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BOLETIN
DE LA
BIBLIOTECA MENÉNDEZ Y PELAYO
ASO IV.—ABRIL-JUMIO, IS22.—IÍM. 2
MEMOfilflS Oí 0110 0 OOIEO 00 SUCÍDIÍ NODO ”
CAPÍTULO VI
Una corona real y un birrete de doctor. — Señores que dijeron si. 
Papeles inéditos de Menéndez Pelayo.
En aquellos años de tan revuelto y tormentoso curso, de tanta 
agitación y trastorno y de tan hondo malestar nacional, incubábanse, 
no obstante — como se incuban siempre gérmenes de vida entre el 
fragor de la tormenta—, los de una doble restauración patriótica. Y 
calmada, al fin, la tempestad, sereno ya el cielo y sosegado el aire, 
hubieron de aparecer a la vez, sobre el horizonte que clareaba, ga­
llardamente colocados sobre las cabezas juveniles, una corona real 
y un birrete de doctor.
Al dirigir el reflector de la memoria sobre esta parte del camino 
miro a esos dos mancebos, de una misma edad próximante, llegar a 
Santander en diferente guisa y casi al mismo tiempo.
Viene el uno montado sobre un caballo blanco, aclamado por la 
multitud, vitoreado por las gentes, tendidas a su marcha palmas y
(i) Honramos este número del Boletín con un fragmento de la intere­
san ti sima obra pósturna de nuestro inolvidable Presidente honorario, don 
Enrique Menéndez Pelayo. Por estas páginas pueden suponer los lectores, 
cuán lleno de cariosas noticias y de gracia exquisita ha de estar el libro 
que la casa «Voluntad» ha impreso con el mayor esmero.
— qS —
llores, engalanados en su honor balcones y ventanas, seguido de todo 
el aparato y magnifica pompa que como estela señala el paso de los 
reyes. Llámase Don Alfonso XII. El otro mozo emerge modestamente 
de un vagón del ferrocarril, y es a su llegada efusivamente abrazado 
por los suyos y por cariñosos amigos. Llámase don Marcelino Me- 
néndez Pelayo.
Son dos esperanzas. Fía del uno la afligida y desangrada Patria 
el público sosiego; la curación de tanta herida; el remansarse de tanta 
exaltada pasión; el pacifico y armonioso desarrollo de su vida febril 
y comercial; el inteligente cultivo de sus opulentos campos; el ma­
jestuoso vuelo de su genio artístico, y, por fin, la suspirada fusión, 
o la inteligencia al menos, de dos contrapuestos sentimientos y cri­
terios... Fía del otro la gloriosa vindicación de su alcurnia intelectual, 
de su inmarcesible pasado científico y sabio, sobre cuyo robusto ci­
miento se edifique y levante el radiante porvenir del pensamiento 
español.
Malogró en flor la muerte las esperanzas puestas en el regio mozo; 
mas no las puestas en su sangre, con la cual quiso Dios que pasara, 
como profetizó nuestro Escalante:
el alma sin pavor, la fe española 
del muerto rey al rey recién nacido.
Del incipiente doctor lográronse tan copiosos y maduros frutos, 
que excedieron a la más optimista previsión y risueño cálculo, y aun­
que no fué larga su vida, ya que se apagó en medio de su espléndi­
da y fecunda tarde, y lejano aún el crepúsculo, fueron tan llenas y 
fecundas sus horas, que el mundo se pregunta, asombrado, si este 
edificio que aquél alzó es obra de un solo hombre o tarea en que han 
laborado varias generaciones de pensadores y de sabios.
Cabe a Santander la gloria de haber adivinado en aquel hijo suyo, 
bien a los comienzos de su existencia, al futuro paladín de la sana 
tradición española, y de haber comprendido cuánta prez iban a dar 
a la Patria las letras de aquel hombre, y cuánta luz, para volver a 
hallar su camino, a la desorientada cultura nacional.
Acudió, pues, solicita y generosa la ciudad a ofrecer al casi im­
berbe doctor los medios de ensanchar el campo de sus investigacio­
nes y altos estudios, y sabidas son la espontaneidad y largueza con 
que el Concejo santanderino, a propuesta de su ilustre Alcalde, don 
José Ramón López Dóriga, acordó a mi hermano una pensión que le 
permitiera visitar las bibliotecas del extranjero, y sabidas son, igual­
mente, la prontitud y beneplácito con que la Diputación Provincial
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respondió al fraternal requerimiento del Municipio para que le ayu­
dara en su patriótica empresa.
