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Padres e hijos ante el divorcio Orientación para hacer menos doloroso el proceso 2 Padres e hijos ante el divorcio Orientación para hacer menos doloroso el proceso Fanny Berger 3 Índice de contenido Portadilla Legales Presentación Capítulo I. El camino a la separación Capítulo II. La separación Capítulo 3. Después del divorcio Epílogo 4 © 2016, Fanny Berger Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo: © 2016, Editorial Planeta S.A. Cuareim 1647, Montevideo - Uruguay Primera edición en formato digital: octubre de 2016 Digitalización: Proyecto451 De acuerdo con el artículo 15 de la Ley Nº 17.616: “El que edite, venda, reproduzca o hiciere reproducir por cualquier medio o instrumento -total o parcialmente-; distribuya; almacene con miras a la distribución al público, o ponga a disposición del mismo en cualquier forma o medio, con ánimo de lucro o de causar un perjuicio injustificado, una obra inédita o publicada, una interpretación, un fonograma o emisión, sin la autorización escrita de sus respectivos titulares o causahabientes a cualquier título, o se la atribuyere para sí o a persona distinta del respectivo titular, contraviniendo en cualquier forma lo dispuesto en la presente ley, será castigado con pena de tres meses de prisión a tres años de penitenciaría”, por lo que el editor se reserva el derecho de denunciar ante la justicia Penal competente toda forma de reproducción ilícita. ISBN edición digital (ePub): 978-9974-737-96-9 5 PRESENTACIÓN El divorcio es un proceso que implica una pérdida de una situación ideal donde ambos padres e hijos estaban juntos. Como toda pérdida, trae dolor y, como todo dolor, las personas lo pueden procesar o no. Cuando no se asimila emocionalmente esta pérdida la persona sufre, pues se queda como pegada, atascada al dolor y este se transforma en sufrimiento. El dolor, en estos casos, es inevitable. Sin embargo, se puede llegar a evitar el sufrimiento a mediano plazo si los adultos involucrados no siguen enojados con sus ex parejas. No podemos afirmar que el divorcio sea beneficioso o pernicioso para los hijos, sino que depende de cómo cada integrante de la pareja se conduce en estos momentos de tanta tensión familiar. La separación de una pareja con hijos no es una tragedia, ni tiene que ser un hecho traumático. No son los hechos objetivos que suceden durante la vida de la persona los que pueden derivar en un hecho traumático, sino la actitud, la conducta que asume cada padre frente a lo que acontece. El divorcio puede ser un hecho imprevisible, que llena de tristeza, pero no necesariamente será una impronta en el hijo para toda la vida. La mayor influencia sobre sus hijos es cómo cada padre responde frente a esa situación. En los vínculos humanos, cualquier proceso de ruptura puede generar conflictos, desacuerdos, situaciones de tristeza y sensación de pérdida o fracaso en cada uno de los integrantes del núcleo familiar; pero, sin lugar a dudas, el divorcio de los padres puede afectar mucho a los hijos. Para la pareja es muy difícil enfrentar este momento, aunque ese proceso se venga construyendo poco a poco, la repercusión en los niños los podrá marcar para toda la vida. Mientras escribíamos este libro, pensabamos en los padres que hoy tienen problemas de pareja, en lo importante que es tomar consciencia de los múltiples aspectos que hacen a la relación de padres e hijos durante el conflicto conyugal. Por supuesto que es más o tan importante trabajar con aquellos padres que se encuentran en proceso de separación o que están divorciados y arrastran conflictos sin resolver. En las próximas páginas, el objetivo será ayudarlos a que comprendan qué conductas benefician y qué comportamientos dañan a sus hijos durante todo el proceso de separación. No busco juzgarlos, sino ayudarlos en momentos tan difíciles para todo el núcleo familiar. La separación es un proceso que involucra a la pareja y a los hijos, pues estos últimos son testigos de los problemas conyugales tanto en la etapa previa, durante y luego del divorcio. Partimos de la idea de que el divorcio es un proceso y siempre los hijos perciben cómo sus padres actúan y qué reacciones tienen en estos momentos de tensión. Lo más traumático para los hijos no es el divorcio en sí, sino el presenciar el conflicto 6 entre los padres. Estos problemas de pareja pueden ocurrir durante el matrimonio o persistir luego del divorcio, pues está comprobado que no siempre el divorcio anula las peleas y las tensiones entre los padres. En este libro, emplearemos indistintamente la palabra separación y divorcio, si bien existen diferencias, en relación al tema que desarrollaremos se pueden emplear indistintamente. Para profundizar adecuadamente, hemos analizado la separación de la pareja con hijos como un proceso que tiene tres etapas: a) antes o previo a la descomposición del núcleo familiar tradicional; b) durante el proceso de divorcio; y c) luego de la separación, cuando los hijos pasan a ser el vínculo entre los integrantes de la expareja. No hablamos del tiempo cronológico que puede durar cada una de las tres etapas, pues es muy variado y depende de cada caso en particular. Hay un aspecto en todo proceso de separación que es notable y recurrente en los consultorios de los psicólogos, y es que los padres piden ayuda sobre cómo decirles a los hijos que se van a separar. Si bien este aspecto es muy importante, no solo cómo, sino cuándo y quién les transmite la noticia son importantes. En ese momento, también influyen sobre los hijos otras variables que desarrollaremos más adelante. Actualmente, la mayoría de los niños o jóvenes son muy conscientes de las desavenencias matrimoniales de sus padres desde el momento en que estas aparecen. Sostenemos que las actitudes, palabras, conductas de los adultos a lo largo de todo el proceso son vitales, no solo cuando se les transmite la decisión de la ruptura matrimonial a sus hijos. Cuando los padres deciden separarse, en muchos casos los niños son testigos y están en pleno proceso de formación de su personalidad. Por lo tanto, es muy importante que los padres tengan plena consciencia sobre cómo están viviendo en su interior ese conflicto; en particular, en relación a su pareja, pues esos sentimientos seguramente se los transmitan a los hijos. Los padres que no pudieron elaborar emocionalmente la ruptura influyen negativamente en sus chicos. Reflexionemos sobre cómo es esa influencia negativa cuando se da la situación mencionada anteriormente. En ciertas situaciones el divorcio no pone fin a los conflictos entre los padres, ya que este no termina cuando se firma el documento de separación legal, sino cuando cada integrante de la pareja que se disolvió elabora la relación, con sus aspectos positivos y negativos. A veces, uno de los integrantes o ambos no pueden atravesar este proceso y siguen atrapados en el dolor a pesar del tiempo transcurrido. Los niños observan cómo los padres se relacionan entre sí durante el matrimonio y también luego del divorcio. Estas conductas son muy importantes para los chicos porque los padres son modelos de comportamiento para ellos, son referentes en su vida. Toda la mirada de los hijos está puesta en sus padres, sobre todo en la infancia y en la pubertad. Otros aspectos a tomar en cuenta que surgen con la separación son los temas legales. Para conocer un poco más sobre estos aspectos nos asesoramos con la Dra. Luz Calvo, abogada, grado 5 en Derecho de Familia y especialista en temas de Derecho Familiar en 7 nuestro país. Nuestro objetivo es ayudar a los padres a desatar los nudos que se producen en el divorcio y así poder enfrentar la situación de la mejor forma posible para todos, especialmente frente a los hijos. En una separación, siempre existen conflictos, el tema es cómo cada padre los enfrenta. A veces, escuchamos decir a los adultos que no discuten por sus hijos. En este proceso, los padres tienen que tener consciencia y responsabilidad para enfrentarlos del modo más beneficiosoposible para evitar sufrimientos inútiles. Este libro es, entonces, una invitación a que los padres puedan mirar especial y atentamente a sus hijos durante sus desavenencias conyugales, que estas páginas los ayuden a descubrir o reafirmar la manera en que deben conducirse ante estas situaciones difíciles, en momentos donde la energía está puesta en el conflicto de la pareja. Esta frase resume gran parte de la problemática y de los sentimientos de los hijos ante el divorcio: los niños no sufren por el divorcio en sí, como ruptura de una situación familiar, sino por determinadas conductas de los padres ante esa separación. Fanny Berger 8 CAPÍTULO I EL CAMINO A LA SEPARACIÓN La separación es un proceso que involucra a padres e hijos, en el cual, las conductas de los primeros influyen en los segundos a lo largo de las tres etapas que componen ese proceso. En la primera instancia, o como paso previo a la separación concreta, se gestan y aumentan en intensidad los conflictos en la pareja. En este capítulo, comenzaremos hablándoles justamente a los padres que tienen problemas de relacionamiento con sus parejas. Los primeros en enterarse de los problemas conyugales no son ni los amigos, ni los parientes, sino los hijos. Los niños no son tan inocentes como creemos y captan todo lo que acontece entre sus padres. Aunque no percibamos, «tienen sus antenas abiertas», observan y buscan información sobre lo que sucede en el hogar. Hay que ser cuidadosos, pues los hijos interpretan lo percibido según su mundo interno y, a veces, llegan a conclusiones erróneas; y, algunas de esas conclusiones, les pueden hacer daño. En la mayoría de la situaciones, los padres están tan ocupados en las trifulcas conyugales que están ausentes del entorno de sus hijos y no miran, por lo tanto, no perciben a sus hijos como testigos de lo que ocurre en la pareja. Sostenemos que el divorcio es un proceso donde la pareja y los hijos están involucrados, la pareja en forma activa y los hijos en