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VIAJE AL AHORA

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Jorge Barraca
el viaje al
Una guía sencilla para llevar 
la atención plena a nuestro día a día
Desclée De Brouwer
EL VIAJE AL AHORA
Una guía sencilla para llevar la atención plena 
a nuestro día a día
Jorge Barraca Mairal
160
EL VIAJE AL AHORA
Una guía sencilla para llevar la atención plena 
a nuestro día a día
C r e c i m i e n t o p e r s o n a l
C O L E C C I Ó N
© Jorge Barraca Mairal, 2011
© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2011
Henao, 6 - 48009 Bilbao
www.edesclee.com
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mento de esta obra.
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ISNB: 978-84-330-2527-2
Depósito Legal: BI-2850/11
Impresión: RGM, S.A. - Urduliz
mailto:info@edesclee.com
www.edesclee.com
www.cedro.org
A Carmen Mairal Lerís
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca... 
pide que tu camino sea largo, 
rico en experiencias, 
en conocimiento...
... que sean numerosas las mañanas de verano 
en que con placer, felizmente, 
arribes a bahías nunca vistas...
Ten siempre a Ítaca en la memoria. 
Llegar allí es tu meta... 
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años, 
y en tu vejez arribes a la isla con cuanto hayas ganado en el camino, 
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella el camino no hubieras emprendido...
K. Kavafis (1911)
ÍNDICE
Unas palabras para comenzar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
1. El caracol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
2. El dinosaurio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
3. El perro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
4. El pato . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
5. La ballena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
6. Hacia la atención plena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
7. La atención plena de la respiración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
8. La atención plena del cuerpo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
9. La atención plena en un lugar público . . . . . . . . . . . . . . . . 95
10. La atención plena en casa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
EL VIAJE AL AHORA
12
11. Caminar con atención plena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
12. La atención plena en actividades del hogar. . . . . . . . . . . . 113
13. Un paseo manteniendo la atención plena . . . . . . . . . . . . . 119
14. La atención plena a lo largo de unas horas . . . . . . . . . . . . 125
15. Una mañana o una tarde con atención plena . . . . . . . . . . 131
16. Vivir un día con atención plena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
Cierre… y alborada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
13
UNAS PALABRAS PARA COMENZAR
Reflexionar es bueno, pero volver una y otra vez sobre lo mismo 
impide ser feliz. Por elemental que parezca, vivir dando vuelvas y 
vueltas a las cosas puede ocasionar incluso trastornos realmente 
graves (depresiones, obsesiones, ansiedad, hipocondría, etc.). La 
clave para disfrutar y aprovechar nuestra vida consiste en no ensi-
mismarnos, sino en estar ahora –ya– en contacto con el mundo y 
abiertos a lo que nos llegue en cada momento. Esta es la idea básica 
que quiero transmitir en este libro.
De niños nos decían que había que pensar bien lo que se hacía y 
decía, y también las consecuencias. No es que fuera una enseñanza 
perniciosa, ni mucho menos. Pero puede llegar a serlo si se asume 
como una verdad absoluta y se lleva hasta el extremo. Al menos, 
así lo parece en muchas personas: aquellas que se agobian cuando 
tienen que tomar cualquier decisión, que dan mil vueltas sin llegar 
nunca a atreverse a nada, que se pierden en sus divagaciones, que 
ante el mínimo contratiempo (el pinchazo de una rueda, la avería 
de la cisterna, el recibo retrasado, la mancha del vestido...) se sien-
ten desbordados.
14
EL VIAJE AL AHORA
Y es que vivir es fácil, pero nos lo complicamos. Padecemos 
terriblemente porque nuestra mente es una parlanchina incorregi-
ble y no nos deja en paz. Los “sufridores de pensamiento”, o sea, 
aquellos que ven que uno de sus problemas (quizás el mayor de 
ellos) radica en una incontrolable imaginación negativa, se identi-
ficarán con muchas cosas que cuento en este libro. Pero... ¿es que es 
posible esperar el resultado de un análisis de sangre rutinario sin 
agobiarse?¿No estar preocupado por las posibles desgracias que 
pueden pasarles a nuestros familiares y amigos, o a nosotros mis-
mos? ¿No “comerse el tarro” ante la posibilidad de un despido, 
cuando la cosa está tan mal...? Claro que se puede. 
En las páginas siguientes voy a proponer una estrategia para 
evitar que el pensamiento se vuelva nuestro peor enemigo. No se 
trata de ninguna aportación personal –ni probablemente nadie, en 
justicia, podría atribuirse su invención–, sino de un procedimiento 
conocido desde los albores de la humanidad, nada milagroso y, sin 
duda, bastante más practicado en Oriente que en Occidente. Me 
refiero a la actitud de estar en contacto con la vida, abiertos a lo 
que se experimenta en cada instante, dirigiendo nuestra atención 
plena y consciente a lo que se está haciendo en cada momento, sin 
juzgarlo ni valorarlo o, como es también ya conocido por muchas 
personas, practicando mindfulness.
Frente al pensar y pensar, invito a vivir y vivir, incluso aunque 
lo que vivamos no sea agradable y no nos guste. Si dar vueltas y 
vueltas a las cosas conduce a la pasividad y a la evitación, la aten-
ción plena favorece estar activos y, en consecuencia, ayuda a lograr 
la satisfacción vital. No es que se vaya a dejar de pensar, claro, pero 
sí se puede aprender a tomarse los pensamientos de otra manera.
Para acompañarles en este camino, he dividido el libro en dos 
partes claramente diferenciadas. Una primera de introducción a la 
UNAS PALABRAS PARA COMENZAR
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atención plena y una segunda con diez ejercicios que la introducen 
progresivamente en nuestro día a día. Y es que resulta muy difícil, 
si no imposible, que su mera comprensión intelectual nos aporte 
algo, mientras que llevarla realmente en nuestra vida es la forma 
de beneficiarnos de su poder vivificante y curativo.
En la primera parte cuento por qué reflexionar continuamen-
te puede resultar tan perjudicial, señalo cuáles son los obstáculos 
para abrirnos a la experiencia, por qué juzgamos siempre todo tan-
to y cuál es la naturaleza de la postura alternativa: la atención ple-
na. En cada capítulo me he servido de una fábula para transmitir 
las ideas de una manera intuitiva. Estas historias son muy elemen-
tales, pero en ellas está contenido todo lo que luego –con bastantes 
más palabras– he querido transmitir. Así pues, cuando capten el 
sentido de estas historias, ya habrán hecho suyas las claves de la 
atención plena.
En la segunda parte del libro propongo un plan de actuación 
concreto para lograr que la atención plena cobre cada vez más 
espacio en nuestra vida. Este plan es realmente sencillo y accesible 
a todo el mundo. No necesita ningún tipo de preparación especial. 
En rigor, es más bien una introducción a la práctica de esta aten-
ción; quizás solo una pequeña prueba, para que aquel que lo desee 
descubra qué puede significar vivir de esta forma a partir de aho-
ra y sienta, quizás, que es un camino por el que seguir avanzando.
A lo largo del libro no pretendo convencer a nadie con razona-
mientos –caería entonces de nuevo en el método de la reflexión sin 
fin que trato,precisamente, de desterrar–, sino invitar al que quiera 
a que practique un cambio de actitud. Cuando llegue a la segunda 
parte del libro puede intentar llevar a la práctica los ejercicios que 
desee, aunque, como es natural, tienen un carácter progresivo, y 
mientras el primero solo le ocupará tres minutos, el último implica 
EL VIAJE AL AHORA
16
estar con la actitud de la atención plena durante un día completo. 
Pero no crea que esto supone mantenerse veinticuatro horas en una 
posición contemplativa o meditativa, no tiene nada que ver con eso. 
Y, al contrario de lo que uno puede imaginar, resulta mucho más 
relajado que vivir como solemos hacerlo. Se podría decir, incluso, 
que se trata de pasar al fin un día viviendo, viviendo realmente, en 
vez de sonámbulo. Descubrirá que el mundo es mucho más intere-
sante, mucho más intenso, mucho más atractivo, mucho más vivifi-
cante y mucho más placentero de lo que solemos sentir.
Y también verá que no deja de tener pensamientos, natural-
mente, incluso negativos, y aun aquellos con los que ha podi-
do estar luchando mucho tiempo, pero que eso no significa que 
se quede permanentemente “enganchado” en ellos. Porque tener 
pensamientos no significa juzgar, valorar, interpretar todo el tiem-
po cada cosa que vivimos y nos sucede. Los pensamientos pue-
den llegar e irse como otras cosas de la vida: el frío, el apetito, el 
entusiasmo, el cansancio, la plenitud, la tristeza, la satisfacción, las 
ganas de correr o las ganas de reír. Son cosas que surgen, que sen-
timos, que en un momento dado tienen su presencia y que se van 
sucediendo. Si aprendemos a convivir con nuestros pensamientos, 
con nuestras sensaciones y con nuestros sentimientos y los aten-
demos o estimamos en el mismo grado que muchas otras cosas de 
nuestra vida, nos espera un futuro mucho más rico, sabio, mucho 
más pleno y vital.
Y ahora... empecemos: voy a contarles una vieja, curiosa y 
sugerente historia, y eso a pesar de que su protagonista solo medía 
unos pocos centímetros...
17
EL CARACOL
Vivía en un frondoso bosque. A diferencia de sus congéneres, 
Metas, en vez de recrearse con la hierba del suelo, prefería girar la 
cabeza hacia arriba y ver con sus cuernecitos-ojos las copas de los 
árboles. De esa guisa, a finales de la primavera, en lo más alto de 
un magnífico roble, descubrió unas hojas tan verdes que se figu-
ró resultarían un manjar especial, algo de sabor maravilloso, nada 
comparado con la ramplona hierba terrestre que tenía que engullir 
habitualmente. Y, en contra del sentido común, que, se asegura, 
poseen los caracoles, Metas comenzó a subir el majestuoso árbol. 
La naturaleza ha dotado a los caracoles de un solo y musculoso pie 
que, convenientemente lubricado con su propia baba, resulta un 
soporte seguro para cualquier ascensión; sin embargo, este medio 
de desplazamiento no es precisamente rápido, en especial si hay 
que subir por un plano completamente vertical. Tales inconvenien-
tes no desanimaron al intrépido gasterópodo y con su noble parsi-
monia comenzó la subida hacia sus anheladas hojas verdes.
Por el tronco, Metas encontró otros animales. Unas vivaces hor-
migas, extrañadas de su comportamiento, se acercaron a él y le pre-
guntaron que a dónde se dirigía. 
