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Bárbara Sotomayor Alberto Masó Padres que dejan huella Cómo ganarse la autoridad y ser líder de tus hijos edu.com PALABRA 2 Colección: Edu.com Director de la colección: Ricardo Regidor © Alberto Masó y Bárbara Sotomayor, 2011 © Ediciones Palabra, S.A., 2013 Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España) Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39 www.palabra.es epalsa@palabra.es Diseño de cubierta: Marta Tapias Diseño de ePub: Erick Castillo ISBN: 978-84-9840-449-4 Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.3 http://www.palabra.es mailto:epalsa@palabra.es «Cuida tu amor, que el Amor ya cuidará de ti y de los tuyos». Douglas I. Altum 4 5 Después de quince años asistiendo a parejas en los cursos de preparación al matrimonio en la parroquia de S. Joan de Vilassar, hemos compartido una serie de sesiones con, al menos, trescientas de ellas. Siempre hemos agradecido permanecer esos días con ellos, porque, como solemos decirles: «no sabemos si lo que os vamos a contar os va a servir de algo; pero, por el mero hecho de estar con vosotros, estad seguros de que nosotros renovamos nuestro amor». Por este motivo, les debemos mucho y sería injusto no devolver todo lo que nos han dado, así que nos hemos aventurado a publicar este texto. Muchas de estas parejas ya tienen hijos y es curioso cómo a cada pareja –igual que a la nuestra– le parece que sus preocupaciones son únicas, pero con el tiempo nos damos cuenta de que todos tenemos las mismas ilusiones y temores: querernos para el resto de nuestros días, que nuestros hijos sean felices y que nos tengan en cuenta. Estas tres cosas están muy ligadas y tienen que ver con la autoridad. La felicidad de nuestros hijos y la nuestra van juntas. Los padres enamorados contagian a sus hijos su felicidad y los hijos felices son agradecidos con los padres: les tienen en consideración. Ahí está el quicio de la autoridad de los padres, enseguida hablaremos de esto. Nos preocupamos de sus problemas, cuando son pequeños suelen tener fácil solución pero con la edad suelen complicarse. Buscamos soluciones, y nos atiborran de consejos, libros, revistas, páginas web, charlas nocturnas en los colegios... además a cada problema de un hijo lo clasifican según la edad: de cero a dos años, de dos a cuatro... preadolescencia, adolescencia... y, por si fuera poco, te hablan de educación personalizada, o sea, según su temperamento. El resultado es que los que tenemos unos cuantos hijos deberíamos considerar más de un centenar de variables. No estamos en contra de todo esto, creemos que es útil para afinar; pero hay que tener en cuenta que la mayoría de los problemas de nuestros hijos provienen de la falta de un planteamiento que no hacemos en nuestra vida familiar. Todo lo expuesto en el párrafo anterior es muy válido cuando la base está clara; lo que nos suele pasar es que el día a día no nos deja discernir lo realmente importante de lo accesorio. Nos pasa lo que dice ese conocido dicho: «los árboles no nos dejan ver el bosque». La experiencia nos dice que los problemas que surgen cotidianamente en la familia se resuelven mejor (sin tensiones ni agobios) cuando los padres son una autoridad en la familia. Con este libro no queremos que sepas mucho sobre la autoridad, solo queremos que tengas autoridad; por eso repasaremos lo elemental de la familia –con algunos ejemplos y anécdotas– para que os planteéis lo que realmente necesitan los hijos y no lo que quieren. En definitiva nos veremos obligados a hablar de educación. Solo 6 así seréis competentes y tendréis la autoridad que tanto necesitan y anhelan. En este texto, vemos la autoridad como una consecuencia de un comportamiento natural y responsable, que satisface las necesidades reales de los hijos. La autoridad está al alcance de todos los padres, es consecuencia de un planteamiento de vida, que vivido con coherencia nos evita muchos problemas familiares; por eso la autoridad sobre nuestros hijos no debemos buscarla, nos la encontraremos. Para desarrollar este texto partiremos de un hecho científico: el hombre es un ser social; a partir de aquí, el resto lo haremos exponiendo nuestras experiencias y las de otros padres que, con el tiempo, hemos visto que han sido positivas; pero sin olvidar los comentarios que nos han hecho los diferentes profesores y tutores de nuestros cinco hijos. 7 8 Un planteamiento científico 9 10 Un planteamiento científico 11 Nadie puede negar que el hombre (usaremos hombre como genérico de todas las mujeres y hombres) es un ser social, está hecho para vivir en sociedad. De ahí que su felicidad dependa de vivir en armonía con su entorno. A diferencia del resto de la naturaleza creada, el hombre posee un lenguaje que no solo le permite comunicarse, sino integrarse e influir en su entorno social. Así los hijos necesitan que nosotros los preparemos para que sean capaces de integrarse en la sociedad e influir positivamente en ella. Debemos enseñar a dialogar. Si nuestros hijos saben dialogar, sabrán desenvolverse en la sociedad que les toque vivir, serán aceptados y tendrán su sitio. Dicho de otro modo, nunca estarán solos, no experimentarán la soledad y serán felices, además nos lo agradecerán. Hemos mencionado la palabra lenguaje, pero no solo nos referimos al lenguaje verbal; también hemos de tener en cuenta que existen otros lenguajes: el de los gestos, el del cuerpo con sus movimientos; el de los hechos con nuestras actuaciones; el de la mente para conocer y conocernos. También hemos de tener muy en cuenta que en la persona humana la sexualidad es otro lenguaje, que también nos permite dialogar. Así, cuando hablamos de persona dialogante, hablamos de persona que sabe utilizar todos los lenguajes propios del hombre. Por ejemplo: no podemos decir que una persona es dialogante cuando habla en francés (por decir una lengua) y, sin embargo, es un energúmeno cuando habla castellano. Se es dialogante o no se es, con independencia del lenguaje que se use; el ser dialogante es una característica de las personas. Con lo cual, concluimos este capítulo, dejando claro que el objetivo de los padres es conseguir que nuestros hijos alcancen esa madurez para integrarse en la sociedad, a la vez que se desarrollan físicamente. Debemos tener claro que, llegada la adolescencia, deben alcanzar a ser personas mínimamente dialogantes o con hábitos de diálogo, porque siempre se puede mejorar en este terreno. Solo el diálogo les permitirá vivir en armonía con su entorno social y ser felices. Esos hijos que han recibido de sus padres unas pautas y hábitos que les permiten relacionarse con los demás y desenvolverse en el mundo les estarán agradecidos, les reconocerán unos méritos. Esos padres tendrán autoridad sobre sus hijos. 12 13 La autoridad de los padres 14 ¿Qué entendemos por autoridad? Tenemos que ser conscientes de que aparentemente somos los autores de la educación de nuestros hijos, pero no es así. Ellos, desde el momento de la concepción, están destinados a madurar como personas y los padres tenemos la responsabilidad de ayudarles a mostrarles el camino, somos sus guías. Entendemos la autoridad de los padres como esa competencia que poseen para conducir a sus hijos a la madurez. Como hemos dicho anteriormente, la persona madura es la que es capaz de dialogar y hacerse un sitio en su entorno social. La persona que alcanza la madurez se realiza como tal y es feliz. Normalmente queremos ver resultados inmediatos y a nuestro gusto, sin tener en cuenta que nuestros hijos son otras personas que no las podemos poseer. Por eso, a medida que crecen nos cuesta encajar sus proyectos, sean cuales sean. Nuestro éxito como padres no lo podemos evaluar por lo que hagan de inmediato ni porque respondan anuestras aspiraciones; lo evaluaremos por el referente que hayamos dejado en ellos; solo si es positivo y atractivo seremos una autoridad en su vida. A los padres solo nos hará felices el hecho de haber dejado una huella impresa en ellos que les sirva de referencia y les guíe a la felicidad. Comentamos esto porque está muy relacionado con la verdadera autoridad. Una persona también puede ser aceptada por los demás no por ser dialogante, sino por poseer unas capacidades o habilidades útiles. Por ejemplo, un deportista de élite o un científico pueden tener un reconocimiento social y ser muy queridos; ciertamente es un camino pero no es el que vamos a proponerte, porque no siempre es perdurable. El concepto de autoridad tampoco es una obediencia mecánica a lo que les decimos u ordenamos y que cumplen a rajatabla. Este autoritarismo que acabamos de mencionar suele venir de nuestra comodidad o que aspiramos a que triunfen y no sufran, dos cosas que no casan entre sí; tampoco nos vale porque no ayuda a madurar. Por eso la autoridad que desarrollaremos en este libro es aquella que, entre los vaivenes de sus vidas, hará que estemos presentes en sus conciencias y decisiones. Solo así, podemos experimentar ese sano orgullo que nos llena de felicidad y podremos hablar de la verdadera autoridad de los padres sobre los hijos. La autoridad la entendemos como ese referente que somos para ellos y que perdura toda su vida. Es esa parte de nosotros que les damos y queda en ellos como camino de felicidad. 