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3. Doctrina de la redención Tal vez la primera doctrina particular que hay que abordar para comenzar a comprender el concepto bíblico de salvación es la doctrina de la redención. En efecto, salvación, el vocablo más usado y conocido popularmente para referirse al ofrecimiento hecho por Dios a la humanidad en general en la persona y en la obra de Cristo, es un término demasiado genérico, amplio e incluyente en la Biblia (y por lo mismo difuso), por cuya causa la mejor forma de comprenderlo es desglosarlo en varias doctrinas derivadas, dentro de las cuales la más importante y concreta sería la redención. La salvación pasa entonces en primera instancia por la redención, pero no concluye en ella. Y decimos que la doctrina de la redención es muy concreta, porque el significado concreto del verbo redimir es, sencillamente, rescatar o liberar a alguien mediante el pago de un precio. Habría, pues, que estar de acuerdo con Rudolf Steiner cuando dijo: “Es imposible comprender la idea de una humanidad libre sin la idea de la salvación de Cristo”. Sin embargo, no basta con afirmar lo anterior para comprender de qué se trata, pues es necesario establecer con precisión de qué o de quién hemos sido liberados por Cristo los creyentes. Y lo es en primer lugar porque el concepto de libertad, tan llevado y traído por unos y por otros en la era moderna, ha sido muy malentendido por muchos, al punto que habría que darle la razón a Madame Roland cuando, de camino al cadalso para ser ejecutada durante la época de la Revolución Francesa, pronunció con amarga sorna su célebre frase: “¡Libertad, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Por lo tanto, lo primero que hay que dejar establecido aquí es la que liberación o rescate efectuados por Cristo a nuestro favor nos libera o redime fundamentalmente de ese ominoso e impersonal tirano que acecha y echa a perder el shalom de manera recurrente y sistemática. El mismo al que hemos llamado pecado en ese sombrío cuadro que hemos hecho de él previamente. No olvidemos lo ya dicho y citado en la Biblia en relación con el hecho de que sin Cristo, cada uno de nosotros se encuentra “vendido como esclavo al pecado” (Rom. 7:14). Es por eso que, en el estudio sistemático de la redención conviene tomar en cuenta las principales palabras griegas empleadas que se traducen como redención al español, pues son variadas y diferentes y no todas significan exactamente lo mismo de modo tal que la comprensión de la gran riqueza de matices contenidos en ellas abre nuestro entendimiento en relación con esta doctrina. 3.1. La etimología del término Es así como Scofield refiere en la famosa Biblia anotada que lleva su nombre cómo esta doctrina, la de la redención, se presenta de manera completa en tres palabras griegas que se traducen como tal: Agorazo, que significa “comprar en el mercado”1, en este caso de esclavos. Exagorazo, es decir “comprar y sacar del mercado” sin estar nunca más expuestos a la venta. Lutroo, que quiere decir, “soltar” o “poner en libertad mediante el pago de un precio”. Esta redención llevada a cabo por Cristo, motivada por un sublime e inmerecido amor de su parte hacia nosotros; un amor que sobrepasa de lejos nuestro más excelso conocimiento (Efe. 3:19), fue conmovedora y dolorosamente ilustrada de forma muy gráfica por el profeta Oseas, cuyo registro puede leerse sin dificultad en su homónimo libro en el Antiguo Testamento en sus tres primeros capítulos. Dando por descontada la lectura de esta porción por parte del estudiante, vale de todos modos la pena referirse al comentario que Malcolm Smith, mediante una acertada composición de lugar, hace a estos hechos protagonizados por Oseas, hablando del amor de Dios hacia nosotros. 