1
EL VIAJE AL AHORA
18
—Quiero probar las hojas de la copa. Deben de ser algo subli-
me.
—Estás loco. Al paso que vas no llegarás ni a la mitad del tron-
co cuando venga el otoño y todas esas hojas estarán ya secas o se 
habrán caído. Si pudieses correr a nuestro ritmo, en cambio, subi-
rías y bajarías todo el árbol el mismo día.
Sin embargo, el caracol no se desanimó. Cada vez hacía más 
calor y se sentía lleno de energía e ilusionado con su objetivo. Así 
que, siempre pasito a pasito (o, más bien, deslizamiento a desliza-
miento), continuó avanzando hacia sus deseadas hojas. Además, el 
camino era muy hermoso. Cada vez estaba más alto y nunca había 
visto el mundo desde esa perspectiva, lo que le satisfizo sobrema-
nera. Podía comer algo de musgo pegado en el tronco y, aunque 
seguro que no estaba tan bueno como las hojas de la copa, era lo 
que entonces el árbol le ofrecía.
Pero la verdad es que las hormigas no iban desencaminadas. 
Los meses de calor pasaron y, poco a poco, comenzó a hacer cada 
vez más frío: el otoño se cernía sobre el bosque. Por la noche, Metas 
se metía en su concha y por el día tenía que disminuir su ritmo de 
avance.
—Déjalo ya –le comentaron de nuevo las hormigas–. Mira que 
las hojas están perdiendo su verdor. Más te valdría dar la vuelta 
y hacer como todos los demás caracoles. Además, olvídate tam-
bién de nosotras: en cuanto recolectemos algunas semillas más nos 
vamos al hormiguero a pasar el invierno.
A Metas le dio algo de pena perder la compañía de las hormi-
gas, y eso que no le daban precisamente muchos ánimos. “Pero los 
caracoles somos hermafroditas –pensó– y, si me siento muy solo, 
siempre puedo amar un poquito a mi otra parte para sentirme algo 
acompañado”.
EL CARACOL
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Con todo, ya algo más arriba de la mitad del tronco, Metas vio 
que casi no quedaban hojas verdes. Inexorablemente habían ido 
mudando de verde a amarillo y luego a marrón; muchas habían 
pasado a su lado mientras caían hacia el suelo. Sin embargo, no se 
dio por vencido. 
El invierno retrasó aún más su avance. Durante semanas ente-
ras en que el frío arreciaba ni siquiera pudo salir de su concha. No 
prestaba oídos a los pocos seres vivos que ahora encontraba en el 
tronco y que se mofaban de su fracasada aventura. Tenía pacien-
cia... y quizás también un secreto. Lo que estos animales no sabían 
es que para todos los seres que viven muy rápido (como, por ejem-
plo, las moscas o los colibríes) el tiempo se dilata enormemente; en 
cambio, para los que van despacio, el tiempo pasa muy muy rápi-
do. Por eso, en el reloj interior de Metas, los meses eran un par de 
días, los días solo minutos y las horas algo tan fugaz que casi no 
podía apreciarlo; así que, en un santiamén, las estaciones se suce-
dieron.
Empezó a hacer más calor y con su tranquilidad de siempre el 
caracol siguió su empinado camino. Ya estaba muy cerca y las hor-
migas volvieron a aparecer. 
—¿Has pasado así todo el año, subiendo por el tronco? 
—Sí. Poquito a poco. 
—¡Caray, chico! ¡Qué perseverancia! Creo que empiezas a 
merecerte tu premio. Mira. De hecho, parece que el árbol está a 
punto de llenarse del verde de la vida.
La hormiga tenía razón. Y, justo el día en que las hojas alcanza-
ron su plena madurez, Metas se escurrió un último milímetro hasta 
alcanzarlas.
* * *
EL VIAJE AL AHORA
20
Los seres humanos vivimos el paso del tiempo de forma muy 
diferente. Muchas veces –y quizás más que nunca hoy en día– nos 
mostramos faltos de paciencia, pero, ¡claro!, no tenemos ese truco 
de los caracoles para que el tiempo pase deprisa. Estamos a medio 
camino entre las especies que viven deprisa (como los pájaros o 
algunos insectos) y los lentos, como las grandes tortugas, los oran-
gutanes o, sobre todo, los perezosos. Sin embargo existe otro secre-
to para que el tiempo se deshaga: prestar atención a todo lo que 
tenemos alrededor, interesarnos por todo, maravillarnos por todo. 
De hecho un simple paseo de quince minutos puede parecer lar-
guísimo si uno lo hace con una actitud de atención plena. Es equi-
valente a lo que nos pasa cuando estamos de viaje y visitamos una 
ciudad en el extranjero: los cuatro días que pasamos en ella parecen 
un mes, porque nos han sucedido muchas más cosas, nos hemos 
fijado en una gran variedad de estímulos, hemos prestado aten-
ción a distintas situaciones; en suma, porque acudíamos vírgenes 
al espectáculo que se nos ofrecía. En cambio, cuando volvemos a 
nuestro entorno rutinario, pueden pasar semanas o meses y nos 
extraña lo poco que recordamos y lo poco que nos parece haber 
hecho en todo ese tiempo.
Una de las cosas que sucede cuando habitamos el presente y 
vemos cosas de forma novedosa es que nos “salimos” de nosotros 
mismos. Eso es loque pasa muchas veces, por ejemplo, cuando 
practicamos ciertos deportes (en particular, algunos trepidantes, 
como esquiar), cuando vemos una película que nos absorbe, cuan-
do nos sumergimos en un libro o en una música, cuando bailamos, 
cuando participamos en un espectáculo divertido, etc. En esos ins-
tantes dejamos de habitar en nuestro tiempo interior y, de alguna 
manera, nos hacemos atemporales, como el mismo presente.
Cuando se adopta la actitud de la atención plena pretendemos 
volvernos más atentos a todo lo que tenemos alrededor, abrirnos y 
EL CARACOL
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darnos cuenta, y observar lo que experimentamos, sin juzgarlo ni 
valorarlo. Implica ser consciente de lo que se ve, se siente, se oye, 
se huele, se degusta, se saborea, se palpa justo en el momento en 
que ocurre. En el ahora. Por tanto, pretende focalizarnos hacia el 
presente.
Lo que se siente puede venir del exterior (sabores, olores, tem-
peratura, colores que se ven, etc.) o del interior (sensaciones del 
cuerpo o pensamientos). Tanto unos como otros tratan de vivirse 
tal cual son. Sin magnificarlos ni minimizarlos, experimentándolos 
sin connotaciones de ningún tipo (buenas, malas, regulares, neu-
tras). Incluso los pensamientos se deben vivir así: considerando 
que son solo pensamientos (es decir, diciéndose “ahora me viene 
un juicio, un recuerdo, una opinión...”). Los pensamientos son un 
acontecimiento, que también ocurre, como todo lo demás.
Considere el siguiente ejemplo. Suponga que está usted espe-
rando en un restaurante a un amigo que se retrasa. En esta circuns-
tancia muchas veces comienza un curso de pensamiento como el 
que sigue y a él se dirige por entero la atención:
“Ya estoy aquí, esperando, otra vez, como siempre. Ahora todo el 
mundo pensará que me han dejado colgado. Todo el mundo fijándose. ¿Es 
que no se pueden meter en sus cosas? Desde luego, no voy a volver a lle-
gar nunca más a la hora; para empezar, como poco, llegaré veinte minutos 
tarde. Sí. Pero por sistema. Bueno... quizás me esté pasando... quizás es 
que realmente le ha pasado algo, algo que le impide de verdad venir. 
¿Y si fuese algo realmente... malo? Ya está. Seguro. Le ha pasado algo. 
Pero algo gordo. Se ha tenido que chocar. ¡Buf....! Pobre. Y yo aquí ponién-
dole verde... ¿Qué? Sí, sí tráigame algo de beber. Sí. Por ejemplo, un vino. 
Sí. No sé. Un vino blanco. ¿Dónde estará este hombre?”.
Cualquiera que piense así experimenta un suplicio cada vez que 
un amigo se retrasa. Frente a esta posición, la persona que adopta 
la actitud de atención plena podría vivirlo de este otro modo:
EL VIAJE AL AHORA
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“Se retrasa. Veo que se retrasa. Ya hay mucha gente en el restauran-
te. Oigo de fondo las conversaciones. Me fijo en ese sonido. El sonido de 
un conjunto de personas que mantiene una conversación cada uno en su 
propio espacio. Es un concierto, una sinfonía distinta. Lo oigo. Ahora la 
luz. Esta luz. Puedo estar aquí. Sentado. Notando los sonidos y la luz. Me 
late algo más rápido el corazón. Se retrasa mucho, suele llegar tarde. Es 
un pensamiento. Ahora veo a un camarero pasar. Lleva un plato curioso 
y apetecible. Mi amigo se retrasa. Pero es un pensamiento. El camarero 
se dirige a mí. No, no quiero ir pidiendo pero puede traerme una copa de 
vino. Oigo el burbujeo cuando me la sirve. Me fijo en él. Bebo despacio y 
noto el sabor de la bebida. Me recreo en ella. Miro a mi alrededor. Tengo la 
suerte de estar sentado aquí, tranquilamente. Disfruto del momento. Aho-
ra oigo también un pitido en la calle. Quizás haya ahora mucho tráfico. Es 
algo que pienso. Mezclo el sonido del tráfico que viene del exterior con el 
murmullo de dentro del restaurante”. 
Si aprovechamos nuestro tiempo como en el último de los 
párrafos, aunque no pase nada distinto, disfrutaremos mucho más 
de nuestra vida, con independencia de lo que nos suceda. Como 
se ve en este ejemplo, la atención plena no se dirige solo hacia la 
experimentación de las cosas agradables. Todas las cosas, inter-
nas y externas, conforman su materia. No importa que se trate de 
sensaciones corporales, de pensamientos o de comportamientos, 
de estímulos de cualquier tipo (visuales, táctiles, auditivos, gus-
tativos...), propios o de otro origen. Lo importante es mantenerse 
abierto, en el presente. Lo importante, en realidad, no es otra cosa 
que vivir. No hacer nada más que estar. En la atención plena, los 
pensamientos no se enseñorean de nuestra vida. Aparecen, y los 
apreciamos como cualquier otra cosa, no interfieren con el resto de 
las sensaciones, no nos cercenan el camino de las sensaciones, con-
viven con todo lo demás que notamos.
