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Todos tuyos! - Roberto Carelli

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Colección
CUADERNOS DE MARÍA AUXILIADORA
1. ADMA. Asociación de María Auxiliadora. Pier Luigi Cameroni
2. Maravillas de la Madre de Dios. San Juan Bosco
3. ¡Ave, María Auxiliadora! Pier Luigi Cameroni
4. «¡Todos tuyos!» Roberto Carelli
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Título de la obra original italiana: «Tutti tuoi!». L’ Affidamento A Maria
© 2010. Editrice ELLEDICI. 10096 Leumann, Turín.
Traducción: Miguel Herrero Martín sdb.
Página web de EDITORIAL CCS: www.editorialccs.com
© 2010. Editrice ELLEDICI. 10096 Leumann, Turín
© 2014. EDITORIAL CCS, Alcalá, 166 / 28028 MADRID
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o
transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de
sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro
Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o
escanear algún fragmento de esta obra.
Diseño de portada: Olga R. Gambarte
ISBN (pdf): 978-84-9023-831-8
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http://www.editorialccs.com
http://www.cedro.org
Presentación
Con mucha alegría presento el tercer «Cuaderno de María Auxiliadora», dedicado a uno
de los temas más importantes de la mariología: el abandono en la Madre de Dios.
Ante todo deseo manifestar, también en nombre del Consejo de Presidencia de la
ADMA de Turín-Valdocco, mi sentido agradecimiento a don Roberto Carelli, profesor
de teología en el estudiantado teológico salesiano de Turín-Crocetta, por su
disponibilidad y por el empeño que ha puesto en la redacción de este trabajo. Es una
aportación que marca un salto de cualidad en esta colección: en efecto, es el primer
cuaderno que posee un específico valor teológico-espiritual sobre el papel de María
Santísima en la economía de la salvación, particularmente sobre su mediación maternal.
Nacido de la exigencia inmediata de ofrecer un subsidio para preparar el gran
acontecimiento que para la Familia Salesiana fue el VI Congreso Internacional de María
Auxiliadora, que se celebró junto al santuario de la Virgen Negra de Czestochowa
(Polonia) en agosto de 2011, va a ser una ayuda preciosa para profundizar en el
significado más hondo de vivir la vida cristiana en unión con María. María, la primera
que acogió y llevó el anuncio de la salvación, nos enseña y nos guía para realizar nuestra
vocación común de personas y de grupos que han encontrado al Crucificado-Resucitado
y lo anuncian con gozo y fidelidad. De ella aprendemos que la profundidad de la
experiencia de Dios es la raíz de la misión y que la vía primera y principal para la
evangelización es el testimonio de nuestra fe.
Se nos presenta un camino de conocimiento, de oración y de imitación de María,
que nos ayudará a dar testimonio con nuestra vida de que somos de María, que le
pertenecemos; sobre todo nos propondrá la necesidad de este abandono en María, en un
tiempo en que el poder seductor y las trampas engañosas del enemigo son
particularmente fuertes y agresivos. El abandono en María nos ayuda a vivir de manera
consciente y con determinación la gracia del bautismo, el compromiso de decidirnos por
Dios y la renuncia al pecado y al mal. Su ayuda nos protege del mal y nos guía por el
camino del bien, para que seamos, cada día más, instrumentos de paz y de amor, en un
8
mundo atormentado por el odio y la violencia.
Con el fin el valorar sapiencialmente este precioso opúsculo, invito a leer con
atención la introducción escrita por el mismo don Roberto Carelli, en la que nos ofrece
las coordenadas de contenido y metodológicas para apreciar y utilizar mejor el presente
trabajo.
Que María Auxiliadora bendiga este trabajo y nos ayude a promover su devoción
con tenacidad apostólica y con filial pasión.
DON PIERLUIGUI CAMERONI
Animador Espiritual ADMA
9
Introducción
Este pequeño libro ofrece un itinerario formativo dedicado por entero a María. Ha sido
escrito para hacer conocer, apreciar y profundizar en la realidad y la verdad, la
hermosura y la conveniencia del abandono en María, el hecho espiritual con el que los
creyentes reconocen a María como Madre y la acogen como hijos. Es una gracia
verdaderamente especial, porque María, madre de la Gracia, nos engendra y nos educa
para la vida de gracia y es la primera mediadora de todas las gracias.
En este itinerario nos van a acompañar los preciosos tesoros de la Escritura y la
Liturgia, el magisterio de la Iglesia y de los santos, la sabiduría de los padres antiguos y
de los teólogos medievales, de los maestro modernos y contemporáneos. Testimonios
todos ellos de la convicción cristiana de que el abandono en María pertenece a la fe en
Jesús y que el don de la Madre es un don que nos viene del hijo.
Los distintos capítulos están presentados como catequesis espirituales, y se ofrecen
como material para la predicación, la instrucción y la meditación. Cada catequesis
contiene dos o tres ideas principales y numerosos puntos de reflexión que han de ser
valorados de acuerdo con las exigencias del auditorio y a discreción de los lectores. Las
meditaciones están en armonía con el calendario litúrgico a partir del mes de septiembre.
Al término de cada meditación se ofrecen un par de puntos para la contemplación y la
conversión personal, así como una propuesta de oración en torno al tema desarrollado.
1. La fe y el abandono
El abandono a María hunde sus raíces en el corazón mismo de la Revelación. Jamás nos
asombraremos suficientemente de que en el Calvario, donde María fue entregada a la
Iglesia y la Iglesia a María, Jesús, a la vez que se nos daba a sí mismo, nos ha dado
también a su Madre: esto quiere decir que el Señor nos ofrece no solo la gracia, sino
también la capacidad de acogerla; que en el acto de la redención resuena no solo el sí de
10
Dios al hombre, sino también ¡el sí del hombre a Dios! Al hacer a su madre nuestra
madre, Jesús nos lo da completamente todo: ¡Lo que Él es y lo que tiene de más querido!
Con frecuencia se nos recuerda que María nos atrae hacia sí para llevarnos a Jesús;
menos frecuentemente se pone en evidencia que Jesús nos atrae hacia sí entregándonos a
María. Comprender el abandono en María es acoger y escuchar un deseo que es tanto del
corazón de Jesús como del corazón de María, es aprender a conocer y a amar como la ha
conocido y la ha amado Jesús, es aprender a conocer y a amar a Jesús como lo ha
conocido y amado María. No tenemos nada que temer: ¡La mediación de María favorece
que nuestra relación con Jesús sea inmediata! Y esto porque «la única mediación del
Redentor no excluye sino que suscita en sus creaturas una múltiple cooperación que
participa de la fuente única» (LG 62), y porque María, “habiendo entrado íntimamente
en la historia de la salvación, en cierta manera une en sí y refleja las más grandes
exigencias de la fe» (LG 65). La Iglesia es plenamente conocedora de esta insuperable e
insustituible mediación de la gracia y por esto «no duda en reconocerla abiertamente, la
experimenta continuamente y la recomienda al corazón de los fieles» (LG 62).
