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Colección "Mús ica contemporán ea• Pierre Schaeff er ¿Qué es la concreta? �) ; �,¡ f \ j/{' , . 1nus1ca N11 va Visión Buenos Aires Titulo del original en francés: "A la recherche d'une musique concrete" Publicado por Editions du Seuil, Paris, 1952. Primera edición en castellano: 1959 Traducción de Elena Lerner. Impreso en la Argentina / Printed in Argentina . © 1959 by Nueva Visión S. R. L., Cerrito 1371, Buenos Aires Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 1, 1•:1 11111vimicnto concreto "I Id. sabe cuánto admiro Petrouchka, pero la Consagración de la 1•r/111avera me inquieta; se me ocurre que Strawinsky se esfuer v.11 nquí por hacer música con lo que no es música, asi como los 11l<•rnanes [era la época de la "gran guerra"] al parecer preten ilP11 fabricar biftecs con aserrín. De todos modos, el tambor de lrn; negros todavía no es música . .. " Es Debussy quien formula 1wmejantes observaciones. "A juzgar por su comportamiento, es imposible afirmar si el <·ompositor ya no sabe de qué modo hacer, o si ya no sabe qué ll11rer ni por qué hacer. La acción creadora ha perdido su nece- 11lrlnd. Por consiguiente, se la inventa, se fija una hipótesis. Toda In nroducción del período de entreguerras es una inmensa aspi l';1<"ión a la música, una desesperada búsqueda del tiempo perdi do, a través de lo 'inauténtico'. El músico se preocupa no tanto por la obra que se dispone a hacer, cuanto por una nueva mane ra de hacerla, por una nueva técnica, por un nuevo tipo de nhjeto; de ahi esta rápida sucesión de formas insólitas -cuando no absurdas- que tanto han desconcertado al público y que ya no corresponden a proyectos estéticos, sino a modas". En estos l 6rminos se expresaba Ernest Ansermet en una notable confe rencia pronunciada en Ginebra en 1948, de la que nos propone mos tomar extensas citas. "Al desaparecer su móvil -prosigue Ansermet-, el arte puede conferir cierta firmeza a su propósito sólo mediante el dogmatismo y el formalismo. Es éste el sentido de la mayor pnrte de las estéticas de hoy en día, y es también el sentido de las dos acciones creadoras más sorprendentes de nuestro tiempo: la de Schonberg y la de Strawinsky". Es probable que Ernest Ansermet jamás hubiera oido hablar ele música concreta. Por lo tanto, resulta aún más interesante ha llar en un análisis tan lúcido algunos puntos de partida de 7 nuestras propias conclusiones. A todas luces es evidente que la música concreta se presenta como una "nueva manera de hacer'', que se dirige a un "nuevo tipo de objeto". Al menos, hemos tenido el mérito de no pretender, de buenas a primeras, la realización perfecta de una obra, sino que nos propusimos construir obras sólo a título de experimentación técnico-estética, de ningún modo como un verdadero "proyecto". Si a nosotros mismos solfa ocurrirnos que tales tentativas nos parecieran desesperadas y a menudo inauditas, ello se debió al hecho de que, inbuidos de cierta afición por la música antigua, nos hallá· bamos incómodos en estos tanteos sin remisión. Finalmente, si el público no ha protestado ante nuestros ensayos. no estoy dispuesto a dar gracias por ello ni al cielo, ni al público, ni a nosotros mismos. Como lo presiente Ansermet, en esto más bien veo tal incertidumbre, tal disposición a aceptar lo que vene:a -en una palabra: tal falta de seriedad-, que desconfío en absoluto de seme.iante situación. La música concreta se ins cribirá, tal vez, en un fenómeno de moda; gustará y disgustará, sorprenderá y cansará con igual rapidez. La experiencia con creta en mfü:ica nada tiene que ver, por el momento, con el gusto del público ni con las inclinaciones de la moda. Por el contrario, en mayor grado de Jo imaginado al comienzo, quizá tenga que ponerse a tono con las dos exneriencias en que An· sermet resume claramente "las dos acciones creadoras más sorprendentes de nuestro tiempo". La música concreta aflora entre dos polos y está a punto de hacerlos vacilar un poco. No puede decirse que carezca de conexiones con estos mundos antagónicos que pertenecen a Strawinsky y Schonberg. Sin em bargo, lejos de conclliarlos, está a punto de oponerlos aún más, poniendo en evidencia aquello que han aportado de nuevo y aquello que aún los encadena al pasado. Sin ninguna intención de obrar como jefe de escuela ni como musicólogo, a la vez que sin titulo alguno para tales preten siones, me he esforzado por redactar notas dentro del espfrltu mismo del nuevo evento que me ha sido dado descubrir. No aporto una teorfa ni un nuevo sistema musical. Tengo la sensa ción de hnber penetrado, más o menos violentamente, en nuevos graneros de esta antigua morada. Ignoro, y sin duda se lo igno rará todavfa por mucho tiempo, si estos graneros son habitables, si sólo constituyen un escondite provisorio o si son futuros de partamentos. Al menos, he tratado que mi lector penetrara de trás de mf, no en un dogmatismo establecido mediante argu mentos, sino en una práctica esclarecida por medio de anécdotas. 8 11111)fera podido detenerme e 1 i1 11r debfa comunicar al una n m se?Undo diario i, pero pens� prolongadas meditacione�· . s refl�x1ones personales, fruto de 'llda de tiempo las conf ' �1 no evitaba a otros la enorme pér- 1 n complejidad del problem us10nes . Y malentendidos Inherentes a 1 • a musical tal como se pla t ros contemporáneos me h b' . n ea a nues- rrncia por considera; que n u �er b a f visto º?ligado . a hacer peni- mi tarea. 0 ª ª cumplido satisfactoriamente A decir verdad si deb . . t.:uyo la palabra co�creta s�I existir . una escuela "concreta", de m5s bien de rótulo parcial �fervirá de bandera provisoria, o concreta se manifiesta co . f' �specto concreto de la música podamos insistir en segui�a su iciente claridad como para que ción que requiere Si la , . acerca de las etapas de abstrachubfera aspirado � perse1;::i�c� c.?ncreta,. PO� el,, contrario, sólo -<:ontinuando así la evolució a .cº?�retización de la música compositores, fabricantes de c�a����J�ca er; f ª que luthiers y toniums rivalizan en in en· ws, VIO as, ondas y trau-trumentos nuevos, revist�en���:o �ubieran exist!do sino fnsconvencionales. La música el t � .s 0 menos éxito esquemas aspecto con harta eviden . 2 ec r mea alemana flustra este E Cia • n realidad, la música e ta · desbordada no sólo por la ���r� '.órecién desc�bierta,. se halla hién por el florecimiento d fu ac1 n de. materiales, smo tampoderes de creación materi:I ormas. LeJos de insistir en sus "creadores" de . (como 10 hacen en general los nuevos instrumentos) ella t rstuviera cansada de tal exceso d .' se apar a -<:orno si <'11 cuello, un poco de orden e riqueza� Y reclama, a voz <lesperdigados casi desastros;m�n� enumeración de los objetos ulilización; en resumen· re n e, un urg:nt: orden para su ele hipótesis de trab · · glas de empl:o, siqmera sea a título . a10 por entero proVIsorias Por consiguiente asf como l , . · puestas ya elaborad�s en la trad? .�u�ca conc7eta no halla resherg, del mismo modo no se ici n e Strawmsky o de Schon-1 n mediatamente los problem podría contar con ella para resolver poránea. Asimismo seria im�s J?b�nteados por la música contemmúsicos que nos han prec di�si el oponer los problemas de los n firmarse que no presenta� r o y os nuestros; tampoco podría lamente semejantes Creo asgos comunes o que son comple-. que guardan una relación de fndole 1 • �· Schaeffer publicó el resultad d . . tl1:1rros, que preceden al presente t � e rus ��enenc1as en forma de J N .drl E.) ex 0 en a ed1c1on francesa de su obra. Vl·asr, en esta misma colección. Herb E' """'1t1 cfectr611icaf (N. del E.) · ert 1mert y otros, ¡Qué es la 9 ue difieren por una dimensión análoga a Ja de dos. geometrías �iertos callejones sin salida d e suplementaria. De igual m? d.� , ente resueltos por una nueva 1·1 "C'O rl"I trfo <:lúsica son sub1 am sol1'dez sobre el terre-' " ésta se apoya con . grorn trfa,en tnnto que . e ue las proposiciones pretér i�as, no C'onoclclo, aun cuando m l g h ho de generalizar la noció n su1wd1nclolas. Es así como, e � c a la noción de melodía, Y d mctoclfa significa todavia a pe ª{ aña asimismo recurrir a la gc'nc'r:lll�ar la de instrumentos en r os en los que unas veces . da aquellos progres . orquesta. Uno i ecuer . . n poseyendo un sentido, en tos vato1·es musicales cl�sicos s � g �� lo tienen. tanto que en otras ocasiones y rmet en su análisis -Y no hay Si sigui6ramos a Ernest An�e 'ble resumir toda la música ·rio- sena pos1 . . 'ó rnolivo para no segm ' , . ccidental) por la ut1hzac1 n (es decir, por supuesto, la mus1c. a o te Tanto en la medida en del fenómeno capital d; �a dom� nan e� la correspondencia afec que el misterio de la mus1ca se 1 ª�elaciones de frecuencia y la tiva entre la cifra que expresa a l s d1'da en que es manifiesto · cuanto en a me sensibilidad humana, al respecto se requeriría una larga (quizá '.1º para todos, pero -de Zarlino, Pitágoras o Bac�, tem exposic1ón) que toda esc; l � proximadamente, en la qumt a y Perada o no- está fun a fl, ª1 ·ones más simples 2/1 y 3/2-, d · . en las re ac1 · ta Ja octava -es ecn' " l dí se transforma en c1er Podemos admitir que toda me o rrªer) este camino, en cierto r (o de no reco . . e manera de recorre . nto de dommantes. ya qu . te o de un conJu t 1n·o1!]ecto de domman l 'dad está por lo tan o · d t ·nado la tona i , #' Ja dominante ha e ermi melódicas Y se la vuelve a . lícita en todas nuestras etapas imp t " .ó encontrar en todas par es . polémica que permanec1 Dilucidando por com��e��s u;�sicos, Ansermet señala '.lue oscura para la mayoría . tre el objeto musical y el suJeto esta clásica correspondencia en tido de interioridad, de auten- (\ue Jo experimenta provoca _un s d: n .