Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
UNAM Facultad de Filosofía y Letras El dios enmascarado: los rostros de la lírica; los rostros de la realidad Tesis que para obtener el grado de licenciatura en Lengua y Literaturas hispánicas presenta César Alain Cajero Sánchez ASESOR: Agustín Huberto Batis Martínez COASESOR: Guillermo Humberto Sheridan Prieto México, D.F. a 12 de junio de 2010. UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. A la gente que he conocido, familia, amigos la verdadera patria y memoria. Cuantos caminos para llegar a un beso, ella entiende. El Tao siendo eterno carece de nombre En el principio hubo la necesidad de darle un nombre Entonces se le mencionó Pero aquel que sabe darle nombre a las cosas No debe olvidar que existe lo innombrable Tao-te-king Salutation O generation of the thoroughly smug and thoroughly uncomfortable, I have seen fishermen picnicking in the sun, I have seen them with untidy families, I have seen their smiles full of teeth and heard ungainly laughter. And I am happier than you are, And they were happier than I am; And the fish swim in the lake and do not even own clothing. Ezra Pound, Personae. Prólogo La noción de ficcionalidad es inseparable de la idea misma de literatura tal y como la entendemos en la época moderna. Esto es: para la concepción estética moderna, una obra artística no es un espejo fiel de la realidad, sino la recreación de un mundo a partir del lenguaje: la creación de un “tercer espacio”, para usar los términos de Blanchot, puramente literario y ficticio donde ocurren las acciones a narrar. Esta concepción de la de literatura nace con toda probabilidad a finales de la Edad media y principios del Renacimiento, aunque sus raíces pueden ser rastreadas hasta los relatos didácticos propios de la literatura oral y ciertos escritos de las letras romanas, amén de algunas otras fuentes. Aun así, el concepto moderno de ficción no aparece de manera consistente sino hasta que se instituye el llamado “pacto de lectura” en donde el escritor será consciente desde el principio que aquello que va a redactar no es real, sino la creación de un universo ficticio. Asimismo, el lector será consciente que lo que está leyendo no es ―al menos enteramente― una obra basada en la realidad, sino una creación ficticia, una invención. Este pacto de lectura, por supuesto, también implica una suspensión de la incredulidad, usando el término propuesto por Coleridge: el lector va a leer las cosas que suceden en el relato como si hubieran sucedido. De no cumplirse este pacto tácito, la lectura de una obra literaria no conserva ningún interés. Este pacto, empero, puede ser roto por varias circunstancias: el lector puede no aceptarlo ―lo que sólo sucede con personas muy poco imaginativas―; también es posible que el mundo ficcional establecido caiga en inverosimilitudes que hacen que el lector no acepte lo que ahí se desarrolla como siquiera probable. De cualquier manera, la lectura de una obra literaria moderna exige una suspensión de la incredulidad que permita al lector sumergirse en un “tercer espacio” ficticio donde las reglas obedecen tan sólo a la verosimilitud del mundo creado por el autor. Ello implica, también, que el lector siempre mantendrá una consciencia ―así sea en ocasiones desbordada― de que lo que ahí sucede es una ficción, que no refiere estrictamente ―ni siquiera en la novela histórica o en la “investigación novelada”― al mundo real. Es decir, siempre será consciente que lo escrito en la literatura es un mundo ficticio que no tiene, en principio, relación directa con la realidad. El mundo descrito en la literatura moderna es un “tercer espacio” concebido por un autor; un espacio―tiempo independiente del nuestro donde ocurren ciertas acciones. El placer de la lectura de la literatura moderna implica, en un principio, adentrarse en ese otro mundo imaginado por el autor (aunque no seamos conscientes del autor en el momento de la lectura). No es difícil encontrar un correspondiente de esta “enmarcación” en la idea que expone Schiller en el ensayo que precede a La novia de Messina, “Über den Gebrauch des Chors in der Tragödie”, donde asevera que el coro griego era una especie de “muro” que separaba a la ilusión estética de la realidad. De esta manera, es posible un diálogo entre el mundo ficticio y la realidad. El pacto ficcional de la literatura moderna es, en sí mismo, desde este punto de vista, una manera en que el lector puede verse enfrentado ―reconocerse incluso― a una ilusión artística. De la misma manera, el pacto implica un aislamiento de esa fantasía, conservando su pureza; no debe ser confundida con la realidad. Una barrera que puede –y debe― ser franqueada por el lector, pero en el que todo el tiempo debe ser prudente: la obra literaria es una realidad aparte, un espacio puramente ficcional, estético; no contaminado por los sucesos de la realidad. Sin embargo, la literatura previa a este “pacto de lectura” no tenía un concepto claro de ficción. Ni los mitos ― que pueden ser confundidos con la literatura equivocadamente― ni la poesía épica ni la tragedia eran considerados géneros ficcionales. Más todavía: el concepto mismo de ficción era desconocido para la cultura clásica ― y para muchas otras culturas. Los sucesos descritos en la poesía épica no eran jamás considerados como una creación ficticia, sino como reales, absolutamente reales. Tampoco se consideraba que el escritor fuera verdaderamente quien escribía el texto: el escritor no era el inventor de nada, simplemente se le concebía como una especie de medio a través del cual hablaban las musas. En todo caso el poema era considerado como una revelación puesta en palabras: la fundación y expresión de la realidad. Esto último parece contraponerse de manera evidente a la idea de Schiller. En efecto, no puede haber un “muro” entre lo “real” y la “ilusión estética” en un mundo donde no existe un concepto de ficción. La división estricta entre el mundo y el arte es inexistente en esta cultura. La idea moderna de literatura ―y nuestra misma idea de arte― es una invención reciente. Claro, existen en otros pueblos poesía, pintura y danza, empero no se concibe a la actividad artística como algo autónomo. Para la mayoría de las otras sociedades, lo que nosotros llamamos con el nombre de “arte” es algo inseparable de la totalidad. Más importante todavía: se le concibe como la revelación de lo sagrado. No una creación ficcional, “estética” en el sentido más simple, limitado y tosco del término, sino una revelación de la realidad verdadera. En ese sentido la lectura de Nietzsche en El nacimiento de la tragedia es sugestiva y en realidad mucho más acorde con la concepción estética de los griegos. Para Nietzsche el coro trágico es, en efecto, un muro. Sin embargo no se trataba de una división entre la “realidad” y la “ilusión estética”, sino que precisamente lo que se ve en la tragedia es la realidad y de lo que se pretende aislarla es de lo cotidiano, del mundo humano. Es el arte donde la realidad se revela.No es sino hasta el derrumbamiento de la visión del mundo propia de la antigüedad cuando esta concepción de la literatura es suplantada por la ciencia y la razón como los ejes de todo conocimiento verdadero. No es extraño tampoco que durante el largo periodo que inicia con la aparición del modelo socrático de verdad y culmina durante la Edad media hayan aparecido las primeras lecturas interpretativas de los textos poéticos. De ahí a las alegorías medievales no hay mucha distancia: toda alegoría precisa necesariamente de una interpretación. De esa manera, la literatura moderna está fundamentada en la noción de ficción y, en ciertos círculos académicos, en la interpretación del discurso literario. La idea de ficción –al igual que la concepción moderna de arte― pretende que la literatura es un espacio autónomo y en cierto sentido frívolo que no tiene mayor sentido ni importancia sino como una creación del artista. Una creación ilusoria cuya importancia ― de tenerla― estriba en ser un entretenimiento: una manera de pasar el tiempo antes de ocuparnos de actividades serias, importantes. La interpretación, en cambio, es un intento de salvar la actividad artística. Un intento considerado, pero que reduce a la obra a ser un mero pretexto para nuestras interpretaciones. Al final, lo que importa no es la obra ni la sensación que despierta en nosotros: lo importante es la idea, el significado oculto que encierra. Algo como el arte no es sino una manera “estética” de hablar de lo verdaderamente importante que es la razón. Sin embargo, a diferencia de los géneros literarios modernos, la lectura de poesía lírica sigue siendo completamente distinta. En ella no existe la creación de un “tercer espacio” ficcional en tanto no se considera que las palabras de un poema estén construyendo un universo puramente ficticio e independiente del mundo del lector. Asimismo, aunque en un ámbito académico es común la interpretación de textos líricos, el lector desprejuiciado jamás empezará su acercamiento a la poesía haciendo una interpretación. Para él no hay un “mensaje oculto” en la obra que hay que descubrir mediante el entendimiento. Al contrario: para el lector aquello de lo que habla el poema es la develación sensible de su misma realidad. Resulta por demás seductor que esta visión estética esté tan alejada de la propia de la cultura moderna y perviva prácticamente inalterada