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Familia, tu puerto de abrigo - María Teresa Alarcón

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Contenido
 
Prólogo de Teresa Pérez Teuffer Alarcón
Introducción
PRIMERA PARTE: TRAZANDO LA RUTA
Capítulo 1: Vivir es navegar en el mar del mundo y su oleaje es siempre cambiante
Mitos de la felicidad
La felicidad es una manera de navegar, no un puerto de llegada
Los pilares del equilibrio interior
Capítulo 2: Navegando la Vida
Navegación interior
Navegando en alta mar
La lejanía del puerto de arribo
Capítulo 3: Tipos de embarcaciones
Características de cada embarcación
Estilo de capitanes
Tipos de tripulantes
Capítulo 4: Tipos de mares
Aguas aburridas y tediosas
Mares embravecidos
El mar pacífico y tranquilo
Capítulo 5: Mi mar interior
Mi marea personal
Circunstancias meteorológicas
Estilos y expectativas
SEGUNDA PARTE: MARES, VIENTOS Y CORRIENTES
Capítulo 6: Tipos de tormentas
Lloviznas y lluvias pasajeras
Lluvias y tormentas de temporada
Ciclones y huracanes
4
Capítulo 7: Mares en calma
Matar el tiempo
Pasar el tiempo
Aprovechar el tiempo
Capítulo 8: Mares embravecidos
Silencios y rencores
Arrebatos y violencia
Inteligencia emocional
Capítulo 9: Los peligros de las tempestades
Cuando un tripulante abandona la embarcación
Capítulo 10: Atentos al navegar
Navegar utilizando la intuición
Observar las señales
Escuchar los avisos
No desafiar
Capítulo 11: Navegar con brújula
Calmas que anticipan tormentas
Aprender más
Reajustar las rutas, no el destino
TERCERA PARTE: PUERTO DE ABRIGO
Capítulo 12: El hombre como puerto que protege
Su papel, su rol
Sus necesidades y su idioma
El don de ser un caballero
Capítulo 13: La mujer como rompeolas
Características, rasgos y necesidades
Sus talentos y dones
Sus códices propios
Capítulo 14: La familia como resguardo
Peligros externos
Peligros internos
Construir un resguardo
Capítulo 15: Familia, abrigo espiritual de la humanidad
Dios como seguridad y protección
Dios que abastece
Conclusión: La familia como puerto
5
Referencias bibliográficas
Acerca de la autora
Créditos
6
A mi familia, por ser mi puerto de
abrigo, sostén de mi vida, refugio de mi alma
7
A Dios por su amor de predilección tan claramente
expresado en el don de mi familia,
familia que es mi privilegio, mi cobijo, mi cueva, mi refugio,
mi ilusión, mi sostén, mi seguridad… ¡mi gran amor!
Aquella que me arropa desde que nací,
aquella que he formado ¡y me llena de sentido!
8
Prólogo
A través de mi vida me he topado con una acción interminable: el cariño de mis padres,
con una fuerza inagotable: la esperanza de mi fe, con un alma invencible: la alegría de
mis hermanos y con un abrazo incomparable: el apoyo de mis abuelos y amigos. Me he
cobijado bajo un puerto de abrigo no libre de tormentas o dolor, pero, sin duda, un
hogar cálido, indestructible e insuperable, un puerto que me ha sabido resguardar,
motivar preparar e impulsar: Mi Familia.
Soy privilegiada y me siento afortunada por crecer alimentada de apoyo y de
experiencias, por crecer con el testimonio de grandeza y fuerza de las personas que me
rodean, por tener aliento, sostén y refugio que me impulsan a querer cumplir conmigo,
cumplir con otros y cumplir con Dios.
Estoy agradecida porque en retos, tormentas y dolor mi peso cae sobre los hombros de
mi familia, mis miedos se pierden en la ferocidad y firmeza que me brindan y mis
problemas se superan con una energía que me sobrepasa: su apoyo. Además, mis
ilusiones traen consigo sueños que se comparten, mis dificultades, retos que se superan y
mi vida, felicidad que se contagia.
En especial doy gracias por el simple hecho de ser hija, hermana, nieta, sobrina y
amiga, porque eso ha implicado tener un puerto, un abrigo, un sostén y una fuerza, una
ilusión, un para qué y para quién que me llena de sentido. En pocas y grandes palabras,
doy gracias por tener y pertenecer a una familia, a mi familia.
Teresa Alarcón, a quien orgullosamente llamo mamá, nos invita en esta obra a zarpar
en un viaje por la vida, en el cual el mástil es apoyo para crecer, para luchar, perseverar y
alcanzar, en el que la vela del barco se construye de fe en uno mismo, de fe en Dios, de
fe en los demás.
Nos invita a navegar en felicidad, a sostenernos frente a las batallas, a saber alumbrar
las tormentas, a sonreír ante lo inesperado y a entregarnos con fervor, impulsándonos
unos a otros para lograr superar los retos.
“Tere” aplaude y promueve la edificación más grande e importante del ser humano: LA
FAMILIA y nos demuestra cómo, entre ruido y confusión, entre risas, felicidad y sueños,
es capaz de brindarnos abrigo, siempre y cuando este puerto se cuide y se cimiente en
valores, entrega y amor.
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Teresa Pérez Teuffer Alarcón
10
Introducción
Familia se define como la organización más importante del hombre, formada por el
conjunto de personas vinculadas por parentesco de sangre o por afinidad surgida a partir
del vínculo social (matrimonio, adopción).
Familia son aquellos que nos tocan en la vida, aquellos que elegimos y que nos eligen.
Son los de origen, los extendidos, los que nos protegen, los que se suman a nuestros
proyectos, amores y dolores.
Son aquellos con quienes los lazos de sangre o los del alma nos unen en el navegar de
la propia existencia.
Hay familias conformadas al estilo tradicional, otras monoparentales de padres
separados, viudos, de madres o padres solteros; las hay compuestas, es decir, con padres
que han decidido rehacer sus vidas. Familias con ambos padres fallecidos, algunas en que
abuelos, tíos, hermanos o amigos se convierten en centro y sostén.
La que importa, la mejor, es la propia.
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Capítulo 1
Vivir es navegar en el mar del mundo
y su oleaje es siempre cambiante
Todos tenemos un tiempo limitado de vida, misma que debemos recorrer en medio de
circunstancias, momentos, épocas y situaciones particulares.
Cada era, cada época cuenta con aciertos y errores en la cultura, atraviesa cambios en
las costumbres y, según los retos y circunstancias históricas, se enfrentan diferencias en
la manera de aferrarse a ideas y valores determinados que se convierten en anclajes
básicos. Nos referimos a puntos de apoyo y sostén, tales como la familia, los estilos de
vida, los usos y costumbres, los propios valores, los principios universales y la
espiritualidad.
Las vidas logradas, las cuales, según la apreciación de Vigny, son “todo sueño de
adolescente realizado en la edad madura”,1 son vidas o, mejor dicho, son personas cuya
manera de vivir a lo largo de su existencia las ha llevado a vislumbrar o a encontrar un
equilibrio interior que les permite irradiar por un lado las fortalezas y talentos que poseen
y por otro, hacer frente a los retos y debilidades propias de la condición humana.
La idea de estas páginas no es la de centrarnos en la parte negativa que nos toca vivir
por edad, cultura, época o circunstancias. Escribir sobre tragedias y problemas sin la luz
de la esperanza sería una aberración además de una pérdida de tiempo tanto del autor
como de su respetable lector. Por el contrario, lo que se pretende a través de las frases,
ideas y palabras de este libro es llegar a entrever y conocer las verdades y dificultades
connaturales a toda existencia humana, para así localizar los puntos de peligro o debilidad
y poder hacer uso adecuado de herramientas reales, positivas y factibles para hacer
frente y superar todo aquello que nos reta para seguir adelante en el sendero de la
genuina búsqueda de la felicidad.
Al plasmar estos conceptos y profundos sentimientos en tinta sobre papel, se pretende
buscar con ahínco y determinación, a la vez que con sencillez y humildad, caminos o
veredas que nos permitan a todos los que buscamos ser felices y ser agentes de felicidad
para los nuestros, vivir en armonía, convivir en serenidad y existir en un sano estado de
paz interior. Todo esto en medio de los naturales torbellinos del mundo. También se
busca que a través de la reflexión lleguemos a encontrar la capacidad de disfrutar nuestra
existencia y construir nuestro proyecto personal; además, que cada uno de nosotros logre
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gozar losinstantes más preciados con quienes ama, que no deje de soñar y perseguir sus
sueños, todo para llegar felices, para alcanzar nuestro puerto de destino que es la
eternidad.
En esta travesía de nuestra existencia encontramos épocas, momentos y mares
serenos y tranquilos que invitan a admirar, a gozar, a serenar el alma. Es posible que en
ocasiones nos encontremos con oleajes y periodos envueltos en tormentas fuertes, que
incomodan y exigen mantener el rumbo de la nave interior, pero que finalmente son
pasajeros, diríamos lluvias de temporada necesarias para crecer y madurar.
En el trayecto de la vida también nos topamos con tormentas serias, tempestades con
categoría de ciclón o huracán, capaces de destruir lo que sea y a quien sea con su
arrolladora fuerza. Ante dichas circunstancias, lo prudente es buscar abrigo.
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Mitos de la felicidad
Una de las causas más comunes para sentirnos infelices se deriva de la ilusión que
tenemos por encontrar la felicidad perfecta. ¡La felicidad plena existe! La perfecta no
deja de ser más que un mito que empaña la realidad. Fuimos creados para ser felices, nos
merecemos ser felices, es una tarea, es incluso una obligación el buscar construir una
vida feliz, pero no podemos olvidar que en el arcoíris de la vida existe el negro y no por
eso los demás colores pierden su fuerza, su belleza, su armonía y su tonalidad.
“La vida nos es dada como un don, pero también como una tarea”,2 tarea que
debemos cumplir cabalmente para llegar a la plenitud.
Debemos asumir que en el camino hacia la conquista de la felicidad nos vamos a
encontrar con problemas, reveses, dolores y desilusiones; cuando dichas circunstancias
aparezcan no deberán colapsarnos.