Seguramente que holgarán los lectores de estas «Memoria» de co­
nocer los nombres que unánimemente votaron o, por mejor decir, 
aclamaron el acuerdo de aquella pensión. Sepan, pues, los santande- 
rinos de hoy, tan orgullosos con la gloria de su ilustre conterráneo, 
y tan agradecido al regalo que les hizo de su biblioteca—que fué 
hacerles el de su corazón—, a quiénes deben el favorr de haberle 
ayudado a volar hacia aquella y a echar los cimientos de ésta.
Tomóse el acuerdo el 28 de Enero de 1876, por iniciativa, como 
se ha dicho, del señor López Dóriga, formulada en una bien escrita 
moción, y votarónle cuantos se hallaban presentes, que eran los 
señores:
Don José Ramón I^ópez Dóriga.
> Pedro Escalante.
» Estanislao Abarca.
» Pablo Larrinaga.
> Elias Ortiz de la Torre.
» Alfredo Martínez Infante.
» Clemente López Dóriga.
» Sandalio Orbeta.
» Rafael Botín y Aguirre.
» Zoilo Quintanilla.
» José María Aguirre.
» Salvador Regules.
> Gerardo Róiz de la Parra.
» Mario Martínez Peñalver.
» Pedro Arce.
» Ramón Fernández.
> Eustasio Sierra.
» Nicolás Ezcurra.
Al oficio en que fué comunicada a mi hermano la honrosa reso­
lución municipal hubo éste de contestar con la siguiente acción de 
gracias, curioso documento en que se adivina ya cuál iba a ser du­
rante toda su vida la dama de aquel andante caballero de la ciencia 
española y comienza a dibujarse el gigantesco plan de su labor futura:
«He recibido la muy atenta comunicación en que V. S. me par­
ticipa, en nombre del Excelentísimo Ayuntamiento, el acuerdo en mi 
favor tomado en la sesión del 28 del corriente, mandando consignar 
en el presupuesto del próximo año económico la cantidad de 3.000 
pesetas destinadas a sufragar e«i parte los gastos que se me originen 
IOO —
en el caso de trasladarme al extranjero para continuar mis estudios, 
invitando al propio tiempo a la Excelentísima Diputación Provincial 
a que contribuya al mismo objeto. No encuentro, ilustrísimo señor, 
palabras que basten a expresar mi profundo agradecimiento por 
merced tan extremada y superior a mis escasos merecimientos. Ni 
mis estudios, por desdicha harto cortos, ni el muy limitado valer de 
mis ensayos literarios, pobres ciertamente de erudición y de doctrina, 
bastan a explicar a mis propios ojos Ja honra señaladísima que esa 
Corporación municipal me otorga. Sólo ha debido tener en cuenta, 
al concedérmela, el amor, en mí grande, aunque poco feliz, a la be­
lleza realizada, en el terreno literario, y los nobles estudios clásicos 
y a los de erudición varia, tan útiles como sabrosos y deleitables. 
Hónrase el Municipio honrando las letras, aunque sea en el más 
obscuro e indigno de sus cultivadores.
Acepto con gozo la ocasión que dicho acuerdo me ofrece de ex­
tender y ampliar algún tanto mis modestas investigaciones. Dos ob­
jetos principales han de guiarme en el viaje que, bajo los auspicios 
de esa corporación, y con un fin del todo literario, pienso emprender 
en breve. Es el primero conocer y penetrar en algún modo las lite­
raturas extranjeras, cuyo estudio hállase sobre manera descuidado en 
España, a pesar de los grandes auxilios que indirectamente puede 
aportar a nuestra historia literaria.
El segundo propósito que a esta excursión me conduce toca aún 
más de cerca a puntos enlazados con nuestra erudición nacional. 
Existen en gran número* en las bibliotecas extranjeras, libros espa­
ñoles rarísimos o de muy difícil consulta entre nosotros; libros im­
presos en ciudades de Italia, de los Países Bajos o de Alemania, du­
rante los áureos dias del siglo XVI. Cada dia se hacen nuevos des­
cubrimientos bibliográficos en tal sentido; de esperar es, pues, que 
una nueva exploración, aunque dirigida por manos tan inexpertas 
como las mías, pueda acrecentar más o menos el caudal de datos 
sobre ciertas materias recogidos. Comenzada tengo, tiempo ha, una 
Historia de los heterodoxos españoles, obra cuyos materiales existen 
en gran parte fuera de nuestro país, y que sólo puede llevarse a cum­
plido yfeliz término mediante detenidas pesquisas en los grandes 
depósitos bibliográficos de Inglaterra, Bélgica y Alemania, donde han 
ido a reunirse muchas de las obras dadas a la luz en aquellas y otras 
tierras extrañas por fugitivos españoles en los siglos XVI y XVII, y 
aun en el XVIII.
