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LACTANCIA MATERNA. CASOS REALES DE SUPERACIÓN La lactancia no siempre es fácil, pero es posible. Carmen Vega Smashwords Edition Copyright © 2016 Carmen Vega Derechos Reservados Licencia de uso de la edición de Smashwords La licencia de uso de este libro electrónico es para tu disfrute personal. Por lo tanto, no puedes revenderlo ni regalarlo a otras personas. Si deseas compartirlo, ten la amabilidad de adquirir una copia adicional para cada destinatario. Si lo estás leyendo y no lo compraste ni te fue obsequiado para tu uso exclusivo, por favor dirígete a Smashwords.com y descarga tu propia copia. Gracias por respetar el arduo trabajo de la autora. Derechos de autor Imagen de la portada cedida por Eva y Arián Imagen relato Lactancia y ansiedad autoría de Elena Martínez segurado Imagen de relato Lactancia inducida autoría de Brian Palacio Resto de imágenes de relatos cedidas por las protagonistas www.consultalactanciasevilla.es info@consultalactanciasevilla.es http://www.consultalactancia/ mailto:info@consultalactanciasevilla.es ÍNDICE Agradecimientos Introducción Relatos 1. Grietas y dolor al dar el pecho 2. Mastitis de repetición 3. Amamantar tras una cesárea 4. Lactancia materna con baja producción de leche: Hipogalactia 5. Amamantando a gemelos 6. ¿Y si vienen 3? ¿Es posible dar el pecho a trillizos? 7. Dar el pecho a una prematura extrema 8. Continuar la lactancia materna tras la incorporación al trabajo 8.1. Mantener la lactancia tras incorporación a las 7 semanas 8.2. Mantener la lactancia tras la baja maternal (16 semanas) 8.3. Mantener la lactancia trabajando varios días fuera de casa 9. Ansiedad y lactancia 10. Relactación tras ingreso por deshidratación 11. Dar el pecho siendo madre joven 12. Cuando diagnostican a tu bebé de fibrosis quística. ¿Es la lactancia un problema? 13. Amamantando a un bebé con labio leporino 14. Lactancia inducida ¿Es posible amamantar a un bebé que no has gestado? 15. Ictericia neonatal y lactancia materna Epílogo AGRADECIMIENTOS A Eva, por abrirme la puerta a esta maravillosa aventura. A mis hijos, por ser motivo de alegría cada día y hacerme sentir plena. A mis bebés estrella. Por enseñarme valorar las cosas importantes y a disfrutar de la vida. A mi marido, porque mientras escribo este libro. Él hace TODO lo demás. Por creer en mí y acompañarme en este camino dejando otras cosas de lado. A mi familia, que sin especial interés en la lactancia se han volcado conmigo en este proyecto. En especial a mi madre, dedicar tanto tiempo a leer y comentar el borrador. A Patricia. Por TODO lo que me enseñado de lactancia, siempre de forma desinteresada y paciente. Por demostrar cada día con su labor que no hace falta ser sanitario para ser experto en lactancia. A ‘mis niñas’ del grupo de lactancia. Por darme la oportunidad de formar parte de vuestras vidas y la de vuestros hijos. Para mí es un placer y un lujo poder disfrutar como espectadora del éxito de vuestras lactancias, viendo a vuestros hijos crecer a través de vuestro pecho. Gracias por ese regalo y por hacer que merezca la pena. A todas las GRANDES mujeres de este libro. GRACIAS por vuestra generosidad por haber compartido una parte tan íntima y especial de vuestra vida para ayudar a otras madres. Volver al índice INTRODUCCIÓN La lactancia materna es la forma natural en la que se alimentan los bebés humanos. O al menos así ha sido durante mucho tiempo. Sin embargo, hoy en día, a pesar de que la mayoría de las mujeres quiere dar el pecho, muy pocas consiguen una lactancia más allá de los 3 meses, y menos aún, continúan el tiempo que recomiendan los organismos oficiales (Organización Mundial de la Salud, Asociación Española de Pediatría), que son dos años, o más. Esto es así por varios motivos, todos ellos importantes: En primer lugar, las mujeres hemos perdido la confianza en nosotras mismas y en nuestro cuerpo. Cuando le preguntas a una mujer embarazada cómo piensa alimentar a su bebé, te dice: - Quiero darle el pecho. - pero aclara: - Si puedo… Esa misma mujer no se plantea si sus pulmones serán capaces de coger el aire para respirar, si su corazón podrá bombear la sangre o si sus riñones podrán filtrarla… Sin embargo, sí que le preocupa que su glándula mamaria, no pueda realizar el trabajo para el que fue diseñada. Es curioso, ¿no? Si sólo hay un 5% de mujeres que tienen una causa médica real, que implique una baja producción de leche. Entonces, ¿por qué hay tantas mujeres que se han quedado sin leche, o no ‘han tenido leche’ suficiente para amamantar a sus hijos? Por un lado, hemos perdido la cultura de la lactancia. La mayoría de los bebés son alimentados con biberón. Esto hace, por un lado, que a nuestro alrededor no veamos bebés amamantados. Que no crezcamos viendo la postura normal de un bebé cuando toma el pecho, su comportamiento habitual, su patrón de crecimiento… Todo esto, muy diferente a cuando un bebé toma biberón. Es decir, patrones totalmente normales de niños amamantados son interpretados como ‘patológicos’ simplemente porque difieren al de los bebés alimentados con fórmula artificial. Esto genera, en muchos casos, comentarios del entorno hacia la madre que le provocan más inseguridad aún y le hacen dudar. Comentarios como: —¿Otra vez le vas a dar el pecho? Pero si sólo hace una hora que le diste. Eso es que tu leche no le llena… —Lo tienes todo el día enganchado. ¿Por qué no le das un biberón y descansas? —Está llorando. Seguro que tiene hambre porque no tienes suficiente leche. Y podría seguir con muchos más… Como digo, la inmensa mayoría de las veces, estos comentarios son infundados (no malintencionados), y el comportamiento del bebé es normal. Eso en el caso de que la lactancia ‘vaya bien’. Quiero decir, si la lactancia sigue su curso normal, no hay ningún problema ni dificultad, aún así, hay cierto riesgo de abandono, simplemente por no conocer el comportamiento normal de un bebé. ¿Qué pasa entonces cuando hay alguna dificultad? Si la madre tiene dolor, grietas, si el bebé ‘no pone peso’ suficiente… ¿A quién acudir? Esto es un tema que daría para otro libro, pero en resumen: Los sanitarios no tenemos por qué tener formación en lactancia. El pediatra de tu hijo no tiene por qué saber si la postura o el agarre es correcto, y si eso está influyendo en la transferencia de leche y por eso tu bebé no gana peso. Tu médico de familia o ginecólogo tampoco se ha formado en lactancia y puede que te diga que ‘tener grietas es normal’, y que debes aguantar hasta que ‘los pezones se hagan’. No tienen por qué, a no ser, que se hayan formado específicamente en eso porque durante los años de carrera no se toca el tema de la lactancia, y se hace muy poco durante la especialidad. Afortunadamente, esto va cambiando. Cada vez más profesionales sanitarios le damos la importancia que se merece la lactancia materna, como un tema de salud pública que es, y nos preocupamos y ocupamos de formarnos en ella. Aún así, por desgracia, la mayoría, no lo está, por lo que se continúan dando recomendaciones erróneas, malos consejos médicos sin evidencia científica y recomendaciones de destete innecesarias. Sí, éste es otro handicap para que la lactancia vaya bien. Por todo esto, es muy importante que las mujeres que desean amamantar a sus hijos tengan: • Información: Es conveniente leer sobre lactancia durante el embarazo. No podemos delegar todo en los sanitarios. Las mujeres deben estar formadas e informadas, y adelantarse a los problemas que puedan surgir. • Confianza: En su cuerpo, en su capacidad para amamantar, de producir leche. Que tu madre o tu vecina no haya dado el pecho no significa que tú no puedas hacerlo. Recuerda, sólo el 5% de las mujeres tiene un problema médico que se lo impide o dificulta. • Apoyo: Las mujeres que amamantan necesitan apoyo. El de su pareja es fundamental. El papel del padre es clave para que la lactancia vaya bien. Por eso, el padre debe estar también informado. Aunque él no pueda dar el pechodirectamente, puede hacer otras muchas cosas que ayuden a que funcione la lactancia. • Experiencia: Lógicamente, si es nuestro primer hijo, no tenemos experiencia propia en lactancia, pero sí que podemos rodearnos de mujeres que sí la tengan. Acudir a grupos de apoyo a la lactancia puede ayudar a recuperar esa cultura de la lactancia que nos falta, y comprobar de primera mano, cómo se comportan los niños amamantados. Recomiendo acudir a ellos lo antes posible, ya desde el embarazo, y por supuesto para resolver cualquier duda relacionada con la lactancia. Por todos estos motivos, me decidí a escribir este libro. Aquí, encontrarás testimonios de mujeres reales, mujeres normales que han tenido dificultades con la lactancia o simplemente circunstancias especiales que han sabido afrontar. Mujeres más o menos informadas en el embarazo o con más o menos apoyo, pero que ante las adversidades han buscado ayuda y recursos para continuar con la lactancia, y han podido y sabido disfrutar de ella, con espíritu de lucha y superación. La idea de este libro es animar a todas las mujeres que quieren dar el pecho. Que no se vengan abajo si surge algún problema. Que sepan a quién acudir, y que vean como otras mujeres, como ellas, lo han hecho y tengan las herramientas necesarias para afrontar estas adversidades. También puede ser una ayuda a nivel práctico para profesionales relacionados con la lactancia materna, tanto sanitarios, como asesoras de lactancia. Espero que lo disfrutes Volver al índice RELATOS 1. GRIETAS Y DOLOR AL DAR EL PECHO Las grietas y el dolor al dar el pecho son una de las causas más comunes de abandono de la lactancia durante los primeros meses. Y es lógico. ¿Cómo aguantar toma tras toma, día tras día un dolor insoportable? Muchas mujeres se sacrifican por sus hijos. Hacen ese esfuerzo porque saben que la lactancia materna es el mejor alimento que puede tomar. Pero el entorno no entiende ese sacrificio. No comprenden por qué aguantan el dolor. Para ellos, no tiene sentido