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Acompañar en el Duelo De la ausencia de significado al significado de la ausencia Manuel Nevado Rey José González

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© Manuel Nevado y José González, 2018
© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2018
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PRÓLOGO
Presentación de Manuel Nevado
La muerte es algo que nos iguala a todos los seres humanos. Nos iguala en todos los
momentos y en todos los estamentos, seas rico o pobre, alto o bajo. Soy Manuel Nevado
y comencé a trabajar el duelo a raíz de la muerte de mi padre en el año 1996. El no tener
dinero para pagarme un psicólogo que pudiera ayudarme a trabajar esta pérdida cuando
apenas tenía 23 años me llevó a comenzar a leer libros y literatura en torno a esta
problemática y a realizar los primeros cursos de intervención vivencial en afrontamiento a
la muerte. Todavía recuerdo el primero de ellos realizado en el Centro de Humanización
de los Camilos en Tres Cantos con el Doctor José Carlos Bermejo. La forma de trabajar
la muerte de una manera sencilla, sin tapujos, con humanidad, sin estridencias y
aplicando el sentido común y el sentido del humor me llamó la atención.
A partir de ese momento tuve la suerte de poder comenzar un proyecto precioso al
ser seleccionado por Fundación La Caixa para impartir por toda la geografía española los
talleres de “Afrontamiento de la muerte; dolor y duelo”, donde a lo largo de siete años
tuve la oportunidad de entrar en contacto con personas que estaban sufriendo el dolor de
la pérdida de seres queridos por diversas circunstancias: accidentes de tráfico, alzheimer,
cáncer… A todos ellos les unía el vacío, los sentimientos contradictorios, los asuntos
pendientes, la culpa, la impotencia. Fruto de ese aprendizaje a día de hoy soy lo que soy
como persona y como profesional. Plasmar ese conocimiento y esa experiencia es el
objetivo de este libro de intervención en procesos de duelo que espero que sea de vuestro
agrado y que su lectura y trabajo con los diversos ejercicios que se proponen puedan
serviros de ayuda para vuestra práctica profesional y vuestro desarrollo personal.
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Presentación de José González
A un nivel “macro” nuestra sociedad se podría definir como tanatofóbica: la muerte
es un tabú que se forja socialmente desde la infancia. Ocultamos la enfermedad, las
separaciones y la muerte, impidiendo que nuestros hijos participen en las despedidas. A
nivel “micro”, el hecho de que el resto de familiares y amigos del fallecido vivencien las
fases o tareas del duelo a ritmos y velocidades diferentes es una fuente de conflicto y
tensión que está detrás de la estadística que indica que el 68% de las parejas que pierden
un hijo acaba separándose. Aquellos vínculos que a priori deberían ser un bastón se
pueden convertir en obstáculos en el proceso de duelo.
Soy José González, y cuando comencé a trabajar como psicólogo me di cuenta de
que faltaban herramientas y dinámicas para acompañar a las personas en los diferentes
procesos de duelo: muertes, separaciones o pérdida de salud. Así fue como comencé a
investigar sobre el duelo y las diferentes maneras de abordarlo. Tras un arduo trabajo de
investigación, diseñamos un programa de intervención en la Universidad Complutense de
Madrid, programa que fue galardonado con el Premio Lafourcade-Ponce 2012 del
Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.
Mi formación complementaria como abogado mediador, especialista en ruptura de
pareja y politólogo me permitió obtener una visión más amplia y sociológica sobre los
procesos de duelo.
En el año 2000 tuve la suerte de coincidir como coordinador del programa de duelo
de Psicólogos Sin Fronteras con Manuel Nevado, el coautor de este libro, quien me
enseñó que se puede ser un excelente psicólogo especialista en duelo con una sonrisa en
la boca.
Mi actividad profesional actual se divide entre la intervención individual y grupal en
duelo, a través de Apertus Psicólogos y la formación de profesionales en el ámbito psico-
socio-sanitario en diferentes colegios oficiales de psicólogos y médicos, hospitales,
fundaciones y asociaciones.
El programa que compartimos con vosotros en este libro ha sido testado e
implementado en España, Latinoamérica y Norte de África con unos resultados
excelentes, pero la parte crucial del acompañamiento en duelo está en la actitud que
tratamos de transmitir en este manual. Nos gusta poner el ejemplo del copiloto de rallies:
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el doliente es el piloto, el que decide acelerar, frenar o cambiar de marcha; nosotros
somos el copiloto que debe guiarle, indicarle, anticipar los peligros y el tipo de curvas con
las que se va a encontrar, respetando siempre su decisión.
El trabajo terapéutico permite normalizar las diferencias en la elaboración
idiosincrática del duelo, permitiendo construirlo de manera individual y personal. Esta
estigmatización de la pérdida transmite el mensaje de que las emociones aparejadas al
duelo (negación, rabia, ira, enfado, culpa, tristeza) no están permitidas. Parte de nuestro
trabajo terapéutico consiste en legitimar estas emociones. Las mal llamadas emociones
negativas están en nuestro “pool” o repertorio emocional porque son útiles
filogenéticamente, de hecho compartimos estas emociones con otros animales.
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Presentación del libro
El libro que tienes entre manos pretende trabajar los procesos de duelo desde
diferentes perspectivas. Los autores del mismo entendemos que para poder superar el
proceso de duelo se necesitan una serie de herramientas que os ofrecemos en esta obra.
Esas herramientas son, entre otras:
• Comprensión. Comprender que a lo largo de la vida vamos pasando por diferentes
situaciones de duelo y que no todas tienen que ver con el fallecimiento de un ser
querido sino con la pérdida en general. En estos tiempos de crisis económica
hemos podido observar el duelo producido por los sueños rotos de los planes de
una vida futura en las personas que han sido desahuciadas, en los parados de
larga duración que asumen que quizás ya no vuelvan a encontrar un trabajo en su
vida por el mero hecho de tener 50 años. El duelo de la pérdida afectiva en
divorcios, separaciones o rupturas emocionales en el ámbito familiar o de la
pareja, las personas que día a día sufren diagnósticos de patologías que conllevan
la pérdida de salud o sencillamente las personas que sufren en soledad los duelos
silenciados, que por temor a la crítica no pueden expresar sus sentimientos. Esa
es la comprensión que hay que trabajar y manejar para poder ayudar en estas u
otras situaciones similares.
• La vivencia. Aprender a integrar las pérdidas individuales. Desde las primeras
iniciadas en la infancia o adolescencia hasta las que estamos sufriendo en la
actualidad. Hablar de ellas, reconocerlas, es el primer paso para comenzar a
asumir la nueva realidad.
• El trabajo. El duelo se elabora con trabajo y con tareas. Worden, una de las
grandes eminencias en el trabajo con las personas en duelo, enumeró una serie de
tareas a trabajar de manera individual si se quiere superar el proceso de duelo.
Basándonos en esas tareas comenzamos los diferentes ejercicios que en el
presente libro os ofrecemos para poder superar las situaciones de pérdida y poder
aprender de ellas.
• El humor. Es una de las herramientas clave de la psicología positiva, y por tanto su
utilización en los procesos de duelo es útil y necesaria en sus dosis justas. Es útil
porque la vida es humor y los recuerdos agradables están llenos de ellos. ¿Quién
no ha tenido anécdotas vividas con un ser querido desaparecidoque al contarlas
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una y otra vez nos sacan una sonrisa de la boca? Por ello el humor, la
desdramatización de la muerte partiendo de la base de que todos los que estamos
aquí vamos a morir, es un elemento muy beneficioso para trabajar las pérdidas y
crecer a nivel personal.
Miguel de Unamuno decía que si todo muere nada tiene sentido, por ello los que
seguimos todavía con vida tenemos una deuda pendiente con quienes ya no pueden
acompañarnos en este viaje: seguir en él e intentar perseguir sueños y fantasías porque
vivir merece la pena.
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Objetivos del libro
El presente manual tiene como objetivo dotar al lector de las herramientas necesarias
para poder acompañar al doliente desde una perspectiva personal y/o profesional.
Está diseñado como un manual vivencial que nos permita afrontar en primera
persona nuestros prejuicios sobre el duelo para poder utilizar después las dinámicas y
ejercicios con mayor eficacia.
Entre los objetivos del manual se encuentran los siguientes:
• Aportar una aproximación al concepto y a los procesos de duelo y sus situaciones
especiales, su evolución histórica, los distintos tipos de duelo, sus fases y la
duración de las mismas.
• Ofrecer una aproximación al abordaje terapéutico en los procesos de duelo.
• Conocer las características especiales del duelo infantil, sus diferencias evolutivas,
los ritmos del duelo en los niños y cómo tratar la muerte con ellos.
• Compartir el taller intervención, tanto individual como grupal, estructurado en diez
sesiones que el alumno podrá aplicar en la clínica diaria. Esta intervención ha sido
galardonada con el premio de aplicación “Lafourcade Ponce” del Colegio Oficial
de Psicólogos de Madrid.
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LOS VÍNCULOS AFECTIVOS, EL DUELO Y SU
PROCESO
Antes de comenzar a leer este libro te sugerimos una dinámica. Anota en tres papeles
los nombres de las tres personas más importantes de tu vida, un nombre por papel.
Piensa en ellos, recréate en tus recuerdos, en los buenos momentos que has pasado con
ellos, en las discusiones, anécdotas, en qué aportan a tu vida, en las cualidades que tienen
y que hacen que sean insustituibles. Piensa en qué les dirías si los tuvieses delante y qué
planes de futuro tienes con cada uno de ellos. Anota en el papel cuándo los vas a volver
a ver y cierra los ojos.
Ahora imagina que de repente uno de ellos muere, y que, por lo tanto, todos esos
planes elaborados de futuro, esa vida en común, esas acciones conjuntas no pueden
desarrollarse. ¿Cómo te sentirías? ¿Solo, vacío, bloqueado, incrédulo? Bien, esta es una
primera reflexión sobre los sentimientos respecto a las pérdidas, pero vamos a ir un
poquito más allá. Vuelve a cerrar los ojos e imagínate que eres un enfermo terminal y te
quedan dos semanas de vida. ¿Qué harías? ¿De quién te despedirías? ¿A quién y qué
querrías agradecer? ¿A quién querrías perdonar?
