Logo Studenta

4 -Doctrina-de-la-Regeneracion-1

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

4. Doctrina de la regeneración 
Regenerar significa literalmente volver a generar o generar de nuevo. En 
razón de ello, se considera que la doctrina de la regeneración guarda una 
estrecha relación de identidad con la doctrina del nuevo nacimiento, pues tanto 
la primera como la última expresión se encuentran en la Biblia. 
En lo que tiene que ver con la última designación (nuevo nacimiento), el Señor 
Jesucristo fue muy enfático con Nicodemo en cuanto a la necesidad del nuevo 
nacimiento para siquiera poder ver o entender lo concerniente al reino de Dios 
(al respecto leer también 1 Cor. 2:14), y también para poder acceder a su 
presencia en el reino de Dios en ventajosas e inmejorables condiciones: “De 
veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de 
Dios dijo Jesús. ¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo? 
preguntó Nicodemo. ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el vientre de 
su madre y volver a nacer? Yo te aseguro que quien no nazca de agua y 
del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios respondió Jesús. Lo que 
nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu es espíritu. No te 
sorprendas de que te haya dicho: «Tienen que nacer de nuevo.»” (Jn. 3:3-7). 
En relación con la regeneración, el Señor Jesucristo se refirió a ella como algo 
que únicamente se consumaría en el futuro escatológico: “Y Jesús les dijo: De 
cierto os digo que en la regeneración1, cuando el Hijo del Hombre se siente en 
el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis 
sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt. 19:28 RVR), no 
obstante lo cual Pablo hace alusión a ella como algo, si no ya cumplido 
plenamente, si por lo menos iniciado sin ninguna duda en la experiencia pasada 
del creyente con estas palabras dirigidas a su discípulo Tito hablando de Dios 
nuestro Salvador: “él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino 
por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y 
de la renovación por el Espíritu Santo” (Tito 3:5). 
 
1
La Nueva Versión Internacional no traduce aquí literalmente como “regeneración” sino que dice: 
“en la renovación de todas las cosas”. La Biblia de Jerusalén se inclina por el término 
“regeneración”, pero en el comentario de pie de página opta por aclarar el sentido del vocablo en 
este versículo, así: “Se trata de la renovación mesiánica que se manifestará al fin del mundo, pero 
que comenzará ya, de un modo espiritual, con la Resurrección de Cristo y su Reino en la Iglesia”, o 
dicho de otro modo, se señala aquí con el término “regeneración” o con la expresión “renovación 
de todas las cosas” indistintamente a la nueva creación que se consumará con nuevos cielos y 
nueva tierra asociados al aspecto futuro de nuestra redención ya tratado anteriormente que 
incluirá, por supuesto, la redención de nuestro cuerpo o, lo que es lo mismo, la resurrección de los 
creyentes fallecidos y/o la transformación de nuestros cuerpos corruptibles en cuerpos gloriosos e 
incorruptibles semejantes a los de nuestro Señor resucitado. 
4.1. Conversión y regeneración 
Regenerar y nacer de nuevo son, pues, expresiones equivalentes e 
intercambiables entre sí. Ahora bien, ¿cómo se alcanza este estado 
deseable en lo que concierne a nosotros? Es claro en la Biblia que, sea 
como fuere, la regeneración o nuevo nacimiento involucra como condición 
imprescindible la conversión a Cristo por parte del individuo. Pero esta 
condición (la conversión), con todo y su innegable necesidad, no es por 
fuerza la condición más determinante o decisiva para nacer de nuevo o ser 
regenerado. Y esto es así porque lo más determinante en la 
regeneración o nuevo nacimiento es la acción e iniciativa divinas en el 
contexto de su gracia (St. 1:18), mientras que el acto de conversión es 
algo que obedece más a una iniciativa humana de carácter consciente y 
volitivo (es decir, de carácter voluntario). 
Veamos esto con más detenimiento intercalando con algunos comentarios 
los siguientes dos versículos bíblicos: “Más a cuantos lo recibieron, a los 
que creen en su nombre [es decir, a los creyentes convertidos a Cristo], les 
dio el derecho de ser hijos de Dios [la conversión es, pues, necesaria para 
alcanzar la condición de hijos de Dios. Sin embargo continúa diciendo el 
apóstol que...]. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por 
voluntad humana [lo cual significa que con todo y lo necesaria que pueda 
ser, la conversión como acto propio de la voluntad humana no es lo más 
determinante para que tenga lugar la regeneración o nuevo nacimiento], 
sino que nacen de Dios [es decir que la iniciativa divina, y no la humana, es 
lo más determinante para nacer de nuevo y la condición de auténtico hijo de 
Dios no se recibe a través de herencias biológicas o por esfuerzos o méritos 
naturales del ser humano, sino fundamentalmente por una gratuita decisión 
soberana y por la acción sobrenatural de Dios]” (Jn. 1:12-13). 
Dicho de otro modo, convertirse no implica necesariamente nacer de 
nuevo o ser regenerado, pero el haber sido regenerado (o lo que es lo 
mismo, haber nacido de nuevo) si implica necesariamente el haberse 
convertido. No obstante, se sigue discutiendo si la regeneración tiene 
prelación desde el punto de vista lógico2 y cronológico3 sobre la conversión 
o viceversa. Sin entrar a pronunciarnos sobre ello en este lugar para no 
desviar el tema a asuntos que tienen mucha tela de donde cortar, lo cierto 
es que sea como fuere conversión y regeneración o nuevo nacimiento, 
 