el sufrimiento, porque la alimentación del bebé se solucionaría simplemente administrándole un biberón. Y en parte, tienen razón: Estas mujeres no tienen por qué pasarlo mal, aunque la solución, no es la lactancia artificial. La lactancia materna no tiene por qué doler. No es para sufrir, sino para disfrutar. La maternidad está cargada de muchas connotaciones, entre ellas el de mujer entregada y sacrificada por su hijo. Y quizás es así, pero no en la lactancia. La naturaleza es sabia, y el dolor es señal inequívoca de que algo va mal. Es una llamada de nuestro cuerpo que nos indica que debemos hacer un cambio. ¡No! Los pezones no ‘tienen que hacerse’, ni que ‘curtirse’. Tampoco quiere decir que tengas ‘una sensibilidad especial’. Por más cremas y potingues que te pongas, si no se corrige el problema de base, la grieta no se solucionará. Tener grietas durante la lactancia no es normal, aunque por desgracia, sí que es algo frecuente. Antes de ‘aguantar’ el dolor día tras día, o antes de abandonar algo que tanto te importa, busca ayuda. Ve a grupos de apoyo o contacta con alguien experto en lactancia. Puede ser un cambio de postura, de agarre o un frenillo, pero en cualquier caso, hay muchas opciones que pueden hacer que consigas una lactancia satisfactoria y plena. No está todo perdido. En el siguiente relato, Pili comparte su experiencia. Una experiencia que ayudará, con toda seguridad, a otras mamás. Nos hace ver la importancia de asesorarse adecuadamente por personal con los conocimientos y preparación adecuados. Cómo de esta manera su sufrimiento, sus miedos se convirtieron en momentos de placer. Diez meses atrás, sentadas en el salón de mi casa… —Me pregunto qué se siente cuando por fin ves la cara de tu niña y la pones sobre tu pecho -me dice mi mejor amiga dos semanas después de nacer mi primera hija. Yo, medio deshecha, desaliñada, con ojeras, mirando de reojo al ser diminuto que dormita en la minicuna que tengo al lado, respondo: —No se puede explicar con palabras… Es la cosa más grande del mundo. Quieres reír y llorar. Quieres que todo desaparezca y quedarte sólo con ella; desnudas, piel con piel, mañana, tarde y noche, sin hacer otra cosa más que acariciarla, mecerla, dormirla. Por las noches no duermo porque no puedo dejar de mirarla. Es preciosa. Es mi niña. ¡La he llevado todos estos meses dentro! Es increíble… De pronto, un quejido sutil me sobresalta, se me quiebra la voz, me cambia la cara, me entra calor, sudo… Falsa alarma, sigue durmiendo. —¡Uf! - Suspiro aliviada —No entiendo. Entonces… Si todo es tan bonito, si estás tan contenta, si es la cosa más grande del mundo… ¿Por qué tiemblas cuando se mueve? ¡Parece que le tengas miedo! Miedo. Si yo te contara… -pienso-. Me callo porque la conozco, porque es muy aprensiva. Si ya dice que le da miedo parir, que prefiere que le hagan la cesárea…Como le cuente lo que estoy pasando con el pecho me la cargo. Pero se me saltan las lágrimas… necesito desahogarme. —Pero ¿por qué lloras? No entiendo nada. Me estás diciendo que estás más feliz que nunca, pero te pones a lloriquear con cara de pena. ¿Me lo explicas? —¡Es que me duele! —¿Que te duele qué? ¿Los puntos? ¡Uy! La verdad es que eso tiene que doler. Ahí abajo…¡Madre mía! No quiero ni pensarlo… Pero bueno, en unos días se cura. Venga, ¡anímate! Y otra vez de la minicuna viene un ruido… Ya se despertó. Sí, se ha despertado. Llevaba dos horas durmiendo. ¿No podía aguantar un poquito más? Yo ya me desmorono. —Mira que te lo he dicho, que hablaras bajito. —Bueno, le das la teta y ya está. Mira, mira lo que hace con la boquita, tiene hambre, está claro.- La veo abrir la boca y me invade el pánico-, ¡Qué cosita más linda! ¡Qué suerte tienes! Además, siendo médico, esto de la lactancia te será pan comido, seguro que te lo enseñaron en la carrera y no tienes las dudas que tienen todas las madres… Eres una afortunada. —Afortunada soy, no lo dudo. He tenido una niña sana y fuerte. Tengo un marido que me quiere, que me ayuda y que me apoya en (casi) todas mis decisiones. Es cierto, soy médico y quizá eso me ahorre algunos quebraderos de cabeza (que no todos). Pero al fin y al cabo, soy madre primeriza y esto es algo que siempre será abrumador y que no se aprende hasta que no se es. Además y por descontado, en mi cuerpo reina el mismo caos hormonal que en cualquier recién parida y también tengo una madre y una suegra (esto es algo que, por desgracia, no todas tienen, pero que también conlleva sus riesgos) siempre dispuestas a ayudar y, por supuesto, a opinar. Por todo esto, con sus pros y sus contras, y por mucho más, me siento afortunada, claro que sí. Sin embargo, amiga, quizá no sepas que sobre lactancia en la carrera nadie me dijo ni mú (aparte de que las mamas son dos glándulas que producen leche…) ¡Claro que tengo dudas! Y miedo…¡Claro que tengo miedo! Nunca pensé que esto fuera tan duro. ¿Quieres saber por qué lloro? Lloro porque me duele. ¡Tengo los pezones destrozados! Te lo puedo decir más alto, pero no más claro.-Silencio incómodo.- ¡Vaya! He soltado todo esto creyendo que lo estaba pensando, pero lo estaba diciendo en voz alta. La cara de mi amiga me recuerda a cuando contábamos historias de terror en las fiestas de pijama. Mientras tanto, la niña se ha puesto a llorar hecha una energúmena reclamando “lo que es suyo”. La cojo con cariño, le doy un beso y sin más rodeos quito el clip de mi comodísimo pero nada sexy sujetador de lactancia. Me destapo un pecho, con lo que la herida abierta que ocupa medio pezón queda a la vista de los presentes. Entonces es cuando a mi amiga se le tuerce el gesto y casi también se le escapa una lágrima. Yo aprieto los dientes y mantengo el tipo, no quiero gritar delante de nadie, pero no sabéis cuánto me duele. Es cierto, a los médicos no nos enseñan mucho sobre cómo funciona el proceso (duro y maravilloso) de la lactancia. No obstante, algo sí tenía claro antes de que naciera mi hija: La leche de una madre será siempre el mejoralimento para una cría (sea de la especie que sea). Es por esto que, por mi cuenta, me documenté, leí libros y pedí consejos. Asistí además a las charlas de la matrona, en fin, todo fuera por estar lo más informada posible antes de que naciera mi niña. Llegó el momento, lo tenía claro, ¡clarísimo! Mi marido también. ¡Qué nervios, qué ganas! Nada más salir de mi vientre la pequeña ya estaba enganchada a la teta. Molestaba un poco, pero bueno, sería normal. En planta no había matrona para preguntarle dudas recién surgidas (de repente miles), pero bueno, las enfermeras de planta trabajan allí todos los días, algo sabrán. Pero ¿dónde estaban? No venía nadie; una entra de pasada “así se cura el ombliguito” y antes de darnos cuenta se había ido. Pero bueno, ¿nadie me va a hacer caso? Es que me duelen los pezones. Por fin entra una rubia con cara de malas pulgas “A ver qué pasa. Es normal que te duela hija, mira, antes de que se enganche te sacas el pezón, así” (me pega un tirón y me estira el pezón como si fuera un chicle) ¡Aaaaay! ¿En serio? “Sí, así llevas mucho ganado” Y se va. Fin de la consulta a la enfermera de planta. A casa llegué con algo más que dos grietas. Y dos semanas después era “Miss pezones rotos”. Aquí estoy hoy, casi diez meses después. Tengo 30 años, soy madre primeriza, soy médico de familia y así es como empezó mi historia con la lactancia. Fue muy duro, fue doloroso… Fue como nunca hubiera pensado que sería. No me dio tiempo a empezar a disfrutar cuando ya tenía dos heridas que me hacían estremecerme durante las tomas. Empecé a temer el momento, a temer las visitas y salir a la calle era impensable aquellos días. La toma iba asociada a dolor, nervios, miedo y llanto. Lloraba yo, lloraba la niña y acabábamos todos desquiciados. La situación no era precisamente “tranquila y agradable” como se supone que tiene que ser cuando se da de mamar a un recién nacido. Los días pasaban y no había mejoría. A mi alrededor todos parecían tenerlo claro, no había problema: El sufrimiento terminaría sencillamente con abandonar la lactancia. “No entiendo ese afán tuyo por dar la teta, a todos mis hijos los he criado yo con biberón y ahí están, uno ingeniero, el otro abogado…” Podría aburriros con un sinfín de “buenos consejos” con los que me acribillaron. Nadie entendía que pensar en eso me produjera aún más dolor. No quería privar a mi hija del mejor alimento que podía tomar, bajo ningún concepto. Que a mí me doliera no era motivo suficiente si en ella todo iba bien. Y todo iba bien, ciertamente: Ganaba peso, estaba contenta, satisfecha y definitivamente sana. Pero algo tenía que fallar… ¿Por qué esas heridas? Recurrí entonces a una compañera y amiga, también médico de familia y además asesora de lactancia (y autora de este libro, no es casualidad). Ella detectó en la pequeña un problema de anquiloglosia, lo que le impedía el correcto movimiento de la lengua y, por tanto, mamar adecuadamente. Era la causa de mis heridas. Había varias posibilidades para tratar de resolver el asunto de la anquiloglosia o frenillo lingual (para que todos nos entendamos), pero en nuestro caso era un poco más complicado de lo habitual, pues se trataba de un frenillo tipo 4, lo que significa que no queda expuesto a simple vista, sino que está debajo de la mucosa oral. Vamos, que quitarlo no era sólo cuestión de un cortecito de nada, primero había que abrir y después cortar. Llegados a ese punto mi niña tenía nada más que ¡Veinticinco días! Hablar de cirugía me parecían palabras mayores. Era innecesaria… ¿O no? Después de consultar también con un maxilofacial, todo quedó en que teníamos que pensarlo, darle un tiempo y, como padres, tomar una decisión. Veinticinco días de experiencia paternal me parecían pocos para que el dichoso “cortecito de nada” pesara sobre mi conciencia. Aguantaría estoicamente, buscaría otras posibilidades. Y mientras tanto, cada dos o tres horas, sin tregua, ¡dolor! —Tienes que buscar otras posturas, posturas en que la niña tenga la boca lo más abierta