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Jorge Barraca el viaje al Una guía sencilla para llevar la atención plena a nuestro día a día Desclée De Brouwer EL VIAJE AL AHORA Una guía sencilla para llevar la atención plena a nuestro día a día Jorge Barraca Mairal 160 EL VIAJE AL AHORA Una guía sencilla para llevar la atención plena a nuestro día a día C r e c i m i e n t o p e r s o n a l C O L E C C I Ó N © Jorge Barraca Mairal, 2011 © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2011 Henao, 6 - 48009 Bilbao www.edesclee.com info@edesclee.com Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autoriza- ción de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.cedro.org–), si necesita fotocopiar o escanear algún frag- mento de esta obra. Impreso en España - Printed in Spain ISNB: 978-84-330-2527-2 Depósito Legal: BI-2850/11 Impresión: RGM, S.A. - Urduliz mailto:info@edesclee.com www.edesclee.com www.cedro.org A Carmen Mairal Lerís Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca... pide que tu camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento... ... que sean numerosas las mañanas de verano en que con placer, felizmente, arribes a bahías nunca vistas... Ten siempre a Ítaca en la memoria. Llegar allí es tu meta... Mas no apresures el viaje. Mejor que se extienda largos años, y en tu vejez arribes a la isla con cuanto hayas ganado en el camino, sin esperar que Ítaca te enriquezca. Ítaca te regaló un hermoso viaje. Sin ella el camino no hubieras emprendido... K. Kavafis (1911) ÍNDICE Unas palabras para comenzar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 1. El caracol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 2. El dinosaurio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 3. El perro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 4. El pato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 5. La ballena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65 6. Hacia la atención plena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77 7. La atención plena de la respiración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83 8. La atención plena del cuerpo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89 9. La atención plena en un lugar público . . . . . . . . . . . . . . . . 95 10. La atención plena en casa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101 EL VIAJE AL AHORA 12 11. Caminar con atención plena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107 12. La atención plena en actividades del hogar. . . . . . . . . . . . 113 13. Un paseo manteniendo la atención plena . . . . . . . . . . . . . 119 14. La atención plena a lo largo de unas horas . . . . . . . . . . . . 125 15. Una mañana o una tarde con atención plena . . . . . . . . . . 131 16. Vivir un día con atención plena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137 Cierre… y alborada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143 13 UNAS PALABRAS PARA COMENZAR Reflexionar es bueno, pero volver una y otra vez sobre lo mismo impide ser feliz. Por elemental que parezca, vivir dando vuelvas y vueltas a las cosas puede ocasionar incluso trastornos realmente graves (depresiones, obsesiones, ansiedad, hipocondría, etc.). La clave para disfrutar y aprovechar nuestra vida consiste en no ensi- mismarnos, sino en estar ahora –ya– en contacto con el mundo y abiertos a lo que nos llegue en cada momento. Esta es la idea básica que quiero transmitir en este libro. De niños nos decían que había que pensar bien lo que se hacía y decía, y también las consecuencias. No es que fuera una enseñanza perniciosa, ni mucho menos. Pero puede llegar a serlo si se asume como una verdad absoluta y se lleva hasta el extremo. Al menos, así lo parece en muchas personas: aquellas que se agobian cuando tienen que tomar cualquier decisión, que dan mil vueltas sin llegar nunca a atreverse a nada, que se pierden en sus divagaciones, que ante el mínimo contratiempo (el pinchazo de una rueda, la avería de la cisterna, el recibo retrasado, la mancha del vestido...) se sien- ten desbordados. 14 EL VIAJE AL AHORA Y es que vivir es fácil, pero nos lo complicamos. Padecemos terriblemente porque nuestra mente es una parlanchina incorregi- ble y no nos deja en paz. Los “sufridores de pensamiento”, o sea, aquellos que ven que uno de sus problemas (quizás el mayor de ellos) radica en una incontrolable imaginación negativa, se identi- ficarán con muchas cosas que cuento en este libro. Pero... ¿es que es posible esperar el resultado de un análisis de sangre rutinario sin agobiarse?¿No estar preocupado por las posibles desgracias que pueden pasarles a nuestros familiares y amigos, o a nosotros mis- mos? ¿No “comerse el tarro” ante la posibilidad de un despido, cuando la cosa está tan mal...? Claro que se puede. En las páginas siguientes voy a proponer una estrategia para evitar que el pensamiento se vuelva nuestro peor enemigo. No se trata de ninguna aportación personal –ni probablemente nadie, en justicia, podría atribuirse su invención–, sino de un procedimiento conocido desde los albores de la humanidad, nada milagroso y, sin duda, bastante más practicado en Oriente que en Occidente. Me refiero a la actitud de estar en contacto con la vida, abiertos a lo que se experimenta en cada instante, dirigiendo nuestra atención plena y consciente a lo que se está haciendo en cada momento, sin juzgarlo ni valorarlo o, como es también ya conocido por muchas personas, practicando mindfulness. Frente al pensar y pensar, invito a vivir y vivir, incluso aunque lo que vivamos no sea agradable y no nos guste. Si dar vueltas y vueltas a las cosas conduce a la pasividad y a la evitación, la aten- ción plena favorece estar activos y, en consecuencia, ayuda a lograr la satisfacción vital. No es que se vaya a dejar de pensar, claro, pero sí se puede aprender a tomarse los pensamientos de otra manera. Para acompañarles en este camino, he dividido el libro en dos partes claramente diferenciadas. Una primera de introducción a la UNAS PALABRAS PARA COMENZAR 15 atención plena y una segunda con diez ejercicios que la introducen progresivamente en nuestro día a día. Y es que resulta muy difícil, si no imposible, que su mera comprensión intelectual nos aporte algo, mientras que llevarla realmente en nuestra vida es la forma de beneficiarnos de su poder vivificante y curativo. En la primera parte cuento por qué reflexionar continuamen- te puede resultar tan perjudicial, señalo cuáles son los obstáculos para abrirnos a la experiencia, por qué juzgamos siempre todo tan- to y cuál es la naturaleza de la postura alternativa: la atención ple- na. En cada capítulo me he servido de una fábula para transmitir las ideas de una manera intuitiva. Estas historias son muy elemen- tales, pero en ellas está contenido todo lo que luego –con bastantes más palabras– he querido transmitir. Así pues, cuando capten el sentido de estas historias, ya habrán hecho suyas las claves de la atención plena. En la segunda parte del libro propongo un plan de actuación concreto para lograr que la atención plena cobre cada vez más espacio en nuestra vida. Este plan es realmente sencillo y accesible a todo el mundo. No necesita ningún tipo de preparación especial. En rigor, es más bien una introducción a la práctica de esta aten- ción; quizás solo una pequeña prueba, para que aquel que lo desee descubra qué puede significar vivir de esta forma a partir de aho- ra y sienta, quizás, que es un camino por el que seguir avanzando. A lo largo del libro no pretendo convencer a nadie con razona- mientos –caería entonces de nuevo en el método de la reflexión sin fin que trato,precisamente, de desterrar–, sino invitar al que quiera a que practique un cambio de actitud. Cuando llegue a la segunda parte del libro puede intentar llevar a la práctica los ejercicios que desee, aunque, como es natural, tienen un carácter progresivo, y mientras el primero solo le ocupará tres minutos, el último implica EL VIAJE AL AHORA 16 estar con la actitud de la atención plena durante un día completo. Pero no crea que esto supone mantenerse veinticuatro horas en una posición contemplativa o meditativa, no tiene nada que ver con eso. Y, al contrario de lo que uno puede imaginar, resulta mucho más relajado que vivir como solemos hacerlo. Se podría decir, incluso, que se trata de pasar al fin un día viviendo, viviendo realmente, en vez de sonámbulo. Descubrirá que el mundo es mucho más intere- sante, mucho más intenso, mucho más atractivo, mucho más vivifi- cante y mucho más placentero de lo que solemos sentir. Y también verá que no deja de tener pensamientos, natural- mente, incluso negativos, y aun aquellos con los que ha podi- do estar luchando mucho tiempo, pero que eso no significa que se quede permanentemente “enganchado” en ellos. Porque tener pensamientos no significa juzgar, valorar, interpretar todo el tiem- po cada cosa que vivimos y nos sucede. Los pensamientos pue- den llegar e irse como otras cosas de la vida: el frío, el apetito, el entusiasmo, el cansancio, la plenitud, la tristeza, la satisfacción, las ganas de correr o las ganas de reír. Son cosas que surgen, que sen- timos, que en un momento dado tienen su presencia y que se van sucediendo. Si aprendemos a convivir con nuestros pensamientos, con nuestras sensaciones y con nuestros sentimientos y los aten- demos o estimamos en el mismo grado que muchas otras cosas de nuestra vida, nos espera un futuro mucho más rico, sabio, mucho más pleno y vital. Y ahora... empecemos: voy a contarles una vieja, curiosa y sugerente historia, y eso a pesar de que su protagonista solo medía unos pocos centímetros... 