EL CARACOL
23
Con una actitud así, el presente se expande y descubrimos el 
gozo de habitar en él, cómodamente, sin esfuerzo. En realidad, son 
tan innumerables los estímulos en los que podemos focalizar nues-
tra atención y tantas las cosas que suceden a nuestro alrededor, aun 
en los entornos más corrientes, que si las atendiésemos veríamos 
que el presente es eterno; en cambio, al vivir exclusivamente en 
nuestros pensamientos, desconectados de todo, nuestro ahora se 
vuelve tan fugaz que se nos escurre y lamentamos no poder disfru-
tarlo. Nunca vivimos en él o, al menos, no nos damos cuenta de él. 
Quizás uno de los secretos para volvernos más pacientes sea ese: el 
tiempo se desvanece cuando nos centramos en todos los estímulos 
del presente.
Pero, ciertamente, al estar abiertos a todo no podemos dejar de 
experimentar también cosas desagradables. Olores nauseabundos, 
imágenes violentas, sensaciones dolorosas. No es que queramos 
vivirlas, pero forman parte del “paquete” que supone estar abierto 
al mundo y, por tanto, si nos vienen y son inevitables también tie-
nen su sitio en nosotros, y debemos tomárnoslas como lo que son. 
Es más, con esa actitud de atención plena probablemente resultarán 
más llevaderas, pues no conducirán a interpretaciones catastróficas, 
no serán magnificadas, no implicarán esconderse o dejar de vivir.
Sin embargo, nada de esto significa adoptar una actitud pasiva, 
vivir sin ningún objetivo, estar satisfecho sin tomar decisiones. Todo 
lo contrario. La fábula de Metas quiere ser un ejemplo de ello. De 
hecho, la atención plena es un acto volitivo siempre renovado. Vivir
o no con atención plena es algo que tenemos que decidir, y siem-
pre somos libres para hacerlo o no. Es una decisión personal. Cada 
vez, cada instante, podemos decidir atender lo que vivimos en ese 
momento (sea lo que sea) o estar sumidos en nuestros pensamien-
tos. Igualmente, podemos en cada instante optar por unos objetivos 
u otros, señalar unas prioridades, ilusionarnos con unas metas.
EL VIAJE AL AHORA
24
En la atención plena se busca vivir el presente, pero no se aban-
dona la proyección hacia el futuro que es característica del ser 
humano. Por eso hay que ponerse objetivos, objetivos que den sen-
tido a nuestra vida y que nos marquen un norte. Pero esos empe-
ños –lejanos o muy próximos– nunca nos deben hacer olvidar el 
camino por el que transitamos. El que solo mira al futuro (y, por 
supuesto, el que solo tiene ojos para su pasado) no vive nunca el 
presente, no habita el aquí; de alguna manera nunca está. Metas 
disfrutaba de su camino y lo que este le brindaba: la vista del mun-
do desde arriba del árbol, el sabor del musgo, las conversaciones 
con las hormigas y todo lo que experimentaba. Acudían a su mente 
también las hojas verdes a las que se dirigía, pero era el camino por 
el tronco lo que disfrutaba instante tras instante y ese recreo era lo 
que le llenaba de amigabilidad.
Tener unas metas pero dejar de vivir el presente seguramente 
impedirá que disfrutemos hasta de esos mismos objetivos, pues 
nos privará del entrenamiento necesario para estar aquí con el 
cuerpo y, a la vez, con la mente. Por el contrario tener unas metas 
al tiempo que vivimos el presente evitará la amargura si no se 
alcanza determinada aspiración. El que vive siempre juzgando la 
discrepancia entre su viday sus expectativas (sobre todo si son 
muy elevadas) no puede sino encontrarse amargado. Tener metas 
es necesario e importante. Da sentido a nuestra vida, pero recorrer 
el camino hacia ellas es lo crucial. Valorar, apreciar ese camino es el 
regalo que nos da ponernos metas.
Por otro lado, la belleza y la calidad de esos objetivos que nos 
pongamos nos regalará el coraje para seguir activos en su persecu-
ción, para no rendirnos o abandonar. Justo eso también es lo que 
le pasa al intrépido caracol de nuestra fábula, que no se desanima 
a pesar del frío, la caída de las hojas o los comentarios críticos de 
quienes le rodean. Y como también se refleja en la fábula, la tempo-
EL CARACOL
25
ralidad de otros no tiene por qué ser nuestro criterio cuando esta-
blecemos una meta. A las hormigas les parece ridícula, al principio, 
la pretensión del caracol. Sus objetivos son de más cortas miras y, 
de acuerdo con sus parámetros, la aventura de Metas es, efectiva-
mente, una sinrazón. Hoy en día, cuando parece que el éxito, los 
logros laborales o personales tienen que conseguirse ya, al momen-
to, y que si eso no sucede uno es un fracasado esta enseñanza va 
contracorriente. Es difícil sustraerse de todo ese influjo social, pero 
también es muy necesario cuando este es descabellado para nues-
tra salud. Tal vez no esté de más recordar esas palabras tan atina-
das de la conocida zarzuela Luisa Fernanda:
Los caminos que van a la gloria,
son para andarlos con parsimonia.
Nuestro caracol disfruta de su viaje. No deja de tener presen-
te el objetivo hacia el que se dirige –las anheladas hojas verdes–, 
pero se enriquece momento a momento. Si no hubiese emprendi-
do la ascensión no contemplaría –como hemos ya dicho– el mundo 
desde muchos metros arriba, una visión siempre sorprendente (en 
especial para un caracol), no habría mantenido esas conversaciones 
tan curiosas con las hormigas, no sabría a qué sabe el musgo de un 
tronco, y, ciertamente, no sabría lo que significa avanzar hacia una 
meta durante un largo periodo de tiempo. Si solo con dar un paseo 
extenso, andar durante un día por una senda montañosa o recorrer 
unas semanas el Camino de Santiago apreciamos la transformación 
que esto supone para nuestra vida, ¿qué no será mantenerse con la 
vista en un objetivo, avanzando hacia él durante años?
Cuando se cambia frecuentemente de metas no es posible enri-
quecerse del mismo modo. No se puede tener entonces la experien-
cia particular que supone enfrentarse a los obstáculos que surgen, 
superarlos, y seguir empeñado y comprometido con algo. Por todo 
ello, es fundamental dedicar tiempo a decidir qué metas merecen 
EL VIAJE AL AHORA
26
la pena. Y puede parecer un compromiso difícil, al que nunca se 
ha dado una respuesta definitiva; sin embargo, creo que cabe aquí 
un consejo, aunque sea muy elemental: las metas que resultan más 
gratificantes son siempre las que nos acercan a los demás, las que 
nos dan a los demás.
Estas no son metas que pueda tener un caracol como el de 
nuestra historia: solo caben en los seres humanos. Pero no me refie-
ro a acciones sublimes, de personas hondamente generosas. Los 
actos de darse, la caridad y el afecto se pueden desplegar perfec-
tamente con los que tenemos alrededor, más cerca; por supuesto 
con nuestros hijos y con nuestros padres, con nuestros familiares 
y con nuestros amigos, y también incluso con los compañeros de 
trabajo: con los que están aquí. Los empeños en que ayudamos a 
los demás no son algo especial, siempre están a nuestro alcance; y 
son siempre los que más nos mejoran. Además, en cada instante 
nos proporcionan una oportunidad, porque todo lo que usted está 
haciendo ahora por los demás es, a la vez, su futuro. La oportuni-
dad se ofrece solo ahora, solo puede actuar bien en el presente, a 
cada momento tiene una ocasión para hacerlo.
La atención plena ayuda a aclarar y también a conseguir nues-
tras metas, en especial las que reflejan nuestro amor hacia los 
demás. Para algunos autores, de hecho, la misma atención plena 
es un acto de amor, amor hacia nosotros mismos, amor a nuestros 
semejantes y amor al mundo. Con su práctica buscamos encontrar 
nuestra plenitud, estar en el mundo o, más sencillamente, vivir. 
Pero todo ello resulta mucho más fácil cuanto mejor nos sentimos 
con nosotros mismos. Si actuamos ética y dignamente, con inte-
gridad, tendremos más razones para estar tranquilos y sentirnos 
bien. Ese “ruido” que tenemos en la cabeza, esa perturbación que 
nos impide serenarnos, disfrutar de la vida con tranquilidad, pue-
de tener mucho que ver con nuestros sentimientos de malestar por 
EL CARACOL
27
no haber actuado bien en un momento dado, o por seguir obrando 
mal. La atención plena es un camino para entender y mejorar nues-
tra forma de actuar, pero, a la vez, su ejercicio se vuelve más y más 
sencillo cuanto mejor nos sintamos con nosotros mismos.
Perfeccionarse en el amor es una meta ideal por otra razón: 
siempre proporciona más y más tareas, más y más retos. En rea-
lidad, todas las buenas metas son inagotables, nunca se llega a su 
culminación: siempre abren otra puerta. Si una meta ofrece un final 
muy definido es mejor buscar otra de mayor calidad. ¿Puede lle-
garse a un final queriendo a nuestros hijos, amando a nuestra pare-
ja, tratando mejor a los que tenemos alrededor?
En este primer capítulo hemos conocido a un intrépido ser de 
pocos centímetros de quien hemos aprendido cosas valiosas. Pero 
ahora, en el siguiente, aparece uno gigantesco que, seguramente, 
también tiene mucho que enseñarnos...
29
EL DINOSAURIO
Rutinón era un diplodocus con mucha experiencia: como que 
llevaba ya más de ciento treinta años pastando por estos bosques. 
Y puesto que no había dejado de crecer desde su nacimiento o, 
mejor dicho, desde que salió de un gran huevo, se había convertido 
en un animal enorme, de al menos diecisiete toneladas, aunque él 
jamás se había preocupado por este detalle. A las enseñanzas de sus 
muchas décadas, se sumaban las heredadas desde milenios atrás 
por su especie, cuyas costumbres él conocía perfectamente. Todos 
los diplodocus tenían una cabeza muy pequeña para un cuerpo 
tan gigantesco, pero actuaban de forma muy razonable, y siempre 
hacían las cosas de la misma manera. Nuestro protagonista, como 
no podía ser menos, era un defensor a ultranza de las tradiciones.
Cada día, Rutinón, junto con su manada, emprendía el mismo 
camino y se alimentaba igual. Un pequeño mamífero primitivo, 
parecido a una ratita y que se llamaba Vivacín, se había juntado 
con él y le acompañaba. Rutinón parecía indiferente a su presencia; 
¿para qué iba a preocuparse él de un ser tan minúsculo? Además, le 
parecía lógico que esa extraña especie recién llegada se admirase de 
su tamaño, de la fidelidad a sus hábitos y de la gravedad de su paso. 
