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CARLOS REBOLLEDA GIL PSICÓLOGO EN EL CENTRO DE REHABILITACIÓN PSICOSOCIAL DE ARANJUEZ. LÍNEA DE REHABILITACIÓN PSICOSOCIAL HERMANAS HOSPITALARIAS Neurocognición cognición social y metacognición en psicosis 2 Índice Prólogo PARTE PRIMERA. Neurocognición 1. Déficits neurocognitivos en psicosis 1.1. Introducción 1.2. Déficits neurocognitivos en población de alto riesgo 1.3. Déficits neurocognitivos en primeros episodios psicóticos 1.4. Déficits neurocognitivos en esquizofrenia 1.5. Estudios longitudinales 2. Rehabilitación cognitiva 2.1. Definición general 2.2. Principios para la práctica de la rehabilitación cognitiva 2.3. Rehabilitación cognitiva en trastornos psicóticos 3. Atención 3.1. Definición 3.1.1. Definición general 3.1.2. Tipos de atención 3.2. Evaluación 3.2.1. Test de ejecución continua (Continuous Performance Test, CPT) (Conners y Staff, 2000) 3.2.2. Subpruebas clave de números y búsqueda de símbolos de la escala de inteligencia Wechsler 3.ª edición (Wechsler Adult Intelligence Scale 3th Edition, WAIS-III) (Wechsler, 1997a) 3.2.3. Test de Toulouse-Piéron (Toulouse y Piéron, 1982) 3.3. Déficits en psicosis 3.4. Técnicas de rehabilitación en atención 3.4.1. Compensación de las funciones atencionales 3.4.2. Restauración de las funciones atencionales 4. Memoria 4.1. Definición 4.1.1. Definición general 4.1.2. Memoria a corto plazo 4.1.3. Memoria a largo plazo 4.2. Evaluación 4.2.1. Subprueba Immediate Recall de Hopkins Verbal Learning Test-Revised (HVLT-R) (Brandt y Benedict, 2001) 4.2.2. Brief Visuospatial Memory Test-Revised (BVMT-R) (Benedict, 1997) 4.2.3. Figura compleja de Rey (Rey, 1997) 4.2.4. Test de la memoria conductual de Rivermead (Rivermead Behavioural Memory Test, RBTM) (Wilson, Cockburn y Baddeley, 1985) 3 4.2.5. Escala de Memoria de Wechsler 3.ª edición (Wechsler Memory Scale, WMS-III) (Wechsler, 1997b) 4.2.6. Subpruebas Dígitos directos y Dígitos inversos de la escala de inteligencia Wechsler 3.ª edición (Wechsler Adult Intelligence Scale 3th Edition, WAIS-III) (Wechsler, 1997a) 4.3. Déficits en psicosis 4.4. Técnicas de rehabilitación en memoria 4.4.1. Estrategias compensatorias 4.4.2. Aprendizaje sin error 4.4.3. Estrategias mnemotécnicas 4.4.4. Memoria de la vida diaria 4.4.5. Memoria prospectiva 5. Velocidad de procesamiento 5.1. Definición 5.2. Evaluación 5.2.1. Subtest Symbol Coding de la Brief Assessment of Cognition in Schizophrenia (BACS) (Keefe, 1999) 5.2.2. Parte A del Trail Making Test (TMT-A) (US Army, 1944) 5.2.3. Subprueba Animals del Category Fluency Test (Spreen, 1998) 5.2.4. Cociente integrado obtenido a partir de las subpruebas clave de números y búsqueda de símbolos de la escala de inteligencia Wechsler, 3.ª edición (Wechsler Adult Intelligence Scale, 3th Edition, WAIS-III) (Wechsler, 1997a) 5.3. Déficits en psicosis 5.4. Técnicas de rehabilitación en velocidad de procesamiento 6. Funciones ejecutivas 6.1. Definición 6.2. Evaluación 6.2.1. Subprueba Mazes de Neuropsychological Assessment Battery (NAB) (White y Stern, 2003) 6.2.2. Test de clasificación de tarjetas de Wisconsin (Wisconsin Card Sorting Test, WCST) (Heaton y cols., 1997) 6.2.3. Test de colores y palabras de Stroop (Golden, 1978) 6.2.4. Trail Making Test Formas A y B (TMT A y B) (US Army, 1944) 6.2.5. Valoración conductual del síndrome disejecutivo (Behavioural Assessment of the Dysexecutive Syndrome, BADS) (Wilson y cols., 1996) 6.3. Déficits en psicosis 6.4. Técnicas de rehabilitación en funciones ejecutivas 6.4.1. Rehabilitación de funciones ejecutivas por componentes 6.4.2. Programas de entrenamiento de funciones ejecutivas 7. Memoria de trabajo 7.1. Definición 7.2. Evaluación 7.2.1. Subprueba Spatial Span de Wechsler Memory Scale-III (WMS-III) (Wechsler, 1997) 7.2.2. Letter Number Span (LNS) (Gold y cols., 1997) 7.2.3. Subprueba letras y números de la escala de inteligencia Wechsler 3.ª edición (Wechsler Adult Intelligence Scale 3th Edition, WAIS-III) (Wechsler, 1997a) 7.3. Déficits en psicosis 7.4. Técnicas de rehabilitación en memoria de trabajo 8. Fluidez verbal 8.1. Definición 4 8.2. Evaluación 8.3. Déficits en psicosis 8.4. Técnicas de rehabilitación en fluidez verbal 9. El comité MATRICS 9.1. La creación del comité MATRICS 9.2. Objetivos del comité MATRICS 9.3. Consenso acerca de los instrumentos a emplear para la medida de las áreas neurocognitivas 10. Principales programas de rehabilitación neurocognitiva en psicosis 10.1. Cognitive Enhancement Therapy (CET) (Hogarty y Flesher, 1999a,b; Hogarty y cols., 2004) 10.2. Cognitive Remediation Therapy (CRT) (Wykes y Cols., 1999, 2002, 2003) 10.3. Integrated Psychological Therapy (IPT) (Brenner y cols., 1992, 1994; Roder y cols., 1996) 10.4. Programa de rehabilitación cognitiva en psicosis (REHACOP) (Ojeda y cols., 2012) PARTE SEGUNDA. Cognición social 11. Introducción 11.1. Definición 11.2. Cognición social y su relación con los trastornos psicóticos 12. Procesamiento emocional 12.1. Definición 12.2. Evaluación 12.3. Déficits en psicosis 13. Percepción/conocimiento social 13.1. Definición 13.2. Evaluación 13.3. Déficits en psicosis 14. Teoría de la mente 14.1. Definición 14.2. Evaluación 14.3. Déficits en psicosis 15. Estilo atribucional 15.1. Definición 15.2. Evaluación 15.3. Déficits en psicosis 16. Recomendación del comité MATRICS para la evaluación de la cognición social en trastornos psicóticos: Mayer-Salovey-Caruso Emotional Intelligence Test 5 (MSCEIT) 16.1. Consenso del comité MATRICS acerca de la medida a emplear para la evaluación del área cognición socialL 16.2. El modelo de las cuatro ramas de la inteligencia emocional 16.3. Mayer-Salovey-Caruso Emotional Intelligence Test (MSCEIT) 16.4. Déficits en inteligencia emocional en psicosis 16.5. Investigación en psicosis empleando el MSCEIT 17. Principales programas para la mejora de la cognición social en psicosis 17.1. Training of Affect Recognition (entrenamiento en reconocimiento del afecto) (TAR) (Frommann, Streit y Wölwer, 2003; Wölwer y cols., 2005) 17.2. Emotion Management Training (EMT) (Hodel, Brenner, Merlo y Teuber, 1998) 17.3. Integrated Psychological Therapy (IPT) (Brenner y cols., 1992, 1994; Roder y cols., 1996) 17.4. Terapia neurocognitiva integrada para pacientes con esquizofrenia (INT) (Roder y cols., 2007) 17.5. Cognitive Enhancement Therapy (CET) (Hogarty y Flesher, 1999a,b; Hogarty y cols., 2004) 17.6. Social Cognition and Interaction Training (entrenamiento en cognición social e interacción) (SCIT) (Penn, Roberts, Munt, Silverstein, Jones y Sheitman, 2005) 17.7. Programa de rehabilitación cognitiva en psicosis (REHACOP) (Ojeda y cols., 2012) 17.8. e-Motional Training (Vázquez-Campo, Maroño, Lahera, Mateos y García- Caballero, 2016) 17.9. Social Cognition Training Program (PECS) (Gil-Sanz, Fernández-Modamio, Bengochea-Seco, Arrieta-Rodríguez y Pérez-Fuentes, 2016) PARTE TERCERA. Metacognición 18. Introducción 18.1. Introducción 18.2. Componentes de la metacognición 18.3. Déficits en psicosis 19. Evaluación 19.1. La escala para la medida de la metacognición versión abreviada (The Metacognition Assessment Scale Abbreviated, EEM-A) (Semerari y cols., 2003) 19.2. Otros instrumentos de evaluación 20. Rehabilitación 20.1. Entrenamiento metacognitivo para personas con psicosis (Metacognitive Training for Psychosis, MCT) (Moritz y cols., 2014) 20.2. Entrenamiento en habilidades sociales orientado a la metacognición (MOSST) (Inchausti y cols., 2017) 6 21. Conclusiones y líneas futuras Referencia bibliográficas Créditos 7 Prólogo Desde que Kraepelin a principios del siglo XX acuñara el concepto de «demencia precoz» para designar lo que hoy en día denominamos como esquizofrenia, siempre se ha sospechado la presencia de ciertos déficits en atención, memoria, funciones ejecutivas, etc., en el caso de estas personas. Posteriormente, con la denominada «revolución cognitiva» que se produce entre los años sesenta y setenta del pasado siglo, y el desarrollo de constructos tales comocognición social (entendida como los procesos cognitivos implicados en cómo la gente piensa sobre ella misma, otras personas, situaciones sociales e interacciones) o metacognición (definida como la cognición sobre la cognición), el mayor conocimiento de los mismos también hace sospechar que las personas con diagnóstico de psicosis podrían presentar problemas en estas áreas. A día de hoy, y después de mucha evidencia empírica acumulada respecto a si las personas con psicosis presentan déficits en las áreas previamente mencionadas, los resultados dejan claro que dichas problemáticas, en un mayor o menor grado, están presentes en la psicosis. En este sentido, si dichos déficits no tuvieran una mayor trascendencia o no afectasen a múltiples áreas del funcionamiento comunitario de la persona, quizá no tendrían tanta relevancia como se les otorga en la actualidad, si bien también es mucha la evidencia acumulada en lo que va de siglo que afirma que estas problemáticas interfieren, en ocasiones, de una forma muy importante en el funcionamiento psicosocial de las personas que los presentan. Es entendible que, cuando los profesionales encargados de ayudar a estas personas en sus procesos de recuperación se topan con estas dificultades, surja en ellos cierto «vértigo» e incluso «recelo» hacia el abordaje de dichos procesos. Generalmente, esto se debe a que da la impresión de que se debe ser un experto en neuropsicología o en neurociencias para poder evaluar e intervenir correctamente sobre estas problemáticas. Además, a las personas encargadas de este tipo de tratamientos que, de una forma acertada, se centran más en lo social, los citados constructos pueden llegar a sonarles como ciertamente «reduccionistas» o «biologicistas». Por último, a aquellos clínicos que siguen determinadas orientaciones psicoterapéuticas puede parecerles que estas áreas no son compatibles o quedan lejos de su orientación. Respecto a la primera de las posibles causas que se exponen en el párrafo anterior, cabe destacar que no