17 EL CARACOL Vivía en un frondoso bosque. A diferencia de sus congéneres, Metas, en vez de recrearse con la hierba del suelo, prefería girar la cabeza hacia arriba y ver con sus cuernecitos-ojos las copas de los árboles. De esa guisa, a finales de la primavera, en lo más alto de un magnífico roble, descubrió unas hojas tan verdes que se figu- ró resultarían un manjar especial, algo de sabor maravilloso, nada comparado con la ramplona hierba terrestre que tenía que engullir habitualmente. Y, en contra del sentido común, que, se asegura, poseen los caracoles, Metas comenzó a subir el majestuoso árbol. La naturaleza ha dotado a los caracoles de un solo y musculoso pie que, convenientemente lubricado con su propia baba, resulta un soporte seguro para cualquier ascensión; sin embargo, este medio de desplazamiento no es precisamente rápido, en especial si hay que subir por un plano completamente vertical. Tales inconvenien- tes no desanimaron al intrépido gasterópodo y con su noble parsi- monia comenzó la subida hacia sus anheladas hojas verdes. Por el tronco, Metas encontró otros animales. Unas vivaces hor- migas, extrañadas de su comportamiento, se acercaron a él y le pre- guntaron que a dónde se dirigía. 1 EL VIAJE AL AHORA 18 —Quiero probar las hojas de la copa. Deben de ser algo subli- me. —Estás loco. Al paso que vas no llegarás ni a la mitad del tron- co cuando venga el otoño y todas esas hojas estarán ya secas o se habrán caído. Si pudieses correr a nuestro ritmo, en cambio, subi- rías y bajarías todo el árbol el mismo día. Sin embargo, el caracol no se desanimó. Cada vez hacía más calor y se sentía lleno de energía e ilusionado con su objetivo. Así que, siempre pasito a pasito (o, más bien, deslizamiento a desliza- miento), continuó avanzando hacia sus deseadas hojas. Además, el camino era muy hermoso. Cada vez estaba más alto y nunca había visto el mundo desde esa perspectiva, lo que le satisfizo sobrema- nera. Podía comer algo de musgo pegado en el tronco y, aunque seguro que no estaba tan bueno como las hojas de la copa, era lo que entonces el árbol le ofrecía. Pero la verdad es que las hormigas no iban desencaminadas. Los meses de calor pasaron y, poco a poco, comenzó a hacer cada vez más frío: el otoño se cernía sobre el bosque. Por la noche, Metas se metía en su concha y por el día tenía que disminuir su ritmo de avance. —Déjalo ya –le comentaron de nuevo las hormigas–. Mira que las hojas están perdiendo su verdor. Más te valdría dar la vuelta y hacer como todos los demás caracoles. Además, olvídate tam- bién de nosotras: en cuanto recolectemos algunas semillas más nos vamos al hormiguero a pasar el invierno. A Metas le dio algo de pena perder la compañía de las hormi- gas, y eso que no le daban precisamente muchos ánimos. “Pero los caracoles somos hermafroditas –pensó– y, si me siento muy solo, siempre puedo amar un poquito a mi otra parte para sentirme algo acompañado”. EL CARACOL 19 Con todo, ya algo más arriba de la mitad del tronco, Metas vio que casi no quedaban hojas verdes. Inexorablemente habían ido mudando de verde a amarillo y luego a marrón; muchas habían pasado a su lado mientras caían hacia el suelo. Sin embargo, no se dio por vencido. El invierno retrasó aún más su avance. Durante semanas ente- ras en que el frío arreciaba ni siquiera pudo salir de su concha. No prestaba oídos a los pocos seres vivos que ahora encontraba en el tronco y que se mofaban de su fracasada aventura. Tenía pacien- cia... y quizás también un secreto. Lo que estos animales no sabían es que para todos los seres que viven muy rápido (como, por ejem- plo, las moscas o los colibríes) el tiempo se dilata enormemente; en cambio, para los que van despacio, el tiempo pasa muy muy rápi- do. Por eso, en el reloj interior de Metas, los meses eran un par de días, los días solo minutos y las horas algo tan fugaz que casi no podía apreciarlo; así que, en un santiamén, las estaciones se suce- dieron. Empezó a hacer más calor y con su tranquilidad de siempre el caracol siguió su empinado camino. Ya estaba muy cerca y las hor- migas volvieron a aparecer. —¿Has pasado así todo el año, subiendo por el tronco? —Sí. Poquito a poco. —¡Caray, chico! ¡Qué perseverancia! Creo que empiezas a merecerte tu premio. Mira. De hecho, parece que el árbol está a punto de llenarse del verde de la vida. La hormiga tenía razón. Y, justo el día en que las hojas alcanza- ron su plena madurez, Metas se escurrió un último milímetro hasta alcanzarlas. * * * EL VIAJE AL AHORA 20 Los seres humanos vivimos el paso del tiempo de forma muy diferente. Muchas veces –y quizás más que nunca hoy en día– nos mostramos faltos de paciencia, pero, ¡claro!, no tenemos ese truco de los caracoles para que el tiempo pase deprisa. Estamos a medio camino entre las especies que viven deprisa (como los pájaros o algunos insectos) y los lentos, como las grandes tortugas, los oran- gutanes o, sobre todo, los perezosos. Sin embargo existe otro secre- to para que el tiempo se deshaga: prestar atención a todo lo que tenemos alrededor, interesarnos por todo, maravillarnos por todo. De hecho un simple paseo de quince minutos puede parecer lar- guísimo si uno lo hace con una actitud de atención plena. Es equi- valente a lo que nos pasa cuando estamos de viaje y visitamos una ciudad en el extranjero: los cuatro días que pasamos en ella parecen un mes, porque nos han sucedido muchas más cosas, nos hemos fijado en una gran variedad de estímulos, hemos prestado aten- ción a distintas situaciones; en suma, porque acudíamos vírgenes al espectáculo que se nos ofrecía. En cambio, cuando volvemos a nuestro entorno rutinario, pueden pasar semanas o meses y nos extraña lo poco que recordamos y lo poco que nos parece haber hecho en todo ese tiempo. Una de las cosas que sucede cuando habitamos el presente y vemos cosas de forma novedosa es que nos “salimos” de nosotros mismos. Eso es loque pasa muchas veces, por ejemplo, cuando practicamos ciertos deportes (en particular, algunos trepidantes, como esquiar), cuando vemos una película que nos absorbe, cuan- do nos sumergimos en un libro o en una música, cuando bailamos, cuando participamos en un espectáculo divertido, etc. En esos ins- tantes dejamos de habitar en nuestro tiempo interior y, de alguna manera, nos hacemos atemporales, como el mismo presente. Cuando se adopta la actitud de la atención plena pretendemos volvernos más atentos a todo lo que tenemos alrededor, abrirnos y EL CARACOL 21 darnos cuenta, y observar lo que experimentamos, sin juzgarlo ni valorarlo. Implica ser consciente de lo que se ve, se siente, se oye, se huele, se degusta, se saborea, se palpa justo en el momento en que ocurre. En el ahora. Por tanto, pretende focalizarnos hacia el presente. Lo que se siente puede venir del exterior (sabores, olores, tem- peratura, colores que se ven, etc.) o del interior (sensaciones del cuerpo o pensamientos). Tanto unos como otros tratan de vivirse tal cual son. Sin magnificarlos ni minimizarlos, experimentándolos sin connotaciones de ningún tipo (buenas, malas, regulares, neu- tras). Incluso los pensamientos se deben vivir así: considerando que son solo pensamientos (es decir, diciéndose “ahora me viene un juicio, un recuerdo, una opinión...”). Los pensamientos son un acontecimiento, que también ocurre, como todo lo demás. Considere el siguiente ejemplo. Suponga que está usted espe- rando en un restaurante a un amigo que se retrasa. En esta circuns- tancia muchas veces comienza un curso de pensamiento como el que sigue y a él se dirige por entero la atención: “Ya estoy aquí, esperando, otra vez, como siempre. Ahora todo el mundo pensará que me han dejado colgado. Todo el mundo fijándose. ¿Es que no se pueden meter en sus cosas? Desde luego, no voy a volver a lle- gar nunca más a la hora; para empezar, como poco, llegaré veinte minutos tarde. Sí. Pero por sistema. Bueno... quizás me esté pasando... quizás es que realmente le ha pasado algo, algo que le impide de verdad venir. ¿Y si fuese algo realmente... malo? Ya está. Seguro. Le ha pasado algo. Pero algo gordo. Se ha tenido que chocar. ¡Buf....! Pobre. Y yo aquí ponién- dole verde... ¿Qué? Sí, sí tráigame algo de beber. Sí. Por ejemplo, un vino. Sí. No sé. Un vino blanco. ¿Dónde estará este hombre?”. Cualquiera que piense así experimenta un suplicio cada vez que un amigo se retrasa. Frente a esta posición, la persona que adopta la actitud de atención plena podría vivirlo de este otro modo: EL VIAJE AL AHORA 22 “Se retrasa. Veo que se retrasa. Ya hay mucha gente en el restauran- te. Oigo de fondo las conversaciones. Me fijo en ese sonido. El sonido de un conjunto de personas que mantiene una conversación cada uno en su propio espacio. Es un concierto, una sinfonía distinta. Lo oigo. Ahora la luz. Esta luz. Puedo estar aquí. Sentado. Notando los sonidos y la luz. Me late algo más rápido el corazón. Se retrasa mucho, suele llegar tarde. Es un pensamiento. Ahora veo a un camarero pasar. Lleva un plato curioso y apetecible. Mi amigo se retrasa. Pero es un pensamiento. El camarero se dirige a mí. No, no quiero ir pidiendo pero puede traerme una copa de vino. Oigo el burbujeo cuando me la sirve. Me fijo en él. Bebo despacio y noto el sabor de la bebida. Me recreo en ella. Miro a mi alrededor. Tengo la suerte de estar sentado aquí, tranquilamente. Disfruto del momento. Aho- ra oigo también un pitido en la calle. Quizás haya ahora mucho tráfico. Es algo que pienso. Mezclo el sonido del tráfico que viene del exterior con el murmullo de dentro del restaurante”. Si aprovechamos nuestro tiempo como en el último de los párrafos, aunque no pase nada distinto, disfrutaremos mucho más de nuestra vida, con independencia de lo que nos suceda. Como se ve en este ejemplo, la atención plena no se dirige solo hacia la experimentación de las cosas agradables. Todas las cosas, inter- nas y externas, conforman su materia. No importa que se trate de sensaciones corporales, de pensamientos o de comportamientos, de estímulos de cualquier tipo (visuales, táctiles, auditivos, gus- tativos...), propios