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Lactancia_materna_casos_reales_de_superación_La_lactancia_no_siempre

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LACTANCIA	MATERNA.
CASOS	REALES	DE	SUPERACIÓN
La	lactancia	no	siempre	es	fácil,	pero	es	posible.
Carmen	Vega
Smashwords	Edition
Copyright	©	2016	Carmen	Vega
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respetar	el	arduo	trabajo	de	la	autora.
Derechos	de	autor
Imagen	de	la	portada	cedida	por	Eva	y	Arián
Imagen	relato	Lactancia	y	ansiedad	autoría	de	Elena	Martínez	segurado
Imagen	de	relato	Lactancia	inducida	autoría	de	Brian	Palacio
Resto	de	imágenes	de	relatos	cedidas	por	las	protagonistas
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info@consultalactanciasevilla.es
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mailto:info@consultalactanciasevilla.es
ÍNDICE
Agradecimientos
Introducción
Relatos
1.	Grietas	y	dolor	al	dar	el	pecho
2.	Mastitis	de	repetición
3.	Amamantar	tras	una	cesárea
4.	Lactancia	materna	con	baja	producción	de	leche:	Hipogalactia
5.	Amamantando	a	gemelos
6.	¿Y	si	vienen	3?	¿Es	posible	dar	el	pecho	a	trillizos?
7.	Dar	el	pecho	a	una	prematura	extrema
8.	Continuar	la	lactancia	materna	tras	la	incorporación	al	trabajo
8.1.	Mantener	la	lactancia	tras	incorporación	a	las	7	semanas
8.2.	Mantener	la	lactancia	tras	la	baja	maternal	(16	semanas)
8.3.	Mantener	la	lactancia	trabajando	varios	días	fuera	de	casa
9.	Ansiedad	y	lactancia
10.	Relactación	tras	ingreso	por	deshidratación
11.	Dar	el	pecho	siendo	madre	joven
12.	Cuando	diagnostican	a	tu	bebé	de	fibrosis	quística.	¿Es	la	lactancia	un
problema?
13.	Amamantando	a	un	bebé	con	labio	leporino
14.	Lactancia	inducida	¿Es	posible	amamantar	a	un	bebé	que	no	has	gestado?
15.	Ictericia	neonatal	y	lactancia	materna
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
A	Eva,	por	abrirme	la	puerta	a	esta	maravillosa	aventura.
A	mis	hijos,	por	ser	motivo	de	alegría	cada	día	y	hacerme	sentir	plena.
A	mis	bebés	estrella.	Por	enseñarme	valorar	las	cosas	importantes	y	a	disfrutar
de	la	vida.
A	mi	marido,	porque	mientras	escribo	este	libro.	Él	hace	TODO	lo	demás.	Por
creer	en	mí	y	acompañarme	en	este	camino	dejando	otras	cosas	de	lado.
A	mi	familia,	que	sin	especial	interés	en	la	lactancia	se	han	volcado	conmigo	en
este	proyecto.	En	especial	a	mi	madre,	dedicar	tanto	tiempo	a	leer	y	comentar	el
borrador.
A	Patricia.	Por	TODO	lo	que	me	enseñado	de	lactancia,	siempre	de	forma
desinteresada	y	paciente.	Por	demostrar	cada	día	con	su	labor	que	no	hace	falta
ser	sanitario	para	ser	experto	en	lactancia.
A	‘mis	niñas’	del	grupo	de	lactancia.	Por	darme	la	oportunidad	de	formar	parte
de	vuestras	vidas	y	la	de	vuestros	hijos.	Para	mí	es	un	placer	y	un	lujo	poder
disfrutar	como	espectadora	del	éxito	de	vuestras	lactancias,	viendo	a	vuestros
hijos	crecer	a	través	de	vuestro	pecho.	Gracias	por	ese	regalo	y	por	hacer	que
merezca	la	pena.
A	todas	las	GRANDES	mujeres	de	este	libro.	GRACIAS	por	vuestra	generosidad
por	haber	compartido	una	parte	tan	íntima	y	especial	de	vuestra	vida	para
ayudar	a	otras	madres.
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INTRODUCCIÓN
La	lactancia	materna	es	la	forma	natural	en	la	que	se	alimentan	los	bebés
humanos.	O	al	menos	así	ha	sido	durante	mucho	tiempo.
Sin	embargo,	hoy	en	día,	a	pesar	de	que	la	mayoría	de	las	mujeres	quiere	dar	el
pecho,	muy	pocas	consiguen	una	lactancia	más	allá	de	los	3	meses,	y	menos	aún,
continúan	el	tiempo	que	recomiendan	los	organismos	oficiales	(Organización
Mundial	de	la	Salud,	Asociación	Española	de	Pediatría),	que	son	dos	años,	o
más.
Esto	es	así	por	varios	motivos,	todos	ellos	importantes:
En	primer	lugar,	las	mujeres	hemos	perdido	la	confianza	en	nosotras	mismas	y
en	nuestro	cuerpo.	Cuando	le	preguntas	a	una	mujer	embarazada	cómo	piensa
alimentar	a	su	bebé,	te	dice:	-	Quiero	darle	el	pecho.	-	pero	aclara:	-	Si	puedo…
Esa	misma	mujer	no	se	plantea	si	sus	pulmones	serán	capaces	de	coger	el	aire
para	respirar,	si	su	corazón	podrá	bombear	la	sangre	o	si	sus	riñones	podrán
filtrarla…	Sin	embargo,	sí	que	le	preocupa	que	su	glándula	mamaria,	no	pueda
realizar	el	trabajo	para	el	que	fue	diseñada.	Es	curioso,	¿no?
Si	sólo	hay	un	5%	de	mujeres	que	tienen	una	causa	médica	real,	que	implique
una	baja	producción	de	leche.	Entonces,	¿por	qué	hay	tantas	mujeres	que	se	han
quedado	sin	leche,	o	no	‘han	tenido	leche’	suficiente	para	amamantar	a	sus	hijos?
Por	un	lado,	hemos	perdido	la	cultura	de	la	lactancia.	La	mayoría	de	los	bebés
son	alimentados	con	biberón.	Esto	hace,	por	un	lado,	que	a	nuestro	alrededor	no
veamos	bebés	amamantados.	Que	no	crezcamos	viendo	la	postura	normal	de	un
bebé	cuando	toma	el	pecho,	su	comportamiento	habitual,	su	patrón	de
crecimiento…	Todo	esto,	muy	diferente	a	cuando	un	bebé	toma	biberón.
Es	decir,	patrones	totalmente	normales	de	niños	amamantados	son	interpretados
como	‘patológicos’	simplemente	porque	difieren	al	de	los	bebés	alimentados	con
fórmula	artificial.
Esto	genera,	en	muchos	casos,	comentarios	del	entorno	hacia	la	madre	que	le
provocan	más	inseguridad	aún	y	le	hacen	dudar.
Comentarios	como:
—¿Otra	vez	le	vas	a	dar	el	pecho?	Pero	si	sólo	hace	una	hora	que	le	diste.	Eso	es
que	tu	leche	no	le	llena…
—Lo	tienes	todo	el	día	enganchado.	¿Por	qué	no	le	das	un	biberón	y	descansas?
—Está	llorando.	Seguro	que	tiene	hambre	porque	no	tienes	suficiente	leche.
Y	podría	seguir	con	muchos	más…
Como	digo,	la	inmensa	mayoría	de	las	veces,	estos	comentarios	son	infundados
(no	malintencionados),	y	el	comportamiento	del	bebé	es	normal.
Eso	en	el	caso	de	que	la	lactancia	‘vaya	bien’.	Quiero	decir,	si	la	lactancia	sigue
su	curso	normal,	no	hay	ningún	problema	ni	dificultad,	aún	así,	hay	cierto	riesgo
de	abandono,	simplemente	por	no	conocer	el	comportamiento	normal	de	un
bebé.
¿Qué	pasa	entonces	cuando	hay	alguna	dificultad?	Si	la	madre	tiene	dolor,
grietas,	si	el	bebé	‘no	pone	peso’	suficiente…	¿A	quién	acudir?
Esto	es	un	tema	que	daría	para	otro	libro,	pero	en	resumen:	Los	sanitarios	no
tenemos	por	qué	tener	formación	en	lactancia.	El	pediatra	de	tu	hijo	no	tiene	por
qué	saber	si	la	postura	o	el	agarre	es	correcto,	y	si	eso	está	influyendo	en	la
transferencia	de	leche	y	por	eso	tu	bebé	no	gana	peso.	Tu	médico	de	familia	o
ginecólogo	tampoco	se	ha	formado	en	lactancia	y	puede	que	te	diga	que	‘tener
grietas	es	normal’,	y	que	debes	aguantar	hasta	que	‘los	pezones	se	hagan’.
No	tienen	por	qué,	a	no	ser,	que	se	hayan	formado	específicamente	en	eso
porque	durante	los	años	de	carrera	no	se	toca	el	tema	de	la	lactancia,	y	se	hace
muy	poco	durante	la	especialidad.
Afortunadamente,	esto	va	cambiando.	Cada	vez	más	profesionales	sanitarios	le
damos	la	importancia	que	se	merece	la	lactancia	materna,	como	un	tema	de	salud
pública	que	es,	y	nos	preocupamos	y	ocupamos	de	formarnos	en	ella.	Aún	así,
por	desgracia,	la	mayoría,	no	lo	está,	por	lo	que	se	continúan	dando
recomendaciones	erróneas,	malos	consejos	médicos	sin	evidencia	científica	y
recomendaciones	de	destete	innecesarias.	Sí,	éste	es	otro	handicap	para	que	la
lactancia	vaya	bien.
Por	todo	esto,	es	muy	importante	que	las	mujeres	que	desean	amamantar	a	sus
hijos	tengan:
•	Información:	Es	conveniente	leer	sobre	lactancia	durante	el	embarazo.	No
podemos	delegar	todo	en	los	sanitarios.	Las	mujeres	deben	estar	formadas	e
informadas,	y	adelantarse	a	los	problemas	que	puedan	surgir.
•	Confianza:	En	su	cuerpo,	en	su	capacidad	para	amamantar,	de	producir	leche.
Que	tu	madre	o	tu	vecina	no	haya	dado	el	pecho	no	significa	que	tú	no	puedas
hacerlo.	Recuerda,	sólo	el	5%	de	las	mujeres	tiene	un	problema	médico	que	se	lo
impide	o	dificulta.
•	Apoyo:	Las	mujeres	que	amamantan	necesitan	apoyo.	El	de	su	pareja	es
fundamental.	El	papel	del	padre	es	clave	para	que	la	lactancia	vaya	bien.	Por	eso,
el	padre	debe	estar	también	informado.	Aunque	él	no	pueda	dar	el	pechodirectamente,	puede	hacer	otras	muchas	cosas	que	ayuden	a	que	funcione	la
lactancia.
•	Experiencia:	Lógicamente,	si	es	nuestro	primer	hijo,	no	tenemos	experiencia
propia	en	lactancia,	pero	sí	que	podemos	rodearnos	de	mujeres	que	sí	la	tengan.
Acudir	a	grupos	de	apoyo	a	la	lactancia	puede	ayudar	a	recuperar	esa	cultura	de
la	lactancia	que	nos	falta,	y	comprobar	de	primera	mano,	cómo	se	comportan	los
niños	amamantados.	Recomiendo	acudir	a	ellos	lo	antes	posible,	ya	desde	el
embarazo,	y	por	supuesto	para	resolver	cualquier	duda	relacionada	con	la
lactancia.
Por	todos	estos	motivos,	me	decidí	a	escribir	este	libro.
Aquí,	encontrarás	testimonios	de	mujeres	reales,	mujeres	normales	que	han
tenido	dificultades	con	la	lactancia	o	simplemente	circunstancias	especiales	que
han	sabido	afrontar.	Mujeres	más	o	menos	informadas	en	el	embarazo	o	con	más
o	menos	apoyo,	pero	que	ante	las	adversidades	han	buscado	ayuda	y	recursos
para	continuar	con	la	lactancia,	y	han	podido	y	sabido	disfrutar	de	ella,	con
espíritu	de	lucha	y	superación.
La	idea	de	este	libro	es	animar	a	todas	las	mujeres	que	quieren	dar	el	pecho.	Que
no	se	vengan	abajo	si	surge	algún	problema.	Que	sepan	a	quién	acudir,	y	que
vean	como	otras	mujeres,	como	ellas,	lo	han	hecho	y	tengan	las	herramientas
necesarias	para	afrontar	estas	adversidades.
También	puede	ser	una	ayuda	a	nivel	práctico	para	profesionales	relacionados
con	la	lactancia	materna,	tanto	sanitarios,	como	asesoras	de	lactancia.
Espero	que	lo	disfrutes
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RELATOS
1.	GRIETAS	Y	DOLOR	AL	DAR	EL	PECHO
Las	grietas	y	el	dolor	al	dar	el	pecho	son	una	de	las	causas	más	comunes	de
abandono	de	la	lactancia	durante	los	primeros	meses.	Y	es	lógico.	¿Cómo
aguantar	toma	tras	toma,	día	tras	día	un	dolor	insoportable?
Muchas	mujeres	se	sacrifican	por	sus	hijos.	Hacen	ese	esfuerzo	porque	saben
que	la	lactancia	materna	es	el	mejor	alimento	que	puede	tomar.	Pero	el	entorno
no	entiende	ese	sacrificio.	No	comprenden	por	qué	aguantan	el	dolor.	Para	ellos,
no	tiene	sentido	el	sufrimiento,	porque	la	alimentación	del	bebé	se	solucionaría
simplemente	administrándole	un	biberón.	Y	en	parte,	tienen	razón:	Estas	mujeres
no	tienen	por	qué	pasarlo	mal,	aunque	la	solución,	no	es	la	lactancia	artificial.
La	lactancia	materna	no	tiene	por	qué	doler.	No	es	para	sufrir,	sino	para	disfrutar.
La	maternidad	está	cargada	de	muchas	connotaciones,	entre	ellas	el	de	mujer
entregada	y	sacrificada	por	su	hijo.	Y	quizás	es	así,	pero	no	en	la	lactancia.	La
naturaleza	es	sabia,	y	el	dolor	es	señal	inequívoca	de	que	algo	va	mal.	Es	una
llamada	de	nuestro	cuerpo	que	nos	indica	que	debemos	hacer	un	cambio.
¡No!	Los	pezones	no	‘tienen	que	hacerse’,	ni	que	‘curtirse’.	Tampoco	quiere
decir	que	tengas	‘una	sensibilidad	especial’.	Por	más	cremas	y	potingues	que	te
pongas,	si	no	se	corrige	el	problema	de	base,	la	grieta	no	se	solucionará.
