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PROBADOS POR EL FUEGO
 
Christopher Wright
 
Daniel 1-6: Una fe sólida en medio del mundo actual
(2011)
CONTENIDO
Introducción
l. ¿Compromiso o confrontación?
2. ¿Cabeza de oro o pies de barro?
3. Someterse o arder
4. Las normas del cielo... en la tierra
5. La blasfemia: antigua y moderna
6. Frente a los leones
Notas
INTRODUCCIÓN
 
Después de abandonar mis intentos infantiles de aprender a tocar el piano
según el sistema habitual, descubrí, siendo ya adolescente, que era capaz de
tocarlo de oído, e hice grandes progresos durante los años sesenta, cuando me
dedicaba a tocar todos los himnos y coritos del grupo de jóvenes en mi iglesia de
Belfast; la mayoría de las melodías las hacía trizas, porque las tocaba usando sólo
las tres o cuatro teclas que dominaba bien. Había un espiritual negro que a un
pianista aficionado como yo le resultaba muy sencillo interpretar, y que además
era sencillo.
 
Este mundo no es mi hogar, pues de paso sólo estoy.
Mi tesoro es celestial, más allá del azul voy.
Los ángeles ya me llaman desde el abierto portal,
y ya no me siento a gusto en este mundo mortal.
 
Me gustaba tocar aquella música tan pegadiza, pero en parte era porque me
evitaba tener que cantar la letra. Porque, francamente, aquella letra no me
gustaba nada. Me parecía sensiblera y sólo una verdad a medias. Como yo
ignoraba el sufrimiento y la opresión del que habían brotado aquellas palabras,
bajo mi punto de vista juvenil -tan idealista- me sonaban al más puro escapismo.
Recuerdo que pensaba «Este mundo es mi hogar, y Dios me ha puesto en él con
un propósito. Así que los ángeles ya pueden llamar a quien quieran... yo me
quedo».
Y sin embargo, es evidente que la canción tiene su parte de razón. En cierto
sentido, este mundo es, para el cristiano, un territorio ajeno: no el planeta en sí
mismo, que forma parte de la buena creación de Dios, sino «el mundo» tal y
como lo describe a veces la Biblia; el mundo de la humanidad, organizado a
espaldas de Dios o en rebelión contra él; el mundo como un lugar caído y
maldito, el lugar donde habitan la maldad y el pecado. Este es el mundo del que
hemos sido salvados, pero en el que seguimos viviendo. De manera que sí, en
cierto sentido estamos «de paso». Las expresiones referidas al peregrinaje tienen
una buena tradición dentro de la Biblia. Estamos embarcados en un viaje hacia
un lugar mejor, aunque la Biblia no sólo lo describe como el cielo y sus ángeles,
sino como una nueva creación, un nuevo cielo y una nueva tierra. De modo que
estamos viviendo en este mundo, pero bajo la luz de un destino que lo
trasciende.
El Nuevo Testamento le saca punta a esta dicotomía, hablando del reino de
Dios como algo en contraste y en conflicto con el reino de Satán o los reinos de
este mundo. Esta es la tensión primaria bajo la que han de vivir los cristianos.
Estamos «en el mundo» pero no somos de él; nos sentimos a gusto en el mundo
porque sigue siendo de Dios, pero a la vez nos sentimos alienados de él porque el
mundo está muy alejado de Dios. Entonces, ¿cómo puede vivir un creyente
como un ciudadano del reino de Dios mientras sigue viviendo en este reino
terrenal? Más concretamente, ¿cómo puede el o la creyente dar testimonio de su
fe (o incluso conservarla) en medio de una cultura extraña al cristiano, anti-
cristiana, tanto si esto implica la cultura de cualquier otra religión (como en los
países islámicos) o la cultura occidental, secular y cada vez más pagana? En
especial, ¿cómo puede lograr esto el creyente cuando el precio es que le
malinterpreten, le hagan sufrir, le amenacen o incluso acaben con su vida?
Unos cristianos me dijeron en la India –y lo decían en serio– que es
completamente imposible tener un negocio y mantener plenamente los
estándares de integridad que presenta la Biblia. Sea lo que sea lo que uno desee
hacer, los negocios no funcionan sin esos sobornos y esa corrupción que hay tras
bastidores, o incluso a cara descubierta. Otros me han dicho que sí es posible,
pero solamente si uno tiene mucha fe y mucho coraje. Los maestros británicos
apuntan a ese ambiente de hostilidad y a veces de amenaza de acción
disciplinaria que rodea a cualquier compromiso de fe cristiano, al que se acusa de
ser adoctrinador e intolerante. La única cosa de la que podemos hacer un dogma
en nuestra cultura es la virtud básica de no ser dogmáticos respecto a nada, en
especial delante de los niños. Una cristiana abandonó su empleo cuando se hizo
evidente que entre las expectativas de sus empleadores estaba la de acceder a las
demandas sexuales de sus clientes como parte del proceso de formalizar
contratos de negocios. En algunas regiones de la India, los cristianos que rehúsan
participar en los festivales hindúes del vecindario o a contribuir a ellos
económicamente, se enfrentan a la intimidación personal y al vandalismo contra
sus hogares y propiedades.
Estas cosas no son nada nuevo. Los cristianos se han enfrentado a ellas desde
los leones de Nerón, e incluso desde antes. También los judíos se han encontrado
con los mismos problemas a lo largo de su historia. De forma que no resulta
extraño que la Biblia hebrea (o Antiguo Testamento, como lo llaman los
cristianos) le preste mucha atención a tales asuntos. El libro de Daniel trata el
problema de una forma directa, tanto por medio de la historia de Daniel y sus
amigos como de las visiones que él recibió. Uno de los temas principales del
libro es cómo las personas que adoran al único Dios, vivo y verdadero –el Dios
de Israel– pueden vivir, trabajar y subsistir en medio de una nación, una cultura
y un gobierno que les son hostiles y que a veces amenazan su propia vida. Y este
será el eje central de nuestro libro.
Por supuesto que se ha usado Daniel con muchos otros propósitos, en especial
aquellos que tienen facilidad para la aritmética y a quienes les encanta describir
por anticipado el fin del mundo. Ese no es mi interés en estas páginas. Las
personas que se meten a hacer juegos aritméticos enrevesados acaban siempre
teniendo que revisar sus cuentas. En cualquier caso, el Nuevo Testamento nos
dice que el fin del mundo será un acontecimiento sorprendente e impredecible,
quizás especialmente para los que lo tienen tan bien programado. Es evidente
que los recientes acontecimientos en Europa y la Unión Soviética han
estropeado los cálculos de aquellos cuyas confiadas predicciones se basaban en el
libro de Daniel. De modo que dejaremos que los que se ocupan de adivinar el
futuro sean los astrólogos y los magos como los que desfilan por el escenario del
libro de Daniel con una despreciable futilidad, y nos ocuparemos en cambio de
la cuestión de la supervivencia aquí y ahora, como hicieron Daniel y sus tres
amigos.
1
¿COMPROMISO O
CONFRONTACIÓN?
 
 
Había llegado el fin del mundo. Eso debió parecerles a las personas que
pasaron por los acontecimientos que nos resume Daniel l.
 
«En el año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino
Nabuconodosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió. Y el Señor
entregó en sus manos a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios
de la casa de Dios; y los trajo a tierra de Sinar, a la casa de su dios, y
colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios».
 