15 ¿Quiénes somos los padres? Si nos ha quedado claro cuál es la autoridad que queremos sobre nuestros hijos, será más fácil entender qué roles o papeles debemos jugar en sus vidas y, por consiguiente, en nuestra familia. ¿Quiénes somos los padres? ¿Unos amigos? ¿Unos maestros? ¿O quizá unos progenitores a los que nos deben su existencia? A lo mejor, somos unas personas que les proporcionan cosas para su desarrollo... Ninguno de estos planteamientos es válido. La respuesta no es fácil, porque los padres somos algo muy especial, sobre todo para nuestros hijos. Cuando los educadores y maestros de nuestros hijos nos hablan de la necesidad de referentes y valores, nos hablan en abstracto en vez de decirnos que esos referentes debemos ser nosotros. Los padres debemos ser sus referentes para que aprendan y adquieran esa mínima madurez de la que hablábamos. Así, como hemos dicho antes, los padres somos guías de nuestros hijos. Podríamos asemejar el papel de los padres al de un guía de montaña que conduce a unos excursionistas a un destino concreto, con éxito. Este ejemplo de guía nos parece muy ilustrativo para el desarrollo de este texto, por eso lo iremos mencionando para recordártelo. Veamos algunos paralelismos muy válidos: el guía de montaña no camina por los excursionistas, son ellos los que deben caminar hasta llegar al destino. Tampoco el guía puede quedarse en el refugio y decirles a los excursionistas que sigan sus indicaciones. El guía y los excursionistas caminan juntos, la diferencia es que este tiene más experiencia que los otros. En la familia pasa lo mismo: padres e hijos maduran juntos, la diferencia es que los padres poseen una mínima madurez que no poseen los hijos. Los padres sabemos, como los guías de montaña, que las rutas para llegar a un destino son muchas pero solo hay una que es la mejor: la que posee menos riesgos y más garantías de éxito. Las demás también valen, pero nos agotan y corremos el riesgo de abandonar por cansancio; otras, aparentemente, son más directas, pero tienen pasos arriesgadísimos y producen accidentes... La ruta más segura es la que está muy marcada, con mojones o hitos de piedras que pusieron otros guías con sus experiencias. Los buenos guías lo tienen muy presente y los padres con éxito, también. A partir de ahora dejaremos de hablar del concepto autoridad para pasar a hablar de lo más elemental para ser un referente de madurez y ganarnos su autoridad. Recuerda: no queremos que sepas sobre autoridad, queremos que la tengas. Por eso tendremos que hablar más de educación en la familia que de autoridad; solo así, con el tiempo, te la ganarás. 16 17 Tan elemental y complejo como la vida misma 18 Nos podríamos quedar tan satisfechos diciendo: «enseñando a dialogar a nuestros hijos, madurarán, lograremos su felicidad y nos ganaremos la autoridad». Pues sí, por eso decimos en este capítulo que es tan elemental como la vida misma; pero en la práctica nos damos cuenta de que no es tan fácil; principalmente porque los padres no tenemos una madurez completa. Este problema, como veremos, deja de existir cuando somos capaces de reconocerlo y nos esforzamos mutuamente por madurar o aumentar nuestro amor. Recuerda lo del guía: camina junto a los excursionistas. Este planteamiento tan sencillo puede ser muy complejo si lo miramos desde el punto de vista formal; en la persona que debe aprender a dialogar, además, existen diferentes tipos de lenguajes y no todos convienen a cualquier situación social. Elegir el lenguaje apropiado entraña una cierta complejidad. Por ejemplo: el lenguaje verbal, principalmente, nos podrá integrar en un entorno social para hacer amigos, para seguir nuestra formación académica...; el lenguaje de los hechos, con ayuda del verbal, lo utilizaremos en una actividad profesional, en un deporte...; el lenguaje de la mente nos permitirá conocernos a nosotros mismos y tener autoestima, además, nos permitirá adentrarnos en la vida de piedad (vulgarmente decimos: práctica religiosa) y el lenguaje de los cuerpos o sexualidad nos permitirá la integración en la vida de pareja o vida conyugal. Pero, como no vamos a seguir por estos derroteros, veamos qué nos dicen los expertos en comunicación sobre el diálogo. Nos indican que para dialogar se requieren unas condiciones concretas, porque sin ellas no hay diálogo. Citémoslas: Conocimiento de lo que decimos y a quién se lo decimos. No se puede hablar por hablar, tenemos que estar seguros y convencidos. No es lo mismo dirigirse a un niño pequeño que a un adulto. Dominio de uno mismo para no contaminar el mensaje con nuestras tendencias, vicios, pasiones... Tolerancia para aceptar las reacciones de nuestro interlocutor y saber modificar nuestra postura, sin renunciar a nuestras convicciones. La tolerancia a la que nos referimos es la que va de la mano del respeto, especialmente por la verdad y el bien común. La persona tolerante es valiente y siempre da oportunidades. Búsqueda de la verdad, los dialogantes buscan el bien común y construyen una realidad beneficiosa para ellos y para los que les rodean. El mundo científico de la comunicación coincide en que, sin estas condiciones o características, el diálogo deja de serlo, porque deja de ser eficaz y perdurable. Dicho de otro modo, es un intercambio de ideas y afectos en el que toman parte dos o más personas que se dan oportunidades entre ellas y, como consecuencia, 19 permanece en el tiempo. Por eso vemos que es necesario que nuestros hijos, independientemente de su temperamento y forma de ser, adquieran los hábitos que les permitan dialogar. En la vida corriente vemos que esas cuatro características del diálogo son las mismas que utilizamos cuando amamos. Así, podemos afirmar que el diálogo es una comunicación amorosa: quien dialoga ama y quien ama sabe dialogar; por eso, en lo sucesivo hablaremos preferentemente de amor y consecuentemente de diálogo. Si los padres nos empeñamos en enseñar a nuestros hijos a amar, podemos estar muy tranquilos porque les estamos marcando el camino a la madurez. Así, recordando el ejemplo del guía de montaña, los padres actuaremos como un buen guía que, para asegurar el destino, no solo se preocupa de elegir el mejor camino; también se preocupa de todos los menesteres, como pertrechos o vestimenta que deben llevar, de los horarios, de la comida... Los excursionistas no pueden ir con cualquier calzado, ni ropa, ni bolsa de equipaje; ni caminar a cualquier hora; o no comer; para llegar a su destino requerirán unequipo y un plan adecuado. Por eso, después de unas consideraciones sobre tus hijos, finalizaremos esta primera parte para continuar comentando qué necesitan para aprender a amar y así madurar. 20 21 Dos consideraciones sobre nuestros hijos 22 Antes de continuar es bueno que tengamos en cuenta dos consideraciones prácticas sobre nuestros hijos porque, igual que a los guías de montaña les es muy útil conocer detalles sobre sus excursionistas, más aún a los padres les interesa saberlo todo sobre sus hijos. Primera consideración: ¿por qué el aprendizaje de una persona es tan largo? Si lo comparamos con el de los animales, vemos que nuestros hijos necesitan muchos años de cuidados, muchos años a nuestro lado. Esta reflexión nos tiene que hace ver que las personas, a diferencia de los animales, prácticamente no tenemos instintos; sin embargo, tenemos la capacidad de crear hábitos personales. Nos referimos a esas acciones que cuestan al principio, pero que, al realizarlas de forma reiterada, llegamos a incorporarlas y conseguimos realizarlas mecánicamente, sin pensar. Pongamos unos ejemplos: comer con cubiertos, lavarse los dientes, atarse los zapatos..., si seguimos con esta lista, llegaríamos a centenares de acciones mecánicas que el niño debe aprender. Por eso, a diferencia de los animales, somos capaces de programarnos; no nacemos con el «software» definitivo como ellos. Así, los padres debemos programar a nuestros hijos no solo para estas acciones, sino también para amar y, consecuentemente, dialogar. Educarlos no es modelarlos, es darles hábitos y formarles una conciencia, que debe ser amorosa. Segunda consideración: El niño acepta todo lo que sus padres le dicen y hacen, no lo razona, lo da todo por bueno. Al no razonar, aprenden por lo que ven, por «contagio», y nos copian hasta los ademanes. Incluso cuando tienen rabietas, no nos están cuestionando nada, es simplemente porque en ese momento quieren seguir con lo que están haciendo. Por poner un ejemplo, si nos fijamos en nuestros hijos, podemos ver que muchas veces se quedan absortos mirándonos; pero eso ocurre cuando nosotros no nos damos cuenta, cuando somos lo que realmente somos. Coincidimos con otros padres en que nuestros hijos tienen la capacidad de «filtrar»: captan lo que llevamos dentro y desechan lo que queremos aparentar. Hay que tener presente que, cuando estamos sentados en el sofá, preocupados con nuestros temas personales, entonces pasan de nosotros; sin embargo, cuando cruzamos una mirada de complicidad por un detalle de cariño con nuestro cónyuge, esto no lo dejan pasar por alto, les motivamos y nos admiran. Seguramente habrás oído la frase: «¡qué antenitas tiene este niño!» o «¡míralo, don antenitas!». Aunque estén jugando, incluso en la habitación de al lado, están pendientes de si los tenemos presentes en nuestro quehacer. Por eso es tan importante nuestro ejemplo, ya que captan lo que somos, mucho más que lo que decimos. Tener en cuenta estas dos consideraciones nos ayudará a entender la 23 importancia que tiene estar con ellos; nos daremos cuenta y veremos lo importante que es sacar tiempo de donde sea (del trabajo, de nuestras aficiones...) para invertirlo en nuestros hijos. De ahí que la educación de nuestros hijos no es algo dado: o la asumimos los padres o lo harán otros, de forma interesada. Si ya es mucho el tiempo que debemos dedicarles para que adquieran todos esos centenares de hábitos, mayor será el que se necesita para darles hábitos amorosos; para «programar» una conciencia amorosa. Como vemos, el tiempo que les dedicamos es una condición necesaria, pero no suficiente. Sin un ejemplo de amor no llegarán a interiorizarlo. Por eso, en la siguiente parte hablaremos del amor que necesitan nuestros hijos y de cómo dárselo. La autoridad que los padres tengamos sobre nuestros hijos se corresponde con los hábitos amorosos que seamos capaces de dejar en ellos. 24 25 ¿Que necesitan nuestros hijos? 