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Índice Portada Dedicatoria Introducción 1. La importancia de las enzimas para la salud 2. Hábitos saludables para mejorar la calidad de vida 3. Enzimas y estructura corporal. Body type 4. Enzimas y rejuvenecimiento Recetas con enzimas Vademécum de enzimas Bibliografía Notas Créditos Te damos las gracias por adquirir este EBOOK Visita Planetadelibros.com y descubre una nueva forma de disfrutar de la lectura ¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos! Próximos lanzamientos Clubs de lectura con autores Concursos y promociones Áreas temáticas Presentaciones de libros Noticias destacadas Comparte tu opinión en la ficha del libro y en nuestras redes sociales: Explora Descubre Comparte http://goo.gl/1OP6I6 http://goo.gl/v0wG2A http://goo.gl/JYqUxR http://goo.gl/IoPlU0 http://goo.gl/s0nYNA http://goo.gl/HjpKFD http://goo.gl/FKoB61 http://goo.gl/2VT2zx Dedicado a mis padres, Sadurní y Magdalena, que me han ayudado en todos mis proyectos estando siempre a mi lado Introducción Las últimas generaciones son, sin duda, las que más se preocupan por la salud y la nutrición, y, al mismo tiempo, las que disponen de más información acerca de este tema. Somos conscientes de las deficiencias de nuestra dieta y de los abusos que cometemos al respecto, y de cómo estas irregularidades nos afectan físicamente. Además, dudamos de todo aquello que acaba en el menú: la calidad de los alimentos que se encuentran a nuestro alcance, las proporciones más adecuadas de hidratos de carbono o grasas, la dieta ideal para mantener un peso equilibrado a lo largo de nuestra vida, y así un largo etcétera de inquietudes. Como en muchos otros campos, sufrimos de un exceso de información, que la mayoría de las veces acaba por desorientarnos. Nuestra esperanza de vida es cada vez mayor. Vivimos más, sin duda. Y esos años de más sobre nuestras espaldas deberían hacernos reflexionar acerca de cómo podemos aprovechar al máximo ese preciado tiempo, para sentirnos mejor y, ¿por qué no?, para alargar nuestra juventud. La respuesta a dicha reflexión la tenemos al alcance de la mano, y ponerla en práctica es posible gracias a un nuevo enfoque: la enzima mediterránea. Con esta obra pretendo dar a conocer el importantísimo papel que desempeñan las enzimas en nuestro organismo, sobre todo a través de la digestión. Ellas son la pieza clave que permite transformar los alimentos en nutrientes y los nutrientes en energía, en tejidos, en un mejor sistema inmunitario, etc. Puesto que son esenciales, el ser humano ya nace con ellas, pero con un número limitado, una especie de reserva finita a la que nuestro cuerpo recurre para realizar cada una de sus funciones. Esta preciada herencia viene marcada en el ADN, pero la malgastamos cuando sufrimos estrés, enfermedades, cuando llevamos una mala dieta..., es decir, en todos aquellos escenarios en los que ponemos a prueba nuestro metabolismo. No obstante, también podemos hallar enzimas en el exterior, en alimentos no cocinados, por ejemplo; consumir dichos alimentos nos permite saldar los números rojos de la deficiencia enzimática. Es una lógica sencilla, pero resulta mucho más útil cuando disponemos de información acerca de las enzimas: cómo actúan, dónde podemos encontrarlas, en qué nos benefician exactamente, etc. Estos son algunos de los interrogantes que resuelvo en las páginas siguientes, donde, además, describo los extraordinarios beneficios de una nutrición enzimática y las pautas alimentarias para llevarla a cabo. En otras palabras, cómo seguir la dieta más próxima a nuestra cultura, la dieta mediterránea tradicional, uno de los mayores exponentes en riqueza enzimática. De ahí el concepto que acuño: «enzima mediterránea». Precisamente, en 2014 se conmemora la dieta mediterránea y su valor universal. Dicha efeméride subraya la importancia de este modo de alimentarse, que redunda en el máximo bienestar de nuestro organismo. Pero yo he decidido dar un paso más adaptando las virtudes de la enzima mediterránea a las cuatro tipologías de estructura corporal con las que trabajan los nutricionistas actualmente. Cada uno de nosotros parte de un punto diferente, es decir, nuestra herencia genética, la forma de digerir, de acumular o de perder grasas, la estructura de nuestro cuerpo, etc., son distintas y han permitido identificar cuatro body types (modelos corporales o tipos de constitución, es decir, la predisposición genética a sufrir una dificultad natural para digerir determinados alimentos) aplicables a toda la población: PARA, ESTRO, SUPRA y NEURO. Si echamos un vistazo a esta clasificación, podremos identificarnos de forma predominante con uno de los modelos, y conocer sus respectivas peculiaridades nos dará una gran ventaja a la hora de aprender a seleccionar los alimentos que más nos benefician. Y es que el propósito final de La enzima mediterránea es conseguir una dieta diana, personalizada al máximo, según las necesidades de cada uno. Apostar por la enzima mediterránea y por enfocarla a través de los body types es elegir un nuevo estado de salud y bienestar. Gracias al conocimiento de la nutrición enzimática podemos mejorar proactivamente nuestro estado general. Y este libro ofrece todas las herramientas para conseguirlo. Eso sí, el cambio precisa de tiempo, compromiso y dedicación. Pero, sobre todo, es importantísimo mantener una actitud positiva y abierta. Está demostrado que las emociones y la actitud de los pacientes son de extrema relevancia, y, en cuestión de enzimas, esto no es una excepción. Así pues, intentemos sonreír más a menudo (aunque a veces las circunstancias no nos lo pongan fácil), aprendamos a respirar, busquemos tiempo para relajarnos y, tomémonos las cosas con la mayor calma posible. Estas son las primeras directrices y las más importantes para comenzar a controlar nuestro bienestar. Veamos el resto. 1 La importancia de las enzimas para la salud Sin enzimas, la vida no sería posible. Ellas constituyen la energía vital de nuestro organismo, y su redescubrimiento, junto con la constatación de que las vitaminas y los minerales son de vital importancia para el cuerpo humano, es uno de los capítulos fundamentales en la historia de la ciencia nutricional. Aunque el papel esencial que desempeñan las enzimas en la digestión, del que os hablaré más adelante, se demostró científicamente hace más de un siglo, su comercialización como suplemento alimenticio no tuvo lugar hasta hace algo más de veinte años en países como Estados Unidos, donde se empezaron a suministrar como paliativo para determinadas alergias e intolerancias. Así pues, teniendo en cuenta que las enzimas son proteínas que hacen que se produzcan las reacciones químicas de nuestro organismo, o que estas ocurran con mayor rapidez, podemos afirmar que son como la mano de obra que activa nuestro organismo y que, sin su presencia, este enferma e incluso puede morir. Hasta hoy, los científicos han identificado al menos dos mil ochocientas enzimas diferentes. Para que nuestro código genético, el ADN, pueda desarrollar todas sus funciones, necesita dichas proteínas fundamentales y para fabricarlas requiere de nutrientes que principalmente consigue gracias a los alimentos que ingerimos. Por eso debemos entender la NUTRICIÓN como el medio de aportarnos esos nutrientes esenciales, de ingerirlos en sus cantidades adecuadas, digerirlos, absorberlos, transportarlos al interior de las células, metabolizarlos y eliminar los productos que no necesitemos sin convertirlos en grasa. Los principales nutrientes esenciales que alimentan nuestras células son los siguientes: – Hidratos de carbono – Proteínas – Lípidos (grasas) – Agua – Vitaminas – Minerales Ingerir estos alimentos (enzimas incluidas) en las cantidades adecuadas es garantía de una correcta nutrición. La función de las enzimas Como ya he mencionado, las enzimas son sustancias vitales y, aunque están presentes en todas las células vivas, tanto animales como vegetales, son muy delicadas. Una de las funciones corporales básicas en las que intervienenes la transformación de la comida que ingerimos en energía y el desbloqueo de esta para que el organismo la pueda utilizar. Según los científicos, existen tres grupos principales de enzimas: – Metabólicas – Digestivas – Alimentarias Las enzimas metabólicas y las digestivas las producimos de manera natural cuando las necesitamos. Las primeras son las que ponen en marcha nuestro organismo. Y las segundas, las que digieren los alimentos. Las enzimas alimentarias, en cambio, están presentes, también de forma natural, en todos los alimentos crudos. Principales fuentes de enzimas Enzimas metabólicas El propio organismo es el encargado de producirlas. Son necesarias en todo el proceso digestivo. La edad y el estrés reducen la capacidad de sintetizarlas. Enzimas digestivas También las produce el propio organismo, pero en caso de déficit se pueden consumir suplementos. Estos no deben ser de carácter sintético, como las vitaminas y los minerales, sino que deben crecer en las plantas y ser extraídos mediante un proceso de laboratorio. Estas enzimas actúan a lo largo de todo el tracto gastrointestinal, desde el esófago hasta el recto. Enzimas alimentarias Los alimentos crudos, frutas y verduras principalmente, mantienen intacta su capacidad enzimática. De ahí que sean tan nutritivos y nuestra fuente principal de este tipo de enzimas. Ahora bien, dicha capacidad la pierden por completo cuando se cocinan. Las enzimas animales también son aptas para el consumo humano. Entre ellas, destaca sobre todo la pancreatina, que se obtiene de las secreciones del páncreas del cerdo o del buey y actúa en el intestino delgado, donde se digiere la grasa. Esta enzima es actualmente el foco de varias investigaciones por su presencia en el tratamiento contra el cáncer (se ha detectado que los enfermos suelen sufrir una carencia de esta enzima en concreto). Se utiliza también para curar trastornos autoinmunes, alergias alimentarias, la fibrosis quística e infecciones