Daniel 1:1-2
 
Esto se lee como una afirmación muy directa sobre unos hechos, pero deja
mucho sin decir, cosas que hemos de comentar un poco si queremos que el
lector moderno sienta el impacto de los aplastantes sucesos que aparecen en el
libro. 
LA COLISIÓN DE IMPERIOS 
Era el año 609 a.C. En Oriente Medio, como en la Europa de los años 90, un
extenso imperio se venía abajo, y se formaban nuevos poderes políticos. Asiria
había gobernado el mundo durante 150 años; un siglo y medio de un gobierno
fuerte, centralizado y militarizado, que había sometido a muchas naciones
pequeñas bajo su conquista inmisericorde. Entre las reducidas naciones que
habían sido destruidas se encontraba el propio reino del norte de Israel, que
había sido derrotado y esparcido a los cuatro vientos unos cien años antes, enel
721 a.C. Jerusalén y la parte sur del reino de Judá se habían librado de aquel
destino, pero había pasado más de un siglo sin ser más que un país vasallo de
Asiria, un satélite de su imperio.
Pero ahora era Asiria la que se estaba desmenuzando. El nuevo poder
emergente era Babilonia, bajo el enérgico liderazgo de un joven rey,
Nabuconodosor. El gran poder occidental, Egipto, se dio cuenta de que era el
momento adecuado para intentar restablecer su poder, de forma que el rey
egipcio, el Faraón Necao, partió con su ejército atravesando Palestina con la
intención de ayudar a los asirios contra el poder babilónico. En aquella época el
rey de Judá era Josías. No tenía deseos de retrasar la caída de aquel aborrecible
imperio asirio, de forma que se movilizó para interceptar a Necao e impedir que
fuera en su ayuda. Fue un gesto bien intencionado, pero no sirvió de nada. Su
ejército, superado en número más allá de toda esperanza, se encontró con los
egipcios en Meguido (cerca del Monte Carmelo) y fue derrotado. El propio Josías
murió en batalla, y el Faraón Necao capturó al hijo y heredero de Josías, Shallum
(llamado también Joacaz), y le deportó a Egipto. Entonces Necao colocó a Joacim
en el trono de Jerusalén; este es el rey que menciona Daniel 1:1.
Nabuconodosor consiguió desbaratar el intento egipcio de salvar el pellejo del
imperio asirio. Derrotó definitivamente a Egipto en la batalla de Carquemis, el
año 605 a.C. Así Babilonia se convirtió en el poder dominante sobre
Mesopotamia y toda el Asia occidental, situación que continuó durante los
siguientes cuarenta años. De modo que fue el final de una era y el comienzo de
otra. Los estados pequeños en la región tuvieron que bailar a la música que
tocaban los babilonios, y Judá fue uno de esos estados. Poco después de su
victoria en Carquemis, Nabuconodosor se desplazó al sur y amenazó Jerusalén.
En aquella ocasión se llevó a Babilonia a un pequeño grupo de cautivos,
probablemente como rehenes para asegurarse el buen comportamiento de aquel
estado vasallo.
Entre estos primeros exiliados estaban Daniel y sus tres amigos, que en
aquella época debían ser adolescentes. Probablemente debían estar en Jerusalén
preparándose para el servicio sacerdotal o militar, destinados –puede que
pensaran ellos– al servicio del pueblo de Dios en la ciudad de David. En lugar de
eso, sin previo aviso, se encontraron a miles de kilómetros de su casa,
desarraigados de todo lo que conocían, aposentados en medio de un estado
pagano, gentil y enemigo. Estaban rodeados de extranjeros, con un lenguaje
desconocido, una cultura que les era ajena y, lo peor de todo, dioses e ídolos en
cantidades industriales. Debió ser una experiencia espantosa, traumática. Y lo
peor estaba por venir. 
LA FE EN MEDIO DE UNA CRISIS HISTÓRICA 
¿Por qué sucedía todo esto? El versículo 2 nos ofrece una respuesta
increíblemente directa: «el Señor», es decir, Jehová, el Dios de Israel, «entregó
en sus manos (las de Nabuconodosor) a Joacim rey de Judá».
¡Dios lo hizo! Y nosotros decimos: Por supuesto que lo hizo. Es algo evidente,
porque hemos leído a los profetas y ellos no paraban de advertir al pueblo de
Israel que Dios les iba a castigar por medio de sus enemigos. Podemos
contemplar la historia con la ventaja de saber qué va a pasar. Pero en aquella
época la mayoría del pueblo tenía el hábito de ignorar a los profetas, de forma
que toda aquella confusión de acontecimientos que se produjo en aquellos años
debió parecerles algo inconcebible. El pueblo tenía todo un cargamento de
preguntas, formuladas a medida que intentaban encontrarle un sentido a todo
aquello. ¿Cómo podía permitir el Dios de Israel que trataran así a su pueblo?
¿Acaso Jehová se enfrentaba a un igual? ¿Eran los dioses babilonios más jóvenes
y fuertes? Entonces, ¿no sería más sensato pasarse a la tendencia general y adorar
a los dioses de Babilonia? O si bien, como estaban diciendo algunos profetas –
como Jeremías– era realmente Jehová el que había hecho eso, ¿no estaba siendo
injusto? (Ezequiel aborda esta queja en su capítulo 18).
Y –quizás la pregunta más dura para aquellos que habían aceptado la palabra
de los profetas sobre la autoría de Dios–, ¿quedaba alguna esperanza para el
futuro? Si Dios había derramado su juicio contra Israel, ¿les quedaba algo a que
aferrarse? ¿Y qué pasaba con los propósitos de Dios que debía realizar por medio
de Israel? Los israelitas creían que Dios los había hecho una nación para usarlos
para beneficio del resto de las naciones. Esta creencia se basaba en la promesa
que le había hecho Dios a Abraham (Gn. 12:1-3), y era el motivo por el que Dios
había establecido esa relación íntima con Israel. Esta se centraba en la presencia
de Dios en el templo, y en el profundo significado de los objetos sagrados que
formaban parte de su mobiliario. Dios era el Dios de Israel para poder demostrar,
al final, que era el Dios de toda la tierra. Muchos de los salmos que se cantaban
en el templo celebraban esta creencia. De manera que, ¿cómo podía encajar el
pueblo el hecho de que esos mismísimos objetos asociados a la adoración del
Dios viviente fueran arrebatados por un rey pagano y, peor todavía, fueran
colocados en el templo de su dios? Y el templo pagano estaba en la tierra de
«Sinar», es decir, el lugar donde había estado la Torre de Babel (Gn. 11:19). Era
como un espectral regreso al pasado, como si Dios hubiera hecho retroceder la
historia y les hubiera hecho volver hasta el tiempo en que nadie siquiera había
oído hablar de Abraham. Era evidente que había algo que iba muy, muy mal. O
bien todo su sistema de creencias estaba equivocado, o los acontecimientos se les
habían escapado de las manos.
Parecía que se hubiera abierto un enorme abismo entre su fe por un lado y los
sucesos mundiales por otro, de forma que éstos parecían contradecir la fe. Y así
llegaban a la pregunta final y más aplastante: ¿Seguía Dios teniendo el control?
Cuando llegan las catástrofes, ¿sigue Dios siendo soberano? ¿Somos capaces de
aceptar la libertad que tiene Dios para actuar como prefiera, aun cuando hace
algo que parece contradecir sus propósitos o, como mínimo, algo que va en
contra de lo que nosotros pensábamos que era su voluntad?
Los cristianos no tuvieron problemas en ver la mano de Dios actuando en el
colapso de las dictaduras comunistas europeas y en la caída del muro de Berlín
en 1989-1990. Sin embargo, lo que ya no fue tan fácil de entender es por qué
Dios permitió que hubiera alguna vez un Telón de Acero; en especial fue difícil
para los que consideraban que valía la pena pagar el terrible precio de la Segunda
Guerra Mundial para liberar a Europa de una tiranía, para luego ver que fue
reemplazada por otra. ¿Cómo podían reconciliarse en aquel momento tales
sucesos con la voluntad de Dios?
Seamos más agudos: si creemos que Dios ha ordenado a los cristianos
extender el evangelio, y que es el propósito de Dios que la Iglesia vea este
crecimiento en todas las naciones, ¿cómo lo hacemos para reconciliar esto con el
hecho de que permite que muchos países cierren sus puertas a los misioneros
cristianos y restrinjan o erradiquen las actividades cristianas? Cuando la China
comunista expulsó a los misioneros a principios de los años 50, esto provocó una
onda expansiva que llegó a toda la Iglesia cristiana, dado que China era uno de
los «campos de misión» más amplios de aquella época. Si uno tiene una teología
que le dice que Dios quiere misioneros, que Dios controla este mundo, ¿cómo se
las arregla cuando tiene que contemplar cómo Dios permite que se erradique la
misión en la nación más grande de la tierra? Bueno, usando nuestro privilegiado
punto de vista vemos que el fin de las misiones occidentales en China no supuso
el fin de las misiones en China, ni tampoco el final de la iglesia allí. Esto lo
podemos ver ahora, pero en aquel momento supuso un duro golpe. 
Y en nuestra vida personal, podemos pasarlo mal cuando las cosas que
creemos sobre Dios y su voluntad para nuestras vidas se ven radicalmente
contradichaspor las circunstancias por las que nos hace pasar. Una estudiante
del instituto cristiano All Nations, que llegó con un buen currículum de trabajos
realizados al otro lado del océano y que tenía la intención de mejorar su
preparación, cayó en un prolongado período de depresión clínica, potenciada
por una amplia mezcla de «tareas inacabadas» en su vida pasada. Lo peor de todo,
el pozo más hondo como lo describía ella, fue cuando descubrió lo difícil que le
resultaba creer con el corazón las cosas que su cabeza le decía sobre Dios. La fe y
la realidad eran cosas demasiado separadas. Dios se volvió demasiado increíble
debido a lo que había permitido que le sucediera a ella... si es que lo había
permitido.
Por tanto, el libro de Daniel se abre con esta contradicción entre la fe y los
hechos. Luego pasa a mostrarnos la respuesta de unos pocos jóvenes que pasaron
por estas circunstancias, y que no sólo lograron sobrevivir sino también ajustarse
a los nuevos acontecimientos y mantener su integridad y su fe. Fueron capaces
de afirmar que su Dios seguía teniendo el control, incluso en un mundo que
parecía haber escapado a él. 
LA FE EN MEDIO DE UNA CRISIS PERSONAL 
La crisis internacional que se había adueñado de su mundo también sumergió
a Daniel y a sus amigos en una crisis cultural y personal que les probó con
severidad, a pesar de ser tan jóvenes en aquel momento. Tuvieron que
enfrentarse no al mero hecho de estar viviendo en Babilonia, sino también a la
exigencia de entrar al servicio de su administración política. Esto se debió a la
política gubernamental de Nabuconodosor:
 
«Y dijo el rey a Aspenaz, jefe de sus eunucos, que trajese de los hijos
de Israel, del linaje real de los príncipes, muchachos en quienes no
hubiese tacha alguna, de buen parecer, sabios en ciencias y de buen
entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey; y que les
enseñase las letras y la lengua de los caldeos. Y les señaló el rey
ración para cada día, de la provisión de la comida del rey, y del vino
que él bebía; y que los criase tres años, para que al fin de ellos se
presentasen delante del rey. Entre estos estaban Daniel, Ananías,
Misael y Azarías, de los hijos de Judá.»
 