o de otro origen. Lo importante es mantenerse abierto, en el presente. Lo importante, en realidad, no es otra cosa que vivir. No hacer nada más que estar. En la atención plena, los pensamientos no se enseñorean de nuestra vida. Aparecen, y los apreciamos como cualquier otra cosa, no interfieren con el resto de las sensaciones, no nos cercenan el camino de las sensaciones, con- viven con todo lo demás que notamos. EL CARACOL 23 Con una actitud así, el presente se expande y descubrimos el gozo de habitar en él, cómodamente, sin esfuerzo. En realidad, son tan innumerables los estímulos en los que podemos focalizar nues- tra atención y tantas las cosas que suceden a nuestro alrededor, aun en los entornos más corrientes, que si las atendiésemos veríamos que el presente es eterno; en cambio, al vivir exclusivamente en nuestros pensamientos, desconectados de todo, nuestro ahora se vuelve tan fugaz que se nos escurre y lamentamos no poder disfru- tarlo. Nunca vivimos en él o, al menos, no nos damos cuenta de él. Quizás uno de los secretos para volvernos más pacientes sea ese: el tiempo se desvanece cuando nos centramos en todos los estímulos del presente. Pero, ciertamente, al estar abiertos a todo no podemos dejar de experimentar también cosas desagradables. Olores nauseabundos, imágenes violentas, sensaciones dolorosas. No es que queramos vivirlas, pero forman parte del “paquete” que supone estar abierto al mundo y, por tanto, si nos vienen y son inevitables también tie- nen su sitio en nosotros, y debemos tomárnoslas como lo que son. Es más, con esa actitud de atención plena probablemente resultarán más llevaderas, pues no conducirán a interpretaciones catastróficas, no serán magnificadas, no implicarán esconderse o dejar de vivir. Sin embargo, nada de esto significa adoptar una actitud pasiva, vivir sin ningún objetivo, estar satisfecho sin tomar decisiones. Todo lo contrario. La fábula de Metas quiere ser un ejemplo de ello. De hecho, la atención plena es un acto volitivo siempre renovado. Vivir o no con atención plena es algo que tenemos que decidir, y siem- pre somos libres para hacerlo o no. Es una decisión personal. Cada vez, cada instante, podemos decidir atender lo que vivimos en ese momento (sea lo que sea) o estar sumidos en nuestros pensamien- tos. Igualmente, podemos en cada instante optar por unos objetivos u otros, señalar unas prioridades, ilusionarnos con unas metas. EL VIAJE AL AHORA 24 En la atención plena se busca vivir el presente, pero no se aban- dona la proyección hacia el futuro que es característica del ser humano. Por eso hay que ponerse objetivos, objetivos que den sen- tido a nuestra vida y que nos marquen un norte. Pero esos empe- ños –lejanos o muy próximos– nunca nos deben hacer olvidar el camino por el que transitamos. El que solo mira al futuro (y, por supuesto, el que solo tiene ojos para su pasado) no vive nunca el presente, no habita el aquí; de alguna manera nunca está. Metas disfrutaba de su camino y lo que este le brindaba: la vista del mun- do desde arriba del árbol, el sabor del musgo, las conversaciones con las hormigas y todo lo que experimentaba. Acudían a su mente también las hojas verdes a las que se dirigía, pero era el camino por el tronco lo que disfrutaba instante tras instante y ese recreo era lo que le llenaba de amigabilidad. Tener unas metas pero dejar de vivir el presente seguramente impedirá que disfrutemos hasta de esos mismos objetivos, pues nos privará del entrenamiento necesario para estar aquí con el cuerpo y, a la vez, con la mente. Por el contrario tener unas metas al tiempo que vivimos el presente evitará la amargura si no se alcanza determinada aspiración. El que vive siempre juzgando la discrepancia entre su viday sus expectativas (sobre todo si son muy elevadas) no puede sino encontrarse amargado. Tener metas es necesario e importante. Da sentido a nuestra vida, pero recorrer el camino hacia ellas es lo crucial. Valorar, apreciar ese camino es el regalo que nos da ponernos metas. Por otro lado, la belleza y la calidad de esos objetivos que nos pongamos nos regalará el coraje para seguir activos en su persecu- ción, para no rendirnos o abandonar. Justo eso también es lo que le pasa al intrépido caracol de nuestra fábula, que no se desanima a pesar del frío, la caída de las hojas o los comentarios críticos de quienes le rodean. Y como también se refleja en la fábula, la tempo- EL CARACOL 25 ralidad de otros no tiene por qué ser nuestro criterio cuando esta- blecemos una meta. A las hormigas les parece ridícula, al principio, la pretensión del caracol. Sus objetivos son de más cortas miras y, de acuerdo con sus parámetros, la aventura de Metas es, efectiva- mente, una sinrazón. Hoy en día, cuando parece que el éxito, los logros laborales o personales tienen que conseguirse ya, al momen- to, y que si eso no sucede uno es un fracasado esta enseñanza va contracorriente. Es difícil sustraerse de todo ese influjo social, pero también es muy necesario cuando este es descabellado para nues- tra salud. Tal vez no esté de más recordar esas palabras tan atina- das de la conocida zarzuela Luisa Fernanda: Los caminos que van a la gloria, son para andarlos con parsimonia. Nuestro caracol disfruta de su viaje. No deja de tener presen- te el objetivo hacia el que se dirige –las anheladas hojas verdes–, pero se enriquece momento a momento. Si no hubiese emprendi- do la ascensión no contemplaría –como hemos ya dicho– el mundo desde muchos metros arriba, una visión siempre sorprendente (en especial para un caracol), no habría mantenido esas conversaciones tan curiosas con las hormigas, no sabría a qué sabe el musgo de un tronco, y, ciertamente, no sabría lo que significa avanzar hacia una meta durante un largo periodo de tiempo. Si solo con dar un paseo extenso, andar durante un día por una senda montañosa o recorrer unas semanas el Camino de Santiago apreciamos la transformación que esto supone para nuestra vida, ¿qué no será mantenerse con la vista en un objetivo, avanzando hacia él durante años? Cuando se cambia frecuentemente de metas no es posible enri- quecerse del mismo modo. No se puede tener entonces la experien- cia particular que supone enfrentarse a los obstáculos que surgen, superarlos, y seguir empeñado y comprometido con algo. Por todo ello, es fundamental dedicar tiempo a decidir qué metas merecen EL VIAJE AL AHORA 26 la pena. Y puede parecer un compromiso difícil, al que nunca se ha dado una respuesta definitiva; sin embargo, creo que cabe aquí un consejo, aunque sea muy elemental: las metas que resultan más gratificantes son siempre las que nos acercan a los demás, las que nos dan a los demás. Estas no son metas que pueda tener un caracol como el de nuestra historia: solo caben en los seres humanos. Pero no me refie- ro a acciones sublimes, de personas hondamente generosas. Los actos de darse, la caridad y el afecto se pueden desplegar perfec- tamente con los que tenemos alrededor, más cerca; por supuesto con nuestros hijos y con nuestros padres, con nuestros familiares y con nuestros amigos, y también incluso con los compañeros de trabajo: con los que están aquí. Los empeños en que ayudamos a los demás no son algo especial, siempre están a nuestro alcance; y son siempre los que más nos mejoran. Además, en cada instante nos proporcionan una oportunidad, porque todo lo que usted está haciendo ahora por los demás es, a la vez, su futuro. La oportuni- dad se ofrece solo ahora, solo puede actuar bien en el presente, a cada momento tiene una ocasión para hacerlo. La atención plena ayuda a aclarar y también a conseguir nues- tras metas, en especial las que reflejan nuestro amor hacia los demás. Para algunos autores, de hecho, la misma atención plena es un acto de amor, amor hacia nosotros mismos, amor a nuestros semejantes y amor al mundo. Con su práctica buscamos encontrar nuestra plenitud, estar en el mundo o, más sencillamente, vivir. Pero todo ello resulta mucho más fácil cuanto mejor nos sentimos con nosotros mismos. Si actuamos ética y dignamente, con inte- gridad, tendremos más razones para estar tranquilos y sentirnos bien. Ese “ruido” que tenemos en la cabeza, esa perturbación que nos impide serenarnos, disfrutar de la vida con tranquilidad, pue- de tener mucho que ver con nuestros sentimientos de malestar por EL CARACOL 27 no haber actuado bien en un momento dado, o por seguir obrando mal. La atención plena es un camino para entender y mejorar nues- tra forma de actuar, pero, a la vez, su ejercicio se vuelve más y más sencillo cuanto mejor nos sintamos con nosotros mismos. Perfeccionarse en el amor es una meta ideal por otra razón: siempre proporciona más y más tareas, más y más retos. En rea- lidad, todas las buenas metas son inagotables, nunca se llega a su culminación: siempre abren otra puerta. Si una meta ofrece un final muy definido es mejor buscar otra de mayor calidad. ¿Puede lle- garse a un final queriendo a nuestros hijos, amando a nuestra pare- ja, tratando mejor a los que tenemos alrededor? En este primer capítulo hemos conocido a un intrépido ser de pocos centímetros de quien hemos aprendido cosas valiosas. Pero ahora, en el siguiente, aparece uno gigantesco que, seguramente, también tiene mucho que enseñarnos... 