virales, además de tener otras aplicaciones. Asimismo, las siguientes tres enzimas son muy socorridas. La bromelaína (enzima derivada de la piña) y la papaína (enzima derivada de la papaya) se utilizan como ingredientes de la cerveza y, en el sector industrial, para reblandecer la carne. La pepsina, por su parte, ayuda a que se haga una correcta digestión de las proteínas en el estómago. Esta última se extrae del tejido del estómago del cerdo y necesita un pH ácido para actuar acertadamente; por eso deberemos tener cuidado si tomamos antiácidos sin prescripción médica, puesto que estaremos entorpeciendo de forma involuntaria la acción de la enzima. La cantidad y la eficiencia de las enzimas metabólicas y digestivas se encuentran íntimamente relacionadas con la edad y la salud. De modo que, a medida que envejecemos, nuestra capacidad de producirlas va disminuyendo. Además, si caemos enfermos, también sufriremos una pérdida considerable de enzimas. Y a esto hay que añadirle el estilo de vida que llevamos (haciendo especial énfasis en el tipo de alimentación), que también influye en que tengamos un mejor o un peor equilibrio enzimático. Enzimas mayores y menores Para que se produzca una correcta digestión son necesarias tres enzimas mayores (amilasa, proteasa y lipasa) y cuatro enzimas menores (celulasa, lactasa, sucrasa y maltasa). Esta división responde al siguiente criterio: las mayores se ocupan principalmente de la digestión de los macronutrientes (hidratos de carbono, grasas y proteínas), y las llamadas menores son una variedad dentro de las mayores. Por ejemplo, la lactasa es un tipo de amilasa; la papaína, una variedad de proteasa, y la bilis de buey, una variante dentro de las lipasas. La AMILASA ayuda en la digestión de los hidratos de carbono (HC) y las féculas (frutas, verduras, pasta, pan, etc.). Si estos hidratos de carbono se digieren incorrectamente, fermentan y es cuando tenemos gases y otros síntomas de malestar. La PROTEASA ayuda a digerir las proteínas (carnes rojas, aves de corral, pescados, frutos secos). Una mala digestión de las proteínas produce su putrefacción y es cuando sufrimos de indigestión y toxicidad. La LIPASA ayuda a descomponer las grasas y participa en el equilibrio de los ácidos grasos. Si las grasas no se digieren bien, se enrancian y provocan malos olores y el desequilibrio de los niveles de colesterol. En cuanto a las enzimas menores, la CELULASA descompone la fibra que se encuentra en las verduras y otros vegetales, es decir, la celulosa. Nuestro organismo es incapaz de producir fibra y la que no digerimos puede dejar un residuo en el intestino delgado y provocar problemas de mala absorción. La LACTASA, la más conocida de todas las enzimas, descompone la lactosa, es decir, el azúcar de la leche. Si el organismo no produce lactasa, la lactosa no se puede digerir, por eso sufrimos problemas digestivos y alergias alimentarias. La SUCRASA y la MALTASA, por su parte, ayudan a digerir los azúcares de los alimentos. Pero las enzimas no solo trabajan en el sistema digestivo, sino que también actúan en todos los procesos de energía de nuestro cuerpo. ¿Y de dónde procede la energía que consumimos? De los ALIMENTOS. De ahí que el eje de cualquier protocolo enzimático, es decir, de cualquier pauta basada en la máxima ingesta de enzimas alimentarias o en la suplementación mediante preparados, se concentre en nuestra salud digestiva. La mayoría de los tratamientos o las dietas que se basan en la administración de enzimas colocan en primer plano el correcto funcionamiento del sistema digestivo: qué comemos, cómo lo comemos y, sobre todo, qué tipo de digestiones realizamos (incluida la eliminación de residuos). No es de extrañar, pues, que muchos de estos métodos contemplen medidas como la depuración regular de los intestinos a través de enemas elaborados con hierbas, aceites esenciales, etc., o incluso el ayuno, siempre bajo supervisión médica, por supuesto. Síntomas del déficit de enzimas: ¿qué ocurre si los alimentos no se digieren correctamente? Déficit de amilasa: fermentación de los hidratos de carbono La fermentación de los glúcidos o azúcares producida por los organismos de la flora intestinal hace que se liberen ácidos grasos. Se producen y se absorben gases en la sangre. Como consecuencia, las células sanguíneas no pueden unirse al oxígeno y se aglutinan. El sistema inmunológico se satura y entorpece la circulación de la sangre. Un déficit severo de amilasa puede ser indicativo de daños o cáncer en el páncreas, o bien de afecciones en el riñón. Esta insuficiencia provoca diarrea por los efectos que produce el almidón sin digerir en el colon. Déficit de proteasa: putrefacción de las proteínas Los microorganismos asimilan los aminoácidos y generan cadaverina y putrescina, es decir, aminoácidos que se encuentran en las sustancias putrefactas. La microflora utiliza las proteínas que no se han digerido y provoca una liberación de amoníaco. El hígado se ve bombardeado de toxinas. Se forma amoníaco, compuesto por nitrógeno, y se libera urea. Como consecuencia, se sobrecargan los riñones. También sufre el sistema linfático, que trabaja en la eliminación de toxinas. La insuficiencia de proteasa da paso a alergias, a la formación de sustancias tóxicas dentro del organismo y aumenta el riesgo de infección intestinal. Déficit de lipasa: enranciamiento de las grasas Las toxinas del colon se absorben en el torrente sanguíneo, donde tienden a oxidarse y a formar radicales libres. Estos son elementos químicos que producen daños en las células del organismo y se relacionan con diversas afecciones, como el alzhéimer y algunos tipos de cáncer. Entran en funcionamiento otras moléculas y una mayor acidez produce estrés en el hígado. Se da un exceso de colesterol. Los microorganismos cogen el colesterol (producido normalmente por el organismo de forma natural) y procesan cantidades excesivas de hormonas. Esto puede abrir la puerta a diferentes enfermedades. La insuficiencia de lipasa conlleva una mala absorción de lasgrasas y las vitaminas. Otros efectos secundarios son la diarrea y las heces grasientas. Causas del déficit de enzimas La digestión de los alimentos es prioritaria y la principal demandante de enzimas de nuestro cuerpo. Si a esta demanda añadimos otros factores que ya hemos mencionado (ejercicio intenso, resfriados, fiebre, embarazo, cambios de temperatura o estación, excesiva ingesta de bebidas alcohólicas o de cafeína, pérdidas minerales a través del sudor, la orina, las heces y todos los jugos gástricos), con el tiempo se puede producir un déficit de enzimas. Y tampoco hay que olvidar que nuestro cuerpo aporta las enzimas necesarias al proceso de la digestión de una manera más rápida de lo que puede recuperarlas. Si, además, habitualmente consumimos alimentos pobres en enzimas, nuestros órganos digestivos tendrán que realizar un esfuerzo mayor. El organismo da más prioridad a la digestión que al mantenimiento de la salud, por eso atrae enzimas de otras partes del cuerpo para poder completar el proceso digestivo. Esta compensación agota el sistema inmunológico. Por eso, con el tiempo, el cuerpo se puede debilitar hasta el punto de que le resulte difícil defenderse de las enfermedades. En estos casos de «quiebra enzimática», la solución radica en aumentar «la fuente de ingresos de enzimas» tomando por vía oral enzimas vegetales en forma de cápsulas. Así mantendremos nuestro organismo saludable. Cómo saber si tenemos déficit de enzimas Le corresponde a un especialista médico determinar en qué estado se encuentra nuestro potencial enzimático. Ahora bien, es cierto que hay indicios que nos hacen sospechar que nuestras enzimas digestivas no están actuando correctamente. Si sospechamos que estamos faltos de algún tipo de enzima, podemos observar qué alimentos nos apetecen más o tenemos más tendencia a comer. Por ejemplo, las personas con mucha apetencia hacia los dulces, chocolates, etc., suelen presentar déficit de amilasa (recordemos que es la enzima que descompone los azúcares). También podemos prestar atención a los siguientes síntomas: – Distensión abdominal y gases después de comer. – Detectar comida sin digerir en las heces. – Acidez gástrica. – Náuseas. – Estreñimiento. Diarrea. – Sentir cansancio después de comer. – Reacción alérgica a una comida en concreto. Estas son algunas señales de alerta que deberá valorar el especialista a la hora de realizar un diagnóstico diferencial de distintas patologías o alteraciones digestivas, como algunos trastornos serios en el páncreas, el hígado, los intestinos, etc. En cualquier caso, un control regular de las digestiones y las deposiciones puede darnos una idea de nuestro estado de salud, tal como se hace con los bebés en los primeros meses de vida. Por supuesto, también existen técnicas de laboratorio que permiten diagnosticar el estado de nuestro organismo. Es el caso del método Transformation, un programa médico creado en Houston que permite determinar el grado de deterioro del organismo mediante un conjunto de pruebas. Una vez valorados los resultados, el paciente obtiene un asesoramiento médico muy preciso. Las pruebas son las siguientes: – BTA (Biological Terrain Assessment). Es una valoración del estado biológico de cada persona que se realiza mediante análisis específicos de saliva, orina y sangre. Estos exámenes evalúan el grado de envejecimiento y de estrés oxidativo de nuestro cuerpo. – DARKFIELD. Estudio del nivel de envejecimiento de las células sanguíneas por la imagen, a través de un monitor que está conectado a un microscopio de campo oscuro. – BCA (Body Composition Analysis). Se analiza la composición corporal: músculo, grasa y líquidos extracelulares. Cuando hay un desequilibrio entre la entrada de calorías y las calorías que se queman, la composición corporal se ve alterada. Esta prueba da información para poder equilibrar la distribución de grasas, líquidos y músculo en nuestro organismo. – ANÁLISIS DE SANGRE GENERAL. Se valoran los niveles de