posible. Puedes ayudarte de la compresión mamaria. Y en tu caso, podrías probar el uso transitorio de pezoneras, quizá ayude a que vayan curando las heridas, y poco a poco irás viendo la luz, ya verás, lo estás haciendo muy bien. Sabias y acertadas palabras de mi buena asesora “Lo estás haciendo bien”. Necesitaba escucharlo. Entre tanta opinión, no con mala intención, pero no siempre adecuada, necesitaba una guía y los ánimos no venían nada mal. La confianza en uno mismo, para todo en esta vida, es fundamental. Cuando las cosas se tuercen a veces nos sentimos tocar fondo, sin fuerzas, queremos tirar la toalla y entonces decimos eso de “Ya no puedo más”. En alguna de mis crisis nocturnas, cuando la niña se enganchaba al pecho a las cuatro de la mañana, despertando de mi sueño más profundo con el dolor de la herida abierta, llegué a decir “Hasta aquí, yo ya no puedo más”. Sin embargo, en mi fuero interno, sabía que era mentira, que no iba a dejarlo, que era tan solo un bache y que saldríamos adelante. Confiaba en mí. Tenía a mi marido, aunque a veces en los momentos de tensión discutíamos… Es normal, pero siempre estaba ahí. Y entonces recordaba esa frase “Lo estás haciendo bien”. La postura “en balón de rugby” fue mi mejor aliada, alternando con otras no siempre me molestaba y ayudó también en la cicatrización de las heridas y en algún proceso de ingurgitación mamaria e incluso en un episodio de mastitis. Me recomendaron también probar con la postura de “el caballito”, porque esta hace que la boca quede más abierta, pero siendo la niña tan pequeña aun, con poco control del cuello, me costaba mucho y no conseguí hacerla hasta pasados unos meses. Respecto a las pezoneras he de decir que quizá debería haberlas usado antes. Lo cierto es que me resistí porque había leído que no eran recomendables, que el niño a veces se acostumbra a ellas y después no es fácil retirarlas. Un día mi marido las compró por su cuenta en la farmacia en un intento de ayudar de alguna manera. Al final decidí probarlas… Pero para mi sorpresa ¡no era tan sencillo como parecía! Yo creía que era suficiente con ponerlas sobre el pezón y listo… pero algo fallaba. Otra vez me rescató la asesora de lactancia explicándome y enviándome un video sobre cómo se utilizaban las pezoneras: hay que evertir un poco la zona puntiaguda, ajustarla al pezón y, cuando vuelva a su posición normal, éste debe quedar dentro habiendo hecho un poco de vacío. Pero aquí no acababa la cosa. En mi caso, por más que intentaba, me costaba mucho trabajo que la pezonera se ajustase bien al pezón, al final siempre se deshacía el vacío y ésta quedaba como bailando. ¡Es que hay tallas de pezoneras! Nunca lo habría imaginado… Otra vez a la farmacia, a probar con una más pequeña. Para saber tu talla, tienes que medir tu pezón, darle algún milímetro de más y voilà, ya la tienes. El pezón no debe quedar demasiado apretado, pero tampoco flotando en la pezonera. Al final me hice experta en pezoneras y puedo deciros, que de todas las que probé (que no fueron pocas) las que más me gustaron fueron las que tenían el plástico que cubría la areola como con forma de mariposa (quiero decir que no era redondo totalmente), de forma que permitían que la nariz de la niña no se topase siempre con el plástico (aunque esto también era algo que había que practicar). Así transcurrieron prácticamente los dos primeros meses desde que mi hija nació. Hoy, diez meses después, miro atrás y me siento orgullosa de haber superado aquellas primeras dificultades. Las heridas curaron cuando aprendimos a mantener la calma, a variar la postura, a usar las pezoneras, a dejar de usarlas y así perdimos el miedo y nos hicimos más fuertes. Asistimos a grupos de apoyo, donde otras madres cuentan sus experiencias y plantean sus dudas, y seguimos aprendiendo aún más. Mi amiga, la que se quedó con la boca abierta cuando le conté por lo que estaba pasando, también está orgullosa de mí. Y ahora también ella es más fuerte y está más preparadapara cuando tenga un bebé. Sabe que la lactancia no siempre es un camino de rosas pero que, con ayuda, pronto se convierte en el acto de amor más puro del que podemos participar en la vida. Por eso, por mucho más que eso, merece la pena. Volver al índice 2. MASTITIS DE REPETICIÓN La mastitis, dolor intenso en la mama, con inflamación y generalmente acompañado de fiebre, es otro de los motivos por el que las mujeres abandonan la lactancia. Muchas veces el tratamiento no se realiza correctamente. No se le dan las indicaciones necesarias, por desconocimiento o falta de recursos por parte de los sanitarios, y la mastitis se repiten una y otra vez: Se indican tratamientos antibióticos de duración insuficiente, no se realizan cultivos de la leche para ver cuál es el microorganismo causante, o cuando se realizan no se hacen de manera fiable… En otras ocasiones, hay una causa física que aunque la mastitis ‘se cure’ hace muy probable que vuelva a repetirse: Mala postura al amamantar, mal agarre del bebé, frenillo…(anquiloglosia). En cualquier caso, una lactancia placentera es muy difícil de conseguir cuando pasas dolor, episodios de fiebre, tratamientos antibióticos múltiples una y otra vez, por lo que la mayoría de las mujeres en esta situación, a pesar de las ganas de seguir con la lactancia materna terminan dejándola. Por eso os traigo el caso de Irene, de cuya lactancia no pudo disfrutar durante los primeros 9 meses de vida de su hija, debido a un frenillo no diagnosticado. Ella tuvo que buscar recursos fuera del sistema sanitario público para poder tratar un tema médico y poder continuar con la lactancia. Es muy tristes que estas cosas pasen en nuestro país. Los médicos debemos saber reconocer y tratar una mastitis. Debemos saber diagnosticar y evaluar frenillos y conocer su implicación en la lactancia y fuera de ella. Debemos saber que la frenectomía es un recurso útil y a veces la única solución a un agarre inadecuado. Los médicos tenemos mucha responsabilidad con las madres y con los bebés: La lactancia es un tema de salud pública. Una vacuna gratuita y disponible con efectos en la salud para ambos a largo plazo. Por todo eso, debemos darle la importancia que se merece y dejar de lado nuestras creencias personales y basarnos, en recomendaciones científicas de organismos oficiales. Afortunadamente, hay muchas personas que aunque no son sanitarios, están formadas e implicadas con la lactancia materna: Las madres expertas o asesoras de lactancia que participan en los grupos de apoyo. Además, cada vez se realizan más cursos online para formar asesoras y cada vez más sanitarios forman parte de ellos. Es el principio de un cambio, aunque lento, pero constante. Antes de quedarme embarazada veía el tema de la lactancia un poco con distancia. Mi madre me había dado pecho solamente un mes y poco (lo dejó por una mastitis, y le dijeron que no podía darme ese pecho…) y sobre tres meses a mi hermana. Yo simplemente lo veía como bonito y que era lo más saludable. Tampoco es que pensara mucho en el tema, no veía demasiado dar el pecho en lugares públicos, y supongo que pensaba en al menos intentarlo, pero poco más. Después de eso, tuve dos conocidas que amamantaban a sus hijos antes de yo tener a mi hija, y en sus redes sociales empecé a ver algo de información, reafirmándome cada vez más en que eso era algo que yo quería hacer. Fue ya estando embarazada cuando decidí que quería dar el pecho sí o sí. Ahí dejó de ser una opción para ser una decisión en firme. Recuerdo que me decían “tener un hijo es un gasto, que si la leche…” y yo siempre respondía que leche nada, que tomaría pecho. Saltaban los comentarios de “si puedes darle” y yo contestaba, “claro que voy a poder”. Cuando una amiga me regaló ‘Un regalo para toda la vida’ mi tozudez se reafirmó todavía más. Yo daría pecho sí, o también. No cabía en mi cabeza optar por biberón y cargaría munición contra los que intentaran impedírmelo, con mi pareja apoyándome siempre en esta decisión. Me imaginaba la verdad algo maravilloso, cómplice y único entre bebé y madre, era algo que quería experimentar y no me quería perder. Lees, te informas, te cuentan… de que las trabas en el hospital existen pero no sabes in situ cómo va a ser la cosa y si se van a atrever con alguien que lo tiene tan claro. Pero sí. Las trabas son “sutiles” y “por el bien de bebé” pero ahí están. Recuerdo que cuando subí a planta, a pesar de subir con mi bebé enganchada al pecho, me preguntaron si le iba a dar biberón o lactancia materna. Dije por supuesto que le daría pecho y la única ayuda fue “pues póntela mucho a mamar”. No sé si esto es lo deseable la verdad. Cero ayuda en cuanto al agarre: Nunca me miraron si la succión estaba bien, si era efectiva, si había algo raro. Tras el primer día la niña lloraba, lloraba, y yo venga darle pecho, y pecho, pero ella seguía llorando. Vinieron enfermeras y me dijeron: “Es que si no le das suplemento claro que llora” y me dejaron allí el biberón. Yo no se lo dí, continué en mi empeño, pero mi hija seguía llorando muy a menudo… Hasta que una vez se la llevaron porque tenía unas décimas y me la trajeron con el biberón dado, diciéndome: “Lo que le pasaba es que tenía hambre”. ¿Hambre por qué si no la despegaba de la teta? Fue una impotencia tremenda ver que allí lo normal era que hubiera que dar biberón sí o sí. En ningún momento ni pediatras, ni enfermeras ni la ginecóloga se preocupó de porqué un bebé recién nacido tiene hambre teniendo teta a demanda. Aquí los enganches me dolían, pero luego al mamar un rato la cosa se aliviaba. No recuerdo cuándo exactamente, pero también me dijeron que el dolor era normal: Que se me tenía que acostumbrar el pecho a que la niña mamara. De forma retrospectiva recordé cuando el pediatra vino de nuevo a revisar a la niña para darnos el alta, y me pregunté meses después, ¿por qué ese pediatra no miró la boca de un recién nacido que tiene hambre? No fue fácil dar pecho. De hecho, diría que fue frustrante, doloroso y agotador. Tanto mi