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Quién dijo que era fácil ser padres_ Guía para ayudar a superar las dificultades de los niños en la edad preescolar - Neva Milicic

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Diseño de cubierta: Departamento de Diseño Editorial Planeta
© Neva Milicic • Soledad López de Lérida
© Editorial Planeta Chilena S.A., 2018
Av. Andrés Bello 2115, Piso 8, Providencia, Santiago de Chile.
www.planetadelibros.cl
Primera edición: marzo del 2018
ISBN Edición Impresa: 978-956-360-464-1
ISBN Edición Epub: 978-956-360-473-3
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o
transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de
fotocopia, sin permiso previo del editor. Derechos exclusivos de edición.
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mailto:info@ebookspatagonia.com
A Magdalena, Beatriz, Constanza,
Valentina y Florencia,
porque las queremos mucho.
También a Victoria, Diego, Matías,
Felipe y Lucas,
que nacieron un poquito después
y que queremos igual.
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ÍNDICE
Prólogo
Presentación
Introducción
Problemas frecuentes en el período preescolar
El negativismo, un problema difícil de asumir
Autonomía versus dependencia
Cuando los niños se sienten injustamente tratados
¡Un ratito más!
Ayude a los hijos a superar sus miedos
¿Cuáles son algunos síntomas de ansiedad en los niños?
¿Qué tipo de cosas produce el estrés en los niños?
¿Cómo ayudar al niño?
La timidez y las dificultades para defenderse
Errores frecuentes
¿Cómo aumentar la tolerancia a las frustraciones?
Los problemas de alimentación
Prevenga la obesidad en sus hijos
Prevenga en sus hijos los comportamientos violentos
Problemas en el baño
Aprender a avisar
No quiero ir al baño
Abandonando el querido chupete
¡A dormir!
Cuando no dormir siesta es un problema
Cuando los niños son de pocas palabras
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¿Qué hacer cuando los niños dicen groserías?
Las peleas entre hermanos
Su hijo es hiperactivo. ¿Qué hacer para tranquilizarlo?
Cuando a su hijo le cuesta concentrarse
¿Miente realmente su hijo?
Las pataletas: actúe con tranquilidad y firmeza
¿Por qué los niños muerden?
Retrasos en la grafomotricidad
Bibliografía
Encuéntranos en...
Otros títulos de la colección
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D
PRÓLOGO
icen que cuando nace un niño nacen también una madre y un padre. Nace una
maravillosa experiencia, plena de ilusiones, gozos, ternura y gratificaciones de todo
tipo: la aventura de la crianza, una de las motivaciones más poderosas que ha conocido el
planeta Tierra, fuerza arrolladora que ha construido sueños, imperios, empresas y
tradiciones.
Pero al lado de ese paraíso idílico —que lo es, a no dudar— empieza también un
sendero complejo, en ocasiones desconcertante y, en otras, fragoroso, frustrante e
incluso muy doloroso. Unos padres inexpertos, con frecuencia temerosos ante la
fragilidad de ese pequeño a su cuidado, intentan que su hijo incorpore las pautas de
actitud y conducta que le permitan responder de manera más armónica a las exigencias
de su entorno, al tiempo que se forma a sí mismo como una buena persona que explora
el mundo en busca de la construcción de su identidad y sus prioridades, y es feliz. Todo
ello sin perder de vista que existen otras tensiones en la constelación familiar que exigen
también su atención, y dentro de los cuales deben enmarcarse sus actitudes y actuaciones
frente a ese pequeño: otros hijos, el cónyuge, la familia extendida, los aprendizajes
académicos, las realidades económicas, culturales y sociales, entre otras.
Lo anterior lleva por fuerza a una pregunta concreta: ¿quién dijo que era fácil ser
padres? Por supuesto, quien lo dijo —si alguien lo hizo— estaba equivocado. No es fácil
ser padres. Por ello es más que bienvenida una ayuda experta que apoye a los padres en
ese difícil empeño de la crianza. Este libro es una guía que surge de una sólida
preparación académica e intelectual acoplada a una extensa experiencia en el día a día
con numerosos niños y familias de diversas realidades socioeconómicas. Además está
sintonizado con las realidades de los padres contemporáneos y su manera de entender
este maravilloso —si bien complejo— mundo que les ha tocado en suerte. Todo esto
respaldado por una cualidad irrefutable de sus autoras: el de ser buenas personas. Y ello
son Neva Milicic y Soledad López de Lérida: amorosas, cálidas y acogedoras. Además
son reconocidas expertas en el desarrollo infantil, el aprendizaje y la educación. Neva es
reconocida como una de las principales autoridades de América Latina en temas de
infancia, y su hija Soledad tiene una considerable experiencia como terapeuta y aporta
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esa mirada fresca, aterrizada y realista de una madre que vive día a día las vicisitudes de
la crianza.
Entre las dos han construido este libro, focalizado en el niño en edad preescolar, que
empieza enfatizando la importancia de que los padres acojan a tiempo y con el mayor
respeto y calidez posibles las emociones de sus hijos, y eviten con ello un “efecto de bola
de nieve”.
El texto aborda luego los desafíos generales de la crianza, señalando y explicando los
factores que se deben tener en cuenta para un buen proceso: darle al niño afecto
incondicional, ayudarle en la construcción de confianza en sí mismo, en la consecución
de experiencias de éxito, en el aprovechamiento de oportunidades de interacción social,
en el logro de la satisfacción de las necesidades, en el goce de un ambiente estimulante,
en la recepción del reconocimiento de los padres y en la sensación de seguridad y
protección. Las autoras señalan la contundente evidencia científica que confirma la
influencia de los seis primeros años de vida en el desarrollo emocional y cognitivo de los
niños, así como la importancia del papel que desempeñan los padres en la formación de
un apego seguro y en la construcción de la identidad.
Sin embargo, el libro no se detiene en consideraciones generales. Neva y Soledad se
ponen en los zapatos de esos padres —con frecuencia aproblemados— y pasan revista
—uno a uno— a los retos más frecuentes en la crianza. El negativismo, las peleas entre
hermanos, los miedos infantiles, el abandono del chupete, las pataletas, las dificultades en
el aprendizaje, el control de esfínteres, la timidez, las dificultades en la alimentación, la
hora de ir a dormir, la tolerancia a la frustración y muchos otros temas son revisados con
una bien balanceada mezcla de experticia profesional, solvencia académica, experiencia
concreta, conocimiento práctico y afecto evidente por esos padres desorientados. Cada
uno de esos temas empieza con un breve ejercicio de autoevaluación, prosigue con una
exposición práctica y completa sobre el tema y termina con una serie de consejos
prácticos que serán —a no dudar— más que bienvenidos.
Toda ecuación tiene dos lados. En la crianza, uno de ellos son los hijos, a quienes está
dedicado el libro, pero el otro son los padres. Las autoras lo saben bien y, con coraje,
honestidad y una profunda dosis de humanidad, comprensión y simpatía, asumen la labor
de ser un espejo en el que los padres puedan visibilizar algunas de sus falencias (todos
somos humanos) y buscar caminos de mejoramiento. Se discuten temas como los errores
que pueden lesionar la autoestima del niño, la “dislexia emocional” de los padres, la
negligencia paterna y los estilos de autoridad.
El libro concluye con algunas consideraciones en torno al tema que está en el corazón
mismo de lo que los padres sueñan para sus hijos: la felicidad. Por supuesto, esta
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entendida no como un don del cielo que le llega —o le es negado— al niño por azar del
destino, sino como una consecuencia concreta de las acciones de los padres.
En suma, este es un libro ameno y bien estructurado que sin duda apoyará a los padres
en sus esfuerzos de crianza y les permitirá pasar de las buenas intenciones a las buenas
acciones para que el amor natural que sienten hacia sus hijos encuentre caminos más
eficientes y gratos de expresión. Gracias a Neva y a Soledad por escribirlo.
Doctor JORGE ESLAVA, neuropediatra10
C
PRESENTACIÓN
onocí los textos de Neva Milicic como estudiante de psicopedagogía, cuando la
lectura de los más diversos autores me introducía en conceptos como “límites”,
“contención”, “autoestima” y “seguridad”, todos los cuales resultaron estar acordes con
mi función social y ser fundamentales de promover y desarrollar en mis futuros trabajos.
Durante esa etapa, todo lo que leía y aplicaba me parecía fácil, obvio y lógico, de
Perogrullo casi. Pero cuando tuve hijos, o mejor dicho, hijas, entendí que los colores
grises, e incluso los matices de cada una de ellas, eran innumerables.
Cuando cerramos las puertas de nuestra casa y debemos aplicar cada uno de estos
conceptos en nuestros propios hijos, ya no es materia de nuestra función social, sino que
se convierten en motivos de vida de aquello que nos impulsa a ser y a vivir en
profundidad.
¡Cuántas horas de desvelo y de preocupaciones diarias en cómo hacerlo mejor como
padres! ¿Cómo equivocarnos lo menos posible? ¿Cómo lograr hijos felices, agradecidos
de la vida, sociables, con ganas de empujar la vida para llenarla de logros? ¿Cómo
ayudarlos a construir una sociedad más bella, más justa? ¿Cómo hacerlos partícipes
optimistas de su historia? ¿Cómo enseñarles a creer en ellos y transmitirles que son lo
más importante para nosotros? En definitiva, ¿cómo hacerlos sentir que son lo que más
queremos, que los adoramos?
Cuando leí por primera vez las páginas de este libro, por momentos la culpa me
agobió; o al sentirme identificada con alguna situación, me entristecí. Pero también me
sentí profundamente comprendida y aceptada.
Gracias a estas páginas muchas veces he logrado darme cuenta de que no solo a mí me
pasan estas cosas: llegar cansada y querer imponer a mis hijas lo que no sé quién me dijo
que era lo correcto; desear que se vistieran con ciertas combinaciones de colores pues me
decían que se “veían bien” según la rosa cromática; escucharlas poco y resolverles rápido
el problema.
