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Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte Serie: Filosofía MARÍA ANTONIA LABRADA CONSIDERACIONES FILOSÓFICAS SOBRE LA BELLEZA Y EL ARTE EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S.A. PAMPLONA © 2017. María Antonia Labrada Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (EUNSA) Campus Universitario • Universidad de Navarra • 31009 Pamplona • España +34 948 25 68 50 • www.eunsa.es • eunsa@eunsa.es ISBN: 978-84-313-3229-7 Depósito legal: NA 2065-2017 Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación, total o parcial, de esta obra sin contar con autorización escri- ta de los titulares del Copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Artículos 270 y ss. del Código Penal). Fotografía cubierta 123RF Printed in Spain – Impreso en España Índice INTRODUCCIÓN .................................................................... 11 I PLATÓN 1. La ontología platónica según las doctrinas no escritas ... 16 2. La belleza como imagen del bien .................................. 17 3. La relación de la belleza con el amor ............................. 21 4. La clasificación de las artes ........................................... 24 5. La poesía imitativa ....................................................... 26 II ARISTÓTELES 1. La imitación de la naturaleza ........................................ 32 2. La definición del arte ................................................... 34 3. La técnica poética. La mímesis ..................................... 36 4. La unidad de la representación ..................................... 39 5. La verdad de los universos poéticos. Lo verosímil ......... 41 6. La catarsis ..................................................................... 44 8 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte III AGUSTÍN DE HIPONA 1. Las etapas de la conversión ........................................... 51 2. Primeros escritos ........................................................... 54 3. La estética sapiencial ..................................................... 55 4. Los amplios salones de la memoria ............................... 56 5. La agudeza visual ......................................................... 59 6. La belleza desfigurada .................................................. 61 IV TOMÁS DE AQUINO 1. La distinción entre esencia y acto de ser ........................ 66 2. La doctrina sobre los trascendentales ............................ 68 3. La definición de la belleza ............................................ 71 4. Las propiedades de la belleza ........................................ 72 5. La contemplación ......................................................... 75 V KANT 1. El gusto en la filosofía trascendental ............................. 80 2. La escisión entre naturaleza y libertad .......................... 82 3. Los juicios determinantes y los reflexionantes ............... 83 4. El a priori del juicio de gusto. Las propiedades de la be- lleza .............................................................................. 84 5. La analítica de lo sublime ............................................. 87 6. Los tipos de imaginación .............................................. 92 7. La imaginación del genio .............................................. 94 Índice 9 VI FICHTE 1. La Doctrina de la ciencia ............................................... 101 2. La imaginación trascendental ....................................... 104 3. La facultad moral originaria ......................................... 106 4. La vuelta a la naturaleza mediante la reflexión .............. 109 5. La representación conforme a fines ............................... 112 VII SCHELLING 1. La naturalidad del arte ................................................. 116 2. El arte como órgano de la filosofía ............................... 119 3. La mitología como materia del arte .............................. 121 4. El drama de la libertad ................................................. 122 VIII HEGEL 1. Belleza y conocimiento ................................................. 130 2. La definición de belleza ................................................ 132 3. La relación del arte con la naturaleza ............................ 135 4. La relación del arte con la moral ................................... 142 5. La relación del arte con la verdad .................................. 146 IX SCHOPENHAUER 1. La duplicidad de la conciencia ...................................... 154 2. La conciencia del espectador ......................................... 159 3. La música como lenguaje del alma ............................... 161 4. La irracionalidad de la música ...................................... 165 10 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte X NIETZSCHE 1. Lo apolíneo y lo dionisiaco ........................................... 172 2. La voluntad de poder .................................................... 178 3. El eterno retorno .......................................................... 182 4. La concepción artística de la vida ................................. 185 BIBLIOGRAFÍA ....................................................................... 189 Introducción Las cuestiones de las que se ocupa la estética (el gusto, la con- templación, la producción artística, la relación entre arte y na- turaleza o la belleza) siguen suscitando el interés no solo de los filósofos, sino también de los artistas, arquitectos, diseñadores, es- critores… Por ello me he decidido a presentar en este libro lo que los filósofos han pensado sobre estos temas. Contra esta tradición filosófica del pensamiento estético se suele argüir que sobre gustos (y aquí se puede incluir la percepción de la belleza, los modos o formas del proceder artístico, etc.) no hay nada escrito. Con ello se alude a que en estos asuntos no hay reglas fijas o teóricas, que el gusto es algo personal, singular, y que cada uno tiene el suyo propio. Pues bien, todo lo que se ha escrito sobre el gusto (este libro incluido) subraya esta singularidad, su carácter personal e irreductible a normas genéricas. En el texto se tratan estos temas al hilo del pensamiento de Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche. El enfoque no es histórico, de historia de la estética; para ello habría hecho falta estudiar a muchos autores tanto de la época antigua, como 12 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte medieval y moderna; pero, sobre todo, no es histórico porque se destaca la vigencia o actualidad del pensamiento de estos filósofos a la hora de esclarecer las cuestiones que la estética se plantea en la actualidad. En cada uno de estos autores se abordan los temas de la belleza y el arte teniendo en cuenta el alcance de su filosofía. Me refiero a que no es posible exponer el pensamiento sobre la belleza de Platón al margen de su indagación sobre lo inteligible. Lo mismo ocurre con la reflexión estética de los otros autores aquí estudiados. Sin embargo, y en la medida de lo posible, no se hace una exposición previa de la filosofía de Hegel, por ejemplo, para después hablar de su pensamiento estético. De lo que se trata es de mostrar lo principial de la filosofía platónica, hegeliana o nietzscheana al hilo de su filosofía sobre la belleza y el arte. Pienso que solo así ese pen- samiento estético –plasmado en sentencias que sacadas de su con- texto pueden ser desvirtuadas– alcanza su significado verdadero. Como podrá advertir el lector, en cada autor se subraya al- gún tema que resulta relevante: el problema de si la belleza es una idea en el caso de Platón, la relacióndel arte con la naturaleza en Aristóteles, la belleza como causa formal en Tomás de Aquino, el tipo de gusto al que se refiere Kant. Lógicamente se tratan otros asuntos en los que estos temas quedan encuadrados. Así se llegan a plantear los problemas que siguen pendientes en la actualidad. En el caso de la belleza cabe preguntarse, por ejemplo, si es posible distinguir la aparición o el acontecimiento de la apariencia. Al parecer, hay un abismo entre un acontecimien- to –la aparición de algo que conmueve de manera profunda– y la apariencia o la superficialidad. Pero ¿no es posible pensar que la aparición o el acontecimiento de la belleza tienen que ver con la toma de conciencia de la apariencia? La belleza tiene relación con la forma, con el modo de aparecer algo. Sin embargo, a veces se afirma que la belleza tiene razón de Introducción 13 fin. ¿No es la belleza lo que se busca o el fin? Pero entonces ¿qué relación hay entre la forma de algo y su fin? Frecuentemente surge la pregunta de si la belleza es algo obje- tivo o subjetivo. Esta cuestión puede esconder el deseo de blindar la belleza con unos criterios o normas objetivos que permitan sal- vaguardar su valor. Pero ¿no radica el valor de la belleza en algo intangible o espiritual? ¿Cómo sustraerse a esta dicotomía entre lo objetivo y lo subjetivo? ¿Qué relación hay entre interioridad y exterioridad en el caso de la experiencia estética? Las preguntas referidas al arte no siempre coinciden con las de la belleza. En la actualidad –en el arte actual– no se relaciona el arte con la belleza. Tampoco los griegos lo hicieron. El problema es que la recepción de las obras de arte clásicas –como prototipos de belleza– en el periodo neoclásico conduce a contraponer el arte clásico y el actual; ahora bien, ¿no cabría pensar que el arte con- temporáneo esté redescubriendo la naturaleza productiva del arte y su verdad propia presente ya en los griegos? I Platón Pensar sobre la belleza en Platón significa replantear algunas cuestiones heredadas de manera un tanto acrítica. La primera es sobre la dificultad de la belleza que es señalada en los diálogos de modo explícito: «Lo bello es difícil. Cinco veces suena esta senten- cia en lugares importantes de la obra de Platón»1. Esta dificultad se puede entender en sentido teórico; lo bello supondría difíciles disquisiciones racionales. Pero ¿no cabría pensar que Platón está hablando de lo difícil desde el punto de vista ético? La proximi- dad de la belleza con el bien sería una indicación para entender la belleza como lo arduo o costoso de alcanzar, lo que supone una cierta incomodidad. A este último sentido parece apuntar el tér- mino empleado por Platón –χαλεπός– que significa duro, penoso, pesado. Otra cuestión a la que se hace referencia habitualmente es la idea platónica de belleza. Todo el mundo parece saber a qué se refiere esa expresión: la belleza como idea o prototipo. ¿Tiene la belleza un carácter modélico en la filosofía de Platón? ¿Pertenece la belleza al mundo de las ideas platónicas? 