María es Madre digna en grado máximo de nuestra entrega también porque su
itinerario de fe está construido con entregas desde el principio hasta el fin: desde cuando
le fue entregado el Hijo hasta cuando le fuimos entregados nosotros como hijos, María
ha vivido de modo del todo ejemplar ese cúmulo de acontecimientos y de esperas, de
palabras y de silencios, de alegrías y de dolores que la han hecho profundamente sabia
en las cosas de Dios y en las cosas de los hombres. Por eso abandonarse en María
significa participar de su mirada singularmente conocedora de los orígenes y de los
destinos, de la fuerza y de la fragilidad del bien, de la violencia y de la inconsistencia del
mal, de la verdad de los afectos y de los alejamientos, de las exigencias de la intimidad y
del respeto, de la necesidad absoluta de hacer de la voluntad de Dios nuestra propia
voluntad.
Don Bosco, que se acercaba a la realidad con una mirada a la vez operativa y
contemplativa, se veía profundamente inspirado y guiado por María, y a ella le atribuía
la fecundidadvisible de su obra. Su devoción ciertamente no carecía de motivos. Los
testimonios de su afecto a María nos convencen de que la devoción mariana no es un
elemento decorativo de la fe, sino un elemento constitutivo. Balthasar, el gran teólogo
suizo que más que ningún otro ha resaltado el principio mariano de la Iglesia, afirma
rotundamente que «el elemento mariano es el único modo correcto de colocarse ante el
misterio de Dios»1, y el abandono en María es el vértice, el punto de maduración
máxima.
Don Viganò, Rector Mayor de los Salesianos a quien debemos preciosas
aportaciones sobre la devoción mariana, dice precisamente que «la dimensión mariana
11
de la vida de un discípulo de Cristo se manifiesta de modo especial por medio de dicha
entrega filial a la Madre de Dios»2. Sobre este punto es obligatorio hacer referencia a las
enseñanzas de san Luis María Grignion de Montfort, el gran maestro de la entrega a
María, que hablaba de conformarnos a Jesús mediante la conformación con María:
Siendo María de todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, se sigue que de todas las
devociones, la que más conforma y consagra un alma a Jesucristo es la devoción a María, su
Santísima Madre, y que cuanto más consagrada este un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo
estará a Jesucristo3.
El itinerario que aquí proponemos nos ayudará a madurar en el convencimiento de
que el abandono en María no se puede reducir a una devoción marginal con respecto a
los grandes temas de la fe, sino que es parte integrante del dinamismo concreto de la fe.
Lo expresa bien el padre Livio Fanzaga:
El abandono en María, si no se profundiza a la luz del misterio de la salvación, corre peligro de que
se entienda como una clase de entrega en la que faltan los vínculos profundos de la generación. El
abandono, antes que un acto devocional, es el reconocimiento de un vínculo irrompible de
pertenencia4.
2. El nuevo Adán y la nueva Eva
En nuestro recorrido encontraremos numerosas ocasiones para entender a fondo la
necesidad de no reducir el lazo de unión entre Jesús y María a un elemental dato de
hecho, sino verlo como el lazo de unión decisivo para nuestra vida de fe, para una recta
visión del cristianismo, para crecer en la vida de la gracia, para elaborar itinerarios de
catequesis y para una acción pastoral inspirada en la tarea de la nueva evangelización. La
profundidad de este lazo que une a Jesús y a María y su relevancia para nuestra vida
están muy bien expresadas en la introducción de la Encíclica Marialis Cultus, en la que
se resalta la posición específica de María entre Cristo y la Iglesia.
La reflexión de la Iglesia contemporánea sobre el misterio de Cristo y sobre su propia naturaleza la
ha llevado a encontrar, como raíz del primero y como coronación de la segunda, la misma figura de
mujer: la Virgen María, Madre precisamente de Cristo y Madre de la Iglesia… Un mejor
conocimiento de la misión de María se ha transformado en gozosa veneración hacia Ella y en
adorante respeto hacía el sabio designio de Dios, que ha colocado en su Familia —la Iglesia—,
como en todo hogar doméstico, la figura de una mujer, que calladamente y en espíritu de servicio
vela por ella y «protege benignamente su camino hacia la Patria, hasta que llegue el día glorioso del
Señor» (pref. Misa de María Virgen, Madre de la Iglesia).
Colocándose en el cruce de caminos entre Dios y el hombre, entre la Antigua y la
Nueva Alianza, entre Cristo y la Iglesia, María es, al mismo tiempo, el camino de Dios
hacia el hombre y el camino del hombre hacia Dios, y por eso la tendencia a devaluar la
12
dimensión mariana de la fe no ayuda a la fe misma. Si se pierde a María, se corre el
peligro de perder a Jesús. Con justicia se ha observado que:
No pocos cristianos se escandalizan hoy de Jesucristo y lo reducen a una dimensión puramente
humana porque no han querido volverse hacia María. Quienes consideran a María nada más que
como una simple mujer, reducen también a Cristo a un simple hombre, y el que se avergüenza de
María termina por avergonzarse también de Jesús5.
Esta advertencia estaba ya muy presente en la doctrina de Montfort, profundamente
consciente del irreducible enfrentamiento que, desde el origen hasta la consumación de
los tiempos, tiene lugar entre Eva y la Serpiente (Gén 3), entre la Mujer y el Dragón (Ap
8):
Así como un falso acuñador de moneda no falsifica ordinariamente más que el oro o la plata, y muy
raras veces los otros metales, porque no valen la pena, del mismo modo el maligno espíritu no
falsifica las otras devociones tanto como las de Jesús y María, la devoción a la sagrada comunión y
la devoción a la Santísima Virgen; porque estas son, entre las demás devociones, lo que el oro y la
plata entre los metales6.
3. La Eucaristía y María
La consideración de la íntima unión que existe entre la fe en Jesús y el abandono en
María será una buena ocasión para profundizar en el espíritu de Don Bosco, quien veía
en el estrecho lazo entre vida eucarística y devoción mariana «las dos columnas» sobre
las que se apoya la Iglesia y sobre las que descansa todo edificio espiritual y toda
empresa educativa. Preguntado por el papa Pío IX sobre las dificultades de los tiempos,
Don Bosco respondió resueltamente:
Vuestra Santidad secunde la gran inspiración que Dios sugiere a su corazón proclamando por todas
partes la veneración al Santísimo Sacramento y la devoción a la Virgen Bienaventurada, que son las
dos áncoras de salvación para la pobre humanidad7.
Y dirigiéndose con todo afecto a sus muchachos de Mirabello, una de sus primeras
casas, el santo les decía:
Creedlo, mis queridos amigos, pienso no exagerar asegurando que la comunión frecuente es una
gran columna sobre la cual se apoya un polo del mundo; y que la devoción a la Virgen es otra
columna sobre la que se apoya el otro polo8.
En particular, en la Familia Salesiana, la Asociación de María Auxiliadora (ADMA)
fue fundada por Don Bosco, según sus mismas palabras, para «promover la veneración
al Santísimo Sacramento y la devoción a María, Auxilio de los cristianos»9.
13
4. ¿Abandono o consagración?