Cuesta ponerse en la situación. Cuesta pensar en la muerte. Freud decía que la
muerte de un ser querido nos hace vulnerables porque representa en nuestro inconsciente
que somos mortales y que, por lo tanto, esa idea de inmortalidad que en el fondo cada
uno de nosotros tenemos se tambalea ante los fallecimientos cercanos. Por eso hablar de
muerte es hablar de dolor, es hablar de sufrimiento, es hablar de pérdida. Hablar de
duelo es hablar de dolor, de pérdida, de melancolía, de vacío.
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Preguntas sobre el sentimiento de la muerte
Weisman, en su obra On dying Denying (1972), estableció estas preguntas relativas
al sentimiento de hacer frente a una pérdida. A continuación, léelas con detenimiento y
reflexiona sobre ellas.
• Si tuvieses que enfrentarte a la muerte, ¿qué es lo que más te importaría?
• Si fueras una persona muy mayor, ¿cómo podrías vivir más efectivamente y con
menos daño a tus principios e ideales?
• Si la muerte fuera inevitable, ¿qué circunstancia la haría aceptable?
• ¿Qué puedes hacer para preparar la muerte de un ser querido?
• ¿Qué tipo de personas te gustaría que te tratasen si tuvieras una enfermedad
crónica?
Hablar de la vida en cada una de sus etapas evolutivas es hablar de duelo. ¿Quién no
ha soñado con retroceder una década atrás, con volver a vivir épocas pasadas? Todos
esos sentimientos son pérdidas, son procesos de duelo.
Uno de los objetivos de este libro es aprender a identificar las reacciones,
sensaciones y etapas por las cuales tengo que pasar ante la pérdida de un ser querido:
negación, ira, culpa, tristeza, aceptación. Entender la muerte como parte de un proceso.
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Cultura, muerte y otras civilizaciones
La muerte siempre ha sido una preocupación para la humanidad. Es al mismo tiempo
arte y cultura, ritos funerarios y diversas formas de despedida encaminadas a llevar al
individuo a su último viaje. Las formas de enterramiento o cremación han tenido siempre
preocupado al ser humano.
Ya en épocas prehistóricas, los antiguos neandertales maquillaban a sus difuntos
pintándoles los ojos antes de la cremación. Su intención no era otra que la de agudizarle
la vista al muerto para que caminara mejor por la oscuridad del más allá.
Lo común a todos los tiempos es que, por mucho que se espere, la muerte es
siempre una sorpresa, por lo que en todas las épocas y culturas se han desarrollado tipos
de actuación social frente a esta eventualidad. El conjunto de actuaciones que una
comunidad manifiesta como muestra y símbolo de dolor son los denominados ritos
funerarios y el duelo.
Todos estos ritos o actuaciones son difíciles de interpretar y suelen responder tanto a
determinadas creencias como a la necesidad vital de manifestar el afecto y el amor que se
tiene por la muerte de un ser querido. Por lo tanto, las interpretaciones desarrolladas
sobre manifestaciones de duelo de otras culturas o civilizaciones no deben hacerse a la
ligera.
La muerte en las civilizaciones clásicas
Aunque existen innumerables datos sobre cómo eran los ritos funerarios en las
civilizaciones de la Edad Antigua, apuntaremos algunos detalles importantes en este
apartado sobre las tres civilizaciones clásicas por excelencia: Egipto, Grecia y Roma.
Egipto
La muerte siempre ha estado muy presente en la cultura del antiguo Egipto. Si algo
destacaba en esta civilización por encima de todas las tradiciones y rituales es la técnica
del embalsamamiento, que nació en el antiguo Egipto. Aún hoy sorprende el buen estado
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de conservación que presentan las momias, algunas halladas hace poco tiempo, como la
de Tutankamon.
Para los egipcios la muerte significaba la separación de los elementos, por ello la
finalidad de la momificación era la conservación del cuerpo (o det) en el que se creía
que, aún después de la muerte, continuaba viviendo la entidad espiritual (el ka). Su idea
se basaba en que si se lograba volver a reunir esas dos partes se podía disfrutar de la vida
en el otro mundo.
Grecia
En la mitología griega se reúne una gran parte de la riqueza fúnebre, con una amplia
cultura de la muerte. Su arquitectura así lo refleja y muestra de ello son las apariciones
de las primeras necrópolis (ciudades de enterramiento) surgidas fuera de Atenas, que
suponen el origen de los cementerios.
De entre todos los ritos funerarios de la antigua Grecia destaca el rito del Caronte.
Este ritual funerario comenzaba por poner dentro de la boca del difunto un óbolo –una
especie de moneda de poco valor– gracias al cual se podía pagar el pasaje al barquero
Caronte, cuyo objetivo era ayudar al alma humana tras la muerte para penetrar en el
Hades y atravesar los ríos infernales en la barca.
Con la exposición y preparación del cadáver comenzaba el duelo propiamente dicho,
en el que las mujeres rompían en llantos, se golpeaban el pecho, se arrancaban los
cabellos y se arañaban las mejillas. Si el fallecido no tenía nadie que le llorara se
encargaba la tarea a las plañideras (costumbre esta exportada a España y presente en
nuestra cultura durante muchos siglos, sobre todo en zonas de Andalucía y Galicia).
Después de esto, tenía lugar el entierro a primera hora de la mañana del día siguiente.En época de Homero lo habitual era la cremación o incineración de los cadáveres,
mientras que desde el siglo VIII a. C., la práctica más habitual pasó a ser la inhumación.
Los cementerios se situaban en Grecia fuera de las murallas de la ciudad, a lo largo de los
caminos, y cuando el fallecido pertenecía a la clase alta, en su tumba se levantaban
hermosos monumentos funerarios.
Roma
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El ritual funerario se iniciaba de una bonita manera: a través de un beso. El objetivo
era recoger el último suspiro del difunto. A continuación, se le cerraban los ojos y
entonces se le llamaba por su nombre en voz alta. Después se le arreglaba y se le exponía
en el atrio de su casa.
Durante la exposición del cadáver se encendían lámparas a su alrededor y se
colocaban coronas de flores. Tras ello, comenzaba el entierro con la formación del
cortejo fúnebre, que para el caso de las familias ilustres se hacía de día mientras que si se
trataba de niños o personas pobres se hacía de noche y muy poco tiempo después de su
muerte. Durante la época republicana y a comienzos del Imperio la cremación estaba
reservada a los ricos y la inhumación, a los pobres y a los esclavos. Tras la llegada del
cristianismo, la inhumación se convertirá en el procedimiento único.
En cuanto a los cementerios, en Roma, al igual que en Grecia, estos se encontraban
fuera de las murallas. Una peculiaridad de esta civilización es que quienes lloraban al
fallecido se dejaban crecer el cabello en señal de luto, y si eran hombres, también la
barba.
Diferentes formas de despedida
Existen distintas maneras de despedir al cadáver en función de las creencias
religiosas, el clima, la geografía y el rango social. El enterramiento se asocia al culto de
los antepasados y a las creencias en la otra vida. La cremación, sobre todo antiguamente,
se asociaba a la intención de liberar el espíritu del muerto. La exposición al aire libre es
común en las regiones árticas y entre los parsis (seguidores de una antigua religión persa,
el zoroastrismo), donde también tiene un significado religioso. Prácticas menos comunes
son arrojar el cadáver al agua después de un traslado en barco y el canibalismo.
Abandono del cadáver
Esta técnica ha sido la preferida por las tribus nómadas de distintas partes del
mundo, sobre todo en Asia y África. Por ejemplo, los antiguos habitantes de Mongolia
dejaban los cadáveres, especialmente los de los más pequeños, envueltos en sacos de
cuero, a un lado del camino. Tiene su origen en la creencia de que su espíritu se
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reencarnaría en el seno de las mujeres que pasasen más tarde por aquel lugar. De esta
manera, los niños podrían tener una oportunidad más de volver a vivir.
Los tibetanos también abandonan el cadáver para que sea presa de los perros, sobre
todo los de las personas mayores. Al contrario de lo que nos pueda parecer, este acto es
honorable para los difuntos. Mientras que en algunas zonas de Indonesia se deja el
cadáver al aire libre hasta que se pudre; con posterioridad, recogen los huesos y los
entierran realizando una gran fiesta funeraria.
Por otra parte, en India, los parsis, como los antiguos asirios, dejaban sus cadáveres
en las denominadas «torres del silencio», construcciones cilíndricas con plataformas
concéntricas llenas de cavidades destinadas a recibir los cuerpos para que los buitres
(aves sagradas de Ormuz) se encargaran de despedazarlos y descarnarlos. Después de
esto, los huesos eran recogidos por la familia, quienes se encargaban de guardarlos en el
hogar familiar.
Otro pueblo que practica este tipo de rito es el de los esquimales, que abandonan a
sus mayores entre los hielos aun sin estar muertos, dejándoles una mochila con alimentos
para que puedan subsistir, a la espera de que el oso polar venga y los devore. Luego ellos
se comerán al oso y así el espíritu volverá al hogar.
Inhumación
Desarrollada desde tiempos inmemoriales, ha sido y es la práctica más difundida en
todo el mundo. Desde muchos siglos atrás, el enterramiento podía realizarse en grutas y
cavernas, como hacían los antiguos cristianos o las tribus australianas y europeas
prehistóricas, como los antiguos escoceses y muchos pueblos de Oceanía.
En Japón, los denominados ainu entierran a sus muertos a los dos días de fallecer
con lo mejor de lo que disponen, y después queman la casa del difunto. Los jefes de
estas tribus pueden pasar hasta dos meses sin ser enterrados, protegidos por productos
que frenan la putrefacción.
En Indonesia existe una curiosa tradición. Debido a su orografía las grutas son de
difícil acceso y, al estar excavadas en la roca, dejan una especie de ventana o balcón tras
el que colocan muñecos antropomorfos vestidos que producen el efecto de sociabilidad y
compañía respecto al difunto ya que al observarse desde la lejanía da la impresión de que
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hay gente allí reunida mirando lo que pasa.