desde el mundo antiguo. No sólo eso: más intrigante resulta que esté en consonancia con la propia de culturas no―occidentales. Todo ello lleva a una serie de cuestionamientos realmente intrigantes. En primer lugar: ¿cuáles son las diferencias entre la visión estética propia de la edad antigua ―que no es contraria a la de otras civilizaciones― y la moderna?, ¿qué implica la idea moderna de ficción y qué la interpretación? De todo esto se infiere un problema importante: si la idea de literatura en la época moderna involucra estas características, ¿qué podemos decir de la poesía lírica cuando advertimos que está más cerca de la concepción antigua que de la propia de nuestro mundo? Para intentar responder esto habrá que ensayar un deslinde entre la poesía lírica, la épica y el mito. No porque carezcan de puntos en común ― para las culturas antiguas las tres eran manifestaciones de lo sagrado, todas ellas hablaban la realidad― sino porque de todas ellas, sólo la lírica ha sobrevivido. Más todavía: mientras que hay culturas que desconocen el género épico y que en la actualidad se desestima al mito como una fantasía mentirosa, no existe pueblo que no conozca la poesía lírica. No sólo ello: todos los lectores de esta poesía la perciben como una develación de su realidad; de la realidad. La poesía épica tal y como lo entendían en la antigüedad ha desaparecido: nadie cree en que Odiseo haya ido a los infiernos sino, tal vez, como un símbolo. El mito ha desaparecido de nuestra vida y sustituido por ese mito mutilado que es la ideología moderna. Todo esto habrá de tratarse en las siguientes páginas. Pero ello no es todo. Será importante tratar de establecer de qué manera es leída este tipo de poesía. ¿A qué nos referimos ― en términos generales, por supuesto― cuando los lectores afirmamos que nos ha sido revelada la realidad?, ¿es que la poesía nos muestra la sabiduría, la realidad trascendental o algo semejante?, ¿de qué manera se da esta lectura? Habrá también que intentar identificar rasgos estructurales ―si existen― en dicho género que hagan posible esta lectura. La parte medular de estas páginas consistirá en tratar de entender qué sentido tiene la palabra “realidad”. No sólo ello: tratar de comprender qué significa la “develación de la realidad” de la que hablamos. Todo ello nos llevará directamente a terrenos que involucran tanto a la teoría literaria y la lingüística teórica como a la estética filosófica y más aún, la ontología. De principal provecho resultan las lecturas de Kant, Platón, Nietzsche y Heidegger, por mencionar algunos autores que habrán de ser citados a lo largo de estas páginas. En la génesis de este escrito me encontré muchas veces tentado a acercarme a sus problemas desde perspectivas únicas y bien delimitadas. Indudablemente el método ―y sobre todo las ideas― de Heidegger ha resultado bastante ilustrativo y útil en su desarrollo. Sin embargo descubrí que restringirse a una sola teoría o disciplina entrañaba más problemas que los que resolvía (por ejemplo, la hermenéutica atiende, en principio, a una interpretación del objeto estético; más todavía, se enfrenta a la tesis de Deleuze y Guattari de manera directa) por lo que decidí distinguir qué aspectos específicos atendía cada disciplina. De esta manera fue posible conciliar teorías que, en principio, se contraponen y descubrir sus limitaciones. Por esto en cada uno de los capítulos aproveché el método más idóneo para tal cuestión. Ello no sólo me permitió ahondar en el tema de determinado capítulo, sino detectar las limitaciones teóricas y elaborar nuevas cuestiones a resolver. Los métodos propios de los estudios literarios son una herramienta valiosa, pero se limitan a atender ciertas características de la obra literaria. En realidad son de muy poca ayuda en un trabajo como éste. Sin embargo lo cierto es que estas herramientas, utilizadas con prudencia, son útiles para evitar la muchas veces abstrusa verbosidad a la que puede llevar un acercamiento filosófico. Más todavía: es importante en cada momento apelar a la experiencia de cada lector, sólo de esa manera se puede evitar encerrarse en distracciones abstractas que pueden terminar construyendo castillos en el aire. Esto último, un error característico tanto de los estudios literarios ―enamorados de sus herramientas e interpretaciones― como de la estética ―tan interesada en el “descubrimiento” de mundos trascendentales que sólo se sostienen desde sus sistemas―: ambos olvidan al cuerpo, a la sensación a favor de una teoría. Así, el método utilizado en esta tesis no es estrictamente el propio de los estudios literarios ni se basa en determinada teoría estética ―pues ello equivaldría a contener las críticas dentro de un sistema ya dado. Se trata más bien de un método propio de la filosofía: la hermenéutica, la dialéctica y, principalmente, la crítica. Todo ello apoyado en las herramientas del estudio literario y sobre todo de la experiencia individual. En todo caso el método más cercano es el de Heidegger: una fenomenología hermenéutica existencial. Sin embargo, para evitar los excesos teóricos a los que tan afectos son los filósofos, intenté utilizar un estilo sencillo, claro y casi ensayístico. En resumen, a lo largo de estas páginas haré una breve historia de la poesía lírica y cómo los elementos ya citados se hacen presentes en toda ella. Estableceré asimismo las diferenciascon otros discursos poéticos (épica, alegoría, entre otras). El interés central del que parten estas páginas estriba en tratar analizar las características que permiten una aproximación del lector al poema lírico. Los elementos superficiales ―estructurales― a tratar son la primera persona, el yo lírico; el tiempo presente de la poesía; la ausencia de anécdota y de personajes. La revelación de la realidad como algo que excede al ser humano y constitutivo de sus pasiones será el tema central de estas páginas. Asimismo intentaré ―ello es lo más intrigante y a donde todo desemboca― responder las preguntas, ¿cómo es posible que la poesía sea fundación de la realidad y ―simultáneamente― su revelación?, ¿cuál es esta otra realidad?, ¿cómo es posible, entonces, que la realidad sea subjetiva y ―al tiempo― única? ¿La hipótesis? Prefiero no decirla directamente, pero algunas de las afirmaciones hechas hasta este punto hacen evidente hacia qué se dirigen estas palabras: ¿qué es la poesía?, ¿qué es la realidad? Una revelación, una fundación.1 1 Es importante señalar que todas las negritas en las citas ―así como algunas cursivas que serán consignadas en su momento― son mías. A) A1 Verdadero testimonio de los sentidos, la realidad envuelve al ser humano desde su nacimiento. En el momento en que el ser toma conciencia de su existencia –en el momento que comienza a ser― se encuentra ante lo otro; lo desconocido. El mundo es continua pregunta. Nada sabemos de él y nada podemos saber. Immanuel Kant en los Prolegómenos a toda metafísica futura afirma que, en adelante, todo auténtico conocimiento de la realidad, en tanto fenómeno, tendrá que ser una evidencia no de la lógica ni de la divagación humana, sino de los sentidos. Piensa que sólo a través de una investigación cuyas premisas sean ciertas y comprobables ―así sea a través de juicios a priori― es posible llegar a un conocimiento verdadero. El método científico reemplaza, entonces, aun en la filosofía a la escolástica. Al respecto escribe el mismo Kant: […] cuando abandonamos completamente a la naturaleza, o cuando en el proceso de su conexión sobrepasamos toda experiencia posible, y nos sumimos, por tanto, en meras ideas, entonces no nos ocupamos de la naturaleza ni, en general, en objetos dados, sino sólo en conceptos que tienen su forma únicamente en la razón, y en meros seres de pensamiento, con respecto a los cuales todos los problemas que surjan de su concepto deben poder ser resueltos, porque la razón puede y debe rendir cuanta de su propio proceder. Puesto que las ideas psicológicas, cosmológicas y teológicas son meros conceptos puros de la razón, que no pueden ser dados en ninguna experiencia, las preguntas que con respecto a ellas nos plantea la razón no nos son propuestas por los objetos, sino por meras máximas de la razón, con el propósito de la satisfacción de la razón por la razón misma, […] Un absoluto conocimiento total de la experiencia es imposible […]1 Ahora bien, parece natural que tan pronto como se ha abandonado el campo de la experiencia, no se levante un edificio con conocimientos que se poseen sin saber de dónde y sobre el crédito de principios, cuyo origen no se conoce, sin antes haber asegurado, por medio de cuidadosas investigaciones, la fundamentación de dicho edificio; y que, por lo tanto se habrá lanzado hace tiempo la cuestión de cómo el entendimiento puede llegar a todos esos conocimientos a priori, y qué extensión, validez y valor pueden tener.2 Así, todos los conceptos y, con estos, todos los principios, por muy a priori que sean, se refieren, sin embargo, a intuiciones empíricas, es decir, a datos para la experiencia posible. Sin esto, carecen de toda validez objetiva y son un mero juego […] del entendimiento, […] con sus respectivas representaciones. Tómense por ejemplo, conceptos de la matemática, y en sus intuiciones puras primero: el espacio tiene tres dimensiones; entre dos puntos no puede haber más que una recta, etc… Aun cuando todos esos principios y la representación del objeto de que trata esa ciencia son producidos en el espíritu totalmente a priori, no significarían nada si no pudiéramos exponer su significación siempre en fenómenos [objetos empíricos] […] Este caso es también el de todas las categorías y todos los principios tejidos con ellas […] porque no podemos dar una definición real de ninguna de ellas, es decir, hacer comprensible la posibilidad de su objeto, sin acudir enseguida a las condiciones de la sensibilidad y, por tanto, a la forma de los fenómenos, a los cuales, como únicos objetos, deben 1 Immanuel Kant, Prolegómenos a toda metafísica futura que haya de poder presentarse como ciencia, Istmo, 1999, p 247, 249. 