Tener	grietas	durante	la	lactancia	no	es	normal,	aunque	por	desgracia,	sí	que	es
algo	frecuente.
Antes	de	‘aguantar’	el	dolor	día	tras	día,	o	antes	de	abandonar	algo	que	tanto	te
importa,	busca	ayuda.	Ve	a	grupos	de	apoyo	o	contacta	con	alguien	experto	en
lactancia.	Puede	ser	un	cambio	de	postura,	de	agarre	o	un	frenillo,	pero	en
cualquier	caso,	hay	muchas	opciones	que	pueden	hacer	que	consigas	una
lactancia	satisfactoria	y	plena.	No	está	todo	perdido.
En	el	siguiente	relato,	Pili	comparte	su	experiencia.	Una	experiencia	que
ayudará,	con	toda	seguridad,	a	otras	mamás.	Nos	hace	ver	la	importancia	de
asesorarse	adecuadamente	por	personal	con	los	conocimientos	y	preparación
adecuados.	Cómo	de	esta	manera	su	sufrimiento,	sus	miedos	se	convirtieron	en
momentos	de	placer.
Diez	meses	atrás,	sentadas	en	el	salón	de	mi	casa…
—Me	pregunto	qué	se	siente	cuando	por	fin	ves	la	cara	de	tu	niña	y	la	pones
sobre	tu	pecho	-me	dice	mi	mejor	amiga	dos	semanas	después	de	nacer	mi
primera	hija.	Yo,	medio	deshecha,	desaliñada,	con	ojeras,	mirando	de	reojo	al	ser
diminuto	que	dormita	en	la	minicuna	que	tengo	al	lado,	respondo:
—No	se	puede	explicar	con	palabras…	Es	la	cosa	más	grande	del	mundo.
Quieres	reír	y	llorar.	Quieres	que	todo	desaparezca	y	quedarte	sólo	con	ella;
desnudas,	piel	con	piel,	mañana,	tarde	y	noche,	sin	hacer	otra	cosa	más	que
acariciarla,	mecerla,	dormirla.	Por	las	noches	no	duermo	porque	no	puedo	dejar
de	mirarla.	Es	preciosa.	Es	mi	niña.	¡La	he	llevado	todos	estos	meses	dentro!	Es
increíble…
De	pronto,	un	quejido	sutil	me	sobresalta,	se	me	quiebra	la	voz,	me	cambia	la
cara,	me	entra	calor,	sudo…	Falsa	alarma,	sigue	durmiendo.
—¡Uf!	-	Suspiro	aliviada
—No	entiendo.	Entonces…	Si	todo	es	tan	bonito,	si	estás	tan	contenta,	si	es	la
cosa	más	grande	del	mundo…	¿Por	qué	tiemblas	cuando	se	mueve?	¡Parece	que
le	tengas	miedo!
Miedo.	Si	yo	te	contara…	-pienso-.	Me	callo	porque	la	conozco,	porque	es	muy
aprensiva.	Si	ya	dice	que	le	da	miedo	parir,	que	prefiere	que	le	hagan	la
cesárea…Como	le	cuente	lo	que	estoy	pasando	con	el	pecho	me	la	cargo.	Pero	se
me	saltan	las	lágrimas…	necesito	desahogarme.
—Pero	¿por	qué	lloras?	No	entiendo	nada.	Me	estás	diciendo	que	estás	más	feliz
que	nunca,	pero	te	pones	a	lloriquear	con	cara	de	pena.	¿Me	lo	explicas?
—¡Es	que	me	duele!
—¿Que	te	duele	qué?	¿Los	puntos?	¡Uy!	La	verdad	es	que	eso	tiene	que	doler.
Ahí	abajo…¡Madre	mía!	No	quiero	ni	pensarlo…	Pero	bueno,	en	unos	días	se
cura.	Venga,	¡anímate!
Y	otra	vez	de	la	minicuna	viene	un	ruido…	Ya	se	despertó.	Sí,	se	ha	despertado.
Llevaba	dos	horas	durmiendo.	¿No	podía	aguantar	un	poquito	más?	Yo	ya	me
desmorono.
—Mira	que	te	lo	he	dicho,	que	hablaras	bajito.
—Bueno,	le	das	la	teta	y	ya	está.	Mira,	mira	lo	que	hace	con	la	boquita,	tiene
hambre,	está	claro.-	La	veo	abrir	la	boca	y	me	invade	el	pánico-,	¡Qué	cosita	más
linda!	¡Qué	suerte	tienes!	Además,	siendo	médico,	esto	de	la	lactancia	te	será
pan	comido,	seguro	que	te	lo	enseñaron	en	la	carrera	y	no	tienes	las	dudas	que
tienen	todas	las	madres…	Eres	una	afortunada.
—Afortunada	soy,	no	lo	dudo.	He	tenido	una	niña	sana	y	fuerte.	Tengo	un
marido	que	me	quiere,	que	me	ayuda	y	que	me	apoya	en	(casi)	todas	mis
decisiones.	Es	cierto,	soy	médico	y	quizá	eso	me	ahorre	algunos	quebraderos	de
cabeza	(que	no	todos).	Pero	al	fin	y	al	cabo,	soy	madre	primeriza	y	esto	es	algo
que	siempre	será	abrumador	y	que	no	se	aprende	hasta	que	no	se	es.	Además	y
por	descontado,	en	mi	cuerpo	reina	el	mismo	caos	hormonal	que	en	cualquier
recién	parida	y	también	tengo	una	madre	y	una	suegra	(esto	es	algo	que,	por
desgracia,	no	todas	tienen,	pero	que	también	conlleva	sus	riesgos)	siempre
dispuestas	a	ayudar	y,	por	supuesto,	a	opinar.	Por	todo	esto,	con	sus	pros	y	sus
contras,	y	por	mucho	más,	me	siento	afortunada,	claro	que	sí.	Sin	embargo,
amiga,	quizá	no	sepas	que	sobre	lactancia	en	la	carrera	nadie	me	dijo	ni	mú
(aparte	de	que	las	mamas	son	dos	glándulas	que	producen	leche…)	¡Claro	que
tengo	dudas!	Y	miedo…¡Claro	que	tengo	miedo!	Nunca	pensé	que	esto	fuera	tan
duro.	¿Quieres	saber	por	qué	lloro?	Lloro	porque	me	duele.	¡Tengo	los	pezones
destrozados!	Te	lo	puedo	decir	más	alto,	pero	no	más	claro.-Silencio	incómodo.-
¡Vaya!	He	soltado	todo	esto	creyendo	que	lo	estaba	pensando,	pero	lo	estaba
diciendo	en	voz	alta.	La	cara	de	mi	amiga	me	recuerda	a	cuando	contábamos
historias	de	terror	en	las	fiestas	de	pijama.	Mientras	tanto,	la	niña	se	ha	puesto	a
llorar	hecha	una	energúmena	reclamando	“lo	que	es	suyo”.	La	cojo	con	cariño,	le
doy	un	beso	y	sin	más	rodeos	quito	el	clip	de	mi	comodísimo	pero	nada	sexy
sujetador	de	lactancia.	Me	destapo	un	pecho,	con	lo	que	la	herida	abierta	que
ocupa	medio	pezón	queda	a	la	vista	de	los	presentes.	Entonces	es	cuando	a	mi
amiga	se	le	tuerce	el	gesto	y	casi	también	se	le	escapa	una	lágrima.	Yo	aprieto
los	dientes	y	mantengo	el	tipo,	no	quiero	gritar	delante	de	nadie,	pero	no	sabéis
cuánto	me	duele.
Es	cierto,	a	los	médicos	no	nos	enseñan	mucho	sobre	cómo	funciona	el	proceso
(duro	y	maravilloso)	de	la	lactancia.	No	obstante,	algo	sí	tenía	claro	antes	de	que
naciera	mi	hija:	La	leche	de	una	madre	será	siempre	el	mejoralimento	para	una
cría	(sea	de	la	especie	que	sea).	Es	por	esto	que,	por	mi	cuenta,	me	documenté,
leí	libros	y	pedí	consejos.	Asistí	además	a	las	charlas	de	la	matrona,	en	fin,	todo
fuera	por	estar	lo	más	informada	posible	antes	de	que	naciera	mi	niña.
Llegó	el	momento,	lo	tenía	claro,	¡clarísimo!	Mi	marido	también.	¡Qué	nervios,
qué	ganas!	Nada	más	salir	de	mi	vientre	la	pequeña	ya	estaba	enganchada	a	la
teta.	Molestaba	un	poco,	pero	bueno,	sería	normal.	En	planta	no	había	matrona
para	preguntarle	dudas	recién	surgidas	(de	repente	miles),	pero	bueno,	las
enfermeras	de	planta	trabajan	allí	todos	los	días,	algo	sabrán.	Pero	¿dónde
estaban?	No	venía	nadie;	una	entra	de	pasada	“así	se	cura	el	ombliguito”	y	antes
de	darnos	cuenta	se	había	ido.	Pero	bueno,	¿nadie	me	va	a	hacer	caso?	Es	que
me	duelen	los	pezones.	Por	fin	entra	una	rubia	con	cara	de	malas	pulgas	“A	ver
qué	pasa.	Es	normal	que	te	duela	hija,	mira,	antes	de	que	se	enganche	te	sacas	el
pezón,	así”	(me	pega	un	tirón	y	me	estira	el	pezón	como	si	fuera	un	chicle)
¡Aaaaay!	¿En	serio?	“Sí,	así	llevas	mucho	ganado”	Y	se	va.	Fin	de	la	consulta	a
la	enfermera	de	planta.	A	casa	llegué	con	algo	más	que	dos	grietas.	Y	dos
semanas	después	era	“Miss	pezones	rotos”.
Aquí	estoy	hoy,	casi	diez	meses	después.	Tengo	30	años,	soy	madre	primeriza,
soy	médico	de	familia	y	así	es	como	empezó	mi	historia	con	la	lactancia.	Fue
muy	duro,	fue	doloroso…	Fue	como	nunca	hubiera	pensado	que	sería.	No	me
dio	tiempo	a	empezar	a	disfrutar	cuando	ya	tenía	dos	heridas	que	me	hacían
estremecerme	durante	las	tomas.	Empecé	a	temer	el	momento,	a	temer	las	visitas
y	salir	a	la	calle	era	impensable	aquellos	días.	La	toma	iba	asociada	a	dolor,
nervios,	miedo	y	llanto.	Lloraba	yo,	lloraba	la	niña	y	acabábamos	todos
desquiciados.	La	situación	no	era	precisamente	“tranquila	y	agradable”	como	se
supone	que	tiene	que	ser	cuando	se	da	de	mamar	a	un	recién	nacido.
Los	días	pasaban	y	no	había	mejoría.	A	mi	alrededor	todos	parecían	tenerlo
claro,	no	había	problema:	El	sufrimiento	terminaría	sencillamente	con	abandonar
la	lactancia.	“No	entiendo	ese	afán	tuyo	por	dar	la	teta,	a	todos	mis	hijos	los	he
criado	yo	con	biberón	y	ahí	están,	uno	ingeniero,	el	otro	abogado…”	Podría
aburriros	con	un	sinfín	de	“buenos	consejos”	con	los	que	me	acribillaron.	Nadie
entendía	que	pensar	en	eso	me	produjera	aún	más	dolor.	No	quería	privar	a	mi
hija	del	mejor	alimento	que	podía	tomar,	bajo	ningún	concepto.	Que	a	mí	me
doliera	no	era	motivo	suficiente	si	en	ella	todo	iba	bien.	Y	todo	iba	bien,
ciertamente:	Ganaba	peso,	estaba	contenta,	satisfecha	y	definitivamente	sana.
Pero	algo	tenía	que	fallar…	¿Por	qué	esas	heridas?
Recurrí	entonces	a	una	compañera	y	amiga,	también	médico	de	familia	y	además
asesora	de	lactancia	(y	autora	de	este	libro,	no	es	casualidad).	Ella	detectó	en	la
pequeña	un	problema	de	anquiloglosia,	lo	que	le	impedía	el	correcto	movimiento
de	la	lengua	y,	por	tanto,	mamar	adecuadamente.	Era	la	causa	de	mis	heridas.
Había	varias	posibilidades	para	tratar	de	resolver	el	asunto	de	la	anquiloglosia	o
frenillo	lingual	(para	que	todos	nos	entendamos),	pero	en	nuestro	caso	era	un
poco	más	complicado	de	lo	habitual,	pues	se	trataba	de	un	frenillo	tipo	4,	lo	que
significa	que	no	queda	expuesto	a	simple	vista,	sino	que	está	debajo	de	la
mucosa	oral.	Vamos,	que	quitarlo	no	era	sólo	cuestión	de	un	cortecito	de	nada,
primero	había	que	abrir	y	después	cortar.	Llegados	a	ese	punto	mi	niña	tenía
nada	más	que	¡Veinticinco	días!	Hablar	de	cirugía	me	parecían	palabras
mayores.	Era	innecesaria…	¿O	no?	Después	de	consultar	también	con	un
maxilofacial,	todo	quedó	en	que	teníamos	que	pensarlo,	darle	un	tiempo	y,	como
padres,	tomar	una	decisión.	Veinticinco	días	de	experiencia	paternal	me	parecían
pocos	para	que	el	dichoso	“cortecito	de	nada”	pesara	sobre	mi	conciencia.
Aguantaría	estoicamente,	buscaría	otras	posibilidades.	Y	mientras	tanto,	cada
dos	o	tres	horas,	sin	tregua,	¡dolor!
—Tienes	que	buscar	otras	posturas,	posturas	en	que	la	niña	tenga	la	boca	lo	más
abierta	posible.	Puedes	ayudarte	de	la	compresión	mamaria.	Y	en	tu	caso,
podrías	probar	el	uso	transitorio	de	pezoneras,	quizá	ayude	a	que	vayan	curando
las	heridas,	y	poco	a	poco	irás	viendo	la	luz,	ya	verás,	lo	estás	haciendo	muy
bien.
Sabias	y	acertadas	palabras	de	mi	buena	asesora	“Lo	estás	haciendo	bien”.