En numerosas culturas se ha añadido al rito de la inhumación la comida funeraria,
que junto con el ajuar, formado por diversos objetos que pertenecieron al difunto, debía
acompañar al muerto en su viaje al más allá. Ese viaje se imaginaba de diversas maneras.
A veces se acompañaba el enterramiento con variados rituales, a cargo de los familiares o
de los chamanes o sacerdotes, con música y cánticos.
En cuanto al entierro de personajes importantes de las distintas tribus, este se
acompañaba del sacrificio de sus esposas o personas allegadas. De esta manera, se han
encontrado con frecuencia en diversas partes del mundo los cuerpos de mujeres, de
niños o esclavos con evidentes muestras de haber sido sacrificados. Aparecen en torno a
los restos principales del varón, revestido de las galas propias de su rango.
Los primeros cementerios o necrópolis surgen ante la prohibición en determinadas
civilizaciones de inhumar los cuerpos dentro de las ciudades, como ocurría en Siracusa y
Roma. Ante esta circunstancia las ciudades de los muertos debían erigirse fuera de los
recintos de las ciudades «de los vivos».
Cremación o incineración
Es, junto con la inhumación, la práctica más difundida durante toda la historia de la
humanidad desde los primeros pueblos, es decir, de 3.000 a 2.000 años antes de Cristo
hasta la actualidad, cuando la incineración vuelve a estar de moda.
En la península ibérica, los íberos, celtíberos, celtas, tartesios, turdetanos, púnicos,
fenicios, cartagineses, etc. quemaban a sus muertos en una pira funeraria, recogiendo, al
terminar, las cenizas y los fragmentos de hueso que quedaban. Con ellos se hacían
amuletos y el resto lo guardaban en urnas que enterraban en la necrópolis. Otros pueblos,
como los etruscos y los cartagineses, mantuvieron siempre esta técnica como rito
funerario.
Pero si se trata de descubrir el país donde la cremación es la práctica más
generalizada, la respuesta es India. Sin embargo, allí no se guardan las cenizas del muerto
sino que simplemente se depositan en el río sagrado más cercano, el Ganges, que las
arrastra y hace desaparecer.
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Por último, en algunas tribus de Bali el cuerpo es introducido en un sarcófago en
forma de vaca sagrada y quemado en la ceremonia de liberación del alma.
La muerte en las religiones
Funeral católico
La fe católica cree que la muerte es el reencuentro con Dios o con el infierno. Según
la valoración de tu comportamiento en vida irás a un sitio u a otro. También se cree que
algún día llegará el juicio final, momento en que Cristo retornará y los muertos
resucitarán.
• Preparación del cuerpo
El cuerpo se embalsama para que no comience su descomposición durante los ritos,
facilitando de esta manera su despedida. Se acostumbra vestir al fallecido con su mejor
ropa y algo de maquillaje, colocándole entre las manos un rosario. El ataúd muestra en la
tapa superior interna un crucifijo. La Iglesia católica da a elegir entre incineración o
entierro.
• Velatorio
El cuerpo ya preparado y colocado en el ataúd es llevado a la iglesia, velatorio
municipal, salón de la casa fúnebre o casa de la familia del fallecido para realizar la vigilia
o velorio.Consiste en velar el cuerpo del recién fallecido y acompañar a la familia
doliente. Esta ceremonia puede durar de uno a siete días según la voluntad de la familia.
• Vestimenta para guardar luto / Arreglos florales
El protocolo católico exige que la familia directa del fallecido vista de negro durante
el velorio y entierro, pero algunos cristianos no tan tradicionales optan por vestir ropas de
cualquier color oscuro en señal de duelo.
• El traslado al cementerio - entierro / Misa de difunto
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Tras el velorio, sepelio o vigilia se traslada el féretro en un coche fúnebre de color
negro al cementerio o crematorio, según sea el caso. Antes del entierro, el sacerdote o
ministro católico procederá con la misa de difunto. Esta ceremonia es la parte más
importante de todo el servicio fúnebre junto con el entierro y suele ser igual para todos
los servicios. La encomendación es el último rito del servicio, que habitualmente se
realiza al lado de la tumba o nicho en el cementerio. Después de la encomendación viene
el entierro del ataúd que contiene el cuerpo del fallecido. Al entierro se le llama rito de
sepultura.
• Misa del séptimo día / Misa del mes / Misa del año
En el séptimo día del fallecimiento se lleva a cabo la misa de difuntos, así como
también al mes, a fin de rezar por el descanso eterno del fallecido. Igualmente es una
costumbre católica realizar una misa cada año del aniversario del fallecimiento. A esta
misa de aniversario solo asisten los familiares y amigos cercanos del fallecido.
• La vida después de la muerte en la religión católica
La religión católica cree en la vida eterna y la salvación de las almas que practican el
bien y siguen los diez mandamientos de la ley de Dios. El fallecido será juzgado por Dios
e irá al cielo si hizo el bien durante su vida en la tierra; si no fue así irá al infierno. El
cristiano no considera la muerte como el final sino como la “partida” a una nueva vida
frente a Dios que resucitará cuando llegue el día del juicio final.
• Lo que no está permitido
No se permite la eutanasia por considerarla inmoral, al igual que el suicidio tampoco
es aceptado, aunque su gravedad puede disminuir si el suicida sufre de algún problema
mental. En cuanto a la autopsia, la Iglesia permite esta práctica con fines legales o
científicos, así como también está permitida la donación de órganos.
• El periodo de luto en el catolicismo
En el catolicismo, al igual que en otras religiones, antiguamente se debían evitar las
reuniones sociales, fiestas o actividades placenteras durante las primeras semanas
posteriores al fallecimiento. Actualmente no existen reglas católicas específicas respecto
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al periodo de luto de los dolientes como tampoco referentes al uso de vestimenta.
Sin embargo, en el siglo XIX y principios del XX las antiguas costumbres siguen aún
vigentes en determinadas zonas rurales o movimientos católicos ultraconservadores. Se
podían distinguir tres periodos de duelo rigurosamente expresados en la ropa: una viuda
requería de un total de dos años de duelo para superar esta pérdida dividiéndolo en un
año de duelo pesado, seis meses de medio luto y seis meses de luto ligero.
– La primera etapa correspondía a un duelo profundo, por lo que debía utilizarse
ropa negra y sin joyas que tuvieran color.
– En segundo lugar se atravesaba el medio luto, que era representado por la ropa
de color negro con detalles blancos.
– En el tercera etapa el duelo era considerado “la luz”, por lo que la ropa se
caracterizaba por mezclas de blanco y negro, gris, lavanda, violeta, etc. Este
luto solía ser especialmente estricto para las mujeres debido a las imposiciones
sociales que reinaron durante largos años.
Funeral judío
La muerte para el pueblo judío es considerada como un proceso natural. Forma parte
del plan divino dado que considera que sus muertos serán resucitados y los que hicieron
el bien serán recompensados en la nueva vida.
• Permitido y no permitido
– El judaísmo permite a las personas quebrar cualquier mandamiento divino si de
eso depende el salvar una vida humana con excepción de los mandamientos
contra el homicidio, la idolatría, el adulterio y el incesto.
– Cuando la muerte es inminente y el paciente está sufriendo, la ley judía permite
dejar de prolongarle la vida de manera artificial.
– La eutanasia está prohibida.
– El trasplante de órganos está prohibido si la donación procede de una persona
fallecida, por lo que entra en juego el dilema sobre cuándo tiene lugar la
muerte. ¿Ocurre cuando el corazón deja de latir o la muerte cerebral ya se
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puede considerar fallecimiento? Para esta religión no existe ningún conflicto en
que un ser vivo decida donar uno de sus riñones pero donar el corazón podría
ser considerado homicidio.
– La autopsia no está contemplada dentro de las leyes judías a menos que la ley
del país así lo requiera, y deberá ser mínimamente intrusiva.
– Los judíos siempre son enterrados bajo tierra, no cremados.
• La preparación del cuerpo
– Apenas muere una persona judía se le deben cerrar los ojos mientras su cuerpo
se cubre y se pone en el suelo rodeado de velas encendidas.
– Por respeto, nunca se debe dejar solo al cuerpo hasta el momento del entierro.
– El cuerpo del fallecido es lavado en señal de purificación (tahara). Si el
fallecido es hombre, entonces este baño deberá ser ejecutado solo por
hombres; si el fallecido es mujer, serán las mujeres quienes la bañen. Después
se procederá a vestir el cuerpo con una túnica tradicional de lino color blanco
llamada Takhrikhin.
– Cuando el cuerpo está listo, se coloca dentro de un cajón o ataúd de madera
llamado Aron. El cuerpo debe ser enterrado lo antes posible, preferentemente
antes de que pasen 24 horas. El cuerpo del fallecido deberá estar completo, sin
que ningún órgano haya sido movido.
– El ataúd debe tener varios orificios alrededor para no interrumpir el proceso
natural de volver a la tierra.
– El cuerpo no debe ser mostrado durante el sepelio por considerarse una falta de
respeto.
– En los funerales judíos más tradicionales no se usan flores por considerarse un
adorno frívolo e innecesario, pero hay familias que usan flores durante el
servicio fúnebre con previa autorización del rabino, aunque solo si este lo
considera apropiado.
• Los tres períodos de duelo judío
1. Periodo de Shiva
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El día del entierro es contado como primer día de Shiva, periodo que se alargará
durante siete días. La familia doliente se queda en casa durante este tiempo y es la
comunidad judía la que visita a la familia para brindar su apoyo y consuelo. Solo podrá
salir de casa el sábado (Shabbat) para ir a la sinagoga.
El ambiente del hogar debe ser de sumo respeto. Los visitantes no deben esperar ser
atendidos como visitas. Por el contrario, deberán entrar en silencio y podrán llevar
comida o frutas para la familia doliente. Las conversaciones versarán sobre el fallecido.
Durante el Shiva se dejará encendida una vela por un periodo de siete días.