26 27 Los amores en la familia 28 ¿Cómo se ama? ¿Sabemos dejar huellas de amor?, y, si lo sabemos: ¿somos capaces? Se ama de una forma muy concreta, tan concreta que, si no es así, no dejamos ese sentimiento positivo, agradable... En definitiva, el amor no admite sucedáneos, es aquel acto arropado con esos cuatro hábitos mencionados (conocimiento, dominio, tolerancia y búsqueda del bien común) propios de las personas maduras y dialogantes. Por eso, el reto de los padres que quieren tener autoridad es llegar a formar personas que sepan amar y, consecuentemente, dialogar. Los padres no nos casamos con una madurez completa; en el matrimonio o la vida de pareja, es necesario seguir madurando, porque nuestra unión también requiere una continua construcción. Así, a los padres nos sucede como a los guías de montaña, que las primeras ascensiones a picos o travesías, nos llenan de tensión, incertidumbre, dudas sobre si lo haremos bien, si quedarán contentos y tendremos nuevos encargos. Las primeras excursiones tienen aciertos y errores, que se van puliendo con sucesivas travesías, hasta convertirnos en buenos guías. Como todo en la vida, la experiencia ayuda y esta es fruto de la perseverancia. 29 La gestión de los amores La familia es la única institución donde coexisten todos los amores que se pueden dar en la persona, incluso los mal llamados amores. Por ejemplo: el amor conyugal, el amor a Dios, el amor a los hijos, el amor al prójimo o la caridad, amor entre hermanos, a los amigos, a los parientes, amor a los hobbies, a los deportes, la atracción física de mi cónyuge, el amor a uno mismo, a la profesión, a nuestro país... En cualquier institución existen amores, pero ninguna es capaz de cobijarlos a todos, como ocurre en la familia. Todos los amores son buenos, pero no todos son iguales, unos cuestan más que otros, digamos que unos son más puros que otros. Por eso no nos ganaremos la autoridad sobre nuestros hijos si no los capacitamos para que amen con el de mayor pureza; porque una persona madura es la que sabe amar de verdad. Unos padres inteligentes son como un buen cocinero; este sabe que hay un orden para mezclar los ingredientes y, además, que cada ingrediente debe tener unas proporciones respecto a los otros. Los padres siempre aman; pero hay temporadas que se suele abandonar el amor conyugal, que es precisamente el referente de amor que necesitan los hijos para madurar. Pongamos un ejemplo: con el nacimiento de un hijo, o cuando en un período de pocos años hay varios, estos absorben la atención y requieren mucha dedicación. El tiempo del que disponemos es limitado y hay que estar en los quehaceres diarios. Si esta situación se asume conjuntamente y nos vamos recordando que esta dedicación a ellos nos ayuda a crecer en el amor, sabremos hacer paréntesis (ese tiempo para nosotros solos) e ilusionarnos con nuestra relación amorosa; entonces estaremos gestionando correctamente nuestros amores. El problema viene cuando suponemos que nuestro enamoramiento es cosa de la juventud y se mantendrá por sí solo, entonces nuestra gestión de los amores es pobre y su consecuencia es la rutina. Con rutina nunca transmitiremos ilusión y amor verdadero. Recordemos que en la familia también existen los mal llamados amores. Por ejemplo, nuestros hijos deben saber que la atracción a un amigo o amiga no es una relación de amor (que el sexo no es amor); hay que dejarles muy claro lo que no son amores desde que tienen uso de razón. Pero recuerda, aprenden con el ejemplo, por eso se lo transmitiremos desde que son muy pequeños si los padres estamos enamorados. Cuando ven que nos divertimos juntos, que tenemos ilusiones, que compartimos nuestro tiempo, entonces ven que la felicidad y la ilusión provienen de una relación amorosa, no de una satisfacción sexual. Volviendo a nuestro ejemplo del guía de montaña, ¿no es cierto que el guía no 30 deja que cada uno camine a su aire y establece un orden? Coloca detrás de él a los más lentos, para que marquen el paso del grupo; de esta forma no se ledesordena la formación y no se desmotivan los que van más despacio. ¿No reparte el peso de los víveres y material común, según la resistencia de cada caminante? Los guías se preocupan mucho de que los excursionistas no carguen con cosas superfluas que ocasionan un cansancio innecesario. Así, igual que el guía sabe con lo que hay que cargar y con lo que no, los padres también deben transmitir lo que es amor y ayudar a desprenderse de lo que no lo es. Es importante que sigamos profundizando en los amores; al igual que se hace caso al guía de montaña porque tiene claro lo que ha de hacer y qué camino tomar, los padres también debemos tener claro que amores necesita nuestro hijo. Veamos cómo se distinguen. 31 ¿Cómo se diferencian los amores? Un acto de amor lleva implícitas las cuatro actitudes que nombramos al principio: conocimiento, dominio, tolerancia y búsqueda de la verdad. Solo por la intensidad de esas cuatro características se distingue un tipo de amor de otro y necesitamos saber cuáles son los amores de más calidad. Para tener autoridad ayuda mucho tener las ideas claras, por eso creemos importante distinguir los diferentes amores que conviven en una familia. Nuestros hijos ven muy claros los tipos de amores –más que nosotros– porque los relacionan con el grado de compromiso que adquirimos. Así, por ejemplo, se percatan enseguida si nosotros estamos más comprometidos con nuestro trabajo profesional que con la familia; si es así, lo darán por bueno y lo harán suyo. Al contrario, si un hijo se pone enfermo y ve que cambiamos nuestros planes por cuidarle, le demostraremos que lo importante son las personas. En el segundo caso, le transmitiremos un amor de mayor calidad que en el primero. Comparemos en el siguiente cuadro los dos amores que más nos interesan a los padres: el amor de los padres a los hijos y el amor entre los padres (al primero lo llamaremos amor filial y al segundo, conyugal). Este ejercicio lo haremos solo comparando estos dos, pero también se puede realizar con todos los amores, incluso para distinguir lo que es amor de lo que no lo es. AMOR FILIAL AMOR CONYUGAL Conozco Es necesario saber cómo esy lo que necesita. Es necesario llegar a un profundo e íntimo conocimiento. Me domino Hay que sacrificar nuestro tiempo y aficiones para dedicarnos a ellos. Hay que cederles parte de nuestras vidas. No solamente sacrificamos aficiones y apetencias para compartir nuestro tiempo, sino que hay que llegar a dominar necesidades, aunque nos parezcan vitales, para tenernos algunos detalles de respeto y de amor. Tolero Mientras es pequeño, más que tolerante debo ser paciente. Aunque hay muchas ocasiones en que es necesario enfadarse y reñirle. No se puede pretender entender todo lo que concierne a mi cónyuge, hay que aceptar toda su manera de ser: tolerando todo por el bien de ambos. Busco la Busco el bien de mi hijo por Busco el bien de mi cónyuge, de mis hijos y 32 verdad Como vemos, cuanto más intensas son las cuatro características, mayor calidad tiene el amor. Podemos ver cómo el amor conyugal es mucho más exigente que el amor filial, por eso es un amor más verdadero. Así comprendemos por qué es más fácil ejercer de padre o madre que de esposo o esposa. Pero no olvidemos que para, que los hijos alcancen la madurez, tienen que ser capaces de amar con un amor de calidad, como lo exige el amor conyugal. Por eso es tan necesario que los hijos vean a sus padres enamorados, primero, para que tengan un referente de madurez y, en segundo lugar, para que, con el ejemplo de los padres, puedan adquirir esos hábitos (conocer, dominarse, tolerar y buscar el bien común) que permiten amar de verdad. Cuando los hijos se empapan de amor conyugal, no solo lo asumen porque es lo que les damos, sino también porque es muy atractivo ver personas que nunca se encontrarán solas. Las personas que aman nunca están solas y en esto radica la verdadera felicidad. Por eso son personas atractivas. Los niños no aprenden a amar siendo amados, sino por lo atractivo que es ver cómo se quieren sus padres. Los padres que se limitan a amar a sus hijos son paternalmente irresponsables; porque les privan de ese amor maduro. La paternidad responsable pasa – indiscutiblemente– por dar ejemplo de amor conyugal. Pero este amor conyugal, que es la clave para la madurez, también abre otras puertas a nuestros hijos. Aunque no es tema de este texto, mencionaremos brevemente dos beneficios, solamente para tener una idea del gran alcance que puede tener el amor conyugal. Este amor maduro, característico de los adultos, no solo sirve para mantenerse enamorado, también sirve para conocerse a uno mismo. Porque para conocerse y aceptarse es necesario dialogar con uno mismo con el pensamiento. Este conocimiento nos permite tener una conciencia propia y autoestima; solo con este amor conseguimos reflexionar hasta «reprogramarnos» y progresar sin límites. Pero hay más, esta capacidad de diálogo, mediante nuestro pensamiento, nos acerca a nuestro creador, a Dios, y nos permite dialogar con él. El diálogo, como hemos dicho, es un acto amoroso de la persona; y, por el mero hecho de acercarnos amorosamente a Dios, este nos corresponde con su amor; entonces nuestra afectividad se enriquece, pero no con una huella humana, sino divina A partir de aquí podemos adelantar que los padres enamorados, competentes en el amor, son los que poseen autoridad sobre los hijos. 33 en el amor, son los que poseen autoridad sobre los hijos. 