Necesitaba	escucharlo.	Entre	tanta	opinión,	no	con	mala	intención,	pero	no
siempre	adecuada,	necesitaba	una	guía	y	los	ánimos	no	venían	nada	mal.	La
confianza	en	uno	mismo,	para	todo	en	esta	vida,	es	fundamental.	Cuando	las
cosas	se	tuercen	a	veces	nos	sentimos	tocar	fondo,	sin	fuerzas,	queremos	tirar	la
toalla	y	entonces	decimos	eso	de	“Ya	no	puedo	más”.	En	alguna	de	mis	crisis
nocturnas,	cuando	la	niña	se	enganchaba	al	pecho	a	las	cuatro	de	la	mañana,
despertando	de	mi	sueño	más	profundo	con	el	dolor	de	la	herida	abierta,	llegué	a
decir	“Hasta	aquí,	yo	ya	no	puedo	más”.	Sin	embargo,	en	mi	fuero	interno,	sabía
que	era	mentira,	que	no	iba	a	dejarlo,	que	era	tan	solo	un	bache	y	que	saldríamos
adelante.	Confiaba	en	mí.	Tenía	a	mi	marido,	aunque	a	veces	en	los	momentos
de	tensión	discutíamos…	Es	normal,	pero	siempre	estaba	ahí.	Y	entonces
recordaba	esa	frase	“Lo	estás	haciendo	bien”.
La	postura	“en	balón	de	rugby”	fue	mi	mejor	aliada,	alternando	con	otras	no
siempre	me	molestaba	y	ayudó	también	en	la	cicatrización	de	las	heridas	y	en
algún	proceso	de	ingurgitación	mamaria	e	incluso	en	un	episodio	de	mastitis.	Me
recomendaron	también	probar	con	la	postura	de	“el	caballito”,	porque	esta	hace
que	la	boca	quede	más	abierta,	pero	siendo	la	niña	tan	pequeña	aun,	con	poco
control	del	cuello,	me	costaba	mucho	y	no	conseguí	hacerla	hasta	pasados	unos
meses.
Respecto	a	las	pezoneras	he	de	decir	que	quizá	debería	haberlas	usado	antes.	Lo
cierto	es	que	me	resistí	porque	había	leído	que	no	eran	recomendables,	que	el
niño	a	veces	se	acostumbra	a	ellas	y	después	no	es	fácil	retirarlas.	Un	día	mi
marido	las	compró	por	su	cuenta	en	la	farmacia	en	un	intento	de	ayudar	de
alguna	manera.	Al	final	decidí	probarlas…	Pero	para	mi	sorpresa	¡no	era	tan
sencillo	como	parecía!	Yo	creía	que	era	suficiente	con	ponerlas	sobre	el	pezón	y
listo…	pero	algo	fallaba.	Otra	vez	me	rescató	la	asesora	de	lactancia
explicándome	y	enviándome	un	video	sobre	cómo	se	utilizaban	las	pezoneras:
hay	que	evertir	un	poco	la	zona	puntiaguda,	ajustarla	al	pezón	y,	cuando	vuelva	a
su	posición	normal,	éste	debe	quedar	dentro	habiendo	hecho	un	poco	de	vacío.
Pero	aquí	no	acababa	la	cosa.	En	mi	caso,	por	más	que	intentaba,	me	costaba
mucho	trabajo	que	la	pezonera	se	ajustase	bien	al	pezón,	al	final	siempre	se
deshacía	el	vacío	y	ésta	quedaba	como	bailando.	¡Es	que	hay	tallas	de	pezoneras!
Nunca	lo	habría	imaginado…	Otra	vez	a	la	farmacia,	a	probar	con	una	más
pequeña.	Para	saber	tu	talla,	tienes	que	medir	tu	pezón,	darle	algún	milímetro	de
más	y	voilà,	ya	la	tienes.	El	pezón	no	debe	quedar	demasiado	apretado,	pero
tampoco	flotando	en	la	pezonera.
Al	final	me	hice	experta	en	pezoneras	y	puedo	deciros,	que	de	todas	las	que
probé	(que	no	fueron	pocas)	las	que	más	me	gustaron	fueron	las	que	tenían	el
plástico	que	cubría	la	areola	como	con	forma	de	mariposa	(quiero	decir	que	no
era	redondo	totalmente),	de	forma	que	permitían	que	la	nariz	de	la	niña	no	se
topase	siempre	con	el	plástico	(aunque	esto	también	era	algo	que	había	que
practicar).
Así	transcurrieron	prácticamente	los	dos	primeros	meses	desde	que	mi	hija
nació.	Hoy,	diez	meses	después,	miro	atrás	y	me	siento	orgullosa	de	haber
superado	aquellas	primeras	dificultades.	Las	heridas	curaron	cuando	aprendimos
a	mantener	la	calma,	a	variar	la	postura,	a	usar	las	pezoneras,	a	dejar	de	usarlas	y
así	perdimos	el	miedo	y	nos	hicimos	más	fuertes.	Asistimos	a	grupos	de	apoyo,
donde	otras	madres	cuentan	sus	experiencias	y	plantean	sus	dudas,	y	seguimos
aprendiendo	aún	más.
Mi	amiga,	la	que	se	quedó	con	la	boca	abierta	cuando	le	conté	por	lo	que	estaba
pasando,	también	está	orgullosa	de	mí.	Y	ahora	también	ella	es	más	fuerte	y	está
más	preparadapara	cuando	tenga	un	bebé.	Sabe	que	la	lactancia	no	siempre	es
un	camino	de	rosas	pero	que,	con	ayuda,	pronto	se	convierte	en	el	acto	de	amor
más	puro	del	que	podemos	participar	en	la	vida.	Por	eso,	por	mucho	más	que
eso,	merece	la	pena.
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2.	MASTITIS	DE	REPETICIÓN
La	mastitis,	dolor	intenso	en	la	mama,	con	inflamación	y	generalmente
acompañado	de	fiebre,	es	otro	de	los	motivos	por	el	que	las	mujeres	abandonan
la	lactancia.
Muchas	veces	el	tratamiento	no	se	realiza	correctamente.	No	se	le	dan	las
indicaciones	necesarias,	por	desconocimiento	o	falta	de	recursos	por	parte	de	los
sanitarios,	y	la	mastitis	se	repiten	una	y	otra	vez:	Se	indican	tratamientos
antibióticos	de	duración	insuficiente,	no	se	realizan	cultivos	de	la	leche	para	ver
cuál	es	el	microorganismo	causante,	o	cuando	se	realizan	no	se	hacen	de	manera
fiable…
En	otras	ocasiones,	hay	una	causa	física	que	aunque	la	mastitis	‘se	cure’	hace
muy	probable	que	vuelva	a	repetirse:	Mala	postura	al	amamantar,	mal	agarre	del
bebé,	frenillo…(anquiloglosia).
En	cualquier	caso,	una	lactancia	placentera	es	muy	difícil	de	conseguir	cuando
pasas	dolor,	episodios	de	fiebre,	tratamientos	antibióticos	múltiples	una	y	otra
vez,	por	lo	que	la	mayoría	de	las	mujeres	en	esta	situación,	a	pesar	de	las	ganas
de	seguir	con	la	lactancia	materna	terminan	dejándola.
Por	eso	os	traigo	el	caso	de	Irene,	de	cuya	lactancia	no	pudo	disfrutar	durante	los
primeros	9	meses	de	vida	de	su	hija,	debido	a	un	frenillo	no	diagnosticado.	Ella
tuvo	que	buscar	recursos	fuera	del	sistema	sanitario	público	para	poder	tratar	un
tema	médico	y	poder	continuar	con	la	lactancia.
Es	muy	tristes	que	estas	cosas	pasen	en	nuestro	país.	Los	médicos	debemos	saber
reconocer	y	tratar	una	mastitis.	Debemos	saber	diagnosticar	y	evaluar	frenillos	y
conocer	su	implicación	en	la	lactancia	y	fuera	de	ella.	Debemos	saber	que	la
frenectomía	es	un	recurso	útil	y	a	veces	la	única	solución	a	un	agarre
inadecuado.	Los	médicos	tenemos	mucha	responsabilidad	con	las	madres	y	con
los	bebés:	La	lactancia	es	un	tema	de	salud	pública.	Una	vacuna	gratuita	y
disponible	con	efectos	en	la	salud	para	ambos	a	largo	plazo.	Por	todo	eso,
debemos	darle	la	importancia	que	se	merece	y	dejar	de	lado	nuestras	creencias
personales	y	basarnos,	en	recomendaciones	científicas	de	organismos	oficiales.
Afortunadamente,	hay	muchas	personas	que	aunque	no	son	sanitarios,	están
formadas	e	implicadas	con	la	lactancia	materna:	Las	madres	expertas	o	asesoras
de	lactancia	que	participan	en	los	grupos	de	apoyo.	Además,	cada	vez	se	realizan
más	cursos	online	para	formar	asesoras	y	cada	vez	más	sanitarios	forman	parte
de	ellos.	Es	el	principio	de	un	cambio,	aunque	lento,	pero	constante.
Antes	de	quedarme	embarazada	veía	el	tema	de	la	lactancia	un	poco	con
distancia.	Mi	madre	me	había	dado	pecho	solamente	un	mes	y	poco	(lo	dejó	por
una	mastitis,	y	le	dijeron	que	no	podía	darme	ese	pecho…)	y	sobre	tres	meses	a
mi	hermana.
Yo	simplemente	lo	veía	como	bonito	y	que	era	lo	más	saludable.	Tampoco	es
que	pensara	mucho	en	el	tema,	no	veía	demasiado	dar	el	pecho	en	lugares
públicos,	y	supongo	que	pensaba	en	al	menos	intentarlo,	pero	poco	más.
Después	de	eso,	tuve	dos	conocidas	que	amamantaban	a	sus	hijos	antes	de	yo
tener	a	mi	hija,	y	en	sus	redes	sociales	empecé	a	ver	algo	de	información,
reafirmándome	cada	vez	más	en	que	eso	era	algo	que	yo	quería	hacer.
Fue	ya	estando	embarazada	cuando	decidí	que	quería	dar	el	pecho	sí	o	sí.	Ahí
dejó	de	ser	una	opción	para	ser	una	decisión	en	firme.	Recuerdo	que	me	decían
“tener	un	hijo	es	un	gasto,	que	si	la	leche…”	y	yo	siempre	respondía	que	leche
nada,	que	tomaría	pecho.	Saltaban	los	comentarios	de	“si	puedes	darle”	y	yo
contestaba,	“claro	que	voy	a	poder”.
Cuando	una	amiga	me	regaló	‘Un	regalo	para	toda	la	vida’	mi	tozudez	se
reafirmó	todavía	más.	Yo	daría	pecho	sí,	o	también.	No	cabía	en	mi	cabeza	optar
por	biberón	y	cargaría	munición	contra	los	que	intentaran	impedírmelo,	con	mi
pareja	apoyándome	siempre	en	esta	decisión.	Me	imaginaba	la	verdad	algo
maravilloso,	cómplice	y	único	entre	bebé	y	madre,	era	algo	que	quería
experimentar	y	no	me	quería	perder.
Lees,	te	informas,	te	cuentan…	de	que	las	trabas	en	el	hospital	existen	pero	no
sabes	in	situ	cómo	va	a	ser	la	cosa	y	si	se	van	a	atrever	con	alguien	que	lo	tiene
tan	claro.	Pero	sí.	Las	trabas	son	“sutiles”	y	“por	el	bien	de	bebé”	pero	ahí	están.
Recuerdo	que	cuando	subí	a	planta,	a	pesar	de	subir	con	mi	bebé	enganchada	al
pecho,	me	preguntaron	si	le	iba	a	dar	biberón	o	lactancia	materna.	Dije	por
supuesto	que	le	daría	pecho	y	la	única	ayuda	fue	“pues	póntela	mucho	a	mamar”.
No	sé	si	esto	es	lo	deseable	la	verdad.	Cero	ayuda	en	cuanto	al	agarre:	Nunca	me
miraron	si	la	succión	estaba	bien,	si	era	efectiva,	si	había	algo	raro.	Tras	el
primer	día	la	niña	lloraba,	lloraba,	y	yo	venga	darle	pecho,	y	pecho,	pero	ella
seguía	llorando.	Vinieron	enfermeras	y	me	dijeron:	“Es	que	si	no	le	das
suplemento	claro	que	llora”	y	me	dejaron	allí	el	biberón.	Yo	no	se	lo	dí,	continué
en	mi	empeño,	pero	mi	hija	seguía	llorando	muy	a	menudo…	Hasta	que	una	vez
se	la	llevaron	porque	tenía	unas	décimas	y	me	la	trajeron	con	el	biberón	dado,
diciéndome:	“Lo	que	le	pasaba	es	que	tenía	hambre”.	¿Hambre	por	qué	si	no	la
despegaba	de	la	teta?	Fue	una	impotencia	tremenda	ver	que	allí	lo	normal	era
que	hubiera	que	dar	biberón	sí	o	sí.	En	ningún	momento	ni	pediatras,	ni
enfermeras	ni	la	ginecóloga	se	preocupó	de	porqué	un	bebé	recién	nacido	tiene
hambre	teniendo	teta	a	demanda.	Aquí	los	enganches	me	dolían,	pero	luego	al
mamar	un	rato	la	cosa	se	aliviaba.	No	recuerdo	cuándo	exactamente,	pero
también	me	dijeron	que	el	dolor	era	normal:	Que	se	me	tenía	que	acostumbrar	el
pecho	a	que	la	niña	mamara.
De	forma	retrospectiva	recordé	cuando	el	pediatra	vino	de	nuevo	a	revisar	a	la
niña	para	darnos	el	alta,	y	me	pregunté	meses	después,	¿por	qué	ese	pediatra	no
miró	la	boca	de	un	recién	nacido	que	tiene	hambre?
No	fue	fácil	dar	pecho.	De	hecho,	diría	que	fue	frustrante,	doloroso	y	agotador.
Tanto	mi	pareja	como	yo	tenemos	alergias	y	yo	además,	asma.	Sabía	que
amamantando	a	mi	hija	podría	mitigar	todo	lo	que	estaba	en	mi	mano	el	que
desarrollase	esta	herencia	que	le	venía	de	sangre,	por	lo	que	mi	mayor	miedo	era
tener	que	dejar	de	dar	pecho	y	que	estuviese	mala	“por	mi	culpa”.	La	culpa
eterna	que	las	madres	desarrollamos.
Por	eso	aguanté,	aguanté	y	aguanté.	Recordaba	mis	crisis	de	asma	de	pequeña	y
pensaba	que	cualquier	cosa	que	yo	pudiera	hacer	para	evitárselas	a	mi	hija	valía
la	pena,	por	mucho	que	me	supusiese	a	mí	un	dolor	físico.	Supongo	que	ese	era
mi	mayor	miedo	y	a	la	vez	mi	mayor	motivación	para	seguir.