hace falta ser un experto o haber recibido formación específica en neuropsicología o neurociencias para llevar a cabo una correcta evaluación e intervención sobre estas problemáticas. De hecho, el presente libro tiene por objetivo fundamental y prioritario servir como guía respecto a los conocimientos, pruebas de evaluación y programas o estrategias de intervención que es necesario conocer para la 8 evaluación y abordaje de estos déficits en el caso de la psicosis. A pesar de que a raíz de la lectura pueda surgir interés en profundizar en mayor medida algún o algunos de los conocimientos que en él se exponen, en un principio lo recogido en el mismo otorga conocimientos suficientes para idear evaluaciones e intervenciones en estas áreas. En cuanto a lo «biologicistas» o «reduccionistas» que pueden sonar estos términos, cabe invitar al lector a que, cuando lea el texto, no se deje «influir» o «engañar» por aquello a lo que puedan sonar estos términos y mire más allá del simple nombre. En este sentido, a buen seguro descubrirá que algunos de los factores que podrían estar influyendo en que alguna de las personas no avance en determinados objetivos de sus procesos de recuperación quizá tengan que ver con la influencia de algunos de los déficits o problemáticas que se describen y que, probablemente, habrían de ser tenidos en cuenta antes de proseguir con determinados entrenamientos o intervenciones. Quizá algunas dificultades en el funcionamiento psicosocial de los sujetos atendidos que generalmente se han atribuido a otras posibles causas que nunca se ha tenido muy claro de dónde podrían provenir, puede que adquieran un mayor sentido tras leer este libro. En cuanto a las discrepancias que pueden existir entre lo que en este libro se expone y algunas orientaciones psicoterapéuticas, es evidente que algunas de ellas requieren que la persona que va a tomar parte en el tratamiento presente los menores déficits posibles en, por ejemplo, atención, memoria, abstracción, cognición social o metacognición para que estas puedan conseguir su mayor efecto. En este sentido, una correcta evaluación de dichas problemáticas puede ser clave a la hora de determinar si una intervención psicoterapéutica puede ser adecuada o no a la hora de aplicarse a un determinado sujeto o, incluso, nos puede dar pistas con respecto a cómo adaptar las diferentes intervenciones para que puedan ser eficaces en el caso de las personas que presentan determinados déficits. También nos puede clarificar las áreas a trabajar antes de la aplicación de estos modelos psicoterapéuticos. En definitiva, aparte de todas aquellas personas que puedan tener interés por el tema, este libro va dirigido sobre todo a profesionales de la salud mental que, de una forma u otra, intervengan con personas diagnosticadas de trastorno psicótico y estén ayudando a los mismos en sus procesos de recuperación. Se insta al lector a que durante la lectura del mismo trate de dejar de lado a lo que puedan sonar estos términos, así como la idea de que estas áreas solo pueden ser abordadas por profesionales especializados en ellas o lo que concuerde con sus orientaciones psicoterapéuticas, y a su vez traten de hacer una lectura reflexiva, procurando ver las posibles semejanzas entre lo que se expone y las dificultades que, habitualmente, se encuentran en las personas a las que atienden. Por otro lado, también sería útil reflexionar acerca de hasta qué punto, desde la perspectiva rehabilitadora que poseen estos profesionales, pueden llegar a ser útiles, de cara a la ayuda en el proceso de recuperación de estas personas, algunas de las evaluaciones o intervenciones que aquí se exponen. 9 PARTE PRIMERA Neurocognición 10 1 Déficits neurocognitivos en psicosis 1.1. INTRODUCCIÓN Sin lugar a dudas, dentro de los diferentes trastornos psicóticos el que ha acaparado mayor evidencia empírica a lo largo de las últimas décadas, en cuanto al análisis de los diferentes déficits cognitivos que presenta, ha sido la esquizofrenia, así como las fases que preceden a este trastorno (estado mental de alto riesgo y primer episodio psicótico). Por tanto, a lo largo del presente capítulo se expondrán los resultados de diversos estudios, tanto de metodología trasversal como longitudinal, cuyo objetivo principal ha sido el análisis de los déficits neurocognitivos que habitualmente se localizan en las citadas fases. En este sentido, como refieren Peña, Ezcurra y Gutiérrez (2012) en su estudio de revisión, a pesar de que son múltiples las investigaciones que se han llevado a cabo sobre neurocognición en esquizofrenia y de que exista consenso acerca de que los déficits neurocognitivos se encuentran presentes en esta patología (Heinrichs y Zakzanis, 1998), son muchos los interrogantes que aún quedan por resolver. La primera de estas cuestiones tiene que ver con si este deterioro cognitivo se agrava en severidad con la evolución de la enfermedad o si, por el contrario, permanece estable. Pero a esta pregunta se le han ido agregando otras a lo largo de los últimos años; por ejemplo, si existe un perfil de deterioro cognitivo específico para la esquizofrenia, si las diferentes funciones cognitivas se deterioran a la misma velocidad o en qué momento aparece el deterioro cognitivo en una persona que presenta un primer episodio psicótico. Unida a estas cuestiones, Palmer, Dawes y Heaton (2009) señalan otra pregunta sin una respuesta clara, que tiene que ver con el hecho de si todas las personas diagnosticadas de esquizofrenia presentan déficits neurocognitivos. Palmer y cols. (2009) señalan que es tanta la importancia que se le ha dado a este tipo de déficits en las últimas décadas, que la esquizofrenia ha pasado a considerarse universalmente como una enfermedad neurobiológica (Harrison y Weinberger, 2004; Keshavan, Tandon, Boutros y Nasrallah, 2008), con un fuerte componente neurocognitivo (Bora, Akdede y Alptekin, 2017; Dickinson, Ramsey y Gold, 2007; Fioravanti, Carlone, Vitale, Cinti y Clare, 2005;Heinrichs y Zakzanis, 1998). Esta moderna concepción de la enfermedad ha contribuido a aclarar determinados conceptos en el en ocasiones encendido debate acerca de si la naturaleza de la esquizofrenia es de carácter funcional o si, por el contrario, es de carácter orgánico (Babcock, 1933; Bleuler, 1930; Leonberger, 1989; May, 1931; Spielmeyer, 1930; Walker y Tessner, 2008). 11 Debido a lo anteriormente señalado, Palmer y cols. (2009) destacan que actualmente existe un enorme y todavía creciente volumen de investigaciones relacionadas con el funcionamiento neuropsicológico del paciente diagnosticado de esquizofrenia. Estos trabajos se centran principalmente en dos objetivos básicos. El primero pretende especificar los patrones neuropsicológicos que se asocian con la esquizofrenia, aspecto que permitiría clarificar los sistemas neuroanatómicos y/o neurofisiológicos que subyacen a esta patología (Levin, Yurgelun-Todd y Craft, 1989). El segundo pasa por la identificación de fortalezas/debilidades neurocognitivas en estos pacientes y el análisis de la relación que guardan las mismas con el funcionamiento psicosocial del sujeto. Conocer dichos aspectos supondría una valiosa información a la hora de diseñar planes de rehabilitación eficaces (Green, 1996). Dickinson y cols. (2007), tras realizar una revisión sobre todos los metaanálisis correspondientes a los déficits cognitivos propios de la esquizofrenia llevados a cabo hasta el año 2006, llegan a la conclusión general de que este tipo de déficits se encuentran presentes en la mayoría de los dominios neurocognitivos en torno a una desviación estándar por debajo de los valores obtenidos en el caso de personas sanas. Por otro lado, señalan la memoria episódica (especialmente el recuerdo libre) y la velocidad de procesamiento como las áreas que presentan un mayor deterioro, mientras que el conocimiento verbal y las habilidades visoespaciales parecen constituirse en las más preservadas. Aun así, es importante tomar con cautela los resultados obtenidos en los diferentes estudios destinados a localizar los déficits neurocognitivos nucleares y diferenciales en el caso de la esquizofrenia. Como señalan Fioravanti y cols. (2005), existe una considerable heterogeneidad entre los tamaños del efecto que se obtienen en estas investigaciones, hecho que ha podido constatarse tanto en el caso de personas con diagnóstico de esquizofrenia como de aquellos pacientes evaluados tras un primer episodio psicótico (Mesholam-Gately, Giuliano, Goff, Faraone y Seidman, 2009). 1.2. DÉFICITS NEUROCOGNITIVOS EN POBLACIÓN DE ALTO RIESGO Peña y cols. (2012) destacan varios estudios que han indagado sobre la posible presencia de déficits neurocognitivos en el caso de sujetos que presentan un alto riesgo de desarrollar un trastorno psicótico (por ejemplo Myles-Worsley y cols., 2007; Pflueger, Gschwandtner, Stieglitz y Riecher-Rössler, 2007). Estos estudios, básicamente, defienden dos posturas contrapuestas. La primera de ellas se refleja en investigaciones como la de Hawkins y cols. (2004), que señala la ausencia o cuasi-ausencia de déficits neurocognitivos en este tipo de sujetos. La segunda postura se basa en los resultados obtenidos en múltiples estudios que encuentran en estos pacientes déficits similares a los que habitualmente se localizan en esquizofrenia crónica, siendo estos memoria verbal, memoria de trabajo, funciones ejecutivas, atención y velocidad de procesamiento 12 (Haining y cols., 2019; Kelleher y cols., 2013; Ucock y cols., 2013). Aun así, el rendimiento neurocognitivo que presentan estos pacientes se encuentra en un punto intermedio entre los controles sanos y los sujetos que han desarrollado un primer episodio psicótico, presentando mayores déficits que los primeros pero menores que los segundos (Agnew-Blais y Seidman, 2013; Ucock y cols., 2013). Varias investigaciones realizadas en este campo apuntan que los subgrupos de sujetos que finalmente desarrollan un trastorno psicótico suelen presentar más déficits neurocognitivos que los sujetos que no lo hacen (Brewer y cols., 2005; Wood y cols., 2003). En este sentido, Fusar-Poli y cols. (2012), en un metaanálisis, señalan que la fluidez verbal y la memoria parecen ser las áreas más deficitarias en pacientes de alto riesgo que posteriormente transitan a la psicosis. También cabría señalar que estos déficits no parecen estar asociados a la presencia de sintomatología positiva, sino más bien al riesgo genético de presentar la enfermedad (Fiksinski y cols., 2019; Myles- Worsley y cols., 2007). Por tanto, la mayoría de los resultados obtenidos de los diferentes estudios apuntan a que estos pacientes presentan déficits neurocognitivos en mayor medida que la población general, siendo memoria y fluidez verbal las áreas en las que se han localizado las mayores afectaciones. Aun así, actualmente se sigue estudiando en este sentido, puesto que dichos déficits podrían llegar a constituirse como un marcador de vulnerabilidad respecto al posible tránsito a un primer episodio psicótico. 