1.1. Oseas y el alcance de la redención Así se refiere Malcolm Smith a lo hecho por Oseas: “En realidad, no puede expresarse esa clase de amor en ningún idioma, de manera que en el Antiguo Testamento Dios llamó a uno de sus profetas, Oseas, para mostrar el „ágape‟ mediante sucesos de su propia vida. En calidad de representante 1El ágora era la plaza de las ciudades griegas en la cual se realizaban manifestaciones políticas, eventuales obras teatrales y, sobre todo, el mercado público. En éste último existía la compraventa de esclavos, ilustrada de manera más cercana a nosotros por la esclavitud moderna de las poblaciones africanas, popularizada por la televisión gracias a la puesta en escena de la excelente serie Raíces de Alex Haley, en donde se puede ver la deshumanización producto de la esclavitud y también la angustia, incertidumbre y vejaciones a las que era sometido el esclavo que se hallaba en venta en el mercado de esclavos, pues el simple hecho de hallarse esclavizado y a la venta como simple mercancía, es ya degradante para su condición humana. Pero el hecho de ser comprado por un nuevo dueño no garantizaba una mejoría en sus condiciones de vida, sino muchas veces un empeoramiento, sin mencionar que siempre conservaba su condición de mercancía en permanente circulación. Es contra este trasfondo que se puede valorar mejor lo hecho por Cristo a nuestro favor al redimirnos y sacarnos de la circulación en este nefasto mercado, para dejarnos finalmente en la libertad de decidir si queremos voluntariamente ponernos a su servicio, dado el carácter amoroso, justo y santo de nuestro redentor revelado a nuestros corazones. de Dios, el nombre de Oseas era conocido en cada casa de Israel. Todos observaban a Oseas y su familia. Dios llamó a Oseas a casarse con Gómer, una mujer con infidelidad en el corazón. No pasó mucho tiempo después del matrimonio antes que comenzara a hacerse manifiesta su infidelidad. Se le veía con diferentes hombres en las fiestas de Samaria, y toda la nación de Israel comenzó a contemplar el melodrama expuesto ante sus ojos. Por último, abandonó a Oseas y se convirtió en una prostituta. A los ojos de las personas decentes, estaba poniendo en ridículo a su esposo. Todas sus acciones ponían en claro que despreciaba a Oseas y quería avergonzarlo delante del Israel que lo observaba. Después sus muchos amantes se cansaron de ella, y se encontró teniendo que vender su cuerpo en las calles, esclava de un proxeneta, quien finalmente la puso en el mercado de esclavos para venderla al mejor postor. Oseas había sido ofendido profundamente. Se siente solitario y sus lágrimas fluyen a raudales de la irritante vergüenza del escándalo público. Ahora su esposa está a la venta en el mercado, y Dios le dice que vaya y la compre y la vuelva a hacer su esposa: „Ama a la mujer que te ha avergonzado y depreciado, procura su mayor bienestar, llévala a tu casa, protégela y cuídala‟. Cuando Oseas iba por las calles poco transitadas de Samaria rumbo al marcado de esclavos, cada paso estaba grabando en la mente de Israel la naturaleza del amor que Dios tiene por nosotros”. Es posible que este comentarista haya introducido al relato algunos detalles propios de nuestro contexto actual que serían mas bien ajenos al Israel de la época, pero aún así su comentario conserva toda su vigencia, pues ésta es una de las lecciones más destacadas que Oseas nos brinda en relación con Dios: la naturaleza y el alcance de su amor para con nosotros que lo llevó a redimirnos contra toda lógica y pronóstico. En efecto, a semejanza de Gómer, la esposa adúltera del profeta Oseas que, como resultado de su vida licenciosa y perdida no sólo había avergonzado y ofendido profundamente a su esposo, sino que al ponerse voluntariamente por fuera de su tutela y protección terminó siendo vendida en el mercado de esclavos de Samaria; todos nosotros también hemos ofendido e insultado a Dios con nuestro rechazo e indiferencia hacia Él, de quien nos hemos además alejado voluntariamente sólo para terminarexpuestos a la destrucción, vergüenza y al escarnio público en condición de esclavos del pecado en sus múltiples formas. El pecado es sin lugar a dudas un tirano que paga con la muerte a quienes le sirven. Pero al igual que Oseas (Ose. 3:1-2), Cristo acude al mercado y, en una inconcebible demostración de amor, nos redime, rescata o libera (agorazo), para no volvernos a ofrecer en venta (exagorazo) y dejarnos finalmente en libertad (lutroo). En el ejercicio de esa libertad tenemos dos opciones: Volver a hacernos esclavos del pecado al alejarnos de nuestro redentor, o permanecer voluntariamente y para siempre con él como esclavos de la justicia (Rom. 6:15-23), confirmando así la afirmación de Franz Kafka en el sentido de que el hombre sólo es libre para escoger su propia cadena. El creyente actúa entonces como aquellos esclavos de la antigüedad que, una vez liberados, preferían seguir voluntariamente y para siempre como esclavos del amo justo que les había dado buen trato, como señal de lo cual se les horadaba la oreja con un punzón (Éxo. 21:2-5; Dt. 15:16-17; Sal. 40:6-8; Isa. 50:5). 