ó·n en las profundidades de 1 t to de irra iaci N Ucidad y, por o an ' d 1 dolor hasta la alegría. - o se ta sensihilidad humana, de� � e belleza o fealdad, sino de una trata, pues, ni d� placer mel �ombre sensible a la dominante perfecta adecuación entre el fenómeno de dominante , aun Y una música que aprovecha de que la melodía resulte · . S -1 ·ste una manera í <1 cont.rario. o o exi . 0 camino. un camino toda� a es significativa, Y_ es senti�l�a c��yectoria que estoy cut?phendo. una trayectoria, pe�o . de la melodía se hace í�t1mo, y el RnLonces el acontecimiento. t íntimo es susceptible de ad- "tom h10 -como acontecim1en o - q11lrlr rnurhos sentidos':· . de unir directamente la músic a 11 ;1\)l'{a así un modo implícito 10 r·on la ética; la clave de tal arte serfa la dominante, es decir: 1111a calificación de los grados de las escalas (en efecto, en este fenómeno participan innumerables escalas; todas las escalas, podría decirse). Fuera de la dominante, no hay salvación posi l>lc, a menos que en otra parte, en otros fenómenos que ya no <'stuvieran ligados a las gradaciones de altura sonora, se encon- 1 rara una nueva comunicación, un nuevo aspecto de esa secreta correspondencia entre el cosmos y el hombre que Sartre deno mina "la dosis metafísica de lo sensible", y que siempre se halla ya sea en estado de vestigios, ya en estado difuso. Se sobren tiende que ante esta puerta quizá el público tenga que leer una inscripción casi dantesca. No se trata de perder toda esperanza, pero por lo menos se trata de abandonar la esperanza de en rontrar satisfacciones, emociones, dolores y alegrías comparables a la del universo-dominante. Quizá se trate de un nuevo ascetis mo Y de caminos espinosos -cuando no vertiginosos- orienta dos hacia otros cielos menos cómodos. Volveré más adelante a insistir en la confrontación que se impone -que ha terminado por imponérseme, a pesar de mis reticencias- entre la música concreta por una parte, y los mundos musicales contemporáneos polarizados por Strawinsky y Schonberg, por otra. En beneficio de una mayor claridad, convendría señalar las caracterfsticas de lo que entendemos por movimiento concreto en música. Cuando Wagner recurre a los cobres, en mayor grado por el sonido mismo del cobre que por la melodía que le es confiada (al menos, melodía y materia están aquí indisolublemente liga das); cuando los fabricantes y los luthiers se ingenian en obte ner sonidos cada vez más refinados, y los compositores orques tan con atención más aguda -con un arte más seguro y deli cada- los conjuntos instrumentales; cuando, después de los intentos ya muy significativos de Debussy y de Ravel, Strawins ky -según Ansermet- asesta el primer golpe a la música "ani mada de lo interior" y consagra el ingreso de la música moderna en lo inauténtico, sucede en realidad que se hace sentir de modo expreso la necesidad de continuar la realización musical no sola mente en su forma pura, sino penetrando en el contexto mismo de los sonidos . Inversamente, si en toda época la evolución de las formas musicales se caracteriza, en primer término, por el empleo de diversas consonancias y, luego, por el empleo de diversas diso nancias (entre las que, por lo demás, la frontera es fluctuante, y no hace sino consagrar hábitos auditivos); si Debussy descu bre e introduce la escala exatonal, y después los músicos con- 11 mático empleo de modos antiguo s H 1111m1·6ncos huscan el siste osición limitadas, particularment e o "'' •vos -escalas de transp 1 'stema dodecafónico, nos ve d<' Mci:;sla n- antes de llegar a si evolución por complejidad mos ohllgados a reconocer aqui u�a de una sintaxis que, pese i·r el ntc, po1· intr�ducció? pro�=��v�e utilizar las mismas pala ª S('I' más comple1a o s.util, no. J que representan los mismos llrMI o, al menos, los mismos signos vulorcs, es decir: las notas. to concreto como en su aspecto !\hora bien, tanto en su asp�c. contemporánea se ve obsta nhstrncto la evolución de la �.usi�a "hacer música" y de "escri cullzada inclusive por los me io�. e con exactitud el aporte del blr música". En este punto se u ica movimiento concreto. 1 . t umentos corrientes y el sim- Mientras conservemos os ms t r . 1 Y formal de la música bolismo usual, la e".olución �����da a combinaciones de inscstará, pues, indefectiblemente d ·aos La tendencia de los b' ciones e som · trnmentos Y a c:om ma á . . tir en hallazgos materiales (y, adictos a Straw�nsk� se� �nsis questa corriente existe un gran sin duda, en el interior e a �ado) en tanto que la de los parnúmcro que pu�de ser aprovecda tie�e que ver con la experienLidarios de Schonberg, que na . t' fa en desarrollar esquemas cía musical conformista, con�is ir ales las combinaciones de cada vez más abstractos enl �s �� serán lo que importe en sonidos mediante nuevas re ac10n primer lugar. ó pretender distinguir entr e De esta maner.�, seria errt:n e�encias exclusivas, una orien- ,. Slrawinsky y Schon��rg d do� úsica otra hacia la abstracción. ta da hacia la concrec1 n e a 11: d l; que acabamos de adelanEs necesario completar en segm a tar, señalando el aspectod opSt���nsky se preocupa de la abs-En efecto, el mundo e S h" berg establece de buen o mal tracción, mientras que el de o�e� un contexto concreto. En la grado -O, por lo menos, su� de la dimensión única dada por mcclicla en que trat� de e�ad1�i�sky utiliza una métrica distint� ln altura de los somdos, t7a 1 . , melódica En suma, no esta .Y C'omo disociada ct7 la arti�u ac10: las ue eÍ compás -Y no la tnn lejos de las series ritm1cas, et ndo �ada uno de estos com nota- sucede al compás, prese� a 1 que está excluida la repe p11�<'S una estructura diferent:, � ;onberg por su parte, esboza t lrlón. l·�n su tratado de. armoma , c . la c�al consistida en una unn J(fanofarbenmelod ie del porvem7d de altura dada que sirve nr<•\<)t\tu <le timbres b�sada en unt� o�� �trawinsky, preocupación (11· mo1h•to. l'rocupac1ón abstrae 'd se reconocen aqui dos ron1.:1· •ta <'n Schün\Jerg; en segm a 12 nociones que la músicaconcreta puede poner de manifiesto en forma sistemática: la idea de crear dimensiones nuevas y rela- 11 vamente autónomas de la expresión musical mediante el em pico de parámetros diferentes de la altura del sonido. Strawins ky no cuenta con los medios para crear células en el sentido 1·n que lo entiende la música concreta, pero sus compases-tipo se le aproximan mucho, por estar compuestos de sonidos y de ritmos racionales. En la Klangfarbenmelodie, Schonberg sólo vislumbra la sucesión, sobre una misma posición en la tesitura, de sonidos tomados a diversos instrumentos (lo que corre el riesgo de ser bastante pobre y de confundirse con el unisono); sin embargo, se trata en este caso de dos tentativas importantes a las que la novedad de los medios utilizados puede conducir muy pronto al pleno florecimiento. A pesar del interés y de la importancia de tales prefigura ciones, también es evidente que la "polimetría" de Strawinsky y Ja Klangfarbenmelodie de Schonberg sólo aparecen en sus respectivas obras como fenómenos menores o intentos sin des arrollo seguro. Por el contrario, estos dos músicos se mantienen en los lugares de avanzada con dos posiciones capitales, que se resumen en las palabras politonalidad y atonalidad. Así se completa, finalmente, una evolución musical que algu nos indicios señalan como destinada a un callejón sin salida. l'or cierto, es presuntuoso pensar que ya no es posible el adve nimiento de ningún Ravel o ningún Bartók, que no queda nada por decir ni hallazgo alguno por realizar en un mundo sonoro. en el que aun los más terribles detractores de la dominante n o dejan por ello de emplear el "material" en que Ja dominante se ha encarnado desde hace siglos; pero, quiéranlo o no, aquello que los músicos más ingeniosos -cuando no los más audaces jamás lograrán obtener es que no exista lo que ya ha existido, es decir: que los oídos dejen de escuchar las notas de la escala, sea de seis o de doce sonidos, haciendo abstracción de sus hábitos auditivos; expresado de otro modo: que la escala se escuche como si de repente hubiera sido separada de una cultura musi cal que ha dejado tan profunda huella en Occidente. No nos engañemos: cuando se emplea por vez primera la tercera, la segunda o la séptima de dominante no se está creando una música enteramente nueva; se emplea una música antigua, en la que se incorpora este elemento nuevo no sólo por lo que aporta de específico, sino también por lo que entraña de ruptura con los usos antiguos. Por sucesivas adiciones, el oyente evolu ciona como el compositor; en cada época, las generaciones asi milan una palabra nueva, una figura nueva de una retórica que 13 <'<111lln(lu ¡¡lcndo l'cconocible y que, por lo tanto, resulta com p1·<•111;ll>le. u:indo Dcbussy propone una escala exatonal, ¿acaso 11< t•11n1l'lin la escala de seis sonidos? Por supuesto, sólo se la oye Ni función de las antiguas cadencias, de una sensible subya <'t'fll<', y ele ningún modo como la oiría un recién nacido educado 1·xdw;lvamcnte en el debussysmo, o un hotentote iniciado de '"'li<'nlc en este universo sonoro. Tanto el recién nacido como ('I homhl'e primitivo oirían la escala de Debussy con un oído poi' completo diferente al del mismo Debussy. Ocurre lo mismo <•11 lo que se refiere a los dodecafonistas. Entre otros, uno de sus errores estriba en la creencia de que pueden construir una serie atonal. Quienes escuchen sus obras -y, a no dudarlo, ellos mis mo¡¡- reconocerán el fruto prohibido, que conserva añejos sabo- 1· 8, y quizá se servirán de él a escondidas. Inclusive los más auténticos entre ellos están animados de una increfble voluntad destructora; emplear un material musical conformista desfigu rándolo, tal es la dolorosa contradicción en que incurre quien pretende seguir en sentido literal el testamento de SchOnberg, sin poseer genio inventivo propio. Una de dos: o bien tales obras Ron escuchadas con un "sobrentendido" tonal, fragmentario y casi clandestino, o bien la serie