Pero lo que este libro más me ha permitido hacer es abrirme a la posibilidad de contar
con un espacio y un lugar para reflexionar conmigo misma sobre la forma en que me
relaciono y estoy educando a mis hijas.
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A partir de ello he entendido que las palabras que decimos y las acciones que
realizamos nunca son gratis. Que siempre vale la pena detenerse y cambiar la forma de
hacer las cosas si hemos cometido un error. Y, sobre todo, he comprendido que no hay
mejor ejemplo para nuestros hijos y mejor inyección de optimismo para su vida que el
refuerzo diario de sus capacidades, de su dignidad y de su valor intrínseco.
LUZ PACHECO, psicopedagoga
12
E
INTRODUCCIÓN
ducar a los hijos es el desafío más importante que las familias enfrentan. Todos los
padres quisieran darles las condiciones que les permitan resolver sus dificultades, de
manera que puedan vivir y recordar la infancia como una etapa plena, y así
transformarse en el futuro en personas felices y autónomas. A pesar de estas intenciones
de los padres, todas las familias deben enfrentar problemas relacionados con la crianza de
los hijos.
Este libro ha sido escrito con el propósito de intentar responder las preguntas que les
surgen a los padres como producto de los problemas más frecuentes que viven con los
niños en edad preescolar, problemas que muchas veces los llevan a consultar a un
psicólogo en busca de ayuda y orientación. Algunos de los inconvenientes descritos en
los apartados son fases normales del desarrollo del niño en el período preescolar, como,
por ejemplo, el negativismo a los dos años y medio, las pataletas frente a las pequeñas
frustraciones y las dificultades para conciliar el sueño.
El objetivo es que los adultos a cargo del niño puedan encontrar una guía para que este
pueda superar esas dificultades sin que queden daños significativos en su personalidad ni
se disminuya su potencial de feli​cidad.
Un factor protector y que mejora el pronóstico de las dificultades en el desarrollo
infantil es atenderlas de manera oportuna. Cuando las dificultades se asumen en forma
positiva y no se dejan permanecer, se puede evitar el llamado “efecto bola de nieve”, que
consiste en que una dificultad que era pequeña en su origen puede, por las
complicaciones que se van sumando, transformarse en un alud.
Los problemas que aquejan a su hijo, y que a usted pueden parecerle pequeños y sin
importancia, tienen para él una enorme significación emocional, por lo que usted debe
acoger sus emociones con el mayor respeto y calidez posibles. Cuando un niño siente
que sus padres no valoran sus problemas y los minimizan, hay algo que se daña en la
relación.
Algunos factores que resultan indispensables para un clima emocional propicio y que
permiten el desarrollo de una personalidad sólida y con sentimientos de competencia son
los siguientes:
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Contar con afecto incondicional: Un niño que recibe suficientes expresiones de
afecto en la infancia tiene una base de seguridad en las relaciones interpersonales, lo cual
facilita el establecimiento de buenos vínculos con otros y la autoaceptación. En cambio,
un niño que crece en la indiferencia y el desamor, tendrá menos seguridad en las
relaciones interpersonales que le facilite el establecimiento de vínculos afectivos con otras
personas.
Transmitirle confianza en sí mismo: Uno de los elementos que transmite al niño
seguridad en sí mismo es la confianza que los padres le expresan respecto a sus ca​-
pacidades. Un niño que percibe esta confianza de sus padres se sentirá competente y
capaz de emprender tareas complejas. En cambio, un niño que percibe desconfianza por
parte de sus padres tendrá poca confianza en sí mismo y con frecuencia se sentirá poco
competente y no se atreverá a correr riesgos.
Tener experiencias de éxito: Generar un ambiente que posibilite el éxito en la mayor
parte de las tareas que el niño emprende es esencial para un buen desarrollo emocional.
Pocas cosas contribuyen más a la seguridad de las personas que la sensación de que las
cosas que hacen les resultan bien. En cambio, pocas situaciones producen más desánimo
y desesperanza que el fracaso. Es responsabilidad de los padres generar situaciones en
que el niño pueda afrontar los desafíos que se le proponen con éxito y así en el futuro
pueda enfrentar la realidad con seguridad para resolver los problemas. Solo de esta forma
el niño podrá sentir que vale la pena hacer esfuerzos y mantener una actitud positiva
frente la realidad.
Tener oportunidades de interacción social: Estar con amigos y tener la oportunidad
de jugar con ellos es de vital importancia para el niño porque se trata de iguales. Los
otros niños, por estar más próximos a su nivel de desarrollo, facilitan el aprendizaje a
través de la imitación y son modelos más fáciles de imitar y más accesibles. Asimismo,
con los amigos la comunicación se da con fluidez. Pasan a ser sus compañeros de juego,
algo de gran relevancia, pues el juego es una necesidad fundamental en la infancia. Un
niño aislado de sus compañeros se sentirá solo y triste, mientras que si comparte con
otros niños, estará más contento y favorecerá un mejor desarrollo social.
Satisfacer sus necesidades: Los padres nutritivos están atentos a las necesidades de
sus hijos y a buscar formas apropiadas de satisfacerlas, lo que facilita el crecimiento
emocional de los niños, cuyas necesidades no solo incluyen las demandas biológicas de
alimentación y de sueño, sino también las necesidades psicológicas. Dentro de estas
últimas, lo más importante para el niño es sentir que sus padres están disponibles para él
de manera cariñosa. La sensación de estar acompañado le permite al niño tener una
percepción de continuidad y seguridad de los afectos (Barudy y Dartagnan, 2010).
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Ambiente estimulante: Es el factor que más favorece el desarrollo intelectual.
Cuando el niño enfrenta estímulos nuevos y atractivos acompañado por sus padres,
desarrolla una actitud de apertura ante esos estímulos. Esta relación con un ambiente
estimulante, en el que junto con sus padres el niñoencuentra espacios nuevos,
constituye, como decía Winnicott (1982), un espacio de ilusión. Estímulos insuficientes,
ambientes demasiado rutinarios y poca compañía van a determinar que el niño inhiba su
creatividad y su desarrollo cognitivo. Hay que recordar que el juego es un factor de
especial significación tanto para el desarrollo cognitivo como para el afectivo, y que
constituye un espacio privilegiado para establecer la vinculación con los niños (Acredolo
y Goodwyn, 2004).
Reconocimiento: Reconocer es validar, darle relevancia a lo que el niño hace, es
legitimar sus acciones; es decirle simbólicamente: “Lo que tú haces me importa mucho”.
Para los padres nutritivos, el hijo y sus acciones son visibles. El mayor signo de amor de
un padre es el reconocimiento que da a sus hijos. Un niño que es reconocido se siente
aceptado y eso facilita su integración emocional. El niño siente en esta personalización de
la relación un sentimiento de unidad. No así el niño poco reconocido, quien
experimentará sentimientos de fragmentación, algo muy dañino para la integración de su
yo.
Seguridad y protección: Crecer en un ambiente seguro y protegido, donde no hay
amenazas, permite que el niño se sienta acogido. La ternura que los padres despliegan al
cuidar al niño le transmite una sensación que le permite decir lo que piensa y buscar con
confianza soluciones a sus problemas. Un niño que se siente seguro y protegido puede
explorar con más tranquilidad. Los niños que se sienten poco protegidos viven
atemorizados y sus sentimientos frente al mundo son de desconfianza. Prefieren cerrarse
en sí mismos que salir a explorar nuevos caminos.
La evidencia científica confirma la importancia de los seis primeros años de vida en el
desarrollo emocional y cognitivo de los niños, así como del papel que desempeñan los
padres en el desarrollo de un apego seguro y en la construcción de la identidad. La
evidencia indica que, dada la plasticidad del cerebro del niño, es decir, que aún se está
configurando en él una arquitectura cerebral, ese órgano es como una casa en
construcción (Siegel y Payne, 2015). Se hace necesario reflexionar cómo ir superando
con amor y sabiduría las dificultades que se puedan ir presentando, de manera que los
niños puedan percibir cómo y cuánto los quieren sus padres. Esperamos que en la lectura
de los diferentes capítulos pueda usted encontrar algunos conceptos que le hagan más
fácil la no siempre fácil tarea de ser padre o madre.
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16
E
PROBLEMAS FRECUENTES EN EL PERÍODO
PREESCOLAR
l período preescolar es la etapa del desarrollo infantil en la que los aprendizajes y los
cambios se suceden con mayor rapidez, lo cual exige de los niños y de sus padres
una enorme flexibilidad de adaptación. Es una etapa maravillosa, en la que los vínculos
que se construyen entre padres e hijos dan cuenta del apego que se produce cuando un
niño está y se siente bien cuidado. Sin embargo, incluso muchos buenos padres se
sienten desconcertados y sobrepasados por algunos comportamientos de sus hijos que
parecen conflictivos y no saben cómo manejarlos.
Algunas de estas conductas infantiles que perturban a los padres no solo son normales,
sino que son necesarias para un buen desarrollo infantil; otras son una exacerbación de
rasgos propios de la edad, mientras que unas más obedecen a características
temperamentales. En cualquiera de las situaciones existe un alto riesgo de etiquetar al
niño a raíz de estos comportamientos.
Hace décadas que los psicólogos infantiles vienen alertando a los padres acerca del
riesgo de las etiquetas negativas, porque el niño construye una mala imagen de sí mismo.
Por su parte, esa imagen negativa de sí influye de una manera muy nociva en el
comportamiento del niño: lo llevan a cumplir el papel que la etiqueta negativa le ha
asignado, sea esta de “flojo”, “peleador” o “irrespon​sable”.
A esa edad los niños no tienen paradigmas conceptuales ni experiencias que les
permitan defenderse de los conceptos que los adultos responsables de su cuidado
siembran en su autoconcepto. Es por ello que nunca se insistirá lo suficiente en la
importancia de no etiquetar al niño negativamente o como un “niño problema”, sobre
todo frente a una dificultad que, de ser abordada adecuadamente, sería pasajera y no
dejaría huellas permanentes en él.
