Logo Studenta

Religión y doctrina

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

3. Doctrina de la redención 
Tal vez la primera doctrina particular que hay que abordar para comenzar a 
comprender el concepto bíblico de salvación es la doctrina de la 
redención. En efecto, salvación, el vocablo más usado y conocido 
popularmente para referirse al ofrecimiento hecho por Dios a la humanidad en 
general en la persona y en la obra de Cristo, es un término demasiado 
genérico, amplio e incluyente en la Biblia (y por lo mismo difuso), por cuya 
causa la mejor forma de comprenderlo es desglosarlo en varias doctrinas 
derivadas, dentro de las cuales la más importante y concreta sería la redención. 
La salvación pasa entonces en primera instancia por la redención, pero no 
concluye en ella. Y decimos que la doctrina de la redención es muy concreta, 
porque el significado concreto del verbo redimir es, sencillamente, 
rescatar o liberar a alguien mediante el pago de un precio. Habría, pues, 
que estar de acuerdo con Rudolf Steiner cuando dijo: “Es imposible comprender 
la idea de una humanidad libre sin la idea de la salvación de Cristo”. Sin 
embargo, no basta con afirmar lo anterior para comprender de qué se trata, 
pues es necesario establecer con precisión de qué o de quién hemos sido 
liberados por Cristo los creyentes. 
Y lo es en primer lugar porque el concepto de libertad, tan llevado y traído por 
unos y por otros en la era moderna, ha sido muy malentendido por muchos, al 
punto que habría que darle la razón a Madame Roland cuando, de camino al 
cadalso para ser ejecutada durante la época de la Revolución Francesa, 
pronunció con amarga sorna su célebre frase: “¡Libertad, libertad, cuántos 
crímenes se cometen en tu nombre!”. Por lo tanto, lo primero que hay que 
dejar establecido aquí es la que liberación o rescate efectuados por Cristo 
a nuestro favor nos libera o redime fundamentalmente de ese ominoso e 
impersonal tirano que acecha y echa a perder el shalom de manera 
recurrente y sistemática. El mismo al que hemos llamado pecado en ese 
sombrío cuadro que hemos hecho de él previamente. 
No olvidemos lo ya dicho y citado en la Biblia en relación con el hecho de que 
sin Cristo, cada uno de nosotros se encuentra “vendido como esclavo al 
pecado” (Rom. 7:14). Es por eso que, en el estudio sistemático de la redención 
conviene tomar en cuenta las principales palabras griegas empleadas que se 
traducen como redención al español, pues son variadas y diferentes y no todas 
significan exactamente lo mismo de modo tal que la comprensión de la gran 
riqueza de matices contenidos en ellas abre nuestro entendimiento en relación 
con esta doctrina. 
3.1. La etimología del término 
 
 
Es así como Scofield refiere en la famosa Biblia anotada que lleva su 
nombre cómo esta doctrina, la de la redención, se presenta de manera 
completa en tres palabras griegas que se traducen como tal: 
 Agorazo, que significa “comprar en el mercado”1, en este caso de 
esclavos. 
 Exagorazo, es decir “comprar y sacar del mercado” sin estar 
nunca más expuestos a la venta. 
 Lutroo, que quiere decir, “soltar” o “poner en libertad mediante el 
pago de un precio”. 
Esta redención llevada a cabo por Cristo, motivada por un sublime e 
inmerecido amor de su parte hacia nosotros; un amor que sobrepasa de 
lejos nuestro más excelso conocimiento (Efe. 3:19), fue conmovedora y 
dolorosamente ilustrada de forma muy gráfica por el profeta Oseas, 
cuyo registro puede leerse sin dificultad en su homónimo libro en el Antiguo 
Testamento en sus tres primeros capítulos. Dando por descontada la 
lectura de esta porción por parte del estudiante, vale de todos modos la 
pena referirse al comentario que Malcolm Smith, mediante una acertada 
composición de lugar, hace a estos hechos protagonizados por Oseas, 
hablando del amor de Dios hacia nosotros. 