29 EL DINOSAURIO Rutinón era un diplodocus con mucha experiencia: como que llevaba ya más de ciento treinta años pastando por estos bosques. Y puesto que no había dejado de crecer desde su nacimiento o, mejor dicho, desde que salió de un gran huevo, se había convertido en un animal enorme, de al menos diecisiete toneladas, aunque él jamás se había preocupado por este detalle. A las enseñanzas de sus muchas décadas, se sumaban las heredadas desde milenios atrás por su especie, cuyas costumbres él conocía perfectamente. Todos los diplodocus tenían una cabeza muy pequeña para un cuerpo tan gigantesco, pero actuaban de forma muy razonable, y siempre hacían las cosas de la misma manera. Nuestro protagonista, como no podía ser menos, era un defensor a ultranza de las tradiciones. Cada día, Rutinón, junto con su manada, emprendía el mismo camino y se alimentaba igual. Un pequeño mamífero primitivo, parecido a una ratita y que se llamaba Vivacín, se había juntado con él y le acompañaba. Rutinón parecía indiferente a su presencia; ¿para qué iba a preocuparse él de un ser tan minúsculo? Además, le parecía lógico que esa extraña especie recién llegada se admirase de su tamaño, de la fidelidad a sus hábitos y de la gravedad de su paso. 2 EL VIAJE AL AHORA 30 Y es verdad que, para Vivacín, el diplodocus era alguien majestuo- so, cuya elevada posición y edad debían de convertirle en alguien muy sabio: toda una autoridad a quien respetar. Al fin, ¿quién era él? Nada más que un ser pequeño, indefenso y miedoso, que comía hojitas e insectos pequeños y que, eso sí, como única virtud tenía la de ser mucho más ágil y rápido que su ciclópeo compañero. Un día sucedió algo inesperado. Desde el cielo, a una velocidad inusitada, cayó una roca incandescente casi tan alta como Rutinón. El estallido fue ensordecedor y una amplia extensión del bosque quedó arrasada. Cuando tras varios días se despejó el espeso pol- vo y toda la humareda, Vivacín comprobó que la gran piedra había dejado un surco justo por el camino que a diario recorría la mana- da de diplodocus. El pequeño mamífero estaba muy asustado y no quería emprender la marcha a través de esa senda que ahora pare- cía llena de peligros. Olía a quemado y a los lados se podían ver aún rescoldos de fuego. Pero... ¿qué haría su gran amigo? Rutinón pareció dudar por un momento, pero pronto se puso en marcha y con él toda la manada. Vivacínse admiró de su entereza y les siguió. Efectivamente, el camino resultó peligroso y costó llegar hasta el lugar donde los diplodocus pastaban a diario. El regreso también supuso algunos contratiempos pero, al fin, todos volvieron sanos y salvos. Ciertamente –se dijo Vivacín– qué sabios son: habían hecho lo mismo que cada día a pesar de la caída de la piedra de fuego, y todo había ido bien. Al día siguiente, cuando se aproximaron a la senda, la ruta parecía aún más peligrosa. La tierra, calentada, se había reblande- cido y enfangado; a los lados del camino se veían unas grietas de lo más amenazador. ¿Cómo iba aguantar ese suelo el peso de los enormes dinosaurios? Pero fieles a sus costumbres los diplodocus iniciaron la marcha. Y Vivacín, más preocupado que nunca, corría al lado de Rutinón, siempre bien pegado a su enorme corpachón. EL DINOSAURIO 31 El camino se iba estrechando más y más y los dinosaurios se apelotonaban y empujaban. Rutinón, cerca del borde, recibía los empellones de sus compañeros, que lo inclinaban peligrosamen- te hacia el límite del sendero, justo cuando la vía se estrechaba y ascendía por una colina boscosa. Y, en un momento dado, el cuerpo de otro miembro de la manada lo empujó más de lo debido hasta el borde mismo del camino, sus patas del lado izquierdo fueron a pisar el suelo pero este, agrietado, cedió. Rutinón rodó dando vuel- tas de campana por la ladera, destrozando decenas de árboles que se interponían en su caída. Vivacín, que estaba junto a él, perdió todo apoyo, pues la tierra desapareció de sus patas al arrastrarla el colosal diplodocus. Tras rodar unos trescientos metros, Rutinón se detuvo. Vivacín, en cambio, en seguida se había equilibrado, pero prefirió continuar resbalando de forma controlada hasta su ami- go. Aunque magullado, el dinosaurio pudo ponerse en pie tras un par de intentos. Miró hacia arriba y se dio cuenta de que resultaría imposible emprender una ascensión tan inclinada y regresar a la senda. Pero necesitaba ponerse ya a comer para satisfacer su voraz apetito; los diplodocus debían engullir cientos de kilos de follaje si querían mantenerse con vida. Así que giró su larguísimo cuello para explorar el territorio donde se veía obligado a pastar. Y ¡qué increíble sorpresa! Esa zona del bosque estaba mucho más pobla- da de árboles comestibles, de jugosísimas plantas... y no había que disputárselas a nadie. Vivacín ya había caído en la cuenta, un rato antes, de su suerte: estaban en un paraíso de alimentación y podría satisfacer su hambre como nunca. Sin más preámbulos, ambos empezaron a devorar. Rutinón con su parsimonia característica y Vivacín con gran rapidez y animación. Pasaron las horas y acabaron de rellenar sus estómagos, y llegó el momento de regresar al valle para reencontrarse con la manada. No fue difícil seguir por esa zona baja y, tras varias horas, encon- EL VIAJE AL AHORA 32 trar una vía lateral que les condujo de nuevo a la senda original. Satisfechos de su fortuna, ambos parecían más amigados, y alegres se unieron a la manada. Vivacín se recreaba con la perspectiva de volver a ese lugar maravilloso al día siguiente; pero observó que Rutinón, en cambio, parecía muy pensativo. Con alborozo el pequeño mamífero vio salir el sol la siguien- te mañana. ¡Qué gusto imaginarse, en pocas horas, de nuevo en su propio bosquecito! Saltaba alrededor de Rutinón para empezar ya la jornada, pero este, justo ese día, se mostraba menos animoso que nunca. Sin embargo, con los demás, Rutinón al fin comenzó su majestuosa marcha. Se acercaban al lugar donde las vías se bifur- caban y podían tomar el camino hacia su secreta despensa. Vivacín estaba muy excitado. Llegaron al punto exacto. Rutinón se detuvo. La manada continuaba impasible su camino habitual. Vivacín ya se había adelantado un poco por el nuevo camino; se giró hacia atrás y vio que Rutinón no le seguía. Estático, miraba alternativamente a ambos lados. ¿Pero qué le ocurría? ¿Cómo no tenía claro que debía olvidarse de su anterior y paupérrima zona de comida e irse con él? Pasaban los minutos y el diplodocus no se decidía. Ladeaba a su cuello en una dirección, en la otra, y... al final... se puso a seguir al resto de su manada. Vivacín, atónito, le contempló alejarse. ¿Debía seguirle él? ¿No eran los dinosaurios seres inteligentes? ¿Partiría solo hacia el suculento alimento sin Rutinón? Lo mejor era decidirse ya, así que... tomó el camino de su vergel. Era una pena que Rutinón no lo acompañase pero, bueno, resultaba más sensato pensar que, en breve, disfrutaría de una comida deliciosa. Al fin, y a pesar de sus muchos años, quizás los dinosaurios no fueran tan listos como se había imaginado... No: así, a la larga, no podía irles bien. * * * EL DINOSAURIO 33 Esta historia pretende enseñar que es bueno estar abierto a la experiencia y que resulta negativa la falta de flexibilidad ante los cambios (y oportunidades) de la vida; también que mantener determinadas rutinas quizás sea inconveniente –aunque nos hayan servido anteriormente y otras personas, la mayoría, las compar- tan–; que a la larga es perjudicial estar muy aferrado al pasado; o que es estúpido no aprovechar la información que proviene de nuestras emociones y sentimientos. Empezaré justo por comentar esto último. ¿Recuerdan ese per- sonaje de la serie de ciencia-ficción Star Trek que se llamaba Mr. Spock? El actor que lo encarnaba, Leonard Nimoy, aparecía carac- terizado con las orejas puntiagudas, algo propio de los habitantes del planeta Vulcano, del cual procedía. Sin embargo, lo más intere- sante no era esa diferencia anatómica con respecto a los humanos, sino el hecho de que los vulcanianos carecieran de sentimientos. Este rasgo psicológico les hacía –supuestamente– tomar siempre decisiones acertadas, pues no se veían afectados por sus pasiones. De hecho, Mr. Spock era el consejero de la nave espacial. Pero... ¿seguro que no tener en cuenta lo que sentimos y regirse solo por la razón es la manera de acertar cuando se tiene que decidir algo? En un experimento crucial para el estudio de la Inteligencia Emocional, se proponía a personas normales y a pacientes con una lesión del lóbulo frontal del cerebro que apostasen en un juego de cartas en el que tenían que escoger naipes de distintos mazos. La probabilidad de ganar era distinta al escoger cartas de cada uno de ellos, pues mientras en unos las grandes ganancias se sucedían de mayores pérdidas, en otros pequeñas ganancias se sucedían de escasas penalizaciones, lo que implicaba, al cabo, una ganancia neta. Por su alteración cerebral, las personas que sufrían la lesión no tenían emociones al tomar decisiones en este juego así que, en principio, parecerían ideales para apostar con lógica y no perder EL VIAJE AL AHORA 34 dinero. No obstante, ocurría justo lo contrario: las personas con emociones (sin lesiones cerebrales) apostaban de forma mucho más adecuada y eran quienes ganaban a la larga. En cambio, las personas con la lesión cerebral acababan siempre perdiendo dine- ro. El experimento dejó claro que la información que nos propor- cionan nuestras emociones es fundamental cuando tenemos que tomar decisiones. Los buenos jugadores de póquer, por tanto, no son aquellos que no sienten nada, sino los que se sirven de sus emociones; otra cosa es que no quieran, por táctica, manifestarlas y parezcan imperturbables. Cuando nuestro diplodocus Rutinón dudaba qué camino tomar, si el de toda la vida o el nuevo, sin duda estaba embarga- do por las emociones. En su mente disputaban la tradición frente a la excitante oportunidad. No cabe duda de que el nuevo camino le resultaba estimulante, pero dejarse llevar por esa emoción –o por cualquier otra– le parecía arriesgado e inconveniente. Así se lo habían enseñado y así se había conducido él siempre. En la vida hay muchas personas que se enfrentan a esta mis- ma situación. Pueden desear probar una vía alternativa, pero parahacerlo tienen que estar abiertos a las emociones y aceptar el ries- go. El mundo es de quienes han innovado, de quienes han roto