1.3. DÉFICITS NEUROCOGNITIVOS EN PRIMEROS EPISODIOS PSICÓTICOS Según Peña y cols. (2012), han sido múltiples las investigaciones que han tratado de ampliar el conocimiento acerca de los déficits neurocognitivos que presentan aquellas personas que han desarrollado un primer episodio psicótico (por ejemplo, Ayesa-Arriola y cols., 2016; Pantelis y cols., 2009; Simon y cols., 2007; Sponheim y cols., 2010). La mayoría de estas investigaciones ponen de manifiesto que son varias las áreas neurocognitivas deterioradas en el caso de los pacientes que muestran un primer episodio psicótico, guardando gran similitud con los dominios afectados en el caso de la esquizofrenia (Moritz y cols., 2002). Pero existe todavía una gran heterogeneidad a la hora de señalar las áreas afectadas en estos pacientes, ya que mientras algunos estudios refieren que estos déficits parecen localizarse en funciones ejecutivas, atención, memoria de trabajo y fluidez verbal (Ojeda y cols., 2010; Peña y cols., 2011), son múltiples y muy recientes las investigaciones que añaden a los anteriormente señalados los déficits en memoria y en aprendizaje verbal (Holmen, Juuhl-Langseth, Thormodsen, Melle y Rund, 2010; Jahshan, Heaton, Golshan y Cadenhead, 2010), mientras que otros también hablan de afectaciones en velocidad de procesamiento y destreza motora (Ayesa-Arriola y cols., 2016; Galderisi y cols., 2009; González-Blanch y cols., 2006). 13 Por otro lado, también existen estudios que no han encontrado déficits cognitivos en pacientes diagnosticados de un primer episodio psicótico, sino que encuentran un porcentaje de sujetos que presentan un funcionamiento neurocognitivo similar al que muestran los sujetos controles sanos (Bartholomeusz y cols., 2011; Leeson y cols., 2010). Ochoa y cols. (2013) dividen un grupo de 62 pacientes diagnosticados de primer episodio psicótico en tres grupos en función de la contribución que los factores del neurodesarrollo y genéticos han tenido en la aparición del episodio. Sus resultados señalan una gran variabilidad entre pacientes respecto a la afectación neurocognitiva, haciendo hincapié en la importancia de localizar a aquellos pacientes más afectados a este nivel para la aplicación temprana de intervenciones neuropsicológicas como la rehabilitación cognitiva. Los hallazgos previamente señalados han llevado a los investigadores a preguntarse en qué momento aparecen los déficits neurocognitivos en el caso de estos pacientes, así como si existen variables premórbidas que influyen en la severidad y extensión de dicho deterioro. Por ejemplo, Joyce y cols. (2005) encuentran que en el momento en que estos pacientes son diagnosticados, un alto porcentaje muestra afectaciones en algún área, mientras que el 40 por 100 de la muestra que utilizan ya presentan una alteración cognitiva generalizada. En cuanto a la presencia de factores premórbidos, la presencia de trastornos de la comprensión verbal (Carrion y cols., 2018), una edad temprana a lahora de desarrollar este primer episodio (Banaschewski y cols., 2000), un menor CI premórbido (Woodberry, Giuliano y Seidman, 2008) o un mayor «periodo de psicosis no tratada» (DUP) (Allott y cols., 2018; Lappin y cols., 2007), parecen constituirse como factores de riesgo para una mayor afectación neurocognitiva. Una vez aceptada la presencia de déficits neurocognitivos en un alto porcentaje de pacientes con primer episodio psicótico, otra de las preguntas planteadas en los diferentes estudios ha consistido en tratar de conocer el nivel de gravedad de dichas afectaciones. Para ello ha sido habitual la comparación de muestras compuestas por estos sujetos con pacientes con diagnóstico de esquizofrenia crónica, sujetos de alto riesgo y controles sanos. Lo que se ha encontrado a este respecto es que los pacientes diagnosticados de primer episodio psicótico muestran déficits más leves que los sujetos con esquizofrenia, pero mayores que aquellas personas que muestran un alto riesgo de desarrollar un episodio psicótico (Eastvold y cols., 2007; Fusar-Poli y cols., 2007). Lógicamente, estos hallazgos vienen a refrendar la hipótesis acerca de que existe un deterioro neurocognitivo progresivo en el caso de la esquizofrenia, la cual se corrobora en múltiples estudios (Hutton y cols., 1998; Pantelis y cols., 2009), aunque no en todos (Moritz y cols., 2002). A modo de resumen, podemos decir que se localizan déficits neurocognitivos en un alto porcentaje de pacientes diagnosticados de primer episodio psicótico. A pesar de que no hay un acuerdo muy claro en cuanto a las áreas neurocognitivas que generalmente se encuentran más afectadas en el caso de estos pacientes, parece que estos déficits son 14 similares a los que presentan las personas con esquizofrenia (Moritz y cols., 2002), aunque más leves (Eastvold y cols., 2007; Fusar-Poli y cols., 2007). Tampoco hay un acuerdo muy claro respecto al momento en el que aparecen dichos déficits en el caso de estos pacientes, pero sí se destaca la importancia de localizar cuanto antes los pacientes más afectados a este nivel, de cara a una pronta aplicación de intervenciones neuropsicológicas. 1.4. DÉFICITS NEUROCOGNITIVOS EN ESQUIZOFRENIA Peña y cols. (2012) señalan en su estudio de revisión que son muchas las investigaciones llevadas a cabo con el fin de comprobar la existencia de déficits neurocognitivos en pacientes que presentan un diagnóstico de esquizofrenia (por ejemplo, Fioravanti, Bianchi y Cinti, 2012; Irani, Kalkstein, Moberg y Moberg, 2011). Los resultados de dichos estudios coinciden en que estos sujetos presentan un deterioro generalizado en la mayoría de las áreas neurocognitivas. Aun así, una vez que se ha llegado al consenso acerca de la existencia de este tipo de déficits en sujetos diagnosticados de esquizofrenia, una de las cuestiones en la que se ha tratado de indagar tiene que ver con la existencia o no de un perfil de deterioro neurocognitivo común en todos estos pacientes. La respuesta es que no parece existir dicho perfil único, sino que se encuentra una gran heterogeneidad entre los resultados de los diferentes estudios. Lo que parece claro es que dicho deterioro es generalizado, hecho que parece ser independiente tanto del área geográfica en el que se lleve a cabo el estudio como de los instrumentos que se usen para medir los diferentes dominios neurocognitivos, los cuales, en ocasiones, pueden diferir mucho entre sí (Schaefer, Giangrande, Weinberger y Dickinson, 2013). Con el fin de conseguir una mayor homogeneidad, en el año 2003 se creó The Measurement and Treatment Research to Improve Cognition in Schizophrenia Committee (MATRICS), cuyos objetivos fundamentales fueron, por un lado, consensuar los dominios neurocognitivos a incluir en una batería de evaluación para la esquizofrenia y, por otro lado, establecer criterios clave que permitieran seleccionar los instrumentos a incluir en dicha batería (Green y cols., 2004). Tras una extensa revisión de la literatura existente hasta ese momento acerca de las áreas más deficitarias en esquizofrenia, dicho comité decidió incluir en su batería siete dominios neurocognitivos que concretamente fueron velocidad de procesamiento, atención/vigilancia, memoria de trabajo, aprendizaje/memoria verbal, aprendizaje/memoria visual, razonamiento/resolución de problemas y cognición social. Ante tal heterogeneidad, algunos grupos de investigación se han centrado en buscar si existen déficits neurocognitivos que puedan considerarse características centrales o «nucleares» de la patología y que, por tanto, aparezcan en mayor o menor medida en todos estos sujetos. En este punto cabría destacar que han sido multitud los estudios realizados sobre la memoria de trabajo que señalan este dominio como la principal 15 afectación cognitiva en el caso de la esquizofrenia (Brahmbhatt, Haut, Csernansky y Barch, 2006; Mathias y cols., 2018; Twamley y cols., 2006). Aun así, Fioravanti y cols. (2012), tras efectuar la ampliación de un metaanálisis que llevaron a cabo en 2005, advierten sobre los riesgos de las conclusiones a las que se llega en este tipo de investigaciones, aludiendo a la heterogeneidad entre los instrumentos de medida empleados y a las grandes variaciones encontradas entre estos estudios a la hora de seleccionar las muestras de sujetos sanos con las que se efectúan las comparaciones. Tampoco se tiene una constancia clara acerca de la velocidad a la que se deterioran cada uno de los dominios neurocognitivos. En este sentido, Rajji y Mulsant (2008) encuentran un importante déficit en funciones ejecutivas, habilidad visoespacial y fluidez verbal en una amplia muestra de sujetos con diagnóstico de esquizofrenia, siendo estas las áreas en las que se localiza una mayor afectación en las fases tempranas de la enfermedad. Este hallazgo les lleva a concluir que no se da un deterioro progresivo en el caso de las áreas que se encuentran más afectadas desde el inicio de la enfermedad. Sin embargo, estos resultados contrastan con los obtenidos por Sponheim