2
Esto es, tratar de establecer si la regeneración debe ir primero que la conversión en el orden 
lógico revelado en las Escrituras. 
3
Lo cual consiste en afirmar, siendo consecuentes con su aspecto lógico, que la regeneración debe 
suceder en el tiempo antes que la conversión. 
si bien están relacionadas, tienen un significado distinto y no es 
correcto confundirlas o igualarlas entre sí. 
La conversión, como todo acto humano, puede ser auténtica o espuria 
(falsa)4, pero la regeneración o nuevo nacimiento, como acto propio de la 
soberanía divina, es siempre auténtica. Es por eso que nunca se 
enfatizará lo suficiente la necesidad de la regeneración, pues sin ella, 
sencillamente la iglesia se llena de convertidos que no son más que 
simples simpatizantes, puesto que como ya se ha dejado establecido, una 
persona no se puede regenerar sin haberse convertido, pero muchos 
pueden convertirse sin regenerarse. 
En respaldo de ello podría argüirse que, considerando el papel que el 
Espíritu Santo desempeña en la regeneración, es posible incluso que los 
doce apóstoles se hubieran convertido a Cristo durante sus tres años y 
medio de ministerio público, pero no hubieran sido verdaderamente 
regenerados sino hasta cuando recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés, 
lo cual podría explicar en algo la traición y defección de Judas, la negación 
de Pedro e incluso el abandono que hicieron de Cristo todos los demás 
apóstoles (con la excepción de Juan), aunque esto no deja de ser 
meramente conjetural. 
4.2. La regeneración a la luz de la experiencia 
La necesidad de la regeneración también resulta evidente partiendo de 
la experiencia humana en general. Porque de la respuesta que dio Jesús 
al desconcertado Nicodemo, se deduce con claridad que no es a un 
nacimiento literal físico o biológico (tipo reencarnación), sino a un 
renacimiento espiritual a lo que Cristo estaba aquí haciendo alusión. Ahora 
bien, ¿qué significa esto? 
Podemos responder a este interrogante con otra pregunta: ¿a quién no le 
atrae la idea de poder nacer de nuevo, pudiendo capitalizar 
constructivamente el bagaje de la experiencia que ya tenemos? ¿No es 
esta una expresión a la que acostumbramos acudir en situaciones límite de 
nuestras vidas? Veamos unejemplo típico. Aquella persona que se ve 
confrontada cara a cara con la muerte en un momento dado de su vida y 
después, contra todo pronóstico, logra salir avante e ileso, o por lo menos 
vivo de estos trances extremos, cuando luego se le pregunta que sintió en 
ese momento suele decir: “Fue como nacer de nuevo”. 
 
