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k La decisión de otorgar el Premio Nacional de ES Literatura a Alfonso Calderón reszlcita antiguas u polémicas sobre la %L natzlralexa delgalardón C. creado en 1942. Q$$ 9.i ~ O N I A L IRA Y A R C E L O S O T O a historia del Premio Nacional de Literatura es rica en guerri- llas literarias del más variado calibre. Por eso, lo más proba- ble e s que la polémica que sus- bitó la reciente elección de Alfonso Calderón 67) sólo pasará a engrosar una larga lista le controversias. Comparada con el escándalo que provocó la premiación en 1977 de Rodolfo Oroz -cuestionado por ser un lingüista y no un creador- o cuando se le negó a Vicente Huido- bro porque era “rico” (en 1947), la polvareda le- vantada por Calderón parece menor. En efecto, salvo pocas excepciones, nunca han faltado ra- zones para censurar la concesión de este pre- mio, creado en 1942 con la idea de ayudar al poeta Augusto DHalmar, sumido en la pobreza. Más que cuestionar los méritos literarios de Calderón, el grueso de las acusaciones apunta al procedimiento que rige la entrega del pre- mio, que desde 1980 se otorga cada dos años Para colmo, en esta última versión se dio un: serie de condiciones que alimentaron tesis co mo la sostenida por Volodia Teitelboim, uno dc los candidatos, en el sentido de que se trató dc una decisión de naturaleza “extra literaria”. Antes de darse a conocer el veredicto, e nombre de Guillermo Blanco, autor de Grucih y el forastero, era mencionado como seguro ga nador. Incluso, las secciones literarias de algu nos diarios ya tenían preparadas ediciones es peciales dedicadas a Blanco (la Revista de Li f@ 49.31; 90 QUE PASA 3 DE OCTUBRE DE 1998 ‘ros de El Mercurio, por ejemplo, iba a ‘ublicar un cuento inédito suyo en caso e ser elegido). De ahí que la sorpresa haya sido ma- úscula cuando se supo que el favoreci- o era Calderón, quien no estaba entre 3s favoritos. Este grupo lo lideraba {lanco, seguido de Teitelboim, y luego e mencionaba a Fernando Alegría y u i s Merino Reyes. Con menores pro- )abilidades, surgía el nombre de Enri- lue Lafourcade. Aumentó la perplejidad el que Calde- .ón no fuera conocido más allá de los :írculos literarios, como él mismo ad- nite. “A pesar de tener 50 años dedica- 30s a la literatura y de haber publicado más de 40 libros propios y otras 40 an- tologías y ediciones, mi relación con el público es inexistente”, explica. Asimismo, algunos objetaron que se tratara más bien de un cronista -aunque también ha escrito poesía- y no de un na- rrador nato como Blanco. Fernando Ae- &a, dando cuenta de la herida causada por la derrota, llegó a señalar que “se pa- só una aplanadora encima de autores que tienen una obra firme y cuantiosa”. Esto, sin embargo, es refutado por el crítico Ignacio Jalente, quien consi- dera que el premio es justo “por la obra múltiple de Calderón y, sobre todo, por sus monumentales memorias”. Lo mis- mo opina Lafourcade al describir al re- cién electo Premio Nacional, como un “trabajador incansable de la literatura”. Pero sin duda, fue la inasistencia de un miembro del jurado el hecho que ali- m p t ó la controversia. La ausencia del rector de la Universidad de Playa An- cha, Norman Cortés, disminuyó a cua- tro el número de jueces: a saber, el mi- La ley que creó el Premio Naciom =_ Literatura en 1942 decía que el galar- dón debía ser concedido, “por una vida entera entregada al servicio de la litera- tura”. En efecto, para muchos intelectuales el galardón era una especie de jubi- lación para escritores y no tanto el reconocimiento del talento de una pluma. Por ejemplo, en 1947 lo obtuvo el poeta Samuel Lillo, quien atravesaba por una difícil situación económica, en lugar de Vicente Huidobro. Otro de los premios