está empleada con tal rigurosidad que ya no se trata de oir música en e l sentido de continui dad que conserva dicha palabra. Se trata, cabalmente, de objetos sonoros constituidos por combinaciones de doce sonidos en las que la nota desempeña un papel semejante al de la letra para los poetas "letristas". Un buen poema "letrista", por supuesto, debe desprenderse con absoluto rigor de toda reminiscencia, palabra u onomatopeya . En la actualidad, la música serial está en el mismo caso que la música concreta; aquélla rompe con el len guaje musical, ya no es ni siquiera música, salvo que está hecha con instrumentos y signos musicales, en tanto que la música toncl'eta se componfa al principio de ruidos y signos plásticos. Volveremos sobre este asunto esencial del lenguaje musical c•n el capítulo IV. Por el momento, contentémonos con distin mil r C 'la ramente el siguiente esquema: ya se trate de una am pll11c · l6n ele las sonoridades, del empleo de un registro de timbres <·1uln v0z más extendido, en el que el timbre tomado en sí mismo 11(1qulrlrfn, al evolucionar, valor expresivo, ya se trate de una 1·w11lllnnc·lón de sonidos en la que uno se esfuerza por no consi tlp1·111· lm.i ¡¡on idos de altura dada sólo como peones de un juego " NllllO pl<'tll'as de una construcción, se advierte que escapamos dt1 w11110 o poi' fuerza del material musical tradicional. De grado, 11n lo <·c1n<·crnlc11tc a Strawinsky, a quien suponemos favorable 1111 wlnrlplo n una música concreta (y quizá nos engañemos). 1 'or fuerza, en lo atinente a lo d d . Jos comienzos de la mú . s 0 ecafonistas, muy hostiles en :-;ubre algunos de ellos ��a conc_:eta, la que de hecho ejerció Jncnte, no existe verdade e�tran� pod�r de atracción. Final ('reta, a menos que los el:�:n��alidad smo e.n la música ?on-111 nguna asociación de ideas f d s d de una sene ya no susciten poco, nada se opone a que se f�::rt a en la t?�alidad. Pero, tam!'Omo desearían prohibírmelo . que una musica concreta tonal, no me atrevo a decir discf mis colaboradores (pongamos que c·onstrucciones en las que f:¿os) de tendencia dodecafónica. En la decisión de no volver a n· o ;s nuevo, donde todo sorprende, arbitraria, además de inh mgun elemento conocido me parece Jiismo o, más exactamente ur:J:na. Veo. �n. ello un indicio de sno tlcliberado propósito de orlgina�i� p¡eJmcio muy moderno, de un <'n que he fracasado en mis r . ª .que no comparto. Convengo concretas en las cuales l d p op10s mtentos por construir obras manera novedosa· sin e a b ommante aún prevaleciese, pero de J�xhorto a otros (�on am�s arg.o, todavfa no se ha dicho todo. la tradición musical �in P ) tdisc!pulos a que procuren renovar masiado nuevos con' otros re ens�ones de coser fragmentos de. traten de evolucionar sin ndemasiado gastado�; es decir: a que gerir algo indubitablement egar, de �omper sm destruir, de su. oiga el lenguaje ue . e nuevo sm por ello impedir que se los hombres civili�ad�: Justo tftulo, consideramos como el de Politonalidad, atonalidad. d b d . ración por Strawinsky d . � o . ecir que a pesar de mi admi-puesto a seguir a Anse!me� mi estima por �chonperg, estoy disclirfa inautenticidad Diría c�a��o pronostica decadencia, si no que está incluida la �alabr� r;;,:ar�ed .¡ue estos términos en los por exceso o por carencia Que el . a t i �stran además su empleo impuro, en el uso que hace St xis � a go acre, excitante, pero acaban por perjudicarse a sf mi;awmsky de. vulgaridades .que Y desolador en la música ser· l ma�, que existe algo espec10so confiesan en voz baja sin t ia ' es o que numerosas personas con argumentos de c�lidad a ;.evert�b e l a proclamarlo o diciéndolo E , iscu i e. n un numero muy reciente de C h. por Luc-André Marce! (quien a n d � zers du Sud 1, Y firmado hablar de música concreta) h t o. u arlo, tampoco ha ofdo aún artfculo sumamente lúcid , e emdo el placer de encontrar un , o acerca de Schonberg d parrafos quisiera retomarp . , uno e cuyos pectiva atrevida si se me P o: �� cuenta, a fin de dar en pers-' rmi e, un croquis bastante exacto ' "81 original de A la e ¡ ¡ d' 1952. (N. del E.) r e ierc ie une m11sique concrete fue publicado en 15 " DI h párrafo enuncia precisamente clH 111 "t vol11('1<in oncrcta . c o t "ó de Schonberg tentación 1•11 l 1'1111 tt j11ll'lo (1. Marce!, la ten ac1 n , c111 111 111 ' 11, •111 \ lrnl.ll'fa fracasado: b luto sonoro sino un uni " ¡,q11 ot r11 l'OHU puede ser �n a s�a su erficie o una esfera vc11•1fü fol'll111<lo por lodos los s�md?s, u d p nde nada se quiebre ' , ·1 c·o se mm1scuya o 1•11 111 q11c; 11 ngun si e� i t �on otra donde todas se 11111• 111111 11 ·rrccta rcl�c1?D: de u��:a� �as dime�iones, no sucesi ¡11•ulo11f(11t:n hacia el mf1m? to.� n ué puede resultar de esta escala vt1, 111110 ulmultáncament� . �:rd q d? ·No configura un circulo, una lll11dfll(lc1 'n altura Y pro un i.1ª ' . ¿? ·Y qué es nuestra música . · zá hasta el si enc10. ¿ . 11oln 11olc1, Y qui . fl . de esa inmensa escala resumida . . el muy precario re eJo " no HC• . , • dible para nosotros, a no ser una n un sorudo que aun es mau s accidentales y arbitrarias que 11crlc de rupt':1ras más o meno usicales? Si en esta escala, que constituyen diversas �scal� t m duzco un solo silencio, se produce contiene todos los so:i.i��¿ m ;º. ·bo diferencias. La unidad se evidentemente la divisi .n. erc�ariedad y se hace posible un quiebra. Apar�ce la noción de ues definir la música diciendo juego de sucesiones: Podri�os, ·l cios de anular tales o cuales que es un arte de disponer .ºs side; hac�r surgir otros y coordi· espacios sonoros co� el obJeto ue Schonberg no dejó de soñar narlos entre si. y bien, creo l� d Pero era evidente que para con este absoluto Y e�a �?t;;n:r .de las posibilidades, aún muy aproximársele sólo po a is fí . sonora actual. Para hacerse primitivas, que le ofrecía la s�ca mecánica instrumental Y que entender, tenia que obedec� r a a Occidente había establecido. utilizar la :scala tem� :r \ a .�;erfección Y la pobreza de esa Conocía meJor que �a ie a ira en verdad, un fa de un fa �s-. escala. Sabia �ué abis�o se� � , se a la composición en cuartos tenido. Pero si no quiso de ic� cho de que era necesario fijar u octavos de to�os, se deb� al d:l dodecafonismo. Posiblem·ente en primer término las re� ª: mentos y los oídos se hubieran pensara que, cuando ta lo b\:�:r�� una escala más sutil". afinado más, otros es 16 11. El método experimental Si he creído oportuno citar a Luc-André Marcel, ello se debe a que su búsqueda de una música distinta y de nuevos medios se expresa en el sentido en que estos hechos se manifiestan, al mismo tiempo que en un sentido completamente opuesto. En efecto, si logramos comprobar síntomas de decadencia en un arte, o inclusive en una civilización, en /rtgor llegamos a imaginar las circunstancias y también las condiciones de una renovación; pero es raro que -la profecía alcance a prefigurar el objeto nuevo de este arte o el estilo de la civilización prevista. Asi, lo que advierte :-;agazmente el crítico de Schonberg es la deficiencia de este últi mo sistema, su limitación arbitraria y, por lo tanto, su contradic ción interna; pero, asimismo, advierte el manantial de una reno vación y los medios para superar el callejón sin salida con el eoncurso de lo que él denomina la física sonora. Se expone, en C'nmbio, a ser profeta menos cabal cuando cede a la presión de la civilización musical de la que aún está muy impregnado, y 11spira a una escala más sutil, a instrumentos y oídos más afina dos. Tales expresiones no concuerdan adecuadamente con lo 11portado por la experiencia. No negamos que en cierto modo l11s escalas, los instrumentos y los oidos de la música concreta 110 deban ser -Y que, de hecho, no sean- más sutiles; pero no, rnn toda seguridad, en el sentido que esperábamos. De acuerdo 1·011 el sentido esperado, habría más bien que calificarlos de 11r0Rcros, de imperfectos. Una revolución, una renovación, se li<'va a cabo siempre contra algo, o, por lo menos, a fin de supe- 1·111· cierto estado de cosas. Pero lo que se aporta aquí es algo dl1-1tlnto: la superación del antiguo universo, no mediante la ar- 111onlosa culminación del universo precedente, sino mediante 111 11rortunada o desdichada concurrencia de un aporte nuevo 1t11P nada completa, que se agrega o que reemplaza, o que pura v 11lrnplemente impone otro género de existencia. Es importante 1·1111qwender el carácter radical de ciertos cambios, a los cuales 1111 nos habfan habituado los siglos precedentes y la continuidad 17 histórica; en ello estriba una de las dificultades de esta extra ordinaria época, en la cual nos auxilia, empero, todo un contex to formado por otros descubrimientos, por otras revoluciones del pensamiento, por técnicas y por políticas. Además, la ten dencia tan natural a considerar el tiempo en que se vive como una época extraordinaria es demasiado común para que espíri tus prudentes no desconfíen de ella sistemáticamente. Por m i parle, cada vez que la tentación se presenta -especialmente. e n política, por ejemplo-, me inclinaría a devolver a los entusia s tas o alocados al eterno recomienzo de todo. Las cosas evolu cionan, cumplen ciclos, se reinician en seguida. Pero lo que entonces se repite no son las cosas, sino los ciclos. Interesa pue s saber en qué punto del ciclo estamos, si nos hallamos justo en el medio de su proceso o precisamente en el "punto singular " en el que se renueva. Si se considera que estos enunciados son demasiado vagos o generales, téngase a bien aplicarlos a la evolución musical. Es innegable, por ejemplo, que el pianoforte y el sistem_a tempe�ado se hallan en el origen de uno de estos ciclos. Detras del piano forte se perfila la orquesta; en función del temperamento puede establecerse una armonia y hacerse la notación en la partitur a. y entonces se inicia, por espacio de algunos