2
EL VIAJE AL AHORA
30
Y es verdad que, para Vivacín, el diplodocus era alguien majestuo-
so, cuya elevada posición y edad debían de convertirle en alguien 
muy sabio: toda una autoridad a quien respetar. Al fin, ¿quién era 
él? Nada más que un ser pequeño, indefenso y miedoso, que comía 
hojitas e insectos pequeños y que, eso sí, como única virtud tenía la 
de ser mucho más ágil y rápido que su ciclópeo compañero.
Un día sucedió algo inesperado. Desde el cielo, a una velocidad 
inusitada, cayó una roca incandescente casi tan alta como Rutinón. 
El estallido fue ensordecedor y una amplia extensión del bosque 
quedó arrasada. Cuando tras varios días se despejó el espeso pol-
vo y toda la humareda, Vivacín comprobó que la gran piedra había 
dejado un surco justo por el camino que a diario recorría la mana-
da de diplodocus. El pequeño mamífero estaba muy asustado y no 
quería emprender la marcha a través de esa senda que ahora pare-
cía llena de peligros. Olía a quemado y a los lados se podían ver 
aún rescoldos de fuego. Pero... ¿qué haría su gran amigo? Rutinón 
pareció dudar por un momento, pero pronto se puso en marcha y 
con él toda la manada. Vivacínse admiró de su entereza y les siguió.
Efectivamente, el camino resultó peligroso y costó llegar hasta 
el lugar donde los diplodocus pastaban a diario. El regreso también 
supuso algunos contratiempos pero, al fin, todos volvieron sanos y 
salvos. Ciertamente –se dijo Vivacín– qué sabios son: habían hecho 
lo mismo que cada día a pesar de la caída de la piedra de fuego, y 
todo había ido bien.
Al día siguiente, cuando se aproximaron a la senda, la ruta 
parecía aún más peligrosa. La tierra, calentada, se había reblande-
cido y enfangado; a los lados del camino se veían unas grietas de 
lo más amenazador. ¿Cómo iba aguantar ese suelo el peso de los 
enormes dinosaurios? Pero fieles a sus costumbres los diplodocus 
iniciaron la marcha. Y Vivacín, más preocupado que nunca, corría 
al lado de Rutinón, siempre bien pegado a su enorme corpachón.
EL DINOSAURIO
31
El camino se iba estrechando más y más y los dinosaurios se 
apelotonaban y empujaban. Rutinón, cerca del borde, recibía los 
empellones de sus compañeros, que lo inclinaban peligrosamen-
te hacia el límite del sendero, justo cuando la vía se estrechaba y 
ascendía por una colina boscosa. Y, en un momento dado, el cuerpo 
de otro miembro de la manada lo empujó más de lo debido hasta 
el borde mismo del camino, sus patas del lado izquierdo fueron a 
pisar el suelo pero este, agrietado, cedió. Rutinón rodó dando vuel-
tas de campana por la ladera, destrozando decenas de árboles que 
se interponían en su caída. Vivacín, que estaba junto a él, perdió 
todo apoyo, pues la tierra desapareció de sus patas al arrastrarla el 
colosal diplodocus. Tras rodar unos trescientos metros, Rutinón se 
detuvo. Vivacín, en cambio, en seguida se había equilibrado, pero
prefirió continuar resbalando de forma controlada hasta su ami-
go. Aunque magullado, el dinosaurio pudo ponerse en pie tras un 
par de intentos. Miró hacia arriba y se dio cuenta de que resultaría 
imposible emprender una ascensión tan inclinada y regresar a la 
senda. Pero necesitaba ponerse ya a comer para satisfacer su voraz 
apetito; los diplodocus debían engullir cientos de kilos de follaje 
si querían mantenerse con vida. Así que giró su larguísimo cuello 
para explorar el territorio donde se veía obligado a pastar. Y ¡qué 
increíble sorpresa! Esa zona del bosque estaba mucho más pobla-
da de árboles comestibles, de jugosísimas plantas... y no había que 
disputárselas a nadie. Vivacín ya había caído en la cuenta, un rato 
antes, de su suerte: estaban en un paraíso de alimentación y podría 
satisfacer su hambre como nunca. Sin más preámbulos, ambos 
empezaron a devorar. Rutinón con su parsimonia característica y 
Vivacín con gran rapidez y animación.
Pasaron las horas y acabaron de rellenar sus estómagos, y llegó 
el momento de regresar al valle para reencontrarse con la manada. 
No fue difícil seguir por esa zona baja y, tras varias horas, encon-
EL VIAJE AL AHORA
32
trar una vía lateral que les condujo de nuevo a la senda original. 
Satisfechos de su fortuna, ambos parecían más amigados, y alegres 
se unieron a la manada. Vivacín se recreaba con la perspectiva de 
volver a ese lugar maravilloso al día siguiente; pero observó que 
Rutinón, en cambio, parecía muy pensativo.
Con alborozo el pequeño mamífero vio salir el sol la siguien-
te mañana. ¡Qué gusto imaginarse, en pocas horas, de nuevo en 
su propio bosquecito! Saltaba alrededor de Rutinón para empezar 
ya la jornada, pero este, justo ese día, se mostraba menos animoso 
que nunca. Sin embargo, con los demás, Rutinón al fin comenzó su 
majestuosa marcha. Se acercaban al lugar donde las vías se bifur-
caban y podían tomar el camino hacia su secreta despensa. Vivacín
estaba muy excitado. Llegaron al punto exacto. Rutinón se detuvo. 
La manada continuaba impasible su camino habitual. Vivacín ya se 
había adelantado un poco por el nuevo camino; se giró hacia atrás 
y vio que Rutinón no le seguía. Estático, miraba alternativamente a 
ambos lados. ¿Pero qué le ocurría? ¿Cómo no tenía claro que debía 
olvidarse de su anterior y paupérrima zona de comida e irse con 
él? Pasaban los minutos y el diplodocus no se decidía. Ladeaba a 
su cuello en una dirección, en la otra, y... al final... se puso a seguir 
al resto de su manada. 
Vivacín, atónito, le contempló alejarse. ¿Debía seguirle él? 
¿No eran los dinosaurios seres inteligentes? ¿Partiría solo hacia 
el suculento alimento sin Rutinón? Lo mejor era decidirse ya, así 
que... tomó el camino de su vergel. Era una pena que Rutinón no 
lo acompañase pero, bueno, resultaba más sensato pensar que, en 
breve, disfrutaría de una comida deliciosa. Al fin, y a pesar de sus 
muchos años, quizás los dinosaurios no fueran tan listos como se 
había imaginado... No: así, a la larga, no podía irles bien.
* * *
EL DINOSAURIO
33
Esta historia pretende enseñar que es bueno estar abierto a 
la experiencia y que resulta negativa la falta de flexibilidad ante 
los cambios (y oportunidades) de la vida; también que mantener 
determinadas rutinas quizás sea inconveniente –aunque nos hayan 
servido anteriormente y otras personas, la mayoría, las compar-
tan–; que a la larga es perjudicial estar muy aferrado al pasado; 
o que es estúpido no aprovechar la información que proviene de 
nuestras emociones y sentimientos. 
Empezaré justo por comentar esto último. ¿Recuerdan ese per-
sonaje de la serie de ciencia-ficción Star Trek que se llamaba Mr. 
Spock? El actor que lo encarnaba, Leonard Nimoy, aparecía carac-
terizado con las orejas puntiagudas, algo propio de los habitantes 
del planeta Vulcano, del cual procedía. Sin embargo, lo más intere-
sante no era esa diferencia anatómica con respecto a los humanos, 
sino el hecho de que los vulcanianos carecieran de sentimientos. 
Este rasgo psicológico les hacía –supuestamente– tomar siempre 
decisiones acertadas, pues no se veían afectados por sus pasiones. 
De hecho, Mr. Spock era el consejero de la nave espacial. Pero... 
¿seguro que no tener en cuenta lo que sentimos y regirse solo por 
la razón es la manera de acertar cuando se tiene que decidir algo?
En un experimento crucial para el estudio de la Inteligencia 
Emocional, se proponía a personas normales y a pacientes con una 
lesión del lóbulo frontal del cerebro que apostasen en un juego de 
cartas en el que tenían que escoger naipes de distintos mazos. La 
probabilidad de ganar era distinta al escoger cartas de cada uno 
de ellos, pues mientras en unos las grandes ganancias se sucedían 
de mayores pérdidas, en otros pequeñas ganancias se sucedían de 
escasas penalizaciones, lo que implicaba, al cabo, una ganancia 
neta. Por su alteración cerebral, las personas que sufrían la lesión 
no tenían emociones al tomar decisiones en este juego así que, en 
principio, parecerían ideales para apostar con lógica y no perder 
EL VIAJE AL AHORA
34
dinero. No obstante, ocurría justo lo contrario: las personas con 
emociones (sin lesiones cerebrales) apostaban de forma mucho 
más adecuada y eran quienes ganaban a la larga. En cambio, las 
personas con la lesión cerebral acababan siempre perdiendo dine-
ro. El experimento dejó claro que la información que nos propor-
cionan nuestras emociones es fundamental cuando tenemos que 
tomar decisiones. Los buenos jugadores de póquer, por tanto, no 
son aquellos que no sienten nada, sino los que se sirven de sus 
emociones; otra cosa es que no quieran, por táctica, manifestarlas y 
parezcan imperturbables.
Cuando nuestro diplodocus Rutinón dudaba qué camino 
tomar, si el de toda la vida o el nuevo, sin duda estaba embarga-
do por las emociones. En su mente disputaban la tradición frente 
a la excitante oportunidad. No cabe duda de que el nuevo camino 
le resultaba estimulante, pero dejarse llevar por esa emoción –o 
por cualquier otra– le parecía arriesgado e inconveniente. Así se lo 
habían enseñado y así se había conducido él siempre.
En la vida hay muchas personas que se enfrentan a esta mis-
ma situación. Pueden desear probar una vía alternativa, pero parahacerlo tienen que estar abiertos a las emociones y aceptar el ries-
go. El mundo es de quienes han innovado, de quienes han roto con 
la tradición y de quienes han probado otras posibilidades. Pero es 
cierto que vivimos en una sociedad que tiende a reprimir ese com-
portamiento. De hecho, hay quien ni siquiera sabe lo que siente o, 
más aún, ni siquiera siente: tal es el grado de inhibición frente a sus 
deseos que ha promovido su entorno social cercano.
El miedo a sentir es una realidad de nuestra sociedad, en parti-
cular cuando se trata de sentir intensamente. Y es un planteamien-
to que, hasta cierto punto, puede resultar sensato: ganar sensibi-
lidad implica vivir con mayor satisfacción los acontecimientos y 
EL DINOSAURIO
35
disfrutar de las sensaciones placenteras, pero, igualmente, sufrir 
más cuando las cosas no van bien o tenemos experiencias desagra-
dables. Todo tiene su cara y su cruz. 