4
Como por ejemplo cuando grandes multitudes hacen un acto mecánico o puramente emocional de 
conversión en grandes campañas públicas y, pasado un corto tiempo, vuelven a su vieja vida 
porque no han sido regenerados. 
¿Quién no ha pasado en su vida por una experiencia similar o equivalente a 
ésta, en la cual se haya sentido como si, literalmente, hubiera nacido de 
nuevo con un agradecido y profundo suspiro de alivio ante la nueva 
oportunidad recibida? No es entonces tan difícil entender de qué se trata. 
Porque esas contadas y significativas experiencias de nuestra 
existencia en las cuales nos hemos sentido como si hubiéramos 
nacido de nuevo, no son sino un pálido reflejo de lo Cristo nos 
propone aquí. ¡Nacer literalmente de nuevo en un sentido espiritual 
pero muy real y definitivo! Tener una segunda oportunidad en la vida. 
O dicho de manera más exacta, no tener una segunda oportunidad en 
la vida, sino más bien la segunda oportunidad por excelencia. La única 
requerida. 
Por eso, entre otras muchas razones, es que es necesaria la regeneración. 
Esta nos confiere una naturaleza adecuada para acceder y comprender los 
asuntos espirituales revelados en las Escrituras y en Cristo y también para 
poder ingresar al reino de Dios en condición de hijos suyos. Porque si el 
pecado corrompe radicalmente o de raíz al ser humano desde el centro 
hacia la periferia, lo que se requiere aquí para revertir esta estado de cosas 
no es algo superficial. No basta con hacerle entonces algunas mejoras a la 
naturaleza caída y pecaminosa del inconverso. No basta con un maquillaje 
o reforma meramente externa (recordemos, entre otros, lo dicho por 
Plantinga en el sentido de que el pecado tiene que gastar mucho en 
maquillaje), pues la naturaleza caída del ser humano, inclinada de manera 
irremediable hacia el pecado, sigue siendo caída por más que se la logre 
mejorar, maquillar o reformar externamente. 
Es aquí cuando cobran plena vigencia refranes populares tales como: “el 
hábito no hace al monje” y “aunque la mona se vista de seda, mona se 
queda”. En otras palabras, los hijos de Dios no se hacen, nacen por 
voluntad divina a través de la regeneración o nuevo nacimiento. Lo 
dicho por el Señor Jesucristo en el sentido de que: “Nadie remienda un 
vestido viejo con un retazo de tela nueva, porque el remiendo fruncirá el 
vestido y la rotura se hará peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en odres 
viejos. De hacerlo así, se reventarán los odres, se derramará el vino y los 
odres se arruinarán. Más bien, el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así 
ambos se conservan” (Mt. 9:16-17), puede ser ilustrativo para comprender 
también la necesidad de la regeneración. 
Porque, como se ha dicho razonablemente, la regeneración no es un 
nuevo traje para el hombre redimido, sino un nuevo hombre para el 
traje, o mejor aún, siguiendo la enseñanza de los odres nuevos y el 
vino nuevo: un nuevo hombre en un nuevo traje. Pero el nuevo traje 
únicamente será provisto en propiedad con la resurrección de los muertos: 
“De hecho, sabemos que si esta tienda de campaña en que vivimos se 
deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo, no 
construida por manos humanas. Mientras tanto suspiramos, anhelando ser 
revestidos de nuestra morada celestial, porque cuando seamos revestidos, 
no se nos hallará desnudos. Realmente, vivimos en esta tienda de 
campaña, suspirando y agobiados, pues no deseamos ser desvestidos sino 
revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Es Dios quien nos 
ha hecho para este fin y nos ha dado su Espíritu como garantía de sus 
promesas. Por eso mantenemos siempre la confianza…” (2 Cor. 5:1-6). 
4.3. Regeneración, muerte y vida 
Por lo pronto, por su fe en Cristo y la acción poderosa y sobrenatural 
de Dios en su vida, el creyente ha nacido ya de nuevo de manera 
irreversible, ha sido ya regenerado en lo que tiene que ver con su ser 