siglos, una dete r minada música cuya evolución fue posible, algún tiempo des pués de Bach, sin que se produjera una verdadera revoluc ión. Las revoluciones que se llaman Beethoven, Wagner, Debu ssy, Strawinsky no consagran una auténtica renovación: sólo exp lo ran un planeta en el que quedan terrae incognitae. Alreded or de los grandes paladines puede aglomerarse una muJ.iitud de continuadores o aun de precursores; un individuo no basta pa ra agotar una fórmula o un dominio en el que, sin embargo, h a realizado obra de innovador de una vez para siempre Y par a todos. Lo mismo ocurre con respecto a las ciencias, aunque con la diferencia de que el sabio no está obligado -como el artista ª una absoluta originalidad. Un sabio puede trabajar en amp lios campos, en los que aplica las creaciones debidas �l ?enio de �us predecesores, sin que por ello sea tildado de plagiario. �sto nge también para la familia Bach, para dos afortunados siglos du rante los cuales -es preciso observarlo- la competencia a rtis tica era infinitamente menos apremiante, y el arte tenía muc ho más de placer que de compromiso, tanto para la mayoría d e los artistas como para su público. En síntesis, el compositor c on temporáneo se ve constreñido a la misma obligación que el físico o el químico que aspira a la fama y a que se inscrib a su 18 11ombre en el diccionario; se le exige el descubrimiento de una 1111<'va función, de un nuevo cuerpo. La enseñanza de las escue- 1,11H es m�s irr�soria que nunca; se forman compositores como se lonnan mgemeros. Y así como se confía en que los ingenieros 1ipllqu . en procedimientos conocidos y debidamente enseñados 11<·1 mismo modo se espera implícitamente que todo composito� 1110<1cm� descubra una música personal; lo que quiere decir que 111· le exige u� descubrimiento, y esto no en su propio ámbito ,,¡no. en el u�1verso objetivo del conocimiento musical. ' l!:l para�elismo cqn elescritor tampoco es muy exacto. El es- 1Tl Lo�· s: sirve de un lenguaje que no siempre constituye su wop10 fm . . Un novelista, un filósofo, un dramaturgo se sirven d 1 le�gua1e con determinados fines que no coinciden con la mat�na Y la forma del lenguaje. Seríamos indulgentes con un l'Hcnto.r que careciera de estilo, siempre que lo relatado fuese i;cnsac1onal. Sólo es posible establecer una comparación con el po_ct�. Ahora bien, se ha hecho un consumo tal de poesía y de 11ws�c� desde hace algunas décadas, que el agotamiento de ambos <lomm10s es semejante, al punto de que la poesía está en víspe ras �e expirar, aparentemente, a causa de que los poetas ya no nos mteresan, salvo si son inventores. . Parec�ría que nos alejamos del tema . En realidad, es necesa '.''º exammar .con detenimiento la situación que se presenta al Joven compo.sitor contemporáneo, situación que por otra parte .·l sopo . rta sm tener precisa conciencia de ello. Hay jóvenes ( ompos1tores que son como los matemáticos que acaban de ganar su cargo de adjuntos y que, como ya no pueden reinventar las �oo�denadas c�r�esianas o la sección cónica, se ven en la obli gación �e escnb:r t�da memoria en forma de comunicación a la Acad�mia de Ciencias. Como, a justo título, muchos de ellos no alientan tales pretensiones, ¿por qué admirarse del entusias- 111� que sien:en hacia todo maestro que les ofrezca lo que un vct dade�? físico o matemático propone a los jóvenes científicos? Que .schoi:i�erg abra camino (un camino metódico, no solamen te; e1empllf1cador como el de Strawinsky), y todos estaremos r _ lispuestos a segui:lo, . a considerarlo un jefe, por ingratas que ' csulten las �xpenencias en que nos introduzca. Dicho de otro modo, la música se presenta a los más decididos investiaadores actual�s más como una búsqueda científica que como �n arte 1:xpr�s1vo. En tales condiciones, ¿cómo admirarse de que tantos, 1 on mgenuo celo, se esfuercen por alinear series y realicen < : � ! culos proporci?nales entre rit�o e intervalo? y una vez que < sto se ha cumplido y que (a decir verdad, en rara ocasión) el resultado ha sido confiado a una orquesta, ¿cómo admirarse de 19 que esos mismos defiendan con ahínco semejante composición, inaudible en el papel y a la que atribuyen en seguida _un valor sentimental -exceso de emotividad que en tal oport�1md�d �on servan de sus hermanos mayores románticos-, sm siquiera advertir que dicho resultado no puede ser apreciado como in· tención, sino solamente como experimento? _ Hay en todo esto una situación sumamente e�ran� Y para dójica cómica y trágica al mismo tiempo, cuya existencia estuve lejos de sospechar antes de trabar conocimiento pro�undo c�n algunos de tales individuos. ¿De qué modo de�enganarlos sm dañar en ellos lo que aún ahora considero tan "..ªlioso: una �ueva etapa de la investigación musical? No me guia el propósito de atacar el dodecafonismo en general. Al respecto, se . encontr�á en el artículo de Cahiers du Sud ya citado una critica concisa y desapasionada. Aún menos tiendo a buscar querella con el dodecafonismo, en razón de que ese fenómeno me parece -en otro sentido- una preparación para el movimiento concreto, Y de que numerosos problemas planteados más rac:u�almente por este último ya existían implicitamente en la musica dode<:af?· nica. En especial, se trata del abandono obligatorio del le1:1?11ªJe corriente y de la sensibilidad subyacente; se trata tambien de un comportamiento distinto ante el objeto sonor� que los dode cafonistas ni siquiera habían osado provocar abiertamente. De esto volveremos a hablar más adelante. En cambio, t�l como .10 hace excelentemente Luc-André Marce!, me opondre con fir meza a "la pretensión de los alumnos menores de. Leibo�tz, quienes desde lo alto de su abecedario vitupe:an la m�apncidad de Ravel, Strawinslcy, Bartók, de Falla, y el mismo Schonb�rg . · · En cambio, para Schonberg los principios sólo so� �e�10s de transformación y de búsqueda, y únicamente se Justifican en este sentido. '¿Cuál será el resultado si me propongo esta regla?' y a ello seguía la experiencia. Sólo más tarde se transfor?1arán estos interrogantes en imperativos categóricos; pues los discípu los exigen milagros a horas fijas . . . " Así, pues, deploro que los trabajos de René Leibowitz, en lugar de presentarse como los de un matemático moderno que sólo se preocupa de fórm�as en la medida en que éstas satisfacen a los físicos -en la medida en que ayudan ya a interpretar determinado fenómeno, ya � provocarlo-, se revelen, por el contrario� �orno l?s de . u� mu�i cólogo conformista que se limita al análisis musical sm inquie tarse por el resultado, que aplica principios -iY co.n qué porm: nores!- sin plantearse ni por un instante la cuesti?n de �a soli dez de su fundamento teórico o de su valor práctico. Mientras René Leibowitz sostenga que la música dodecafónica es una 20 r:ll>ila, acerrojará las puertas de un calabozo tras de si y de los 1H ryos . . Así no prolonga ningún pasado; tampoco prefigura el porvenir. Si �l movimiento dodecafónico hubiera permanecido en estado < ' X r>�nmen_tal, o si fuera factible que volviese a serlo, todo sería d h :;�mto. S� en la. �úsica de doce sonidos aún se tratara de constn r r r partituras para ver", en el sentido de las "experiencias para ver" de los físicos, y si un oyente humilde -mas no alta- 11cro- aprobara estas construcciones, la música dodecafónica podría evolucionar y cumplir en cierta medida su objetivo Ade·�ás, sería imprescindible que los compositores dejaran de exig11· que sus proyectos posean valor estético y que la serie esté dotada de :azón, Y se dispusieran, en cambio, a dar la espalda a sus propias premisas y a elegir aquellos de sus proyectos que -a pesar de las infracciones al sistema y, por sobre todo, a causa <I? . ellas- despertasen alguna resonancia inscripta en la sensi- 111 lrdad musical instintiva. Si el primer choque entre música concreta y música dodeca f ón ica ha sido violento, se debe precisamente a esta manera de proceder. Por de pronto, dos escuelas se oponen en música conr . reta: una, la de un empirismo constructivo, está esencialmente l rg_a�a al oído instintivo; la otra, que toma su método de la musica serial, consiste en aplicar a la materia concreta esquemas preconc�bidos arbitariamente, y en esperarlo todo del proceso automático que conduce entonces del esquema al resultado. i.D�bo agregar que esta segunda manera de obrar, pese a escanrlaltzarme, me parece más justificada en música concreta que rn música. para piano o para orquesta? En efecto, como aún nad.a nos sirve de guía ni nos ata al pasado, y como millares de :-;omdos concretos están desprovistos de alusiones a los sonidos u�uales, los objetos fab:icados "en serie" no corren el riesgo, en ningún caso, de ser caricaturas de una música antigua, 0 música rontra natu�a : Sólo hay que someter el resultado de estos esquemas al análiSls y, sobre todo, a la prueba del oído. Puesto -que .va no nos exponemos ni siquiera al malentendido del concierto .