3.2. Liberación: redención del pecado y esclavitud de la justicia Paradójicamente, es el servicio incondicional y voluntario a la justicia lo que nos hace verdaderamente libres, en línea con la afirmación hecha por el poeta y escritor francés Víctor Hugo, quien sostenía que: “No hay más que un poder: la conciencia al servicio de la justicia”. Y es que la verdadera libertad es permanecer voluntaria, amorosa y obedientemente al servicio de Dios y su justicia: “En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia” (Rom. 6:18) La doctrina de la redención está, por tanto, íntimamente ligada a un concepto muy enfatizado pero frecuentemente malentendido en el contexto de las revoluciones modernas: la libertad. Pero la libertad tal cómo ésta se entiende en la Biblia. Y a este respecto debemos estar de acuerdo con Paul La Cour al declarar: “No existe libertad. Existe liberación”. Es decir que antes de disfrutar de libertad verdadera, todos los seres humanos requerimos ser liberados previamente, pues el pecado nos ha hecho perder nuestra libertad original, de donde la libertad que el ser humano caído pretende poseer no es más que una presunta pero falsa libertad. A este respecto ya hemos visto como la libertad era una de las facultades originales y exclusivas del ser humano en la creación material de Dios que se hallaban implícitamente contenidas en la “imagen y semejanza” divinas plasmadas en el hombre (uno de los atributos relativos o comunicables de Dios). Pero con la Caída la libertad, junto con todas las demás excelsas facultades humanas recibidas en la creación, también se malogró. Sin embargo, al igual que lo sucedido con las leyes naturales (físicas, químicas, biológicas, instintivas, etc.), las cuales, a pesar de la Caída, siguen operando y rigiendo favorablemente el funcionamiento de todas las criaturas, tanto las inanimadas como las animadas pero irracionales (los animales), el ser humano caído y no redimido, no obstante no ser ya libre en el sentido original, conserva de cualquier modo su capacidad de decisión, llamada comúnmente “libre albedrío”, o de manera más equívoca e inexacta (bíblicamente hablando), “libertad”. El ser humano conserva ciertamente la capacidad de elegir a voluntad deliberando, decidiendo y respondiendo por sus actos, y el propio Dios respeta esta facultad que Él mismo nos confirió. Pero lo que hemos pasado por alto es que el ser humano, a partir de la Caída y según nos lo revela la Biblia y la experiencia humana está sometido, a su pesar, a muchos condicionamientos externos, pero sobre todo internos, que no nos permiten ejercer la libertad de la manera en que fue diseñada en un principio por Dios. Es por eso que en la Biblia, y más exactamente en el contexto de la redención, se justifica el término “liberación” por encima del de “libertad”. La diferencia entre ambos radica en que el último hace tan sólo referencia al hecho de que el hombre es libre “para” materializar a voluntad las posibilidades que tiene por delante, mientras que el primero enfatiza que antes de eso el hombre debe ser libre “de” las condiciones que coartan e impiden la realización de estas posibilidades. La liberación tiene, pues, prelación sobre la libertad, ya que de otro modo no se explicarían las repetidas hazañas liberadoras que Dios emprendió en el Antiguo Testamento a favor de Israel2. Pero también es cierto que a la luz del evangelio lo que coarta e impide la realización de las potencialidades del hombre no son fundamentalmente los condicionamientos externos; sino sobretodo los internos, que son los que constituyen aquello que la Biblia llama “pecado”, de tal modo que los condicionamientos externos de índole político, económico o social no son sino consecuencias de aquellos y cederán mucho más fácilmente en su momento, una vez seamos liberados por Dios de los primeros. A esto se refería San Agustín cuando sostenía que, sin la gracia de Dios, el hombre tiene libre albedrío (los reformadores, como Lutero preferían incluso hablar de albedrío, a secas, sin el calificativo de “libre”), pero no tiene libertad. 