con la tradición y de quienes han probado otras posibilidades. Pero es cierto que vivimos en una sociedad que tiende a reprimir ese com- portamiento. De hecho, hay quien ni siquiera sabe lo que siente o, más aún, ni siquiera siente: tal es el grado de inhibición frente a sus deseos que ha promovido su entorno social cercano. El miedo a sentir es una realidad de nuestra sociedad, en parti- cular cuando se trata de sentir intensamente. Y es un planteamien- to que, hasta cierto punto, puede resultar sensato: ganar sensibi- lidad implica vivir con mayor satisfacción los acontecimientos y EL DINOSAURIO 35 disfrutar de las sensaciones placenteras, pero, igualmente, sufrir más cuando las cosas no van bien o tenemos experiencias desagra- dables. Todo tiene su cara y su cruz. La anestesia, en sus múltiples formas, es lo preconizado hoy en día: “no sufras ni un minuto más”, “tómate algo”, “recurre a un ansiolítico”, “toma un antidepresivo”, “evádete”, “¿para qué están los analgésicos?”, “olvídalo ya, no lo pases mal ni un segundo”, “ve al psicólogo, él te ayudará a no sentir nada de eso”. Sin embar- go, cuanto menos sentimos más descafeinada resulta la vida. Pero, aunque importante, este no es el principal problema de inhibir las emociones. Lo peor es que al hacerlo perdemos una información crucial que nos ayudaría a tomar buenas decisiones para nuestra vida. Por supuesto, nada de esto significa que uno deba tirar por cual- quier vía que le apetezca en un momento dado. No estoy dicien- do que se actúe a tontas y a locas, o por un capricho momentáneo. Conocer las propias emociones, precisamente, es lo que permite que distingamos entre una apetencia pasajera y algo más profundo y persistente. Es en estos casos cuando tenemos que aprovechar la información de nuestras emociones. Vivacín se sentía excitado ante la perspectiva de ir en la nueva dirección; pero no era una intuición insensata: había estado allí antes y sabía que era un sitio adecuado para alimentarse. También Rutinón lo sabía, pero tenía miedo a sus emociones, a todas ellas, aunque más aún a las intensas. Por eso tomó una dirección inadecuada. También Mr. Spock es un ejemplo de que, para la sociedad actual, el raciocinio, el análisis cartesiano o la lógica fría son siem- pre los que deben marcar la pauta. Si alguien afirma que quiere dejar un trabajo porque no se siente nada bien en él, al momento sus familiares o amigos le tacharán de inconsciente y le exigirán EL VIAJE AL AHORA 36 que esgrima las razones para cambiar (sueldo, horario, responsa- bilidades, proyección futura, etc.). Y si este listado no les acaba de parecer bien justificado, le dirán que se aguante. Pero a veces no es nada fácil explicar qué es lo que hace que nos encontremos mal en un sitio, en un trabajo o en una situación y eso no significa que no haya motivos de peso. “El corazón tiene razones que la Razón no entiende”, dijo ya Pascal hace siglos. De hecho, si para alguien resulta realmente desagradable ir a un trabajo determinado y no es posible cambiar esa situación, es probable que lo acabe pagando con su salud física o psicológica. ¿Por qué tenemos tanto miedo a entrar en contacto con lo que sentimos? ¿Y por qué se critica a quienes toman decisiones teniendo sobre todo presentes sus emociones? Por un lado, estamos influidos por unos principios sociales que vienen a decir que los sentimien- tos nublan nuestro buen juicio o, en otras palabras, que razón y emoción son incompatibles. Y, por otro, existe la creencia de que las emociones son peligrosas por incontrolables, que nos arrastran o, en otras palabras, que una vez que aparecen ya no podemos hacer nada para librarnos de su influjo. En conclusión, lo mejor es tenerlas lo más acorraladas posible, al menos en lo que respecta a la toma de decisiones. En esta cuestión parece que todos acusamos la herencia de la época romántica en que se exaltaba la pasión y se la creía una fuerza arrolladora, ante la que era inútil toda resistencia. ¿Y es eso verdad? ¿Si sentimos algo intensamente entonces ya no podemos controlarnos? ¿No es posible poner las emociones – aun las más intensas– a nuestro servicio o hacerles caso unas veces sí y otras no? ¿Lo único seguro es reprimirlas todas? Para respon- der pondré algunos ejemplos. Frente a lo que se pueda creer, no es verdad que, entre las perso- nas con fobia a volar, las que se llegan a montar en el avión sean las EL DINOSAURIO 37 que menos miedo padecen. En realidad, cuando aplicamos escalas de intensidad de miedo o evaluamos objetivamente las reacciones fisiológicas de ambos tipos de personas (latido cardíaco, tasa res- piratoria, activación simpática, sudoración, etc.) descubrimos que no hay diferencias entre ambas. Entonces, ¿no es el nivel de miedo lo que hace que las personas con fobia a volar no sean capaces de meterse en el avión? La respuesta categóricamente es no, en abso- luto. Miles de personas están ahora mismo subiéndose a un avión y tienen el mismo miedo, o más, que otras que no lo hacen. No es que las primeras sean capaces de “controlar” sus emociones, pues también lo pasan fatal, sino que saben que pueden subirse al avión, pasarlo horriblemente y llegar a su destino, agotados del pánico, eso sí, aunque tengan miedo. Los otros se dicen sencillamente: “No puedo subir porque tengo miedo”. Como vemos, las emociones negativas no tienen por qué decirnos cómo actuar, no tienen por qué gobernar nuestra vida. Los valientes no son quienes no tienen miedo, pues en tal caso su heroicidad carecería de mérito; los valientes son los que tienen tanto miedo como el resto, pero, aun con él, hacen lo que deben. Ahora imagine usted que sufre fobia a los hospitales y que durante años hubiese sido incapaz de entrar en ninguno por ese miedo atroz. Sin embargo, tiene un hijo y, de pronto, le dicen que ha sufrido un grave accidente, se encuentra ingresado en el hos- pital y le esperan para que venga a acompañarle. ¿Seguro que no reuniría usted el coraje para entrar? Todos podemos ser valientes si se dan las circunstancias adecuadas: solo se trata de apreciar que las emociones no son quienes deciden por nosotros. Hasta ahora únicamente he puesto ejemplos de emociones ne - gativas (miedo, vergüenza) que se interponían en nuestros deseos. Sin embargo, muchas veces cabe lo contrario: ponerlas a nuestro EL VIAJE AL AHORA 38 servicio. Imagine un boxeador o un tenista que lucha por ganar el título mundial: ¿No es mejor que aproveche su rabia o enfado para atacar con más vehemencia? Y no solo en el deporte: grandes logros artísticos e intelectuales de la humanidad han venido propi- ciados porque sus artífices canalizaron sus emociones hacia la con- secución de metas positivas. La rabia y el horror que sintió Picas- so ante el bombardeo nazi de una población civil se tradujo en El Guernica; el sufrimiento por sus sentimientos de inferioridad pro- piciaron un esfuerzo titánico para hacer de Demóstenes, un pobre niño tartamudo, el mejor orador y retórico de la Antigüedad. Pese a todos estos argumentos, ha sido tan solo en los últimos quince años, gracias al interés generalizado por la Inteligencia Emocional, cuando se ha empezado a cuestionar que apostar siem- pre por la razón, en vez de por la emoción, podía resultar contra- producente. Además, hoy en día la sociedad aún idealiza el pensar y desconfía de las emociones a la hora de decidir. Y esta postura es coherente con otro punto ilustrado en la historia del dinosaurio: la inflexibilidad en los hábitos. Rutinón es un defensor de la tradición. Para él lo adecuado es hacer siempre las cosas de la misma manera, aunque las circuns- tancias cambien. Sin duda, resulta más excitante acometer las cosas de otro modo o por otra vía, pero, precisamente, la excitación es una emoción intensa y, por consiguiente, sospechosay negativa. Puesto que Rutinón vivía en el Jurásico, es lógico que no supiese nada de la famosa frase de Lampedusa, esa de: “Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”. Se afirma que la flexibilidad es buena, que es lo que nos permite sobrevivir ante las mudanzas de la vida, pero... ¡qué poco se pro- mueve en realidad! Cambiar la manera de hacer las cosas implica valentía, soportar momentos de inseguridad, compromiso, toleran- EL DINOSAURIO 39 cia ante las frustraciones y, casi siempre, energía para nadar con- tracorriente. Si toda la manada va en una dirección, ¿cómo ir por otra senda? El grupo nos da seguridad. Al fin, si caemos, corremos la misma suerte que el resto. Pero... ¿no es ese un pobre consuelo? Los humanos somos los seres más flexibles del planeta. Nos hemos despojado, a lo largo de los milenios, de las rígidas con- ductas instintivas. Venimos al mundo vírgenes para la acción y tenemos que aprenderlo todo. Esta desventaja inicial queda pron- to compensada por nuestra facilidad para adquirir conocimiento y adaptarnos a los más diversos medios. No obstante, la sociedad parece olvidar esta característica, que ha sido clave para nuestro éxito en el planeta, y parece animar a lo contrario: a copiar lo de siempre y seguir actuando de igual manera comoquiera que sean las circunstancias. La educación de los colegios debería estar orientada hacia el fomento de la creatividad, del pensamiento divergente o alterna- tivo; y a potenciar todas las facultades humanas, todas nuestras inteligencias alternativas, y no únicamente la lógico-matemática y la lingüística. La creatividad no es algo especial, reservado para los genios de la pintura, la música o el cine. La creatividad está en cada ser humano y puede fomentarse. Justamente, abrirse a la experi- mentación de emociones es uno de los mejores caminos para esti- mularla. Así que, si quiere salir bien parado de las circunstancias adversas, tome más contacto con lo que siente. Pero no superficial- mente, sino lo más hondamente que pueda. En pocas palabras: sea más consciente. Esa