Yo	empecé	a	dar	pecho	con	dolor,	y	con	una	niña	que	demandaba	muy	seguido,
que	no	dormía	las	dos	o	tres	horas	que	te	cuentan	que	duermen	los	bebés	y	que
además,	según	los	médicos,	se	quedaba	con	hambre.	Mamaba	continuamente,	se
quedaba	dormida	a	la	teta,	me	insistían	en	que	la	despertase,	mamaba	un	rato
más	y	se	dormía	sin	soltar	el	pezón.	Y	cuando	se	despertaba	en	una	hora	y	pico
de	esa	siesta	en	mis	brazos,	volvía	a	comer.	Nunca	noté	la	famosa	subida	de	la
leche,	nunca	noté	los	pechos	duros	porque	se	acerca	la	toma.	Nunca	broté	una
gota	mientras	no	daba	pecho,	nunca	tuve	ese	nivel	de	eyección.
Y	al	mes	de	tener	a	mi	bebé,	llegó	la	primera	mastitis.	Tenía	frío,	era	temprano	y
mientras	la	niña	quedaba	en	cama	decidí	darme	una	ducha	calentita	para	entrar
en	calor.	De	repente,	mareo,	¡pum!	Lo	siguiente	que	recuerdo	es	a	mi	marido
intentando	levantarme	de	la	bañera	con	cara	de	angustia	por	si	estaba	bien.	Me
estaba	subiendo	la	fiebre	de	una	forma	brutal	y	la	ducha	caliente	me	provocó	un
desvanecimiento.	Me	partí	el	culo	pero	no	de	risa,	sino	contra	la	bañera,	y	suerte
tuve	de	no	partirme	la	cabeza.	Noté	enseguida	el	pecho	duro,	y	los	granitos	del
pezón	hacia	dentro.	Entonces	recordé	que	las	obstrucciones	se	quitaban
poniendo	el	bebé	a	mamar	y	eso	hice…	Aunque	me	dolía	la	vida	entera.
Abreviaré	diciendo	que	fui	al	centro	de	salud	de	guardia	y	luego	alhospital,	con
analítica	y	todo,	donde	ambos	en	coincidieron	en	que	tenía	un	virus	y	que	el
pecho	duro	como	un	melón	y	colorado	como	un	tomate	no	tenía	nada	que	ver.
Tenía	una	mastitis	de	caballo,	con	fiebre	de	40	que	no	bajaba	con	ibuprofeno,
pero	“el	pecho	no	tiene	nada	que	ver”.	No	daba	crédito	de	lo	que	estaba	pasando.
El	dolor	que	tenía	en	el	pecho	al	dar	de	mamar	era	indescriptible,	pero	para	los
médicos	a	mi	teta	no	le	pasaba	nada.	Yo	en	ese	momento	puérpero	me	eché	a
llorar	y	pregunté	si	era	cáncer.	La	desesperación	era	tremenda,	afortunadamente
tuvieron	a	bien	darme	un	antibiótico,	porque	aunque	era	un	virus	“por	si	acaso”.
¿Sabéis	que	pasó	a	continuación?	La	experiencia	más	frustrante	del	mundo:	En
apenas	veinticuatro	horas	me	brotó	el	herpes	bucal	más	fuerte	de	toda	mi	vida.
De	vez	en	cuento	he	tenido	pequeños	brotes	en	las	comisuras	de	los	labios,	pero
esa	vez,	se	me	debió	juntar	todo:	el	hierro	bajo,	el	post	parto,	el	antibiótico…
Tenía	la	boca,	la	lengua,	el	labio…	lleno	de	ampollas,	casi	no	podía	ni	beber.
Pero	lo	peor	de	todo…	¡No	podía	besar	a	mi	bebé	de	un	mes!	¿Te	imaginas	no
poder	ni	arrimarte	a	la	cara	de	tu	bebé?	Lo	pienso	y	me	echo	a	llorar.	El	pecho
mejoró	y	el	herpes	fue	cediendo…	hasta	aproximadamente	semana	y	media
después	de	acabar	el	antibiótico:	¡Zasca!	Otra	vez.	En	esta	ocasión	supe
reconocer	lo	que	pasaba.	Al	sentir	el	frío	ya	me	dio	la	alerta	de	que	venía	la
fiebre.	Vuelvo	al	médico	y	me	vuelven	a	dar	antibiótico.	Escucho	de	mi	doctora
y	de	mi	matrona	tonterías	como	“las	mastitis	son	porque	las	bacterias	se	meten
por	el	pezón”	o	“lo	que	te	ha	pasado	a	ti	no	le	pasa	a	nadie”.
La	mastitis	va	mejorando,	la	acompaño	con	masajes,	poner	a	la	niña	al	pecho
(cuando	quiere	porque	se	le	hace	raro	mamar	de	un	pezón	duro),	pero	el	dolor
sigue.	Sigue	durante	meses.	Se	suceden	las	grietas.	Entre	tanto	voy	a	un	grupo	de
lactancia	que	me	da	ánimos,	consejos	para	la	mastitis	y	poco	más.	Purelan
también	lo	pruebo	por	diversas	recomendaciones,	pero	tampoco	noto	gran
mejoría.	También	pruebo	lo	de	poner	leche	y	dejar	secar	el	pezón…	En	fin,	de
todo,	pero	las	grietas	seguían	allí	de	forma	continua.
De	día	me	aguantaba	el	dolor,	pero	de	noche	solía	tomar	ibuprofeno	porque	ya
era	mucho	aguantar.	Las	tomas	nocturnas	con	mucho	dolor	me	desvelaban,	así
que	cuando	venía	una	racha	de	dolor,	mi	pastillita	de	dormir	era	el	ibuprofeno.
La	niña	iba	cogiendo	peso,	lentamente	pero	cogía	peso,	supongo	que	con	eso	no
saltaron	las	alarmas,	y	casi	lo	agradezco.	Viendo	que	nadie	sabe	de	nada	de
lactancia,	si	no	hubiera	cogido	peso,	lo	único	que	me	hubieran	dicho	es	que	diese
biberón.
Conseguí	llegar	a	los	6	meses	de	lactancia	exclusiva,	a	trancas	y	barrancas,
doliendo,	disfrute	cero.	Era	bonito	ver	que	crecía	por	lo	que	yo	le	daba,	ver	que
la	teta	la	calmaba,	que	la	buscaba…	pero	doloroso.	Me	fijé	entonces	la	meta	de
aguantar	hasta	el	año,	aunque	empezaba	a	flaquear.
A	veces	mis	grietas	llegaron	a	sangrar,	salían	perlas	que	reventaban	y	se
quedaban	en	grieta…	En	fin,	así	seguía	yo	cuando	por	fin,	a	una	asesora	que
conocí	le	pareció	todo	demasiada	caña	para	una	sola	madre.	Ella	intuía	lo	que
pasaba,	me	mandó	a	un	grupo	de	lactancia	a	que	me	revisasen	el	agarre,	pero
allí,	como	la	niña	tenía	mofletes,	apenas	miraron	nada.	Me	dijeron	que	todo
estaba	bien	y	que	yo	tenía	mala	suerte	ya	que	mis	bacterias	se	descompensaban	y
me	producían	mastitis.	Pero	a	Patricia,	seguía	sin	cuadrarle.	Me	pidió	fotos	y
vídeos	y	lo	vio	a	distancia.	Había	un	frenillo	tipo	IV.	Me	pasó	información	sobre
este	frenillo	y	sus	consecuencias	y	todo,	punto	por	punto,	era	lo	que	me	pasaba	a
mí:	Tomas	eternas,	no	se	le	veía	el	fondo	de	la	lengua	ni	llorando,	no	sacaba	la
lengua,	mastitis	de	repetición,	grietas…	¡Todo!	Pero	es	que	además	veía	las
consecuencias	futuras	de	crecer	con	un	frenillo	y	veía	mi	reflejo,	todo	lo	que	yo
había	tenido	de	pequeña,	paladar	en	pico,	problemas	al	respirar…	Todo	por	el
dichoso	frenillo	que	además	de	no	dejar	mamar	entorpece	el	desarrollo	de	la
boca.
Consigo	que	una	asesora	en	mi	ciudad	me	vea	de	nuevo,	y	mira	debajo	de	la
lengua	de	mi	hija,	la	ve	mamar…	y	se	confirma	el	diagnóstico	así	que	vamos	al
pediatra…	¿frenillo?	No,	no	tiene	nada	de	frenillo,	es	que	no	se	le	ve	nada	de
nada.	Vamos,	que	la	pediatra	no	sabe	nada	de	eso.	Cuando	le	digo	que	es	un
frenillo	submucoso,	me	pregunta:	“¿Y	sólo	le	da	problema	el	pecho	o	también	el
biberón?”	“¿Bibequé?”	pensé	yo,	y	entonces	entendí	que	allí	no	había	nada	que
hacer.
Nadie	en	nuestra	comunidad	operaba	el	frenillo	tipo	IV	y	yo	necesitaba	una
solución,	por	lo	que	nos	tuvimos	que	ir	a	Madrid	e	intervenirla	por	privado.	Es
decir,	tuve	que	pagar	de	mi	bolsillo	la	solución	al	problema	de	mi	lactancia.
Y	fue	muy	sencillo,	apenas	10	minutos	y	ya	se	enganchó	a	mi	pecho	de	forma
distinta.	Tuvimos	que	hacer	una	serie	de	ejercicios	durante	un	tiempo	para
asegurar	que	la	herida	no	se	volvía	a	cerrar	igual	y	cicatrizaba	bien,	pero	todo
muy	sencillo.	Enseguida	la	lactancia	fue	doliendo	menos	y	menos.
Me	hice	también	un	cultivo	de	leche	(que	también	pagué	yo)	para	ver	cómo
curar	definitivamente	la	mastitis	que	arrastraba	y	así	fue:	Con	antibiótico
específico	para	la	bacteria	que	me	la	producía.
Podría	decir	que	mi	lactancia	empezó	aquí,	a	los	9	meses,	a	ser	maravillosa.	Fue
muy	emocionante	tras	todo	lo	sufrido	disfrutar	plenamente	de	ver	a	mi	hija
mamando,	disfrutar	nuestro	vínculo	sin	dolor.	¡No	me	lo	creía!	Arcoiris	de
colores,	nubes	rosas	de	algodón…
Dar	el	pecho	era	por	fin	lo	que	había	soñado,	mejor	todavía,	era	mágico.
Echar	la	vista	atrás	frustra,	¿Por	qué	tuve	que	pasar	por	todo	aquello?	¿Por	qué
aquel	pediatra	en	el	hospital	no	vio	que	mi	bebé	no	podía	succionar
correctamente	porque	su	lengua	no	tenía	movilidad	por	un	frenillo	IV?	¿Por	qué
nadie	sabía	nada	de	mastitis,	ni	de	grietas?	Hoy	por	hoy	estoy	feliz	de	que
nuestra	lactancia	haya	durado	3	años	y	3	meses.
Orgullosa	sobretodo	de	mí,	de	haberlo	conseguido	porque	sin	duda	no	fue	suerte.
No	fue	suerte	de	tener	leche,	ni	tampoco	que	los	sanitarios	que	debían	cuidar	de
mi	hija	y	de	mí	nos	lo	pusieran	fácil.	Estoy	orgullosa	de	nuestra	lactancia	porque
es	fruto	de	mi	cabezonería	y	de	encontrarme	buenos	profesionales	(no
reconocidos	como	tal)	en	mi	camino.
Dar	el	pecho	es	maravilloso,	tanto	que	aunque	no	olvido	los	9	meses	de
sufrimiento,	los	dos	años	y	pico	más	lo	compensan	con	creces.
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3.	LACTANCIA	DESPUÉS	DE	UNA	CESÁREA
A	pesar	de	que	la	OMS	recomienda	que	el	porcentaje	de	cesáreas	de	un	país	no
supere	el	15%,	en	España	está	rondando	el	25%	(Aunque	varía	de	unas
comunidades	a	otras),	y	de	si	el	hospital	es	público	o	privado	(mayor	índice	de
cesáreas	en	hospitales	privados).
Además,	en	la	mayoría	de	estas	cesáreas,	no	existe	un	trato	humanizado:	Se	le
atan	las	manos	en	cruz	a	la	madre	(para	evitar	que	toque	el	campo	quirúrgico),
no	se	permite	la	entrada	del	padre	en	quirófano,	no	se	realiza	contacto	piel	con
piel	del	bebé	con	su	madre	y	finalmente	son	separados.	Llevan	a	la	mujer	a	la
sala	de	reanimación	durante	dos	horas	o	más,	para	asegurar	que	sus	constantes
son	adecuadas	y	que	no	hay	excesivo	sangrado,	y	el	bebé	pasa	a	la	sala	de
postparto	o	la	habitación.	En	la	mayoría	de	los	casos,	con	el	padre.
Cuando	la	mujer	llega	a	la	habitación,	los	familiares	han	visto	y	cogido	a	su	bebé
antes	que	ella.	E	incluso	puede	que	le	hayan	dado	un	biberón	en	su	ausencia	y
cuando	quiere	ponérselo	al	pecho,	está	saciado	y	dormido.
Uno	de	los	mitos	más	extendidos	es	que	en	casos	de	cesárea	la	subida	de	la	leche
tarda	más.	Esto	no	es	así	en	realidad,	ya	que	la	subida	de	la	leche	depende	de	la
expulsión	de	la	placenta.	Pero	sí	es	cierto,	que	las	tasas	de	lactancia	son	menores
en	casos	de	cesárea	debido	fundamentalmente	a	esa	separación	madre-bebé,	ya
que	las	primeras	horas	postparto	son	muy	importantes	para	el	establecimiento	de
la	lactancia.
Afortunadamente,	cada	vez	hay	más	hospitales	con	protocolos	humanizados,	en
los	que	se	hace	piel	con	piel	también	en	las	cesáreas.	Hay	un	espíritude	cambio.
Este	relato	desgarrador	muestra	la	realidad	de	tantas	mujeres	que	han	pasado	por
esa	terrible	experiencia.	Una	experiencia	que	te	marca	de	por	vida	y	que	en
muchos	casos	deja	una	cicatriz	no	sólo	en	el	cuerpo,	sino	también	en	el	alma.
Bueno,	¿y	ahora	qué?	Cuando	ves	por	primera	vez	dos	rayitas	en	un	test	de
embarazo	es	cuando	millones	de	preguntas	se	agolpan	en	tu	cabeza.	Siempre	he
querido	ser	madre	y	de	repente,	esa	posibilidad	se	ha	convertido	en	una	realidad.