34 35 Amores descompensados 36 Los efectos en los hijos Como hemos dicho anteriormente, en la familia se dan todos los amores, pero si no hay una gestión de los mismos, la tarea educativa de los padres es muy difícil, por no decir imposible. En la práctica, los amores que más nos deben preocupar, por decirlo de alguna manera, son dos: el amor entre los padres y el amor a los hijos (salvo los creyentes, que debemos anteponer el amor a Dios). En este capítulo comentaremos cómo influye en los hijos la descompensación de esos dos amores: el amor filial y el conyugal. Para hacer más fácil la explicación, digamos que se pueden dar cuatro efectos sobre los hijos. Estos efectos no los podemos entender como determinantes, pero sí hacia dónde empujamos a nuestros hijos. Los resumimos en el cuadro siguiente antes de comentarlos. AMOR DE LOS PADRES Capacita para dar afecto Padres rutinarios Padres enamorados AMOR A LOS HIJOS Transmite afecto Con deficiencia Hijos Egoístas Con dificultades en su desarrollo personal y de convivencia. Su mundo gira en torno a ellos. Hijos capaces Muy realistas ante la vida, son dialogantes, pero tienen baja motivación. Con abundancia Hijos sobreprotegidos Personas tiránicas, fantasiosas, impacientes e inmaduras, con autoestima irreal. Hijos maduros Gran desarrollo de su potencial personal: tanto intelectual, espiritual, como humano. Captan con avidez las circunstancias del entorno. Dialogan e influyen. 1. Hijos maduros Esta situación es la deseable, la que debemos propiciar en nuestros hijos. Se da en aquellos entornos familiares en que los padres se esfuerzan por aumentar su amor y, por otro lado, saben sacar tiempo para estar con sus hijos. El amor que reciben los hijos tiene un valor inestimable, nada más nacer influye positivamente en su desarrollo, tanto físico como psíquico; posteriormente motivará la incorporación de hábitos y, cuando empiece a razonar, ayudará a desarrollar la 37 inteligencia. El amor de los padres a los hijos, o filial, es como el aire que respiran para su desarrollo; pero los hijos no aprenden a amar con todo ese amor que reciben. Primero, porque el hijo acepta y da por normal lo que recibe de sus padres; y, en segundo lugar, porque el amor a los hijos no es un amor tan maduro como el de los padres enamorados. Por eso el amor a los hijos es una condición necesaria, pero no suficiente para madurar. Pasemos ahora al amor de los padres: aquí tenemos el quid de la cuestión, porque el ejemplo del amor conyugal es el que les da madurez.Puede parecer muy trivial que los hijos, llegada su mayoría de edad, elijan cómo quieren vivir; pero la cruda realidad no es así: cada día es más frecuente que los hijos acaben integrándose donde pueden y no donde quieren, por falta de madurez. Por poner algunos ejemplos extremos, pero ilustrativos: unos acaban en tribus urbanas, otros volviendo a casa de los padres... Los hijos maduros podrán elegir entre diferentes compromisos: el matrimonio, la vida religiosa o el celibato apostólico. Los hijos maduros son personas abiertas al exterior, son capaces de estar pendientes de lo que ocurre en su entorno y ven oportunidades tanto para su propio desarrollo como para los demás. En la conciencia de esos chicos y chicas está el espíritu de sacrificio, que permite luchar para conseguir sus anhelos. Lo más importante, serán tolerantes con las circunstancias de su alrededor y no estarán buscando soluciones irreales, fuera de su alcance natural. Ilustrémoslo con un ejemplo muy corriente: una pareja que, después de irse a vivir juntos, tropiezan con los roces normales de toda convivencia, el chico abierto al exterior sabe que la solución de esos problemas pasa por el diálogo. La persona inmadura pensará que ha tenido mala suerte y que la solución está en buscar otra persona para convivir. En el primer caso, la persona crece en el amor y enriquece su afectividad; en el segundo, se dañan ambas afectividades y causa frustración. Los hijos maduros no solo lo tienen más fácil en el campo afectivo, sino que también tienen más facilidades en el trato con los demás, incluso profesionalmente. En definitiva, son personas muy competentes, más que los que han recibido una gran formación académica pero con poca capacidad de amar. 2. Hijos capaces Unas personas cada día menos frecuentes, pero para entenderlo es necesario comentarlo. La capacidad de amar nos la proporciona el amor de los padres, pero también el de los abuelos, el de los tíos, el de un matrimonio amigo, el de unos vecinos, el de un religioso... y en general todas las personas maduras de nuestro entorno más inmediato. Todos, con su ejemplo, contribuyen a que el niño vaya interiorizando lo que significa amar; pero lo interiorizará más o menos según el cariño que reciba de 38 cada uno. Como es lógico, los padres, por proximidad física y afectiva, conseguirán que su amor cale más que el de los abuelos; y, a su vez, el de estos, más que el de los tíos... para entender esta influencia, imaginemos el caso de un niño que tiene la suerte de vivir en un entorno social con familias que aspiran a estar enamoradas, pero si por alguna circunstancia sus padres faltasen, dejaría de recibir ese cariño o amor procedente de sus padres; no obstante, seguiría viendo amor verdadero en su entorno. Este niño estaría salvado, por decirlo de alguna manera. También hay casos de uniones donde uno de los cónyuges manifiesta una inmadurez insostenible. Cuando uno de los dos padres es un mal ejemplo e imposibilita el desarrollo de los hijos, el cónyuge que se separa por los hijos y permanece fiel al padre o la madre de estos, demuestra gran capacidad de amar y una gran madurez, que será capaz de «salvar» a sus hijos. Estos padres también se ganarán una sólida autoridad sobre sus hijos. Hoy en día se trata de un caso poco frecuente, porque escasea el amor conyugal y son más corrientes los referentes de amor de baja calidad (como el valor que se da a las aficiones o deportes) o a los mal llamados amores (como el consumo y la pasión sexual). Esta realidad tiene que recordarnos la desprotección que sufren los niños en nuestra sociedad y las dificultades que poseen para madurar. 3. Hijos protegidos Esta situación es cada vez más común. Los padres, cada día más, andan agobiados por sacar económicamente la familia adelante; ya no se trata de querer llevar un ritmo de vida alto; vivir con lo justo, con dos sueldos, no es fácil. En general, van cediendo su tiempo a su labor profesional con la expectativa de conseguir mayor estabilidad o mejoría económica. Los padres entregan años de sus vidas a cambio de un bienestar material, y es muy legítimo; pero nuestros hijos necesitan nuestro amor más que ese bienestar. Los años pasan y el matrimonio, en muchos casos, es una relación funcional, rutinaria. ¿Cómo han invertido su tiempo los padres? Trabajando y dándoles cosas no exentas de cariño. Se supone que lo han hecho bien, pero los hijos han crecido sin darse cuenta, pasando a ser unos desconocidos que ya no se comportan de forma obediente: se rebelan. De hecho, reclaman esa falta de amor conyugal de sus padres, tan necesario para madurar. Los hijos, aunque tengan cuerpos de adulto, tienen claros síntomas de inmadurez porque todavía no son capaces de amar por sí mismos. Por eso, estos hijos tienen una gran dependencia de los padres, sobre todo de la madre (aunque lo disimulen). Sin darnos cuenta, estamos empujando a esos chicos a no asumir responsabilidades. Son chicos y chicas que no son capaces de pensar en su futuro, en lo que harán o querrán ser: les falta valentía. Por dicho motivo 39 huyen de la realidad, se refugian en fantasías, no quieren crecer. Se engañan buscando amigos fuera de su entorno, idealizando personas, cuando lo normal es relacionarse con las que tenemos a nuestro lado. Esta situación se puede prolongar incluso en la vida profesional o matrimonial, pensando que la solución a los problemas se encuentra buscando otra empresa o persona. A pesar de la «buena pasta» de la que suelen estar hechos nuestros hijos, los empujamos a la peor combinación: buen chico, incapaz de amar y dialogar. Son dos características que lo frustran: el querer y no poder. Como decía un padre a sus hijos: «en esta vida no se puede ser un buen chico, hay que ser un chico bueno». Refiriéndose a que un buen chico es el que no alcanza la madurez y necesita que lo guíen; sin embargo un chico bueno es el que se integra en la sociedad, participando e influyendo. Otro problema añadido: cuando nuestro hijo no es capaz de empaparse de un amor de calidad, tampoco lo es de amarse: de conocerse, de esforzarse por ser más virtuoso, de tolerarse y aceptarse como es y de buscar un sentido a su vida. La autoestima de estos chicos protegidos es irreal. Los padres creemos que nuestros hijos son tan nuestros que no deseamos ningún tipo de daño para ellos. Sin embargo, no dando a los hijos la oportunidad de conocer el fracaso, limitamos su desarrollo, porque de los errores también se aprende, y mucho. Muchas veces caemos en este error sin darnos cuenta, porque es más cómodo hacer las cosas nosotros que dejarles que se equivoquen y rectifiquen. Por ejemplo, una madre que tiene que llevar a los niños al colegio, va más rápida si los viste ella que si les deja que se vistan ellos con todos los errores que inicialmente suelen cometer, como camisa mal abrochada, zapatos cambiados, calzoncillos al revés. El día que se encuentren que no les hacemos las cosas estarán desconcertados porque no sabrán cómo actuar. Pensar que ya aprenderá sin proporcionarle las pautas necesarias causa en el niño un gran desconcierto que va socavando la autoridad de los padres. Por ejemplo: si el niño pide ayuda, le decimos que ya puede él solo; pero, si no la pide y se equivoca, también le reñimos. En ambos casos causamos frustración en nuestro hijo, si no ha habido un período de aprendizaje. Pero esta sobreprotección suele ir acompañada de la afectiva, con lo cual el daño que ocasionamos en nuestro hijo es mayor. 4. Hijos egoístas En este cuarto caso, cuando fallan esos dos amores estamos en un caso extremo, aunque, desgraciadamente, no infrecuente. Veamos sus consecuencias para saber a dónde no hemos de llevar a nuestros hijos. 40 ¿Qué hace la persona que no recibe ni ve amor? Busca la felicidad en su complacencia. Además, es una persona que tiende a aislarse por su incapacidad al diálogo. Es el prototipo de hombre autónomo que se compromete consigo mismo y no con los de su entorno. Sus compromisos son respecto a sus ambiciones.Actuará para ser el mejor y no para mejorar, porque para él no tienen sentido los demás; el entorno social es un medio para cubrir sus necesidades y ambiciones. Son personas que cualquier descuido de los demás lo interpretan como una ofensa, por ejemplo, si un conocido no les saluda por la calle porque no le ve, se sentirán despreciados. Desde el punto de vista humano, es una persona con dificultades para el crecimiento personal. 