2. Periodo de Shloshim
Este es el periodo de treinta días (Shloshim significa “treinta” en hebreo), cuando la
familia del fallecido se reincorpora a sus trabajos, escuela, etc. Durante este periodo no
se escucha música. Tampoco está bien visto cortarse el pelo, afeitarse, maquillarse o
llevar a cabo algún tipo de celebración.
3. Periodo de Avelut
Este es el periodo observado por los hijos del fallecido, y dura doce meses contados
desde el día del entierro. Las fiestas, conciertos, teatros, etc. deben ser evitados. Todos
los dolientes prenden velas en honor al fallecido, las cuales permanecen encendidas por
24 horas.
Funeral musulmán
Para la religión islámica, la muerte es el comienzo de un nuevo mundo. Todas las
criaturas vivas tendrán que morir en el lugar y momento que Dios, “Alá”, lo decida. La
muerte es un evento natural mientras que la presente vida es una preparación para la
verdadera existencia que espera cuando llegue la muerte.
En el islamismo se prefiere recibir la muerte en compañía de familiares, no de
extraños. Lafamilia del que va a morir lo ayudará a elevar sus pensamientos hacia Alá y
pedirá por el perdón de sus pecados.
El islamismo proclama que llegará el día en que el mundo será destruido, cuando Alá
levantará a los muertos para ser juzgados. Ese día será el inicio de una vida eterna donde
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se premiarán las buenas acciones como también se castigarán los malos actos.
La cremación en la religión islámica está prohibida. Las manifestaciones exageradas
de dolor también están prohibidas. La autopsia se permite pero siempre con el máximo
respeto por el cuerpo del fallecido.
• Preparativos del funeral islámico
Cuando se confirma la muerte se cierran los ojos al fallecido. Luego se procede a
bañar el cuerpo. Este importante ritual del baño lo llevan a cabo miembros de la familia
del mismo sexo del fallecido y debe ser realizado dentro de las primeras horas del
fallecimiento. En caso de que el cuerpo esté en malas condiciones debido a una muerte
violenta, se podrá llamar a una casa fúnebre para que componga el cuerpo de la mejor
manera posible para el ritual del baño.
Después del baño se envuelve el cuerpo en una simple tela limpia sin adornos
llamada Kafan. Por lo general esta tela es de algodón y de color blanco. Solo los
considerados “héroes” pueden ser enterrados con la ropa con la que murieron. Una vez
que el cuerpo está envuelto apropiadamente, los familiares y amigos pueden dar sus
condolencias a la familia doliente.
El siguiente ritual islámico es el de la oración. El cuerpo es transportado a un lugar al
aire libre donde se harán las respectivas oraciones. Esta ceremonia está dirigida por un
imán. Luego se procederá con el entierro.
Tradicionalmente, el entierro se hace sin ataúd, pero en algunos países no
musulmanes esta práctica está prohibida, por lo que los creyentes del islam tienen que
usarlo para enterrar a sus muertos. Al lugar del entierro solo podrán asistir los hombres.
El fallecido es llevado al cementerio para el respectivo entierro llamado Al-dafin.
Muchos musulmanes prefieren enterrar a sus muertos en el lugar donde murieron y en un
cementerio musulmán. El cuerpo del fallecido es puesto en la tierra sin ataúd, colocado
de su lado derecho y mirando hacia la Meca. No se acostumbra poner lápidas o flores
sobre la tumba.
• El proceso de luto islámico
En el islamismo está prohibido realizar actos de lamento excesivos por lo que no está
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bien visto que los dolientes griten, giman y lloren de manera exagerada. Un musulmán
que ha perdido a un ser querido se adentrará en el Hidaad, que consiste en un periodo de
luto de tres días inmediatamente después de la muerte de un familiar, incluyendo en él los
días que esté realizando los preparativos de la ceremonia funeraria. Durante estos tres
días no se impone a la familia ningún color determinado de ropa pero está estrictamente
prohibido utilizar vestimenta ostentosa y joyas.
En el caso de tratarse de la muerte del esposo se establece un periodo más amplio
llamado Iddah que consiste en cuatro meses y diez días de duelo en los que la mujer
doliente podrá llorar y expresar sus emociones aunque sin cometer exageraciones, ya que
se cree que podría afectar a la paz del difunto. Durante este periodo, las mujeres
musulmanas tendrán prohibido casarse, mudarse hacia otra vivienda y usar joyas,
mientras que la ropa debe ser modesta y no demasiado decorativa.
Este periodo no solo busca evitar que la mujer sea difamada sino que también desea
determinar si la viuda está embarazada o no de su difunto marido ya que estos cuatro
meses y diez días representarían aproximadamente la mitad de la duración de un
embarazo normal. Sin embargo, los hombres no deberán seguir estas estrictas normas.
En el caso de la muerte de la esposa, el hombre musulmán solo deberá cumplir un luto
de tres días sin tener ningún tipo de restricción respecto a la posibilidad de realizar una
nueva ceremonia matrimonial.
25
Tipos de pérdida y valor de las mismas
Qué es el duelo
La palabra duelo proviene del latín dolus, «dolor», y es la respuesta a una pérdida o
separación. Se trata de una respuesta normal y natural. Lo que no sería natural es la
ausencia de respuesta. Es algo personal y único, cada persona lo experimenta a su modo
y manera. Sin embargo, produce reacciones generales y comunes en prácticamente todos
los seres humanos.
Por duelo se entiende la sensación de pérdida sin posibilidad de recuperación,
fallecimientos, pérdida de la salud, pérdida de trabajo. Por lo tanto, las emociones y
sentimientos que se producen como consecuencia de la pérdida de un ser querido son
muy similares a las emociones y sentimientos que podemos tener, por ejemplo, ante la
pérdida como consecuencia de un divorcio o ante la pérdida de una relación laboral.
El duelo es una experiencia global, que afecta a la persona en seis ámbitos:
psicológico, emotivo, mental, social, físico y espiritual. Es un proceso durante el cual se
atraviesan diferentes etapas, un trabajo que debe realizar el doliente. El duelo, elaborado
de manera natural, necesita siempre de ayudas externas (sociales, personales,
profesionales) para ser soportado.
El duelo es, asimismo, una experiencia contradictoria, porque supone al doliente una
posibilidad de maduración, de aprendizaje de cara al futuro y, al mismo tiempo, también
puede suponer un enorme riesgo:
• Posibilidad de aprendizaje. Esta posibilidad lleva consigo que se pueda llegar a
ser una persona diferente, habiendo madurado con la pérdida. Consigue, de
manera consciente o inconsciente, deshacer los lazos que le unían al ser querido,
adaptarse a la pérdida y volver a vivir de manera sana en un mundo en el que ese
ser querido nunca más estará. De esta manera se aprende a convivir con los
recuerdos y se fortalecen los aspectos psicológicos y personales.
• Posibilidad de riesgo. Sucedería al ser incapaz de salir del duelo, al hacer un
duelo incompleto o al elaborarlo mal, no llegando nunca a superar la pérdida, lo
que, consiguientemente, requerirá de tratamiento psicológico al cabo del tiempo.
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Situaciones por las que se puede sufrir un proceso de duelo
Las pérdidas, sean del tipo que sean, siempre van a llevar la carga de la superación
del duelo, en mayor o menor intensidad y con mayor o menor posibilidad de
recuperación y de sustitución. Pero la única posibilidad de superar el duelo es pasando
por él, transitándolo.
¿Quién no ha perdido un amor adolescente, o sencillamente un amor, a lo largo de su
vida, en cualquiera de sus diferentes etapas, en las cuales el dolor tras la separación era
tan intenso que le imposibilitaba, aunque fuera de manera transitoria, entender la vida sin
la persona amada al lado? Analicemos esta estrofa de la canción titulada Te esperaré, del
grupo musical “La caja de Pandora”, para aclarar el sentimiento no deseado que se tiene
ante una separación, divorcio o ruptura amorosa: «Desde que te fuiste no consigo
encontrar ni tan solo un motivo para seguir; vivir no merece la pena si conmigo tú no
estás, muero como un río al llegar al mar, necesito verte aunque sea por última vez».
¿Acaso los sentimientos extraídos de esta estrofa no podrían valer para la pérdida por
fallecimiento de un ser querido?
La muerte de un ser querido es una pérdida de mayor rango que cualquier otra y se
diferencia de las demás por dos características:
1. La intensidad de los sentimientos
2. La irreversibilidad y lo definitivo de la muerte
Las pérdidas de Pangrazzi
A lo largo de la vida, el ser humano está continuamente sufriendo pérdidas. Nos
encontramos constantemente atravesando los ciclos de duelo, de lo que podríamos sacar
una conclusión: sin darnos cuenta estamos más familiarizados de lo que creemos ante los
procesos de pérdida. Arnaldo Pangrazzi las definió como «pérdidas continuas» y las
estableció a modo de decálogo:
1. El propio nacimiento, como la primera y más dolorosa separación.
2. Las pérdidas que conlleva el mismo crecimiento.
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3. La pérdida de la propia cultura por necesidad de emigrar.
4. La pérdida de bienes materiales(robo, desastres naturales).
5. La pérdida de vínculos afectivos (marcha o ruptura con el amigo, divorcio, ruptura
intergeneracional).
6. La pérdida de la identidad personal (fracaso profesional, rechazos afectivos, falta
de autoestima).
7. La pérdida de bienes humanos y espirituales (desconcierto e impotencia frente a
actos terroristas, secuestros, violencia callejera).
8. La pérdida de la salud por enfermedad, accidente, envejecimiento.
9. La pérdida de aquello que nunca se ha tenido, pero se ha soñado y deseado: la
carrera no cursada, el hijo que no nació, la soltería impuesta o mal soportada…
10. La muerte como pérdida más temida.
En líneas generales y atendiendo a los criterios de Pangrazzi podríamos diferenciar
entre los siguientes tipos de pérdidas:
1. Pérdidas por fallecimiento. La pérdida de un ser querido es la principal causa de
estrés en todo el mundo. El tipo de fallecimiento, la manera en la que se ha
actuado con el fallecido antes de morir, los asuntos pendientes, el parentesco…
determinarán la respuesta que el doliente tendrá ante este tipo de pérdida.