pareja como yo tenemos alergias y yo además, asma. Sabía que amamantando a mi hija podría mitigar todo lo que estaba en mi mano el que desarrollase esta herencia que le venía de sangre, por lo que mi mayor miedo era tener que dejar de dar pecho y que estuviese mala “por mi culpa”. La culpa eterna que las madres desarrollamos. Por eso aguanté, aguanté y aguanté. Recordaba mis crisis de asma de pequeña y pensaba que cualquier cosa que yo pudiera hacer para evitárselas a mi hija valía la pena, por mucho que me supusiese a mí un dolor físico. Supongo que ese era mi mayor miedo y a la vez mi mayor motivación para seguir. Yo empecé a dar pecho con dolor, y con una niña que demandaba muy seguido, que no dormía las dos o tres horas que te cuentan que duermen los bebés y que además, según los médicos, se quedaba con hambre. Mamaba continuamente, se quedaba dormida a la teta, me insistían en que la despertase, mamaba un rato más y se dormía sin soltar el pezón. Y cuando se despertaba en una hora y pico de esa siesta en mis brazos, volvía a comer. Nunca noté la famosa subida de la leche, nunca noté los pechos duros porque se acerca la toma. Nunca broté una gota mientras no daba pecho, nunca tuve ese nivel de eyección. Y al mes de tener a mi bebé, llegó la primera mastitis. Tenía frío, era temprano y mientras la niña quedaba en cama decidí darme una ducha calentita para entrar en calor. De repente, mareo, ¡pum! Lo siguiente que recuerdo es a mi marido intentando levantarme de la bañera con cara de angustia por si estaba bien. Me estaba subiendo la fiebre de una forma brutal y la ducha caliente me provocó un desvanecimiento. Me partí el culo pero no de risa, sino contra la bañera, y suerte tuve de no partirme la cabeza. Noté enseguida el pecho duro, y los granitos del pezón hacia dentro. Entonces recordé que las obstrucciones se quitaban poniendo el bebé a mamar y eso hice… Aunque me dolía la vida entera. Abreviaré diciendo que fui al centro de salud de guardia y luego alhospital, con analítica y todo, donde ambos en coincidieron en que tenía un virus y que el pecho duro como un melón y colorado como un tomate no tenía nada que ver. Tenía una mastitis de caballo, con fiebre de 40 que no bajaba con ibuprofeno, pero “el pecho no tiene nada que ver”. No daba crédito de lo que estaba pasando. El dolor que tenía en el pecho al dar de mamar era indescriptible, pero para los médicos a mi teta no le pasaba nada. Yo en ese momento puérpero me eché a llorar y pregunté si era cáncer. La desesperación era tremenda, afortunadamente tuvieron a bien darme un antibiótico, porque aunque era un virus “por si acaso”. ¿Sabéis que pasó a continuación? La experiencia más frustrante del mundo: En apenas veinticuatro horas me brotó el herpes bucal más fuerte de toda mi vida. De vez en cuento he tenido pequeños brotes en las comisuras de los labios, pero esa vez, se me debió juntar todo: el hierro bajo, el post parto, el antibiótico… Tenía la boca, la lengua, el labio… lleno de ampollas, casi no podía ni beber. Pero lo peor de todo… ¡No podía besar a mi bebé de un mes! ¿Te imaginas no poder ni arrimarte a la cara de tu bebé? Lo pienso y me echo a llorar. El pecho mejoró y el herpes fue cediendo… hasta aproximadamente semana y media después de acabar el antibiótico: ¡Zasca! Otra vez. En esta ocasión supe reconocer lo que pasaba. Al sentir el frío ya me dio la alerta de que venía la fiebre. Vuelvo al médico y me vuelven a dar antibiótico. Escucho de mi doctora y de mi matrona tonterías como “las mastitis son porque las bacterias se meten por el pezón” o “lo que te ha pasado a ti no le pasa a nadie”. La mastitis va mejorando, la acompaño con masajes, poner a la niña al pecho (cuando quiere porque se le hace raro mamar de un pezón duro), pero el dolor sigue. Sigue durante meses. Se suceden las grietas. Entre tanto voy a un grupo de lactancia que me da ánimos, consejos para la mastitis y poco más. Purelan también lo pruebo por diversas recomendaciones, pero tampoco noto gran mejoría. También pruebo lo de poner leche y dejar secar el pezón… En fin, de todo, pero las grietas seguían allí de forma continua. De día me aguantaba el dolor, pero de noche solía tomar ibuprofeno porque ya era mucho aguantar. Las tomas nocturnas con mucho dolor me desvelaban, así que cuando venía una racha de dolor, mi pastillita de dormir era el ibuprofeno. La niña iba cogiendo peso, lentamente pero cogía peso, supongo que con eso no saltaron las alarmas, y casi lo agradezco. Viendo que nadie sabe de nada de lactancia, si no hubiera cogido peso, lo único que me hubieran dicho es que diese biberón. Conseguí llegar a los 6 meses de lactancia exclusiva, a trancas y barrancas, doliendo, disfrute cero. Era bonito ver que crecía por lo que yo le daba, ver que la teta la calmaba, que la buscaba… pero doloroso. Me fijé entonces la meta de aguantar hasta el año, aunque empezaba a flaquear. A veces mis grietas llegaron a sangrar, salían perlas que reventaban y se quedaban en grieta… En fin, así seguía yo cuando por fin, a una asesora que conocí le pareció todo demasiada caña para una sola madre. Ella intuía lo que pasaba, me mandó a un grupo de lactancia a que me revisasen el agarre, pero allí, como la niña tenía mofletes, apenas miraron nada. Me dijeron que todo estaba bien y que yo tenía mala suerte ya que mis bacterias se descompensaban y me producían mastitis. Pero a Patricia, seguía sin cuadrarle. Me pidió fotos y vídeos y lo vio a distancia. Había un frenillo tipo IV. Me pasó información sobre este frenillo y sus consecuencias y todo, punto por punto, era lo que me pasaba a mí: Tomas eternas, no se le veía el fondo de la lengua ni llorando, no sacaba la lengua, mastitis de repetición, grietas… ¡Todo! Pero es que además veía las consecuencias futuras de crecer con un frenillo y veía mi reflejo, todo lo que yo había tenido de pequeña, paladar en pico, problemas al respirar… Todo por el dichoso frenillo que además de no dejar mamar entorpece el desarrollo de la boca. Consigo que una asesora en mi ciudad me vea de nuevo, y mira debajo de la lengua de mi hija, la ve mamar… y se confirma el diagnóstico así que vamos al pediatra… ¿frenillo? No, no tiene nada de frenillo, es que no se le ve nada de nada. Vamos, que la pediatra no sabe nada de eso. Cuando le digo que es un frenillo submucoso, me pregunta: “¿Y sólo le da problema el pecho o también el biberón?” “¿Bibequé?” pensé yo, y entonces entendí que allí no había nada que hacer. Nadie en nuestra comunidad operaba el frenillo tipo IV y yo necesitaba una solución, por lo que nos tuvimos que ir a Madrid e intervenirla por privado. Es decir, tuve que pagar de mi bolsillo la solución al problema de mi lactancia. Y fue muy sencillo, apenas 10 minutos y ya se enganchó a mi pecho de forma distinta. Tuvimos que hacer una serie de ejercicios durante un tiempo para asegurar que la herida no se volvía a cerrar igual y cicatrizaba bien, pero todo muy sencillo. Enseguida la lactancia fue doliendo menos y menos. Me hice también un cultivo de leche (que también pagué yo) para ver cómo curar definitivamente la mastitis que arrastraba y así fue: Con antibiótico específico para la bacteria que me la producía. Podría decir que mi lactancia empezó aquí, a los 9 meses, a ser maravillosa. Fue muy emocionante tras todo lo sufrido disfrutar plenamente de ver a mi hija mamando, disfrutar nuestro vínculo sin dolor. ¡No me lo creía! Arcoiris de colores, nubes rosas de algodón… Dar el pecho era por fin lo que había soñado, mejor todavía, era mágico. Echar la vista atrás frustra, ¿Por qué tuve que pasar por todo aquello? ¿Por qué aquel pediatra en el hospital no vio que mi bebé no podía succionar correctamente porque su lengua no tenía movilidad por un frenillo IV? ¿Por qué nadie sabía nada de mastitis, ni de grietas? Hoy por hoy estoy feliz de que nuestra lactancia haya durado 3 años y 3 meses. Orgullosa sobretodo de mí, de haberlo conseguido porque sin duda no fue suerte. No fue suerte de tener leche, ni tampoco que los sanitarios que debían cuidar de mi hija y de mí nos lo pusieran fácil. Estoy orgullosa de nuestra lactancia porque es fruto de mi cabezonería y de encontrarme buenos profesionales (no reconocidos como tal) en mi camino. Dar el pecho es maravilloso, tanto que aunque no olvido los 9 meses de sufrimiento, los dos años y pico más lo compensan con creces. Volver al índice 3. LACTANCIA DESPUÉS DE UNA CESÁREA A pesar de que la OMS recomienda que el porcentaje de cesáreas de un país no supere el 15%, en España está rondando el 25% (Aunque varía de unas comunidades a otras), y de si el hospital es público o privado (mayor índice de cesáreas en hospitales privados). Además, en la mayoría de estas cesáreas, no existe un trato humanizado: Se le atan las manos en cruz a la madre (para evitar que toque el campo quirúrgico), no se permite la entrada del padre en quirófano, no se realiza contacto piel con piel del bebé con su madre y finalmente son separados. Llevan a la mujer a la sala de reanimación durante dos horas o más, para asegurar que sus constantes son adecuadas y que no hay excesivo sangrado, y el bebé pasa a la sala de postparto o la habitación. En la mayoría de los casos, con el padre. Cuando la mujer llega a la habitación, los familiares han visto y cogido a su bebé antes que ella. E incluso puede que le hayan dado un biberón en su ausencia y cuando quiere ponérselo al pecho, está saciado y dormido. Uno de los mitos más extendidos es que en casos de cesárea la subida de la leche tarda más. Esto no es así en realidad, ya que la subida de la leche depende de la expulsión de la placenta. Pero sí es cierto, que las tasas de lactancia son menores en casos de cesárea debido fundamentalmente a esa separación madre-bebé, ya que las primeras horas postparto son muy importantes para el establecimiento de la lactancia. Afortunadamente, cada vez hay más hospitales con protocolos humanizados, en los que se hace piel con piel también en las cesáreas. Hay un espíritude cambio. Este