forma pasiva, pues son espectadores de lo que ocurre entre sus padres. Ellos observan cómo se relacionan entre sí, registran todo, desde conductas agresivas, hasta la indiferencia de uno de sus padres hacia el otro, o de ambos entre sí. Cuando la pareja está transitando por un conflicto conyugal es recomendable que procure ayuda con un profesional para ver cómo deben comportarse frente a sus hijos, que están presenciando esa crisis. La colaboración del profesional no debe ser buscada solo cuando deciden separarse. Los niños están presentes en todo el proceso, por lo tanto, no hay que dilatar la intervención de un técnico para cuando se llega a la decisión de la ruptura matrimonial. LOS HIJOS Y LAS TENSIONES EN LA PAREJA 9 El aumento de conflictos entre los padres puede obedecer, entre otras múltiples razones, a ciertas características de la vida actual que influyen, a su vez, en la crianza y en la educación de sus hijos. Este libro no tiene como objetivo primordial profundizar en las razones particulares que provocan las crisis en las parejas actuales, pero sí observar desde la generalidad cómo esos problemas conyugales influyen en los hijos. Cada vez más las personas están orientadas a la obtención del placer, es lo que se denomina búsqueda hedonista. Por lo tanto, huyen de los problemas y no los enfrentan, pues lo que no da satisfacción es descartado de sus vidas. En determinadas situaciones, ante conflictos de relacionamiento, las parejas prefieren separarse a seguir manteniendo conflictos personales, en lugar de trabajar desde su interior y con su pareja para superar los problemas. Los niños de hoy se identifican con ese modelo y copian las conductas de sus padres. Como hemos visto en mis libros anteriores, ello conlleva a que los niños siempre estén buscando el placer y, en muchas situaciones, huyan del esfuerzo. Sentir placer es necesario, pero la vida no puede estar orientada solo a ese fin. Padres e hijos buscan la satisfacción, tratan de evitar el esfuerzo y no enfrentan los problemas personales con la debida atención y dedicación. Otra característica en estos tiempos es que las personas tienen baja tolerancia a la frustración. Les dificulta tolerar cambios o errores. Los seres humanos se enojan y, en ciertas situaciones, desisten de sus tareas ante el mínimo estímulo no agradable o cuando algo no sale según lo previsto. Como consecuencia, abandonan lo que están haciendo, pues no pueden sostener la frustración que les provocan asuntos que no salen como habían deseado o programado. Es así que las personas renuncian a la búsqueda de soluciones posibles. La tenacidad ha sido dejada de lado como un valor que guía las conductas y es sustituida por una búsqueda de la obtención de todo en lo inmediato. Ahora, rápido y con poco esfuerzo. Creemos que esto ha aumentado el conflicto entre los padres y los problemas de conducta en los niños. Otro aspecto que observamos es que persiste la idea de que las soluciones a los problemas vienen del mundo externo, no son elaboradas en forma personal e introspectiva. Por lo tanto, las personas no solo buscan placer y soluciones rápidas, sino que piensan que la solución a conflictos vendrá por el uso de herramientas o elementos externos a ellas y no por cambios individuales que se verán reflejados en su conducta. En este sentido, los padres van a consultar al psicólogo pensando que recibirán herramientas para solucionar los problemas. Los psicólogos pueden brindar lineamientos y, a veces, herramientas, pero depende de cómo se usen pueden o no proporcionar el resultado buscado. Las herramientas emocionales, que los padres actuales buscan en la consulta, dependerán de cómo estos las puedan aplicar a sus vidas. Cuando estos padres están muy tristes o enojados, o sienten miedo, estas emociones influyen negativamente en la aplicación de lineamientos o herramientas. Estas últimas son conductas, actitudes, 10 palabras que lograrán que sus hijos cambien su comportamiento y actúen de otro modo. Las herramientas no son mágicas, no solucionan los problemas inmediatamente, pero pueden ayudar cuando se aplican con tranquilidad y consciencia. Otra característica de la vida actual es que muchas personas utilizan el pensamiento mágico, que implica que una persona quiere algo y siente que lo obtendrá en lo inmediato, sin tener en cuenta datos de la realidad circundante. Eso es peligroso, pues creen que con solo pensar o desear algo se puede conseguir lo anhelado. En la consulta, observamos un aumento en el número de adultos que se manejan utilizando pensamiento mágico en diversas áreas de su vida, pues le atribuyen fuerza a sus pensamientos. Los vínculos humanos se construyen con esfuerzo y dedicación, no por el solo hecho de desear algo, como en el campo de la magia, se va a lograr el objetivo deseado. Asimismo, algunas personas, influenciadas por la vertiginosidad de la vida actual, se han tornado más impacientes, irritables, tienen más baja tolerancia a la frustración y eso lleva a que les resulte más difícil sostener momentos tensos. Estas mismas personas forman pareja y luego se transforman en padres que mantienen esas características. No es casualidad que el índice anual de divorcios a nivel mundial llegue en torno al 50% de las parejas casadas y que los niños, como consecuencia de esas separaciones, presenten cada vez más problemas de conducta. La tolerancia y la búsqueda de posibles soluciones, que muchas veces son trabajosas, no están guiando la conducta de los padres. La paciencia es escasa y es muy buscado el anhelo de soluciones rápidas. Todo ello provoca frustración e intolerancia, que los aleja de posibles caminos para enfrentar la realidad. Estas características generales de los padres han creado un campo fértil para la proliferación de tensiones diarias. Estos roces pueden llegar a transformarse en conflictos. Por supuesto que cada caso es particular, pues las personas responden con diferentes conductas. Como hemos expresado, nuestro foco no está en los problemas de pareja, perosí en cómo estos conflictos influyen en los hijos, que son testigos de todo lo que ocurre entre los cónyuges, lo lindo y lo no tan agradable. Como les expresamos al comienzo, el que los padres tengan en cuenta que los niños captan las realidades de su hogar –y que estas influyen en sus pensamientos, sentimientos y conductas– es de gran ayuda para que los hijos puedan superar las dificultades mencionadas. Los niños no necesitan ser parte de los problemas de los padres. Estos últimos tienen que tomar contacto con lo que sienten y piensan, para hacerse cargo de ellos mismos. Sin este movimiento al interior de cada adulto es imposible sentir empatía hacia sus hijos. Por supuesto que los niños no son ajenos a las tensiones que se viven en sus casas. Los hijos expuestos a situaciones de conflicto en sus hogares suelen enojarse con facilidad, demandan, protestan, son más inquietos, impulsivos y agresivos que aquellos niños que tienen una convivencia armónica. (1) Algunos chicos son más permeables que otros, «abren más sus antenas» y están al tanto de todo lo que pasa. En cambio, hay otros que, por su modo de ser, captan lo que 11 sucede y, como defensa, se cierran y aparentan no estar tan pendientes. En ambos casos es responsabilidad de los padres tener espacios alejados de sus hijos para intercambiar ideas, reproches y mantenerlos fuera del circuito marital. Este último es el conjunto de interacciones que se producen entre la pareja, pueden ser positivas, neutras o negativas. En el caso de que sean las dos primeras, pueden ser presenciadas por los hijos; en cambio, la última puede provocar efectos negativos en los niños. Las mellizas Esta es la historia de Susana y Cristina, hermanas mellizas. Convivían en casa con los problemas de relacionamiento entre sus padres, pues los veían discutir mucho. El padre volvía a la casa casi todas las noches alcoholizado y con rastros de que había estado con mujeres. La madre lo recibía con fuertes gritos y reproches, lo que provocaba enojo en aquel. Las mellizas compartían el dormitorio y Susana no podía dormirse esperando a que su padre llegara para saber qué sucedería. En cambio, Cristina hacía esfuerzos para dormir y evitar escuchar las peleas. Los padres no enfrentaron el problema y las llegadas a altas horas de la madrugada del padre se prolongaron por varios años. Con el tiempo, Susana desarrolló una personalidad dependiente, temerosa, ansiosa y, en la vida adulta, se casó con un hombre parecido a su padre. Cristina, quien trataba de dormir antes que su padre regresara, hoy es una mujer tranquila, calma, realista, que tiene una vida personal y matrimonial satisfactoria, sin grandes tensiones. No decimos que las peleas parentales son la causa de los problemas actuales de Susana. Su temperamento hizo que fuera más influenciada por los problemas conyugales de sus padres. La vida emocional de las personas es un camino lleno de situaciones. La personalidad se irá forjando dependiendo de cómo se enfrenten estas. La responsabilidad es de los padres que sabían que en el cuarto de al lado estaban sus hijas durmiendo y podían escuchar sus peleas. A una le afectó más que a la otra, pues Susana desde niña fue más vulnerable que su hermana. Actitudes perjudiciales de los padres ante conflictos de pareja Los hijos tienen que tener una buena relación con ambos padres, aunque ellos no se lleven bien entre sí. No hay que utilizarlos como confidentes, ni como amigos para desahogarse, pues esto les aumenta el sufrimiento y no soluciona el conflicto de la pareja. Cuando los hijos presencian discusiones, negar lo que está sucediendo no ayuda. En cambio, se puede brindar una explicación concisa y con palabras claras de lo que sucede entre sus progenitores. En estos momentos, que son tensos, hay que prestar atención 12 para evitar culpabilizar al otro padre o madre. Tampoco brinda seguridad a los hijos ponerse en víctimas de la situación, pues ellos los sienten como débiles y necesitan siempre sentirlos fuertes. Para