1. BALTHASAR, H. U. VON, Gloria, 4, 155. 16 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte Entre los intérpretes de Platón se encuentran aquellos que se ciñen solo a los textos2, y aquellos otros que además de atender a los textos tienen en cuenta la llamada doctrina no escrita3, que son las enseñanzas orales transmitidas por tradición. Entre los primeros, se considera que la culminación de la filo- sofía platónica está en las Ideas que constituyen el mundo de las ideas, mientras que la realidad sensible forma el mundo visible. En el mundo inteligible se encuentran las ideas de todo lo existente como modelos eternos. A favor de los intérpretes que tienen en cuenta las doctrinas no escritas (la expresión es de Aristóteles), juegan los propios testi- monios de Platón y sus argumentos en apoyo de la oralidad y en contra de la escritura4. El nivel más alto de la ontología platónica según las doctrinas no escritas no son las Ideas como géneros supremos de inteligibilidad, sino unos principios superiores y primeros. La diferencia entre idea y principio es que este último tiene razón de causa eficiente, y la idea, de causa ejemplar. Pero entender la belleza como causa ejem- plar es difícil de compaginar con la dimensión anagógica o eleva- dora de la belleza en la filosofía platónica. Por ello, seguiré en este punto a los autores que tienen en cuenta las doctrinas no escritas. 1. LA ONTOLOGÍA PLATÓNICA SEGÚN LAS DOCTRINAS NO ESCRITAS Se denomina Protología al discurso en torno a estos principios que fundamentan a su vez las ideas y muchas otras entidades que 2. Friedrich Schleiermacher (1768-1834) es el principal valedor de la crí- tica textual en lo que a la filosofía de Platón se refiere. 3. Este segundo modo de interpretar el pensamiento platónico es seguido por la Escuela de Tubinga que está representada –entre otros– por Hans Krä- mer, Hans-George Gadamer y Giovanni Reale. 4. Cf. PLATÓN, Fedro, Carta VII. Platón 17 hay entre ellas. Esos principios supremos son el uno y la díada; luego se encuentran los números ideales, primeros entes causados por los principios supremos; a continuación están las metaideas; posteriormente las ideas y los entes matemáticos intermedios, y, por último, las realidades sensibles y sus reflejos5. Lo proton o primero es en Platón el uno/bien y la díada que tiene el carácter indeterminado de lo más/menos, mucho/poco o mayor/menor. El uno/bien al actuar sobre lo múltiple o ilimita- do –la díada– lo determina, lo hace estructuralmente inteligible y produce orden o valor: «Lo que es ordenado, armonioso y estable es bueno y bello. El bien es, pues, el orden producido por el uno. De este modo se explica el valor axiológico de la doctrina de los principios. La virtud se entiende como ordenamiento de lo que tiende al exceso o al defecto y, por tanto, como unidad»6. Desde esta interpretación protológica, el bien como lo uno es superior al ser7 y a las ideas en cuanto dignidad y poder8. El bien por su naturaleza difusiva es la causa u origen de todo lo que es, y, al mismo tiempo, el fin que mueve atrayendo. 2. LA BELLEZA COMO IMAGEN DEL BIEN La proximidad de la belleza con el bien en el pensamiento platónico reclama alguna aclaración terminológica. Platón emplea la palabra αγαθον para referirse al bien como lo adecuado o con- veniente a un fin, y la de καλον para nombrar al bien como fin, es decir, a lo en sí mismo valioso o bello. Se trata de dos formas de 5. Cf. REALE, G., Por una nueva interpretación de Platón. Relectura de la Metafísica de los grandes diálogos a la luz de las doctrinas no escritas. 6. Ibíd,. 249-250. 7. Cf. Ibíd., 225. 8. Cf. BALTHASAR, H. U. von, Gloria, 4, 167. 18 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte bien: en el primer caso se advierte algo como adecuado o ventajo- so; en el segundo se refiere a lo en sí mismo valioso o noble: «Los griegos no pensaban que lo bueno fuera siempre bello, ni lo bello siempre bueno, es decir, admitían que lo ventajoso no es siempre necesariamente noble ni lo noble forzosamente venta- joso. La intención de Platón va dirigida a mostrar que lo bello no es bueno de modo derivado, o por motivos externos, sino por sí mismo, es decir, atañe a nuestros verdaderos intereses e incluso los define. En último término, la palabra bueno solo es equívoca para Platón en la medida en que ese interés verdadero y originario no llega a ser cabalmente entendido. Hacer que lo sea es tarea de la filosofía»9. Llegar a entender que lo que tiene mayor interés o ventaja es lo en sí mismo valioso. La filosofía tiene que ver con esto. Los diálogos platónicos se dirigen a deshacer los equívocos en torno al interés esgrimidos por los sofistas. Para la estética también es deci- sivo. Basta pensar –en dirección distinta de Platón– en el esfuerzo de Kant por separar la belleza de cualquier forma de interés subra- yando su carácter desinteresado;o cuando, en ocasiones –también alejándose de Platón– se califica lo bello como lo superfluo res- pecto de lo útil. Esta pérdida de la orientación platónica en una cuestión cen- tral para el pensamiento estético, puede deberse –además de a otras cuestiones ontológicas o gnoseológicas– a la traducción cas- tellana de αγαθον por bueno y de καλον por bello. Con ello se pierde la conexión semántica de lo bello con lo en sí mismo valioso o bueno, dejando atrás el riquísimo contenido del término griego καλον: «El término καλον abarca mucho más de lo comprendido en la palabra belleza: es lo justo, conveniente, bueno, proporcionado 9. SPAEMANN, R., Felicidad y benevolencia, 36-37. Platón 19 a la esencia, lo que contiene en sí mismo su integridad, su salud, su salvación; solo en cuanto abarca todo eso es también (como una síntesis que confirma y prueba) lo bello»10. El bien como tal es bello. Cuando Sócrates sueña la idea está soñando con lo bello y bueno11. La proximidad de la belleza con el bien supone la relación de la belleza con la medida y el orden, pero en sus significados onto- lógico y axiológico12. La tendencia a entender la medida y el orden de la belleza en un sentido cuantitativo, desvirtúa el significado que tienen ambos términos en la filosofía platónica. El bien como «primer principio es la máxima identidad y es medida y causa de toda medida, de toda proporción y armonía. El principio es la causa ordenadora que, disponiendo las ideas y sus relaciones, es- tructurando la realidad suprasensible y sensible, introduce orden en el desorden de la materia original. (…) Y el principio es tal no solo en el ámbito ontológico, sino también en el plano cognosciti- vo y axiológico: él hace que las cosas sean, que sean cognoscibles, bellas y buenas. El primer principio es, por consiguiente, la meta última de la filosofía, máxima verdad y bondad y origen de toda belleza»13. Platón habla también de la belleza en el ámbito de las reali- dades sensibles o visibles. La belleza es visible; es la única de las realidades inteligibles que tiene una manifestación sensible. Y aquí radica la diferencia de la belleza sensible, porque el bien –como principio– no se puede ver sin morir: «La belleza la captamos por medio del más claro de nuestros sentidos, puesto que brilla con suma claridad. La vista, en efecto, es la más penetrante de las percepciones que nos llegan a través del 10. BALTASAR, H. U. VON, Gloria, 4, 186. 11. Cf. ibíd., 4, 188. 12. Cf. VERCELLONE, F., Más allá de la belleza, 25. 13. YARZA, I., Introducción a la estética, 30-31. 20 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte cuerpo, pero con ella no se ve la sabiduría. De lo contrario, nos provocaría terribles amores, si la sabiduría diera una imagen de sí misma de tal claridad que llegara a nuestra vista y lo mismo pasa- ría con todo cuanto es digno de amarse. Pero solo a la belleza le ha sido dado el ser lo más deslumbrante y lo más amable»14. No se puede ver el bien sin experimentar esos terribles amores a los que se refiere Platón: la finitud no podría soportar esta mani- festación de inteligibilidad sin morir. La belleza, en cambio, la po- demos captar con el más inteligente de nuestros sentidos: la vista. De este modo se introduce en la filosofía de Platón lo que hoy denominamos experiencia estética. ¿En qué consiste la belleza? No se trata del bien como principio sino de la manifestación sensible del orden, la medida o la proporción característica del bien. La belleza es una imagen del bien15. La proporción o el orden de esta imagen no es autorreferencial sino una manifestación del orden perfectivo hacia lo otro en el que la naturaleza del bien consiste. Por ello la manifestación de la belleza conmociona el alma de quien la contempla despertando el recuerdo de su naturaleza espiritual. La principal característica de la experiencia de lo bello es des- pertar la propia conciencia, poniendo al alma –no sin sufrimien- to– en el camino de la realidad. La constatación de que lo percibi- do como bello es tal, es la transformación de quien lo contempla que queda tocado en lo más profundo del alma. En la caída en el cuerpo –el estado temporal o histórico– el alma se encuentra en una situación de ceguera respecto a su mis- ma esencia contemplativa quedando adormecida por la ceguera. En ese escenario, el carácter anagógico o ascensional de la belleza16 14. PLATÓN, Fedro, 250 d. 15. Cf. VERCELLONE, F., Más allá de la belleza, 27. 