y cols. (2010), los cuales concluyen que el deterioro cognitivo en pacientes con esquizofrenia es mayor al que presentan las personas diagnosticadas de primer episodio psicótico. Respecto a aquellas variables que influyen negativamente en el deterioro cognitivo de las personas diagnosticadas de esquizofrenia, Irani y cols. (2011) señalan la edad avanzada, el sexo masculino, una mayor institucionalización, la presencia de mayor sintomatología, el bajo nivel educativo, la raza, una edad de inicio más temprana y mayor duración de la enfermedad. Por otro lado, la edad de inicio de la enfermedad parece influir de una forma determinante en el deterioro cognitivo del sujeto, ya que se ha encontrado que los pacientes con inicio temprano muestran déficits cognitivos más severos y generalizados que los de inicio tardío, los cuales presentan áreas relativamente conservadas (Rajji y cols., 2009). Sin embargo, aparte de las variables previamente señaladas, otro factor que sin lugar a dudas está copando un gran volumen de investigaciones en la actualidad es el que hace referencia a los efectos de las diferentes sustancias psicoactivas, especialmente el cannabis, sobre los déficits neurocognitivos. Koskinen, Löhönen, Koponen, Isohanni y Miettunen (2010) señalan que aproximadamente un 25 por 100 de los pacientes diagnosticados de esquizofrenia también presentan criterios de abuso de cannabis, pero aún no está clara la verdadera influencia que ejerce dicho consumo sobre el deterioro neurocognitivo (Rabin, Zakzanis y George, 2011). Lo que sí parece claro es que dicha sustancia influye sobre el denominado sistema endocanabinoide, encargado de regular circuitos y vías neuronales relacionados con la neurocognición (Gerdeman, Partridge, Lupica y Lovinger, 2003), llegando a producir alteraciones en neurotransmisores que actúan como moduladores de la actividad cognitiva, tales como la dopamina, el glutamato o el GABA (Cohen, Solowij y Carr, 2008). En cuanto a la asociación entrela sintomatología propia de la esquizofrenia y los 16 déficits neurocognitivos, a pesar de que Green (1996) asegura que no existe ninguna relación entre ambas variables, estudios más recientes (De Gracia Domínguez, Viechtbauer, Simons, Van Os y Krabbendam, 2009; Gur y cols., 2015; Nieuwenstein, Aleman y de Haan, 2001) encuentran relaciones estadísticamente significativas entre algunos déficits neurocognitivos y los síntomas negativos y desorganizados de la enfermedad. Concretamente, Nieuwenstein y cols. (2001) encuentran que la sintomatología negativa se asocia con déficits en atención y en funciones ejecutivas, mientras que los síntomas desorganizados únicamente muestran relación con el funcionamiento a nivel ejecutivo. Por su parte, De Gracia Domínguez y cols. (2009) amplían la evaluación de dominios neuropsicológicos empleando la batería MATRICS (Green y cols., 2004), encontrando correlaciones significativas entre síntomas negativos y fluidez verbal, así como entre síntomas desorganizados y dominios como atención/vigilancia o razonamiento/resolución de problemas. Otra de las cuestiones a resolver es si existen diferencias en cuanto a los déficits neurocognitivos que presentan los pacientes con esquizofrenia y aquellos diagnosticados de trastorno esquizoafectivo. En este sentido también existe una cierta discordancia entre los resultados obtenidos, puesto que algunas investigaciones no encuentran diferencias en relación con el funcionamiento neurocognitivo que presentan ambos grupos (Amann y cols., 2012; Owoso y cols., 2013; Reichenberg y cols., 2009), mientras otras sí las encuentran (Fiszdon, Richardson, Greig y Bell, 2007; Goldstein, Shemansky y Allen, 2005; Heinrichs, Ammari, McDermid Vaz y Miles, 2008; Mathalon y cols., 2009; Stip y cols., 2005). Sin embargo, entre aquellos estudios que encuentran diferencias también existen discrepancias, ya que aunque la mayoría de estos señalan leves diferencias en una única área neurocognitiva, generalmente a favor del trastorno esquizoafectivo, existen estudios (por ejemplo, Heinrichs y cols., 2008) que localizan estas diferencias en más de un área. También se ha indagado sobre la posible existencia de un sustrato neurobiológico que pueda explicar los déficits neurocognitivos que se localizan en esquizofrenia. En este sentido, Dickinson, Ragland, Gold y Gur (2008) señalan que estos sujetos habitualmente presentan una reducción de la materia gris y de las ramificaciones neuronales (Antonova, Sharma, Morris y Kumari, 2004), disminuciones en la densidad de la mielina y de la materia blanca (Konrad y Winterer, 2008; Kubicki y cols., 2005), una pobre integración de la señales recibidas tanto a nivel neuronal como de redes neuronales (Winterer y cols., 2004) y, finalmente, anormalidades asociadas con la inhibición o excitación de ciertos neurotransmisores, como el glutamato y el GABA (Lewis y Moghaddam, 2006). Por tanto, en la actualidad existe acuerdo en que los déficits neurocognitivos parecen estar presentes en los pacientes diagnosticados de esquizofrenia, siendo las áreas denominadas velocidad de procesamiento, atención/vigilancia, memoria de trabajo, aprendizaje/memoria verbal, aprendizaje/memoria visual, razonamiento/resolución de problemas y cognición social las que generalmente suelen mostrarse más afectadas 17 (Green y cols., 2004). También parece constatarse que la edad de inicio de la enfermedad se constituye como un factor que influye sobre el deterioro cognitivo del sujeto y que, de alguna manera, estos déficits guardan relación con los síntomas negativos y desorganizados propios de la patología. Sin embargo, son muchos los interrogantes que quedan por resolver todavía, puesto que no existe un acuerdo claro en torno a si dichas afectaciones se encuentran presentes en todos los pacientes diagnosticados de esquizofrenia, si existe un perfil de deterioro común en todas estas personas, si algunas de estas afectaciones llegan a constituirse como un rasgo de la enfermedad, si se agudizan a lo largo del transcurso de la enfermedad, si determinados hábitos como el consumo de sustancias psicoactivas influyen sobre el desarrollo de las mismas o si existen diferencias a este nivel entre esquizofrenia y trastorno esquizoafectivo. Por último, a pesar de que se han encontrado diversas alteraciones neurobiológicas que son consideradas como sustratos en los que se apoyan estos déficits cognitivos, el hecho de tratar de averiguar más sobre las mismas es otro de los objetivos que abarca gran parte de la producción investigadora sobre el funcionamiento neurocognitivo en esquizofrenia. 1.5. ESTUDIOS LONGITUDINALES Gran parte de los estudios que han tratado de indagar sobre la aparición y evolución de los déficits neurocognitivos en esquizofrenia son de tipo transversal, hecho que se ha señalado como una limitación que sesga los resultados obtenidos en dichas investigaciones. Con la finalidad de minimizar dichas limitaciones, se han llevado a cabo estudios longitudinales en los que se ha estudiado la evolución de estos déficits durante varios años o décadas en diferentes muestras de individuos. Estas investigaciones han supuesto un salto cualitativo a la hora de dar respuesta a las cuestiones previamente señaladas, puesto que, a pesar de ser mucho más costosas en recursos y tiempo, permiten determinar la relación causal entre variables, algo que no ofrecen los estudios trasversales, los cuales únicamente facilitan una exploración de la posible relación entre dichas variables. Peña y cols. (2012) señalan que, a la hora de dar respuesta a si el deterioro neurocognitivo en el caso de la esquizofrenia varía a lo largo de las fases de la enfermedad o se mantiene estable, han sido múltiples los metaanálisis y revisiones llevadas a cabo sobre estudios longitudinales que apuntan a la estabilidad de dichos déficits (Bora y Murray, 2014; Bozikas y Andreou, 2011; De Gracia Domínguez y cols., 2009; Kurtz, 2005; Lewandowski, Cohen y Öngur, 2011; Matza y cols., 2006; Mesholam-Gately y cols., 2009; Ojeda y cols., 2007; Rajji y Mulsant, 2008; Szöke y cols., 2008), hipótesis que resulta contraria a la que venían defendiendo buena parte de los estudios trasversales que han tratado de dar respuesta a esta cuestión. Sin embargo, al igual que ocurre con los estudios trasversales, los resultados de estos metaanálisis/revisiones de estudios longitudinales también presentan cierta 18 heterogeneidad. Un ejemplo de esto es que mientras en algunos metaanálisis, como los de Bora y Murray (2014) o Mesholam-Gately y cols. (2009), se concluye que el deterioro cognitivo se produce en la fase premórbida y durante el desarrollo del primer episodio psicótico, existiendo una estabilidad de estos déficits a lo largo de las diferentes fases de la enfermedad, otros estudios (Bozikas y Andreou, 2011; De Gracia Domínguez y cols., 2009; Lewandowski y cols., 2011; Matza y cols., 2006; Ojeda y cols., 2007; Rajji y Mulsant, 2008) dejan abierta la probabilidad de que la evolución del deterioro varíe en función de la muestra de pacientes estudiada y de la fase de la enfermedad en la que se encuentren estos sujetos. Por otro lado, Kurtz (2005) señala que los déficits cognitivos parecen ser estables a lo largo de las diferentes fases de la enfermedad; sin embargo, encuentra deterioro en torno a la quinta y a la sexta década de vida de los pacientes. Finalmente, el metaanálisis de Szöke y cols. (2009) concluye que tanto pacientes con diagnóstico de esquizofrenia como controles sanos presentan una mejora a lo largo del tiempo en las diferentes áreas neurocognitivas, aunque atribuyen este hecho a un posible efecto de aprendizaje test-retest. Dicha heterogeneidad en los resultados se hace todavía mucho más patente en aquellos estudios que se centran exclusivamente en el desarrollo de estos déficits en el caso de la esquizofrenia, los cuales obtienen conclusiones similares a las obtenidas en los estudios trasversales de este tipo. A este nivel hay dos posturas claramente diferenciadas, entre aquellosque no