Inmenso es mi reconocimiento a la Corporación, que tan pode­
roso apoyo viene a prestarme en mis pobres trabajos e indagaciones.
---- IOI —
Eternamente viviré agradecido a los dignos representantes de esta 
ciudad natal, que así premian en sus hijos, no ya el mérito, sino la 
intención y el buen deseo, de suyo no muy poderosos, si cual acon­
tece en este caso, no van acompañados del entendimiento y del saber 
necesarios para fecundarlos.
Sírvase V. S. comunicar a ese Ayuntamiento, en la forma que 
más oportuna estime, esta sincera, aunque débil expresión de mi 
gratitud por el grande cuanto inmerecido favor que me dispensa.
Dios, etc.»
Consignados ya los nombres de quienes formaban aquel Ayun­
tamiento que pensionó a quien «mostraba el entendimiento antes que 
el bozo, según expresión de nuestro gran Escalante, no es menos de 
justicia exhumar aquí la lista de los diputados provinciales que en su 
Corporación tomaron idéntico acuerdo. Fueron éstos los señores:
Parra (Presidente), Sautuola, Lastra, Varona, Pezuela, Bodega, 
Peña, Villa-Ceballos, Ceballos (D. F.), Díaz, I^nuza, Campo, Quevedo, 
Insausti, Tejada, Polanco, Quintanilla, Piñal, Ccdrún, Soriano y Parra.
La carta o comunicación en que el agraciado acusó a la Corpo­
ración provincial recibo del oficio en que le trasladaba el acuerdo 
tomado viene a completar, en cierto modo, el plan de investigación 
erudita que aquél se proponía desarrollar por tierras extrañas, dice así:
«He recibido la muy atenta comunicación de 6 de Mayo, en que 
V. S. se digna participarme el acuerdo tomado en mi favor por la Ex­
celentísima Diputación Provincial conformándose con el dictamen, en 
términos para mi harto lisonjeros y aun hiperbólicos, extendido por 
la Comisión de Fomento.
Excusado sería, ilustrísimo señor, el quoyo intentase expresar mi 
profunda gratitud ante tan elevada muestra de aprecio y tan supe­
rior a mis cortos merecimientos. Pero ni convienen a la ilustración 
de V. S. vulgares acciones de gracias, ni yo estimo en tal ocasión 
oportunas las frases de uso corriente en parecidas circunstancias. Li­
mitóme, pues, a suplicar a V. S. se sirva poner en conocimiento de 
esa Excelentísima Corporación mi eterno agradecimiento a tales mer­
cedes, anunciando al propio tiempo mi firme propósito de correspon­
der a ellas en el modo y forma que mis harto escasos conocimientos 
me lo permiten.
Y en verdad, ilustrísimo señor, que, si la honra que hoy me con­
cede mi provincia natal hubiese recaído en sujeto de no tan escasas 
letras ni tan débil entendimiento como yo, ancho campo se le ofre­
cía para realizar ampliamente los ilustrados y patrióticos fines de esa 
Diputación.
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Comenzando por nuestra Cantabria. ¡Cuántos puntos quedan aún 
inexplorados en su gloriosa historia! ¡Cuánto resta que hacer en su 
bibliografía! Algunas tareas he dedicado al estudio de las obras de 
montañeses ilustres, pesaroso de la atención exclusiva que los histo­
riadores de nuestro país dedican a las armas, cual si nunca hubiesen 
florecido las letras en esta comarca, en todo privilegiada. Aliéntame 
hoy la espontánea protección de los representantes de la provincia a 
continuar con nuevo ardor tales investigaciones, no del todo infruc­
tuosas, según entiendo.
