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Padres que dejan huella - Alberto Maso Portabella

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Bárbara Sotomayor
Alberto Masó
Padres que dejan huella
Cómo ganarse la autoridad
y ser líder de tus hijos
edu.com
PALABRA
2
Colección: Edu.com
Director de la colección: Ricardo Regidor
© Alberto Masó y Bárbara Sotomayor, 2011
© Ediciones Palabra, S.A., 2013
Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)
Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39
www.palabra.es
epalsa@palabra.es
Diseño de cubierta: Marta Tapias
Diseño de ePub: Erick Castillo
ISBN: 978-84-9840-449-4
Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la
transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por
registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.3
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mailto:epalsa@palabra.es
«Cuida tu amor,
que el Amor ya cuidará de ti
y de los tuyos».
Douglas I. Altum 
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Después de quince años asistiendo a parejas en los cursos de preparación al
matrimonio en la parroquia de S. Joan de Vilassar, hemos compartido una serie de
sesiones con, al menos, trescientas de ellas. Siempre hemos agradecido
permanecer esos días con ellos, porque, como solemos decirles: «no sabemos si lo
que os vamos a contar os va a servir de algo; pero, por el mero hecho de estar con
vosotros, estad seguros de que nosotros renovamos nuestro amor». Por este motivo,
les debemos mucho y sería injusto no devolver todo lo que nos han dado, así que
nos hemos aventurado a publicar este texto.
Muchas de estas parejas ya tienen hijos y es curioso cómo a cada pareja –igual
que a la nuestra– le parece que sus preocupaciones son únicas, pero con el tiempo
nos damos cuenta de que todos tenemos las mismas ilusiones y temores: querernos
para el resto de nuestros días, que nuestros hijos sean felices y que nos tengan en
cuenta. Estas tres cosas están muy ligadas y tienen que ver con la autoridad. La
felicidad de nuestros hijos y la nuestra van juntas. Los padres enamorados
contagian a sus hijos su felicidad y los hijos felices son agradecidos con los padres:
les tienen en consideración. Ahí está el quicio de la autoridad de los padres,
enseguida hablaremos de esto.
Nos preocupamos de sus problemas, cuando son pequeños suelen tener fácil
solución pero con la edad suelen complicarse. Buscamos soluciones, y nos atiborran
de consejos, libros, revistas, páginas web, charlas nocturnas en los colegios...
además a cada problema de un hijo lo clasifican según la edad: de cero a dos años,
de dos a cuatro... preadolescencia, adolescencia... y, por si fuera poco, te hablan de
educación personalizada, o sea, según su temperamento. El resultado es que los
que tenemos unos cuantos hijos deberíamos considerar más de un centenar de
variables.
No estamos en contra de todo esto, creemos que es útil para afinar; pero hay
que tener en cuenta que la mayoría de los problemas de nuestros hijos provienen de
la falta de un planteamiento que no hacemos en nuestra vida familiar. Todo lo
expuesto en el párrafo anterior es muy válido cuando la base está clara; lo que nos
suele pasar es que el día a día no nos deja discernir lo realmente importante de lo
accesorio. Nos pasa lo que dice ese conocido dicho: «los árboles no nos dejan ver el
bosque». La experiencia nos dice que los problemas que surgen cotidianamente en
la familia se resuelven mejor (sin tensiones ni agobios) cuando los padres son una
autoridad en la familia.
Con este libro no queremos que sepas mucho sobre la autoridad, solo queremos
que tengas autoridad; por eso repasaremos lo elemental de la familia –con algunos
ejemplos y anécdotas– para que os planteéis lo que realmente necesitan los hijos y
no lo que quieren. En definitiva nos veremos obligados a hablar de educación. Solo
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así seréis competentes y tendréis la autoridad que tanto necesitan y anhelan.
En este texto, vemos la autoridad como una consecuencia de un
comportamiento natural y responsable, que satisface las necesidades reales de los
hijos. La autoridad está al alcance de todos los padres, es consecuencia de un
planteamiento de vida, que vivido con coherencia nos evita muchos problemas
familiares; por eso la autoridad sobre nuestros hijos no debemos buscarla, nos la
encontraremos.
Para desarrollar este texto partiremos de un hecho científico: el hombre es un
ser social; a partir de aquí, el resto lo haremos exponiendo nuestras experiencias y
las de otros padres que, con el tiempo, hemos visto que han sido positivas; pero sin
olvidar los comentarios que nos han hecho los diferentes profesores y tutores de
nuestros cinco hijos.
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Un planteamiento científico
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Un planteamiento científico
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Nadie puede negar que el hombre (usaremos hombre como genérico de todas
las mujeres y hombres) es un ser social, está hecho para vivir en sociedad. De ahí
que su felicidad dependa de vivir en armonía con su entorno.
A diferencia del resto de la naturaleza creada, el hombre posee un lenguaje que
no solo le permite comunicarse, sino integrarse e influir en su entorno social. Así los
hijos necesitan que nosotros los preparemos para que sean capaces de integrarse
en la sociedad e influir positivamente en ella. Debemos enseñar a dialogar. Si
nuestros hijos saben dialogar, sabrán desenvolverse en la sociedad que les toque
vivir, serán aceptados y tendrán su sitio. Dicho de otro modo, nunca estarán solos,
no experimentarán la soledad y serán felices, además nos lo agradecerán.
Hemos mencionado la palabra lenguaje, pero no solo nos referimos al lenguaje
verbal; también hemos de tener en cuenta que existen otros lenguajes: el de los
gestos, el del cuerpo con sus movimientos; el de los hechos con nuestras
actuaciones; el de la mente para conocer y conocernos. También hemos de tener
muy en cuenta que en la persona humana la sexualidad es otro lenguaje, que
también nos permite dialogar. Así, cuando hablamos de persona dialogante,
hablamos de persona que sabe utilizar todos los lenguajes propios del hombre. Por
ejemplo: no podemos decir que una persona es dialogante cuando habla en francés
(por decir una lengua) y, sin embargo, es un energúmeno cuando habla castellano.
Se es dialogante o no se es, con independencia del lenguaje que se use; el ser
dialogante es una característica de las personas.
Con lo cual, concluimos este capítulo, dejando claro que el objetivo de los padres
es conseguir que nuestros hijos alcancen esa madurez para integrarse en la
sociedad, a la vez que se desarrollan físicamente. Debemos tener claro que, llegada
la adolescencia, deben alcanzar a ser personas mínimamente dialogantes o con
hábitos de diálogo, porque siempre se puede mejorar en este terreno. Solo el
diálogo les permitirá vivir en armonía con su entorno social y ser felices.
Esos hijos que han recibido de sus padres unas pautas y hábitos que les
permiten relacionarse con los demás y desenvolverse en el mundo les estarán
agradecidos, les reconocerán unos méritos. Esos padres tendrán autoridad sobre
sus hijos.
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La autoridad de los padres
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¿Qué entendemos por autoridad?
Tenemos que ser conscientes de que aparentemente somos los autores de la
educación de nuestros hijos, pero no es así. Ellos, desde el momento de la
concepción, están destinados a madurar como personas y los padres tenemos la
responsabilidad de ayudarles a mostrarles el camino, somos sus guías.
Entendemos la autoridad de los padres como esa competencia que poseen para
conducir a sus hijos a la madurez.
Como hemos dicho anteriormente, la persona madura es la que es capaz de
dialogar y hacerse un sitio en su entorno social. La persona que alcanza la madurez
se realiza como tal y es feliz.
Normalmente queremos ver resultados inmediatos y a nuestro gusto, sin tener
en cuenta que nuestros hijos son otras personas que no las podemos poseer. Por
eso, a medida que crecen nos cuesta encajar sus proyectos, sean cuales sean.
Nuestro éxito como padres no lo podemos evaluar por lo que hagan de inmediato ni
porque respondan anuestras aspiraciones; lo evaluaremos por el referente que
hayamos dejado en ellos; solo si es positivo y atractivo seremos una autoridad en su
vida. A los padres solo nos hará felices el hecho de haber dejado una huella impresa
en ellos que les sirva de referencia y les guíe a la felicidad.
Comentamos esto porque está muy relacionado con la verdadera autoridad. Una
persona también puede ser aceptada por los demás no por ser dialogante, sino por
poseer unas capacidades o habilidades útiles. Por ejemplo, un deportista de élite o
un científico pueden tener un reconocimiento social y ser muy queridos; ciertamente
es un camino pero no es el que vamos a proponerte, porque no siempre es
perdurable.
El concepto de autoridad tampoco es una obediencia mecánica a lo que les
decimos u ordenamos y que cumplen a rajatabla. Este autoritarismo que acabamos
de mencionar suele venir de nuestra comodidad o que aspiramos a que triunfen y
no sufran, dos cosas que no casan entre sí; tampoco nos vale porque no ayuda a
madurar.
Por eso la autoridad que desarrollaremos en este libro es aquella que, entre los
vaivenes de sus vidas, hará que estemos presentes en sus conciencias y decisiones.
Solo así, podemos experimentar ese sano orgullo que nos llena de felicidad y
podremos hablar de la verdadera autoridad de los padres sobre los hijos.
La autoridad la entendemos como ese referente que somos para ellos y que
perdura toda su vida. Es esa parte de nosotros que les damos y queda en ellos
como camino de felicidad.
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¿Quiénes somos los padres?
Si nos ha quedado claro cuál es la autoridad que queremos sobre nuestros hijos,
será más fácil entender qué roles o papeles debemos jugar en sus vidas y, por
consiguiente, en nuestra familia.
¿Quiénes somos los padres? ¿Unos amigos? ¿Unos maestros? ¿O quizá unos
progenitores a los que nos deben su existencia? A lo mejor, somos unas personas
que les proporcionan cosas para su desarrollo... Ninguno de estos planteamientos
es válido. La respuesta no es fácil, porque los padres somos algo muy especial,
sobre todo para nuestros hijos.
Cuando los educadores y maestros de nuestros hijos nos hablan de la necesidad
de referentes y valores, nos hablan en abstracto en vez de decirnos que esos
referentes debemos ser nosotros. Los padres debemos ser sus referentes para que
aprendan y adquieran esa mínima madurez de la que hablábamos.