encuentran deterioro cognitivo a lo largo de la fase crónica de la enfermedad (Brinkmeyer y cols., 2008; Censits, Ragland, Gur y Gur, 1997; Chemerinski, Reichenberg, Kirkpatrick, Bowie y Harvey, 2006; DeLisi y Hoff, 2005; Ekerholm y cols., 2012) y los que sí lo encuentran (Friedman y cols., 2002; Kremen y cols., 2010; Lewandowski y cols., 2011; Meagher y cols., 2004; Morrison, O’Carroll y McCreadie, 2006; Seidman, Buka, Goldstein y Tsuang, 2006; Waddington y Youssef, 1996). Algo similar ocurre en el caso de pacientes diagnosticados de esquizofrenia mayores de 65 años, ya que algunos estudios no señalan un deterioro superior al de la media poblacional a partir de esta edad (Irani y cols., 2011), mientras otros sí lo hacen (Harvey y cols., 1999; Rajji y cols., 2013; Shah, Qureshi, Jawaid y Schulz, 2012). En lo que sí parece haber una unanimidad casi completa por parte de los resultados obtenidos en estos estudios es en que el deterioro neurocognitivo ya está presente antes del inicio de la enfermedad. Dicho hallazgo se ha podido constatar en varios estudios longitudinales que utilizan como muestra a personas con elevado riesgo de desarrollar un episodio psicótico (Becker y cols., 2010; Cornblatt, Obuchowski, Roberts, Pollack y Erlenmeyer-Kimling, 1999; Keefe y cols., 2006; Niemi, Suvisaari, Tuulio-Henriksson y Lönnqvist, 2003; Reichenberg y cols., 2010; Seidman y cols., 2016). Aun así, sigue existiendo cierta heterogeneidad respecto a las áreas en las que estos sujetos muestran déficits antes de desarrollar el primer episodio psicótico, ya que algunos estudios señalan que dichos déficits se localizan sobre todo en atención (Cornblatt y cols., 1999; Niemi y cols., 2003), mientras que otros también incluyen la 19 velocidad de procesamiento (Keefe y cols., 2006). En este sentido destacan los datos obtenidos por Reichenberg y cols. (2010), que, tras efectuar un estudio de más de 30 años de seguimiento sobre 1.037 casos, encuentran déficits en habilidades verbales, visuales y de conceptualización en aquellos que finalmente terminan avanzando a la psicosis. Tampoco hay un acuerdo claro en cuanto al momento exacto en el que se da este deterioro, puesto que Becker y cols. (2010) señalan que los déficits neurocognitivos ya están presentes en el estado prodrómico y no empeoran tras la irrupción del primer episodio psicótico, mientras que Reichenberg y cols. (2010) señalan un empeoramiento significativo en atención, velocidad de procesamiento, memoria de trabajo y resolución de problemas espaciales, que se produce exclusivamente en el momento de la aparición de este primer episodio. Otro aspecto en el que existe controversia tiene que ver con la evolución real que presentan los déficits neurocognitivos durante los primeros años de enfermedad. En este sentido, aunque la mayoría de los estudios longitudinales coinciden en que dichos déficits no se agravan a lo largo de estos años, otros encuentran deterioro en algunas de estas áreas durante esta primera fase de la enfermedad, aunque también existen estudios que encuentran mejoras a este nivel tras el inicio del tratamiento. Lo que sí parece claro es que los patrones evolutivos no son iguales en el caso de todos los sujetos. Ejemplo de esto es el estudio de Bonner-Jackson, Grossman, Harrow y Rosen (2010), que, tras un seguimiento superior a dos décadas, encuentran que los pacientes con mejor funcionamiento académico premórbido presentan menores déficits en algunas áreas, siendo esto especialmente evidente en el caso de la memoria de trabajo. Otros estudios, como los de Albus y cols. (2006) o Hoff, Svetina, Shields, Stewart y DeLisi (2005), apuntan a un mantenimiento de los déficits hasta pasados cinco años tras el primer episodio psicótico, momento en el que observan una mejora similar en áreas cognitivas tanto en pacientes como en controles, a excepción de la fluidez verbal y la memoria, dominios en los que mejoran menos los sujetos con esquizofrenia. Sin embargo, otras investigaciones señalan una mayor complejidad respecto al curso de estos déficits. Por ejemplo, Hill, Schuepbach, Herbener, Keshavan y Sweeney (2004), en un estudio de seguimiento de dos años, observan que la memoria y percepción visual mejoran al poco tiempo de comenzar el tratamiento, mientras que la memoria verbal tarda más tiempo y el resto de las áreas deficitarias no llegan a normalizarse. Por otro lado, Frangou, Hadjulis y Vourdas (2008), tras cuatro años de seguimiento, encuentran un incremento en los déficits de atención y memoria verbal; sin embargo, localizan mejoras significativas en velocidad de procesamiento. Finalmente, otros estudios encuentran estabilidad en cuanto al deterioro cognitivo, pero en lugar de mejoras a lo largo del tiempo lo que identifican es deterioro en áreas como la capacidad visoespacial (Morrison y cols., 2006; Stirling y cols., 2003) o memoria verbal (Addington, Saeedi y Addington, 2005; Bozikas y Andreou, 2011; Jahshan y cols., 2010; Rodríguez-Sánchez y 20 cols., 2008). A modo de resumen, cabe señalar que el gran hallazgo de los estudios longitudinales sobre los trasversales ha sido el hecho de haber identificado, casi de forma unánime, la presencia de déficits cognitivos antes del comienzo de la enfermedad. Sin embargo, no han podido dar una respuesta definitiva a si estos déficits permanecen estables o evolucionan durante los primeros años de la enfermedad, en la fase crónica o cuando los sujetos alcanzan edades avanzadas, existiendo todavía gran heterogeneidad en los resultados. El motivo fundamental de no haber logrado todavía dicha respuesta puede tener que ver, tal y como señalan Peña y cols. (2012), con los periodos de seguimiento, ya que son pocos los estudios que superan el año y apenas dos los que superan los 28 años. Aun así, los hallazgos encontrados en este tipo de estudios parecen indicar que la progresión de dichos déficits quizá no presenta un ritmo constante, sino que se alternan periodos de estabilidad con otros de progresión a lo largo de toda la enfermedad, lo que lleva a pensar en la heterogeneidad respecto a los patrones evolutivos de los sujetos afectados por esta patología. 21 2 Rehabilitación cognitiva 2.1. DEFINICIÓN GENERAL Según Ginarte-Arias (2002), la rehabilitación cognitiva es un campo relativamente nuevo que ha ido avanzando de forma paralela a la creación de nuevos modelos encargados de explicar el funcionamiento del cerebro. A su vez, este mismo autor señala que varios investigadores se han aventurado a realizar definiciones de rehabilitación cognitiva, destacando las siguientes: — Para Wilson (1991), la rehabilitación cognitiva es un proceso a través del cual la persona con lesión cerebral trabaja junto con profesionales del servicio de salud para remediar o aliviar los déficits cognitivos que surgen tras una afectación neurológica. — Sohlberg y Mateer (1989) refieren que es un proceso terapéutico, cuyo objetivo consiste en incrementar o mejorar la capacidad del individuo para procesar y usar la información que entra, así como permitir un funcionamiento adecuado en la vida cotidiana. — Según Restrepo-Arbeláez y Agudelo (1995), es un proceso mediante el cual se pretende proveer a la persona de una serie de estrategias que contribuyan a mejorar o recuperar los déficits producidos en las capacidades cognitivas. — Lorenzo-Otero (2001) la define como el conjunto de procedimientos y técnicas que tienen como objetivo alcanzar los máximos rendimientos intelectuales y la mejor adaptación familiar, laboral y social en aquellos sujetos que sufrieron una lesión cerebral (daño cerebral traumático, ictus, demencias y otras enfermedades neurológicas). — Finalmente, para Fernández-Guinea (2001) la rehabilitación cognitiva es un proceso mediante el cual se pretenden mejorar los déficits que se producen en las capacidades cognitivas. 2.2. PRINCIPIOS PARA LA PRÁCTICA DE LA REHABILITACIÓN COGNITIVA Mateer (2003) señala que cualquier intervención cuyo objetivo sea la rehabilitación de funciones neurocognitivasha de seguir estos principios: 22 1. Debe ser individualizada, siendo necesario tener en cuenta variables como el nivel de conciencia de la de enfermedad, la capacidad para iniciar y regular el comportamiento, la afectación de las diferentes funciones y las necesidades de la familia. 2. Requiere el trabajo conjunto de la persona afectada, la familia y los terapeutas. 3. Ha de centrarse en alcanzar metas relevantes, teniendo en cuenta las capacidades funcionales de la persona y mediante mutuo acuerdo. Cabe señalar que el objetivo final de este tipo de intervenciones pasa por tratar de mejorar y/o compensar los déficits, a fin de que esto tenga un impacto directo en las capacidades funcionales que hayan podido verse afectadas a consecuencia de los déficits neuropsicológicos aparecidos. En este sentido, la evaluación de la eficacia de una intervención cognitiva, además de valorar los posibles cambios en la función dañada, también debe evaluar el impacto sobre las capacidades funcionales del sujeto. 4. Debe incorporar varias perspectivas y diversas aproximaciones. Por ejemplo, los programas cognitivo-conductuales pueden ser claves para reducir los niveles de ansiedad y/o frustración que puede sufrir el sujeto debido al déficit, o pueden resultar útiles de cara a un mejor afrontamiento de los diferentes pasos a los que ha de enfrentarse la persona durante el programa. Por su parte, los programas psicoeducativos pueden ayudar a la familia a comprender mejor la problemática de su familiar, así como a conocer y aprender a poner en práctica diferentes estrategias que puedan favorecer el proceso de rehabilitación. Por tanto, deben tenerse en cuenta los aspectos afectivos y emocionales que conlleva el daño cognitivo. 5. Por último, han de evaluarse constantemente, habiendo de llevar a cabo evaluaciones tanto antes como después del tratamiento, así como pasado un tiempo desde la finalización de este, de cara a ver si los efectos se mantienen. Además, como se señala previamente, han de evaluarse tanto los cambios en la función concreta como, sobre todo, en la capacidad funcional de la persona. 