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2 INGENIERÍA DEL COMPORTAMIENTO Aplicaciones clínicas y educativas William Montgomery Urday Universidad Nacional Mayor de San Marcos Lima- Perú, 2002 Publicado por la Asociación Peruana de Psicología Interconductual (ASSPSI), Personería Jurídica N° 19827 DERECHOS RESERVADOS ISBN 9972-9628-1-8 3 PROEMIO A ESTA PUBLICACIÓN EN SCRIBB a obra Ingeniería del Comportamiento: Aplicaciones Clínicas y Educativas fue un trabajo sin pretensiones, hecho a manera de manual o texto de divulgación para el curso de orden conductual que dicto hace muchos años en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Como tal, fue elaborado por secciones, sin más plan que el de ayudar a organizar mis clases, facilitando a los alumnos de la asignatura una síntesis de los contenidos principales. Los primeros escarceos del autor sobre los temas escogidos aquí para su exposición rápida y simple, dieron por resultado el convencimiento de que no había (y creo que aún no lo hay) un texto suficientemente abarcador sobre las cuatro grandes facetas de desarrollo paradigmático del enfoque conductual: filosofía, teoría, metodología y tecnología. Los que están a disposición sólo tocan uno o dos de tales facetas, y aun esto lo hacen de manera parcial, sobre la base de un solo punto de vista. Desde la perspectiva del autor esa es una estrategia empobrecedora del análisis conductual, por lo que se autodefine modestamente como un “conductista ecléctico”, y sostiene que “urge adoptar una postura de integración explícita que recoja y combine sistemáticamente todas las contribuciones comportamentales de mérito” (Montgomery, 2005, p. 211). L 4 Ello es necesario porque, por un lado, no creo que los diversos conductismos existentes (y aun los supuestamente “caducos”) sean incompatibles entre sí, pese a que todavía siga pendiente el total esclarecimiento de sus coincidencias y articulaciones, y, por otro lado, la combinación de aportes permite compensar las debilidades teóricas y metodológicas de algunas de las variantes con las fortalezas de otras. Así se llenan vacíos y se pueden responder críticas de posible validez para algún modelo conductual, mas no para los otros. De más está decir que el presente manual no se dedica tampoco a tan ambicioso objetivo, como se desprende de las primeras líneas de este proemio. Siendo de naturaleza netamente divulgativa, es obvio que este libro no entra en mayores disquisiciones teóricas ni técnicas, ni de manejo de resultados de investigación en el rubro que aborda. Incluso prescinde de un gran acopio de literatura en inglés para favorecer la consulta del material citado en librerías y bibliotecas locales. Sin embargo, sí procura integrar varios enfoques, sobre todo en el ámbito aplicativo, además de sintetizar algunos aspectos de la discusión teórica. Hechas las aclaraciones del caso, el autor espera la benevolente acogida de los lectores a este escrito, y especialmente de mis alumnos de la asignatura Psicología y Técnicas de Intervención Conductual. REFERENCIAS Montgomery, W. (2005). El Quehacer conductista, hoy: Ensayos de interpretación teórica y práctica. Lima: Ediciones de la Revista Peruana de Filosofía Aplicada. William Montgomery Urday Agosto de 2009 5 PRÓLOGO ste libro incorpora parte de un trabajo publicado en 1995. Aquí se ha reorganizado su contenido y se han añadido y ampliado varios temas, procurando actualizar en todo sentido el texto y su información. Ello le da una dimensión nueva, por o que amerita llevar, también, un título más genérico. La ingeniería del comportamiento, que subsume terapia y modificación de conducta aplicadas a los diversos campos del quehacer cotidiano, es la más sistemática y diversificada forma de actuar profesionalmente con respecto a los problemas humanos. Su desarrollo reciente es impresionante, y aunque “oficialmente”1 eso suele ser puesto de lado por provenir del odiado conductismo, es, en cambio, reconocido implícitamente por buena parte de los miembros de la comunidad psicológica, que precisan de (y acuden a) un enfoque práctico para trabajar con efectividad. Por esa puerta, la ingeniería conductual se ha integrado al arsenal de procedimientos bajo una 1 Me refiero a ciertos ambientes de trabajo académico donde ignorar la fuente de donde se obtienen los procedimientos es común. E 6 denominación más “aceptable” para el ambiente promentalista: tecnología cognitivo-conductual o cognitiva a secas... ¡incluso a veces atribuyendo parte de sus fuentes teóricas nada menos que a Piaget o a Vigotsky! A propósito, el devenir de la ingeniería del comportamiento en el Perú recuerda una conocida expresión refiriéndose al trabajo del teórico ruso como “una sinfonía inacabada”. Desde los legendarios tiempos en que las sociedades peruanas de análisis y modificación de conducta (SPAMC), la de terapia y modificación del comportamiento (SOPTEMOC) y la de análisis conductual aplicado a la educación (ACAE), articulaban actividades académicas que impulsaron el avance teórico de la psicología científica como nunca antes en nuestro medio, ha pasado mucho agua bajo el puente y ha habido demasiadas pausas en el camino, perdiendo terreno institucional. Hoy un cierto número de otras asociaciones conductual-cognitivas más pragmáticas y comprometidas con objetivos empresariales, han ganado el espacio. Por contraparte, hay intentos de rescatar la formación académica conductista en el plano teórico y práctico sin concesiones a la presión económica. La Asociación Peruana de Psicología Interconductual es uno de ellos. William Montgomery Urday Lima, abril del 2002 7 INDICE INTRODUCCIÓN, p. 10 PRIMERA PARTE: FUNDAMENTOS CAPÍTULO 1: Variantes teóricas que sustentan la Ingeniería del Comportamiento, p. 17 De paradigmas, teorías y datos El perfil del conductista Un diagrama longitudinal y transversal CAPÍTULO 2: Elementos y tipos de ingeniería comportamental, p 29 Supuestos de la ingeniería conductual Tipos de ingeniería conductual 8 SEGUNDA PARTE: APLICACIONES CAPÍTULO 3: Problemas aplicativos, p 55 Papeles del profesional de la conducta El aplicador y sus funciones Lo “clínico” y lo “educativo” en la ingeniería conductual CAPÍTULO 4: Aplicaciones al ámbito educativo, p. 72 Leyes y principios del aprendizaje La tecnología de la enseñanza Aspectos de programación educativa CAPÍTULO 5: Aplicaciones al ámbito clínico, p. 89 Características del la psicología clínica conductual Cuestiones de terapia conductual Hacia un modelo preventivo de salud La taxonomía de los problemas TERCERA PARTE: Tareas prácticas CAPÍTULO 6: Evaluación: La entrevista, p 106 El proceso de evaluación conductual La entrevista 9 CAPÍTULO 7: Evaluación: Los registros, p. 121 Registros directos e indirectos Pasos para construir escalas conductuales CUARTA PARTE: TECNOLOGÍA CAPÍTULO 8: Técnicas (I), p. 140 El contrato conductual Técnicas de terapia y modificación del comportamiento Técnicas auxiliares CAPÍTULO 9: Técnicas (II), p. 159 Técnicas de exposición en fantasía Técnicas de autorregulación Técnicas de terapia racional Terapias globales EPÍLOGO, p. 182 BIBLIOGRAFÍA, p. 188 10 INTRODUCCIÓN xisten referencias a un enfoque ingenieril del comportamiento, tanto en sus acepciones individuales (construcción de una conducta) como sociales (construcción de una comunidad), desde la década del cuarenta. Por ejemplo en Walden Dos (Skinner, 1985, trad. esp.) hay varias alusiones explícitas a ello, siempre recalcando sus aspectos científicos. Sin embargo, ya la obra de Watson (1961, trad. esp.) evidentemente estaba dedicadaa probar la eficacia de dicho enfoque para la solución de los problemas humanos, principalmente clínicos, educativos, y, en menor medida, sociales. Eso demuestra que la expresión “ingeniería de la conducta” es relevante a la pretensión behaviorista de revolucionar la psicología aplicada, y sorprende que no se haya popularizado más, ni siquiera al interior del análisis experimental del comportamiento (modalidad operante), que, como se sabe, le dio su primer “bautizo” y sistematización formal (Homme, Nothingham, Polo y Homme, 1977, trad. esp.). Vargas (1979), entre otros, prefiere el término en referencia: a) por ser neutral (no connota algún tipo de tecnología conductista y para E 11 conductista en especial, sino toda); b) la denominación rival, la “modificación de conducta”, sugiere una tecnología y un proceso sistemático de cambio, pero éste en realidad no ocurre “ni es de desear”. Implica el resultado de un esfuerzo antes que un tipo de acción, obscureciendo la distinción entre proceso e intenciones. Eso, según tal razonamiento, se evita llamando ingeniería conductual o del comportamiento a la acción interventora. La necesidad de retomar esta denominación (ya hace tiempo “congelada”) también parece actualizarse debido a la gran proliferación de modelos tecnológicos conductistas, que, al parecer, no pueden englobarse cabalmente en alguno de los rótulos hasta hoy utilizados para agrupar sus diversas variantes. La diversificación técnica se ha tratado de dimensionar en cuatro líneas generales de intervención (Anicama, 1991; Cruzado, Labrador y Muñoz, 1997): a) las provenientes del análisis conductual aplicado, b) las del conductismo metodológico-mediacional, c) las del aprendizaje social, y d) las cognitivo-conductuales de diversa índole. Una actitud significativamente divisionista respecto a semejantes líneas ha sido la del conductismo “operante”2, cuyos argumentos epistemológicos (ver Nudler, 1977, trad. esp.) y metodológicos (Conde, 1988), dados con mucha pasión para fundamentar el separatismo entre el análisis experimental de la conducta “legítimo” y las modalidades behavioristas alternas, no son convincentes desde el punto 2 En el otro extremo, los simpatizantes de la teoría de los constructos personales de Kelly, como Neymeyer, Feixas, Botella, etc.; muestran igual intolerancia al no aceptar acercamientos ni siquiera con la aproximación cognitivo-conductual, pese a las evidentes semejanzas con ese enfoque. 