Cuando Jaime, de tres años, empezó a comportarse en forma inquieta, la familia
comenzó a asignarle el papel de “desobediente e hiperactivo”. La mamá, bastante
desesperada, pero con muy poca discreción, se quejaba delante del niño con sus amigos
y su familia, y lo describía de una manera negativa, con frases tales como: “¡No te
puedes imaginar lo porfiado que es!” o “En ocasiones creo que me va a volver loca”.
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Ciertamente la madre no lo hacía con maldad, sino que buscaba desahogarse y
simplemente creía que de esa manera el niño podría cambiar. Cuando el papá llegaba de
la oficina, la mamá le hacía un reporte detallado de todas las desobediencias que el niño
había cometido, razón por la cual aquel le preguntaba casi a diario: “Jaime, ¿por qué eres
tan desobediente?”.
Tratado así, el niño se había transformado para su familia en una especie de “oveja
negra”. Jaime, como todos los niños que cargan con la etiqueta de “niño problema”, se
sentía rechazado, era incapaz de cumplir las expectativas de sus padres y se veía, en
definitiva, como una mala persona.
Estos papeles que se asignan en la infancia tienden a perpetuarse y provocan un
cambio radical en la interacción del niño con los demás. Mientras más pequeño es,
menos posibilidades tiene de defenderse de estas “etiquetas negativas” que se le asignan,
debido a que no tiene otras definiciones personales para defenderse de esta siembra
negativa. Lamentablemente, cuando ya es más grande, interioriza estos papeles
negativos, que le dificultan la posibilidad de cambiar.
Es importante tener pautas de crianza que partan de un enfoque centrado en las
competencias, es decir, en las fortalezas del niño, más que un enfoque educativo
centrado en los déficits.
Las siguientes preguntas pueden ayudar a los padres a asumir una actitud más positiva
frente a los problemas que presenta el niño:
¿Visualizo y expreso con frecuencias sus características positivas?
¿Hay una focalización excesiva en sus conductas negativas?
¿Se siente el niño menos buena persona que otros miembros de la familia?
¿Digo cosas negativas de mi hijo a otras personas estando él presente?
¿Existen otros problemas en la familia que no se estén conversando
adecuadamente?
¿Se siente el niño menos competente que sus otros hermanos?
¿Se percibe como la oveja negra de la familia?
¿Me escucha el niño hablar mal de otras personas?
La pesada carga que es ser un niño problema implica una focalización excesiva de la
familia en sus características negativas, además del efecto dañino que eso causa en su
autoconcepto. Este es un efecto pernicioso en la relación familiar y crea un profundo
resentimiento del hijo hacia los padres y hacia los “hermanos buenos”, que dura hasta la
vida adulta.
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Los niños, querámoslo o no, se identifican y hacen suyas las etiquetas negativas, lo
que los lleva a cumplir la función definida en ellas. Salir de una situación familiar en que
las etiquetas negativas están asignadas en forma inflexible no es fácil, porque de alguna
manera esos niños etiquetados como “problema” se hacen cargo de todos los conflictos
familiares, pues pasan a ocupar el espacio del conflicto. Esto quiere decir que se
transforman en una especie de chivos expiatorios, neutralizan otros problemas que pueda
haber y desplazan todas las energías negativas de la familia hacia ellos (Milicic y López
de Lérida, 2012).
A veces esta situación es difícil de superar y para salir del círculo vicioso se requiere
ayuda profesional. Si por algún motivo usted no puede contar con la ayuda especializada,
no olvide focalizarse en los aspectos positivos de sus hijos y evite centrarse demasiado en
lo negativo. Expréseles cada vez que pueda su amor incondicional, de manera que nose
sientan excluidos, y cuide de que ninguno se transforme, por ningún motivo, en un “niño
problema” o en la “oveja negra” de la familia. Encontrar modos de solución a las
conductas problemáticas de los hijos y entender que en muchas ocasiones son normales,
a pesar de lo molestas que puedan resultarnos, ayuda a prevenir problemas en la imagen
personal y en la autoestima de los niños.
19
E
EL NEGATIVISMO, UN PROBLEMA DIFÍCIL DE
ASUMIR
l negativismo es una característica normal en los niños entre los dos años y medio y
los tres años y medio. Algunas veces comienza un poco antes y otras veces se
prolonga más de lo esperado.
Tan habitual es que los niños digan “no” a casi todo lo que se les pide en esta etapa de
la vida, que en los libros de psicología infantil se describe como la “edad de la
terquedad”, mientras que otros autores hablan de la “edad del oposicionismo” o la “edad
del negativismo”. Sin embargo, todos están de acuerdo en que este período, si bien es
difícil, bien manejado se constituirá en una etapa pasajera, necesaria para que el niño se
haga independiente y no se transforme en un ser sumiso.
La mamá de Emilio, un niño de tres años, se quejaba: “Yo no sé qué le pasó a este
niñito, era tan fácil y obediente; en cambio, ahora a todo lo que le propongo me dice que
no. Para colmo, hace pataletas y no quiere comer lo que le doy. Si le paso una manzana,
resulta que quería un plátano, y para cuando se lo doy, ya no lo quiere y prefiere la
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manzana. Es francamente agotador”. Sin duda lo es y no queda más que aceptarlo como
un mal necesario para que el niño aprenda a tener opiniones propias.
Este período coincide con el descubrimiento de la palabra “yo”. El niño aprende que
puede querer algo diferente que los otros y que puede oponerse. De algún modo juega a
oponerse y, por lo tanto, ejercita su capacidad de decir “no”. La verdad es que no
siempre quiere oponerse, sino que está simplemente ejercitando su nueva habilidad. Así
es que se debe tener mucha paciencia y aprender con sabiduría a tolerar esta pequeña
rebeldía.
A esta etapa del desarrollo infantil se le ha llamado también “la primera adolescencia”.
El gran riesgo de esta fase es que se transforme en un conflicto permanente, que
comprometa la relación padre-hijo, y que los niños se queden anclados en el negativismo.
El riesgo opuesto, pero no menos grave, es que el ambiente sea tan represivo, que el niño
no pueda expresar esta natural tendencia a oponerse y se transforme en una persona
sumisa, que no opina diferente y que va a hacer siempre lo que los otros esperan de él,
sea esto bueno o malo.
Aplastar toda oposición puede ser un recurso muy peligroso y transformarse en un
arma de doble filo. Permítale expresar opiniones diferentes, vestirse a veces a su gusto y
jugar con el juguete que quiere, y verá cómo mejoran los vínculos afectivos entre usted y
su hijo. Es importante que aprenda a tener opiniones propias y no solo oponerse a las
decisiones de los demás o acatarlas sin ninguna reflexión.
Por supuesto, es necesario hacer respetar las cosas que son esenciales, pero si hoy no
quiere comer una manzana, acéptelo con tranquilidad, discriminando cuándo la
obediencia es imprescindible y cuándo es posible “volar alto”, y respetando la libertad del
niño de opinar diferente.
Etiquetarlo de “porfiado” o de “desobediente” aumenta la posibilidad de que se ponga
cada día más porfiado y que se quede con esa etiqueta como un rasgo definitorio de su
personalidad. Es muy importante no caer en la tentación de centrarse demasiado en el
conflicto y estar atento a los comportamientos positivos. La mejor actitud para pasar esta
primera gran crisis es centrarse en lo positivo y señalárselo con frecuencia. También se
aconseja evitar cualquier comentario en público con relación a lo difícil que está o lo
cambiado que se encuentra, ya que una actitud así exacerba los comportamientos del
niño y lo hace más rebelde y más desafiante.
Otro peligro en el manejo de esta crisis del desarrollo es la renuncia ante las
dificultades, lo que se ha llamado “declaración de incompetencia”, que consiste en
reconocer públicamente la imposibilidad de controlar la situación. Esta actitud asumida
por la mamá de Amelia derivó en que ella declarara muy orgullosa de sí misma: “Mi
mamá ya no sabe qué hacer conmigo. No sabe cómo manejarme”. Con esta declaración
21
de incompetencia, la mamá de Amelia le entregó un poderoso argumento a la niña para
oponerse con más energía y frecuencia, y quedar ella sin autoridad. Los padres no
pueden renunciar a su posibilidad de enseñar.
Es importante que los padres asuman una postura común con respecto a las normas,
que deben ser pocas, moderadas y flexibles, dejando un margen para tolerar algunos
pequeños gestos de independencia de los hijos. Una divergencia muy grande por parte de
los padres respecto del negativismo del niño puede ser desorientadora para él.
Algunos consejos
Permítale a su hijo espacios para opinar y tener opiniones diferentes frente a las
cosas.
No lo etiquete como “porfiado” o “desobediente”; solo agravará el cuadro, porque
él hará de este rasgo una definición de sí mismo.
Si necesita que le obedezca y no quiere recibir un “no” por respuesta, no le
pregunte si quiere. Mejor dígale, por ejemplo: “Vamos a almorzar” y no: “¿Quieres
ir a comer?”. Acéptele a veces un “no” como respuesta a alguna proposición suya,
sin hacer un drama.
A veces deje pasar un rato frente a una negativa. Muchas veces, el niño es capaz de
recapacitar solo y decir, por ejemplo: “Mamá, ahora quiero ir a acostarme”.
Cuéntele historias de niños queridos por mucha gente por ser obedientes y
amorosos.
Cuéntele cuentos en los que el protagonista supera su negativismo, como los del
libro Un oso enojoso (Milicic, 2013), que pueden ser de gran utilidad para
identificarse con un personaje capaz de cambiar su actitud.
Sea muy cariñoso y estimulante cuando el niño sea simpático y obediente.
Aproveche sus buenos momentos para señalarle sus rasgos positivos.
Nunca comente delante de terceros los conflictos que tiene con él, puesto que esto
equivale a una declaración de guerra y tendrá como efecto el aumento, por
rebeldía, del negativismo del niño.
Cuídese usted de no ser oposicionista. Si el niño ve que usted alega por todo y no
acoge las demandas de otras personas, incluidas las de él, no tendrá modelo de
actitud positiva frente a la realidad.