Así, como hemos dicho antes, los padres somos guías de nuestros hijos.
Podríamos asemejar el papel de los padres al de un guía de montaña que conduce a
unos excursionistas a un destino concreto, con éxito.
Este ejemplo de guía nos parece muy ilustrativo para el desarrollo de este texto,
por eso lo iremos mencionando para recordártelo. Veamos algunos paralelismos
muy válidos: el guía de montaña no camina por los excursionistas, son ellos los que
deben caminar hasta llegar al destino. Tampoco el guía puede quedarse en el
refugio y decirles a los excursionistas que sigan sus indicaciones. El guía y los
excursionistas caminan juntos, la diferencia es que este tiene más experiencia que
los otros. En la familia pasa lo mismo: padres e hijos maduran juntos, la diferencia
es que los padres poseen una mínima madurez que no poseen los hijos.
Los padres sabemos, como los guías de montaña, que las rutas para llegar a un
destino son muchas pero solo hay una que es la mejor: la que posee menos riesgos
y más garantías de éxito. Las demás también valen, pero nos agotan y corremos el
riesgo de abandonar por cansancio; otras, aparentemente, son más directas, pero
tienen pasos arriesgadísimos y producen accidentes... La ruta más segura es la que
está muy marcada, con mojones o hitos de piedras que pusieron otros guías con sus
experiencias. Los buenos guías lo tienen muy presente y los padres con éxito,
también.
A partir de ahora dejaremos de hablar del concepto autoridad para pasar a
hablar de lo más elemental para ser un referente de madurez y ganarnos su
autoridad. Recuerda: no queremos que sepas sobre autoridad, queremos que la
tengas. Por eso tendremos que hablar más de educación en la familia que de
autoridad; solo así, con el tiempo, te la ganarás.
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Tan elemental y complejo
como la vida misma
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Nos podríamos quedar tan satisfechos diciendo: «enseñando a dialogar a
nuestros hijos, madurarán, lograremos su felicidad y nos ganaremos la autoridad».
Pues sí, por eso decimos en este capítulo que es tan elemental como la vida misma;
pero en la práctica nos damos cuenta de que no es tan fácil; principalmente porque
los padres no tenemos una madurez completa. Este problema, como veremos, deja
de existir cuando somos capaces de reconocerlo y nos esforzamos mutuamente por
madurar o aumentar nuestro amor. Recuerda lo del guía: camina junto a los
excursionistas.
Este planteamiento tan sencillo puede ser muy complejo si lo miramos desde el
punto de vista formal; en la persona que debe aprender a dialogar, además, existen
diferentes tipos de lenguajes y no todos convienen a cualquier situación social.
Elegir el lenguaje apropiado entraña una cierta complejidad.
Por ejemplo: el lenguaje verbal, principalmente, nos podrá integrar en un entorno
social para hacer amigos, para seguir nuestra formación académica...; el lenguaje
de los hechos, con ayuda del verbal, lo utilizaremos en una actividad profesional, en
un deporte...; el lenguaje de la mente nos permitirá conocernos a nosotros mismos y
tener autoestima, además, nos permitirá adentrarnos en la vida de piedad
(vulgarmente decimos: práctica religiosa) y el lenguaje de los cuerpos o sexualidad
nos permitirá la integración en la vida de pareja o vida conyugal.
Pero, como no vamos a seguir por estos derroteros, veamos qué nos dicen los
expertos en comunicación sobre el diálogo. Nos indican que para dialogar se
requieren unas condiciones concretas, porque sin ellas no hay diálogo. Citémoslas:
Conocimiento de lo que decimos y a quién se lo decimos. No se puede hablar
por hablar, tenemos que estar seguros y convencidos. No es lo mismo dirigirse
a un niño pequeño que a un adulto.
Dominio de uno mismo para no contaminar el mensaje con nuestras
tendencias, vicios, pasiones...
Tolerancia para aceptar las reacciones de nuestro interlocutor y saber
modificar nuestra postura, sin renunciar a nuestras convicciones. La tolerancia
a la que nos referimos es la que va de la mano del respeto, especialmente por
la verdad y el bien común. La persona tolerante es valiente y siempre da
oportunidades.
Búsqueda de la verdad, los dialogantes buscan el bien común y construyen
una realidad beneficiosa para ellos y para los que les rodean.
El mundo científico de la comunicación coincide en que, sin estas condiciones o
características, el diálogo deja de serlo, porque deja de ser eficaz y perdurable.
Dicho de otro modo, es un intercambio de ideas y afectos en el que toman parte dos
o más personas que se dan oportunidades entre ellas y, como consecuencia,
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permanece en el tiempo.
Por eso vemos que es necesario que nuestros hijos, independientemente de su
temperamento y forma de ser, adquieran los hábitos que les permitan dialogar. En
la vida corriente vemos que esas cuatro características del diálogo son las mismas
que utilizamos cuando amamos. Así, podemos afirmar que el diálogo es una
comunicación amorosa: quien dialoga ama y quien ama sabe dialogar; por eso, en lo
sucesivo hablaremos preferentemente de amor y consecuentemente de diálogo. Si
los padres nos empeñamos en enseñar a nuestros hijos a amar, podemos estar muy
tranquilos porque les estamos marcando el camino a la madurez.
Así, recordando el ejemplo del guía de montaña, los padres actuaremos como un
buen guía que, para asegurar el destino, no solo se preocupa de elegir el mejor
camino; también se preocupa de todos los menesteres, como pertrechos o
vestimenta que deben llevar, de los horarios, de la comida... Los excursionistas no
pueden ir con cualquier calzado, ni ropa, ni bolsa de equipaje; ni caminar a
cualquier hora; o no comer; para llegar a su destino requerirán unequipo y un plan
adecuado.
Por eso, después de unas consideraciones sobre tus hijos, finalizaremos esta
primera parte para continuar comentando qué necesitan para aprender a amar y así
madurar.
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Dos consideraciones
sobre nuestros hijos
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Antes de continuar es bueno que tengamos en cuenta dos consideraciones
prácticas sobre nuestros hijos porque, igual que a los guías de montaña les es muy
útil conocer detalles sobre sus excursionistas, más aún a los padres les interesa
saberlo todo sobre sus hijos.
Primera consideración: ¿por qué el aprendizaje de una persona es tan largo? Si
lo comparamos con el de los animales, vemos que nuestros hijos necesitan muchos
años de cuidados, muchos años a nuestro lado. Esta reflexión nos tiene que hace
ver que las personas, a diferencia de los animales, prácticamente no tenemos
instintos; sin embargo, tenemos la capacidad de crear hábitos personales. Nos
referimos a esas acciones que cuestan al principio, pero que, al realizarlas de forma
reiterada, llegamos a incorporarlas y conseguimos realizarlas mecánicamente, sin
pensar. Pongamos unos ejemplos: comer con cubiertos, lavarse los dientes, atarse
los zapatos..., si seguimos con esta lista, llegaríamos a centenares de acciones
mecánicas que el niño debe aprender. Por eso, a diferencia de los animales, somos
capaces de programarnos; no nacemos con el «software» definitivo como ellos. Así,
los padres debemos programar a nuestros hijos no solo para estas acciones, sino
también para amar y, consecuentemente, dialogar. Educarlos no es modelarlos, es
darles hábitos y formarles una conciencia, que debe ser amorosa.
Segunda consideración: El niño acepta todo lo que sus padres le dicen y hacen,
no lo razona, lo da todo por bueno. Al no razonar, aprenden por lo que ven, por
«contagio», y nos copian hasta los ademanes. Incluso cuando tienen rabietas, no nos
están cuestionando nada, es simplemente porque en ese momento quieren seguir
con lo que están haciendo.
Por poner un ejemplo, si nos fijamos en nuestros hijos, podemos ver que
muchas veces se quedan absortos mirándonos; pero eso ocurre cuando nosotros no
nos damos cuenta, cuando somos lo que realmente somos. Coincidimos con otros
padres en que nuestros hijos tienen la capacidad de «filtrar»: captan lo que llevamos
dentro y desechan lo que queremos aparentar. Hay que tener presente que, cuando
estamos sentados en el sofá, preocupados con nuestros temas personales,
entonces pasan de nosotros; sin embargo, cuando cruzamos una mirada de
complicidad por un detalle de cariño con nuestro cónyuge, esto no lo dejan pasar
por alto, les motivamos y nos admiran.
Seguramente habrás oído la frase: «¡qué antenitas tiene este niño!» o «¡míralo,
don antenitas!». Aunque estén jugando, incluso en la habitación de al lado, están
pendientes de si los tenemos presentes en nuestro quehacer. Por eso es tan
importante nuestro ejemplo, ya que captan lo que somos, mucho más que lo que
decimos.
Tener en cuenta estas dos consideraciones nos ayudará a entender la
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importancia que tiene estar con ellos; nos daremos cuenta y veremos lo importante
que es sacar tiempo de donde sea (del trabajo, de nuestras aficiones...) para
invertirlo en nuestros hijos. De ahí que la educación de nuestros hijos no es algo
dado: o la asumimos los padres o lo harán otros, de forma interesada. Si ya es
mucho el tiempo que debemos dedicarles para que adquieran todos esos
centenares de hábitos, mayor será el que se necesita para darles hábitos amorosos;
para «programar» una conciencia amorosa.
Como vemos, el tiempo que les dedicamos es una condición necesaria, pero no
suficiente. Sin un ejemplo de amor no llegarán a interiorizarlo. Por eso, en la
siguiente parte hablaremos del amor que necesitan nuestros hijos y de cómo
dárselo.
La autoridad que los padres tengamos sobre nuestros hijos se corresponde con
los hábitos amorosos que seamos capaces de dejar en ellos.
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¿Que necesitan
nuestros hijos?
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Los amores en la familia
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¿Cómo se ama?
¿Sabemos dejar huellas de amor?, y, si lo sabemos: ¿somos capaces? Se ama
de una forma muy concreta, tan concreta que, si no es así, no dejamos ese
sentimiento positivo, agradable... En definitiva, el amor no admite sucedáneos, es
aquel acto arropado con esos cuatro hábitos mencionados (conocimiento, dominio,
tolerancia y búsqueda del bien común) propios de las personas maduras y
dialogantes. Por eso, el reto de los padres que quieren tener autoridad es llegar a
formar personas que sepan amar y, consecuentemente, dialogar.