colesterol, triglicéridos, hierro, minerales, etc. – ESTUDIO DEL ENVEJECIMIENTO CUTÁNEO. Toda la información derivada de estas pruebas da al profesional sanitario especializado un buen punto de partida para determinar el protocolo enzimático y nutricional más conveniente para cada paciente. Aunque el método Transformation permite llevar a cabo terapias diana, con una combinación más compleja de enzimas, con una alimentación basada en la dieta mediterránea y las pautas que expondremos más adelante (hidratación y ejercicio moderado) cualquiera puede lograr el máximo equilibrio enzimático. En el tercer capítulo ahondaré más en la relación entre las deficiencias enzimáticas y los diferentes tipos de cuerpos. Pero, a modo de adelanto, puedo deciros que cada body type suele adolecer de una carencia específica: – Cuerpo tipo PARA (o tipo 1): deficitario en AMILASA. – Cuerpo tipo ESTRO (o tipo 2): deficitario en LIPASA. – Cuerpo tipo SUPRA (o tipo 3): deficitario en PROTEASA. – Cuerpo tipo NEURO (o tipo 4): deficitario en LACTASA, LIPASA y AMILASA. Todos necesitamos enzimas Necesitaremos enzimas siempre que consumamos los alimentos cocidos, fritos, procesados o alterados de alguna manera. Las enzimas se destruyen con el calor que producen tanto la ebullición como el microondas, las ollas a presión y demás procesos de cocción. Incluso determinados métodos de preparar jugos, los que provocan calor por fricción, pueden suprimir la acción enzimática y digestiva de los alimentos exprimidos. Así, cuando comemos alimentos cocinados o procesados, gastamos enzimas de nuestro potencial enzimático y, con el paso de los años, nos hacemos vulnerables ante algunas enfermedades (estreñimiento, artritis, cefaleas, úlceras, fatiga crónica, etc.). El 80 % de la energía de nuestro organismo la obtenemos a partir del proceso digestivo. Las personas que realizan una actividad física importante a diario, están estresadas, viven en un clima muy cálido o muy frío, están embarazadas o viajan con frecuencia en avión necesitan una gran cantidad extra de enzimas. Como ya hemos visto, el envejecimiento reduce nuestra capacidad de producir las enzimas necesarias. Y la experiencia médica demuestra que toda enfermedad se debe a la falta o al desequilibrio de enzimas. Así, se puede afirmar que nuestra vida, nuestra salud, depende de ellas. Nuestro organismo las puede conseguir por dos vías: – Produciéndolas él mismo (ENZIMAS ENDÓGENAS): se trata de las enzimas digestivas y metabólicas. – Ingiriéndolas de los alimentos (ENZIMAS EXÓGENAS): las enzimas alimentarias. La energía de nuestras enzimas es necesaria para: – Llevar a cabo correctamente el proceso de la digestión. – Reparar, regular y reactivar los otros sistemas del organismo. – Regular el metabolismo. Y para aprovecharla al máximo es mejor comer los alimentos crudos, con sus enzimas digestivas intactas. Pero cuidado, porque las enzimas de estos alimentos crudos solo ayudan a la digestión de sus partículas, así que el cuerpo tendrá que gastar sus propias enzimas digestivas. Si, por eso, buscamos un «extra» de enzimas, la alternativa es complementar la dieta con suplementos enzimáticos. Cuando nuestras enzimas digestivas no sean suficientes, deberán entrar en juego las enzimas metabólicas para ayudarlas en el proceso digestivo. De ahí que, a medida que vayamos destruyendo nuestra reserva enzimática, necesitaremos un complemento enzimático. El cuerpo humano no podría existir sin enzimas. Hay que reponer la energía cuando sea necesario, en eso consiste la regulación del metabolismo, y también en quemar las grasas y nutrir las células. Desde la creación de nuevos tejidos (músculos, huesos, glándulas y nervios) hasta la liberación de las toxinas creadas en estos procesos, pasando por una piel saludable, un perfecto funcionamiento del colon, el hígado, el corazón, el cerebro, los pulmones, los riñones y las hormonas, todo depende de las enzimas y de su energía. Todas las acciones deben estar perfectamente sincronizadas unas con otras. Y cuandonos falta alguna vitamina, mineral o enzima el resultado de este desequilibrio provoca una enfermedad. Los efectos secundarios de añadir un protocolo enzimático a nuestros hábitos de vida son básicamente dos: una buena salud y el mejor bienestar posible acorde a nuestra edad. Así pues, no podemos no envejecer o no enfermar, pero sí podemos retrasar los efectos más negativos del proceso de envejecimiento y prevenir al máximo las enfermedades, o, en caso de estar ya enfermos, que nuestro organismo se encuentre suficientemente preparado para afrontar la afección. Cómo participan las enzimas en la digestión y la importancia de digerir bien La salud del sistema digestivo influye en la salud del resto del organismo; por lo tanto, podemos decir que la clave de nuestro bienestar está en realizar unas buenas digestiones. Hipócrates (460 a. J.C.-370 a. J.C.), el padre de la medicina, dijo una vez que «todas las enfermedades empiezan en el intestino», sentencia que resume a la perfección que una dieta pobre o un sistema digestivo debilitado constituyen un pasaporte directo al desarrollo de enfermedades y trastornos metabólicos de todo tipo. Así, en el sistema digestivo se encuentran más terminaciones nerviosas que en la médula espinal y se elaboran más neurotransmisores que en el cerebro. Dos datos sumamente reveladores que hacen que le otorguemos la mayor de las consideraciones a nuestra barriga: el 90 % de toda la serotonina que elaboramos procede del tracto intestinal y más de un 70 % del sistema inmunológico se encuentra en o alrededor del sistema digestivo. Recordemos lo que contaba al principio de este capítulo: los científicos clasifican las enzimas en tres grupos diferentes y cada uno de ellos actúa de forma distinta. Las enzimas metabólicas se ocupan del mantenimiento del cuerpo en general, reparando tejidos y órganos; las enzimas digestivas, cuya factoría principal es el páncreas (donde se producen grandes cantidades de amilasa y proteasa y un porcentaje menor de lipasa), atienden a la digestión de los alimentos, transformándolos en los nutrientes básicos, y las alimentarias, que son exógenas al organismo humano y se obtienen a través de los alimentos (solo a través de aquellos que contienen enzimas, es decir, los alimentos crudos), suponen un repuesto casi imprescindible para el contador enzimático. Si atendemos a las enzimas digestivas, veremos que su función principal es la de digerir tres de los principales nutrientes esenciales: la digestión de las proteínas, las grasas y los hidratos de carbono. Los alimentos crudos y no oxidados contienen un buen número de enzimas pensadas para su digestión o para degradarse de forma natural una vez llegado su fin. Si el organismo sigue una dieta que contenga estas enzimas extra, la reserva de enzimas digestivas se mantiene intacta y las metabólicas rinden al máximo en su papel de defender el sistema inmunológico y el bienestar de nuestro cuerpo. Por el contrario, sin el aporte extra de enzimas que nos dan los alimentos crudos o con una dieta pobre en ellas, el cuerpo se debilita progresivamente y se expone al desgaste y a la deficiencia vital. Por eso es tan importante hacer bien la digestión y hacerla recurriendo solo a las enzimas digestivas y las alimentarias. Fases de la digestión Galeno (130 d. J.C-200 d. J.C), médico griego, ya decía en su época que la función principal del estómago era «retener» en él los alimentos y hacerlos avanzar poco a poco. Antes de esto, se creía que el estómago y el corazón eran el mismo órgano. Incluso hoy en día permanecen algunas relaciones semánticas que lo recuerdan, por ejemplo, la palabra catalana coragre («corazón agrio») hace referencia a la sensación de acidez gástrica. Primera fase: SALIVAL. En este primer momento, el estómago actúa como un gran depósito. La digestión empieza con la masticación y la ensalivación de los alimentos en la boca. Cuanto más los ensalivemos y los mastiquemos, mejor iniciaremos el proceso digestivo. La saliva contiene calcio, que protege los dientes, y también AMILASAS, que inician el proceso de la digestión de los glúcidos o hidratos de carbono (pan, cereales, etc.). Las proteínas y las grasas se procesan más adelante. Además, la saliva ALCALINIZA el estómago y esto también contribuye a una buena digestión. Es importante saborear los alimentos y masticarlos muy bien. Las personas que no lo hacen y no crean una papilla en la boca antes de tragar pueden tener molestias gastrointestinales. Engullir trozos grandes también supone más trabajo para el estómago y el resto del sistema digestivo, que han de funcionar durante más tiempo para descomponer la comida. Cuando comemos con prisa, el estómago va recibiendo todo lo que le cae, pelotas o trozos grandes, distendiéndose poco a poco para que quepa todo. Y es que, aunque la capacidad normal del estómago es de un litro a un litro y medio, puede llegar a alcanzar los seis. Segunda fase: GASTRÍCA. Los alimentos descienden desde la boca hasta el estómago por el esófago, conducto que produce unas contracciones ondulatorias (perístoles) que propulsan la comida hacia el estómago. Las fuertes contracciones peristálticas del estómago van triturando y reduciendo los alimentos sólidos hasta transformarlos en una especie de pasta o papilla cuyas partículas no llegan al milímetro de diámetro. En este momento, el sistema digestivo recibe más del 30 % del flujo sanguíneo total de nuestro cuerpo para poder realizar todas las funciones digestivas (por este motivo tenemos sueño después de las comidas). El estómago segrega jugo gástrico que contiene pepsina (enzima proteolítica, es decir, que ayuda a la digestión de las proteínas, de la que ya hemos hablado en el apartado «Principales fuentes de enzimas»), bicarbonato, gastrina y ácido clorhídrico (HCL). Estas sustancias se ocupan de descomponer la comida en fragmentos aún más pequeños. El pH de las enzimas digestivas es muy ácido (entre 1.00 y 3.00); así pueden descomponer las proteínas completas, como las del pollo o las del