es una vía óptima para estimular su creativi- dad, para ser más flexible y adaptarse a circunstancias difíciles. Quizás las afirmaciones anteriores le parecerán correctas en teoría, quizás las haya oído ya muchas veces, pero ¿cómo hacerlo?, ¿cómo lograr dar más preponderancia a lo que sentimos y dejar un EL VIAJE AL AHORA 40 poco más de lado el pensar y pensar?, ¿cómo mantener esa apertu- ra a la experiencia y a la novedad? Existe un camino bastante senci- llo para ello: focalizarse hacia el presente. Estar aquí y ahora. Hacer en cada momento lo que se está haciendo, en vez de tener en la cabeza cosas del pasado o del futuro. En suma: practicar la atención plena. Rutinón sólo creía en la tradición. Si hubiese estado abierto al presente, a lo que veía, a lo que sentía justo en ese instante, habría corrido en la otra dirección, con su pequeño amigo mamífero. Vivir el presente facilita entrar en contacto con las emociones. Pensar constantemente las amortigua, las desvirtúa; nos aleja todo el rato del aquí y del ahora. Si tenemos en cuenta nuestro presente, justo este instante, expandiremos nuestras emociones y atenuare- mos ese pensar sempiterno. Un pensar que, además, nos hace bas- tante infelices, por cierto. Tenemos miedo a vivir las emociones con intensidad y prefe- rimos amortiguarlas pero... ¿y si así perdemos oportunidades?, ¿y si eso nos lleva a tomar decisiones menos inteligentes? Vivir con atención plena lleva a lo contrario: a activar las emociones, a sen- tirlas con más viveza y plenitud. Sin embargo, eso no quiere decir que uno se vea arrastrado por ellas. Justamente, será al revés: como las sentimos y conocemos tal cual son, sin filtros ni interpretacio- nes, no nos llevan inevitablemente a actuar de forma mecánica o automática. Este libro pretende enseñarle a estar de una forma más cons- ciente en su presente; de estar en lo que está y a lo que está; instante tras instante, como hacía Vivacín. Pero ahora, antes de seguir expli- cándole cómo, le voy a contar otra historia. Es un relato sobre un mamífero más evolucionado que el pequeño Vivacín: me refiero a un perro, más concretamente un perro de trineo. Un audaz husky llamado Aperto que trabajaba como correo en el norte del Canadá. Ese día... 41 EL PERRO El correo se entregó a tiempo, a pesar de que la nieve caída había vuelto casi impracticables los caminos. Aperto estaba fatiga- do, pero era una fatiga grata, satisfactoria, la que viene tras cumplir hasta el final con el deber. Miró a sus compañeros: también esta- ban agotados, tumbados sobre el suelo, ya sin pensar nada. Bueno, no todos, a decir verdad. Cálculos, el perro jefe, solo estaba senta- do sobre los cuartos traseros; no querría rendirse aún al cansancio, quizás porque temiese que otro golpe del destino les obligase a tirar del trineo, por un mensaje urgente, a pesar de que –a ojos de Aperto– la puesta de sol teñía ya de un precioso violeta el horizon- te y en breve oscurecería. Transcurrieron las horas. Era evidente que ya no abandonarían el pueblo. Aperto recomendó a Cálculos que se relajase y recupe- rara fuerzas, pero este miró hacia otro lado, y solo cuando lo creyó conveniente, se tumbó y durmió. Estaba claro que ese perro siem- pre lo tendría por alguien sin criterio y cuyas opiniones no podía tener en cuenta nunca un líder del tiro. 3 EL VIAJE AL AHORA 42 Llegó la noche. Las horas, entre el velo y el desvelo, corrieron lentamente... Y poco a poco, el sol fue clareando el pueblo. La nieve, endure- cida por el frío de la oscuridad, ahora comenzaba a volverse espon- josa. Los cuerpos de los perros entraban en calor. El hombre saldría en breve de la oficina con los paquetes para entregar, pero ¡qué dul- ce sería que ese momento se dilatase un poco!, pensó Aperto. Por su parte, Cálculos ya estaba moviéndose alrededor, siempre serio; se detenía de vez en cuando para valorar el tiempo que les espera- ba; seguramente, también estaba estimando las distintas rutas que les convenían según el plan que él mismo se trazaba si el correo por entregar se ajustaba a sus previsiones. Para Aperto esta actividad matinal era una pérdida de tiempo pues, casi a diario, el plan de Cálculos se desbarataba por distintas razones. Sin embargo, ya no se molestaba en decírselo. Y partió el trineo, cargado como pocas veces. La ruta parecía despejada y el camino se hacía llevadero, excepto por un frío inten- so que tensaba sus músculos y hacía tiritar al hombre. Además, las nubes negras que se estaban formando no presagiaban una jornada agradable. Se entregaron los primeros correos. El día avanzaba y el frío continuaba intensificándose. Aperto notó que las cosas no iban bien. El hombre cada vez se inclinaba más hacia delante y no hacía indicaciones con las riendas. Un rato antes temblaba intensamen- te. Cada vez avanzaban más despacio. El perro se giró y lo vio demasiado reclinado, con los ojos cerrados. Así anduvieron aún una media hora, pero de pronto las correas perdieron toda tensión. El hombre cayó hacia delante, inconsciente, sobre el trineo. Nunca les había ocurrido algo semejante. ¿Qué hacer? A Cálcu- los correspondía tomar la iniciativa, pero parecía confuso. Al final EL PERRO 43 decidió que seguirían la ruta hacia el pueblo más cercano, proba- ble destino del hombre. Allí, al llegar a la oficina de correos, se encargarían de todo, incluidos los paquetes aún no entregados. Si corrían quizás pudieran llegar en unas cuatro horas. Pero Aperto no estaba de acuerdo: —Ese pueblo está demasiado lejos y no creo que el hombre pueda aguantar tanto tiempo con este frío. Además, ya ves cómo está cayendo ahora la nieve; sabes tan bien como yo que esa ruta queda impracticable en cuanto caen unos copos. En estas condicio- nes no tenemos ninguna posibilidad. —¡Qué sabrás tú! –ladró Cálculos–. ¿Acaso te corresponde a ti tomar esadecisión? Como en todos los trineos de perros haremos lo que indique el líder, que soy yo. —No te obstines. Te pasas el día calculando el tiempo de las rutas y no ves más allá de tu hocico. ¡Es un hombre! Necesita calor ya, comer algo para aguantar y recibir atención de los humanos en menos de una hora, como mucho dos. —¿Crees que no lo sé? Pero aquí estamos en mitad del bosque y no tenemos nada de eso. Nuestra única opción es seguir hasta el pueblo y confiar en romper el bloqueo de la nieve. Quizás él aguante ese tiempo. —Tal vez lo que necesita no está tan lejos. ¿Aceptarás un plan alternativo si consigo al menos que en veinte minutos recupere el calor? —¿Cómo? —Tú déjame. Confía en mí. Son sólo veinte minutos. Si no lo logro correremos al pueblo. A regañadientes, Cálculos cedió. Todos los demás parecían también apoyar a Aperto. Nuestro protagonista comenzó a dirigir- EL VIAJE AL AHORA 44 les regresando por el camino que habían recorrido. Pasó un cuarto de hora. Luego, salieron de la senda y se internaron un poco más hondamente en el bosque. Aperto bajó el paso y les pidió silen- cio. Lentamente se fueron aproximando hacia una zona más ver- dosa y visiblemente más caliente. Habían llegado justo al borde de una gruta cuya entrada estaba disimulada por maleza. De ella salía mucho calor. Aguzando el oído Cálculos se dio cuenta de la respi- ración honda y lenta de un animal. Un gran oso, probablemente con varios oseznos, hibernaba en su interior. Estaría a pocos metros de ellos, debían actuar con sigilo. Pegaron el trineo donde yacía el hombre a la entrada de la cueva y esperaron a que el calor le rea- nimase. Las tiritonas fueron disminuyendo y emitió algún sonido sordo. Debía encontrarse un poco mejor. Cálculos miró a Aperto, sin decir nada. Este, con un suave gru- ñido, le explicó: —Noté algo de calor en la piel al pasar antes por aquí; fue como una oleada. Además, me pareció curioso ver que ese lado de los árboles estuviera menos cubierto de nieve y que las plantas aún mantuvieran algo de verdor justo por aquí. Por eso lo pensé. —Pero no podías estar seguro. —No. No lo estaba. —¿Y ahora? ¿De dónde sacaremos algo que pueda comer? —Lo traeremos de unos cepos que deben de estar a unos diez minutos de aquí. —¿Cómo lo sabes? ¿Los has visto? —No, pero he oído un extraño aullido de un zorro. No era nor- mal. Era de dolor. —Pero... – Cálculos no siguió; bajo las orejas y se giró. Dócil- mente, todos se encaminaron hacia donde Aperto les indicaba. EL PERRO 45 En un cuarto de hora llegaron a los cepos. Efectivamente, había un zorro atrapado en uno de ellos. Con mucho cuidado, conscien- tes del peligro, aproximaron sus hocicos y fueron retirando la comi- da de aquellos que aún no habían saltado. La acercaron al hombre que, algo recuperado, masticó varios trozos de carne. Justo antes de alejarse de allí, Aperto dirigió una mirada al zorro prisionero que, silencioso y alerta, había observado todos sus actos. A Cálcu- los le pareció advertir que Aperto le compadecía. —Muy bien. Pero ahora, ¿no es mejor que vayamos ya hacia el pueblo? ¿Quién le va a curar aquí? —No. Mejor no: el camino ya debe de estar completamente blo- queado. Tengo una intuición. —¿Una intuición? ¿Desde cuándo es sensato guiarse por las intuiciones? —Si estuvieres un poco más abierto a lo que ves, oyes y hueles entenderías que las intuiciones son naturales. Bueno... Dejémoslo. ¿No vas a confiar otra vez en mí? —Está bien. ¿A dónde vamos? —Hacia allí. Hacia el mismo centro del bosque. Sí. Y no empie- ces a ladrarme que es una locura, que nos alejamos del camino, etcétera, etcétera. Sígueme y ya está. No solo el resto de los perros, también el hombre parecía dejar su suerte confiado en las decisiones de Aperto. Empezaron a internar- se más y más. Pasó una angustiosa media hora pero, de pronto, los perros supieron que lo habían conseguido: a sus hocicos llegó el olor del fuego y de la comida que se calentaba en las brasas. Unos huma- nos estaban a menos de un cuarto de hora. El hombre aún tardó un rato en ver la