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303-Texto del artículo-976-1-10-20180816

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φ
La Ley en el diálogo apócrifo «Minos» de Platón 
y en algunas citas de Demócrito
___________________________________
Alejandro Dávila Navarro
Unidad Académica de Filosofía 
Universidad Autónoma de Zacatecas
alejandrodavila210@gmail.com 
Resumen
Este ensayo tiene el propósito de hacer una comparación entre un diálo-
go apócrifo del canon Platónico y tres citas de Demócrito sobre el tema 
de la Ley para tratar de encontrar su naturaleza e investigar si la Ley es 
una Opinión de la ciudad y, por lo tanto, de carácter convencional o si es 
un descubrimiento de la verdad y en consecuencia su fundamento sería la 
realidad misma.
Palabras clave: filosofía práctica, Ley, opinión, verdad, naturaleza, conven-
ción, sistema.
Abstract
This essay has the intention to make a comparison between an apocryphal dia-
logue of Platonic canon and three references of Democritu’s treatment of Law, 
trying to find the nature of both texts and inquiring if the Law is an opinion of 
the city, thus being conventional, or if it’s a discovery of the Truth, in wich case, 
reality would be its basis.
Keywords: practical philosophy, Law, opinion, truth, nature, convention, 
system.
14
AGÓN / número 0, volumen 1
Este texto reflexiona sobre el tema de la Filosofía práctica, por lo que te-
nemos que responder qué es. Se podría entender como un modo de vida, 
por ejemplo, la respuesta de una persona ante los reveces de la misma; o 
el conjunto de reglas morales; se puede entender también como una re-
flexión teórica de las actividades que en ella realizamos. Una propuesta es 
el estudio de la Ley, puesto que esta, en sentido general, regula nuestras 
acciones, lo cual es una práctica pero con un carácter igualmente teórico. 
La sociedad entendida como la unión de persona libres y aparentemen-
te iguales necesita de estructuras convencionales para seguir existiendo 
(como es el caso de las costumbres y las leyes). Puesto que las personas 
piensan diferente, se sigue que tienen aspiraciones diferentes, y puede que 
sus puntos de vista no solo no coincidan, sino que sean contrarios entre sí. 
Al existir la heterogeneidad debe haber algunos puntos de acuerdo que 
sirvan como freno a todos los caprichos descabellados que las personas pu-
dieran tener y que de no mantenerlos bajo control conducirían al fracaso y 
quiebre de la misma; por ejemplo, la corrupción gubernamental. La ley es 
uno de estos puntos de acuerdo. 
De algunas costumbres nacen las leyes, y estas están muy relaciona-
das con la moral (aunque no todas las leyes ni toda la moral nacen de las 
costumbres); en el caso de la antigua Roma, por ejemplo, existía una ma-
gistratura senatorial que era la censura; el censor tenía como tarea cuidar 
de las buenas costumbres, lo que nos dice que desde el Estado se tenía un 
criterio de buenas y de malas costumbres, y era de interés político cuidar 
de aquellas y evitar que se propagaran las segundas. 
Por moral defino al conjunto de presupuestos que nos permiten con-
cebir una idea de bien, por medio de la cual podemos juzgar ante nuestra 
conciencia los hechos humanos como buenos o como malos.1 La moral 
está muy relacionada con las costumbres y, por lo tanto, también con las 
leyes, sin embargo: 
Kant opuso la [moralidad] a la legalidad. Esta última es el simple acuerdo 
o desacuerdo de una acción con la ley moral sin referencia al móvil de la 
acción misma. La [moralidad] consiste, en cambio, el considerar el móvil 
de acción a la idea misma del deber (Metaphysic der sitten, i, intr., § 3,Crit. 
R. Práct., i, 1,3).2
La moral, las leyes y las costumbres están hechas principalmente, según 
creo, para evitar el colapso de la sociedad, y por lo tanto la desunión de 
15
las relaciones entre las personas. Las leyes bajo las cuales nos regimos no 
son naturales (sobre el carácter positivo de estas hay que consultar a los 
autores contractualistas), esto es porque cuando el hombre se reúne en 
sociedad y abandona su estado natural vive en un medio positivo y las 
manifestaciones humanas nacidas en ese medio como las mencionadas le-
yes, el conjunto de valores morales, ideas religiosas, científicas, artísticas 
y filosóficas vuelven al humano un ente acorde a sus propias aspiraciones.