2. Pérdidas sentimentales. Dentro de esta categoría se pueden incluir los siguientes
subtipos:
—Amorosas: las pérdidas por divorcios, separaciones, noviazgos, etc., pueden
llegar a causargraves estragos en las vidas de las personas, afectando
fuertemente a los valores, creencias, autoestima, rendimiento laboral y
sensación de vacío.
—Relaciones familiares: la pérdida de relación entre hermanos, como sucede con
bastante frecuencia durante las enfermedades crónicas como el Alzheimer. Estos
asuntos generan sentimientos de duelo similares a los descritos anteriormente.
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—Amistades: del mismo modo, la pérdida o deterioro de las relaciones con amigos
y conocidos supone en el doliente, sensaciones propias de duelo como
desconfianza, frustración, soledad, etc.
3. Pérdidas materiales. Como consecuencia del derrumbe de las casas del barrio
barcelonés del Carmel en el año 2005 pudimos comprobar cómo las destrucciones
materiales pueden llegar a generar unas sensaciones de pérdidas y, por lo tanto,
pasar por el ciclo del duelo: sueños rotos, futuro incierto, búsqueda de culpables…
Reacciones todas ellas normales dentro del proceso de duelo. Dentro de las
pérdidas materiales podrían englobarse los despidos, cambios de trabajo, cambio
de ciudad de residencia, negocios fracasados.
4. Pérdidas vitales. Serían aquellas pérdidas fruto del paso de la vida que
inevitablemente cierran una etapa vital. La menopausia en las mujeres supone el
fin de un ciclo y trae consigo un proceso de duelo, de pérdida; del mismo modo,
las crisis vitales aparecidas como consecuencia de la jubilación o de las
prejubilaciones, el síndrome del nido vacío en las amas de casa cuando ya no
tienen hijos a los que cuidar, etc., suponen un reajuste en la vida social, familiar y
laboral de las personas en esta situación: el inicio de un ciclo de duelo.
Para poder trabajar todas las pérdidas del proceso vital conviene elaborar el
Currículum vitae de pérdidas (Nevado, M. y González, J. 2005).
Currículum de pérdidas
Uno de los primeros aspectos que se debe trabajar para lograr una buena
intervención en duelo es la introspección de las propias pérdidas sufridas a lo largo de la
vida. Pueden ser pérdidas sentimentales, pérdidas materiales, pérdidas afectivas, pérdidas
por fallecimiento, etc.
El siguiente ejercicio suele resultar muy útil como base de adaptación a un proceso
terapéutico de duelo. Consiste en enumerar las pérdidas más importantes sufridas por ti
en las diferentes etapas vitales propuestas en el cuadro siguiente. A continuación, trata de
elaborar una redacción sobre dichas pérdidas, siguiendo el ejemplo propuesto de Ángel.
Enumera las pérdidas más importantes que hayas sufrido en las siguientes etapas
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vitales:
Etapa vital Pérdidas
Abuelo Amigos cole Separación de mis padres
0-15 Años
15-30 Años
30-45 Años
45-65 Años
+ De 65 años
MI CURRÍCULUM VITAE DE PÉRDIDAS
(Ángel, 75 años)
Me han pedido que haga un ejercicio a modo de redacción sobre las pérdidas que he
tenido a lo largo de mi vida. Hace tiempo entré en lo que se denomina “tercera
edad”, por lo tanto, ya he tenido muchas, y trataré de resumirlas.
La primera, que aún hoy recuerdo, y eso que hace muchos años, fue la de mi padre.
Yo era muy pequeño, tenía ocho años, fue durante la Guerra Civil. Un día le
alistaron forzosamente, según contaba mi madre, y todavía hoy no hemos sabido
nada de él. Vivir la niñez sin padre es muy complicado, tuve que ser yo el cabeza de
familia y adopté más responsabilidades que las que son propias de mi edad, pero en
esa época tampoco resultaba tan raro, éramos muchos los niños sin padre y te
acababas acostumbrando.
Unos años después, viví otra pérdida: una chica del pueblo —de la que estaba
locamente enamorado cuando tenía dieciséis años— emigró con su familia a
Barcelona. Yo soy de Extremadura, y en aquella época todos, como luego me ocurrió
a mí, teníamos que emigrar en busca de un futuro mejor. Se me cayó el mundo a los
pies, estuve muy deprimido.
A los veinte años sufrí la siguiente pérdida: me fui a Alemania a trabajar para poder
dar de comer a mi familia, y tuve que romper con todo, con mi pueblo, mis amigos,
mis costumbres y con mi familia. Venía una vez al año, casi siempre por Navidad.
Por suerte, como allí había muchos españoles, me adapté más o menos bien. Allí
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conocí a la que hoy es mi esposa.
Quince años después volví a España y me quedé a vivir en Madrid. A los dos años
falleció mi madre y entonces pensé: ¡el siguiente soy yo! Pero no, vinieron antes los
fallecimientos de mis tíos –que para mí fueron como unos segundos padres– y de dos
de mis mejores amigos; llegó la jubilación, las broncas de mi mujer porque me metía
en sus labores (la verdad es que era muy pesado), mi hijo mayor se fue a trabajar a
Canarias…
Y ahora, con setenta y cinco años, vivo la que creo, ya que tengo experiencia en esto
de las pérdidas, la peor de todas: la de mi esposa.
Ella no está muerta, pero sus recuerdos sí; no me reconoce, no habla, y ahora está en
silla de ruedas. Hace ocho años le diagnosticaron Alzheimer.
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Proceso de duelo: duración y fases
Con respecto a las etapas del duelo, casi todas las teorías de los estudiosos del tema
como Worden, Bwolby o Kübler-Ross, coinciden en señalar que en los ciclos de duelo,
desarrollados como consecuencia del estado de pensamiento, sentimiento y actividad que
se produce ante la pérdida, se necesita un tiempo y un proceso para volver al equilibrio
normal, que es lo que constituye el proceso de duelo. Por lo tanto, marcan sus fases.
Para la mayoría de autores habría cuatro fases secuenciales comunes a la práctica
totalidad de las teorías.
1. Experimentar pena y dolor. La pérdida del ser querido provoca pena y dolor; se
tienen que sentir en el interior de uno mismo estos sentimientos para ir aceptando
poco a poco el convivir con la ausencia del que no está.
2. Sentir miedo, ira, culpabilidad y resentimiento. El ser humano tiene que buscar
culpables a su situación, enfadarse, sobre todo cuando es consciente de lo que se
ha perdido.
3. Experimentar apatía, tristeza y desinterés. Sucede que al ser consciente de la
pérdida y comenzar a aceptarla plenamente, uno se deprime y experimenta la
apatía, tristeza y soledad.
4. Reaparición de la esperanza y reconducción de la vida. La esperanza aparece
cuando se es capaz de reinsertarse poco a poco en la sociedad y recobrar la
capacidad de amar.
¿Cuándo finaliza el duelo?
Termina cuando las tareas del proceso han sido finalizadas. Por lo tanto, no hay una
respuesta concreta, aunque dos años es el periodo más aceptado. El hablar de la persona
desaparecida sin dolor es un indicador de que el duelo ha terminado. Hay personas que
nunca completan el duelo, reapareciendo la pena de vez en cuando.
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Modelo de fases de Kübler-Ross
De todos los autores que trabajan en el proceso de duelo quizá la más destacada sea
Elisabeth Kübler-Ross. Se trata de una doctora suiza quedurante toda su vida
profesional se dedicó en cuerpo y alma a la atención de los enfermos terminales y a sus
familias, publicando numerosos libros y siendo el punto de referencia en el estudio de los
procesos y de las fases de duelo.
Kübler-Ross estableció cinco etapas durante el proceso de duelo para enfermos
terminales y sus familiares: negación, ira, culpa, depresión y aceptación. Algunos
autores establecen también la etapa de negociación, en la cual, de manera prácticamente
inconsciente, tanto la familia como el enfermo terminal deciden establecer un pacto a
cambio de algo: «Si salgo de esta, prometo...», «si vivo, aunque sea un año más...»,
pero esta etapa de negociación tiene mucho más sentido cuando se habla sobre los
sentimientos de la propia muerte, principalmente en los enfermos terminales.
Por lo tanto, para superar el proceso de duelo y ser capaz de rehacer de nuevo la
vida, hay que pasar por estas fases que, aproximadamente, pueden durar entre seis y
dieciocho meses. Las fases son las siguientes:
Negación
La negación sería la primera de las etapas del proceso de duelo. Puede durar desde
unas horas hasta un tiempo ilimitado y surge como una respuesta inconsciente del ser
humano a modo de mecanismo de defensa que impide la toma de conciencia de la
muerte o pérdida del ser querido.
Es, por lo tanto, como una especie de almohadilla para el dolor. Esta negación inicial
es sana porque permite ir tomando conciencia del proceso poco a poco, nos permite ir
acostumbrándonos a la ausencia. Se trata de una etapa problemática porque la realidad
del doliente sin el ser querido al que cuidar puede provocar que este se sienta a gusto
dentro del proceso de negación, dentro de sus recuerdos, y salir de ella implica comenzar
a asumir la realidad de un presente y un futuro sin el ser querido, una situación de vacío.
Durante esta fase el doliente sigue buscando al fallecido. Es una búsqueda basada en
la aceptación de la realidad. Le busca por todas partes, le ve reflejado, mientras anda por
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la calle, en personas que se cruzan a su paso y que quizá se parezcan a él, pero no son
él. Este es un proceso normal en el duelo.
La negación queda reflejada a través de los sueños, produciendo ensoñaciones con el
fallecido: «Sueño con él, le oigo respirar», «siento su presencia», etc. son frases dichas
por cuidadores cuyo enfermo ha fallecido, y no es que se estén volviendo locos. Tan solo
están negando la pérdida y percibiendo de una manera inconsciente. Es como cuando un
amputado dice que le pica la pierna que ya no tiene. La reacción en esta fase del duelo es
similar, y esto se transmite a través de las alucinaciones o pseudo-alucinaciones en las
cuales tiene la sensación de que le ha percibido. Al mismo tiempo se vive creando un
hogar en el que están presentes todos los objetos del fallecido, el doliente vive inmerso en
sus recuerdos y tiende a guardar todos los objetos.