16. GADAMER, H. G., Verdad y método, 575. Platón 21 va a ser un elemento clave en la toma de conciencia de la natura- leza alada del alma17. El recorrido de ese camino supone dolor, renuncia: «Sin duda, un inicio de comprensión de que la belleza tiene que ver con el dolor se encuentra en el mundo griego. Pensemos por ejemplo en el Fedro de Platón. Platón considera el encuentro con la belleza como esa sacudida emotiva y saludable que permite al hombre salir de sí mismo. El hombre que ha perdido la per- fección original busca perennemente la forma primigenia que le sane. Recuerdo y nostalgia lo inducen a la búsqueda, y la belleza lo arranca del acomodamiento cotidiano. Le hace sufrir. Podría- mos decir, en sentido platónico, que el dardo de la nostalgia lo hiere y justamente de este modo le da alas y lo atrae hacia lo alto»18. La noticia sobre la naturaleza contemplativa del alma se da de un modo indiscernible con el acontecer de la belleza; de ahí el im- pacto –la novedad– del acontecimiento, y su relación con el amor, que es el contexto en el que se habla de la belleza en la filosofía de Platón. 3. LA RELACIÓN DE LA BELLEZA CON EL AMOR El punto de partida de la doctrina platónica sobre el eros es la indigencia humana19. En el Banquete habla Sócrates del eros o del amor como aquel deseo de las cosas bellas y buenas y de la fe- licidad que acompaña a su posesión; todos los hombres tienen ese deseo y buscan esa felicidad, pero ¿por qué –se pregunta Sócrates– 17. Cf. Fedro, 251 c. 18. RATZINGER, J., La contemplación de la belleza. 19. Cf. PLATÓN, Banquete, 203 b y ss. 22 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte decimos entonces que unos hombres están enamorados y otros no cuando todos desean y buscan la felicidad? Todo deseo lo es de lo bueno y de ser feliz, pero cada uno lo busca en distintas cosas. Algunos buscan ese bien en la posesión de dinero o de la salud o del saber, y no se dice de ellos que estén enamorados ni se les llama amantes, mientras que los que se afa- nan según una sola especie reciben el nombre del todo, y de ellos se dice que están enamorados. Pero ¿cuál es esa especie? Esa especie de amor al que se le da el nombre del todo, es aquella en la que el remedio a la indigencia no se busca mediante la posesión de los bienes (ya sean las riquezas, la salud, las virtudes o el saber) porque de este modo se limita el bien poseído y la in- satisfacción sigue acuciando al alma; el hombre en su existencia mortal o limitada solamente puede aspirar a lo ilimitado del bien mediante su generación o procreación. La capacidad de generar o procrear es lo que hace al hombre inmortal: «La generación es algo eterno e inmortal en la medi- da en que pueda existir en algo mortal. Y es necesario desear la inmortalidad junto con el bien, si realmente tiene por objeto la perpetua posesión del bien»20. La inmortalidad no se alcanza me- diante cualquier forma de generación, sino solo en la generación del bien o de las cosas buenas, en definitiva, de la virtud, para la cual es necesaria la manifestación de la belleza. En ocasiones se afirma que la percepción de la belleza –en el pensamiento platónico– lleva a despertar el amor. Pero, el amor para Platón no es amor de lo bello, sino amor de la generación y procreación en lo bello21. En esta afirmación se encuentra el núcleo del pensamiento platónico sobre el amor, el bien y la belleza. 20. PLATÓN, Banquete, 207 a. 21. PLATÓN, Banquete, 206 e. Platón 23La dimensión manifestativa de la belleza explica esta capa- cidad de engendrar propia del bien, porque siendo la belleza lo más visible de lo inteligible, lo es como luz, que solo es visible en cuanto hace visibles otras cosas22. La manifestación de la belleza despierta en el hombre el amor por lo inteligible, dando a luz el bien. Esta dimensión fecunda o generativa de la belleza le permite al alma recobrar su dinamismo ascensional al que antes se ha he- cho referencia. En diferentes diálogos describe Platón la elevación del alma a través de las formas de belleza. En esta ascensión se destaca el carácter arduo y moralmente costoso de su percepción. Se trata de una purificación del deseo o de la mirada, de encauzar el deseo como se afirma en el Fedro23. En el Banquete habla de cómo el amante de la belleza va elevándose de los cuerpos bellos a la belleza de las almas, y de ésta a la belleza de las normas de conducta y de las ciencias. Esta progresión del alma culmina en la contemplación de la belleza en sí que permite engendrar virtudes verdaderas y hace al hombre amigo de los dioses: «En este periodo de la vida, más que en ningún otro, le merece la pena al hombre vivir: cuando contem- pla la belleza en sí (…) ¿Qué debemos imaginar si le fuera posible a alguno ver la belleza en sí, pura, limpia, sin mezcla y no infectada de carnes humanas, ni de colores ni de otras fruslerías mortales, y pudiera contemplar la divina belleza en sí, específicamente única? ¿Acaso crees que es vana la vida de un hombre que mira en esa dirección, que contempla esa belleza y vive en su compañía? ¿O no crees que solo entonces le será posible engendrar, no ya imágenes de virtud sino virtudes verdaderas, ya que está en contacto con la verdad? Y al que ha engendrado y criado una virtud verdadera, ¿no 22. GADAMER, H. G., Verdad y método, 576. 23. PLATÓN, Fedro, 251 e. 24 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte crees que le es posible hacerse amigo de los dioses y llegar a ser, si algún hombre puede serlo, inmortal?»24. Hasta aquí la percepción de la belleza en Platón, quien plantea el tema de la dimensión manifestativa de las imágenes bellas. Con ello no se refiere a las imágenes artísticas. Según Platón, el arte tie- ne que ver con la apariencia y no con la manifestación de la verdad o del bien: «El arte asume el estatuto de apariencia –estatuto que la tradición moderna le confiaría definitivamente–, ello depende del hecho de que este constituye un pálido reflejo de aquel orden metafísico, del cual no puede ofrecer más que una débil voz»25. 4. LA CLASIFICACIÓN DE LAS ARTES El alto concepto de los saberes artísticos o técnicos que tiene Platón, explica la frecuente referencia a ellos en los diálogos. Cada arte o técnica tiene su objeto propio, su saber cómo. Saber cómo se hace un zapato o una mesa es –en los diálogos juveniles– el mode- lo del saber26. La potencia propia de cada una de las artes evidencia que la técnica del médico no sea la del timonel, etc.: «Las artes gobiernan y dominan aquello que constituye su propio objeto»27. Todo ello explica la diversidad de las artes. En el Sofista se dis- tingue el arte por el cual adquirimos algo (por ejemplo, pescar un pez), y el arte por el cual se crea o produce algo. En lo que respecta al arte creador, Platón distingue el arte creador de Dios y el del hombre. En el arte creador de Dios diferencia la creación de cosas o realidades y la de sus sombras o reflejos (imágenes). Dentro del 24. PLATÓN, Banquete, 211 d– 212 a. 25. VERCELLONE, F., Más allá de la belleza, 26. 26. Cf. BALTHASAR, H. U. VON, Gloria, 4, 164. 27. PLATÓN, República, 342 c. Platón 25 arte creador humano considera la producción de cosas o realidades y la de imágenes de estas cosas. A su vez estas imágenes pueden ser reproductivas (cuando imitan el modelo según las proporciones justas), o fantásticas (cuando el modelo aparece desfigurado): Cosas o realidades Divino Imágenes: sombras o reflejos Arte creador Cosas o realidades: cama para dormir, casas Humano Reproductivas (eikastiké) Imágenes Fantásticas (fantastiké, fantasmata)28. El problema del arte imitativo es que se mueve en un tercer grado de realidad y carece de una técnica propia. En este contexto se sitúa la discusión sobre el arte en la Re- pública. El tema del diálogo es la realización de la justicia en la ciudad. Después de hablar de los distintos regímenes de gobierno, se plantea cuál debe ser la educación de los gobernantes. La educa- ción en Grecia se basaba en la gimnástica (educación del cuerpo) y la musiqué –poesía y música– para la educación del alma29. El libro X –el último del diálogo– está dedicado a las artes imitativas 28. BRUYNE, E. DE, Historia de la estética I, 67 ss. 29. Cf. PLATÓN, República, 377 e. 26 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte (y en especial a la poesía imitativa) y a la inmortalidad del alma, dos temas que pueden parecer, en un principio, sin conexión; sin embargo, descubrir el nexo entre ambos supone ahondar en la concepción platónica de la poesía imitativa y su condena. 