relato desgarrador muestra la realidad de tantas mujeres que han pasado por esa terrible experiencia. Una experiencia que te marca de por vida y que en muchos casos deja una cicatriz no sólo en el cuerpo, sino también en el alma. Bueno, ¿y ahora qué? Cuando ves por primera vez dos rayitas en un test de embarazo es cuando millones de preguntas se agolpan en tu cabeza. Siempre he querido ser madre y de repente, esa posibilidad se ha convertido en una realidad. Te invaden emociones que nunca antes has experimentado (al menos no juntas) y parece que un nuevo camino comienza: ¡Cuánto por hacer, cuánto por vivir! Antes de quedarme embarazada había muchas cosas que tenía claras y otras que ni siquiera me había planteado. No sabía cómo iba a ser mi vida con un bebé, ni qué tipo de madre sería, pero sí que quería estar informada, saber qué opciones o decisiones podía tomar para hacerlo lo mejor posible. Cuántas veces habré oído: "La lactancia materna es lo mejor para la madre y el bebé". Lactancia materna, por supuesto; claro que quería dar el pecho a mi bebé. Siempre me imaginé haciéndolo, así que era algo que tenía bastante claro. Se veía tan tierno, tan bonito ese momento entre ambos que no entendía que se pudiera generar ninguna duda. Total, es lo más natural y lo mejor, lo que se ha hecho siempre, ¿qué complicación puede tener eso? Después de la primera impresión y asumir mi nuevo rol como embarazada, comencé mi preparación para ser, primero, la embarazada más consciente y preparada, y después la parturienta más tranquila. En las clases de preparación al parto tuve la suerte de recibir buena información y apoyo tanto para instaurar la lactancia como para luchar por un parto respetado. Leí mucho sobre ambas cosas y las ideas iban haciéndose hueco en mi cabeza: "Todo irá bien, soy consciente, es un proceso natural y yo como mamífero sabré qué hacer”. Las semanas fueron pasando, mi bebé crecía sana y yo estaba tranquila. Las revisiones eran un momento deseado para poder verla y pasar ese rato con ella. Conforme se acercaba mi fecha probable de parto crecían en mí las ganas de ver a mi bebé, pero nunca tuve impaciencia porque sucediera más rápido. Tenía muy aprendidas las pautas a seguir y pensaba esperar hasta que ella estuviera preparada para nacer. Una semana antes de dar a luz estuvimos en una revisión ya en el hospital. La última ecografía, ¡qué emoción por verla y decirle que ya faltaba menos para conocernos! Después de esperar un buen rato en una incómoda silla, una ginecóloga que no había visto en mi vida me hizo pasar para proceder a la exploración. ¿Exploración? ¿Y eso qué es? Antes de darme cuenta me encontraba sola en una sala fría y vieja, con esa mujer encima de mí que me estaba haciendo un daño horrible sin ni siquiera yo saber por qué. Salí de la consulta hundida y dolida. Yo, que había consultado y leído todo lo leíble no tenía ni idea de qué había pasado pero mi instinto me decía que eso ni era bueno ni era respetuoso. Qué sensación más desagradable. Unos días después, con sangrados incluidos, comencé a tener contracciones. Tras la maldita "maniobra de Hamilton", cuyo nombre ya no olvidaré, mi cuerpo no me pertenecía; no sabía qué hacer con contracciones y sangrado… y ¿ahora, qué? Decidimos ir al hospital. Y a esperar. Llevo mi plan de parto: No epidural, quiero tenerla piel con piel, ponerla al pecho en cuanto nazca para facilitar el agarre inmediatamente y nada de biberones azucarados. Mi marido me acompaña y lo tiene claro y mi familia también. Las horas pasan, pasan, pasan… y no hay dilatación. ¿Qué está pasando? Nada está ocurriendo como yo esperaba. Desde el hospital me insisten en la epidural. He dicho que no. Una y mil veces. Quiero sentir, quiero vivirlo, es mío y de ella. Conforme pasa el tiempo comienzo a ver cómo mi plan de parto se derrumba: bolsa rota, meconio, no dilatas… epidural y lágrimas. Lágrimas desde la cama, sin poderme mover y siendo simple espectadora de la experiencia más importante que quería vivir. Y pasan más horas. Y ya no sé si es de día o es de noche. Pero lucho. Ya va a venir, estás más cerca, cariño. Lo que queda será como queremos. Y se abrió una cortina. Otra vez. Enésima vez y enésima persona diferente. Esto no avanza. Hay riesgos ya así que vamos para cesárea. ¿Cómo dice? ¿Esto está pasando de verdad? Y ahí mi mundo se derrumbó. Todo lo que yo esperaba y deseaba se había ido. Lloré como no había llorado antes. Desde las cortinas hasta el quirófano. Con mi marido, en soledad y cogida de una mano amiga. Ese iba a ser mi parto y no era lo que yo quería. ¿Qué iba a pasar con el piel con piel? Y la lactancia? ¿Le darían biberón sin estar yo? ¿Me cogería el pecho después de dos terribles e interminables horas de separación? ¿Por qué no podía estar con ella? Afectaría eso a la subida de la leche? ¿Y al vínculo? ¿Y la herida? La cesárea fue rápida: Más epidural porque sentía todo perfectamente, mesa fría de quirófano y manos en cruz. Nunca entenderé por qué te atan las manos. ¿Será para evitar que te arranques esa horrible tela verde que te separa de tu bebé? Mientras lloraba de camino al quirófano, una de las ginecólogas que me iba a atender me dijo que estuviera tranquila. Que no pasaba nada, sólo era una cesárea. Quizás sólo fuera eso para ella, claro que sí, una más. Pero no podía explicarle a cuánto sentía estar renunciando. Le pregunté si iba a poder hacer piel con piel y darle el pecho inmediatamente como está recomendado (y como escriben en esos folletos maravillosos que te encuentras por todo el hospital) y me dijo que no, que la tenían que explorar rápidamente, pero que como me veía tan mal me la acercaría para que la viese antes de llevársela. Como si fuera un paquete. Como si me estuviera haciendo un favor. Así que me vi allí rodeada de un montón de gente extraña, que hablaba de cosas extrañas y que me estaba tratando como a una extraña. Afortunadamente conté con una mano amiga durante la intervención y me agarré a ella como la única unión entre mi mundo y aquel. Así que sólo cuando escuché el llanto de mi bebé supe que había nacido de mi. No sabía cómo era, ni fue a mi la primera persona que sintió; evidentemente mi piel con piel fueron dos minutos en los que sentí sus lágrimas en mi mejilla, mezcladas con las mías. Sólo podía tratar de apretarla junto a mi y decirle que la quería mucho, que era mamá. "Quédate tranquila, mi vida. No llores. Mamá va a estar contigo muy pronto. Ahora vas a conocer a papá y él te va a cuidar." Cloe dejó de llorar y sentí por primera vez la conexión con ella y con mi instinto. En cuanto la despegaron de mi volvimos a llorar. Y no sabía dónde iba ni cuándo volvería a verla. Me llevaron a una sala oscura: —Tienes que estar aquí dos horas hasta que se te pase la anestesia. Duerme todo lo que puedas que luego no vas a poder en mucho tiempo. —¿Dormir? ¿Aquí sola? ¿No puedo estar con mi niña? ¡Pero si estoy despierta, noto hasta el último centímetro de mi piel! Evidentemente la respuesta fue no. Ése era el protocolo. Y así tenía que ser. Nunca olvidaré cuando apareció una matrona por la puerta que traía a mi hija en brazos. Por lo visto, gracias a la intervención de mi amiga y a esta matrona de la sala de postparto que se había apiadado de mi marido (que también lloraba a mares, el pobre) se lanzó a bajármela. Casi le cuesta un problema. Querían ponerle una queja. Y yo sólo quería ponerle un altar. Cogí a mi bebé por primera vez entre mis brazos y la abracé tan fuerte como pude. Le miré su carita, sus manos y toqué su cuerpo. Recuperé por un momento lo que sentía que tenía que haber sido mío, nuestro, y que no había tenido. Sentirla conmigo y ver que estaba bien. No pude ponerla al pecho. Tuve que soltarla y volver a despedirme de ella. Otra vez. Tras dos horas de más lágrimas, agotamiento y desesperación me subieron a la habitación. Afortunadamente, mi familia estaba informada (aleccionada) por mí y no le dieron un biberón a Cloe. (Pero no por falta de insistenciadel personal). Aguantaron estoicamente las múltiples propuestas de "ayudas" para que no se deshidratara o tuviera una bajada de azúcar. Además, durante esa separación, mi marido estuvo con ella junto a la incubadora y consiguió que le dejaran hacer piel con piel a él (lo que hizo que Cloe dejara de llorar y no la subieran sola a planta). En cuanto nos reencontramos, puse a mi hija al pecho. Lo cogió muy bien y de repente me reconcilié un poco conmigo misma. Era la sensación más bonita y pura que había vivido. Verla conectada a mi después de todo. Y ser feliz. Las noches en el hospital fueron para olvidar. Mi marido y yo estábamos agotados. No dábamos a basto. Yo no me podía mover. Sangraba cada vez que me movía. Encontrar una postura cómoda era tarea imposible, ni un gesto, ni acomodarme una almohada, ni incorporarme. Mucho menos ponerme de pie o atender a mi hija para mecerla o cambiarle el pañal. La primera noche, incluso recuerdo no poder reaccionar. Oía llorar a mi hija pero mi cuerpo no me respondía. Me sentía como drogada. Y es una sensación muy agobiante. Poco a poco fui despertando más y notando más el dolor. En esas condiciones, todo se complicaba aún más para atenderla y ponerla al pecho. Tumbada no podía ni girarme ni colocarla encima de mi para darle el pecho; sentada totalmente incorporada me tiraban los puntos de la cicatriz y si estaba semiacostada, las piernas de la niña me rozaban continuamente la herida y volvía a ver las estrellas. No había forma de encontrar una postura cómoda para las dos y que le facilitara un agarre adecuado. ¡Y la leche parecía no aparecer! ¡Y venga a llorar! Temía cada visita médica porque sabía que vendría acompañada de recomendación (advertencia amenazante) de que tiene hambre, no tienes leche aún, toma el botecito… Además Cloe empezó a lo grande a dar muestras de su ya marcado carácter y todo aquello nos venía grande. Estuvimos 3 días completos en el hospital. Supongo que fue por una conjunción de factores (cansancio, herida y dificultad