2 Evidentemente, los israelitas gozaron de muy pocos periodos de libertad política, debido fundamentalmente a su desobediencia a Dios que los dejaba a merced de los antiguos imperios paganos crueles y tiránicos que los acechaban, conquistaban y oprimían con despotismo tan pronto tenían la oportunidad de hacerlo. Es decir, que puede elegir, pero elige siempre mal3. Y aquí radica lo maravilloso de la doctrina de la redención, pues fue para romper este sino trágico que Cristo se encarnó como hombre y proclamó a los cuatro vientos: “y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres. Nosotros somos descendientes de Abraham le contestaron, y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir que seremos liberados? Ciertamente les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado respondió Jesús. Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en ella para siempre. Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres” (Jn. 8:32-36). No cabe entonces duda, a la luz del anterior pasaje, que la libertad de la que la humanidad cree disfrutar es una libertad engañosa y aparente que encubre la esclavitud al pecado de la que todos somos víctimas. Únicamente Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida (Jn. 14:6), puede liberarnos o, más exactamente, redimirnos verdaderamente, no solo de la pena que nuestro pecado merece (la muerte y la condenación eterna), sino también del poder que el pecado ejerce sobre nosotros actualmente. 3.3. El pariente redentor Valga decir que la redención era algo con lo que Israel estaba familiarizado gracias a la figura del go’el o pariente redentor contemplado en la ley mosaica. Éste era un pariente cercano (el más cercano disponible), que cumplía varias funciones que tipificaban, guardadas las proporciones, lo hecho por Cristo a nuestro favor. Es así como el go‟el podía, siempre mediante el pago de un precio4: Rescatar la tierra o posesión familiar de un israelita que, por física necesidad, hubiera tenido que venderla a un tercero (Lv. 25:23-25) Rescatar a alguien que, también por física necesidad, hubiera tenido que venderse como esclavo a un tercero (Lv. 25:47-48) Finalmente, el go‟el o pariente redentor podía vengar la muerte de un pariente asesinado (en este caso el go‟el era designado como “el 3 Que no es más que otra forma de decir lo ya expuesto en relación con la doctrina del pecado al sostener junto con R. C. Sproul la corrupción radical del ser humano en estos términos:“aún las mejores y mas encomiables acciones del ser humano caído y no redimido están siempre, en último término, manchadas por motivaciones e intenciones pecaminosas en algún grado, lo cual las descalifica ante los ojos de Dios”. 4 Aquí, por lo menos, en los dos primeros casos relacionados. Recordemos que el pago de un precio o rescate es fundamental en la noción de redención. vengador de la sangre”, tal como lo registra Nm. 35:11-34 y Lv. 19:4-6, 10-13)5 en el marco de estricta justicia de la Ley del Talión. Las funciones e imágenes asociadas al go’el apuntan, pues, a lo hecho por Cristo a nuestro favor, llevado a cabo por Él de manera superlativa como el Redentor potencial por excelencia de la humanidad en general, pero de una manera concreta y real y no meramente potencial, de la Iglesia en particular. Él es quien, en efecto, rescata y nos devuelve nuestra perdida herencia original (Rom. 8:17; Efe. 1:14, 18), nos rescata a nosotros mismos de la esclavitud que padecemos y venga también la afrenta cometida por Satanás en el Edén contra la criatura humana: el hombre, que es también una afrenta contra su Creador: Dios. Por cierto, el libro de Rut ilustra bellamente en un caso concreto las funciones del go‟el. Es así como a través de los acontecimientos que culminaron con el matrimonio entre Booz y Rut (Rut 2:20; 3:12-13; 4:1-6), se evoca de manera profética la obra redentora consumada por Cristo a favor de su Iglesia, siendo entonces Booz no sólo un antecesor (Mt. 1:5; Lc. 3:32), sino también un personaje que tipifica en muchos aspectos a Cristo. Y Rut, a su vez, tipifica a la Iglesia como esposa del Señor, elevada y restaurada a esta dignidad únicamente por la misericordia y el soberano amor de Dios (Isa. 54:4-6; 62:3-5, 12)6. 