2.3. REHABILITACIÓN COGNITIVA EN TRASTORNOS PSICÓTICOS Palmer y cols. (2009) señalan que, en el caso de los trastornos psicóticos, actualmente existe un creciente volumen de investigaciones relacionadas con el funcionamiento neuropsicológico. Estos estudios se centran en dos objetivos básicos. El primero pasa por tratar de especificar los patrones neuropsicológicos que se asocian a estos trastornos, lo cual ayudaría a identificar los sistemas neuroanatómicos y/o neurofisiológicos que subyacen a los mismos (Levin y cols., 1989). El segundo pasaría por identificar las fortalezas/debilidades neurocognitivas de estos pacientes, lo cual permitiría llevar a cabo un análisis acerca de la relación que guardan las mismas con el funcionamiento psicosocial del sujeto. Según Green (1996), conocer más acerca de dichos aspectos sería 23 una valiosa información que permitiría diseñar planes de rehabilitación más eficaces. Por ejemplo, en el caso de la esquizofrenia, Dickinson y cols. (2007), tras realizar una revisión de todos los metaanálisis correspondientes a los déficits cognitivos propios de esta patología llevados a cabo hasta el año 2006, concluyen que este tipo de déficits se encuentran presentes en la mayoría de los dominios en torno a una desviación estándar por debajo de los valores obtenidos en personas sin ningún diagnóstico de enfermedad mental. Elías-Abadías y cols. (2003) destacan que dichos déficits dificultan la adaptación psicosocial del paciente y plantean la necesidad de la rehabilitación cognitiva en pacientes con diagnóstico de psicosis, si bien también señalan que a raíz de la puesta en marcha de los programas de rehabilitación cognitiva surgen preguntas como: ¿Es posible rehabilitar el déficit cognitivo en el caso de estos pacientes? o ¿se generalizan los resultados del entrenamiento a la vida cotidiana? En este sentido, tal y como refieren estos mismos autores, se ha estudiado el papel que juegan los déficits cognitivos en el caso de estos pacientes, observando que presentan efectos en distintos aspectos: — Respecto al funcionamiento psicosocial, el déficit neuropsicológico se relaciona con mayores dificultades a nivel social, laboral y en cuanto a la autonomía del sujeto (Allen, 1990; Brekke y cols., 1997; Dickerson y cols., 1996, 1999; Green, 1996; Smith y cols., 1999; Spaulding y cols., 1999). — En referencia al curso de la enfermedad, se obtienen importantes correlaciones entre el déficit neuropsicológico y el curso del trastorno (Goldman, 1993; Penadés y cols., 2003; Silverstein, 1994), ya que pacientes con mayores déficits cognitivos tienden a presentar un peor curso. — Por último, en cuanto a la eficacia de las intervenciones psicosociales, se ha observado en múltiples estudios que los déficits neurocognitivos interfieren negativamente en ciertos tratamientos, como pueden ser el entrenamiento en habilidades o la terapia cognitivo-conductual (Kern y cols., 1992; Mueser y cols., 2001; Smith y cols., 1999). 24 3 Atención 3.1. DEFINICIÓN 3.1.1. Definición general Según Vargas, Sanz y López-Luengo (2012), la atención comprende diversas capacidades y procesos que permiten la recepción selectiva de estímulos. En sí, la atención es una capacidad cognitiva nuclear que interviene en otras funciones, como son la codificación de la memoria, la memoria de trabajo, el procesamiento cognitivo, las funciones ejecutivas y, de forma general, sobre la consciencia. 3.1.2. Tipos de atención Se distinguen cinco tipos de atención diferenciados: 1. Atención focalizada: capacidad de responder por separado a estímulos táctiles, audiovisuales y auditivos. En este tipo no se mide el tiempo. 2. Atención sostenida: consiste en mantener una respuesta determinada durante un largo periodo de tiempo. Relacionándolo con el tipo anterior, es la habilidad para mantener en el tiempo la atención focalizada. 3. Atención selectiva: habilidad para quitar el efecto de las distracciones que carecen de importancia para la tarea, manteniendo la atención en el estímulo verdaderamente relevante. Es decir, poder eliminar y prescindir de lo que no es útil ni necesario. 4. Atención alternante: capacidad para cambiar el foco atencional entre tareas que requieren respuesta cognitivas diferentes. Es decir, nos permite pasar de una tarea a otra sin compartirlas, porque no tienen nada en común, y empezar una tras finalizar la otra, sin confundirlas. 5. Atención dividida: capacidad para atender a diferentes estímulos al mismo tiempo sin cometer errores en la ejecución. Por ejemplo, conducir y poder hablar con el copiloto. 3.2. EVALUACIÓN 25 3.2.1. Test de ejecución continua (Continuous Performance Test, CPT) (Conners y Staff, 2000) Vargas y cols. (2012) señalan que el CPT es una de las pruebas de atención sostenida más utilizadas en la investigación de patologías en las que pudieran existir afectaciones de la atención. Existen diversas versiones, que generalmente se aplican por ordenador, si bien la tarea básica consiste en pulsar una tecla cuando aparece en la pantalla el estímulo crítico (por ejemplo la letra X) y no pulsar cuando aparecen otros estímulos que actúan como «ruido» (otras letras). Los estímulos críticos se intercalan aleatoriamente entre los no críticos, con un porcentaje entre el 10 y el 25 por 100 de estímulos críticos. Se codifica el número de aciertos y de errores por omisión y por comisión, por lo que se pueden calcular dos parámetros según la teoría de detección de señales, que serían, por un lado, la detectabilidad (d’) y, por otro lado, el estilo de respuesta (beta). 3.2.2. Subpruebas clave de números y búsqueda de símbolos de la escala de inteligencia Wechsler 3.ª edición (Wechsler Adult Intelligence Scale 3th Edition, WAIS-III) (Wechsler, 1997a) La subprueba del Wechsler Adult Intelligence Scale 3th Edition (WAIS-III), denominada clave de números y que habitualmente se emplea para la evaluaciónde la atención sostenida, consiste en emparejar números y símbolos en un determinado tiempo según unas claves dadas. Por su parte, la subprueba denominada búsqueda de símbolos, que generalmente se usa para la evaluación de la atención selectiva, consiste en decidir si un símbolo clave aparece en un grupo de búsqueda también en un tiempo determinado. 3.2.3. Test de Toulouse-Piéron (Toulouse y Piéron, 1982) Vargas y cols. (2012) señalan que se trata de una prueba de rápida aplicación y corrección que puede servir como cribado para valorar posibles trastornos de atención sostenida. La prueba consiste en el tachado de pequeños cuadrados iguales a los de un modelo. Su ejecución requiere de una adecuada resistencia al esfuerzo cognitivo, además de una buena percepción visual. 3.3. DÉFICITS EN PSICOSIS Según Lozano y Acosta (2009), ya Kraepelin y Bleuler hablaron de los déficits de atención en la psicosis. El primero describió la dificultades que presentaban estas personas a la hora de mantener la atención fija y cambiar el foco atencional, vinculando 26 dichas afectaciones a la pérdida de interés y al debilitamiento de la esfera volitiva. Por su parte, para Bleuler los trastornos de la atención eran secundarios a la falta de motivación afectiva y al trastorno asociativo, pero además describió el fenómeno de la «atención pasiva» como el control intencional de las acciones o del pensamiento iniciado por el sujeto, sin ser consecuencia de un estímulo externo (Lezak, 2004; Vasquez y Cortés, 2004). Lozano y Acosta (2009) también refieren que, tras muchos años de investigación acerca del déficit atencional en esquizofrenia, en la actualidad se conoce que dichas problemáticas pueden estar presentes antes del diagnóstico de la psicosis en el caso de individuos genéticamente vulnerables a este tipo de trastornos, si bien este déficit atencional, a pesar de estar ya presente antes del inicio de la psicosis, puede empeorar con el inicio de esta, tendiendo a persistir tras la resolución de los síntomas psicóticos (Haas y cols., 2001) incluso aunque la medicación antipsicótica los atenúe (Harvey y Sharma, 2002). Estos trastornos atencionales también se asocian a la presencia de síntomas positivos y resultan ser predictores de pobre adherencia y mala respuesta al tratamiento (Haas y cols., 2001). Del mismo modo, estudiando los trastornos atencionales de los hijos de padres con psicosis se ha establecido que aquellos cuya atención es anormal tienen un riesgo significativamente más alto de desarrollar un trastorno de estas características, comparándolos con aquellos hijos que no presentan dichas anormalidades atencionales (Cornblatt y cols., 1999). Barrera (2006) refiere que las personas con diagnóstico de psicosis presentan, en primer lugar, un déficit en la habituación del reflejo de orientación a estímulos nuevos, y en segundo lugar un fallo en la atenuación del reflejo de orientación, pese a haber sido (implícitamente) alertados de que van a ser estimulados, un proceso que se conoce como déficit de la «pre-pulse inhibition» (PPI). Braff, Swerdlow y Geyer (1999) sugieren que estos déficits del procesamiento atencional podrían influir en que el sujeto desarrolle una percepción del mundo como un lugar amenazante y abrumador, lo que podría conducir al desarrollo de alucinaciones y delirios. Por último, cuando nos referimos a la gravedad de los déficits que presentan estas personas en cada uno de los tipos de atención concretos, Lozano y Acosta (2009) refieren que, a pesar de algunos resultados contradictorios, habitualmente se localizan déficits en atención sostenida, atención dividida y procesamiento temprano de la información visual, si bien la atención selectiva parece ser la más afectada. 3.4. TÉCNICAS DE REHABILITACIÓN EN ATENCIÓN Lubrini, Periáñez y Ríos-Lago (2009) señalan que en el ámbito de la rehabilitación neuropsicológica de la atención es posible distinguir diferentes tipos de intervención, concretamente restauración, sustitución y compensación de la función dañada. Sin 27 embargo muchos autores prefieren reducirlos a dos, que son la restauración y la compensación de la función. 