Daniel 1:3-6 
Nabuconodosor tenía un tipo de programa bien calculado, muy diferente al
del adusto régimen que le había precedido. Decidió ofrecer a la clase social más
selecta de los pueblos que había conquistado una especie de re-culturación,
empleando luego a sus miembros en el servicio de su nuevo y pujante estado.
Quizá sea un sistema similar al empleado por el Imperio Británico cuando
ofreció una educación inglesa a una élite de «nativos» en países como la India,
para formar una clase de competentes administradores que se ocupasen de los
asuntos civiles rutinarios bajo el gobierno imperial. Nabuconodosor fue muy
específico respecto a las personas que buscaba. Debían ser física y
psicológicamente aptas para el servicio. Daniel y sus amigos tenían estas
cualidades, las mismas que les hubieran destinado al servicio de Dios en
Jerusalén; pero ahora, por un cruel quiebro de la historia, estarían a disposición
del rey que pronto destruiría Jerusalén.
El curso para alcanzar el diploma de servicios civiles de Nabuconodosor
duraba tres años, e incluía cuatro áreas: la enseñanza de la cultura babilonia; la
organización estatal; un curso sobre la administración política del reino; y la
sustitución de los nombres judíos por otros babilónicos. Esto suponía, para unos
jóvenes crecidos en Jerusalén, un tremendo cambio y reorientación. Debieron
luchar muy duramente con sus conciencias para poder llegar a una decisión
sobre qué responder. ¿Podrían aceptar semejantes novedades? ¿Comprometerían
su fe o cometerían idolatría al someterse a ese programa?
¿Acaso tenían opción? Bueno, pues sí. Podían haber elegido el camino del
rechazo total, que hubiera acabado en el martirio. Entonces hubiesen pasado a la
historia junto con esa larga lista de personas que han muerto por su fe y sus
convicciones. No es que les faltara el coraje para dar ese paso, porque más
adelante, en Daniel 3 y 6, les vemos en distintas circunstancias y dispuestos a
morir si fuera necesario. Pero, en cambio, vemos que aceptaron tres de las cuatro
exigencias. La mayoría de los sermones que escuché en mi juventud sobre este
capítulo de Daniel enfatizaban el rechazo radical, «Daniel y Compañía contra el
mundo». Los predicadores y líderes de estudio bíblico nunca comentan ese
notable grado de aceptación que ellos demostraron. Dijeron tres veces que «Sí»
antes que decir un «No». 
Dijeron que sí a una educación pagana 
Tenían que aprender «las letras y la lengua de los caldeos» (Dn. 1:4b). Es
decir, tenían que ser reeducados en la cultura y la civilización babilónicas.
Ahora bien, la civilización mesopotámica era una de las más importantes del
mundo. Había realizado grandes avances en la literatura, las matemáticas, la
astronomía y la ciencia primitiva. Pero también tenía un enorme bagaje de
politeísmo, es decir, una religión con muchos dioses e ídolos. Estaba repleta de
magia y de prácticas ocultistas, y era especialmente «rica» en astrología, con
todas aquellas supersticiones que acompañan la pseudo-ciencia antigua. Así que
la educación babilónica era un auténtico cajón de sastre. Podían aceptarse
muchos de sus elementos, pero otra buena parte de ellos, desde el punto de vista
del monoteísmo judío, hubiera sido como mínimo desagradable, y como mucho
directamente ofensiva y blasfema.
Y, sin embargo, estos adolescentes judíos no sólo se aplicaron a estas cosas,
sino que destacaron, ¡y sacaron mejores notas en sus exámenes orales que sus
compañeros babilonios!
 
«A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia
en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda
visión y sueños. Pasados, pues, los días al fin de los cuales había
dicho el rey que los trajesen, el jefe de los eunucos los trajo delante
de Nabuconodosor. Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados
entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así,
pues, estuvieron delante del rey. En todo asunto de sabiduría e
inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores que
todos los magos y astrólogos que había en todo su reino.»
 
Daniel 1:17-20 
El hecho de que en los siguientes capítulos los encontremos firmes en su fe y
resistiendo frente a la idolatría debe significar que el fundamento de la fe de
Israel que habían recibido de niños era lo bastante consistente como para
soportar el curso universitario babilónico objetivamente y con un punto de vista
crítico. Podían aprender todo lo que tenían que enseñarles, pero no tenían por
qué creerlo todo, asumiéndolo como si nada. Podían dominar sus contenidos sin
tener que tragarse sus falsedades. Y aquella educación en la que destacaban les
proporcionó acceso a unos puestos dentro de la sociedad y del gobierno desde los
que podían ejercer una influencia muy notable.
Algunos cristianos piensan que los creyentes deberían tener un sistema
educativo totalmente propio. Se dice que los dogmas seculares y humanistas
sobre los que se levantan nuestras escuelas y universidades occidentales no
encajan con la idea que tiene la Biblia de la verdad. De modo que, o bien
podríamos educar a nuestros niños en casa, o respaldar los centros cristianos en
los que todo el currículum girara en torno a una base bíblica. Conozco a
personas que lo creen así y que actúan en consecuencia, y respeto sus puntos de
vista, pero no consigo estar de acuerdo con ellos.
A mí me parece que lo que realmente cuenta no es proteger a los niños del
paganismo secular propio de nuestra cultura aislándoles de él por completo, sino
enseñarles cómo pueden interactuar con él desde una posición de fe y de
conocimiento, distinguiendo entre el bien y el mal. Esa es la tarea del hogar
cristiano y de la iglesia, una labor en la que tristemente solemos fracasar a
menudo. Porque, ¿cómo lograrán los cristianos hacer que la verdad bíblica sea
importante pararesponder a las necesidades y preguntas de nuestra cultura
pagana a menos que la comprendan tan bien como el evangelio? Siempre he
dado gracias a Dios porque mis hijos, tres de los cuales están ahora en la
universidad, pasaron una buena parte de sus estudios en escuelas indias,
codeándose con hindúes, sikhs y musulmanes, y otra parte en escuelas
británicas, mezclándose con el típico grupo de agnósticos, escépticos y ateos
(¡tanto entre el alumnado como entre los docentes!) que suele encontrarse en
esos lugares. Y nos traían a casa muchas preguntas que teníamos que resolver
durante la cena. Tenían que defender sus propias creencias y también sus
elecciones y valores. Pero creo que están mejor preparados para ser sal y luz en
nuestro mundo secular que si sólo hubieran recibido una «educación cristiana». 
Dijeron que sí a una carrera política 
Sabían que los estaban formando para el gobierno, pero, ¿qué gobierno? No
simplemente el de una nación pagana, con su idolatría y arrogancia, sino
específicamente el gobierno de Babilonia, una nación que había sido el blanco
de muchos discursos de los profetas de Israel, ¡que predijeron que sería objeto de
la ira divina! En concreto, estaban sirviendo a Nabuconodosor, el rey que los
había secuestrado de sus hogares y que pronto atacaría Jerusalén para destruirla
por completo. ¿Cómo podían aceptar servir a semejante rey y nación? Y sin
embargo lo hicieron. De hecho, estaban dispuestos a considerar su servicio al
gobierno como un servicio para Dios; esto fue lo que le dijeron a la cara a
Nabuconodosor cuando les amenazó con quemarlos vivos (Dn. 3:17). Quizás
sacaron sus fuerzas de historias como las de José, quien había servido también a
un rey pagano. O quizás reflexionaron sobre cómo Abdías había ocupado un alto
puesto durante el reinado de Acab y Jezabel a pesar de la flagrante idolatría y
maldad que ellos demostraban (1 R. 18:1-4).
Hay cristianos que dicen que los creyentes no deben inmiscuirse en política.
Es un mundo ambiguo, repleto de verdades a medias, corrupción e intereses
creados; y si sabemos que el mundo en general y nuestro país en particular están
bajo el juicio de Dios, ¿qué sentido tiene organizar fiestecillas en un barco que se
hunde? Una vez más, creo que la Biblia no admite esta especie de síndrome del
abandono. Dios gobierna el mundo –no sólo la Iglesia y los cristianos, para ser la
luz del mundo, tienen que ser algo más que velas de un altar. Siento gratitud y
admiración hacia los cristianos involucrados en política, en especial hacia los
miembros del Parlamento. Es un trabajo en el que los recursos de hombres y
mujeres se apuran al límite bajo las constantes exigencias de la mente, el cuerpo,
las emociones y la conciencia. En parte fue por cierto sentimiento de solidaridad
con estos creyentes por lo que hace unos años entré a formar parte de un partido
político y me involucré a nivel local, añadiendo al menos un pequeño grano de
sal a la tan necesitada influencia cristiana en la tambaleante democracia
británica. 
Dijeron que sí a un cambio de nombre 
Los nombres no son tan importantes para nosotros como lo fueron en el
mundo antiguo. En aquellos tiempos la esencia de la persona estaba en el
nombre, y había algunos que denotaban la identidad étnica y religiosa, como
sigue sucediendo en muchas partes del mundo. De forma que cuando
Nabuconodosor insistió en que todos sus nuevos siervos civiles debían tener
nombres babilónicos adecuados, esto supuso un problema para unos judíos cuyos
nombres contenían el de Dios –Yahvé–, como Ananías y Azarías, sobre todo
porque los nuevos nombres incluían nombres de otros dioses, aumentando así el
insulto y la indignidad. Pueden ustedes pensar que esto sería la gota que
colmaría el vaso para aquellos hombres. ¡A ver qué creyente iba a cambiar el
nombre del Dios viviente de Israel por el de un dios pagano! ¡Imposible! Pero,
una vez más, ellos aceptaron. Quizás, con el mismo tipo de madurez que exigía
Pablo en relación a los ídolos, sabían que estos dioses no eran nadie, y que por
tanto sus nombres no significaban nada; así que podían respirar hondo y
pronunciar esos nombres o llevarlos en la solapa, sabiendo perfectamente que el
Dios de Israel no era sólo su Dios, sino el único Dios. 
Descubrimos pues un notable grado de aceptación del cambio cultural que les
había impuesto la actuación de Dios en la historia. Ya estaban comportándose de
maneras que encajaban con lo que más adelante diría Jeremías en su carta a los
exiliados (Jer. 29); es decir, que debían asentarse en Babilonia, vivir, trabajar,
edificar casas y multiplicarse allí, que debían orar por Babilonia y considerarse
no sólo las víctimas de la deportación, sino aquellos a los que Dios había enviado
allí. Tuvieron que reescribir sus himnos –«Este mundo (Babilonia) es mi hogar,
no sólo de paso estoy»– y, como resultado de su elección, no sólo fueron capaces
de servir a Babilonia, sino de influenciarla en ciertas maneras e incluso de
proteger las vidas de sus compatriotas judíos en un episodio posterior. 
Dijeron que no a la comida del rey
 
«Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de
la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe
de los eunucos que no se le obligase a contaminarse. Y puso Dios a
Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos; y
dijo el jefe de los eunucos a Daniel: Temo a mi señor el rey, que
señaló vuestra comida y vuestra bebida; pues luego que él vea
vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos que son
semejantes a vosotros, condenaréis para con el rey mi cabeza.
Entonces dijo Daniel a Melsar, que estaba puesto por el jefe de los
eunucos sobre Daniel, Ananías, Misael y Azarías: Te ruego que hagas
la prueba con tus siervos por diez días, y nos den legumbres a comer,
y agua a beber. Compara luego nuestros rostros con los rostros de los
muchachos que comen de la ración de la comida del rey, y haz
después con tus siervos según veas. Consintió, pues, con ellos en esto,
y probó con ellos diez días. Y al cabo de los diez días, pareció el
rostro de ellos mejor y más robusto que el de los otros muchachos
que comían de la porción de la comida del rey. Así, pues, Melsar se
llevaba la porción de la comida de ellos y el vino que habían de
beber, y les daba legumbres.»
 