interior, su aspecto inmaterial (alma y/o espíritu), pero este evento 
marca el punto de partida de un proceso de maduración (o renovación 
continua, para usar el término bíblico más adecuado), que se prolongará 
durante toda su vida y únicamente terminará con su resurrección y/o 
transformación de su cuerpo corruptible natural en un cuerpo incorruptible 
espiritual (1 Cor. 15:42-44; 51-54). 
Mientras tanto, ese proceso no deja de ser paradójico y, por lo mismo, no 
exento de altibajos que, sin embargo, no deben desanimarnos ni mucho 
menos, pues como el apóstol lo expresa bien: “Por tanto, no nos 
desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando [es 
decir, el cuerpo, cuya redención aún no ha tenido lugar y sigue siendo por lo 
pronto víctima de la entropía que afecta a toda la creación física o material], 
por dentro nos vamos renovando día tras día [el alma y el espíritu 
renovándose continuamente a partir del momento en que experimentamos 
la regeneración o nuevo nacimiento]” (2 Cor. 4:16). 
Valga decir aquí que la regeneración o nuevo nacimiento incluyen en 
primera instancia la muerte al pecado por parte del creyente. En el 
bautismo cristiano en agua se simboliza todo lo anterior: “¿Qué 
concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde? 
¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo 
podemos seguir viviendo en él? ¿Acaso no saben ustedes que todos los 
que fuimos bautizados para unirnos con Cristo Jesús, en realidad 
fuimos bautizados para participar en su muerte? Por tanto, mediante el 
bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, a fin de que, así 
como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros 
llevemos una vida nueva. En efecto, si hemos estado unidos con él en su 
muerte, sin duda también estaremos unidos con él en su resurrección. 
Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que 
nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no 
siguiéramos siendo esclavos del pecado”. 
Así, pues, hay que morir primero con Cristo al pecado para poder entonces 
de manera prácticamente simultánea nacer de nuevo o ser regenerado en 
virtud de su resurrección, llegando a tener de este modo, según lo expresa 
el apóstol Pedro: “… parte en la naturaleza divina” (2 P. 1:4). 
La regeneración implica morir a la vida pasada, que no era vida realmente 
sino una pobre falsificación o caricatura de ella, para comenzar a vivir la 
verdadera vida, la vida de calidad que Dios diseñó para nosotros en unión 
con Él, al autor de la vida (Hc. 3:15). Esto explica también la razón por la 
cual la condición del creyente antes de convertirse y nacer de nuevo se 
describe así en la Biblia: “En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus 
transgresiones y pecados… Pero Dios, que es rico en misericordia, por su 
gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos 
muertos en pecados…” (Efe. 2:1, 4-5). 
Porque ser regenerado o nacer de nuevo es recibir en Cristo la auténtica 
vida y no la vida aparente que encubre como simple fachada nuestra real 
condición de muertos en nuestros pecados5. El apóstol Juan también 
ratifica esta idea con su clara alusión al paso de la muerte a la vida 
experimentado por el creyente al convertirse y ser regenerado (1 Jn. 3:14). 
Porque si bien todo lo que existe fue creado por medio de Cristo en su 
condición de Verbo o Palabra de Dios (Jn. 1:3, Col. 1:15-16; Heb. 1:2), 
incluyendo, por supuesto, a todos los seres vivos en general (vivos en un 
sentido meramente biológico); ahora, adicional al hecho de haber sido todos 
creados originalmentepor medio de Cristo, los creyentes en particular 
hemos sido, por así decirlo, recreados en Cristo Jesús para buenas obras 
(Efe. 1:10), en virtud de la regeneración o nuevo nacimiento que nos 
concede la verdadera vida espiritual de la que carecíamos antes (St. 1:18; 1 
P. 1:3, 23)6. 
 