En caso de duelo anticipado como consecuencia de enfermedades, esta negación
también se produce en los meses anteriores al diagnóstico: si ahora que el enfermo ha
fallecido se sigue buscando al ser querido de manera inconsciente, del mismo modo se
busca la personalidad, forma de ser y recuerdos perdidos de la vida anterior a ser
diagnosticado como enfermo de Alzheimer, esclerosis múltiple, sida, etc. Se sigue
buscando lo perdido por encima de la aceptación a la nueva situación.
Sin lugar a dudas, esto es fruto del proceso de negación a la pérdida que irá pasando
con el transcurso del tiempo. Y es necesario superarla para continuar con el duelo.
Ira
El proceso de duelo continúa y si en la primera etapa se niega una realidad, en la
siguiente el doliente se enfada ya que poco a poco va siendo consciente de que la pérdida
es real. Es en ese momento, cuando se pasa a la segunda etapa, surge la ira, que aparece
entre otros motivos por la sensación de incomprensión, generando enfados hacia los
familiares.
Nadie me comprende, todo el mundo me aconseja y me dice que salga y
que me recupere, pero nadie me escucha, ni siquiera mi marido; para él
solo ha muerto su suegra enferma, pero yo he perdido a mi madre (Sara,
44 años).
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La sensación de vacío y de comparación puede llegar a generar ira y celos hacia
amigos o conocidos:
El otro día me encontré por la calle con Irene, caminaba junto a su madre,
y sin saber por qué comencé a preguntarme por qué ella tiene madre y yo
no. Después me sentí muy mal pero en ese momento me pareció sentir
envidia y celos, no sé si de su madre o de su situación.
En ocasiones, y sobre todo cuando la persona es creyente, el enfado puede ser con
Dios por la sensación de abandono, pudiendo llegar incluso a cuestionarse la fe.
La pregunta más repetida en esta fase es: «¿Por qué a mí?». Y lógicamente, es una
pregunta sin respuesta.
Culpa
Poco a poco los enfados comienzan a disminuir, la ira empieza a apaciguarse y se
llega a la etapa de la culpa. El ser humano tiene una tendencia innata a buscar culpables a
las distintas desgracias con las que la vida le sorprende. Así, se inicia un proceso de
búsqueda de culpables, porque alguien tiene que ser el culpable de esta situación. La
búsqueda comienza en personas externas: el médico, los auxiliares que le atienden, otros
familiares… Con el tiempo, y en la mayoría de los casos, se tiende a disminuir esta culpa
hacia el exterior y entonces comienza la búsqueda del culpable en el interior.
Después de tanto buscar quién tenía la culpa y resulta que la culpa estaba
inmersa en mí, yo fui el culpable. Si hubiera aceptado antes la
enfermedad, si no la hubiera gritado, si hubiera tenido más
tranquilidad… quizá no hubiera ido tan rápido, quizá aún hoy estaría
dándole de comer, como los últimos cinco años (Goyi, 52 años).
Esta etapa puede llegar a ser una de las más importantes a la hora de elaborar el
proceso de duelo, entre otras cosas porque va a estar presente prácticamente a lo largo
de toda la vida.
La culpa se traduce en pesadillas nocturnas, arrebatos de dolor, alteraciones del
ánimo y pensamientos suicidas. Una buena forma para ayudar a las personas en esta fase
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es realizar una pregunta sobre la que deben pensar y llegar a una conclusión. La pregunta
es la siguiente: en realidad, ¿se tiene culpa o se tiene impotencia debido a que, pese a
todos los esfuerzos realizados a lo largo del tiempo de cuidados, pese a todo lo que como
cuidador has dejado de realizar por cuidar, nada dio sus frutos y la enfermedad siguió su
curso?
Depresión
La depresión sigue el curso del ciclo de duelo. Estamos en la antepenúltima etapa del
proceso de duelo.
Después de haber negado la muerte, de haber sentido ira, sufrido enfados
atravesando la llanura larga y tormentosa del duelo, el doliente camina hacia la depresión.
En esta etapa el familiar comienza a tomar conciencia de la pérdida. La realidad de la
ausencia ya es inevitable, ha pasado un tiempo prudencial desde el fallecimiento y se ve
que no ha vuelto. La realidad hace daño pero al mismo tiempo sirve para asumir la
pérdida.
Por otro lado, están las sensaciones desarrolladas en los primeros meses de inicio del
proceso de duelo, en las cuales con solo cerrar los ojos el cuidador era capaz de
visualizar al ser querido. En estos momentos el doliente puede recordarlo, pero no
visualizarlo. Las imágenes se van perdiendo y esto vuelve a generar culpa en el cuidador
por volver a disfrutar de nuevo.
La consecuencia de todo esto es el intento de volver a recordar al ser querido,
utilizando fotos, vídeos, recuerdos u objetos que le faciliten las sensaciones que, poco a
poco, comienza a perder.
Al ir asimilando el dolor y la pérdida el doliente comienza a plantear el futuro, y este
siempre es incierto porque nunca se sabe cómo responderá, debido, entre otros factores,
al vacío desarrollado. Aparecen los asuntos pendientes de solucionar, cosas que se
callaron, palabras que le hubiera gustado decir, decisiones no tomadas…
En esta fase del duelo los asuntos pendientes salen a la luz y hacen reflexionar. La
pregunta más frecuentees: «¿Y ahora qué hago yo?».
A menudo me pregunto qué será de mí cuando mi marido no esté. He
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perdido las amistades, he dejado aficiones, todo por cuidarle, y ahora que
le veo y le quedan apenas unos días de vida, no sé qué hacer. A veces
tengo que ver fotos y recuerdos para tratar de recordarle no como un
enfermo de ELA, sino como era antes. Un hombre alegre, capaz de
manejar un montón de situaciones a la vez, capaz de llevar una casa y de
cuidar una familia, capaz de quererme toda la vida. Lo intento, pero tengo
que esforzarme para que los últimos recuerdos que me queden de él no
sean estos en los que se encuentra ahora, anclado a su cama, con la
mirada perdida y comiendo por sonda (Ana, 56 años).
Aceptación
Tras un largo discurrir por el camino del duelo, el doliente llega a la última etapa del
camino: la aceptación. Es el momento de aceptar la muerte y tratar de rehacer la vida. En
esta etapa el estado de ánimo no resalta por nada especial, ni por altos ni por bajos, es un
estado de afectividad plana en el que no se está ni deprimido ni animado, pero en el cual
se puede comenzar a tomar decisiones con respecto a nuestra vida y a plantearse
objetivos de acción concretos.
En esta etapa se aprende a convivir, se llega a la conclusión de que el ser querido es
insustituible pero que no volverá. Hay que aprender a convivir con su ausencia y se están
consiguiendo aparcar los recuerdos en algún lugar a mitad de camino entre el corazón y
la razón de tal manera que permitan al doliente seguir con el curso de su vida.
Es el momento de tomar decisiones sobre cómo será a partir de ahora la vida y de
resolver aquellos asuntos pendientes. En esta fase del proceso es conveniente realizar una
despedida simbólica que facilite el proceso de aceptación.
No me encuentro ni bien ni mal, solo estoy resignado. Ahora me agobia un
poco todo lo que tengo que hacer. Han sido muchos años cuidando a mi
madre, durante los cuales tuve que dejar de trabajar para poder atenderla,
dejé amistades… Y ahora me toca ponerme en marcha con todo ello.
Después de hacer el taller de duelo en la asociación lo veo todo diferente,
sé que si mi madre estuviera viéndome en algún sitio no le gustaría verme
aquí llorando como he estado un año y sin ninguna otra actividad.
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Seguramente me diría: Trabaja y haz tu vida, que todavía eres joven y por
mí ya hiciste todo. Debo recobrar aficiones perdidas, pero eso cuando
tenga más ánimo; debo ir poco a poco, como me dijo el psicólogo del
taller, deprisa pero sin pausa. Sé que debo hacerlo y lo voy a hacer (Maite,
42 años).
El proceso de duelo: tres ejemplos
El caso de Juan. Duelo en enfermedades degenerativas
Padecer un trastorno crónico no implica necesariamente tener una enfermedad grave
o que puede poner en peligro la vida, dada la gran variabilidad de patologías que pueden
ser crónicas, como el cáncer, el SIDA, artritis, diabetes… La enfermedad crónica no solo
afecta físicamente sino también a nivel afectivo y emocional. Por lo tanto, el proceso de
afrontamiento es fundamental para llevar la enfermedad de la manera más adecuada.
Juan tiene 27 años cuando es diagnosticado de esclerosis múltiple.
De mi cabeza nunca se irá el momento en el que el médico me dijo que
tenía esclerosis múltiple. Cuando escuché que era para toda la vida, que
no tenía curación, vinieron a mi cabeza miles de preguntas, el
pensamiento se me aceleró y no era capaz de escuchar ni de recordar nada
de lo que el médico me decía, tan solo tenía ganas de llorar, de gritar, de
irme. Tras un par de años con varios brotes me di cuenta de que si quería
vivir más tiempo debía de renunciar a gran parte de mi vida anterior,
debía de aceptarme, debía aprender a convivir con mi enfermedad, con
mis miedos, con mis limitaciones y saber que ya nunca podría hacer cosas
que antes hacía, tenía que aprender a encontrarme conmigo mismo.
El testimonio de Juan nos permite hacernos una idea de que vivir con una
enfermedad crónica plantea nuevos retos, es un proceso largo y duro durante el cual se
produce una lucha interior entre los deseos (que todo sea mentira, un mal sueño) y la
realidad (hechos concretos, síntomas y signos de la patología) que demuestran la nueva
situación a la que cada persona tiene que adaptarse, aprendiendo a convivir con la
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enfermedad y consigo mismo.
• El proceso de afrontamiento
Enfrentarse a una patología crónica produce un reajuste, un proceso de duelo similar
al que pasamos cuando se muere un ser querido. Desde el mismo momento del
diagnóstico. Juan comenzó un proceso de duelo transitando por las diferentes etapas
expuestas en el punto anterior y narrado en primera persona por él.