En este sentido, el problema que nos interesa esclarecer en este ensayo 
es el de la ley. En primer lugar ¿qué puede definirse por ley? No es de interés 
para lo que se pretende demostrar aquí la definición de ley que se emplea 
en las ciencias naturales que dice que en la naturaleza existe una aparente 
regularidad que rige casi todos los fenómenos, lo que los hace predecibles 
y hace también que las teorías puedan ser verificadas según se cumpla con 
dichas reglas, sin este presupuesto el método científico no tendría sentido. 
Definiciones así pueden encontrarse en cualquier diccionario, aunque no 
sea especializado; sin embargo, actualmente en las ciencias hay muchos de-
bates tanto en el terreno gnoseológico como en el metodológico acerca de 
esto. Pero debe insistirse que eso no es el interés de este ensayo. Lo que se 
quiere estudiar en este caso es la ley según se entiende en el plano social 
como el conjunto de normas que regulan nuestra convivencia. La Ley es un 
precepto, esto es, una regla o un conjunto de criterios consuetudinarios o 
morales que se deben aplicar, y ante los cuales tienen que ser ajustadas las 
acciones de la convivencia humana con el fin de mantener el orden, y que 
son dictadas por los que tienen poder de decisión en un momento dado. 
Así, quien tiene la facultad legítima para hacerlas cumplir es la autoridad, y 
puesto que la ley manda que se realicen las cosas de cierto modo o prohíbe 
que se hagan si es que resultan perjudiciales a los intereses que los legisla-
dores tenían al momento de crear las leyes, quien desacate la ley debe ser 
cuando menos amonestado o castigado con la pena que la misma ley indica. 
La autoridad, al ser lo que aplica y hace aplicar las leyes, es quien tiene la 
soberanía sobre un grupo de personas que estén dentro de su jurisdicción.
Sucede que, debido a su carácter convencional, las leyes cambian a lo 
largo de la historia; así que lo que en una circunstancia es legal en otra es ilí-
cito. No obstante, el texto que examinaremos es un diálogo apócrifo titulado: 
«Minos o sobre la ley», el cual dice que la ley es un «descubrimiento de la 
verdad». Para el autor de dicho texto, la ley está fundamentada en la verdad, 
por lo tanto en la belleza y por consiguiente en el bien; en ello sigue muy 
ajustadamente al pensamiento de los diálogos canónicos de Platón, siendo 
16
AGÓN / número 0, volumen 1
así en la moral platónica como en la teoría política que de ella se desprende. 
El relativismo convencional no tiene cabida debido al carácter racionalista 
de la filosofía platónica. La elección de un diálogo apócrifo para analizar la 
postura de Platón no es un impedimento; por el contrario, en la medida que 
la mayoría de estos diálogos fueron escritos por autores que entendieron de 
modo peculiar el pensamiento platónico, permiten al comentarista contem-
poráneo preguntarse por su postura y no observarlo como una autoridad 
de carácter absoluto. En una segunda parte, comparo esta visión con la de 
Demócrito, de quien Platón fue posiblemente el más grande detractor. Se 
ha escogido este autor por ser de ideas totalmente opuestas a Platón. Lo 
que pretendo al compararlos es exponer ambos puntos de vista, constatar si 
son del todo opuestos y elegir cuál de los dos podría ser una propuesta más 
fácilmente comparable con la realidad que vivimos actualmente.
Minos o la ley platónica
Aunque el diálogo no especifica la circunstancia dramática que suele ha-
ber en los otros, como trasfondo literario, comparte la estructura de los 
diálogos de juventud de Platón (compárese en esto la estructura de los 
diálogos Lisis o Eutifrón): Sócrates pone en cuestión el tema a definir y 
un interlocutor expone su creencia sobre cómo se define ese concepto. 
Sócrates, mediante un sutil desarrollomayéutico, estira las afirmaciones 
del proponente hasta que en su argumentación aparecen contradicciones y 
se derrumba. Nuevamente, Sócrates avanza en el juego dialéctico hasta que 
llega a una definición segura de ese tema, y cuando parece que había, por 
fin, encontrado la esencia verdadera de ese concepto, el ateniense se da 
cuenta de que la definición es tan equívoca como la anterior, y el diálogo 
llega a su fin dejando la cuestión en vilo.