Hoy se habla de «abandono» en María, mas para expresar la importancia que este acto ha
tenido siempre en la vida de la Iglesia, digamos que en el pasado se empleaba el término
más comprometido de «consagración». Digamos, ante todo, que la riqueza de significado
de ambos términos en todo caso es muy grande. En el curso de la historia cristiana, el
acto de consagración/abandono en María ha tenido siempre todas las dimensiones y los
matices de los términos «vasallaje, amor caballeresco, esclavitud de amor, ofrecimiento,
patronato, acogida»10. Además, se dice que «abandonarse» es el término que se utiliza
para expresar mayor intensidad que fiarse y que confiar. De Fiores, el conocido
mariólogo italiano, lo explica así:
En el uso actual se recurre al lenguaje del abandono para expresar la confianza que nos mueve a
entregar algo o a alguien en custodia o en poder de una persona en la que se confía… Fiarse expresa
con frecuencia la entera confianza, pero abandonarse es el acto y la prueba exterior de aquella y tal
vez, por eso mismo, expresa aún mayor confianza11.
En cuanto a la preferencia expresada por Juan Pablo II por el término «abandono»
en lugar «consagración», De Fiores lo interpreta como signo de la diferencia que existe
entre los actos que se refieren directamente a Dios y los que se dirigen inmediatamente a
la Madre de Dios:
La consagración a María no se puede entender como una consagración paralela o en competencia
con la consagración a Dios, porque se deriva de ella y tiene su punto final en ella, ni tampoco se
puede considerar idéntica a la consagración que es debida a Dios en cuanto que reconoce el nivel de
criatura de María, pero tampoco se puede clasificar solo como funcional, lo que reduciría a María a
un simple medio e instrumento en el plano de la salvación12.
La mejor explicación es la que ofreció don Viganò precisamente con ocasión del
Acto de Abandono en María de todala Familia Salesiana en 1984. En ese contexto, el
Rector Mayor de los Salesianos antes de proceder a la explicación del «abandono»,
llamaba la atención sobre el significado incontestablemente válido de la tradición que
hablaba de «consagración», o también de «esclavitud», y recordaba cómo esta práctica
había sido siempre muy familiar en las casas de Don Bosco. Presentamos algún pasaje:
Algún santo habla también de «servidumbre» o «esclavitud materna», no tanto para frenar o borrar
la iniciativa de la libertad, cuanto para indicar con incisiva expresividad el significado de pertenencia
total (totus tuus) como plenitud de amor y afirmación de libertad santificada. En nuestros noviciados
y en los centros de formación, este «sentido de pertenencia total a María» ha sido durante muchos
años una práctica plenamente libre, pero casi ordinaria y común…
El papa Juan Pablo II, ha favorecido el empleo de otro vocablo, «abandono», para indicar mejor la
relación de afecto, de donación, de ponerse a disposición, de pertenencia, de libre servidumbre y de
confianza y apoyo…
14
No se trata únicamente de un cambio de palabra, sino de profundización en el concepto. Para el
Vaticano II, la «consagración» es un acto realizado por Dios. Es un dinamismo que desciende de lo
alto para sellar un proyecto divino asignado al que es llamado. El hombre es «consagrado» por Dios
a través de la Iglesia… Para comprender esta diferencia de dinamismos: el uno desciende (la
consagración) y el otro asciende (la oblación de sí)...
El acto de abandono no crea nuevas relaciones de consagración, sino que renueva, profundiza,
asegura y hace fructificar las que ya existen descubriendo sus vínculos ocultos con María, esposa del
Espíritu Santo y Madre de la Iglesia… Es como cuando el hijo crece y alcanza un uso de razón más
maduro: las relaciones con su madre deberían hacerse más personales, más conscientes y, por ello
mismo, más estables y profundas13.
5. ¡Fortalecer la entrega!
Estas son las etapas del itinerario que proponemos:
1. Ante todo, consideraremos como fundamento del abandono en María el lazo
que existe entre Jesús y su Madre. Nos detendremos en la unidad (septiembre),
en la reciprocidad (octubre) y en la totalidad de su relación (noviembre).
Veremos cómo María tiene con Jesús el lazo más íntimo en más grato y el más
puro que puede existir entre Dios y el hombre, entre Cristo y la Iglesia, entre un
hijo y su madre: por esto es tan digna de entrega y por esto nos entregamos a
ella.
2. Luego trataremos de comprender cómo la misión maternal de María es la
característica que mejor cualifica nuestro abandono en ella. No es difícil
reconocer que aun en el plano creatural, la relación madre-hijo constituye la
fuente de toda confianza y la primera forma del abandono. Ahora bien, puesto
que el amor de la madre es un amor dulce, concreto y activo, nos detendremos
respectivamente en la ternura (diciembre), el sentido de lo concreto (enero) y la
solicitud (febrero) de las que María, Madre de Dios y Madre nuestra, está
dotada en sumo grado.
3. En los meses siguientes colocaremos en el centro de nuestra meditación el
acontecimiento y las consecuencias del gesto con el que Jesús nos dio a su
Madre como Madre nuestra. Contemplaremos a María al pie de la Cruz como
la que coopera de manera única en la redención (marzo) y precisamente por eso
la reconoceremos como Mediadora de la gracia (abril), como Auxiliadora de
los cristianos (mayo) y como Mujer eucarística (junio). Veremos cómo quien
se abandona a María, en virtud de su íntima participación en la Pascua,
consigue con mayor facilidad no solo ayuda y protección, gracias temporales y
espirituales, sino también, sobre todo, la capacidad de acoger con mayor fruto
la Gracia misma que es Jesús eucaristía, en quien se encuentra todo el bien de la
15
Iglesia.
¿Cómo utilizar estas páginas? Este librito está escrito para la formación y la
oración: hay que estudiarlo y hay que meditarlo. Ante todo ofrece material para un
encuentro de oración o un retiro mensual, pero además está hecho para alimentar y
acompañar la oración durante todo el mes. Pueden ayudarnos algunas recomendaciones:
1. Es importante tomarse todo el tiempo necesario, con espacios de silencio, con
momentos de oración personal. María es la Tota pulchra, la hija del rey que «es
toda ella esplendor, piedras preciosas y tejido de oro su vestido» (Sal 44,14),
un misterio de belleza que no se puede apreciar si nos acercamos a ella con
prisa.
2. Es bueno invocar al Espíritu Santo por medio de María, la Llena de gracia, y
luego pedir con confianza la gracia que cada vez se nos sugiere. El Espíritu es
la fuente de la oración, Él es quien nos hace comprender y gustar las cosas de
Dios, y María, la criatura más dócil al Espíritu, es Madre y Maestra espiritual.
3. No está bien leer todo de un tirón: es mejor leer poco, pero profundizando. Es
importante detenerse un largo rato, sin la preocupación por aprender cosas
nuevas, cuando nos demos cuenta de que hay un mensaje que el Señor nos
dirige personalmente a nosotros: en la oración no es lo más importante
entender, sino saborear.
4. Se recomienda acercarse solo a un párrafo cada vez: cada uno tiene su peso
específico, recoge las voces de la Escritura y de la Iglesia, de los santos, de los
doctores, voces todas ellas con una gran riqueza que comunicar a nuestra
inteligencia y a nuestro corazón. Conviene detenerse en la frase que más nos
dice, sin prisa para seguir adelante, acogiendo y gustando el mensaje, repitiendo
la frase varias veces, y luego preguntarse cuáles pueden ser las consecuencias
para nuestra vida personal. Si nos damos cuenta de que nos toca con una
intensidad particular o que nos invita a una conversión muy importante para
nuestra vida, podemos volver a leer el mismo párrafo varias veces, para que el
Espíritu pueda completar su obra y actuar con profundidad en nuestra alma.