3.4.1. Compensación de las funciones atencionales 3.4.1.1. Modificación del entorno Paúl-Lapedriza, Bilbao-Bilbao y Ríos-Lago (2011) refieren que esta intervención tiene como objetivo reducir la presión del tiempo o aumentar/mejorar la estructura de la tarea. Por tanto, además de la necesidad de realizar algunas modificaciones del espacio físico de cara a que se reduzca la sobrecarga del sistema atencional, también se tratan de minimizar las posibles interrupciones, organizar listas con los pasos a seguir, estandarizar y estructurar la supervisión paso a paso si esta fuese necesaria para la tarea, etc. Otras estrategias incluyen pautas tales como no tener encendida la televisión ni tener música puesta al realizar determinadas actividades (por ejemplo, al comer), mantener cerrada la puerta o las cortinas, usar tapones para los oídos, desconectar el teléfono y dejar el contestador, etc. (Ríos-Lago, Muñoz-Céspedes y Paúl-Lapedriza, 2007). Las modificaciones del entorno se han mostrado muy útiles en el contexto laboral durante la reincorporación de los pacientes al trabajo, ya que aumentan las posibilidades de éxito (Kreutzer y cols., 1991), si bien el uso de modificaciones ambientales requiere un detallado estudio de las circunstancias y ambiente en el que se desenvuelve el individuo, para lograr una óptima adecuación entre necesidades y modificaciones. Por otro lado, cuando no hay posibilidad de modificar el entorno, por ejemplo al salir a cenar o de compras, es necesario seleccionar el contexto que ofrece un ambiente más apropiado a las necesidades del paciente (tiendas pequeñas en lugar de grandes centros comerciales, o pequeños restaurantes en lugar de cafeterías ruidosas). 3.4.1.2. Uso de estrategias metacognitivas El uso de autoinstrucciones y rutinas pueden ayudar al paciente a focalizar la atención en la tarea. Según Paúl-Lapedriza, Bilbao-Bilbao y Ríos-Lago (2011), estas estrategias se basan en las ideas de Luria (1966) acerca del control verbal de la conducta, así como en los programas de modificación de conducta de Meichembaum (1977), y pueden ayudar a los pacientes a controlar las distracciones y mejorar la atención sostenida, con cierta generalización a procesos de memoria (Robertson y cols., 1996). Presentan la gran ventaja que se centran en conductas o problemas concretos, lo que facilita la generalización a la vida cotidiana de la persona. Sin embargo, dichas estrategias tienen algunas limitaciones en cuanto al tipo de pacientes que pueden beneficiarse de su uso, ya que requieren de la capacidad del sujeto para reconocer situaciones y aplicarlas en el contexto correcto (Sohlberg y Mateer, 28 2001). Este enfoque, además de componentes atencionales, también implica procesos ejecutivos y no solo involucra el aprendizaje de las estrategias, sino también han de llevarse a cabo las adaptaciones y modificaciones necesarias en el entorno del paciente para facilitar la ejecución de las actividades. Puede utilizarse de forma conjunta con otros programas o enfoques, y es especialmente aconsejable en las fases finales de la rehabilitación, sobre todo la que tiene que ver con la reintegración a entornos sociales y laborales. 3.4.2. Restauración de las funciones atencionales 3.4.2.1. Modelo de rehabilitación de la orientación (ORM) (Ben-Yishay, Piasetsky y Rattok, 1987) Lubrini, Periáñez y Ríos-Lago (2009) señalan que este modelo de rehabilitación de la atención consta de cinco fases: 1. La primera fase persigue el aumento del nivel de alerta del paciente. 2. Posteriormente se emplean ejercicios con tiempos de reacción a fin de mejorar la velocidad de procesamiento. 3. En la tercera fase se trabajan el control atencional y la conciencia sobre los procesos de atención. 4. En la siguiente fase, a través de ejercicios de cálculo del tiempo se entrena a los participantes para que mejoren el mantenimientointerno de la atención. 5. Por último, la quinta fase se orienta a la interiorización de lo aprendido y al control atencional. Este modelo de intervención parece conseguir un efecto altamente específico sobre el tipo de tareas entrenadas, si bien no parece apreciarse una generalización a otro tipo de ejercicios atencionales. Este hallazgo apoya la idea de que los distintos componentes de la atención presentan sustratos neuroanatómicos diferentes y, por tanto, precisarían un tratamiento diferenciado (Rattok y cols., 1992). 3.4.2.2. Attention Process Training (APT) (Sohlberg y Mateer, 1987/Sohlberg y cols., 1994) Paúl-Lapedriza, Bilbao-Bilbao y Ríos-Lago (2011) refieren que este programa de tratamiento, propuesto por Sohlberg y Mateer, se basa en la idea de que la atención puede mejorar si se estimulan sus diferentes componentes. Por tanto, basándose en que la aplicación progresiva de tareas que exigen un mayor nivel de esfuerzo y de habilidad 29 atencional, las cuales parecen influir en la mejoría de estos procesos (Sohlberg y Mateer, 1987; Niemann, Ruff y Baser, 1990; Sohlberg y cols., 2000; Sturm y cols., 1997), se aplican ejercicios cognitivos diseñados para mejorar el procesamiento atencional. El material se organiza jerárquicamente y va incrementando la dificultad de las tareas a medida que se van consiguiendo los objetivos planteados. Se abordan progresivamente todos los componentes de la atención (focalizada, sostenida, selectiva, alternante y dividida). En su última etapa se entrenan componentes más complejos relacionados con el control de la atención y la memoria de trabajo. Un problema que presentaba la primera versión del APT es que no incluía tareas similares a aquellas que se pudieran presentar en la vida diaria del paciente y pudiesen ser susceptibles de resultarle problemáticas, por lo que posteriormente se desarrolló el APT-II (Sohlberg y cols., 1994). Esta extensión se basa en los mismos principios de tratamiento y tiene como objetivo principal tratar de favorecer el trabajo de la autorregulación de procesos atencionales (supervisión y control), mostrando un mayor interés por la generalización de las mejorías a situaciones de la vida real. 30 4 Memoria 4.1. DEFINICIÓN 4.1.1. Definición general Según Vargas, Sanz y López-Luengo (2012), la memoria es una función cognitiva que incluye la codificación, el almacenamiento y el recuerdo de la información, e interrelaciona con otras áreas como la atención o la función ejecutiva. Dentro de la memoria, los dos subtipos a diferenciar son la memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo. 4.1.2. Memoria a corto plazo Baddeley (1992) señala que el integrante más destacado de la memoria a corto plazo es la denominada memoria de trabajo, la cual se define como un sistema que permite almacenar y mantener durante largos periodos de tiempo aquella información que, a posteriori, será necesario manipular durante la ejecución de tareas cognitivas complejas, tales como el aprendizaje, el razonamiento o la comprensión. 4.1.3. Memoria a largo plazo Se organiza en dos subsistemas que se denominan memoria declarativa y no declarativa o procedimental (Reichenberg, 2010). La memoria declarativa se divide en memoria episódica (la que permite recordar los eventos) y memoria semántica (que permite recordar datos aprendidos en un pasado). Por otro lado, la memoria no declarativa o procedimental abarca todo aquello que el sujeto ha aprendido por medio de condicionamiento clásico, priming, aprendizaje no asociativo o de forma procedimental. Por tanto, la diferencia fundamental entre ambas radica en que mientras que la memoria declarativa requiere un esfuerzo consciente por parte del sujeto en su ejecución, la memoria no declarativa o procedimental es de carácter automático, no consciente y relacionada con la habilidad para aprender habilidades psicomotoras (por ejemplo, aprender a montar en bicicleta). Por otro lado, también existen otros tipos de categorización y subdivisiones de la memoria a largo plazo que han resultado de interés, por ejemplo la diferenciación entre 31 memoria retrospectiva y memoria prospectiva. En este sentido, según Brandimonte, Einstein y McDaniel (1996), mientras que la memoria prospectiva hace referencia a la capacidad de recordar llevar a cabo una acción prevista en el futuro, la memoria retrospectiva sería la habilidad de recordar el hecho de traer o reconocer determinada información del pasado. Por tanto, la memoria prospectiva se encontraría muy relacionada con el funcionamiento cotidiano del individuo, ya que la mayoría de las acciones y conductas diarias se sustentan en la capacidad para recordar llevar a cabo determinadas acciones en un momento determinado (Wang y cols., 2009). 4.2. EVALUACIÓN 4.2.1. Subprueba Immediate Recall de Hopkins Verbal Learning Test- Revised (HVLT-R) (Brandt y Benedict, 2001) Diseñada para medir recuerdo inmediato, la tarea que propone consiste en escuchar una lista de doce palabras y repetirlas en series de tres ensayos. La puntuación se obtiene sumando el número de respuestas correctas en los tres ensayos. 4.2.2. Brief Visuospatial Memory Test-Revised (BVMT-R) (Benedict, 1997) Diseñada para la medida de la memoria visoespacial, la tarea consiste en mostrar a los participantes una hoja donde aparecen seis figuras geométricas, durante diez segundos y en tres ensayos. Después de cada ensayo se pide a los sujetos que dibujen dichas figuras en una hoja de papel. Las puntuaciones se dan en función de la precisión del dibujo en los tres ensayos. 4.2.3. Figura compleja de Rey (Rey, 1997) Permite hacer una estimación sobre la capacidad visoconstructiva y la memoria visual del sujeto, aunque también aporta información sobre su capacidad de planificación, resolución de problemas y funcionamiento motor. Consiste en la reproducción de una figura geométricamente compleja, dado que tiene un gran número de detalles. En primer lugar, el sujeto evaluado ha de copiar la figura, mientras que a los 30 minutos se le pide que dibuje lo que recuerde de la misma. 