Tenga cuidado con hacer declaraciones de incompetencia frente al niño, ya que eso
debilita su autoridad. Es decir, no diga: “Ya no sé cómo manejarte”, ya que el niño
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podría pensar que no vale la pena obedecerle si usted mismo se ha declarado
incompetente.
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L
AUTONOMÍA VERSUS DEPENDENCIA
a autonomía es un atributo importante que los niños y sus padres deben ir logrando
generar en conjunto a lo largo del crecimiento. Desde pequeño, el niño debe ir
distanciándose de sus padres y comenzar a resolver ciertas dificultades por sí solo. La
autonomía se va conquistando poco a poco en distintos ámbitos y responde a las
necesidades de la etapa de desarrollo del niño. Lograr la autonomía es también una tarea
fundamental en la adolescencia, cuando su carencia o exceso suele traer dificultades en la
relación padres-hijo.
Cuando un niño no desarrolla los niveles de autonomía e independencia deseables para
su edad, se observa que tiene miedo de acercarse a los extraños y de explorar espacios
nuevos si no está con sus padres. Este es un niño dependiente, de quien sus propios
padres pueden decir que “está todo el día colgado de mí”.
La búsqueda de autonomía debe ser paulatina; los padres pueden dejar al hijo solo por
momentos y decirle que ya vuelven. Desaparecer sin explicación genera mucha angustia
en el niño. La idea es que las separaciones al comienzo sean cortas y progresivamente se
vayan aumentando. Hay que tener en cuenta que ser independiente también se aprende y
que es un proceso largo que requiere la entrega paulatina de confianza al niño.
24
Algunas veces la dependencia excesiva se originaen una familia sobreprotectora que
transmite al niño que el mundo es un lugar muy arriesgado, hecho que genera miedo a
ser abandonado en ese lugar hostil. Otras veces ese miedo puede haberse originado por
alguna experiencia traumática, como cuando un niño se siente perdido. Carmen, de cinco
años, se alejó de su mamá y un perro la atacó antes de que alguien pudiera socorrerla. A
partir de ese día, además del lógico miedo a los perros, presentó temor a quedarse sola, y
únicamente la compañía de su madre le brindaba tranquilidad. Esta relación llegó a ser
esclavizante para ambas. Guiados por una intervención terapéutica, los padres debieron
enseñarle a dominar el miedo y a confiar en que otras personas podían cuidar de ella.
Es necesario ayudar a los niños a expresar los sentimientos que subyacen tras una
dependencia excesiva; las verbalizaciones, los juegos con títeres o los dibujos son ideales.
Cuando los temores se expresan, son fácilmente manipulables, tanto para los niños como
para los adultos. Es aconsejable ponerle algún límite a la conducta de dependencia. En el
caso de Carmen hubo que partir del hecho de que la niña aceptara que su mamá tenía
derecho a ir sola al baño y de que ella debía controlarse para que su mamá pudiera tener
ese espacio para sí misma. Generalmente, los límites favorecen la confianza de los niños
en sí mismos.
Otra actitud bienintencionada por parte de los padres pero que no favorece la
autonomía de los niños es la tentación de solucionar todos los problemas de sus hijos.
Hasta la más afortunada de las personas a lo largo de su vida tiene que resolver múltiples
problemas, enfrentar conflictos y buscar cómo solucionar situaciones difíciles.
La actitud frente a los problemas comienza a desarrollarse desde el período preescolar.
Frente a las dificultades, hay gente que se paraliza, otra que se enrabia y otra que
adquiere una actitud de desafío. Es posible y necesario que los adultos protejan a los
niños pequeños de los problemas que excedan su capacidad de solución, pero es una
mala política educativa adelantarse a solucionar todas y cada una de las dificultades del
niño, pues esto favorece una actitud pasiva y dependiente del niño.
Cuando Pedrito está intentando introducir un cubo en una caja y no lo logra, los
padres pueden estimularlo a buscar otras maneras de hacerlo, pero es muy poco
educativo que ellos le quiten el cubo y lo pongan. El niño está empeñado en realizar el
trabajo y será muy desalentador para él ver que el papá o la mamá lo hacen sin mucho
esfuerzo.
Estimularlo con expresiones como: “¡Tú puedes hacerlo!” o “Intenta de otra manera”,
le enseña al niño a asumir una actitud activa frente a los desafíos y a ser constante frente
a los obstáculos, sin dejarse vencer por la primera dificultad que aparezca. Apresurarse a
superar los obs​táculos disminuye en el niño las posibilidades de aprendizaje y le genera
de manera secundaria una dependencia excesiva de sus padres.
25
No se trata de someter al niño al estrés de situaciones que superen su capacidad de
resolverlas, pero sí de estimular una actitud autosuficiente en todas aquellas actividades
que pueda resolver por sí solo. No alentarlo a realizar las tareas propias de su edad
mantiene al niño en una actitud infantil, que de alguna manera obstaculiza su desarrollo.
En este sentido, la frase del famoso psicólogo suizo Jean Piaget, que plantea que “toda
ayuda innecesaria frena el desarrollo infantil”, nos recuerda que tenemos que desplegar
nuestro mejor esfuerzo para hacer cada vez más autónomos a nuestros hijos. Muchas
veces es más fácil para los padres hacer cosas que dejar de hacer algunas, como
abstenerse de intervenir cuando el niño esté tratando de resolver por sí solo un problema.
Hay que emprender el camino de enseñar al niño a ser autónomo, con la convicción
profunda de que lo que se le está pidiendo que resuelva es adecuado a sus capacidades.
Cuando se hace de esa manera, se le fomenta la responsabilidad y la iniciativa en la
búsqueda de soluciones. Cuando un niño está luchando por conseguir algo por sí solo, la
actitud debe ser estimular su esfuerzo y no reprimir la natural tendencia a hacer las cosas
por sí mismos que tienen los niños. Una frase que usted seguramente habrá oído, porque
los niños la usan frecuentemente en esta etapa de la vida, es: “Yo solito”.
Karen, de dos años y ocho meses, tenía una dificultad de lenguaje que se veía
agravada porque cuando la niña estaba buscando la palabra apropiada para expresarse,
los padres terminaban la frase por ella. Por eso, Karen tendía cada vez más a usar gestos
y no palabras para conseguir expresar lo que deseaba.
Una razón importante para estimular que los niños hagan las cosas por sí solos es que
cuando ellos se dan cuenta de que algo les resulta bien y lo han hecho de forma
autónoma, atribuyen los buenos resultados a su capacidad y a su esfuerzo, y no a los
esfuerzos y la capacidad de los padres. La atribución que hace el niño: “Yo lo hice, soy
capaz”, es un factor muy significativo en el interés que tendrá en el futuro por seguir
intentando resolver solo sus problemas.
Si, por el contrario, el niño atribuye el éxito logrado a otros, se convertirá en una
persona más pasiva, dependiente e insegura de sus propias habilidades. Cierto es que
muchas veces, especialmente cuando los niños son pequeños, es más fácil hacerles el
trabajo y resolver sus problemas que enseñarles a resolverlos por sí mismos. El mayor
esfuerzo inicial que supone para los padres enseñarles se verá compensado a mediano
plazo por la autonomía que logrará el niño.
En este sentido, solucionar un problema concreto no es solo resolverlo, sino aprender a
enfrentar otros problemas en el futuro y desarrollar, por tanto, una capacidad básica para
la convivencia social: la habilidad para resolver problemas.
Poco a poco debe lograrse que el pequeño acepte, por ejemplo, separarse por
momentos de sus padres, que perciba este hecho como algo necesario y que se sienta
26
orgulloso de su capacidad de hacer cosas solo. Para ello es importante que los padres
reconozcan y valoren las conductas autónomas del niño, entregándole mensajes que le
den confianza en su capacidad para enfrentar sus miedos y dándole espacios seguros que
fortalezcan su capacidad de independencia.
Aumentar las oportunidades de estar con otros niños también favorece la autonomía.
En la medida en que se expande la red social en la que el niño se mueve, se verá a sí
mismo como alguien que tiene amigos y un círculo social propio.
En suma, es importante que creamos firmemente que crecer es ir aumentando en
independencia y en autonomía, y que ello se logra de manera gradual si el niño se siente
seguro y acompañado del afecto de una familia que confía en su capacidad para
enfrentar el mundo y sus problemas.
Algunos consejos
Cuando el niño esté intentando solucionar un problema, no se apresure en buscarle
solución, déjelo intentar y, solo si está muy alterado, ayúdelo orientándolo un poco.
Si está muy “bloqueado” frente a un problema, dígale: “Vamos a resolver esto
juntos”. Ayúdelo a sentirse competente frente a las dificultades. Si tiene problemas
para hacer algo, atribúyalo a que la tarea es muy difícil, de manera que el niño no
crea que le falta capacidad.
Permítale llevar algún juguete que le dé seguridad cuando deba enfrentar
situaciones nuevas.
Favorezca gradualmente que el niño se quede solo por pequeños períodos.
Reconozca sus progresos y no insista en lo que le hace falta.
Facilite que comparta con otros niños espacios de juego; el contacto con ellos
favorece en forma importante la autonomía.
Póngale algunos límites a sus exigencias de dependencia. Enfatice: “Eres capaz de
hacerlo solo”. Reconozca y valore sus esfuerzos y logros en el plano de la
autonomía, entregándole mensajes que tengan fuerza.
Cuando un problema se repite con frecuencia y no sabe enfrentarlo, ayúdelo a
plantearse previamente algunas alternativas de solución.
Si al niño le cuesta ser independiente, propóngale al comienzo problemas de muyfácil solución que garanticen que tenga éxito. No le proponga tareas muy difíciles,
que excedan sus capacidades, porque tendrá la sensación de que no es capaz de
hacer las cosas por sí solo.
27
Felicítelo cada vez que haga algo solo o resuelva un problema con éxito. Hágale
comentarios como: “¡Qué independiente eres!” o “¡Qué bueno que te las arreglas
solo!”, atribuyéndole el logro a su capacidad y a su esfuerzo, no a la facilidad de la
tarea.