41 La huella de los padres Viendo la huella que los padres dejamos en nuestros hijos, fácilmente podemos entender el verdadero significado de la paternidad responsable. Esta va mucho más allá de dar los bienes materiales necesarios para nuestros hijos; reclama, por encima de todo, dar una afectividad completa que les permita alcanzar la madurez lo antes posible. Los padres deberíamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿cómo sería el mundo con personas que no dialogan y que cada una actúa en torno a sí misma? Veamos un ejemplo corriente: aquel niño pequeño que sus padres le retiraban el plato cuando no quería comer más o no le gustaba, no insistían en que se esforzara por comer de todo. Cuando ya caminaba, al pasar por una tienda de chuches, si pedía una, se la compraban. Ya en el colegio, cuando aparecía una nueva moda, «canicas», «yo-yos»... la llevaba en la mochila. Con los años, tenía una asignación semanal para poder ir a comprar sus caprichos cuando quisiera. Más tarde llegó la moda de ir en patinete y tuvo uno. Luego, un teléfono móvil, a cargo de los padres. Inevitablemente, llegó la adolescencia y le gustó una compañera de clase, con la que salía a todas horas. Descubrieron lo apetecible que son los besos y caricias, ¿cómo iba a entender que tenía que privarse de algo agradable, si nunca se le negó nada apetecible? Así, ambos iban a las discotecas de tardes. No pasaron muchos meses, y con catorce años, se plantearon tener relaciones sexuales completas. Antes de los quince años estaban desencantados y cortaron. Imaginemos qué sucedería si a ese mismo niño le hubieran insistido en acabarse el plato de comida o al menos que hiciese un esfuerzo y se tomase tres cucharadas más, y lo mismo con los platos que no le gustaban. Cuando lo llevaban por la calle o de compras con su madre, no le compraban ninguna «chuche», explicándole que ya las comería en las fiestas y que entonces no «tocaba». Cuando el niño pedía unas canicas u otro juego de moda, los padres le decían que tenía más hermanos y no podían comprar para todos. Con la escasa semanada que recibía lo educaron para guardarla y utilizar los ahorros cuando fuese necesario, porque el dinero no está para satisfacer caprichos, sino para cubrir necesidades. El teléfono móvil no lo tuvo hasta que estuvo más que justificada su utilización, el último en tenerlo en su clase. Llegada la adolescencia salía con un grupo de amigos, que, a instancias de los padres, organizaban encuentros y fiestas en sus casas. Dentro de este grupo le gustó una chica; pasado un tiempo, como se gustaban mucho, decidieron salir solos a pasear. A estos chicos les será más fácil demostrarse su amor. Podrán pensar: «me quiere más por lo que soy que por mi cuerpo». Seguirán madurando y creciendo en el diálogo: podrán elegir con libertad. 42 Con estos dos casos podríamos entender por qué hoy en día las chicas están más expuestas a desengaños afectivos que los chicos. Ellas maduran antes que ellos; en las primeras relaciones ya se plantean un compromiso afectivo y, por el contrario, los chicos, un plan. Si, además, llegan a tener relaciones sexuales completas, las chicas entregan su intimidad y para los chicos –por su inmadurez– es solo una experiencia placentera. Debido a la inmadurez o ausencia de diálogo, es normal que estas relaciones no perduren y las adolescentes acaben siendo víctimas de un fuerte desengaño afectivo. Hemos de tener en cuenta que las relaciones sexuales sin estas características de amor y diálogo (conocimiento, dominio, tolerancia y búsqueda del bien común) cortan el proceso de maduración de la persona. Los padres sabemos lo bueno que es aconsejarles que preserven su intimidad porque promueve el diálogo y, por lo tanto, la madurez. Este consejo, por anticuado que parezca, nunca nos lo echarán en cara, más bien nos lo agradecerán con el tiempo y reforzará nuestra autoridad. Necesitamos querer y sentirnos queridos como el aire que respiramos; pero el drama al que asistimos hoy en día es la falta de educación para amar, porque confundimos los amores. Nuestros hijos necesitan que les digamos que «no» a los no amores o caprichos. Si los padres sabemos darles esta educación, los hijos tarde o temprano nos lo agradecerán; pero, al margen de cuándo nos lo reconozcan, la autoridad la tendremos siempre porque somos sus guías. 43 A modo de resumen y para tener muy en cuenta Sin el ejemplo de amor de los padres, los hijos no aprenden a amar; por eso el amor entre los padres es condición necesaria para madurar. ¿Tengo en cuenta que la atracción sexual no es amor? La sexualidad es un lenguaje (un medio) que me permite dialogar con mi pareja y aumentar nuestro amor. Los padres enamorados no son los que viven de la pasión, son los que, con el progreso de su amor, viven apasionados. Solo progresamos en el amor cuando somos capaces de entregarnos a nuestro cónyuge y dejamos de pensar en nosotros mismos. Solo mediante el amor podemos enriquecer la afectividad, la nuestra y la de nuestros hijos. La tolerancia es necesaria para dialogar y progresar en el amor. Los padres abiertos a la vida son tolerantes y, en consecuencia, tolerantes con su pareja, con sus hijos adolescentes, con sus amigos... Los héroes de hoy en día son aquellos padres que sacan tiempo para dialogar con su cónyuge y con sus hijos: en definitiva, se la juegan para conseguir tiempo para su proyecto familiar. 44 Ideas para transmitir amor a los hijos Simplemente citamos actitudes de los padres que ayudan a que nuestros hijos perciban amor y, consecuentemente, ese afecto tan necesario para estimularlos. Pero no perdamos de vista que lo que más valorarán es nuestro tiempo. Nuestro tiempo es nuestra vida; cuando me ocupo de él, le entrego una parte de mí. Díselo, parece una tontería, pero lo espera: dile que le quieres. Intenta informarte de sus cosas, si resulta esquivo: ¡insiste! Cuando son pequeños, se resisten porque quieren ver que estás por ellos y, cuando son adolescentes, porque saben que eso no te va a gustar. Cuando viene a decirte algo, por ejemplo, a enseñarte un dibujo, no retrases ese momento, deja lo que haces y atiéndele. Pero, ¡ojo!, son tan listos que llegan a conocerte y suelen enseñarte cosas cuando hay que trabajar; entonces, posponlo, pero explicándole que ahora toca trabajar y luego lo veréis. Si sistemáticamente pospones sus reclamos, acaban aislándose, se hacen insolidarios. Guárdate de castigar a tu hijo si es de buena pasta o no hay malicia en lo que ha hecho. En la educación para el amor, el castigo no procede de la autoridad, las sanciones son naturales. Razona con él todo lo que acontezca y sea disonante con vuestra cultura familiar desde que empieza a hablar. No le pidas algo que tú no suelas hacer a menudo. Reconoce lo que te sale mal y pide perdón, él hará lo mismo. No le recrimines algo sin asegurarte de que él sabe que está mal; domínate porque muchas veces no saben lo que está bien y lo que está mal; prueban cosas para aprender. Ante una reprimenda nunca compares a tu hijo con sus hermanos, ni siquiera con otro niño, le estamos diciendo que es un fracasado, y le hacemos sufrir. Cuando lo halagues, tampoco lo compares con otro hermano, pues desvaloras a este otro. No trates igual a las chicas y a los chicos, son diferentes y crearás un sentido de inferioridad en ellas. No des órdenes, y menos gritando, razona lo que hay que hacer, pídeselo. Pídele muchas cosas y déjale hacer, con los errores también se aprende. Aprovecha esos errores para acercarte a él, y, cuando sea mayor, acudirá a pedirte consejo. Cumple tus promesas; si no, lohaces inseguro y, además, pierdes autoridad. Un niño inseguro acaba siendo agresivo. Ni una mentira, afrontar lo que tenga que venir, no salgas al paso: te desautorizas. Por supuesto, no insultes. Si recibe insultos acaba aprendiendo a ofender. 45 Cuando haga algo bien hecho, felicítale, dale un beso, recréate con él; pero no lo motives con caprichos o regalos materiales. Así lo estimularás más, se valorará a sí mismo y crecerá su autoestima. Respeta sus cosas. Procura que entre los hermanos se pidan permiso antes de coger algo que no es suyo. Deja claro lo que es de cada uno. Nunca le compres cosas para compensar el tiempo que no le dedicas y que podría ser para él. No regales sin medida, que sea lo más justo porque un regalo es una manifestación de amor, un medio o un canal para dar afecto. Un regalo debe transmitir el tiempo que has dedicado a pensar y preocuparte por él. Interésate por lo que hace, por insignificante que te parezca, sin prisas; es una ocasión para crear un ambiente relajado y este facilita que te abra su corazón. Cuando te dirijas a él, mírale a los ojos, no seas brusco, trata de pensar solo en él y despójate de tus preocupaciones. Ponte a su altura física. 