5. Para el buen resultado de la oración, es importante terminar con un momento de
diálogo espontáneo, libre y sencillo con María, con Jesús, con Don Bosco,
sobre los temas que hemos meditado: así la oración adquiere más y más su justa
fisonomía, la de ser un verdadero encuentro personal por el que crece el
conocimiento y el amor entre nosotros y Dios, y se desarrolla una conciencia
verdaderamente filial en la que madurarán frutos de una vida nueva.
6. También es útil escribir algo que permanezca como una senda de nuestro
16
propio camino espiritual: lo podemos utilizar para confesarnos mejor, para
poner más en orden la dirección espiritual, para hacer una buena revisión de
vida.
Y ya solo nos queda entregárselo todo a María, también la entrega en la que vamos a
profundizar, sea que la estemos preparando o bien queramos renovarla. Entreguemos
ante todo lo que nos va a ser propuesto y lo que nos sea inspirado. Entreguemos todos
nuestros caminos de conversión y de santificación. Pongamos bajo la custodia y el
cuidado maternal de María nuestra fe personal, la fe de nuestras familias, la fe de los
adolescentes y jóvenes. Entreguemos también a María los tiempos tan difíciles que está
atravesando la Iglesia, las grandes cuestiones de la Paz en el mundo, de la familia, de la
emergencia educativa. Entreguemos también a la Auxiliadora la Familia Salesiana y sus
múltiples obras, y pidámosle el don de nuevas y santas vocaciones. Finalmente,
pidámosle a María que el camino que vamos a recorrer durante este año nos consiga la
gracia de conocerla mejor, amarla con mayor ternura, obedecerla más filialmente,
imitarla con mayor fidelidad, propagar más luminosamente su devoción.
DON ROBERTO CARELLI
Turín, 24 de mayo, 2010
17
1 H. U. von BALTHASAR, El Rosario, Editorial San Juan, Madrid 2007.
2 E. VIGANÒ, El año mariano, ACG 322 (1987) 3-29, 11.
3 L. M. GRIGNION DE MONTFORT, Tratado de la verdadera devoción [=VD], en Obras de San Luis
María Grignion de Montfort, BAC, Madrid 1954, p. 505.
4 L. FANZAGA, L’affidamento a Maria, Ares, Milano 2005, p. 48.
5 Ib., p. 63.
6 VD 495.
7 A Pío IX, 13 de febrero de1863, Em I, pp. 553-554, y 10 de marzo de 1863, Em, I, p. 569.
8 A los jóvenes del colegio de Mirabello, 20 de diciembre de 1863, Em I, p. 629.
9 SAN JUAN BOSCO, Proemio del Reglamento de la Asociación de María Auxiliadora, en J. Canals, San
Juan Bosco. Obras fundamentales, BAC, Madrid 1978, p. 771.
10 DON BERTETTO, L’affidamento a Maria, LAS, Roma 1984, p. 9.
11 S. DE FIORES, Affidamento, en id., Maria. Nuovissimo Dizionario I, EDB, Bologna 2006, 1-20. 12.
12 S. DE FIORES, Consacrazione, en id., Maria. Nuovissimo Dizionario I, pp. 359-413, 384.
13 E. VIGANÒ, Acto de abandono de la Congregación Salesiana en María Auxiliadora, Madre de la
Iglesia, ACS 309 (1983), pp. 3-23, passim.
18
1. Jesús y María son una sola cosa
Nos abandonamos en María para ir hasta Jesús. No hay ningún abandono más
conveniente que este, porque no existe ninguna criatura tan cercana a Jesús como María:
«En la santa Iglesia, María ocupa, después de Cristo, el puesto más alto y el más cercano
a nosotros» (LG 54). Ninguno conoce al Señor mejor que ella, ninguno lo ama más,
nadie comparte más profundamente sus deseos, nadie desea más eficazmente nuestra
salvación. María realiza plenamente la verdad cristiana de que cuanto más estamos en
comunión con Dios, nos acercamos más a los hombres. María nos atrae hacia sí para
acercarnos más a Dios, y nosotros nos abandonamos en ella para pertenecer más
profundamente a Dios. Es una cosa muy concreta: ¡Llamar a María es recibir como
respuesta a Dios! Y con Dios, toda clase de bienes, porque María es el seno humano de
toda fecundidad divina. Grignion de Montfort la ve como el eco perfecto de Dios:
María es toda ella relación a Dios, y me atrevo a llamarla la relación de Dios, pues solo existe con
respecto a Él, o el eco de Dios, ya que no dice ni repite otra cosa más que Dios. Si dices María, Ella
dice Dios.
… Cuando hemos encontrado a María y, por medio de ella, a Jesús, y por medio de Jesús, a Dios
Padre, hemos encontrado todo bien, dicen los santos. Y al decir esto, no se exceptúa nada: toda
gracia y amistad con Dios, toda seguridad contra los enemigos de Dios, toda verdad contra la
mentira, toda facilidad y victoria contra las dificultades para la salvación, toda dulzura y alegría en
las amarguras de la vida14.
Y puesto que todo el amor de Dios se concentra en la gracia del Hijo y en la acogida
fecunda de la Madre, el Nombre de María resuena siempre, y siempre debe resonar al
mismo tiempo que el de Jesús:
En el nombre de Jesús está toda nuestra salvación: ante Él se dobla toda rodilla en el cielo, en la
tierra y en el abismo. En tu providencia has querido que resuene en la boca de los fieles también el
nombre de María: el pueblo cristiano mira hacia ella como fulgida estrella, la invoca como Madre y
en los peligros recurre a Ella como seguro refugio (pref. Nombre de María).
El acorde perfecto que forman el Nombre de Jesús y el Nombre de María ha de
19
resonar en nuestro corazón, de modo que sus nombres, como admirablemente sugiere
Tomás de Kempis, sean objeto de un único amor:
Feliz el alma devota que tiene en esta vida a Jesús y a María como sus íntimos amigos: comensales
en la mesa, compañeros de viaje, rápidos para los apuros, consuelo en los sufrimientos, consejeros
en las dudas, socorro en los peligros y en el punto de muerte. Feliz el que se considera peregrino en
esta tierra y considera su máxima gloria tener como huéspedes a Jesús y a María en lo profundo de
su corazón15.
La unidad de Jesús y María, de sus Nombres, de su Gloria, es tan profunda, que la
contemplación de los místicos puede alcanzar cotas de verdadero vértigo. Escuchemos a
san Arnoldo de Brescia:
Si la carne de María no fue diversa de la de Jesús, «¿será posible que María no fuese asociada al
imperio de su hijo?». Y luego añade: «No solo es común entre el hijo y la madre la dignidad real,
sino que es también la misma»16.
Por todo esto, el primer paso de nuestro itinerario hacia el abandono en María será
contemplar la íntima unión que existe entre Jesús y María. Desarrollaremos tres ideas: 1.