1.1. Oseas y el alcance de la redención 
Así se refiere Malcolm Smith a lo hecho por Oseas: “En realidad, no puede 
expresarse esa clase de amor en ningún idioma, de manera que en el 
Antiguo Testamento Dios llamó a uno de sus profetas, Oseas, para mostrar 
el „ágape‟ mediante sucesos de su propia vida. En calidad de representante 
 
1El ágora era la plaza de las ciudades griegas en la cual se realizaban manifestaciones políticas, 
eventuales obras teatrales y, sobre todo, el mercado público. En éste último existía la compraventa 
de esclavos, ilustrada de manera más cercana a nosotros por la esclavitud moderna de las 
poblaciones africanas, popularizada por la televisión gracias a la puesta en escena de la excelente 
serie Raíces de Alex Haley, en donde se puede ver la deshumanización producto de la esclavitud y 
también la angustia, incertidumbre y vejaciones a las que era sometido el esclavo que se hallaba 
en venta en el mercado de esclavos, pues el simple hecho de hallarse esclavizado y a la venta 
como simple mercancía, es ya degradante para su condición humana. Pero el hecho de ser 
comprado por un nuevo dueño no garantizaba una mejoría en sus condiciones de vida, sino 
muchas veces un empeoramiento, sin mencionar que siempre conservaba su condición de 
mercancía en permanente circulación. Es contra este trasfondo que se puede valorar mejor lo 
hecho por Cristo a nuestro favor al redimirnos y sacarnos de la circulación en este nefasto 
mercado, para dejarnos finalmente en la libertad de decidir si queremos voluntariamente ponernos 
a su servicio, dado el carácter amoroso, justo y santo de nuestro redentor revelado a nuestros 
corazones. 
de Dios, el nombre de Oseas era conocido en cada casa de Israel. Todos 
observaban a Oseas y su familia. 
Dios llamó a Oseas a casarse con Gómer, una mujer con infidelidad en el 
corazón. No pasó mucho tiempo después del matrimonio antes que 
comenzara a hacerse manifiesta su infidelidad. Se le veía con diferentes 
hombres en las fiestas de Samaria, y toda la nación de Israel comenzó a 
contemplar el melodrama expuesto ante sus ojos. 
Por último, abandonó a Oseas y se convirtió en una prostituta. A los ojos de 
las personas decentes, estaba poniendo en ridículo a su esposo. Todas sus 
acciones ponían en claro que despreciaba a Oseas y quería avergonzarlo 
delante del Israel que lo observaba. 
Después sus muchos amantes se cansaron de ella, y se encontró teniendo 
que vender su cuerpo en las calles, esclava de un proxeneta, quien 
finalmente la puso en el mercado de esclavos para venderla al mejor postor. 
Oseas había sido ofendido profundamente. Se siente solitario y sus 
lágrimas fluyen a raudales de la irritante vergüenza del escándalo público. 
Ahora su esposa está a la venta en el mercado, y Dios le dice que vaya y la 
compre y la vuelva a hacer su esposa: „Ama a la mujer que te ha 
avergonzado y depreciado, procura su mayor bienestar, llévala a tu casa, 
protégela y cuídala‟. 
Cuando Oseas iba por las calles poco transitadas de Samaria rumbo al 
marcado de esclavos, cada paso estaba grabando en la mente de 
Israel la naturaleza del amor que Dios tiene por nosotros”. 
Es posible que este comentarista haya introducido al relato algunos detalles 
propios de nuestro contexto actual que serían mas bien ajenos al Israel de 
la época, pero aún así su comentario conserva toda su vigencia, pues ésta 
es una de las lecciones más destacadas que Oseas nos brinda en 
relación con Dios: la naturaleza y el alcance de su amor para con 
nosotros que lo llevó a redimirnos contra toda lógica y pronóstico. En 
efecto, a semejanza de Gómer, la esposa adúltera del profeta Oseas que, 
como resultado de su vida licenciosa y perdida no sólo había avergonzado y 
ofendido profundamente a su esposo, sino que al ponerse voluntariamente 
por fuera de su tutela y protección terminó siendo vendida en el mercado de 
esclavos de Samaria; todos nosotros también hemos ofendido e 
insultado a Dios con nuestro rechazo e indiferencia hacia Él, de quien 
nos hemos además alejado voluntariamente sólo para terminarexpuestos a la destrucción, vergüenza y al escarnio público en 
condición de esclavos del pecado en sus múltiples formas. 
El pecado es sin lugar a dudas un tirano que paga con la muerte a quienes 
le sirven. Pero al igual que Oseas (Ose. 3:1-2), Cristo acude al mercado 
y, en una inconcebible demostración de amor, nos redime, rescata o 
libera (agorazo), para no volvernos a ofrecer en venta (exagorazo) y 
dejarnos finalmente en libertad (lutroo). En el ejercicio de esa libertad 
tenemos dos opciones: Volver a hacernos esclavos del pecado al alejarnos 
de nuestro redentor, o permanecer voluntariamente y para siempre con él 
como esclavos de la justicia (Rom. 6:15-23), confirmando así la afirmación 
de Franz Kafka en el sentido de que el hombre sólo es libre para escoger su 
propia cadena. El creyente actúa entonces como aquellos esclavos de la 
antigüedad que, una vez liberados, preferían seguir voluntariamente y para 
siempre como esclavos del amo justo que les había dado buen trato, como 
señal de lo cual se les horadaba la oreja con un punzón (Éxo. 21:2-5; Dt. 