2 Emanuel Kant, Crítica de la razón pura, Porrúa, 1972, p 30. por consiguiente estar limitadas esas categorías; en efecto, si se prescinde de esa condición, piérdese toda significación o sea referencia a objeto, y nadie puede, por medio de un ejemplo, hacer concebible qué cosa se entienda en esos conceptos.3 Hay que entender que el pensamiento del alemán se relaciona directamente con su época: el Siglo de las luces predica un abandono de la fe y de la digresión propias del pensamiento escolástico y propone un método experimental aplicable a cualquier disciplina ―recordemos que en el exordio a los Prolegómenos cita constantemente la crítica de Hume. En ese sentido, el pensamiento kantiano es fruto de la época moderna, sin embargo ello no obsta para señalar uno de sus más acertados señalamientos: a saber, que la realidad fenoménica es engendrada única y exclusivamente por los sentidos. No hay un solo proceso especulativo o racional que pueda ser considerado real. Ni las matemáticas ni la lógica pueden ser consideradas parte integral de la realidad. No es casualidad que se les considere ciencias abstractas; su materia de especulación carece de verdadera existencia. Nadie ha visto jamás un número. Para citar nuevamente a Kant: Sean cualesquiera el modo y los medios con que un conocimiento se refiera a sus objetos, la referencia inmediata […] se llama intuición. Pero ésta no se verifica sino en cuanto el objeto nos es dado. Mas esto, a su vez, no es posible (para nosotros hombres por lo menos) sino mediante que el objeto afecte el espíritu de cierta manera. La capacidad (receptividad) de recibir representaciones por el modo como somos afectados por objetos llámase sensibilidad. Así pues, por medio de la sensibilidad nos son dados objetos y ella sola nos proporciona intuiciones; por medio del entendimiento, empero son ellos pensados y en él se originan conceptos. Pero todo pensar tiene que referirse ya directa, ya indirectamente (mediante ciertas características) en último término a intuiciones, por lo tanto, en nosotros a la sensibilidad, porque ningún objeto puede sernos dado de otra manera. El efecto de un objeto sobre la capacidad de representación, en cuanto somos afectados por él, es sensación. Aquella intuición que se refiere al objeto por medio de la sensación, llámase empírica. El objeto indeterminado de una intuición empírica llámase fenómeno.4 Con esto no quiero decir que la realidad se refiera única y exclusivamente a lo que tiene una existencia material en el sentido más tradicional del término. Tratar de afirmar algo semejante sería tan fácil como arbitrario. Ése fue el gran extravío que la filosofía positivista heredó a todo el pensamiento occidental posterior a la Ilustración. No; la realidad abarca mucho más que el mundo que vemos a diario. Si la realidad es la revelación directa de los sentidos, entonces tanto el sueño como lossentimientos, tanto el amor como el odio son parte de la realidad. Me explicaré. El sentir de un hombre enamorado es tan o más real que el testimonio de sus ojos. Todo hombre sabe que hablar de un “dolor del alma” no alude a un 3 Ibidem p 144. 4 Ibidem p 41. pensamiento, sino a un sentir. Es cierto que en ese caso no podemos hablar directamente de uno de los cinco sentidos, pero el testimonio de ese sentir existe; eso es incuestionable. Las culturas antiguas hablaban de los ojos del alma, de la existencia de un sexto sentido, de la realidad del alma y del espíritu. Aún hoy el hombre común habla de esa otra realidad que, paradójicamente, siempre nace en este mundo. Del sueño puede decirse algo semejante. Lo que sentimos en un sueño es tan tangible que ni siquiera nos cuestionamos lo que en él sucede. La realidad que encuentra un ser humano cuando duerme es tan o más vívida que la que se encuentra cuando despierta. Hoy en día, los psiquiatras y los neurólogos, amén de otros científicos, alegan que estas percepciones se deben a trastornos del cerebro; a la acción de misteriosas sustancias. El amor mismo no es resultado más que de una interacción de sustancias químicas, y el sueño, un flujo de electricidad que afecta ciertos centros neuronales. A pesar de los cuestionamientos más que fundados que se les hacen a semejantes ideas, acepto que podrían ser verdad. Aun así, el ser humano sigue enamorándose. Nada puede decirse frente a ello. Quizá la diferencia entre estos testimonios de los sentidos y los que nos presentan el tacto, la vista, el oído, el olfato y el gusto – y lo que hizo que los pensadores de la Ilustración los rechazaran como prueba científica― sea que en tanto los segundos pueden ser comprobados por cualquier hombre, los primeros son completamente subjetivos. En pocas palabras, los segundos aluden a una realidad concreta; los primeros son fruto de un individuo. Unos son una realidad sensorial fáctica; los otros, producto de las emociones. Sin embargo, ¿esto es realmente cierto?; ¿realmente todos percibimos el mundo sensorial5 Kant mismo dice que la realidad en tanto tal es absolutamente inapresable tanto para los sentidos como para la razón. El mundo como noúmeno, como cosa en sí, es inabarcable para una criatura como el ser humano. Éste se mueve entre fenómenos, es decir, en construcciones puramente humanas. de la misma manera? Dice Kant: La condición de ser en sí se define por la abstracción de las condiciones sensibles de la receptividad del sujeto. Pero por esa misma abstracción una cosa, al ser considerada en sí, se torna incognoscible, porque se priva al sujeto de la única vía de la que dispone para la 5 A partir de este punto utilizaré la palabra sensorial para hablar del testimonio de los cinco sentidos y el término sensible para hablar de cualquier sensación humana. aprehensión de lo que en el lenguaje del sentido común denominamos “el mundo de las cosas”.6 El problema con la idea kantiana es que en gran parte su definición de noúmeno puede ser identificado con realidades “espirituales” como Dios, la inmortalidad o el alma, llevando la idea de “cosa en sí” a categorías trascendentales ―problema que será discutido en los últimos capítulos de la tesis. Sin embargo Eduardo Shore señala que: […] es esencial distinguir las dos clases de cosas en sí: ―Una de ellas, la de las cosas de la naturaleza, pensadas haciendo abstracción de las condiciones que impone la receptividad sensible del sujeto que las aprehende. ―La otra clase de cosas en sí, en las que ubicamos a Dios, la inmortalidad del alma y la libertad […]7 Respecto a la “cosa en sí” en tanto “cosas reales” escribe: Para entender mejor el desarrollo que vamos a ofrecer como modelo tomemos el ejemplo de algo que estamos mirando y que se nos aparece en la conciencia como un cubo, de caras planas y aristas rectas. Pero esta representación en la conciencia no nos autoriza a afirmar que eso que vemos es en sí y de manera absoluta, un cubo. Para serlo, tendría que ser siempre un cubo, sean cuales fueren las condiciones de su aprehensión […] Esa cosa existente, que está allí, después de haberla visto como un cubo, la volvemos a mirar, pero esta vez mediante un gran aumento. La visión que de ella tenemos, si bien sigue siendo la de [lo que lamamos anteriormente] un cubo, nos muestra que sus aristas no son rectas y tampoco sus caras son planas, como parecían serlo. […] En la medida que pasáramos a niveles más profundos se obtendrían –si efectivamente pudiéramos hacerlo― aspectos tan diferentes de eso que inicialmente parecía ser un cubo que nos privarían de todo fundamento para poder afirmar que lo que tenemos ante nosotros es un cubo. […] Como contrapartida a esta simultaneidad [de planos espaciales], los aspectos de la cosa no son [sólo] simultáneos; son sucesivos [el factor tiempo] y cada uno se muestra de una determinada manera pero de una sola a la vez, la que corresponde a las condiciones constitutivas de la receptividad del sujeto. Esto es así por la función discriminatoria que cumple la constitución receptiva del sujeto, que solamente admite aquellos datos de la cosa que conforman con esas condiciones sensibles. Si la materia del objeto en la conciencia es la que aportaron esos datos, el aspecto que ofrece el objeto en la conciencia es el elaborado merced a esos datos. […]Considerada esta cuestión desde el punto de vista de la receptividad del sujeto, la finitud de su receptividad consiste en que es de una manera determinada, de esa y no de otra, por la que éste puede recibir nada más que un cierto intervalo del espectro total de datos posibles originados en la cosa. Es decir que la sensibilidad, por esa selectividad, determina la particular manera según la cual se nos hace presente la cosa en la sensibilidad externa […] Al decir que la sensibilidad discrimina los datos que podemos recibir de la cosa, eso implica que la realidad percibida es verdaderamente realidad de la cosa, pero no en sí misma, sino en tanto que captada por el sujeto [subjetiva]8 De todo esto deriva otro problema, el cual estriba en que inmediatamente que queremos hablar de realidad, nos damos cuenta de que ésta no es sólo una; hay tantas realidades como hombres existen en el mundo. No afirmo con esto, 6 Eduardo Shore, Entender a Kant. La cosa en sí en la Crítica de la razón pura, Biblos, Buenos Aires, 2001, p44. 