Empecemos a explicarlo: comienza con Sócrates preguntando, ¿qué es 
la ley? Su interlocutor, que es un discípulo no identificado, no le responde, 
sino que le pregunta a cuál ley se refiere. Sócrates replica que una ley no 
se diferencia de otra así como el oro no se diferencia del oro así sean en 
broches o en monedas, independientemente de sus formas externas, o sea, 
puesto en términos aristotélicos, de sus accidentes. El discípulo, entonces 
dice: «En mi opinión ley podría considerarse como decisiones y decretos 
[…]: decisión de la ciudad».3
Este argumento plantea que la ley, al ser una decisión de la ciudad, o 
sea algo que eligen los hombres, es una «opinión política», lo que implica 
que puede ser tanto correcta como incorrecta. A esta respuesta Sócrates 
17
replica que así como los sabios son sabios y lo son por la sabiduría, lo jus-
tos lo son por la justicia: «los que viven ateniéndose a la legalidad ¿no lo 
hacen merced a la ley?»4 De igual manera los que no atienden a la legalidad 
lo hacen por «ausencia de esta». De aquí Sócrates hace un salto y afirma 
que los que se «atienen a las normas legales» son justos: «Luego la justicia 
y la ley son lo más hermoso que existe».5
Esta afirmación, acorde con la ética platónica, equipara a la justicia con 
la belleza y por lo tanto con la verdad, e igualmente con el bien. De esto se 
sigue que la ilegalidad y la injusticia son igualmente lo contrario al bien, la 
belleza y la verdad: «Las primeras salvan ciudades […] las segundas arrui-
nan y descomponen […] por consiguiente, hay que concebir la ley como 
algo hermoso y debemos buscarla como un bien».6
Estamos ante el preludio de la refutación de la primera aseveración del 
discípulo acerca de que la ley «es una decisión de la ciudad»: «¿Cómo? ¿Es 
que no hay decisiones beneficiosas y decisiones nocivas? […] Sin embargo, 
la ley no podría ser nociva».7
Conforme a esta cita, hay «decisiones beneficiosas y decisiones nocivas» 
así como opiniones verdaderas y opiniones falsas. El desarrollo de la idea que 
muestra Sócrates en el numeral 314 al 315b, según creo, pude interpretarse de 
forma negativa: Si no existe la ley, entonces no existe la justicia; y, viceversa, 
si no existe la justicia entonces no existe la ley. De modo inverso podríamos 
decir que, si hay ley, hay justicia; por lo tanto podemos decir que de acuerdo 
al diálogo la ley no es otra cosa que la justicia y dado que «la justicia y la ley 
son lo más hermoso que existe» entonces lo contrario: la injusticia y la ile-
galidad son lo contrario a la hermosura. Parafraseando a Sócrates, la ley, la 
justicia y la hermosura «salvan las ciudades», por consiguiente los contrarios 
de estas las «arruinan y descomponen». El discípulo replica que la ley es una 
decisión de la ciudad y es por tanto una opinión, pero ¿qué implica esto? Pues 
que sea una opinión verdadera o falsa. Para Platón la verdad se identifica 
con el bien, por lo tanto una opinión verdadera es una opinión buena y una 
opinión no verdadera es una opinión malvada; luego, una opinión puede ser 
una opinión buena o nociva. Si una opinión es buena, entonces se «salvan las 
ciudades» y si es nociva pasa lo contrario: «se arruinan y se descomponen». 
El problema del discípulo es que la ley es una decisión buena o una nociva. 
La réplica de Sócrates versa en que la ley es lo que salva a las ciudades, luego, 
la ley no puede ser una opinión nociva; siendo así, la ley solo es una opinión 
buena; por consiguiente, la ley es una opinión verdadera puesto que, como 
dijimos, para Platón la bondad se identifica con la verdad. 