\' romo esos tipos de estudios serán obligatoriamente escucha� <los a tr�vés de un parlante, ello impedirá que se produzca ese c·;'.rácter ilusorio de obra que cobra toda ejecución en el concierto. Drrho lo q�e antecede, falta agregar que los caminos abiertos 1 1 . or los hábitos ya consolidados de los dodecafonistas son espec r?sos en grad.o . extremo. Los doce sonidos los obnubilan; lo mismo, la precisión del teclado. Para pasar de doce a varios mil l ; 1res, Y del teclado temperado a los "fonógenos" i -que no lo 1 Aparato inventado por Schaeffcr. (N. de la T.) 21 1m11 <I 'I todo, todavía-, sería menester que olvidaran aquel rigor r111110 oue ya no tiene vigencia, y que adoptaran otro método cuyo <·111·1'\ctcr aproxi mativo a menudo los escandaliza. Es el mismo 111('10<10 que el de Jos matemáticos y de los físicos, a quienes tal nproximación no asusta, sino todo lo contrario, y entrequienes c·onflli Luye la única posibilidad de acercamiento a los fenómenos r(':1lC'R, tanto por instinto como por formación. ne este modo, se hallarían con mayor probabilidad esquemas fll r;nvinkianos, estudios en forma de yambos o agrupamientos <le n dos, tres o cuatro sonidos juiciosamente elegidos, y no va riaflos en función de un parámetro lineal, sino mediante una prC'ferencia auditiva, obedeciendo a un instinto aún oscuro, pero ruyos alcances ya presentimos. Si puedo elegir entre miles y miles de sonidos d·e los que me resulta posible variar simultá neamente la altura, el timbre, la estructura rítmica, el espesor y la profundidad, importa menos alinearlos imitando la serie dodecafónica -para nosotros demasiado complicada y simplista a Ja vez-, que asociarlos u oponerlos, una vez escogidos los fragmentos, de dos en dos, trabajando en especial con pausas y silencios destinados a facilitar la audición y no a confundir el oído, de por si desorienta<'lo ante una experiencia inusitada. Si aceptamos que la repetición ha indicado el comienzo de todas las músicas primitivas, como guijarros que señalan un camino, i. por qué no optar en música concreta por la repetición antes que prohibirla ( ¡ tan pronto! ) con el sólo pretexto de que ha sido proscripta por Schonberg? Proscripta allí con el objeto� de que se olvide la tonalidad, sería prescripta aquí a fin de lograr el reencuentro con Ja música. En la medida en que la orquesta de Strawinsky bosqueja melodías y propone conjuntos que son trayectorias y dibujos, arquitecturas y colores, temas, armonías y contrapuntos, ¿por qué no proponerse, en forma instintiva, alcanzar y superar Ja meta de Strawinsky, que no disponía de medios tan plásticos? Pero nos estamos anticipando; y es forzoso que lo hagamos, ya que no es posible considerar los hechos desde su comienzo. Además, la gente es tan impaciente que se precipita sobre los objetos sonoros de Ja música concreta -ya sea como autores, ya como oyentes-, exigiendo que se encuentren allí hábitos de pen i:;nmicnto, ele expresión y de técnica. Si los músicos quieren se guirnoR, lo importante consiste en que abandonen desde el punto ele partida los resabios de su antiguo comportamiento. Es nece i;;irio que cambien de piel y, en particular, que dejen de imitar lm1 etapas científicas ali[ donde no tienen aplicación alguna. 11:11 ei;te 1 crreno les aguarda la peor celada. 22 Al tomar contacto con los sonidos concretos y cuando ya se 1:IC'nten �esesperados ante la imposibilidad de adaptarlos a algu- 11a . nota�1ón de solfeo, buenos músicos se dirigen frecuentemente 1 1 1 111gei:1�ro d� sonidos, pidi�ndole la. ayuda de sus instrumentos de med1c1ón. Debe ser posible medir un sonido con exactitud alegan-, Y puesto que disponéis de tantos parámetros con l : i nta mayo� precisión tendréis que medirlo: en altura, en ' den i;lclad, en timbre, en fuerza, etc . . . . " El ingeniero de sonido ac·ostumbrado desde hace mucho a emplear sus diversos cua'. < 1.rantes, responde a esto diciendo que cuando difunde una emi:-:1ón, por ejemplo, él mismo actúa en mayor grado como músico que como técnico. Si mira la aguja del "modulómetro" es para 1 <'ner un� idea del "�arco" en el que puede dispone; un cre scendo. S1 luego mampula su potenciómetro, lo hace con habili dad de ins.trumentista que, gracias al oído, adecua proporcionalmente el Juego de sus músculos a los recursos de sus instru m�ntos. Aparte de que la medición de los sonidos se presentaría l>:tJO la fo.rma de un cuadro de cifras junto al cual las series < �?clecafómcas. son juego de niños, este cuadro sería inutilizable. :-;� l.os compositores esperasen que los instrumentos del ingeniero l 1 1c1eran �as veces de ofdo, la situación se vería pronto trastro r:1cla: el ingeniero esperaría, a su vez, que los músicos le pro po�·c1?naran _Pruebas experimentales para estudiar ya sea la 11( ·ust1ca musical, ya la psicología de las sensaciones auditivas. !'ºr lo tanto, que el compositor tenga cuidado. Una esfinge vigila �a entr�da de. cada dominio humano, de cada disciplina (•:-:pccíf1ca. Quien qwera hacer música, la hará, de buen o mal irrado, con. el oído. Quien desee hacer experimentos con una 1<e'ne de c1.fras o de aparatos, hará física y psicología experimental, quiéralo o no. Es preciso, pues, que dichos trabajos no <·onduzcan a un despilfarro inútil. Por mi parte, no propongo ni lo uno ni lo otro· o más bien propongo todo en conjunto, pero distinguiendo cÍar�mente lo� di versos aspectos. A los aparatos de la música concreta que rcnue:van en efecto los métodos de hacer música, se los �uede < ·xpe:1mentar po: si mismos. Es posible clasificar y analizar por 11( m1S.mos, también, a los sonidos en sus diferentes contenidos: nia �enal, formal, semántico o psicológico. El arte -cuando es posible llegar a él- nace en el instante en que el resultado esté- 1 l<'o se une directamente con el medio técnico. Toda ciencia .v. toda técnica es. buena siempre que conduzca a un arte ·que I< ng� en cuenta s1.multáneamente al objeto y al sujeto; todo arte l 1 1 1p1t.ca una relación entre objeto y sujeto. El ejercicio de tul 1·pl;. ic1ón constituye la práctica misma del arte. 23 1 1 1 . El ohjcto musical Cuando consiente en abordar la música en su aspecto concreto, la situación creada al compositor contemporáneo es muy dife rente del callejón sin salida que hemos intentado definir. Nos ha parecido que el músico procuraba crear algo nunca ofdo, formarse un estilo tan personal que su originalidad no pudiera ser puesta en duda; en una palabra: el compositor se esforzaba por escribir como nadie antes de él jamás lo hubiera hecho. Al proceder así, pretendía lograr una obra significativa como descubrimiento y no como expresión. En la medida en que parecía que sólo la posición dodecafónica abría una nueva vía de expresión para determinados músicos contemporáneos, he mos comprobado que éstos, inadvertidamente, no realizaban obra de expresión sino de experimentación. Ellos protestarán, sin duda, pero me siento obligado a mantener tal afi1'tnación; y por si no lo he establecido con suficiente eficacia, repetiré que tanto de parte del compositor como del oyente no hay expresión cuan do no existe ni compatibilidad de lenguaje ni fluidez del desarro llo en lo que concierne a la construcción del objeto expresivo y a la percepción de la expresividad de éste por parte del bene ficiario. El compositor, al aplicar esquemas a priori, restringe a tal punto sus elecciones que en realidad se limita a obrar sólo como un artesano al servicio de una especie de automatismo estético; el oyente. al no referir sus impresiones sino a falsas relacione!" recibidas del pasado, o a relaciones no perceptibles directamente por la sensibilidad musical síno por la inteligencia analftica, deja de ser un oyente: es el comentador de un texto escrito o de un proyecto presentado. Ya no existe lenguaje musical. Tampoco se establece una relación musical entre el compositor y el oyente por medio de la interpretación de lo que estoy obligado a deno minar "objeto musical" . . 24 La noción de objeto musical está lejos de ser clásica en mú- 111 t · a . i:-ecientemente tuve la oportunidad de comprobar que el 1 ·nu nciado de este término suscitaba en numerosos musicólogos rnn troversias Y malentendidos. Esto se debe a múltiples causas. /\. decir verdad, en la medida en que se hace de la música el objeto de un conocimiento y no sólo de un arte, tanto la noción r n i::;ma cuanto su utilidad son nuevas. La teoría de la música -ya se la ejerza en el dominio del i-;o lfeo o de la armonía, de la composición o de la critica- de n i ngún m�do da lugar a este concepto de objeto sonoro. La fac tura de la obra -con el simbolismo de la notación, la estructura ele las f?rmas y el efecto producido- constituye un todo per fectamente cerrado que se basta a sí mismo, un universo acaba do. La relación musical se hace efectivasin que sea necesario distinguir el objeto musical mismo entre las doce notas de la escala, un compositor y un oyente. (Según las distintas opinio nes, el papel de los ejecutantes es sublimado o reducido al míni mo). Y bien, nos vemos forzados a interrumpir a los doctos -debí hacerlo, y no sin inconvenientes, en ocasión en que lloland Manuel ejercía la presidencia en Aix-en-Provence 1_ para formularnos la siguiente pregunta: Entre el momento en c¡ue el compositor ha terminado su obra y el instante en que u n oyente la percibe, ¿existe o no una zona objetiva -es decir independiente del sujeto que compuso o del que escuchará- e� la que �a m�sica existe en sí misma, ya sea como partitura, ya como eJecuc1ón? No se trata de someter tal objeto a las medi ciones de los físicos, ni tampoco de esperar que la teoría clásica de la _ música elabore una fenomenología de ese objeto y de sus relaciones con los dos sujetos que enlaza. Se trata de comprobar solamente que existe un vacío, un no man's land en el que nadie se . a�riesga. No es de extrañar que hasta el presente no haya existido una verdadera ciencia de la música, ya que el mismo objeto de este conocimiento no ha sido advertido con nitidez. Observamos que sucede lo mismo en lo que concierne al len guaje. La semántica es una disciplina reciente y su necesidad pese a ser innegable, ha sido encubierta durante largo tiemp¿ por la fonética 2• En realidad, los conocimientos musicales actuales sólo son una suerte de fonética musical y las reglas ele un arte íntegramente fabricado. El estudio de las estructuras 1 Se refiere al Festival de Aix-en-Provence durante el cual la música concreta fue severamente criticada. (N. de la ' T.) � Hasta ahora la semántica no se refiere tanto a la relación de la palabra """ el suieto que la emplea, salvo en el caso de la General Semantic ele /\. Korzybski. 