12 de vista práctico (que no es lo mismo que decir practicista ni pragmático), por dos consideraciones básicas: 1) Como Ferster (1977, trad. esp.) ha sugerido, incluso las terapias dinámicas —mucho más cuestionables que, por ejemplo, los modelos clínicos de la conducta— son susceptibles de analizarse comportamentalmente, a fin de esclarecer las relaciones funcionales que manejan de manera inadvertida, y 2) Cualquier propósito tecnológico conductista, sea radical, mediacional o de otra índole, es aun tentativo, dado que sus posibilidades de acción eficiente se hallan en continua prueba por quienes se encargan de llevarlos a la práctica directa. En suma, pese a que ciertos modelos de la órbita conductual están efectivamente más lejos que otros de la ruptura epistémica con la psicología tradicional3, deben reconocerse los nexos innegables cuando de trabajo operativo se trata. Además, como exclama Eysenck (1987, trad. esp.; p. 25), comentando las “disputas de aniquilación mutua” entre los partidarios de Hull y Skinner con respecto a técnicas de intervención útiles: ¡Las armas de nuestro arsenal no son tan numerosas como para poder permitirnos olvidar alguna que puede estar allí, sobre el terreno porque no nos guste su color o forma! 3 Recientemente, Ardila (2001) se refirió a la divergencia entre la psicología conductista (profesión científica) y la tradicional (fruto de las demandas sociales), que ha impulsado propuestas para la separación definitiva en aras de una nueva disciplina: la conductología. Pese a que Ardila concluye que dichas propuestas son exageradas e incorrectas porque el análisis experimental de la conducta se beneficia de la psicología y viceversa, no se puede negar que, por lo menos a nivel teórico, soñar con su simbiosis es ilusorio. 13 Si le falta razón o no, puede juzgarlo cualquiera que haya ejercido alguna vez la responsabilidad de modificar sistemáticamente un comportamiento; obligación concordante, desde luego, con el papel que reserva la ideología social de profesionalización dentro del marco del servicio psicológico. El colofón de estas disquisiciones se liga, entonces, al reconocimiento de que hay una unidad en la diversidad de todas las variantes conductuales, y que se necesita una denominación general para ellas. Así como en el plano conceptual se puede llamar “teoría de la conducta” al conjunto de alternativas en discusión, en el plano tecnológico-aplicativo puede utilizarse el término “ingeniería de la conducta” para referirse al conjunto de formas de intervención que, desde esas alternativas, se han postulado hasta hoy. Tal vez sea necesario aclarar que no se propugna aquí una postura parecida, por ejemplo, a la del “eclecticismo técnico” de Lazarus (1984, trad. esp.), ya que semejante posición —al margen de los indudables méritos clínicos de su autor— implica una indiferencia teórica que no le hace nada bien a la evaluación empírica de su propio trabajo, y que, según lo advierte Yates (1984, trad. esp.), de ser seguida mayoritariamente bloquearía todo intento por conseguir finalmente un paradigma unificado. Teoría y práctica, práctica y teoría, son indisolubles en una disciplina con pretensiones de ciencia. Romper, no obstante, con las formas tradicionales de eclecticismo y pragmatismo teórico-técnicos no significa rechazar de plano las contribuciones rescatables de aquellas. Debe ser posible replantear tales contribuciones en función a criterios científicos. 14 Así, debe entenderse que toda aplicación tecnológica efectiva lo es tal si se deriva de un nivel básico coherentemente entroncado con ella, excediendo los límites del simple pragmatismo (Ribes, 1977, trad. esp.). Entre otras cosas, eso involucra variar tanto la definición de los parámetros del cambio del individuo, como el discurso lingüístico que describe el universo de eventos englobado por las alternativas conductuales clásicas, en lo que tiene de dualista y organocéntrico. El concepto de interacción como objeto general y específico de la psicología enfatiza tales aspectos, recalcando que el comportamiento nunca se produce en el vacío, sino en contacto con un entorno y en diversos niveles de relación. Este enfoque permite establecer gran cantidad de datos indicativos paramétricamente respecto a cierta comunidad de relaciones comportamentales, definiendo en base a ello extensas clases de contingencias (Ribes y López, 1985). El modelo interconductual parece cumplir con las condiciones para cumplir con semejante tarea, aun cuando todavía quizá no haya madurado lo suficiente a nivel operativo. En el texto presente se parte del reconocimiento de que hay múltiples opciones tecnológicas comportamentales, y de que todas muestran en la práctica un grado de efectividad, a más de atenerse metodológicamente (por lo menos en parte) al paradigma watsoniano básico. Desde luego, hay grandes atingencias que pueden hacerse a la naturaleza filosófica, teórica y, sobre todo, orgánica, de muchas variantes mencionadas en este manual. Se dedican a ello algunos otros escritos del autor (Montgomery, 1998, 2000). Asimismo, hay aportes que pretenden esclarecer científicamente el papel de la mayoría 15 de las técnicas conductuales y sus prestatarios (Díaz González, Landa y Rodríguez, 1988). Por ello, en estaobra se obviarán la mayoría de las críticas que sientan diferencias entre dichas técnicas, enfatizando, por el contrario, todo lo que se juzgue consensualmente compartido como desempeño profesional eficaz. 16 PRIMERA PARTE Fundamentos 17 1. VARIANTES TEÓRICAS QUE SUSTENTAN LA INGENIERÍA DEL COMPORTAMIENTO 4 sta sección cumple el obligado requisito de presentar primeramente una breve exposición conceptual de los supuestos teóricos, que debe justificar por qué han surgido tantas expresiones de ingeniería comportamental. La idea es recalcar la configuración de un paradigma histórico que, en el más amplio de los sentidos, no es una “escuela” más al interior de la psicología, sino un intento crítico por rigorizar sus conceptos y sus métodos: una filosofía especial que despliega diversos modos de acción, sujetándose a algunos postulados fundamentales que tipifican su quehacer científico. Esas vías pueden ser susceptibles de error, y su misma evolución se halla sujeta a 4 Este capítulo se basa, parcialmente, en una charla dictada para el seminario: “A ochenta años del manifiesto de Watson”, en la Universidad Nacional Federico Villarreal (9-11 de diciembre de 1993). E 18 continuas desviaciones incluso en la definición de su objeto de estudio, aunque lo que podría llamarse su “perfil básico” se mantiene más o menos incólume. EL PERFIL DEL CONDUCTISTA Sin duda alguna, la concepción de un “paradigma conductista” unificado teóricamente es algo ilusorio. Más adecuado, desde el punto de vista expuesto aquí, es manejar ese concepto para designar una corriente multi- paradigmática que involucra por lo menos los siguientes aspectos: 1) Una filosofía empírica de la ciencia, o sea discurso analítico y metodológico que busca resolver los problemas de la disciplina recurriendo a los datos experimentales y técnicos, mediante los procedimientos históricamente desarrollados a partir del positivismo (aunque en última instancia no se reduzca a dicha opción). Con respecto a estos procedimientos se pueden mencionar, entre otros: a) el reconocimiento de que la conducta está sujeta a leyes y a un determinismo macroscópico; b) la necesidad de la observabilidad directa de por lo menos dos elementos de un fenómeno conductual (el estímulo y la respuesta); c) el recurso del operacionismo y la precisión de la medida; d) la replicación como una herramienta de certeza; e) el énfasis en el control por aislamiento de los fenómenos; y e) la cuantitatividad y objetividad de los datos (véase Mahoney, 1983, trad..esp.). 