46 Para enamorarse a cualquier edad Repetimos: si te recomendamos dedicar tiempo a tu hijo, a tu cónyuge, todavía más. Si por tu hijo debes sacrificar tus tendencias, cansancios, temores; con tu cónyuge o pareja, aún más. Recuérdalo: el amor conyugal es un amor más maduro que el amor a los hijos, y tu hijo lo necesita como referente de madurez. Por eso te damos, a continuación, una idea principal y algunos trucos. El vínculo más eficaz para permanecer unidos es la sexualidad y afectividad; los demás: hijos, objetivos en común... ayudan, pero la base está en una sexualidad y afectividad gozosas. Esta solo se alcanza dialogando con los cuerpos, teniendo presente esas cuatro características en todas nuestras relaciones. Algunos trucos: Hemos de poner todos los medios para que nuestro tiempo juntos vaya a más, debemos empeñarnos en compartir nuestro tiempo; porque la cantidad de tiempo que nos dedicamos es un «termómetro» de cómo va nuestro amor; si aumenta o disminuye. Ser muy fiel a esos espacios de tiempo que nos dedicamos. Por ejemplo, si quedamos para salir tal día juntos, sin niños, esa cita es inamovible. Tengamos en cuenta que el ser humano funciona por ciclos, hay períodos de descanso, de actividad, para alimentarse... hay que procurar escoger los mejores momentos para nosotros. Es un caso real, el de unos esposos sencillos, que también rezumaban amor al verlos juntos; ella era muy dormilona y después de cenar irremediablemente se dormía. Como, además, tenían unos cuantos hijos, los fines de semana no tenían tiempo para ellos mismos; así que se dieron cuenta de que sus mejores momentos eran las mañanas. Tanto les valía estar juntos, que el marido se buscó un trabajo con un turno de tarde-noche, para disfrutar y aprovechar mejor el tiempo con su mujer. Quizá, un tanto exagerado, pero real. O también, esa pareja de recién casados que iban juntos en transporte público, dando uno de ellos un poco de rodeo, pero, al fin y al cabo, juntos. La intimidad une, y esta solo se gana dialogando con todos los lenguajes, en especial, con el lenguaje de los cuerpos o sexualidad. Recordamos una pareja de edad muy avanzada que permanecía enamorada y, pese a sus años, daba gusto verlos. Cuando enviudó el marido, le preguntaron: ¿Cómo lo habéis hecho para estar siempre tan bien? A lo que él contestó: cuando éramos novios hicimos un pacto: «nunca hablaremos mal de nuestros padres y nunca hablaremos de nuestras conversaciones con terceros». Seguramente hicieron más cosas para permanecer enamorados, pero qué importante es preservar la 47 intimidad. Hay que aumentar continuamente el conocimiento del otro: ¿averiguo cómo quiere ser amado mi cónyuge? Conocimos una esposa que se apuntaba en la agenda cosas que le gustaban a su marido; de esta forma, cuando quería tener un detalle con él, echaba mano de la lista. No es ninguna tontería, muchas veces se nos ocurren cosas cuando no es el momento y, llegado este, no nos acordamos de nada. Solo mediante el diálogo puedo aumentar el conocimiento de mi pareja, un conocimiento que aspira a una profunda intimidad. Por ejemplo, si entre los dos llegamos a conocer los días fecundos, con un poco de dominio de nosotros mismos, seremos auténticos dueños de nuestro proyecto familiar. Perseverar en tener detalles cada día con mi cónyuge o pareja, empezando por detalles simplemente de educación. Si procuro no caer en esa confianza que lleva a la dejadez, no deterioraré las relaciones con mi pareja. ¿Me doy cuenta de que a veces somos más atentos con los invitados que con nuestro cónyuge? ¿Me ejercito en privarme de cosas que hacen la vida más agradable a mi cónyuge? Había una vez un marido que cada noche se ejercitaba en recordar qué detalles había tenido con su esposa y se proponía alguno más para el día siguiente; puede parecer una cursilada, pero así cultivaba una conciencia amorosa. Los roces con mi cónyuge e imprevistos son los que me permiten ser tolerante y aumentar mi amor. La tolerancia es respetar y aceptar las reacciones que puedo provocar en mi cónyuge, especialmente las inesperadas. Me debe ilusionar, en todo momento, que el amor a mi cónyuge, además de llevarme a la felicidad, es una responsabilidad ante mis hijos y la sociedad. De nosotros depende que cada vez haya más ciudadanos maduros y felices. El amor requiere perseverancia, empeño, es aliado del tiempo; pero además Dios es el mejor cómplice, porque Él es amor. 48 49 Intimidad 50 Importancia de la intimidad Es necesario que dediquemos un capítulo a la intimidad porque está muy relacionada con el destino al que hemos de llevar a nuestros hijos. Para ser buenos guías, los hemos de llevar a la felicidad. Dijimos al principio que la felicidad se conseguía viviendo armoniosamente en sociedad; dicho de otro modo, hemos de conseguir que nuestros hijos no estén solos. Solo los preservaremos de la soledad enseñándoles a dialogar. La persona que maneja las cuatro actitudes del amor (conocimiento, dominio, tolerancia y búsqueda del bien común) dialoga y el diálogo, a su vez, nos hace íntimos. La intimidad nos aleja de la soledad y nos hace felices. Fomentar un ambiente íntimo en la familia ayuda a progresar en el diálogo. La intimidad nos permite identificarnos por lo que somos y no por lo que tenemos; nos permite no ser un número más. Una intimidad rica y profunda permitirá a nuestros hijos no obsesionarse por seguir las modas. La obsesión por ir a la moda, por lucir marcas... es un indicio de falta de diálogo y miedo a la soledad en los adolescentes. La dependencia que llegan a tener algunos de las modas es un mecanismo para sentirse integrado en un grupo. 51 ¿Qué entendemos por intimidad? Veamos la intimidad como algo que invade todo nuestro ser, por eso abarca las tres áreas de la persona (intelectual, humana y religiosa). La intimidad incluye los pensamientos, recuerdos, conciencia; abarca todo el conjunto de afectos, sentimientos, gustos, hábitos... pero también incluye las partes de nuestro cuerpo que queremos reservar; en nuestra intimidad está también la experiencia religiosa. Por eso, la intimidad nos da identidad, nos imprime carácter y nos da personalidad. Todo ese conjunto de pensamientos, afectos, sentimientos... son como esos »ladrillos» que configuran un edificio y le dan una forma determinada. Por ejemplo, no es lo mismo identificar una casa por el orden que ocupa en la calle, que por sus características. No es lo mismo decir: «vivo en tal número» o decir: «vivo en la casa de tejado de pizarra». La identidad es necesaria para que seamos reconocidos y podamos dialogar; es la condición necesaria –aunque no suficiente– para alcanzar la madurez. Así, llegada la adolescencia, los chicos con intimidad o vida interior no tendrán dificultades para desenvolverse como adultos. 52 ¿Cuáles son los «ladrillos»?La intimidad está constituida por ese conjunto de «ladrillos» que dan identidad y que facilitan amar y ser amado. Enumeremos a modo de ejemplo algunos, porque todos los hábitos amorosos fomentan la intimidad: Las vivencias llenas de afecto, las vivencias familiares. Por ejemplo, esos viajes que hacemos en vacaciones toda la familia. Hay cantidad de anécdotas de viajes de padres con sus hijos que hacen que un viaje, aunque fue un fracaso organizativo, fue el viaje más divertido y recordado por todos. Todos aquellos referentes, pautas y costumbres propias que recibimos de nuestra familia. Por ejemplo, el modo de poner la mesa, el tipo de vacaciones... Aquellos recuerdos que son gozosos. Por ejemplo, los éxitos fruto del esfuerzo personal. Las buenas obras que hacemos, aunque no nos las agradezcan. El conocimiento de uno mismo y aceptarnos como somos, que nos proporciona autoestima. Una tarea difícil, que solo es posible cuando se tiene capacidad de diálogo, cuando alcanzamos cierta madurez. Los cuatro hábitos necesarios para amar (para dialogar) que van configurando una personalidad y una conciencia dialogante. Por excelencia, la Fe: sentirse criatura de un creador que nos ama. 53 La intimidad es algo vivo Como hemos dicho antes, la intimidad es necesaria para dialogar y, a su vez, el diálogo nos hace íntimos. Démosles capacidad de diálogo y harán crecer ese depósito de intimidad que recibieron mientras fueron niños. No esperemos que solo dando un depósito de intimidad a nuestros hijos alcancen la madurez, es necesario que sepan guardarla y alimentarla. Sería semejante a darles un coche con el depósito de gasolina lleno, inicialmente podrán circular, pero, si no lo rellenan, se quedarán parados. Cuando le damos algo a otra persona, dejamos de tenerlo; pues con la intimidad pasa lo mismo. Cuando las personas no tenemos cuidado, sin darnos cuenta podemos ir perdiendo intimidad. Por ejemplo, enseñar partes del cuerpo que reservamos para la persona de nuestra vida. Otro ejemplo: hablar más de la cuenta descubriendo aquellas cosas que nos confió alguien o divulgar algo que podría molestar. Hemos de partir de la base de que una persona íntima es como un buen administrador, que no solo reparte lo justo, sino que también sabe aumentar sus bienes. El crecimiento de nuestra intimidad depende de ese afecto que damos cuando amamos. Por eso tenemos que conseguir que nuestros hijos aprendan a amar con el amor de mayor pureza. Los padres que ignoran esta faceta de la educación por no estar de moda o por considerarlo «carca» lo tendrán más difícil. El problema de la intimidad es que nunca se lo podremos inculcar como quien explica una lección de historia o de matemáticas, requiere vivir un ambiente íntimo. 54 Ideas para fomentar la intimidad Amabilidad entre todos los miembros de la familia. Procura que en tu casa nadie avasalle a nadie, que haya una cultura del respeto. Se debe llamar a la puerta antes de entrar en cualquier habitación; no abrir los cajones de otro, mucho menos hurgar en ellos; pedir permiso cuando se quiere coger algo que no es tuyo... Los padres no tenemos derecho ni posibilidades de entrar en la intimidad de nuestros hijos. Cuidado: cuando se van haciendo mayores empiezan a guardar cachivaches, pequeños tesoros, procura que tengan un sitio para guardarlos y no se los tires, ni mucho menos dejes que otro hermano juegue con ellos... estas cosas van conformando su identidad. Hay que respetarla. Buena educación, parece como si ser cortés y atento no esté de moda. No hagas caso, los buenos modales entre todos los miembros de la familia ayudan a crear un clima de intimidad y facilitan el diálogo. Lo que sucede es que se necesita una buena dosis de dominio de uno mismo, que tampoco está de moda. Conocimos un padre, profesionalmente vinculado a la ganadería, que llevaba a sus hijos a ver rebaños de animales en granjas de engorde. El padre les preguntaba: «¿Os gustaría vivir así?». Sus hijos le contestaban: «Así, nunca». A lo que respondía el padre: «Pues hagamos lo contrario que los animales». Nos decía ese padre: prueba esta experiencia con tus hijos y haz una lista de las cosas que hacen los animales y ponlas en positivo, te sorprenderá la cantidad de normas de educación y cortesía que obtendrás. Explícales que la intimidad es todo su ser, por lo tanto, solamente la pueden dar a cambio de un compromiso de por vida. Te cambio todo por todo. No se puede cambiar todo, a cambio de algo pasajero, es un mal negocio. ¿Le cambiarías a un hermano todos tus juguetes por que te preste uno un rato? Fomenta el recato: su habitación, un vestuario... son lugares para cambiarse, pero no improvisar otros según las circunstancias. Lo mismo, para hacer sus necesidades, desde pequeñitos, hay que aguantarse e ir a los aseos. Lo mismo para comer y beber, no se come fuera del comedor o de la cocina ni en la calle... hay que controlarse. Inculca a tus hijos que un amigo es alguien que sabe mucho de ti y le gustas como eres. Te irá muy bien y, cuando sean adolescentes, sobre todo a tus hijas, les podrás decir: «¿A ese chico le gustas por lo que eres o por lo que tienes?; porque tú, hija mía, tienes un cuerpecito muy atractivo». Y podrás añadir: «Que te demuestre que le gustas por lo que eres y no por tu cuerpo». Piensa que, si desde pequeños los has acostumbrado a aguantarse en los caprichos, lo verán razonable y te tendrán en cuenta, tendrás autoridad. 