columna de humo, pero notó, por el paso de su trineo, que los animales ya lo distinguían desde antes. Estaba salvado. EL VIAJE AL AHORA 46 Cálculos miró de soslayo a Aperto. Este, no podía evitarlo, tenía dibujado en sus fauces un pequeño rictus de satisfacción, cosa muy rara en los perros. Comenzó a hablar, aunque no le había preguntado: —No lo sé. Quizás olí el humo sin ser consciente realmente de él; o quizás oí, sin distinguirlo, un crepitar, o tal vez que peque- ños animales parecían escapar desde ese punto. No voy juzgándo- lo todo. Tan solo voy disfrutando, cuando camino, con mis senti- dos, de lo que tenemos alrededor. Por cierto, te recomiendo que lo hagas tú también, en vez de estar perdido en tanto cálculo de rutas y caminos posibles, verás que es mucho más divertido trabajar así. * * * Cálculos era un buen perro de trineo; fuerte y enérgico, moti- vado y centrado en su trabajo; pero, como refleja la historia, no muy práctico ante una situación realmente inesperada. Aperto, en cambio, sería tachado por los jefes de muchas empresas de soña- dor, distraído y, quizás, poco estimulado “para hacer carrera”. No obstante, quién puede dudar de que su actitud de estar abierto a todo –a lo relevante y a lo aparentemente irrelevante– resultó muy valiosa. A veces creemos que en esta vida lo mejor es tratar de tenerlo todo controlado; que si hacemos un análisis realmente exhausti- vo y pormenorizado evitaremos las dificultades. Sin embargo, esta actitud cuenta, al menos, con dos grandes inconvenientes: prime- ro, que nos obliga a estar permanentemente elucubrando e imagi- nando problemas, lo que suele acarrear buenas dosis de ansiedad; y, segundo, que, como es completamente imposible tener todo con- trolado y que no surja ningún contratiempo, cuando aparecen nos sentimos particularmente frustrados. ¡Después de tanto esfuerzo de planificación resulta que al final algo tiene que salir mal! No es EL PERRO 47 raro que Cálculos quedase desconcertado tras el desvanecimiento del hombre: ¿Quién podía prever algo semejante? Su preocupación por la estimación de rutas, caminos, nieve caída y tiempos entre poblaciones podía resultar encomiable, pero le impedía atender a muchas otras cosas quizás a primera vista fútiles dada su tarea, pero quién sabe si importantes en un momento dado. Una actitud como la de Aperto, consistente nada más que en procurar man- tenerse franco a los estímulos de alrededor –y no necesariamen- te porque puedan servir para algo en el futuro, sino simplemente para disfrutar con ellos– resulta, a la larga, mucho más inteligente, permite gozar del momento presente y favorece hallarse mejor pre- parado ante posibles dificultades futuras. Esta actitud es la que la atención plena consigue estimular. Cuando uno conduce por una carretera puede ir sumido en sus pensamientos o atendiendo a lo que ve y oye, tanto lo interno del vehículo (en este caso, los sonidos del coche, sus indicadores, o el sonido de la radio, la conversación, etc.) como lo externo (por ejem- plo, el paisaje, la luz, sus olores, sus sonidos, todo lo que ve a los lados de la carretera, el tráfico, etc.). Ir excesivamente ensimisma- do en uno mismo durante kilómetros y kilómetros puede volver el viaje terriblemente monótono, hacer que el camino no aporte nada (pues no se recuerda ningún detalle de por dónde se ha circulado) e, incluso, que se pase uno la salida o que se accidente, en el peor de los casos. En cambio, hacer el viaje con los sentidos abiertos sue- le convertirlo en algo más placentero y permite recoger una infor- mación que, quizás, pueda resultar útil. La conducción es una analogía de la vida. Todos tenemos un coche –que es nuestra propia vida–, y podemos avanzar metidos en nosotros mismos durante años y años (y oyendo solo nuestros “ruidos”) pero también abiertos a todo el espectáculo del exte- rior. ¿No merecela pena salir de nuestro ensimismamiento para EL VIAJE AL AHORA 48 recrearnos con el paisaje y disfrutarlo tal cual es? Por supuesto, lo que vemos puede parecernos tedioso o desagradable; no obstan- te, también está en nuestra mano, aunque sea arriesgado, dar un volantazo y tratar de dirigir nuestro vehículo –nuestra vida– hacia parajes más atractivos y estimulantes. En muchas patologías psíquicas –la ansiedad, la depresión, las obsesiones, etc.– resulta especialmente evidente el efecto con- traproducente del cálculo sin fin y del ensimismamiento. Los que padecen estos problemas a menudo dan vueltas y vueltas al por- qué de su malestar; elucubran sobre las circunstancias del pasado que han podido propiciar su estado o las desgracias recién sucedi- das que les han conducido a esa situación. Y, en muchas ocasiones, esa misma reflexión sirve para perpetuar su triste estado. Varios modelos actuales de tratamiento psicológico –por ejem- plo, la Activación Conductual o la Terapia de Aceptación y Com- promiso– han insistido en que esa “hiper-reflexión” sobre el propio problema y sobre cómo solucionarlo impiden, paradójicamente, emprender de una vez el camino de la mejoría. Para empezar, por- que nos repliegan, como un bucle, una y otra vez sobre nosotros mismos y, en consecuencia, nos alejan del aquí y del ahora; pero, además, porque de ese modo nos volvemos más pasivos, se mag- nifica nuestro malestar y nos identificamos acríticamente con un perjudicial rol de enfermo. Un rol de enfermo, por cierto, a menu- do propiciado por el mismo sistema sanitario, que pretende tratar los problemas psicológicos como si fueran enfermedades comunes. De hecho, muchas veces, las personas de alrededor recomien- dan a quienes sufren ansiedad o depresión que dejen de verse como enfermos y cesen de pensar en sus problemas; que retomen las actividades abandonadas y que no pongan tanto énfasis en lo mal que se encuentran. No por ello son insensibles o incapaces de EL PERRO 49 entender el malestar de sus seres queridos. Es más: tienen razón, y conseguir recuperar la vida que se llevaba, a pesar de no hallarse aún bien, es un medio excelente para mejorar en estos casos. Los sujetos con depresión tienen habitualmente un pensamien- to rumiante, que vuelve y vuelve sobre los mismos temas. ¿Cómo no va a tener ese comportamiento un efecto negativo sobre uno mismo? Por supuesto, comprender que alguien cercano sufre y está sumido en la negra pesadumbre de la depresión representa una muestra de empatía y de caridad humana. Y, sin lugar a dudas, es el primer paso para ayudarle. Pero luego hay que acompañar a la persona para que “tenga un respiro” o “se evada” de ella mis- ma o, mejor dicho, de su parte negativa, para que dirija su mirada también a otros aspectos de su vida. Y, para conseguirlo, es útil que recupere las actividades perdidas, a veces tras un extraordinario esfuerzo de voluntad y con enorme malestar, pues si logra reintro- ducirlas en su día a día tendrá la posibilidad de ponerse de nuevo en contacto con circunstancias y personas que le gratificarán, que volverán a dar sentido a su existencia. Todo este proceso se facilita cuando, gracias a la atención ple- na, uno se “desenreda” de sí mismo. Porque, se crea o no, llega un momento en que darles más vueltas a los propios problemas y vivencias se convierte en una fuente permanente de malestar y, sobre todo, es algo que aleja de la vida. Recordemos otra vez a Cál- culos, enfrascado siempre en su planificación de rutas y los pro- blemas que podían surgir en el camino: ¿evitaba acaso mejor así los contratiempos? Solo hasta cierto punto, pues estos son innume- rables. ¿Era su conducta más adaptada a las circunstancias? Muy parcialmente, ya que su ensimismamiento preocupado le impedía advertir todo lo que tenía alrededor. Del mismo modo, si tras un episodio depresivo alguien no hace sino dar vueltas y vueltas al porqué de sus pesares, pierde el contacto con el mundo real, no EL VIAJE AL AHORA 50 resuelve por ello sus dilemas y se hunde progresivamente más y más. Redirigirse hacia el exterior, hacia todos los estímulos posi- bles, tal y como son, deshace ese nudo que ahoga y hunde. Las afirmaciones anteriores no son especulaciones. Existe cada vez un cuerpo de investigaciones mayor y más contrastado que demuestra que la terapia basada en la atención plena es una inter- vención realmente eficaz para evitar las recaídas depresivas. Los pacientes que siguieron un programa de atención plena y apren- dieron a dirigir sus sentidos hacia el exterior, en vez de hacia ellos mismos, y apagaron el “piloto automático” para a atender real- mente a sus pensamientos y acciones en el presente, contabilizaron muchos menos reingresos por la depresión y, al cabo de los meses, se encontraron significativamente mejor que los que no siguieron este tratamiento. Este efecto benéfico se explica porque la atención plena, justa- mente porque nos focaliza hacia los estímulos del momento, del presente, con toda su riqueza, deshace de forma natural una acti- tud enfermizamente reflexiva. Pero adviértase que la atención ple- na no busca proporcionar ninguna sensación especial de bienestar o de felicidad que contrarreste el malestar. Recordemos que nues- tro otro protagonista canino, Aperto, no se hallaba en un estado contemplativo, pasivo, de beatitud o de nirvana sino que, sencilla- mente, estaba abierto al presente, lo que se traducía en estar más vivo y menos ensimismado, que es justo lo que necesita alguien con depresión. Es posible que algunas personas piensen que cuando se está realmente deprimido es una ingenuidad creer que se pueda adop- tar por propia voluntad esa actitud de atención plena, de apertura vital; que la depresión es una enfermedad y, por consiguiente, un problema biológico ante el que solo cabe confiar en la medicación. EL PERRO 51 Sin embargo, la creencia de que la depresión es un trastorno causa- do por una alteración orgánica, de la química neuronal o de deter- minadas estructuras