2) La aceptación explícita de un objeto de estudio: el comportamiento, como indicador básico de la actividad psicológica. Semejante aceptación puede ser: a) con- 19 dicional a la creencia de que la conducta es sólo la faz “externa” de dicha actividad (como en los modelos que introducen la variable molar “organismo” como estados mentales o fisiológicos causales); o bien b) como la propia actividad del organismo (total) en interacción con su ambiente físico, biológico y social (según lo suponen las variantes del conductismo llamado radical o interconductual). Skinner (1977, trad.esp.) y Kantor (1990, trad .esp.) han señalado el papel más consecuente del conductismo como filosofía especial de la psicología: una concepción para la que cualquier compromiso con las doctrinas trascendentalistas de la mente y el alma, y con el reduccionismo fisiologista, es nocivo para la disciplina. El planteamiento adecuado de los problemas de la psicología es, desde esa posición naturalista, el que parte de los criterios científicos y no de la especulación simple. Puede consultarse el reciente libro de Montgomery (1998) para mayor abundancia sobre estos conceptos. En síntesis, la filosofía especial de la psicología sirve para organizar una superestructura conceptual que acelera el desarrollo de la disciplina y resuelve su problemática. Esa superestructura es el análisis experimental del comportamiento, que sistematiza, describe, mide, manipula, controla, explica y predice los fenómenos del comportamiento. Asimismo produce un cuerpo científico a través de su investigación básica y aplicada. Gracias a ello se obtiene un lenguaje común que permite evaluar su aplicación tecnológica, una segmentación ajustada a criterios epistémicos rigurosos, categorías analíticas o descriptivas, etc. 20 En cualquier caso, es el detalle de la discretización de los componentes mínimos del comportamiento y las interrelaciones de los procesos que lo constituyen, así como el estudio de la manera en que las ramificaciones formadas a partir de allí se conforman para integrar segmentos continuos, algo que distingue el tipo de análisis y síntesis conductista. Watson partió de la concepción aportada por Pavlov acerca de la matriz diádica refleja estímulo- respuesta (sostenida a nivel psicológico por el conexionismo de Thordnike), como base para la formación de hábitos que se diversifican progresivamente en repertorios cada vez más amplios, como se ve en el esquema de la fig. 1.1, confeccionada con el riesgo de la simplificación excesiva. Las influencias filosóficas que han improntado el conductismo en sus múltiples variantes pasan por el atomismo griego, el hedonismo, el empirismo y el asociacionismo, el racionalismo cartesiano, el positivismo, la filosofía analítica, el materialismo dialéctico, la teoría de los sistemas, etc. La evolución histórica del “paradigma” conductual se ha desenvuelto a grandes rasgos como un traslado científico de las concepciones y metodología mecanicista de la biología evolucionista y la fisiología experimental, hasta los más avanzados campos teóricos de la psicología sistémica y cognitiva. Esto se ilustra en la figura 1.3, que resume dicha trayectoria indicando, mediante un diagrama longitudinal y transversal, las mutuas relaciones entre las variantes conductistas5. 5 Algunas de esas variantes, con la típica aversión del renegado hacia su lugar de origen, no sólo no se reclaman conductistas sino que se pretenden contrapuestas al conductismo (vgr.: los cognitivos sucedáneos de la línea de Tolman). Sin embargo, ateniéndose a las 21 E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R E-R Fig. 1.1. La expansión de los repertorios conductuales estímulo- respuesta hasta formar extensas cadenas de respuestas complejas, según la concepción expuesta por Watson, y que se muestra de diversas formas como una constante paradigmática.UN DIAGRAMA LONGITUDINAL Y TRANSVERSAL En las páginas siguientes se procurará ofrecer un panorama nutrido de las variantes aludidas, con referencia a una “genealogía” histórica que indique las principales matrices de desarrollo (análisis longitudinal), llegando finalmente a ver qué tendencias coexisten actualmente (corte transversal). El estilo adoptado para esta descripción se funda en las operaciones conceptuadoras de clasificación e inordinación. La primera enumera los conceptos definiciones dadas ut supra, en los apartes 1 y 2 , queda clara su verdadera filiación. En cualquier caso, son paraconductistas. 22 subordinados o especies cuya extensión es menor (teorías o modelos) contenidos en un género de mayor extensión (paradigma); y la segunda incorpora un concepto (por ejemplo conductismo) en el sistema de sus conceptos supraordinados (paradigmas), coordinados (teorías) y subordinados (modelos); como se muestra en el esquema de la figura 1.2: A) RADICAL CONDUCTISMO MOTIVACIONAL METODOLÓGICO PROPOSITIVO B) PARADIGMA TEORÍA I TEORÍA II VARIANTE I VARIANTE II VARIANTE I VARIANTE II Fig. 1.2. Ordenamiento de conceptos supraordinados, subordinados e inordinados de paradigmas, teorías y variantes conductuales De acuerdo a estas normas se presenta el diagrama de la figura 1.3 (al final de este capítulo), mostrando los antecedentes científicos que, fundamentalmente en el campo de la biología, favorecieron la aparición del conductismo. Las nociones evolucionistas (anticipadas por Aristóteles), que consideraban la posibilidad del surgimiento de la vida desde lo inanimado y el desarrollo de los organismos desde la estructura más simple hasta la más 23 compleja, fueron retomadas a comienzos del siglo XIX gracias a Lamarck, quien las incorporó a su teoría zoológica, recogida por Darwin. Este, experto en la crianza de palomas —especie extraordinariamente dúctil a la manipulación genética—, advirtió la variación y continuidad de los organismos en base a la selección natural. El ambiente evolucionista permitió el desarrollo de la fisiología experimental, basada en la disección de órganos. Bernard, maestro en ese campo, estableció un método paradigmático para la investigación posterior. Un alumno suyo, Sechenov, estudió los reflejos cerebrales (en organismos inferiores) para explicitar sus mecanismos y relaciones con los procesos psíquicos humanos, inaugurando la fisiología del sistema nervioso y la psicología comparada, de las cuales se derivaron nuevas corrientes. En la rama fisiológica destacó la investigación de los reflejos condicionados a través de Pavlov (nervismo) proporcionando la terminología básica de lo que sería posteriormente el análisis experimental de la conducta. Bechterev, por su parte, abordó el tema desde una perspectiva asociacionista relacional de neuroprocesos centrales y periféricos (reflexología), y Kornilov fincó su interés en la parte conceptual, afectiva y motora de las relaciones humanas (reactología). De la escuela reflexológica se desprendió además una especie de “conductismo” impulsado por Blonsky, de efímera existencia en las condiciones obligadamente “uniparadigmáticas” de la Rusia revolucionaria. En el ámbito de la psicología comparada se distinguió primeramente el trabajo de Thordnike (conexionismo), 24 quien elucidó la Ley del efecto, base del condicionamiento instrumental. Watson, a su vez, utilizando la metodología experimental de Pavlov (tomando su arco reflejo pero no su opción centralista) y de Thordnike (no su Ley), definió el objeto de estudio de la psicología, consolidándola como ciencia. De su matriz paradigmática (conductismo) surgieron las variantes que, entrelazándose entre sí o con otras corrientes competidoras (funcionalismo, gestalt, psicoanálisis), dieron lugar a teorías con distinto énfasis en ciertos aspectos de la conducta y en la interrelación organismo-ambiente. Después de Watson, G.H. Mead advirtió errores relativos a su falta de consideración hacia la conducta específicamente humana. Dicho enfoque, llamado “conductismo social” (I), repercutió notablemente en posteriores interpretaciones (Rotter, del “aprendizaje social” II, con más énfasis clínico, Staats, del “conductismo social” II [actualmente llamado “conductismo paradig- mático” o “psicológico”]; etc.). Luego, el conductismo se disgregó en dos grandes opciones debido a la inclusión de la variable “organismo” en el continuo E-R: la radical y la mediacional (o metodológica). La vertiente mediacional se dividió en las líneas motivacional (Hull) y propositiva (Tolman)6. Ellos influyeron sobre modelos tales como los “neurales” (por ejemplo Lashley o Hebb), de “aprendizaje social” I (Dollard, Miller, Mowrer), y II; “biofactoriales” (Eysenck) y “fraccionalistas” (Osgood). Adicionalmente, se derivaron 6 También hay que tener en cuenta una tercera opción cuasi-intermedia: la asociacionista de contigüidad (Guhtrie), con poca repercusión posterior. 25 modelos clínicos como el de “inhibición recíproca” de Wolpe y el “multimodal” de Lazarus. La opción radical se dividió en dos líneas: una, la “operante” (Skinner), cuyos desarrollos recientes se orientan hacia el “contextualismo” (Hayes) y el “teleologismo” (Rachlin); otra, la “interconductual” I (Kantor), de cuya matriz metasistémica se deriva el actual modelo interconductual II u organizativo (Ribes). Por el lado propositivo, específicamente, surgieron las variantes más heterodoxas: “conductuales-cognitivas” o “cognitivo-conductuales” (Ellis, Beck, Meichembaum, Mahoney, D’Zurilla, Lazarus, Feuerstein y otros), constructivistas (Mahoney, Meichembaum), “informacionales-ecológicos” (Neisser) y “conductual- operatorios” (Bruner), éste último ya lejano al conductismo. Existen también variantes mixtas como los del “conductismo psicológico” (Staats) y “social-cognitivo” (Bandura), que incorporan elementos respondientes, mediacionales y operantes. Pueden mencionarse igualmente el modelo de Gagné, producto de una mixtura informacional-cognitivo-operante, y modelos específicos referidos a sectores de interés aplicativo como la “terapia conductual dialéctica” de Linehan, cercana al cognitivismo, o la “biorretroalimentación” (N. Miller). El corte transversal impuesto de inmediato al observar las ramificaciones terminales, muestra que las vertientes actuales (con matices internos) son: 1. Radical operante y contextual. 