7 Eduardo Shore, op cit, p44. 8 Ibidem. p 45―49 naturalmente, que no exista una sola realidad fáctica; a eso no puedo contestar más que con una creencia completamente personal (que, naturalmente, para mí, es la realidad). Afirmar que se tiene una respuesta a qué es la realidad con pruebas científicas es tan presuntuoso como iluso. Todos sentimos la realidad, pero nada podemos saber de ella. Lógicamente, cuando hablamos de la realidad del ser humano ―del fenómeno kantiano― deberíamos hablar de las realidades de los hombres. Todo hombre percibe su universo de distinta manera. La realidad ―el fenómeno que llamamos realidad― es construido por los sentidos. Y todavía más: por la creencia. Porque si es verdad, como ya mencioné anteriormente, que los pensamientos abstractos no son reales, éstos adoptan realidad, encarnan, cuando un hombre cree en ellos. La teoría del conocimiento postula que el ser humano es incapaz de conocer de manera cierta aquello que escapa a sus sentidos. Inmediatamente después señala ―como Platón― la poca fiabilidad de éstos. Semejantes afirmaciones llevarían ―lógicamente― a la paradójica conclusión de que no podemos conocer nada. No hay más que recordar a Gorgias:“nada existe; si algo existiera, no podría ser conocido; si pudiera ser conocido, no podría ser expresado”. Ya Kant se había encontrado con la terrible paradoja que aparece en esta idea. Su solución fueron las categorías kantianas. Sin embargo éstas son un recurso completamente subordinado a los principios del pensamiento occidental, para ser más preciso aún, de la Ilustración. Su lógica no es aplicable a lo sobrenatural existente en la concepción del universo que poseen otras culturas. A2 Friedrich Nietzsche9 9 Pensamiento cuyos antecedentes pueden rastrearse hasta el romanticismo alemán e inglés, pero cuyas raíces no se agotan ahí, sino que aparecen desde el comienzo de la historia de la Filosofía –y del hombre mismo― como bien explora el mismo Nietzsche. habla de la construcción del mundo a través del deseo y de la creencia. El mundo existe porque el hombre cree en él: verdaderamente lo crea. El universo es una sensación que el ser humano establece. Esta creencia prístina no tiene nada que ver con la facultad de razonamiento. Al contrario; la razón introduce un elemento crítico en el mundo; pone en crisis los cimientos de la realidad. Inspirado por el pensamiento oriental y el de Schopenhauer, Nietzsche llegó a un velado nihilismo que proclama la realidad como un elemento vacío que el hombre crea ―funda― a cada instante por la Voluntad de poder: un nihilismo positivo. Arthur Schopenhauer nos dice antes de Nietzsche que la Voluntad de existir es el fundamento de nuestra realidad; el mundo existe por una voluntad que no hace sino querer. El mundo surge de la nada a raíz de esa Voluntad y es ella la que evita que se derrumbe en la nada de donde se originó y de la que nada podemos decir. Indudablemente influido por las doctrinas budistas, así como por el romanticismo, Schopenhauer piensa el mundo como un vacío que se crea continuamente por el deseo de vida. A pesar de las innegables similitudes entre el pensamiento de ambos alemanes ―recordemos que Nietzsche fue seguidor de Schopenhauer―, es importante resaltar que las conclusiones a las que llegaron son indiscutiblemente distintas. El mundo de Schopenhauer ―todavía muy influido por el platonismo― es apenas si una sombra de la Voluntad; el sujeto sólo puede entrever esa fuerza por unos momentos, pero esa visión será siempre parcial. Nietzsche, en cambio, considera que fuera de esa visión absoluta no existe nada. Aunque tanto la Voluntad de Schopenhauer como la Voluntad de poder nietzscheana se consideran como un todo vital ―y nacen de un derrumbe de la razón―, hay un elemento que las aparta: la idea de absoluto. Cuando Schopenhauer habla de la Voluntad, afirma que es impersonal, cruel y absoluta ―un platonismo pesimista―; los sujetos sólo pueden concebirse como formas en que se manifiesta. De ahí se deduce que aquélla sea incognoscible para cualquier ser humano. La Voluntad pura apenas si podría ser rozada por algunos espíritus. Por otra parte, Nietzsche afirma la subjetividad rotunda y humana del deseo; la subjetividad del mundo. Cada uno de los hombres hace, entonces, una construcción del universo a partir de su deseo, de sus pasiones. Cada hombre cree que es y eso hace posible su existencia. A3 Esta creencia nace del testimonio de sus sentidos. Cada hombre cree en su realidad porque la ha sentido. Dios es insondable, pero su realidad está fuera de toda duda para un creyente; él puede decir con toda franqueza que lo siente. No puede discutirse ante esa afirmación. La lógica no es capaz de sentir; credo quia absurdum. Realidad; fruto de los sentidos.10 Tanto el dios cristiano como la existencia de los números imaginarios ―entidades ambas que son imposibles de conocer por los sentidos― son reales en tanto el individuo vuelca su fe en ellos. No es una novedad afirmar que la ciencia no es más que un mito moderno; un mito deshabitado. Gran parte de nuestro actual conocimiento es enteramente especulativo; carece de realidad sensible. Pero se torna real en tanto creemos en él (como ya mencioné anteriormente, creer es también sentir). No puedo afirmar la realidad fáctica ni del Alá mahometano ni de los quarks que ―dicen los físicos― son la unidad invisible e inmaterial de la materia. Sin embargo, ¿por qué creemos en una de esas realidades y no en la otra? Credo quia absurdum. B) B1 Aristóteles dice en su Poética que la poesía es una imitación de la realidad sensible. Es decir, el ser humano, en cuanto tal, busca reproducir ―aún mejor, recrear― el mundo que lo envuelve. Este impulso es inseparable del hombre mismo y es el que da origen a todo arte11 Hoy puede decirse con seguridad que toda sociedad actual posee algún tipo de arte . Tanto la pintura como la poesía son una recreación de la realidad sensible. Y si bien ni la música ni la arquitectura ―y sólo en cierta forma la danza― aluden a realidades del mundo concreto, la realidad que reflejan es anímica (prefiero por ahora este término a “subjetiva” por las implicaciones que este vocablo tiene); el ritmo universal, las emociones. Algo parecido puede añadirse a lo que definimos de la pintura y la poesía: no reflejan tan sólo una realidad fáctica, sino la realidad humana; de cada uno de los hombres. 12 10 Con estas aserciones no quiero decir que todo aquello que creamos sea una realidad fáctica –no lo sé―, pero para cada hombre aquello que siente determina su realidad. . Más todavía; todas las evidencias sugieren que desde los albores de la humanidad existe un impulso artístico, muchas veces ―la mayoría― ligado a la religiosidad; al anhelo de la otredad. De los poemas de Anacreonte a las cuevas de Altamira, de los melancólicos cantos semang a las representaciones de Beckett, el 11 Hay que recordar que en su Poética, Aristóteles no habla tan sólo de lo que hoy llamamos poesía, sino que también incluye al teatro, a la danza y a la pintura. 12 No es ocioso señalar, sin embargo, que muchas sociedades no tienen una idea del arte semejante a la que existe en el occidente moderno. Para las civilizaciones mal llamadas “primitivas”, lo que nosotros llamamos obras artísticas son –también o exclusivamente― objetos religiosos o de culto. No es extraño; existe un fuerte lazo que une la experiencia estética y la religiosa. hombre es un ser que siente la necesidad irrefrenable de la creación artística. ¿Por qué?; ¿qué busca en el arte que no sea asequible por otros medios? Me atreveré a decir algo más; todo ser consciente de sí ―y sólo él― siente ese impulso. La naturaleza no produce obras de arte13 . B2 Cuando un ser se encuentra ante el mundo, su primer instinto es el miedo. Ante él se encuentra el todo desconocido. El universo es enigma. La realidad es inabarcable para un ser humano. Esa realidad es ―ante los ojos del hombre― una confusión radical. La mayor parte de las religiones señalan que en el inicio de los tiempos existió el caos. El nacimiento del mundo ―de un mundo habitable― supone un orden. “Dios separó la tierra de las aguas” dice la Biblia; “Dijo luz y la luz se hizo”. La conciencia de sí supone un ordenamiento del caos, un orden supeditado al logos; el nacimiento de la realidad. Una realidad humana, debería añadir; el fenómeno kantiano. El noúmeno es un enigma, un caos inaprensible para la razón. ¿Qué es la religión sino un intento por encontrar un orden ―así sea un orden sobrehumano― a ese caos? Todavía más: ¿no son la ciencia y la Ilustración sino otras tentativas de hallar ese orden? No encuentro una diferencia sustancial entre el pensamiento científico y el religioso. Tanto uno como otro pregonan la existencia de una organización que se impone ―y quecrea― nuestro universo. La diferencia estriba en que mientras el pensamiento religioso admite la futilidad de cualquier intento humano por entender ese orden ―y privilegia la fe―, el científico piensa que es posible entenderlo e, inclusive, en ocasiones manipularlo.14 La Ilustración, a diferencia de los pensamientos religiosos, piensa el mundo como una entidad desierta. El hombre es el único ser consciente del universo. La realidad, tan sólo un escenario donde nos movemos. He ahí la razón de ser del hombre moderno. Si los hechiceros de las sociedades animistas querían utilizar a los espíritus del mundo en su provecho, no es menos cierto que les guardaban una insondable devoción. Algo semejante puede decirse del pensamiento religioso; el hombre es sólo No es difícil encontrar semejanzas entre esta idea y la que motiva a los taumaturgos. Ambos manipulan las leyes del universo en su favor ―o a favor de su comunidad. 