15:16-17; Sal. 40:6-8; Isa. 50:5). 
3.2. Liberación: redención del pecado y esclavitud de la justicia 
Paradójicamente, es el servicio incondicional y voluntario a la justicia lo 
que nos hace verdaderamente libres, en línea con la afirmación hecha 
por el poeta y escritor francés Víctor Hugo, quien sostenía que: “No hay 
más que un poder: la conciencia al servicio de la justicia”. Y es que la 
verdadera libertad es permanecer voluntaria, amorosa y 
obedientemente al servicio de Dios y su justicia: “En efecto, habiendo 
sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia” (Rom. 
6:18) 
La doctrina de la redención está, por tanto, íntimamente ligada a un 
concepto muy enfatizado pero frecuentemente malentendido en el contexto 
de las revoluciones modernas: la libertad. Pero la libertad tal cómo ésta se 
entiende en la Biblia. Y a este respecto debemos estar de acuerdo con Paul 
La Cour al declarar: “No existe libertad. Existe liberación”. Es decir que 
antes de disfrutar de libertad verdadera, todos los seres humanos 
requerimos ser liberados previamente, pues el pecado nos ha hecho 
perder nuestra libertad original, de donde la libertad que el ser humano 
caído pretende poseer no es más que una presunta pero falsa libertad. 
A este respecto ya hemos visto como la libertad era una de las facultades 
originales y exclusivas del ser humano en la creación material de Dios que 
se hallaban implícitamente contenidas en la “imagen y semejanza” divinas 
plasmadas en el hombre (uno de los atributos relativos o comunicables de 
Dios). Pero con la Caída la libertad, junto con todas las demás excelsas 
facultades humanas recibidas en la creación, también se malogró. Sin 
embargo, al igual que lo sucedido con las leyes naturales (físicas, químicas, 
biológicas, instintivas, etc.), las cuales, a pesar de la Caída, siguen 
operando y rigiendo favorablemente el funcionamiento de todas las 
criaturas, tanto las inanimadas como las animadas pero irracionales (los 
animales), el ser humano caído y no redimido, no obstante no ser ya 
libre en el sentido original, conserva de cualquier modo su capacidad 
de decisión, llamada comúnmente “libre albedrío”, o de manera más 
equívoca e inexacta (bíblicamente hablando), “libertad”. 
El ser humano conserva ciertamente la capacidad de elegir a voluntad 
deliberando, decidiendo y respondiendo por sus actos, y el propio Dios 
respeta esta facultad que Él mismo nos confirió. Pero lo que hemos pasado 
por alto es que el ser humano, a partir de la Caída y según nos lo revela 
la Biblia y la experiencia humana está sometido, a su pesar, a muchos 
condicionamientos externos, pero sobre todo internos, que no nos 
permiten ejercer la libertad de la manera en que fue diseñada en un 
principio por Dios. Es por eso que en la Biblia, y más exactamente en el 
contexto de la redención, se justifica el término “liberación” por encima 
del de “libertad”. 
La diferencia entre ambos radica en que el último hace tan sólo referencia al 
hecho de que el hombre es libre “para” materializar a voluntad las 
posibilidades que tiene por delante, mientras que el primero enfatiza que 
antes de eso el hombre debe ser libre “de” las condiciones que coartan e 
impiden la realización de estas posibilidades. La liberación tiene, pues, 
prelación sobre la libertad, ya que de otro modo no se explicarían las 
repetidas hazañas liberadoras que Dios emprendió en el Antiguo Testamento 
a favor de Israel2. Pero también es cierto que a la luz del evangelio lo que 
coarta e impide la realización de las potencialidades del hombre no son 
fundamentalmente los condicionamientos externos; sino sobretodo los 
internos, que son los que constituyen aquello que la Biblia llama 
“pecado”, de tal modo que los condicionamientos externos de índole 
político, económico o social no son sino consecuencias de aquellos y 
cederán mucho más fácilmente en su momento, una vez seamos 
liberados por Dios de los primeros. 
A esto se refería San Agustín cuando sostenía que, sin la gracia de Dios, el 
hombre tiene libre albedrío (los reformadores, como Lutero preferían incluso 
hablar de albedrío, a secas, sin el calificativo de “libre”), pero no tiene libertad. 
 
2
Evidentemente, los israelitas gozaron de muy pocos periodos de libertad política, debido 
fundamentalmente a su desobediencia a Dios que los dejaba a merced de los antiguos imperios 
paganos crueles y tiránicos que los acechaban, conquistaban y oprimían con despotismo tan pronto 
tenían la oportunidad de hacerlo. 