18
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¿Qué es la opinión verdadera? No es otra cosa que un «descubrimien-
to de la realidad». La verdad es un descubrimiento de la realidad, puesto 
que para que una afirmación sea verdadera debe de corresponder con la 
realidad a la que pretende describir.8 Es así como llegamos a la afirmación 
fuerte del diálogo: «La ley pretende ser un descubrimiento de la realidad».9
Esta es la aseveración más importante que el pseudo-Platón que escribió 
este diálogo nos transmite: la ley no es voluble, tiene un fundamento en la 
realidad, no entendida como el devenir del mundo sensible, sino como las 
ideas eternas, de las cuáles este mundo no es más que una copia;10 y es a esta 
a la que se pretende descubrir, por lo tanto la ley es inamovible. Pero la obje-
ción que le hace el discípulo a Sócrates en verdad es una objeción muy buena 
y que podemos incluso comprobar en la historia: «Pero […] si la ley es un 
descubrimiento de lo real, ¿cómo es que no empleamos siempre las mismas leyes 
para los mismos asuntos si verdaderamente hemos descubierto la realidad?»11
Podemos ver que a lo largo de la historia lo que se considera como justo 
en una época, en otra es considerado como contrario a la moralidad y por 
lo tanto las costumbres varían de acuerdo a su circunstancia. No se requiere 
ser antropólogo, sociólogo o historiador para darse cuenta que el hombre 
es un ser histórico y casi todas las producciones humanas también están 
circunscritas a su contexto. La ley es variable y no está exenta del relativis-
mo cultural. Sócrates contesta: «No por ello la ley aspira menos a descubrir 
la realidad, y si las personas no utilizan siempre las mismas leyes […] es 
porque no son capaces de descubrir que lo que pretende la ley es decir lo real». 12
Quizá parezca un argumento ad ignorantiam, pero Sócrates cree que la 
ley está fundamentada en la verdad y por lo tanto en la realidad última, 
luego la ley es invariable (aunque aparentemente sea difícil de demos-
trar), de ser así Sócrates tiene que refutar al relativismo que es propio de 
sofistas. Si la ley es un descubrimiento de la realidad, entonces, quienes 
no son «capaces» de descubrir la verdad no pueden saber qué es lo que 
«pretende» la ley. Aun así el discípulo sigue replicando con el mismo ar-
gumento lleno de sentido común: 
Pero […] ni siquiera entre las mismas personas utilizan siempre las mismas 
leyes y que grupos distintos emplean distintas leyes. […] entre nosotros no 
es lícito, sino impío hacer sacrificios humanos, mientras los cartagineses 
los hacen como algo piadoso y legal, […] ni nosotros hemos tenido siempre 
las mismas costumbres ni en general los hombres en sus mutuas relaciones.13
19
Este es un argumento cierto y muy probado, debido a que no existen exac-
tamente las mismas costumbres en todas las culturas, como tampoco en la 
misma aun en un mismo tiempo o una misma época. Sócrates por su parte 
tendrá que extender su propio argumento para poder estar a la par de esta 
objeción: « ¿consideras injusto lo que es justo y crees que las cosas injustas 
son justas, o que las justas son justas y las injustas son injustas?» El discípu-
lo responde: «Para mí, las cosas justas son justas y las injustas, injustas».14
Lo que Sócrates dice en este párrafo aparentemente es una obviedad, sin 
embargo, es en realidad un principio universal ejemplificado en Occidente 
por primera vez dentro de la interpretación de filosofía parmenideana, con 
la máxima de que «el Ser es y el no–Ser no es»; que equivale a decir que 
la justicia es la justicia así como la idea de bien es la idea de bien, el núme-
ro uno es el número uno; es decir que todo Ser es al menos idéntico a sí 
mismo y este es un hecho que sabemos a priori y que aparentemente tiene 
validez universal independientemente de la cultura o el tiempo. 
 —¿Y no se piensa igual en todas partes, como aquí? —cuestiona Sócrates—.
Discípulo: Sí- 
Sócrates: ¿También entre los persas?Discípulo: También entre los persas.
Sócrates: ¿Siempre y sin duda?
Discípulo: Sí. 
[…]
Sócrates: Luego hablando en términos generales, se considera que lo real 
existe, y no lo que no es, tanto entre nosotros como entre todos los demás 
pueblos.
Discípulo: Así lo creo yo.