13 En posteriores páginas analizaré más detenidamente esta afirmación, no del todo cierta. Ciertamente no hay una “creación” artística de la naturaleza, pero sí puede provocar una contemplación estética. 14 La física contemporánea admite la imposibilidad de dilucidar ciertos aspectos de la realidad y la casi inexistente posibilidad de dilucidarlos en un futuro. una parte de esta realidad y, por tanto, está subordinado a las leyes de Dios o los dioses. Aun el budismo pregona que el hombre no es más que un mono en la mano del Buda. Sólo en el pensamiento occidental moderno nace la idea del hombre como centro del universo; del universo como objeto15 Podemos encontrar las raíces de este pensamiento en la Grecia antigua ―aunque sólo desde una aproximación superficial, como se mostrará más adelante. En Grecia los dioses tenían figura humana y estaban dominados por pasiones semejantes a las nuestras. Mezcla entre el original animismo y el pensamiento moderno, la religión helénica hace una correspondencia entre las realidades naturales ―e incluso entre las humanas; la guerra, la belleza― y un dios. Sin embargo, a diferencia de las religiones animistas, cuyos espíritus superiores ―en ellas es difícil hablar de deidades― son intangibles, la religión griega concibe a sus dioses con figura humana, con un cuerpo humano. Sin embargo, precisamente en esa identidad pasional entre dioses y humanos reside el misterio de los designios divinos. Aun si los dioses poseían un cuerpo humano, fácilmente podían presentarse de otra manera. Dominaban el rayo, los mares, los bosques. Realmente eran otros… Plenitud de la adoración a las pasiones; incoherencia sujeta al Destino, del cual ni siquiera las divinidades podían escapar. Los dioses griegos eran demasiado humanos: seres pasionales. Tuvo que surgir una crisis en esa visión del hombre para que la diosa Razón destronara a las pasiones como fundamento del ser. En una sociedad antropocentrista como la griega, esto hubo de causar una revolución; el nacimiento de la filosofía como una ética; el nacimiento de la anemia del espíritu. . Platón fue el principal crítico de los mitos. El pensamiento occidental ―y la filosofía occidental propiamente dicha― nace con una objetivación del universo. Ya el mundo no está dominado por aquellas otras potencias inaccesibles. El pensamiento religioso griego se ha transformando en mito; la escritura ―el mito― ya no revela sino que se convierte en un código. Toda interpretación representa una desconfianza ante el sentido prístino. Si los griegos empezaron a interpretar sus mitos fue porque el ordenamiento ―religioso― del mundo que éstos proponían ya no les era satisfactorio a la luz de la razón. La filosofía pone en crisis el pensamiento religioso y enfrenta, nuevamente, al hombre a la gran pregunta; ¿qué es la realidad? 15 Esto no significa que en otras culturas no exista la diferencia entre sujeto y objeto, por supuesto. Este desgarramiento es parte misma del ser humano. Sin embargo, sólo la cultura occidental engendró un pensamiento que lleva hasta sus extremos esta ruptura entre el hombre y el mundo. Todas las demás culturas intentan subsanarla. La forma en que evolucionó el pensamiento occidental condujo al nacimiento de la Ilustración. Si el Renacimiento fue un pretendido retorno a los ideales griegos, la Ilustración es la coda del proceso de objetivación del mundo; el hombre como único habitante de un universo mecánico. El enigma ha desaparecido, el mundo se ha desencantado. No es sorprendente que en la actualidad no se encuentren hadas en los bosques: hemos dejado de creer en ellas. Aunque el hombre no conciba a sus emociones y al mundo como en tiempos antiguos, existe aún una nostalgia ―un presentimiento― de esa otra realidad. Aunque ya no creemos en ella, seguimos percibiéndola así sea lejanamente, sintiéndola. Por otra parte, el arte no es una objetivación ni una forma de entender al mundo ―de explicarlo―, sino la presentación, la presencia, de ese misterio. Cuando el hombre se encuentra ante su imagen en un espejo de agua se da cuenta de su ser. Ante el mundo, el ser humano puede indagar el orden de esa realidad (reflexionar, volver sobre el reflejo) o perderse en la contemplación extática de su enigma. Contemplación; encuentro con esa otra realidad que es este mundo; ésa es la simiente del arte16 Si la necesidad del hombre de explicar el mundo es innata en él –en tanto ser consciente de sí―, la contemplación de esa otra realidad inapresable que es el mundo es igual de inherente a su naturaleza. . El nacimiento del ser ―la toma de conciencia de sí― marca una escisión fundamental entre el hombre y el mundo. Para definirse es preciso empezar por tener una noción clara de lo que no se es: el mundo todo. Aquello otro es la realidad. Si esta ruptura marca el inicio del ser en tanto hombre ―le otorga libertad― también es cierto que lo lanza a un mundo desconocido. El hombre ha sido expulsado del vientre materno. Para la tradición judeocristiana la expulsión del paraíso original es un castigo por haber comido del Árbol del conocimiento. La conciencia es la que nos expulsa de la realidad. Nada más verdadero. Escribe justamente Alberto Caeiro: La luz del sol no sabe lo que hace… Podríamos equiparar la realidad de la que se ha expulsado al hombre ―y que no se piensa― con el noúmeno, la cosa en sí. En tanto hombres, estamos condenados a una realidad puramente humana. En el último relato de Giovanni Papini en El libro negro, “El Paraíso hallado nuevamente (de William Blake)” se insinúa que nunca fuimos expulsados del Paraíso, sino que se nos cegó a su 16 Por supuesto, no existe una diferencia tajante entre la contemplación y la reflexión; el ser humano es un ente pensante y contemplativo. Prueba de esto es la religión y, hasta cierto punto, la mística; peculiar conjunción entre el pensamiento y la contemplación. No es extraño que se compare a la poesía con la mística; la paradoja del poema es la misma que la de la mística. La poesía –y el arte mismo― es una mística humana. realidad. Todos los hombres vivimos con esa ceguera que es la conciencia, la cual nos otorga la libertad, pero nos priva del paraíso. Toda la civilización humana es realmente la edificación de una nueva realidad, de un orden de acuerdo a nuestros límites. Cuando antes dije que la realidad se construye a partir del hombre me refería, naturalmente, al mundo humano. Sin embargo, siempre preexiste esa otra realidad, ese espacio indescifrable que la religión llamó lo sagrado. La civilización occidental pretendió desconocer ese mundo. Ella es el fruto más perfecto del conocimiento. La poesía, el arte, nos permitellegar por unos instantes a escapar de la realidad humana y entrever aquello otro; la vivacidad pura. Hegel y Kant se detienen ante el arte17 Sin embargo Hegel, en sus Escritos juveniles, habla aún de otra forma de acercarnos a esa realidad: el amor. . Kant insinúa que sólo mediante él podríamos acercarnos a la cosa en sí. Georg Wilhelm Friedrich Hegel opina de manera parecida, y es aún más tajante en su aseveración. El arte sería, por tanto, un acercamiento al noúmeno ―o todavía más; una identificación― una visión cercana a la que se describe en la mística y a la que, según Hegel, se llegaría en un arduo proceso dialéctico. Esta libertad la tenemos ya en la forma del sentimiento, por ejemplo, en la amistad y en el amor. En estos casos el hombre no está unilateralmente dentro de sí, sino que se limita gustoso en relación con otro, pero en esta limitación se sabe como sí mismo. En la determinación el hombre no debe sentirse determinado, sino que sólo al considerar al otro como otro se tiene el sentimiento de sí mismo.18 A pesar de ser un infinito puramente humano19 Tanto la mística como el arte tienen un origen común; la contemplación del mundo. Pero mientras la mística aspira a fundirse con ese absoluto y culmina en el , éste escapa completamente de cualquier forma de racionalización. El enamorado, al igual que el místico, no precisa de más fin que la realidad que ha descubierto ―y que lo ha descubierto. El amor es mística del hombre. Mística, poesía y amor tienen un origen común; la contemplación fulgurante y colmada de sí en el misterio de la vida. Temblor de la conciencia. 17 Resulta valioso señalar que la Filosofía no se había interesado por la obra artística sino hasta Kant y su Crítica del juicio. Después del juicio negativo de Platón y de la sistematización de Aristóteles, sólo algunos teólogos hicieron apuntes estéticos. No es sino hasta la ambición sistemática de Kant que se retoma un estudio estético. Posteriormente Hegel y su filosofía de cierta manera romántica y sobre todo los filósofos que siguieron a la crisis de la razón empiezan toda su tarea con una pregunta estética. Frente a la crisis de los valores ilustrados, emerge en principio el arte como modelo. 