En una charla con Karla Wheelock, mexicana que conquistó la cima del Everest,3 le
pregunté cuál era el secreto para llegar hasta la cumbre. Su respuesta fue realmente
edificante: saber qué esperar. Si tú sabes qué esperar podrás afrontar lo que venga. Si
sabes que a determinada altura sentirás frío, en el momento que lo sientas sabrás que vas
en ruta, lo mismo si sabes que a determinada altitud sentirás falta de aire o te toparás con
la barrera psicológica que te hace desear abandonar todo, o con el miedo o el
cansancio… Saber qué esperar para no asustarnos y dar marcha atrás es básico para no
desfallecer antes de llegar a la meta, todo esto contando con las dificultades como
compañeras inevitables de todo camino.
Cuando por el contrario pensamos que en la vida y en las relaciones de amor con los
nuestros la felicidad consiste en la ausencia de problemas, viviremos constantemente
frustrados y en pugna contra nosotros mismos, contra la vida y contra los demás.
Alguna vez aprendí que para vivir adecuadamente y en un sano equilibrio se deben
aprender tres lecciones primarias, mismas que hay que asimilar y hacer propias: aprender
a trabajar sin cansarnos (en el sentido de no permitirnos abandonar la lucha) aprender a
sufrir sin rompernos (en el sentido de que se vale llorar y dolerse pero no se debe optar
por el sufrimiento como estilo de vida) y amar sin rajarnos (es decir amando no sólo
desde el sentimiento, sino desde la voluntad). Cuando hacemos de estos tres conceptos
un ideal de vida, entonces podremos enfrentar la realidad con fortaleza y serenidad.
Toda relación humana basada en el amor tiene que pasar por sus crisis de desilusión.
Estas crisis pertenecen a las denominadas crisis normativas,4 esto es, que es normal que
aparezcan y de hecho son las que nos hacen crecer en el amor a los hijos, a los padres, a
la pareja. Son crisis que nos exigen empezar a amar a la persona por quien es y no por
quien quisiéramos o imaginamos que fuera. Exigen renunciar a ciertas cosas, posturas o
situaciones que tal vez funcionaron en algún momento pero que ya no son adecuadas
según la época, la edad o las circunstancias. Implica abrir la posibilidad de ajustar la ruta,
de cambiar interiormente, de modificar los modos y las pautas. Reclaman crecimiento,
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apertura, libertad.
“Estoy a la mitad entre el que soy y el que tú quisieras que fuera”,5 entona el verso de
una canción. Posiblemente todos estamos ahí. Todos quisiéramos ser mejores de lo que
somos por nosotros mismos y ser mejores para aquellos que amamos, y a la vez todos
quisiéramos moldear al otro para que se ajuste a nuestras expectativas, a nuestras
necesidades o nuestros sueños. Esa exigencia que se opone a la aceptación, que no está
peleada con el deseo de mejora ni con el crecimiento, sino que está anclada en ideas
preconcebidas y muchas veces idealistas, va tiñendo de gris el amor y nos lleva a
desembocar en el túnel de la constante decepción.
Aceptar el amor y vivirlo como es y no como soñamos o nos gustaría que fuera y
aceptar a la persona y quererla como es y no como me convendría que fuera se convierte
en la piedra angular para construir cualquier tipo de felicidad y de estabilidad emocional.
En el amor, en las relaciones humanas y por ende en las familias no se pueden hacer
personas a la medida, no se hacen por pedido con una serie de requisitos y acotaciones.
Las personas debemos luchar por ser la mejor versión de nosotros mismos, no por ser
el prototipo de nadie más, de lo contrario el desgaste empieza a hacer daño en nuestra
autoestima, en nuestra psicología y en nuestra propia ilusión de vivir.
16
La felicidad es una manera de navegar,
no un puerto de llegada
La felicidad se construye día a día, se debe conquistar y crear. No es como un algo que
te llega de fuera, de manera espontánea y que se instala de una vez y para siempre en el
corazón. Es un camino y requiere que se disfrute mientras se transita.
La felicidad verdadera y plena (jamás total) es resultado de una lucha diaria por
obtenerla y saborearla, exige un ejercicio constante por estar alerta, por reconocerla,
apreciarla y disfrutarla.
No se es feliz de una vez y para siempre. Al igual que el amor, llegar a ser feliz es una
tarea diaria que requiere de diversos elementos. Requiere en primer lugar tener objetivos,
planes, proyectos y sueños en equilibrio en diversas áreas de la vida. Es un tener qué
hacer, un porqué y para qué hacerlo, un junto a quién hacerlo.
De igual manera requiere una capacidad madura para renunciar a planes, sueños y
proyectos. Una capacidad para ajustarnos y moldearnos para hacer frente a diversas
circunstancias.
Además se debe llenar la vida de intereses y buenos momentos. Hay tiempo para la
batalla, pero sin duda debe haber momentos para el descanso y el recreo. La felicidad se
entreteje del deber y el gozar, del dar y el exigir, del hacer y el contemplar serenamente,
del amar y el saberse amado. Estas áreas podrían dividirse en cuatro apartados por
ordenarlas de alguna manera sin restringir los elementos que para cada quien son
importantes.
El primero sería mi persona como tal, buscando un sano cuidado físico, emocional y
espiritual de uno mismo; otro se centra en la familia y el amor como motor de toda
satisfacción y bien humano; un tercero sería el trabajo y el dinero vistos como medio de
subsistencia y campo de realización personal y, por último, un cuarto que envuelve lo
relativo a la diversión y las ilusiones, a la capacidad de disfrutar la vida y toda su
riqueza.6
Gretchen7 nos dice que así como el duelo se compone de etapas como la incredulidad,
el coraje, la depresión y por último la aceptación, la felicidad a su vez tiene sus etapas
que consisten en: primero, disfrutar la planeación de lo bueno que buscamos, que
anhelamos o vamos a realizar, es decir, empezar a disfrutar con antelación de lo que
disfrutaremos más tarde; una segunda etapa consta de saborear profundamente lo que se
hace, lo que se vive, lo que se logra; una tercera consta de recordar esos buenos
momentos, esos instantes mágicos plenos de paz, de risas, de amor, de bienestar.
Así pues, la felicidad es un estado interior, pero también es una decisión y un ejercicio
constante que modula la dirección de nuestros pensamientos y por ende de nuestros
sentimientos.
Cuando uno piensa que esfeliz y actúa de manera feliz, se acaba por sentir contento.
Lo mismo se da en sentido opuesto, por eso es imprescindible decidir ser feliz en la vida
17
con lo que la misma te da e incluso con aquello que te arrebata. No podemos decidir qué
nos depara el destino, pero siempre podremos asumir la responsabilidad que implica
elegir cómo afrontarlo.
18
Los pilares del equilibrio interior
Mi persona
Partamos de la base: un sano cuidado físico y emocional de nosotros mismos es requisito
indispensable para poder empezar a pensar en una vida feliz. Si estoy hablando de vivir
mi vida, lo primero que debo hacer es quererme y cuidar de mí. Si yo no estoy bien, mi
vida no estará bien. Si no me siento bien, no me sentiré bien en ninguna situación. Si no
me gusto, no me va a gustar lo que haga. Si no luzco, no va a brillar mi luz interior.
Esto es aplicable en circunstancias de enfermedad. Todos tenemos la obligación moral
de cuidar de nosotros mismos lo mejor que podamos en cualquier circunstancia, aunque
en ocasiones ésta nos supere.
El amor sano a los demás debe nacer de un sano amor a nosotros mismos, sin esto, se
construye sobre arena. Sólo una persona relativamente sana en sus emociones podrá
construir relaciones sanas con los demás. De ahí la importancia de conocernos,
apreciarnos, superarnos y sanar todo lo que sea necesario en nuestra mente y nuestra
alma para poder amar, vivir y decidir desde la libertad.
Cuando nosotros dejamos de manejar nuestras emociones y estas últimas nos manejan
a nosotros caemos en lo que Karol Wojtyla llamaba la emocionalización de la
conciencia.8 Si las emociones tienen el timón de mi vida, ante los embates del día a día,
no voy a actuar desde la libertad, sino a reaccionar desde la pasión. No voy a elegir, sino
someterme a los arranques de mi ira, mi cansancio, o mi temor.
Buscar mantener un cierto orden y, por decirlo de algún modo, una higiene dentro de la
propia psicología es indispensable. Necesitamos dejar ir todo aquello que nos hunde, nos
corroe y nos lleva a descomponernos por dentro. Necesitamos aprender a viajar ligeros
de equipaje emocional dejando atrás rencores y sentimientos que tan sólo paralizan el
alma.
Todos en algún momento nos hemos sentido heridos o lastimados, pero no es pretexto
para anclarnos en el rencor, en el juicio severo y frío, en culparnos o culpar a los demás
constantemente.
Un cuerpo sano lo es porque se le cuida y se le alimenta sanamente. Se le cuida el
sueño, la higiene, la apariencia. Se mantiene saludable porque se le hidrata y se le da por
alimento productos frescos, nutritivos, que no envenenan. Si al cuerpo le privo de sueño
y de agua, y le doy comida podrida, pronto enfermará.
Lo mismo sucede con la mente. Si vivo alimentándola de malos recuerdos y de
evocaciones dolorosas, si la alimento cavilando y rumiando mis rencores, mi ira y mis
miedos, pronto enfermará.
Todos nos hemos equivocado con los que amamos, así como quienes nos quieren han
cometido errores o injusticias que nos han hecho llorar, sin embargo nosotros tenemos la
llave que abre la puerta de entrada y la de salida para nuestra vida. Nosotros elegimos
qué de lo que vivimos y sentimos entra, qué se queda y qué se va.
19
Hacer esta limpieza no siempre es fácil, pues solemos tener un cierto agrado por la
autocompasión, un cierto gusto por sentirnos víctimas indefensas, es más cómodo; sin
embargo, esa actitud que no sirve más que para anclar nuestra vida en medio de un mar
de odio y resentimiento, y termina llevándonos a encallar en las filosas rocas de la
amargura y el reproche.