Te	invaden	emociones	que	nunca	antes	has	experimentado	(al	menos	no	juntas)	y
parece	que	un	nuevo	camino	comienza:	¡Cuánto	por	hacer,	cuánto	por	vivir!
Antes	de	quedarme	embarazada	había	muchas	cosas	que	tenía	claras	y	otras	que
ni	siquiera	me	había	planteado.	No	sabía	cómo	iba	a	ser	mi	vida	con	un	bebé,	ni
qué	tipo	de	madre	sería,	pero	sí	que	quería	estar	informada,	saber	qué	opciones	o
decisiones	podía	tomar	para	hacerlo	lo	mejor	posible.
Cuántas	veces	habré	oído:	"La	lactancia	materna	es	lo	mejor	para	la	madre	y	el
bebé".	Lactancia	materna,	por	supuesto;	claro	que	quería	dar	el	pecho	a	mi	bebé.
Siempre	me	imaginé	haciéndolo,	así	que	era	algo	que	tenía	bastante	claro.	Se
veía	tan	tierno,	tan	bonito	ese	momento	entre	ambos	que	no	entendía	que	se
pudiera	generar	ninguna	duda.	Total,	es	lo	más	natural	y	lo	mejor,	lo	que	se	ha
hecho	siempre,	¿qué	complicación	puede	tener	eso?
Después	de	la	primera	impresión	y	asumir	mi	nuevo	rol	como	embarazada,
comencé	mi	preparación	para	ser,	primero,	la	embarazada	más	consciente	y
preparada,	y	después	la	parturienta	más	tranquila.	En	las	clases	de	preparación	al
parto	tuve	la	suerte	de	recibir	buena	información	y	apoyo	tanto	para	instaurar	la
lactancia	como	para	luchar	por	un	parto	respetado.	Leí	mucho	sobre	ambas	cosas
y	las	ideas	iban	haciéndose	hueco	en	mi	cabeza:	"Todo	irá	bien,	soy	consciente,
es	un	proceso	natural	y	yo	como	mamífero	sabré	qué	hacer”.
Las	semanas	fueron	pasando,	mi	bebé	crecía	sana	y	yo	estaba	tranquila.	Las
revisiones	eran	un	momento	deseado	para	poder	verla	y	pasar	ese	rato	con	ella.
Conforme	se	acercaba	mi	fecha	probable	de	parto	crecían	en	mí	las	ganas	de	ver
a	mi	bebé,	pero	nunca	tuve	impaciencia	porque	sucediera	más	rápido.	Tenía	muy
aprendidas	las	pautas	a	seguir	y	pensaba	esperar	hasta	que	ella	estuviera
preparada	para	nacer.
Una	semana	antes	de	dar	a	luz	estuvimos	en	una	revisión	ya	en	el	hospital.	La
última	ecografía,	¡qué	emoción	por	verla	y	decirle	que	ya	faltaba	menos	para
conocernos!
Después	de	esperar	un	buen	rato	en	una	incómoda	silla,	una	ginecóloga	que	no
había	visto	en	mi	vida	me	hizo	pasar	para	proceder	a	la	exploración.
¿Exploración?	¿Y	eso	qué	es?	Antes	de	darme	cuenta	me	encontraba	sola	en	una
sala	fría	y	vieja,	con	esa	mujer	encima	de	mí	que	me	estaba	haciendo	un	daño
horrible	sin	ni	siquiera	yo	saber	por	qué.	Salí	de	la	consulta	hundida	y	dolida.
Yo,	que	había	consultado	y	leído	todo	lo	leíble	no	tenía	ni	idea	de	qué	había
pasado	pero	mi	instinto	me	decía	que	eso	ni	era	bueno	ni	era	respetuoso.	Qué
sensación	más	desagradable.
Unos	días	después,	con	sangrados	incluidos,	comencé	a	tener	contracciones.	Tras
la	maldita	"maniobra	de	Hamilton",	cuyo	nombre	ya	no	olvidaré,	mi	cuerpo	no
me	pertenecía;	no	sabía	qué	hacer	con	contracciones	y	sangrado…	y	¿ahora,
qué?	Decidimos	ir	al	hospital.	Y	a	esperar.	Llevo	mi	plan	de	parto:	No	epidural,
quiero	tenerla	piel	con	piel,	ponerla	al	pecho	en	cuanto	nazca	para	facilitar	el
agarre	inmediatamente	y	nada	de	biberones	azucarados.	Mi	marido	me
acompaña	y	lo	tiene	claro	y	mi	familia	también.
Las	horas	pasan,	pasan,	pasan…	y	no	hay	dilatación.	¿Qué	está	pasando?	Nada
está	ocurriendo	como	yo	esperaba.	Desde	el	hospital	me	insisten	en	la	epidural.
He	dicho	que	no.	Una	y	mil	veces.	Quiero	sentir,	quiero	vivirlo,	es	mío	y	de	ella.
Conforme	pasa	el	tiempo	comienzo	a	ver	cómo	mi	plan	de	parto	se	derrumba:
bolsa	rota,	meconio,	no	dilatas…	epidural	y	lágrimas.	Lágrimas	desde	la	cama,
sin	poderme	mover	y	siendo	simple	espectadora	de	la	experiencia	más
importante	que	quería	vivir.
Y	pasan	más	horas.	Y	ya	no	sé	si	es	de	día	o	es	de	noche.	Pero	lucho.	Ya	va	a
venir,	estás	más	cerca,	cariño.	Lo	que	queda	será	como	queremos.
Y	se	abrió	una	cortina.	Otra	vez.	Enésima	vez	y	enésima	persona	diferente.	Esto
no	avanza.	Hay	riesgos	ya	así	que	vamos	para	cesárea.	¿Cómo	dice?	¿Esto	está
pasando	de	verdad?	Y	ahí	mi	mundo	se	derrumbó.	Todo	lo	que	yo	esperaba	y
deseaba	se	había	ido.
Lloré	como	no	había	llorado	antes.	Desde	las	cortinas	hasta	el	quirófano.	Con	mi
marido,	en	soledad	y	cogida	de	una	mano	amiga.	Ese	iba	a	ser	mi	parto	y	no	era
lo	que	yo	quería.	¿Qué	iba	a	pasar	con	el	piel	con	piel?	Y	la	lactancia?	¿Le
darían	biberón	sin	estar	yo?	¿Me	cogería	el	pecho	después	de	dos	terribles	e
interminables	horas	de	separación?	¿Por	qué	no	podía	estar	con	ella?	Afectaría
eso	a	la	subida	de	la	leche?	¿Y	al	vínculo?	¿Y	la	herida?
La	cesárea	fue	rápida:	Más	epidural	porque	sentía	todo	perfectamente,	mesa	fría
de	quirófano	y	manos	en	cruz.	Nunca	entenderé	por	qué	te	atan	las	manos.	¿Será
para	evitar	que	te	arranques	esa	horrible	tela	verde	que	te	separa	de	tu	bebé?
Mientras	lloraba	de	camino	al	quirófano,	una	de	las	ginecólogas	que	me	iba	a
atender	me	dijo	que	estuviera	tranquila.	Que	no	pasaba	nada,	sólo	era	una
cesárea.	Quizás	sólo	fuera	eso	para	ella,	claro	que	sí,	una	más.	Pero	no	podía
explicarle	a	cuánto	sentía	estar	renunciando.	Le	pregunté	si	iba	a	poder	hacer
piel	con	piel	y	darle	el	pecho	inmediatamente	como	está	recomendado	(y	como
escriben	en	esos	folletos	maravillosos	que	te	encuentras	por	todo	el	hospital)	y
me	dijo	que	no,	que	la	tenían	que	explorar	rápidamente,	pero	que	como	me	veía
tan	mal	me	la	acercaría	para	que	la	viese	antes	de	llevársela.	Como	si	fuera	un
paquete.	Como	si	me	estuviera	haciendo	un	favor.
Así	que	me	vi	allí	rodeada	de	un	montón	de	gente	extraña,	que	hablaba	de	cosas
extrañas	y	que	me	estaba	tratando	como	a	una	extraña.	Afortunadamente	conté
con	una	mano	amiga	durante	la	intervención	y	me	agarré	a	ella	como	la	única
unión	entre	mi	mundo	y	aquel.
Así	que	sólo	cuando	escuché	el	llanto	de	mi	bebé	supe	que	había	nacido	de	mi.
No	sabía	cómo	era,	ni	fue	a	mi	la	primera	persona	que	sintió;	evidentemente	mi
piel	con	piel	fueron	dos	minutos	en	los	que	sentí	sus	lágrimas	en	mi	mejilla,
mezcladas	con	las	mías.	Sólo	podía	tratar	de	apretarla	junto	a	mi	y	decirle	que	la
quería	mucho,	que	era	mamá.	"Quédate	tranquila,	mi	vida.	No	llores.	Mamá	va	a
estar	contigo	muy	pronto.	Ahora	vas	a	conocer	a	papá	y	él	te	va	a	cuidar."	Cloe
dejó	de	llorar	y	sentí	por	primera	vez	la	conexión	con	ella	y	con	mi	instinto.
En	cuanto	la	despegaron	de	mi	volvimos	a	llorar.	Y	no	sabía	dónde	iba	ni	cuándo
volvería	a	verla.	Me	llevaron	a	una	sala	oscura:
—Tienes	que	estar	aquí	dos	horas	hasta	que	se	te	pase	la	anestesia.	Duerme	todo
lo	que	puedas	que	luego	no	vas	a	poder	en	mucho	tiempo.
—¿Dormir?	¿Aquí	sola?	¿No	puedo	estar	con	mi	niña?	¡Pero	si	estoy	despierta,
noto	hasta	el	último	centímetro	de	mi	piel!
Evidentemente	la	respuesta	fue	no.	Ése	era	el	protocolo.	Y	así	tenía	que	ser.
Nunca	olvidaré	cuando	apareció	una	matrona	por	la	puerta	que	traía	a	mi	hija	en
brazos.
Por	lo	visto,	gracias	a	la	intervención	de	mi	amiga	y	a	esta	matrona	de	la	sala	de
postparto	que	se	había	apiadado	de	mi	marido	(que	también	lloraba	a	mares,	el
pobre)	se	lanzó	a	bajármela.	Casi	le	cuesta	un	problema.	Querían	ponerle	una
queja.	Y	yo	sólo	quería	ponerle	un	altar.	Cogí	a	mi	bebé	por	primera	vez	entre
mis	brazos	y	la	abracé	tan	fuerte	como	pude.	Le	miré	su	carita,	sus	manos	y
toqué	su	cuerpo.	Recuperé	por	un	momento	lo	que	sentía	que	tenía	que	haber
sido	mío,	nuestro,	y	que	no	había	tenido.	Sentirla	conmigo	y	ver	que	estaba	bien.
No	pude	ponerla	al	pecho.	Tuve	que	soltarla	y	volver	a	despedirme	de	ella.	Otra
vez.
Tras	dos	horas	de	más	lágrimas,	agotamiento	y	desesperación	me	subieron	a	la
habitación.	Afortunadamente,	mi	familia	estaba	informada	(aleccionada)	por	mí
y	no	le	dieron	un	biberón	a	Cloe.	(Pero	no	por	falta	de	insistenciadel	personal).
Aguantaron	estoicamente	las	múltiples	propuestas	de	"ayudas"	para	que	no	se
deshidratara	o	tuviera	una	bajada	de	azúcar.	Además,	durante	esa	separación,	mi
marido	estuvo	con	ella	junto	a	la	incubadora	y	consiguió	que	le	dejaran	hacer
piel	con	piel	a	él	(lo	que	hizo	que	Cloe	dejara	de	llorar	y	no	la	subieran	sola	a
planta).
En	cuanto	nos	reencontramos,	puse	a	mi	hija	al	pecho.	Lo	cogió	muy	bien	y	de
repente	me	reconcilié	un	poco	conmigo	misma.	Era	la	sensación	más	bonita	y
pura	que	había	vivido.	Verla	conectada	a	mi	después	de	todo.	Y	ser	feliz.
Las	noches	en	el	hospital	fueron	para	olvidar.	Mi	marido	y	yo	estábamos
agotados.	No	dábamos	a	basto.	Yo	no	me	podía	mover.	Sangraba	cada	vez	que
me	movía.	Encontrar	una	postura	cómoda	era	tarea	imposible,	ni	un	gesto,	ni
acomodarme	una	almohada,	ni	incorporarme.	Mucho	menos	ponerme	de	pie	o
atender	a	mi	hija	para	mecerla	o	cambiarle	el	pañal.	La	primera	noche,	incluso
recuerdo	no	poder	reaccionar.	Oía	llorar	a	mi	hija	pero	mi	cuerpo	no	me
respondía.	Me	sentía	como	drogada.	Y	es	una	sensación	muy	agobiante.	Poco	a
poco	fui	despertando	más	y	notando	más	el	dolor.	En	esas	condiciones,	todo	se
complicaba	aún	más	para	atenderla	y	ponerla	al	pecho.	Tumbada	no	podía	ni
girarme	ni	colocarla	encima	de	mi	para	darle	el	pecho;	sentada	totalmente
incorporada	me	tiraban	los	puntos	de	la	cicatriz	y	si	estaba	semiacostada,	las
piernas	de	la	niña	me	rozaban	continuamente	la	herida	y	volvía	a	ver	las
estrellas.	No	había	forma	de	encontrar	una	postura	cómoda	para	las	dos	y	que	le
facilitara	un	agarre	adecuado.	¡Y	la	leche	parecía	no	aparecer!	¡Y	venga	a	llorar!
Temía	cada	visita	médica	porque	sabía	que	vendría	acompañada	de
recomendación	(advertencia	amenazante)	de	que	tiene	hambre,	no	tienes	leche
aún,	toma	el	botecito…
Además	Cloe	empezó	a	lo	grande	a	dar	muestras	de	su	ya	marcado	carácter	y
todo	aquello	nos	venía	grande.
Estuvimos	3	días	completos	en	el	hospital.
Supongo	que	fue	por	una	conjunción	de	factores	(cansancio,	herida	y	dificultad
para	la	postura,	demanda	de	Cloe,	si	subía	la	leche	o	no,	etc.)	pero	a	los	dos	días
Cloe	no	parecía	satisfecha	y	vimos	que	no	se	agarraba	bien.	Yo	empecé	a	notar
dolor	y	supimos	que	algo	fallaba.	Por	suerte	conté	con	la	ayuda	y	apoyo	de	una
(mi)	asesora	de	lactancia,	que	me	orientó	y	ayudó	con	nuevas	posturas	y	que	me
devolvió	la	confianza	que	había	perdido.