Jesús y María son inseparables; 2. Donde esta María allí está también Jesús; 3.
Abandonarse en María es acoger a Jesús. Nuestro objetivo espiritual será hacer de Jesús
y de María un único amor, vencer toda autosuficiencia espiritual, tener la mirada fija en
Jesús, pero no solos, sino acompañados y educados por María, por los santos, en
comunión con la Iglesia terrena y la celestial.
1. Jesús y María son inseparables
Jesús y María no son separables. El uno vive en virtud del otro. ¡María es Madre de su
Creador, es Hija de su Hijo! La Madre le debe al Hijo su origen inmaculado, y el Hijo
debe a la Madre su naturaleza humana. Entre Jesús y María, misteriosamente, la
dependencia filial y la correspondencia nupcial son una sola cosa. No se puede pensar en
un vínculo más profundo: Montfort dice que «ellos están tan estrechamente unidos, que
el uno está todo en el otro: Jesús esta todo en María y María toda en Jesús… Sería más
fácil separar la luz del sol que a María de Jesús»17. Por consiguiente, es preciso pensar
en ellos siempre juntos, alejándonos de toda clase de separación: no pensaremos en
María ignorando a Jesús, ni pensaremos en Jesús ignorando a María, porque «el
cristianismo ha nacido con ellos, mejor aún, ha nacido de ellos»18.
Hagamos un poco de teología. Es preciso pensar que Jesús, la Gracia, la Iglesia, el
cristianismo jamás son objetos aislados, son siempre relaciones de amor, comprensibles,
desde la óptica de la alianza atestiguada por la Escritura y testimoniada por la Tradición:
Jesús no existe sin los lazos de los que proviene y que suscita Él mismo. Jesús se sitúa
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siempre en relación con los profetas y los apóstoles, con María Madre suya y María
Madre nuestra. En otras palabras, si el Hijo se encarna, se necesita entonces un pueblo
santo, y se requiere una madre santa: deben existir Israel, María, la Iglesia. Y esto porque
el hombre nunca existe de manera puramente individual, sino que siempre está dentro de
un entramado de relaciones que lo constituyen, lo preceden, lo acompañan. Desde el
punto de vista cristiano, decir «Cristo sí, Iglesia no» no tiene ningún sentido: es como
olvidar que Dios es Amor. Escuchemos a Balthasar:
Dios ha incluido en su diseño el asentimiento de María como un elemento indispensable.
Naturalmente todo su ser y su obrar están al servicio del Hijo. Él está en el centro. Pero no puede
existir un hombre aislado, sin el prójimo. Un hombre aislado es una contradicción en sí mismo… el
núcleo del sí mariano está en el centro del Hijo, pero sin desaparecer allí dentro: en ese sentido un
aut-aut (o…o) entre Cristo y María es igualmente imposible y absurdo como el aut-aut entre Cristo
cabeza y la Iglesia su cuerpo19.
Además es preciso considerar el hecho de que María, aun siendo obviamente
distinta de Jesús —¡la comunión de amor no suprime las distinciones, las promueve!—,
forma parte íntimamente del acontecimiento de Jesús como su condición, como su
morada y como su irradiación: como condición está el libre consentimiento de la
Esclava, como morada está el cuerpo de la Madre, como irradiación está la fecundidad
del Calvario, en el que Ella ofrece a su hijo y recibe a los hombres como hijos. En este
sentido, la mariología jamás podrá ser considerada, dice Balthasar, como «una capilla
lateral» de la doctrina católica, sino como un aspecto suyo central e irrenunciable. La
presencia de María en el acontecimiento de Jesús aclara, de una vez por todas, que la
gracia no humilla la libertad, sino que la exalta. Son notables las consecuencias para la
oración y para la vida cristiana: el primado de la gracia y el ejercicio de la libertad, la
iniciativa de Dios y la acción emprendedora del hombre, el abandono confiado y el
compromiso personal siempre son pensados y vividos al mismo tiempo.
No es una casualidad que numerosísimos exegetas y mariólogos señalen Gál 4,4-7
como el pasaje bíblico que expresa del modo más breve e incisivo lo específico del
cristianismo, es decir,el misterio de la encarnación. Aquí la «plenitud de los tiempos», el
momento de la historia en que se realiza el maravilloso intercambio entre el Hijo de Dios
que se hace hombre y el hombre que es hecho hijo de Dios, está puesto
significativamente «bajo el signo de la mujer» (Ratzinger):
Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió su Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la
ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois
hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que
ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Sobre la importancia de la intimidad entre Jesús y María, sobre todo de la
interioridad de María con respecto al acontecimiento de Jesús, y por ende de su
21
inseparabilidad, escuchemos las voces claras y apasionadas de los teólogos (Balthasar y
Galot) y de los santos (Bernardo y Alfonso):
Lo que aconteció entre el Hijo y la Madre forma el centro del acontecimiento salvífico… la Madre
debía formar con el Hijo un grupo inseparable… un principio único de mediación20.
La Madre y el Hijo forman un solo principio de eficacia salvífica, sin que sea preciso hacer
distinción entre la parte del uno y la parte de la otra21.
Es indudable que cuantas alabanzas proferimos en honor de la Virgen Madre le corresponden
igualmente al Hijo, y cuando honramos al Hijo, no nos apartamos de la gloria de la Madre22.
A propósito de las palabras: «Encontraron al niño con María su madre» (Mt 2,11), dice san
Buenaventura: «Jamás se hallará a Jesús sino con María y por medio de María»… Quien quiere el
fruto debe ir al árbol. Quien quiere a Jesús, debe ir a María, y quien encuentra a María ciertamente
encuentra también a Jesús23.
Particularmente profundas son las palabras de Adrienne von Speyr, gran mística
suiza, hija espiritual de Balthasar, su fuente teología. En una página densa y bellísima,
nos hace comprender cómo el acuerdo perfecto entre la iniciativa de Dios y el
consentimiento de María satisfacen tanto la exigencia de perfección del corazón divino,
como la exigencia de redención del corazón humano. El consentimiento inmaculado de
María, expresado en nombre de todos los hombres manchados por el pecado, aparece
como «un sí plenamente católico», como el sí que sostiene todo otro sí, el sí que hace de
Ella no solo el seno de Dios, sino también «la cuna de la cristiandad»:
Entre la pregunta de Dios y la respuesta del hombre, la disponibilidad del hombre y la respuesta de
Dios, existe una perfecta concatenación y al mismo tiempo una diferencia imposible de comprender,
en cuanto que el sí de Dios jamás será conseguido solamente por el sí humano; y por otro lado, el sí
del hombre solo se puede pensar si está incluido en el perfecto sí de la gracia divina… Cuando el
Señor establece una cosa, la respuesta de la Madre ya está contenida e inserta en designio. En María
el sí del hombre viene a estar tan perfectamente incluido en el sí divino, que esta circunstancia, como
una gracia suya particular, se extiende también a los santos y los hace capaces de ser, de manera
análoga, ya indiferentes ya devotos. Después de haber dado a Dios su consentimiento, también ellos
harán siempre cuanto requiere su misión en ese momento. Una porción de esta gracia mariana recae
sobre todos los cristianos: si han dado realmente su sí, el Señor les ofrece la gracia de su guía para su
vida en lo sucesivo»24.