Si hay dolores o circunstancias que nos cuesta superar, hay que buscar apoyo, ayuda,
métodos y modos adecuados que nos iluminen el camino de salida, pero debemos acudir
a nuestra inteligencia y nuestra voluntad para poder vivir plenamente en libertad.
Sólo una barca sin agujeros puede navegar sin temor a hundirse. Todos traemos
cargando limitaciones, ideas preconcebidas, cierta educación, recuerdos y cargas
emocionales que laceran la mente y el alma. Cuando es así, debemos tener el valor de
frenar, entrar al astillero del perdón, de la reflexión, de la madurez y de la inteligencia
para reparar nuestras fuerzas y salir a seguir navegando serenamente en los mares de
nuestras vidas.
Por lo tanto, la salud física y mental (y más adelante hablaremos de la salud espiritual)
que nos lleva a tener una sana autoestima (estimarme por lo que soy y por cómo soy en
mi luz y mi oscuridad) es la base para buscar tener equilibrio en las áreas de la vida
anteriormente mencionadas.
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El amor y la familia
Vida en la que no se tiene a quien amar y por quien ofrecerse no deja de ser más que una
triste vida.
El amor es y ha sido el impulso necesario para vivir, el viento que hincha las velas de la
felicidad, el timón que dirige la barca en buena dirección. El amor es el instrumento de
navegación más seguro, es la estructura que permite romper cada oleada sin sucumbir y
seguir avanzando con sentido hacia el propio destino.
El amor es lo que da fuerza al corazón para que siga latiendo, a toda existencia para
que siga viviendo, a toda vida para que se tope con la verdadera felicidad. Amar es un
lujo y a la vez una necesidad. Un corazón que no ama se atrofia y deja de oxigenar cada
instante y cada aspecto de la vida. Amar es necesario, es precioso, es crucial.
Sin embargo, el amor no es estático, no es etéreo, es tangible en la acción. El amor
verdadero no es sentimiento desbordado y alocado, es decisión reflejada en hechos y
actitudes, envuelta en detalles. El amor, dice Gretchner,9 no existe como tal, lo que
existen son actos de amor; es decir, si amo, debo demostrarlo con hechos concretos
encaminados al bien de la persona amada.
Si la naturaleza cuenta para vivir con cuatro elementos que son tierra, aire, agua y
fuego, el amor se puede decir es el aire sin el que no se puede respirar. Sin amor nos
asfixiamos dentro de nuestro propio egoísmo y limitación. Sin aire desfallecemos y
morimos, sin amor podremos existir, pero no vivir.
El lienzo ideal para plasmar ese amor que requiere un depositario y acción concreta es
la familia. La familia termina por ser la tela óptima donde aportar pinceladas de ternura,
cariño, compasión, comprensión, apoyo, solidaridad, entrega… Trazos y brochazos que
componen el arte de vivir feliz.
El amor a la pareja es motor, es motivo, es razón. El amor a los hijos es la mejor
manera de trascender nuestra limitada naturaleza. La gratitud a los padres es
imponderable remedio para no tener un corazón mezquino. El amor a los hermanos es
complicidad que nos sostiene en la vida. El amor a los verdaderos amigos, que son la
familia que elegimos, se torna en la mejor manera de invertir la vida.
Por eso, en el camino de la búsqueda de ese equilibrio interior que nos va a otorgar la
verdadera felicidad, debemos revisar nuestro corazón y sus amores. Debemos revisar si
éste, con el paso de los años y el correr de las circunstancias, se ha atrofiado por la grasa
de la indiferencia, por la exigencia desmedida de que el otro se adapte a nuestros anhelos
o por la falta de capacidad de perdón. Debemos ver si la presión es demasiado alta y las
expectativas tan exigentes que lo pueden colapsar. Necesitamos ver si nuestro corazón y
el latido de sus amores están fuertes en detalles y libres de resentimientos, de violencia,
de indolencia y flojedad.
El corazón físico necesita ejercicio, necesita cuidados; el corazón espiritual lo necesita
aún más. Sin oxígeno los pulmones se colapsan, el corazón se detiene y entonces,
aunque viva, tristemente deja de existir.
21
Revisemos hoy nuestro corazón no con el estetoscopio que tan sólo es capaz de
escuchar latidos y ritmos de sentimientos no siempre estables, sino con un verdadero
análisis de nuestras acciones como verdadero lenguaje de amor.
Puede llegar a ser fácil sentir (y en ocasiones saber) que se quiere a alguien. La
pregunta básica sería la siguiente: ¿cómo lo estoy demostrando? De qué manera lo he
dicho, cantado, gritado o susurradoúltimamente. De qué manera lo hago saber sin
asumir que la persona que quiero lo sabe y comprueba de qué tamaño es mi amor por
ella.
El amor se dice, no existe como tal, lo que existe son muestras de amor. Esas muestras
son la única y verdadera medida del mismo.
Para concluir este apartado, intentemos poner en este primer cuadrante de la felicidad
que es el amor lo mejor que somos y tenemos. Intentemos sentir, pero ante todo vivir
con hechos contundentes lo que se siente, esforcémonos no en pensar sino en actuar, no
en imaginar sino en crear y recrear escenas vivas que lleven esos sentimientos tan
profundos como intangibles a hacerse realidad.
22
El trabajo y el dinero
El trabajo ennoblece al ser humano.10
El trabajo no es tan sólo un modo de subsistencia ni simplemente un medio seguro y
digno para tener recursos suficientes y necesarios para vivir. El trabajo en este caso es
nuevamente el lienzo o telar donde plasmar las capacidades, los gustos y el propio
talento. El trabajo, pudiendo ser algo muy físico y palpable, es en el fondo algo
profundamente espiritual. Es la oportunidad de vaciar en alguna actividad nuestra propia
grandeza personal.
Existen diversos tipos de trabajo. Unos son de corte más bien físico, otros más
intelectuales. Algunos brillan de acuerdo con los valores de nuestra sociedad, otros
parecerían más sencillos y callados. Algunos son altamente rentables económicamente,
otros lo son espiritualmente. Pero independientemente de la necesidad del trabajo para
solventar necesidades básicas de subsistencia o de lo holgado de la solvencia económica
de cada persona y sus circunstancias, trabajar por algo, para algo y en algo en lo que nos
sabemos importantes, dignos y útiles es indispensable para poder ser feliz.
Quien no anhela nada, quien no se apasiona por nada, quien no tiene un proyecto y no
considera que tenga capacidades y una noble misión que cumplir en la vida, está flotando
en las olas del tedio y la ociosidad.
Se trabaja para vivir, pero también porque se trabaja se vive. En este sentido, ya sea el
trabajo en un banco o en la más sofisticada de las empresas, en las labores del campo, de
un jardín o en las arduas tareas dentro del propio hogar son siempre fuente de riqueza
personal.
Quien amanece sin tener qué hacer termina por acostarse sin haber logrado nada. Quien
vive sin trabajar en nada muere en el abismo de esa misma nada que construyó.
Cuando no existe un verdadero cansancio por el trabajo, el descanso no sabe a la
dulzura del reposo. Las vacaciones de una vida vivida en vacación pierden sentido. Los
momentos de ocio tan anhelado y ensalzado ya desde las culturas clásicas, cuando son la
eterna norma de un estilo de vida, se convierten en momentos de vacío existencial.
Además, siendo realistas por decir lo menos, el dinero no es un lujo, es una necesidad
vital. Sin dinero no se puede vivir. Lo bueno de tener dinero –escuché alguna vez decir–
es que se puede vivir sin tener que estar pensando en el dinero.
El dinero es indispensable para comer, para tener un techo, para tener ropa… pero
además de ese tipo de necesidades básicas de subsistencia humana, se requiere para
disfrutar, para estrenar, para viajar, para dar regalos, para tener acceso a médicos,
medicinas, tecnología, para tener luz, gas y transportarte… el dinero sólo por el dinero no
da sentido, pero sin nada de dinero se colapsa cualquier vida.
Por eso, independientemente de la riqueza espiritual que se cosecha trabajando, el
trabajo es la fuente de ingresos que nos permite subsistir e ir refinando aspectos que
alegran la vida.
Queda claro que como todo bien, cuando éste es mal utilizado y mal colocado fuera de
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las áreas de equilibrio de la vida, cuando se le da uso inmoral o no ético y honesto,
cuando con el dinero se construye un becerro de oro, este recurso se convierte en mal,
pero en equilibrio es básico para la felicidad.
Por eso dentro de los aspectos de nuestra propia vida que todos debemos proyectar,
buscar, construir y cimentar, debemos incluir medios y aspiraciones que nos permitan
trabajar y disfrutar justamente del fruto de nuestro trabajo.
Así que como en todo, al trabajo y al dinero, ni endiosarlo ni satanizarlo. Tan malo es
hacerse adicto al trabajo como ser un holgazán. Tan malo es vivir en la miseria como
hacer del dinero acumulado la norma y el fin.
Revisemos nuestra economía, cuánto ahorramos, cuánto gastamos, pues ni el
despilfarro ni la avaricia llevan a la felicidad. Analicemos cuánto invertimos, cómo y con
quiénes lo hacemos y en qué actividades, momentos o hechos disfrutamos el fruto de un
trabajo digno.
Carecer de proyectos laborales y económicos trunca las vidas; carecer de ilusiones de
obtener, de tener y adquirir cosas que nos proporcionen placer e ilusión lleva a una cierta
tibieza que enmohece el alma.
Se debe soñar con ciertos toques de realismo y trabajar arduamente para hacer esos
sueños realidad.
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Diversión y pasatiempos
Si continuamos en la búsqueda del equilibrio interior que nos lleva a los senderos de
felicidad, se torna imperante incluir en la propia vida mucho de diversión, de disfrute, de
recreo.
La diversión se ha definido, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española, como recreo, esparcimiento, pasatiempo, solaz; una afición que distrae de las
propias ocupaciones.
Para que la diversión cumpla con su fin debe estar compuesta de una o diversas
actividades que den fruto en nuestro beneficio, sin que se perjudique a nadie. Al mismo
tiempo, ese esparcimiento debe convertirse en alimento y descanso del cuerpo y la
mente, lo que al final constituye alimento para el alma. Debe ser descanso y remanso del
espíritu. La sana distracción y recreo son una manera de vivir donde se goza y se
comparte ese gozo con quienes nos rodean.