para la postura, demanda de Cloe, si subía la leche o no, etc.) pero a los dos días Cloe no parecía satisfecha y vimos que no se agarraba bien. Yo empecé a notar dolor y supimos que algo fallaba. Por suerte conté con la ayuda y apoyo de una (mi) asesora de lactancia, que me orientó y ayudó con nuevas posturas y que me devolvió la confianza que había perdido. Con el tiempo hemos sabido que pese a las grietas, Cloe comía, lo que no hacía era un agarre adecuado. Y que lloraba porque es su forma de comunicar su demanda de contacto continuo, porque percibe el mundo de forma diferente a otros bebés y porque desde que nació sabe perfectamente cuáles son sus necesidades y qué es lo que quiere. Desde el hospital nadie me miró la postura, ni el agarre ni nada. Sólo me visitaban porque mi hija no paraba de llorar y eso tenía que ser por hambre, a la fuerza, y la solución era la ‘ayuda’. O la deshidratación. ¡Qué difícil es mantenerse firme a lo que una cree! Sobretodo cuando te dicen que está en juego la salud de tu bebé. Yo sabía que el pecho era lo que ella necesitaba. Sabía que era suficiente y que tenía que respetar el proceso. Pero me cuestionaba. ¿Y si le pasaba algo a ella? Mi familia veía que no estábamos bien, pero siempre tuve una palabra de aliento por su parte. Ninguno de ellos me dijo nunca que le diera nada que no fuera el pecho. Que yo era su madre y tenía claro lo que debía hacer. Cuando venían las enfermeras a insistir, les decían que la que decidía era yo y que tenía que ser así. Era fácil caer en la alarma por la salud de la niña, pero me respetaron y al menos no sumaron más frentes. Mi marido y yo hicimos piña y decidimos que Cloe seguiría al pecho pero que enganchada le iríamos echando gotitas de fórmula. Fue el botecito más amargo de mi vida. Pero con eso y la insistencia en el agarre, una y otra vez, cada 5 minutos, conseguimos dejar allí las ayudas. Y ese fue el primero y último que tomó. La vuelta a casa fue difícil y a la vez reparadora. Lejos del estrés del hospital, con dolor por la operación todavía, la herida sangrante y con unas grietas de campeonato, papá, mamá y Cloe se sentaron tranquilamente, hicieron burbuja y practicaron. Mucho. Con dolor de pecho pero con la herida más controlada y ya pudiendo moverme un poco mejor aunque siguiera molestando mucho, comencé a practicar más posturas, más respiración y la confianza en nosotras fue creciendo. Vinieron obstrucciones y cansancio, noches enteras sin dormir pero cada vez más empoderadas, más unidas, más nutridas la una y la otra y al final todo fue quedando atrás. La familia siguió ahí viendo el proceso y animando cada logro. Con normalidad y naturalidad. Al final la teta se ha convertido no sólo en el mejor alimento sino en la mejor aliada para innumerables situaciones y para la incansable demanda de Cloe. Me ha permitido conocerla en toda su esencia, observarla horas y horas mientras permanece tumbada sobre mí y enganchada a su tetita. He explorado y vivido el profundo vínculo que nos une y que nos hace conocernos sin decir palabra. Y no nos hemos vuelto a separar ni un momento. Ha sido un camino muy difícil. Nunca imaginé que sería tan complicado seguir lo natural, ni la cantidad de obstáculos desinformados que me encontraría. Pienso que si no lo hubiera tenido tan claro, contado con el apoyo de mi marido y mi familia y saber respetar mi instinto, hubiera tenido muchas papeletas para dejar la lactancia. Es una pena que en los momentos más vulnerables no haya podido contar con la parte profesional del hospital, que me ayudaran o corrigieran lo que no estaba haciendo bien. O al menos que me hubieran respetado en lugar de asustado. Pero me he rodeado de gente que me ha comprendido, he seguido mi instinto y he respetado a mi hija por encima de todo. Lo volvería a hacer una y mil veces más. Y ya vamos por 24 meses de feliz lactancia. Y sumando. Volver al índice 4. LACTANCIA MATERNA CON BAJA PRODUCCIÓN DE LECHE: HIPOGALACTIA En nuestra sociedad actual, está muy extendido el hecho de ‘algunas mujeres no tienen leche’, sin embargo sólo un 5% de ellas tiene una causa médica que implique una baja producción de leche. La mayoría de las veces que una mujer ‘tiene poca leche’ se trata de una percepción errónea; falta de confianza de la mujer, desconocimiento del patrón normal de comportamiento del bebé alimentado con lactancia materna, escaso apoyo del entorno o pautas horarias estrictas (lactancia cada 3 horas, 10 minutos por pecho). Entre algunas causas que pueden interferir en la producción encontramos: hipotiroidismo materno, cirugía mamaria (reducción), retención de placenta, hipoplasia mamaria (falta de desarrollo mamario), mastitis o mal agarre del bebé que puede influir por falta de estímulo y drenaje del pecho, entre otras cosas. Sin embargo, el hecho de que exista hipogalactia no significa que la lactancia materna no pueda establecerse ni continuarse de forma prolongada. La lactancia materna es algo mucho más que alimento, es amor, es contacto, es vínculo, y todo eso se puede conseguir si se conocen las herramientas necesarias para ello. Por ese motivo te traigo la historia de Jara. Ella nos cuenta las lactancias de sus dos hijos. Lactancias mixtas por baja producción de leche, debido a hipoplasia mamaria no diagnosticada previamente, pero en ambos casos, lactancias prolongadas y satisfactorias: La historia de la lactancia con Pepe. Desde pequeñita me ha apasionado el mundo de la lactancia materna. Mi primer recuerdo se remonta a los 7-8 años, cuando vi mamar a mi primo. Mi tía se fue con el bebé a un cuarto apartado (e incómodo) de la casa de mi abuela. Yo fui detrás. Llevaba un sujetador “raro”, recuerdo que me explicó que era para darle la teta al bebé… Se lo desabrochó y allí le dio la toma, a escondidas. No le entendí, pero tampoco pregunté por qué. Mi siguiente recuerdo se sitúa en torno a los 14-15 años. Esta vez por mi perra; Mora. Tenía embarazos psicológicos, las tetas se le ponían enormes. Me pasémeses con la intriga de si tendría realmente leche o no… Un día le apreté un poquito y… ¡Guauuuu! ¡Una gota de leche! Me fascinó ver cómo su cuerpo era capaz de producir leche. Siguiente recuerdo: durante la carrera (Medicina). Primeras prácticas en el hospital: Tenía 20 años. En la planta de maternidad vi a un bebé (sí, uno de tooooda una planta) alimentándose de su madre. Me pareció mágico. Vi una conexión especial y supe que mi única opción era amamantar a mis futuros hijos, no veía otra. Siguiente momento mágico: 27 años, durante mi residencia. Estuve presente en una cesárea y ¡sorpresa! Al nacer el bebé, la pediatra lo puso sobre su madre… Ahí empieza toda una charla con ella de horas de duración sobre contacto piel con piel, lactancia… Asombroso todo lo que me contó. (Gracias, Ana). Y poco después me quedé embarazada. Todo este rollo para llegar a una reflexión… La lactancia materna no está normalizada. A pesar de eso, creo que las cosas están cambiando. Pero puede ser una percepción subjetiva mía: Mi mundo, parte de mi trabajo, mis amigas, mis conversaciones, cursos, lecturas… Giran en torno a ella. Y yo pongo mi granito de arena para conseguirlo. Ahora voy con la historia. Me parece interesante contarla. Para que la lean (leáis) otras profesionales, asesoras… Para que Pepe la lea algún día. Para que mi familia y amigos la conozcan mejor. Para que otras mamis con dificultades sepan que es posible… Me quedé embarazada. Sabía poco, muy poco de lactancia. Que la leche materna tiene inmunoglobulinas, y es lo mejor para el bebé. Eso recordaba de la carrera. Poco más. Buscando información sobre el embarazo por internet di con Carlos González. Me leí su libro de lactancia materna… ¡Y descubrí todo un mundo! Entre otras cosas, que todas las madres pueden amamantar, salvo un pequeño porcentaje… no me iba a tocar a mí. Pero al final del embarazo algo me preocupaba. No había notado cambios en mis pechos, solo los pezones algo más oscuros, pero nada de pechos hinchados o tensión. No le di demasiada importancia. Llegó el parto. Todo iba bien, soportaba las contracciones perfectamente con mi pelota y en la ducha. Pero hubo un momento en que empezó a haber interferencias, y ahí se torció todo un poco. Me vi un poco condicionada a pedir la epidural, no me pudieron pinchar bien (me dolió más que las contracciones)… y no hizo efecto. Todo esto provocó que saliera de mi “planeta parto” y el expulsivo me resultase muy duro. Pero bueno, Pepe nació (con ventosa) e hicimos piel con piel. A los pocos minutos noté cómo se enganchaba a mi pecho izquierdo. Genial. Tuve la suerte de que la pediatra de guardia era Ana. Vino a vernos al final de la tarde. Pepe estaba enganchado a la teta, y me enseñó cómo el calostro salía. Y yo estaba feliz. Todo iba sobre ruedas. Quedamos en vernos en una semana. A los 5 días la llamé: No notaba subida de leche, Pepe estaba horas y horas enganchado, no hacía cacas… Quedamos en pesarlo a la semana. Había perdido el 10% del peso. Justito. Pero lo exploró, observó la toma… no veía signos de alarma, así que quedamos en vernos a los 6 días. Seguía sin hacer cacas. Cogió algo de peso, pero poco. Buen aspecto, despierto, hidratado… Pero seguían las tomas interminables. Colechábamos, hacíamos piel con piel, mamaba a demanda… ¡no podía ser yo el 1% de mujeres que tienen problemas! Al cumplir 11 días Pepe hizo caca, mucha caca. Bien, algo va mejorando… Día 21 de vida, de nuevo fuimos a ver a Ana. No había recuperado el peso de nacimiento… Lloré. La matrona me consoló. Alfonso me consoló… Pero yo lloraba. Decidimos suplementar, sólo sería algo temporal. Me enseñó a hacerlo mediante un relactador casero, con sondas finitas, para que no hubiera confusión tetina pezón y no rechazara el pecho. Además, de esa forma, no sólo tomaba el suplemento, sino que succionando de mi pecho estimulaba también la producción de leche. Recuerdo que le di allí una toma y durmió como nunca había dormido. Nos dio mucha pena a su padre y a mí (he de decir que conté con su