2. Radical de campo interconductual. 3. Paradigmática. 4. Biofactorial-cognoscitiva. 26 5. Neural. 6. Social-cognitiva y cognitivo-conductual. 7. Informacional-ecológica. 8. Constructivista. De ellas es justo decir que parte de (6), (7) y (8) son ya intencionalmente periféricas o centrífugas a la concepción conductista (como se dijo antes, pueden llamarse “paraconductistas”). Además, han habido recambios y evoluciones de ciertos representantes en el área de su trabajo; por ejemplo Neal Miller, quien inicialmente se preocupó por armonizar los conceptos psicoanalíticos con los principios E-R (aprendizaje social I), interesándose luego por investigaciones de laboratorio sobre condicionamiento instrumental de respuestas autonómicas. Otro ejemplo notorio es Osgood, quien terminó su carrera muy metido en la teoría dela información. G. Miller se convirtió en cognitivo, y el último gran “transfuga” es Mahoney, quien derivó del aprendizaje social al constructivismo, donde también destaca Vittorio Guidano y su vertiente “cognitivo-estructural”. En suma, un panorama muy complejo y poco estable, tentativo y relativo al momento en que se hace la revisión. La tabla 1.1, de la siguiente página, resume apretadamente aquello que enfatiza cada una de las corrientes en cuanto a su investigación actual (centro de interés teórico y/o práctico). La revisión precedente debe probar que el conductismo histórico tiene facetas enormemente complejas, que su impronta sobre la disciplina psicológica es mucho mayor de lo que generalmente se admite, y que no 27 debe extrañar, por ello, que haya variantes tecnológicas igualmente prolijas como las que se verán más adelante. Tabla 1.1. Vertientes conductistas y para-conductistas actuales. VERTIENTE CENTRO DE INTERÉS Radical operante, contextual y analítico-funcional Conducta guiada por reglas Contexto lingüístico Radical de campo interconductual Conducta inteligente Lenguaje Paradigmática (“Psicológica”) Aprendizaje de conducta social compleja Biofactorial-cognoscitiva Factores de la personalidad Estados y rasgos Neural Biología de la conducta Genética conductual Social-cognitiva y cognitivo-conductual Procesos cognitivos relacionales Terapia racional Informacional-ecológica Percepción del ambiente y procesos de información Constructivista Constructos y narrativas personales Significados clínicos A continuación, por fin la figura 1.3., donde se ve (parcialmente) un diagrama histórico transversal y 28 THORDNIKE THORDNIKE THORDNIKE THORDNIKE CONEXIONISMO Evolucionismo - Materialismo siglo XIX Fisiología SN - Medicina Experimental Psicología Comparada WATSON PAVLOV REFLEXOLOGIA KANTOR INTER CONDUCTISMO I SKINNER CONDUCTISMO OPERANTE HULL CONDUCTISMO FORMAL TOLMAN CONDUCTISMO PROPOSITIVO RACHLIN CONDUCTISMO TELEOLOGICO EYSENCK CONDUCTISMO BIOFACTORIALISTA MILLER APRENDIZAJE SOCIAL I ROTTER APRENDIZAJE SOCIAL II RIBES INTER CONDUCTISMO II HAYES CONTEXTUALISMO FUNCIONAL STAATS CONDUCTISMO PSICOLOGICO BANDURA SOCIOCOGNITIVISMO ELLIS LAZARUS TREC MULTIMODAL longitudinal del paradigm a conductista. L as flechas no indican necesariam ente una influencia directa. F ig. 1.3 29 2. ELEMENTOS Y TIPOS DE INGENIERÍA COMPORTAMENTAL e puede definir sumariamente la ingeniería del comportamiento como la aplicación práctica y precisa de conocimientos científicos para la elaboración, perfeccionamiento y manejo de técnicas de esta- blecimiento, mantenimiento o eliminación de conductas humanas. En seguida se examinarán simplificadamente los principales supuestos de su concepción: SUPUESTOS DE LA INGENIERÍA CONDUCTUAL La conducta humana se conforma y puede describirse en base a leyes Plantea, así, preceptos y metodologías sistemáticas para el análisis experimental de la conducta. Este énfasis especifica relaciones de funcionalidad entre variables S 30 independientes y clases de respuesta, descubriendo sus parámetros de medición, registro y control. En el quehacer científico, explicar y predecir un acontecimiento es identificar las condiciones antecedentes que dieron lugar al hecho y demostrar que la descripción de aquel es deducible de leyes generales ya establecidas. Suele ofrecerse de Bergmann (filósofo en cierto momento muy ligado a K. W. Spence) un sencillo ejemplo que muestra cómo puede explicarse y predecirse un fenómeno partiendo de una pregunta que, en este caso, es: “¿Por qué hierve el agua?”, lo que da lugar a un silogismo (Reese y Lippsitt, 1976, trad. esp.; p. 24): a) Esto es agua. Condiciones antecedentes b) La estamos calentando. c) Cuando se calienta el agua, hierve. Esquema de una Ley d) Esto hierve (hervirá). Deducción-predicción Con la misma sencillez, se pueden sustituir las proposiciones del silogismo involucrando un procedimiento de ingeniería conductual. La pregunta, esta vez, podría ser: “¿Cómo decrece una respuesta de agresión?” a) Esta es una tasa de respuestas (TR) de agresión. b) Se le aplica una técnica conductual de costo de respuesta7 c) Cuando se aplica el costo de respuesta, la TR de agresión decrece. d) La TR de agresión decrece(rá). 7 Como parte de un sistema de economía de fichas. 31 El conjunto de postulados y la deducción constituyen una explicación descriptiva y predictiva de los hechos. El segundo ejemplo, no obstante, es diferente del primero: se refiere a eventos probables y, por lo tanto, no necesariamente causales. En dicho sentido, la naturaleza de la explicación psicológica es similar en todos los órdenes, sustituyéndose el tipo de conexión causal por el de dependencia funcional covariante o probabilitaria. Allí, la corrección implicativa de la fórmula tradicional: “Si X, entonces Y” (utilizada en las ciencias naturales y formales) por: “Dadas ciertas condiciones A y Z, si X y A, entonces Y”, utilizada en la psicología conductual, ilustra la diferencia. Al hablar de “principios y metodologías sistemáticas en función a leyes” no se atenta contra la base humanista de la intervención psicológica, como frecuentemente se interpreta, creyendo que su enfoque científico “robotiza” la relación entre el analista y su cliente. El caso es que la empatía, y todo lo que da calor humano a dicha relación, siguen siendo factores importantes dentro del marco sistemático; aunque es indudable que éste da menos espacio para la “espontaneidad”. Propicia una estrecha colaboración entre las áreas experimental y aplicativa Lo ideal para un ingeniero de la conducta es que tenga, a lo menos, sino un ejercicio directo, un conocimiento o interés por la investigación y sus resultados. Así, la condición básica para llevar a cabo eficientes procedimientos de intervención es aunar a las cualidades personales (vocación, empatía, etc.), y de experiencia clínica, un entrenamiento científico que permita el dominio 32 de técnicas experimentalmente probadas8 . La lista de investigaciones que dieron y dan lugar a estas técnicas es bastante larga. Un ejemplo de ello es la obra de Sandler y Davison (1977, trad. esp.). Viene a cuento traer aquí a colación el concepto formulado por Gramsci (1967, t.e.) acerca del intelectual orgánico, cuyo espíritu radica en la posibilidad de que no haya acción humana —incluso al amparo de un oficio técnico— que no manifieste alguna actividad intelectual. El intelectual orgánico, desde esta perspectiva, no es más que un técnico especializado que cumple funciones necesarias en el campo de la producción social, en conexión con el estamento que le da origen como organizador de las condiciones más favorables para su establecimiento. De semejante manera, en la idea conductual el psicólogo aplicado debe ser el intelectual orgánicamente ligado al básico, y como tal debe actuar en función al conocimiento científico aportado por aquel, retro- alimentándolo a su vez con los resultados que se desprenden de sus aplicaciones. El objeto de análisis es la interacción del individuo con su ambiente La interacción puede asumir diversas modalidades. Empíricamente, la conducta ocurre en un flujo de tiempo y8 Esta posición es discrepante con la tradicional, acerca de que el “ingeniero de la conducta” puede ser, en todos los casos, sólo un para- profesional entrenado en la ejecución de las técnicas. En la práctica más compleja, sobre todo con clientela individual, es evidente que las intervenciones mecánicas —típicas de la falta de dominio teórico de los simples ejecutores—, son inefectivas y desprestigian el enfoque de la conducta. 