Los padres no nos casamos con una madurez completa; en el matrimonio o la
vida de pareja, es necesario seguir madurando, porque nuestra unión también
requiere una continua construcción. Así, a los padres nos sucede como a los guías
de montaña, que las primeras ascensiones a picos o travesías, nos llenan de
tensión, incertidumbre, dudas sobre si lo haremos bien, si quedarán contentos y
tendremos nuevos encargos. Las primeras excursiones tienen aciertos y errores,
que se van puliendo con sucesivas travesías, hasta convertirnos en buenos guías.
Como todo en la vida, la experiencia ayuda y esta es fruto de la perseverancia.
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La gestión de los amores
La familia es la única institución donde coexisten todos los amores que se
pueden dar en la persona, incluso los mal llamados amores. Por ejemplo: el amor
conyugal, el amor a Dios, el amor a los hijos, el amor al prójimo o la caridad, amor
entre hermanos, a los amigos, a los parientes, amor a los hobbies, a los deportes, la
atracción física de mi cónyuge, el amor a uno mismo, a la profesión, a nuestro país...
En cualquier institución existen amores, pero ninguna es capaz de cobijarlos a
todos, como ocurre en la familia.
Todos los amores son buenos, pero no todos son iguales, unos cuestan más que
otros, digamos que unos son más puros que otros. Por eso no nos ganaremos la
autoridad sobre nuestros hijos si no los capacitamos para que amen con el de
mayor pureza; porque una persona madura es la que sabe amar de verdad. Unos
padres inteligentes son como un buen cocinero; este sabe que hay un orden para
mezclar los ingredientes y, además, que cada ingrediente debe tener unas
proporciones respecto a los otros.
Los padres siempre aman; pero hay temporadas que se suele abandonar el
amor conyugal, que es precisamente el referente de amor que necesitan los hijos
para madurar. Pongamos un ejemplo: con el nacimiento de un hijo, o cuando en un
período de pocos años hay varios, estos absorben la atención y requieren mucha
dedicación. El tiempo del que disponemos es limitado y hay que estar en los
quehaceres diarios. Si esta situación se asume conjuntamente y nos vamos
recordando que esta dedicación a ellos nos ayuda a crecer en el amor, sabremos
hacer paréntesis (ese tiempo para nosotros solos) e ilusionarnos con nuestra
relación amorosa; entonces estaremos gestionando correctamente nuestros
amores. El problema viene cuando suponemos que nuestro enamoramiento es cosa
de la juventud y se mantendrá por sí solo, entonces nuestra gestión de los amores
es pobre y su consecuencia es la rutina. Con rutina nunca transmitiremos ilusión y
amor verdadero.
Recordemos que en la familia también existen los mal llamados amores. Por
ejemplo, nuestros hijos deben saber que la atracción a un amigo o amiga no es una
relación de amor (que el sexo no es amor); hay que dejarles muy claro lo que no son
amores desde que tienen uso de razón. Pero recuerda, aprenden con el ejemplo, por
eso se lo transmitiremos desde que son muy pequeños si los padres estamos
enamorados. Cuando ven que nos divertimos juntos, que tenemos ilusiones, que
compartimos nuestro tiempo, entonces ven que la felicidad y la ilusión provienen de
una relación amorosa, no de una satisfacción sexual.
Volviendo a nuestro ejemplo del guía de montaña, ¿no es cierto que el guía no
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deja que cada uno camine a su aire y establece un orden? Coloca detrás de él a los
más lentos, para que marquen el paso del grupo; de esta forma no se ledesordena
la formación y no se desmotivan los que van más despacio. ¿No reparte el peso de
los víveres y material común, según la resistencia de cada caminante? Los guías se
preocupan mucho de que los excursionistas no carguen con cosas superfluas que
ocasionan un cansancio innecesario. Así, igual que el guía sabe con lo que hay que
cargar y con lo que no, los padres también deben transmitir lo que es amor y ayudar
a desprenderse de lo que no lo es.
Es importante que sigamos profundizando en los amores; al igual que se hace
caso al guía de montaña porque tiene claro lo que ha de hacer y qué camino tomar,
los padres también debemos tener claro que amores necesita nuestro hijo. Veamos
cómo se distinguen.
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¿Cómo se diferencian los amores?
Un acto de amor lleva implícitas las cuatro actitudes que nombramos al
principio: conocimiento, dominio, tolerancia y búsqueda de la verdad. Solo por la
intensidad de esas cuatro características se distingue un tipo de amor de otro y
necesitamos saber cuáles son los amores de más calidad. Para tener autoridad
ayuda mucho tener las ideas claras, por eso creemos importante distinguir los
diferentes amores que conviven en una familia.
Nuestros hijos ven muy claros los tipos de amores –más que nosotros– porque
los relacionan con el grado de compromiso que adquirimos. Así, por ejemplo, se
percatan enseguida si nosotros estamos más comprometidos con nuestro trabajo
profesional que con la familia; si es así, lo darán por bueno y lo harán suyo. Al
contrario, si un hijo se pone enfermo y ve que cambiamos nuestros planes por
cuidarle, le demostraremos que lo importante son las personas. En el segundo caso,
le transmitiremos un amor de mayor calidad que en el primero.
Comparemos en el siguiente cuadro los dos amores que más nos interesan a los
padres: el amor de los padres a los hijos y el amor entre los padres (al primero lo
llamaremos amor filial y al segundo, conyugal). Este ejercicio lo haremos solo
comparando estos dos, pero también se puede realizar con todos los amores,
incluso para distinguir lo que es amor de lo que no lo es.
AMOR FILIAL AMOR CONYUGAL
Conozco Es necesario saber cómo esy lo que necesita.
Es necesario llegar a un profundo e íntimo
conocimiento.
Me
domino
Hay que sacrificar nuestro
tiempo y aficiones para
dedicarnos a ellos. Hay que
cederles parte de nuestras
vidas.
No solamente sacrificamos aficiones y
apetencias para compartir nuestro tiempo,
sino que hay que llegar a dominar
necesidades, aunque nos parezcan vitales,
para tenernos algunos detalles de respeto y
de amor.
Tolero
Mientras es pequeño, más
que tolerante debo ser
paciente. Aunque hay
muchas ocasiones en que
es necesario enfadarse y
reñirle.
No se puede pretender entender todo lo que
concierne a mi cónyuge, hay que aceptar toda
su manera de ser: tolerando todo por el bien
de ambos.
Busco
la Busco el bien de mi hijo por Busco el bien de mi cónyuge, de mis hijos y
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verdad
Como vemos, cuanto más intensas son las cuatro características, mayor calidad
tiene el amor. Podemos ver cómo el amor conyugal es mucho más exigente que el
amor filial, por eso es un amor más verdadero. Así comprendemos por qué es más
fácil ejercer de padre o madre que de esposo o esposa. Pero no olvidemos que para,
que los hijos alcancen la madurez, tienen que ser capaces de amar con un amor de
calidad, como lo exige el amor conyugal.
Por eso es tan necesario que los hijos vean a sus padres enamorados, primero,
para que tengan un referente de madurez y, en segundo lugar, para que, con el
ejemplo de los padres, puedan adquirir esos hábitos (conocer, dominarse, tolerar y
buscar el bien común) que permiten amar de verdad. Cuando los hijos se empapan
de amor conyugal, no solo lo asumen porque es lo que les damos, sino también
porque es muy atractivo ver personas que nunca se encontrarán solas. Las
personas que aman nunca están solas y en esto radica la verdadera felicidad. Por
eso son personas atractivas. Los niños no aprenden a amar siendo amados, sino
por lo atractivo que es ver cómo se quieren sus padres.
Los padres que se limitan a amar a sus hijos son paternalmente irresponsables;
porque les privan de ese amor maduro. La paternidad responsable pasa –
indiscutiblemente– por dar ejemplo de amor conyugal. Pero este amor conyugal,
que es la clave para la madurez, también abre otras puertas a nuestros hijos.
Aunque no es tema de este texto, mencionaremos brevemente dos beneficios,
solamente para tener una idea del gran alcance que puede tener el amor conyugal.
Este amor maduro, característico de los adultos, no solo sirve para mantenerse
enamorado, también sirve para conocerse a uno mismo. Porque para
conocerse y aceptarse es necesario dialogar con uno mismo con el
pensamiento. Este conocimiento nos permite tener una conciencia propia y
autoestima; solo con este amor conseguimos reflexionar hasta
«reprogramarnos» y progresar sin límites.
Pero hay más, esta capacidad de diálogo, mediante nuestro pensamiento, nos
acerca a nuestro creador, a Dios, y nos permite dialogar con él. El diálogo,
como hemos dicho, es un acto amoroso de la persona; y, por el mero hecho de
acercarnos amorosamente a Dios, este nos corresponde con su amor;
entonces nuestra afectividad se enriquece, pero no con una huella humana,
sino divina
A partir de aquí podemos adelantar que los padres enamorados, competentes
en el amor, son los que poseen autoridad sobre los hijos.
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en el amor, son los que poseen autoridad sobre los hijos.
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Amores descompensados
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Los efectos en los hijos
Como hemos dicho anteriormente, en la familia se dan todos los amores, pero si
no hay una gestión de los mismos, la tarea educativa de los padres es muy difícil,
por no decir imposible. En la práctica, los amores que más nos deben preocupar,
por decirlo de alguna manera, son dos: el amor entre los padres y el amor a los hijos
(salvo los creyentes, que debemos anteponer el amor a Dios). En este capítulo
comentaremos cómo influye en los hijos la descompensación de esos dos amores:
el amor filial y el conyugal.
Para hacer más fácil la explicación, digamos que se pueden dar cuatro efectos
sobre los hijos. Estos efectos no los podemos entender como determinantes, pero sí
hacia dónde empujamos a nuestros hijos. Los resumimos en el cuadro siguiente
antes de comentarlos.
AMOR DE LOS PADRES
Capacita para dar afecto
Padres rutinarios Padres enamorados
AMOR A
LOS
HIJOS
Transmite
afecto
Con
deficiencia
Hijos Egoístas
Con dificultades en su
desarrollo personal y
de convivencia. Su
mundo gira en torno a
ellos.