Es decir, que puede elegir, pero elige siempre mal3. Y aquí radica lo 
maravilloso de la doctrina de la redención, pues fue para romper este sino 
trágico que Cristo se encarnó como hombre y proclamó a los cuatro vientos: 
“y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres. Nosotros somos 
descendientes de Abraham le contestaron, y nunca hemos sido esclavos 
de nadie. ¿Cómo puedes decir que seremos liberados? Ciertamente les 
aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado respondió Jesús. 
Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí 
se queda en ella para siempre. Así que si el Hijo los libera, serán ustedes 
verdaderamente libres” (Jn. 8:32-36). 
No cabe entonces duda, a la luz del anterior pasaje, que la libertad de la 
que la humanidad cree disfrutar es una libertad engañosa y aparente que 
encubre la esclavitud al pecado de la que todos somos víctimas. 
Únicamente Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida (Jn. 14:6), puede 
liberarnos o, más exactamente, redimirnos verdaderamente, no solo 
de la pena que nuestro pecado merece (la muerte y la condenación 
eterna), sino también del poder que el pecado ejerce sobre nosotros 
actualmente. 
3.3. El pariente redentor 
Valga decir que la redención era algo con lo que Israel estaba familiarizado 
gracias a la figura del go’el o pariente redentor contemplado en la ley 
mosaica. Éste era un pariente cercano (el más cercano disponible), que 
cumplía varias funciones que tipificaban, guardadas las proporciones, lo 
hecho por Cristo a nuestro favor. Es así como el go‟el podía, siempre 
mediante el pago de un precio4: 
 Rescatar la tierra o posesión familiar de un israelita que, por física 
necesidad, hubiera tenido que venderla a un tercero (Lv. 25:23-25) 
 Rescatar a alguien que, también por física necesidad, hubiera tenido que 
venderse como esclavo a un tercero (Lv. 25:47-48) 
 Finalmente, el go‟el o pariente redentor podía vengar la muerte de un 
pariente asesinado (en este caso el go‟el era designado como “el 
 
3
Que no es más que otra forma de decir lo ya expuesto en relación con la doctrina del pecado al 
sostener junto con R. C. Sproul la corrupción radical del ser humano en estos términos:“aún las 
mejores y mas encomiables acciones del ser humano caído y no redimido están siempre, en último 
término, manchadas por motivaciones e intenciones pecaminosas en algún grado, lo cual las 
descalifica ante los ojos de Dios”. 
4
Aquí, por lo menos, en los dos primeros casos relacionados. Recordemos que el pago de un 
precio o rescate es fundamental en la noción de redención. 
vengador de la sangre”, tal como lo registra Nm. 35:11-34 y Lv. 19:4-6, 
10-13)5 en el marco de estricta justicia de la Ley del Talión. 
Las funciones e imágenes asociadas al go’el apuntan, pues, a lo hecho 
por Cristo a nuestro favor, llevado a cabo por Él de manera superlativa 
como el Redentor potencial por excelencia de la humanidad en 
general, pero de una manera concreta y real y no meramente potencial, 
de la Iglesia en particular. Él es quien, en efecto, rescata y nos devuelve 
nuestra perdida herencia original (Rom. 8:17; Efe. 1:14, 18), nos rescata a 
nosotros mismos de la esclavitud que padecemos y venga también la 
afrenta cometida por Satanás en el Edén contra la criatura humana: el 
hombre, que es también una afrenta contra su Creador: Dios. 
Por cierto, el libro de Rut ilustra bellamente en un caso concreto las 
funciones del go‟el. Es así como a través de los acontecimientos que 
culminaron con el matrimonio entre Booz y Rut (Rut 2:20; 3:12-13; 4:1-6), 
se evoca de manera profética la obra redentora consumada por Cristo a 
favor de su Iglesia, siendo entonces Booz no sólo un antecesor (Mt. 1:5; Lc. 
3:32), sino también un personaje que tipifica en muchos aspectos a Cristo. 
Y Rut, a su vez, tipifica a la Iglesia como esposa del Señor, elevada y 
restaurada a esta dignidad únicamente por la misericordia y el soberano 
amor de Dios (Isa. 54:4-6; 62:3-5, 12)6. 