Negación. Juan negaba una y otra vez su sintomatología. El proceso de su enfermedad
(esclerosis múltiple) hace que en las fases remitentes de la misma se produzca una
mejoría estacional entre brote y brote, de ahí que la negación se acentuara durante los
primeros meses, precisamente el tiempo que pasó entre el primero y el segundo.
Recuerdo el primer brote, sentía hormigueos por todo el cuerpo, sensación de dolor,
problemas de equilibrio, pero el miedo se apoderó de mí una mañana al abrir los ojos
y ver doble, mi cuerpo momentáneamente se paralizó y acudí a urgencias. Me dijeron
que era esclerosis pero yo creía que no era así, lo negaba, no quería verlo,
consideraba que era estrés o ansiedad. Al mejorar mi salud, mi negación de la misma
se acentuó hasta que a los seis meses sufrí una parálisis de todo el cuerpo. Ocurrió
una vez más de golpe y tardé más de dos meses en volver a recuperar la capacidad de
caminar.
Ira. Es la segunda etapa del proceso de duelo. Si en la primera etapa se niega una
realidad, en la siguiente los enfados de Juan se incrementan debido a que poco a poco va
tomando conciencia de la nueva realidad. Comienza a ser consciente de que la patología
detectada será para toda la vida y empiezan a aparecer los sentimientos de incomprensión
hacia todo lo que le rodea (incluidos sus seres más queridos), rechazo a las ayudas que
los demás le ofrecen y frases acusadoras del tipo: “Nadie me comprende, todo el mundo
me aconseja y me dice que salga y que me recupere, pero nadie me escucha”. Juan se
repetía una y otra vez: ¿Por qué a mí? En esta fase se dará cuenta de que existen
muchas preguntas que no tienen ninguna respuesta, aumentando, por lo tanto, las
reacciones desproporcionadas.
Culpa. Juan comienza la búsqueda de culpabilidad en personas externas: el médico, la
familia, los acontecimientos externos, los momentos en los que se podía haber actuado
de una manera distinta… Con el tiempo, la culpa en Juan va disminuyendo hacia el
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exterior y entonces comienza la búsqueda del culpable en el interior. Después de tanto
buscar quién tenía la culpa, resulta que la culpa estaba inmersa en mí, me costó
aceptar que no había culpables, que nadie tenía la culpa de que yo hubiera caído
enfermo y mucho menos de que esta enfermedad fuera para toda la vida, ni siquiera yo
mismo tenía la culpa, nadie… La culpa suele ser la fase o etapa más difícil de elaborar,
es habitual que los pensamientos de culpa sigan apareciendo a lo largo del proceso
aunque estos se diluyan, según se avanza en la elaboración del duelo.
Depresión. Juan se enfrenta a la penúltima etapa del proceso de duelo. En esta etapa
se comienza a tomar conciencia de la pérdida. La realidad de la enfermedad ya es
inevitable, ha pasado un tiempo prudencial desde el diagnóstico y no hay vuelta atrás. La
realidad hace daño, pero al mismo tiempo sirve para asumir la pérdida. Al ir asimilando la
situación, se comienza a plantear el futuro, y este siempre es incierto porque nunca se
sabe cómo se responderá, comienzan a aparecer asuntos pendientes de solucionar como
la gestión de recursos y ayudas. La pregunta más frecuente es: “¿Y ahora qué hago yo?”.
A menudo me pregunto qué será de mí, qué pasara conmigo cuando la enfermedad
vaya avanzando… Sé que todavía es pronto para pensar en esto, pero me gustaría ir
tomando conciencia de que esto no es de undía para otro sino para toda la vida y
aunque me cueste tengo que comenzar a tomar decisiones para mi futuro.
Aceptación. Tras pasar por diferentes fases Juan llega a la última etapa: la aceptación.
Es el momento de aceptar la realidad y tratar de rehacer la vida. Es el momento de tomar
decisiones sobre cómo será a partir de ahora la vida y cómo quiero seguir viviendo, de
redescubrir mi nuevo yo.
Reinicio: A día de hoy Juan forma parte de la Asociación de Esclerosis Múltiple de
una ciudad cercana a Madrid, ha aceptado que su vida es diferente, que tiene más límites
pero que puede seguir disfrutando de momentos impagables. Vivo igual que el resto de
amigos pero sé que todas las semanas tengo un tratamiento médico que seguir, que en
lugar de caminar dos horas como antiguamente hacía ahora son 20 minutos y diez de
descanso y sobre todo que mi experiencia puede ayudar desde la asociación a otras
personas que están pasando por este proceso.
El caso de Araceli. Duelo de pareja
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Araceli y Manuel se conocieron hace 15 años, cuando tenían 18 años, en su último
año de Instituto. Empezaron a salir sin plantearse su futuro, pero poco a poco fueron
transitando por sus etapas vitales juntos y tuvieron lugar las primeras salidas, los
primeros trabajos, viajes. Les costó encajar con sus respectivas familias y grupos de
amigos, pero la ilusión y la pasión de sus primeros años les ayudó a afrontarlo.
Esa ilusión, mezcla de afecto positivo, libertad y respeto, se tornó complicidad con
las primeras responsabilidades. Empezaron a trabajar a los 23 y se fueron a vivir juntos a
un piso de alquiler a los 27. Aunque su vida sexual había decaído, la sensación de
compañerismo seguía intacta.
Poco a poco su comunicación emocional se fue restringiendo y aunque Araceli la
echaba en falta, tanto sus amigas, familia como el propio Manuel le transmitían la idea de
que “es normal, las parejas cambian, la pasión disminuye, pero aun así te compensa”.
A los 30 años deciden dejar de tomar anticonceptivos y un año después se quedan
embarazados. Aunque es un bebé buscado a Araceli le asaltan las dudas sobre si Manuel
es la persona con la que quiere compartir su vida. Considera que con el paso de los años
Manuel se ha vuelto menos cariñoso, más huraño e introvertido, cada vez pasa más
tiempo en el trabajo y el tiempo libre que tiene lo dedica a hacer deporte con amigos o a
su familia de origen.
A pesar de sus dudas, deciden casarse y apostar por formar una familia. “Quizás el
bebé nos pueda unir”, piensa ella. Tras el nacimiento de Claudia, su hija, los problemas
de pareja aumentan. Araceli no se siente acompañada en los primeros meses de
maternidad y tiene la sensación de que Manuel evita las responsabilidades parentales,
sigue volcando su energía fuera de casa y aunque juega con Claudia, no participa en el
resto del cuidado de su hija. Manuel argumenta que fue una decisión de Araceli. Dice
que, si bien no se negó, tampoco hubiera tenido tanta prisa por ser padre de no ser por la
insistencia de Araceli.
A los 33 años Araceli se plantea si está o no enamorada de Manuel, y deciden
separarse temporalmente.
• Negación
Durante la separación temporal, Araceli piensa que esto le puede hacer reaccionar a
Manuel y que quizás puedan volver a intentarlo con energías renovadas. Aunque trata de
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centrarse en el día a día sin Manuel, siguen hablando todos los días y escribiéndose
mensajes de whatsapp constantemente. Araceli lo niega, pero tiene miedo a que
finalmente Manuel también rehaga su vida, no es del todo consciente que lo que busca
no es solo que Manuel sea la persona de hace 15 años sino que también anhela ser ella la
misma persona con la energía y las pocas responsabilidades que tenía a los 18 años,
ambos objetivos inalcanzables.
• Rabia/ira
Una vez que deciden divorciarse definitivamente, Araceli siente rabia e ira en algunos
momentos, es una emoción que viene y va. Rabia, ira, enfado hacia Manuel por no haber
luchado más por reconquistarla, hacia ella misma por haber invertido tanto tiempo en lo
que considera en esos momentos un proyecto fallido. Enfado, envidia al ver a otras
parejas amigas que han superado crisis de pareja. Rabia hacia la sociedad, sobre la que
tiene la sensación de que te juzga negativamente si no tienes pareja.
• Culpa
En otras ocasiones, los sentimientos de rabia y envidia se mezclan con sentimientos
de culpa: ”¿Seré yo la responsable de la situación?”, “¿cómo le afectará esto a Claudia?”,
“¿quizás tendría que haber aguantado?”, “si hubiéramos ido a una terapia de pareja
puede que lo hubiéramos solucionado”. Son preguntas que le atormentan y para las que
no tiene respuesta.
• Depresión
Tras estas fases, Araceli se ve sumida en un periodo con un estado de ánimo bajo,
ya no siente el alivio de los primeros momentos sino que se siente sin energía y por
momentos desubicada a nivel social y familiar. Al principio trata de cortocircuitar la
emoción de tristeza pero después se da cuenta de que una vez que se permite transitar
por esta emoción de tristeza se siente “menos mal”.
• Aceptación
Poco a poco, Araceli se va adaptando a la situación y aunque por momentos siente
tristeza, añoranza, culpa, enfado o nostalgia, estas emociones ya no son tan
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desbordantes, son menos intensas, menos frecuentes y más manejables. La relación con
Manuel es menos habitual pero cada vez más cordial, y aunque cuando se ven o hablan a
veces siente afecto positivo, se está convirtiendo en un trato cordial.
• Reinicio
A los 15 meses de la separación, Araceli ha comenzado a disfrutar de las actividades
que antes solo hacía para evitar estar sola, como las clases de teatro, el gimnasio o el
grupo de senderismo. Aunque de momento no quiere comenzar una relación estable, está
comenzando a sentirse atraída por otros hombres y también deseada. Es capaz de fijar su
foco atencional en su presente hacia su futuro.
Dinámica duelo de pareja
Te proponemos una dinámica para trabajar el duelo de pareja.
Consiste en contestar a todas y cada una de las siguientes preguntas. Con el material
que resulte del ejercicio te proponemos que escribas una carta a tu ex pareja. Con la
carta puedes hacer un ritual simbólico, quemarla, guardarla, romperla, enviársela. Eso lo
decides tú. El objetivo es recolocar al objeto del duelo en una situación que nos permita
pasar página, afrontando el proceso.