5. LA POESÍA IMITATIVA Para Platón todas las imágenes creadas por el hombre (poéti- cas, pictóricas, etc.) son miméticas. Cuando trata de la mímesis en la República el trasfondo es la relación entre lo uno y lo múltiple: «Pongamos una idea para una multitud de cosas». Existe una idea de cama (primaria y eterna); también están las camas que hace el artesano y, las imágenes de las camas (las camas pintadas) hechas por el pintor. El pintor es imitador de lo que los otros son artífices30; no imita la idea de cama sino las camas que hace el artesano. La imi- tación del pintor no reproduce las cosas según su esencia, porque es imposible que domine las técnicas de todo lo que reproduce, no puede ser un entendido en todos los oficios y en todos los asuntos: «La razón de que el artista imitativo produzca todo está en que no alcanza sino muy poco de cada cosa y en que esto poco es un mero fantasma. Así, decimos que el pintor nos pintará un zapatero, un carpintero y los demás artesanos, sin entender nada de las artes de estos hombres; y no obstante, si es buen pintor, po- drá, pintando un carpintero y mostrándolo desde lejos, engañar a los niños y hombres necios con la ilusión de que es un carpinte- ro de verdad. Y creo, amigo, que sobre todas estas cosas nuestro modo de pensar ha de ser el siguiente: cuando alguien nos anuncie que ha encontrado un hombre entendido en todos los oficios y 30. Ibíd., 598 a. Platón 27 en todos los asuntos, y que lo sabe todo más perfectamente que cualquier otro, hay que responder a ese tal que es un simple y que probablemente ha sido engañado, al topar con algún charlatán o imitador, que le ha parecido omnisciente por no ser el capaz de distinguir la ciencia, la ignorancia y la imitación»31. El texto es cla- ro en la razón por la que la pintura –y otras artes similares como la poesía imitativa de Homero– conduce al engaño: es imposible que esos artistas dominen todas las técnicas que imitan. Con ello también se advierte que Platón no considera que la pintura o la poesía imitativa tengan su propia técnica. Las imágenes hechas por los artistas se encuentran en un tercer grado de realidad. Este es el problema del arte imitativo. Con el ejemplo del pintor que imita cualquier cosa sin conocer su esencia, Platón se acerca a su objetivo que es la poesía imitativa de Homero: «Habrá que examinar el género trágico y a Homero, su guía. Ya que hemos oído decir que esos poetas conocen todas las artes y todas las cosas humanas en relación con la virtud y con el vicio, y también las divinas (…). Debemos examinar si con tales obras están a triple distancia del ser (…) de si conocen el asunto sobre el que tratan»32. Los poetas trágicos tratan de todas las cosas y todas las artes –como los pintores– pero su peculiaridad radicaen que tratan de todo ello en relación con la virtud y el vicio. De ahí la importancia de analizar la poesía imitativa y, en especial, la de Homero: «Ahora bien, de la mayoría de las cosas no hemos de pedir cuenta a Homero ni a ningún otro de los poetas (…) pero es justo que nos informemos de él preguntándole: Amigo Homero, si es cierto que tus méritos no son los de un tercer puesto a partir de la verdad, si no eres un fabricante de apariencias al que definimos 31. Ibíd., 598 b-d. 32. Ibíd., 598 e. 28 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte como imitador, (…) dinos cuál de las ciudades mejoró por ti su constitución (…)»33. Los poetas crean imágenes de la virtud, pero ¿saben de lo que hablan? En este punto retoma Platón el argumento de que el imi- tador no entiende nada del ser sino del aparecer: «Sobre todo objeto hay tres artes distintas: la de utilizarlo, la de fabricarlo y la de imitarlo. (…) Ahora bien la excelencia, her- mosura y perfección de cada instrumento o ser vivo o actividad ¿no está en relación exclusivamente con el servicio o utilidad para el que nacieron o han sido hechos?»34. Por este motivo el que uti- liza el instrumento (Platón pone el ejemplo del flautista), debe informar al que hace la flauta acerca de las que sirven para tocar, y el que las hace presta fe a esa información. El fabricante tiene opinión fundada, y el que lo utiliza tiene conocimiento. Y ¿el imitador? ¿Cuál es su conocimiento? El imitador no tiene ni el conocimiento del usuario ni la opinión fundada del fabrican- te, no sabe nada que valga la pena acerca de las cosas que imita; la imitación no es cosa seria, sino una niñería, pero en el caso de la poesía mimética es preciso precaver a las almas de los jóvenes de su influencia. La razón de esta precaución está en que la poesía imita la dimensión irritable y cambiante del alma y no su dimensión racional: «Uno de esos elementos [del alma], el irritable, admite mucha y variada imitación; pero el carácter reflexivo y tranquilo, siendo siempre semejante a sí mismo, no es fácil de imitar ni cómodo de comprender cuando es imitado, mayormente para una asamblea en fiesta y para hombres de las más diversas procedencias reuni- dos en el teatro. La imitación del elemento reflexivo, en efecto, les presenta un género de sentimientos completamente extraño para 33. Ibíd., 599 c. 34. Ibíd., 601 d. Platón 29 ellos. (…) Es manifiesto, por tanto, que el poeta imitativo no está destinado por naturaleza a ese elemento del alma (el reflexivo) ni su ciencia se hizo para agradarle, si ha de ganar renombre entre la multitud, sino para el carácter irritable y multiforme, que es el que puede ser fácilmente imitado»35. La poesía imitativa lleva a gozarse o a dolerse de los sucesos sin que intervenga la dimensión reflexiva del alma. Frente a este des- bordarse de la aflicción y de las lamentaciones propio de la poesía trágica, Platón va adelantando una argumentación que le lleva –es la conclusión del libro X y de todo el diálogo de la República– a hablar de la virtud y la inmortalidad del alma: «La ley dice que es conveniente guardar lo más posible la tran- quilidad en los azares y no afligirse, ya que no está claro lo que hay de bueno o malo en estas cosas; que tampoco adelanta nada el que las lleva mal, que nada humano hay digno de gran afán y que lo que en tales situaciones debe venir más prontamente en nuestra ayuda queda impedido por el mismo dolor»36. No está claro lo que hay de bueno o malo en los azares, ni tampoco adelanta nada el que los lleva mal, pues nada humano es digno de gran afán. En este punto a la vez que rechaza Platón la poesía de Homero37, el diálogo prosigue hablando de la inmorta- lidad del alma: «¿Qué hay –repuse– que pueda llegar a ser grande en un tiem- po pequeño? Porque todo ese tiempo que va desde la niñez hasta la senectud queda en bien poco comparado con la totalidad del tiempo. –No es nada de cierto –dijo. –¿Y qué? ¿Piensas que a un 35. Ibíd., 604 e-605a. 36. Ibíd., 604 b-c. 37. «Cuando topes con panegiristas de Homero que digan que este poeta fue quién educó a Grecia (…) has de saber igualmente que en lo relativo a la poesía no han de admitirse más que los himnos a los dioses y los encomios a los héroes». PLATÓN, República, 606 e. 30 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte ser inmortal le está bien afanarse por un tiempo tan breve y no por la eternidad? –No creo –respondió–; pero ¿qué quieres decir con ello? –¿No sientes –dije– que nuestra alma es inmortal y que nunca perece?»38. De nuevo aparece la inmortalidad del alma ligada a la virtud: «Del hombre justo hay que pensar que, si vive en pobreza o en enfermedades o en algún otro de los que parecen males, todo ello terminará para él en bien sea durante su vida, sea después de su muerte. Porque nunca será abandonado por los dioses el que se esfuerza por hacerse justo y parecerse a la divinidad, en cuanto es posible al ser humano, por la práctica de la virtud»39. Las artes imitativas son juzgadas desde el horizonte de la vir- tud. Platón considera a los que hacen imitaciones como fabricantes de apariencias40. El poeta no sabe nada más que imitar41. No existe –para Platón– una técnica poética que le permita considerar la verdad propia de estas mímesis. Establecer los principios propios de la poética como técnica mimética será la tarea que va a llevar a cabo Aristóteles. 38. Ibíd., 608 c-d. 39. Ibíd., 613 a-b. 40. Ibíd., 600 d. 41. Ibíd., 601 a. II Aristóteles Del término griego τέχνη derivan dos palabras que tienen en la actualidad sentidos muy alejados: técnica y arte. Por «técnica» se entiende el modo de proceder mecánico que se rige por un mode- lo previamente definido. La palabra «arte» indica, en cambio, un modo de proceder en el que hay lugar para el descubrimiento y la innovación en el hacer mismo. Es problemático, en consecuencia, decidirse por una u otra traducción. La razón de que me incline a traducir τέχνη por arte es que en Aristóteles la τέχνη no es un saber teórico sino práctico que se va adquiriendo en la medida en que se va haciendo o produciendo. Queda claro que todo ello lleva a un saber acumulado por la experiencia que se puede transmitir teóricamente, pero eso no impide el incremento del conocimiento en el hacer mismo. Aristóteles se ocupa del arte en distintos libros. En la Física compara el arte con la naturaleza; en la Ética a Nicómaco se en- cuentra la definición del arte, y en la Poética analiza el arte de la composición poética. 32 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte 1. LA IMITACIÓN DE LA NATURALEZA Los autores que se han ocupado del arte como imitación de la naturaleza consideran a Aristóteles como el responsable de esta tesis que efectivamente se encuentra en su obra, en concreto en la Física. El capítulo primero del libro II comienza hablando de las cau- sas por las que las cosas llegan al ser. Una de estas causas es la naturaleza, que no tiene en la filosofía aristotélica un significado terminativo (este árbol) sino causal en el orden de la eficiencia. La naturaleza es una de las causas por las que las cosas son. Las cosas son por naturaleza cuando tienen en sí mismas el principio del mo- vimiento y del reposo. En este contexto y para aclarar mejor lo que es por naturaleza, introduce el arte como otra de las causas de que determinada clase de cosas lleguen al ser. Tampoco el arte tiene un significado terminativo en Aristóteles, sino causal o eficiente. Las cosas pueden ser por naturaleza o por arte. Son por arte cuan- do no tienen en sí mismas ninguna tendencia natural al cambio: «Algunas cosas son por naturaleza, otras por otras causas. Por naturaleza, los animales y sus partes, las plantas y los cuerpos sim- ples como la tierra, el fuego, el aire y el agua, pues decimos que éstas y otras cosas semejantes son por naturaleza. Todas estas cosas parecen diferenciarse de las que no están constituidas pornatura- leza, porque cada una de ellas tiene en sí misma un principio de movimiento y de reposo, sea con respecto al lugar o al aumento o a la disminución o a la alteración. Por