3.4. El precio de la redención 
Si bien hemos hablado de la redención como un acto de liberación, 
debemos recordar que la noción de liberar se queda corta para abarcar 
todo el significado del verbo redimir. En otras palabras, redimir implica 
siempre una liberación, pero liberar no implica siempre una redención, 
 
5
Cabe señalar que el homicida involuntario que se refugiaba en alguna de las seis ciudades de 
refugio para estar a salvo del go‟el o “vengador de la sangre”, no podía abandonarla so pena de 
exponerse, bajo su propia cuenta y riesgo, a las legítimas represalias del go‟el. Pero curiosamente, 
cuando moría el sumo sacerdote vigente para todo Israel, el homicida involuntario podía regresar a 
su ciudad sin que el go‟el pudiera ya sorprenderlo fuera de la ciudad de refugio para vengar el 
crimen conforme a la ley, pues en este caso, parece ser que gracias a la muerte del sumo 
sacerdote, el homicida involuntario era por completo indultado, lo cual no deja de aludir a Cristo 
como nuestro Sumo Sacerdote (Heb. 3:1), quien, también con su muerte, nos indulta por completo 
de la pena de muerte que merece nuestro pecado. 
6
La llamada “ley del levirato”, establecida para preservar la descendencia y el nombre de un varón 
casado que hubiera fallecido sin haber concebido hijos con su correspondiente esposa, obligaba 
en primera instancia al cuñado o cuñados de la viuda, hermanos del difunto, a casarse con ella y 
darle una descendencia (el primer hijo) que, aunque no fuera hijo biológico del difunto sino de su 
hermano, era sin embargo considerado legalmente hijo del difunto y su viuda (Gén. 38:1-26; Dt. 
25:5-6; Rut 1:12-13; Mt. 24:23-28; Mr. 12.18-23; Lc. 20:27-33). Y todo parece indicar que esta ley 
se extendía en la práctica y en ausencia de cuñados al pariente más cercano al difunto y en casos 
como el de Rut, podía llegar a ser considerado un deber o función más del go‟el. 
puesto que puede efectuarse una liberación por la fuerza y sin el pago 
de un rescate, pero no se puede efectuar una redención sin este pago. 
La redención implica en sí misma una liberación mediante el pago de 
un precio de rescate, mientras que la mera liberación puede llevarse a 
cabo sin el pago estricto de un precio de rescate, por lo menos no un 
pago sustantivo que vaya más allá del mismo esfuerzo o fuerza requerida 
para llevar a cabo la liberación. 
En el caso de nuestra redención y el precio pagado por ella por Cristo, 
debemos tomar siempre en consideración que la redención tiene como 
objetivo liberarnos de una tiranía tan universal, opresiva, poderosa y 
destructiva como la del pecado, respecto del cual la Biblia establece que: 
“... sin derramamiento de sangre no hay perdón [de pecados]” (Heb. 9:22); 
además de la declaración hecha por el salmista en el sentido de que: 
“Nadie puede salvar a nadie, ni pagarle a Dios rescate por la vida. Tal 
rescate es muy costoso; ningún pago es suficiente” (Sal. 49:7-8). De ello 
resulta claro que ningún ser humano puede redimirse a sí mismo ni a 
otro, y es por eso que nuestra única esperanza era que Dios pagara el 
precio por nosotros, como lo hizo Cristo a nuestro favor. 
Ahora bien, ese precio no se le paga de ningún modo a Satanás7, como 
lo postuló en su momento el gran teólogo alejandrino de la antigüedad: 
Orígenes, quien si bien fue un gigante de la fe y un teólogo excepcional, no 
por eso acertó en todo y su excesiva tendencia especulativa y alegórica en 
la interpretación de las Escrituras, muy propia de su contexto cultural, lo 
llevó a postular explicaciones como ésta que han sido condenadas 
posteriormente por no corresponder con la revelación de Dios en Cristo y en 
las Escrituras8. Procuraremos ampliar esto cuando abordemos la doctrina 
de la expiación. Baste decir por lo pronto que, en concordancia con lo 
anterior, el precio pagado por Cristo para redimirnos fue nada más y 
nada menos que su propia vida (Mt. 20:28; Mr. 10:45; 1 Tim. 2:5-6; Tito 
 
7
El dominio que Satanás ejerce en la vida de los seres humanos en general no es un dominio que 
ejerza por derecho, puesto que él no tiene ningún derecho previo o a priori sobre el individuo 
humano que el mismo individuo no le haya cedido en su momento, ya sea de manera consciente y 
voluntaria o, más comúnmente, bajo engaño. El dominio que él ejerce sobre el género humano 
caído es, pues, tan sólo un dominio de hecho, pero no en derecho. El sabe aprovechar muy bien la 
condición caída del ser humano para fomentar o promover aún más el pecado y exacerbar su 
práctica. En otras palabras, él sabe muy bien “pescar en río revuelto”, pero debido a que, sea como 
fuere, ese dominio es un dominio de hecho y no en derecho, no puede exigir ningún precio de 
rescate que deba pagársele, pues ni el hombre ni mucho menos Dios le deben algo en derecho. 