los hijos, la fortaleza es verlos enfrentando la situación por más difícil que sea. Por eso sostenemos que muchos conflictos o discusiones son inevitables, lo evitable, durante las mismas, es culpabilizar a la pareja o ponerse en el lugar de víctima. Los niños pueden copiar de sus padres este modo de conducta y comienzan a culpabilizar al mundo exterior de sus asuntos personales. Comienzan a utilizar la proyección, que es un mecanismo de defensa, donde la persona deposita en el mundo exterior sus emociones, sus deseos, pero no es consciente de dicho mecanismo. En la mayoría de los casos, se proyecta en amigos, compañeros de clase y, a veces, maestras. El punto es que cuando se proyecta en otras personas, se pierde la oportunidad de cambiar lo que tanto duele. Ante los conflictos, algunos padres utilizan la desvalorización y descalificación de su pareja o de ambos entre sí. Estos dos mecanismos de respuesta tienen un fuerte impacto en los hijos porque los desestabiliza emocionalmente, ya que les provoca fuertes sentimientos como: miedos o rabia, que no pueden sostener y pueden tornarse niños muy temerosos o irritables. Muchos adultos, ante el dolor emocional, que es muy intenso e insostenible por momentos, insultan a su pareja, pues no saben qué hacer con lo que sienten. Los niños naturalizan los insultos, se acostumbran a ellos y los trasladan a sus amigos. A ningún hijo le gusta, ni lo favorece, ver padres que se maltratan emocionalmente entre sí. El escenario hogareño tiene que estar orientado a solucionar los asuntos que se van presentando en la vida diaria y, para eso, tiene que primar el respeto y no buscar culpables ni víctimas, ni quién tiene razón. Muchas veces observamos padres que quieren tener razón y culpabilizar al otro, pero, desde ese lugar, no se soluciona la situación que tanto los angustia. Por lo tanto, las evaluaciones y juicios morales no sirven para solucionar los conflictos del hogar. El consultorio del psicólogo no es un juzgado, no se enjuicia, ni se busca culpables o víctimas, ni se castiga, ni se sanciona. Cada padre tiene que ver qué puede hacer en particular para calmar la tensión familiar. Para los hijos lo más importante no son los problemas conyugales, sino cómo responde cada progenitor frente o ante estos. Muchos padres afirman que no se pelean entre sí delante de sus hijos, por lo tanto, creen que los niños son ajenos a los conflictos conyugales. No es necesario escuchar gritos o insultos, pues la indiferencia, el alejamiento afectivo y el desamor de los padres también influyen en los hijos. Ante el aumento de tensión en la pareja existen tres grandes formas de reaccionar. No 13 ahondaremos en las causas, sino en lo que pueden observar los niños. Esos modos de reacción no son excluyentes unos de otros, sino que permiten comprender cómo se pueden comportar los hijos ante un conflicto familiar. Los ejemplos pertenecen a niños, adolescentes y adultos de edades comprendidas entre 25 y 40 años. Los hijos, según su edad y temperamento, tendrán distintas formas de responder ante lo que observan en el hogar. PADRES QUE DISCUTEN Cada padre responde ante los conflictos con su pareja con determinadas conductas como, por ejemplo, comenzar a pelear con el otro. Ante las peleas, los niños captan la rabia, la tristeza, la preocupación de sus progenitores, pero no logran comprender qué sucede. Por eso, los padres deberían poner en palabras lo que sucede entre ambos para disminuir el efecto nocivo de esas peleas en sus hijos. La comunicación tiene que ser simple y clara. Cuando los niños preguntan, por ejemplo: «¿por qué te enojaste con papá?», se puede responder: «estoy con rabia o enojada con tu padre, pero no te preocupes que es un tema entre nosotros». Eso calma al hijo, pues lo que observa pasa a ser puesto en palabras. Así los niños aprenden que existe la tristeza, la rabia, los miedos y se empiezan a familiarizar con dichos sentimientos. Para los niños es más positivo que los padres expresen cómo se sienten,«me siento muy triste», que dar detalles de los conflictos conyugales. Los padres atraviesan momentos difíciles y, a veces, necesitan una descarga verbal y relatan los problemas. Es una respuesta casi espontánea, pero inoperante, pues no ayuda a los hijos. En cambio, expresar sus emociones implica contactar con lo que les sucede en su mundo interno. Es un viaje hacia adentro de la persona y luego viene la expresión de lo que cada padre siente. Por el contrario, describir las peleas es una reacción sin elaboración que desestabiliza a los hijos. Si los chicos no preguntan, se puede sacar el tema y comunicar: «estoy enojada/o y estoy triste porque no estamos de acuerdo con tu mamá o papá». De todos modos, aunque el niño sea introvertido y no se anime a preguntar, captó lo que sucede entre sus progenitores, pero no lo puede entender sin que un adulto lo exprese con palabras simples. Las preguntas tienen que ser respondidas claramente, sin críticas, ni desvalorizaciones, ni burlas hacia el otro padre. Recuerden que están descalificando al padre o madre, no a un vecino o extraño. Por lo tanto, al hijo le duele. Aunque no tengan relación, el vínculo entre padre-hijo es vitalicio y no tiene sentido hablar mal del otro. Hay situaciones en la que los niños expresan su opinión sobre las discusiones y es importante, en esas ocasiones, calmarlos y ponerlos en el lugar de hijos. En la adolescencia, que es un período complicado, los jóvenes, para evitar presenciar las tensiones, pueden tomar distintos caminos, por ejemplo, salir mucho y así dejan de 14 lado sus obligaciones académicas. Algunos toman alcohol, otros buscan sustancias para olvidar sus penas. Ellos saben que no son culpables de las peleas, pero la adolescencia es una etapa difícil y huyen del hogar a cualquier precio. A veces, llegan a decir: «basta de gritos y peleas». El hogar, a pesar de los problemas, tiene que ser el lugar preferido por el joven. Las explicaciones simples de los padres transmitiendo lo que ellos sienten y lo que les sucede en relación a su pareja brindan contención a los niños y a los jóvenes. No hay que detallar las causas, porque pertenecen a la pareja y los niños no pueden comprender, porque ni su desarrollo cognitivo y emocional se lo permiten. En la pubertad y la adolescencia comprenden, pero están muy ocupados con sus propios cambios y no quieren escuchar problemas de adultos. Queremos ayudar a los padres a que puedan sortear sufrimientos evitables con determinados cambios de conductas frente a sus hijos. La idea no es culpabilizarlos, sino que puedan, por un momento, ponerse en el lugar de los hijos. Es imposible negar las peleas, aunque se realicen en cuartos cerrados, los niños las perciben. Además, cada padre responde como puede ante los problemas, por eso es tan importante pedir ayuda psicológica. Los hijos naturalizan las peleas y creen que esa es la única forma de relacionarse. Se acostumbran a esa tensión familiar crónica y, muchas veces, la copian, se tornan agresivos con amigos y, en ciertas situaciones, con maestras y profesores. Una niña inquieta Betina tiene cuatro años y medio. Viene a terapia porque tiene un comportamiento impulsivo, es inquieta y presenta conductas desafiantes. No obedece a los adultos, ni en su hogar, ni en la escuela. Estas reacciones de Betina se deben a que, con frecuencia, presencia gritos entre sus padres, tiene miedos que la desbordan, como miedo a quedarse sola, al abandono, a la oscuridad, etc. Los padres trabajan muchas horas fuera de casa, están muy ocupados en sus querellas y no se percatan de que Betina oye y presencia lo que ocurre en el circuito marital. La niña está muy triste y preocupada. Los pequeños muchas veces manifiestan su estado de ánimo a través de la conducta. Se sienten tristes y se comportan en forma impulsiva, agresiva o muy inquieta. Es una manifestación conductual de la tristeza en niños de todas las edades. Esta forma de responder ante su tristeza puede molestar a las personas de su entorno. En las primeras sesiones, aparece lo mal que se siente por las peleas entre sus padres. Lo que más desea es que terminen de gritarse entre ellos. Esto se ve en todos los niños, no les importa las causas, ni cuál de sus padres tiene razón. Quieren que no griten, que no discutan. Los niños sienten miedo, pues sus referentes están ensimismados en sus asuntos personales y ellos, en cambio, necesitan su contención, porque son dependientes de sus padres. 15 Betina se siente triste, inestable y tiene miedos. Es desobediente y se comporta de un modo más impulsivo y agresivo en presencia de la madre que del padre. Dice que su mamá es mala. Y ante la pregunta de por qué cree eso de su madre, expresa que grita mucho. En cambio, su papá es bueno porque grita menos. Evidentemente, cada padre responde de distinta manera, pero los gritos desestabilizan a Betina y los interpreta como maldad de parte de su madre. Recordemos siempre que los niños necesitan padres que puedan sostenerlos emocionalmente para que se sientan seguros. El dolor de los padres oscurece la mirada empática hacia sus hijos. La empatía se obnubila con sentimientos de tristeza, miedos o rabia. Cuando el padre contacta con dichas emociones y es consciente de las mismas puede elegir qué hacer, por ejemplo, evitar situaciones en el hogar que las provoquen, o las aumenten, en presencia de sus hijos. En la vida emocional no podemos evaluar ni juzgar qué les sucede a las personas. Lo único que ayuda es tomar consciencia de los afectos para elaborarlos. Los hijos se sienten desamparados cuando ven a sus padres peleándose, pues no saben qué hacer. En cambio, cuando los ven superar conflictos y continuar con sus vidas, sienten un gran alivio. A través de nuestra experiencia clínica, hemos constatado que no es la gravedad de los problemas en la pareja, sino la conducta de los padres hacia sus hijos lo que tiene más influencia en los chicos. Cuando se puede expresar qué sucede, el efecto nocivo disminuye. Para eso hay que tomar