55 Si sois creyentes, no os cortéis, enseñadles a rezar con recogimiento y tranquilidad. La vida de piedad es beneficiosa para la persona, fomentádsela desde muy pequeños. Y, como antes, todas las que se os puedan ocurrir. 56 57 ¿Cómo darles lo que necesitan? 58 59 El proyecto familiar 60 Cinco motivos para tener un proyecto familiar Una pareja enamorada siempre tiene ilusiones; un proyecto de vida en una pareja enamorada es algo natural, surge sin planteárselo; pero en la vida real cuesta estar siempre enamorado y por eso podríamos dar cinco motivos de tipo práctico que justifican la necesidad de definir un proyecto familiar propio, que es la mejor manera de transmitir ese amor e intimidad que necesitan nuestros hijos. Sucede en nuestras vidas que el crecimiento de nuestro amor conyugal no suele ser continuo; es un conjunto de etapas. Encontramos temporadas de mucha ilusión, otras de rutina y otras de desencanto; lo importante es que en su conjunto crezca. Es como la marea en una playa: aparece una ola que inunda la parte más próxima al mar y luego desaparece. Se sucede otra y lo mismo. Si somos impacientes, nos parece imposible que esa playa extensa llegue a inundarse. Sin embargo, si esperamos, cada ola, con su ida y retroceso, deja un pequeño avance; al final, la playa queda anegada por el mar. Cuando perseveramos y creemos en nuestro amor, pasa lo mismo, al final nuestras vidas también quedan anegadas por el amor. Así es el amor maduro, aliado de la esperanza y de la perseverancia. Entre las ilusiones y desencantos, es necesario tener un proyecto familiar que nos invita a mantener la esperanza y perseverar. En segundo lugar, porque no podemos estar pendientes de los centenares de hábitos que necesitan nuestros hijos; no puedo irme a dormir y pensar: «les he enseñado esto, lo otro», «¿he transmitido espíritu de sacrificio?», «¿me habrán visto tolerante?»... Necesitamos prefijarnos un estilo de vida para que cada día, llegada la noche, tengamos la tranquilidad de que, por el mero hecho de vivir de esa manera, lo estamos haciendo bien. El proyecto familiar es un marco de trabajo. Podríamos continuar con el tercer motivo: hemos de ver el proyecto familiar como un indicador de la fidelidad que nos tenemos. No podemos pensar que la fidelidad matrimonial se ciñe a no cometer torpezas, dando pie a enamorarnos de otra persona. Empieza por ser fiel al estilo de vida que nos hemos propuesto, y a los primeros síntomas de infidelidad debe corregirse. Aunque el proyecto puede ir cambiando con el tiempo, como más lo definamos desde el principio,más indicadores tendremos de nuestra fidelidad y más confianza tendremos uno en el otro. Por ejemplo, nos hemos de plantear cómo invertiremos nuestro tiempo libre, cuánto tiempo nos queremos dedicar, la importancia de nuestras carreras profesionales, el papel que jugarán nuestros padres en nuestras vidas... Pasando al cuarto, coincidimos muchos padres en que cuanta más ilusión existe en el proyecto familiar, más dificultades encuentra. Tiene su explicación: pensemos en la familia más amplia: suegras, padres, hermanos, amigos íntimos... toda esta 61 parentela representa nuestro anterior modo de vida. Toda esa familia extensa no es que se quiera oponer; de buena voluntad, quieren que continuemos con la vida que llevábamos: nos quieren retener porque nos quieren. Hay que comprender que no se dan cuenta de que el nuevo matrimonio tiene nuevos caminos y nuevos anhelos: su amor. Un proyecto familiar nos ayuda a recordar que lo que convenía antes no conviene ahora, porque el amor es dinámico. Veamos esta historia: llega el fin de semana y una pareja de recién casados deciden pasar el sábado ellos solos. Se levantan, se preparan un desayuno cargados de detalles y sin prisas. Se arreglan y, juntos, se van al mercado a comprar todo lo necesario para preparar una paella. Una vez en casa, mientras preparan la paella y toman el aperitivo, suena el teléfono. Es la madre de él. Le propone que vayan a comer a su casa, porque hace mucho tiempo que no les ve y les añora. Él se compadece de su madre, piensa que a su esposa la tiene todos los días y a su madre, no. Le pregunta a su esposa: —¿Por qué no vamos a casa de mi madre y dejamos la paella para mañana?... Esta historia no debería seguir ese camino, él debe ser más fiel a ese plan con su esposa y podría contestar a su madre: —¡Huy! Tenemos un compromiso muy importante... Apresuradamente, la madre pregunta: —¿Con quién? El hijo rápidamente le contesta: «¡Ahora no puedo contarte! Quedamos para otro día..., te vuelvo a llamar, un beso». De esta manera, el marido está demostrando a su mujer que su relación es más importante que el amor a sus padres. Al no dejarse llevar por ese cariño está generando confianza. El quinto y último motivo, el más importante, es porque en un proyecto familiar propio se crean muchas y variadas oportunidades educativas. Este aspecto lo trataremos más adelante. Para hacernos una idea, definir nuestro proyecto familiar nos obliga no solo a no depender de nuestra familia más amplia, sino a no dejarnos llevar por las modas o corrientes en boga. Los hijos tienen que notar que los padres mantienen posturas inconformistas, son críticos y buscan lo mejor. Mantener un espíritu crítico debe formar parte del estilo familiar, porque es una de las cuatro características del amor: buscar el bien común y la verdad. Este inconformismo también se demuestra con pequeñas costumbres domésticas. Por ejemplo, en vez de dejarse llevar por la comodidad de acabar el fin de semana cenando bocadillos en la cocina, presos del «síndrome del lunes», ¿no es mejor sobreponerse y cenar sentados en la mesa con ambiente festivo, con calma y facilitando el diálogo familiar? Es un pequeño detalle con el que les demostramos 62 que no nos dejamos llevar por las preocupaciones: la familia es más importante. Sigamos con nuestro ejemplo del guía de montaña. Los guías, sobre todo al principio, suelen tener un plan de ruta muy estudiado, porque no son infrecuentes las contrariedades. Simplemente, una niebla matutina dificulta mantener las primeras orientaciones; un deslizamiento borra un pequeño tramo del camino; un viento fuerte no te deja concentrarte y es una continua carga psicológica; la indisposición de un excursionista retrasa la marcha y rompe el horario..., pero siempre hay que continuar. Ante una contrariedad, lo mejor es continuar, aunque lleguemos tarde al lugar previsto en el plan. Si queremos ser unos buenos guías de nuestros hijos, también debemos tener un plan de ruta y ser fieles a dicho plan. 63 ¿Cómo debe ser el proyecto familiar? Un proyecto familiar amoroso es perseverante, coherente, completo y atractivo. Pensemos que, además, posee una dificultad añadida: se lleva a cabo por dos personas, la madre y el padre. Esta característica es de vital importancia ya que no es una persona, sino dos las que deben transmitir lo mismo y al unísono. 1. Perseverante: No hay paradas ni períodos de descanso, no podemos estar cambiando de idea con el tiempo o según las circunstancias. El proyecto debe ser flexible hasta cierto punto: hasta que no cause desconcierto en los hijos. Un proyecto familiar es el mejor referente y los referentes son necesarios para que los niños puedan progresar y adquirir seguridad en sí mismos. 2. Coherente: Se transmite con el ejemplo y con muy pocas palabras, actuando en consecuencia. No puede imperar el capricho o lo que es más cómodo en ese momento, ni estar sujeto a las modas. Por ejemplo, es importante la coherencia entre familia, colegio y amigos. Recordemos que causa un gran desánimo y desmotivación en nuestros hijos el que los padres no estén de acuerdo con el colegio; porque les estás dando dos caminos diferentes a seguir cuando todavía no tienen la capacidad para decidirse por uno de ellos. En estos casos acabarán eligiendo el que aparentemente es más atractivo, sin que necesariamente sea el más conveniente. Ocurre que, si los padres critican o hablan mal del colegio o profesores delante de los hijos, ocasionan desconcierto en ellos y causan inseguridad en el niño. En esta situación, conocemos varios casos de niños que tenían un rendimiento escolar mediocre o insuficiente y, cuando los padres decidieron cambiarlos de colegio buscando coherencia, el rendimiento académico de los niños subió espectacularmente, aunque este no fuera el objetivo principal buscado por los padres. Ahora, solo tienen un referente: el que reciben de sus padres, que, además, está reforzado por el colegio. Es importante tener en cuenta que podemos contar con la colaboración de instituciones, como el colegio, actividades del ayuntamiento, la parroquia, etc., pero nunca se nos ocurra pensar que lo harán por nosotros. Por ejemplo, en el área espiritual, si no hay una vida de piedad en casa, no pensemos que por llevarlos a catequesis o a un colegio religioso cubriremos esa área correctamente. 