Daniel 1:8-16 
¡Pero qué ridiculez! Después de haber aceptado tantas rosas, ¿por qué poner
pegas en una cosa tan trivial? Cuando vemos cuánto estaban dispuestos a
«tragar», resulta difícil de comprender por qué no tragaban también la comida y
el vino reales. Ha habido muchos intentos de explicar los motivos de Daniel
sobre este asunto. Sólo dos de esas explicaciones me parecen plausibles. 
• Aquella comida era impura desde el punto de vista de la ley levítica; o había
sido ofrecida a los ídolos antes de pasar por la cocina real, «contaminándose» por
tanto. De cualquiera de estas dos maneras, para un judío estricto hubiera
resultado una ofensa. Esta explicación dice que Daniel y Compañía decidieron
conservar al menos un dogma de su identidad judía y de su fe monoteísta. Las
propias leyes levíticas sobre el alimento eran un símbolo de la distintividad
israelita respecto a las demás naciones. Daniel y sus amigos ya no podían vivir en
un país propio rodeados de sus compatriotas israelitas, pero al menos podían
conservar una dieta diferente realizando de este modo un acto simbólico,
recordándose cotidianamente cuál era su verdadera identidad y su compromiso
con Dios.
Puede que un acto simbólico no tenga una importancia intrínseca, pero en
algunas circunstancias puede tener un significado poderoso y, a veces, peligroso.
Salpicar a alguien con agua puede ser algo divertido cuando estamos en la playa,
pero si lo hacemos en el nombre de Cristo en ciertos países musulmanes nuestra
vida y la de la otra persona correrán peligro. El hecho de cantar puede parecer
algo inofensivo –sin efectos nocivos– pero el espiritual negro con el que
empezamos el libro es sólo uno de los himnos que nacieron de laopresión de la
esclavitud, muchos de los cuales mantenían viva la esperanza en una liberación.
Algunos cristianos llevan en la solapa pines o broches con forma de cruz, pez o
cualquier otro símbolo cristiano, para denotar su identidad cristiana en medio de
un entorno arreligioso o en sus trabajos. Saben que como esto hace una
silenciosa afirmación sobre su fe cristiana, les compromete con un tipo de
comportamiento que no admite negociación. A veces las convicciones cristianas,
o nuestra conciencia, necesitan de estas expresiones simbólicas, aun si la forma
del símbolo carece por sí misma de importancia. A veces, el hecho de plantarse
sobre algún tema, de trazar una línea en un momento dado, puede ser más
importante como testimonio que la propia naturaleza de aquello que
rechazamos. Hay muchas cosas a las que los cristianos han dicho que no y que
en realidad no son malas en sí mismas (del mismo modo que la comida
ritualmente impura tampoco lo era). Pero podemos expresar un principio o dar
un testimonio silencioso al rechazar algo o no participar de ello.
Durante mis días de estudiante formé parte del grupo de remo de mi
universidad. Por lo general no entrenábamos el domingo, pero en algunas
ocasiones se nos pidió que lo hiciéramos, o tuvimos que participar en una regata
un domingo. Yo declinaba hacerlo, lo cual era perder popularidad, porque
implicaba encontrar un remero sustituto para un solo día. (Sin embargo, ¡a nadie
se le ocurrió proponerme hacer una película sobre mí, al estilo de «Carros de
fuego»!) Mis propias convicciones sobre la naturaleza del domingo han cambiado
un poco desde entonces, ya que ahora me preocupa más que abusen del domingo
las fuerzas de la codicia y del provecho que los entrenamientos físicos. Así que es
probable que ahora no adoptara la misma actitud, pero estoy seguro de que tenía
razón al hacerlo entonces, dentro del contexto de mi propio testimonio cristiano
y mi conciencia. Era afirmar, sencillamente, que aunque me gustaba el deporte y
era capaz de sacrificar muchas cosas por él, en mi vida había algo más
importante que el remo; esto equivalía, en el mundillo de los clubs de remo
universitarios, ¡a poco menos que una blasfemia!
En la India, la cultura dominante hindú permea toda la sociedad, y los
cristianos se encuentran fuera de juego frente a las prácticas de su vecindario
que implican el reconocimiento de deidades hindúes. A veces esto puede ser tan
inofensivo como repartir caramelos o esparcir pétalos de flores. No participar en
ello puede conducir al ostracismo o a los ataques físicos. Los cristianos indios
tienen distintos puntos de vista sobre «dónde trazar la línea»; pero, sea donde
sea, por insignificante que sea el tema en sí mismo, los cristianos, como Daniel y
sus amigos, tienen que conservar alguna prueba de su separación del mundo, que
debería tener también otras dimensiones mucho más importantes.
• La comida podía simbolizar una relación de «lealtad pactual» hacia el rey. Esta
explicación no se centra tanto en lo que simbolizaba la comida desde un punto
de vista judío, sino en lo que hubiera significado para las autoridades. Aquellos
que respaldan esta forma de comprender la decisión de Daniel apuntan que en
Babilonia todos los alimentos serían técnicamente impuros, porque el propio
país era una tierra impura y extranjera. El vino, al menos, no estaba prohibido
en las leyes levíticas sobre la «pureza», y las legumbres podían haber sido tan
ofrendadas a un ídolo como lo era la carne. También parece ser que su dieta
vegetariana duró solamente el tiempo de su aprendizaje, y que no se trató de una
política de por vida, ya que Daniel nos habla de un período posterior de
abstinencia de la carne, lo cual implica que en aquel momento sí la comía (Dn.
10:2, 3). De manera que esta objeción puede que no se basara en las leyes
levíticas sobre el alimento.
En el mundo antiguo, a veces compartir la comida de la mesa de una persona
podía ser un modo de cimentar un pacto entre diversas personas. Por
consiguiente, comer de la mesa del rey podía haberse considerado una expresión
de total dependencia del rey, de una lealtad completa hacia él. Puede ser que
fuera esto lo que Daniel y sus amigos rechazaron con educación, y explicaría
mejor el temor que sentía Aspenaz por sí mismo y por ellos si se mantenían
firmes en aquella decisión.
Estos cuatro jóvenes judíos decidieron que podían servir a Nabuconodosor y a
su país y que lo harían. De hecho, lo harían dedicándoles sus mejores esfuerzos.
Pero no pensaban entregarles la lealtad y el compromiso que, en última
instancia, sólo podían tributar a Jehová. La lealtad pactual estaba restringida a
Dios. No podían compartirla con un rey humano, por tentadores que fueran su
menú y su carta de vinos. En otras palabras, establecieron una vital distinción
entre, por un lado, un servicio civil legítimo prestado a un régimen político al
que Dios había designado para que dominara temporalmente el mundo y, por el
otro, un patriotismo idolátrico que le concedería una incuestionada lealtad a un
ser humano que podría entonces inflar su investidura divina hasta convertirla en
estatus divino, exigiendo entonces la autoridad absoluta.
La importancia que tenía este punto de vista y el rechazo basado en él quedan
totalmente demostrados más adelante (Daniel 3), cuando la comida real se
convierte en un horno real, y tienen que enfrentarse a una decisión mucho más
dura. No podrían haber entonado ese «himno» virtualmente idólatra que se ha
inculcado a muchas generaciones:
 
«A ti entrego, oh mi patria, por encima de todo bien terrenal,
completo, uno y perfecto, el servicio de mi amor...» 
Este patriotismo idolátrico es idéntico a muchas otras formas de lealtad que
pueden entrar en conflicto con la lealtad última prestada a Dios. George Orwell
definió el nacionalismo como «el hábito de identificarse con una sola nación o
unidad, colocándola más allá del bien y el mal, y reconociendo como único
deber el de promover sus intereses». Esto puede incluir partidos políticos, el
espíritu de equipo, incluso la lealtad hacia una empresa, la entrega a cierto tipo
de confesión teológica o a un líder firme y con grandes dones que es incapaz de
hacer daño.
Hemos de vigilar nuestras lealtades, compromisos y convicciones, y
someterlos constantemente a un examen crítico a la luz de nuestra lealtad
máxima, a Cristo en persona como Señor nuestro.
¿Me he excedido en la entrega a una causa que tiene un gran valor, pero que
no es la única prioridad cristiana? ¿He perdido el sentido crítico hacia alguna
personalidad u organización pública -secular o cristiana- hasta tal punto que me
pongo a la defensiva y excuso hasta los errores o fraudes más flagrantes que
comete? El sentido de lealtad hacia mi empresa, ¿es simplemente un sano deseo
de que obtenga un éxito legítimo y honrado en el mercado, o bien es una
aceptación ciega y malsana de todo lo que me exige, sin tener en cuenta sus
efectos sobre los demás o sobre los principios de la verdad y la honestidad? Mis
lealtades políticas, mis opiniones, ¿se basan en los prejuicios, en el interés propio
antes que en un punto de vista claramente bíblico sobre los patrones y
prioridades divinos? ¿Estoy permitiendo que mi mente «se conforme a este
mundo» en lugar de «transformarse» en la mente de Cristo?
Así que Daniel y sus amigos se plantaron firmes, de una forma valiente y
educada, en aquel punto donde tenían sus lealtades, y Dios les justificó.
Continuaron sus estudios, los acabaron con éxito, y sus carreras empezaron a
abrirles grandes posibilidades. El último versículo del capítulo no es una mera
nota a pie de página.
 
«Y continuó Daniel hasta el año primero del rey Ciro».
 