contacto con las emociones, hacerse cargo de las mismas. Al observar la reacción de los hijos, se les puede decir «estamos teniendo diferencias con tu padre o madre, opinamos distinto». A los hijos no les importa ni las causas, ni quién es culpable. Las dos personas más queridas por ellos se pelean y su mundo empieza a tambalearse. Tenemos que evitar siempre generar el sentimiento de culpa en los hijos como consecuencia de las peleas entre los padres. Los niños se sienten culpables de la situación, pues hasta los 6 años aproximadamente están en una etapa egocéntrica. Esto significa que creen que son el centro del mundo, todo es por ellos. Si, por ejemplo, desobedecen a sus padres y estos se pelean, los hijos pueden pensar que ellos son culpables de los conflictos. En esa etapa, también creen que sus pensamientos tienen fuerza, quieren algo y piensan que lo conseguirán con solo tener determinados pensamientos. Esto se denomina pensamiento mágico. Los niños van madurando y dejando la etapa egocéntrica y el pensamiento mágico después de los 6 años. Cuando hay situaciones de conflicto en la pareja conyugal, los hijos suelen permanecer más tiempo en esa etapa, pues maduran más lentamente que lo esperado para su edad, a pesar de tener 8 o más años. Es como 16 que se quedan estancados emocionalmente en la etapa del pensamiento mágico y egocéntrica. Por lo tanto, es importante evitar ese sentimiento de culpa. Siempre se debe expresar que lo que ocurre en la pareja es asunto de los padres, nunca es por culpa de los hijos. Esto les brindará sostén emocional a los chicos, no importa cuán grave sea la situación por la que atraviesan los adultos. Cuando los padres se hacen cargo de sus propios sentimientos y conductas, los hijos sienten tranquilidad, pues observan adultos que se responsabilizan y esto disminuye su omnipotencia. En realidad, los niños se sienten impotentes, sin fuerza, pequeños y, por eso, tienen conductas omnipotentes. A medida que se sientan más seguros, estas irándisminuyendo. La seguridad la brindan los adultos significativos para el niño. Por eso, cuando los padres sostienen, contienen a los niños, estos se sienten protegidos, más calmos y sus conductas omnipotentes decrecen. Cuando los padres no logran contenerlos, a veces no los miran, otras veces se enojan mucho con ellos, el pequeño seguirá sintiéndose inseguro. Son los padres que conteniendo a sus hijos en situaciones difíciles para todos les brindan la sensación de protección y seguridad. Cuando los niños sienten que los adultos están ocupados en sus temas continúan con conductas omnipotentes, pues pueden sentir que ellos tienen que enfrentar la realidad solos. Por eso, siempre hemos sostenido que la presencia física y emocional de los padres es muy importante. Hemos observado en la consulta que los niños no solo se pueden sentir culpables de las peleas de los padres, sino que, en ciertas situaciones, se sienten responsables de encontrar la solución para que ellos dejen de pelear. Pero son los adultos los que deben hacerse cargo de encontrar soluciones a sus conflictos. Existen padres que están tan concentrados en sus problemas conyugales que, en algunos casos, perduran por años y sienten orgullo al relatar que sus hijos están tratando de calmar las peleas entre la pareja conyugal. Esto se denomina inversión de roles, pues los niños se comportan como adultos. Ese modo de actuar trae consecuencias negativas, pues pueden desarrollar fuertes miedos en la infancia y adolescencia y, en la vida adulta, pueden convertirse en personas muy dependientes emocionalmente. Marcelo el miedoso Marcelo tiene 10 años, desde que tiene memoria, sus padres se pelean. Comenzó terapia a causa de sus fuertes miedos: miedo al abandono, a quedarse solo, a enfermarse, a la oscuridad. Estos comportamientos corresponden a niños más pequeños. Marcelo es obediente y muy buen alumno. En la primera entrevista, cuando se le pregunta a la madre sobre datos de la familia, esta se siente muy contenta al relatar cómo Marcelo trata de poner fin a las peleas entre sus padres, diciéndole que va a hablar con el padre «para que no te grite, para que no salga tanto de noche». El padre se enoja con su madre, se ausenta por largas horas de la casa, alegando que es para evitar más peleas con su mujer. En realidad, su respuesta 17 causa más querellas, ya que cuando regresa, la madre está más rabiosa y desesperada porque se fue de la casa. El niño se siente desolado, pues la situación continúa por años, con fuertes peleas que no conducen a nada. Ambos padres se echan la culpa. El padre sale de noche y cuando vuelve, surgen más enfrentamientos y discusiones. Ninguno de los dos adultos pone fin a esta situación. Marcelo, como otros tantos niños, trata de solucionar los problemas de sus padres, pero está desempeñando un rol que no es de su competencia, pues se conduce como una persona grande. Los padres, a pesar de los momentos difíciles que están atravesando, tienen que ubicar a los niños o jóvenes en el rol de hijos. Y cuando las peleas se prologan sin encontrar soluciones, deben pedir ayuda para encontrar caminos que les permitan enfrentar y superar lo que sucede. Los niños tienen miedos evolutivos que son normales a determinada edad. Esto quiere decir que aparecen distintos temores en las etapas que todo niño atraviesa: preescolar, escolar, pubertad y adolescencia. Estos van disminuyendo cuando las experiencias positivas superan a las negativas. Cuando los padres no los contienen, pues están muy ocupados en sus asuntos, esos miedos pueden no disminuir con la edad. Cuando son los hijos los que tratan de calmar a sus padres se realiza una inversión de roles, pues son los grandes los que tienen que contener a los chicos. Marcelo, el niño de la historia anterior, presenta un pensamiento omnipotente característico de niños pequeños y que, como comentamos antes, suele extenderse hasta los 6 años. En cambio, él tiene 10 años y piensa que puede resolver las peleas de sus padres. Cuando prevalecen las experiencias positivas en la vida del niño, ese pensamiento negativo disminuye, para dar lugar al pensamiento racional y lógico. Esto no depende solo de los acontecimientos que tenga que vivir, sino de las conductas de las dos personas más significativas en su vida, los padres. No importan los dramas familiares, si estos son comunicados a los hijos y, a pesar de la realidad circundante, que puede ser problemática, los padres la enfrenten con respuestas maduras. Respuesta madura es una reacción orientada a evitar o disminuir las peleas delante de los hijos. En el ejemplo de Marcelo, su madre se sentía no contemplada, ni atendida por su esposo, sentía miedo de perderlo y lo controlaba todo el día. Le revisaba su celular, vivía preguntándole sobre todas sus actividades en forma obsesiva, reiterativa, y eso cansaba e irritaba al marido. Una respuesta madura es que ella se haga cargo del sentimiento que le provoca no ser tomada en cuenta por su esposo. Si lo elabora en un proceso terapéutico, su control disminuirá. También el padre tiene que hacerse cargo de cómo se relaciona y comunica con su esposa, cómo le demuestra la atención que ella requiere. No debe incluir a su hijo en lo que ella siente, debe hablar en primera persona, es la madre que se siente abandonada. Marcelo, con frecuencia, recordaba en la terapia que su madre le decía que el padre los abandonaba de noche para salir con amigos. Cuando los adultos, a pesar de los problemas, se hacen responsables en cómo les pueden afectar los conflictos a sus hijos, el pensamiento mágico u omnipotente en el niño 18 disminuye. Los niños sienten que hay adultos que están tratando de solucionar las situaciones conflictivas. Esto significa que los padres pueden llorar, enojarse, pues es normal, pero hay que expresarlo en palabras y conductas donde ellos se hacen cargo de lo que les ocurre. De este modo, los niños no se sentirán responsables de los conflictos conyugales. Los niños tienen que ocuparse de aprender, de jugar, les perjudica estar pendientes de lo que sucede en su hogar entre sus padres. Cuando existe una inversión de roles y los hijos se sienten responsables de su padres, como el ejemplo de Marcelo, los niños ocupan el rol de encargados de solucionar los problemas. El peligro es que, en la vida adulta, buscarán relaciones donde ellos serán los «ayudadores» y no se desarrollarán como personas maduras afectivamente. Muchas codependencias y dependencias se empiezan a gestar en este período de la vida del niño, donde el hijo siente que su rol es ayudar a sus padres y solucionar los conflictos y las peleas. En realidad, hay un vacío de autoridad de ambos progenitores. No importa la gravedad de los problemas conyugales cuando los integrantes de la pareja intentan enfrentarlos sin involucrar a los niños, y se responsabilizan de los mismos. La indiferencia como maltrato emocional En ciertas situaciones, un integrante de la pareja, cansado de los conflictos, puede responder con indiferencia hacia su pareja, pero no pone fin a la relación. Si ninguno de los padres es capaz de enfrentar la situación, el problema puede dilatarse por años. Los niños observan sin entender qué sucede en su entorno. Ellos desearían siempre ver a sus padres felices y que estén unidos. Las parejas seguramente desean lo mismo, pero a veces les es complicado encontrar la felicidad. En estos casos, ambos padres no son felices en su matrimonio, pues no pueden enfrentar los problemas conyugales y responden con estas dos conductas: indiferencia y sometimiento, pero los conflictos persisten. Sostenemos que la indiferencia es una de las tantas formas de maltratar a un ser querido. Muchos padres no pueden solucionar los conflictos, pues parten del supuesto que su pareja tiene que cambiar y, desde ese lugar, es muy complicado llegar a acuerdos. Pero ninguno de los dos va a cambiar por presiones ni amenazas de su cónyuge. Es así que ambos se colocan en un callejón sin salida. El sometimiento implica aceptar las conductasde la pareja y renunciar a las necesidades personales, a los deseos individuales. El padre o madre sometido/a siente frustración y rabia, que pueden estallar en cualquier momento, en forma descontrolada. 