Hijos capaces
Muy realistas ante la vida, son
dialogantes, pero tienen baja
motivación.
Con
abundancia
Hijos
sobreprotegidos
Personas tiránicas,
fantasiosas,
impacientes e
inmaduras, con
autoestima irreal.
Hijos maduros
Gran desarrollo de su potencial
personal: tanto intelectual, espiritual,
como humano. Captan con avidez las
circunstancias del entorno. Dialogan e
influyen.
1. Hijos maduros
Esta situación es la deseable, la que debemos propiciar en nuestros hijos. Se da
en aquellos entornos familiares en que los padres se esfuerzan por aumentar su
amor y, por otro lado, saben sacar tiempo para estar con sus hijos.
El amor que reciben los hijos tiene un valor inestimable, nada más nacer influye
positivamente en su desarrollo, tanto físico como psíquico; posteriormente motivará
la incorporación de hábitos y, cuando empiece a razonar, ayudará a desarrollar la
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inteligencia. El amor de los padres a los hijos, o filial, es como el aire que respiran
para su desarrollo; pero los hijos no aprenden a amar con todo ese amor que
reciben. Primero, porque el hijo acepta y da por normal lo que recibe de sus padres;
y, en segundo lugar, porque el amor a los hijos no es un amor tan maduro como el
de los padres enamorados. Por eso el amor a los hijos es una condición necesaria,
pero no suficiente para madurar.
Pasemos ahora al amor de los padres: aquí tenemos el quid de la cuestión,
porque el ejemplo del amor conyugal es el que les da madurez.Puede parecer muy
trivial que los hijos, llegada su mayoría de edad, elijan cómo quieren vivir; pero la
cruda realidad no es así: cada día es más frecuente que los hijos acaben
integrándose donde pueden y no donde quieren, por falta de madurez. Por poner
algunos ejemplos extremos, pero ilustrativos: unos acaban en tribus urbanas, otros
volviendo a casa de los padres... Los hijos maduros podrán elegir entre diferentes
compromisos: el matrimonio, la vida religiosa o el celibato apostólico.
Los hijos maduros son personas abiertas al exterior, son capaces de estar
pendientes de lo que ocurre en su entorno y ven oportunidades tanto para su propio
desarrollo como para los demás. En la conciencia de esos chicos y chicas está el
espíritu de sacrificio, que permite luchar para conseguir sus anhelos. Lo más
importante, serán tolerantes con las circunstancias de su alrededor y no estarán
buscando soluciones irreales, fuera de su alcance natural. Ilustrémoslo con un
ejemplo muy corriente: una pareja que, después de irse a vivir juntos, tropiezan con
los roces normales de toda convivencia, el chico abierto al exterior sabe que la
solución de esos problemas pasa por el diálogo. La persona inmadura pensará que
ha tenido mala suerte y que la solución está en buscar otra persona para convivir.
En el primer caso, la persona crece en el amor y enriquece su afectividad; en el
segundo, se dañan ambas afectividades y causa frustración.
Los hijos maduros no solo lo tienen más fácil en el campo afectivo, sino que
también tienen más facilidades en el trato con los demás, incluso profesionalmente.
En definitiva, son personas muy competentes, más que los que han recibido una
gran formación académica pero con poca capacidad de amar.
2. Hijos capaces
Unas personas cada día menos frecuentes, pero para entenderlo es necesario
comentarlo.
La capacidad de amar nos la proporciona el amor de los padres, pero también el
de los abuelos, el de los tíos, el de un matrimonio amigo, el de unos vecinos, el de
un religioso... y en general todas las personas maduras de nuestro entorno más
inmediato. Todos, con su ejemplo, contribuyen a que el niño vaya interiorizando lo
que significa amar; pero lo interiorizará más o menos según el cariño que reciba de
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cada uno. Como es lógico, los padres, por proximidad física y afectiva, conseguirán
que su amor cale más que el de los abuelos; y, a su vez, el de estos, más que el de
los tíos... para entender esta influencia, imaginemos el caso de un niño que tiene la
suerte de vivir en un entorno social con familias que aspiran a estar enamoradas,
pero si por alguna circunstancia sus padres faltasen, dejaría de recibir ese cariño o
amor procedente de sus padres; no obstante, seguiría viendo amor verdadero en su
entorno. Este niño estaría salvado, por decirlo de alguna manera.
También hay casos de uniones donde uno de los cónyuges manifiesta una
inmadurez insostenible. Cuando uno de los dos padres es un mal ejemplo e
imposibilita el desarrollo de los hijos, el cónyuge que se separa por los hijos y
permanece fiel al padre o la madre de estos, demuestra gran capacidad de amar y
una gran madurez, que será capaz de «salvar» a sus hijos. Estos padres también se
ganarán una sólida autoridad sobre sus hijos.
Hoy en día se trata de un caso poco frecuente, porque escasea el amor conyugal
y son más corrientes los referentes de amor de baja calidad (como el valor que se
da a las aficiones o deportes) o a los mal llamados amores (como el consumo y la
pasión sexual). Esta realidad tiene que recordarnos la desprotección que sufren los
niños en nuestra sociedad y las dificultades que poseen para madurar.
3. Hijos protegidos
Esta situación es cada vez más común. Los padres, cada día más, andan
agobiados por sacar económicamente la familia adelante; ya no se trata de querer
llevar un ritmo de vida alto; vivir con lo justo, con dos sueldos, no es fácil. En
general, van cediendo su tiempo a su labor profesional con la expectativa de
conseguir mayor estabilidad o mejoría económica. Los padres entregan años de sus
vidas a cambio de un bienestar material, y es muy legítimo; pero nuestros hijos
necesitan nuestro amor más que ese bienestar.
Los años pasan y el matrimonio, en muchos casos, es una relación funcional,
rutinaria. ¿Cómo han invertido su tiempo los padres? Trabajando y dándoles cosas
no exentas de cariño. Se supone que lo han hecho bien, pero los hijos han crecido
sin darse cuenta, pasando a ser unos desconocidos que ya no se comportan de
forma obediente: se rebelan. De hecho, reclaman esa falta de amor conyugal de sus
padres, tan necesario para madurar. Los hijos, aunque tengan cuerpos de adulto,
tienen claros síntomas de inmadurez porque todavía no son capaces de amar por sí
mismos.
Por eso, estos hijos tienen una gran dependencia de los padres, sobre todo de la
madre (aunque lo disimulen). Sin darnos cuenta, estamos empujando a esos chicos
a no asumir responsabilidades. Son chicos y chicas que no son capaces de pensar
en su futuro, en lo que harán o querrán ser: les falta valentía. Por dicho motivo
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huyen de la realidad, se refugian en fantasías, no quieren crecer. Se engañan
buscando amigos fuera de su entorno, idealizando personas, cuando lo normal es
relacionarse con las que tenemos a nuestro lado. Esta situación se puede prolongar
incluso en la vida profesional o matrimonial, pensando que la solución a los
problemas se encuentra buscando otra empresa o persona.
A pesar de la «buena pasta» de la que suelen estar hechos nuestros hijos, los
empujamos a la peor combinación: buen chico, incapaz de amar y dialogar. Son dos
características que lo frustran: el querer y no poder. Como decía un padre a sus
hijos: «en esta vida no se puede ser un buen chico, hay que ser un chico bueno».
Refiriéndose a que un buen chico es el que no alcanza la madurez y necesita que lo
guíen; sin embargo un chico bueno es el que se integra en la sociedad, participando
e influyendo.
Otro problema añadido: cuando nuestro hijo no es capaz de empaparse de un
amor de calidad, tampoco lo es de amarse: de conocerse, de esforzarse por ser más
virtuoso, de tolerarse y aceptarse como es y de buscar un sentido a su vida. La
autoestima de estos chicos protegidos es irreal.
Los padres creemos que nuestros hijos son tan nuestros que no deseamos
ningún tipo de daño para ellos. Sin embargo, no dando a los hijos la oportunidad de
conocer el fracaso, limitamos su desarrollo, porque de los errores también se
aprende, y mucho. Muchas veces caemos en este error sin darnos cuenta, porque
es más cómodo hacer las cosas nosotros que dejarles que se equivoquen y
rectifiquen.
Por ejemplo, una madre que tiene que llevar a los niños al colegio, va más rápida
si los viste ella que si les deja que se vistan ellos con todos los errores que
inicialmente suelen cometer, como camisa mal abrochada, zapatos cambiados,
calzoncillos al revés. El día que se encuentren que no les hacemos las cosas estarán
desconcertados porque no sabrán cómo actuar.
Pensar que ya aprenderá sin proporcionarle las pautas necesarias causa en el
niño un gran desconcierto que va socavando la autoridad de los padres. Por
ejemplo: si el niño pide ayuda, le decimos que ya puede él solo; pero, si no la pide y
se equivoca, también le reñimos. En ambos casos causamos frustración en nuestro
hijo, si no ha habido un período de aprendizaje. Pero esta sobreprotección suele ir
acompañada de la afectiva, con lo cual el daño que ocasionamos en nuestro hijo es
mayor.
4. Hijos egoístas
En este cuarto caso, cuando fallan esos dos amores estamos en un caso
extremo, aunque, desgraciadamente, no infrecuente. Veamos sus consecuencias
para saber a dónde no hemos de llevar a nuestros hijos.
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¿Qué hace la persona que no recibe ni ve amor? Busca la felicidad en su
complacencia. Además, es una persona que tiende a aislarse por su incapacidad al
diálogo. Es el prototipo de hombre autónomo que se compromete consigo mismo y
no con los de su entorno. Sus compromisos son respecto a sus ambiciones.Actuará
para ser el mejor y no para mejorar, porque para él no tienen sentido los demás; el
entorno social es un medio para cubrir sus necesidades y ambiciones. Son personas
que cualquier descuido de los demás lo interpretan como una ofensa, por ejemplo,
si un conocido no les saluda por la calle porque no le ve, se sentirán despreciados.
Desde el punto de vista humano, es una persona con dificultades para el
crecimiento personal.