3.4. El precio de la redención Si bien hemos hablado de la redención como un acto de liberación, debemos recordar que la noción de liberar se queda corta para abarcar todo el significado del verbo redimir. En otras palabras, redimir implica siempre una liberación, pero liberar no implica siempre una redención, 5 Cabe señalar que el homicida involuntario que se refugiaba en alguna de las seis ciudades de refugio para estar a salvo del go‟el o “vengador de la sangre”, no podía abandonarla so pena de exponerse, bajo su propia cuenta y riesgo, a las legítimas represalias del go‟el. Pero curiosamente, cuando moría el sumo sacerdote vigente para todo Israel, el homicida involuntario podía regresar a su ciudad sin que el go‟el pudiera ya sorprenderlo fuera de la ciudad de refugio para vengar el crimen conforme a la ley, pues en este caso, parece ser que gracias a la muerte del sumo sacerdote, el homicida involuntario era por completo indultado, lo cual no deja de aludir a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote (Heb. 3:1), quien, también con su muerte, nos indulta por completo de la pena de muerte que merece nuestro pecado. 6 La llamada “ley del levirato”, establecida para preservar la descendencia y el nombre de un varón casado que hubiera fallecido sin haber concebido hijos con su correspondiente esposa, obligaba en primera instancia al cuñado o cuñados de la viuda, hermanos del difunto, a casarse con ella y darle una descendencia (el primer hijo) que, aunque no fuera hijo biológico del difunto sino de su hermano, era sin embargo considerado legalmente hijo del difunto y su viuda (Gén. 38:1-26; Dt. 25:5-6; Rut 1:12-13; Mt. 24:23-28; Mr. 12.18-23; Lc. 20:27-33). Y todo parece indicar que esta ley se extendía en la práctica y en ausencia de cuñados al pariente más cercano al difunto y en casos como el de Rut, podía llegar a ser considerado un deber o función más del go‟el. puesto que puede efectuarse una liberación por la fuerza y sin el pago de un rescate, pero no se puede efectuar una redención sin este pago. La redención implica en sí misma una liberación mediante el pago de un precio de rescate, mientras que la mera liberación puede llevarse a cabo sin el pago estricto de un precio de rescate, por lo menos no un pago sustantivo que vaya más allá del mismo esfuerzo o fuerza requerida para llevar a cabo la liberación. En el caso de nuestra redención y el precio pagado por ella por Cristo, debemos tomar siempre en consideración que la redención tiene como objetivo liberarnos de una tiranía tan universal, opresiva, poderosa y destructiva como la del pecado, respecto del cual la Biblia establece que: “... sin derramamiento de sangre no hay perdón [de pecados]” (Heb. 9:22); además de la declaración hecha por el salmista en el sentido de que: “Nadie puede salvar a nadie, ni pagarle a Dios rescate por la vida. Tal rescate es muy costoso; ningún pago es suficiente” (Sal. 49:7-8). De ello resulta claro que ningún ser humano puede redimirse a sí mismo ni a otro, y es por eso que nuestra única esperanza era que Dios pagara el precio por nosotros, como lo hizo Cristo a nuestro favor. Ahora bien, ese precio no se le paga de ningún modo a Satanás7, como lo postuló en su momento el gran teólogo alejandrino de la antigüedad: Orígenes, quien si bien fue un gigante de la fe y un teólogo excepcional, no por eso acertó en todo y su excesiva tendencia especulativa y alegórica en la interpretación de las Escrituras, muy propia de su contexto cultural, lo llevó a postular explicaciones como ésta que han sido condenadas posteriormente por no corresponder con la revelación de Dios en Cristo y en las Escrituras8. Procuraremos ampliar esto cuando abordemos la doctrina de la expiación. Baste decir por lo pronto que, en concordancia con lo anterior, el precio pagado por Cristo para redimirnos fue nada más y nada menos que su propia vida (Mt. 20:28; Mr. 10:45; 1 Tim. 2:5-6; Tito 7 El dominio que Satanás ejerce en la vida de los seres humanos en general no es un dominio que ejerza por derecho, puesto que él no tiene ningún derecho previo o a priori sobre el individuo humano que el mismo individuo no le haya cedido en su momento, ya sea de manera consciente y voluntaria o, más comúnmente, bajo engaño. El dominio que él ejerce sobre el género humano caído es, pues, tan sólo un dominio de hecho, pero no en derecho. El sabe aprovechar muy bien la condición caída del ser humano para fomentar o promover aún más el pecado y exacerbar su práctica. En otras palabras, él sabe muy bien “pescar en río revuelto”, pero debido a que, sea como fuere, ese dominio es un dominio de hecho y no en derecho, no puede exigir ningún precio de rescate que deba pagársele, pues ni el hombre ni mucho menos Dios le deben algo en derecho. 