nos es tan desesperadamente necesario como apoyo en nuestras propias vidas. Creo que el alma de las mujeres está habitada por el espíritu de otras que, con anterioridad, lucharon por sus necesidades insatisfechas y las de sus hijos e hijas, sus tribus y suspueblos, que se negaron a aceptar las prescripciones de una iglesia y un estado masculinos, que se arriesgaron y resistieron, como hoy otras mujeres -Inés Garda, Yvonne Wanrow, Joan Little, Cassandra Peten- luchan contra los que las violan y maltratan. Esos espíritus nos habitan, intentan hablarnos. Pero podemos elegir no oír, y las cuotas, el mito de la mujer “especial”, la Atenea sin madre que surge de la cabeza del padre, pueden hacernos sordas a sus voces. Extracto de la Conferencia para la ceremonia de graduación, Smith College, Northampton, Massachusetts, 1 979. Sangre, pan y poesía, 1986.
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