controversiales fue el concedido en 1974 a Sady Zañartu. Según cuenta Luis Merino Reyes en su libro Escri- tores laureados con el Premio Nacional, el ministro de Educación de la época que presidía el jurado pi- dió la fecha de nacimiento de los postulantes “y así venció Sady Zañartu”, quien enton- ces contaba con 81 años. Su principal ri- val era el escritor Alberto Romero, quien resultó desfavorecido por un comentario formulado por otro de los integrantes del jurado de la época, quien consideró que los títulos de sus libros eran “deprimentes”. En contra del indiscutible talento de Pablo de Rokha jugó su carácter belige- rante y sus numerosos adversarios. Su elección como Premio Nacional de Lite- ratura en 1965 sólo fue posible gracias a una conspiración de sus amigos para que lograra obtener los votos suficientes en el jurado. La conclusión es que nunca han faltado argumentos en favor o en contra de los escritores. En 1955, cuando lo obtiene Francisco Antonio Encina, un grupo reclamó que se trataba de un historiador y no de un escritor. Cuando en 1959 se lo entregan a Alone (Hernán Díaz Arrieta) el problema surgió porque se tra- taba, básicamente, de un crítico literario, mientras que a Benjamín Subercase- aux se le recriminó que no fuera un “creador”. Pablo de Rokha , es “un conjunto de notas d Aquí en Provenza, en medio del olor de nistro de Educación, José Pablo Arellano; el Premio Nacional de Literatura 1996, Miguel Arteche; el rector de la Universidad de Chile, Luis Riveros, y el presidente de la Academia Chilena de la Lengua, Alfredo Matus. De acuerdo con diversas fuentes, en princi- pio se provocó un empate a dos votos entre Blanco y Teitelboim. Finalmente y tras dos ho- ras de deliberaciones, surgió el nombre de Cal- derón. Debido a la naturaleza secreta del voto, no existe certeza de quién voto por quién. Aunque ha sido desmentida por los miem- bros del jurado, circula la versión de que de- trás del nombramiento de Calderón se esconde una fórmula de cuoteo político. Según esta te- sis -sostenida por un sector de la SECH-, este año le correspondía el galardón a un escritor del ala progresista de la Concertación, ya que el premio anterior fue para uno vinculado a la Democracia Cristiana, como Miguel Arteche. De ser así, el ministro Arellano se habría visto impedido de votar por Blanco, quien además es en la actualidad presidente del Consejo Na- cional del Libro. El premiado rechaza esta versión: “Efectiva- mente soy de ideas socialistas, pero yo no voy a repartos de premios políticos, porque me po- drían haber dado una embajada o cualquier puesto. Eso no lo acepto”. El cariz que tomó la discusión al interior de la SECH, donde un gru. PO de sus integrantes protestó contra la deci. sión del jurado, llevó a Calderón, a sus hijas Te resa y Lila, al poeta Tomás Harris y a Arteche a renunciar a la organización. “Sé que hubo una persona que se paseó con un lienzo alegando en contra del premio en medio de una sesión de la SECH y no fue re- convenida. Lo consideré un ataque personal que no estaba dispuesto a aceptar ni para mí ni para mi familia”, explica Calderón. Pero no todo fueron recriminaciones para el escritor. Una vez que se informó que él era el nuevo Premio Nacional de Literatura, llamaron para felicitarlo dos de los candidatos, Lafourca- de y Blanco; Ricardo Lagos, Carlos Altamirano y el poeta Raúl Zurita. La polémica sirvió a la sociedad de escrito- res para reclamar dos de sus más antiguas as- piraciones: que el jurado del premio esté inte- grado por gente que tenga una vinculación re- al con el mundo literario y que vuelva a ser anual, como lo estableció la ley que creó el ga- lardón en 1942.q~ 92 QUE PASA 3 DE OCTUBRE DE 1998
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