19 Eduardo somatiza las desavenencias de sus padres Eduardo convive en un hogar donde sus padres se llevan muy mal. La madre está aterrada por la posible separación que su padre anuncia desde hace años, pero que no concreta, solo amenaza. Ella llora frente al hijo y se muestra muy triste y preocupada, pues depende económica y emocionalmente de su esposo. Este se ha alejado afectivamente y la culpabiliza de todos los males de la pareja. Él trabaja en otras ciudades, lejos de la casa, y esto le produce mucha rabia y angustia a la esposa. Eduardo, el pequeño de 5 años, le pregunta a la mamá qué le pasa y la respuesta es: «estoy así porque tu padre está lejos y viene solo el fin de semana». El niño se pone muy triste, pues ve cómo su madre llora y llama al padre para que regrese al hogar. Ninguno de los padres es feliz durante el poco tiempo que comparten juntos, no se relacionan entre sí, el padre no registra la presencia de su esposa. Ella trata de complacer y conquistar a su pareja, pero este la ignora por completo. El alejamiento afectivo sigue, ella quiere recomponer el vínculo de pareja, pero él no. Con los años, el padre se aleja más de la madre, y ella incrementa sus acciones hacia él tratando de salvar el matrimonio. El padre, ante la insistencia, comienza a rechazarla delante del niño y le dice: «déjame tranquilo, no me hables, no te soporto más, aléjate de mí». Como consecuencia, Eduardo comienza a mostrar problemas de conducta en el primer año del colegio. Responde con agresividad cuando se enoja con sus compañeros de clase. Al año siguiente, los padres son citados por la institución educativa, pues aumentan sus respuestas agresivas ante sus compañeros de clase. A pedido de los docentes, el niño comienza terapia cuando cumple 8 años. Los dos últimos años en el hogar, Eduardo se queja casi a diario de dolores de cabeza, de espalda, de garganta. Consultan al doctor por sus frecuentes dolores y el pediatra, luego de varios exámenes, llega a la conclusión de que su estado de salud es muy bueno y que las causas pueden ser emocionales. Es así que deciden empezar el proceso terapéutico. En la primera entrevista, están presentes el profesional con los padres y el niño. Eduardo dice que está muy enojado con el padre por la forma en que trata a su madre: «no le da corte a mamá» y «ella sufre, llora y quiere que papá no se vaya de casa». Eduardo comienza a llorar frente a los padres que se quedan paralizados ante sus dichos. Ninguno de los dos sabía cómo su relación estaba afectando al hijo. En la tercera sesión, aparece que él aprendió que cuando se siente mal, los padres se unen para atenderlo. Esto se denomina beneficio secundario de la enfermedad, ya que cuando se queja de sus variados dolores, la madre llama al padre para comunicarle sobre el estado de salud de su hijo. Las quejas físicas, a las cuales el doctor no les encuentra causas físicas, hacen que el padre llame a su casa y pueda intercambiar ideas con la madre. De lo contario, puede estar varios días sin comunicarse con la familia. Durante el fin de semana, con el padre en el hogar, Eduardo se siente mal y descubre que su estado de salud es el único tema que provoca diálogo entre sus padres. 20 La experiencia de Agustina Agustina tiene 8 años y vive con sus padres y un hermano menor de 2 años. Desde que recuerda, sus padres discuten diariamente. El padre es una persona muy celosa que trataba de controlar a la madre. Siempre tenía que saber dónde, con quién estaba y, para eso, la atormentaba con ciento de llamadas diarias en horas en que ella estaba trabajando. La madre vivía enojada y cansada, pero no se animaba a divorciarse, y le dedicaba muchas horas al día a su trabajo. El esposo no reconocía sus desmedidos celos que lo llevaban a un excesivo control. Los hijos observaban la situación, la hija veía el sufrimiento del padre y, desde que tenía 5 o 6 años, recuerda cómo se acercaba a su padre y le decía: «papito, no te preocupes, mamá te quiere mucho, ahora está trabajando, no te va a dejar. Siempre vamos a estar juntos, en familia». El grado de desesperación del padre era tal que sentía alivio ante las palabras de su hija. Agustina trataba de proteger, de cuidar a su padre, pues lo sentía más débil. El tema es que no es competencia de una niña ni calmar, ni defender, ni sostener a su padre, pues está en un lugar en la familia que no le compete. Si bien al padre le generaba cierta calma momentánea, la niña se sentía responsable de la situación de los padres. Al mismo tiempo, llamaba a su madre al trabajo para decirle que regresara a su casa pronto, pues su padre estaba muy preocupado. En el caso de Agustina, la madre era indiferente hacia el padre, y este se sometía por miedo a que ella se quisiera divorciar. Cuando el circuito matrimonial está gobernado por peleas, indiferencia, sometimiento, los hijos se sienten culpables y, a veces, responsables de mantenerlos unidos. Es un peso emocional que ningún hijo puede tolerar, se pueden enfermar, o presentar problemas de conducta como Eduardo, o estar atentos y preocupados por las relaciones entre los padres, como Agustina. Padres distanciados emocionalmente Cuando los padres no se relacionan entre sí y mantienen un vínculo frío y distante, los hijos se acostumbran a convivir sin esa demostración de afecto y pueden naturalizar esta situación. No sienten que en la vida familiar y en general exista el amor. Crecen sin sentirse amados, pues no ven a sus padres manifestarse y expresarse amor entre sí. El gran peligro es que lo pueden trasladar a sus propias vidas y, en algún caso extremo, aislarse y no disfrutar de los amigos u otro tipo de relación humana. En ciertas situaciones, quieren establecer vínculos con amigos u otras personas del entorno, pero no tienen las habilidades sociales necesarias para construir una relación. La fuerte necesidad de recibir amor es tal que aceptan cualquier relación aunque los dañe, por la falta de amor en sus vidas. Los niños que crecen o conviven sin expresiones claras de afecto en el entorno familiar muestran comportamientos que, en lo inmediato, pueden ser de aislamiento tanto en el núcleo familiar, como en ámbitos sociales externos: en la escuela, en el grupo de 21 amigos. No saben cómo generar vínculos afectivos en su vida diaria. Esas consecuencias perduran y se expresan en el mundo adulto. Esos niños, que crecieron con ausencias de demostraciones afectivas, se transforman en personas necesitadas de afecto. En algunos casos, optarán por cualquier tipo de relación, aunque esta sea dañina, con tal de recibir afecto; en otros, los vínculos afectivos son superficiales porque no aprendieron a valorarse a sí mismos, ni a los otros, y no saben cómo expresar afecto. EL ROL DE PADRES Y EL ROL MARITAL El rol marital incluye las funciones que cada integrante de la pareja tiene que cumplir dentro de la misma, como esposos. En cambio, el rol parental implica lo relacionado entre padres e hijos. En muchos casos, estos roles se aprenden en el hogar de los padres. Tanto el hombre como la mujer pueden llegar al matrimonio con expectativas preestablecidas de lo que será su rol como cónyuge y padre o madre con los hijos. Por lo tanto, es muy importante conversar sobre estas fantasías y deseos con su pareja, puesto que la falta de acuerdos en este punto puede causar conflictos en el matrimonio. Los cónyuges, luego transformados en padres, tienen que llegar a acuerdos mutuos sobre lo que esperan del otro como pareja y como padres de sus hijos. Cada miembro de la pareja debe evaluar las expectativas que tiene frente a su cónyuge y ajustarlos a las necesidades reales de la pareja, para evitar futuros problemas. Es mejor que los acuerdos sean elaborados por la pareja antes de convivir. Con respecto al rol parental, también hay que intercambiarideas sobre expectativas que tiene cada integrante de la pareja. Hay dos variables a tener en cuenta: la primera es que cuando llegan los hijos, las tensiones en el hogar aumentan. En segundo lugar, corren tiempos de profundos cambios en el rol de la mujer y del hombre, por lo tanto no hay que presuponer nada. Lo más importante es conversar antes de la convivencia y de que lleguen los niños para tener claro si los deseos pueden ser colmados por el otro para evitar frustrarse en la convivencia diaria. Conocemos la historia de una paciente que convivió durante seis años felices con su novio. Cuando nace su primer hijo comienzan los problemas maritales. Esta joven mujer veía a su suegro ayudando a su suegra en tareas de la casa e hijos. Este hecho le hizo suponer que su esposo también la ayudaría en actividades que involucraran a su bebe. Estaba muy cansada y enojada, pero cuando pudo pedir ayuda a su cónyuge, sin demandas, este comenzó hacerse cargo de algunas tareas con respecto a la crianza de su hijo. Todo debe ser hablado, no inferido o fantaseado, hay que verificar si las necesidades son entendidas por el otro integrante de la pareja. Además, tiene que haber una negociación previa sobre la división de tareas en el hogar y con respecto a la crianza y educación de los hijos. Otras veces hay diferencias entre los padres en relación a la crianza y esto oficia de 22 disparador de conflictos. En ciertas situaciones, un padre fija un límite y el otro lo desacredita y eso es negativo para el niño, pues siente las discrepancias y las utiliza para manipular. Cada padre viene de un hogar que, a veces, puede ser muy distinto al de su pareja. Así como planean la fiesta de bodas, la casa, las vacaciones, tienen que ponerse de acuerdo sobre cómo educarán a los hijos. Esto implica límites y valores. EL ESTRÉS FAMILIAR El «estrés» es la sensación de incapacidad que se produce cuando lo que les exige el entorno rebasa las posibilidades de respuesta y las personas piensan que no podrán enfrentar