También se ha definido como ocio el tiempo que se dedica a actividades que no son
trabajo o tareas domésticas esenciales, es decir, el ocio surge cuando “se realizan las
actividades satisfactorias y gratificantes que posibilitan el tiempo liberado, de forma libre,
decididas por uno mismo y gestionadas autónomamente”.11
Ya en la Grecia antigua, el ocio tenía una gran relevancia cultural y sólo tenía lugar en
hombres libres.
Según los griegos, el ocio debía contar con tres características: un tiempo necesario
para la elaboración y elevación de la cultura, campo de fermento intelectual y debía
seguir un ideal, de modo que se podría decir que los momentos de ocio engrandecen a la
persona y a las sociedades.
La diversión y el ocio son conceptos muy similares y aunque cada uno tiene sus
acotaciones particulares, ambos en combinación son parte fundamental de toda vida en
equilibrio, de toda vida feliz.
Para contar con una adecuada salud mental en esta vida, se torna indispensable
dedicarse a actividades y momentos en los que uno cree y se recree, para después poder
volver serena y responsablemente, pero de manera renovada y fresca, a las actividades y
obligaciones diarias.
Si bien es cierto que todos debemos afrontar nuestra existencia con responsabilidad,
con sentido del deber y atendiendo fielmente las propias obligaciones, cuando la vida no
se sazona de recreo, de descanso y capacidad de disfrutar, ésta se va tornando agria y
mezquina.
La capacidad de disfrutar el descanso, de gozar de la música, de deleitarse con viajar,
de alegrarse al dar un paseo, de extasiarse al contemplar la quietud y la naturaleza, la
sensibilidad de abstraerse al escuchar la profundidad del silencio y la posibilidad y talento
de reír a carcajadas viene muy de la mano con nuestro sentido de merecimiento personal.
Los momentos de ocio no son un privilegio reservado para algunos, todos debemos
procurarlos y construirlos con sensibilidad, con esmero, sencillez y con ahínco para
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lograr amparar viva la ilusión y mantener la alegría a flote.
El ocio visto como recompensa del trabajo, como pausa en la lucha y como espacio
para ser, crear y recrearse, llega a ser un derecho que poseemos como seres humanos,
pues aunque enesta vida todos debemos trabajar, no somos máquinas de trabajo.
Los momentos de ocio en los que cada uno de nosotros elije alguna actividad u opta
por la inactividad pasajera de un momento que se convierte en mágico son esos espacios
sagrados donde se nos permite crecer interiormente, donde se nos da la oportunidad de
aportar lo que somos, y donde se nos abren misteriosas puertas para compartir y repartir
alegría.
Por eso es importante luchar por descubrir qué nos gusta y apasiona y así, con cierto
temor pero sin miedo, con humildad pero con arrojo, luchar por realizarlo.
Actividades como pintar, leer, caminar, escuchar música, escribir, contemplar, reír,
sentarse a observar y recrear la memoria en momentos felices de la propia historia están
al alcance de todos y revivifican el alma.
Hay que buscar experiencias positivas que activen los resortes de la felicidad. Cantar,
aprender algo nuevo, disfrutar de las artes plásticas, visitar un museo, caminar por un
bosque, reposar en un parque y compartir experiencias, silencios y risas con alguien a
quien queremos tonifican el espíritu.
No a todos nos hacen felices las mismas cosas ni las mismas actividades, por lo mismo
tener hobbies o aficiones personales llena de sentido el para qué del trabajo, el para qué
de la vida.
Podríamos concluir que en este laberinto de la búsqueda del equilibrio y la felicidad, los
sanos pasatiempos y la construcción de momentos de esparcimiento son piezas clave.
26
El marco espiritual
Hablamos de cuatro áreas en equilibrio. La propia persona, el amor a lo suyo y a los
suyos, el trabajo y sustento y por último el ocio y la diversión. El marco o incluso la
columna central que permite la armonía de estas áreas de la vida, aquello que lo empapa
todo, lo cubre todo y lo transforma todo es nuestra identidad como seres humanos,
personas únicas e irrepetibles, dotados de un cuerpo temporal, pero con un espíritu
inmortal, creados con la capacidad única de hablar, amar y reír, con la posibilidad de
elegir, reflexionar y disfrutar plenamente de la creación y de la capacidad de crear.
El equilibrio del que hablábamos está inmerso en nuestra identidad propia, en nuestra
identidad espiritual que nos define como personas, no como entes impersonales. Esa
identidad nos convierte en seres humanos, dotados de talentos y capacidades, nacidos
todos con una misión propia que hay que descubrir, siempre asentada en los propios
anhelos y en un corazón sensible, nos convierte en seres únicos dotados de la capacidad
de descubrir y amar a Dios.
Sabernos finitos y a la vez poseer un alma inmortal cuya hambre de eternidad es
incalmable eleva el corazón a grados sublimes de fe, esperanza, amor y fortaleza.
Por lo tanto, dejando atrás los mitos de la felicidad perfecta, conociendo nuestra
identidad de seres humanos y aceptándola en toda su riqueza, busquemos con seriedad el
equilibrio interior necesario para vivir y compartir una vida llena de sentido, de trabajo,
de amor, de alegría. Una vida colmada de propósito y bondad, cimentada en Aquel que
es en sí mismo Amor y Bondad pura, una vida enraizada en Su Bien y Su Amor, vida
cuyos frutos sean fecundos para quienes la compartan con nosotros y cuyo fin sea
triunfal, eterno.
 
Notas
1 Alfred Victor de Vigny, poeta, dramaturgo, y novelista francés, 1797-1863 a quién se le atribuye dicha frase
célebre.
2 Sánchez Fuentes, Francisco, Perfil humano del líder, Contenidos de información Integral, México, 2003.
3 1993: conquistó el Aconcagua en la Cordillera de los Andes. 1999: escaló la cumbre del Monte Everest.
2000: llegó a la cima del monte McKinley, el pico más alto de Norteamérica. 2010: fue líder de la primera
expedición de latinoamericanos en la Antártida.
4 Estrada Inda, Lauro, El cielo vital de la familia, Random House Mondadori, 2003.
5 Arjona Ricardo, “Fuiste tú”.
6 Vargas, Diana, Beautiful Company, Curso, México, 2012.
7 Rubin, Gretchen, The happiness project, Harper Collins Publishers, 2011.
8 Wojtyla, Karol, Persona y acción, Biblioteca Autores Cristianos, Madrid, 1982.
9 Rubin, Gretchen, Op. cit.
10 Alarcón de Pérez Teuffer, Teresa, La mujer en boca de todos, 2013.
11 Cuenca García, Eduardo, El ocio desde la perspectiva humanista, conferencia en la Universidad de
Huelva, 2000.
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Capítulo 2
Navegando la Vida
Navegar ha sido una de las actividades o retos que más fuertemente han acompañado y
encendido la curiosidad y la pasión de la conquista humana, una pasión por la belleza y la
aventura, anhelo de conocer y descubrir nuevas fronteras y territorios desconocidos, afán
y necesidad del hombre de transportarse y trasladarse hacia nuevos mundos ensanchando
los horizontes hasta llegar al final de la travesía, hasta un salvo destino.
Existe el término navegación en el ámbito marítimo y aéreo y lo mismo se utiliza hoy
en día en cuestiones cibernéticas. Haciendo referencia a la navegación de tipo marítimo,
cabe distinguir que cuando no se da en mares sino en ríos y lagos se le denomina interna.
Acudiendo a las analogías con las que se redacta este libro, podemos ver que los seres
humanos en nuestro paso por la vida debemos tripular en diversas situaciones. Una de
ellas es hacia adentro de nosotros mismos, en los ríos y lagos de nuestra psicología, de
nuestros sentimientos y en lo profundo de nuestro espíritu. Por otro lado, también
debemos navegar en los mares de la vida en relación con el otro, con los míos, con los
demás. Hablemos de ambos casos.
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Navegación interior
Por un lado tenemos que navegar internamente sosteniendo de modo firme y con rumbo
el timón de nuestra interioridad; todas las personas, desde el momento en que nacemos al
momento de expirar nuestro último aliento, debemos poner dirección a nuestra vida
dentro de los cauces de la propia estructura emocional, inmersos en la realidad de
determinada familia, en medio de diversas circunstancias históricas y culturales y con un
temperamento, un carácter y una personalidad única que debemos gobernar, pulir y
formar para que llegue a ser estable y madura.
Al nacer contamos con instrumentos y elementos que se complementan con la
educación y las propias experiencias y que debemos utilizar para poder cruzar el umbral
de nuestra propia existencia.
Esos ríos y lagos interiores son serenos y agradables en ocasiones, invitan de manera
natural a navegarlos y cruzarlos en estabilidad y paz. Sin embargo, a veces las
tempestades levantan mareas capaces de tambalearnos y hacernos naufragar.
Debido a que los oleajes de cada época y circunstancia de nuestra vida son cambiantes,
es importante que aprendamos a manejarnos adecuadamente de acuerdo con cada reto y
situación, buscando desarrollar al máximo la capacidad de mantener firme el timón de
nuestros principios, valores y opciones para encaminar con buen rumbo nuestro
temperamento y nuestra sensibilidad.
Existen personas apacibles por naturaleza o por rasgos temperamentales, otras de
arranques más desbordados, algunas más bien apáticas y otras con fácil tendencia a la ira
y al apasionamiento. Dependiendo de las características personales, el conducir de
manera estable y agradable la embarcación de nuestra personalidad a lo largo de la
travesía de nuestra vida será un reto mayor o menormente complicado, pero siempre
indispensable para poder vivir en paz interior y disfrutar el camino de nuestra existencia.
Sea cual fuese el caso, debemos acudir siempre a la luz de la inteligencia y echar mano
de la fuerza de voluntad para izar las velas en los vientos convenientes que nos llevan
rumbo a la capacidad de autogobernarnos. De esta manera podremos dominar y templar
adecuadamente los impulsos negativos que poseemos cuando se violentan y nos llevan a
perder el rumbo hiriendo a los demás con nuestra agresividad o nuestra indiferencia.