Daniel 1:21 
Este versículo resume los dos aspectos del mensaje de este capítulo. Por una
parte, apunta a la soberanía de Dios en la historia. Ciro fue el rey de Persia que
derrocó al imperio babilonio. De modo que el imperio que había destruido a
Israel en el primer versículo, en este último ya ha desaparecido de la historia...
peroDaniel, su gente y su Dios sobrevivieron.
Por otra parte, indica el triunfo personal de un individuo en medio del
maremágnum de su época, y las duras decisiones que tuvo que tomar durante
toda su vida, desde bien joven. Dios es soberano y sigue teniendo el control del
mundo; sólo Dios merece nuestra total fidelidad, frente a todos los competidores.
Estas son las dos grandes verdades que brillan en este capítulo, y que seguirán
apareciendo durante el resto del libro.
2
¿CABEZA DE ORO O PIES DE BARRO?
 
 
Hace pocos años me afilié a un partido político. Ya hacía mucho tiempo que me
interesaban los asuntos sociales y políticos, pero lo que me motivó a formar
parte del partido Liberal Demócrata fue el que me invitaran a dar una
conferencia en el Fórum Cristiano Liberal Demócrata. Allí me encontré con
personas que estaban entregadas tanto a las actividades políticas como a la
oración y al estudio bíblico, intentando esparcir un poco de sal y de luz en el
mundo de la política británica. Decidí que ya era hora de poner mi dinero donde
también estaba mi voto, y me afilié tanto al partido como al Fórum Cristiano,
dado que creo que ambos son vitales. Sé que en los otros partidos principales
existen movimientos cristianos parecidos, y también que hay agrupaciones
donde se encuentran miembros de diversos partidos, tales como el Movimiento
para la Democracia Cristiana. Los Miembros Cristianos del Parlamento, de todos
los partidos, junto con sus esposas, se reúnen también para orar, tener comunión
y respaldarse mutuamente.
También he asistido a conferencias de iglesias cristianas en el mundo de las
finanzas, la enseñanza, la medicina e incluso la veterinaria, tanto en Inglaterra
como en la India, y me ha impresionado mucho su compromiso con la puesta en
práctica de la mente y del testimonio cristianos en esas esferas.
Ya es bastante duro ser un creyente cristiano en el mundo secular, pero aún
es peor estar solo. A veces Dios llama a las personas a una situación de soledad
que les exige un tipo de valor muy especial. Sin embargo, es importante que, si
se presenta la ocasión, nos reunamos con otros creyentes y nos enfrentemos
juntos a las presiones y problemas con que nos encontramos. Puede que no
tengamos la misión de salvar las vidas de muchas personas en una sola reunión
de oración, como hicieron Daniel y sus amigos, pero ciertamente podemos
esperar que obtendremos mucho más para el reino de Dios de lo que haríamos si
fuéramos «Llaneros Solitarios».
El capítulo uno empezaba con una crisis internacional, pasando luego a otra
personal. En el capítulo dos sucede lo contrario. Comienza con un problema
individual, acabando en el escenario de la historia universal. 
NABUCODONOSOR Y SU SUEÑO
 
«En el segundo año del reinado de Nabucodonosor, tuvo
Nabucodonosor sueños, y se perturbó su espíritu, y se le fue el sueño.
Hizo llamar el rey a magos, astrólogos, encantadores y caldeos, para
que le explicasen sus sueños. Vinieron, pues, y se presentaron
delante del rey. Y el rey les dijo: He tenido un sueño, y mi espíritu se
ha turbado por saber el sueño. Entonces hablaron los caldeos al rey
en lengua aramea: Rey, para siempre vive; di el sueño a tus siervos, y
te mostraremos la interpretación. Respondió el rey y dijo a los
caldeos: El asunto lo olvidé; si no me mostráis el sueño y su
interpretación, seréis hechos pedazos, y vuestras casas serán
convertidas en muladares. Y si me mostrareis el sueño y su
interpretación, recibiréis de mí dones y favores y gran honra.
Decidme, pues, el sueño y su interpretación. Respondieron por
segunda vez, y dijeron: Diga el rey el sueño a sus siervos, y le
mostraremos su interpretación. El rey respondió y dijo: Yo conozco
ciertamente que vosotros ponéis dilaciones, porque veis que el
asunto se me ha ido. Si no me mostráis el sueño, una sola sentencia
hay para vosotros. Ciertamente preparáis respuesta mentirosa y
perversa que decir delante de mí, entre tanto que pasa el tiempo.
Decidme, pues, el sueño, para que yo sepa que me podéis dar su
interpretación. Los caldeos respondieron delante del rey, y dijeron:
No hay hombre sobre la tierra que pueda declarar el asunto del rey;
además de esto, ningún rey, príncipe ni señor alguno preguntó cosa
semejante a ningún mago ni astrólogo ni caldeo. Porque el asunto
que el rey demanda es difícil, y no hay quien lo pueda declarar al
rey, salvo los dioses cuya morada no es con la carne. Por esto el rey
con gran ira y con gran enojo mandó que matasen a todos los sabios
de Babilonia. Y se publicó el edicto de que los sabios fueran llevados
a la muerte; y buscaron a Daniel y a sus compañeros para matarlos.»
Daniel 2:1-13
 
Los primeros años del reinado de Nabucodonosor estuvieron llenos de
actividad. Tuvo que luchar en muchas campañas para consolidar su nuevo
imperio. Se produjeron muchas revueltas fronterizas y otras amenazas externas.
De alguna manera tenía que potenciar su prestigio personal, su imagen, como
nuevo rey de un nuevo poder mundial. Parece ser que todo esto generó en él
una inseguridad y temor internos que se manifestaron en sueños problemáticos.
En la antigua Babilonia, un mal sueño era un mal presagio, en especial si era
una pesadilla que se repetía, como sugiere el texto. ¡Y era aún peor si uno no
podía recordarlo! Tenían enormes libros sobre los sueños, escritos por expertos
en interpretación de todo tipo de sueños... ¡pero no servían de nada si no se
contaba con material primario! La historia no deja muy claro si Nabucodonosor
no lograba recordar el sueño de verdad (como puede suceder) quería que los
magos se lo dijeran, o si en realidad se acordaba perfectamente y quería
comprobar las habilidades de sus astrólogos privados.
Lo más interesante es el hecho de que Dios tenía algo que ver con la vida
subconsciente de este joven rey pagano. Sus consejeros reconocieron que sólo los
dioses podían hacer lo que él les pedía, decirle lo que había soñado antes de
interpretarlo. Pero más adelante Daniel dejó claro que el Dios vivo no sólo podía
revelar el sueño interpretarlo, sino hacer que primero el rey lo soñara (Dn 2:23,
28, 45). El Dios de Israel, soberano sobre la historia las naciones, que hasta
entonces había hablado a través de las bocas de sus propios profetas, decide en
aquel momento revelar sus planes para la historia universal no a Daniel y a sus
compañeros, sino a un rey pagano que no le reconocía (todavía). Es notable ver
cómo Daniel estaba dispuesto a aceptar esto. La actitud que tenían muchos de
sus contemporáneos hacia todo lo que fuese extranjero y pagano era mucho más
hostil. Recordemos quién era este extranjero en concreto: el hombre que lo
había deportado a él y a sus amigos, y quien, al cabo de pocos años, destruiría
Jerusalén y deportaría a Babilonia a la mayor parte de su población. ¿Cómo
podía Dios «hablar» a un hombre así? Si Dios tenía que transmitir una
revelación, ¿por qué no usaba a alguien de su pueblo? La forma de actuar de Dios
debió resultarle tan chocante a los judíos de aquella época como nos lo resulta a
nosotros hoy día.
De hecho, esta historia es solamente uno de los diversos encuentros que
tuvieron Dios y Nabuconodosor, que al final lo llevaron a «convertirse» cuando
fue capaz de reconocer el liderazgo de Dios, superior al propio (al final de Daniel
4). Aquí Dios ya estaba obrando en su mente por medio de unos sueños y una
fiel interpretación, mostrándole su propio lugar en la historia, la fuente de
donde había obtenido su poder, una fidedigna perspectiva del imperio que
estaba consolidando con tamaña energía, y a la vez una advertencia del gran
poder que tenía Dios sobre lodos los imperios humanos en este mundo.
¿Creemos de verdad que Dios puede hablar a los corazones y las mentes de los
no creyentes? 
DANIEL Y SU DIOS
 
«Entonces Daniel habló sabia y prudentemente a Arioc, capitán de la
guardia del rey, que había salido para matar a los sabios de Babilonia.
Habló y dijo a Arioc capitán del rey: ¿Cuál es la causa de que este
edicto se publique de parte del rey tan apresuradamente?Entonces
Arioc hizo saber a Daniel lo que había. Y Daniel entró y pidió al rey
que le diese tiempo, y que él mostraría la interpretación al rey.»
Daniel 2:14-16 
Volvemos a encontrarnos con Daniel, y lo primero que nos choca es que su
rechazo a comprometerse en cuanto al tema de la comida real en el capítulo uno
no implicaba una política de no cooperación con el poder pagano y secular.
Incluso parece que está muy dispuesto a ayudar, que se alegra de hacerlo,
¡aunque seguramente sobre su mente pesaba bastante la amenaza de la
ejecución! Por otra parte, podía haber adoptado fácilmente la actitud de:
«Interpreta tu propio sueño, oh rey al que aborrezco. Si nos matas, seremos
mártires, pero jamás sabrás lo que significa tu sueño». Pero, como vimos en el
primer capítulo, él y sus amigos no habían adoptado el camino escapista, el del
pío separatismo o el del martirio santo. Ahora eran servidores civiles bien
cualificados, ocupados en tareas administrativas, pero habían adoptado una
actitud que conservaba la distintividad y la integridad de su fe. 
Daniel comparte sus oraciones
 
«Luego se fue Daniel a su casa e hizo saber lo que había a Ananías,
Misael y Azarías, sus compañeros, para que pidiesen misericordias
del Dios del cielo a fin de que Daniel y sus compañeros no pereciesen
con los otros sabios de Babilonia. Entonces el secreto fue revelado a
Daniel en visión de noche.»
Daniel 2:17-19a
 