la tensión. Las relaciones entre los padres y los hijos o entre la pareja pueden causar estrés familiar a los miembros de la familia. Sostenemos que ese estrés es causado por el tiempo que transcurre antes de encontrar una solución para enfrentar las dificultades dentro del hogar. En este capítulo, hemos desarrollado estrategias que los padres pueden utilizar para disminuir el impacto negativo en los hijos cuando existen conflictos en la pareja. Estas herramientas no están destinadas a solucionar problemas de pareja. Las rupturas matrimoniales no son un fenómeno repentino, sino que son el resultado de un proceso que puede llevar muchos años y, por lo tanto, provocan deterioro en los vínculos familiares, acompañado por estrés familiar. Muchas parejas quedan detenidas en la primera etapa de conflictos y no pasan a la segunda etapa por miedo a tomar una decisión que implica la ruptura matrimonial. Es así que los conflictos y las respuestas de los padres se hacen crónicos, duran mucho tiempo y sus hijos son testigos de las mismas. No hay que esperar a separarse para recurrir a un psicólogo. Si los adultos buscaran más la ayuda psicológica cuando se inician las dificultades, se podrían prevenir muchos problemas en los hijos. En cambio, cuando la situación los desborda, recién allí es cuando algunas familias procuran ayuda y, finalmente, logran solucionar sus conflictos de pareja. Eso, por consiguiente, se refleja en una vida de familia más satisfactoria y que favorece a todos los integrantes. Otros padres, en cambio, en ese proceso deciden separarse. 1- Berger, Fanny. Entre padres e hijos. Montevideo, Editorial Planeta, 3ª edición, 2012. 23 CAPÍTULO II LA SEPARACIÓN Cuando uno de los padres o ambos comienzan a pensar en separarse y a sentir que no pueden vivir juntos son momentos difíciles para la pareja. Aflora la preocupación por lo que les sucederá a cada uno y, especialmente, piensan en sus hijos. Asimismo, surgen una serie de temas a solucionar a futuro como, por ejemplo: el tiempo con los niños, el dinero, el fraccionamiento de la vida en familia, la nueva casa, etc. Nadie quiere romper con una estructura familiar que les brinda un cierto orden en sus vidas y, por lo tanto, esa ruptura trae aparejados muchos cambios. CÓMO Y CUÁNDO LE CONTAMOS A LOS HIJOS Los padres son los responsables de transmitir a sus hijos la noticia de la separación. Este es un momento difícil para ambos, por lo tanto, es preferible que estén juntos en el momento de enfrentar a los hijos para darles la noticia. Hay circunstancias en las que los padres no pueden estar juntos para hablar del tema con sus hijos, pues no son capaces de dialogar entre sí. Sugiero que la pareja de padres sea la que comunique la noticia. El momento de anunciar la separación depende de muchas circunstancias y características de la familia, pero, cuando la decisión está tomada, lo ideal es que se comunique por la mañana, pues los niños tienen tiempo de empezar a procesar y a preguntar. En lo personal, no aconsejo en el atardecer o la noche, pues pueden ir angustiados a dormir. Otro punto a tener en cuenta es si la decisión debe ser dada a todos los hermanos al mismo tiempo, a pesar de la diferencia de edad y madurez que puedan tener. Creemos que juntar a todos brinda una sensación de unión. Es importante señalar que a pesar de lo que recomendamos como situación ideal, en la experiencia terapéutica, existen padres que han hablado con un hermano de 10 años primero y, luego, por separado, con el otro de 3 años, y les resultó una buena experiencia. Siempre sostenemos que no existen recetas, pero sí lineamientos. Como mencionamos, juntar a los hermanos brinda una sensación de unidad, ya que todos están en la misma situación a pesar de que se encuentren en distintas etapas del desarrollo cognitivo y emocional. 24 Los niños tienen que entender que los padres se separan de su pareja, pero no de los hijos. La pareja conyugal se separa, pero la unión padres e hijos es indisoluble, nunca se puede romper. Sostenemos que es muy importante tomar en cuenta la diferencia conceptual que existe entre vínculo y relación. La relación conyugal se puede romper. En cambio, el vínculo entre padres e hijos es para toda la vida, sin tener en cuenta el estado civil de los progenitores, ni otras variables. Lo que sí sucede es que, luego de la separación, en ciertas situaciones, los hijos pueden llegar a no tener relación con uno de sus padres. A pesar de no estar en contacto, nunca se rompe el vínculo entre estos. Siempre serán padres de sus hijos, aunque no los vean y hayan cortado la comunicación, estarán vinculados toda la vida. En cambio, pueden no estar relacionados. Una forma de transmitir esa noticia, que no será agradable para ninguno de los integrantes del núcleo familiar, pero que contiene conceptos importantes, podría ser la que les detallamos a continuación. No es una receta, solo un modo de encaminar un diálogo sobre un tema que sabemos que es difícil de asumir: Nosotros nos vamos a separar, o nosotros decidimos separarnos, pero siempre vamos a ser los padres y siempre los vamos a seguir amando a cada uno por separado, aunque no sigamos siendo pareja. Lo más importante es que los padres encuentren calma y determinación para comunicar la noticia. Las palabras irán surgiendo en el diálogo. Cuando los niños son pequeños no hay que brindar muchos detalles sobre la ruptura, sí sobre cómo será la rutina luego de la separación. Los padres tienen que estar preparados emocionalmente para las distintas reacciones que puedan presentar sus hijos. Muchos niños y adolescentes, a pesar de que observaban los conflictos conyugales e intuyen que hay problemas, se ponen a llorar y gritar ante la noticia de la separación. En ciertas situaciones extremas, ante la angustia que sienten, les pueden pedir a los padres que no se separen. Hay que estar muy fuertes para sostener con firmeza y amor el dolor de los hijos y mantenerse firmes en la decisión ya tomada. Si sucedeque ellos no quieren aceptar la decisión, ustedes tienen que volver a decir que se separarán y que ambos padres seguirán queriéndolos y viéndolos toda la vida. Otros niños se quedan como paralizados por la noticia, la escuchan, pero no responden. En estos casos, a veces, luego de unos días, preguntan sobre qué les sucederá en sus vidas. Por eso es tan importante que los padres tengan claro sobre dónde y con quién vivirán sus hijos luego de la separación, a que colegio irán, cómo será el régimen de visitas, qué pasará los fines de semana, vacaciones, sus cumpleaños, fiestas familiares y tradicionales. Tienen que estar preparados para las preguntas que vendrán luego del anuncio. 25 A veces, las preguntas tardarán días o semanas en llegar. En muchas situaciones, cuando los niños empiezan a elaborar la separación, quieren saber si los padres tendrán nuevas parejas. La respuesta tiene que ser que, en este momento, no está dentro de lo que le ocupa a cada adulto y que, en un futuro, se verá. Ahora no es el momento de pensar en nuevos integrantes. Además, es un tema de adultos. Conocemos madres que, ante dichas preguntas, respondieron que nunca tendrían una nueva pareja, pero con los años la formaron. Los niños tienen muy buena memoria para ciertos temas y se enojaron, pues no pensaron que su madre volvería a ser pareja de otro hombre. Por eso, no hay que prometer algo ya que nadie sabe qué sucederá con el transcurso del tiempo. Hay niños que, ante los miedos que sienten, quieren saber todos los detalles, pues les brinda cierta seguridad. Gritos, silencio, llanto, inmovilidad, indiferencia son reacciones normales que pueden aparecer. Es importante la contención que, como padres, puedan brindarles a sus hijos en estos momentos. Son circunstancias difíciles tanto para los padres como para los hijos, pues nadie se quiere separar a pesar de los problemas. Todos sufren ante la inminente ruptura. Muchos padres, para evitar el sufrimiento de sus hijos, no les quieren anunciar la separación. La no comunicación causa más problemas en los niños. Otro aspecto muy importante es que si bien muchas veces la decisión final la toma un padre y el otro u otra sufre mucho, al momento de comunicar la noticia, los hijos tiene que sentir unanimidad, que la decisión es de ambos, no importa de quién fue la iniciativa para ellos. En una ocasión, un exesposo , dolorido por la separación, le dijo a su hija de 10 años que su madre tenía un novio nuevo y por eso no lo quería más a él. El padre culpabilizó a la madre y le generó mucha rabia a la hija que vivía con la madre. A partir de dicho comentario, la niña comenzó a desobedecerla y la convivencia se tornó muy conflictiva entre ambas. Los niños tienen que sentir a los padres como un bloque unido que se separa, que la decisión fue tomada por ambos. El comunicar juntos y en bloque evita que el hijo intente proteger al padre que sufre más, pues lo puede sentir como más débil, o que se identifique con él. Otro punto que incide en el proceso es que los padres, en algunas ocasiones, para no hacer sufrir a los hijos, les dicen que se separarán por un tiempo y luego verán. Esta estrategia no es adecuada porque despiertan falsas expectativas y perderán la confianza en ellos. Todos los niños quieren tener a los padres juntos y esa indecisión alimenta el deseo de que se unan de nuevo, con el correr del tiempo, como no sucederá lo tan deseado, se frustrarán. Los padres tienen que saber que sus hijos se merecen saber la verdad, aunque sean muy pequeños. Cada etapa presenta sus propios peligros si no les comunican sobre la separación. Hemos trabajado con padres que no se animan a comunicarles la decisión a sus hijos. Todos, sin excepción, sintieron un profundo alivio luego de hablar con los niños. Algunos psicólogos afirman que cuanto más pequeño el niño sufrirá más porque no 26 sabe cómo elaborar lo que sucede. En la experiencia clínica, observamos que, si bien la edad del hijo importa, lo decisorio es la conducta de los padres ante el niño frente a la