La anestesia, en sus múltiples formas, es lo preconizado hoy 
en día: “no sufras ni un minuto más”, “tómate algo”, “recurre a un 
ansiolítico”, “toma un antidepresivo”, “evádete”, “¿para qué están 
los analgésicos?”, “olvídalo ya, no lo pases mal ni un segundo”, 
“ve al psicólogo, él te ayudará a no sentir nada de eso”. Sin embar-
go, cuanto menos sentimos más descafeinada resulta la vida.
Pero, aunque importante, este no es el principal problema de 
inhibir las emociones. Lo peor es que al hacerlo perdemos una 
información crucial que nos ayudaría a tomar buenas decisiones 
para nuestra vida.
Por supuesto, nada de esto significa que uno deba tirar por cual-
quier vía que le apetezca en un momento dado. No estoy dicien-
do que se actúe a tontas y a locas, o por un capricho momentáneo. 
Conocer las propias emociones, precisamente, es lo que permite 
que distingamos entre una apetencia pasajera y algo más profundo 
y persistente. Es en estos casos cuando tenemos que aprovechar la 
información de nuestras emociones. Vivacín se sentía excitado ante 
la perspectiva de ir en la nueva dirección; pero no era una intuición 
insensata: había estado allí antes y sabía que era un sitio adecuado 
para alimentarse. También Rutinón lo sabía, pero tenía miedo a sus 
emociones, a todas ellas, aunque más aún a las intensas. Por eso 
tomó una dirección inadecuada.
También Mr. Spock es un ejemplo de que, para la sociedad 
actual, el raciocinio, el análisis cartesiano o la lógica fría son siem-
pre los que deben marcar la pauta. Si alguien afirma que quiere 
dejar un trabajo porque no se siente nada bien en él, al momento 
sus familiares o amigos le tacharán de inconsciente y le exigirán 
EL VIAJE AL AHORA
36
que esgrima las razones para cambiar (sueldo, horario, responsa-
bilidades, proyección futura, etc.). Y si este listado no les acaba de 
parecer bien justificado, le dirán que se aguante. Pero a veces no 
es nada fácil explicar qué es lo que hace que nos encontremos mal 
en un sitio, en un trabajo o en una situación y eso no significa que 
no haya motivos de peso. “El corazón tiene razones que la Razón 
no entiende”, dijo ya Pascal hace siglos. De hecho, si para alguien 
resulta realmente desagradable ir a un trabajo determinado y no es 
posible cambiar esa situación, es probable que lo acabe pagando 
con su salud física o psicológica.
¿Por qué tenemos tanto miedo a entrar en contacto con lo que 
sentimos? ¿Y por qué se critica a quienes toman decisiones teniendo 
sobre todo presentes sus emociones? Por un lado, estamos influidos 
por unos principios sociales que vienen a decir que los sentimien-
tos nublan nuestro buen juicio o, en otras palabras, que razón y 
emoción son incompatibles. Y, por otro, existe la creencia de que las 
emociones son peligrosas por incontrolables, que nos arrastran o, 
en otras palabras, que una vez que aparecen ya no podemos hacer 
nada para librarnos de su influjo. En conclusión, lo mejor es tenerlas 
lo más acorraladas posible, al menos en lo que respecta a la toma de 
decisiones. En esta cuestión parece que todos acusamos la herencia 
de la época romántica en que se exaltaba la pasión y se la creía una 
fuerza arrolladora, ante la que era inútil toda resistencia.
¿Y es eso verdad? ¿Si sentimos algo intensamente entonces 
ya no podemos controlarnos? ¿No es posible poner las emociones –
aun las más intensas– a nuestro servicio o hacerles caso unas veces 
sí y otras no? ¿Lo único seguro es reprimirlas todas? Para respon-
der pondré algunos ejemplos.
Frente a lo que se pueda creer, no es verdad que, entre las perso-
nas con fobia a volar, las que se llegan a montar en el avión sean las 
EL DINOSAURIO
37
que menos miedo padecen. En realidad, cuando aplicamos escalas 
de intensidad de miedo o evaluamos objetivamente las reacciones 
fisiológicas de ambos tipos de personas (latido cardíaco, tasa res-
piratoria, activación simpática, sudoración, etc.) descubrimos que 
no hay diferencias entre ambas. Entonces, ¿no es el nivel de miedo 
lo que hace que las personas con fobia a volar no sean capaces de 
meterse en el avión? La respuesta categóricamente es no, en abso-
luto. Miles de personas están ahora mismo subiéndose a un avión 
y tienen el mismo miedo, o más, que otras que no lo hacen. No es 
que las primeras sean capaces de “controlar” sus emociones, pues 
también lo pasan fatal, sino que saben que pueden subirse al avión, 
pasarlo horriblemente y llegar a su destino, agotados del pánico, 
eso sí, aunque tengan miedo. Los otros se dicen sencillamente: “No 
puedo subir porque tengo miedo”. Como vemos, las emociones 
negativas no tienen por qué decirnos cómo actuar, no tienen por 
qué gobernar nuestra vida.
Los valientes no son quienes no tienen miedo, pues en tal caso 
su heroicidad carecería de mérito; los valientes son los que tienen 
tanto miedo como el resto, pero, aun con él, hacen lo que deben.
Ahora imagine usted que sufre fobia a los hospitales y que 
durante años hubiese sido incapaz de entrar en ninguno por ese 
miedo atroz. Sin embargo, tiene un hijo y, de pronto, le dicen que 
ha sufrido un grave accidente, se encuentra ingresado en el hos-
pital y le esperan para que venga a acompañarle. ¿Seguro que no 
reuniría usted el coraje para entrar? Todos podemos ser valientes 
si se dan las circunstancias adecuadas: solo se trata de apreciar que 
las emociones no son quienes deciden por nosotros.
Hasta ahora únicamente he puesto ejemplos de emociones ne -
gativas (miedo, vergüenza) que se interponían en nuestros deseos. 
Sin embargo, muchas veces cabe lo contrario: ponerlas a nuestro 
EL VIAJE AL AHORA
38
servicio. Imagine un boxeador o un tenista que lucha por ganar 
el título mundial: ¿No es mejor que aproveche su rabia o enfado 
para atacar con más vehemencia? Y no solo en el deporte: grandes 
logros artísticos e intelectuales de la humanidad han venido propi-
ciados porque sus artífices canalizaron sus emociones hacia la con-
secución de metas positivas. La rabia y el horror que sintió Picas-
so ante el bombardeo nazi de una población civil se tradujo en El 
Guernica; el sufrimiento por sus sentimientos de inferioridad pro-
piciaron un esfuerzo titánico para hacer de Demóstenes, un pobre 
niño tartamudo, el mejor orador y retórico de la Antigüedad.
Pese a todos estos argumentos, ha sido tan solo en los últimos 
quince años, gracias al interés generalizado por la Inteligencia 
Emocional, cuando se ha empezado a cuestionar que apostar siem-
pre por la razón, en vez de por la emoción, podía resultar contra-
producente. Además, hoy en día la sociedad aún idealiza el pensar 
y desconfía de las emociones a la hora de decidir. Y esta postura es 
coherente con otro punto ilustrado en la historia del dinosaurio: la 
inflexibilidad en los hábitos.
Rutinón es un defensor de la tradición. Para él lo adecuado es 
hacer siempre las cosas de la misma manera, aunque las circuns-
tancias cambien. Sin duda, resulta más excitante acometer las cosas 
de otro modo o por otra vía, pero, precisamente, la excitación es 
una emoción intensa y, por consiguiente, sospechosay negativa. 
Puesto que Rutinón vivía en el Jurásico, es lógico que no supiese 
nada de la famosa frase de Lampedusa, esa de: “Si queremos que 
todo siga igual, es necesario que todo cambie”.
Se afirma que la flexibilidad es buena, que es lo que nos permite 
sobrevivir ante las mudanzas de la vida, pero... ¡qué poco se pro-
mueve en realidad! Cambiar la manera de hacer las cosas implica 
valentía, soportar momentos de inseguridad, compromiso, toleran-
EL DINOSAURIO
39
cia ante las frustraciones y, casi siempre, energía para nadar con-
tracorriente. Si toda la manada va en una dirección, ¿cómo ir por 
otra senda? El grupo nos da seguridad. Al fin, si caemos, corremos 
la misma suerte que el resto. Pero... ¿no es ese un pobre consuelo?
Los humanos somos los seres más flexibles del planeta. Nos 
hemos despojado, a lo largo de los milenios, de las rígidas con-
ductas instintivas. Venimos al mundo vírgenes para la acción y 
tenemos que aprenderlo todo. Esta desventaja inicial queda pron-
to compensada por nuestra facilidad para adquirir conocimiento 
y adaptarnos a los más diversos medios. No obstante, la sociedad 
parece olvidar esta característica, que ha sido clave para nuestro 
éxito en el planeta, y parece animar a lo contrario: a copiar lo de 
siempre y seguir actuando de igual manera comoquiera que sean 
las circunstancias.
La educación de los colegios debería estar orientada hacia el 
fomento de la creatividad, del pensamiento divergente o alterna-
tivo; y a potenciar todas las facultades humanas, todas nuestras 
inteligencias alternativas, y no únicamente la lógico-matemática y 
la lingüística. La creatividad no es algo especial, reservado para los 
genios de la pintura, la música o el cine. La creatividad está en cada 
ser humano y puede fomentarse. Justamente, abrirse a la experi-
mentación de emociones es uno de los mejores caminos para esti-
mularla. Así que, si quiere salir bien parado de las circunstancias 
adversas, tome más contacto con lo que siente. Pero no superficial-
mente, sino lo más hondamente que pueda. En pocas palabras: sea 
más consciente. Esa es una vía óptima para estimular su creativi-
dad, para ser más flexible y adaptarse a circunstancias difíciles.
Quizás las afirmaciones anteriores le parecerán correctas en 
teoría, quizás las haya oído ya muchas veces, pero ¿cómo hacerlo?, 
¿cómo lograr dar más preponderancia a lo que sentimos y dejar un 
EL VIAJE AL AHORA
40
poco más de lado el pensar y pensar?, ¿cómo mantener esa apertu-
ra a la experiencia y a la novedad? Existe un camino bastante senci-
llo para ello: focalizarse hacia el presente. Estar aquí y ahora. Hacer 
en cada momento lo que se está haciendo, en vez de tener en la 
cabeza cosas del pasado o del futuro. En suma: practicar la atención 
plena. Rutinón sólo creía en la tradición. Si hubiese estado abierto 
al presente, a lo que veía, a lo que sentía justo en ese instante, habría 
corrido en la otra dirección, con su pequeño amigo mamífero.