25 musicales só\o ha sido emprendido en el dominio de lo que se llama -con bastante impropiedad- las "formas" (sonata. sinfo nía, etc.) , que no son sino las formas de condicionamiento de los conjuntos sonoros. Si se nos ocurre preguntarnos por qué la melodía citada más abajo se completa tan naturalmente con una melodía simétrica, entonces ponemos en juego la Gestalt theorie y no las reglas de la armonía. La teoría de las formas es la única disciplina que se preocupa por saber por qué una simetría de tal índole es reconocida como favorable y por qué es preferida tanto por el compositor clásico como por el oyente. Este nuevo paso en el conocimiento se refiere a las relaciones del objeto sonoro con quien lo elige o compone y con quien se muestra sensible a su influjo al percibirlo. Este desconocimiento de la noción de objeto se explica por razones de orden práctico. Hasta una época muy cercana a la nuestra, el objeto sonoro -evanescente, ligado al transcurso de un tiempo irreversible e irrecuperable- se presentaba en mayor grado como una manifestación humana que como un hecho objetivo. No existe, en efecto, objeto de ciencia alguno, a menos que sea repetible, discernible en el caos, aislable y !':US ceptible de coincidir consigo mismo al ser examinado. Ahora bien, el tiempo -medio y soporte del fenómeno musical- está fuera del alcance del experimentador. Ninguna porción de tiem po podría coincidir con otra. Hasta tal punto esto es cierto, que nos veíamos constreñidos a aprehender el objeto sonoro sola mente bajo las dos formas en que se manifestaba: ya como pro yecto -la partitura-, ya como "recuerdo" de la ejecución. (Sa bemos que la ejecución, que ahora está presente, en el momento mismo de surgir comienza a desvanecerse, y que, bien o mal registrada por la memoria, se ofrece mezclada con la compleja psicología del concierto.) De ahí nace una doble incertidumbre en el conocimiento del fenómeno musical y, sobre todo, una doble limitación: una consiste en reservar para los sonidos "anotables" las cualidades que atañen al material musical; la otra atribuye a las obras "ejecutables" -Y por consiguiente, en especial, a la ejecución- la cualidad que compete a la manifes tación de la musicalidad. Eso no es todo. La disimulación del objeto musical está rela cionada también con la oposición entre sonido y ruido. Pues a causa de que los hombres existen y escuchan, las civilizaciones han distribuido cuidadosamente lo escuchado en dos categorías: por una parte, los sonidos (musicales o asimilados), y por otra, los ruidos. Tanto un propósito revisionista en esta clasificación milenaria cuanto la aparición de un objeto musical del cual se 26 ll{1 1 1 J1·c a priori si es sonido o ruido resulta difícil de concebir, 11 1 1 H •nos que se posean evidentes pruebas acerca de su necesidad. 1 • 1 1 1 · s 1 1 puesto, en la naturaleza y en varios instrumentos primi- 1 l vc •s <'Xisten zonas de transición entre sonido musical y ruido, P•"'º 6stas no presentan ningún carácter objetivo, sino por el 1 •1 1 1 1 1 rario. A causa de su particular expresividad, estas zonas han ieldo u t i lizadas, con frecuencia, por poetas, dramaturgos y por los 1 1 1 1-lmos músicos. Por lo tanto, para un espíritu prevenido, es r1H"l I decretar que sólo hay sonidos o ruidos -es decir: música 11 n l iclos artificiales- en la medida en que esta expresión ha 1 •1 1 1 1q u istado sin mayor esfuerzo el derecho de ciudadanía. En l rn H '<'S, ¿dónde estaría el objeto musical? l•:t nuevo elemento es de doble naturaleza. Espero que ello 111 1.va sido advertido claramente a lo largo de las páginas de mi d l : 1 r i o 1. Por una parte, los instrumentos de los cuales dispone- 111os nos permiten el acceso a una infinidad de sonidos nuevos q1H' no son ni sonidos musicales en el sentido clásico, ni ruidos: 1" 1 decir, que no recuerdan ni el fenómeno musical puro ni el rl'n6meno dramático, sino que se presentan como seres sonoros I nd iscutibles colmando todo el espacio -todo el abismo. por así i l l 'drlo- que media entre lo explicito musical y lo explicito 1 1 r:1 111ático. (Entonces, ¿cómo no decir "objeto sonoro"?) Por 111 ra parte, estos mismos instrumentos, al abstraer el fenómeno 1111noro de su índole fugaz, nos permiten conservar, reproducir, l 111rcr coincidir indefinidamente consigo misma una música cris- 1 1 1 l izada, con todas las caracterfsticas de su ejecución, en la que 1mn integrados proyecto y realización, espíritu y materia. ¿Cómo 1 1 0 admitir que este registro fonográfico o esta banda sonora 1·n su totalidad contienen, materializado, el "objeto musical"? Numerosas consecuencias se deducen de este hecho capital q11c debe transtornar íntegramente el universo musical, acépte rn·lo o no, síganse o no nuestros pasos. Enumeraremos en segui < 1 : 1 algunas de esas consecuencias. La limitación de la música a los sonidos "anotables" y ejecu- 1 :1 hlcs, llamados erróneamente naturales, puesto que son el re m i llado de una preciosa lutherie, tiene como consecuencia la <·on strucción de toda obra musical a partir de estructuras o ar quetipos que hasta el presente han pasado por los únicos "musi- 1': 1blcs". Es como si los matemáticos, al no haber descubierto los números irracionales, emplearan, en su incapacidad de resol ver la cuadratura del circulo, sólo números algebraicos. Si asf hubiera sucedido, toda la matemática habría quedado 1 Véase nota 1, p. 9. (N. del E.) 27 bloqueada. Funciones y teorías, sistemas y soluciones, todo hu biera quedado varado por esa incapacidad que el exclusivo em. pleo de números de un cierto tipo impondría. Asf como los matemáticos han abierto la senda para construcciones absoluta mente nuevas mediante la introducción -bastante escandalosa para sus contemporáneoS- de números imaginarios (vale decir, recurriendo a un simbolismo que desde el punto de vista mate mático resulta más absurdo que los sonidos concretos desde el punto de vista musical) , del mismo modo la noción de "sonido complejo" abre en el dominio musical una perspectivade mucha mayor amplitud que el ámbito del sonido llamado puro. Pero, además, la música clásica debía ser ejecutada. Pesaba una limitación no solamente en las estructuras utilizadas en la composición, sino también en los medios de realización. Incurri ríamos en un error si creyésemos que tales medios estaban con dicionados, sobre todo, al estado de la lutherie o a la habilidad de los ejecutantes. Por el contrario, me inclino a considerar ambos factores como ampliamente satisfactorios. En razón dr su carácter sumamente seductor, las más pérfidas limitaciones provienen, por ejemplo, del hecho de que la música es ejecutada por conjuntos y, por ende, de que es medida y marcada siguien do un ritmo muscular. Nos equivocaríamos si no conviniésemos en que se trata de una disposición providencial que conduce a un humanismo musical "por construcción". Pero limitarse a una música medida aritméticamente, conducida mediante la batuta -lo cual comporta una construcción con toda las características de un proceso muscular simple-. significa desconocer el in menso esfuerzo realizado por el hombre en todas las esferas para superar su propia dimensión, para evadirse del antropo morfismo y tender hacia elaboraciones suprarracionales cé!ija vez más representativas del universo . .Ahora sería onortuno in vertir la expresión de Debussy sobre el tam-tam de los negros, Y aplicarla a la Orquesta Colonne, considerada una "batería" atrasada en pleno siglo de las teorías atómicas. La ciencia habi túa a los espfritus a concebir lo inconcebible. Torna familiares no solamente dimensiones a las que nuestros sentidos no tienen acceso, sino inclusive el hecho de que el ritmo del mundo -el tiempo físico o metafísico- no es el mismo que el marcado por el metrónomo o el biceps. Ya que la música percibe el lenguaje un tanto misterioso de la divinidad, ¿no convendrfa que se dedi cara a producciones más arduas y, sobre todo, más objetivas? Este aspecto conduce evidentemente a plantear problemas acerca de la finalidad -o, más bien, de las diferentes finalida des- de la música. A su vez, estos problemas suscitan otros, 28 !'11 especial el que consiste en saber si nos reducimos a una 11oción de arte cuya suprema virtud seria agradar, o si osamos 1 lcgar a la de un arte cuya virtud, singularmente más austera, rnnsistirfa en colaborar con el conocimiento, en completar los n'cursos del desenvolvimiento científico con otros medios espe dficos y complementarios. Tales propósitos están más allá del presente testimonio. Requieren otro más general, que relacione la experiencia concreta en música con otras experiencias, con <'l destino espiritual de la época. Nos esforzaremos en presentar 1•slc testimonio algún día. Detengámonos por el momento en la 1 1oción de objeto que estamos tratando de elucidar, y demos algunos ejemplos prácticos de la manera como nacen, se reco- 11occn y se experimentan dichos objetos. Entre muchos ejemplos, consideraremos el siguiente: supon gamos que recogemos un sonido obtenido frotando suavemente <'<>11 el dedo algunas cuerdas del piano. Esta "toma" 1 --{!Omo la <10nominamos en el vocabulario de la música concreta- implica por sí solo una técnica, y puede dar lugar a objetos sonoros muy c I i versos. Según el modo de ataque (yema del dedo, uña, plec ll'O, etc. ), la rapidez del roce, la presión sobre las cuerdas, el ;iliogo del sonido y, sobre todo, el número de cuerdas rozadas, olJLcndremos un sonido más o menos próximo al sonido musical o al ruido, más o menos timbrado o más o menos sordo y, en •special, más o menos "espeso". Henos aquf, de entrada, lejos ele la finura anhelada por Luc-André Marce!. No se trata de suti l i zar sobre la octava de tono, sino de hacer que se mueva un hloque de varios semitonos al que llamaremos "sonido espeso", que se presenta como la generalización de un sonido de altÚra <lcfinida, llamado puro. ¿Qué se puede hacer con tal sonido? Ante todo, una especie < le melodía. Nuestros aparatos nos permiten "tocár" esta "nota <'ompleja" dentro de una tesitura (figs. 1 y 2), someterla a un rit- 11 10, etc. Sin buscar la realización de una evolución melódica Lan trivial, también podemos intentar la creación de una familia <le objetos semejantes al prototipo, pero en la que intervenga C'l factor forma: ataques que aumentan progresivamente en in- 1 <' nsidad o nitidez, ampliación del ritmo interno, acento puesto r>obee el comienzo o el fin del sonido (figs. 1 y 2). Esta sucesión por transformación de la forma intrínseca del objeto constituye u na serie, una suerte de antimelodía . ..Considerando el frote del piano como un pequeño trozo de música en si mismo, es como si <Tcáramos una sucesión de variaciones sobre el tema formal que 1 Véase más adelante, p. 81. (N. del E.) 29 aquél propone. Así, pues, entre estas dos determinaciones halla mos ya una evolución de tipo clásico -salvo que la nota tocada es diferente y más rica que una nota común-, ya un alineamien to de tipo plástico, suponiendo que el fenómeno plástico consista en la disposición de objetos en relación los unos con los otros. ¿No habría, a la postre, un término medio o, con mayor exactitud, un proceso que no fuera ni tan clásico ni tan inesperado; quiero decir, ni tan musical en su fórmula, ni tan antimusical en el hecho de que renuncia implícitamente a servirse de una nota Y Figura 1 Ritmo interno Dinámica Figura 2 !