ruptura familiar. Siempre la ruptura de la pareja conyugal es vivida con inseguridad, pues la estructura familiar cambiará y ello provoca temores por los cambios que vendrán. Ante esta situación, solo la contención amorosa de los padres ayuda a mitigarla. Claro, los padres también están atravesando momentos difíciles y pueden sentir miedos e incertidumbres sobre cómo será su propia vida sin la pareja. Este cambio produce dudas sobre cómo será el futuro para todos los miembros de la familia nuclear. Por eso, es importante que los padres les transmitan a sus hijos cómo será la rutina luego de la separación, pues esto les brindará orden y tranquilidad. A continuación, explicaremos los desafíos que habrá que superar de acuerdo a las edades o etapas en que se encuentran los hijos cuando los padres se separan. De 0 a 3 años El bebé tiene sensaciones y emociones, pero no ha desarrollado aún su lenguaje, ni razonamiento. En esta etapa, percibe los cambios en las rutinas y siente las tensiones y sentimientos de los padres que están en contacto con él. Los bebés son sensibles a las emociones de sus cuidadores. No desestimen a los pequeños, pues ellos sí sienten los cambios. Sugerimos darle una explicación breve y clara. Por supuesto que no entienden conceptos como matrimonio o separación pero captan las tensiones en el hogar, pues son muy dependientes de los padres. En estas edades, hay que estar atentos a cambios en los hábitos del sueño, alimenticios y de conducta que pueden aparecer en el pequeño durante la separación. Pueden decirles: «Papa y mamá se separan, no van a vivir más juntos. Papá se va a vivir a otra casa». Lo que importa es el tono calmo con el que los padres logren transmitir el mensaje a los niños. En esta etapa, los padres transfieren sus emociones a los hijos. Estos las captan, pero no las pueden expresar con palabras. Cuando empiezan a hablar y a preguntar por el padre que se fue, hay que decirles que vive en otra casa. Cuanto más pequeño, se acostumbrará más rápido a los cambios, pero eso no exime que los adultos pongan en palabras lo que sucede, pues esta comunicación los calmará. Si los perciben ansiosos, los niños se sentirán inseguros y, tal vez, duerman menos o se despierten varias veces durante la noche por pesadillas, o no quieran comer o, en cambio, puedan sentir más apetito. A esa edad, también pueden aparecer o aumentar las rabietas. Los adultos cuyos padres se separaron antes de los tres años no tienen recuerdos de la pareja juntos, se acostumbran fácilmente al cambio. 27 De 3 a 6 años En esta etapa, es muy intenso el miedo al abandono, a perder el amor del padre que se fue y del otro que se queda. Pueden sentir temor a que este último se vaya también. Si bien ya hablan, su pensamiento es concreto y, por lo tanto, siguen sin entender ciertos conceptos. Hay que comunicar la noticia en forma simple, como en la etapa anterior. Pueden realizar preguntas y, ante estas, hay que explicar cómo será su vida de ahora en adelante, tenemos que aclararles las rutinas de la casa, del colegio y cuándo verán al padre que deja la casa. Los niños pueden quedar mudos y quietos por el shock emocional, pero escucharon la noticia y necesitarán tiempo para procesarla. Las preguntas en esta etapa pueden aparecer en los días siguientes. Ellos tienen que sentir que los padres son personas confiables que los cuidarán y les contestarán sus dudas. Pueden surgir, como en la etapa anterior, conductas regresivas, por ejemplo, hasta ahora pedían para hacer sus necesidades y ahora no controlan esfínteres. Pueden aparecer cambios en la conducta, tornarse más agresivos, impulsivos o inquietos. Es la edad del amigo invisible, de superhéroes y de fantasías, por eso es importante que se sientan protegidos por los padres y que sus fantasías los calmen y no los alteren. Es importante que los padres observen qué dicen sus superhéroes y sus amigos invisibles, pues les brindarán datos de cómo se siente el niño. Los niños, enesta etapa del desarrollo, tienen un pensamiento egocéntrico y omnipotente, que ya hemos explicado anteriormente. Por lo tanto, se pueden sentir culpables de la separación y hay que ser muy claros con que es una decisión de los padres. De 6 a 12 años En esta etapa, se debe comunicar de la misma forma que en la anterior. Los padres tienen que estar preparados para las preguntas que vendrán. Al igual que en la anterior etapa, los chicos pueden sentir culpa por la separación. Se les debe reafirmar que ellos no tienen nada que ver con esa decisión. Hay que tranquilizarlos sobre las rutinas, pues es una época donde tienen que estar tranquilos para poder concentrarse y rendir en los estudios. El estudio es un tema importante en los chicos y también, en esta etapa, necesitarán saber dónde vivirán y estudiarán. El rendimiento escolar puede descender por su estado de ánimo. Por eso, es muy importante que los padres puedan ponerse de acuerdo sobre el régimen de visitas, dónde van a vivir, y se los puedan transmitir, junto con la noticia, a sus hijos, pues les brindará estabilidad. A pesar de los enojos, miedos y tristezas que los padres sientan, es muy nutritivo sentarse para llegar a acuerdos básicos y, tal vez, provisorios que ayudarán a brindar cierta estabilidad en momentos donde se necesita. 28 A esta edad, escuchamos varias veces a hijos que expresan su enojo porque nadie los consultó sobre esa decisión. Les tiene que quedar claro que es una resolución de adultos. En esta etapa, los niños pueden necesitar la ayuda de un psicólogo para elaborar la ruptura de su familia nuclear. De 12 a 18 La pubertad y la adolescencia ya de por sí son etapas de la vida difíciles para todo hijo. El joven empieza a distanciarse de sus padres y rebelarse contra su autoridad en búsqueda de la propia identidad. Los adolescentes se plantean preguntas existenciales y su inseguridad emocional aumenta más. La separación de sus padres puede dar lugar a un mayor distanciamiento y a una fuerte sensación de soledad y abandono. En estas edades, es mayor la importancia que tiene su entorno para lograr su bienestar como, por ejemplo: los amigos, el colegio, el club, las actividades del tiempo de ocio, la casa y, sobre todo, su propio cuarto donde pasa muchas horas al día. Un divorcio suele incrementar las típicas dificultades del adolescente y este puede aferrarse a amistades, dejando de lado a la familia. Según el caso, el adolescente puede tener reacciones violentas típicas de la edad, y con la noticia estas pueden aumentar. Al sentir que pierden su estructura familiar se sienten más inseguros, en una etapa de grandes cambios. Los padres tienen que saber que el joven puede tener conductas desafiantes, oposicionistas y conductas de riesgos como entregarse al alcohol y otras sustancias. Si como padres están atentos a ellos, aunque siempre se enojarán, se sentirán sostenidos, pues hay un adulto que los cuida. Los adolescentes quieren saber de quién es la culpa de la separación y muchas veces pueden juzgar a los padres por esa decisión. Los hijos tienen que procesar la separación, si existe un tercero en discordia, no es momento de anunciarlo, pues produce muchos enojos en ellos. Hay que esperar un tiempo prudencial para que los hijos elaboren la separación antes de comunicar y presentar a las nuevas parejas. Los padres siempre preguntan cuánto tiempo tienen que esperar para comunicarles que hay una pareja nueva, tema que profundizaremos más adelante. Otra inquietud que tienen los padres en el momento de la separación es saber cuánto tiempo tiene que transcurrir entre que le comunican la noticia de la separación a los hijos y el momento en que el padre o la madre se va de la casa. Los niños pequeños y, a veces, de 7 u 8 años no tienen la noción del tiempo, ayer puede ser hace un año, mañana puede ser en un mes. Tampoco sirve dar la noticia y que el padre se vaya cuando consiga dónde vivir. Por eso, los padres tienen que tener claridad de cómo será la vida de todos. Sugerimos que se debe comunicar cuando el padre sepa a dónde irá a vivir, puede ser unos pocos días antes de la mudanza del progenitor que se va del hogar. 29 FALSAS LEALTADES QUE PUEDEN SENTIR LOS NIÑOS En el período que va desde que la pareja decide separarse y le comunica a sus hijos, hasta que llegan a un acuerdo legal, la tensión entre los padres puede aumentar. No hay que involucrar a los hijos en temas legales ni económicos. La energía debe de estar puesta en llegar a acuerdos entre ambos, por el bien de los hijos. Si la pareja no está casada legalmente, la ausencia de libreta no exime las discusiones sobre distintos temas como tenencia de hijos, visitas, pensiones alimentarias, patrimonio que han comprado juntos, etc. En la mayoría de los casos, los niños se quedan a vivir con la madre y pueden suceder situaciones incómodas, como cuando el padre que no convive con sus hijos los llama por teléfono y estos no quieren atender por distintos motivos. Pueden estar jugando, estar con amigos, sentir lealtad hacia la madre con la que conviven. Ello lleva, en algunos casos, a que el padre pueda sentirse rechazado, no querido por sus hijos, pues no quieren responder a su llamado en ese determinado momento. En estos casos, deben respetar la decisión de los chicos. No deben obligarlos a conversar con el padre, entender que simplemente no están disponibles, que depende del momento de ellos. Los padres, que están atravesando una etapa de dolor por la separación, no tienen que agregar sufrimiento pensando que sus hijos no los quieren. Un «no» de tu hijo, no significa que no te quiere, simplemente es un niño o un joven que está ocupado en otra actividad. El que los padres pueden conectarse con los sentimientos que les provoca la negación de atenderlos que manifiestan sus hijos los ayudará a tener una mirada empática, comprenderlos y evitar enojarse inútilmente. Hemos escuchado que por la negativa de hablar con los padres, estos dejan de llamarlos por un tiempo. Eso es una actitud vengativa que no resuelve la situación. En