5
Esto explica la declaración de Cristo cuando le dice a alguien: “Deja que los muertos [personas 
que, no obstante lo dicho y sin perjuicio de ello, se encontraban biológicamente vivas] entierren a 
sus propios muertos” (Lc. 9:60) 
6
Es por ello que la Biblia se refiere a Cristo como “el primogénito de toda creación” (Col. 1:15) y no 
simplemente como el primogénito de la creación, pues la Biblia nos revela que hay dos creaciones: 
la primera, es decir la antigua, registrada en los dos primeros capítulos del Génesis, fue sometida a 
corrupción por causa del pecado de ángeles y seres humanos (Rom. 8:19-20); mientras que la 
4.4. Beneficios de la regeneración 
Ahora bien, la novedad de vida en la que el creyente es introducido a 
través de la regeneración o nuevo nacimiento trae adosados notables 
privilegios entre los cuales pueden enumerarse: una nueva filiación y 
consecuente parentesco (Gál. 4:6; Efe. 1:5; 2:19; Heb. 2:11; 10:21), aún a 
riesgo de ser repetitivos en este punto dada la mención previa que se ha 
hecho de ello al citar Juan 1:12, repetición en la que sin embargo no le 
importa al apóstol Juan incurrir en vista de que a veces parece que no la 
valoramos ni comprendemos en su real dimensión, por lo que el apóstol 
debe ponerse en el trabajo de reiterárnoslo de forma por demás exaltada (1 
Jn. 3:1-3). 
Así mismo, una nueva ciudadanía (Efe. 2:12-13; Fil. 3:20); una nueva 
naturaleza (Efe. 4:24; Col. 3:10-11), mediante la ya mencionada 
participación del creyente en la naturaleza divina (2 P. 1:4); pero por sobre 
todo una nueva mente o forma de pensar (Rom. 12:2; Efe. 4:23), que nos 
conduce a cultivar nuevos afectos e intereses y que nos permite también ir 
desarrollando de manera gradual y creciente la misma perspectiva que 
Cristo tiene de la vida (1 Cor. 2:16). Y, por supuesto, un nuevo destino: la 
vida eterna en comunión con Dios en su reino (Jn. 3:15-16; 5:24; 6:40, 47; 
17:3; 1 Jn. 1:1-3; 2:25; 5:11, 13). 
Por último la Biblia identifica dos señales o evidencias que confirman la 
regeneración o nuevo nacimiento del creyente. Una evidencia o señal 
interna: el testimonio interior y directo del Espíritu Santo a nuestro 
espíritu confirmando de una manera cabalmente indefinible pero no por eso 
menos real nuestra condición de hijos de Dios (Rom. 8:16); y una 
evidencia o señal externa: el positivo cambio de conducta del 
regenerado producto de una nueva manera de pensar que reordena las 
prioridades del creyente y las subordina de buena gana a los intereses del 
reino de Dios y al sistema de valores propio del evangelio, en clara 
oposición al sistema de valores promovido por Satanás en el mundo, en un 
proceso comúnmente conocido como “santificación” que merece 
tratamiento aparte. 
Cuestionario de repaso 
 
última, la nueva creación será por completo incorruptible. Y él tiene la prioridad o preeminencia 
sobre ambas creaciones (eso es lo que significa el término “primogénito” en la mentalidad judía), 
debido a que todas las criaturas, incluyendo a los seres humanos, fuimos creados por medio de él 
en la primera o antigua creación; mientras que en la segunda o nueva creación, gracias a la 
regeneración o nuevo nacimiento, hemos sido creados en él, de modo que en ambas creaciones 
su iniciativa y su papel ha sido lo verdaderamente determinante. 
1. ¿Cuál es la otra expresión bíblica en el Nuevo Testamento que hace referencia 
a la doctrina cristiana de la regeneración al punto que pueden intercambiarse 
entre sí? 
2. ¿Qué significa regenerar? 
3. ¿Es lo mismo conversión que regeneración? Justifique su respuesta 
4. ¿Qué pasos simbolizados en el bautismo en agua implican para el cristiano la 
regeneración o nuevo nacimiento? 
5. Privilegios o bendiciones derivados de la regeneración o nuevo nacimiento. 
6. Señales o evidencias interna y externa que confirman la regeneración o nuevo 
nacimiento.

Continuar navegando