18 Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Principios de la Filosofía del derecho, Ed Edhasa, Barcelona 1988, p 74. 19 Algunas emociones son exclusivas del ser humano; de éstas, el amor carece de correspondiente en la naturaleza. No puede hablarse propiamente de amor cuando observamos los ritos de cortejo ni el apareamiento de las especies animales; en ellos no existe ninguna libertad. El amor es el fruto incomprensible de la libertad y la necesidad. solipsismo y el silencio, el arte ―no el artista― anhela la comunión20 Si la conciencia de sí representa una escisión entre el ser humano y el mundo, también marca una ruptura entre el hombre y los hombres. No resulta sorprendente que algunos filósofos hayan hablado del solipsismo como la naturaleza trágica del hombre; enfrentado al mundo, el ser humano es un solitario en la libertad, ese desierto. La nostalgia del ser por el mundo es también nostalgia de los otros ―o el otro fundamental―, sus semejantes. Esta nostalgia implica una búsqueda de aquello que fue perdido. Sin embargo, para que el hombre se relacione con el mundo primero necesita una forma de vincularse con él. . Es diálogo con los hombres. La sensación poética es esa realidad que los seres humanos compartimos. El arte logra encontrarnos con ella. En él, aun si sólo se logra durante ese instante que es la experiencia estética, el universo resplandece, colmado de sí, de su dolor y su gozo. La realidad vuelve a ser una. Octavio Paz no yerra cuando dice que mientras la religión busca una respuesta en el otro mundo, la poesía acude al hombre mismo. La simiente del arte es la contemplación de aquel otro mundo ―la vida en su “horror sagrado”― del que hemos sido desterrados. La inspiración es una visión. A través de las más nobles realidades humanas ―el amor, las pasiones― el hombre entra en comunión con sus semejantes. El arte nace de esa paradoja; la realidad humana y la experiencia de ese otro universo. Entre el impulso de decir y su imposibilidad está el poema. Reconciliación de ambas realidades, coronación del instante. B3 La palabra es el puente entre el hombre y los hombres, entre el ser y el mundo. No niego con esto la existencia de otros vehículos de significación (el pictórico, el musical, entre otros), pero existe indudablemente una preponderancia ―así sea por razones históricas― de la lengua por su complejidad y universalidad. La teoría del lenguaje señala con razón que el mundo de las sociedades se construye a través de la lengua. No debería sorprendernos, pues, que en la Biblia se lea que En el principio era el verbo. La primera tentativa del hombre por encontrarse con su mundo es la palabra; la primera forma en que se comunica con sus semejantes es con el lenguaje. Las investigaciones antropológicas insisten en marcar el inicio de la humanidad con el 20 Octavio Paz habla de esto en El arco y la lira y en uno de sus ensayos de juventud; Poesía de soledad, poesía de comunión. No ahondaré demasiado en este tema porque en estos escritos la idea aparece tratada de manera asombrosa. nacimiento de la palabra hablada tal y como la conocemos. Yo añadiría: con el nacimiento de la poesía. C) C1 Si el lenguaje es puente, también se nos muestra como una cárcel. Nada parece poder decirse fuera de él. Por eso la lingüística señala que cualquier civilización construye su realidad a partir de ese código; toda comunicación entraña el establecimiento de un sistema de referentes comunes. Por ello la palabra aparece ante nosotros como una imposición sobre el individuo; todo código social comporta unas reglas, de otro modo se convertiría en un monólogo balbuceante y perdería su razón misma de ser. Sin embargo, esto supondría una total sujeción del hombre a su sociedad; todo decir sería entonces absolutamente vano. Sin embargo no es así; el ser humano sigue comunicándose. Si es cierto que la lengua es objeto de comunicación social, también podemos decir que es puente entre el hombre y el mundo. No es sorpresa: el léxico de toda lengua alude directamente a la realidad sensible. Pero si esa realidad es diferente para cada hombre, si cada ser humano siente su propia realidad, entonces sería necesaria una lengua distinta para cada uno de nosotros. Todavía más, si la lengua, en tanto fenómeno social, siempre entraña realidades humanas ―fenómenos―; ¿cómo podríamos tratar de expresar esa otra realidad que se nos presenta con las palabras de ese código? Roland Barthes responde: En la lengua, pues, servilismo y poder se confunden ineluctablemente. Si se llama libertad no sólo a la capacidad de sustraerse al poder, sino también y sobre todo a la de no someter a nadie, entonces no puede haber libertad sino fuera del lenguaje. Desgraciadamente, el lenguaje humano no tiene exterior: es un a puertas cerradas. Sólo se puede salir de él al precio de lo imposible: por la singularidad mística, según la describió Kierkegaard cuando definió el sacrificio de Abraham como un acto inaudito, vaciado de toda palabra incluso interior, dirigido contra la generalidad, la gregariedad, la moralidad del lenguaje; o también por el amén nietzscheano, que es como una sacudida jubilosa asestada al servilismo de la lengua, a eso que Deleuze llama su manto reactivo. Pero a nosotros, que no somos ni caballeros de la fe ni superhombres, sólo nos resta, si puedo así decirlo, hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua. A esta fullería saludable, a esta esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a lalengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por mi parte yo la llamo: literatura.21 21 Roland Barthes, El placer del texto ; seguido por leccion inagural : De la catedra de semiologia linguistica del college de france pronunciada el 7 de enero de 1977, Siglo XXI. México, 1978, ISBN: 968―23―1169―1, 150 pp, pp121, 122. Yo apuntaría a lo escrito por Barthes no con la palabra literatura, sino siendo más preciso: la poesía. Si la lengua es totalitaria, devora nuestro universo en sus reglas, es tarea de la poesía jugarle trampas; obligarla a decir lo indecible. Octavio Paz, en El arco y la lira, muestra que esta operación no entraña necesariamente una violencia ni es sólo un juego ni una engañifa como especula Barthes ―pensador racionalista, después de todo―, sino que tiende a regresarle a la lengua todas sus posibilidades originales. Más que una violencia sobre el lenguaje, como lo sugirió Jakobson, la poesía es una seducción de la palabra. Una seducción inspirada, me gustaría añadir. Considero que esta práctica de seducción y, por tanto, poetización es innata al ser humano. Como mencioné anteriormente, el hombre siente una nostalgia ante el mundo, una necesidad de reintegrarse a esa otra realidad que se le revela como la verdadera. Esa experiencia es indecible, pero el ser humano, ente social por naturaleza, ente en pos de una comunión con esos otros expulsados del Jardín del Paraíso que son sus semejantes, intenta decirlo22 Y si el hombre tiene una necesidad irrefrenable de expresar lo incomunicable, debe optar por un lenguaje que le permita enunciar ―y por tanto fundar― aquello que intenta tomar presencia, ser. De ahí nacen las diferentes artes. Un artista plástico utilizará ―mejor dicho, será poseído por― el demonio del color y la figura; el músico buscará en las armonías y el ritmo; el bailarín iniciará su cuerpo para sugerir esas sensaciones apenas presentidas… La poesía intentará romper con el lenguaje mismo, con el lenguaje de todos los días. Intentará decir lo indecible. La respuesta está más allá del hombre y de la lengua. Inspiración pura; la respuesta única es el canto. . Ese es el nacimiento del arte, de todo arte. Más todavía, intenta referir, asimismo, su propia realidad. Todo hombre, cuando quiere revelar a alguien lo que siente, sabe que las palabras no alcanzan, siente que el lenguaje se le agota. Ésa es también ―como lo dije antes― la otra realidad. Encuentro de ambos mundos, el arte rompe con los códigos de la cotidianidad e instaura las Bodas entre el Cielo y el Infierno, entre el mundo humano y la realidad. Porque el mundo de las emociones ―nuestro otro mundo― es realmente, también, la otra realidad. El universo es uno con el cuerpo de la persona amada; se convierte en un ente sexual. No hay pueblo sin poesía; no existe evidencia alguna de una sociedad en el mundo que la desconozca. Existen algunos pueblos que ignoran el teatro o la arquitectura. 