pescado, y convertirlas en aminoácidos para que sean absorbidas más fácilmente por el torrente sanguíneo. El tipo de alimentos que comemos y la integridad de nuestras enzimas digestivas determinan el tiempo que la comida permanecerá en el estómago. Por ejemplo, una pieza de fruta se digiere con mucha facilidad y puede permanecer en el estómago solo unos veinte o treinta minutos. Mientras que un bistec, que es un alimento mucho más complejo, puede llegar a permanecer en el estómago varias horas. Así, nuestro estómago emplea mucho más tiempo, energía y enzimas para descomponer alimentos complejos. Tercera fase: DIGESTIVA. El alimento, llamado ahora quimo, sale del estómago y entra en la porción del intestino delgado llamada duodeno. El intestino delgado se divide en tres partes: el duodeno, el yeyuno y el íleon. La primera, el duodeno, es quizás la más importante, pues dentro de esta área se producen muchos de los procesos de absorción vitales. Cuando el quimo ácido pasa al duodeno, las células de las paredes comienzan a segregar una sustancia mucosa cuya función es alcalinizar el pH del quimo. Las delicadas paredes del intestino delgado, a diferencia de las del estómago, que son más resistentes, no pueden tolerar enzimas ni sustancias ácidas. Por eso, para protegerse, segregan la mucosidad que eleva el pH durante un breve período. Es importante apuntar que el estrés puede inhibir la difusión de esta sustancia alcalinizante. Cuando esto ocurre con frecuencia, pueden producirse escozores, dolores y úlceras en esta zona. Mientras tiene lugar el proceso de alcalinización del quimo, se liberan también las enzimas segregadas por el páncreas y el hígado. Entre las enzimas pancreáticas se incluyen la amilasa, la proteasa y la lipasa. Estas se ocupan de reducir los alimentos complejos como las grasas, las proteínas y los hidratos de carbono a sus elementos básicos. El hígado, por su parte, produce la bilis, que se almacena en la vesícula y es segregada hacia el interior del intestinodelgado. La bilis, con su acción detergente, descompone la grasa en pequeños glóbulos para facilitar su digestión, además de facilitar también la absorción de las vitaminas liposolubles, A, D, E, F, y K, ayudar a asimilar el calcio, convertir el beta-caroteno en vitamina A y estimular la perístole intestinal, que ayuda a prevenir el estreñimiento. A medida que las partículas de comida avanzan por el yeyuno y el íleon, las paredes del intestino delgado absorben los nutrientes, las vitaminas y los minerales. Las moléculas fluyen a través de las paredes de las células y entran en el torrente sanguíneo para viajar, mediante el sistema portal hepático, hasta el hígado. En el hígado, los nutrientes, incluidos el hierro y las vitaminas A, B12 y D, se extraen del torrente sanguíneo y se almacenan para su uso posterior. El hígado también desempeña un papel vital en el metabolismo de la grasa, en la síntesis de los ácidos grasos procedentes de los aminoácidos y los azúcares, en la producción de lipoproteínas, colesterol y fosfolípidos y en la oxidación de la grasa para producir energía. En el hígado, además, el exceso de alimentos se convierte en grasa, la cual se envía luego a los tejidos grasos del organismo para su almacenamiento. El hígado también actúa como detoxificante, regula el metabolismo de las proteínas y combina las sustancias tóxicas, como los desechos metabólicos, los residuos de insecticidas, el alcohol, las drogas y los productos químicos con otras sustancias menos tóxicas. Estas sustancias se excretan, a continuación, desde los riñones. Los productos de desecho de los procesos digestivos y de absorción pasan después al intestino grueso. Dependiendo de la naturaleza de los desechos y de la cantidad de tiempo que permanecen en el intestino grueso, la absorción será bastante insignificante. Las funciones principales del intestino grueso incluyen el transporte y la eliminación de desechos a través del recto y la reabsorción de agua. Recordemos que, si para hacer la digestión empleamos muchas enzimas digestivas, tendremos que gastar también parte de las metabólicas (en consecuencia, agotaremos nuestras existencias y dejaremos de estar tan bien protegidos ante posibles enfermedades). Hay que añadir, además, que, si comemos en exceso y, sobre todo, si el menú incluye un porcentaje elevado de grasas, el esfuerzo del sistema digestivo se disparará y el mal funcionamiento conllevará trastornos de toda clase. La alternativa es decantarnos por una dieta rica en enzimas o bien una dieta con complementos enzimáticos. Estas enzimas extra fortalecerán el sistema digestivo, además mejorarán la disponibilidad de los nutrientes para la regeneración celular y el mantenimiento del sistema inmunológico, facilitarán la expulsión de toxinas y desechos metabólicos, etc. Otro ejemplo significativo del destacado papel de las enzimas alimentarias se encuentra en la leche materna. La ciencia ha demostrado que más de un centenar de componentes de este alimento no pueden ser replicados en las fórmulas artificiales. Asimismo, el valor inmunológico de este alimento no solo resulta esencial en la primera etapa de crecimiento y desarrollo del bebé sino que se proyecta incluso en la etapa adulta. Y es que la leche materna sí contiene enzimas, mientras que las fórmulas basadas en leche de vaca apenas las presentan, dado que el proceso de pasteurización las destruye. Además, hay otra evidencia científica que inclina la balanza a favor de la lactancia materna: las glándulas salivares de los bebés no segregan todavía amilasa e incluso la generación de lipasa en los páncreas de individuos tan jóvenes no es aún madura. De modo que estas enzimas exógenas que ingiere el bebé son un suplemente fantástico para mejorar su digestión y reforzar, en consecuencia, su sistema inmunológico. Consecuencias de una mala digestión Una mala digestión puede provocar un gran número de problemas de salud. Cuando los alimentos no se descomponen correctamente, se transforman en toxinas; los hidratos de carbono fermentan, las proteínas se destruyen y las grasas se enrancian. ¿De qué forma se relacionan estos hechos con nuestro estado de salud en general? Todos ellos causan los distintos desequilibrios que puede sufrir el organismo. En primer lugar, si los alimentos que digerimos no se descomponen en nutrientes simples, nuestro cuerpo no dispone de un suministro constante de combustible para conservar la buena salud de las células, los músculos y los tejidos. En segundo lugar, los alimentos mal digeridos alteran el pH y muchas de las reacciones bioquímicas dependen del pH. En tercer lugar, un aumento de la toxicidad crea mayores exigencias al hígado, el colon, los riñones, los pulmones, la piel y, en última instancia, el sistema inmunitario. Un abuso prolongado de los mecanismos de defensa del organismo hace que este ya no pueda defenderse por sí solo frente a las enfermedades. ¿Dónde se encuentran las enzimas en el aparato digestivo? ¿Cuáles son sus acciones? ¿Qué significan ciertas patologías gástricas o intestinales? En muchas ocasiones, las patologías de este tipo se deben a un estilo de vida poco adecuado (fumar, beber, mostrar mal carácter, no respetar el horario de las comidas, comer mal, tener problemas laborales o personales importantes, etc.) que se puede traducir en diferentes trastornos digestivos más o menos intensos, como ya hemos visto en un epígrafe anterior (dolor, vómito, náuseas, pérdida de apetito, gases, etc.). A pesar de que las patologías digestivas graves no suelen ser muy comunes, el cáncer de colon es la que se manifiesta con más frecuencia. 10 consejos básicos para cuidar el aparato digestivo 1. Comer solo cuando realmente tengamos apetito. Aunque tampoco es aconsejable saltarse las principales comidas, pues el organismo, para su correcto funcionamiento, precisa del equilibrio entre el desgaste de energía y el consumo de alimentos para reponerla. También es recomendable realizar, de vez en cuando, ayunos controlados a base de tisanas o zumos de frutas. 2. No tener nunca la sensación de estar «llenos». Comer moderadamente y sin prisa. 3. Disfrutar comiendo. Valorar el olor, el color y el sabor de cada alimento. No abusar de grasas ni fritos. 4. Masticar bien los alimentos. Hacer una «papilla» en la boca insalivando bien antes de tragar cualquier alimento. Recordad: las enzimas ya actúan en esta primera fase de la digestión. 5. Preparar combinaciones alimentarias que ayuden a hacer bien las digestiones. Consumir los alimentos que nos sienten mejor y combinar uno poco calórico (vegetales) con otro más energético (proteínas, cereales, etc.). También es preferible optar por una dieta integrada sobre todo por alimentos crudos (con enzimas), disminuir la proporción de alimentos cocinados (sin enzimas) y, si es preciso, complementar con los suplementos enzimáticos. 6. Sopas y caldos en primavera y otoño. Gazpachos y sopas frías de ajo y almendra en verano. Incorporar caldos de verduras durante todo el año. Las sopas y los caldos, al estar cocinados, no contienen enzimas. Una buena forma de incorporarlas es añadiendo setas crudas picadas. 7. Compota de manzana. Con un poco de limón es un buen remedio para aliviar las molestias digestivas. En caso de diarrea, se recomienda tomar manzana rallada. 8. Infusiones. Variadas, según el momento del día, la estación del año y cómo nos encontremos: orégano, tomillo, poleo, hierbaluisa o manzanilla. Por ejemplo, las tisanas con propiedades digestivas (como la manzanilla o el poleo) son un buen sustituto del café tras las comidas; el tomillo, por su parte, es un anticatarral perfecto, por lo que su consumo en invierno resulta más frecuente, y la infusión de canela es conocida por sus efectos afrodisíacos. 9. Pan y arroz integral. Aportan vitaminas del grupo B y fibra, que contribuye a reforzar el sistema nervioso y a mantener la función intestinal en muy buen estado. 