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La huella de los padres
Viendo la huella que los padres dejamos en nuestros hijos, fácilmente podemos
entender el verdadero significado de la paternidad responsable. Esta va mucho más
allá de dar los bienes materiales necesarios para nuestros hijos; reclama, por
encima de todo, dar una afectividad completa que les permita alcanzar la madurez
lo antes posible. Los padres deberíamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿cómo
sería el mundo con personas que no dialogan y que cada una actúa en torno a sí
misma?
Veamos un ejemplo corriente: aquel niño pequeño que sus padres le retiraban el
plato cuando no quería comer más o no le gustaba, no insistían en que se esforzara
por comer de todo. Cuando ya caminaba, al pasar por una tienda de chuches, si
pedía una, se la compraban. Ya en el colegio, cuando aparecía una nueva moda,
«canicas», «yo-yos»... la llevaba en la mochila. Con los años, tenía una asignación
semanal para poder ir a comprar sus caprichos cuando quisiera. Más tarde llegó la
moda de ir en patinete y tuvo uno. Luego, un teléfono móvil, a cargo de los padres.
Inevitablemente, llegó la adolescencia y le gustó una compañera de clase, con la
que salía a todas horas. Descubrieron lo apetecible que son los besos y caricias,
¿cómo iba a entender que tenía que privarse de algo agradable, si nunca se le negó
nada apetecible? Así, ambos iban a las discotecas de tardes. No pasaron muchos
meses, y con catorce años, se plantearon tener relaciones sexuales completas.
Antes de los quince años estaban desencantados y cortaron.
Imaginemos qué sucedería si a ese mismo niño le hubieran insistido en
acabarse el plato de comida o al menos que hiciese un esfuerzo y se tomase tres
cucharadas más, y lo mismo con los platos que no le gustaban. Cuando lo llevaban
por la calle o de compras con su madre, no le compraban ninguna «chuche»,
explicándole que ya las comería en las fiestas y que entonces no «tocaba». Cuando
el niño pedía unas canicas u otro juego de moda, los padres le decían que tenía más
hermanos y no podían comprar para todos. Con la escasa semanada que recibía lo
educaron para guardarla y utilizar los ahorros cuando fuese necesario, porque el
dinero no está para satisfacer caprichos, sino para cubrir necesidades. El teléfono
móvil no lo tuvo hasta que estuvo más que justificada su utilización, el último en
tenerlo en su clase. Llegada la adolescencia salía con un grupo de amigos, que, a
instancias de los padres, organizaban encuentros y fiestas en sus casas. Dentro de
este grupo le gustó una chica; pasado un tiempo, como se gustaban mucho,
decidieron salir solos a pasear. A estos chicos les será más fácil demostrarse su
amor. Podrán pensar: «me quiere más por lo que soy que por mi cuerpo». Seguirán
madurando y creciendo en el diálogo: podrán elegir con libertad.
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Con estos dos casos podríamos entender por qué hoy en día las chicas están
más expuestas a desengaños afectivos que los chicos. Ellas maduran antes que
ellos; en las primeras relaciones ya se plantean un compromiso afectivo y, por el
contrario, los chicos, un plan. Si, además, llegan a tener relaciones sexuales
completas, las chicas entregan su intimidad y para los chicos –por su inmadurez–
es solo una experiencia placentera. Debido a la inmadurez o ausencia de diálogo, es
normal que estas relaciones no perduren y las adolescentes acaben siendo víctimas
de un fuerte desengaño afectivo. Hemos de tener en cuenta que las relaciones
sexuales sin estas características de amor y diálogo (conocimiento, dominio,
tolerancia y búsqueda del bien común) cortan el proceso de maduración de la
persona. Los padres sabemos lo bueno que es aconsejarles que preserven su
intimidad porque promueve el diálogo y, por lo tanto, la madurez. Este consejo, por
anticuado que parezca, nunca nos lo echarán en cara, más bien nos lo agradecerán
con el tiempo y reforzará nuestra autoridad.
Necesitamos querer y sentirnos queridos como el aire que respiramos; pero el
drama al que asistimos hoy en día es la falta de educación para amar, porque
confundimos los amores. Nuestros hijos necesitan que les digamos que «no» a los
no amores o caprichos. Si los padres sabemos darles esta educación, los hijos tarde
o temprano nos lo agradecerán; pero, al margen de cuándo nos lo reconozcan, la
autoridad la tendremos siempre porque somos sus guías.
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A modo de resumen y para tener muy en cuenta
Sin el ejemplo de amor de los padres, los hijos no aprenden a amar; por eso el
amor entre los padres es condición necesaria para madurar.
¿Tengo en cuenta que la atracción sexual no es amor? La sexualidad es un
lenguaje (un medio) que me permite dialogar con mi pareja y aumentar nuestro
amor. Los padres enamorados no son los que viven de la pasión, son los que,
con el progreso de su amor, viven apasionados.
Solo progresamos en el amor cuando somos capaces de entregarnos a nuestro
cónyuge y dejamos de pensar en nosotros mismos.
Solo mediante el amor podemos enriquecer la afectividad, la nuestra y la de
nuestros hijos.
La tolerancia es necesaria para dialogar y progresar en el amor. Los padres
abiertos a la vida son tolerantes y, en consecuencia, tolerantes con su pareja,
con sus hijos adolescentes, con sus amigos...
Los héroes de hoy en día son aquellos padres que sacan tiempo para dialogar
con su cónyuge y con sus hijos: en definitiva, se la juegan para conseguir
tiempo para su proyecto familiar.
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Ideas para transmitir amor a los hijos
Simplemente citamos actitudes de los padres que ayudan a que nuestros hijos
perciban amor y, consecuentemente, ese afecto tan necesario para estimularlos.
Pero no perdamos de vista que lo que más valorarán es nuestro tiempo. Nuestro
tiempo es nuestra vida; cuando me ocupo de él, le entrego una parte de mí.
Díselo, parece una tontería, pero lo espera: dile que le quieres.
Intenta informarte de sus cosas, si resulta esquivo: ¡insiste! Cuando son
pequeños, se resisten porque quieren ver que estás por ellos y, cuando son
adolescentes, porque saben que eso no te va a gustar.
Cuando viene a decirte algo, por ejemplo, a enseñarte un dibujo, no retrases
ese momento, deja lo que haces y atiéndele. Pero, ¡ojo!, son tan listos que
llegan a conocerte y suelen enseñarte cosas cuando hay que trabajar;
entonces, posponlo, pero explicándole que ahora toca trabajar y luego lo
veréis. Si sistemáticamente pospones sus reclamos, acaban aislándose, se
hacen insolidarios.
Guárdate de castigar a tu hijo si es de buena pasta o no hay malicia en lo que
ha hecho. En la educación para el amor, el castigo no procede de la autoridad,
las sanciones son naturales.
Razona con él todo lo que acontezca y sea disonante con vuestra cultura
familiar desde que empieza a hablar.
No le pidas algo que tú no suelas hacer a menudo.
Reconoce lo que te sale mal y pide perdón, él hará lo mismo.
No le recrimines algo sin asegurarte de que él sabe que está mal; domínate
porque muchas veces no saben lo que está bien y lo que está mal; prueban
cosas para aprender.
Ante una reprimenda nunca compares a tu hijo con sus hermanos, ni siquiera
con otro niño, le estamos diciendo que es un fracasado, y le hacemos sufrir.
Cuando lo halagues, tampoco lo compares con otro hermano, pues desvaloras
a este otro.
No trates igual a las chicas y a los chicos, son diferentes y crearás un sentido
de inferioridad en ellas.
No des órdenes, y menos gritando, razona lo que hay que hacer, pídeselo.
Pídele muchas cosas y déjale hacer, con los errores también se aprende.
Aprovecha esos errores para acercarte a él, y, cuando sea mayor, acudirá a
pedirte consejo.
Cumple tus promesas; si no, lohaces inseguro y, además, pierdes autoridad.
Un niño inseguro acaba siendo agresivo.
Ni una mentira, afrontar lo que tenga que venir, no salgas al paso: te
desautorizas.
Por supuesto, no insultes. Si recibe insultos acaba aprendiendo a ofender.
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Cuando haga algo bien hecho, felicítale, dale un beso, recréate con él; pero no
lo motives con caprichos o regalos materiales. Así lo estimularás más, se
valorará a sí mismo y crecerá su autoestima.
Respeta sus cosas. Procura que entre los hermanos se pidan permiso antes de
coger algo que no es suyo. Deja claro lo que es de cada uno.
Nunca le compres cosas para compensar el tiempo que no le dedicas y que
podría ser para él. No regales sin medida, que sea lo más justo porque un
regalo es una manifestación de amor, un medio o un canal para dar afecto. Un
regalo debe transmitir el tiempo que has dedicado a pensar y preocuparte por
él.
Interésate por lo que hace, por insignificante que te parezca, sin prisas; es una
ocasión para crear un ambiente relajado y este facilita que te abra su corazón.
Cuando te dirijas a él, mírale a los ojos, no seas brusco, trata de pensar solo en
él y despójate de tus preocupaciones. Ponte a su altura física.
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Para enamorarse a cualquier edad
Repetimos: si te recomendamos dedicar tiempo a tu hijo, a tu cónyuge, todavía
más. Si por tu hijo debes sacrificar tus tendencias, cansancios, temores; con tu
cónyuge o pareja, aún más. Recuérdalo: el amor conyugal es un amor más maduro
que el amor a los hijos, y tu hijo lo necesita como referente de madurez. Por eso te
damos, a continuación, una idea principal y algunos trucos.
El vínculo más eficaz para permanecer unidos es la sexualidad y afectividad;
los demás: hijos, objetivos en común... ayudan, pero la base está en una
sexualidad y afectividad gozosas. Esta solo se alcanza dialogando con los
cuerpos, teniendo presente esas cuatro características en todas nuestras
relaciones.
Algunos trucos:
Hemos de poner todos los medios para que nuestro tiempo juntos vaya a más,
debemos empeñarnos en compartir nuestro tiempo; porque la cantidad de
tiempo que nos dedicamos es un «termómetro» de cómo va nuestro amor; si
aumenta o disminuye.
Ser muy fiel a esos espacios de tiempo que nos dedicamos. Por ejemplo, si
quedamos para salir tal día juntos, sin niños, esa cita es inamovible.