Preguntas de ayuda para escribir una carta.
El primer recuerdo que tengo de ti es …
Me gustaría decirte…
Lo que más echo de menos de ti es…
Lo que más me gusta de ti es…
Me gustaría que respetases que….
Lo que los demás dicen de ti es…
Lo que más me gustaba hacer contigo es…
Me ayudas cuando me aconsejas…
La broma que más sueles hacer es…
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Me gustaría que me dijeses…
Me acuerdo de ti con (libro, película, canción)
Quiero darte las gracias por...
Cuando pienso en ti…
De lo que más me arrepiento de nuestra relación es…
Lo que me gustaría poder decirte es…
Sé que estoy progresando cuando…
El proceso de duelo en crisis sociales
Antonio tiene a día de hoy 40 años. Es una de esas personas a las que nunca les faltó
el trabajo, siempre en la construcción, siempre en la obra. Estudiar nunca fue lo suyo, él
no se considera torpe, simplemente no le gustaba y prefería hacer cosas.
En el año 2005 Antonio ganaba cerca de 3.000 euros al mes de media, en meses de
mucho trabajo podía llegar a los 5.000. Recuerda cómo su hermana periodista de
profesión y con un máster en aquella época apenas era una de las denominadas
mileuristas. Ahora las tornas han cambiado. Su hermana sigue más o menos en el mismo
escalón salarial, él fue desahuciado y ahora busca reciclarse para poder seguir con sus
sueños y sus proyectos, o por lo menos poder conseguir un trabajo con el que dar de
comer a sus dos hijos y echar una mano a su mujer.
En el año 2005, en plena burbuja inmobiliaria y con dinero fácil, decidió comprar
junto a la que hoy es su esposa un chalet en una urbanización a las afueras de Madrid. El
precio era de 280.000 euros, lo que significabauna hipoteca de 1.500 euros al mes.
Al poco tiempo se casó, su esposa quedó embarazada de gemelos. Jamás había
dejado nunca nada sin pagar, jamás había dejado nunca de trabajar y jamás llegó a
imaginar la situación que le tocó vivir a partir del año 2010.
En torno a 2009 los ingresos de Antonio comenzaron a disminuir, las horas extras no
se pagaban igual, cada vez salían menos obras y sin embargo los gastos cada vez eran
mayores. En el año 2010 su esposa administrativa fue despedida, seguían pagando todo,
pero cada vez había menos trabajo. En el año 2011 la empresa en la que trabajaba
quebró, todos los trabajadores fueron despedidos, por primera vez en su vida estaba en
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paro y a partir de ahí todo se desmoronó como un castillo de naipes. La vida dio un giro
tremendo que culminó con el desahucio de su domicilio.
• Negación
Febrero de 2011. El trabajo cada día va a peor, menos horas, menos obras, menos
ingresos. El 15 de febrero la empresa quiebra y Antonio por primera vez pasa a engrosar
las filas del paro quedando los ingresos reducidos a 800 euros. Entre hipoteca, gastos
generales y otros créditos los pagos mensuales ascienden a 2.400 euros. Su esposa
consigue un trabajo a media jornada con lo que consiguen ir alargando la agonía
comenzando a tirar de los ahorros de que disponían. En esa época Antonio no estaba
especialmente preocupado (negación), no había estado nunca en el paro, conocía a
mucha gente y se tomó los primeros meses de desempleo como una especie de descanso
sabático. Poco a poco comienza a ver que las puertas se cierran una tras otra pero aun
así él sigue confiando en su capacidad y entre el paro y alguna chapuza consigue ir
pagando.
En el año 2014 los primeros impagos del banco comienzan a agruparse, la familia
intenta echar una mano, Antonio y su esposa deciden poner el chalet en venta. El precio
no supera ahora los 180.000 euros mientras que la hipoteca ronda los 220.000.
• Ira
La relación entre Antonio y Sara (su esposa) siempre había sido muy buena, sin
embargo desde que fue despedido cada vez son más frecuentes los enfados, el miedo
comienza a apoderarse de ambos y la impotencia acaba generando frustración. Los
consejos envenenados de amigos y familiares, con continuas recriminaciones, las frases
que una y otra vez repiten en los medios de comunicación –“has vivido por encima de
tus posibilidades”, “ganabas dos y gastabas cuatro” y sobre todo la que más le dolía por
parte de familiares cercanos, “si no te mueves no vas a encontrar nada”– vienen a su
mente una y otra vez y no puede pararlas. Cuando llega la primera carta del banco
indicando el impago es citado por la entidad para tratar de encontrar una medida. Afronta
enfado tras enfado, insultos, salir por la mañana y no volver hasta la tarde, pasar horas
sentado en el banco de su parcela o pasarse por obras para encontrar algo. La situación
cada día es más desesperante, las discusiones con su esposa son cada vez peores,
también discute con su padres, hermanos, hijos. El carácter le ha cambiado por completo
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pero sigue sin considerar que necesita ayuda.
• Culpa
Los sentimientos de culpa le impiden dormir. Los escenarios y recuerdos del pasado
–la casa, el coche, las fotos de viajes, en especial el de la Rivera Maya de su luna de
miel– le atormentan. “¿Qué hubiera pasado si no me hubiera metido en esta hipoteca?”,
se pregunta. Llegan los sueños rotos, la sensación de responsabilidad, la culpa por la
tristeza en las caras de sus hijos y de su mujer.
El 12 de mayo del año 2014 recibe la orden de desahucio. Ese día Antonio se
hundió. La luz y el gas no se lo llegaron a cortar porque sus padres y algún amigo le
ayudaban para poder mantenerlo, su hermana hacía la compra del mes para que sus hijos
pudieran comer y con el salario de media jornada de Sara podían ir tirando en los gastos
del día a día.
• Depresión
Su estado de ánimo estaba por los suelos, Sara es quien comenzó a llevar las riendas
y a tirar de la familia. Ella contactó con la Asociación de Afectados por la Hipoteca y
también se puso en contacto con Fundación Psicólogos Sin Fronteras para poder tratar a
Antonio, quien comenzó a tomar antidepresivos para poder superar la situación. Tuvo
ideación suicida y de hecho un día llegó a comentarle al psicólogo que si él se estrellaba
con el coche y sufría un accidente, el seguro de vida de la hipoteca saldaría la cuenta y
quizás pudiera quedar algo de dinero para su esposa. Antonio está en un túnel con difícil
salida pero por fin, por primera vez en mucho tiempo, quizás por lo desesperado de la
situación, consigue levantar la cabeza. Tras muchos años de malas noticias, la lucha de
su esposa y la mediación de las entidades consiguen aplazar el alzamiento un mes.
• Aceptación
Antonio acepta acudir a terapia de grupo, donde se encuentra con otras personas
como él. Son parados de larga duración. En la terapia se trabaja la culpa, los escenarios
paralelos. La fuerza de su esposa y la fecha de salida de su casa en un nuevo alzamiento
hace que Antonio tenga una nueva ilusión: de su casa no le van a echar, ese es el objetivo
por el que luchar. Un nuevo alzamiento viene y tiene fecha 27 de febrero de 2015, él se
atrinchera junto con voluntarios, familiares y medios de comunicación presentes, que
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evitan el desahucio. Esto supone la primera victoria en muchos años. Semanas después
se logra pactar con el banco la dación en pago. El desahucio se transforma en un alquiler
social. Sara por fin tiene un trabajo a jornada completa y Antonio comienza a hacer un
cursillo de formación en chapa y pintura. No es el trabajo de su vida pero estar inmerso
en las prácticas y el estudio le abre una nueva puerta y una nueva ilusión.
• Reinicio
A día de hoy Antonio y Sara siguen en su casa. Ya no pueden llamarla así porque es
del banco pero, como comenta Antonio, la casa siempre fue de ellos. En un año expira la
cláusula por la que o la compran o se irán para siempre, pero ahora ya no le preocupa, si
se tienen que ir se irán, no volverá a meterse en algo que no podrá pagar. Sara sigue
trabajando como administrativa a jornada completa, su sueldo no llega a 900 euros.
Cuatro años después Antonio tiene un contrato en un taller, de aprendiz con 40 años.
No es gran cosa pero vuelve a sonreír. No está animado, tampoco deprimido
simplemente está.
Ejercicio 1. Manejo de la culpa
En este ejercicio se propone analizar las diferentes reacciones de culpabilidad que
pueden darse ante la pérdida de los seres queridos. Lee los relatos que se exponen a
continuación y responde las preguntas que se plantean sobre cada uno:
Durante un año, los padres de Julio estuvieron día y noche acompañando a
su hijo en la cama de un hospital. Julio sufría una enfermedad grave y los
médicos tenían expectativas muy negativas en cuanto al pronóstico. Los
padres hicieron todo lo posible para que los últimos momentos de la vida de
su hijo fueran agradables, ya que el proceso de la enfermedad fue largo y los
tratamientos le habían causado ya mucho sufrimiento. Cuando Julio murió,
su madre cayó en una terrible depresión. No podía parar de pensar que
quizás podrían haber hecho algo más para salvar la vida de su hijo, por
ejemplo haber consultado a otros médicos antes de darlo todo por perdido.
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¿Cómo crees que se podría trabajar la depresión de la madre de Julio?
¿Cómo se trabajaría la culpa en este caso?
¿Qué papel podría jugar el padre de Julio para tratar de apoyar a su mujer?
Fases Síntomas Cómo ayudar
Negación
¡No, no es verdad!
Parece que le veo.
Estoy como en una nube.
No forzar la aceptación, dejar
que marque su ritmo.
Contestar preguntas de manera
realista.
Estar a su disposición.
Ira
¿Por qué a mí?
¡Nadie me comprende!
¡No sabes cómo me siento!
Sentimiento de injusticia.
Facilitar la expresión de la ira.
No responder a sus enfados.
Culpa
¡Si me hubiera enterado antes de la
enfermedad…!
¡Si no le hubiera gritado…!
¡Si hubiera actuado de otra
manera…!
Ayuda para comprender y
manejar sentimientos.
Aportar respeto y escucha.
Depresión

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