33 espacio (geografía) que tiene propiedades continuas relacionadas con diferentes fenómenos ambientales físicos (ecología) y sociales (demografía). En tal sentido, es susceptible de una descripción morfológica (topografía) mediante la cual pueden tomarse componentes de dicha continuidad (variables discretas llamadas estímulos y respuestas), con el fin de especificar su grado de fuerza (frecuencia, duración, latencia, intensidad) y su probabilidad disposicional de ocurrencia en un momento dado. Esta probabilidad se halla inserta en la filogenia (factores genéticos y fisiológicos) y en la ontogenia (factores históricos) del organismo. Tales parámetros constituyen regularidades que en una representación simplificada (y por tanto aproximativa) de fenómenos reales cuya complejidad se sabe mayor, se conceptúan de variadas formas (ecuaciones conductuales). Una de ellas es la de Kantor (1978, trad. esp.), que instaura una relación de campo integrado en la cual todos los elementos son interdependientes (funciones de estímulo- respuesta, factores disposicionales e históricos, medios de contacto). Otra es la de Kanfer y Phillips (1980, trad. esp.), que sintetiza cinco grandes conjuntos de variables presentes en la interacción individuo-ambiente: ESTÍMULO-ORGANISMO- RESPUESTA-CONTINGENCIA-CONSECUENCIA. Los estímulos son las condiciones intra o extra- orgánicas que se relacionan funcionalmente con el comportamiento, pudiendo evocar reacciones reflejas (como en el caso de los estímulos incondicionados), o requerir de un proceso gradual de discriminación que les da el papel de “señales” o “signos” (estímulos condicionados). En este caso típico de la conducta humana, es el ambiente social es que configura funciones sustitutivas (lingüísticas y simbólicas) de estimulación, que no requieren la presencia 34 explícita de algún objeto en particular. Por ello pueden ser estímulos las normas, las instituciones, los gestos no intencionados, etc.). El concepto para dimensionar un contexto situacional estimulativo ha sido propuesto por Barker (Cit. por Caballo, 1991, p. 859), quien sugirió llamar a la unidad de análisis del ambiente “escenario conductual” (con diversos componentes). El organismo incluye la consideración del estado biológico (genético, fisiológico, neurológico, bioquímico y mecánico), cognitivo (verbalización interna o pensamientos y creencias del individuo) y afectivo (estados de ánimo, actitudes, etc.), que operan como disposiciones facilitadoras o interferentes con el establecimiento de funciones de estímulo y de respuesta presentes o futuras. Las respuestas son aquellas acciones o repertorios variados del individuo que entran en relación con estímulos. Pueden ser respondientes (si son controladas reflejamente por alguno en particular), u operantes (si son controladas por las consecuencias que las siguen). Sus propiedades permiten agruparlas en clases genéricas con base en los parámetros de fuerza, geografía, topografía y demás que las caracterizan, constituyéndose en la unidad central del análisis evaluativo y modificador. Como los estímulos, también conforman funciones sustitutivas. La contingencia se entiende conceptualmente como la interdependencia de todas las variables presentes en un segmento de interacción, y analíticamente como una relación temporal entre los eventos antecedentes, las respuestas y sus consecuencias. Los diversos arreglos de esta relación modifican dinámicamente (momento a momento) el carácter del episodio contingencial (Ribes y López, 1985). 35 La consecuencia es aquel evento que sigue a la emisión de una respuesta. Si su efecto es reforzante (exitoso), tenderá a incrementar la fuerza o la probabilidad de que la respuesta vuelva a producirse. Si no lo es, el efecto será el contrario. La naturaleza del refuerzo puede atribuirse a la satisfacción de ciertas necesidades primarias o secundarias, o al escape de situaciones incómodas para el individuo. Entonces, en el trabajo conductual se acostumbra definir clases genéricas de fenómenos ambientales u orgánicos que comparten determinadas propiedades (fuerza [frecuencia, duración, latencia, magnitud], geografía, ecología, demografía, topografía y probabilidad, amén de la naturaleza fisicoquímica organísmica y/o convencional de los elementos) en torno a la definición de clases de respuesta y de estimulación (Viladrich, 1991); por ejemplo, la conducta de "cooperar con otros niños" puede componerse de múltiples acciones interpersonales (compartir juguetes, prestarlos, ayudar, etc.). Esto independientemente de que otras propiedades (contactos temporales, correspondencia funcional referencial o no referencial, etc.) ajenas a la definición hagan diferentes tales acciones (Ribes, Fernandez y López, 1980), siendo la unidad de análisis genérico la respuesta y su tasa. Técnicamente, se habla de enfoque molecular en el sentido de que cada miembro de una clase conductual es susceptible de ser estudiado en sus unidades básicas, fraccionadas para el efecto. Se habla asimismo de enfoque molar connotando que, a su vez, cada clase general puede: a) ser la referencia para descubrir el orden y finalidad subyacente a la variedad de sus elementos, lo cual conlleva sistematizacciones de áreas de investigación y 36 resolución de problemas teóricos, y b) constituir una herramienta heurística para abrir caminos en campos poco conocidos y profundizados (por ejemplo el examen de la conducta implícita llamada "pensamiento"). Tales enfoques no pierden de vista que sólo su estrecha ligazón puede asegurar el cumplimiento del principio de parsimonia —indispensable en la ciencia—, y por otra parte, que únicamente son categorías conceptuales de diverso grado (nomológicas y nomopragmáticas) para dimensionar el continuo conductual, cuyo flujo geográfico y topográfico no se detiene. Ahora, como en el caso de los modos de explicación, en los dos tipos de análisis hay gradaciones y relatividades. Los términos de "ejecución" y "desempeño", por ejemplo, no son equivalentes como factores moleculares. La ejecución o respuesta implica un tipo de actividad consumatoria, aislada y observable en un segmento muy pequeño de tiempo y espacio, en cambio, un desempeño puede concebirse como un conjunto de ejecuciones dirigidas a cierto logro (Montgomery, 2000a). Igualmente, en el enfoque molar existe lo que en teoría sistémica se llama holon (Anderson y Carter, 1994, trad. esp.), concepto señalador de que toda totalidad puede ser considerada también como instancia constitutiva de otra supraordinada. Por ejemplo, la conducta perceptual engloba una gran cantidad de componentes y parámetros respondientes, operantes, selectores, físicos y convencionales, etc.; pero a su vez es tributaria de formas más globales: las conductas simbólicas, lingüísticas y sociales. Obviamente tales precisiones muestran que no se afirma a rajatabla que el todo sea la suma de las partes, sino 37 que éste es en sí mismo una formación cualitativa distinta. La naturaleza de tales "cualidades" no se debe, por supuesto, atribuir a "esencias internas" o algo por el estilo, sino a configuraciones contingenciales cuya interacción produce efectos de otro orden. El caso es que las relaciones de un individuo con su entorno constituyen un campo complejo en que destaca la consideración de sistemas de interacciones: a) la situación inmediata en que se encuentra (un complejo de estímulos circundantes que comprendenobjetos, personas y eventos), describible siguiendo la pauta de observar quién está implicado en el episodio, qué sucede, cuándo y dónde se produce la conducta, b) la historia personal del sujeto y su aprendizaje, describible mediante la investigación sobre sus aspectos biográficos y la evaluación de sus conocimientos y habilidades, y c) los factores de tipo disposicional, determinados por sus tendencias a responder sobre la base de interacciones anteriores o estados fisiológicos particulares. Semejante red confluye en un sólo episodio que da lugar al comportamiento observado. Se basa en el rendimiento, tratando la conducta problema por sí misma Lo que importa, finalmente, es lo que el individuo hace o dice (Sulzer-Azzaroff y Mayer, 1991)9, y no el supuesto “conflicto” interno subyacente, sea éste concebido como “enfermedad” o como “pugna inconsciente”. La única medida válida de cualquier cambio en el comportamiento es 9 Esta afirmación debe tomarse como cierta en el contexto de lo dicho anteriormente acerca de las particularidades del comportamiento como interacción 38 el comportamiento mismo. No hay, en tal sentido, conductas “normales” ni “anormales” per se, estimándose que tales criterios obedecen a normas valorativas predominantes en la comunidad de referencias (enfoque estadístico), a veces impuestas por los intereses de estamentos dominantes con propósitos de marginación a ciertos grupos sociales. Al respecto, no se debe pasar por alto que, en calidad de verdadero científico aplicado, al profesional de la conducta tendrá que exigírsele una ética que discrimine la conveniencia o no de los cambios psicoterapéuticos o psicopedagógicos en el marco de los cauces ideológicos del análisis histórico-social (base y superestructura, clases sociales, modos de producción, ideologías de la clase dominante y dominada, etc.); que configuran, traduciéndose en circunstancias concretas, las contingencias en las cuales se desenvuelven los individuos (ver Ribes, 1975, pp. 18-19; Bayés, 1984, p. 202). Evidentemente, eso supone en el psicotecnólogo una cultura general sociopolítica y filosófica que muchos menosprecian, creyendo ingenuamente que sus procedimientos son “neutros”. En todo caso, debe quedar claro que dicho menosprecio no es parte de una doctrina conductual. La investigación seria muestra que las etiquetas psiquiátricas (reflejo ideológico supremo de una ética alienada) son pobres descriptores de la conducta de los individuos atípicos, no siendo confiables ni recomendables para la interacción del dador del servicio con su cliente por las implicaciones rotuladoras sugestivas que tienen, predisponentes a estereotipar juicios, entrevistas y