4.2.4. Test de la memoria conductual de Rivermead (Rivermead Behavioural Memory Test, RBTM) (Wilson, Cockburn y Baddeley, 1985) 32 Vargas y cols. (2012) señalan que una de las ventajas de esta prueba consiste en que, a diferencia de otras pruebas destinadas a evaluar memoria, la RBTM sigue una estructura convencional, pero empleando estímulos próximos a la vida cotidiana. En concreto, consta de un total de doce subtests que cubren recuerdo, reconocimiento, orientación y memoria prospectiva. Se ha validado en un grupo muy amplio de adultos sanos y pacientes con daño cerebral. 4.2.5. Escala de Memoria de Wechsler 3.ª edición (Wechsler Memory Scale, WMS-III) (Wechsler, 1997b) La WMS-III permite evaluar memoria inmediata, memoria de trabajo y memoria demorada. Cada uno de estos tipos de memoria se evalúa en dos modalidades (la auditiva y la visual) y con dos tipos de tareas (recuerdo y reconocimiento). Consta de once pruebas, seis principales (textos I y II; caras I y II; parejas de palabras I y II; escenas I y II; letras y números; localización espacial) y cinco opcionales (información y orientación; listas de palabras I y II; dibujos I y II; control mental; dígitos). Las seis principales se aplican dos veces, con un intervalo de tiempo de aproximadamente 30 minutos entre ambas aplicaciones. Respecto a sus predecesoras (WMS y WMS-R), esta tercera versión tiene como ventaja el hecho de que se trata de un instrumento adaptado a la concepción actual de memoria y a su vez permite evaluar de forma completa la complejidad de las dimensiones cerebrales y conductuales implicadas en el aprendizaje y la memoria. 4.2.6. Subpruebas Dígitos directos y Dígitos inversos de la escala de inteligencia Wechsler 3.ª edición (Wechsler Adult Intelligence Scale 3th Edition, WAIS-III) (Wechsler, 1997a) Dígitos directos permite medir la memoria a corto plazo del paciente. Consiste en que al sujeto se le leen una serie de números y este tiene que repetirlosen el mismo orden que se le han mencionado. La prueba comienza con la mención de dos números y va incrementándose progresivamente, finalizando cuando el sujeto no es capaz de mencionar en dos ocasiones seguidas todos los números en el orden correcto. Dígitos inversos muestra una morfología muy similar a la de la prueba anterior, con la excepción de que el sujeto ha de repetir en orden inverso las series de números que se le mencionan. Esto permite al evaluador poder hacer una estimación sobre la memoria de trabajo del individuo. 4.3. DÉFICITS EN PSICOSIS 33 A diferencia de lo afirmado por autores clásicos como Kraepelin (1913) o Bleuler (1952), los cuales consideraban que los déficits en memoria en el caso de la psicosis eran mucho menores de los que se registraban en otras áreas neurocognitivas, las técnicas de investigación modernas encuentran importantes alteraciones en esta función en dicha patología (Gold y cols., 1992; Goldberg y Gold, 1995; Landrø, 1994; Rund, 1998; Stip, 1996), llegando incluso a apuntar que estos déficits podrían deberse a un tipo específico de amnesia asociada a la misma (McKenna y cols., 1990). En este sentido, las alteraciones parecen ser mucho mayores en memoria a largo plazo (Koh, Marusarz y Rosen, 1980), localizándose las más graves en memoria declarativa (Cirillo y Seidman, 2003; Heinrichs y Zakzanis, 1998), tanto semántica como episódica (Chen y cols., 2000; Thoma y cols., 2009). Son múltiples los metaanálisis (Aleman y cols., 1999; Berna y cols., 2015; Dickinson y cols., 2007; Fioravanti y cols., 2005; Heinrichs y Zakzanis, 1998; Mesholam-Gately y cols., 2009) que localizan importantes alteraciones en memoria episódica, ya que en las pruebas destinadas a medirla se encuentran diferencias, con elevados tamaños del efecto al comparar sujetos controles y con diagnóstico de psicosis. Por el contrario, la no declarativa o procedimental tiende a mostrar un funcionamiento normal (Goldberg, Saint-Cyr y Weinberger, 1990; Schérer y cols., 2003) o verse menos afectada que la mayoría de las áreas neurocognitivas alteradas en el caso de la psicosis (Altshuler y cols., 2008). Dichos déficits guardan relaciones significativas con la sintomatología negativa propia del trastorno (Aleman y cols., 1999; Olsen, Bjorkquist, Bodapati, Shankman y Herbener, 2015) y no parecen verse afectados por variables como la edad, cantidad de neuroléptico, duración de la enfermedad, severidad de la patología o por los síntomas positivos de la misma. Respecto a otro tipo de subdivisiones de la memoria, cabe señalar que también se han localizado importantes déficits tanto en memoria prospectiva (Mesholam-Gately y cols., 2009; Wang, Chan y Shum, 2018) como retrospectiva (Wang y cols., 2009). Por otro lado, diferentes metaanálisis (Aleman y cols., 1999; Dickinson y cols., 2007; Heinrichs y Zakzanis, 1998; Mesholam-Gately y cols., 2009) encuentran un peor rendimiento en sujetos con trastorno psicótico en aquellas pruebas en las que han de recordar información que se les ofrece por el canal auditivo, frente a aquellas en las que han de rememorar información ofrecida por el canal visual. Estos hallazgos han situado dichas alteraciones como centrales dentro de la patología (Aleman y cols., 1999; Grimes, Zanjani y Zakzanis, 2017; Gur, Moelter y Ragland, 2000; Lee y Park, 2005; McKenna, Clare y Baddeley, 1995; Palmer y cols., 1997; Piskulic y cols., 2007; Saykin y cols., 1991; Whyte y cols., 2005), a pesar de que en un pasado se catalogaran como déficits leves y secundarios a las disfunciones atencionales (Culver, Kunen y Zinkgraf, 1986; Cutting, 1985; Gjerde, 1983; Nuechterlein y Dawson, 1984). Aun así, a día de hoy sigue existiendo debate sobre la causa real de estas alteraciones, puesto que algunos autores defienden que no parecen deberse al olvido de 34 la información, sino a un déficit en la codificación y evocación de esta (Heaton y cols., 1994; McClain, 1983; Sharma y Antonova, 2003). 4.4. TÉCNICAS DE REHABILITACIÓN EN MEMORIA Para Paúl-Lapedriza, Bilbao-Bilbao y Ríos-Lago (2011), de cara a la programación de un plan de rehabilitación de la memoria resulta imprescindible tener en cuenta la relación que esta mantiene con otros procesos cognitivos, especialmente con la atención y las funciones ejecutivas (Sohlberg y Mateer, 2001). Alteraciones en dichas áreas pueden generar un déficit en la codificación, almacenamiento y recuperación de la información. En el caso de la memoria, parece que las estrategias destinadas a la sustitución funcional y la compensación se muestran como alternativas de mayor éxito que las de restitución o reaprendizaje. Por tanto, el objetivo de la rehabilitación de la memoria irá más encaminado a generar cambios funcionales, tratando de potenciar las habilidades cognitivas que el sujeto tenga preservadas, principalmente las atencionales, las ejecutivas o la memoria procedimental. 4.4.1. Estrategias compensatorias Como estrategias compensatorias, Paúl-Lapedriza, Bilbao-Bilbao y Ríos-Lago (2011) destacan el uso de ayudas externas y la reestructuración del ambiente, si bien ha de tenerse en cuenta la posible afectación de otros procesos cognitivos, ya que el uso de ayudas externas implica capacidades como la planificación y la flexibilidad (Wilson, 1999). Sohlberg y Mateer (1989) propusieron un entrenamiento de tres fases, consistente en: — Adquisición (la familiarización con la ayuda externa). — Aplicación (el aprendizaje sobre cómo acceder a la información). — Adaptación (el traslado de este aprendizaje a situaciones naturales). Entre las ayudas externas destacan los diarios, libros de memoria o agendas, ya que reducen la demanda sobre la memoria. De cara al entrenamiento en el uso del diario y la agenda, Sohlberg y Mateer (1989) plantean un procedimiento en el que ponen especial énfasis en la estimación temporal y la memoria prospectiva, si bien la realidad actual es que el avance tecnológico pone al alcance de las personas con dificultades mnésicas instrumentos cada vez más sofisticados, como el Neuropage (Wilson), relojes que hacen las veces de avisadores, agendas electrónicas, etc. Por su parte, las modificaciones ambientales pueden ser las mejores estrategias para reducir la confusión y frustración de personas con déficits en memoria. Dentro de las 35 mismas estaría dibujar flechas que indiquen rutas, dejar una libreta cerca del teléfono o dejar objetos a la vista que recuerden que una tarea está pendiente de realizarse. Cuando lo que se pretende es afianzar una rutina, las listas de comprobación también han demostrado eficacia. Consisten en escribir cada uno de los pasos de una secuencia, para irse tachando según se completan. Tras varios ensayos, la rutina en cuestión se convierte en una acción automática, por lo que el uso de la lista de comprobación podría irse retirando (Smith y Godfrey, 1995). Asociar avisadores o recordatorios al uso de ayudas externas facilita el recuerdo de respuestas correctas. En este sentido, como se especifica previamente en el uso de listas de comprobación, a medida que se va automatizando la tarea se pueden ir reduciendo los recordatorios, si bien, como recomiendan Riley y Heaton (2000), retirar estos avisos de forma gradual resulta más efectivo cuando se trabaja en el aprendizaje de tareas complejas. La creación de un «lugar de la memoria diaria» también es una estrategia recomendada, la cual consiste en que la persona elija un espacio de la casa para depositar todos aquellos objetos personales imprescindibles para el funcionamiento diario (cartera, llaves, gafas, reloj, diario) (West, 1985). Paralelamente, se entrena la rutina de supervisar si se llevan todas las cosas importantes consigo. 4.4.2. Aprendizaje sin error Según Paúl-Lapedriza, Bilbao-Bilbao y Ríos-Lago (2011), el denominado «aprendizaje sin error» es un tipo de entrenamiento eficaz destinado a personas que padecen problemas de memoria. En sí, consiste en evitar los errores durante la fase inicial del aprendizaje, con el fin de que no se refuercen
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