No cuente en público que lo encuentra demasiado dependiente, recuerde lo difícil
que es sacarse las etiquetas.
Cuéntele cuentos de niños que eran independientes y valientes.
28
E
CUANDO LOS NIÑOS SE SIENTEN INJUSTAMENTE
TRATADOS
l sentimiento de ser tratados de manera injusta está profundamente arraigado en los
niños y ya desde muy pequeños ellos manifiestan una fuerte sensibilidad ante
cualquier señal que pudiera significar que son tratados de manera diferente a sus
hermanos. Este sentimiento está ligado al sentido de propiedad, el cual no tiene relación
solo con los objetos y lugares, sino que está profundamente vinculado con los afectos.
Una de las tareas más difíciles de cumplir en la familia la constituye la práctica de la
justicia y lograr que ella sea evidente para los hijos. Cuando la mamá le da un beso a uno
de sus hijos, rápidamente el otro hermano se acercará diciendo: “A mí también”. El niño
necesita percibir con claridad que recibe el mismo afecto y reconocimiento que sus
hermanos. Cuando el niño percibe que le prestan menos atención o le dan menos
muestras de cariño que a sus hermanos, no solo siente que es menos visible, sino que es
injustamente tratado, una experiencia muy dolorosa y que puede incitarlo a la rebeldía.
El valor de la justicia en la familia es percibido por los niños de muchas maneras y
tiene que ver con sentir que le dan lo que corresponde y que lo tratan de igual forma que
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a sus hermanos. Es en la cotidianidad, en los conflictos con los hermanos y en la relación
con sus padres, que se empieza a entender el concepto de justicia. A su vez, es en el
contexto familiar que aprenden por modelo a practicar la justicia. Por ejemplo, si a un
hermano le dan tres cerezas y a otro le dan dos, este se pregunta: “¿Por qué a mí me
tocaron menos?”.
Asimismo, el concepto de justicia tiene que ver con sentir que las exigencias que se le
hacen a uno son justas y equivalentes a las que se les hacen a sus hermanos. A los niños
les es muy difícil aceptar la diferencia de edad como factor que explica las distintas
exigencias que se les hacen a unos y a otros. Por ejemplo, Gonzalo, de cuatro años,
lloraba en la cama antes de levantarse y reclamaba: “Mamá, ¿por qué Isidora se puede
quedar en la casa contigo y yo tengo que ir al jardín?”. La mamá tuvo que explicarle
todas las ventajas que tenía él por ser mayor, diciéndole: “Es cierto que tú vas al colegio
e Isidora no, pero cuando tenías la edad de ella tú también estabas en la casa. Ahora,
como eres grande, te compramos una bicicleta y como ella es más chica no puede andar
en bicicleta”.
Otra situación que suele influir en que los niños sientan que son tratados injustamente
es cuando les piden que hagan cosas como guardar sus juguetes en un baúl. Desde que
son muy chicos la pregunta clásica es: “¿Y por qué yo?”. Para favorecer la sensación de
que es tratado justamente, es necesario hacerle ver al niño que en realidad se le está
pidiendo lo mismo que al resto de sus hermanos o, al menos, algo equivalente. No es
bueno que se sienta explotado, porque puede deteriorarse la relación con sus hermanos y
con usted. Cuando pida algo, trate de involucrar, en la medida de lo posible, a todos los
niños; por ejemplo, diga: “Ahora vamos a ordenar los juguetes todos juntos”.
Un elemento decisivo para que un niño se sienta injustamente tratado se relaciona con
que se le reprenda mucho más que a los hermanos, aunque en opinión suya, como padre,
se lo merezca. Los niños viven esto con angustia, se sienten discriminados y lo
verbalizan: “Siempre me regañan a mí”. En lo posible, rételos menos y, si le parece que
es inevitable llamarles la atención, hágalo en forma privada. En general, esto es mejor,
porque es menos humillante y porque se evitan las comparaciones entre los hermanos
(Milicic, 2014).
Una de las situaciones que el niño percibe como muy injusta, y con razón, es cuando
sus padres lo castigan desproporcionadamente por algo que ha hecho, ya que a veces los
castigos están más relacionados con el cansancio u otros problemas que puedan haber
tenido los padres, que con la falta cometida por él.
Las expresiones de afecto deben ser lo más igualitarias posibles, para que un hijo no se
sienta tratado injustamente en un área tan significativa como son los gestos de cariño, de
manera que le permita imaginar que es menos querido que sus hermanos. Los otros
30
integrantes de la familia, especialmente los abuelos, deben tratar de mantener un trato
equitativo entre sus nietos, ya que la sensación de ser menos queridos por los abuelos se
suscita muy fácilmente en los niños.
Ser justos no es una tarea fácil, pero es una condición imprescindible para la armonía
familiar. Mientras exista una percepción de injusticia, siempre habrá conflictos en la
relación padres-hijo, y también puede llegar a dañarse mucho la relación entre los
hermanos. Cuando en una familia hay justicia, los niños aprenden a ser justos en sus
relaciones por el modelo que les entregan día a día sus padres.
Algunos consejos
Considere las quejas del niño en relación con las situaciones que percibe como
injustas y evalúe qué podría hacerle cambiar su percepción. Puede ser cambiar de
actitud o bien explicarle las razones que usted y su cónyuge tienen para actuar de
esa manera.
Sea justo en la repartición de regalos, dulces y comida. Los objetos y la comida en
esta edad son muy importantes, ya que son percibidos como señales de amor.
Si por alguna razón tiene que darle algún privilegio a uno de sus hijos y no a otro,
explíquele claramente las razones.
Cuide que las exigencias que haga al niño sean pocas y apropiadas para su edad.
Cuando tenga que llamarle la atención, sea muy prudente. No deje que la rabia que
tiene lo ofusque y lo lleve a reprender o castigar en forma desproporcionada.
Sea muy generoso en dar reconocimiento al niño por las cosas que hace bien.
Sea muy efusivo en la expresión de sus afectos. El niño que se siente muy querido
raramente tiene una sensación de injusticia.
Al momento de imponer las reglas, atienda las opiniones del niño, de manera que
sienta que es escuchado.
31
E
¡UN RATITO MÁS!
s sumamente común que los niños pidan mantenerse en una situación que les es
agradable. Así les ha sucedido a Tomás, de cuatro años, y a su mamá cuando van al
parque. Cuando ella le avisa que es hora de irse, él contesta con el clásico “¡Todavía no,
un ratito más por favor!”. La madre tiene dos opciones: negociar con el niño alguna
alternativa o bien llevárselo a la fuerza, con lo que previsiblemente el niño hará una gran
pataleta.
Es completamente comprensible que, cuando el niño está inmerso en el mundo del
juego y de la diversión, le sea difícil renunciar a la felicidad que está experimentando. Sin
embargo, también es comprensible que la mamá tenga otras cosas que hacer, que deba
volver a su casa y que no le quede más remedio que interrumpir la diversión del niño.
Es importante que en la etapa preescolar los niños aprendan a aceptar y tolerar algunos
límites, pero también es importante que las personas que están a cargo del niño le
preparen el terreno para el término de la diversión y no lo arranquen bruscamente de su
32
entretención. Después de todo, el juego, según todas las investigaciones, es la actividad
sentida por el niño como la más importante.
Piense cómo se alteraría usted si estuviera en la mejor parte de su película favorita o
en lo más apasionante de un libro y lo interrumpieran y le dijeran: “Tenemos que salir”.
Como usted es un adulto y tiene un nivel de madurez suficiente, es capaz de aceptarlas
restricciones que le impone la realidad, aunque hubiera preferido que le hubiesen avisado
antes para no comenzar a ver una película que no iba a poder terminar.
La preparación del niño para el término de una actividad en la que está muy
involucrado, ya sea un programa de televisión, la visita de un amigo o un juego, debe ser
muy simple. En principio debe dársele un tiempo para terminar lo que está haciendo; si,
por ejemplo, está modelando en plasticina, dígale: “Tienes que terminar de hacer ese
robot porque ya va a ser hora de ir a comer”, o bien dele tiempo para jugar un ratito más
y dígale algo como: “Puedes tirarte dos veces más por el resbalín y después volveremos
a casa”.
Preparar no significa permitir que el niño maneje indefinidamente la situación, sino
favorecer la posibilidad de que obedezca sin conflicto. Es necesario entender que para los
niños, más que para los adultos, es difícil aceptar que se acaba la diversión.
El mensaje para que el niño entienda tiene que ser claro y contener al menos tres
elementos:
a) La comprensión de lo que el niño siente
b) La limitación que usted está obligado a imponer
c) La razón de esta restricción
Cuando perciben un límite que toma en cuenta sus necesidades y se les explican las
razones que avalan la imposición, muchos niños tienden a aceptarla sin mayor problema.
Hay otros, en cambio, que se rebelan. De ser ese el caso, y suponiendo que su demanda
ha sido de veras razonable, el consejo es que usted se mantenga firme. Si cede frente a
una pataleta, el niño usará este mecanismo cada vez que usted intente poner límites.
Una vez tomada la decisión, impleméntela en forma rápida; cualquier demora corre el
riesgo de replantear el problema. Aunque sea difícil de aceptar, una parte del crecimiento
es la aceptación de las restricciones que impone la realidad. Sea firme pero no use nunca
la violencia, ya que puede caer en una escalada difícil de frenar.
Algunos consejos
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Advierta al niño que a una determinada hora va a ser necesario interrumpir el juego.
Por ejemplo, dígale que puede jugar con el Lego o con la tablet hasta la hora de
comida.
Cuando quede poco tiempo, avísele que tiene que terminar.
Según el tipo de actividad, siempre que sea posible dele una o dos posibilidades
más, por ejemplo: “Puedes dar una vuelta más al parque en el monopatín”.
No sobrerreaccione si el niño se ofusca y lo insulta, pero cuando se haya calmado
hágale saber que esas conductas son inaceptables.