Otra de las canciones que cantábamos en nuestro grupo de jóvenes en Belfast
decía:
 
«Atrévete a ser un Daniel, atrévete a estar solo.» 
Es cierto que en un episodio posterior Daniel tuvo que enfrentarse solo a los
leones, pero en estos primeros capítulos vemos que él y sus amigos se habían
seguido respaldando y teniendo comunión entre ellos a lo largo de sus carreras.
Puede que Daniel fuera el portavoz, o el que se jugaba el cuello al presentarse
ante el rey, pero no era un héroe solitario. Pidió el apoyo en oración que
necesitaba, y lo recibió. Estos jóvenes creyentes trabajaban en equipo. Habían
recibido juntos su reeducación, habían servido al estado juntos, servían juntos a
Dios. Sabían apoyarse mutuamente para conservar la cabeza... tanto literal como
metafóricamente. Y cuando se reunían para orar juntos, no se trataba de una
mera huida de las tareas cotidianas para obtener cierta cálida y confortable
comunión. Presentaban ante Dios el urgente problema de sus ocupaciones
públicas.
Ojalá todas las iglesias funcionaran así. A menudo los grupos bíblicos que se
reúnen por las casas son mediocres porque se mantienen en el nivel en que todo
el mundo se siente a gusto, sin infiltrarse nunca en las duras realidades de las
vidas de sus miembros. Todos podemos escaparnos al campo del estudio
intelectual de la Biblia, o al de la alabanza emocional, o incluso al de la oración
ferviente. Pero también podemos dejar nuestra vida real en la puerta, colgada
con el abrigo en el recibidor.
Una de las mejores células de estudio bíblico que recuerdo era una donde nos
dedicamos a debatir algunos asuntos morales a los que se enfrentan hoy los
cristianos. Mientras lo hacíamos, Alf, uno de los miembros más jóvenes, que
trabajaba en una tienda de recambios para coches, empezó a hablar de repente
sobre todos los trucos y negocios sucios que veía en el trabajo. Modificaban las
facturas; se cobraba el IVA pero no se registraba, con lo cual iba a parar al
bolsillo; desaparecía material. ¿Cómo podía enfrentarse a estas cosas, siendo
como era un joven empleado? Si no se ponía de parte de los estafadores, acabaría
mal. Lo que es más, se arriesgaba a sufrir su odio y su ostracismo. Por otra parte,
si acudía a Dirección, sabía perfectamente que ellos ya estaban enterados de lo
que pasaba, pero evitaban tocar el tema para no provocar problemas. De manera
que, si decidía denunciar las estafas, tendría problemas tanto con sus
compañeros como con la Dirección, y probablemente perdería el trabajo.
El grupo se dio cuenta de repente que los asuntos de moral no eran
meramente un tema que se podía discutir filosóficamente, sino que para Alf eran
una realidad cotidiana que le sometía a una considerable tensión y estrés mental.
No fuimos capaces de encontrar solución a sus dilemas, pero sí de orar pidiendo
a Dios que le diera sabiduría y constancia. Desde ese momento, el grupo se
aseguró de que los problemas reales de las personas entraran a formar parte de
nuestro tiempo de oración, de forma regular. También acudimos al pastor para
que organizara charlas y conferencias los domingos en las que considerara
específicamente los conflictos sociales y morales de la gente.
En la India me invitaron con frecuencia a dar conferencias en seminarios de
cristianos que convivían con un ambiente profesional secular. Lo primero que
hacía era llevarlos de cabeza a las radicales enseñanzas del Antiguo Testamento
sobre la integridad, la justicia, la honestidad -el pálpito poderoso y ético de la ley
de Israel y de sus profetas- y luego les desafiaba a que, como pueblo de Dios en
el mundo actual, consideraran que su misión era un llamamiento a vivir de un
modo distinto a como lo hacía el mundo en torno a ellos.
Entonces les pedía que compartieran sus tensiones y problemas generados por
el hecho de ser cristianos en medio de la vida secular de la India. Los problemas
surgían a carretadas. La presión para ofrecer o recibir sobornos (que se infiltra en
todas las facetas de la sociedad); la corrupción y las prácticas deshonestas; los
incentivos sutiles y las amenazas no tan sutiles; las extorsiones sin escrúpulos; la
presunta imposibilidad de meterse en negocios sin participar, a todos los niveles,
en el mercado negro.
En cierta ocasión pregunté al auditorio qué tenían que decir sus iglesias sobre
tales asuntos, y si sus pastores o sus hermanos en la fe les apoyaban. Recuerdo
con gran claridad las carcajadas y el enorme asombro que provocó esta pregunta.
Dijeron: «Nuestros pastores no predican ni enseñan sobre estas cosas. En
realidad, ¡algunos de ellos las practican!» Algunos dijeron que, en cualquier caso,
asistían a la iglesia para evadirse de la maldad del mundo, ¡así que no querían
que allí se tocara el tema! Independientemente del motivo, quedaba claro que
existía un insondable abismo entre su trabajo secular cotidiano, con todas sus
presiones y dificultades, y sus vidas «religiosas». No recibían apoyo alguno, ni se
oraba por ellos, ni compartían los problemas, ni recibían enseñanzas bíblicas que
pudieran aplicárseles. Es comprensible que les resultara tan complicado destacar
como cristianos, dar testimonio efectivo a la luz de la verdad divina en medio de
la oscuridad moral y espiritual que les rodeaba. Daniel fue capaz de plantarse
solo ante el rey porque previamente se había arrodillado ante Dios con sus
amigos. 
El himno de alabanza de Daniel
 
«Por lo cual bendijo Daniel al Dios del cielo. Y Daniel habló y dijo:
Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son
el poder y la sabiduría. El muda los tiempos y las edades; quita reyes,
y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los
entendidos. El revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está
en tinieblas, y con él mora la luz. A ti, oh Dios de mis padres, te doy
gracias y te alabo, porque me has dado sabiduría y fuerza, y ahora me
has revelado todo lo que te pedimos; pues nos has dado a conocer el
asunto del rey.»
Daniel 2:19b-23
 
Puede que no todas las reuniones de oración tengan tanto éxito como ésta, al
menos directamente. Sin embargo, todas las reuniones de oración pueden seguir
el ejemplo de la oración de Daniel en este episodio, del mismo modo que
podemos aprender un tipo distinto de oración que vemos en sus labios en el
capítulo 9. La oración se centra en Dios y en sus formas de actuar, antes de tocar
en último lugar el aspecto más individual. Siempre resulta positivo comenzar
una oración como lo hace aquí Daniel: afirmando las grandes verdades acerca de
Dios. Así es como oraba la iglesia primitiva, cuando se enfrentaban a situaciones
queamenazaban sus vidas, como vemos en Hechos 4:23-31. Una vez hayamos
hecho esto, todo lo demás se coloca en la perspectiva correcta. Entonces la
verdad de Dios tendrá prioridad sobre nuestros sentimientos en cada tema
determinado.
Es importante que los grupos de comunión aprendan a hacer esto, porque de
otro modo pueden volverse muy introvertidos y hundirse en una especie de
hipocondría espiritual: contemplamos nuestros problemas y lloramos, lloramos y
lloramos. O pueden llegar a ser también poco más que una especie de grupo de
terapia para los miembros: una inyección de comunión que alcance esos
rincones a los que no han llegado otros sermones. Pero la idea central de una
reunión de oración es la de aprender a depender de Dios, no de la comunión; así
que debemos exaltar a Dios y ponerle siempre en primer lugar. Las personas
deben saber cómo afirmar el poder y la capacidad de Dios en ellos mismos, y
sacar fuerzas de tales cosas cuando vuelvan a sentirse solas. Porque incluso
Daniel tuvo que verse solo más adelante, cuando carecía de comunión según lo
que podemos deducir; pero su vida de oración sobrevivió y le sostuvo firme
cuando tuvo que mirar a la muerte a la cara (Daniel 6).
En su himno de alabanza, Daniel afirma dos cosas en concreto acerca de Dios:
primero, que controla la historia (v. 21); segundo, que revela sus propósitos (v.
22). Ambas verdades se demuestran reiteradamente, tanto por medio de sueños
como de visiones, durante el resto del libro. Dios actúa y Dios habla. No es ni
impotente ni está callado. Nuestro mundo no se cree esto. Incluso aquellos a
quienes les gusta pensar que creen en Dios no quieren este tipo de Dios. Una
encuesta preguntó una vez a la gente si creían en el Dios que actúa en la historia.
Una de las respuestas decía: «No, sólo en el de siempre». Nabucodonosor no lo
sabía, pero al pedir que le interpretaran el sueño, lo que solicitaba era un
encuentro con un Dios que estaba muy lejos de ser «el de siempre», Y al final ese
encuentro le cambió. En nuestras iglesias occidentales vemos muy pocos
cambios dinámicos en las personas y en las situaciones porque hemos perdido el
hábito de afirmar la grandeza de Dios de un modo válido.
Pero Daniel era consciente de que el Dios al que afirmaba era también el Dios
a quien le complace mostrarse. Notemos que las cosas que dice de Dios son las
mismas que afirma que Dios le ha dado: «... porque suyos son el poder y la
sabiduría» (v. 20); «... porque me has dado sabiduría y fuerza» (v. 23). En esto no
observamos arrogancia ni blasfemia: es la simple afirmación de un hecho. Daniel
reconocía que cualquier capacidad que poseyera provenía de Dios, y esto es algo
que admite ante Nabuconodosor en el versículo 30. Le llevó bastante tiempo
persuadir a Nabuconodosor de esta misma verdad, en su propio caso. Jesús
prometió a sus discípulos todos los recursos del Espíritu Santo. Prometió que
nosotros haríamos las mismas cosas (incluso mayores) que él hizo. La sabiduría y
el poder está ahí, para que los pidamos (Santiago 1:5, 2 Corintios 12:9,10). 
La fuente de su capacidad
 