Sócrates: Luego el que se equivoca en lo real, se equivoca en lo legal.15
Sócrates parte en su argumento de una tautología que dice que «lo real 
existe», este no es más que la afirmación ontológica de lo que ya se ha 
explicado; lo real es aquello que tiene existencia fuera de la mente (esta 
definición puede también encontrase en cualquier diccionario) por lo tan-
to, decir que lo real existe es un dato. Lo contrario a lo real —lo que no 
existe—, entonces no existe (valga la redundancia). La ley es verdadera 
y la verdad es un descubrimiento de la realidad, luego, contradecir la ley 
sería contradecir la verdad y por tanto negar la realidad. La realidad es lo 
que existe, como ya se dijo, y esa es una verdad universal que todo mundo, 
20
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independientemente de su circunstancia lo debe de saber. Por lo tanto, la 
ley descansa sobre la verdad absoluta y es en consecuencia, inamovible; 
esta definición parece que se trata de una ley física, más que de una ley 
convencional. De acuerdo a esta doctrina, si vemos que a lo largo de la 
historia hay leyes de lo más variado sobre los mismos temas es porque los 
legisladores que las promulgaron probablemente no conocen verdadera-
mente la realidad. Eso es una característica de la ética platónica; las faltas 
morales en realidad se deben a no conocer la realidad; podemos decir, que 
para el pensamiento platónico, la ignorancia y el error son los orígenes de 
la inmoralidad. Sócrates continúa diciendo:
—¿Y los entendidos sobre un tema opinan siempre sobre los mismos temas 
o cada uno de ellos piensa de modo distinto?
Discípulo —Yo creo que siempre opinan lo mismo.
—¿Y son únicamente los griegos son los que están de acuerdo […], o tam-
bién los bárbaros entre sí e incluso con los griegos?
Discípulo —Sin duda, es absolutamente necesario que los que conocen un 
tema tengan la misma opinión, ya sean griegos, ya sean bárbaros».16
Los «entendidos», es decir, los que conocen la verdad son los sabios y por 
lo tanto son también los justos, y dado que conocen la verdad entonces 
su opinión no puede variar puesto que la realidad es la realidad (es una 
afirmación tautológica) y esa certeza es inmutable. Demócrito, un filósofo 
distinto a Platón, dice algunas cosas sobre este aspecto que aparentemente 
no son muy diferentes a las que allí dice Platón.
La ley según Demócrito
«Es correcto respetar la ley, al que gobierna y al que es más sabio».17 A dife-
rencia de Platón, de Demócrito no conservamos ni una sola obra completa, 
y las que tenemos no son del todo uniformes, pero en una cita de Estobeo 
nos dice:
Se debe dar más importancia a los asuntos de la ciudad que a los demás, a 
fin de que ella esté bien gobernada, sin luchar contra lo equitativo ni violen-
tando el bien común.18* .Una ciudad bien gobernada es la mayor prosperidad 
y contiene todo en sí misma: cuando ella se salva, todo se salva; cuando ella se 
corrompe todo se corrompe.19
21
En esto Demócrito no se diferencia mayormente de Platón puesto que para 
ambos la ciudad es el centro de la vida política y fuera de ella no hay política 
(baste recordar que la palabra política viene de polis que en nuestro idioma 
lo podemos traducir cómo ciudad–estado). Cuando la ciudad «se corrompe» 
todo en la vida humana se corrompe y por tanto debe de estar gobernada por 
quienes cumplan las leyes, quienes, como ya los dijimos, son los entendidos 
en el arte de gobernar. Asimismo, todos los entendidos en jardinería, adivi-
nación, medicina o culinaria no escriben cosas distintas dentro del mismo 
tema que dominan sino que independientemente de sus respectivos contex-
tos deben escribir siempre lo mismo. Sócrates interroga a su discípulo:
¿Y de quien son los tratados y normas relativos a la administración de la ciu-
dad? ¿No son de personas competentes en el arte de gobernar ciudades? […] 
Luego esos escritos políticos, que los hombres llaman leyes, son obra de re-
yes y de hombres de bien. […] ¿Acaso los entendidos escriben cada vez cosas 
distintas sobre los mismos temas? ¿Y establecen cada vez normas distintas 
sobre asuntos idénticos?
Discípulo: No.
Sócrates: Y en el caso de que […] alguno de ellos obra de esa manera ¿dire-
mos que los que obran así son entendidos o ignorantes?