el contrario, una cama, una prenda de vestir o cualquier otra cosa de género semejante, en cuanto que las significamos en cada caso por su nombre y en tanto que son productos del arte, no tienen en sí mismas ninguna ten- dencia natural al cambio; pero en cuanto que, accidentalmente, están hechas de piedra o de tierra o de una mezcla de ellas, y solo bajo este respecto, la tienen. Porque la naturaleza es un principio Aristóteles 33 y causa del movimiento o del reposo en la cosa a la que pertenece primariamente y por sí misma, no por accidente. »Digo no por accidente porque alguno, siendo médico, podría curarse a sí mismo; pero no posee el arte de la medicina por curar- se a sí mismo, sino que en este caso son por accidente un mismo hombre el que cura y el que es curado, y por eso en otras ocasiones pueden ser distintos»1. Las cosas hechas mediante arte (una cama, una prenda de ves- tir) no tienen en sí mismas ninguna tendencia natural al cambio, a no ser accidentalmente, es decir, en la medida en que estén he- chas de madera o de piedra. En el caso del médico que se cura a sí mismo también es por accidente, porque la coincidencia en un mismo hombre del que cura y es curado es accidental y por eso pueden ser distintos. El arte se relaciona con la naturaleza en términos de eficiencia que procede –en cada caso– de modo distinto. El arte, como la na- turaleza, es una causa de que determinadas cosas lleguen al ser. Este es el término de comparación establecido por Aristóteles en la Física. La afirmación de que el arte imita la naturaleza se encuentra más adelante en el comienzo del capítulo segundo del libro II de la Física. Aristóteles quiere aclarar la cuestión de si la ciencia Física –que se ocupa de la naturaleza– debe considerar no solo la causa material, sino también la formal. Y en este punto recurre al arte al considerar que cada arte se ocupa no solo de la materia, sino tam- bién de la forma. La mencionada afirmación aparece al comienzo: «Si el arte imita a la naturaleza y es propio de una misma cien- cia el conocer la forma y la materia (por ejemplo, es propio del médico conocer la salud, pero también la bilis y la flema en las que reside la salud; y asimismo es propio del arquitecto conocer la for- ma de la casa pero también la materia, a saber, los ladrillos y la ma- 1. ARISTÓTELES, Física, 192 b 1-25. 34 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte dera; y lo mismo hay que decir de cada una de las otras artes), será entonces tarea propia de la filosofía conocer las dos naturalezas»2. Es característico de Aristóteles aclarar cuestiones relativas al modo de proceder la naturaleza sirviéndose del arte. Y en este caso se refiere a la imitación de la naturaleza por el arte como un argu- mento (no es el único) para dirimir la cuestión de si la física debe ocuparse de otras causas además de la material. La imitación de la naturaleza por el arte no tiene en Aristóteles el significado de copia del aspecto exterior de algo. En la primera comparación que se ha analizado y que es la fundamental se trata de establecer un parangón –con sus diferencias– entre eficiencias. En la segunda, la confrontación le sirve como argumento para mantener que así como el arte se ocupa no solo de la materia sino también de la forma, en la ciencia física que tiene por objeto la naturaleza debe ocurrir lo mismo. 2. LA DEFINICIÓN DEL ARTE De lo que es el arte se ocupa Aristóteles en el libro VI de la Ética a Nicómaco en que se analizan tanto los hábitos intelectuales que perfeccionan la inteligencia, como los morales que perfeccio- nan la voluntad. El arte aparece entre las virtudes o hábitos intelectuales, junto con la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto: «Demos por sentado que las disposiciones por las cuales el alma afirma la ver- dad mediante la afirmación o la negación son en número de cinco, a saber: el arte, la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto»3. Mientras que la ciencia, la sabiduría y el intelecto versan sobre las cosas que son necesarias y siempre del mismo modo, el arte y la 2. Ibíd., 194 a 20-21. 3. ID., Ética a Nicómaco, 1139 b 15-19. Aristóteles 35 prudencia se ocupan de las cosas que pueden ser de muchas mane- ras. Se trata –en el caso del arte y la prudencia– de disposiciones o hábitos de la inteligencia práctica. ¿En qué se distingue la producción (arte) de la acción (pru- dencia)? Una cosa es la producción y otra la acción, por ello sus disposiciones racionales son distintas: «Entre las cosas que pueden ser de otra manera están lo que es objeto de producción y lo que es objeto de acción o actuación, y una cosa es la producción y otra la acción; de modo que también la disposición racional apropiada para la acción es cosa distinta de la disposición racional para la producción. Por tanto, tampoco se incluyen la una a la otra; en efecto, ni la acción es producción, ni la producción es acción»4. La distinción radica en que la acción (decir la verdad, ayudar al prójimo, etc.) es fin en sí misma y no se supedita a nada ulterior. El fin de la producción, en cambio, no puede ser la producción misma sino lo que se alcanza al término de ella; en el caso de la construcción, por ejemplo, el fin no puede ser la construcción mis- ma, sino el término de ella que es la casa construida: «El fin de la producción es distinto de ella, pero el de la acción no puede serlo. La buena actuación es fin en sí misma»5. Debido a esta distinción los hábitos intelectuales que perfec- cionan la acción, de una parte, y la producción, de otra, tienen que ser distintos. Por este camino llega Aristóteles a definir la técnica o arte como una disposición productiva acompañada de razón ver- dadera: «Ahora bien, puesto que la construcción es una técnica y es precisamente una disposición racional para la producción, y no hay técnica alguna que no sea una disposición racional para la pro- ducción ni disposición alguna de esta clase que no sea una técnica, 4. Ibíd., 1140 a 1-6. 5. Ibíd.,1140 b 6-7. 36 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte serán lo mismo la técnica y la disposición productiva acompañada de la razón verdadera. Toda técnica versa sobre el llegar a ser, y sobre el idear y considerar cómo puede producirse o llegar a ser algo de lo que es susceptible tanto de ser como de no ser y cuyo principio está en el que produce y no en lo producido. En efecto, la técnica no tiene que ver ni con las cosas que son o se producen necesariamente, ni con las que son o se producen de una manera natural, porque, estas cosas tienen su principio en sí mismas. El arte es, pues, como queda dicho, una disposición productiva acom- pañada de razón verdadera, y la falta de arte, por el contrario, una disposición productiva acompañada de razón falsa, relativas a lo que puede ser de otra manera»6. Cada arte tiene una disposición productiva propia según sea su objeto o potencialidad como ya señaló Platón. Pero Aristóteles rectifica el planteamiento platónico sobre la poesía en la medida en que se ocupa de una técnica propia del hacer poético. 3. LA TÉCNICA POÉTICA. LA MÍMESIS En la Poética considera Aristóteles el carácter productivo de todas las artes y su naturaleza mimética. Todas las artes son imitaciones y se diferencian por el objeto que imitan, por lo medios que emplean o por el modo de hacerlo. Los medios de la imitación pueden ser el color y la figura, en el caso de la pintura, o la elocución y el canto, en el caso de la poe- sía; el modo de la imitación, en el caso de la poesía, puede ser la narración o la actuación de los personajes; y el objeto o el fin de la imitación poética es siempre la acción humana7. 6. Ibíd., 1140 a 7-19. 7. Cf. ID., Poética, 1447 a 15-25. Aristóteles 37 Aristóteles considerala mímesis como una capacidad instinti- va natural, que distingue al hombre de los demás animales, por- que mediante este instinto el hombre alcanza sus primeros cono- cimientos: «El imitar, en efecto, es connatural al hombre desde la niñez, y se diferencia de los demás animales en que es muy inclinado a la imitación y por la imitación adquiere sus primeros conocimientos»8. Mediante la mímesis se aprende a hablar, a can- tar, a caminar, a bailar Todas estas habilidades son perfecciona- das por su técnica propia hasta convertirse en algo propio de cada persona. Pero en su origen son mímesis. En esta concepción de la mímesis aúna Aristóteles lo instintivo o natural en el hombre y lo racional. La naturaleza humana es racional. También la poesía tiene su origen en este instinto mimético. La poética –como arte o técnica de la composición– perfecciona este instinto natural de la mímesis. La relación entre dotación na- tural y arte se establece cuando Aristóteles afirma que los hom- bres «mejor dotados para estas cosas poco a poco, engendraron la poesía partiendo de las improvisaciones»9. Es decir, los que im- provisan o mimetizan no son poetas, imitan pero no componen. La composición que perfecciona el instinto natural de la mímesis supone el arte. El término «poética» se refiere no al poeta o al poema sino al proceso mediante el que se produce o construye un poema. El punto de vista de Aristóteles al hablar de la poesía es el de su producción: «Hablemos de la poética (ποιητικηϛ) en sí y de sus especies, de la potencia propia de cada una, y de cómo es preciso construir bien las fábulas si se quiere que la composición poética resulte bien»10. 8. Ibíd., 1448 b 5-15. 9. Ibíd., 1448 b 23. 10. Ibíd., 1447 a 8-10. 