10. Probióticos. Favorecen el desarrollo de las bacterias intestinales beneficiosas, igual que losproductos lácteos fermentados (yogur; kéfir, también llamado yogur búlgaro; etc.) y el chucrut. Otras fuentes de probióticos son el tempeh (producto alimenticio procedente de la fermentación de la soja, que se suele usar como sustituto de la carne en dietas vegetarianas), algunas bebidas de soja y el miso (pasta aromatizante, de origen japonés, elaborada con la fermentación de semillas de soja y/o cereales y sal marina). Soluciones naturales para los problemas digestivos más comunes Muchas veces los problemas digestivos más comunes se solucionan adoptando hábitos de vida más saludables, como aumentar la cantidad de fibra en la dieta, practicar ejercicio, hidratarse correctamente o seguir unas pautas alimentarias con regularidad. Uno de los problemas digestivos más habituales entre la población es, sin duda, el estreñimiento. Las estadísticas son apabullantes. Según la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD), uno de cada cinco españoles sufre este tipo de problema. Este trastorno es el doble de frecuente en mujeres que en hombres y el triple en ancianos. Casi siempre suele deberse a una dieta pobre en fibra (la alimentación es el principal responsable, junto con el estilo de vida sedentario o la negligencia ante la llamada, es decir, reprimir las ganas de ir al baño). La sintomatología que lo acompaña puede ser: incomodidad, sensación de malestar en el bajo vientre, falta de apetito, dolor de cabeza, etc., y el problema se agrava con el estrés. El tratamiento estándar contempla: – Un giro hacia una dieta rica en fibra con: • Salvado de avena o de trigo • Legumbres (recuperar los platos de cuchara) • Arroz, pasta y pan integral • Kiwis (2 al día) • Ciruelas pasas (2 o 4 al día) – Si es preciso, se pueden utilizar laxantes mecánicos (aquellos ricos en fibras solubles y no solubles), que actúan absorbiendo el agua y aumentando, en consecuencia, el volumen de las heces, lo que favorece los movimientos de expulsión: • Semillas de lino • Semillas de zaragatona (Plantago psyllium) • Semillas de llantén (Plantago major) • Semillas de ispagula (Plantago ovata) Estos productos se encuentran fácilmente en herbolarios y parafarmacias, al igual que los laxantes irritativos, que solo deben tomarse de forma puntual: • Frángula (Frangula alnus) • Cáscara sagrada (Rhamnus purshiana) • Hojas de sen (Cassia angustifolia) – Tomar abundantes líquidos: agua, infusiones, caldos, sopas, purés, etc. – Tomar repobladores de la flora bacteriana intestinal: yogur, kéfir, etc. Enzimas para aumentar la inmunidad Algunos estudios científicos señalan dos puntos de partida en la gran mayoría de las enfermedades: en primer lugar, la deficiencia enzimática o la malnutrición junto con una subyacente predisposición genética, y, en segundo, la exposición del organismo a carcinógenos, bacterias, radiaciones, polución y un largo etcétera de componentes perjudiciales para la salud de cualquier ser viviente. ¿Qué ocurre con este segundo bloque de ataque al sistema inmunológico? Que son, básicamente, estimuladores de enfermedades varias. Y aunque la exposición a estos agentes tóxicos no es garantía de desarrollar ninguna afección, sí que incrementa el porcentaje estadístico de riesgo. No obstante, no todo el mundo que fuma sufre de cáncer de pulmón ni todo aquel que padece colesterol tiene problemas cardíacos. Los mismos condicionantes pueden dar lugar a una respuesta distinta en una persona o en otra. A modo de ejemplo, el caso de la fuga de Fukushima y sus efectos en la población circundante a la central. Dos años después de la catástrofe nuclear, los primeros tests realizados en ciento treinta mil niños de la zona han arrojado una estadística espeluznante: un 40 % muestra signos incipientes de cáncer de tiroides1 y se prevé que un sinnúmero de enfermedades degenerativas hagan su aparición en la próxima década. La cuestión es que seis de cada diez niños no muestra actualmente ningún indicador cancerígeno (mientras que los otros cuatro ya han dado positivo en indicadores tumorales), aunque los expertos tampoco pueden asegurar el modo en que su sistema inmunológico resistirá este cúmulo de radiación con el paso del tiempo. Así pues, si los alimentos procesados son, sin duda, deficitarios en enzimas y sus efectos a largo plazo en el organismo están por ver, y el panorama no mejora si evaluamos los agentes externos de carácter nocivo o tóxico que deterioran o deteriorarán nuestro cuerpo, más allá de su envejecimiento natural, ¿qué opciones hay? Hay que descubrir cómo sacar el máximo provecho a la barrera protectora que nos ha concedido la madre naturaleza: el sistema inmunológico. Este se encuentra estrechamente ligado a la nutrición. A este respecto, diferentes estudios clínicos señalan una buena nutrición como el mejor aliado en la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad. Pero cuando hablamos de nutrición no solo nos referimos a lo que comemos sino que también debemos incluir en este mismo apartado el estilo de vida, los hábitos (alcohol, drogas, ingesta de grasas, etc.), la depuración del organismo (controlando el equilibrio de la flora intestinal y la evacuación regular), etc. Los enemigos más corrientes del sistema inmunológico podrían resumirse en toxinas, contaminación, radiación y estrés crónico (además de virus, bacterias, etc.). Con relación al estrés, este constituía una respuesta natural del organismo hasta que lo convertimos en un estado perpetuo del estilo de vida actual. El estrés conlleva la segregación de adrenalina, lo que a su vez estimula el corazón, aumenta la presión arterial y lleva azúcar a la sangre. Todo este desencadenante químico es una estrategia natural para que los animales respondan con celeridad ante una amenaza de muerte por el acecho de un depredador, por ejemplo. En el ser humano, sin embargo, hay estudios que recogen cómo esta segregación de adrenalina se sucede en situaciones muy diversas a lo largo del día bajo la influencia de la ansiedad, la irritación o la tensión nerviosa, con una consecuente e innecesaria hipertensión. En otras palabras, el abuso de un sistema natural de defensa acaba perjudicando la salud. Frente a este panorama, la sociedad actual necesita más que nunca todo lo que las enzimas puedan hacer por ella. No sabemos qué nos deparará el futuro (enfermedades, lesiones, etc.), pero sí podemos contribuir a una esperanza de vida más larga y de mayor calidad mediante la nutrición enzimática. Sabemos que contamos con un número finito de enzimas y en nuestras manos está ayudar a reponer aquellas que vamos perdiendo, sobre todo a través de la digestión. La cuestión es que, como ya hemos visto, el cuerpo humano da prioridad a este proceso antes que a otras funciones vitales, de modo que, si debemos emplear un gran número de enzimas para digerir los alimentos, reduciremos las posibilidades de defensa del metabolismo. Dicho de otro modo, hay que facilitar la predigestión consumiendo alimentos ricos en enzimas, pues la recompensa inmediata será un sistema inmunológico más fuerte. ¿En qué alimentos se encuentran las enzimas? Una dieta rica en enzimas está formada básicamente por alimentos (vegetales y animales) crudos, no procesados y no oxidados. Recordemos que el proceso de oxidación de los alimentos tiene lugar cuando estos se exponen al aire y sus moléculas inician la descomposición, por lo que el potencial enzimático decae de forma progresiva. Una muy buena imagen de esta acción es la de un trozo de manzana a la intemperie. Por suerte, la dieta mediterránea es rica en productos naturales que pueden ser consumidos crudos y, por lo tanto, que conservan las enzimas: frutas, vegetales, semillas, aceite, frutos secos, lácteos, etc. La elevada presencia de enzimas en estos alimentos hace que su digestión sea muy sencilla. Pero ¿qué ocurre cuando cocinamos la comida? Las enzimas son un componente muy delicado, solo actúan en las condiciones de temperatura y humedad adecuadas. Con relación a nuestra alimentación, su principal enemigo es el calor: sedegradan a partir de los 40 °C y a partir de los 52 °C se destruyen por completo. Por eso se recomiendan las enzimas crudas, porque se digieren tres veces más rápido que las cocidas, no exigen un esfuerzo excesivo al organismo y no dejan residuos que ocasionen problemas. Según algunos expertos nutricionistas, las únicas enzimas necesarias para la digestión son las que sintetiza el propio cuerpo. Según el libro Fisiología médica de William F. Ganong, existen veinticinco enzimas digestivas segregadas por las glándulas salivares y linguales, el páncreas y las mucosas del estómago y el intestino. Pero si los alimentos crudos están equipados para digerirse a sí mismos y en principio no son necesarios los alimentos cocinados, no tendría sentido la existencia de estas veinticinco enzimas digestivas. La dieta de hoy en día se diferencia de la de nuestros antepasados en el perfeccionamiento a la hora de cocinar los alimentos. Hace décadas se empleaban métodos irregulares, como los asados al aire libre o la aplicación de piedras calientes sobre la comida, los cuales no distribuían de forma tan uniforme el calor y se lograba, en consecuencia, que una pequeña porción de enzimas no sufriera el impacto directo del fuego. Cierto es que, si cocinar los alimentos resultase tan nocivo para la salud, la raza humana no hubiera sobrevivido a lo largo de los siglos y mucho menos hubiera aumentado su esperanza de vida. Por otra parte, aunque vivimos más, la presencia y el aumento de enfermedades degenerativas y destructivas hace que sospechemos de nuestro estilo de vida: qué comemos y cómo lo comemos. Como ya hemos dicho, las enzimas se encuentran en todos los seres vivos, animales y vegetales. ¿Significa esto que la nutrición enzimática está condenada a un menú compuesto de alimentos crudos? No; de hecho, una dieta cruda y equilibrada es difícil de sostener por la calidad de los alimentos que tenemos a nuestro alcance. No hay que olvidar que la industria alimentaria ha descubierto cómo aumentar la producción modificando