De igual manera, debemos aprovechar los talentos y capacidades que poseemos para
poder sacar lo mejor que llevamos dentro, para poder autorrealizarnos en una vida llena
de aventura y de sentido.
La vida nos va transformando. Cada experienciadeja dentro de nosotros su propia
huella. Podemos ser personas alegres hasta el momento en que una tragedia, un
problema que nos sobrepasa, una enfermedad que nos asusta o una pérdida brutal nos
hunde en la depresión; podemos ser estables mientras el estrés y las presiones no lleguen
a grados en los que perdemos la ecuanimidad e incluso la cordura; podemos ser
soñadores hasta que un cúmulo de desilusiones nos roba el afán de seguir persiguiendo
30
nuestros anhelos; podemos ser soberbios hasta que alguna circunstancia de la vida nos
pone en sitio haciéndonos ver nuestra impotencia, limitación y debilidad; podemos ser
irresponsables hasta que la llegada de un hijo nos lleva a tomarnos la vida en serio;
podemos ser buenos hasta que dejamos que un rencor amargo tiña de gris nuestra
existencia; podemos ser frívolos hasta que una experiencia fuerte o dolorosa nos enseña a
mirar nuevamente lo esencial de la vida.
Es decir, todos nos vamos transformando de acuerdo con lo que nos toca vivir, con
base en la actitud y los recursos psicológicos y espirituales con los que contamos para
enfrentar las circunstancias tanto positivas como negativas de toda vida.
La buena nueva es que ni lo bueno ni lo malo que alojamos en las bodegas de nuestra
genética, de nuestra educación, de nuestro carácter y de nuestra personalidad son
perennes e inamovibles. “Los seres humanos no estamos hechos, nos hacemos cada
día”.12 Nos definen nuestras opciones, nuestras decisiones, nuestra propia historia que se
escribe día a día, momento a momento.
Por eso es importante estar alertas para no perder el rumbo interior. Si se está triste hay
que buscar la raíz de dicha tristeza o melancolía para poder encontrar cómo retornar a la
ruta de la alegría. Si se está desesperado hay que buscar las anclas del optimismo y las
amarras de la esperanza para poder seguir viviendo y disfrutar de la vida. Si se ha
permitido a la amargura abordar la embarcación de nuestra existencia debemos
detenernos en algún sitio y tirarla, sacarla, bajarla de nuestra nave interior que está
compuesta por nuestros pensamientos, nuestro corazón y nuestra alma.
Si por el contrario, nuestra manera de navegar es apática e indiferente, si hemos dejado
nuestra vida al garete como veleta que tan sólo se mece sin rumbo ni propósito, entonces
es hora de elevar e hinchar de ilusión las velas de la esperanza y del sentido del deber, de
la renovación interior y la fuerza del espíritu de lucha que todos poseemos en nuestro
interior. Es entonces hora de elevar el estandarte de la fortaleza y la resiliencia tan propia
de los seres humanos.
Si son los vendavales de mi descontrol de carácter y mis modos bruscos, gélidos e
hirientes los que llevan el rumbo de nuestra barca es hora de aflojar las tensas cuerdas, es
momento de reflexionar y reivindicar el sentido, pues ir navegando en violencia y
agresión continua lleva a cualquier embarcación y a sus tripulantes a zozobrar contra las
rocas del rechazo y la amargura.
No siempre somos culpables de nuestros estados de ánimo. Los sentimientos son tan
volubles como el viento. Muchas veces no sabemos de dónde vienen ni hacia donde van,
pero sus efectos modifican y alteran nuestras acciones y reacciones de manera constante,
incluso intentan definirlas. Por eso, permitir que sea la inteligencia, apoyada en la
voluntad, quien dirija prudentemente el rumbo de nuestra vida ayuda a aplacar, controlar,
digerir, compartir e incluso sanar nuestros pensamientos y nuestros sentimientos; por el
contrario, si permitimos que se desborden, pueden llevarnos al naufragio.
Así que cuando la navegación interna sea aburrida habrá que buscar cómo animarla,
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cuando sea violenta habrá que buscar sosegarla, cuando sea hiriente habrá que recortar
los cabos para reencauzarla, cuando sea descontrolada habrá que dirigirla nuevamente
hacia el puerto de llegada.
Cuando nuestro interior se inquiete y nos sintamos desorientados y perdidos por
completo, habrá que tomarse unos momentos para volver a mirar las estrellas y la luna,
habrá que volver a contemplar la puesta del sol y el amanecer para reencontrar los
puntos cardinales de fe, esperanza, fortaleza y amor capaces de guiarnos y orientarnos, y
así no perder el rumbo; habrá que volver a tomar la brújula certera del consejo de un
buen amigo y la ayuda genuina de quien nos quiere, de quien nos comprende o incluso
de un profesional competente en la materia que nos oriente sobre cómo enderezar el
camino.
Lo importante en esta navegación interna no sólo es permanecer a flote sino disfrutar el
trayecto. No se busca sobrevivir sino vivir en plenitud, siendo capaces de afrontar los
golpes de olas compuestos en veces de hormonas, en veces ocasionados por nosotros
mismos, en otras tantas provocados por la enfermedad, el cansancio o el egoísmo propio
o de alguien más.
Vivir sin duda implica no naufragar, pero también vivir significa ser capaz de disfrutar la
travesía, gozando, admirando y agradeciendo las vistas de las costas y sus palmeras,
implica asombrarse y enmudecer de admiración ante las montañas con sus acantilados,
requiere aprender a sentir y vibrar ante la fuerza y la serenidad que un mismo cauce
puede proporcionar.
Si no tenemos recursos para navegar internamente en armonía, con mano firme y
decidida, entonces afuera, en la vida y el mundo, en el mar abierto de nuestras relaciones
con los demás, el naufragio será seguro.
Es importante navegar con paz interior sabiendo extraer riqueza del silencio, fuerza de
la contemplación y grandeza de los ratos vividos a solas, con uno mismo y con Dios. Por
eso, contar con mapas interiores, con un plan de navegación o proyecto concreto de vida
se torna indispensable.
Saber hacia dónde quiero ir, cómo quisiera ser, qué debo corregir en mi camino, qué
actitudes me laceran y cuáles me enriquecen son preguntas imprescindibles en toda vida
con sentido, de modo que se alcance lo que Ortega y Gasset llamaba “razón vital”.13
Debemos conocernos en la verdad de nosotros mismos y el mundo que nos rodea con
sus circunstancias particulares para saber qué recursos añadir a nuestro andar.
En este aspecto es importante rodearse por quienes saben y nos pueden guiar y
aconsejar, acercarse a quienes con verdad nos pueden corregir o sugerir algo que nos
convenga. Es importante atreverse a caer de rodillas y pedir ayuda a uno mismo, al otro,
a Dios. ¡Es de sabios y justos hacerlo, es de inteligentes y cuerdos practicarlo!
Ante el mar embravecido todos somos indefensos. Fue la soberbia y no un iceberg lo
que hundió al Titanic. Así que en humildad, que no es más que la aceptación de la
verdad sobre nosotros mismos, debemos revisar continuamente nuestros objetivos y
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logros, analizar serenamente nuestros errores y fracasos para poder enmendarlos y seguir
adelante en esta aventura sublime que es vivir.
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Navegando en alta mar
“No es bueno que el hombre esté solo”,14 dice la Biblia, y claro que no es bueno. En
efecto, los momentos de soledad sirven para enriquecernos interiormente y poder salir
mejor equipados al encuentro con el otro. No obstante, los seres humanos en nuestro yo
interior, necesitamos de un tú a quien amar, en quien depositar lo que somos, lo que
pensamos, amamos y tenemos. Necesitamos convivir para poder vivir.
Nuestra interioridad es esa barca que navega en lo profundo y que busca emerger para
compartir su grandeza fuera de sí misma en una sana convivencia en pareja, en familia,
en sociedad. Pocas cosas hieren tanto una vida como la soledad del corazón. La soledad
de un corazón que no encuentra eco a sus deseos de darse y compartir lo que es, la
soledad de quien no es amado ni sabe dar amor, paraliza, lacera y destruye.
El amor a los padres, al cónyuge, a los hijos, a los hermanos y a los amigos es lo que
da sabor a esta vida. Es lo que le da sentido.
Por ser el amor tan necesario para toda existencia, debería ser más fácil poder
relacionarnos adecuadamente con todos aquellos a quienes amamos. Sin embargo, la
realidad es muy diferente.
Cuando enel mar de la familia y de la vida surgen tan distintas y variadas
embarcaciones, cada una especial, única, inigualable, incluso preciosa, pero al mismo
tiempo con distintas características, rumbos, instrumentos de navegación, misiones
diferentes y muy variados destinos, ese mar llamado vida puede convertirse en un caos.
Puede llevarnos en medio del oleaje que se forma por el encontronazo de distintos
anhelos, de diferentes educaciones, de diversas ideas e ideales hacia una coalición de
personalidades, modos y estilos del cual todos salimos heridos.
Ese caos no nace necesariamente de la falta de aprecio al otro, de la falta de estima o
amor, sino más bien de la limitación que tenemos para trabajar en armonía, del exceso de
tráfico, de la diversidad de opiniones, gustos y modos de hacer las cosas. El caos puede
nacer simplemente porque son demasiadas ráfagas de viento, llamadas opiniones,
criterios, ritmos y gustos, que se levantan dejando poco espacio vital a nuestro ego y
poco espacio físico a nuestra zona de confort, lo que nos complica maniobrar
adecuadamente la propia embarcación.
Dejando aparte la grandeza del romanticismo que existe y debe existir en el amor de
pareja, poniendo por un minuto de lado la ternura del amor a los hijos, haciendo caso
omiso por un instante a la fuerza y el gozo de la complicidad del amor entre los
hermanos, debemos conocer ante todo la verdad del amor, es decir sus retos y
complicaciones, sus características y exigencias.