8 No obstante, algunos grupos heterodoxos y algo sectarios de la actualidad siguen echando mano de esta explicación y elaborando sistemas teológicos tan descabellados y contrarios a una sobria interpretación de la Biblia que siempre terminan derribando con el codo lo poco que hayan logrado construir con la mano. 2:14), o como lo dijo el apóstol Pedro para dejar las cosas en claro: “Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto” (1 P. 1:18-19. Compare con Apo. 5:9) Y esto lo hizo voluntariamente: “Por eso me ama el Padre: porque entrego mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo también autoridad para volver a recibirla. Éste es el mandamiento que recibí de mi Padre" (Jn. 10:17-18), movido por su inextinguible amor por nosotros: “A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morirpor una persona buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:6-8. Ver también Jn. 3:16; 15:13). Tiene que ser así, pues la libertad, con todo lo valiosa y deseable que pueda ser, no es un fin en sí misma, sino un medio para el amor, que por definición debe otorgarse libremente, siendo el amor un fin en sí mismo, puesto que Dios es amor y Dios debe ser siempre un fin, el fin de la vida humana y nunca un medio para obtener algo más. En síntesis, es al amor de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo simultáneamente), el que hace todos estos sublimes arreglos para satisfacer sus demandas de justicia conforme a la Ley y poder redimirnos a cabalidad a un costo tan elevado como el pagado. 3.5. Los tiempos de la redención Ahora bien, la redención es un hecho cumplido e irreversible en la vida del creyente, pero sus efectos y beneficios aún no se disfrutan a plenitud por parte del cristiano. Esto es debido a que la Biblia revela una progresión en los tiempos de la redención, así: 3.5.1 Redención pasada En lo que a Dios concierne, la redención es un hecho consumado que no requiere ningún tipo de añadidura ni depende ya de nada que nosotros podamos o no podamos hacer. Ese es el sentido que encontramos en pasajes como estos: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros, pues está escrito: «Maldito todo el que es colgado de un madero»” (Gál. 3:13); “Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados…” (1 P. 1:18). Se dice incluso que aquellos que se oponen y rechazan lo hecho por Cristo a nuestro favor y no se benefician, por tanto, de la redención de manera personal, también fueron ya potencialmente rescatados por Cristo: “En el pueblo judío hubo falsos profetas, y también entre ustedes habrá falsos maestros que encubiertamente introducirán herejías destructivas, al extremo de negar al mismo Señor que los rescató…”. Por último, está idea también está implícita en lo dicho por el apóstol Pablo a los Corintios así: “Ustedes fueron comprados por un precio; no se vuelvan esclavos de nadie” (1 Cor. 7:23) y “fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios” (1 Cor. 6:20). Tal vez el pasaje más claro en lo que tiene que ver con este aspecto pasado de la redención es éste: “pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó” (Rom. 3:24) 3.5.2. Redención presente No obstante lo anterior, es evidente que el pecado, el tirano que nos esclavizó antes de ser redimidos por Cristo, sigue presente aún en la vida de la Iglesia en un grado tal que acarrea, por una parte, una inevitable vergüenza para la iglesia no sólo delante de Dios, sino también delante del mundo que la observa escrutadoramente, perdiendo por esta causa credibilidad ante el mismo. Y por otra parte, de manera simultánea, le reporta sonoras y significativas victorias parciales a nuestro enemigo el diablo en su enfrentamiento con Dios y con su Iglesia. En otras palabras, el pecado y su principal agente instigador: el diablo, ya han sido vencidos al punto que ya no pueden ejercer su dominio sobre la iglesia, el conjunto de los han sido redimidos por Cristo del poder del pecado y del dominio de hecho que Satanás ejerce sobre la humanidad caída; pero pueden de todos modos continuar influyendo en ella