22 Antes de continuar quiero dejar sentado aquí que el artista no es ―como se puede malinterpretar con estas palabras― un moralista o un “amigo de la humanidad”. Su otro fundamental tiene un rostro y un cuerpo. Sensual ―nunca moral― el poeta es un inspirado de la carne. Incluso la cultura japonesa tradicional no tenía una noción de la danza comparable a la de otras culturas. Sin embargo no existe un solo pueblo que desconozca del todo la poesía, la música y la danza. Ahora aventuraré un pensamiento: las artes comenzaron en el rito de una manera total; no puede haber música sin arquitectura ni poesía sin danza. No hablo de estas artes tal y como las conocemos actualmente ―prejuicio del academicismo―, sino de los espacios y las manifestaciones de lo sagrado en el rito. Sé que es arriesgado aventurar tal hipótesis, en tanto la poesía primitiva no tiene un sustento material en el cual pueda basarme para apoyar mi aseveración (recordemos que originalmente se trata de un arte oral). De las pinturas quedan sus restos en diversas cuevas a lo largo del mundo; la escultura ya puede descubrirse en ciertas tallas de hueso. Incluso se han encontrado instrumentos musicales arcaicos. La poesía y la danza en cambio no tienen un sustento material. Son artes del instante por excelencia. Resulta engañoso recurrir a las evidencias que nos ofrecen nuestros contemporáneos. Durante mucho tiempo se pensó que las culturas “primitivas” eran un retrato casi fotográfico de los albores del género humano. Hoy sabemos que no es así. Prueba de ello es la extraordinaria heterogeneidad de sus costumbres. En ellas ha existido una profunda evolución, si bien ésta no ha afectado algunas de sus costumbres más tradicionales. A pesar de estos hechos incontrovertibles, podemos decir que si bien esta evolución ha marcado su cultura, aún pueden encontrarse rastros bien reconocibles de su pensamiento tradicional más antiguo23 Esto no resulta extraño: el lenguaje es lo único que nace con el hombre. Si la palabra es el puente entre el hombre y el mundo, nada más natural que el primer impulso creativo del ser humano por hablar de esa otra realidad ―del mundo y del hombre mismo― se exprese a través de ella. El único lenguaje natural al ser humano es el de la palabra. Incluso hoy día puede decirse que únicamente los poetas (y con éstos los demás escritores) son casi completamente autodidactas. Mientras hay escuelas de teatro, música, danza, artes plásticas y arquitectura; no existe algo así como una verdadera escuela de escritores. Es natural; aquellas otras escuelas . Tomando en cuenta esto, podemos indicar que gran parte de estas culturas afirman que el mundo inició como una palabra (o como un sueño, la revelación). Asimismo, no existe una sola de estas culturas en donde no haya una tradición poética. 23 Me vi tentado a decir prelógico, pero ya se ha comprobado –y yo mismo lo sugerí anteriormente― que el ser humano, en tanto tal, ya maneja un pensamiento lógico desde que aparece en el mundo. enseñan un código, una técnica, pero tampoco pueden crear artistas; y el lenguaje de la poesía ya lo manejamos todos24 . C2 Si la poesía es una imitación del mundo ―de ese otro mundo de las emociones y lo desconocido― esa imitación no es una reproducción servil, sino una recreación ―en la poesía a través de la diegesis (διήγησι)―; una recreación humana. Aristóteles, recordemos, no pregonaba que la realidad que se imita sea la que aparece constantemente a nuestros ojos, sino la realidad como debiera ser. El mundo de la poesía es el mundo de lo posible. De cualquier forma, no estoy seguro de qué es lo que haya querido decir exactamente Aristóteles con la afirmación de que el arte es una imitación de la realidad y con su teoría de la diegesis como la ordenación de un mundo posible ―el lenguaje filosófico es engañoso25 Ciertamente la poesía es una recreación ―en tanto creación humana― de la realidad sensible; es una aproximación ―fulgurante y fundadora, como ya hemos visto― a esa otra realidad. Empero, decir que el poema es un complemento de lo que el mundo no alcanza a concluir ―entendido como construcción de aquello que hubiera podido llegar a ser― me parece un desatino. Tal idea imaginaría en el poeta a un demiurgo. En ese caso la creación sería tan grandiosa como absolutamente vana porque sería imposible encontrar un puente entre el lenguaje y la realidad. No es extraño encontrar ecos de ese concepto incluso en el siglo XX. El creacionismo de Huidobro, por ejemplo, ¿qué es sino el concepto aristotélico llevado hasta los extremos . 26? Mucho se ha hablado de esta noción del poeta como un pequeño dios.La idea no resulta descabellada; el ser humano, en tanto recreador de realidades, crea un nuevo universo; un universo humano. De ahí el concepto de ficción. El arte como una construcción humana, como una realidad aparte; ficción27 24 Además, muchas otras artes son interpretativas. No se pueden ensayar las metáforas ni las historias. Los intentos de sistematizar la creación poética siempre han sido infructuosos. . 25 Al final de este trabajo, empero, llegó a una conclusión importante que podría estar en consonancia con lo escrito por Aristóteles –sin caer por supuesto en sobreinterpretaciones―, al recordar que la palabra poiesis significaba creación –un dar al mundo― me pregunto si no habrá pensado en la instauración de una realidad, dar a luz el ser de la nada; al ser de la potencia de ser. De cualquier manera es demasiado pronto para seguir aquí con ello… 26 El principal problema del creacionismo, empero, no es su doctrina, sino que precisa de las palabras para llegar a sus fines. Palabra; significante y significado. El lenguaje refiere directamente a una realidad sensible. Imposible la creación de un universo distinto a partir de él. De cualquier modo, el más logrado poeta creacionista fue Góngora… sin haber conocido esa estética. 27 Debo aclarar que este es el concepto de ficción que manejaré de ahora en adelante, la concepción de la palabra como sinónimo de mentira no me interesa. C3 Hace unos años apareció la edición conmemorativa de Cien años de Soledad. Ahí por vez primera pude leer un fragmento del ensayo de Mario Vargas Llosa sobre esta obra. La idea del peruano es ―hasta cierto punto― parecida a la que nos presenta Aristóteles en una primera lectura. Para él, esta novela “pone en práctica el utópico designio de todo suplantador de Dios [el escritor]: describir una realidad total, enfrentar a la realidad real una imagen que es su expresión y negación”.28 La idea es atrayente, sin duda; el escritor como un demiurgo, como un productor de mundos… En otras oportunidades Vargas Llosa ha repetido una y otra vez que el escritor crea universos donde le gustaría haber vivido, no porque sean mejores, sino porque representan una creación única y particular 29 . Sí, la idea es atrayente. Sin embargo no se cumple plenamente si la aplicamos a la poesía, y sólo en parte a la prosa. Porque, ¿en realidad es la poesía es una construcción de otro mundo?, y ¿cuál es la diferencia esencial de ese mundo con el nuestro? C4 Esta pregunta es necesaria porque si la poesía ―como toda construcción humana― es una recreación de la realidad, ¿qué podemos decir del mundo mismo? Al principio de este escrito hablé de la realidad humana como fenómeno; de la cosa en sí no podemos decir nada. Por tanto, ¿por qué la realidad poética debe de ser considerada menos real que nuestro mundo fenoménico? Se me dirá que en la poesía existe una construcción consciente de esos otros mundos, que hay un afán de ficcionalización. Es decir, hay un afán ―consciente― de construir una realidad distinta a la de nuestro mundo. No sólo eso, sino que la lectura de ese otro universo exige un desapego de la realidad “cotidiana” (dicho esto en el sentido de la realidad sensible, física, tangible). Esto es cierto ―hasta cierto punto― en la prosa, pero, ¿es aplicable a la poesía30 28 Mario Vargas Llosa, “Cien años de soledad. Realidad total, novela total”, en GARCÍA Márquez, Gabriel, Cien años de soledad, Edición conmemorativa de la RAE, Alfaguara, 2007, p XXVI. ? Nadie jamás ha pensado que sea realmente 29 Schopenhauer opinaba algo semejante; para él, el arte crea –o propone― una realidad alterna donde el esp íritu, la voluntad, se ejerce sin tapujos; donde se evita la triste experiencia cotidiana. Nietzsche piensa, en cambio, que esta realidad “alterna” debe ser la realización perfecta, en este mundo, tanto de la alegría como de la tristeza y la frustración; una experiencia que las trascienda. 30 Incluso tengo ciertas dudas en el caso de la prosa. Si el universo de la prosa no tuviera una concordancia con nuestra realidad, sería absolutamente inaccesible para el ser humano. En todo caso, estaría construido a partir de las el poeta el autor de los poemas. Por otra parte, salvo por algunos movimientos aislados, nunca la poesía ha intentado la creación de otros mundos. Al contrario, el poeta habla siempre de la revelación de este mundo, de su mundo. Incluso Heidegger y Nietzsche hablan del arte como la fundación ilimitada de esta realidad. Esto es todavía más complejo de lo que parece. Si la realidad es siempre relativa y la vida siempre se crea a través de la subjetividad, como parece apuntar en un principio Nietzsche, ¿por qué no pensar en todo universo como una ficción?, ¿qué da concreción a cada una de nuestras realidades?, ¿cómo relacionamos nuestras soledades? Cuando anteriormente afirmé que la poesía implicaba un descubrimiento de otra realidad, de la realidad, ¿cómo convenir esto con la subjetividad del mundo? Todavía más; recordemos que la poesía no es unívoca; se abre a infinidad de significados. ¿Cómo es posible ser fiel a una visión si la propia materia fundadora es equívoca? Aun cuando fuera posible llegar a revelar esa visión, ¿para qué escribirla?, ¿para qué, si el lector no podrá comprenderla? ¿No será que el universo todo no ha sido sino un equívoco, una inmensa ficción? ¿Qué lugar tiene, entonces, la poesía sino como entretenimiento de pobres diablos crédulos? ¿Cómo decir que la poesía dejar ver ilimitadamente la realidad y ―al tiempo― la constituye de forma absoluta? Esto resulta todavía más intrigante si recordamos que el término poiesis (ποιέω) en la Grecia antigua no quería decir una creación ficcional, sino la creación