38 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte La poética desarrolla la técnica propia de las representaciones poéticas. Con ello se puede hablar ya de autonomía de la actividad artística según sus leyes propias; respetar esa autonomía es el pri- mer deber del artista y de su actividad. ¿Qué es preciso para construir bien las fábulas? Este es el ob- jeto de la Poética. ¿Qué se entiende por fábulas? Para el término empleado por Aristóteles –μύθους–, García Yebra emplea el de fábulas; otros autores lo traducen por argumentos, historias, mitos o tramas. Sea cual sea el término que se utilice (aquí se sigue la traduc- ción de García Yebra), lo importante es atender a la indicación aristotélica de que las fábulas imitan acciones humanas: «Los que imitan, imitan a hombres que actúan»11. La expresión hombres que actúan se refiere a los hombres no en cuanto hombres, sino en cuanto actuantes. Aristóteles repite con insistencia en la Poética que el poeta no imita directamente a los hombres sino sus accio- nes12. Aquí es preciso distinguir entre las cosas que un hombre hace –actos del hombre– como respirar, hacer la digestión, etc., y las acciones específicamente humanas –actos humanos– que son aquellas en que el fin es la acción misma. En la definición de la tragedia vuelve Aristóteles a subrayar que el objeto imitado es una acción esforzada y completa, de cierta amplitud13. Y más adelante afirma «que la tragedia es imitación, no de personas, sino de una acción y de una vida, y la felicidad y la infelicidad están en la acción, y el fin es una acción»14. Con ello llegamos al núcleo de la propuesta aristotélica y, al mismo tiempo, a su dificultad. Aristóteles distingue en la Ética a 11. Ibíd., 1448 a 1. 12. Cf. V., GARCÍA YEBRA, nota 33 a la edición trilingüe de la Poética. 13. Cf. ARISTÓTELES, Poética, 1449 b 24. 14. Ibíd.,1450 a 16-18. Aristóteles 39 Nicómaco –como ya se ha señalado– entre acción y producción. Considera que el arte es el hábito racional que perfecciona la pro- ducción, y define la poética desde el punto de vista de la pro- ducción o construcción. El problema radica en cómo puede ser construido o hecho algo como la acción humana que tiene razón de fin. 4. LA UNIDAD DE LA REPRESENTACIÓN Aristóteles es consciente de que lo que cuenta el poeta son he- chos o cosas que ocurren en el devenir del tiempo, y de que las acciones humanas –por su naturaleza final– se sustraen al ritmo narrativo o temporal. Por ello insiste en la Poética en lo que deno- mina estructuración de los hechos; si los hechos están bien estructu- rados se alcanza el objeto propio de la tragedia: la imitación de una acción que por su misma naturaleza tiene que ser completa (tener unidad) y ser entera. Empieza Aristóteles afirmando que es entero lo que tiene prin- cipio, medio y fin, para, a continuación, explicar lo que significan estos términos: «Principio es lo que no sigue necesariamente a otra cosa, sino que otra cosa le sigue por naturaleza en el ser o en el deve- nir. Fin, por el contrario, es lo que por naturaleza sigue a otra cosa, o necesariamente o las más de las veces, y no es seguido por ninguna otra. Medio es lo que no solo sigue a una cosa, sino que es segui- do por otra»15. En la estructuración de los hechos hay que seguir una sucesión causal como la descrita, y no una sucesión temporal (comienzo, desarrollo y término) «pues es muy distinto que unas cosas sucedan a causa de otras o que sucedan después de ellas»16. 15. ARISTÓTELES, Poética, 1450 b 27-32. 16. Ibíd., 1452 a 20-21. 40 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte La sucesión causal salvaguarda que la acción se represente en- tera: «Las partes de los acontecimientos tienen que ordenarse de tal modo que, si se traspone o suprime una parte, se altere y dis- loque el todo; pues aquello cuya presencia o ausencia no significa nada, no es parte del todo»17. También insiste Aristóteles en que la unidad de la fábula o la estructuración de los hechos, depende no de que se refieran a una sola persona pues a una persona le suceden infinidad de cosas, algunas de las cuales no constituyen ninguna unidad18. La unidad de la acción no depende, por tanto, del sujeto que actúa sino del logro de la legalidad interna que gobierna la representación, constituyendo la obra de arte en un ser autónomo, con vida propia, «como un ser vivo único y entero»19. Tampoco la unidad de la acción representada depende de lo que piensa el poeta. Uno de los elogios más elocuentes de Aristó- teles sobre Homero, se refiere a este aspecto: «Homero es digno de alabanza por otras muchas razones, pero sobre todo por ser el único de los poetas que no ignora lo que debe hacer. Personalmente, en efecto, el poeta debe decir muy pocas co- sas; pues al hacer esto no es imitador. Ahora bien, los demás poetas continuamente están en escena ellos mismos, e imitan pocas cosas y pocas veces. Él, en cambio, tras un breve preámbulo, introduce al punto un varón o una mujer, o algún otro personaje, y ninguno sin carácter, sino caracterizado20. El arte de componer fábulas se expresa por entero en la ade- cuada estructuración de los hechos que permite hablar de la poesía como mímesis de acciones humanas. En la Metafísica hay una re- sonancia de esta concepción de la poesía cuando se afirma que «la 17. Ibíd., Poética, 1451 a 34-37. 18. Cf. Ibíd.,1451 a 16-18. 19. Ibíd.,1459 a 20. 20. Ibíd., 1460 a 5-10. Aristóteles 41 naturaleza, a juzgar por lo que puede verse, no parece ser inconexa como una mala tragedia»21. 5. LA VERDAD DE LOS UNIVERSOS POÉTICOS. LO VEROSÍMIL La verdad de la poesía no se entiende en la Poética como ade- cuación con los hechos sucedidos, sino con el criterio de la adecua- ción interna o consistencia del universo poético. Aristóteles afirma repetidamente que al poeta no le correspon- de contar lo que ha sucedido sino lo que puede suceder, es decir, lo posible, según necesidad o verosimilitud. Contar lo posible desde el punto de vista de la necesidad es atenerse a las leyes físicas o de la naturaleza pero siempre ciñéndose a la lógica de lo posible. Ahora bien ¿qué es lo posible desde el punto de vista de la verosimilitud? La expresión κατα το είκος utilizada en laPoética suele tradu- cirse según lo verosímil o según lo que cabe esperar22. Mientras que la necesidad es la ley propia de la naturaleza, la verosimilitud es la ley propia del orden moral o de las acciones humanas en el orden de la posibilidad. Lo verosímil se basa en una anticipación de lo que cabe esperar de alguien y se apoya en la previsibilidad de la conducta moral en la medida en que tiene que ver con rasgos de la personalidad –há- bitos– adquiridos. Así se puede estar seguro de que una persona responderá de tal modo si se produce una determinada situación. Y eso de lo que se tiene seguridad es, sin embargo, solo verosímil porque todavía no ha sucedido. Prever las acciones humanas es diferente de predecir los he- chos o los fenómenos de la naturaleza. Lo previsible se refiere a 21. Cf. ÍD., Metafísica 1090 b 19-20. 22. Cf. VILARNOVO, A. «κατα το είκος y la definición aristotélica de la literatura», 204 y ss. 42 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte las acciones humanas y revela un modo distinto de proceder al de la naturaleza. Que la conducta humana sea previsible es indicio de hábitos, de la constancia en el modo de obrar por encima de los avatares o cambios de la fortuna. Por ello la previsibilidad de la acción humana es indicio de novedad respecto a la naturaleza. En la naturaleza cabe la predictibilidad pero no la previsibilidad. Al poeta le corresponde contar lo que puede suceder, es decir, lo posible, según necesidad o verosimilitud. De ahí la puntuali- zación aristotélica de que «el historiador dice lo que ha sucedido, y [el poeta] lo que podría suceder»23, y de ello se deduce que «la poesía es más filosófica y elevada que la historia; pues la poesía dice más bien lo general, y la historia, lo particular»24. Pero lo que cabe esperar o verosímil, en el caso de la poesía, se puede referir a las acciones humanas representadas o a la misma representación poética. ¿Cuál es la verosimilitud de la que habla Aristóteles? La esencia de lo que Aristóteles entiende por poesía depende por entero de esta cuestión, porque si la poesía tiene como fin la representación de acciones humanas, estas solo pueden compare- cer como tales manteniendo el criterio de la verosimilitud en lo que a la técnica de la representación se refiere25. Lo que tiene que ser verosímil es la fábula. En este contexto se puede entender la alabanza de Aristóteles a Homero «por decir cosas falsas [desde el punto de vista lógico] como es debido [verosímilmente]»26, y tam- bién la afirmación de que «se debe preferir lo imposible verosímil a lo posible inverosímil»27. 23. ARISTÓTELES, Poética, 1451 b 4-5. 24. Ibíd., 1451 b 5-7. 25. VILARNOVO, A. «κατα το είκος y la definición aristotélica de la litera- tura», 204 y ss. 26. ARISTÓTELES, Poética, 1460 a 19. 27. Ibíd., 1460 a 26-27. Aristóteles 43 Cuando Aristóteles plantea lo verosímil como criterio de las representaciones artísticas aplica una característica de la conducta moral humana al modo de proceder del arte o técnica. La con- cepción del arte que subyace a la poética de Aristóteles es la de un universo construido con leyes técnicas (las de cada arte) que por su coherencia o adecuación interna se asemeja, como se ha señalado, «a un ser vivo único y entero»28. Las representaciones poéticas se mueven en la lógica de lo creí- ble, o de lo verosímil. La verdad de las ficciones es la verosimilitud. Así lo afirma Tolkien en su Mitopoiea: «Cualquiera puede imagi- narse un sol verde… pero crear un mundo secundario en el que un sol verde resulte creíble requiere esfuerzo e intelecto, y exige una habilidad especial»29. La verdad de la obra de arte no se puede buscar en su equipa- ración o semejanza con el mundo de la naturaleza, sino dentro de la obra misma, en su coherencia o adecuación interna. También la belleza de la obra de arte depende de la coherencia interna de la representación, de su inteligibilidad. Hay cosas que consideramos feas de las que nos gusta ver su imagen. La belle- za en el arte no radica en el tema sino en la representación. Así Aristóteles afirma que «hay seres cuyo aspecto real nos molesta (figuras de animales repugnantes o cadáveres) pero nos gusta ver su imagen»30. A ello responden las palabras de Matisse cuando un crítico afirmó ante uno de sus retratos: «Esta señora tiene un brazo demasiado largo»; a lo que Matisse respondió: «Perdone pero esto no es una señora, es un cuadro». 