apoyo en todo momento). Recuerdo que Ana me sugirió que le diera leche de alguna amiga-mamá-lactante… Entonces no fue posible, ahora sé de sobra que sí. Así que recurrimos a la leche artificial, ya que mi leche extraída era muy poca. Me estimulaba con sacaleches eléctrico, unas 8 extracciones por el día y una por la noche, pero no conseguía sacar más de 10 ml entre los dos pechos. Era muy frustrante. A partir de ahí empezó otra etapa de nuestra lactancia. Durante meses estuve apuntando en una libreta lo que Pepe tomaba en cada toma, con la esperanza de poder reducir suplementos en algún momento… No pudo ser. No se quedaba saciado si no tomaba el suplemento. Siempre lo hacía con el relactador, para que me estimulara el pecho a la vez que suplementaba y no usé biberones. De esa forma, Pepe se alimentaba siempre a través de mi pecho. Cuando empecé a suplementar busqué ayuda en un foro donde sabía que había excelentes asesoras. Me costó, soy muy defensora de mi intimidad, pero lo hice. Patricia se interesó por nosotros… Me recomendó hacerme una analítica, para descartar algún problema funcional. Yo suponía que no lo habría, pero le hice caso. Todo normal. Indagó sobre posible frenillo…-” No, lo ha mirado Ana y dice que no…”-Le dije. Pero ella no lo descartó, su experiencia le dice que los frenillos están detrás de muchos de los problemas que hay con la lactancia, y no se equivocó. Por fotos no se veía muy claro. Se puso en contacto con otras asesoras (gracias Inés, si me lees). Ella (ginecóloga) pensó en una posible micro- retención de placenta… Mi ginecóloga, que además estuvo en el parto, lo veía improbable, pero aún así me hizo una ecografía que resultó ser normal, y tampoco hubo respuesta al tratamiento que Inés me indicó. Esa era mi última esperanza de encontrar una solución y no resultó. Fue otro momento duro. Aquí hablamos de 3 meses de vida de mi cachorro luchador. Y seguimos con lactancia mixta. En algún momento de esta historia me di cuenta de que mis pechos se habían vuelto demasiado asimétricos. Le mandé a Patricia una foto. Cuadraba con una posible hipoplasia mamaria. Aunque todo estaba en el aire, los síntomas encajaban con este diagnóstico aún por confirmar. Pasamos la barrera de los 6 meses, todo un reto para mí. Superamos la incorporación al trabajo. Pepe me demostró que nuestra lactancia era realmente un vínculo especial, no se destetó. Cuando Pepe tenía 8 meses se celebraron en Málaga unas jornadas de lactancia organizadas por la asociación Criar con Apego. No podía perdérmelas. Fuimos. De ponente iba Helena Herrero y Patricia le había comentado nuestro caso; de hecho expuso un resumen. Le pedí que por favor valorase el frenillo de Pepe y confimó que tenía un tipo 3. Me lo temía… Me había fijado en cómo otros bebés sacaban mucho la lengua y Pepe no. Así que ahí termina mi investigación (y cierta frustración personal) en averiguar el por qué de mi hipogalactia: La conclusión que sacamos fue que se debió a la unión de varios factores: posible hipoplasia de glándula mamaria, más frenillo, junto con poca estimulación durante los primeros días (bebé dormilón: Debería haberlo despertado más y empezar a estimularme antes…). Sin embargo, eso no fue impedimento para que Pepe y yo disfrutáramos de una lactancia prolongada. Pepe mamó hasta los 4 años y se destetó en el 7º mes de embarazo de su hermana’. La historia de la lactancia con Maya En este segundo embarazo, ya tenía la experiencia previa de la lactancia con Pepe. Lactancia que aunque fue placentera y duradera, fue muy dura. Me costó asumir el hecho de no haberle podido alimentar en exclusiva con mi leche y lloré muchísmo por ese motivo. Así que, en esta ocasión, ya estaba preparada para cualquier cosa, incluyendo la posibilidad de no poder dar el pecho en exclusiva de nuevo. Sin embargo, era optimista, en mi interior quería pensar que mi experiencia anterior no me iba a condicionar. Que lo iba a conseguir. Tampoco en esta ocasión noté crecimiento en mis pechosdurante el embarazo, a lo que no quise dar mucha importancia, y además, me preparé desde varias semanas antes del parto extrayendome calostro (pocos mililitros) para suplementar a Maya por si acaso. Así, Maya nació en un parto maravilloso y respetado, en casa, tal y como habíamos decidido. Nada más nacer me la puse al pecho, y se enganchó. Estuvimos horas piel con piel… Durante 2-3 días tuve algo de dolor, pero poca cosa, y se corrigió mejorando el agarre. Sin embargo, ocurrió lo mismo que con su hermano. Pasaron los primeros días y apenas hacía pis, y respecto a las cacas, después de expulsar el meconio, no hizo caca durante varios días. No llegó a perder peso, pero tampoco ganaba, así que cuando ya tuvo 15 días empecé a suplementar. En esta ocasión, ya tenía mi red de lactancia, por lo que una gran amiga me donaba su leche, y yo le daba 5-10 ml en las tomas, siempre con relactador. Además, realicé una extracción poderosa durante tres días, con sacaleches hospitalario, y aún así, no conseguí sacar más de 10-15ml por toma. Así que mi amiga me estuvo donando durante dos meses aproximadamente, y a partir de ahí, continué suplementando con leche artificial. Es cierto que Maya tomaba muy poco suplemento, como máximo 120ml al día. Pero también es verdad que éste le hacía falta, si no lo tomaba no ganaba peso suficiente. Aunque esta situación no me cogió por sorpresa, igualmente lo pasé muy mal ya que siempre mantuve la esperanza de que no volviera a ocurrir. Fue un puerperio muy duro, me removió muchas cosas y me confirmó que realmente había un problema de producción de leche por mi parte. Sin embargo, esta hipogalactia ya confirmada, seguramente por una hipoplasia mamaria, no me ha impedido disfrutar de la lactancia materna con mis dos hijos. Actualmente Maya tiene dos años y medio, y sigue tomando teta. Por eso, animo a todas las madres con dificultades en la lactancia a buscar ayuda, y en el caso de no conseguir una lactancia materna exclusiva, saber que eso no es determinante para conseguir una lactancia placentera y prolongada. En cuanto a mis conclusiones personales, he aprendido mucho de todo esto. Lo primero, y más importante, que esto de la lactancia es sencillo cuando va bien, pero cuando no… Hay un mundo entero de cosas que aprender y del que nunca me cansaré. Quizás si todo hubiera ido bien, no habría investigado. No habría aprendido tanto y ahora no podría ayudar a otras madres y bebés que lo necesitan. No me habría puesto en contacto con Mamás que Miman y no habría conocido a gente maravillosa que me aportan muchísimo (Maru, Myriam y demás chicas del grupo). No habría asistido a los Congresos y cursos, y me habría perdido conocer a tantas personas maravillosas (Patri, Laura, Paloma, Teresa, Ruth, Rocío y más… No puedo nombraros a todas). No sería parte de Mamás que Miman, con todo lo que ello conlleva. Y algo que me parece realmente maravilloso, la inmensa red virtual de madres, bloggeras y no bloggeras que estamos ahí día a día, informándonos, escribiendo, leyéndonos, compartiendo sabiduría. Una red imprescindible para sustituir a la antigua “tribu”. Esa tribu de hace años que transmitía los conocimientos y habilidades necesarias para mantener la lactancia materna generación tras generación. Gran tribu virtual que luchamos por la normalización y respeto a la lactancia materna, y a los niños en consecuencia. Gracias a todas. Gracias Patricia. Volver al índice 5. AMAMANTANDO A GEMELOS Esta es la historia de Ivonne, mamá de dos gemelos que con dos años de edad aún seguían tomando pecho. Si la lactancia en general está llena de mitos, la lactancia en múltiples es algo que se considera prácticamente imposible. Al menos de forma exclusiva: ‘Si muchas mujeres no tienen leche para un bebé, ¿cómo van a tener para dos?’ Sin embargo, hay mamás que dan el pecho a sus gemelos o mellizos. Mamás informadas y empoderadas. Con confianza en sí mismas. E Ivonne es un excelente ejemplo de ellas. Nadie dijo que fuera fácil, pero que merece la pena, ¡Por supuesto! Ella misma nos lo cuenta: Cuando era jovencita, con 21 ó 22 años ya soñaba con ser madre. Siempre me atrajo la idea de la maternidad. Me veía con un bebé en brazos, feliz, y alimentándolo directamente de mi pecho. Así es como yo me imaginaba cuando fuera madre. Por su puesto, eso no era más que una idea lejana, ya que en aquellos momentos mis circunstancias no eran las más adecuadas para tener un bebé. Pasaron los años, y conocí al que es hoy mi marido. Él siempre supo de mis ganas de ser madre y de formar una familia. Así que, nos casamos y cuando volví del viaje de novios ya estaba embarazada. Yo estaba eufórica cuando me hice el test, pero él no se lo terminaba de creer. Así que pedimos cita con una ginecóloga para que me viera lo antes posible. Era la primera vez que acudía a su consulta, así que no la conocía ni tenía confianza con ella. Nada más atendernos nos gastó una broma: Nos dijo que se había acabado el gel para hacer las ecografías, por lo que no me la iba a poder hacer, aunque podía atendernos de todas formas. ¡A mí casi me da algo! Estaba loca por ver a mi bebé y sólo de pensar que tendría que esperar unos días más se me hacía insoportable. Afortunadamente, la doctora estaba bromeando, por lo que en unos minutos ya estaba haciendo la ecografía: —Pues sí, estás embarazada. Y de 8 semanas. ¡Enhorabuena!- Y añadió: -Bueno, ¿ Y cuántos esperas? —¿Cómo que cuántos espero? Pues uno ¿Cuántos hay? —Pues aquí hay más de uno. Son dos -Me quedé en shock-. —¡Lo sabía!- dijo mi marido. —¿Pero tú qué ibas a saber? -le dije- ¡Si ni siquiera creías que estaba embarazada! - Pero está de broma, ¿no?