cerebrales está hoy en día puesta en cuestión. Es posible que permanecer en un estado depresivo durante un lar- go tiempo sí afecte a determinados neurotrasmisores (por ejemplo, la serotonina), pero aún así también es dudoso que un tratamiento puramente farmacológico pueda ayudar a alguien con depresión, al menos a la larga. Es mucho más probable que unos determinados acontecimien- tos y la actitud vital que se tiene ante ellos guarde relación con el origen y el mantenimiento de un estado depresivo. Y, por eso, la biología cerebral y su conocimiento puede aportar solo remedios parciales. Ingenuamente hay quien cree que cuando sepamos todo sobre el cerebro no tendremos que recurrir a terapias psicológicas, y que el que esto suceda solo es cuestión de tiempo. Pero todos nuestros conocimientos sobre el cerebro, sobre sus regiones, las interconexiones neuronales y su actividad químico-eléctrica poco puede decirnos sobre los problemas de nuestra vida. Piense usted si conocer todos los circuitos de su ordenador, todos los micropro- cesadores, el funcionamiento de la memoria del disco duro, etc. le puede revelar las claves de lo que en un momento dado escribe con un procesador de texto. Por supuesto, que el ordenador cuente con todo ese aparataje –ese hardware– posibilita que usted pueda escri- bir y que se almacene lo que ha redactado, pero ¿qué puede decir- nos sobre el contenido, el sentido, de lo escrito? Pero ahora, antes de seguir aclarando otras cuestiones sobre la naturaleza de la atención plena, puede ser útil conocer la historia de un pato que, precisamente, era también bastante desdichado. Se llamaba Puntillas, y una mañana... 53 EL PATO Se despertó en su nido de pajas. La noche había sido fresca, pero ahora el calor desentumecía sus plumas. Batió unas cuan- tas veces las alas y estiró el cuerpo. Lanzó un par de graznidos. Y, como todas las mañanas, comenzó su pasolento y bamboleante hacia el río. Con pesadez recorría los escasos cincuenta metros que le sepa- raban del agua; casi no había andado, pero ya estaba cansado. Oyó unos ladridos y, de repente, como una exhalación, pasó a su lado el perro de la granja de al lado. No es que le asustase: no hacía nada a los patos, si acaso jugueteaba persiguiéndoles un rato, por puro entretenimiento, pues estaba bien advertido por el granjero de que se guardara mucho de quitarles una sola pluma. Pese a todo, Pun- tillas no podía sufrirlo. Ese correteo incesante, esa velocidad inusi- tada eran para él una auténtica cruz. ¡Qué gusto debía de dar correr de esa manera! ¡Moverse con esa desenvoltura! ¡Y, de paso, un día, sacudirle él un trompazo a toda velocidad, de esos que dejaban atontado durante unos segundos! Pero... ¿por qué soñaba? Él no era más que un pato y no podía sino andar de esa manera tan torpe 4 EL VIAJE AL AHORA 54 y característica. Pensó que los perros –y vete a saber tú si también los humanos– se reirían de su paso, de su lentitud y de su zarandeo. Al fin llegó al río y empezó a flotar suavemente. Metió varias veces la cabeza en el agua para refrescarse y coger tono. Ya estaba más tranquilo. Ahora comería algo. Flotando sobre el agua pilló unos gusanitos y, cerca de la orilla, unas moscas aún atontadas por lo temprano de la mañana. Bueno –se dijo– es un comienzo. Metió la cabeza en el agua para tratar de encontrar algo más sustancioso: quizás algún pececillo despistado. Pero hoy no debía de ser su día pues los peces más grandes, que nadaban con gracia y velocidad, le arrebataban con giros instantáneos todos los pececillos que se ponían a su alcance. Puntillas lamentó entonces no poder cambiar de dirección con esa rapidez, desplazarse en el agua como esos tor- pedos acuáticos perfectamente aerodinámicos. Realmente –pensó– los patos somos seres muy inferiores. No sé ni cómo sobrevivimos comiendo algo del río. ¡Ojalá pudiera yo desplazarme en el agua como estos peces! Muy desanimado salió del río y resolvió que tal vez le costa- se menos comer algo en seco. Los patos pueden alimentarse de muchas cosas terrestres: granos de maíz, trigo, hierbas, insectos, etc., así que quizás ahora tuviera más suerte. Empezó a andar por la tierra esperando la salida de algún gusano o un saltamontes, que eran sus favoritos, pero, por el momento, no aparecía ninguno. Al fin, a unos dos metros, vio un grillo de espaldas. ¡La oportuni- dad que esperaba! Comenzó a andar muy lentamente hacia él. Ya estaba cerca. Únicamente unos centímetros. Si se estiraba de gol- pe sería suyo. Sólo un segundo más y... en ese instante, un ligero gorrión voló de una rama y apresó el grillo en un instante; y con él en su pico, disparado, retomó el vuelo. Puntillas no había podi- do ni reaccionar. ¡Era lo que le faltaba! Inevitablemente comenzó a lamentar su suerte. ¡Y ahora un gorrión! ¡Tampoco podía ser él EL PATO 55 capaz de volar así! ¡¿No era acaso también un ave?! Cómo podía la naturaleza ser tan cruel para hacer un pájaro con esas alas redon- das, un cuerpo tan gordo, tan lento y tan pesado. Podía volar, pero para despegar del agua no tenía más remedio que gastar unas fuerzas inmensas, chapoteando un buen rato. Y luego... ¿para qué? ¿Acaso podía él hacer esos picados, esos giros, que veía en las águi- las y halcones?, ¿de volar a esas velocidades? ¡Eso sí que era un pri- vilegio! ¡O la gracia y movilidad que tenía el colibrí! ¡Qué belleza, qué perfección de movimientos! Con todas estas reflexiones en la cabeza Puntillas se deprimió tanto que se encontró mal físicamente, incluso con mal cuerpo, enfermo. A lo mejor la solución de su malestar pasaba por visitar a algún patoterapeuta. De hecho, le habían hablado de uno muy bueno que atendía en la charca cercana. Seguramente él podría hacer que se encontrase mejor. El patoterapeuta, muy amable, tuvo a bien hacer un hueco en su agenda y le atendió a los pocos días. En la primera sesión, le escu- chó con mucha atención y le dijo que no se preocupara, que su caso tenía solución. Para empezar debía librarse de esa ansiedad que arrastraba. Le recomendó algunas técnicas de relajación y respira- ción abdominal que debía practicar, sobre todo cuando estuviera en su nido. Igualmente, le indicó que durante su conversación había detectado muchos pensamientos negativos, por ejemplo, “no soy bueno”, “no valgo nada”, “me gustaría ser otro”, “¿por qué tengo tanta mala suerte?”, “soy un incompetente”, etc. Estos pensamien- tos –le dijo– son la causa de tu malestar, por tanto es fundamental que los deseches por irracionales y los modifiques por otros que te hagan sentir mejor, como: “en realidad, valgo mucho”, “tengo que quererme”, “si no consigo más cosas es porque yo mismo me sabo- teo”, “soy capaz de todo”, “tengo suficiente confianza en mí”, “soy especial”, “tengo un gran potencial, como el que más”, etc. EL VIAJE AL AHORA 56 Puntillas salió bastante animado de la consulta y se aplicó a poner en práctica tanto la relajación como la patoterapia cogniti- va. Al principio, le pareció que el tratamiento estaba resultando un éxito, pues se sentía claramente más aliviado. Sin embargo, tras unos días, sus sentimientos primitivos volvieron a imponerse. El patoterapeuta le explicó que debía esforzarse más y trabajar con mayor ahínco para cambiar todos los pensamientos negativos por los positivos. Puntillas lo intentaba pero, ignoraba por qué, al final siempre acababa pensando que él no era capaz de correr como un perro, nadar como un pez o volar como la mayoría de las aves. Más deprimido que nunca abandonó la patoterapia con un sentimiento de absoluta desesperanza. Así transcurrieron varias semanas hasta que, una tarde, llegó volando una bandada de patos que nunca antes había descansado allí. Migraban desde Alaska y, como Puntillas sabía, siempre era interesante escucharles, pues traían novedades y contaban histo- rias curiosas. Uno que parecía de más edad miró a Puntillas y notó su tristeza. —¿Qué te aflige, muchacho? ¿Te pasa algo? ¿Estás enfermo? —Me siento como si lo estuviese –respondió Puntillas–. Creo que llevo una vida miserable. —¿Por qué? ¿Qué te falta? ¡Cómo es posible que un pato se lamente! —¿Qué cómo es posible? ¿Acaso tú no ves que somos animales limitados? ¡Los mediocres de la Naturaleza! —Pues... Bueno... No sé. Lo cierto es que yo nunca me paro a pensar eso. Podemos nadar, volar y andar. No somos los únicos, pero la mayoría de los animales no tienen esas posibilidades. Ade- más, ya sé que no lo hacemos tan bien como otros, especialmente lo de correr, no se debe negar la realidad, pero justamente por no EL PATO 57 habernos especializado en nada tenemos la ocasión de disfrutar de varias alternativas. Creo que para volar tan velozmente como un halcón tienes que dedicarte sólo a eso; igual que para correr como una gacela, o nadar como una carpa. Yo, la verdad, prefiero tener todas las posibilidades y no agobiarme por ser tan perfecto como otros. Me parece que así estoy más relajado. Y... ¡qué demonios!, ¿podemos hacer algo para cambiarlo? Mejor será que tomemos las cosas tal y como son. Puntillas quedó muy impresionado por la conversación con su congénere. Lo cierto es que, hasta ahora, no había visto las cosas así. Se había preocupado más por sus imperfecciones o limitaciones que por sus cualidades, y también podía disfrutar de estas, aunque no fuesen tan extraordinarias como las de otros. Al fin, ¿por qué era tan importante ser más que otros, hacer las cosas mejor que otros? Este cambio de actitud influyó positivamente en su ansiedad, que se relajó de forma natural y sin hacer nada por ello, y también sobre el curso de su pensamiento. No es que ya no surgiesen pensamien- tos como: “¡Qué bien corre ese perro o nada ese pez, ojalá pudiese yo correr o nadar así!” Y también se enfadaba cuando un avecilla mucho más grácil que él le arrebataba un bocado. Pero sabía que eran solo
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