28. En la introducción a su Historia del arte afirma Gombrich: «Las gran- des obras de arte parecen diferentes cada vez que uno las contempla. Parecen tan inagotables e imprevisibles como los seres humanos. Es un inquieto mundo propio, con sus particulares y extrañas leyes, con sus aventuras propias». GOM- BRICH, E. H., Historia del arte, 36. 29. TOLKIEN, J. R. R., Árbol y hoja y el poema Mitopoiea, 62. 30. ARISTÓTELES, Poética, 1048 b 10. 44 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte 6. LA CATARSIS El término «catarsis» –purificación– tiene en el pensamiento griego distintos significados. El primero, del que parece proceder el vocablo, es medicinal; la purificación corporal se alcanza ino- culando la misma sustancia nociva que afecta al enfermo para su purgación. La segunda referencia de la catarsis es religiosa o moral; se trata de la purificación de las culpas o pecados a la que se refiere Platón en el Fedro. Por último estaría el significado de la catarsis del que habla Aristóteles en la Poética. La primera mención de la catarsis en la Poética aparece en la definición de la tragedia: «La tragedia es imitación de una acción esforzada y completa, de cierta amplitud, en lenguaje sazonado, separada cada una de las especies de aderezos en las distintas par- tes, actuando los personajes y no mediante relato, y que mediante compasión y temor lleva a cabo la purgación de tales afecciones»31. Al comienzo de la definición se menciona el fin de la tragedia: la imitación de una acción esforzada y completa de cierta ampli- tud. Una vez señalado el fin, la definición aborda los medios uti- lizados en la tragedia para la representación de la acción, como son el lenguaje y también la actuación de los personajes. Y, por último, se ocupa del efecto propio de la tragedia: «Y que mediante compasión y temor lleva a cabo la purgación de tales afecciones». El problema radica en que algunos autores –sin atender a la distinción entre fin y efecto– deducen de esta definición que el fin de la tragedia es para Aristóteles la catarsis. Este es el caso de Hegel que en sus Lecciones de estética crítica el planteamiento aristotélico por considerar que de ningún modo la purificación de las pasiones puede ser el fin del arte32. Verdaderamente su 31. Ibíd., 1449 b 24-28. 32. Cf. HEGEL, G. W. F., Estética I, 49. Aristóteles 45 crítica estaría justificada si este fuera el pensamiento de Aris- tóteles. El fin, para Aristóteles, tiene que ver con la naturaleza o la esencia de algo, y el efecto es la eficiencia propia de ese algo constituido de una manera determinada. Esta distinción entre fin y efecto permite deshacer los malentendidos a propósito de la catarsis, porque el arte –para Aristóteles– no tiene como fin la purificación de las pasiones humanas, sino la representación de las acciones humanas, lo cual provoca en quienes contemplan dichas acciones la purificación de las emociones propias de la tragedia que son –siguiendo la definición citada– la compasión y el temor. Nietzsche considera un error que Aristóteles se refiera a estas emociones como las emociones trágicas, porque entiende que la tragedia tiene que procurar la exaltación vital, y la compasión y el temor son emociones deprimentes: «Yo he puesto muchas veces el dedo en el gran error de Aris- tóteles, que creyó reconocer en dos emociones deprimentes, en el terror y en la compasión, las emociones trágicas. Si tuviese razón, la tragedia sería un arte peligroso para la vida: habría que ponerse en guardia contraella como contra un peligro público y un escán- dalo. El arte, que es generalmente el gran estimulante de la vida, de la embriaguez de vivir, de la voluntad de vivir, llegaría a conver- tirse en un movimiento descendente peligroso para la salud como siervo del pesimismo (sencillamente porque es falso que mediante la excitación de estas emociones nos purifiquemos de ellas como pare- ce creer Aristóteles)»33. Desde luego la crítica de Nietzsche estaría justificada si Aris- tóteles mantuviera en la Poética una noción medicinal de la ca- tarsis, es decir, si pensase que el terror o la compasión se purgan 33. NIETZSCHE, F., Obras completas, X, 86. 46 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte mediante su excitación. Pero no es este el sentido de lo expuesto por Aristóteles. En la Retórica define Aristóteles el miedo como «un cierto pesar o turbación nacidos de la imagen de un mal destructivo o penoso»34; por ello se considera el miedo como una pasión negati- va en la medida en que paraliza la acción de quien lo percibe. Lo mismo ocurre con la compasión definida por Aristóteles como «un cierto pesar por la aparición de un mal destructivo y penoso en quien no lo merece, que también cabría esperar que lo pade- ciese uno mismo o alguno de nuestros allegados, y ello además cuando se muestra próximo35. También es una pasión negativa que como el miedo paraliza para actuar. Es preciso tener en cuenta que la concepción positiva de la compasión es una de las novedades aportadas por el cristianismo respecto al pensamiento griego. Para Aristóteles (y también para Nietzsche como pensador postcristiano), tanto el miedo como la compasión son pasiones negativas. Pero vayamos al significado de la catarsis como purificación y al modo como actúa –el efecto– en las representaciones poéticas. El alcance que tiene la catarsis en la Poética de Aristóteles está relacionado con el problema del carácter final de la acción hu- mana y la temporalidad en la que dicha acción se desarrolla. En la Ética a Nicómaco se subraya el carácter final de la acción en el orden del bien y de la felicidad. Pero el decurso temporal en el que la acción se desarrolla plantea la incertidumbre respecto al logro de la felicidad que la acción debería proporcionar. Aristóteles plan- tea dicha objeción en los siguientes términos: «Ocurren muchos cambios y azares de todo género a lo largo de la vida, y, es posible que el más próspero caiga a la vejez en grandes calamidades, como 34. ARISTÓTELES, Retórica, 1382 a 21. 35. Cf. Ibíd.,1385 b 13-17. Aristóteles 47 se cuenta de Príamo en los poemas troyanos, y nadie estima fe- liz al que ha sufrido tales azares y ha acabado miserablemente»36. ¿Se deben seguir entonces las vicisitudes de la fortuna y esperar hasta el final para saber si la acción lleva consigo la felicidad? A esta cuestión contesta Aristóteles lo siguiente: «En modo alguno se deben seguir las vicisitudes de la fortuna, porque no estriba en ellas el bien y el mal, aunque la vida humana las lleve consigo; las que determinan la felicidad son las actividades de acuerdo con la virtud, y las contrarias, lo contrario. Y lo que discutíamos ahora apoya nuestro razonamiento»37. En efecto, lo que aparecía en un primer momento como ob- jeción (el hecho de que a lo largo de la vida puedan sobrevenir desgracias) se convierte en el fundamento de la acción virtuosa y feliz: «En ninguna obra buena hay tanta firmeza como en las acti- vidades virtuosas, que parecen más firmes incluso que las ciencias; y las más valiosas de ellas son las más firmes porque en ellas viven con más continuidad los hombres venturosos»38. La firmeza de la acción y su unidad se ponen a prueba en los avatares del curso histórico, y es la fortaleza conquistada en esos avatares lo que atestigua la continuidad y la ventura propias de la acción. Aristóteles piensa que solo frente a estos infortunios se puede mostrar la perennidad de la acción o su eternidad. Esta es la concepción sobre la acción humana mantenida en la Ética a Nicómaco y que Aristóteles tiene a la vista cuando habla de su representación en la Poética. En la representación poética aparecen reconciliadas la tempo- ralidad en la que la acción se inscribe, su decurso histórico, los ava- tares de la fortuna, los episodios, y, en general, todos los elementos 36. Ética a Nicómaco, 1100 a 5-10. 37. Ibíd., 1100 b 7-10. 38. Ibíd., 1100 b 10-13. 48 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte de dispersión propios del vivir humano, con la unidad de la acción. La armonización de ambas dimensiones en el universo artístico es conquistada mediante la legalidad interna que sostiene la obra de arte y que provoca la catarsis o conmoción del espectador. Dicha conmoción es posible por la inmersión en la obra de arte que permite al espectador el reconocimiento de la acción; de este modo acaba por comprender que la felicidad no depende del resultado de la acción, sino de la acción misma, y que, en conse- cuencia, el que actúa es feliz, al margen de las consecuencias que esa acción le acarree incluso respecto a su propia supervivencia. El espectador que sufre el miedo o el temor por lo incierto del porvenir y las consecuencias funestas de la acción emprendida, acaba por comprender que se trata de un miedo no justificado, liberándose de él. No se trata, por tanto, de que la excitación del miedo provoque su purgación. Esto, como afirma Nietzsche, es en efecto sencillamente falso. Aristóteles no tiene una concepción medicinal de la catarsis porque la catarsis supone no sufrir el miedo sin más, sino caer en la cuenta de su sin sentido y, en consecuencia, liberarse de él. Esto es lo que significa la cláusula final con la que Aristóteles cierra la definición de la tragedia («y que mediante compasión y temor lleva a cabo la purgación de tales afecciones»), que como efecto propio de la tragedia hay que entender a la luz de la naturaleza propia de la misma. La catarsis mediante la purgación de la pasión negativa del miedo produce un acrecentamiento de la energía vital para la ac- ción. Y nada de ello tiene que ver con que la representación tenga un final feliz. Las buenas representaciones poéticas no halagan el gusto de los malos espectadores que buscan el consuelo en los finales felices39. La catarsis no opera a base de sentimientos fáciles 39. Cf. ÍD., Poética, 1453 a 33-34. Aristóteles 49 y fugaces. Ello supondría un modo de entender la vida humana que desconoce la firmeza que reclama la acción. La reflexión aristotélica sobre el arte que comienza por esta- blecer su relación –atendiendo a las diferencias– con la naturaleza, y que continúa en la Ética a Nicómaco, culmina con su reflexión respecto a una técnica o arte propio de la poesía40. En la Poética no trata Aristóteles de establecer un conjunto de normas o leyes a seguir por aquellos que quieren componer poemas. No es una poética preceptiva –como tan frecuentemente se ha entendido–, sino una indagación sobre la esencia o el fin de la poesía y sus efectos que alcanza su pleno significado atendiendo a los otros tratados del corpus aristotélico. 