Con	el	tiempo	hemos	sabido	que	pese	a	las	grietas,	Cloe	comía,	lo	que	no	hacía
era	un	agarre	adecuado.	Y	que	lloraba	porque	es	su	forma	de	comunicar	su
demanda	de	contacto	continuo,	porque	percibe	el	mundo	de	forma	diferente	a
otros	bebés	y	porque	desde	que	nació	sabe	perfectamente	cuáles	son	sus
necesidades	y	qué	es	lo	que	quiere.
Desde	el	hospital	nadie	me	miró	la	postura,	ni	el	agarre	ni	nada.	Sólo	me
visitaban	porque	mi	hija	no	paraba	de	llorar	y	eso	tenía	que	ser	por	hambre,	a	la
fuerza,	y	la	solución	era	la	‘ayuda’.	O	la	deshidratación.	¡Qué	difícil	es
mantenerse	firme	a	lo	que	una	cree!	Sobretodo	cuando	te	dicen	que	está	en	juego
la	salud	de	tu	bebé.	Yo	sabía	que	el	pecho	era	lo	que	ella	necesitaba.	Sabía	que
era	suficiente	y	que	tenía	que	respetar	el	proceso.	Pero	me	cuestionaba.	¿Y	si	le
pasaba	algo	a	ella?
Mi	familia	veía	que	no	estábamos	bien,	pero	siempre	tuve	una	palabra	de	aliento
por	su	parte.	Ninguno	de	ellos	me	dijo	nunca	que	le	diera	nada	que	no	fuera	el
pecho.	Que	yo	era	su	madre	y	tenía	claro	lo	que	debía	hacer.	Cuando	venían	las
enfermeras	a	insistir,	les	decían	que	la	que	decidía	era	yo	y	que	tenía	que	ser	así.
Era	fácil	caer	en	la	alarma	por	la	salud	de	la	niña,	pero	me	respetaron	y	al	menos
no	sumaron	más	frentes.
Mi	marido	y	yo	hicimos	piña	y	decidimos	que	Cloe	seguiría	al	pecho	pero	que
enganchada	le	iríamos	echando	gotitas	de	fórmula.	Fue	el	botecito	más	amargo
de	mi	vida.	Pero	con	eso	y	la	insistencia	en	el	agarre,	una	y	otra	vez,	cada	5
minutos,	conseguimos	dejar	allí	las	ayudas.	Y	ese	fue	el	primero	y	último	que
tomó.
La	vuelta	a	casa	fue	difícil	y	a	la	vez	reparadora.	Lejos	del	estrés	del	hospital,
con	dolor	por	la	operación	todavía,	la	herida	sangrante	y	con	unas	grietas	de
campeonato,	papá,	mamá	y	Cloe	se	sentaron	tranquilamente,	hicieron	burbuja	y
practicaron.	Mucho.	Con	dolor	de	pecho	pero	con	la	herida	más	controlada	y	ya
pudiendo	moverme	un	poco	mejor	aunque	siguiera	molestando	mucho,	comencé
a	practicar	más	posturas,	más	respiración	y	la	confianza	en	nosotras	fue
creciendo.	Vinieron	obstrucciones	y	cansancio,	noches	enteras	sin	dormir	pero
cada	vez	más	empoderadas,	más	unidas,	más	nutridas	la	una	y	la	otra	y	al	final
todo	fue	quedando	atrás.
La	familia	siguió	ahí	viendo	el	proceso	y	animando	cada	logro.	Con	normalidad
y	naturalidad.
Al	final	la	teta	se	ha	convertido	no	sólo	en	el	mejor	alimento	sino	en	la	mejor
aliada	para	innumerables	situaciones	y	para	la	incansable	demanda	de	Cloe.	Me
ha	permitido	conocerla	en	toda	su	esencia,	observarla	horas	y	horas	mientras
permanece	tumbada	sobre	mí	y	enganchada	a	su	tetita.	He	explorado	y	vivido	el
profundo	vínculo	que	nos	une	y	que	nos	hace	conocernos	sin	decir	palabra.	Y	no
nos	hemos	vuelto	a	separar	ni	un	momento.
Ha	sido	un	camino	muy	difícil.	Nunca	imaginé	que	sería	tan	complicado	seguir
lo	natural,	ni	la	cantidad	de	obstáculos	desinformados	que	me	encontraría.
Pienso	que	si	no	lo	hubiera	tenido	tan	claro,	contado	con	el	apoyo	de	mi	marido
y	mi	familia	y	saber	respetar	mi	instinto,	hubiera	tenido	muchas	papeletas	para
dejar	la	lactancia.	Es	una	pena	que	en	los	momentos	más	vulnerables	no	haya
podido	contar	con	la	parte	profesional	del	hospital,	que	me	ayudaran	o
corrigieran	lo	que	no	estaba	haciendo	bien.	O	al	menos	que	me	hubieran
respetado	en	lugar	de	asustado.
Pero	me	he	rodeado	de	gente	que	me	ha	comprendido,	he	seguido	mi	instinto	y
he	respetado	a	mi	hija	por	encima	de	todo.	Lo	volvería	a	hacer	una	y	mil	veces
más.	Y	ya	vamos	por	24	meses	de	feliz	lactancia.	Y	sumando.
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4.	LACTANCIA	MATERNA	CON	BAJA	PRODUCCIÓN	DE
LECHE:	HIPOGALACTIA
En	nuestra	sociedad	actual,	está	muy	extendido	el	hecho	de	‘algunas	mujeres	no
tienen	leche’,	sin	embargo	sólo	un	5%	de	ellas	tiene	una	causa	médica	que
implique	una	baja	producción	de	leche.	La	mayoría	de	las	veces	que	una	mujer
‘tiene	poca	leche’	se	trata	de	una	percepción	errónea;	falta	de	confianza	de	la
mujer,	desconocimiento	del	patrón	normal	de	comportamiento	del	bebé
alimentado	con	lactancia	materna,	escaso	apoyo	del	entorno	o	pautas	horarias
estrictas	(lactancia	cada	3	horas,	10	minutos	por	pecho).
Entre	algunas	causas	que	pueden	interferir	en	la	producción	encontramos:
hipotiroidismo	materno,	cirugía	mamaria	(reducción),	retención	de	placenta,
hipoplasia	mamaria	(falta	de	desarrollo	mamario),	mastitis	o	mal	agarre	del	bebé
que	puede	influir	por	falta	de	estímulo	y	drenaje	del	pecho,	entre	otras	cosas.
Sin	embargo,	el	hecho	de	que	exista	hipogalactia	no	significa	que	la	lactancia
materna	no	pueda	establecerse	ni	continuarse	de	forma	prolongada.	La	lactancia
materna	es	algo	mucho	más	que	alimento,	es	amor,	es	contacto,	es	vínculo,	y
todo	eso	se	puede	conseguir	si	se	conocen	las	herramientas	necesarias	para	ello.
Por	ese	motivo	te	traigo	la	historia	de	Jara.	Ella	nos	cuenta	las	lactancias	de	sus
dos	hijos.	Lactancias	mixtas	por	baja	producción	de	leche,	debido	a	hipoplasia
mamaria	no	diagnosticada	previamente,	pero	en	ambos	casos,	lactancias
prolongadas	y	satisfactorias:
La	historia	de	la	lactancia	con	Pepe.
Desde	pequeñita	me	ha	apasionado	el	mundo	de	la	lactancia	materna.	Mi	primer
recuerdo	se	remonta	a	los	7-8	años,	cuando	vi	mamar	a	mi	primo.	Mi	tía	se	fue
con	el	bebé	a	un	cuarto	apartado	(e	incómodo)	de	la	casa	de	mi	abuela.	Yo	fui
detrás.	Llevaba	un	sujetador	“raro”,	recuerdo	que	me	explicó	que	era	para	darle
la	teta	al	bebé…	Se	lo	desabrochó	y	allí	le	dio	la	toma,	a	escondidas.	No	le
entendí,	pero	tampoco	pregunté	por	qué.	Mi	siguiente	recuerdo	se	sitúa	en	torno
a	los	14-15	años.	Esta	vez	por	mi	perra;	Mora.	Tenía	embarazos	psicológicos,	las
tetas	se	le	ponían	enormes.	Me	pasémeses	con	la	intriga	de	si	tendría	realmente
leche	o	no…	Un	día	le	apreté	un	poquito	y…	¡Guauuuu!	¡Una	gota	de	leche!	Me
fascinó	ver	cómo	su	cuerpo	era	capaz	de	producir	leche.	Siguiente	recuerdo:
durante	la	carrera	(Medicina).	Primeras	prácticas	en	el	hospital:	Tenía	20	años.
En	la	planta	de	maternidad	vi	a	un	bebé	(sí,	uno	de	tooooda	una	planta)
alimentándose	de	su	madre.	Me	pareció	mágico.	Vi	una	conexión	especial	y	supe
que	mi	única	opción	era	amamantar	a	mis	futuros	hijos,	no	veía	otra.	Siguiente
momento	mágico:	27	años,	durante	mi	residencia.	Estuve	presente	en	una
cesárea	y	¡sorpresa!	Al	nacer	el	bebé,	la	pediatra	lo	puso	sobre	su	madre…	Ahí
empieza	toda	una	charla	con	ella	de	horas	de	duración	sobre	contacto	piel	con
piel,	lactancia…	Asombroso	todo	lo	que	me	contó.	(Gracias,	Ana).	Y	poco
después	me	quedé	embarazada.
Todo	este	rollo	para	llegar	a	una	reflexión…	La	lactancia	materna	no	está
normalizada.	A	pesar	de	eso,	creo	que	las	cosas	están	cambiando.	Pero	puede	ser
una	percepción	subjetiva	mía:	Mi	mundo,	parte	de	mi	trabajo,	mis	amigas,	mis
conversaciones,	cursos,	lecturas…	Giran	en	torno	a	ella.	Y	yo	pongo	mi	granito
de	arena	para	conseguirlo.
Ahora	voy	con	la	historia.	Me	parece	interesante	contarla.	Para	que	la	lean
(leáis)	otras	profesionales,	asesoras…	Para	que	Pepe	la	lea	algún	día.	Para	que
mi	familia	y	amigos	la	conozcan	mejor.	Para	que	otras	mamis	con	dificultades
sepan	que	es	posible…
Me	quedé	embarazada.	Sabía	poco,	muy	poco	de	lactancia.	Que	la	leche	materna
tiene	inmunoglobulinas,	y	es	lo	mejor	para	el	bebé.	Eso	recordaba	de	la	carrera.
Poco	más.	Buscando	información	sobre	el	embarazo	por	internet	di	con	Carlos
González.	Me	leí	su	libro	de	lactancia	materna…	¡Y	descubrí	todo	un	mundo!
Entre	otras	cosas,	que	todas	las	madres	pueden	amamantar,	salvo	un	pequeño
porcentaje…	no	me	iba	a	tocar	a	mí.
Pero	al	final	del	embarazo	algo	me	preocupaba.	No	había	notado	cambios	en	mis
pechos,	solo	los	pezones	algo	más	oscuros,	pero	nada	de	pechos	hinchados	o
tensión.	No	le	di	demasiada	importancia.
Llegó	el	parto.	Todo	iba	bien,	soportaba	las	contracciones	perfectamente	con	mi
pelota	y	en	la	ducha.	Pero	hubo	un	momento	en	que	empezó	a	haber
interferencias,	y	ahí	se	torció	todo	un	poco.	Me	vi	un	poco	condicionada	a	pedir
la	epidural,	no	me	pudieron	pinchar	bien	(me	dolió	más	que	las	contracciones)…
y	no	hizo	efecto.	Todo	esto	provocó	que	saliera	de	mi	“planeta	parto”	y	el
expulsivo	me	resultase	muy	duro.	Pero	bueno,	Pepe	nació	(con	ventosa)	e
hicimos	piel	con	piel.	A	los	pocos	minutos	noté	cómo	se	enganchaba	a	mi	pecho
izquierdo.	Genial.
Tuve	la	suerte	de	que	la	pediatra	de	guardia	era	Ana.	Vino	a	vernos	al	final	de	la
tarde.	Pepe	estaba	enganchado	a	la	teta,	y	me	enseñó	cómo	el	calostro	salía.	Y	yo
estaba	feliz.	Todo	iba	sobre	ruedas.	Quedamos	en	vernos	en	una	semana.
A	los	5	días	la	llamé:	No	notaba	subida	de	leche,	Pepe	estaba	horas	y	horas
enganchado,	no	hacía	cacas…
Quedamos	en	pesarlo	a	la	semana.	Había	perdido	el	10%	del	peso.	Justito.	Pero
lo	exploró,	observó	la	toma…	no	veía	signos	de	alarma,	así	que	quedamos	en
vernos	a	los	6	días.	Seguía	sin	hacer	cacas.	Cogió	algo	de	peso,	pero	poco.	Buen
aspecto,	despierto,	hidratado…	Pero	seguían	las	tomas	interminables.
Colechábamos,	hacíamos	piel	con	piel,	mamaba	a	demanda…	¡no	podía	ser	yo	el
1%	de	mujeres	que	tienen	problemas!
Al	cumplir	11	días	Pepe	hizo	caca,	mucha	caca.	Bien,	algo	va	mejorando…	Día
21	de	vida,	de	nuevo	fuimos	a	ver	a	Ana.	No	había	recuperado	el	peso	de
nacimiento…	Lloré.	La	matrona	me	consoló.	Alfonso	me	consoló…	Pero	yo
lloraba.	Decidimos	suplementar,	sólo	sería	algo	temporal.	Me	enseñó	a	hacerlo
mediante	un	relactador	casero,	con	sondas	finitas,	para	que	no	hubiera	confusión
tetina	pezón	y	no	rechazara	el	pecho.	Además,	de	esa	forma,	no	sólo	tomaba	el
suplemento,	sino	que	succionando	de	mi	pecho	estimulaba	también	la
producción	de	leche.	Recuerdo	que	le	di	allí	una	toma	y	durmió	como	nunca
había	dormido.	Nos	dio	mucha	pena	a	su	padre	y	a	mí	(he	de	decir	que	conté	con
su	apoyo	en	todo	momento).	Recuerdo	que	Ana	me	sugirió	que	le	diera	leche	de
alguna	amiga-mamá-lactante…	Entonces	no	fue	posible,	ahora	sé	de	sobra	que
sí.	Así	que	recurrimos	a	la	leche	artificial,	ya	que	mi	leche	extraída	era	muy
poca.