Sin tomar en cuenta la gratitud en el amor a los padres y la profundidad y grandeza del
amor a los amigos, toda relación humana, cuando es genuina, debe aprender a deslizarse
y construirse en medio de oleajes contrapuestos por diversos gustos, orígenes y modos
particulares de ser.
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Existen marejadas compuestas por distintos egoísmos que pretenden crear una sinfonía
de la vida donde nadie quiere renunciar a ser el primer violín, oleajes que crean una
marea y una resaca en la que nuestras limitaciones se topan de frente con las de otros y
nuestros aciertos no encuentran siempre aprecio, reconocimiento, eco o cabida en el
interior de otros.
Sin embargo, los grandes navegantes de la historia, aquellos que descubrieron y
conquistaron uno y cientos de nuevos mundos no se detuvieron a ver la posibilidad de
encontrar tormentas y desajustes en el trayecto; sabían que estos iban a aparecer y
prefirieron concentrarse en buscar estrategias, herramientas y planes alternativos que les
ayudaran a sobrevivir y seguir adelante desafiando y superando esos desencantos y
problemas.
Los héroes de la navegación de otros tiempos, contando con pocos recursos técnicos,
llegaron a su destino porque se concentraron en lograr que sus corazones siguieran
latiendo con pasión y en llegar sanos y salvos al fin de sus travesías, a pesar de que sus
velas se llegaran a fracturar.
Ellos se preocuparon por mantener el corazón y el alma de sus marineros encendidos
con la llama de la esperanza en medio de la noche de la incertidumbre y el dolor, se
preocuparon por transmitir y vivir el mensaje en el que ellos creían más allá de su propia
razón: que al final del trayecto iban a llegar a un lugar bueno, a un lugar mejor.
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La lejanía del puerto de arribo
Primero tenemos que luchar por estar en paz con nosotros mismos, y después, debemos
buscar vivir en paz cerca, muy cerca, de aquellos a quienes verdaderamente amamos.
En el camino, la diferencia entre cómo pensamos y cómo hablamos y por qué lloramos
puede matarnos de frío. Es posible que la lejanía del puerto de arribo a todos nos
desanime y nos invite a abandonar el barco, o aún peor, haga que los que recorren el
trayecto con nosotros beban lo agrio de nuestra desesperanza.
En toda vida, palabras, conceptos y realidades como enfermedad, muerte, dolor,
traición, desilusión, injusticia… son platos que de vez en vez tendremos que aprender a
comer y a digerir, son parte de la condición humana. Sin embargo, también debemos
saber que, cuando se busca la Verdad y se está alerta, existen una y mil razones para
emprender la aventura, para seguir y no parar, para disfrutar el trayecto de cualquier
vida.
Se trata de gozar la propia existencia cerca, muy cerca de los otros, de aquellos que nos
eligen y nos aman, de la mano de los que elegimos o nos tocaron, entrelazados con
aquellos que amamos y quisiéramos amar mejor. Y es que a solas ese trayecto sería
demasiado vacío y triste.
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Amarras de reflexión
En este navegar de la propia existencia, busquemos qué tan firmes están nuestras
convicciones y qué tan apuntalado tenemos el corazón; midamos qué tan clara tenemos
la ruta de navegación.
Cuando la furia interior se levante pensemos qué duro sería decir: llegué al final pero
llegué solo, pues ya nadie quiso permanecer a bordo conmigo. Cuando la apatía gobierne
nuestros actos pensemos qué triste es llegar triste a la meta.
¡¡¡Pensemos diferente, sintamos diferente, optemos diferente!!!
Imaginemos, por qué no, que llegamos cansados pero juntos (los padres y los esposos y
los hijos y los amigos) al final, al resguardo eterno; llegaríamos con la capacidad de
recordar los malos momentos como algo pasajero que no logró cambiar el rumbo de
nuestra única vida, con la posibilidad de mirar atrás esos momentos como simples
circunstancias dolorosas, desgarradoras y aterradoras que no lograron desviarnos
definitivamente de la meta final. Meta final que se conquista y que se corona con el saber
que se hizo lo mejor que se supo o se pudo, pero que se amó la causa con pasión.
Busquemos saborear lo dulce que es llegar al final sabiendo que se cumplió la misión
con ahínco y que se amó a las personas en todo momento, incluso en nuestro peor
instante de oscuridad, debilidad o tentación. Busquemos conquistar la meta que se
corona con el dulcísimo sabor del deber cumplido y del querer elegido.
La misión última consiste en llegar a la meta firmes, disfrutando los momentos de paz
vividos, recordando aquellos de tribulación en que combatimos, sabiéndonos siempre
dirigidos por la esperanza que nos susurra y nos canta que vale la pena levantar el vuelo
cada mañana. Busquemos permanecer anclados en la fe que nos grita que hay un Alguien
que trasciende todo nuestro entendimiento y que nos ama, nos ha amado y nos amará
eternamente con ese amor con el que sólo quien es Amor puro sabe amar.
 
Notas
12 Sánchez Fuentes, Francisco, Op. cit.
13 José Ortega y Gasset (1883-1955) fue un filósofo y ensayista español, creador de la doctrina de la “razón
vital”, la cual busca el avance de las ciencias naturales hacia las ciencias humanas. En su doctrina, Ortega
proponía superar la razón pura y la razón práctica creando una yuxtaposición de ambas y una comunicación
constante entre el hombre y la vida, pues sugiere que las ciencias naturales por sí solas no ayudan a aprender la
vida. Insiste en que se necesita esta relación que habrá de acercarnos a las ciencias humanas.
14 Génesis, 2, 18-23.
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Capítulo 3
Tipos de embarcaciones
Cada vida es diferente, única, especial. Aunque existan ciertas circunstancias parecidas
en algunas personas, en conjunto cada existencia se entreteje de manera singular de
acuerdo con diversos factores y el cómo se conjugan los mismos. El temperamento, la
educación, los talentos, los niveles de cultura, el entorno formativo en el que se nace y se
crece, el nivel socioeconómico, la capacidad de madurar, el carácter y un sinnúmero de
circunstancias familiares, personales y sociales marcan nuestro camino.
Lo mismo sucede con todo matrimonio y con la familia, cada una es única, diversa,
especial. De conocer bien estas circunstancias personales y particulares dependerá
muchas veces saber elegir las opciones más apropiadas o más enriquecedoras y
convenientes para lograr estabilidad, madurez y felicidad para la propia vida.
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Características de cada embarcación
Cada barca, dependiendo de su tamaño y características particulares, hará más sencilla o
más compleja la navegación y a la vez más placentera o más atropellada la travesíade
quienes navegan en ella.
Entre más grande, sofisticado, imponente y lujoso es un barco suele ser mayor el costo
de su manutención, lo cual exige mejor capitán, mejores tripulantes, mayores recursos y
atención.
Un trasatlántico nos puede llevar a recorrer el mundo entero con lujos y comodidades
con un elevado precio y ciertas exigencias. Una barquita de remos es más fácil de
manejar, de atender, de amarrar, de restaurar pero también es cierto que probablemente
no nos lleve muy lejos.
Así cada vida, cada matrimonio, cada familia. Cada uno tiene sus características, pero
entre mayor es el número de integrantes, entre más alto es el cargo que desempeña el
hombre en una empresa, entre mayores son las exigencias económicas y sociales de
quienes conforman la familia, entre más compromisos y mayores retos enfrente la mujer
y los hijos, el caso requerirá mayor atención. Se requerirán mayores dosis de inteligencia,
decisión, preparación, cuidados y empuje para llevar a todos a buen puerto y evitar así el
naufragio tanto personal como matrimonial o familiar.
El éxito personal visto desde un enfoque integral no es sencillo para nadie, nunca lo ha
sido, sin embargo, existen ciertas circunstancias y factores de riesgo que hacen más
complicada la misión.
Algunas causas que pueden hacer difícil la tarea serían en primer lugar los nuevos
estilos de vida donde el hacer y el tener buscan opacar al ser. Hoy, antes que los
apellidos, se indica si el padre es dueño de tal o cual empresa, si gana tanto o cuanto o si
pertenece al mundo político o a la elite económica.
Lo mismo sucede con el consumismo, tanto de bienes como de experiencias, el cual
nos empuja a huir del aburrimiento que muchas veces identificamos con el tedio sin
asimilarlo como la estructura y la cotidianeidad que son tan importantes en la estabilidad
personal y familiar de toda vida. Este consumismo de experiencias, aunado a las
exigencias materialistas de nuestro tiempo, lleva a que cada vez las casas tengan muebles
y espacios más amplios y lujosos pero estén más vacías de calor humano ya que los
integrantes de la familia están sobrecargados de actividades, responsabilidades y
pasatiempos que se viven de manera individual. Los closets parecen aparadores
promocionando tal o cual marca y los artículos que denotan un estatus social se
multiplican de manera importante intentando definir la identidad de quien los posee.
“El consumismo ha rebasado las fronteras de lo material y se ha extendido a buscar
satisfacer el hambre insaciable de vivir en todo momento experiencias únicas,
especiales”.15 Actividades extremas, excesos de planes, nadar con tiburones y lanzarse en
caídas libres para que la luna de miel sepa a algo, salir desde el miércoles a antros para
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que la vida no sepa a monotonía y un verdadero terror al aburrimiento, como si éste no
fuera parte necesaria y lógica de toda existencia, parecen ser puntos que marcan las
pautas en los usos y costumbres de nuestro tiempo.
Por otro lado, las mujeres que antes se dedicaban de manera especial a hacer un
ambiente de hogar dentro de sus casas, hoy trabajan cada vez más fuera de las mismas.
Esto lleva a que, al no quedar por ese hecho eximidas de la responsabilidad de las labores
domésticas y del funcionamiento de la familia, emerjan en ocasiones como figuras
estresadas o agotadas que han perdido la inspiración y la pasión por lo suyo e incluso por
los suyos.
“También, en este marco de cambio de estilos de vida mencionados, suele suceder que
cuando la mujer no trabaja fuera del hogar o no percibe un ingreso económico puede
sentirse aburrida, poco útil y poco valorada”.16 Esta frustración puede llevarla a perder el
sentido de vida necesario para entregarse como los suyos esperan de ella, lo que la lleva a
percibirse a sí misma como una prisionera dentro de cuatro paredes. Cuando se produce
esa situación, el impacto en su psicología y estado de ánimo, en el matrimonio y en el
ambiente familiar es severo.