Discípulo: Ignorantes
Sócrates: Y lo que sea correcto en cada materia, […] ¿no diremos que es lo 
licito?»20
Debido a que habíamos concluido que la ley es el descubrimiento de la rea-
lidad y esta es una verdad inamovible no se puede discrepar acerca de esto 
y quien lo hiciere es porque no puede ser más que un ignorante, puesto que 
no conoce realmente la ley y piensa que lo que él cree como verdadero es 
real, siendo que no es así:
Por consiguiente, también los escritos referentes a lo justo y lo injusto y, 
en pocas palabras, a la administración de la ciudad y a la manera como hay 
que gobernarla, lo correcto es ley real y lo que no es correcto no lo es, aunque 
los ignorantes lo tomen por ley, ya que, efectivamente, es ilícito. […] Luego 
teníamos razón al convenir que ley es un descubrimiento de la realidad.21
Aquí Sócrates reafirma una vez más su argumento: la ley es «un descu-
brimiento de la realidad». Tendría que repetir lo que ya he dicho tantas 
22
AGÓN / número 0, volumen 1
veces para aclarar innecesariamente esto. A continuación en el diálogo, el 
filósofo muestra el ejemplo del más grande «pastor de hombres» que fue 
el mejor legislador: el rey Minos. Sócrates explica por qué es erróneamente 
mal recordado en Atenas; la «prueba» de que fue el mejor legislador es que: 
«sus leyes son inamovibles, como propias de un hombre que supo encontrar la 
verdad en el gobierno de la ciudad».22
Alguien que conoce la realidad es quien debe dictar las leyes, y la prue-
ba de ello es que «sus leyes son inamovibles». Sin embargo Demócrito en 
una de las citas dice algo aún más sutil: «En nuestro sistema actual no hay 
forma alguna de evitar que el gobernante, por más bueno que sea, cometa 
injusticia».23
Lo que escribe Demócrito es tan importante que ataca la base de la 
argumentación del diálogo platónico. Hay que recordar que, aparte de múl-
tiples diferencias, Demócrito no tiene el presupuesto filosófico del mundo 
de las ideas; empezando por eso, las consecuencias teóricas desprendidas 
de sendos sistemas ontológicos no deberían tener punto de comparación. 
La polémica entre ambas doctrinas al no tener puntos de unión, sería una 
confrontación estéril, i.e. sin posibilidad de avance dentro del debate. Sin 
embargo, no tengo yo tampoco el presupuesto del mundo de las ideas, y no 
creo que actualmente alguien defienda esta doctrina, al menos en política. 
Pero, sin que esta argumentación pueda estar viciada en contra de Platón, 
diré en mi descargo que, aunque no tenemos los supuestos de la ontología 
platónica, no por ello signifique que sus consecuencias, tanto éticas como 
políticas, no se puedan intentar aplicar en la práctica política. De ser así, 
podría resultar válida la respectiva defensa teórica de la política platónica 
así como las objeciones de Demócrito y del discípulo. 
Volviendo al problema, no basta que el legislador y el gobernante conoz-
can la realidad, sino que actúen dentro de un sistema que puede ser vicioso 
y aunque el gobernante tenga las más nobles intenciones, pueda cometer in-
justicia si es que la dinámica del sistema le impele a eso, y como ya lo vimos, 
si alguien falta a la justicia entonces falta a la legalidad y si falta a la legalidad, 
entonces falta también a la verdad, y por lo tanto a la realidad. Esta cita echa 
por tierra el argumento del diálogo del Minos introduciendo un nuevo factor 
que es el sistema de gobierno, puesto que los individuos no estánexentos del 
contexto en donde viven y aquí una vez más regresa el problema de circuns-
tancialidad de las leyes y el relativismo cultural. ¿Hay que aceptar que no 
solo los gobernantes deben de conocer la realidad —si es que eso se puede— 
sino también que las estructuras gubernamentales sean virtuosas?
23
Conclusión
Llegados a este punto, considero que, a pesar de que los argumentos del 
pseudo–Platón son impecables, no tenemos más opción que aceptar al 
relativismo circunstancial, hasta que se demuestre lo contrario, y admitir 
que independientemente de que los gobernantes sean virtuosos, si las es-
tructuras de gobierno son viciosas —como ya se dijo en los párrafos de 
arriba— puede ser una consecuencia que los gobernantes terminen siendo, 
por igual, viciosos. Por lo tanto, deberíamos preferir que sean primero vir-
tuosas las estructuras de gobierno antes que los gobernantes, puesto que si 
es virtuoso el sistema entonces no podría ser dirigido por un gobernante 
que no lo sea. Porque si lo hiciere, entonces revelaría que no es realmente 
virtuoso el sistema. Por consiguiente, si el sistema de gobierno es virtuoso, 
sus gobernantes deberían serlo también por inercia, de aquí se sigue que un 
sistema virtuoso genera gobernantes virtuosos, que perpetúan al susodicho 
sistema, y al ser perpetuado este se generan más gobernantes virtuosos. 