Vivir el presente facilita entrar en contacto con las emociones. 
Pensar constantemente las amortigua, las desvirtúa; nos aleja todo 
el rato del aquí y del ahora. Si tenemos en cuenta nuestro presente, 
justo este instante, expandiremos nuestras emociones y atenuare-
mos ese pensar sempiterno. Un pensar que, además, nos hace bas-
tante infelices, por cierto.
Tenemos miedo a vivir las emociones con intensidad y prefe-
rimos amortiguarlas pero... ¿y si así perdemos oportunidades?, ¿y 
si eso nos lleva a tomar decisiones menos inteligentes? Vivir con
atención plena lleva a lo contrario: a activar las emociones, a sen-
tirlas con más viveza y plenitud. Sin embargo, eso no quiere decir 
que uno se vea arrastrado por ellas. Justamente, será al revés: como 
las sentimos y conocemos tal cual son, sin filtros ni interpretacio-
nes, no nos llevan inevitablemente a actuar de forma mecánica o 
automática.
Este libro pretende enseñarle a estar de una forma más cons-
ciente en su presente; de estar en lo que está y a lo que está; instante 
tras instante, como hacía Vivacín. Pero ahora, antes de seguir expli-
cándole cómo, le voy a contar otra historia. Es un relato sobre un 
mamífero más evolucionado que el pequeño Vivacín: me refiero a 
un perro, más concretamente un perro de trineo. Un audaz husky 
llamado Aperto que trabajaba como correo en el norte del Canadá. 
Ese día...
41
EL PERRO
El correo se entregó a tiempo, a pesar de que la nieve caída 
había vuelto casi impracticables los caminos. Aperto estaba fatiga-
do, pero era una fatiga grata, satisfactoria, la que viene tras cumplir 
hasta el final con el deber. Miró a sus compañeros: también esta-
ban agotados, tumbados sobre el suelo, ya sin pensar nada. Bueno, 
no todos, a decir verdad. Cálculos, el perro jefe, solo estaba senta-
do sobre los cuartos traseros; no querría rendirse aún al cansancio, 
quizás porque temiese que otro golpe del destino les obligase a 
tirar del trineo, por un mensaje urgente, a pesar de que –a ojos de 
Aperto– la puesta de sol teñía ya de un precioso violeta el horizon-
te y en breve oscurecería.
Transcurrieron las horas. Era evidente que ya no abandonarían 
el pueblo. Aperto recomendó a Cálculos que se relajase y recupe-
rara fuerzas, pero este miró hacia otro lado, y solo cuando lo creyó 
conveniente, se tumbó y durmió. Estaba claro que ese perro siem-
pre lo tendría por alguien sin criterio y cuyas opiniones no podía 
tener en cuenta nunca un líder del tiro.
3
EL VIAJE AL AHORA
42
Llegó la noche. Las horas, entre el velo y el desvelo, corrieron 
lentamente...
Y poco a poco, el sol fue clareando el pueblo. La nieve, endure-
cida por el frío de la oscuridad, ahora comenzaba a volverse espon-
josa. Los cuerpos de los perros entraban en calor. El hombre saldría 
en breve de la oficina con los paquetes para entregar, pero ¡qué dul-
ce sería que ese momento se dilatase un poco!, pensó Aperto. Por 
su parte, Cálculos ya estaba moviéndose alrededor, siempre serio; 
se detenía de vez en cuando para valorar el tiempo que les espera-
ba; seguramente, también estaba estimando las distintas rutas que 
les convenían según el plan que él mismo se trazaba si el correo por 
entregar se ajustaba a sus previsiones. Para Aperto esta actividad 
matinal era una pérdida de tiempo pues, casi a diario, el plan de 
Cálculos se desbarataba por distintas razones. Sin embargo, ya no 
se molestaba en decírselo.
Y partió el trineo, cargado como pocas veces. La ruta parecía 
despejada y el camino se hacía llevadero, excepto por un frío inten-
so que tensaba sus músculos y hacía tiritar al hombre. Además, las 
nubes negras que se estaban formando no presagiaban una jornada 
agradable.
Se entregaron los primeros correos. El día avanzaba y el frío 
continuaba intensificándose. Aperto notó que las cosas no iban 
bien. El hombre cada vez se inclinaba más hacia delante y no hacía 
indicaciones con las riendas. Un rato antes temblaba intensamen-
te. Cada vez avanzaban más despacio. El perro se giró y lo vio 
demasiado reclinado, con los ojos cerrados. Así anduvieron aún 
una media hora, pero de pronto las correas perdieron toda tensión. 
El hombre cayó hacia delante, inconsciente, sobre el trineo. 
Nunca les había ocurrido algo semejante. ¿Qué hacer? A Cálcu-
los correspondía tomar la iniciativa, pero parecía confuso. Al final 
EL PERRO
43
decidió que seguirían la ruta hacia el pueblo más cercano, proba-
ble destino del hombre. Allí, al llegar a la oficina de correos, se 
encargarían de todo, incluidos los paquetes aún no entregados. Si 
corrían quizás pudieran llegar en unas cuatro horas. Pero Aperto 
no estaba de acuerdo: 
—Ese pueblo está demasiado lejos y no creo que el hombre 
pueda aguantar tanto tiempo con este frío. Además, ya ves cómo 
está cayendo ahora la nieve; sabes tan bien como yo que esa ruta 
queda impracticable en cuanto caen unos copos. En estas condicio-
nes no tenemos ninguna posibilidad. 
—¡Qué sabrás tú! –ladró Cálculos–. ¿Acaso te corresponde a ti 
tomar esadecisión? Como en todos los trineos de perros haremos 
lo que indique el líder, que soy yo. 
—No te obstines. Te pasas el día calculando el tiempo de las 
rutas y no ves más allá de tu hocico. ¡Es un hombre! Necesita calor 
ya, comer algo para aguantar y recibir atención de los humanos en 
menos de una hora, como mucho dos. 
—¿Crees que no lo sé? Pero aquí estamos en mitad del bosque 
y no tenemos nada de eso. Nuestra única opción es seguir hasta 
el pueblo y confiar en romper el bloqueo de la nieve. Quizás él 
aguante ese tiempo. 
—Tal vez lo que necesita no está tan lejos. ¿Aceptarás un plan 
alternativo si consigo al menos que en veinte minutos recupere el 
calor?
—¿Cómo?
—Tú déjame. Confía en mí. Son sólo veinte minutos. Si no lo 
logro correremos al pueblo.
A regañadientes, Cálculos cedió. Todos los demás parecían 
también apoyar a Aperto. Nuestro protagonista comenzó a dirigir-
EL VIAJE AL AHORA
44
les regresando por el camino que habían recorrido. Pasó un cuarto 
de hora. Luego, salieron de la senda y se internaron un poco más 
hondamente en el bosque. Aperto bajó el paso y les pidió silen-
cio. Lentamente se fueron aproximando hacia una zona más ver-
dosa y visiblemente más caliente. Habían llegado justo al borde de 
una gruta cuya entrada estaba disimulada por maleza. De ella salía 
mucho calor. Aguzando el oído Cálculos se dio cuenta de la respi-
ración honda y lenta de un animal. Un gran oso, probablemente 
con varios oseznos, hibernaba en su interior. Estaría a pocos metros 
de ellos, debían actuar con sigilo. Pegaron el trineo donde yacía el 
hombre a la entrada de la cueva y esperaron a que el calor le rea-
nimase. Las tiritonas fueron disminuyendo y emitió algún sonido 
sordo. Debía encontrarse un poco mejor.
Cálculos miró a Aperto, sin decir nada. Este, con un suave gru-
ñido, le explicó: 
—Noté algo de calor en la piel al pasar antes por aquí; fue como 
una oleada. Además, me pareció curioso ver que ese lado de los 
árboles estuviera menos cubierto de nieve y que las plantas aún 
mantuvieran algo de verdor justo por aquí. Por eso lo pensé. 
—Pero no podías estar seguro. 
—No. No lo estaba. 
—¿Y ahora? ¿De dónde sacaremos algo que pueda comer? 
—Lo traeremos de unos cepos que deben de estar a unos diez 
minutos de aquí. 
—¿Cómo lo sabes? ¿Los has visto? 
—No, pero he oído un extraño aullido de un zorro. No era nor-
mal. Era de dolor. 
—Pero... – Cálculos no siguió; bajo las orejas y se giró. Dócil-
mente, todos se encaminaron hacia donde Aperto les indicaba. 
EL PERRO
45
En un cuarto de hora llegaron a los cepos. Efectivamente, había 
un zorro atrapado en uno de ellos. Con mucho cuidado, conscien-
tes del peligro, aproximaron sus hocicos y fueron retirando la comi-
da de aquellos que aún no habían saltado. La acercaron al hombre 
que, algo recuperado, masticó varios trozos de carne. Justo antes 
de alejarse de allí, Aperto dirigió una mirada al zorro prisionero 
que, silencioso y alerta, había observado todos sus actos. A Cálcu-
los le pareció advertir que Aperto le compadecía. 
—Muy bien. Pero ahora, ¿no es mejor que vayamos ya hacia el 
pueblo? ¿Quién le va a curar aquí? 
—No. Mejor no: el camino ya debe de estar completamente blo-
queado. Tengo una intuición. 
—¿Una intuición? ¿Desde cuándo es sensato guiarse por las 
intuiciones?
—Si estuvieres un poco más abierto a lo que ves, oyes y hueles 
entenderías que las intuiciones son naturales. Bueno... Dejémoslo. 
¿No vas a confiar otra vez en mí? 
—Está bien. ¿A dónde vamos? 
—Hacia allí. Hacia el mismo centro del bosque. Sí. Y no empie-
ces a ladrarme que es una locura, que nos alejamos del camino, 
etcétera, etcétera. Sígueme y ya está.
No solo el resto de los perros, también el hombre parecía dejar su 
suerte confiado en las decisiones de Aperto. Empezaron a internar-
se más y más. Pasó una angustiosa media hora pero, de pronto, los 
perros supieron que lo habían conseguido: a sus hocicos llegó el olor 
del fuego y de la comida que se calentaba en las brasas. Unos huma-
nos estaban a menos de un cuarto de hora. El hombre aún tardó un 
rato en ver la columna de humo, pero notó, por el paso de su trineo, 
que los animales ya lo distinguían desde antes. Estaba salvado.