genéticamente los animales y las plantas. Además, la producción alimentaria se halla condicionada por unas normas de higiene y seguridad actualmente necesarias que, sin embargo, permiten que la carne que ingerimos, por ejemplo, proceda de animales consumidores sistemáticos de antibióticos, hormonas y complementos nutricionales diversos. Otro defecto, si puede señalarse como tal, de la nutrición enzimática es que los alimentos que consumimos con mayor frecuencia en estado crudo (frutas, ensaladas y algunos vegetales) contienen un nivel bajo de enzimas. En este sentido, los alimentos poco calóricos suelen ser fuentes ricas en vitaminas y minerales, y, en cambio, bastante modestas en enzimas. Estas se hallan en mayor concentración y variedad (incluso los tres tipos básicos) en los alimentos más calóricos, que acostumbran a ser los que requieren cocción (patatas, carnes, pan, etc.). Tampoco es factible pensar que lograremos un equilibrio con la combinación que solemos hacer entre alimentos crudos y cocinados. Pongamos por ejemplo un menú saludable: ensalada (alimento crudo) de primero, y un bistec a la plancha (cocinado) y una patata o un tomate al horno de guarnición (cocinado) de segundo. En esta propuesta las escasas enzimas de la ensalada apenas ayudarían en la predigestión, por lo que el comensal debería recurrir a las suyas propias para transformar los alimentos de este menú en los nutrientes necesarios. Sin embargo, a pesar de las «críticas» que acabo de mencionar, todavía contaríamos con dos opciones más para conseguir el máximo provecho enzimático. En primer lugar, podemos consumir productos orgánicos que hayan sido recientemente recolectados, pescados o sacrificados, en estos dos últimos casos, con una garantía de producción controlada. De este modo, dispondremos de alimentos seguros para el consumo y que han sufrido una oxidación muy baja. Pero aún falta llevarlos al plato. En cuanto a las frutas y las verduras (recordemos, con un nivel discreto de enzimas), no hay problema, pues es posible consumirlas crudas; pero las carnes y los pescados suelen cocinarse, y ya sabemos que los métodos de cocción convencionales, al superar los 40 °C, degradan (o incluso destruyen) las enzimas. Algunos expertos señalan que si limitamos la cocción a la superficie externa del trozo de carne o pescado —dejando casi crudo el interior— aún se preservaría buena parte del potencial enzimático. La segunda opción resulta más convencional, puesto que se trata de seguir consumiendo y cocinando como hasta ahora, pero añadiendo a la dieta los complementos enzimáticos sintéticos necesarios para suplir la falta de las enzimas alimentarias de origen natural. Esta alternativa, no obstante, debería estar supeditada a la supervisión de un profesional, a fin de que este determinara nuestro punto de partida en cuestión de enzimas: la forma en que nuestro organismo las consume y, sobre todo, las elimina. Tampoco conviene hacer trabajar de forma desmedida a los órganos (riñones, hígado y páncreas, principalmente) para eliminar una cantidad excesiva de enzimas. Si siguiéramos con la dieta tradicional, el porcentaje ideal de consumo de alimentos crudos y cocinados sería del 75 y el 25 %, respectivamente (la mayor proporción actuaría en la predigestión de lo que hayamos ingerido). Para alcanzar este 75 % podemos aumentar el consumo de alimentos como los plátanos, la piña, la papaya, las uvas, los mangos, los higos, los aguacates y los dátiles (atención, porque también son los frutos más calóricos, a excepción de la piña y la papaya). De igual modo, podemos ingerir granos, frutos secos y semillas germinadas y crudas si están libres de inhibidores de enzimas, pues estos provocan que se desarrollen solo en las condiciones de suelo y humedad más adecuadas. De modo que, si queremos consumir semillas en su esplendor enzimático, estas deben haber germinado. En caso contrario, si ingerimos cantidades importantes, tendremos que soportar una pesada digestión con la ayuda tan solo de nuestras enzimas digestivas (véase el capítulo «Recetas con enzimas»). Piña y papaya, fuentes de enzimas Hay dos frutas que escapan a la norma del poco equilibrio entre enzimas y calorías. Estas son la piña y la papaya: poco calóricas, pero con extraordinarias propiedades enzimáticas. La papaya es la fuente natural de papaína, similar a la pepsina en su acción digestiva, y es capaz de digerir doscientas veces su peso en proteína. Además, regula el tránsito intestinal (actúa como un laxante suave) y agiliza cicatrizaciones externas e internas (úlceras gástricas). Por su parte, la piña contiene bromelina, o bromelaína, una enzima también muy potente en cuanto a la transformación de las proteínas. Por ello se aconseja en personas con digestiones lentas, pesadez de estómago o atonía gástrica. Las setas también constituyen una fuente natural de gran valor enzimático. La cocina china y la japonesa han usado los hongos con frecuencia en gran parte de sus recetas. La familia del Aspergilli y, en concreto, el Aspergillus oryzae suplen las enzimas necesarias para digerir lácteos, proteínas, hidratos de carbono y grasas. El Aspergillus oryzae es, además, un hongo del que se extraen numerosas enzimas para uso alimentario y farmacéutico. Y es que la industria alimentaria también utiliza las enzimas como aditivos, para, por ejemplo, modificar determinados sabores, evitar que un zumo quede turbio, etc. Japón y Dinamarca han sido históricamente los primeros productores industriales de enzimas para uso también industrial. Estas ayudan a sustituir procesos químicos (de mayor impacto ambiental) por procesos naturales, aunque estos sean inducidos por la mano del hombre. Las enzimas se obtienen en este caso de tejidos animales, vegetales o mediante procesos de fermentación con microorganismos seleccionados. Se emplean en múltiples sectores industriales, desde el textil hasta el farmacéutico y, por supuesto, en la industria alimentaria, interviniendo en la elaboracióndel pan, el queso, el vino e incluso los helados. Suplementos enzimáticos que podemos encontrar fácilmente Cuando el trabajo digestivo se vea alterado por la falta de enzimas, podemos consumir suplementos enzimáticos para facilitar la digestión, sobre todo si comemos muchos alimentos cocinados. Estos suplementos enzimáticos vegetales se pueden comprar en tiendas de alimentación, por correo, on line, en farmacias y en parafarmacias. Ahora bien, a pesar del amplio abanico de opciones de compra, yo siempre recomiendo acudir a un médico para que nos los recete. El especialista nos indicará qué enzima o enzimas nos vienen mejor en nuestro caso y cuál o cuáles son de mejor calidad. Además de facilitar la digestión, los suplementos también pueden ayudar a combatir los síntomas más comunes del déficit de enzimas, de los que ya he hablado en apartado anteriores (gases, eructos, acidez, alergia e intolerancias, etc.). Estos déficits son más frecuentes en personas que sufren de enfermedades crónicas (gastritis, colon irritable, hernia de hiato, enfermedad de Crohn, dieta desequilibrada) y que toman muchos medicamentos. Por ejemplo, quien padece una insuficiencia pancreática (pancreatitis crónica) tendrá problemas, sobre todo, a la hora de digerir las grasas. Sufrirá también un déficit de lipasa pancreática, la cual no tiene sustitutos, y ya hemos visto cuáles son las consecuencias del déficit de lipasa: la grasa no puede hidrolizarse y se elimina por las heces (esteatorrea), junto con las vitaminas liposolubles (A, D, E, K). Además, absorberá pocos aminoácidos, de modo que sus proteínas corporales disminuirán y, como consecuencia, quizás pierda peso. Existen preparados con enzimas pancreáticas recubiertos para que estas no sean destruidas en el estómago; así logran alcanzar el intestino y realizar su función. Con estos preparados, el páncreas no forzará en exceso y habrá más enzimas disponibles para realizar los procesos metabólicos. El efecto, los componentes, la cantidad de producto y la presentación varían en función del suplemento enzimático que compremos. Es cierto que hay mucha variedad, pero no hay que olvidar que cada una de ellas tiene una acción específica y no puede desempeñar más de una función. Por ejemplo, durante la digestión la PTIALINA, enzima de la saliva, descompone el almidón hasta su componente más sencillo, la glucosa. Después, actúan las PROTEASAS y las LIPASAS para descomponer, respectivamente, las proteínas y las grasas. Una vez asimiladas, otras enzimas se encargan de convertir estos productos simples en tejidos orgánicos, como en piel, huesos, etc. En cuanto a las dosis, si se consume la cantidad recomendada no hay riesgo de toxicidad. Incluso en grandes cantidades no deberían aparecer efectos secundarios. No obstante, como precaución, no se recomiendan a mujeres en período de gestación y de lactancia. Una buena combinación, por la sinergia que esta produce, sería tomar las enzimas con fibra y probióticos, así como con betacarotenos (precursores de la vitamina A) si se necesita regenerar la mucosa. Este protocolo enzimático básico (PROTEASA+ probiótico) empezará a equilibrar nuestro sistema digestivo, permitirá al organismo recibir los nutrientes de los alimentos que consuma, equilibrará el pH de nuestro cuerpo y ayudará a eliminar las sustancias residuales. Muchos problemas de salud que surgen a diario pueden empezar a resolverse en cuanto nosotros comencemos a facilitar la digestión mediante el aporte enzimático y de nutrientes a nuestro organismo. Es importante comprender que lograr un equilibrio interno requiere tiempo y constancia. Una vez que hemos iniciado un protocolo de suplementos de enzimas vegetales y un plan de alimentación adecuado a nuestras necesidades, debemos dar tiempo a nuestro organismo para que responda y, posteriormente, cambie. El organismo necesita veintiún días para reconocer cualquier cambio, otros veintiuno para asimilarlo y veintiún días más para que tenga lugar la TRANSFORMACIÓN. Suplementos enzimáticos que podemos encontrar en farmacias y parafarmacias 1. AMILASA. Favorece la digestión de los hidratos de carbono o azúcares complejos de la dieta (glucógeno, almidón). Cataliza la rotura de polisacáridos (azúcares complejos) en disacáridos y monosacáridos (azúcares simples). Existen tres tipos de amilasas producidas por nuestro organismo o amilasas metabólicas. Se extrae del hongo Aspergillus oryzae. Otras enzimas que ayudan a la digestión de los glúcidos y los hidratos de carbono son: 1.a. LACTASA: Ayuda digestiva para las personas con intolerancia a la lactosa. Se extrae de levaduras y hongos. 