procedimientos de intervención (Bayés, 1977; Mischel, 1981, trad. esp.). Por ello, aun cuando en algunas variantes 39 conductuales se siguen utilizando ciertos términos psiquiátricos como los especificados en el DSM IV o el CIE-10, estos no son en gran parte más que recursos metafóricos para conceptuar las características gruesas de la conducta general o de las respuestas-meta, sin mayor incidencia en la metodología. Especifica objetivamente las etapas del tratamiento y el registro riguroso de los repertorios del individuo en cada una de ellas Destaca, en dicha línea, el análisis del cambio individual y su estudio intensivo y controlado a través de las fases inicial, intermedia y final de la intervención, mediante registros y gráficas que muestren la evolución de la fuerza y/o topografía de las respuestas, de acuerdo con la técnica utilizada. Este análisis puede o no incorporar procedimientos estadísticos y psicométricos (véanse Castro, 1979; Silva, 1993). Aplica los principios experimentalmente confirmados Toda la tecnología conductual se extrae, esencialmente, de una serie de regularidades certificadas por su prueba en condiciones repetidas. En especial los principios del reforzamiento y la extinción, el contracondicionamiento, la discriminación y el mode- lamiento. La obra de Sandler y Davidson (1977, trad. esp.), ya mencionada en este mismo capítulo, muestra gran cantidad de ejemplos referidos a la investigación experimental de esos procesos. 40 Aun cuando algunas malas interpretaciones del análisis experimental de la conducta (como la de Nudler, 1979, trad. esp.) dudan de la ligazón de sus principios con las aplicaciones conductuales, de ellos se derivan multitud de variaciones y técnicas operativas para gran cantidad de problemas, al punto que, con toda seguridad, se puede decir que no existe otro enfoque psicológico que haya desplegado sus aplicaciones a tantos campos del quehacer humano y con tanta efectividad. En Montgomery (2000b) se hace un balance sumario de tales contribuciones. TIPOS DE INGENIERÍA CONDUCTUAL El amplio rango de procedimientos tecnológicos agrupados bajo la denominación de ingeniería de la conducta puede dividirse en dos tipos genéricos: a) tecnología del control por el estímulo, y b) tecnología de administración de contingencias; cuyas relaciones se sintetizan en la composición de la secuencia de tres términos (Homme y cols., 1977; trad. esp..): Tecnología de Estímulo control por el estímulo discriminativo INGENIERÍA DE LA CONDUCTA Tecnología de Actuación administración de contingencias Hecho reforzante Igualmente, las combinaciones de ambos tipos y la naturaleza de los valores asumidos para dar cuenta de la secuencia, originan líneas novedosas para el planteamiento de los problemas y las soluciones. A esas líneas se les 41 podría llamar: c) tecnologías mixtas y tecnologías heterodoxas, según su grado de “acercamiento” o “lejanía” del tronco primitivo. Cabe manifestar que a la tecnología de tipo (a) corresponde el desarrollo primario de la terapia conductual (TC), a la de tipo (b) el desarrollo de la modificación de conducta (MC) o análisis conductual aplicado (ACA), y a la de tipo (c) el desarrollo de las terapias de aprendizaje social y cognitivo-conductual. Seguidamente, se verá cada rubro. TECNOLOGÍA DE CONTROL POR EL ESTÍMULO Terrace (1976, trad. esp.) define el control por el estímulo como el grado en que el valor o magnitud de un evento antecedente determina la probabilidad de ocurrencia de una respuesta condicionada. Esta definición de laboratorio es variada por Homme y cols. (1977, trad. esp.) en función a las preocupaciones aplicadas sustituyendo “valor o magnitud” por “presencia o ausencia” del estímulo (p. 55), en una relación de probabilidad dicotómica. Como lo involucrado en esta tecnología es la organización de los estímulos a los que responde un individuo, Kanfer y Phillips (1980, trad. esp.) prefieren utilizar el epíteto de “control de las relaciones estímulo- respuesta” (p. 113), haciendo hincapié en que los elementos de la ecuación conductual subyacentes a tal enfoque son los de E-O-R, y su sustento experimental el paradigma pavloviano. Según se sabe, el paradigma del condicionamiento clásico pavloviano incluye las operaciones de: a) medición 42 de una respuesta incondicionada (salivación) ante la presentación de un estímulo incondicionado (polvo de carne); b) apareamiento repetido de dicho estímulo con uno neutral (sonido contingente), y c) medición de la misma respuesta (ya condicionada) tras la aplicación del estímulo inicialmente neutro y ahora dispuesto conlas mismas propiedades elicitadoras del estímulo incondicionado. Al experimentar estos procedimientos apareando estímulos “nocivos” (ruidos fuertes, tareas sobrecargadas, choques eléctricos, etc.), apareció el fenómeno de “neurosis experimental” en niños y animales: respuestas de desarreglo nervioso y somático (sudores, temblores, taquicardias, etc.) acompañadas de conductas de emergencia, evitación o escape. Asimismo se investigaron los trastornos emocionales extendidos a manifestaciones de desórdenes corporales graves (asma, colitis, úlceras), aprendidos mediante cadenas de respuestas inadaptativas (Sandler y Davison, 1977, trad. esp.). La terapia conductista El mérito de ser el primer hito histórico de extensión terapéutica de los reflejos condicionados a la neurosis (concretamente a pacientes con problemas de asertividad), corresponde a Salter, en 1949 (Delgado Senior, 1983; p. 132). Su terapia, basada en la hipótesis de que los transtornos neuróticos son resultado de una inhibición cortical, no consta, sin embargo, más que de algunos ejercicios elementales de entrenamiento asertivo. Dollard y Miller, en 1950 (1981, trad. esp.) hacen el replanteo inicial de la teoría estímulo-respuesta de la personalidad (variante hulliana) a la psicoterapia tradicional 43 de corte psicoanalítico. Aunque aceptan los constructos fundamentales del psicoanálisis y el modelo de relación interpersonal imperante en la clínica, sustentan la necesidad de organizar los datos empíricos en torno al aprendizaje y desaprendizaje de la neurosis. Para ellos, la conducta neurótica sigue siendo, sin embargo, “síntoma” de conflictos centrales subyacentes. Sucedáneos a tal enfoque, aunque con características distintas, son teóricos como Eysenck (1983, trad. esp.) y Wolpe (1981, trad. esp.), quienes, como dice Graziano (1977, trad. esp.): “proponen unas concepciones de las neurosis claramente similares, considerándolas como pautas de hábitos desadaptados, constituídos y establecidos mediante condicionamiento” (pp. 20-21). Como Dollard y Miller, consideran que el reforzamiento viene por reducción del impulso, pero no aceptan que la neurosis sea una condición central interna. Eysenck, lo mismo que Wolpe, piensa que la propia conducta neurótica es la condición neurótica (enfoque sintomal de respuestas emocionales inadaptativas), por lo que la estrategia de solución es, genéricamente: a) identificar sus estímulos controladores, y b) tratar de debilitar sus vínculos, fortaleciendo en cambio aquellos con nuevas respuestas adaptativas (Hall y Lindzey, 1980, trad. esp.). Habiendo esta corriente tomado inspiración de Hull y Pavlov, sus contribuciones conforman la representación por excelencia de la terapia conductista clásica, que, desde la órbita de sus autores (Eysenck y Wolpe), incluye además de la extinción y recompensa, las prácticas del contra- condicionamiento para tratar neurosis ansiógenas, la terapia asertiva para mejorar aspectos de personalidad, y la terapia aversiva para desviaciones sexuales, vicios, etc. (véase 44 Eysenck, 1987, trad. esp.; para una revisión exhaustiva de sus aportes en cada campo). La mayoría de estos procedimientos no implican el condicionamiento clásico “puro”, por las varianzas impuestas en diferentes organizaciones temporales del control por el estímulo, de modo que las técnicas derivadas de su ingeniería —salvo la extinción respondiente y la estimulación aversiva directa—, podrían enmarcarse también con propiedad en la línea llamada “mixta” por el autor del presente libro. Debido a razones históricas y didácticas, no obstante, se mantienen como aportes especiales de la TC. TECNOLOGÍA DE LA ADMINISTRACIÓN DE CONTINGENCIAS Lo definitorio en este tipo de tecnología es la medida en la cual la presencia o ausencia de un evento consecuente aumenta o disminuye la probabilidad de ocurrencia de una respuesta. Su paradigma de sostén es el condicionamiento operante, elaborado por Skinner (1989, trad. esp.) sobre la Ley del Efecto de Thordnike, partiendo de la especificación de una relación contingencial entre la respuesta y su consecuencia (R-K-C) en un determinado arreglo temporal. Los primeros estudios experimentales relativos a transtornos de la conducta señalan un fenómeno llamado “supresión condicionada”, ocasionado por procedimientos en los cuales un estímulo inicialmente neutro adquiere propiedades aversivas incidentes en la interrupción de la respuesta instrumental; fundamentando la adquisición operante de la ansiedad (Estes y Skinner, 1974, trad. esp.) y de la evitación (Sidman, 1972, trad. esp.). También 45 destacan investigaciones sobre masoquismo, agresión, delusión verbal y otras patologías (ver la antología de Ulrich, Stachnik y Mabry, 