No caiga en negociaciones indefinidas.
Si tiene razones, aprenda a decir no y mantenga esa posición sin violencia ni culpa.
Si hay un gran desafío a su autoridad, la única consecuencia posible es retirarle a su
hijo algún privilegio.
No se demore mucho en el paso de una actividad a otra, para que el niño no se
ilusione con que puede seguir adelantándola.
34
E
AYUDE A LOS HIJOS A SUPERAR SUS MIEDOS
ntre los dos y los cinco años de edad, los niños tienden a experimentar un brusco
aumento en los temores, de los que existe una gran variedad de tipos y de
intensidad. Algunos niños comienzan a tener miedo a la oscuridad, otros no quieren
quedarse solos o empiezan a tenerle pavor a algunos animales. Probablemente la mayor
causa de los miedos que experimentan los preescolares es la ansiedad que les produce
separarse de su madre. Aunque el miedo es una emoción muy desagradable y
paralizante, no queda más remedio que aceptar que es universal y, en gran medida,
adaptativo.
Se ha planteado que el inicio de los miedos está relacio​nado con el aumento de la
sensibilidad frente a los diferentes estímulos y a una mayor comprensión de los peligros
que existen en el medioambiente en que se desarrollan los preescolares. Al parecer, hay
factores innatos que explican la mayor sensibilidad al miedo; sin embargo, las variables
ambientales desempeñan un papel decisivo en esta área.
En el caso de los niños hipersensibles y que ven mucha televisión, los potenciales
peligros reales tienden a ser sobredimensionados y visualizados de manera muy vívida.
Por otra parte, muchas veces los temores de los niños son transmitidos en forma no
consciente por los padres. Las familias que son aprensivas y sobreprotectoras tienden a
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magnificar las situaciones de riesgo y, de esa manera, transmiten a los niños una visión
terrorífica del mundo. Por ejemplo, los hijos de padres hipocondríacos tienden a tener
más miedo a enfermarse, a pesar de que curiosamente les encanta ver en la televisión
programas de enfermedades, lo que a su vez los lleva a no dormir en la noche por pensar
que las han contraído.
En otras ocasiones, los adultos someten a los niños a situaciones de mucho estrés, con
lo cual pueden provocarles cuadros de ansiedad o predisponerlos a desarrollar
personalidades marcadas por ella. Un ejemplo es el caso de Carolina, de tres años, que
presentaba temores a las situaciones nuevas, le costaba conciliar el sueño, tenía
constantes pesadillas y con frecuencia parecía asustada. Al hacer un estudio acerca de los
factores que podrían influir en sus miedos, pudo detectarse que se asustaba mucho con
las peleas entre su madre y su abuela, con quienes vivía. Además, Carolina era
especialmente sensible a los gritos y a las amenazas que con frecuencia le hacían cuando
no obedecía. La niña vivía con mucho temor al abandono frases como: “Si no te comes
toda la comida, me voy a ir”, pues las relacionaba con la partida del padre el año anterior.
Por supuesto que la intención de la madre y de la abuela no era asustarla, sino que
obedeciera o que se comiera toda la comida, pero el resultado no era el deseado, debido
a que lamentablemente desarrolló un cuadro de ansiedad.
Ciertamente, hay una conexión entre miedo y dolor. Muchos de los miedos tienen que
ver con el temor al dolor, no solo físico, sino psicológico, producido por el abandono o la
pérdida de la atención y el cuidado de las personas más queridas. Muchas veces algunos
cuentos exacerban estas preocupaciones de los niños; Hansel y Gretel es un clásico
ejemplo de cuento terrorífico.
Una parte importante de los miedos se explica por la fantasía de los niños, ya que
tienden a pensar que los monstruos que imaginan existen en la realidad, y eso los asusta
mucho. La imaginación les transforma situaciones potencialmente neutras en algo
temible. Como en esta edad los niños no separan claramente la fantasía de la realidad,
pueden asumir las imágenes de los cuentos infantiles, de la televisión y del cine como
fenómenos reales, y ello puede originarles verdaderas situaciones de pánico. Favorecer la
distinción entre realidad y fantasía va a ir atenuando paulatinamente los miedos de los
niños y les ayudará a tener una visión más realista del mundo.
En la medida en que el niño verbalice sus fantasías, usted puede ayudarlo a disminuir
sus miedos si les agrega a ellas algunos elementos imaginables, que las hagan menos
terroríficas. Por ejemplo, si le tiene miedo a un viejo imaginario que podría raptarlo,
pídale que cierre los ojos y vista al viejo de rojo para que se parezca a un amigo del Viejo
Pascuero.
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Si el niño es miedoso y además muy fantasioso, no estimule su imaginación en exceso
y siempre marque la siguiente idea cuando fantasee: “Es bonita tu fantasía, qué pesar que
no sea realidad” o “Parece bien peleador el monstruo que inventaste, qué suerte que no
exista”.
Hacia los cinco años cabe esperar una disminución de los miedos a causa de dos
factores: el primero tiene relación con un aumento de la confianza del niño en sí mismo,
y el otro, con el desarrollo de la capacidad de diferenciar entre la realidad y la fantasía. Si
después de seis meses continúan los miedos o se exacerban, es bueno pedir ayuda,
porque a partir de estos temores el niño puede desarrollar cuadros de ansiedad muy
difíciles de erradicar.
Los niños con más inteligencia suelen tener más miedo, porque son capaces de prever
más; un ejemplo de esto es el miedo a la oscuridad. ¿Cómo no tener miedo si se ve poco
y realmente pueden pasar cosas peligrosas? Sin embargo, una cosa son losmiedos reales
y otra los fantaseados, como por ejemplo, el temor a los fantasmas.
Una de las expresiones más frecuentes de miedo en los niños son las pesadillas, las
cuales deben ser atendidas y escuchadas con la mayor atención. Es necesario tratar de
entender los miedos que pueden estar representados en sus sueños; así, por ejemplo, un
niño que sueña que está frente a un león, solo y sin ropa, está comunicando su miedo y
su sentimiento de desprotección frente a una figura de autoridad, sobre todo si esta
pesadilla se repite con frecuencia. Verbalizar y comprender las pesadillas de los niños
ayudará a disminuir el sufrimiento que ocasionan los miedos que alteran sus sueños.
Miedos como el temor a la oscuridad son muy frecuentes y casi normales. No intente
que el niño los supere, solo déjele una lamparita “espantacucos” y acompáñelo unos diez
minutos hasta que se duerma, leyéndole un libro o contándole un cuento. Los animales
de peluche suelen ser buenos aliados en la batalla contra los miedos.
También es común que las situaciones nuevas y los cambios radicales ocasionen
miedos como, por ejemplo, ir por primera vez al colegio. Es necesario tener una actitud
muy equilibrada entre acoger sus miedos y estimularlo a que entienda que son más
fantasías que realidad.
Recuerde que los miedos también desempeñan un papel en la vida porque ayudan a
que el niño se cuide. El miedo protege a los niños de correr riesgos excesivos; así, un
niño que aprende que debe ser cuidadoso para cruzar la calle, es porque de algún modo
tiene miedo a que lo atropellen. Lo mismo sucede con un niño que aprende a no confiar
en desconocidos y tiene miedo de ellos; eso lo protegerá de situaciones que pueden
ponerlo en riesgo, como ser abusado sexualmente.
Muchos de los miedos son transmitidos por una aprensión exagerada de los adultos,
que, por supuesto, obedece al deseo de proteger al niño. Si bien es necesario cuidarlo,
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hay que tener presente no atemorizarlo demasiado. Es verdad que un niño puede ser
raptado y hay que cuidar de no dejarlo solo, pero afortunadamente la posibilidad de que
un niño sea raptado es más remota que la posibilidad de que usted se saque la lotería.
Por eso no vale la pena asustar a su hijo contándole de todos los riesgos existentes.
Vivir con miedo es una de las sensaciones más limitantes y desagradables que puedan
tenerse. Llevada al extremo, esta emoción puede paralizar a las personas. ¿Recuerda la
última vez que esto le pasó a usted? Pocas emociones interfieren tanto en el bienestar
psicológico de las personas y su productividad como el miedo. Si esto es verdad para los
adultos, imagine usted cuánto más verdadero es para los niños, quienes cuentan con
muchos menos mecanismos para defenderse de la angustia.
¿Cuáles son algunos síntomas de ansiedad en los niños?
Actitud hipervigilante: Esta actitud hace que los niños no puedan jugar tranquilos y
que estén siempre en excesiva alerta porque eventualmente algo malo podría suceder.
Reacciones de sobresalto: Los niños ansiosos tienden a sobrerreaccionar frente a
estímulos normales. Se asustan y lloran ante situaciones que a otros niños ni siquiera los
afectan. Por ejemplo, empalidecen frente a un ruido inesperado.
Insomnio: Los niños pueden tener insomnio de conciliación, es decir, que tienen
problema para quedarse dormidos, o bien puede ser que se despiertan en la mitad de la
noche y les cuesta mucho trabajo volver a dormirse.
Pesadillas o presencia de sueños perturbadores: Muchos niños tienen
ocasionalmente pesadillas. Si estas se presentan frecuentemente y si su contenido es
repetitivo, los padres deben ponerse alerta.
Presencia de pensamientos perturbadores: A veces al niño lo asaltan ideas que no
tienen nada que ver con la actividad que están desarrollando y que lo perturban y le
dificultan la concentración. Por ejemplo, un niño está jugando tranquilamente al dominó
y de pronto pregunta: “¿Cuándo se va a morir la abuelita?”. Eso debe percibirse no como
una curiosidad, sino más bien como un temor a que a su abuela le pase algo malo.
Dificultad para concentrarse: Un niño que está bajo una situación de estrés, con
dificultad puede atender y concentrarse en lo que está haciendo, porque está más atento
a sus preocupaciones y temores que a la tarea que debe abocar.
¿Qué tipo de cosas produce el estrés en los niños?