1.b. CELULASA: Procedente del arroz, ayuda a digerir vegetales con fibra no soluble en agua. Se extrae del hongo Aspergillus. 1.c. HEMICELULASA: Favorece la digestión de los cereales integrales y las verduras ricas en fibra. Las hemicelulosas se encuentran de forma natural en la pared celular de las plantas. 1.d. DIASTASA DE MALTA: Procedente de la malta de cebada, se utiliza en la industria de los dulces. 1.e. RUTINA: Inhibe la actividad de la aldosa reductasa, una enzima que suele estar presente en el ojo y otras partes del cuerpo. Además, ayuda a transformar la glucosa en sorbitol, que es empleado como aditivo y también como edulcorante, por lo que es un sustitutivo del azúcar en caso de diabetes; mejora la circulación sanguínea; es antiinflamatoria; reduce el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas, ya que hace disminuir el colesterol «malo» (LDL); fortalece los capilares contribuyendo al tratamiento de hemorroides, varices, etc. 1.f. AMILOGLUCOSIDASA: También llamada glucoamilasa, favorece la descomposición del almidón. Se usa en la fabricación de los jarabes de glucosa. 2. PROTEASA. Favorece la digestión de las proteínas. Es una enzima vegetal procedente de la fermentación del arroz con el hongo Aspergillus oryzae y secretada por el páncreas. 2.a. PEPSINA. Permite la absorción de la vitamina B12. 2.b. BROMELAÍNA. Es una mezcla de proteasa procedente de la piña. También se utiliza como antihelmíntico para erradicar parásitos intestinales. 2.c. PAPAÍNA. Proteasa procedente de la papaya. 2.d. TRIPSINA. En la industria alimentaria se emplea para enmascarar el gusto a óxido. 2.e. QUIMOTRIPSINA. Junto con la tripsina, se utiliza en el tratamiento de patologías digestivas e inflamatorias. 2.f. FICINA. En la industria cárnica se utiliza para ablandar carnes. 2.g. SERRAPEPTASA. La producen las bacterias presentes en los intestinos de los gusanos de seda, que la emplean para digerir sus capullos. 3. LIPASA. Favorece la digestión de las grasas y se extrae del hongo Aspergillus oryzae. Otra enzima lipolítica que ayuda a digerir las grasas es la BILIS DE BUEY, que combate el estreñimiento gracias al estímulo del flujo de bilis y mejora el funcionamiento de la vesícula biliar. 4. PANCREATINA. Es una mezcla de varias enzimas digestivas producidas por el páncreas. Está compuesta por AMILASA, LIPASA y PROTEASA (tripsina), y se usa en situaciones en las que la secreción pancreática es deficiente, como en casos de pancreatitis, fibrosis quística o pancreatectomía quirúrgica. Es de gran ayuda a la hora de digerir los alimentos. Preguntas y respuestas sobre las enzimas 1. ¿Qué es la enzima mediterránea? La enzima mediterránea nace de la necesidad de una nutrición más rica en productos no cocinados y saludables, es decir, en frutas, verduras y toda clase de vegetales. Estos son los ingredientes principales de nuestra tradición gastronómica, la dieta mediterránea, cuyos innumerables beneficios sobre la salud se han demostrado científicamente. De modo que la enzima mediterránea es un enfoque personalizado de esta pauta alimentaria, que persigue mantener nuestro equilibrio enzimático y, en consecuencia, conseguir el máximo bienestar y la plena juventud (externa e interna) para el organismo. 2. ¿Puede producirse una sobredosis de enzimas? Puesto que las enzimas actúan respondiendo a las necesidades de nuestro organismo, no es concebible unasobredosis sino, por el contrario, una deficiencia de aquellas que realmente precisan de nuestra estructura corporal. De ahí la importancia de controlar el funcionamiento de nuestro cuerpo y su equilibrio enzimático. En cualquier caso, ante un eventual exceso de enzimas, el organismo actuaría excretándolas de forma natural, aunque tampoco es cuestión de hacer trabajar demasiado a los órganos para expulsarlas. 3. ¿Voy a ser dependiente de las enzimas el resto de mi vida? Todos los somos. Si hay vida, hay enzimas trabajando para hacerla posible. Ya sea porque las producimos nosotros mismos, las obtenemos de los alimentos o de los suplementos enzimáticos, las enzimas forman parte ineludible de nuestra existencia. Hemos visto que, con el paso del tiempo, y aunque mantengamos un estilo de vida sumamente saludable, se produce un desgaste natural que afecta a todo organismo menguando su capacidad de producir enzimas. De modo que asegurar su presencia y su cantidad es la medida más adecuada para paliar los estragos del envejecimiento o los desequilibrios causados por enfermedades o agentes tóxicos. 4. ¿Qué relación existe entre las enzimas y las intolerancias o las alergias alimentarias? La prescripción de enzimas digestivas es una práctica habitual en el caso de las intolerancias o las alergias alimentarias. Aunque nosotros ingerimos comida, en realidad nuestro cuerpo lo que toma son nutrientes. Las enzimas ayudan a la correcta descomposición de estos nutrientes favoreciendo reacciones químicas específicas. En casos de insuficiencia pancreática o de intolerancia a la lactosa, por ejemplo, la ingesta de las enzimas digestivas adecuadas resulta de gran ayuda. Sin embargo, cada vez son más los expertos que aconsejan sobre todo «escuchar» al cuerpo y evitar aquellos alimentos que resultan molestos, en lugar de buscar la manera de digerirlos a toda costa. 5. ¿Cómo puedo controlar el perfecto equilibrio enzimático de mi organismo? Consulta a un especialista en nutrición o a un gastroenterólogo para que evalúe tu estado de salud con relación a este aspecto. Asimismo, como ya hemos visto, el cuerpo también da sus propias señales de advertencia ante los desequilibrios, ya sea en forma de enfermedad, malestar continuo, malas digestiones o envejecimiento prematuro. Esto no significa que una vez conseguido el equilibro enzimático no vayamos a caer enfermos, sino que nuestro cuerpo se encontrará en mejor forma para afrontar con solvencia cualquier alteración. 6. ¿El control enzimático es una cuestión de salud o de belleza? Es una cuestión de salud y, en consecuencia, es una cuestión de belleza o, mejor dicho, es una cuestión de ponerle freno a la oxidación. Por un lado, muchas de las enfermedades actuales (excepto aquellas de origen genético) están relacionadas con los hábitos de vida y está en nuestras manos cambiarlos jugando la mejor carta: la prevención. Por el otro, no solo queremos vivir muchos años, sino que nuestra senectud sea lo más placentera y digna posible. El último Congreso Nacional de Estadística e Investigación Operativa ha concluido que los españoles se acercan de forma imparable a una esperanza de vida de cien años (actualmente se sitúa en 81,9 años de media al nacer). Así pues, vivimos más pero también queremos vivir en mejor estado, de ahí la gran responsabilidad de ayudar a nuestro organismo en este largo camino. En resumen, los efectos secundarios antiaging de la administración de enzimas son un regalo añadido al bienestar y la salud. 7. ¿Dónde se encuentran las enzimas fuera de nuestro cuerpo? Las enzimas se encuentran en los alimentos, por supuesto, y en todos los seres vivos. Aunque no todos los alimentos disponen de las enzimas necesarias ni en el número adecuado. Algunas frutas, como la piña, contienen enzimas que pueden facilitar la digestión de otros alimentos, como los ricos en proteínas. Por lo tanto, se recomienda tomarlas como postre tras una comida con abundantes proteínas (carne roja, etc.). Hemos revisado las principales cuestiones sobre alimentación y salud y hemos visto que, a falta de nuevos estudios, se impone ante todo una dieta equilibrada basada en el incremento de frutas y verduras, el consumo de agua y los métodos de preparación y cocción que eviten la oxidación de los alimentos (fritos, procesados, precocinados, etc.). En resumidas cuentas, estamos hablando de la dieta mediterránea, que, junto al aceite de oliva virgen, la proteína de calidad y un menú rico en vegetales y legumbres, resulta una apuesta segura como pauta enzimática. No obstante, esta dieta debe ir necesariamente acompañada de otros gestos saludables: ejercicio moderado, reducción del estrés, horas de sueño adecuadas, etc. Recordemos que las enzimas son la mano de obra (energía), pero precisan del material adecuado (vitaminas, minerales, etc.) para su trabajo. 8. ¿Los alimentos que tenemos a nuestro alcance contienen estas enzimas? Teóricamente, cualquier alimento en estado crudo contiene enzimas, siempre en proporción a las que necesite para descomponerse o bien ser digerido. Por lo tanto, cuando ingerimos alimentos crudos o, en otras palabras, con enzimas, ayudamos a la predigestión, reducimos el uso de nuestras propias enzimas y la consecuencia es doble: en materia de salud y bienestar. La cuestión es que no resulta fácil seguir una dieta basada tan solo en alimentos crudos (con el riesgo especial que entrañan la carne y el pescado sin cocinar), e incluso si solo optásemos por frutas y verduras, que sí se consumen sin pasarlas por el fogón, estas pierden enzimas a medida que se oxidan (de ahí la importancia de que sean orgánicas, recién recolectadas o de «kilómetro cero» y que no hayan sido conservadas en cámaras a fin de preservar todo su potencial enzimático). Dificultad añadida es que el contenido en fibra presente en muchos alimentos crudos es también difícil de digerir. Opciones buenas, que ya hemos visto, son la piña, el aguacate, el mango, la papaya y el plátano, o el siguiente truco casero para obtener enzimas: consiste en dejar secar las semillas de papaya y molerlas con un molinillo para emplearlas como aderezo en los platos (el sabor es parecido al de la pimienta). 