de una manera que no debe tampoco subestimarse. Se explica esto por cuanto la Biblia también nos revela que, en el presente, la vida cristiana es un combate, una lucha permanente, y que debemos entonces ser conscientes de que el cristiano se encuentra en medio del fuego cruzado de un conflicto cósmico anterior a nuestra historia que involucra a mucho más que la humanidad. Involucra a Satanás y sus demonios. Lo que la redención llevó a cabo (pasado) en este contexto de lucha fue rescatarnos del dominio de nuestros enemigos9 e incorporarnos de manera libre, voluntaria y oficial en el ejército que tiene la victoria final asegurada, el ejército de Dios, pero eso no significa que la guerra haya concluido. Y nosotros somos soldados en el frente de batalla (1 Tim. 6:12; 2 Tim. 2:3-4). Por eso, si bien los resultados de la redención son definitivos y completos desde que se consumó en la cruz del Calvario en el pasado histórico de la Iglesia (Jn. 19:28, 30), todavía no disfrutamos cabalmente de todos sus inherentes beneficios. Y no lo haremos mientras la batalla no concluya con el regreso de Cristo. Mientras tanto, con base en lo ya obtenido en la redención pasada a nuestro favor, debemos esforzarnos en el presente por no dejarnos vencer por el mal en las escaramuzas actuales y recurrentes en que nos vemos a diario involucrados, sino al contrario, vencer el mal con el bien (Rom. 12:21). Así lo expresó el apóstol: “Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien” (Tito 2:14) en una dinámica siempre presente, progresiva y continua, a la manera del pueblo de Israel al establecerse en la Tierra Prometida: “Las siguientes naciones son las que el Señor dejó a salvo para poner a prueba a todos los israelitas que no habían participado en ninguna de las guerras de Canaán. Lo hizo solamente para que los descendientes de los israelitas, que no habían tenido experiencia en el campo de batalla, aprendieran a combatir” (Jc. 3:1-2), es decir, para adiestrarnos en el combate mediante el sometimiento de esos reductos de resistencia omnipresentes, contribuyendo de paso al rescate o redención efectiva de otros mediante la predicación del evangelio y un buen testimonio de vida caracterizado por buenas obras en nuestro paso por el mundo. 3.5.3. Redención futura 9 Eramos, por decirlo así, “prisioneros de guerra”, ya fuera en una condición de inerme impotencia o peor aún, obligados mediante el engaño y tiranía del pecado (Heb. 3:12-13) y las artimañas de Satanás (2 Cor. 2:11) a combatir, a nuestro pesar o aún sin plena conciencia, a favor de nuestros enemigos. Aquí tenemos el fundamento de la sublime esperanza cristiana. La certeza que tenemos del regreso de Cristo para consumar nuestra redención en todos sus aspectos, efectos y beneficios. Ese estado futuro en el cual, siguiendo a Agustín de Hipona, podremos no pecar y no podremos pecar, porque recibiremos, mediante la resurrección o la transformación de nuestros cuerpos mortales corruptibles, cuerpos gloriosos e incorruptibles a semejanza de nuestro Señor, Salvador y Redentor Jesucristo. No debemos olvidar nunca que la esperanza cristiana no es la simple inmortalidad del alma, pues de ser así no nos diferenciaríamos en nada de los cultos pero paganos griegos de la antigüedad que también la sostenían; sino que la esperanza cristiana va mucho más allá de esto y tiene su expresión más acabada en la resurrección del cuerpo (1 Cor. 15:35-58), que no es otra cosa que lo que la Biblia llama la “redención del cuerpo” (Rom. 8:23), que es el punto culminante que indica que nuestra redención ha sido alcanzada ya en grado superlativo. Así, pues, cuando el Nuevo Testamento se refiere a la redención como algo futuro está aludiendo a este aspecto específico de la redención, como cuando al relacionar las señales de los últimos tiempos, el Señor Jesucristo declara: “Cuando comiencen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su redención” (Lc. 21:28). Este es también el sentido de pasajes como los siguientes: “Éste [el Espíritu Santo] garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria” (Efe. 1:14); y “No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueronsellados para el día de la redención” (Efe. 4:30). Cabe anotar que este aspecto futuro de la redención no concierne únicamente a los creyentes, sino a toda la creación, puesto que