<=>. ---- ·:733 consiste en alinear una serie de objetos que guardarían entre sí relaciones intrínsecas, como los volúmenes de una arqui tectura? Para esto, sería preciso que existieran parámetros de evolu ción musical diferentes del que es propio de la altura, en los que la evolución en altura ya no fuera, por lo menos, el carácter exclusivamente dominante. Una "serie" del mismo objeto sonoro -idéntico a sí mismo, pero afectado por diferentes intensidades puede, en efecto, constituir una "melodía dinámica". Existen precedentes en la música común: la repetición de una misma nota en crescendo, diminuendo o con sforzandos. Con todo, en la práctica, no es seguro que la impresión de crescendo sea exac tamente de la misma naturaleza : la "nota compleja" desarrolla impresiones sonoras más amplias que una nota simple. Una melo· día dinámica podrá ofrecer un interés que no hubiese ofrecido la misma forma compuesta con notas comunes. Señalaremos otra posibilidad: la de realizar una Klangfarbenmelodie en el sentido de Schonberg; el espesor de esta nota compleja permite, en efecto, no solamente una acción sobre su timbre, sino tam bién una correlación entre una melodía de tesitura y una melo· día de timbre. Al respecto, sólo la audición permitiría la com- 30 prensión cabal de lo que estamos exponiendo. Esta experiencia que comenzamos a poseer demuestra que tales melodías son obtenidas en este caso por una intima fusión de los tres pará mclros de variación musical: ya no son variaciones numéricas distintas en cuanto a la altura, la intensidad y el timbre en un t i empo determinado, sino evoluciones que expresan los matices ( ahora sutiles y hasta refinados) del total de estos parámetros. l ) ificilmente se comprenderá la observación a la que acabamos d e hacer referencia si no se nos ha acompañado al gabinete de 1�rabación. Para que sea posible comprendernos, conviene agre ¡:;1 r que de seguro previamente habremos transformado (lo cual 1•s posible en la actualidad) el sonido discontinuo y heterogéneo i l l' la "nota compleja" de "piano frotado", en un sonido continuo .Y homogéneo, susceptible de ser mantenido como un sonido de 6rgano, que toleraría todos los ataques imaginables. La melodía i l (' lres dimensiones, que ahora podemos obtener a partir del "nnlicipo" original, ya no tiene nada en común con el sonido r11 ido del comienzo, más o menos reconocible. Ejecutada correc t 1 1mente, es brillante o sorda a voluntad; el oído, sorprendido 1 t l principio, se habitúa pronto y se complaceen sentir la evolu l' lon de la materia en este triple espacio en el que juegan color y forma, permanencia y fluctuación. El sonido, inicialmente "es- 1 wso", puede volverse tenue, y no sólo evolucionar en altura, 111 1 10 también perfilarse en ella de diferente modo: al mismo l l <•mpo, el "color" sonoro puede ser más brillante o más sordo, y (•I timbre, en consecuencia, puede presentarse también con v11 rlaciones entre lo agudo y lo grave. Entonces las variaciones 1 1 1 · l nlensidad -es decir, los matices- ya no formarán parte del l(l'osero muestrario de la experiencia precedente. Si se advierte l l l H ' es entonces factible que un sonido, mientras evoluciona linda las tesituras agudas, pueda transformar su timbre en más 111·11ve -Y recíprocamente--, se comprenderá la naturaleza del 1 1 1 H ·vo contrapunto que asoma en la composición de notas com- 11l 1·Jus. < 'omo bien se observa, el fon6geno ha desempeñado en las 1 1 1 1•t'('dentes evoluciones un papel capital, que lo convierte en l l i i nuevo instrumento de música de un alcance mucho más gene- 1 1 1 1 aunque mucho menos cómodo por el moment0- que los litl'll l'llmentos comunes. Parecería que retornásemos a una mú ••11•11 que, si bien se halla generalizada, no es en absoluto diferente d11 1 1 1 que sigue las normas corrientes. Esto es cierto, mas con \ 1 1 • 1 1 1 · que expliquemos en seguida de qué modo -una vez d111111 1 l l c lo, por así decirlo, el objeto sonoro constituido por la 1111111 c·ompleja, a fin de obtener de él una "materia homogénea" 31 dad en la escritura o en la ejecución sino a la perfecta adecua ción de las máquinas a tales realizaciones. ¿Qué deducimos de semejante experiencia? Por supuesto, todo depende del hecho de que el objeto sonoro inicial -al que pro ponemos para componer fugas consigo mismo- esté bien o mal elegido en lo que se refiere a la materia o a la forma. Hemos compuesto fugas de esta clase, intituladas -quizá con cierta ligereza- bidules. En la Bidule en do, por ejemplo, Pierre Henry i ante el piano preparado 2, y yo mismo ante el tocadiscos habíamos escogido un tema intermedio entre la música pura y la música concreta, de tal modo que la transposición total -al imprimir un movimiento retardado o acelerado a una totalidad material de suficiente riqueza- producía interesantes variedades del mismo objeto, y no una mera figura homóloga. El contra punto resultante aparecía irreprochablemente perceptible al oído, y éste prescindía perfectamente del contrapunto de las notas a fin de captar en su conjunto el contrapunto total de los objetos. Más aún: a la irracionalidad del contrapunto en el sentido aritmético de las barras divisorias parecía corresponder un progreso en el rigor, en el sentido funcional o analítico; estos cortos estudios suscitaban inmediatamente un vivo interés y pro ducían un verdadero placer musical, aunque los oyentes no advertidos estuviesen lejos de contar con los medios para anali zarlos de primera intención (fig. 5 ) . Comprobamos así hasta qué punto nos equivocaríamos al decidir, a priori, que una "auto-fuga" de tal índole carece de interés musical y conduce a una simple tautología. Esto supondría juzgar según la música de las notas y no de acuerdo con la de los objetos. Si bien estos últimos permanecen matemáticamente "semejantes" a sí mismos, se transforman de tal modo -tanto desde el punto de vista acústico cuando estético-, que aún después de dos o tres audi ciones un músico duda no de analizar las diferentes partes del contrapunto, sino de atreverse a reconocer los tres aspectos de un mismo objeto. l Pierre Henry, pianista y virtuoso de la batería, discípulo de Messiaen, fue el primer colaborador de P; Schaeffer. Es a1;1tor de Concerto des Am bigüités, Séries: Péripéties,, Clll�?t! e: Ponct11ations. (�. de la T.) 2 La expresión "piano prepare md1ca una preparac1on de las cuerdas antes del ataque, considerando el 1;>iano paralelall?ente C?mo instrumento de percusión y como fuente de somdo concreto. El americano John Cage emplea de modo sistemático igual procedimiento (el "prepared piano" ) . A pesar de las diferencias entre ambos, s e trata siempre d e alterar el timbre del instrumento para lograr la polifonía tímbrica. P. Schae,ffer afirma que ignoraba los trabajos de J. Cage en la época de sus expe rimentos. (N. de la T.) 34 Mientras que el fugato clásico reposa en la correspondencia métrica de las voces observada nota a nota, independientemente de su tesitura, vislumbramos que podría escribirse un nuevo l'lave bien temperado a partir de esta ley de correspondencia de los tiempos en función de las tesituras. Si nos tentara el dog matismo, nada nos impediría prescribir inmediatamente una nue va regla de la fuga. ¿Por qué no asociarse a psicólogos que nos r � 84 ·BB , piano, golpeado. martillado claro Más lento Í = 76 �sombrío :�lpead/ golpeado Figura 5 ; 8,·a. bassa - - - _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ Muy vivo Í : 144 seco uyuden a demostrar que el oído humano halla en tales transpo r-;lciones totales cierta proporcionalidad del tiempo favorable a la percepción de las tesituras? En efecto, el hecho de que al ofdo le agrade escuchar con menor rapidez un registro más grave y con mayor velocidad un registro más agudo estaría dentro de la tradición de la naturaleza -me atrevería a decir- y de sus leyes logarítmicas. Pese a que los ejemplos son raros, hasta podríamos apoyarnos -siguiendo las indicaciones de Maurice 1 .e Roux i_ en un precedente que figura en un célebre texto. 1 'Maurice Le Roux, joven compositor, teórico y director de orquesta. 