como tal: la creación: dar al mundo un nuevo ser. De ahí podemos acercarnos a la idea de Aristóteles nuevamente: ¿cómo es posible que la poesía sea la creación del mundo (ποιέω) y sin embargo sea también una mimesis humana del mismo? Palabras, palabras, palabras… La contradicción en la poesía es completa y se hace extensiva al universo todo. ¿Mera coincidencia? Mediante estas preguntas es posible poner en crisis la visión de la Realidad. El mundo se desmorona y nosotros, incapaces de darle cohesión de nuevo, corremos el riesgo de caer con él. Pero antes de empezar, una pregunta: ¿qué señas diferencian a la poesía de otras artes de la palabra? C5 Cioran dice que la poesía es un arte de bárbaros; para la creación de una prosa es necesaria una civilización avanzada: palabras, que configuran nuestro mundo; no hay signo sin significado; no hay significante sin significado. Pero eso lo abordaré en otra ocasión […] Examinez la production littéraire de n’importe quel petit peuple qui n’a pas la puérilité de se forger un passé: l’abondance de la poésie en est le trait le plus frappant. La prose demande, pour se développer, une certaine rigueur, un état social différencié, et une tradition: elle est délibérée construite; la poésie surgit, elle est directe; apanage des troglodytes, elle ne s’épanouit qu’en deçà ou au―delà, toujours en marge de la civilisation. Alors que la prose exige un génie réfléchi et une langue cristallisée, la poésie est parfaitement compatible avec un génie barbare et une langue informe.31 Es verdad, en cierta manera, si la poesía es un arte que nace con la humanidad, no puede decirse lo mismo de la prosa narrativa32 La poesía primitiva es un canto. Éste puede encaminarse al hombre mismo, a sus pasiones, o al universo. En Grecia―y en toda cultura― el mundo es creado a través de la poesía. Los mitos ―lo que nosotros llamamos mitos― son reencarnaciones del pasado original en el presente. El rito es la actualización del tiempo primigenio. . Ya lo dice Octavio Paz en El arco y la lira; la prosa implica una violencia en el lenguaje. Si la poesía es un abandono a la naturaleza misma de la lengua ―al ritmo y a las posibilidades expresivas que ella posee―; la prosa exige un encauzamiento, una supresión de los distintos sentidos de cada palabra. Mientras el mundo de la sociedad moderna encarna en un tiempo lineal ―nuestro único futuro posible es el enigma constante―, para otras sociedades, el tiempo es un circulo que regresa constantemente. Me parece que esta concepción del tiempo no es menos natural que la nuestra: si la conciencia de ser hombre, de ser un ente finito, nos hace conscientes del paso del tiempo; el mundo se nos presenta como una repetición constante ―reactualización― del pasado, más todavía, de un tiempo que nos trasciende; las estaciones, el día y la noche; la muerte sucede a la vida en un ciclo sin fin. Si la muerte nos hace conscientes del tiempo lineal, la vida es un testimonio del tiempo cíclico. Sin embargo, toda vida conlleva su muerte. Todo tiempo muere para después renacer. Para la mentalidad “primitiva” este proceso es infinito, pero no fatal. El hombre, a través de la poesía, hace que el nuevo tiempo renazca. La palabra encarna cuando es dicha; encarna en el rito; la realidad se crea a cada instante. Todo es presente. Toda la poesía es presente. Cuando en la sociedad griega nace la epopeya, se marca un punto de inflexión entre la poesía antigua y ésta. La epopeya no es la historia del mundo, sino la historia 31 Emil Michel Cioran, La tentation d’exister, Colección Tel, Gallimard, París, 1956, p65. 32 Hay también otro género; el ensayo. Indudablemente el tipo de obra literaria más reciente, todo ensayo es realmente un metatexto. Sin embargo este género, verdadero centauro ―como lo llamó Alfonso Reyes― es una mezcla entre el pensamiento intelectual y la creación artística pura. de un hombre, de un pueblo. Si del mito nace la religión, de la epopeya surge la novela. La novela es la historia de un sólo hombre. Las diferencias con la epopeya son importantes; si es cierto que en esta última ya había una historia individual, ésta encarnaba en el destino de todo hombre. El viaje de Odiseo era un signo del viaje de todos los hombres. Con la novela, el viaje del protagonista nos es una historia ajena33. Del cuento puede decirse otro tanto; lo que nos interesa de su trama no es tanto la identificación de su mundo con el nuestro, sino el desarrollo de la anécdota. El cuento es la creación ficcional más acabada en tanto su mundo se contiene a sí mismo34. La épica es el punto de quiebre entre la poesía y la narrativa. En ella, por primera vez aparece la anécdota. La poesía lírica y el mito ―sobre todo este último― llegan a tener anécdota, sin embargo, ésta no está completamente definida y, en última instancia, no es lo más importante del texto. Tan es así que si intentamos contar un poema, si desentrañamos (que palabra tan gráfica) la historia de un poema, de él no nos quedará nada. No sucede ―del todo― algo semejante con los cuentos y con las novelas35 Todavía me atreveré a decir algo más: para que exista una prosa es necesario, primero que nada, un soporte escrito. No existe prosa sin escritura. Si la poesía es un arte eminentemente oral, que nace como un canto; la prosa exige un soporte escrito. No es extraño, pues, que la novela nazca con la popularización de la imprenta. Más todavía: no fue sino hasta que los cantos homéricos se escribieron que nació la crítica . Con esto no quiero decir que el poema no diga algo, que no involucre un acto “comunicativo”. Todo decir implica un oyente. Pero esto no conlleva que exista una anécdota que podamos contar. El sentido ―no el significado― de la poesía es otro: el poema nace después del silencio. El mito ―el relato cosmogónico― tiene historia, pero ésta resulta intrascendente si no creemos en su realidad. El mito es la reactualización de nuestro mundo; la poesía, la comunión con él. 33 Esto no es totalmente cierto; una novela hace que el lector se identifique con el protagonista –o con su mundo―; esa realidad se torna signo. Hay una correspondencia necesaria entre el mundo de la narración y el nuestro. De otro modo, sería inaccesible. 34 No puede decirse algo semejante de los cuentos tradicionales; éstos están en todo momento más cerca del mito. También existen cuentos contemporáneos que escapan a estas características. Sin embargo, el cuento moderno es una realidad acabada en sí misma; lo que nos atrapa es la anécdota y el lenguaje en que está narrada. El lenguaje es el único puente entre el mundo del cuento y el nuestro. Ello no obsta para que sea, también, un puente, un símbolo. 35 En efecto, nunca es lo mismo contar la anécdota de una novela o de un cuento que leerlo; en la forma en que el escritor la contó reside gran parte –o todo― su poderío. Sin embargo, se puede hacer; suframos las consecuencias de esta operación taxonómica. En cambio, siquiera intentemos contarle a alguien Piedra de sol, un canto ainu, los Elogios de Perse o, incluso, Muerte sin fin. Ni siquiera en el caso de poesías tan, en apariencia, prosaicas como la china es posible. Cómo contar el siguiente poema de Wang Wei: “Desmonto. Mientras bebemos vino:/ ¿Adónde irás? El mundo me ha engañado:/ A mi colina a mediodía me vuelvo./ Ve, vete. No pregunto más:/ Nubes blancas sin fin, nubes”. Los poemas épicos y dramáticos no están incluidos en este estudio. a esos textos. La oralidad es una reencarnación del instante; la escritura implica un pasado. La narrativa se escribe ―toda― en pasado36 No resulta sorprendente entonces que la Iglesia haya prohibido la lectura de la Biblia y que la modernidad nazca ―también― con la Reforma luterana; la lectura implica una crítica, una interpretación. Sólo se puede dudar de la realidad escrita. La poesía, en tanto creación del instante, es completamente inaprensible. . El instante es inapresable; el texto permite la crítica del discurso. Sin embargo, la poesía moderna es también escrita. No sólo eso, sino que muchas de sus manifestaciones serían impensables de no contar con el soporte de la página. Ni la poesía de Stéphane Mallarmé ni la escuela del verso proyectivo serían posibles de no ser por la escritura. De cualquier forma, la poesía sigue siendo leída como el fruto de un instante, como una encarnación de la realidad. ¿Por qué?, ¿por qué la poesía sigue siendo leída como una revelación de esta realidad y no como una ficción? Si revisamos la historia de la poesía, sólo hay algunos momentos en que ésta se convierte en un texto especulativo, que exige una lectura crítica, o que es una creación puramente estética. Estas corrientes son la poesía alegórica y algunas formas barrocas; creaciones únicas de ciertas épocas de occidente. Si analizamos objetivamente cualquier poema lírico ―ya sea de Anacreonte, de Rainer Maria Rilke o de Matsuo Basho― tendremos que confesar su impenetrabilidad. Nada dicen. No hay ningún concepto tácito, ninguna historia o anécdota. Incluso cuando el lenguaje es claro, no aparece nada ahí. El lenguaje no nos habla directamente, si es que habla realmente; la anécdota y el ejercicio conceptual apenas se dibujan y nada importan. Supremo sinsentido, absurdo. ¿Cuál es la visión del autor?... Leemos las notas biográficas, las explicaciones ―elucidaciones― de los críticos y los autores. En un principio las respuestas nos satisfacen, nos sentimos salvados; hemos encontrado
Compartir