Otros estudios de más general interés pienso llevar a cabo con la 
inesperada y generosa ayuda de Ja Excelentísima Diputación y Ex­
celentísimo Ayuntamiento de Santander. En preparación tengo una 
Hthliografia de traductores españoles de clásicos de la antigüedad, obra 
no inútil, según pienso, para la apreciación de las extrañas influen­
cias en nuestra literatura nacional. Palta este trabajo entre nosotros; 
emprendióle a fines del siglo pasado el bibliotecario Pellicer; dejóle 
muy a los principios, sorprendido por la muerte, y yo he tomado so­
bre mis débiles hombros la carga, no liviana, de continuarle.
Para el total acabamiento de este trabajo se requieren aún dete­
nidas investigaciones en ciertas bibliotecas de España, por mí toda­
vía no exploradas, y, sobre todo, en las más célebres del extranjero. 
Mucho han de encerrar, aunque tal vez no tanto como pudiera sós- 
pecharse, útil para nuestro asunto, lo - grandes depósitos de impresos 
y de manuscritos conocidos en París con los nombres de bibliotecas 
Nacional, del Arsenal, de Santa Genoveva y Mazar ¡ni; con el de Am- 
brosiana, en Milán; de Laurenciana, en Florencia; de San Marcos, en 
Venecia; de Vaticana, en Roma; de Real, en Nápoles. Y a muchas de 
ellas exceden en riquezas españolas el Museo británico, de Londres; 
Ja biblioteca del Colegio de la Universidad, de Cambridg; algunas de 
los Países Bajos, muchas de Alemania, las de Munich y Viena, sobre 
todo, sin otras que sería prolijo y no necesario enumerar. Difícil, si 
no imposible, parece el registrarlo todo; pero con sacar a luz algo de 
los tesoros españoles en diversos países extranjeros daré por satisfe­
chos y cumplidos mis anhe'os.
Aún exigen más imperiosamente tales exploraciones mi comen­
zada Historia de los heterodoxos españoles, desde Prisciliano hasta 
nuestros dias. Porque, si es cierto que para una parte considerable de 
ella suministran abundantes noticias los trabajos de Makrie, l’soz, 
Wiffen y los recientes e importantísimos del sabio profesor de Stras- 
burgo doctor Bohemer, cabe añadir a todos ellos muy curiosos datos, 
y queda, además, casi intacta la porción más extensa de dicha historia.
— ios —
Algo intentaré yo en tal sentido: poco, muy poco lograré, de se­
guro, realizar, y por eso no insisto más en tal asunto, para que nun­
ca se me pueda acusar de largo en promesas y corto en obras.
Termino, por tanto, como empecé, dando las gracias a la Cor­
poración provincial, que al honrar las letras en la persona del último 
y más obscuro de sus cultivadores da elevada muestra de ilustración, 
digna en verdad de los nobles representantes del solar montañés.
Sírvase V. S. hacer presente a esa Excelentísima Diputación mi 
reconocimiento eterno por Ja honra señalada que me dispensa.»
Marcelino conservó dilatada por todo el espacio de su vida, a 
ambas representaciones de su tierra nativa, la profunda gratitud que 
guarda todo hombre bien nacido a quien le favorece y ayuda, y 
todo enamorado de los libros a quien le proporciona los medios de 
adquirirlos o consultarlos. Todavía en el año 1906 ese noble senti­
miento dicta a aquella alma nobilísima unas hermosas frases. Son del 
discurso con que contestó al mensaje que el Alcalde de la ciudad 
entrególe, en nombre de ella, uno de los últimos días de dicho año:
<Es rasgo de hidalguía en los montañeses no recordar los bene­
ficios que han hecho, ni siquiera cuando acumulan a ellos otros be­
neficios nuevos. Persuadidos, como nuestro prócer poeta del siglo XV 
de que «dar es señorío, recibir es servidumbre», a nadie hacen sentir 
el peso de tal servidumbre, en dichos ni en obras, y, honrando al 
que recibe el beneficio, se libran del temor de hacer ingratos. Y yo 
lo sería ciertamente si no declarase en tan solemne ocasión como esta 
que, gracias a aquel generoso arranque (quizá olvidado ya en San­
tander) de los que os precedieron en el regimiento de la villa y en la 
administración de su provincia pude llegar a ser un modesto, pero 
asiduo trabajador de la ciencia literaria; importar a España algunas 
novedades útiles; educarme en la gimnasia del método histórico-cri- 
tico, en que tanto comienzan a aventajarme mis discípulos; entender 
con más alto sentido lo español, y acrisolar el amor de la Patria en 
el contraste con lenguas y literaturas extrañas.»
t Enrique Menéndez Pelayo.

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