1 Jiscípulo de Messiaen. Como Boulez, pasó por la experiencia dodecafónica 35 36 \ .. Luego de un contacto con la música concreta, la curiosidad in Lelectual ha impulsado a Maurice Le Roux a buscar en otras obras ciertas equivalencias. Tuvo la suerte de encontrar en nerlioz un ejemplo particularmente convincente (fig. 6). Abrimos pues múltiples caminos a los investigadores tanto en el plano teórico como en el práctico. No sólo se supera el callejón sin salida al que aludimos, sino que además ahora surge una pléyade de inventores que resulta necesaria en razón de .1gudo g r:n·c 1:;�ura 7 :A \ ; ' z z 2 ,; z que son tan numerosos los ámbitos explorables. Con tal de que posea cierto talento y, sobre todo, perseverancia, cada uno de los :1�pirantes a las búsquedas concretas puede estar seguro de · que l ' n este campo hará, al menos, obra de innovador. Nadie sabe nún con exactitud qué es una nota compleja y qué es posible realizar con ella; y los recursos de la transposición total, limi- 1 :idos o no, aún no han sido explorados. Estamos, por lo tanto, IPjos de prescribirla con todo rigor. Más bien aconsejamos em- , 1(1,ica. Autor de una Jntrod11cció11 a la música contemporánea. Compuso Crrcles des métamorphoses, que Hans Rosbaud ejecutó en el Festival de 1\ ix-cn-Provence en 1953. (N. de la T.) < - i•i�. 6. Ejemplo dado por Maurice Le Roux de una "transposición total" l i :dlada en la música clásica (Berlioz, 5<' parte de la Sinfonía fantástica) . � l i«11tras que una campana enuncia un motivo varias veces idéntico -como p.1r:1 contrastar la medida del tiempo-, el tema del Dies !rae es expuesto l'"r dos tubas y el fagot en un tem./!o lento, luego retomado por el corno y o• I l romhón f'n lempo y tesitnra dobles. y. por último, rccog-ido cuatro veces 11 1(1s rápidamente por los violines (pizz.), mientras que la tesitura vuelve 11 d"hlarsc. Gracias a la composición instrumental de cada uno de los pasajes. l 1 . 1v tran<posición total no sólo en tiempo y en te�itura, sino, de algún 1w odc, también en timbre. 37 �learla con discreci�n, guiándose ante todo por el oído, y advir tiendo �n qué medida el objeto sonoro en que se trabaja es suscep.tible de agotamiento o de fecundidad en sus recursos ¿Qué impide, po.r ejemplo, quebrar la transposición mediant� una tr?nsf�rmaciói:?En la figura 7, por ejemplo, notamos que es factib.le. mtroducir en Ja repet�ción grave una reducción 0 en la repetición ag�da l_::i duplicación de un fragmento. En este caso, Y? no se obJetara que la música concreta carece de formas determmadas. A ':'eces, presenta formas muy precisas. Los con tornos de tales ObJ�tos no son menos rigurosos, pese a no hallar se expresados mediante notas. 38 ---- ------ 1 V . Del objeto al lenguaje . . . "Examinando esta conchilla, en cuya figura creo discernir C'icrta 'construcción' y algo así como la obra de una mano que no actúa 'al azar', me pregunto: ¿Quién la ha hecho?" Tal es el "trayecto", indicado por Valéry, que -<:orno un cstrecho o un istmo- lleva de un mundo al otro: del mundo de los objetos hallados al mundo de los objetos que son fruto <le nuestra voluntad. La cuestión del lenguaje no se plantea tan pronto, y por el momento haremos bien en atenernos a este punto. "Pero pronto mi pregunta se transforma. Se interna un poco más adelante en el camino de mi ingenuidad, y heme aquí pre ocupado por descubrir en qué reconocemos que un objeto dado <'8tá hecho por un hombre o no." Aquí, ante el mismo objeto (que es sonoro, pero cuya compa ración con la conchilla es perfectamente adecuada) pueden plantearse dos actitudes, según el observador sea o no especia lista en conquilología. El profano verá lo inesperado: "los más preciosos descubrimientos . . . con frecuencia no confirman sino que, por el contrario, arruinan las creaciones de nuestras prefe rencias; son hechos todavía totalmente inhumanos que ninguna imaginación hubiera podido prever". El conquilólogo, hombre avisado, observa o analiza a fin de verificar si sería capaz de imaginar "cómo se las ingeniaría para modelar una conchilla", en el caso de que "la idea de cierta íigura exigiera de su espíritu no sé qué potencia de figuras semejantes". En caso afirmativo, el aficionado comprueba que ha comprendido ese objeto. "Me lo he explicado por un sistema de actos propios, y así he agotado mi problema; toda tentativa <le adelantar más lo modificaría esencialmente y me conduciría a deslizarme de la explicación de la conchilla a la explicación de mi mismo. En consecuencia, hasta el presente puedo seguir 39 c?nsiderando que este caracol es una obra del hombre". La auto· ri�ad de Valéry nos tranquiliza. Cuando hablamos de elegir un obJeto sonoro, de adquirir la capacidad para saber cómo está he�ho Y poder reproducirlo, ello ya significa humanizarlo. con�er _ 1rle el valor de una estructura musical; en el fondo, estamos im1trindo la actitud del conquilólogo. Sigue luego la idea de comparar el objeto encontrado con los que ya poseemos. En este punto, también hay dos actitudes. El coleccionista comorueba aue el objeto nuevo no tiene relación con los de su colección. Si no cuenta con un sistema de caracoles como ounto de referencia, sino, por ejemolo, con una colección de holitas (v. en efecto, el asoecto simolista de las estructuras n:usicales clásicas hace pensar aue son bolitas) , entonces, al con s1dPrar la comociidad aue entrañan sus bolitas -aue pueden ordenarse en pilas, al tresholillo. en series perfectamente rit madas-. encuen�ra la conchilla demasiaño comolicada y hetero g . énea. Y desnrov1sta <iesde el comipnzo de sentido (o con dema siados sentidos contradictorios) por comparación con sus bolitas; entonce� la rechaza: no significa nada y nunca podrá significar nada. Sm embargo, el conquilólogo podrá invertir la situación. Con justicia, ante todo cabe oreguntarse cómo y en qué se reco noce en las bolitas quién las colecciona. Al verificar que este aficionado sólo sabe hacer una cosa y que sabe hacerla de una so!a manera, Valéry observa que "esta cósa se hace como por sí misma y, en consecuencia, su acción no es verdaderamente humana (puesto que no le es necesario el pensamiento) y no la comprendemos". Hemos tratado de demostrar que otro tanto podría suceder con la música. Se sabe hacer música, ¿pero se Ja com?ren?�? La conchilla puede ser abandonada, si se prefiere la s1mpllc1dad de las bolitas. Pero la conchilla, objeto ofrecido por la :iaturaleza, nos enseña mucho más acerca del hombre que las bohtas que tanto hemos manipulado. Así, tal como escribí en el pr�grama . del �rimer concierto de música concreta, ¿acaso será el ob1eto quien tiene algo que decirnos? Si admitimos a Valéry ese al?o sería esencialmente humano, pues "nuestros propósito� reflexivos Y nuestras construcciones o fabricaciones voluntarias parecen muy extraños a mtestra actividad orgánica profunda". Ya que hemos acudido con tanta largueza a este autor volva mos . las págin�s de L'homme et la coquille y, sin aba�donar Varieté V, remitámonos a Poésie et pensée abstraite. Hagamos esto a fin de responder a la dificultad siguiente. El conquilólogo se apropia del objeto; éste expresa algo: ¿en qué podrá servirle para comunicarse con los demás? Todo gira alrededor de una palabra Y de una idea: la música ¿es un lenguaje? Descartemos 40 en seguida el malentendido originado por la definición. SI toda serie de objetos agrupados, clasificados y utilizados por el hom bre para comunicarse con sus semejantes es por definición un lenguaje, todo ha de ser lenguaje: por ejemplo, las piedras de los monumentos, los colores del pintor, la pantalla con imágenes. Admitamos esta convención de . . . lenguaje. Entonces es necesa rio que en seguida distingamos dos lenguajes o, con mayor exactitud, el empleo del lenguaje de acuerdo con dos universos: el de la prosa y el de la poesía. Ad�más de Valéry y Souriau, basta con mencionar a Paulhan y a Parrain, entre muchos otros, para considerar sólidamente adquirida la doble acepción del len guaje, según aue se lo use como signo y significación o como señal o sustancia; en un caso, juega como factor de relación; en el otro, se emplea con total autonomía. En verdad, el primer empleo abstrae de la sustancia del lenguaje el mínimo necesario para que sea transmitido el signo de reconocimiento; en el otro caso. se trata del aspecto concreto, es decir: de la totalidad psico sensoria implícita en el fenómeno verbal, y de todos los impul sos ootencialmente contenidos en él. Una de las trampas que entraña toda fenomenología de la música estriba, justamente, en el hecho de que la música es citada por casi todos los autores -Y, en especial, por los ya nombrados- con el fin de facilitar la comorensión de la segunda acepción del lenguaje. Valéry dice, por ejemplo, que "cada pala bra es la instantánea conjunción de un sonido y de un sentido que no tienen relación entre sí". Sólo hay un paso de ahí a concluir que la música en si representa uno de los aspectos del lenguaje poético, ya que el sonido de la palabra revela precisa mente su contenido poético. Y numerosos errores derivan de tal posición. Es preciso observar, por el contrario, que en casi todas las artes -sin duda en todas- se impone la misma distinción entre prosa y poesía. A poco que se reflexione con detenimiento en las diferencias que presentan la pintura figurativa y la pin tura abstracta, se estará obligado a convenir que la primera -donde importa la semejanza con el tema- es principalmente una prosa plástica que desempeña el papel de signo, mientras que, en la segunda, formas y colores que no aluden a nada exigen un significado por s[ mismos, una liberación de todo lo que potencialmente está contenido en su "señal". ¿Y en la mú sica? Si se ha captado en todo su alcance cuál es el esclarecimiento aportado por la experiencia concreta en música, no resultará difícil advertir que si bien la música clásica constituye un len guaje, se trata de un lenguaje empleado como prosa más bien 41 qu como poesía. De hecho, al igual que la palabra, toda nota musical comporta un sonido y un sentido. Un do de trompeta es un sonido que los músicos son incapaces de analizar y de emplear en su condición de tal y, al mismo tiempo,