- Le pregunté a la doctora. (Pensaba que era otra broma después de la que me había gastado del gel). —No -dijo. -No estoy de broma, porque además esto es algo muy serio. Entonces, de repente, empezó a hablar de los peligros de los embarazos gemelares. Del síndrome de transfusión feto-fetal, de las posibilidades de intervención quirúrgica, de que podían ser prematuros, que nacerían por cesárea…etc. Conforme iba contando las cosas, yo estaba cada vez más asustada y agobiada. Se me saltaron las lágrimas y me preguntaba qué había hecho yo para merecer esa desgracia. Porque tal y como me lo estaba pintando, era eso, una desgracia, ya que todo eso malo me iba a pasar a mí. Cuando terminó de contarme, yo temerosa, le pregunté: —Doctora -¿Existe la posibilidad de que todo eso que me ha contado no me pase y mis hijos salgan adelante? —Sí, claro que sí. Entonces me quedé algo más tranquila, pero ya me había transmitido mucho miedo y cuando llegué a casa de mi madre para contarle, no hacía más que llorar: Que es muy peligroso mamá- le decía- Que se puede morir uno de los dos, o se pueden morir los dos, yo no sé si voy a poder con esto…-Estaba aterrorizada. Ya más adelante empecé a buscar información, busqué una segunda opinión y ya me tranquilicé un poco. Me di cuenta de la cantidad de gemelos que había en el mundo. Que sí que había cierto riesgo, pero que no tenía por qué pasar nada. Aún así, a pesar de la mala experiencia que tuve en la primera consulta con esa ginecóloga, decidí continuar el seguimiento del embarazo con ella. Durante los primeros meses de embarazo, apenas pensé en la lactancia materna. No era algo que tuviera en mente, ya que lo que me preocupaba era que mis hijos sobrevivieran. Poco a poco, el embarazo fue avanzando y todo iba bien. Los bebés estaban creciendo correctamente y todas las revisiones estaban estupendamente. Fue entonces, cuando ya volvió a mi cabeza el tema del pecho. Si siempre había tenido esa idea, siempre había soñado darle el pecho a mi hijo… ¿Por qué iba a cambiar al ser dos? ¿Es que al ser dos tenían menos derecho? Yo tenía claro que quería amamantar, así que empecé a buscar información. Además, tengo una amiga, Raquel, que estaba embarazada de un poquito más que yo y también iba a darle el pecho a su hijo. Raquel me ayudó muchísimo. Ella era una máquina de devorarinformación. Leyó todo lo que había que leer sobre lactancia (por supuesto, la base fue ‘Un regalo para toda la vida’ de Carlos González), y a su vez, me lo iba transmitiendo a mí. Ella me dió mucha confianza y mucho apoyo. Como ella leía tanto, contrastaba y se preocupaba, un día le pregunté: —Raquel, ¿qué biberones vas a comprar?- y ella me dijo: —Ivonne, yo no voy a comprar biberones. No hacen falta. —¿Pero cómo que no hacen falta, eso cómo va ser? —Que no mujer, con el pecho es suficiente, no necesitan nada más. —Pero y ¿si hacen falta en un momento determinado? ¿Qué vas a hacer? —Bueno, pues si me hicieran falta ya iría a la farmacia a comprarlos, pero desde luego no los voy a comprar de antemano. Sin embargo, el resto del entorno no era muy favorable. Cuando la gente me preguntaba y les decía que traía gemelos y que quería darles el pecho, se echaban las manos a la cabeza: —¡Uy! Tú estás loca.- Decían. —No sabes lo que es eso. No vas a poder. Con dos es mucha paliza… —Incluso una chica se echó a reír y me dijo: - ¡No vas a aguantar ni una semana! En fin… Lo que escuchaba era desánimo por todos lados. Y yo, siempre respondía: -Bueno, pues yo voy a intentarlo. Sin embargo, conforme fue avanzando el embarazo, y más gente auguraba que no iba a poder, más ganas tenía yo de conseguirlo. Fui empoderándome a mí misma. ¿Que no lo voy a hacer? Pues ya veréis. Lo conseguiré. Además, había otro motivo poderoso que me impulsaba a dar el pecho a mis hijos. Nuestra situación económica entonces no era muy buena. Yo no trabajaba y mi marido cobraba el paro. Me puse hacer cuentas sobre lo que costaría alimentar a mis dos hijos con leche de fórmula, y no me salían los números. La verdad, no nos lo podíamos permitir. Así que eso también me apretó un poquito las tuercas: Tenía que darles el pecho. Aún así, mi confianza y mi ánimo sufrieron otro duro golpe en las clases de preparación al parto. Eran charlas impartidas por matronas, y la última, estaba dedicada a la lactancia. Allí, contaban alegremente que el pecho era ‘lo mejor’, pero que el biberón, también estaba bien. Entonces, cuando yo comenté que traía gemelos y que quería darles el pecho, la matrona casi que se rió de mí. Me dijo que eso no podía ser. Que durante los primeros 20 días sí, pero que después se quedarían con hambre y tendría que darle una ‘ayuda’ de biberón. Y eso era así, no había otra opción. Yo salí de esa clase totalmente desanimada y convencida de que ésa era la realidad. Que había sido una ilusa al pensar que se podía dar el pecho a gemelos sin necesidad de ‘ayuda’, y me hubiera dado por vencida si no hubiera sido por Raquel. Allí estaba ella una vez más dándome ánimos e información veraz y contrastada: —Que no Ivonne, que no. No es así. Tus bebés no se van a quedar con hambre. Cuanto más te los pongas al pecho más leche vas a tener. A más succión, más producción. Eso es así. —Pero es que la matrona me ha dicho que tengo que hacer lactancia mixta. ¡Raquel, tengo que comprar los biberones! —Que no Ivonne, que no hacen falta. Si de verdad quieres darles el pecho, es mejor que te los pongas mucho. Pero no compres los biberones. Y no los compré. Y otra persona que me ayudó mucho, fue una prima mía que vive en Alemania. A pesar de que ella dio el pecho sólo 6 meses sabía que a más estímulo del pecho, más leche iba a tener, y así me lo transmitió. Y en ese punto estaba. Muchas opiniones en contra, y un par de ellas a favor. Mi marido sin embargo, se mantenía al margen. Le parecía bien mi intención de dar el pecho, no me desanimaba como los demás, pero tampoco me alentaba. A partir de la semana 24 estuve de reposo por amenaza de parto prematuro. Cada vez que me movía empezaba con contracciones, así que no me quedó otro remedio. Como apenas me movía, engordé bastante. ¡A lo largo del embarazo puse 30kg! (Que después del parto fui perdiendo poco a poco, ¡gracias a la lactancia!). Lo bueno del reposo, es que me quedaba mucho tiempo para leer. Una amiga que vive en Madrid y que también había dado el pecho a su hijo me metió en un grupo de Facebook sobre lactancia. Se trataba de un taller de lactancia del centro de salud de Rivas, llevado por una matrona y donde daban mucha información sobre lactancia. Me animé a contar mi caso y mis preocupaciones y una chica me contestó y me animó. Me comentó, que ella también tenía gemelas y les había dado el pecho de forma exclusiva. Que se podía hacer. Me dió su teléfono y en unos días hablamos. Yo estaba deseando conocer su experiencia. Para mí era muy importante porque era alguien que había pasado por la misma situación. Alguien que sabía perfectamente los miedos que yo estaba pasando (porque ya los había experimentado) y que los había superado. Alguien que había conseguido lo que yo deseaba. Y si ella lo había hecho, ¿Por qué no lo iba a hacer yo? Y ya pues el colofón final, fue el día antes del parto. Tenía que ir a recoger mi parte de baja, y allí había otra doctora sustituyendo a la mía. Le conté un poco: Que me inducían el parto al día siguiente, que eran gemelos… y entonces me preguntó: —Y qué vas a hacer, ¿tienes pensado darles pecho? - En ese momento se me vino el mundo encima- puuff- pensé. Otra que me va a decir que no voy a poder. Y contesté: —Sí, me gustaría darles el pecho. —Enhorabuena -me dijo- Es estupendo que quieras hacerlo. Que sepas que es perfectamente posible amamantar a gemelos. En ese momento todo cambió. Por fin un profesional de la salud me transmitía confianza para hacer lo que tanto deseaba: Amamantar a mis hijos. Ella me explicó que era asesora de lactancia y me dio su teléfono por si tenía alguna duda. Yo salí encantada, comentandole a mi marido la suerte que habíamos tenido de que el destino hubiera puesto a esa persona en nuestro camino, justo un día antes de dar a luz. En la semana 36 me indujeron el parto. Ahora, si volviera atrás haría las cosas de otra forma, porque sé que no había un motivo real para hacerlo. Pero afortunadamente, todo fue bien y me quedo con eso. Tenía muchos miedos respecto al parto. Uno de ellos era que acabase en cesárea, cosa que me habían advertido varias veces que podría pasar, y otro, que necesitaran estar en incubadora. Eso me aterraba. Por otro lado, estaba deseosa de ver a mis hijos y cogerlos en brazos. Empezaron la inducción por la mañana y a las 5.30 de la tarde ya me llevaron a paritorio. Un paritorio llenísimo de gente: varias matronas, la ginecóloga, auxiliares, pediatras… A pesar de todo eso, yo quise parir desnuda. Tenía muchas ganas de hacer piel con piel y no quise taparme con nada. Mario nació primero, me lo pusieron encima unos minutos, pero enseguida se lo llevaron. Yo lo escuchaba llorar y se me partía el alma. A los 10 minutos nació su hermano. Me lo pusieron en el pecho y a él lo dejaron estar un poco más por lo que su padre pudo cortarle el cordón. Ya parecía que estaba el ambiente un poco más relajado. A pesar de que en paritorio me habían preguntado si quería darles el pecho, al poco de nacer y tras ese piel con piel tan escaso, me dijeron que tenían que llevarlos a neonatos. No porque les pasara nada, los bebés estaban perfectamente. (Habían pesado 2.100g y 2.200g), simplemente para vigilarlos y observarlos durante dos horas. Se los llevaron en una cunita, me llevaron a planta y yo me quedé de repente vacía. Esas dos horas para mí han sido las peores y más largas de toda mi vida, fueron desgarradoras. Solo quería estar con mis hijos… Mientras los esperaba en la habitación, vino la pediatra de guardia, que me informó que mis hijos estaban bien y que iban a subir conmigo. Además, me dio pautas para darles leche de fórmula, advirtiéndome que era muy importante que así lo hiciera, ya que estaban muy bajos de peso y debían engordar rápidamente. Y así se evitaban las hipoglucemias e ingresos innecesarios. Le dije que me los pondría al pecho enseguida, y me contestó que no hacía falta: Les acababan de dar un biberón y no iban a tener hambre. Cuándo le pregunté por qué les habían
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