Contemplar la unidad entre Jesús y María nos hace mucho bien: nos hace
comprender que nuestra salvación no es una sentencia unilateral de Dios, una empresa
solitaria del Hijo, una atracción irresistible del Espíritu, sino un acto de amor en el que el
cielo y la tierra se bendicen, se dan la aprobación, se obedecen, se pertenecen. La
consideración de la inseparabilidad del Señor y de la Señora nos ayuda a vivir la fe como
algo que es, a la vez, personal y eclesial, nunca solo un problema mío o solo una cosa de
los otros.
22
2. Sin la Madre se pierde al Hijo
La unidad entre Jesús y María es tan verdadera que negarla, como sucede cuando se
minusvalora el papel de María, tiene no pocas y no pequeñas consecuencias para la fe:
«Aquel que deshonra a la Madre, sin duda deshonra al Hijo» (Aelredo de Rivaulx). Este
peligro es más común de cuanto pueda parecer: ¿cuántos cristianos hacen de menos a
María, no la acogen como Madre? ¿Cuántos sostienen que con Jesús es suficiente y
hacen así superflua la solicitud de la Madre? ¿Cuántos se manifiestan muy preocupados
de que la devoción mariana oscurezca la adoración del Señor, como si el Señor no fuera
el primero en rendir honores a su Madre? Si no se reconoce a la Madre como la reconoce
ante todos el Hijo, serán inevitables los fallos también en la comprensión del Hijo. Lo
denunciaba en su tiempo Grignion de Montfort:
María ha permanecido desconocida hasta el presente, y esta es una de las razones por las que
Jesucristo no es todavía conocido como debe serlo25.
También el magisterio más reciente de la Iglesia ha intervenido muchas veces para
clarificar cómo la mediación de María no oscurece para nada nuestra relación inmediata
con el Señor. Apelando a la clásica expresión «a Jesús por María», la Exhortación
Apostólica Signum Magnum de Pablo VI dice:
No se turbe nuestra fe como si la intervención de una criatura en todo semejante a nosotros, menos
en el pecado, ofenda nuestra personal dignidad e impida la intimidad y la inmediación de nuestras
relaciones de adoración y de amistad con el Hijo de Dios. Reconozcamos más bien la bondad y el
amor de Dios Salvador, el cual, condescendiendo con nuestra miseria, tan lejana de su infinita
santidad, ha querido facilitar su imitación proponiéndonos el modelo de la persona humana de su
Madre (SM II, 2).
Expresiones semejantes y eficaces encontramos en la Constitución dogmática sobre
la Iglesia del Concilio Vaticano II:
La misión materna de María hacia los hombre de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única
mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia… de ella depende totalmente y de la misma
saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo (LG
60).
La Encíclica Marialis Cultus, por su parte, reclamando cómo la Encarnación del
Verbo y el origen de María son objeto de un único decreto divino, asegura positivamente
que el honor que se tributa a María se refleja directamente sobre Jesús. La devoción
mariana, por tanto…
… contribuirá a incrementar debido a Cristo mismo, porque según el perenne sentir de la Iglesia,
confirmado de manera autorizada en nuestros días, se atribuye al Señor lo que se ofrece como
servicio a la Esclava; de este modo redunda a favor del Hijo lo que es debido a la Madre y así recae
igualmente sobre el Rey el honor rendido como humilde tributo a la Reina (MC 25).
23
Se trata de un punto muy delicado para la cualidad católica de la fe: quitar a María
no es añadirle a Cristo, y exaltar las glorias de María no es devaluar la primacía de
Cristo. Muchos grandes autores espirituales y muchos grandes teólogos nos han
advertido de que una mirada auténticamente mariana no solo no perjudica la mirada
cristiana, sino que la garantiza en toda su pureza y riqueza. Escuchemos las palabras
apasionadas de san Alfonso y de Von Speyr:
Y séame permitido aquí hacer una breve digresión, para expresar un sentimiento muy arraigado en
mi alma. Cuando una sentencia redunda en honra y gloria de la Santísima Virgen, y tiene algún
sólido fundamento, y no es opuesta a la fe, ni contraria a los decretos de la Iglesia, ni está en abierta
oposición con la verdad, no sustentarla, y, lo que es peor todavía, combatirla, por la razón de que la
opinión contraria pueda ser también verdadera, rebela tenerse en poco la devoción a la Madre de
Dios26.
Aquellos que creen en Cristo y rechazan a la Madre, en realidad, le han quitado a su fe el principio
de la fecundidad. No saben hasta qué punto el Señor compromete al creyente en su procederempeñándolo e imponiéndole una corresponsabilidad. No saben que el Señor ha hecho de su Madre
la premisa de su acción redentora y con ella también a todos lo que cumplen la voluntad del Padre27.
Escuchemos ahora a Bouyer, Ratzinger y Balthasar, todos ellos concordes en
mostrar cómo la doctrina mariana asegura la verdad, la belleza y la fecundidad de toda la
doctrina cristiana, particularmente la que se refiere a Cristo y a su Iglesia:
La historia lo demuestra con claridad: un cristianismo que ya no quiere rendir a María el homenaje
que la Iglesia le rinde, es un cristianismo mutilado. Durante algún tiempo puede parecer que
conserva lo esencial porque custodia a Cristo, pero esta apariencia muy pronto se rebela ilusoria.
Una vez que se ha rechazado lo que su Madre tiene de única, el Cristo que creen custodiar no es otra
cosa que un Cristo desfigurado: Dios y la humanidad ya no se reúnen en Él28.
La mariología es el indicador para comprobar si se han colocado correctamente las pesas en la
balanza de la realidad cristiana… Que se exprese un sentido verdaderamente mariológico es la regla
para establecer si está presente por completo el contenido cristológico… en la mariología ha sido
defendida la cristología… La Iglesia no es un aparato, no es simplemente una institución: la Iglesia
es Mujer. Es viviente. La comprensión mariana de la Iglesia es el antídoto más fuerte y decisivo
frente a un concepto de Iglesia puramente organizativo o burocrático. Nosotros no podemos hacer la
Iglesia, nosotros debemos ser Iglesia… Y solamente siendo marianos llegamos a ser Iglesia. En los
orígenes, la Iglesia nació cuando brotó el «fiat» en el alma de María. Este ha sido el deseo más
profundo del Concilio: que la Iglesia se despierte en nuestras almas. María nos señala el camino29.
Sin la mariología el cristianismo amenaza con deshumanizarse sin advertirlo. La Iglesia resulta
funcionalística, sin alma, una fábrica febril incapaz de detenerse, dispersa en proyectos ruidosos…
Todo resulta polémico, crítico, áspero, plano y aburrido; mientras tanto, la gente se aleja en masa de
una Iglesia de esta clase… La maternidad virginal de María llena escondidamente el espacio entero
de la Iglesia, le suministra luz, calor, seguridad30.