1972, trad. esp.). El enfoque operante tiene corolarios más amplios que los extraídos del paradigma respondiente, porque la administración de contingencias, al tomar también principios experimentales de éste último, abarca tanto los estímulos antecedentes como los consecuentes. Así, su modelo tecnológico se aplica tanto a la clínica como a la educación. La modificación de conducta Paradójicamente, la denominación “terapia de la conducta” aparece en el seno de la MC, por aplicarse inicialmente de forma consciente para problemas de orden clínico, con esquizofrénicos (ver Skinner, 1974, trad. esp.). Luego, Eysenck recoge el apelativo y lo adecúa a su propio enfoque, quedando entonces el rótulo de modificación de conducta o análisis conductual aplicado para la tecnología derivada de la administración de contingencias, distinguible además por su metodología de control, diseño intrasujeto, selección de variables estrictamente observables (sin la mediación de constructos mentalistas o fisiologistas), la precisión de las medidas, etc. (Baer y cols., 1972, trad. esp.). En el modelo operante los tecnólogos de la conducta programan y ejecutan, mediante la utilización de refuerzos apropiados, formas de moldear el comportamiento terminal deseado y debilitar las respuestas no deseables. La introducción del método de economía de fichas como un sistema de reforzamiento basado en el uso de objetos cambiables que se dan al individuo de manera contingente a 46 dichas respuestas (Ayllon y Azrin, 1974, trad. esp.), es el hito más sistemáticamente elaborado dentro de la modificación de conducta, así como la tecnología instruccional (planeamiento programado de objetivos pedagógicos y su cumplimiento en etapas) lo ha sido en el ACA, con mayor énfasis en la educación. Aparte de ello, prácticamente no existe campo alguno donde no se desplieguen procedimientos operantes de cambio conductual. Sus recursos principales son técnicas derivadas del reforzamiento, la extinción y el castigo. La renovación de este enfoque viene con el contextualismo de Hayes (1987, 1994), quien supone fundamental el papel del lenguaje en la estructuración de reglas que rigen la conducta operante. Ergo, las contingencias se consideran conformadas por un contexto social verbal, y, a partir de allí, se postulan los procedimientos de la terapia de aceptación y compromiso como una alternativa contextual operante al uso de técnicas con fundamento cognitivista y constructivista. TECNOLOGÍAS MIXTAS O HETERODOXAS En rigor, es un hecho que la práctica combinada de las tecnologías conductuales —a veces con el añadido explícito de variables “sobresignificativas” (constructos)—, es lo más frecuente. Para efectos de mejor comprensión, se divide este tercer grupo en tecnologías mixtas (que hacen prevalecer mezclas de procedimientos operantes y respondientes), y heterodoxas (que además de ello incluyen conceptos mentalistas). Estas líneas se han englobado indistintamente con los epítetos de “modificación de conducta” (Mahoney, 47 1983, trad. esp.), o “terapia de la conducta” (Kanfer y Phillips, 1980, trad. esp.); en ocasionescon el adjetivo de “cognitivas”10. Tecnologías mixtas Generalmente se reconoce que la diferenciación hecha con fines experimentales entre los procesos de condicionamiento respondiente y operante es no sólo artificial, sino también ficticia. El estímulo incondicionado casi siempre tiene funciones reforzantes, y además, como señala Staats (1979, trad. esp.), directivas para clases de respuestas más amplias que la simple conducta operante. Pese a que al principio se creyó que el condicionamiento clásico sólo afectaba tipos de respuestas emocionales e involuntarias, y el instrumental solamente respuestas motoras y voluntarias, las investigaciones de Miller, en 1969 (ver Ardila, 1985, pp. 70 y ss.), sobre la posibilidad de condicionar operantemente las respuestas del sistema nervioso autónomo, echan por tierra tales diferencias; propiciando además el surgimiento de una interdisciplina llamada “medicina conductual”, que procura equipar al individuo bajo tratamiento de un control de sus sistemas interoceptivos alterados (presión sanguínea, cortical, sensibilidad cutánea, migraña, etc.). 10 Eysenck, en su prólogo al reciente libro editado por Caballo (1997) con contribuciones de psicoterapeutas hispanos, se refiere a lo redundante que resulta denominar “cognitivas” a las terapias conductuales, pero justifica dicho apelativo señalando que, después de todo, ese rótulo parecería quitar piso a las “objeciones ignorantes” de los profanos que pretenden negar que el análisis de la conducta no se ocupa de procesos cognoscitivos. 48 Las primeras aplicaciones mixtas de modificación conductual se dan en los años veinte, eligiéndose como sujetos de estudio a niños pequeños y como reacciones condicionadas las fobias. Aunque se pensó aplicar procedimientos de puro control por el estímulo, el análisis actual de las situaciones experimentales muestra que en realidad también estuvieron involucrados elementos de condicionamiento operante. En el caso de Watson y Rayner (1972, trad. esp.), la situación incluyó una variable de castigo como “estímulo incondicionado” (golpear una barra produciendo un fuerte ruido, cada vez que el niño se acercaba a una rata u objeto peludo). En el caso de Jones (citado por Rachman, 1979, trad. esp.; p. 11), se descondicionó la fobia a un animal apareando la administración de dulces con su presencia. Esos experimentos se desenvolvieron en el marco general del contra-condicionamiento, que dista mucho de ser una aplicación “pura”. Entre los modelos que fundamentan procesos terapéuticos semejantes, destacan el de “conflicto” de Miller, el de “paradoja neurótica” de Mowrer y el de “inhibición recíproca” de Wolpe (Sandler y Davison, 1977, trad. esp.), cuyo denomonador común es el interés por los problemas de ansiedad neurótica. Los dos primeros modelos acogen explícitamente el argumento de la “pulsión” como energía sobrante de diverso cuño, cuya reducción poseería propiedades reforzantes para el individuo. Su estrategia, pues, consiste en reducir dicha energía mediante técnicas de: a) escape de la situación aversiva o molesta, b) recompensa de respuestas alternativas, y c) castigo de la conducta mal adaptada. 49 El modelo de inhibición recíproca es más complejo y, aunque se basa en hipótesis neurales discutibles, muestra una efectividad relacionada con la provocación de respuestas antagónicas (por ejemplo la relajación), que inhiben la aparición de la ansiedad (Wolpe, 1980, trad. esp.). Por otra parte aflora la terapia de conducta paradigmática (Staats, 1990), ahora llamada “psicológica”, una renovación del conductismo social II que visualiza la personalidad como la integración de repertorios cognitivo- lingüísticos, emotivo-motivacionales y motor-sensoriales. En la modalidad interconductual o de campo (Ribes y Sánchez, 1990; Díaz González y cols., 1989; Ribes y cols., 1990; Ribes, 1993), se cuestiona la pertinencia de un examen comportamental e intervención basados en el marco explicativo de la teoría del condicionamiento, pero se asume que los procesos respondientes (llamados contextuales) son parte constitutiva de los operantes (llamados suplementarios), conformando ambos, a su vez, la base sobre la cual se erigen los niveles superiores de la conducta humana (llamados sustitutivos). La solución a los problemas de dicha conducta implica, según eso, que deben ampliarse los parámetros de análisis de modo que incluyan tales niveles, para lo cual se postulan diversas dimensiones fundadas en categorías de tipo disposicional (estilos de interacción, motivos y competencias del individuo), situacional social (como la conducta afecta y es afectada por otros), y macrocontingencial. Tecnologías heterodoxas Este grupo de tecnologías se bifurca en dos líneas: una proveniente del aprendizaje social y otra más disímil 50 por lo ecléctica, que suele abarcarse con el nombre de variantes cognitivo-conductuales. a) El aprendizaje social I y II. La teoría e investigación del aprendizaje social se llevó a cabo desde los años cuarenta, por los modelos de “reducción de la pulsión” (Miller, Dollard, Mowrer); del “refuerzo positivo” (Skinner), y de la “expectancia” (Rotter). En todos ellos, el papel de la recompensa a las respuestas de imitación del modelo observado parece ser el factor crucial. La opción de Rotter (aprendizaje social II), de la que puede hallarse un fragmento en la obra de Millon (1974, trad. esp.) y algo más nutrido en Rotter (1964, trad. esp.), afirma que hay un locus (centro) de control interno (cuando el individuo decide su acción) y otro de control externo (cuando las circunstancias lo obligan a ejecutar una conducta). La predominancia de alguno de ellos determina las características de su personalidad. Además incide en que la tendencia a ejecutar un determinado tipo de conducta es, parcialmente, función de la expectancia del individuo por consecuencias gratificantes. Bandura y Walters (1977, trad. esp.; aprendizaje social III) sin embargo critican la variante anterior por no explicar la aparición de respuestas aun no aprendidas. Igualmente destacan que puede haber aprendizaje por observación sin necesidad de refuerzo directo, planteado como hipótesis que el refuerzo al modelo (vicario) es