40. Aunque en esta obra se ocupa Aristóteles específicamente de la poesía, las menciones que se realizan de otras artes permiten extrapolar los principios establecidos para la técnica poética a otras artes. Este es el objetivo de Juan José García Noblejas en su obra Poética del texto audiovisual, Pamplona, EUNSA, 1982. III Agustín de Hipona Entre los filósofos que se ocupan de la estética en la Edad Me- dia, solo aparecen aquí Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. El primero de ellos me parece relevante por el papel que desempeña la belleza en su conversión. En su caso se cumple de un modo singular algo ya planteado por Platón: la potencia salvífica de la belleza. Pero ¿de qué belleza se trata? 1. LAS ETAPAS DE LA CONVERSIÓN Agustín fue un apasionado amante de la belleza desde su ju- ventud, y en sus obras hay innumerablesreferencias a la belleza y a las artes. La pulcritud de sus escritos permite hablar de un sentido estético innato al que se añade su capacidad para reflexionar sobre la percepción de lo bello y de los sentidos que intervienen en ella. Todo ello permite preguntar si es posible concebir su vasta y rica meditación filosófico-teológica fuera de su experiencia profunda de la belleza1. 1. «¿Es posible concebir su vasta y rica meditación filosófico-teológica fue- ra de la experiencia profunda de la belleza? Una posible respuesta a esta cues- 52 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger han señalado que toda la trayectoria de Agustín se puede entender como un proceso de conversión en el que se distinguen varias etapas. En su acercamiento progresivo al cristianismo hay un primer momento que acontece gracias a su encuentro con la filosofía neo- platónica en la que descubre la existencia del Logos, la razón crea- dora. Los libros de los filósofos le muestran que existe la razón, de la que procede el mundo, pero no le dicen cómo alcanzar este Logos que parece tan lejano2. La conversión –el 15 de agosto del año 386– se produce al oír las palabras «toma, lee»; se fija entonces en el pasaje de la Carta a los Romanos en el que el Apóstol exhorta a abandonar las obras de la carne y a revestirse de Cristo, y comprende que esas palabras se dirigen personalmente a él. Esta actitud receptiva ante la Sagrada Escritura va precedida de un largo tiempo de formación a la som- bra de san Ambrosio: «En Milán, Agustín adquirió la costumbre de escuchar, al principio con el fin de enriquecer su bagaje retórico, las bellísimas predicaciones del obispo san Ambrosio, que había sido represen- tante del emperador para el norte de Italia. El retórico africano quedó fascinado por la palabra del gran prelado milanés; y no solo por su retórica. Sobre todo el contenido fue tocando cada vez más su corazón. tión pasa a través de la lengua que utilizó Agustín de Hipona. En ella species, forma –figura, forma– dicen relación a speciosus, formosus, hermoso. En el latín agustiniano se podían mencionar conjuntamente la realidad inmediata y visible de las cosas y su realidad arquetípica y última; se podían nombrar las figuras actuales y las realidades últimas correspondientes, en cuanto que la belleza era la característica común de ambas. Esto mismo, después, aparece arrastrado a la disyunción y a la separación definitiva en otras lenguas y modos de pensar». PA- DRÓN, H. J., Una estética del icono en el pensamiento de Agustín de Hipona, 323. 2. Cf. BENEDICTO XVI, Audiencia general, 27 de febrero de 2008. Agustín de Hipona 53 »El gran problema del Antiguo Testamento, la falta de belle- za retórica y de altura filosófica, se resolvió con las predicacio- nes de san Ambrosio, gracias a la interpretación tipológica del Antiguo Testamento: Agustín comprendió que todo el Antiguo Testamento es un camino hacia Jesucristo. De este modo, encon- tró la clave para comprender la belleza, la profundidad, incluso filosófica, del Antiguo Testamento; y comprendió toda la unidad del misterio de Cristo en la historia, así como la síntesis entre filosofía, racionalidad y fe en el Logos, en Cristo, Verbo eterno, que se hizo carne. »Pronto se dio cuenta de que la interpretación alegórica de la Escritura y la filosofía neoplatónica del obispo de Milán le per- mitían resolver las dificultades intelectuales que, cuando era más joven, en su primer contacto con los textos bíblicos, le habían pa- recido insuperables. »Así, tras la lectura de los escritos de los filósofos, Agustín se dedicó a hacer una nueva lectura de la Escritura y sobre todo de las cartas de san Pablo. Por tanto, la conversión al cristianismo, el 15 de agosto del año 386, llegó al final de un largo y agitado camino interior»3. Pero su conversión no termina ahí: «… hay una última etapa en el camino de san Agustín, una tercera conversión que le lleva- rá a pedir perdón a Dios cada día de su vida. En el inicio de su conversión había pensado que el hecho de ser bautizado llevaba a vivir permanentemente el ideal del Sermón de la montaña. Ahora comprende que esto no es así; que solo Cristo realiza verdadera y completamente las enseñanzas del Sermón de la montaña y que nosotros tenemos siempre necesidad de ser lavados por Cristo y de ser renovados por él»4. 3. ÍD., Audiencia general, 9 de enero de 2008. 4. Cf. ÍD, Audiencia general, 27 de febrero de 2008. 54 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte El pensamiento de Agustín sobre la belleza no se puede sepa- rar de esta trayectoria que se acaba de describir y que gira en torno a sus sucesivas conversiones. Jamás le abandonó la pregunta sobre la belleza en la que irá ahondando a medida que su encuentro con la verdad es más profundo. A propósito de esta constante de su pensamiento escribe Balthasar: «La trayectoria de Agustín de Hipona, que es la de su conver- sión y abarca varios estadios, no es como alguna de las conversiones paradigmáticas un paso de lo estético a lo religioso. Al contrario, en su articulación decisiva es una conversión de la estética común a otra superior. Nadie como Agustín, en los años de su conversión y en los siguientes, alabó tan constantemente a Dios como belleza suprema y nadie como él se esforzó, consecuentemente, en definir la verdad y el bien con categorías estéticas»5. 2. PRIMEROS ESCRITOS En su juventud escribe un tratado Sobre lo bello y lo conveniente (De pulchro et apto) al que se refiere en las Confesiones: «Yo definía y distinguía lo bello como aquello que se presenta como bien en sí mismo, y lo conveniente como lo que se presenta como bien en la adaptación a otro»6. Agustín, inmerso en la tradición clásica, distingue entre lo en sí mismo bueno o valioso, que es lo que los griegos llaman bello, y lo adecuado o conveniente al fin, que es lo que designan como bueno. Esta misma conexión con el pensamiento griego aparece en su tratado Sobre la música, un diálogo de inspiración neoplatóni- 5. BALTHASAR, H., U. VON, Gloria, 2, 97. 6. AGUSTÍN DE HIPONA, Confesiones, 4, 15. Agustín de Hipona 55 ca en el que la música es concebida como una de las disciplinas liberales. La teoría del ritmo desarrollada en el tratado pertenece a la tradición pitagórica que fundamenta la ciencia musical sobre el número. La música es un arte que busca la modulación adecuada, es decir, un movimiento mesurado y producido en atención a su propia y exclusiva belleza. La belleza musical es aequalitas nume- rosa, igualdad armoniosa. En el De musica, la teoría tradicional aparece enriquecida por sus observaciones personales y constituye uno de los eslabones más importantes en la cadena de transmisión de la filosofía antigua, pitagórico- platónica, al mundo medieval cristiano7. 3. LA ESTÉTICA SAPIENCIAL El texto bíblico que goza de la predilección de Agustín en el caso de la belleza, se encuentra en el libro de la Sabiduría: «Todo lo hiciste, Señor, ordenado según medida, número y peso»8. Estas palabras le ofrecen la ocasión de incorporar la estética pitagórico- platónica a la concepción cristiana del cosmos que culminará en el tratado Sobre la Trinidad; todo lo que es producto del arte divino tiene cierta unidad, cierta figura y cierto orden9. Los términos que emplea Agustín son: modus, que hace refe- rencia a la unidad y determinación procedente de la forma; species, que se refiere a la manifestación particular de la forma en una figura sensible, y ordo o pondus. La concepción del orden o peso no se corresponde con la noción clásica de orden y tiene que ver con 7. Cf. OTAOLA, P., El «De musica» de Agustín y la tradición pitagórico pla- tónica. 8. Sabiduría 11, 21. 9. Cf. BRUYNE, E DE, Historia de la estética II, 311 y ss. 56 Consideraciones filosóficas sobre la belleza y el arte la concepción agustiniana del amor. Para Agustín el amor es una pasión neutra, que puede ser
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