Para quien desee profundizar, hay una página extraordinaria de Ratzinger, en la que
él explica muy bien cómo el elemento marianofemenino de la fe no puede ser puesto
24
entre paréntesis por ninguna razón: no solo pertenece íntimamente al acontecimiento
Jesús, sino que pertenece a la esencia íntima de Dios. Esto tiene muchas consecuencias
exegéticas y teológicas:
A Dios, al único, no le pertenece una diosa, sino, según la revelación que Él hace de sí mismo, le
pertenece la creatura elegida, le pertenece Israel, la Hija de Sión, la mujer. Omitir a la mujer en el
conjunto de la teología significa negar la creación y la elección, la historia de la salvación y, por
consiguiente, suprimir la revelación. En las mujeres de Israel, en las madres, en las mujeres
salvadoras, en su fecunda esterilidad se expresa, del modo más puro y más profundo, lo que es
creación y lo que es elección, lo que es Israel como pueblo de Dios… El ideal femenino es
imaginado, de un modo misterioso y velado, como ya en Dios mismo… La sophia nos remite al
Logos, a la Palabra, el fundamento de la sabiduría, pero también a la respuesta femenina que acoge
la sabiduría y le hace dar fruto. La eliminación en la mariología de los textos sapienciales tacha toda
una dimensión del hecho bíblico, del hecho cristiano… Negar o rechazar el elemento femenino en la
fe —por tanto, en concreto, el elemento mariano— desemboca en la negación de la creación y en la
negación de la realidad de la gracia, en una concepción de la actividad solitaria de Dios31.
Escuchemos finalmente el precioso testimonio de un gran papa mariano, Juan Pablo
II, que cuenta cómo en su juventud pasó de una actitud de desconfianza a una afirmación
convencida de la importancia de María, también y precisamente mirando a un
conocimiento verdadero y a un amor más profundo en sus encuentros con Jesús. Y esto,
gracias al maestro de la consagración a María, Grignion de Montfort:
En un primer momento me había parecido que debía apartarme un poco de la devoción mariana de
mi infancia, en favor del cristocentrismo. Gracias a san Luis Grignion de Montfort comprendí que la
verdadera devoción a la Madre de Dios es todo lo contrario: propiamente cristocéntrica; mejor, está
profundísimamente enraizada en el misterio trinitario de Dios… Cuando temía que mi devoción
mariana pudiera oscurecer a Cristo, tanto que le podía cerrar el paso, comprendí a la luz del tratado
de Grignion de Montfort, que realmente es todo lo contrario. Nuestra relación con la Madre de Dios
deriva, orgánicamente, de nuestra ligazón con el misterio de Cristo. No existe, por tanto, el problema
de que lo uno impida ver lo otro32.
La riqueza de todos estos testimonios confirma nuestra convicción de que mirar a
Jesús, comprender el cristianismo, vivir la fe prescindiendo de María nos expone a
malentendidos y errores. Por tanto, contemplemos a María como a la que «ha
comprendido» bien a Jesús: el cristianismo ha nacido de ella y ha florecido con ella.
3. Abandonarnos en María para acoger a Jesús
Para huir de todo equívoco en torno a la devoción mariana y caminar más expeditamente
en la vida cristiana, es preciso clarificar que abandonarse en María es ventajoso no
porque ella sea mejor que Dios, sino por dos motivos que se relacionan entre sí: por una
parte, la altura y la riqueza de los dones divinos que requieren corazones puros y
acogedores; por otra, la bajeza y la miseria de la condición humana, que exige desapego
25
de las cosas del mundo y elevación hacia las cosas de Dios.
En el plan de Dios, el hombre está destinado a la misma vida de Dios, pero a causa
del pecado no está en grado de acogerla solo con sus propias fuerzas. Aquí comienza el
papel de María. Para salvar el abismo entre la santidad del Creador y el pecado de las
criaturas, la historia de la salvación se presenta como un plano inclinado que
incesantemente se mueve del cielo a la tierra y de la tierra al cielo a través de numerosas
mediaciones. María está en el centro de esta oscilación y no solo por motivo de su
santidad, sino también por su feminidad. Dice Edith Stein que «la maternidad es la
forma femenina de la fe» y es una cosa que el mismo Jesús le entrega y a la que él se
entrega. Veámoslo con orden.
En primer lugar, prescindir de la mediación materna de María, que es humanamente
perfecta y es objeto de elección por parte de Dios, y buscar una comunicación directa
con el Señor, es ingenuo y poco humilde. Escuchemos las fuertes palabras de Fulberto de
Chartres y de Grignion de Montfort:
Acuérdate, Señora, de que en Bautismo he sido consagrado al Señor y he hecho profesión con mi
boca del nombre cristiano. Por desgracia no he cumplido todo lo que he prometido. Sin embargo, he
sido entregado y confiado a ti, por mi Señor, Dios vivo y verdadero. Salva tú a quien te ha sido
entregado y custodia a quien te ha sido confiado33.
Es más perfecto, porque es más humilde, no acercarnos a Dios por nosotros mismos sin tomar un
mediador… Para hacernos accesible su misericordia, nos ha provisto de poderosos intercesores para
con su grandeza. Pues bien, descuidar estos mediadores y acercarse directamente a la santidad
infinita sin recomendación alguna, es carecer de humildad, es carecer de respeto hacia un Dios tan
alto y tan santo34.
También Don Bosco, sin términos medios, ve en la consagración a María, por una
parte, algo necesario para la vida cristiana, porque «es casi imposible ir a Jesús si no se
va por medio de María» y, por otra, algo ventajoso, porque «para ser querido por María
es preciso honrar a Jesús». Lo había aprendido de Mamá Margarita quien se había
expresado así: «Cuando viniste al mundo te consagré a la Santísima Virgen; cuando
comenzaste tus estudios te recomendé la devoción a esta nuestra madre; ahora te digo
que seas suyo»35.En segundo lugar, el carácter maternal de la mediación mariana no es en ningún
modo superfluo, porque ninguna manera de acoger, de cuidar es humanamente más
grande que la de una madre. La actitud de una madre está inspirada en la dulzura y en la
firmeza, paciencia y misericordia, solicitud e indulgencia; la madre es presencia
premurosa y ternura que envuelve, es amor concreto e incondicional, capaz de una
expresividad radiante y de una íntima participación; cosas todas que ayudan a un hijo o a
una hija a dar sus propios pasos con confianza, sin sucumbir a las seducciones y a las
26
amenazas de la vida, al peso de las propias limitaciones, errores y pecados. Grignion se
muestra verdaderamente poético cuando describe la mediación maternal con que María
nos ofrece a Jesús de manera íntegra y gradual, atenta a las exigencias de Dios y, al
mismo tiempo, a la debilidad del hombre:
Esta alma no hallará sino a Dios solo, sin las criaturas, en esta amabilísima criatura; pero a Dios, al
par que infinitamente santo y sublime, infinitamente condescendiente y al alcance de nuestra
debilidad. Puesto que en todas partes está Dios, en todas, hasta en los infiernos, se le puede hallar;
pero no hay sitio en que la criatura encontrarle pueda tan cerca y tan al alcance de su debilidad como
en María, pues para eso bajó a ella. En todas partes es el pan de los fuertes y de los ángeles, pero en
María es el pan de los niños36.