el proceso principal, lo cual lleva a postular variables mediadoras alternas a la expectancia (memoria, percepción, etc.) entre las operaciones de aprendizaje y la ejecución física de la conducta del sujeto que observa. El enfoque de aprendizaje social tiene que ver, pues, con el desarrollo de nuevos repertorios (actitudes y 51 habilidades) a través de la exposición de un individuo ante el comportamiento de otros, y fue propuesto para “superar” las insuficiencias de la extrapolación E-R de laboratorio con animales a la conducta humana, señalándose que la autoverbalización, el pensamiento y demás procesos simbólicos modifican la asimilación “pasiva” de patrones de respuesta. Sus aplicaciones incluyen tratamientos por modelado de comportamientos positivos (refuerzo vicario, ensayo conductual), o de reducción del temor (extinción respondiente vicaria) ante estímulos aversivos. Este enfoque ha sido renovado recientemente por Bandura (1987, trad. esp.), quien, aparte de bautizarlo como sociocognitivo, ha introducido conceptos de “reciprocidad triádica” o “determinismo recíproco” entre acción, cognición y factores ambientales. b) Las aproximaciones cognitivo-conductuales. He aquí una baraja de opciones clínicas y educativas que oscilan entre el seguimiento más o menos consecuente de los principios operantes y respondientes de orden “encubierto” (véase Upper y Cautela, 1978, trad. esp.), pasando por las alternativas que vinculan de alguna manera sus constructos mediacionales con una metodología de base empírica (Meichenbaum y Jarenke, 1987, trad. esp.), y aquellasque utilizan libremente tales constructos (en algunos casos de procesamiento de información), pero en el marco de una instigación sistemática (Ellis, 1980, trad. esp.; Feuerstein y cols., 1980; Beck y cols., 1983, trad. esp.; Lazarus y Folkman, 1986, trad. esp.; Linehan, 1993); hasta los eclécticos que combinan todo lo anterior con técnicas introspectivas (Lazarus, 1984, trad. esp.); incluyendo en casos ayuda farmacológica (Marks, 1983, trad. esp.). Un ingrediente saltante de estas formulaciones es el énfasis en 52 el logro del autocontrol de conductas verbales o afectivas en el individuo, mediante un entrenamiento o instigación de su capacidad. La variante del condicionamiento encubierto consiste en aparear sistemáticamente estímulos reales como imaginativos a fin de fortalecer o debilitar respuestas, según las necesidades terapéuticas. Parecido es el modelo de entrenamiento autoinstruccional de Meichembaum, que privilegia el “discurso interno” como autoguía para mejorar la interacción individual. En cuanto a Beck, Ellis y Lazarus, manejan enfoques de “reestructuración cognitiva”, consistentes en eliminar las ideas irracionales evaluando su lógica errónea y sustituyéndola por otra mejor. Arnold Lazarus prefiere una terapia multimodal “personalista” que adapte la técnica al caso específico sin importar si su sustento básico es conductual o no. Marks, finalmente, acude al clásico modelo psiquiátrico añadiéndole controles más rigurosos. Las tecnologías mixtas y heterodoxas constituyen indudablemente la faz actual y más difundida de la ingeniería conductista en el área clínica, y su avance es vertiginoso. Como dice Martin (1985, trad. esp.): Nos sentimos verdaderamente impresionados por el abundante número y el vigor de los trabajos de investigación y actividad clínica en el campo de la terapia conductual. Constantemente se descubren nuevas técnicas. La investigación sobre su mecanismo y sus fundamentos se publica con tal celeridad, que resulta difícil estar al corriente con ella. (p. 212) A tal punto se manifiesta esa celeridad que hay varios recambios en la conceptualización de las variantes más heterodoxas, como lo muestra la conversión de Mahoney y 53 Meichembaum en adeptos al constructivismo, declarando como “asociacionistas” a las aproximaciones anteriores y acercándose todavía más al mentalismo (Pérez Álvarez, 1996). Otros declarados constructivistas, como Guidano y Liotti, a pesar de su cercanía con el enfoque de Kelly (contructos personales), aún se sienten “conductual- cognitivos”. En los últimos capítulos se hace una mención de la mayoría de técnicas actuales de ingeniería del comportamiento, agrupadas en algunas categorías básicas. 54 SEGUNDA PARTE Aplicaciones 55 3. PROBLEMAS APLICATIVOS esempeñar labores aplicativas es parte de la obligación profesional. Sin embargo en la ingeniería conductual esta actividad no está exenta de problemas ni de cuestiones que deben clarificarse primero antes de pasar a la acción. Algunas de ellas se examinan en este capítulo. PAPELES DEL PROFESIONAL DE LA CONDUCTA Tradicionalmente se ha escindido la psicología humana en cuatro grandes ramas, según las peculiaridades de cada campo de acción: clínica, educativa, social y organizacional. A su vez, hay aspectos básicos (teórico- experimentales) y aplicados (prácticos) en cualquiera de esas áreas, los cuales, por lo general, entran en contradicción cuando no se tiene una doctrina del tipo de continuidad que necesita establecerse desde los principios y conceptos más elementales hasta los más avanzados (con D 56 ciertas limitaciones, como se verá en el último apartado de esta sección). Para la perspectiva conductual, la continuidad se refleja como una progresión de niveles fundamentada por las leyes del aprendizaje. En este contexto la ingeniería de la conducta dispone de un cuerpo unitario de procedimientos generales, aplicables a la multiplicidad de aspectos relacionados con la adquisición y desaprendizaje de comportamientos específicos (con las variaciones lógicas de cada esfera especial y/o el nivel en que se utiliza). El profesional orientado hacia la terapia y/o modificación de la conducta se mueve o debe moverse en esa serie de planos con suficiente soltura. Teniendo en cuenta esto, la naturaleza diversa de los problemas enmarcados en las grandes ramas mencionadas no presenta barreras que las distingan unas de otras en forma clara, con relación al trabajo estrictamente psicológico. En todas esas parcelaciones de la psicología humana, el profesional de la conducta puede desempeñarse como: 1) Investigador, sometiendo hipótesis a verificación, confeccionando diseños y programas, construyendo pruebas, listas de chequeo y escalas, entrenando personal para el manejo y disposición metódicos, etc. 2) Psicómetra, tomando, procesando e interpretando diversos test con vistas a orientaciones individuales o de grupo. 3) Ingeniero propiamente dicho, manejando técnicas de modificación o terapia del comportamiento. 4) Facilitador de relaciones humanas, asesorando personas y grupos en situaciones interindividuales y colectivas. 57 Tales tareas suponen que la preparación académica debe apoyar un desempeño amplio, sin querer decir por ello que se abandone la especialización. Como dice Fernández (1974; pp. 293-294): La tarea del psicólogo, en general, es la de crear, modificar o predecir conductas. Cuando cambia la de un ejecutivo en una empresa mediante un adecuado entrenamiento, le llamamos industrial; cuando pronostica, en base a las respuestas a una escala de actitudes, el incremento en el prejuicio contra un grupo minoritario, le denominamos social; cuando hace desaparecer los síntomas desadaptadores de la conducta de una persona, le llamamos clínico, etc. Pero esto no quiere decir... que un clínico no pueda predecir las actitudes de una comunidad, o que un inductrial no pueda eliminar conductas indeseables, o que un social no pueda entrenar ejecutivos... Los tres son especialistas en una ciencia que proporciona, a través de métodos comunes, la oportunidad de manejar cualquier tema relacionado con la conducta de los organismos. EL APLICADOR Y SUS FUNCIONES Siendo el ingeniero de la conducta un planificador científico y un técnico a la vez (hay que recordar la noción, ya mencionada en un anterior capítulo, de “intelectual orgánico”), puede cumplir funciones terapéutico- educacionales de consejero (asesor, orientador), instigador (incitador a la acción si ésta tiene una baja probabilidad de ocurrencia), entrenador (modelador y supervisor de competencias), auspiciador (coordinador de otros sujetos que ayudan a la intervención), regulador (diseñador de contingencias), tutor (orientación de dominio o guía directiva) o mediador (orientación de afrontamiento o guía de propiciación de aprendizaje). 58 La tutoría y la mediación propenden a convertirse en funciones cardinales respecto a las demás, ya que establecen la orientación general que asume el aplicador conductista de acuerdo con un estudio previo de las capacidades y potencialidades de su(s) cliente(s). Si de esa apreciación se deduce, por ejemplo, que la persona bajo análisis posee una configuración pasiva y receptora, es conflictiva o carece de la edad o de repertorios suficientemente complejos, es de suponer que ella respondería mejor a una estrategia directiva de intervención centrada en la modificación de déficit y excesos (tutoría). Si, por el contrario, se llega a la conclusión de que el cliente es activo y responsable, teniendo la edad, inteligencia y autocontrol mínimo suficiente, la intervención hará uso de una lógica centrada en la red de relaciones sociales, prácticas valorativas y competencias,
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