Otra causa de ciertas problemáticas que complican el sereno fluir de las relaciones
familiares descansa en las formas de educación que también han cambiado. La tolerancia
a la frustración ha disminuido, el sentido o deseo de autosuficiencia se ha arraigado, la
barrera de respeto a los mayores se ha desdibujado seriamente y el permisivismo –no la
libertad– ha suplido las maneras incluso rígidas de educación de generaciones anteriores.
Esto trae consigo consecuencias que combinan resultados tanto positivos como negativos
que nuevamente afectan a las familias.
Sin duda, también influye el hecho de que los círculos y redes sociales con su rapidez,
alcance y fuerza cobran un papel primario y central en la mente, el tiempo, la
información y el criterio de los jóvenes. Cada vez el círculo de influencia de los padres
va limitándose mientras que personas no sólo ajenas, sino incluso lejanas, toman papeles
preponderantes.
El resultado de la interacción de este conjunto de estilos de vida, avances tecnológicos,
familias poco unidas, padres más ausentes o padres amigos, normas de educación no
cimentadas en el esfuerzo y los valores trascendentales de la vida cobran factura. Los
padres tenemos miedo de educar,17 no sabemos bien las pautas precisas para formar, y
los niños sin duda perciben ese miedo, de modo que se ve afectado el marco de
seguridad en que necesitan desenvolverse para madurar.
Vemos tendencias de los hijos a empezar con actitudes desafiantes desde muy
pequeños al tiempo que más tarde se instalan en una eterna adolescencia que no
abandonan hasta acercarse a las puertas de los treinta años. Es decir, el ambiente y los
estilos nuevos de vivir, de comunicarnos y de educar no necesariamente favorecen el
proceso de maduración de la persona que camina hoy más lentamente hacia la libertad
verdadera basada en la capacidad de elegir y responsabilizarse de su persona, su vida, sus
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opciones y sus actos.
La comunicación cada vez más rápida, amplia e impresionante en todos los medios ha
lacerado de modo importante la comunicación familiar. Se tienen incontables datos e
información, se tiene acceso inmediato a todo tipo de entretenimiento y diversión, pero
no siempre hay espacios abiertos para una comunicación de sentimientos, para un saber
realmente quién es el otro, cuáles son sus sueños, sus proyectos, sus miedos y
sufrimientos.
Vivimos en un momento de contradicción en el cual nunca estamos solos, pues
aparatos, redes sociales, chats, tuits y sistemas nos acompañan constantemente, mientras
estamos cada vez más aislados y en realidad más solos. Estos acompañantes ausentes y
presentes, reales y etéreos al tiempo que nos acompañan, nos invaden e incluso en
ocasiones nos secuestran mientras estamos en el coche, en la mesa, en las reuniones, en
las salidas supuestamente románticas y de pareja, en los momentos clave de familia, en
los espacios de reposo, en los de trabajo, en aquellos instantes necesarios para estar solos
y reflexionar.
Nos relacionamos con más y más gente pero las relaciones más importantes de la vida
parecen enfriarse o debilitarse, “se vuelven líquidas”.18
Podríamos afirmar que marcas de prestigio como necesidad de estatus, globalización
que lleva a la despersonalización, estereotipos de lo que se considera valioso, conexión
ininterrumpida a redes sociales y presión social en el aspecto económico y en el aspecto
físico, aunados a la necesidad constante de diversión, suelen ser los acordes de la música
de fondo de toda familia.
Además el mundo de hoy exige mucho. Para vivir “adecuadamente” se espera que
sepamos datos, idiomas, deportes, computación y estar al día en marcas, modas,
costumbres y tendencias que probablemente en el fondo sirven de poco o nada para
enriquecer nuestro intelecto, nuestro interior o nuestra vida.
Esto lleva a que ciertas personas, muchos matrimonios y sin duda no pocas familias
estén siempre en tensión, siempre en niveles serios de exigencia personal y social que los
desgastan y consumen. “Las presiones externas se han vuelto tan grandes que hastalas
familias más fuertes se están separando”.19 Esto puede significar que en casos, las
parejas y las familias se desquebrajen y lastimen bajo elevadas exigencias económicas
que se encuentran desfasadas de su realidad o su posibilidad.
Los niños no pueden darse el lujo de desfasarse ni por un momento en el ritmo de la
escuela, aunque para entonar con los sistemas (desde preescolar) se requieran terapias y
apoyo extracurricular. El joven no puede desconectarse ni un minuto de su smartphone y
sus redes sin el riesgo de sentirse excluido e inútil, la mujer no puede dedicarse en paz a
los suyos sin ser juzgada como tonta o retrógrada oprimida. El hombre debe luchar en el
mundo despiadado de la competencia contra hombres y mujeres, compañías
multinacionales y monstruos de siete cabezas que cada vez piden más y que succionan
toda su capacidad y aniquilando en él mismo y en los suyos la capacidad de querer,
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descansar, apreciar y vivir plenamente.
Por lo tanto, si nuestro estilo de vida está inmerso en este tipo de circunstancias, sin
duda tenemos un barco complejo que tripular para lograr vivir en paz, disfrutando de la
travesía junto a aquellos que queremos. La tarea implica todo un reto, pero la posibilidad
de lograrlo siempre está abierta. Conocer estas verdades no debe llevarnos al pesimismo
y a abandonar la lucha, sino a elegir las herramientas adecuadas para hacer frente a estos
climas sociales en los que nos ha tocado vivir.
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Estilo de capitanes
Por otro lado también influye en toda travesía la capacidad y el estilo de maniobra de
cada capitán. Todos tenemos un cierto temperamento con el que nacemos, y con la
educación recibida y las experiencias vividas vamos formando una personalidad propia
que nos lleva a estilos únicos de pensar, actuar y reaccionar ante diversas circunstancias.
Hay personas que tienen una gran capacidad para manejar situaciones peligrosas o
complicadas. Hay quienes suelen reaccionar con rabia donde otros lo hacen con
tranquilidad. Hay seres humanos más agresivos y unos que caen en el abismo de la
pasividad.
Independientemente de lo que nos toca vivir o la vida que nos toca tripular, el modo en
que lo hacemos determina mucho lo que sucede. “El dolor no destruye al hombre sino lo
hace la falta de sentido”.20
Manejar la propia vida, tener un trabajo que exige, mantener firme y sólida una relación
de pareja y encabezar la educación y formación de los hijos es en sí ya una empresa
complicada. Dependiendo del optimismo, los recursos intelectuales, la inteligencia
emocional y la fortaleza con que emprendamos la tarea, se definirán el rumbo y el éxito
de nuestra existencia.
Por eso, en el camino es importante no sólo educarse sino formarse, es decir, buscar
modelar la propia personalidad y el propio estilo de ver la vida para que éste sea
adecuado a la verdad e inspire la mayor seguridad y estabilidad posible a nuestro
alrededor.
Las brusquedades simplemente lastiman a todos. Por eso es importante tener un
programa serio de exigencia personal y revisar constantemente cuáles son nuestros
pensamientos, nuestros sentimientos y, por supuesto, nuestras actitudes ante las
exigencias de nuestro estado de vida.
Un capitán firme, responsable, previsor, seguro de su ruta, atento a las condiciones del
clima, que cuida su embarcación, que cuida de sí mismo e inspira confianza al tiempo
que atiende diligentemente a los suyos, sin duda llevará a puerto seguro su barca. En el
trayecto habrá momentos de duda, de miedo, de oscuridad. Habrá necesidad de reajustar
tácticas, modos, reglas y estrategias, pero se llegará a la meta.
Un capitán que, por otro lado, sea imprudente y arrebatado, poco decidido e
indisciplinado, cambiante de humor según soplen los vientos, poco previsor, poco amable
y poco amigo y solidario con los suyos fácilmente encallará en los bajos de la frialdad o
la indiferencia o se hundirá en las complicadas profundidades de las relaciones humanas.
Así que es importante dar mantenimiento a nuestro cuerpo, a nuestra mente y a nuestro
espíritu para estar preparados para afrontar con buen ánimo, entereza y serenidad las
tormentas, las corrientes y los cambios que la travesía nos exija.
De nuestra riqueza interior, de la seriedad con que busquemos ser mejores y de la
entrega con que intentemos servir a los nuestros se desprenderá el estilo de recorrido que
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hagamos. El nivel humano, ético y espiritual del capitán hace la gran diferencia.
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Tipos de tripulantes
El segundo al mando
Sin duda nosotros somos en relación con el otro. Es decir, las personas con quienes
interactuamos influyen fuertemente en lo que pensamos, en lo que decimos y en cómo
actuamos.
Cuando elegimos con quién compartir la vida se torna indispensable poner por un
momento los sentimientos de enamoramiento y pasión de lado para analizar con la mayor
inteligencia y objetividad posible las verdaderas características, virtudes, cualidades y
estilo de la persona.
Cuando estamos con alguien violento, el miedo o la intimidación entrarán en nuestro
propio estilo. Si se comparte la vida con una persona irresponsable por naturaleza o por
falta de formación, los problemas constantes serán parte de nuestra realidad cotidiana. Si
es alguien que no tiene sentido del deber o del honor, fácilmente atropellará nuestros
derechos y pisará nuestros sueños. Si es rencoroso, nos hará doblegarnos bajo el
sentimiento de culpa. Si es egoísta nos borrará de su vida, si es insensato nos hará
peligrar, si es mezquino nos va a herir profundamente.
No quiere decir que debamos encontrar a alguien perfecto para acompañar nuestra
travesía, pero existen ciertas cualidades indispensables para poder emprender el camino
con cierta tranquilidad. Valores y virtudes como la nobleza de espíritu, un sentido básico
de la responsabilidad, cierta estabilidad emocional, una no pobre calidad humana, un
sentido elemental de la moral, buena disposición de perdonar, adecuadas dosis alegría, de
lealtad, de fe y modales amables entre muchas otras hacen sin duda más fácil el camino.