EL VIAJE AL AHORA
46
Cálculos miró de soslayo a Aperto. Este, no podía evitarlo, 
tenía dibujado en sus fauces un pequeño rictus de satisfacción, 
cosa muy rara en los perros. Comenzó a hablar, aunque no le había 
preguntado: 
—No lo sé. Quizás olí el humo sin ser consciente realmente de 
él; o quizás oí, sin distinguirlo, un crepitar, o tal vez que peque-
ños animales parecían escapar desde ese punto. No voy juzgándo-
lo todo. Tan solo voy disfrutando, cuando camino, con mis senti-
dos, de lo que tenemos alrededor. Por cierto, te recomiendo que lo 
hagas tú también, en vez de estar perdido en tanto cálculo de rutas 
y caminos posibles, verás que es mucho más divertido trabajar así.
* * *
Cálculos era un buen perro de trineo; fuerte y enérgico, moti-
vado y centrado en su trabajo; pero, como refleja la historia, no 
muy práctico ante una situación realmente inesperada. Aperto, en 
cambio, sería tachado por los jefes de muchas empresas de soña-
dor, distraído y, quizás, poco estimulado “para hacer carrera”. No 
obstante, quién puede dudar de que su actitud de estar abierto a 
todo –a lo relevante y a lo aparentemente irrelevante– resultó muy 
valiosa.
A veces creemos que en esta vida lo mejor es tratar de tenerlo 
todo controlado; que si hacemos un análisis realmente exhausti-
vo y pormenorizado evitaremos las dificultades. Sin embargo, esta 
actitud cuenta, al menos, con dos grandes inconvenientes: prime-
ro, que nos obliga a estar permanentemente elucubrando e imagi-
nando problemas, lo que suele acarrear buenas dosis de ansiedad; 
y, segundo, que, como es completamente imposible tener todo con-
trolado y que no surja ningún contratiempo, cuando aparecen nos 
sentimos particularmente frustrados. ¡Después de tanto esfuerzo 
de planificación resulta que al final algo tiene que salir mal! No es 
EL PERRO
47
raro que Cálculos quedase desconcertado tras el desvanecimiento 
del hombre: ¿Quién podía prever algo semejante? Su preocupación 
por la estimación de rutas, caminos, nieve caída y tiempos entre 
poblaciones podía resultar encomiable, pero le impedía atender a 
muchas otras cosas quizás a primera vista fútiles dada su tarea, 
pero quién sabe si importantes en un momento dado. Una actitud 
como la de Aperto, consistente nada más que en procurar man-
tenerse franco a los estímulos de alrededor –y no necesariamen-
te porque puedan servir para algo en el futuro, sino simplemente 
para disfrutar con ellos– resulta, a la larga, mucho más inteligente, 
permite gozar del momento presente y favorece hallarse mejor pre-
parado ante posibles dificultades futuras. Esta actitud es la que la 
atención plena consigue estimular.
Cuando uno conduce por una carretera puede ir sumido en sus 
pensamientos o atendiendo a lo que ve y oye, tanto lo interno del 
vehículo (en este caso, los sonidos del coche, sus indicadores, o el 
sonido de la radio, la conversación, etc.) como lo externo (por ejem-
plo, el paisaje, la luz, sus olores, sus sonidos, todo lo que ve a los 
lados de la carretera, el tráfico, etc.). Ir excesivamente ensimisma-
do en uno mismo durante kilómetros y kilómetros puede volver el 
viaje terriblemente monótono, hacer que el camino no aporte nada 
(pues no se recuerda ningún detalle de por dónde se ha circulado) 
e, incluso, que se pase uno la salida o que se accidente, en el peor 
de los casos. En cambio, hacer el viaje con los sentidos abiertos sue-
le convertirlo en algo más placentero y permite recoger una infor-
mación que, quizás, pueda resultar útil.
La conducción es una analogía de la vida. Todos tenemos un 
coche –que es nuestra propia vida–, y podemos avanzar metidos 
en nosotros mismos durante años y años (y oyendo solo nuestros 
“ruidos”) pero también abiertos a todo el espectáculo del exte-
rior. ¿No merecela pena salir de nuestro ensimismamiento para 
EL VIAJE AL AHORA
48
recrearnos con el paisaje y disfrutarlo tal cual es? Por supuesto, lo 
que vemos puede parecernos tedioso o desagradable; no obstan-
te, también está en nuestra mano, aunque sea arriesgado, dar un 
volantazo y tratar de dirigir nuestro vehículo –nuestra vida– hacia 
parajes más atractivos y estimulantes.
En muchas patologías psíquicas –la ansiedad, la depresión, 
las obsesiones, etc.– resulta especialmente evidente el efecto con-
traproducente del cálculo sin fin y del ensimismamiento. Los que 
padecen estos problemas a menudo dan vueltas y vueltas al por-
qué de su malestar; elucubran sobre las circunstancias del pasado 
que han podido propiciar su estado o las desgracias recién sucedi-
das que les han conducido a esa situación. Y, en muchas ocasiones, 
esa misma reflexión sirve para perpetuar su triste estado.
Varios modelos actuales de tratamiento psicológico –por ejem-
plo, la Activación Conductual o la Terapia de Aceptación y Com-
promiso– han insistido en que esa “hiper-reflexión” sobre el propio 
problema y sobre cómo solucionarlo impiden, paradójicamente, 
emprender de una vez el camino de la mejoría. Para empezar, por-
que nos repliegan, como un bucle, una y otra vez sobre nosotros 
mismos y, en consecuencia, nos alejan del aquí y del ahora; pero, 
además, porque de ese modo nos volvemos más pasivos, se mag-
nifica nuestro malestar y nos identificamos acríticamente con un 
perjudicial rol de enfermo. Un rol de enfermo, por cierto, a menu-
do propiciado por el mismo sistema sanitario, que pretende tratar 
los problemas psicológicos como si fueran enfermedades comunes.
De hecho, muchas veces, las personas de alrededor recomien-
dan a quienes sufren ansiedad o depresión que dejen de verse 
como enfermos y cesen de pensar en sus problemas; que retomen 
las actividades abandonadas y que no pongan tanto énfasis en lo 
mal que se encuentran. No por ello son insensibles o incapaces de 
EL PERRO
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entender el malestar de sus seres queridos. Es más: tienen razón, y 
conseguir recuperar la vida que se llevaba, a pesar de no hallarse 
aún bien, es un medio excelente para mejorar en estos casos. 
Los sujetos con depresión tienen habitualmente un pensamien-
to rumiante, que vuelve y vuelve sobre los mismos temas. ¿Cómo 
no va a tener ese comportamiento un efecto negativo sobre uno 
mismo? Por supuesto, comprender que alguien cercano sufre y 
está sumido en la negra pesadumbre de la depresión representa 
una muestra de empatía y de caridad humana. Y, sin lugar a dudas, 
es el primer paso para ayudarle. Pero luego hay que acompañar a 
la persona para que “tenga un respiro” o “se evada” de ella mis-
ma o, mejor dicho, de su parte negativa, para que dirija su mirada 
también a otros aspectos de su vida. Y, para conseguirlo, es útil que 
recupere las actividades perdidas, a veces tras un extraordinario 
esfuerzo de voluntad y con enorme malestar, pues si logra reintro-
ducirlas en su día a día tendrá la posibilidad de ponerse de nuevo 
en contacto con circunstancias y personas que le gratificarán, que 
volverán a dar sentido a su existencia.
Todo este proceso se facilita cuando, gracias a la atención ple-
na, uno se “desenreda” de sí mismo. Porque, se crea o no, llega 
un momento en que darles más vueltas a los propios problemas 
y vivencias se convierte en una fuente permanente de malestar y, 
sobre todo, es algo que aleja de la vida. Recordemos otra vez a Cál-
culos, enfrascado siempre en su planificación de rutas y los pro-
blemas que podían surgir en el camino: ¿evitaba acaso mejor así 
los contratiempos? Solo hasta cierto punto, pues estos son innume-
rables. ¿Era su conducta más adaptada a las circunstancias? Muy 
parcialmente, ya que su ensimismamiento preocupado le impedía 
advertir todo lo que tenía alrededor. Del mismo modo, si tras un 
episodio depresivo alguien no hace sino dar vueltas y vueltas al 
porqué de sus pesares, pierde el contacto con el mundo real, no 
EL VIAJE AL AHORA
50
resuelve por ello sus dilemas y se hunde progresivamente más y 
más. Redirigirse hacia el exterior, hacia todos los estímulos posi-
bles, tal y como son, deshace ese nudo que ahoga y hunde.
Las afirmaciones anteriores no son especulaciones. Existe cada 
vez un cuerpo de investigaciones mayor y más contrastado que 
demuestra que la terapia basada en la atención plena es una inter-
vención realmente eficaz para evitar las recaídas depresivas. Los 
pacientes que siguieron un programa de atención plena y apren-
dieron a dirigir sus sentidos hacia el exterior, en vez de hacia ellos 
mismos, y apagaron el “piloto automático” para a atender real-
mente a sus pensamientos y acciones en el presente, contabilizaron 
muchos menos reingresos por la depresión y, al cabo de los meses, 
se encontraron significativamente mejor que los que no siguieron 
este tratamiento.
Este efecto benéfico se explica porque la atención plena, justa-
mente porque nos focaliza hacia los estímulos del momento, del 
presente, con toda su riqueza, deshace de forma natural una acti-
tud enfermizamente reflexiva. Pero adviértase que la atención ple-
na no busca proporcionar ninguna sensación especial de bienestar 
o de felicidad que contrarreste el malestar. Recordemos que nues-
tro otro protagonista canino, Aperto, no se hallaba en un estado 
contemplativo, pasivo, de beatitud o de nirvana sino que, sencilla-
mente, estaba abierto al presente, lo que se traducía en estar más 
vivo y menos ensimismado, que es justo lo que necesita alguien 
con depresión.
Es posible que algunas personas piensen que cuando se está 
realmente deprimido es una ingenuidad creer que se pueda adop-
tar por propia voluntad esa actitud de atención plena, de apertura 
vital; que la depresión es una enfermedad y, por consiguiente, un 
problema biológico ante el que solo cabe confiar en la medicación. 
EL PERRO
51
Sin embargo, la creencia de que la depresión es un trastorno causa-
do por una alteración orgánica, de la química neuronal o de deter-
minadas estructuras cerebrales está hoy en día puesta en cuestión. 
Es posible que permanecer en un estado depresivo durante un lar-
go tiempo sí afecte a determinados neurotrasmisores (por ejemplo, 
la serotonina), pero aún así también es dudoso que un tratamiento 
puramente farmacológico pueda ayudar a alguien con depresión, 
al menos a la larga.