«Entonces Arioc llevó prontamente a Daniel ante el rey, y le dijo así:
He hallado un varón de los deportados de Judá, el cual dará al rey la
interpretación. Respondió el rey y dijo a Daniel, al cual llamaban
Beltsasar: ¿Podrás tú hacerme conocer el sueño que vi, y su
interpretación? Daniel respondió delante del rey, diciendo: El
misterio que el rey me manda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos ni
adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios en los cielos, el
cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabuconodosor
lo que ha de acontecer en los postreros días. He aquí tu sueño, y las
visiones que has tenido en tu cama...»
Daniel 2:25-28
 
En Inglaterra hay un anuncio de la Asociación Automovilística en el que se
ve a distintos conductores en ciertas situaciones de desconcierto e
incompetencia. La pregunta aplastante viene luego, siguiendo la línea del «¿Lo
puede arreglar?». La desoladora respuesta es: «No», seguida de un alegre: «¡Pero
conozco a alguien que sí!» Entra el hombre A.A. y todo arreglado.
La respuesta de Daniel a Nabuconodosor siguió el mismo patrón clásico:
«¿Eres capaz de decirme lo que vi?» «No, pero conozco a un Dios que sí lo es».
No dijo: «Mis colegas y yo hemos llegado fácilmente a la solución, allí en nuestro
grupo de estudio», sino «Hay un Dios en los cielos...».
Durante la campaña electoral parlamentaria en 1992, intenté aportar mi
granito de arena a favor del partido Liberal Demócrata desde mi comité local.
Una tarde fui con nuestro candidato a una residencia de adultos con problemas
de aprendizaje, donde nos habían invitado. Se formularon todo tipo de
preguntas y salieron muchos temas, e hicimos lo que pudimos para responderlas
y explicar las diferencias entre los partidos. Una joven tenía una larga lista de
preguntas preparadas, cada una de las cuales concluía con un «¿Qué podemos
hacer al respecto?» No tenían minibús: «¿Qué podemos hacer al respecto?» En su
carretera no tenían semáforos. «¿Qué podemos hacer al respecto?» En la
residencia había muy poco personal; no le gustaba la palabra «Incapacitado» que
aparecía en su tarjeta de autobús; a ella y a sus amigos los insultaban en la calle:
«¿Qué podemos hacer al respecto?» Shirley era de lo más persistente, pero nos
dejó a mí y al candidato con un sentimiento de impotencia frente a aquella
masacre inquisitiva. Le sugerimos esto y le recomendamos lo otro, pero aún
había muchas cosas que escapaban a nuestro poder. No teníamos la autoridad o
la capacidad de «hacer algo al respecto». Intentaríamos persuadir a los que sí
podían hacerlo, pero no había mucho más que pudiéramos hacer «al respecto».
Y cuando escuchamos los discursos de los políticos nos encogemos de
hombros con cierto escepticismo, sabiendo que su facilidad para hacer promesas
no siempre corre pareja a su capacidad para cumplirlas.
Entre los temas del libro de Daniel, encontramos la presión constante de Dios
sobre Nabuconodosor para forzarle a ver dónde se encuentra el verdadero poder,
la auténtica capacidad. En este capítulo el rey pregunta si Daniel es capaz de
hacer algo, y éste responde que sólo Dios lo es. En Daniel 3 le pregunta a Sadrac,
Mesac y Abed-nego si algún dios será capaz de librarles de su mano, a lo que
ellos replican fríamente: «Sí, nuestro Dios es capaz de librarnos». Finalmente
Nabuconodosor tiene que reconocer que el verdadero poder no está en sí mismo,
ni siquiera en la estatua de oro que hizo con su imagen, ni en sus magos y todo el
esplendor de su corte, ni en su aparato militar y su poderoso imperio... sino en el
Dios de este joven prisionero judío, un Dios al que pensaba que había derrotado
y capturado, pero que en realidad era «el Dios de los cielos», y también el Dios
de la tierra. Ese Dios, el Dios de Daniel, sí es capaz.
Al final del capítulo, Nabuconodosor llega hasta el punto de reconocer esto,
dentro de aquel contexto limitado que era el remedio a su pesadilla. Es capaz de
entender que Dios es la fuente de la habilidad que posee Daniel. Pero podemos
ver aún más claramente que entre la verdad de que «Dios es capaz» y el hecho de
que «Daniel pudo» (Daniel 2:47), se extiende la vida de oración y de comunión
que sostuvo a Daniel y a sus amigos en medio de sus labores cotidianas. 
DIOS Y SU REINO 
Al final, después de un considerable «suspense», como pasa en todas las
buenas historias, el lector descubre cuál era el sueño y qué significaba.
 
«Tú, oh rey, veías, y he aquí una gran imagen. Esta imagen, que era
muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante de
ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen era de oro fino;
su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce;
sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de
barro cocido. Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no
con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro
cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados tambiénel
hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como
tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos
quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha
un gran monte que llenó toda la tierra.»
Daniel 2:31-35 
El sueño de Nabuconodosor era extraño: una gran estatua, una mezcla de
gran gloria y de absurda inestabilidad, plena de contradicciones internas al estar
hecha en parte de metales costosos y útiles y en parte de una mezcla imposible
de metal y barro. Y este lugar tan débil era el que más necesitaba ser fuerte... la
base; toda una gloria deslumbrante, pero sobre una base frágil, propensa a
deshacerse.
Y entonces aparece la roca, una roca que él sabía, de alguna manera y en
mitad de su sueño, que no había sido tallada por seres humanos. Así que, ¿de
dónde había venido? Y golpeó los pies de barro, y toda la estatua se vino abajo;
pero no sólo cayó, sino que se convirtió en polvo y se la llevó el viento, como el
cadáver de Drácula al final de la película. Sin embargo la roca, como un
monstruo viviente, creció hasta llenar toda la tierra. Este es el material con el
que se hacen películas de ciencia-ficción.
No es extraño que Nabuconodosor se preocupara. Si el sueño hablaba de él,
¿cuál era su papel? Quizás la estatua simbolizaba sus enemigos, y él sería la roca
que los haría polvo y adquiriría un poder mundial. Pero... ¿y si la estatua era su
propio imperio? ¿Era realmente tan frágil? Su pueblo, ¿era una mezcla tan
imposible de razas que al final se separarían? ¿Y quién o qué era aquella roca que
golpeaba y pulverizaba? ¿Quizás algún enemigo desconocido que acechaba en
sus fronteras?
Entonces Daniel pasó a interpretar el sueño de Nabuconodosor, para alivio de
éste y, a la vez, de los lectores.
 
«Este es el sueño; también la interpretación de él diremos en
presencia del rey. Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del
cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera que
habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los
ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo; tú
eres aquella cabeza de oro. Y después de ti se levantará otro reino
inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará
sobre toda la tierra. Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y
como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, desmenuzará y
quebrantará todo. Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de
barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido;
mas habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste hierro
mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte
de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y
en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado con barro, se
mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno
con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro. Y en los días
de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás
destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y
consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre,
de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con
mano, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el
oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo
por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su interpretación.»
Daniel 2:36-45 
La interpretación de Daniel es nada menos que una teología de la historia. Sin
embargo, no es un horario de la historia. La gente se obceca intentando
identificar y fechar cada parte de esta interpretación -que es algo que no hace el
texto- perdiéndose de esta forma su verdadera importancia.
Daniel comienza con el presente y luego pasa al futuro. En el presente, afirma
las cosas como dándolas por hechas, y luego las interpreta. «Tú, oh rey», le dice a
Nabuconodosor, «eres el rey de reyes». Para nosotros, acostumbrados a escuchar
esta expresión referida a Dios, esto suena un poco exagerado, pero era un hecho
evidente. Nabuconodosor era el gran rey sobre cierto número de pequeños
estados cuyos reyes se le habían tenido que someter; el propio rey de Israel era
uno de ellos. De manera que Daniel comienza con la cabeza de la estatua del
sueño, y afirma que el propio Nabuconodosor era la cabeza de oro. No era
adulación, sino una simple realidad.
Pero entonces Daniel le añade la penetración teológica. Todo este oropel
dorado, este poder y esta gloria, pertenecían a Nabuconodosor sólo porque el
Dios de los cielos se los había concedido. Nabuconodosor era el «VIP» de la
nación más importante sólo porque Dios se lo había permitido y concedido.
Ahora bien, seguramente Nabuconodosor ya creía esto en cierto sentido. Los
reyes de la antigüedad solían atribuir su poder a los dioses, dado que esto
respaldaba su reinado, dándole cierta aura de aprobación divina. Pero no cabe
duda de que el propio Daniel, cuando usaba la expresión «el Dios de los cielos» se
refería a Jehová, su Dios, el Dios de su pueblo, el único Dios viviente y
verdadero. ¡El Dios de Israel le había concedido el poder supremo al rey de
Babilonia! Eso debió sonar de lo más irónico, dada la posición de ambos pueblos:
¡Israel en el cautiverio y Babilonia en el poder!
Jeremías manifestó exactamente esta misma comprensión de la historia
contemporánea, cuando se metió de rondón en un encuentro diplomático al que
habían acudido todos los embajadores de los pequeños estados en torno a Judá
para planear la rebelión contra Nabuconodosor. Llevando un yugo alrededor del
cuello como gesto simbólico, les dijo a todos aquellos diplomáticos que Jehová, el
Dios de Israel, le había entregado la autoridad a Nabuconodosor, y la única vía
segura que podían seguir todos aquellos estados era la de sometérsele.
 