la Biblia nos indica que el pecado de ángeles y seres humanos ha tenido nefastas consecuencias no sólo para la condición y el destino personal de ambos tipos de seres, sino también para todo el universo, según nos lo revela el apóstol Pablo en lo que algunos teólogos designan como “las consecuencias cósmicas de la caída” que explican en buena medida la vigencia universal de la ley de la entropía, la segunda ley de la termodinámica10; así como la 10 En términos coloquiales, esta ley lo que dice es que todo lo que existe tiende de manera inevitable e irreversible al desgaste, al desorden, al caos y que cualquier orden que pueda surgir o ocurrencia de muchas catástrofes naturales en la historia humana inexplicables a primera vista en las que no ha habido ni mediación ni responsabilidad directa ni indirecta del hombre (descontando, por supuesto, la caída en pecado de nuestros primeros padres), pero que de cualquier modo han ocasionado absurdas y masivas pérdidas de vida y serios perjuicios que se antojan injustos o caprichosos y nos hacen sentir a veces a merced de una naturaleza hostil a nosotros. No olvidemos la sentencia sobre el pecado pronunciada por Dios en estos términos: “Al hombre le dijo: «Por cuanto le hiciste caso a tu mujer, y comiste del árbol del que te prohibí comer, ¡maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinas, y comerás hierbas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás.»” (Gén. 3:17-19). Y es justamente contra este trasfondo que se valora mucho más este aspecto futuro de la redención que, teniendo en la resurrección o redención del cuerpo de los creyentes su punta de lanza11, se extiende también de manera maravillosa a toda la creación, en las inequívocas e inspiradas palabras del apóstol: “De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo” (Rom. 8:18-23). Es así como el glorioso aspecto futuro de la redención no concierne únicamente al ser humano redimido (implicaciones antropológicas), implementarse dentro del universo en un tiempo y lugar concreto y determinado genera un desorden siempre mayor proporcionalmente hablando en alguna otra parte del universo. 11 Los creyentes redimidos somos, por lo pronto, las primicias o el comienzo de lo que la Biblia llama “nueva creación” (2 Cor. 5:17), pero la conclusión de ella no tendrá lugar sino con el regreso glorioso de Cristo cuando venga a consumar nuestra redención en esos aspectos incluidos en lo que aquí hemos llamado “redención futura”. sino también al universo (implicaciones cosmológicas) y es descrito así por el apóstol Pedro: “Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. En aquel día los cielos desaparecerán con un estruendo espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada. Ya que todo será destruido de esa manera, ¿no deberían vivir ustedes como Dios manda, siguiendo una conducta intachable y esperando ansiosamente la venida del día de Dios? Ese día los cielos serán destruidos por el fuego, y los elementos se derretirán con el calor de las llamas. Pero, según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2 P. 3:10-13), marcando de este modo el inicio pleno del reino de Dios en la tierra, en el cual: “… Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Apo. 21:4). En síntesis: hemos sido redimidos (redención pasada), estamos siendo redimidos (redención presente), y seremos redimidos (redención futura). Cuestionario de repaso 1. ¿Qué significa “redimir”? y fundamentalmente, ¿de qué o quién hemos sido redimidos por Cristo? 2. ¿Qué significan y cuáles son las tres palabras griegas más usadas en el Nuevo Testamento traducidas como redención o redimir? 3. ¿Cuál es una de las lecciones más destacadas que nos brinda el libro del profeta Oseas en relación con la redención llevada a cabo por Cristo a nuestro favor? 4. ¿Con qué concepto muy enfatizado en la modernidad está íntimamente relacionada la doctrina de la redención en la Biblia? 5. Bíblicamente cuál de los siguientes dos conceptos tiene prioridad: ¿la libertad o la liberación? Justifique su respuesta 6. ¿Cómo tipifica el go‟el a pariente redentor en el Antiguo Testamento lo hecho por Cristo a nuestro favor? 7. ¿Por qué decimos que se puede liberar sin redimir, pero no se puede redimir sin liberar? 8. ¿Cuál fue el precio pagado para redimirnos y cuáles son los tres tiempos de la redención?