Tengamos en cuenta que el ser humano funciona por ciclos, hay períodos de
descanso, de actividad, para alimentarse... hay que procurar escoger los
mejores momentos para nosotros. Es un caso real, el de unos esposos
sencillos, que también rezumaban amor al verlos juntos; ella era muy
dormilona y después de cenar irremediablemente se dormía. Como, además,
tenían unos cuantos hijos, los fines de semana no tenían tiempo para ellos
mismos; así que se dieron cuenta de que sus mejores momentos eran las
mañanas. Tanto les valía estar juntos, que el marido se buscó un trabajo con
un turno de tarde-noche, para disfrutar y aprovechar mejor el tiempo con su
mujer. Quizá, un tanto exagerado, pero real. O también, esa pareja de recién
casados que iban juntos en transporte público, dando uno de ellos un poco de
rodeo, pero, al fin y al cabo, juntos.
La intimidad une, y esta solo se gana dialogando con todos los lenguajes, en
especial, con el lenguaje de los cuerpos o sexualidad. Recordamos una pareja
de edad muy avanzada que permanecía enamorada y, pese a sus años, daba
gusto verlos. Cuando enviudó el marido, le preguntaron: ¿Cómo lo habéis
hecho para estar siempre tan bien? A lo que él contestó: cuando éramos
novios hicimos un pacto: «nunca hablaremos mal de nuestros padres y nunca
hablaremos de nuestras conversaciones con terceros». Seguramente hicieron
más cosas para permanecer enamorados, pero qué importante es preservar la
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intimidad.
Hay que aumentar continuamente el conocimiento del otro: ¿averiguo cómo
quiere ser amado mi cónyuge? Conocimos una esposa que se apuntaba en la
agenda cosas que le gustaban a su marido; de esta forma, cuando quería
tener un detalle con él, echaba mano de la lista. No es ninguna tontería,
muchas veces se nos ocurren cosas cuando no es el momento y, llegado este,
no nos acordamos de nada.
Solo mediante el diálogo puedo aumentar el conocimiento de mi pareja, un
conocimiento que aspira a una profunda intimidad. Por ejemplo, si entre los
dos llegamos a conocer los días fecundos, con un poco de dominio de nosotros
mismos, seremos auténticos dueños de nuestro proyecto familiar.
Perseverar en tener detalles cada día con mi cónyuge o pareja, empezando por
detalles simplemente de educación. Si procuro no caer en esa confianza que
lleva a la dejadez, no deterioraré las relaciones con mi pareja. ¿Me doy cuenta
de que a veces somos más atentos con los invitados que con nuestro
cónyuge?
¿Me ejercito en privarme de cosas que hacen la vida más agradable a mi
cónyuge? Había una vez un marido que cada noche se ejercitaba en recordar
qué detalles había tenido con su esposa y se proponía alguno más para el día
siguiente; puede parecer una cursilada, pero así cultivaba una conciencia
amorosa.
Los roces con mi cónyuge e imprevistos son los que me permiten ser tolerante
y aumentar mi amor. La tolerancia es respetar y aceptar las reacciones que
puedo provocar en mi cónyuge, especialmente las inesperadas.
Me debe ilusionar, en todo momento, que el amor a mi cónyuge, además de
llevarme a la felicidad, es una responsabilidad ante mis hijos y la sociedad. De
nosotros depende que cada vez haya más ciudadanos maduros y felices.
El amor requiere perseverancia, empeño, es aliado del tiempo; pero además
Dios es el mejor cómplice, porque Él es amor.
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Intimidad
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Importancia de la intimidad
Es necesario que dediquemos un capítulo a la intimidad porque está muy
relacionada con el destino al que hemos de llevar a nuestros hijos. Para ser buenos
guías, los hemos de llevar a la felicidad. Dijimos al principio que la felicidad se
conseguía viviendo armoniosamente en sociedad; dicho de otro modo, hemos de
conseguir que nuestros hijos no estén solos. Solo los preservaremos de la soledad
enseñándoles a dialogar. La persona que maneja las cuatro actitudes del amor
(conocimiento, dominio, tolerancia y búsqueda del bien común) dialoga y el diálogo,
a su vez, nos hace íntimos. La intimidad nos aleja de la soledad y nos hace felices.
Fomentar un ambiente íntimo en la familia ayuda a progresar en el diálogo.
La intimidad nos permite identificarnos por lo que somos y no por lo que
tenemos; nos permite no ser un número más.
Una intimidad rica y profunda permitirá a nuestros hijos no obsesionarse por
seguir las modas. La obsesión por ir a la moda, por lucir marcas... es un indicio de
falta de diálogo y miedo a la soledad en los adolescentes. La dependencia que
llegan a tener algunos de las modas es un mecanismo para sentirse integrado en un
grupo.
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¿Qué entendemos por intimidad?
Veamos la intimidad como algo que invade todo nuestro ser, por eso abarca las
tres áreas de la persona (intelectual, humana y religiosa). La intimidad incluye los
pensamientos, recuerdos, conciencia; abarca todo el conjunto de afectos,
sentimientos, gustos, hábitos... pero también incluye las partes de nuestro cuerpo
que queremos reservar; en nuestra intimidad está también la experiencia religiosa.
Por eso, la intimidad nos da identidad, nos imprime carácter y nos da personalidad.
Todo ese conjunto de pensamientos, afectos, sentimientos... son como esos
»ladrillos» que configuran un edificio y le dan una forma determinada. Por ejemplo,
no es lo mismo identificar una casa por el orden que ocupa en la calle, que por sus
características. No es lo mismo decir: «vivo en tal número» o decir: «vivo en la casa
de tejado de pizarra».
La identidad es necesaria para que seamos reconocidos y podamos dialogar; es
la condición necesaria –aunque no suficiente– para alcanzar la madurez. Así,
llegada la adolescencia, los chicos con intimidad o vida interior no tendrán
dificultades para desenvolverse como adultos.
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¿Cuáles son los «ladrillos»?La intimidad está constituida por ese conjunto de «ladrillos» que dan identidad y
que facilitan amar y ser amado. Enumeremos a modo de ejemplo algunos, porque
todos los hábitos amorosos fomentan la intimidad:
Las vivencias llenas de afecto, las vivencias familiares. Por ejemplo, esos viajes
que hacemos en vacaciones toda la familia. Hay cantidad de anécdotas de
viajes de padres con sus hijos que hacen que un viaje, aunque fue un fracaso
organizativo, fue el viaje más divertido y recordado por todos.
Todos aquellos referentes, pautas y costumbres propias que recibimos de
nuestra familia. Por ejemplo, el modo de poner la mesa, el tipo de vacaciones...
Aquellos recuerdos que son gozosos. Por ejemplo, los éxitos fruto del esfuerzo
personal.
Las buenas obras que hacemos, aunque no nos las agradezcan.
El conocimiento de uno mismo y aceptarnos como somos, que nos proporciona
autoestima. Una tarea difícil, que solo es posible cuando se tiene capacidad de
diálogo, cuando alcanzamos cierta madurez.
Los cuatro hábitos necesarios para amar (para dialogar) que van configurando
una personalidad y una conciencia dialogante.
Por excelencia, la Fe: sentirse criatura de un creador que nos ama.
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La intimidad es algo vivo
Como hemos dicho antes, la intimidad es necesaria para dialogar y, a su vez, el
diálogo nos hace íntimos. Démosles capacidad de diálogo y harán crecer ese
depósito de intimidad que recibieron mientras fueron niños. No esperemos que solo
dando un depósito de intimidad a nuestros hijos alcancen la madurez, es necesario
que sepan guardarla y alimentarla. Sería semejante a darles un coche con el
depósito de gasolina lleno, inicialmente podrán circular, pero, si no lo rellenan, se
quedarán parados.
Cuando le damos algo a otra persona, dejamos de tenerlo; pues con la intimidad
pasa lo mismo. Cuando las personas no tenemos cuidado, sin darnos cuenta
podemos ir perdiendo intimidad. Por ejemplo, enseñar partes del cuerpo que
reservamos para la persona de nuestra vida. Otro ejemplo: hablar más de la cuenta
descubriendo aquellas cosas que nos confió alguien o divulgar algo que podría
molestar.
Hemos de partir de la base de que una persona íntima es como un buen
administrador, que no solo reparte lo justo, sino que también sabe aumentar sus
bienes. El crecimiento de nuestra intimidad depende de ese afecto que damos
cuando amamos. Por eso tenemos que conseguir que nuestros hijos aprendan a
amar con el amor de mayor pureza.
Los padres que ignoran esta faceta de la educación por no estar de moda o por
considerarlo «carca» lo tendrán más difícil. El problema de la intimidad es que nunca
se lo podremos inculcar como quien explica una lección de historia o de
matemáticas, requiere vivir un ambiente íntimo.
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Ideas para fomentar la intimidad
Amabilidad entre todos los miembros de la familia. Procura que en tu casa
nadie avasalle a nadie, que haya una cultura del respeto. Se debe llamar a la
puerta antes de entrar en cualquier habitación; no abrir los cajones de otro,
mucho menos hurgar en ellos; pedir permiso cuando se quiere coger algo que
no es tuyo... Los padres no tenemos derecho ni posibilidades de entrar en la
intimidad de nuestros hijos. Cuidado: cuando se van haciendo mayores
empiezan a guardar cachivaches, pequeños tesoros, procura que tengan un
sitio para guardarlos y no se los tires, ni mucho menos dejes que otro hermano
juegue con ellos... estas cosas van conformando su identidad. Hay que
respetarla.
Buena educación, parece como si ser cortés y atento no esté de moda. No
hagas caso, los buenos modales entre todos los miembros de la familia ayudan
a crear un clima de intimidad y facilitan el diálogo. Lo que sucede es que se
necesita una buena dosis de dominio de uno mismo, que tampoco está de
moda. Conocimos un padre, profesionalmente vinculado a la ganadería, que
llevaba a sus hijos a ver rebaños de animales en granjas de engorde.
El padre les preguntaba: «¿Os gustaría vivir así?».
Sus hijos le contestaban: «Así, nunca».
A lo que respondía el padre: «Pues hagamos lo contrario que los animales».