Es mucho más probable que unos determinados acontecimien-
tos y la actitud vital que se tiene ante ellos guarde relación con el 
origen y el mantenimiento de un estado depresivo. Y, por eso, la 
biología cerebral y su conocimiento puede aportar solo remedios 
parciales. Ingenuamente hay quien cree que cuando sepamos todo 
sobre el cerebro no tendremos que recurrir a terapias psicológicas, 
y que el que esto suceda solo es cuestión de tiempo. Pero todos 
nuestros conocimientos sobre el cerebro, sobre sus regiones, las 
interconexiones neuronales y su actividad químico-eléctrica poco 
puede decirnos sobre los problemas de nuestra vida. Piense usted 
si conocer todos los circuitos de su ordenador, todos los micropro-
cesadores, el funcionamiento de la memoria del disco duro, etc. le 
puede revelar las claves de lo que en un momento dado escribe con 
un procesador de texto. Por supuesto, que el ordenador cuente con 
todo ese aparataje –ese hardware– posibilita que usted pueda escri-
bir y que se almacene lo que ha redactado, pero ¿qué puede decir-
nos sobre el contenido, el sentido, de lo escrito?
Pero ahora, antes de seguir aclarando otras cuestiones sobre la 
naturaleza de la atención plena, puede ser útil conocer la historia 
de un pato que, precisamente, era también bastante desdichado. Se 
llamaba Puntillas, y una mañana...
53
EL PATO
Se despertó en su nido de pajas. La noche había sido fresca, 
pero ahora el calor desentumecía sus plumas. Batió unas cuan-
tas veces las alas y estiró el cuerpo. Lanzó un par de graznidos. Y, 
como todas las mañanas, comenzó su pasolento y bamboleante 
hacia el río.
Con pesadez recorría los escasos cincuenta metros que le sepa-
raban del agua; casi no había andado, pero ya estaba cansado. Oyó 
unos ladridos y, de repente, como una exhalación, pasó a su lado el 
perro de la granja de al lado. No es que le asustase: no hacía nada 
a los patos, si acaso jugueteaba persiguiéndoles un rato, por puro 
entretenimiento, pues estaba bien advertido por el granjero de que 
se guardara mucho de quitarles una sola pluma. Pese a todo, Pun-
tillas no podía sufrirlo. Ese correteo incesante, esa velocidad inusi-
tada eran para él una auténtica cruz. ¡Qué gusto debía de dar correr 
de esa manera! ¡Moverse con esa desenvoltura! ¡Y, de paso, un día, 
sacudirle él un trompazo a toda velocidad, de esos que dejaban 
atontado durante unos segundos! Pero... ¿por qué soñaba? Él no 
era más que un pato y no podía sino andar de esa manera tan torpe 
4
EL VIAJE AL AHORA
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y característica. Pensó que los perros –y vete a saber tú si también 
los humanos– se reirían de su paso, de su lentitud y de su zarandeo.
Al fin llegó al río y empezó a flotar suavemente. Metió varias 
veces la cabeza en el agua para refrescarse y coger tono. Ya estaba 
más tranquilo. Ahora comería algo. Flotando sobre el agua pilló 
unos gusanitos y, cerca de la orilla, unas moscas aún atontadas por 
lo temprano de la mañana. Bueno –se dijo– es un comienzo. Metió 
la cabeza en el agua para tratar de encontrar algo más sustancioso: 
quizás algún pececillo despistado. Pero hoy no debía de ser su día 
pues los peces más grandes, que nadaban con gracia y velocidad, 
le arrebataban con giros instantáneos todos los pececillos que se 
ponían a su alcance. Puntillas lamentó entonces no poder cambiar 
de dirección con esa rapidez, desplazarse en el agua como esos tor-
pedos acuáticos perfectamente aerodinámicos. Realmente –pensó– 
los patos somos seres muy inferiores. No sé ni cómo sobrevivimos 
comiendo algo del río. ¡Ojalá pudiera yo desplazarme en el agua 
como estos peces!
Muy desanimado salió del río y resolvió que tal vez le costa-
se menos comer algo en seco. Los patos pueden alimentarse de 
muchas cosas terrestres: granos de maíz, trigo, hierbas, insectos, 
etc., así que quizás ahora tuviera más suerte. Empezó a andar por 
la tierra esperando la salida de algún gusano o un saltamontes, 
que eran sus favoritos, pero, por el momento, no aparecía ninguno. 
Al fin, a unos dos metros, vio un grillo de espaldas. ¡La oportuni-
dad que esperaba! Comenzó a andar muy lentamente hacia él. Ya 
estaba cerca. Únicamente unos centímetros. Si se estiraba de gol-
pe sería suyo. Sólo un segundo más y... en ese instante, un ligero 
gorrión voló de una rama y apresó el grillo en un instante; y con 
él en su pico, disparado, retomó el vuelo. Puntillas no había podi-
do ni reaccionar. ¡Era lo que le faltaba! Inevitablemente comenzó 
a lamentar su suerte. ¡Y ahora un gorrión! ¡Tampoco podía ser él 
EL PATO
55
capaz de volar así! ¡¿No era acaso también un ave?! Cómo podía la 
naturaleza ser tan cruel para hacer un pájaro con esas alas redon-
das, un cuerpo tan gordo, tan lento y tan pesado. Podía volar, pero 
para despegar del agua no tenía más remedio que gastar unas 
fuerzas inmensas, chapoteando un buen rato. Y luego... ¿para qué? 
¿Acaso podía él hacer esos picados, esos giros, que veía en las águi-
las y halcones?, ¿de volar a esas velocidades? ¡Eso sí que era un pri-
vilegio! ¡O la gracia y movilidad que tenía el colibrí! ¡Qué belleza, 
qué perfección de movimientos!
Con todas estas reflexiones en la cabeza Puntillas se deprimió 
tanto que se encontró mal físicamente, incluso con mal cuerpo, 
enfermo. A lo mejor la solución de su malestar pasaba por visitar 
a algún patoterapeuta. De hecho, le habían hablado de uno muy 
bueno que atendía en la charca cercana. Seguramente él podría 
hacer que se encontrase mejor.
El patoterapeuta, muy amable, tuvo a bien hacer un hueco en su 
agenda y le atendió a los pocos días. En la primera sesión, le escu-
chó con mucha atención y le dijo que no se preocupara, que su caso 
tenía solución. Para empezar debía librarse de esa ansiedad que 
arrastraba. Le recomendó algunas técnicas de relajación y respira-
ción abdominal que debía practicar, sobre todo cuando estuviera en 
su nido. Igualmente, le indicó que durante su conversación había 
detectado muchos pensamientos negativos, por ejemplo, “no soy 
bueno”, “no valgo nada”, “me gustaría ser otro”, “¿por qué tengo 
tanta mala suerte?”, “soy un incompetente”, etc. Estos pensamien-
tos –le dijo– son la causa de tu malestar, por tanto es fundamental 
que los deseches por irracionales y los modifiques por otros que te 
hagan sentir mejor, como: “en realidad, valgo mucho”, “tengo que 
quererme”, “si no consigo más cosas es porque yo mismo me sabo-
teo”, “soy capaz de todo”, “tengo suficiente confianza en mí”, “soy 
especial”, “tengo un gran potencial, como el que más”, etc. 
EL VIAJE AL AHORA
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Puntillas salió bastante animado de la consulta y se aplicó a 
poner en práctica tanto la relajación como la patoterapia cogniti-
va. Al principio, le pareció que el tratamiento estaba resultando 
un éxito, pues se sentía claramente más aliviado. Sin embargo, tras 
unos días, sus sentimientos primitivos volvieron a imponerse. El 
patoterapeuta le explicó que debía esforzarse más y trabajar con 
mayor ahínco para cambiar todos los pensamientos negativos por 
los positivos. Puntillas lo intentaba pero, ignoraba por qué, al final 
siempre acababa pensando que él no era capaz de correr como un 
perro, nadar como un pez o volar como la mayoría de las aves. Más 
deprimido que nunca abandonó la patoterapia con un sentimiento 
de absoluta desesperanza.
Así transcurrieron varias semanas hasta que, una tarde, llegó 
volando una bandada de patos que nunca antes había descansado 
allí. Migraban desde Alaska y, como Puntillas sabía, siempre era 
interesante escucharles, pues traían novedades y contaban histo-
rias curiosas. Uno que parecía de más edad miró a Puntillas y notó 
su tristeza. 
—¿Qué te aflige, muchacho? ¿Te pasa algo? ¿Estás enfermo? 
—Me siento como si lo estuviese –respondió Puntillas–. Creo 
que llevo una vida miserable. 
—¿Por qué? ¿Qué te falta? ¡Cómo es posible que un pato se 
lamente!
—¿Qué cómo es posible? ¿Acaso tú no ves que somos animales 
limitados? ¡Los mediocres de la Naturaleza! 
—Pues... Bueno... No sé. Lo cierto es que yo nunca me paro a 
pensar eso. Podemos nadar, volar y andar. No somos los únicos, 
pero la mayoría de los animales no tienen esas posibilidades. Ade-
más, ya sé que no lo hacemos tan bien como otros, especialmente 
lo de correr, no se debe negar la realidad, pero justamente por no 
EL PATO
57
habernos especializado en nada tenemos la ocasión de disfrutar de 
varias alternativas. Creo que para volar tan velozmente como un 
halcón tienes que dedicarte sólo a eso; igual que para correr como 
una gacela, o nadar como una carpa. Yo, la verdad, prefiero tener 
todas las posibilidades y no agobiarme por ser tan perfecto como 
otros. Me parece que así estoy más relajado. Y... ¡qué demonios!, 
¿podemos hacer algo para cambiarlo? Mejor será que tomemos las 
cosas tal y como son.
Puntillas quedó muy impresionado por la conversación con su 
congénere. Lo cierto es que, hasta ahora, no había visto las cosas 
así. Se había preocupado más por sus imperfecciones o limitaciones 
que por sus cualidades, y también podía disfrutar de estas, aunque 
no fuesen tan extraordinarias como las de otros. Al fin, ¿por qué era 
tan importante ser más que otros, hacer las cosas mejor que otros? 
Este cambio de actitud influyó positivamente en su ansiedad, que 
se relajó de forma natural y sin hacer nada por ello, y también sobre 
el curso de su pensamiento. No es que ya no surgiesen pensamien-
tos como: “¡Qué bien corre ese perro o nada ese pez, ojalá pudiese 
yo correr o nadar así!” Y también se enfadaba cuando un avecilla 
mucho más grácil que él le arrebataba un bocado. Pero sabía que 
eran solo

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