8
No obstante, algunos grupos heterodoxos y algo sectarios de la actualidad siguen echando mano 
de esta explicación y elaborando sistemas teológicos tan descabellados y contrarios a una sobria 
interpretación de la Biblia que siempre terminan derribando con el codo lo poco que hayan logrado 
construir con la mano. 
2:14), o como lo dijo el apóstol Pedro para dejar las cosas en claro: “Como 
bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de 
sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas 
perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de 
Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto” (1 P. 1:18-19. 
Compare con Apo. 5:9) 
Y esto lo hizo voluntariamente: “Por eso me ama el Padre: porque entrego 
mi vida para volver a recibirla. Nadie me la arrebata, sino que yo la 
entrego por mi propia voluntad. Tengo autoridad para entregarla, y tengo 
también autoridad para volver a recibirla. Éste es el mandamiento que recibí 
de mi Padre" (Jn. 10:17-18), movido por su inextinguible amor por nosotros: 
“A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo 
señalado Cristo murió por los malvados. Difícilmente habrá quien muera por 
un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morirpor una persona 
buena. Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que 
cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 
5:6-8. Ver también Jn. 3:16; 15:13). 
Tiene que ser así, pues la libertad, con todo lo valiosa y deseable que 
pueda ser, no es un fin en sí misma, sino un medio para el amor, que 
por definición debe otorgarse libremente, siendo el amor un fin en sí mismo, 
puesto que Dios es amor y Dios debe ser siempre un fin, el fin de la vida 
humana y nunca un medio para obtener algo más. En síntesis, es al amor 
de Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo simultáneamente), el que hace 
todos estos sublimes arreglos para satisfacer sus demandas de 
justicia conforme a la Ley y poder redimirnos a cabalidad a un costo 
tan elevado como el pagado. 
3.5. Los tiempos de la redención 
Ahora bien, la redención es un hecho cumplido e irreversible en la vida del 
creyente, pero sus efectos y beneficios aún no se disfrutan a plenitud por 
parte del cristiano. Esto es debido a que la Biblia revela una progresión en 
los tiempos de la redención, así: 
3.5.1 Redención pasada 
En lo que a Dios concierne, la redención es un hecho consumado 
que no requiere ningún tipo de añadidura ni depende ya de nada que 
nosotros podamos o no podamos hacer. Ese es el sentido que 
encontramos en pasajes como estos: “Cristo nos rescató de la 
maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros, pues está 
escrito: «Maldito todo el que es colgado de un madero»” (Gál. 3:13); 
“Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda 
que heredaron de sus antepasados…” (1 P. 1:18). Se dice incluso 
que aquellos que se oponen y rechazan lo hecho por Cristo a nuestro 
favor y no se benefician, por tanto, de la redención de manera 
personal, también fueron ya potencialmente rescatados por Cristo: 
“En el pueblo judío hubo falsos profetas, y también entre ustedes 
habrá falsos maestros que encubiertamente introducirán herejías 
destructivas, al extremo de negar al mismo Señor que los 
rescató…”. 
Por último, está idea también está implícita en lo dicho por el apóstol 
Pablo a los Corintios así: “Ustedes fueron comprados por un precio; 
no se vuelvan esclavos de nadie” (1 Cor. 7:23) y “fueron comprados 
por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios” (1 Cor. 6:20). 
Tal vez el pasaje más claro en lo que tiene que ver con este aspecto 
pasado de la redención es éste: “pero por su gracia son justificados 
gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó” 
(Rom. 3:24) 
3.5.2. Redención presente 
No obstante lo anterior, es evidente que el pecado, el tirano que nos 
esclavizó antes de ser redimidos por Cristo, sigue presente aún en 
la vida de la Iglesia en un grado tal que acarrea, por una parte, una 
inevitable vergüenza para la iglesia no sólo delante de Dios, sino 
también delante del mundo que la observa escrutadoramente, 
perdiendo por esta causa credibilidad ante el mismo. Y por otra parte, 
de manera simultánea, le reporta sonoras y significativas victorias 
parciales a nuestro enemigo el diablo en su enfrentamiento con Dios 
y con su Iglesia. 
En otras palabras, el pecado y su principal agente instigador: el 
diablo, ya han sido vencidos al punto que ya no pueden ejercer su 
dominio sobre la iglesia, el conjunto de los han sido redimidos por 
Cristo del poder del pecado y del dominio de hecho que Satanás 
ejerce sobre la humanidad caída; pero pueden de todos modos 
continuar influyendo en ella de una manera que no debe tampoco 
subestimarse. 