El hombre no ha dejado casi nada igual a lo largo del tiempo y las crea-
ciones humanas que se producen en la historia no han de permanecer 
iguales. Dado que en diferentes épocas los hombres han tenido diversos 
problemas, se sigue que los inventos para solucionarlos han de ser distintos 
también; por tanto, los tipos de gobiernos así como lo gobernantes tienen 
que adaptarse a sus respectivas circunstancias, sígase de ello que las estruc-
turas gubernamentales no pueden permanecer absolutamente inamovibles 
y abstraídas de su periodo histórico. Basta con revisar el devenir de la cien-
cia para darse cuenta de que lo antiguamente considerado como verdad 
(como es el caso del desajuste de los cuatro humores del cuerpo como 
causa de la enfermedad) ya no lo es, y lo que por obviedad se tomaba como 
falso (como la infinitud del universo) hoy lo tenemos por verdad. Incluso 
es difícil aceptar el absolutismo platónico y pensar que alguien pueda des-
cubrir la verdad absoluta, lo cual el propio Platón consideraba imposible 
en este mundo. Basta con recordar que en los últimos tiempos hemos cam-
biado incluso la definición de verdad,24 por consiguiente, en nuestra vida 
práctica, en nuestro mundo cotidiano, debemos aceptar el peligroso relati-
vismo hasta que algo o alguien nos muestre una verdad mejor, y, de ser así, 
la propuesta del diálogo platónico no puede ser sostenida mucho tiempo 
sin que la historia la desmienta. 
24
AGÓN / número 0, volumen 1
Notas
1. Cf. J. Ferater Mora: Diccionario de filosofía, p. 232–234.
2. N. Abagnano: Dizionario dei filosofia, p. 818.
3. Minos, 314c. 
4. Id.. 
5. Ib., 314e.
6. Id.
7. Ib., las cursivas son mías.
8. En la traducción del diálogo dice que: «es lo más vergonzoso la injusticia y la ilegalidad», 
314d. Para esta cuestión acerca del problema de los nombres, confróntese el diálogo del 
Cratilo, también de Platón.
9. Id.
10. Cf. Platón: República y Fedón.
11. Minos, 315a. 
12. Ib., 315b. 
13. Ib., 315b–d.
14. Ib., 315e.
15. Ib., 316a–b.
16. 316d.
17. 722 (68 b 47) Demóc., 13. 
18.* Esto es un principio importante en los gobiernos democráticos de la antigua Grecia, que 
recibía el nombre de Isonomía.
19. 724(68 b 252) Estob., Flor., iv 1, 43. En: loc. cit.
20. Minos 317a–b. 
21. Ib., 317c.
22. Ib., 321b.
23. 727 (68 b 258) Estob., For. iv 2, 16.
24. Cf. A. Tarski: Concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la semántica. J. Dancy: 
Introducción a la epistemología moderna. L. Villoro Toranzo: Creer saber y conocer.
Referencias
abagnano, Nicola: Dizionario dei filosofia (Alfredo Gelletti, trad.), México, Fondo de 
Cultura Económica, 1987.
dancy, Jonathan: Introducción a la epistemología moderna (José Luis Paredes Celma, trad.), 
Madrid, 1993, disponible en: https://ens9004–mza.infd.edu.ar/sitio/upload/7–%20
dancy,%20J.%20–%20libro%20–%20Introduccion%20a%20la%20epistemologia%20con-
temporanea.pdf. 
Ferater Mora, José: Diccionario de filosofía II, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1964, disponible 
en: https://profesorvargasguillen.files.wordpress.com/2011/10/jose–ferrater–mora–dic-
cionario –de–filosofia–tomo–ii.pdf. 
platón: «Diálogo de Minos» en Diálogos VII. Dudosos, apócrifos y cartas (Juan Zaragoza y 
Pilar Gómez Cardó, trad. y notas), Madrid, Gredos, 2008. 
poratti, Armando y Conrado EggersLan, María Isabel Santa Cruz de Prunes, Néstor Luis 
Cordero (trad. y notas): Los filósofos presocráticos III, Madrid, Gredos, 2008.
tarski, Alfred: Concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la semántica (Paloma 
García Abad trad.), disponible en: http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/tarski.pdf.
villoro Toranzo, Luis: Creer, saber y conocer, disponible en: https://epistemeyciencia.files.
wordpress.com/2013/01/creer–saber–conocer–villoro–lectura.pdf. 
http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/tarski.pdf

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