9. ¿Son iguales las enzimas naturales que aquellas producidas de forma sintética? Las enzimas que encontramos en el mercado proceden de tejidos animales y vegetales. No son reproducciones sintéticas, sino que su origen es natural aunque hayan sido procesadas y se adquieran en comprimidos, polvos, cápsulas, líquidos, etc. Existen toda clase de suplementos enzimáticos en función de las proporciones que contengan de los principales grupos (amilasa, proteasa y lipasa). Tanto si optamos por la ingesta de alimentos crudos (con enzimas) como por el recurso de los suplementos, los efectos en el organismo serán idénticos. La única diferencia estriba en que, con los suplementos, sabremos exactamente qué cantidad y variedad de enzimas ingerimos. 10. ¿Es posible diagnosticarse y prescribirse los complementos enzimáticos necesarios? Si queremos emplear las enzimas con una finalidad terapéutica, lo más aconsejable es dejarse guiar por un médico nutricionista. Otra cosa bien distinta es utilizarlas como suplemento de ayuda a la digestión, con dosis relativamente bajas que solo sirvan para garantizar la ingesta de las enzimas que no están presentes en los alimentos cocinados, por ejemplo. 11. ¿Hay estudios que evalúen a largo plazo el efecto de los suplementos enzimáticos en el organismo humano? Puesto que el origen de estos suplementos son las propias enzimas de origen vegetal o animal, los efectos en la salud son los mismos que si hubiéramos consumido estos alimentos en estado crudo. Caso aparte son los estudios que relacionan los efectos beneficiosos de las enzimas con enfermedades como el cáncer, la diabetes, el colesterol, las afecciones cardíacas, la psoriasis o incluso el control del peso. Diversos estudios han demostrado una relación directa entre la fortaleza de nuestro sistema inmunológico y el nivel enzimáticode nuestro organismo. Respecto al cáncer, no hay una respuesta contundente sobre la intervención decisiva de las enzimas, pero sí dos teorías. En la primera, los investigadores sitúan el origen del cáncer en el ADN de las células y consideran que las células cancerígenas lo son porque presentan una anomalía. Esta alteración, unida a agentes detonantes como la obesidad, el estrés, la radiación o la acción de tóxicos, conduce a que la célula lleve a cabo una producción anormal de proteína y, una vez que ha iniciado el proceso erróneo, continúa así para siempre. El riesgo añadido es que estas células cancerígenas se dispersen (metástasis) y destruyan otras células. Los investigadores manifiestan que en cualquier momento de nuestra vida es posible hallar en el cuerpo humano de cien a cien mil de estas células incorrectas. La cuestión es que el propio cuerpo actúa rápidamente sobre ellas reparándolas, y en este punto las enzimas sí son un recurso indispensable para la reparación, ya que descomponen esta proteína extra y previenen el desencadenante de la enfermedad. La segunda teoría postula que las células cancerígenas están recubiertas de una proteína que las protege del ataque de los glóbulos blancos. Esta cobertura vuelve invisibles a las células anómalas y, en consecuencia, los glóbulos blancos no pueden reconocerlas como defectuosas. La ingesta de enzimas como la proteasa liberaría a las células cancerígenas de esta capa protectora y el sistema inmunológico las detectaría y las erradicaría. 12. ¿La administración de enzimas también contribuye a una mejor salud mental? Casi todos los beneficios de las enzimas tienen un impacto físico en el sistema digestivo e inmunológico. Sin embargo, también el bienestar mental cuenta con una base «orgánica». Diversos estudios prueban que el consumo de enzimas redunda en la capacidad mental, por ejemplo, ya que afecta al sistema endocrino. Las células de nuestro cerebro precisan de oxígeno y glucosa para su correcto funcionamiento. Esta glucosa se elabora a partir de las proteínas que almacenamos en el hígado y fortalece el hipotálamo, el cual a su vez dirige el sistema endocrino y regula, entre otros aspectos (apetito, temperatura corporal, etc.), las emociones. Si este mecanismo no actúa correctamente, sentimos agotamiento y grandes dificultades a la hora de concentrarnos. Y, a este respecto, las enzimas constituyen una reserva de proteína para el hígado. Por otra parte, dada su intervención en las glándulas endocrinas, las enzimas ayudan a conciliar el sueño o, lo que es lo mismo, a luchar contra el insomnio. Si el sistema endocrino presenta carencias, el equilibrio hormonal se verá afectado, estaremos irritables y de paso los patrones normales del sueño se alterarán. Se trata de un proceso en cadena: no digerimos bien la comida, por lo tanto el cuerpo no asimila los nutrientes que necesita, lo que lleva a que el sistema nervioso y endocrino se desequilibren y, finalmente, a que el nivel de energía acuse un descenso dramático. 13. ¿Y al control del peso? De nuevo, el sistema endocrino está involucrado en el exceso de peso u obesidad. De hecho, gran parte de la gente obesa muestra un desequilibrio metabólico o lo acaba padeciendo. Asimismo, algunos estudios han conseguido constatar que estos pacientes presentaban deficiencia de la enzima lipasa. Sin ella, la grasa se acumula en las arterias y provoca, con el paso del tiempo, una insuficiencia cardíaca. Un segundo argumento es que los alimentos cocinados provocan cambios en el tamaño y la apariencia de la glándula pituitaria, y agotan sus enzimas más las generadas por el páncreas y la tiroides a fin de digerirlos. El organismo se ralentiza, se vuelve perezoso y pierde su lucha en la digestión de las grasas. 14. ¿Cuál es la enzima estrella? No hay una enzima estrella, puesto que cada una tiene una función específica dentro del organismo. Pero si has decidido optar por un suplemento enzimático, lo más adecuado es que este contenga los tres grupos principales: amilasa, proteasa y lipasa. La búsqueda del equilibrio enzimático es el mejor pasaporte al bienestar y a una mayor esperanza de vida. Es cierto que en una evaluación profesional se puede detectar la carencia de una enzima equis. Y también lo es que el estilo de vida o la dieta pueden conducir a un consumo excesivo de un determinado tipo de enzimas, por lo que deberemos asegurarnos de recobrar el equilibrio. 15. ¿En qué países es más común el consumo de enzimas? Japón y Dinamarca fueron los primeros países en producirlas de forma industrial. Pero, por lo general, todas aquellas cocinas que utilicen una mayor cantidad de alimentos en estado crudo contarán con una dieta más saludable desde el punto de vista enzimático. El paradigma de esta práctica lo encarnan los esquimales primitivos. De hecho, la palabra esquimal procede del vocablo eskimo, que según una acepción popular significa «el que come crudo». Este pueblo empleaba un método para predigerir la comida: enterraban el pescado o la carne cruda hasta que se pudría y, a continuación, se lo comían. Los tejidos de los animales tienen unas enzimas (catepsina) que ayudan a su descomposición y, asimismo, a su digestión. Esto supone un ahorro de energía digestiva que los deja con mayor capacidad para el trabajo. De hecho, los esquimales llamaban pescado alto al alimento resultante por la fuerza que les proporcionaba. Aunque este método no solo les aportaba energía sino que les garantizaba una salud excelente. 16. ¿Es posible administrar las enzimas por vías distintas a la ingesta? Las enzimas solo se pueden consumir mediante la ingesta de alimentos crudos o suplementos enzimáticos. Dado que la función de estas enzimas es ayudar a la digestión, solo se contempla la vía oral. Punto y aparte es el hecho de que el cuerpo humano sea capaz de fabricar enzimas, pero ya hemos mencionado que, cuantas más enzimas dedique a la digestión, menos reservará a una salud óptima. Lo cierto es que durante décadas se creyó que no era necesaria la ingesta de suplementos, puesto que el hombre disponía de enzimas para toda su existencia. También hay teorías que afirman que las enzimas acaban destruidas en el estómago por culpa de los ácidos digestivos. En realidad, solo se desactivan en la región ácida del estómago y, cuando llegan a un entorno más alcalino, ya en el intestino delgado, se reactivaban para dar apoyo a la parte final de la digestión. 17. ¿El consumo de enzimas puede afectar a otras medicaciones que se estén tomando? Artritis, migrañas, hipoglucemia, colesterol, insuficiencia cardíaca, hipertensión, diabetes, psoriasis, alergias e incluso el cáncer son patologías que están relacionadas directa o indirectamente con los efectos beneficiosos del consumo de enzimas. Si las tomamos con fines terapéuticos, deberemos seguir los consejos de un profesional, sobre todo si ya estamos medicándonos. Con relación a las posibles interferencias con otros fármacos, el especialista deberá determinar la dosis adecuada para cada caso. 18. ¿Existe la enzima prodigiosa? La enzima prodigiosa es un concepto acuñado por el doctor Hiromi Shinya para referirse a una supuesta enzima no especializada, una especie de enzima madre que se asigna una función según las necesidades del organismo. Esta tesis no está demostrada aún y, aunque es cierto que queda mucho por investigar, todos los expertos coinciden en la hipótesis contraria: cada enzima cuenta con unas características específicas y una funcionalidad concreta. Lo que es seguro es que cada una de los cien trillones de células de nuestro cuerpo depende de su actividad. 19. ¿Los probióticos son enzimas digestivas? No, los probióticos no tienen nada que ver con las enzimas, pero sí ejercen un efecto beneficiosos en la digestión en general: contribuyen a mejorar la salud de nuestros intestinos, pues son microorganismos que favorecen y equilibran la flora intestinal. 20. En definitiva, ¿la dieta más saludable es la que se basa en los alimentos crudos? Lo más sensato es comer
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