otras ocasiones, sienten lealtad hacia su madre, temen traicionarla, pues se quedaron a vivir con ella y creen que pueda enojarse si, por ejemplo, atienden el teléfono. Cuando el niño entiende que no tuvo nada que ver en la separación, y que su madre lo va a querer siempre, suceda lo que suceda, no sentirá que la traiciona si atiende el teléfono cuando su padre lo llama. El amor de los padres hacia sus hijos es incondicional, aunque la pareja conyugal se separe, los padres los siguen amando sin ningún tipo de condición. Aunque un padre decida separarse de su cónyuge, el hijo no tiene que estar incluido en la ruptura familiar. Vale decir que tiene que estar claro que el padre y la madre por separado lo van a seguir queriendo. En muchas situaciones, los hijos sienten que tienen que elegir entre la madre o el padre. Ellos siguen siendo hijos para toda la vida, pues es un vínculo que, como hemos sostenido, es consanguíneo y vitalicio. El hijo no debe tomar partido por uno de los padres, salvo casos extremos como violencia física, emocional o abuso sexual en las que 30 los niños no quieren ver a sus padres. MIEDOS EN LOS NIÑOS Durante el proceso de separación, como mencionamos antes, es común que surjan nuevos temores en los niños u otros, que ya existían, tiendan a agudizarse. Miedo al abandono Los niños pequeños, cuando el padre deja la casa y no les explican bien la decisión de la separación, se pueden sentir abandonados por él. Piensan que si su padre se fue, su madre puede que los abandone también. Es entonces que pueden comenzar a aferrarse a ella, a no querer separase por temor al abandono. El niño teme perder el amor del padre que se fue y del que convive con él. Es muy importante que el padre que se quedó en el hogar tome contacto con sus propias emociones para brindar calma a su hijo. En ciertos casos, un progenitor se puede sentir abandonado por su expareja y esto aumenta los temores tanto en los grandes, como en los chicos.La salida es que el adulto se haga cargo de sus sentimientos, en este caso de abandono, para poder sostener a los hijos. Todo cambio despierta miedos y dudas sobre qué sucederá ahora que se modifica la estructura familiar. El hijo siente que su mundo ha cambiado. Así como muchos niños no pueden dormir la noche anterior al primer día de clase, pues están ansiosos ya que no conocen a sus nuevas maestras, ni a sus nuevos compañeros; los nuevos cambios que se aproximan en su vida, por la disolución de la pareja de padres, elevan la tensión. Esto causa que tengan temores a perder la seguridad, se cuestionan sobre qué será lo nuevo que vendrá. Luego de que se acostumbren a la nueva estructura familiar se sentirán de nuevo seguros. La vida no va a ser la misma, la pareja se disolvió y cambió la estructura y dinámica de la familia nuclear. Por lo tanto, hay que prepararse para los cambios que vendrán. Miedo a la soledad Muchos niños expresan lo solos que se sienten cuando sus padres se separan. Cada integrante de la pareja que se rompió concentra sus energías en rehacer su vida y los hijos se pueden sentir dejados de lado. Es bueno que se sientan acompañados por ambos padres para atenuar ese sentimiento que también desaparecerá cuando todo vuelva a la normalidad. En estos momentos, donde la tristeza es fuerte, los padres tienen que autoapoyarse para poder apoyar a su descendencia. Según la terapia gestáltica autoapoyo es la 31 capacidad que tiene cada persona para hacerse cargo de sí misma a partir de la aceptación y el reconocimiento de sus potencialidades o recursos personales. Los recursos internos o personales son la inteligencia, la creatividad, la imaginación, la intuición, el humor, la perseverancia, el darse cuenta, la tenacidad, las habilidades motrices, musicales, etc. Estas son fuerzas interiores que todo padre tiene y que, en estos momentos, tiene que «iluminarlas», es decir, tenerlas muy presentes, para utilizarlas. El fin de la crianza y de la educación es pasar del apoyo externo, brindado por padres, maestros, al autoapoyo, basado en la consciencia de los propios recursos internos. Por lo tanto, los padres tienen que poder autoapoyarse para sostener a sus hijos. También pueden pedir ayuda a otras personas para que los orienten en momentos tan inestables y llenos de incertidumbres. Esto significa que tienen que estar calmos y pensar en el bien de todos. Así pueden autoapoyarse y utilizar recursos personales para atravesar este período de su vida, haciéndose cargo de lo que sienten, piensan y de sus actitudes. Cuando los padres no pueden auxiliarse en relación al vínculo con sus hijos, adoptan conductas que no benefician a los niños, por ejemplo, toman a estos como rehenes, como confidentes o como mensajeros. A continuación, describiremos conductas que aparecen o se agudizan durante la separación. Muchas de ellas se manifiestan cuando empiezan los conflictos de pareja. Estas conductas pueden durar muchos años e incrementarse con el transcurso del tiempo. Lo importante a tener en cuenta es que perjudican a los hijos y no solucionan los conflictos entre los padres. PADRES QUE COMPITEN POR SUS HIJOS Muchos padres, en lugar de tener una mirada empática hacia sus hijos, compiten con su ex a través de su descendencia. En ocasiones, frente al otro padre, señalan: «qué raro, conmigo se porta muy bien», «a mí me hace caso», en lugar de pensar qué sucede que con su ex el comportamiento es tan distinto a cuando está con el otro padre. A veces, compiten por bienes materiales, por regalos que un padre compra y el otro no puede o no quiere, por lugares a donde los llevan, etc. En esa competencia entre adultos se olvidan de mirar las necesidades afectivas del niño. El punto es que el hijo no es un trofeo o medalla para competir con el otro padre. Si ponen la energía en lo que necesitan realmente los hijos, la competencia por ellos desaparecerá. Ayuda en estos momentos mirar más al hijo y menos a la expareja. LOS HIJOS COMO REHENES DURANTE EL PROCESO DE SEPARACIÓN 32 Los hijos pueden ser tomados como rehenes durante todo el proceso de separación. Esto implica que el padre no puede autoapoyarse. Por lo tanto, está desbordado por rabia, rencor, frustración que no puede elaborar y la proyecta en su expareja. Es tan fuerte e insostenible lo que siente que trata de vengarse de su ex, pero no es consciente que lo realiza a través de sus hijos. Los adultos tienen que contactar con sus sentimientos, darse cuenta de qué les sucede y luego actuar teniendo en cuenta el bien de los chicos. Cuando los padres no pueden tomar contacto con ellos mismos no se pueden autosostener y corren el peligro de utilizar a los hijos como rehenes. Esto no solo no soluciona los problemas, sino que los niños sufren por ser blanco de la furia y frustración de sus padres. Cada adulto tiene que ver qué le sucede interiormente frente a los problemas de pareja. Esta conducta tan nociva puede comenzar a gestarse antes de la separación, cuando uno de los padres teme separarse y utiliza a un hijo para retener a su pareja. Si el niño los ve llorando, los padres suelen argumentar que es porque «tu padre o madre se quieren ir de la casa». Los niños sienten mucho temor y tristeza ante estas expresiones. Papá se quiere ir de la casa Esteban, tiene 36 años y tiene un hijo, Mario, de 10 años. Esteban tiene fuertes conflictos con su mujer. Ella llora por toda la casa frente a su hijo diciéndole: «estoy así porque papá se quiere ir de casa». El niño se angustia cuando escucha la palabra separación. La madre le pide a Mario que le diga a Esteban que se quede con ellos. El padre se siente acorralado, pues quiere separarse, pero teme que su mujer siga utilizando al hijo como rehén y que no lo pueda ver debido a la ruptura matrimonial. Al mismo tiempo, la esposa le transmite miedo a Esteban, pues le dice que el hijo no querrá verlo debido a su decisión de dejar el hogar. Mario es tomado como rehén por su madre para que su padre permanezca en el hogar. Ambos padres se sientan con el hijo para comunicarle sobre la decisión de separarse. Esteban comienza a transmitir la noticia de la ruptura y agrega que es un tema de grandes; que él y su madre lo seguirán queriendo. Y él, su padre, lo seguirá viendo a pesar de que vivirá en otro lugar. La madre, muy enojada, sigue en su posición de víctima, llora y dice que Esteban los está abandonando a ambos. A lo cual, el padre responde: «que no pueden vivir juntos y que seguirá viendo a su hijo, que no lo abandona, que se separa de su esposa, no de su hijo». Mario logra calmarse, en cambio, la madre se desborda por la situación. Ella no logra ni hacerse cargo de su parte en esta ruptura, ni de sus fuertes emociones que la desbordan. En términos de la terapia gestáltica no logra autosostenerse o autoapoyarse. Aunque un solo padre puede explicar la separación empáticamente, cuidando al hijo y transmitiéndole la verdad, el niño logra comprender lo que sucede a su alrededor y se 33 sentirá seguro. Este ejemplo es un caso muy difícil, pues ella proyecta toda la responsabilidad de lo que le ocurre en su marido. Eso dificultó la convivencia y la posibilidad de lograr acuerdos entre ambos. Debido a que no puede tolerar la rabia y el dolor que siente, utiliza a su hijo como rehén para retener a su esposo, pero no logra su cometido. Esteban se alquila una casa cerca para poder estar en contacto más cercano con su hijo. Tiene un trabajo independiente y sin horarios fijos. Cuando llega tarde a buscarlo por motivos laborales, la madre, muy enojada, no permite que lo vea, ni que se lo lleve a su casa, como habían establecido previamente. En realidad, la madre quiere vengarse de Esteban, pero, lamentablemente, toma a Mario como rehén y así él pierde de compartir momentos con su padre. Podemos entender que, en ciertos casos, hay mucho enojo con la expareja, pero sugerimos resolverlo con la persona que, con o sin intención, lo provocó y mantener a los hijos fuera del circuito marital. No ayuda mirar
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