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Padres excesivamente ansiosos: Estos papás son habitualmente preocupados y
cariñosos, pero contagian a sus hijos de sus temores. A través de su actitud aprensiva les
transmiten la imagen del mundo como un lugar muy peligroso del que deben cuidarse.
Recuerde que no hay nada más contagioso que el miedo.
Ambientes de violencia: Estos son especialmente adversos porque el niño no tiene
autonomía para cuidarse y no sabe cómo huir de ellos.
Situaciones de abandono: Estas se convierten en escenarios en los que las
necesidades de los niños no están satisfechas.
Exposición a estímulos con alto contenido de violencia: Algunos programas de
televisión, videojuegos y aplicaciones llenan la imaginación infantil de imágenes y sonidos
atemorizantes que después tienden a aparecer en sueños o a irrumpir abruptamente en el
pensamiento del niño.
Enfermedades: Las enfermedades, especialmente aquellas que por su naturaleza
requieren de hospitalizaciones o de maniobras médicas dolorosas o difíciles, son un
poderoso factor de estrés en la infancia.
Separaciones prolongadas de los padres: Quizás el factor protector más fuerte
contra la ansiedad es la presencia constante de las figuras paternas o de familiares que el
niño perciba como fuente de afecto. Cuando por cualquier razón el niño pierde el
contacto frecuente, puede experimentar fuertes sentimientos de ansiedad.
¿Cómo ayudar al niño?
Además de las sugerencias que ya han sido mencionadas a lo largo de esta presentación
del problema, cabe señalar, en primer lugar, la importancia de tener mucha paciencia y
calma para enfrentar estas situaciones. Recálquele al niño, si es que tiene miedo, que es
legítimo tenerlo, pero que uno debe aprender a mandar en sus miedos y no dejar que
ellos lo manden a uno.
Si el niño es muy temeroso, fíjese en cualquier oportunidad en que él sea un poco
audaz y estimúlelo diciéndole lo valiente que es y lo valiente que se ha comportado, para
que vaya introduciendo esta idea en su autoconcepto. Si los miedos son muchos y
persisten por más de tres meses, pida ayuda. El miedo no solo provoca un enorme
sufrimiento, sino que bloquea el desarrollo personal.
Una de las funciones importantes de la paternidad en la infancia es entregar al niño
ambientes favorables que lo protejan de situaciones que puedan ser vividas por él como
muy estresantes o dolorosas. En este sentido, en el período preescolar la compañía
amorosa de los padres constituye sin duda el mejor escudo contra la ansiedad.
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Algunos consejos
Cuando su hijo esté asustado, mantenga una actitud tranquila, asegurándole que
todo va a estar bien. Enfrente las dificultades cotidianas con serenidad, de manera
que el niño no las viva como una catástrofe. Además, mantenga una actitud
positiva, confiada y alegre cuando usted y él salgan a enfrentar alguna situación
nueva.
Acompáñelo al comienzo en las situaciones nuevas. Lo extraño siempre produce
temor en los niños.
Si el niño va a enfrentar algunas situaciones dolorosas, no le oculte el hecho porque
perderá la confianza que tiene en usted. Explíquele, de la manera más simple y
tranquila que pueda, lo que está pasando. Por ejemplo, si lo van a vacunar,
explíquele que le dolerá un poquito, pero evitará enfermarse. Así, el niño podrá
confiar en usted frente a las situaciones nuevas.
Si por alguna razón tiene que ausentarse y el niño tiene la edad suficiente para
comprender, dele la explicación que se merece.
Si tiene miedo a la oscuridad, juegue con él a buscar “dulces” o algún tesoro en una
pieza en penumbras, y después felicítelo por lo valiente que es.
Cuéntele cómo usted aprendió de pequeño a mandar en sus miedos. Si tiene
pesadillas, con frecuencia lean juntoscuentos como “Consejos para domesticar tu
monstruo” (Milicic y López de Lérida, 2015).
Leer cuentos sobre los miedos ayuda a aceptar que tener miedo es normal y facilita
que el niño hable con los padres sobre ellos. Por ejemplo, “Me siento preocupada”
(Moses, 1999), “¡Huy, qué susto!” (Milicic, 2011) y “Abajo el miedo” (Gombolli,
1999).
Controle el contenido de los programas que su hijo ve en la televisión; no lo deje
ver programas que le produzcan miedo.
Descubra qué lo tranquiliza cuando tiene miedo: una luz, escuchar un disco, decir
una oración... Utilice estos elementos cuando el niño tenga susto. Averigüe qué le
da miedo; únicamente teniendo esa información, podrá descubrir cómo
tranquilizarlo. Para que aprenda a estar solo, haga que se sienta acompañado por un
muñeco o peluche.
Trate de explicarle las diferencias entre realidad y fantasía; por ejemplo, hágale
cerrar los ojos e imaginar un monstruo, pídale que abra los ojos para que
comprenda y explíquele que ese monstruo solo existe en la fantasía.
Cuide de que no haya una sobreexposición a estímulos. Las situaciones muy
excitantes, aunque sean muy entretenidas, pueden generar en los niños mucha
40
tensión. Tome la precaución de que los momentos antes del sueño sean dulces,
tranquilos y relajados, para que la inducción del niño al sueño sea lo más serena y
armónica posible. Si tiene pesadillas, escúchelas en detalle, de tal manera que pueda
conocerlas y permitirle una catarsis.
No lo obligue a enfrentar situaciones que le den temor y que son innecesarias,
como por ejemplo, que salude a esos grandes muñecos disfrazados de los
supermercados. No lo amenace con imágenes terroríficas ni mucho menos con el
abandono afectivo.
En la medida de lo posible, evite que el niño se vea expuesto a peleas entre los
adultos que viven con él.
Haga el mejor de sus esfuerzos para pasar un número de horas gratas en compañía
de su hijo. Ello es sin duda el mayor factor protector de estrés.
41
L
LA TIMIDEZ Y LAS DIFICULTADES PARA
DEFENDERSE
a timidez es un factor que perturba el desarrollo social, limita el potencial de
felicidad de los niños y puede perdurar hasta la vida adulta si no se enfrenta
oportunamente. Todos los niños tienen una timidez natural, pero a los pocos minutos la
vencen cuando se familiarizan con las situaciones extrañas, pues prima en ellos la
curiosidad por explorar y conocer sus miedos.
Muchas veces los adultos aumentan la timidez natural de los preescolares al
acercárseles excesivamente sin darles tiempo a que se acostumbren a su cara. Desde los
ocho meses los niños tienden a asustarse frente a un extraño. Lo desconocido los asusta
y esto dura prácticamente todo el período preescolar.
La timidez es básicamente un sentimiento de falta de seguridad en sí mismo. Los niños
seguros confían en sí mismos, se atreven a explorar y se relacionan con facilidad con
otras personas. En cambio, los niños tímidos no se atreven a defender sus derechos, solo
se sienten seguros en situaciones familiares y con personas conocidas. Además, a estos
niños les es difícil hacerse amigos, mirar a los ojos y expresarse; es decir, tienen poca
fluidez verbal y no disfrutan de las situaciones sociales (Haeussler y Milicic, 2014).
María Jesús, de cuatro años, es tímida y, a pesar de ser una niña inteligente y bonita, le
cuesta hacer amigos, le angustia ir a una fiesta de cumpleaños y solo puede hacerlo si va
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acompañada de un adulto. Cuando algún extraño se acerca a preguntarle su nombre, ella
se esconde detrás de su mamá. A ella le toma más tiempo familiarizarse con las
situaciones nuevas y hacer amigos, pero cuando lo hace lo disfruta y es muy considerada
con ellos.
La timidez es una ansiedad social que puede tener distintas dimensiones. Un cierto
grado de timidez es algo normal: todas las personas se sienten ocasionalmente tímidas.
Solo se considera un problema importante cuando restringe gravemente las actividades
del niño y lo hace sentirse inseguro y paralizado para lograr insertarse socialmente con
otros niños.
Muchos niños tímidos tienen dificultad para defenderse y tienden a permitir que los
otros abusen de ellos, pues sienten pánico a la agresión de terceros. Pueden entregar su
juguete preferido sin reclamar o dejar que otros coman su refrigerio con tal de evitar un
enfrentamiento, frente al cual, prevén, saldrán derrotados. Así le sucedió a Andrés, de
cuatro años, quien presentó un rechazo a ir al colegio, derivado del hecho de que su
compañero Gustavo le quitaba su colación todos los días y no se atrevía a defenderse ni
a decirle a la profesora del jardín infantil lo que le sucedía. Como Andrés no ofrecía
ninguna resistencia, Gustavo se acostumbró a aprovecharse de la debilidad de su
compañero.
Ante esta situación, los padres deberían darle permiso para que se defendiera sin
hacerlo sentir culpable por no defender lo que le correspondía. Pero no bastaba con no
hacerlo sentir culpable o pedirle que defendiera lo suyo: había que transmitirle fe en que
era capaz de poner límites y enfrentar la agresión con valentía. La mamá de Andrés le
explicó que tenía derecho a comer su colación y que tenía que decirle a Gustavo muy
firmemente: “Esta es mi colación y hoy me la voy a comer yo. Si tú te la comes, yo
tendré que decirle a la profe que me la quitas todos los días. No voy a dejar que abuses
de mí”. Lo que sucedía era que Andrés carecía de la confianza en sí mismo como para
enfrentar a su agresor. Con esta actitud definida, pero sin incentivar la violencia, la mamá
le enseñó a Andrés a exigir sus derechos con fuerza. Si un niño evita el enfrentamiento,
sus compañeros creerán, con razón, que es un niño del que es posible aprovecharse.
Lo primero que un niño debe hacer no es agredir, sino fijar los límites. Si no es
respetado por sus compañeros, debe saber que puede recurrir a la autoridad en busca de
protección. Los agresores se escudan atemorizando a las víctimas para que guarden
silencio. Si un adulto denuncia a un ladrón, a nadie se le ocurrirá tildarlo de soplón, como
a veces sucede con los niños.