Me	estimulaba	con	sacaleches	eléctrico,	unas	8	extracciones	por	el	día	y	una	por
la	noche,	pero	no	conseguía	sacar	más	de	10	ml	entre	los	dos	pechos.	Era	muy
frustrante.
A	partir	de	ahí	empezó	otra	etapa	de	nuestra	lactancia.	Durante	meses	estuve
apuntando	en	una	libreta	lo	que	Pepe	tomaba	en	cada	toma,	con	la	esperanza	de
poder	reducir	suplementos	en	algún	momento…	No	pudo	ser.	No	se	quedaba
saciado	si	no	tomaba	el	suplemento.	Siempre	lo	hacía	con	el	relactador,	para	que
me	estimulara	el	pecho	a	la	vez	que	suplementaba	y	no	usé	biberones.	De	esa
forma,	Pepe	se	alimentaba	siempre	a	través	de	mi	pecho.
Cuando	empecé	a	suplementar	busqué	ayuda	en	un	foro	donde	sabía	que	había
excelentes	asesoras.	Me	costó,	soy	muy	defensora	de	mi	intimidad,	pero	lo	hice.
Patricia	se	interesó	por	nosotros…	Me	recomendó	hacerme	una	analítica,	para
descartar	algún	problema	funcional.	Yo	suponía	que	no	lo	habría,	pero	le	hice
caso.	Todo	normal.	Indagó	sobre	posible	frenillo…-”	No,	lo	ha	mirado	Ana	y
dice	que	no…”-Le	dije.	Pero	ella	no	lo	descartó,	su	experiencia	le	dice	que	los
frenillos	están	detrás	de	muchos	de	los	problemas	que	hay	con	la	lactancia,	y	no
se	equivocó.	Por	fotos	no	se	veía	muy	claro.	Se	puso	en	contacto	con	otras
asesoras	(gracias	Inés,	si	me	lees).	Ella	(ginecóloga)	pensó	en	una	posible	micro-
retención	de	placenta…	Mi	ginecóloga,	que	además	estuvo	en	el	parto,	lo	veía
improbable,	pero	aún	así	me	hizo	una	ecografía	que	resultó	ser	normal,	y
tampoco	hubo	respuesta	al	tratamiento	que	Inés	me	indicó.	Esa	era	mi	última
esperanza	de	encontrar	una	solución	y	no	resultó.	Fue	otro	momento	duro.	Aquí
hablamos	de	3	meses	de	vida	de	mi	cachorro	luchador.	Y	seguimos	con	lactancia
mixta.
En	algún	momento	de	esta	historia	me	di	cuenta	de	que	mis	pechos	se	habían
vuelto	demasiado	asimétricos.	Le	mandé	a	Patricia	una	foto.	Cuadraba	con	una
posible	hipoplasia	mamaria.	Aunque	todo	estaba	en	el	aire,	los	síntomas
encajaban	con	este	diagnóstico	aún	por	confirmar.
Pasamos	la	barrera	de	los	6	meses,	todo	un	reto	para	mí.	Superamos	la
incorporación	al	trabajo.	Pepe	me	demostró	que	nuestra	lactancia	era	realmente
un	vínculo	especial,	no	se	destetó.
Cuando	Pepe	tenía	8	meses	se	celebraron	en	Málaga	unas	jornadas	de	lactancia
organizadas	por	la	asociación	Criar	con	Apego.	No	podía	perdérmelas.	Fuimos.
De	ponente	iba	Helena	Herrero	y	Patricia	le	había	comentado	nuestro	caso;	de
hecho	expuso	un	resumen.	Le	pedí	que	por	favor	valorase	el	frenillo	de	Pepe	y
confimó	que	tenía	un	tipo	3.	Me	lo	temía…	Me	había	fijado	en	cómo	otros	bebés
sacaban	mucho	la	lengua	y	Pepe	no.
Así	que	ahí	termina	mi	investigación	(y	cierta	frustración	personal)	en	averiguar
el	por	qué	de	mi	hipogalactia:
La	conclusión	que	sacamos	fue	que	se	debió	a	la	unión	de	varios	factores:
posible	hipoplasia	de	glándula	mamaria,	más	frenillo,	junto	con	poca
estimulación	durante	los	primeros	días	(bebé	dormilón:	Debería	haberlo
despertado	más	y	empezar	a	estimularme	antes…).
Sin	embargo,	eso	no	fue	impedimento	para	que	Pepe	y	yo	disfrutáramos	de	una
lactancia	prolongada.	Pepe	mamó	hasta	los	4	años	y	se	destetó	en	el	7º	mes	de
embarazo	de	su	hermana’.
La	historia	de	la	lactancia	con	Maya
En	este	segundo	embarazo,	ya	tenía	la	experiencia	previa	de	la	lactancia	con
Pepe.	Lactancia	que	aunque	fue	placentera	y	duradera,	fue	muy	dura.	Me	costó
asumir	el	hecho	de	no	haberle	podido	alimentar	en	exclusiva	con	mi	leche	y	lloré
muchísmo	por	ese	motivo.
Así	que,	en	esta	ocasión,	ya	estaba	preparada	para	cualquier	cosa,	incluyendo	la
posibilidad	de	no	poder	dar	el	pecho	en	exclusiva	de	nuevo.	Sin	embargo,	era
optimista,	en	mi	interior	quería	pensar	que	mi	experiencia	anterior	no	me	iba	a
condicionar.	Que	lo	iba	a	conseguir.
Tampoco	en	esta	ocasión	noté	crecimiento	en	mis	pechosdurante	el	embarazo,	a
lo	que	no	quise	dar	mucha	importancia,	y	además,	me	preparé	desde	varias
semanas	antes	del	parto	extrayendome	calostro	(pocos	mililitros)	para
suplementar	a	Maya	por	si	acaso.
Así,	Maya	nació	en	un	parto	maravilloso	y	respetado,	en	casa,	tal	y	como
habíamos	decidido.	Nada	más	nacer	me	la	puse	al	pecho,	y	se	enganchó.
Estuvimos	horas	piel	con	piel…	Durante	2-3	días	tuve	algo	de	dolor,	pero	poca
cosa,	y	se	corrigió	mejorando	el	agarre.
Sin	embargo,	ocurrió	lo	mismo	que	con	su	hermano.	Pasaron	los	primeros	días	y
apenas	hacía	pis,	y	respecto	a	las	cacas,	después	de	expulsar	el	meconio,	no	hizo
caca	durante	varios	días.	No	llegó	a	perder	peso,	pero	tampoco	ganaba,	así	que
cuando	ya	tuvo	15	días	empecé	a	suplementar.
En	esta	ocasión,	ya	tenía	mi	red	de	lactancia,	por	lo	que	una	gran	amiga	me
donaba	su	leche,	y	yo	le	daba	5-10	ml	en	las	tomas,	siempre	con	relactador.
Además,	realicé	una	extracción	poderosa	durante	tres	días,	con	sacaleches
hospitalario,	y	aún	así,	no	conseguí	sacar	más	de	10-15ml	por	toma.	Así	que	mi
amiga	me	estuvo	donando	durante	dos	meses	aproximadamente,	y	a	partir	de	ahí,
continué	suplementando	con	leche	artificial.
Es	cierto	que	Maya	tomaba	muy	poco	suplemento,	como	máximo	120ml	al	día.
Pero	también	es	verdad	que	éste	le	hacía	falta,	si	no	lo	tomaba	no	ganaba	peso
suficiente.
Aunque	esta	situación	no	me	cogió	por	sorpresa,	igualmente	lo	pasé	muy	mal	ya
que	siempre	mantuve	la	esperanza	de	que	no	volviera	a	ocurrir.	Fue	un	puerperio
muy	duro,	me	removió	muchas	cosas	y	me	confirmó	que	realmente	había	un
problema	de	producción	de	leche	por	mi	parte.
Sin	embargo,	esta	hipogalactia	ya	confirmada,	seguramente	por	una	hipoplasia
mamaria,	no	me	ha	impedido	disfrutar	de	la	lactancia	materna	con	mis	dos	hijos.
Actualmente	Maya	tiene	dos	años	y	medio,	y	sigue	tomando	teta.	Por	eso,	animo
a	todas	las	madres	con	dificultades	en	la	lactancia	a	buscar	ayuda,	y	en	el	caso	de
no	conseguir	una	lactancia	materna	exclusiva,	saber	que	eso	no	es	determinante
para	conseguir	una	lactancia	placentera	y	prolongada.
En	cuanto	a	mis	conclusiones	personales,	he	aprendido	mucho	de	todo	esto.	Lo
primero,	y	más	importante,	que	esto	de	la	lactancia	es	sencillo	cuando	va	bien,
pero	cuando	no…	Hay	un	mundo	entero	de	cosas	que	aprender	y	del	que	nunca
me	cansaré.	Quizás	si	todo	hubiera	ido	bien,	no	habría	investigado.	No	habría
aprendido	tanto	y	ahora	no	podría	ayudar	a	otras	madres	y	bebés	que	lo
necesitan.	No	me	habría	puesto	en	contacto	con	Mamás	que	Miman	y	no	habría
conocido	a	gente	maravillosa	que	me	aportan	muchísimo	(Maru,	Myriam	y
demás	chicas	del	grupo).
No	habría	asistido	a	los	Congresos	y	cursos,	y	me	habría	perdido	conocer	a
tantas	personas	maravillosas	(Patri,	Laura,	Paloma,	Teresa,	Ruth,	Rocío	y	más…
No	puedo	nombraros	a	todas).
No	sería	parte	de	Mamás	que	Miman,	con	todo	lo	que	ello	conlleva.
Y	algo	que	me	parece	realmente	maravilloso,	la	inmensa	red	virtual	de	madres,
bloggeras	y	no	bloggeras	que	estamos	ahí	día	a	día,	informándonos,	escribiendo,
leyéndonos,	compartiendo	sabiduría.	Una	red	imprescindible	para	sustituir	a	la
antigua	“tribu”.	Esa	tribu	de	hace	años	que	transmitía	los	conocimientos	y
habilidades	necesarias	para	mantener	la	lactancia	materna	generación	tras
generación.	Gran	tribu	virtual	que	luchamos	por	la	normalización	y	respeto	a	la
lactancia	materna,	y	a	los	niños	en	consecuencia.
Gracias	a	todas.	Gracias	Patricia.
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5.	AMAMANTANDO	A	GEMELOS
Esta	es	la	historia	de	Ivonne,	mamá	de	dos	gemelos	que	con	dos	años	de	edad
aún	seguían	tomando	pecho.
Si	la	lactancia	en	general	está	llena	de	mitos,	la	lactancia	en	múltiples	es	algo
que	se	considera	prácticamente	imposible.	Al	menos	de	forma	exclusiva:	‘Si
muchas	mujeres	no	tienen	leche	para	un	bebé,	¿cómo	van	a	tener	para	dos?’
Sin	embargo,	hay	mamás	que	dan	el	pecho	a	sus	gemelos	o	mellizos.	Mamás
informadas	y	empoderadas.	Con	confianza	en	sí	mismas.	E	Ivonne	es	un
excelente	ejemplo	de	ellas.
Nadie	dijo	que	fuera	fácil,	pero	que	merece	la	pena,	¡Por	supuesto!
Ella	misma	nos	lo	cuenta:
Cuando	era	jovencita,	con	21	ó	22	años	ya	soñaba	con	ser	madre.	Siempre	me
atrajo	la	idea	de	la	maternidad.	Me	veía	con	un	bebé	en	brazos,	feliz,	y
alimentándolo	directamente	de	mi	pecho.	Así	es	como	yo	me	imaginaba	cuando
fuera	madre.
Por	su	puesto,	eso	no	era	más	que	una	idea	lejana,	ya	que	en	aquellos	momentos
mis	circunstancias	no	eran	las	más	adecuadas	para	tener	un	bebé.
Pasaron	los	años,	y	conocí	al	que	es	hoy	mi	marido.	Él	siempre	supo	de	mis
ganas	de	ser	madre	y	de	formar	una	familia.	Así	que,	nos	casamos	y	cuando
volví	del	viaje	de	novios	ya	estaba	embarazada.	Yo	estaba	eufórica	cuando	me
hice	el	test,	pero	él	no	se	lo	terminaba	de	creer.	Así	que	pedimos	cita	con	una
ginecóloga	para	que	me	viera	lo	antes	posible.	Era	la	primera	vez	que	acudía	a	su
consulta,	así	que	no	la	conocía	ni	tenía	confianza	con	ella.
Nada	más	atendernos	nos	gastó	una	broma:	Nos	dijo	que	se	había	acabado	el	gel
para	hacer	las	ecografías,	por	lo	que	no	me	la	iba	a	poder	hacer,	aunque	podía
atendernos	de	todas	formas.
¡A	mí	casi	me	da	algo!	Estaba	loca	por	ver	a	mi	bebé	y	sólo	de	pensar	que
tendría	que	esperar	unos	días	más	se	me	hacía	insoportable.
Afortunadamente,	la	doctora	estaba	bromeando,	por	lo	que	en	unos	minutos	ya
estaba	haciendo	la	ecografía:
—Pues	sí,	estás	embarazada.	Y	de	8	semanas.	¡Enhorabuena!-	Y	añadió:	-Bueno,
¿	Y	cuántos	esperas?
—¿Cómo	que	cuántos	espero?	Pues	uno	¿Cuántos	hay?
—Pues	aquí	hay	más	de	uno.	Son	dos	-Me	quedé	en	shock-.
—¡Lo	sabía!-	dijo	mi	marido.
—¿Pero	tú	qué	ibas	a	saber?	-le	dije-	¡Si	ni	siquiera	creías	que	estaba
embarazada!	-	Pero	está	de	broma,	¿no?-	Le	pregunté	a	la	doctora.	(Pensaba	que
era	otra	broma	después	de	la	que	me	había	gastado	del	gel).
—No	-dijo.	-No	estoy	de	broma,	porque	además	esto	es	algo	muy	serio.
Entonces,	de	repente,	empezó	a	hablar	de	los	peligros	de	los	embarazos
gemelares.	Del	síndrome	de	transfusión	feto-fetal,	de	las	posibilidades	de
intervención	quirúrgica,	de	que	podían	ser	prematuros,	que	nacerían	por
cesárea…etc.
Conforme	iba	contando	las	cosas,	yo	estaba	cada	vez	más	asustada	y	agobiada.