Nos decía ese padre: prueba esta experiencia con tus hijos y haz una lista de las
cosas que hacen los animales y ponlas en positivo, te sorprenderá la cantidad de
normas de educación y cortesía que obtendrás.
Explícales que la intimidad es todo su ser, por lo tanto, solamente la pueden
dar a cambio de un compromiso de por vida. Te cambio todo por todo. No se
puede cambiar todo, a cambio de algo pasajero, es un mal negocio. ¿Le
cambiarías a un hermano todos tus juguetes por que te preste uno un rato?
Fomenta el recato: su habitación, un vestuario... son lugares para cambiarse,
pero no improvisar otros según las circunstancias. Lo mismo, para hacer sus
necesidades, desde pequeñitos, hay que aguantarse e ir a los aseos. Lo mismo
para comer y beber, no se come fuera del comedor o de la cocina ni en la
calle... hay que controlarse.
Inculca a tus hijos que un amigo es alguien que sabe mucho de ti y le gustas
como eres. Te irá muy bien y, cuando sean adolescentes, sobre todo a tus
hijas, les podrás decir: «¿A ese chico le gustas por lo que eres o por lo que
tienes?; porque tú, hija mía, tienes un cuerpecito muy atractivo». Y podrás
añadir: «Que te demuestre que le gustas por lo que eres y no por tu cuerpo».
Piensa que, si desde pequeños los has acostumbrado a aguantarse en los
caprichos, lo verán razonable y te tendrán en cuenta, tendrás autoridad.
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Si sois creyentes, no os cortéis, enseñadles a rezar con recogimiento y
tranquilidad. La vida de piedad es beneficiosa para la persona, fomentádsela
desde muy pequeños.
Y, como antes, todas las que se os puedan ocurrir.
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¿Cómo darles
lo que necesitan?
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El proyecto familiar
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Cinco motivos para tener un proyecto familiar
Una pareja enamorada siempre tiene ilusiones; un proyecto de vida en una
pareja enamorada es algo natural, surge sin planteárselo; pero en la vida real
cuesta estar siempre enamorado y por eso podríamos dar cinco motivos de tipo
práctico que justifican la necesidad de definir un proyecto familiar propio, que es la
mejor manera de transmitir ese amor e intimidad que necesitan nuestros hijos.
Sucede en nuestras vidas que el crecimiento de nuestro amor conyugal no suele
ser continuo; es un conjunto de etapas. Encontramos temporadas de mucha ilusión,
otras de rutina y otras de desencanto; lo importante es que en su conjunto crezca.
Es como la marea en una playa: aparece una ola que inunda la parte más próxima al
mar y luego desaparece. Se sucede otra y lo mismo. Si somos impacientes, nos
parece imposible que esa playa extensa llegue a inundarse. Sin embargo, si
esperamos, cada ola, con su ida y retroceso, deja un pequeño avance; al final, la
playa queda anegada por el mar. Cuando perseveramos y creemos en nuestro amor,
pasa lo mismo, al final nuestras vidas también quedan anegadas por el amor. Así es
el amor maduro, aliado de la esperanza y de la perseverancia. Entre las ilusiones y
desencantos, es necesario tener un proyecto familiar que nos invita a mantener la
esperanza y perseverar.
En segundo lugar, porque no podemos estar pendientes de los centenares de
hábitos que necesitan nuestros hijos; no puedo irme a dormir y pensar: «les he
enseñado esto, lo otro», «¿he transmitido espíritu de sacrificio?», «¿me habrán visto
tolerante?»... Necesitamos prefijarnos un estilo de vida para que cada día, llegada la
noche, tengamos la tranquilidad de que, por el mero hecho de vivir de esa manera,
lo estamos haciendo bien. El proyecto familiar es un marco de trabajo.
Podríamos continuar con el tercer motivo: hemos de ver el proyecto familiar
como un indicador de la fidelidad que nos tenemos. No podemos pensar que la
fidelidad matrimonial se ciñe a no cometer torpezas, dando pie a enamorarnos de
otra persona. Empieza por ser fiel al estilo de vida que nos hemos propuesto, y a los
primeros síntomas de infidelidad debe corregirse. Aunque el proyecto puede ir
cambiando con el tiempo, como más lo definamos desde el principio,más
indicadores tendremos de nuestra fidelidad y más confianza tendremos uno en el
otro. Por ejemplo, nos hemos de plantear cómo invertiremos nuestro tiempo libre,
cuánto tiempo nos queremos dedicar, la importancia de nuestras carreras
profesionales, el papel que jugarán nuestros padres en nuestras vidas...
Pasando al cuarto, coincidimos muchos padres en que cuanta más ilusión existe
en el proyecto familiar, más dificultades encuentra. Tiene su explicación: pensemos
en la familia más amplia: suegras, padres, hermanos, amigos íntimos... toda esta
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parentela representa nuestro anterior modo de vida. Toda esa familia extensa no es
que se quiera oponer; de buena voluntad, quieren que continuemos con la vida que
llevábamos: nos quieren retener porque nos quieren. Hay que comprender que no
se dan cuenta de que el nuevo matrimonio tiene nuevos caminos y nuevos anhelos:
su amor. Un proyecto familiar nos ayuda a recordar que lo que convenía antes no
conviene ahora, porque el amor es dinámico.
Veamos esta historia: llega el fin de semana y una pareja de recién casados
deciden pasar el sábado ellos solos. Se levantan, se preparan un desayuno
cargados de detalles y sin prisas. Se arreglan y, juntos, se van al mercado a comprar
todo lo necesario para preparar una paella. Una vez en casa, mientras preparan la
paella y toman el aperitivo, suena el teléfono. Es la madre de él. Le propone que
vayan a comer a su casa, porque hace mucho tiempo que no les ve y les añora. Él se
compadece de su madre, piensa que a su esposa la tiene todos los días y a su
madre, no. Le pregunta a su esposa:
—¿Por qué no vamos a casa de mi madre y dejamos la paella para mañana?...
Esta historia no debería seguir ese camino, él debe ser más fiel a ese plan con
su esposa y podría contestar a su madre:
—¡Huy! Tenemos un compromiso muy importante...
Apresuradamente, la madre pregunta:
—¿Con quién?
El hijo rápidamente le contesta: «¡Ahora no puedo contarte! Quedamos para otro
día..., te vuelvo a llamar, un beso».
De esta manera, el marido está demostrando a su mujer que su relación es más
importante que el amor a sus padres. Al no dejarse llevar por ese cariño está
generando confianza.
El quinto y último motivo, el más importante, es porque en un proyecto familiar
propio se crean muchas y variadas oportunidades educativas. Este aspecto lo
trataremos más adelante. Para hacernos una idea, definir nuestro proyecto familiar
nos obliga no solo a no depender de nuestra familia más amplia, sino a no dejarnos
llevar por las modas o corrientes en boga. Los hijos tienen que notar que los padres
mantienen posturas inconformistas, son críticos y buscan lo mejor. Mantener un
espíritu crítico debe formar parte del estilo familiar, porque es una de las cuatro
características del amor: buscar el bien común y la verdad.
Este inconformismo también se demuestra con pequeñas costumbres
domésticas. Por ejemplo, en vez de dejarse llevar por la comodidad de acabar el fin
de semana cenando bocadillos en la cocina, presos del «síndrome del lunes», ¿no es
mejor sobreponerse y cenar sentados en la mesa con ambiente festivo, con calma y
facilitando el diálogo familiar? Es un pequeño detalle con el que les demostramos
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que no nos dejamos llevar por las preocupaciones: la familia es más importante.
Sigamos con nuestro ejemplo del guía de montaña. Los guías, sobre todo al
principio, suelen tener un plan de ruta muy estudiado, porque no son infrecuentes
las contrariedades. Simplemente, una niebla matutina dificulta mantener las
primeras orientaciones; un deslizamiento borra un pequeño tramo del camino; un
viento fuerte no te deja concentrarte y es una continua carga psicológica; la
indisposición de un excursionista retrasa la marcha y rompe el horario..., pero
siempre hay que continuar. Ante una contrariedad, lo mejor es continuar, aunque
lleguemos tarde al lugar previsto en el plan. Si queremos ser unos buenos guías de
nuestros hijos, también debemos tener un plan de ruta y ser fieles a dicho plan.
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¿Cómo debe ser el proyecto familiar?
Un proyecto familiar amoroso es perseverante, coherente, completo y atractivo.
Pensemos que, además, posee una dificultad añadida: se lleva a cabo por dos
personas, la madre y el padre. Esta característica es de vital importancia ya que no
es una persona, sino dos las que deben transmitir lo mismo y al unísono.
1. Perseverante: No hay paradas ni períodos de descanso, no podemos estar
cambiando de idea con el tiempo o según las circunstancias. El proyecto debe ser
flexible hasta cierto punto: hasta que no cause desconcierto en los hijos. Un
proyecto familiar es el mejor referente y los referentes son necesarios para que los
niños puedan progresar y adquirir seguridad en sí mismos.
2. Coherente: Se transmite con el ejemplo y con muy pocas palabras, actuando
en consecuencia. No puede imperar el capricho o lo que es más cómodo en ese
momento, ni estar sujeto a las modas. Por ejemplo, es importante la coherencia
entre familia, colegio y amigos. Recordemos que causa un gran desánimo y
desmotivación en nuestros hijos el que los padres no estén de acuerdo con el
colegio; porque les estás dando dos caminos diferentes a seguir cuando todavía no
tienen la capacidad para decidirse por uno de ellos. En estos casos acabarán
eligiendo el que aparentemente es más atractivo, sin que necesariamente sea el
más conveniente. Ocurre que, si los padres critican o hablan mal del colegio o
profesores delante de los hijos, ocasionan desconcierto en ellos y causan
inseguridad en el niño.
En esta situación, conocemos varios casos de niños que tenían un rendimiento
escolar mediocre o insuficiente y, cuando los padres decidieron cambiarlos de
colegio buscando coherencia, el rendimiento académico de los niños subió
espectacularmente, aunque este no fuera el objetivo principal buscado por los
padres. Ahora, solo tienen un referente: el que reciben de sus padres, que, además,
está reforzado por el colegio.