Se explica esto por cuanto la Biblia también nos revela que, en el 
presente, la vida cristiana es un combate, una lucha 
permanente, y que debemos entonces ser conscientes de que el 
cristiano se encuentra en medio del fuego cruzado de un 
conflicto cósmico anterior a nuestra historia que involucra a 
mucho más que la humanidad. Involucra a Satanás y sus 
demonios. 
Lo que la redención llevó a cabo (pasado) en este contexto de lucha 
fue rescatarnos del dominio de nuestros enemigos9 e incorporarnos 
de manera libre, voluntaria y oficial en el ejército que tiene la victoria 
final asegurada, el ejército de Dios, pero eso no significa que la 
guerra haya concluido. Y nosotros somos soldados en el frente de 
batalla (1 Tim. 6:12; 2 Tim. 2:3-4). 
Por eso, si bien los resultados de la redención son definitivos y 
completos desde que se consumó en la cruz del Calvario en el 
pasado histórico de la Iglesia (Jn. 19:28, 30), todavía no disfrutamos 
cabalmente de todos sus inherentes beneficios. Y no lo haremos 
mientras la batalla no concluya con el regreso de Cristo. Mientras 
tanto, con base en lo ya obtenido en la redención pasada a 
nuestro favor, debemos esforzarnos en el presente por no 
dejarnos vencer por el mal en las escaramuzas actuales y 
recurrentes en que nos vemos a diario involucrados, sino al 
contrario, vencer el mal con el bien (Rom. 12:21). 
Así lo expresó el apóstol: “Él se entregó por nosotros para 
rescatarnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo elegido, 
dedicado a hacer el bien” (Tito 2:14) en una dinámica siempre 
presente, progresiva y continua, a la manera del pueblo de Israel al 
establecerse en la Tierra Prometida: “Las siguientes naciones son las 
que el Señor dejó a salvo para poner a prueba a todos los israelitas 
que no habían participado en ninguna de las guerras de Canaán. Lo 
hizo solamente para que los descendientes de los israelitas, que no 
habían tenido experiencia en el campo de batalla, aprendieran a 
combatir” (Jc. 3:1-2), es decir, para adiestrarnos en el combate 
mediante el sometimiento de esos reductos de resistencia 
omnipresentes, contribuyendo de paso al rescate o redención 
efectiva de otros mediante la predicación del evangelio y un 
buen testimonio de vida caracterizado por buenas obras en 
nuestro paso por el mundo. 
3.5.3. Redención futura 
 
9
Eramos, por decirlo así, “prisioneros de guerra”, ya fuera en una condición de inerme impotencia o 
peor aún, obligados mediante el engaño y tiranía del pecado (Heb. 3:12-13) y las artimañas de 
Satanás (2 Cor. 2:11) a combatir, a nuestro pesar o aún sin plena conciencia, a favor de nuestros 
enemigos. 
Aquí tenemos el fundamento de la sublime esperanza cristiana. La 
certeza que tenemos del regreso de Cristo para consumar nuestra 
redención en todos sus aspectos, efectos y beneficios. Ese estado 
futuro en el cual, siguiendo a Agustín de Hipona, podremos no 
pecar y no podremos pecar, porque recibiremos, mediante la 
resurrección o la transformación de nuestros cuerpos mortales 
corruptibles, cuerpos gloriosos e incorruptibles a semejanza de 
nuestro Señor, Salvador y Redentor Jesucristo. 
No debemos olvidar nunca que la esperanza cristiana no es la 
simple inmortalidad del alma, pues de ser así no nos 
diferenciaríamos en nada de los cultos pero paganos griegos de la 
antigüedad que también la sostenían; sino que la esperanza 
cristiana va mucho más allá de esto y tiene su expresión más 
acabada en la resurrección del cuerpo (1 Cor. 15:35-58), que no 
es otra cosa que lo que la Biblia llama la “redención del cuerpo” 
(Rom. 8:23), que es el punto culminante que indica que nuestra 
redención ha sido alcanzada ya en grado superlativo. 
Así, pues, cuando el Nuevo Testamento se refiere a la redención 
como algo futuro está aludiendo a este aspecto específico de la 
redención, como cuando al relacionar las señales de los últimos 
tiempos, el Señor Jesucristo declara: “Cuando comiencen a suceder 
estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca 
su redención” (Lc. 21:28). Este es también el sentido de pasajes 
como los siguientes: “Éste [el Espíritu Santo] garantiza nuestra 
herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido 
por Dios, para alabanza de su gloria” (Efe. 1:14); y “No agravien al 
Espíritu Santo de Dios, con el cual fueronsellados para el día de la 
redención” (Efe. 4:30). 