Un capitán siempre requiere poder confiar plenamente en su segundo al mando que es
quien lo suple, lo aconseja, lo complementa, lo sostiene.
En la travesía de la vida, nadie puede hacer el recorrido totalmente solo, todos
necesitamos de otros que nos guíen y nos enseñen, que nos corrijan, nos apoyen y nos
sostengan, que nos ayuden a no perder el rumbo en momentos críticos y que nos
sustenten para que no lleguemos a desfallecer en situaciones complicadas o dolorosas.
Por eso se torna tan importante elegir con la mayor seriedad, inteligencia y madurez
posible junto a quién se navega y, entonces, hacer equipo, un equipo basado en la
confianza, en la virtud, en la búsqueda genuina de su bien, de nuestro bien, del bien
común.
Cuando el capitán descansa, duerme, enferma, falla o duda, será la capacidad de su
compañero lo que determinará el éxito de la navegación.
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El ingeniero
En un barco de cierta talla suele ir a bordo un ingeniero, una persona capacitada para
arreglar todo aquello que se estropea, para ajustar lo que se desajusta y para componer o
reponer lo que se desgaste.
En la propia vida y en el barco de nuestras relaciones personales debemos aprender a
ajustar, a corregir, a curar, a restablecer, a componer todo aquello que con el paso de los
años se va descomponiendo o desgastando. La mayoría de las veces son detalles que si
se atienden a tiempo no requieren de grandes costos o esfuerzos. Los seres humanos,
cuando queremos algo con suficiente verdad y cuando amamos a alguien con suficiente
fuerza, tenemos muchísimos recursos para ir ajustando y componiendo las cosas.
La capacidad de perdón, hablar sinceramente, pedir adecuadamente, dar
generosamente y recurrir al sentido del humor son herramientas que poseemos y que
debemos aprender a utilizar cuando algo en la relación se desgasta.
Es importante ser esos ingenieros de la propia vida que no esperan la explosión o la
ruptura para actuar, sino que constantemente están haciendo los ajustespertinentes.
Debemos vivir lubricando aquello que empieza a rechinar, apretando aquellas tuercas que
poco a poco se aflojan por uso o por descuido, puliendo aquellos raspones lógicos de la
vida cotidiana, calibrando las máquinas cuando la temperatura se torna demasiado alta o
demasiado baja.
Pero además, el ingeniero sabe discernir cuando un problema es grave: cuando el barco
debe detenerse o entrar al astillero, cuando se requieren refacciones o tecnología que él
no conoce o no tiene a su alcance, es un acto de inteligencia, de humildad y de amor a su
nave pedir ayuda externa.
Así nosotros en la travesía de la vida, si en algún momento sentimos que el desgaste, el
problema o la situación rebasa nuestra capacidad de ajuste, debemos pedir ayuda,
consejo, aprender algo nuevo o ir con quien tiene la capacidad de ayudarnos.
Entre más sofisticado y grande sea un barco mayor mantenimiento y cuidados finos
requiere. No hay algo más sagrado que un matrimonio y una familia, así que no es de
importancia menor estar pendientes del estado de ánimo, del estado espiritual, físico y
moral de nuestra embarcación y sus pasajeros. No es tarea de poca trascendencia dar
mantenimiento a nuestras ideas, actitudes, sentimientos y corazón.
De los cuidados constantes a nosotros mismos y a los que navegan sus vidas a nuestro
lado dependerá lograr llegar juntos, felices y seguros al puerto de destino final.
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Los asistentes
Como se mencionó anteriormente, todos necesitamos de otros para andar la propia vida.
Nacemos totalmente indefensos e incapaces de sobrevivir. Todo lo que sabemos y
hacemos lo hemos ido aprendiendo de alguien, todo lo que somos es resultado de nuestra
interacción con otras personas, cuyo paso por nuestra vida deja huellas, en veces
positivas, en veces negativas, pero que se convierten en marcas indelebles en nuestra
persona y en nuestra personalidad.
Por eso, es importante apreciar la riqueza que existe en los demás para poder
enriquecernos con la misma. Por eso es importante elegir de qué personas rodeamos la
propia vida.
¡Una buena amistad es bálsamo, es contento, es salvación! Una mala amistad puede
constituir la piedra angular de nuestro infortunio.
Saber elegir a los acompañantes de la vida es crucial. No es algo accesorio sino algo
fundamental y serio. Quienes nos acompañan forman parte del ambiente en el que
vivimos y sus vicios o virtudes enriquecerán o empobrecerán de manera significante
nuestra existencia.
El contar con buenos amigos, leales, entregados, personas a quienes tus causas
emocionan y tus dolores hieren es un tesoro invaluable que no sólo se encuentra sino que
hay que construir y custodiar.
Fomentar amistades que te sostienen y cuyas vidas te inspiran no puede resultar más
que en un bien. Mantener cercanos y sanos los lazos familiares equivale a navegar con
botes salvavidas, pues una familia unida (no perfecta) es sin duda y, de eso tratarán todas
y cada una de las páginas de este libro, el mayor de los privilegios a los que un ser
humano puede aspirar. Por eso es importante cuidar y procurar la cercanía de quienes
son un bien en nuestro camino.
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Los pasajeros
Cuando una pareja tiene hijos, queda claro que los niños nacen con unos papás a quienes
no pudieron elegir, sin embargo nacen a bordo de esa embarcación, nacen inmersos de
manera natural en esa relación.
De la genética, carácter, temperamento y estilo de educación de los papás, y de la
calidad de la relación misma y del cariño verdadero y el respeto sincero que en ella se dé,
dependerá mucho la felicidad y el bienestar de los menores. Ellos se convierten, por el
simple hecho de nacer de determinada pareja, en los pasajeros que navegan –por lo
menos su infancia y juventud– en el barco de sus padres.
Es importante pensar en ellos, en su seguridad, en su necesidad de estabilidad, cuidados
y cariño. Es importante alimentarlos en lo físico, pero de igual importancia es alimentar
sus mentes y sus almas. Nosotros somos los primeros y únicos responsables de que
cuenten con lo necesario para salir adelante, de que reciban nutrientes sanos mientras
crecen, maduran y pueden emprender su propia ruta. Nosotros estamos a cargo de crear
circunstancias lo más favorables posible por su bien. “Nada más importante que ese rol
social, mental, espiritual”.21
Somos los padres los que solemos dictar las rutas y somos nosotros quieres debemos
trazar las coordenadas de cómo serán educados y formados. Su propia libertad tendrá al
final la última palabra, pero la libertad también se puede iluminar y formar en la
búsqueda genuina de su bien.
Sin duda sus propios estilos y temperamento harán más fácil o compleja la tarea.
También es cierto que factores como la salud, nuestras propias limitaciones y las de ellos
pueden crear circunstancias complejas, sin embargo mantener el timón firme en las
tormentas logrará llevar de manera segura a la embarcación, o sea, a la familia con sus
integrantes hacia el puerto de arribo.
 
Notas
15 Sánchez, Cipriano, L .C ., La soledad en la juventud, conferencia. México, 2003.
16 Conde, Gloria, Mujer nueva. Ell@s. Hay una pequeña diferencia. Trillas, México. 2000.
17 Soto, Pilar, Los peligros de ser padre amigo, El Mercurio, Chile, 2009.
18 Bauman, Zygmunt, Relaciones líquidas, Fondo de Cultura económica, 2004.
19 Goleman, Daniel, La inteligencia emocional, Kairós, Argentina, 2010.
20 Santos, Rafaela, Levantarse y luchar, Penguin Random House, Madrid, 2014.
21 Stephen R ., Covey, Los 7 hábitos de la familia altamente efectiva. Florida, 2007.
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Capítulo 4
Tipos de mares
Existen diferentes tipos de aguas y mares que de acuerdo con sus latitudes y
características propias hacen más sencilla y agradable o más complicada y compleja la
navegación.
Algunos son dificultosos, incluso peligrosos mientras que otros son apacibles. A lo largo
de nuestra vida tendremos que recorrer por momentos, en diferentes estaciones de la
vida o temporadas, los unos y los otros. Esto requiere estar alerta, estar concentrado y
atento a los signos del tiempo, a los indicios de los radares y a los avisos de los puertos
para evitar entrar desprevenidos en olajes peligrosos o en corrientes que fácilmente nos
pueden llevar a extraviarnos.
Para esto es importante reflexionar, observar y escuchar a quienes nos rodean, a
nuestro corazón para ver qué está sintiendo y a nuestros pensamientos a ver qué nos
están avisando.
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Aguas aburridas y tediosas
Con el paso del tiempo, las relaciones de pareja y las relaciones familiares o personales
en general pueden llegar a volverse tediosas, aburridas, sin alegría ni emoción.
La rutina mal manejada suele llevarnos en una cómoda corriente que, si bien no es
perceptible o percibida como peligrosa, poco a poco por medio de la tibieza o la
indiferencia nos arrastra desviándonos del rumbo hasta dejarnos náufragos o a la deriva
en nuestras relaciones personales y en nuestros objetivos de vida.
Bien se ha dicho que lo contrario al amor no es el odio sino la indiferencia, y no es
difícil caer en esas redes de la costumbre que van asfixiando y matando lentamente una
relación. Por costumbre se entiende habituarse a tener al otro junto dejando de apreciar y
agradecer el hecho de tenerlo vivo, de tenerlo cerca.
Cuando ya no nos alegramos ni sorprendemos por su existencia, cuando damos por
sentado que ahí está y estará siempre, cuando su presencia deja de ser motor que añade
sentido e inspiración a nuestra vida, las redes del tedio, la mediocridad y la costumbre
tejen sus mallas llevándonos poco a poco a perder la ilusión, a dejar morir el amor.
El que no existan pleitos y discusiones no es signo de salud en una relación. Cuando se
ama a alguien se le da y se le pide, se le dice aquello con lo que uno no está de acuerdo,
se le busca convencer, se le reclama cuando se siente uno injustamente tratado. No
discutimos ni tenemos diferencias con quienes no nos importan, con quienes nos da igual
lo que piensen, digan, hagan o sientan. Cuando nos interesamos por alguien es normal
tener que estar ajustando

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