Es importante tener en cuenta que podemos contar con la colaboración de
instituciones, como el colegio, actividades del ayuntamiento, la parroquia, etc., pero
nunca se nos ocurra pensar que lo harán por nosotros. Por ejemplo, en el área
espiritual, si no hay una vida de piedad en casa, no pensemos que por llevarlos a
catequesis o a un colegio religioso cubriremos esa área correctamente.
3. Completo: Hay tres aspectos básicos en la persona que los padres no
podemos olvidar: el intelectual, el humano y el espiritual. Normalmente nos
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centramos en el aspecto intelectual o académico, por la obligatoriedad de
escolarizar a los hijos, pero igual o más importantes son los otros dos aspectos. No
podemos obviarlos, por mucho que queramos, o que lo nieguen las corrientes
sociales de moda; los padres cada vez estamos más convencidos de que no
podemos taparnos los ojos ante las necesidades reales que hay en nuestros hijos.
En cuanto al aspecto humano, se desarrolla principalmente en la familia, por eso
no podemos menospreciar todo ese conjunto de costumbres familiares, maneras de
hacer, de comportarse, que no recibirán en ningún colegio ni otra institución. Esta
cultura familiar solo puede salir del tiempo que dediquen los padres a estar con sus
hijos y así ellos se van empapando de esas peculiaridades propias de su familia.
¡Qué gran recuerdo guardan los niños de esas cosas que caracterizan a su familia! Y
qué orgullosos se les ve cuando cuentan estos detalles a sus amigos u otros
familiares.
No podemos omitir la dimensión religiosa de la persona, porque se nace con
ella. Un proyecto familiar que da la espalda a Dios es incompleto y, con el tiempo,
los hijos buscarán completarlo con más o menos acierto, dando palos de ciego; por
lo tanto, la dimensión religiosa debe estar. Si los padres dejamos huecos o vacíos,
los rellenará el entorno; cuando los hijos empiecen a tener conciencia de sí mismos,
lanzarán una legítima reclamación en forma de rebeldía y desobediencia. Esta
rebeldía es una consecuencia del desasosiego que causa tener que rellenarestos
huecos por sí mismos.
Es un error pensar que el aspecto religioso ya lo trataremos cuando sean
mayores o ya decidirá él lo que quiera hacer. ¿Nos plantearíamos no enseñar a leer
a nuestro hijo, y decirle: «cuando seas mayor, tú decidirás»? Sería cerrarle
posibilidades, pues en el aspecto religioso pasa lo mismo.
No nos conformemos con enseñarles algunas oraciones. Los niños tienen una
gran sintonía para dialogar con Dios, más que los adultos. Están acostumbrados a
aceptar las cosas y creer en ellas. Sin embargo, los adultos no queremos aceptarlas
si no las entendemos, y esta actitud limita nuestra capacidad de diálogo. Así, los
niños son más tolerantes que los adultos, y esta capacidad hay que aprovecharla.
Con las primeras manifestaciones de uso de razón hay que empujarlos al trato con
Dios, sin dejar aquellas oraciones que desde pequeños recitaban mecánicamente.
Los resultados que da son buenos, y repercute también en el área intelectual y
humana, unas refuerzan a otras, porque todas contribuyen a la maduración de la
persona.
Como hemos dicho antes, estas tres áreas se refuerzan entre sí. Por ejemplo, el
área académica fomenta hábitos para profundizar en el conocimiento, la primera de
las cuatro características del amor (conocimiento). El aspecto humano fomenta los
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hábitos de dominio de uno mismo y de tolerancia, segunda y tercera características
del amor. Por último, tenemos el aspecto religioso, que proporcionará un hábito de
búsqueda del bien. Démonos cuenta de que, fomentando estos tres aspectos de la
persona, propiciamos una persona amorosa y dialogante.
4. Atractivo: Para hacer el proyecto familiar atractivo hay que fomentar aficiones
comunes (contando con ellos desde que son pequeños), de forma que todos sientan
que forman parte de él. Cuando les pedimos su opinión en pequeños detalles se
sienten cooperadores del proyecto; si les damos pequeños encargos, se sienten
miembros activos y desarrollan su propio rol. De esta forma no son sujetos pasivos
en la familia que cumplen obligaciones y, tarde o temprano, querrán librarse de
ellas. Se encuentran a gusto, queridos, seguros... Se identifican con un proyecto
familiar que posee identidad propia, se sienten parte de algo que vale la pena
defender.
Por ejemplo, promover que los hijos se pongan de acuerdo para catalogar los
menús y postres oficiales de la familia; o aquellos padres que deciden hacer un
exlibris y organizan un concurso entre los hijos para elegir el más adecuado; o un
«logo» para las camisetas de verano; o esos padres que con el tiempo iban
organizando una maleta de «picnic», los hijos estaban tan orgullosos de ella, que
comentaban a sus amigos que sus padres no necesitaban ir a los restaurantes
porque se podían llevar la comida de casa cuando salían de viaje.
Cuando los padres luchamos así, por un proyecto familiar, sin darnos cuenta les
estamos transmitiendo afecto. Todo este ambiente que se crea ayuda a que los
hijos tengan referentes claros, les ayuda a adquirir seguridad. Además estamos
enseñando con el ejemplo y no son necesarios los discursos. Se da el caso de que,
cuando a un hijo le apetece hacer cierta actividad, no hace falta llegar a consultarlo
a los padres, porque sus hermanos ya le hacen ver que esta actividad no está de
acuerdo con el proyecto familiar. Conocemos un caso concreto de un niño que se
ilusionó con unas actividades del ayuntamiento y fueron sus hermanos mayores
(preadolescentes) los que le disuadieron de que no lo planteara a sus padres
porque no iba con la familia. No solo ayudaron a sus padres, sino que demostraron
tener criterio. Lo divertido del caso es que, de este hecho, los padres no se llegaron
a enterar hasta años más tarde.
Volviendo a nuestro guía, no puede dejar la travesía a mitad, hacer unas
vacaciones y volver: tiene que llegar hasta el final, aunque esté cansado; ni cuando
falta poco para llegar a la cumbre deja al grupo, y les dice que sigan ellos solos,
porque no tiene pérdida. Puede haber un imprevisto (niebla, viento fuerte...) que
desoriente a los excursionistas, y estos siempre necesitan tener al lado al experto.
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Un proyecto familiar genera oportunidades
educativas
Pero, en definitiva, para que nuestro hijo consolide toda esta educación, debe
sentir impresa la huella de sus padres que le proporciona seguridad y, sobre todo:
una identidad. Lo deseable para nuestro hijo es que tenga una gran cantidad y
calidad de recuerdos, que dependen del proyecto familiar.
Pongamos un ejemplo: llegado el sábado, después de una semana de trabajo,
una madre y un padre van con sus dos hijos a hacer la compra al centro comercial;
luego llegan a casa, lo descargan todo y lo ordenan. Después de comer ponen una
película para verla juntos; los padres se duermen, porque están cansados de toda la
semana. A media tarde, se van a pasear al centro comercial, la madre compra
algunas cosas y juntos cenan unos «frankfurt» en el mismo centro; regresan a casa,
ponen la tele y luego se van a dormir.
Veamos otro ejemplo: llegado el sábado, los padres se levantan, preparan el
desayuno, despiertan a los niños y, mientras desayunan, les explican el plan del día.
Luego, el padre con los niños se va en «metro» a una tienda del puerto a comprar
cebos vivos y unos pertrechos que tiene que reponer en su equipo de pesca porque,
al atardecer, se irán a pescar a la playa. Dan un pequeño paseo por el puerto para
ver unas barcas de pesca y les enseña que también se puede pescar con red.
Cuando están llegando, antes de subir a casa, el padre aprovecha para comprar
unas cosas que le pidió su esposa, ya que no las encontró cuando fue a la compra
entre semana; también le compra un ramo de flores para que se lo den los niños.
Llegan a casa y después de comer ven una película, el padre hace un esfuerzo por
no dormirse y les hace preguntas sobre los actores de la película: ¿Quién es el
malo? ¿Por qué es malo?... Luego, acabada esta, se ponen con los preparativos, el
padre les enseña lo que se van a llevar y para qué sirve cada cosa; comprueban la
luz de gas, el mayor se atreve a encender una cerilla para prender la luz, cuando el
padre da el visto bueno, el pequeño la apaga cerrando la espita de gas. La madre
prepara la cena para llevarse. El padre sigue con los aparejos, enseña a los niños
cómo se afilan las puntas de los anzuelos, cómo se conservan para que no se
oxiden, les explica los diferentes tipos de sedales... Sobre las siete cogen el coche y
se van a la playa; montan el «campamento»; cuando oscurece, los niños juegan con
las linternas y el padre coloca las cañas y cenan. Una dorada (tirando a pequeña)
pica el anzuelo; todos están atentos mientras recogen el sedal y se desencadenan
propuestas de cómo preparar la dorada para comerla al día siguiente... La madre
felicita a su marido, le da un beso, y les dice a los niños que su padre es el mejor
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pescador del mundo...
Hemos intentado describir dos proyectos de familia; el primero es un proyecto
familiar que les viene dado, los padres no parecen plantearse muchas cosas y se
limitan a seguir la corriente. En el segundo, vemos que se plantean actividades
conjuntas, ellos mismos se obligan a dialogar. Tanto los hijos del primer caso como
los del segundo no se quejan, lo que hacen sus padres es lo mejor. No obstante, lo
que hacemos los padres va calando y, con los años, quedará un tipo de persona u
otra. De nosotros depende que sea una persona conformista, que va a remolque de
lo que se hace, o una persona ilusionada por la vida.
Así, vemos cómo un proyecto familiar mínimamente trabajado es muy rico en
vivencias y cada una de ellas es una oportunidad para transmitir pautas y crear
unos hábitos de diálogo.
Además de plantearnos un proyecto familiar, hay que dedicarle tiempo. Un
tiempo que nuestros hijos agradecen mucho. Explicamos ahora una anécdota real.
Unos padres que, llegada la Semana Santa, les agobiaba que sus hijos pasasen
toda la semana en casa sin ellos y se plantearon turnarse esos cuatro días pidiendo
dos días de vacaciones cada uno.

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