Cabe anotar que este aspecto futuro de la redención no 
concierne únicamente a los creyentes, sino a toda la creación, 
puesto que la Biblia nos indica que el pecado de ángeles y seres 
humanos ha tenido nefastas consecuencias no sólo para la condición 
y el destino personal de ambos tipos de seres, sino también para 
todo el universo, según nos lo revela el apóstol Pablo en lo que 
algunos teólogos designan como “las consecuencias cósmicas de la 
caída” que explican en buena medida la vigencia universal de la ley 
de la entropía, la segunda ley de la termodinámica10; así como la 
 
10
En términos coloquiales, esta ley lo que dice es que todo lo que existe tiende de manera 
inevitable e irreversible al desgaste, al desorden, al caos y que cualquier orden que pueda surgir o 
ocurrencia de muchas catástrofes naturales en la historia humana 
inexplicables a primera vista en las que no ha habido ni mediación ni 
responsabilidad directa ni indirecta del hombre (descontando, por 
supuesto, la caída en pecado de nuestros primeros padres), pero que 
de cualquier modo han ocasionado absurdas y masivas pérdidas de 
vida y serios perjuicios que se antojan injustos o caprichosos y nos 
hacen sentir a veces a merced de una naturaleza hostil a nosotros. 
No olvidemos la sentencia sobre el pecado pronunciada por Dios en 
estos términos: “Al hombre le dijo: «Por cuanto le hiciste caso a tu 
mujer, y comiste del árbol del que te prohibí comer, ¡maldita será la 
tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los 
días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinas, y comerás 
hierbas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta 
que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo 
eres, y al polvo volverás.»” (Gén. 3:17-19). 
Y es justamente contra este trasfondo que se valora mucho más este 
aspecto futuro de la redención que, teniendo en la resurrección o 
redención del cuerpo de los creyentes su punta de lanza11, se 
extiende también de manera maravillosa a toda la creación, en las 
inequívocas e inspiradas palabras del apóstol: “De hecho, considero 
que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que 
habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad 
la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la 
frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del 
que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la 
creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la 
esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de 
Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si 
tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros 
mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos 
interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como 
hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo” (Rom. 8:18-23). 
Es así como el glorioso aspecto futuro de la redención no concierne 
únicamente al ser humano redimido (implicaciones antropológicas), 
 
implementarse dentro del universo en un tiempo y lugar concreto y determinado genera un 
desorden siempre mayor proporcionalmente hablando en alguna otra parte del universo. 
11
Los creyentes redimidos somos, por lo pronto, las primicias o el comienzo de lo que la Biblia 
llama “nueva creación” (2 Cor. 5:17), pero la conclusión de ella no tendrá lugar sino con el regreso 
glorioso de Cristo cuando venga a consumar nuestra redención en esos aspectos incluidos en lo 
que aquí hemos llamado “redención futura”. 
sino también al universo (implicaciones cosmológicas) y es descrito 
así por el apóstol Pedro: “Pero el día del Señor vendrá como un 
ladrón. En aquel día los cielos desaparecerán con un estruendo 
espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego, y la 
tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada. Ya que todo 
será destruido de esa manera, ¿no deberían vivir ustedes como Dios 
manda, siguiendo una conducta intachable y esperando 
ansiosamente la venida del día de Dios? Ese día los cielos serán 
destruidos por el fuego, y los elementos se derretirán con el 
calor de las llamas. Pero, según su promesa, esperamos un 
cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia” (2 P. 
3:10-13), marcando de este modo el inicio pleno del reino de Dios en 
la tierra, en el cual: “… Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni 
dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Apo. 
21:4). 
En síntesis: hemos sido redimidos (redención pasada), estamos siendo 
redimidos (redención presente), y seremos redimidos (redención 
futura). 
Cuestionario de repaso 
1. ¿Qué significa “redimir”? y fundamentalmente, ¿de qué o quién hemos sido 
redimidos por Cristo? 
2. ¿Qué significan y cuáles son las tres palabras griegas más usadas en el Nuevo 
Testamento traducidas como redención o redimir? 
3. ¿Cuál es una de las lecciones más destacadas que nos brinda el libro del 
profeta Oseas en relación con la redención llevada a cabo por Cristo a nuestro 
favor? 
4. ¿Con qué concepto muy enfatizado en la modernidad está íntimamente 
relacionada la doctrina de la redención en la Biblia? 
5. Bíblicamente cuál de los siguientes dos conceptos tiene prioridad: ¿la libertad o 
la liberación? Justifique su respuesta 
6. ¿Cómo tipifica el go‟el a pariente redentor en el Antiguo Testamento lo hecho 
por Cristo a nuestro favor? 
7. ¿Por qué decimos que se puede liberar sin redimir, pero no se puede redimir sin 
liberar? 
8. ¿Cuál fue el precio pagado para redimirnos y cuáles son los tres tiempos de la 
redención?