3. Completo: Hay tres aspectos básicos en la persona que los padres no podemos olvidar: el intelectual, el humano y el espiritual. Normalmente nos 64 centramos en el aspecto intelectual o académico, por la obligatoriedad de escolarizar a los hijos, pero igual o más importantes son los otros dos aspectos. No podemos obviarlos, por mucho que queramos, o que lo nieguen las corrientes sociales de moda; los padres cada vez estamos más convencidos de que no podemos taparnos los ojos ante las necesidades reales que hay en nuestros hijos. En cuanto al aspecto humano, se desarrolla principalmente en la familia, por eso no podemos menospreciar todo ese conjunto de costumbres familiares, maneras de hacer, de comportarse, que no recibirán en ningún colegio ni otra institución. Esta cultura familiar solo puede salir del tiempo que dediquen los padres a estar con sus hijos y así ellos se van empapando de esas peculiaridades propias de su familia. ¡Qué gran recuerdo guardan los niños de esas cosas que caracterizan a su familia! Y qué orgullosos se les ve cuando cuentan estos detalles a sus amigos u otros familiares. No podemos omitir la dimensión religiosa de la persona, porque se nace con ella. Un proyecto familiar que da la espalda a Dios es incompleto y, con el tiempo, los hijos buscarán completarlo con más o menos acierto, dando palos de ciego; por lo tanto, la dimensión religiosa debe estar. Si los padres dejamos huecos o vacíos, los rellenará el entorno; cuando los hijos empiecen a tener conciencia de sí mismos, lanzarán una legítima reclamación en forma de rebeldía y desobediencia. Esta rebeldía es una consecuencia del desasosiego que causa tener que rellenarestos huecos por sí mismos. Es un error pensar que el aspecto religioso ya lo trataremos cuando sean mayores o ya decidirá él lo que quiera hacer. ¿Nos plantearíamos no enseñar a leer a nuestro hijo, y decirle: «cuando seas mayor, tú decidirás»? Sería cerrarle posibilidades, pues en el aspecto religioso pasa lo mismo. No nos conformemos con enseñarles algunas oraciones. Los niños tienen una gran sintonía para dialogar con Dios, más que los adultos. Están acostumbrados a aceptar las cosas y creer en ellas. Sin embargo, los adultos no queremos aceptarlas si no las entendemos, y esta actitud limita nuestra capacidad de diálogo. Así, los niños son más tolerantes que los adultos, y esta capacidad hay que aprovecharla. Con las primeras manifestaciones de uso de razón hay que empujarlos al trato con Dios, sin dejar aquellas oraciones que desde pequeños recitaban mecánicamente. Los resultados que da son buenos, y repercute también en el área intelectual y humana, unas refuerzan a otras, porque todas contribuyen a la maduración de la persona. Como hemos dicho antes, estas tres áreas se refuerzan entre sí. Por ejemplo, el área académica fomenta hábitos para profundizar en el conocimiento, la primera de las cuatro características del amor (conocimiento). El aspecto humano fomenta los 65 hábitos de dominio de uno mismo y de tolerancia, segunda y tercera características del amor. Por último, tenemos el aspecto religioso, que proporcionará un hábito de búsqueda del bien. Démonos cuenta de que, fomentando estos tres aspectos de la persona, propiciamos una persona amorosa y dialogante. 4. Atractivo: Para hacer el proyecto familiar atractivo hay que fomentar aficiones comunes (contando con ellos desde que son pequeños), de forma que todos sientan que forman parte de él. Cuando les pedimos su opinión en pequeños detalles se sienten cooperadores del proyecto; si les damos pequeños encargos, se sienten miembros activos y desarrollan su propio rol. De esta forma no son sujetos pasivos en la familia que cumplen obligaciones y, tarde o temprano, querrán librarse de ellas. Se encuentran a gusto, queridos, seguros... Se identifican con un proyecto familiar que posee identidad propia, se sienten parte de algo que vale la pena defender. Por ejemplo, promover que los hijos se pongan de acuerdo para catalogar los menús y postres oficiales de la familia; o aquellos padres que deciden hacer un exlibris y organizan un concurso entre los hijos para elegir el más adecuado; o un «logo» para las camisetas de verano; o esos padres que con el tiempo iban organizando una maleta de «picnic», los hijos estaban tan orgullosos de ella, que comentaban a sus amigos que sus padres no necesitaban ir a los restaurantes porque se podían llevar la comida de casa cuando salían de viaje. Cuando los padres luchamos así, por un proyecto familiar, sin darnos cuenta les estamos transmitiendo afecto. Todo este ambiente que se crea ayuda a que los hijos tengan referentes claros, les ayuda a adquirir seguridad. Además estamos enseñando con el ejemplo y no son necesarios los discursos. Se da el caso de que, cuando a un hijo le apetece hacer cierta actividad, no hace falta llegar a consultarlo a los padres, porque sus hermanos ya le hacen ver que esta actividad no está de acuerdo con el proyecto familiar. Conocemos un caso concreto de un niño que se ilusionó con unas actividades del ayuntamiento y fueron sus hermanos mayores (preadolescentes) los que le disuadieron de que no lo planteara a sus padres porque no iba con la familia. No solo ayudaron a sus padres, sino que demostraron tener criterio. Lo divertido del caso es que, de este hecho, los padres no se llegaron a enterar hasta años más tarde. Volviendo a nuestro guía, no puede dejar la travesía a mitad, hacer unas vacaciones y volver: tiene que llegar hasta el final, aunque esté cansado; ni cuando falta poco para llegar a la cumbre deja al grupo, y les dice que sigan ellos solos, porque no tiene pérdida. Puede haber un imprevisto (niebla, viento fuerte...) que desoriente a los excursionistas, y estos siempre necesitan tener al lado al experto. 66 Un proyecto familiar genera oportunidades educativas Pero, en definitiva, para que nuestro hijo consolide toda esta educación, debe sentir impresa la huella de sus padres que le proporciona seguridad y, sobre todo: una identidad. Lo deseable para nuestro hijo es que tenga una gran cantidad y calidad de recuerdos, que dependen del proyecto familiar. Pongamos un ejemplo: llegado el sábado, después de una semana de trabajo, una madre y un padre van con sus dos hijos a hacer la compra al centro comercial; luego llegan a casa, lo descargan todo y lo ordenan. Después de comer ponen una película para verla juntos; los padres se duermen, porque están cansados de toda la semana. A media tarde, se van a pasear al centro comercial, la madre compra algunas cosas y juntos cenan unos «frankfurt» en el mismo centro; regresan a casa, ponen la tele y luego se van a dormir. Veamos otro ejemplo: llegado el sábado, los padres se levantan, preparan el desayuno, despiertan a los niños y, mientras desayunan, les explican el plan del día. Luego, el padre con los niños se va en «metro» a una tienda del puerto a comprar cebos vivos y unos pertrechos que tiene que reponer en su equipo de pesca porque, al atardecer, se irán a pescar a la playa. Dan un pequeño paseo por el puerto para ver unas barcas de pesca y les enseña que también se puede pescar con red. Cuando están llegando, antes de subir a casa, el padre aprovecha para comprar unas cosas que le pidió su esposa, ya que no las encontró cuando fue a la compra entre semana; también le compra un ramo de flores para que se lo den los niños. Llegan a casa y después de comer ven una película, el padre hace un esfuerzo por no dormirse y les hace preguntas sobre los actores de la película: ¿Quién es el malo? ¿Por qué es malo?... Luego, acabada esta, se ponen con los preparativos, el padre les enseña lo que se van a llevar y para qué sirve cada cosa; comprueban la luz de gas, el mayor se atreve a encender una cerilla para prender la luz, cuando el padre da el visto bueno, el pequeño la apaga cerrando la espita de gas. La madre prepara la cena para llevarse. El padre sigue con los aparejos, enseña a los niños cómo se afilan las puntas de los anzuelos, cómo se conservan para que no se oxiden, les explica los diferentes tipos de sedales... Sobre las siete cogen el coche y se van a la playa; montan el «campamento»; cuando oscurece, los niños juegan con las linternas y el padre coloca las cañas y cenan. Una dorada (tirando a pequeña) pica el anzuelo; todos están atentos mientras recogen el sedal y se desencadenan propuestas de cómo preparar la dorada para comerla al día siguiente... La madre felicita a su marido, le da un beso, y les dice a los niños que su padre es el mejor 67 pescador del mundo... Hemos intentado describir dos proyectos de familia; el primero es un proyecto familiar que les viene dado, los padres no parecen plantearse muchas cosas y se limitan a seguir la corriente. En el segundo, vemos que se plantean actividades conjuntas, ellos mismos se obligan a dialogar. Tanto los hijos del primer caso como los del segundo no se quejan, lo que hacen sus padres es lo mejor. No obstante, lo que hacemos los padres va calando y, con los años, quedará un tipo de persona u otra. De nosotros depende que sea una persona conformista, que va a remolque de lo que se hace, o una persona ilusionada por la vida. Así, vemos cómo un proyecto familiar mínimamente trabajado es muy rico en vivencias y cada una de ellas es una oportunidad para transmitir pautas y crear unos hábitos de diálogo. Además de plantearnos un proyecto familiar, hay que dedicarle tiempo. Un tiempo que nuestros hijos agradecen mucho. Explicamos ahora una anécdota real. Unos padres que, llegada la Semana Santa, les agobiaba que sus hijos pasasen toda la semana en casa sin ellos y se plantearon turnarse esos cuatro días pidiendo dos días de vacaciones cada uno.
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