«Yo hice la tierra, el hombre y las bestias que están sobre la faz de la
tierra, con mi gran poder y con mi brazo extendido, y la di a quien
yo quise. Y ahora yo he puesto todas estas tierras en mano de
Nabuconodosor rey de Babilonia, mi siervo, y aun las bestias del
campo le he dado para que le sirvan».
Jeremías 27:5,6 
«¡Nabuconodosor, mi siervo!» La idea en sí ya parece algo escandalosa. Pero
así es como interpretaron Daniel y Jeremías los acontecimientos que vivieron.
Ver las cosas así exigía una fe muy profunda y una amplia visión de la soberanía
de Dios. Pensemos en los sucesos trágicos en los que estaban inmersos. Pensemos
en el odio que suscitaba, a nivel nacional, una figura como Nabuconodosor.
Imaginemos lo impopular que resultaría alguien que se pusiera en pie y le
llamara siervo de Jehová, o «cabeza de oro». Pero el control divino sobre la
historia y el misterio de sus planes son más amplios que nuestros prejuicios.
Durante toda una generación, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, a
los occidentales se nos ha enseñado que el mundo estaba dividido en dos. Por un
lado estaba «el mundo libre» y por el otro «el bloque soviético» (el Tercer Mundo
lo inventaron más tarde). Y sabíamos de parte de quién estaban los ángeles. Nos
dijeron que todo lo que estaba al este del Telón de Acero era «el imperio del
mal». ¿De parte de quién estaba Dios? La respuesta parecía muy obvia, y
numerosos escenarios apocalípticos tanto en libros como en cómics y películas
representaban la gran batalla final del Armagedón como el suceso donde se
enfrentaban, por un lado, las legiones del comunismo contra, por el otro, las de
la (auto-)justicia.
Escribiendo esto a este lado de los años 90, resulta difícil de creer y de
recordar todo eso tras los cambios revolucionarios que sacudieron Europa en
1989-90. Si vemos en ellos la mano de Dios (como ciertamente lo hacen los
cristianos de Europa central y oriental), entonces hemos de reconocer también
que la chispa humana fue Mikhail Gorbachev, el Presidente de la ex-Unión
Soviética. Dios no usó a ninguno de los presuntos líderes «cristianos» de
Occidente, aunque a algunos de ellos les gusta decir que «ganamos la guerra
fría».
Y sin embargo, ¿dónde estáahora Gorbachev? No sólo ya no es presidente,
¡sino que el estado en que lo fue ni siquiera existe ya! Vemos una especie de
ironía divina, casi de sentido del humor, en el hecho de que la tenaza tiránica de
la Unión Soviética en Europa fuera deshecha no por el poder de los enemigos,
sino mediante la política de su jefe de estado más prominente. «Dios escribe
recto con renglones torcidos». Levanta líderes humanos, les concede una
capacidad temporal y un poder para que pongan en marcha procesos y
acontecimientos que alcanzan su propósito, y una vez han cumplido la misión
los hace desaparecer y sigue adelante con la historia. Nadie es indispensable.
Después Daniel pasa a presentar un cuadro general de la historia que se
acercaba, basado en la sucesión de diversos metales. Él dice que éstos
representan una sucesión de reyes que vendrán después de Nabuconodosor. No
se da ninguna identificación, y no hemos de detenernos en este punto para
intentar darles nombre. Los puntos principales del discurso de Daniel son los
siguientes. 
El poder del cuarto reino. Será enormemente poderoso, pero tendrá una falta
de cohesión interna, será inestable debido a su naturaleza dividida. 
La caída de la estatua. Esto se deberá en parte a su propia fragilidad e
inestabilidad internas. Aquí encontramos una imagen del fracaso de todo poder
humano, con sus pretensiones arrogantes. Al final, todo lo que los seres
humanos construyen orgullosamente, «la torre y el templo vuelven al polvo».
Este cuadro de una serie de gobiernos que llegan a su fin con el fin del imperio
más poderoso podría ilustrar muchos períodos de la historia humana, incluyendo
a nuestra propia generación. En este siglo hemos tenido «un Reich de mil años»,
y un Muro de Berlín cuyo arquitecto anunció que duraría un milenio... justo
unos meses antes de que fuera demolido. Hubo otro profeta que lo expresó de
esta maneta:
 
«El convierte en nada a los poderosos, y a los que gobiernan la tierra
hace como cosa vana. Como si nunca hubieran sido plantados, como
si nunca hubieran sido sembrados, como si nunca su tronco hubiera
tenido raíz en la tierra; tan pronto como sopla en ellos se secan, y el
torbellino los lleva como hojarasca».
Isaías 40:23,24 
La venida de la roca. La caída de la estatua no sólo se debió a que tuviera pies
de barro, sino a que fue golpeada y demolida por una roca que no había cortado
la mano del hombre. La estatua se hace polvo pero la roca permanece y, según la
interpretación de Daniel, esta roca representa el reino del propio Dios, que al
final reemplazará a todos los reinos humanos. Aunque lo describe sólo
brevemente, sus palabras son poderosamente proféticas al describir ciertos
aspectos del reino de Dios, tal y como lo encontramos en los Evangelios. 
Viene de fuera. Es decir, que este reino no es uno más en la serie de reinos
humanos. Tiene su origen en otro lugar. Esto es lo que quiso decir Jesús: «Mi
reino no es de este mundo». No quería decir que fuera meramente espiritual o
que no tuviera nada que ver con el poder político. Quería decir que su origen, su
fuente, no estaban en el poder humano, sino en el de Dios. 
Se establece en la tierra. Sustituye a los demás reinos pero no a la propia
tierra. El reino de Dios no es sólo una escapatoria al cielo, sino el
establecimiento del reino de Dios sobre la propia tierra. 
Es la obra de Dios, y por tanto es indestructible. Hará que acaben todos los
reinos humanos, pero él mismo perdurará para siempre. 
Crecerá y se extenderá. Su establecimiento seguirá un proceso, hasta que al
final llene toda la tierra. Jesús expresó la misma idea en muchas de sus parábolas
acerca del reino de Dios (por ejemplo, la del grano de mostaza, la levadura en la
masa, la red en el mar, etc.). 
Así que Daniel le dio a este rey pagano una lección de teología. Su propio
poder personal era un préstamo del Dios viviente, pero no duraría para siempre.
El futuro traía consigo una sucesión de reinos humanos, pero en última instancia
el futuro pertenece al reino de Dios.
Para Nabuconodosor, el sueño y su interpretación tenían como objetivo
enfrentarle con las realidades espirituales que están más allá de las fronteras de
la historia. Tenía que contemplar su propio poder a la luz de su transitoriedad.
Ni él ni su imperio durarían eternamente. Las cabezas de oro tienen un precario
futuro si descansan sobre pies de barro, pero existe un rey mayor y un reino más
permanente. La pregunta era: ¿los reconocería Nabuconodosor? Hasta cierto
punto, sí lo hizo.
 
«Entonces el rey Nabuconodosor se postró sobre su rostro y se
humilló ante Daniel, y mandó que le ofreciesen presentes e incienso.
El rey habló a Daniel, y dijo: Ciertamente el Dios vuestro es Dios de
dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues
pudiste revelar este misterio.»
Daniel 2:46,47 
Sin embargo, uno se lleva la impresión de que este acto no fue tanto el de un
hombre que sabe ponerse en su sitio tras tener un encuentro con Dios, sino más
bien una expresión de su alivio al entender que su poder no se veía amenazado
de forma inminente.
Para Daniel y sus amigos, y para todos aquellos en su situación -creyentes
atrapados en un imperio hostil- supuso la afirmación de que su Dios seguía en el
trono. Puede que pasaran la vida bajo el yugo de un Nabuconodosor -por no
mencionar a sus metálicos sucesores- pero al final tenían el futuro asegurado,
porque éste estaba junto a Dios y la roca de su reino.
Y Daniel 2 concede esta misma seguridad a los cristianos atrapados en las
presiones de la vida en medio de un ambiente pagano, donde parece que hay
tantas cosas afiliadas a los poderes de este mundo, con toda su pompa y su gloria,
su maldad y su corrupción. Porque lo que vio Daniel como una mera visión del
futuro es ahora una realidad presente que obra en este mundo. El reino de Dios
ha comenzado por medio de la venida de Cristo y de su muerte y resurrección.
Un día quedará establecido en toda su plenitud cuando Cristo regrese para
reclamar su reino. Entonces «la tierra será llena del conocimiento de Dios como
las aguas cubren el mar». Hasta ese momento, Dios «obra su propósito mientras
un año sucede a otro año», y cada acto de obediencia, cada palabra de
testimonio, cada valiente combate a favor de la verdad, vale la pena y quedará
justificado a la luz de ese futuro.
Y hemos de leer los últimos versículos de este capítulo teniendo esta idea en
mente.
 
«Entonces el rey engrandeció a Daniel, y le dio muchos honores y
grandes dones, y le hizo gobernador de toda la provincia de
Babilonia, y jefe supremo de todos los sabios de Babilonia. Y Daniel
solicitó del rey, y obtuvo que pusiera sobre los negocios de la
provincia de Babilonia a Sadrac, Mesac y Abed-nego; y Daniel estaba
en la corte del rey».
Daniel 2:48-49 
No se trata tan sólo de que Daniel y sus amigos ascendieran de grado, sino que
también continuaron al servicio político de un rey que ahora sabía que era una
cabeza de oro sobre unos pies de barro. Y volvieron al trabajo. Al siguiente lunes
regresaron a la oficina. No formaron una comunidad de esperanza espiritual para
preparar la llegada de la roca. No sabemos si tuvieron ocasión de seguir
reuniéndose para orar. Pero es evidente que las fuerzas que sacaron de esas
reuniones les prepararon para enfrentarse a una prueba futura aún más
escabrosa.
Concluimos, pues, volviendo a destacar la importancia que tiene integrar
nuestras vidas laborales como cristianos en nuestra comunión espiritual y
nuestra oración, aferrándonos al llamamiento que Dios nos hace a practicar
ambas cosas. Probablemente Daniel y sus amigos tuvieron más revelaciones y
visiones de Dios de las que puedan tener los miembros de un grupo de oración
en todas sus vidas. Sin embargo, el efecto que esto tuvo no fue el de que
perdieran la cabeza entre nubes de pietismo, ni siquiera que iniciaran flamantes
ministerios «proféticos». Ni siquiera se pasaron por un instituto bíblico para
desarrollar sus recién descubiertos dones espirituales. Siguieron con el trabajo
para

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