Se	me	saltaron	las	lágrimas	y	me	preguntaba	qué	había	hecho	yo	para	merecer
esa	desgracia.	Porque	tal	y	como	me	lo	estaba	pintando,	era	eso,	una	desgracia,
ya	que	todo	eso	malo	me	iba	a	pasar	a	mí.
Cuando	terminó	de	contarme,	yo	temerosa,	le	pregunté:
—Doctora	-¿Existe	la	posibilidad	de	que	todo	eso	que	me	ha	contado	no	me	pase
y	mis	hijos	salgan	adelante?
—Sí,	claro	que	sí.
Entonces	me	quedé	algo	más	tranquila,	pero	ya	me	había	transmitido	mucho
miedo	y	cuando	llegué	a	casa	de	mi	madre	para	contarle,	no	hacía	más	que
llorar:	Que	es	muy	peligroso	mamá-	le	decía-	Que	se	puede	morir	uno	de	los	dos,
o	se	pueden	morir	los	dos,	yo	no	sé	si	voy	a	poder	con	esto…-Estaba
aterrorizada.
Ya	más	adelante	empecé	a	buscar	información,	busqué	una	segunda	opinión	y	ya
me	tranquilicé	un	poco.	Me	di	cuenta	de	la	cantidad	de	gemelos	que	había	en	el
mundo.	Que	sí	que	había	cierto	riesgo,	pero	que	no	tenía	por	qué	pasar	nada.
Aún	así,	a	pesar	de	la	mala	experiencia	que	tuve	en	la	primera	consulta	con	esa
ginecóloga,	decidí	continuar	el	seguimiento	del	embarazo	con	ella.
Durante	los	primeros	meses	de	embarazo,	apenas	pensé	en	la	lactancia	materna.
No	era	algo	que	tuviera	en	mente,	ya	que	lo	que	me	preocupaba	era	que	mis
hijos	sobrevivieran.
Poco	a	poco,	el	embarazo	fue	avanzando	y	todo	iba	bien.	Los	bebés	estaban
creciendo	correctamente	y	todas	las	revisiones	estaban	estupendamente.	Fue
entonces,	cuando	ya	volvió	a	mi	cabeza	el	tema	del	pecho.
Si	siempre	había	tenido	esa	idea,	siempre	había	soñado	darle	el	pecho	a	mi
hijo…	¿Por	qué	iba	a	cambiar	al	ser	dos?	¿Es	que	al	ser	dos	tenían	menos
derecho?	Yo	tenía	claro	que	quería	amamantar,	así	que	empecé	a	buscar
información.	Además,	tengo	una	amiga,	Raquel,	que	estaba	embarazada	de	un
poquito	más	que	yo	y	también	iba	a	darle	el	pecho	a	su	hijo.	Raquel	me	ayudó
muchísimo.	Ella	era	una	máquina	de	devorarinformación.	Leyó	todo	lo	que
había	que	leer	sobre	lactancia	(por	supuesto,	la	base	fue	‘Un	regalo	para	toda	la
vida’	de	Carlos	González),	y	a	su	vez,	me	lo	iba	transmitiendo	a	mí.	Ella	me	dió
mucha	confianza	y	mucho	apoyo.	Como	ella	leía	tanto,	contrastaba	y	se
preocupaba,	un	día	le	pregunté:
—Raquel,	¿qué	biberones	vas	a	comprar?-	y	ella	me	dijo:
—Ivonne,	yo	no	voy	a	comprar	biberones.	No	hacen	falta.
—¿Pero	cómo	que	no	hacen	falta,	eso	cómo	va	ser?
—Que	no	mujer,	con	el	pecho	es	suficiente,	no	necesitan	nada	más.
—Pero	y	¿si	hacen	falta	en	un	momento	determinado?	¿Qué	vas	a	hacer?
—Bueno,	pues	si	me	hicieran	falta	ya	iría	a	la	farmacia	a	comprarlos,	pero	desde
luego	no	los	voy	a	comprar	de	antemano.
Sin	embargo,	el	resto	del	entorno	no	era	muy	favorable.	Cuando	la	gente	me
preguntaba	y	les	decía	que	traía	gemelos	y	que	quería	darles	el	pecho,	se
echaban	las	manos	a	la	cabeza:
—¡Uy!	Tú	estás	loca.-	Decían.
—No	sabes	lo	que	es	eso.	No	vas	a	poder.	Con	dos	es	mucha	paliza…
—Incluso	una	chica	se	echó	a	reír	y	me	dijo:	-	¡No	vas	a	aguantar	ni	una
semana!
En	fin…	Lo	que	escuchaba	era	desánimo	por	todos	lados.	Y	yo,	siempre
respondía:	-Bueno,	pues	yo	voy	a	intentarlo.
Sin	embargo,	conforme	fue	avanzando	el	embarazo,	y	más	gente	auguraba	que
no	iba	a	poder,	más	ganas	tenía	yo	de	conseguirlo.	Fui	empoderándome	a	mí
misma.	¿Que	no	lo	voy	a	hacer?	Pues	ya	veréis.	Lo	conseguiré.
Además,	había	otro	motivo	poderoso	que	me	impulsaba	a	dar	el	pecho	a	mis
hijos.	Nuestra	situación	económica	entonces	no	era	muy	buena.	Yo	no	trabajaba
y	mi	marido	cobraba	el	paro.	Me	puse	hacer	cuentas	sobre	lo	que	costaría
alimentar	a	mis	dos	hijos	con	leche	de	fórmula,	y	no	me	salían	los	números.	La
verdad,	no	nos	lo	podíamos	permitir.	Así	que	eso	también	me	apretó	un	poquito
las	tuercas:	Tenía	que	darles	el	pecho.
Aún	así,	mi	confianza	y	mi	ánimo	sufrieron	otro	duro	golpe	en	las	clases	de
preparación	al	parto.	Eran	charlas	impartidas	por	matronas,	y	la	última,	estaba
dedicada	a	la	lactancia.	Allí,	contaban	alegremente	que	el	pecho	era	‘lo	mejor’,
pero	que	el	biberón,	también	estaba	bien.
Entonces,	cuando	yo	comenté	que	traía	gemelos	y	que	quería	darles	el	pecho,	la
matrona	casi	que	se	rió	de	mí.	Me	dijo	que	eso	no	podía	ser.	Que	durante	los
primeros	20	días	sí,	pero	que	después	se	quedarían	con	hambre	y	tendría	que
darle	una	‘ayuda’	de	biberón.	Y	eso	era	así,	no	había	otra	opción.
Yo	salí	de	esa	clase	totalmente	desanimada	y	convencida	de	que	ésa	era	la
realidad.	Que	había	sido	una	ilusa	al	pensar	que	se	podía	dar	el	pecho	a	gemelos
sin	necesidad	de	‘ayuda’,	y	me	hubiera	dado	por	vencida	si	no	hubiera	sido	por
Raquel.	Allí	estaba	ella	una	vez	más	dándome	ánimos	e	información	veraz	y
contrastada:
—Que	no	Ivonne,	que	no.	No	es	así.	Tus	bebés	no	se	van	a	quedar	con	hambre.
Cuanto	más	te	los	pongas	al	pecho	más	leche	vas	a	tener.	A	más	succión,	más
producción.	Eso	es	así.
—Pero	es	que	la	matrona	me	ha	dicho	que	tengo	que	hacer	lactancia	mixta.
¡Raquel,	tengo	que	comprar	los	biberones!
—Que	no	Ivonne,	que	no	hacen	falta.	Si	de	verdad	quieres	darles	el	pecho,	es
mejor	que	te	los	pongas	mucho.	Pero	no	compres	los	biberones.
Y	no	los	compré.
Y	otra	persona	que	me	ayudó	mucho,	fue	una	prima	mía	que	vive	en	Alemania.
A	pesar	de	que	ella	dio	el	pecho	sólo	6	meses	sabía	que	a	más	estímulo	del
pecho,	más	leche	iba	a	tener,	y	así	me	lo	transmitió.
Y	en	ese	punto	estaba.	Muchas	opiniones	en	contra,	y	un	par	de	ellas	a	favor.	Mi
marido	sin	embargo,	se	mantenía	al	margen.	Le	parecía	bien	mi	intención	de	dar
el	pecho,	no	me	desanimaba	como	los	demás,	pero	tampoco	me	alentaba.
A	partir	de	la	semana	24	estuve	de	reposo	por	amenaza	de	parto	prematuro.	Cada
vez	que	me	movía	empezaba	con	contracciones,	así	que	no	me	quedó	otro
remedio.
Como	apenas	me	movía,	engordé	bastante.	¡A	lo	largo	del	embarazo	puse	30kg!
(Que	después	del	parto	fui	perdiendo	poco	a	poco,	¡gracias	a	la	lactancia!).	Lo
bueno	del	reposo,	es	que	me	quedaba	mucho	tiempo	para	leer.
Una	amiga	que	vive	en	Madrid	y	que	también	había	dado	el	pecho	a	su	hijo	me
metió	en	un	grupo	de	Facebook	sobre	lactancia.	Se	trataba	de	un	taller	de
lactancia	del	centro	de	salud	de	Rivas,	llevado	por	una	matrona	y	donde	daban
mucha	información	sobre	lactancia.
Me	animé	a	contar	mi	caso	y	mis	preocupaciones	y	una	chica	me	contestó	y	me
animó.	Me	comentó,	que	ella	también	tenía	gemelas	y	les	había	dado	el	pecho	de
forma	exclusiva.	Que	se	podía	hacer.	Me	dió	su	teléfono	y	en	unos	días
hablamos.
Yo	estaba	deseando	conocer	su	experiencia.	Para	mí	era	muy	importante	porque
era	alguien	que	había	pasado	por	la	misma	situación.	Alguien	que	sabía
perfectamente	los	miedos	que	yo	estaba	pasando	(porque	ya	los	había
experimentado)	y	que	los	había	superado.	Alguien	que	había	conseguido	lo	que
yo	deseaba.	Y	si	ella	lo	había	hecho,	¿Por	qué	no	lo	iba	a	hacer	yo?
Y	ya	pues	el	colofón	final,	fue	el	día	antes	del	parto.	Tenía	que	ir	a	recoger	mi
parte	de	baja,	y	allí	había	otra	doctora	sustituyendo	a	la	mía.	Le	conté	un	poco:
Que	me	inducían	el	parto	al	día	siguiente,	que	eran	gemelos…	y	entonces	me
preguntó:
—Y	qué	vas	a	hacer,	¿tienes	pensado	darles	pecho?	-	En	ese	momento	se	me
vino	el	mundo	encima-	puuff-	pensé.	Otra	que	me	va	a	decir	que	no	voy	a	poder.
Y	contesté:
—Sí,	me	gustaría	darles	el	pecho.
—Enhorabuena	-me	dijo-	Es	estupendo	que	quieras	hacerlo.	Que	sepas	que	es
perfectamente	posible	amamantar	a	gemelos.
En	ese	momento	todo	cambió.	Por	fin	un	profesional	de	la	salud	me	transmitía
confianza	para	hacer	lo	que	tanto	deseaba:	Amamantar	a	mis	hijos.	Ella	me
explicó	que	era	asesora	de	lactancia	y	me	dio	su	teléfono	por	si	tenía	alguna
duda.	Yo	salí	encantada,	comentandole	a	mi	marido	la	suerte	que	habíamos
tenido	de	que	el	destino	hubiera	puesto	a	esa	persona	en	nuestro	camino,	justo	un
día	antes	de	dar	a	luz.
En	la	semana	36	me	indujeron	el	parto.	Ahora,	si	volviera	atrás	haría	las	cosas	de
otra	forma,	porque	sé	que	no	había	un	motivo	real	para	hacerlo.	Pero
afortunadamente,	todo	fue	bien	y	me	quedo	con	eso.
Tenía	muchos	miedos	respecto	al	parto.	Uno	de	ellos	era	que	acabase	en	cesárea,
cosa	que	me	habían	advertido	varias	veces	que	podría	pasar,	y	otro,	que
necesitaran	estar	en	incubadora.	Eso	me	aterraba.	Por	otro	lado,	estaba	deseosa
de	ver	a	mis	hijos	y	cogerlos	en	brazos.
Empezaron	la	inducción	por	la	mañana	y	a	las	5.30	de	la	tarde	ya	me	llevaron	a
paritorio.	Un	paritorio	llenísimo	de	gente:	varias	matronas,	la	ginecóloga,
auxiliares,	pediatras…	A	pesar	de	todo	eso,	yo	quise	parir	desnuda.	Tenía
muchas	ganas	de	hacer	piel	con	piel	y	no	quise	taparme	con	nada.	Mario	nació
primero,	me	lo	pusieron	encima	unos	minutos,	pero	enseguida	se	lo	llevaron.	Yo
lo	escuchaba	llorar	y	se	me	partía	el	alma.	A	los	10	minutos	nació	su	hermano.
Me	lo	pusieron	en	el	pecho	y	a	él	lo	dejaron	estar	un	poco	más	por	lo	que	su
padre	pudo	cortarle	el	cordón.	Ya	parecía	que	estaba	el	ambiente	un	poco	más
relajado.
A	pesar	de	que	en	paritorio	me	habían	preguntado	si	quería	darles	el	pecho,	al
poco	de	nacer	y	tras	ese	piel	con	piel	tan	escaso,	me	dijeron	que	tenían	que
llevarlos	a	neonatos.	No	porque	les	pasara	nada,	los	bebés	estaban
perfectamente.	(Habían	pesado	2.100g	y	2.200g),	simplemente	para	vigilarlos	y
observarlos	durante	dos	horas.
Se	los	llevaron	en	una	cunita,	me	llevaron	a	planta	y	yo	me	quedé	de	repente
vacía.
Esas	dos	horas	para	mí	han	sido	las	peores	y	más	largas	de	toda	mi	vida,	fueron
desgarradoras.	Solo	quería	estar	con	mis	hijos…
Mientras	los	esperaba	en	la	habitación,	vino	la	pediatra	de	guardia,	que	me
informó	que	mis	hijos	estaban	bien	y	que	iban	a	subir	conmigo.	Además,	me	dio
pautas	para	darles	leche	de	fórmula,	advirtiéndome	que	era	muy	importante	que
así	lo	hiciera,	ya	que	estaban	muy	bajos	de	peso	y	debían	engordar	rápidamente.
Y	así	se	evitaban	las	hipoglucemias	e	ingresos	innecesarios.	Le	dije	que	me	los
pondría	al	pecho	enseguida,	y	me	contestó	que	no	hacía	falta:	Les	acababan	de
dar	un	biberón	y	no	iban	a	tener	hambre.	Cuándo	le	pregunté	por	qué	les	habían

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