Con frecuencia, el niño tímido juega solo y rehúye el contacto social, privándose de la
maravillosa fuerza que brinda la ternura de la amistad. De antemano se cierra las puertas
a la simpatía que podría despertar en otros.
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Hay que explicarle a su hijo que hay niños que son muy buenos amigos, con los que es
conveniente juntarse porque lo respetan, no le quitan las cosas y además saben esperar
su turno. En cambio, hay otros niños que son peleadores y de ellos hay que cuidarse,
porque cuando se dan cuenta de que alguien no se defiende, tienden a aprovecharse si no
se pone firme en decir que no y defender lo que es de él.
Dramatizar algunas situaciones a menudo es de mucha ayuda para estos niños, pues
les da un repertorio de conductas para defenderse apropiadas para su edad y su
capacidad de comprensión. En los juegos de dramatización a veces hay que invertir los
papeles: en una ocasión el niño debe ser el agresor y la mamá o el papá el agredido, y en
otras debe ser al revés. Esto le permitirá al niño experimentar la sensación de que los
otros no son más fuertes y no son siempre los que se imponen. Es muy beneficioso
enseñarle a decir que no mientras mira a los ojos y dice algunas muletillas como:
“¡Déjalo, es mío!” o “¡Aléjate de mí!”, ya que las muletillas tienden a automatizarse con
la repetición y, así, al pequeño le saldrán con fuerza cuando tenga que enfrentarse con
los niños más agresivos.
La base de saber defenderse se encuentra en que el niño tenga una actitud de
autorrespeto. Habitualmente, un niño que se respeta a sí mismo consigue el respeto de
los demás. No obstante, para lograr ese respeto es necesario quererse a sí mismo y
sentirse respetado por sus padres y hermanos (Hogg y Blau, 2013).
Si un niño se siente muy humillado o avasallado por no saber defenderse, no puede
aplicar las técnicas que los padres le sugieren y comienza a tener miedo de ir al colegio,
pida ayuda especializada. La sensación de sentirse indefenso y el sufrimientoque esto
implica pueden dejar huellas negativas en el desarrollo personal.
Errores frecuentes
El peor error que puede cometerse con un niño tímido es etiquetarlo como tal, esto es,
decirle con frecuencia y frente a otras personas: “Qué tímido eres”. Frases como “Es que
Juanito es tan tímido” o “A Florencia le cuesta tanto hacer amigas” son fatales para la
seguridad social del niño. Al ponerle la etiqueta se le atribuye un rasgo del cual al niño le
será muy difícil librarse posteriormente.
Otro error frecuente con un niño tímido es pensar que presionándolo se va a conseguir
que mejore su timidez. Hay que ayudarlo a enfrentar las situaciones sociales
progresivamente, acompañándolo al comienzo, dejándolo solo por ratos cortos en un
lugar familiar y así sucesivamente, enseñándole cada vez a superar de una forma un poco
más autónoma las situaciones sociales, pero sin presionarlo. La presión excesiva puede
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tener un efecto traumático para el niño y además puede deteriorar la relación entre usted
y su hijo, agravando el problema en vez de solucionarlo.
Algunos consejos
No presione a su hijo a enfrentar situaciones nuevas a solas; acompáñelo hasta que
se acostumbre.
A veces es aconsejable prepararlo cuando se va a ir de visita, diciéndole, por
ejemplo: “Vamos a ir donde una señora que se llama Alejandra. Ella tiene un hijito
que se llama Nicolás, al que le gustan mucho los libros, así que le vamos a llevar
uno de regalo”. Es aconsejable repetir las visitas a las mismas personas varias
veces, hasta que el niño se vaya familiarizando con esas situaciones y adquiriendo
mayor seguridad.
Es importante exponer a su hijo a situaciones de juego con otros niños, al comienzo
ojalá con uno solo y cuidando de que sea un niño fácil y no agresivo, de tal manera
que sea una experiencia positiva. Enséñele a jugar como los otros niños; eso le dará
seguridad y confianza en sus habilidades sociales. Si percibe que el niño se siente
humillado y avasallado, no dude en pedir ayuda especializada.
Si su hijo es tímido, juegue a dramatizar situaciones en las que pueda verbalizar su
defensa cuando es agredido.
Dele confianza en sus capacidades de relacionarse y coméntele efusiva y
calurosamente sus logros. Cada vez que la situación lo permita, señale lo amistoso y
sociable que es. Por supuesto que tiene que ser en una situación en que esta
afirmación sea verdadera.
Consiga que algún amiguito vaya a visitarlo, prepare un poco la visita para que sea
un éxito y después felicítelo por lo bien que jugó.
No lo etiquete jamás de “tímido”. Poner etiquetas es muy fácil, pero liberarse de
ellas es casi imposible. Jamás lo avergüence, le llame la atención o lo castigue en
público. Nada daña más la seguridad en sí mismo de un niño que el ser criticado
públicamente.
Favorezca su autonomía; mándelo a pedir cosas simples a familiares y amistades
que sepa que lo van a acoger bien.
Reafirme en el pequeño una actitud de autorrespeto, mostrándole una conducta
valorativa hacia él. Transmítale confianza en su capacidad de poner límites.
Respete siempre el derecho del niño a ser escuchado en sus necesidades y
opiniones, aunque sean diferentes a las suyas. Sea un modelo de respeto de los
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derechos de los demás.
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S
¿CÓMO AUMENTAR LA TOLERANCIA A LAS
FRUSTRACIONES?
i alguien ha puesto mucho esfuerzo en lograr realizar algo, es muy decepcionante
sentir que las cosas no resultan como esperaba. A cualquier edad es difícil aceptar
que a veces se cometen errores y tanto más difícil es cuando se es pequeño, ya que
habitualmente los niños ponen mucho esfuerzo, ilusión y energía en realizar lo que se han
propuesto.
Martín, de cuatro años, estaba construyendo con su hermana de tres años un edificio
con unos bloques y, justo cuando estaba terminando la construcción, se le derrumbó con
gran estrépito. Cuando sucedió el derrumbe, Martín comenzó a patear los bloques, los
tiró lejos y después se puso a llorar de manera desconsolada sin querer hablar con nadie.
Mientras tanto, su hermana, muy asustada, intentaba reiniciar la construcción y le decía:
“Martín, hermano, ven, yo te ayudo y hacemos otra torre”.
¿De qué depende que dos niños educados en una misma familia puedan responder en
una forma tan diferente a un mismo acontecimiento? Las diversas respuestas de los niños
frente a los contratiempos se relacionan con la capacidad de tolerancia a la frustración.
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Hay niños que tienen muy poca capacidad de postergar la gratificación de los impulsos
y de aceptar los obstáculos, ya sea por factores constitucionales o por la socialización.
Estos niños se ofuscan con facilidad cuando tienen que enfrentar obstáculos en la vida
cotidiana, les cuesta mucho aceptar que se han equivocado en algo y reaccionan
agresivamente ante cualquier sugerencia que pueda inculparlos.
Otros niños tienen más facilidad para aceptar que las cosas pueden no salir como ellos
habían pensado o planificado, y viven las dificultades como algo que hace parte de la
vida; están dispuestos a responsabilizarse por sus errores y buscan, a través del
aprendizaje, superarlos. Por cierto, en el primer momento estos niños también se
entristecen cuando las cosas no salen como esperaban, pero rápidamente se recuperan y
buscan solución.
El papel de la familia es básico para enseñarles a los niños a aceptar sus errores y las
dificultades, lo cual requiere mucho equilibrio y sabiduría para no someter al niño a
frustraciones excesivas. Sin embargo, también debe tenerse cuidado de no ceder
inmediatamente frente a todas las demandas. Por ejemplo, frente a las pataletas o a
exigencias excesivas por parte del niño, una de las maneras de enseñarle a aceptar las
equivocaciones es que usted se comporte apropiadamente cuando a él algo no le resulte
bien y no pierda el control. Así, si su auto queda en pana cuando van a ver a los abuelos
y “se desquita” con los niños o se enoja con su cónyuge o con alguien que no tiene nada
que ver con el asunto, les proporciona a los niños un modelo de descontrol. Si, por el
contrario, se reconoce que, si bien es un contratiempo, es más importante buscar
soluciones que rabiar, vale decir: “¡Qué le vamos a hacer! Habrá que llamar a la grúa y
buscar otro medio para ir a ver a los abuelos; voy a llamar a su tía para que nos lleve”.
La idea es que frente a la adversidad el hijo vea a sus padres reaccionar serenamente,
sin negar el problema pero sin ofuscarse excesivamente, debido a que además de ser un
mal modelo, atemoriza al niño.
Cuando este pierde el control, no es conveniente intervenir ni tratar de hacerlo
reaccionar en forma inmediata, porque nadie procesa ningún argumento cuando se
ofusca. Eso más bien hace el efecto contrario. Es necesario esperar a que pase la
tormenta y, solo cuando el niño esté más calmado, trate de razonar con él y hágale ver
que, cuando se está aprendiendo algo, muchas veces las cosas no resultan a la primera y
que uno se equivoca muchas veces antes de aprender a hacer las cosas bien.
La idea central para que los niños aprendan de sus errores y acepten las
equivocaciones es enseñarles que el error hace parte necesaria de los aprendizajes y de la
vida, y que siempre es posible empezar de nuevo y buscar alternativas de solución para
los problemas que se van presentando.
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El bloqueo o “sensación de pizarra en blanco” en los exámenes se origina en una
excesiva sanción frente a los errores de los niños. No hay nada más paralizante y que
interfiera más en el aprendizaje que el miedo. Así, para que los niños logren aprender de
los errores es necesario que los padres no sobrerreaccionen frente a sus equivocaciones,
porque si son reprendidos o castigados cuando se equivocan, podrían volverse muy
temerosos frente a los errores.
Cuando un niño crece con la sensación de que equivocarse es motivo de una gran
sanción, puede desarrollar una actitud de parálisis frente a las situaciones nuevas o de
aprendizaje, especialmente frente a las evaluaciones.
Algunos consejos
Sea tolerante con las equivocaciones de su hijo, no le haga sentir que

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