Pero, ¿es que no tenemos necesidad de un mediador para con el mismo Mediador?... María es buena
y tierna y no hay nada en ella de austero ni de repulsivo ni aun de muy sublime y brillante, y, al
verla, no vemos otra cosa que nuestra pura naturaleza. Ella no es el sol que, por la viveza de sus
rayos, pudiera deslumbrarnos a causa de nuestra debilidad, sino que es bella y dulce como la luna, la
cual recibe su luz del sol y la templa para acomodarla a nuestro insignificante alcance; ella es tan
caritativa que no rechaza a nadie de los que reclaman su intercesión por muy pecadores que sean,
porque, como dicen los santos, jamás se ha oído decir desde que el mundo es mundo, que haya
alguno recurrido a la Santísima Virgen con confianza y perseverancia y haya sido desechado. Ella es
tan poderosa que nunca han sido rehusadas sus peticiones. No tiene más que presentarse ante su Hijo
para rogarle y al punto Él concede, al punto Él recibe, Él está siempre amorosamente vencido por las
entrañas, por los suspiros y por las súplicas de su queridísima Madre37.
Del mismo nivel místico, y tal vez superior, es la meditación de Von Speyr, que
resalta grandemente la cualidad femenina y materna de la mediación de la madre en la
obra del Hijo, y así da razón de cómo María no desaparece en el misterio del Hijo, ni se
le une de manera decorativa, ni lo completa como si le faltara algo, sino que en sus
encuentros se comporta con perfecta acogida, plena participación y actitud total de
servicio; como quien habiendo acogido plenamente al Señor, ahora, con la sagacidad de
una madre Santísima, sabe de manera inmejorable suscitar y educar para una acogida de
fe como la suya.
La maternidad corporal le confiere a María una maternidad espiritual ilimitada… con sus maneras
femeninas ella allana el camino por doquiera cuando un hombre se acerca a su Hijo o se empeña en
una búsqueda real, ya se trate de fe o de conversión o de vocación. Su intervención pasa casi
inadvertida, pues se desarrolla con las maneras propias de una madre, pero resulta sobremanera
eficaz. Ella realiza el enlace entre el pecador y su Hijo sin interponerse, por esto, entre ellos, como
una tercera presencia que de algún modo pudiera crear un obstáculo para ver al Hijo; ella, en
realidad, despeja el camino de todo lo que podría dificultar esta vista. Desde el momento en que ella
ha recorrido junto con el Hijo todos sus caminos, sabe también cuáles son los que conducen hasta Él;
conoce cada tramo, cada revuelta, está informada de las exigencias del Hijo, sabe de qué manera
pueden aparecer o aparecen realmente, y está en grado de hacerlas comprensibles. Con frecuencia,
ella actúa en la sombra o, en los momentos de descanso, poniendo a un lado las dificultades de lo
que aparece excesivamente difícil. Una persona tal vez ha entendido las exigencias del Señor y ve
cuál debería ser el paso siguiente que tendría que dar; ha recibido una explicación por parte de
alguien, tal vez de un sacerdote, o ha sido un libro el que le ha proporcionado aclaraciones o
27
probablemente la oración ha sido su intermediaria. Con todo, no encuentra ni un acceso ni un punto
de partida para poner en práctica sus planes. Las peticiones del Señor se presentan ante sus ojos con
el aspecto de una pared insalvable, del todo inesperada, que no sabe cómo afrontar. Tal vez por la
noche se adormece con la visión clara de lo que debería hacer: orar más o de otra manera,
controlarse en esto o en aquello, aceptar y convertir en propio este o aquel principio de fe, adquirir
como bien espiritual propio una parte de la tradición. Sin embargo, no ve ningún camino para
alcanzar estos fines, no sabe cómo hacer, no entrevé ningún lugar de paso que, partiendo de lo que
hasta ahora han sido sus puntos de vista, la conduzca hacia todo lo nuevo que tendría que aprender.
En este momento es la Madre la que interviene asumiendo la tarea de lograr ese sitio de paso y
hacerlo preciso y completo: una actuación de María que es todo un regalo. Lo que la noche
precedente parecía un problema, al día siguiente, al amanecer ya está resuelto y de manera tan
natural, que el efecto producido por la Madre resulta casi invisible… apenas percibe ella en un alma,
aunque nada más sea que una pequeñísima semejanza con su sí, entonces Ella se desliza dentro y
ayuda al alma a crecer para que esté dispuesta a desarrollar las tareas que su Hijo le pide. Es Él quien
en realidad obra la transformación, pero es la Madre quien ayuda a afrontar las dificultades que
podía tener esa persona cuando intenta comprender al hijo. Todo lo que hace Ella, respeta siempre y
solo las intenciones del Hijo y lo realiza de una manera discreta e inadvertida. La Madre guía, en
todo los sentido, a la conversión. Una fe tibia se vuelve más firme, una herejía deja de ser tal y se
convierte en credo católico, una vocación sin clarificar recibe de Dios una respuesta evidente: todo
esto tiene lugar en cuanto su sí penetra en el alma de aquella persona que el Señor le ha conducido
hasta Ella y presentado… cada edad recibe de Jesús a María como madre y no indistintamente, sino
según la relativa capacidad de comprensión. Al niño pequeño le ofrece una madre sumamente
defensora, protectora, mientras que al adulto le muestra a su madre investida de toda
responsabilidad, que asumió cuando pronunció su sí; a la persona madura le da a la mujer que lo ha
acompañado durante la vida; al moribundo, en cambio, a la mujer que tuvo al principio de niño, es
decir, la quinta esencia del sentimiento materno, hecho de benevolencia y de una infinita capacidad
de perdón38.
Entreguémonos, pues, a María para acercarnos a Jesús. Démosle a ella nuestros
corazones, con todos los deseos y los temores, las preguntas y las dudas, los impulsos y
las debilidades, en afecto sincero y el cansancio de la constancia. No tratemos de actuar
solos cuando se trata de buscar a Dios. También en la vida espiritual, como en la natural,
antes de nada tenemos que ser engendrados: ¡tenemos necesidad de una Madre!
Para la oración y la vida
Contemplo el rostro de Jesús y el de María, los abrazo con una única mirada y
me dejo abrazar por la mirada de ellos. Considero cómo en el Nombre de Jesús
resuena el Nombre de María y pienso que, a la obra de Jesús, mi redentor, ha
cooperado también María. ¡En su unidad se transparenta la naturaleza de Dios,
el Amor, y se transparenta el amor de Dios hacia nosotros!
¿Conozco, amo, invoco a María en toda necesidad de mi vida espiritual y
material? ¿Me doy cuenta de la importancia de María en los designios de Dios,
en el acontecimiento de Jesús, en la vida de laIglesia? ¿Me dirijo a ella para
28
llegar mejor a Jesús o prefiero ir solo? ¿Me confió a su intercesión, con el fin de
que mis peticiones sean purificadas y resulten atendidas?
Recemos en este mes por toda la Iglesia, para que profundice en el
conocimiento y en el reconocimiento en sus encuentros con María, ella que es
Origen y Modelo de la Iglesia, que en la Iglesia es Madre y Maestra, que
acompaña a quienes están en camino como poderosa Auxiliadora y que, en el
cielo, asunta en cuerpo y alma, es Signo de esperanza segura.
29
14 VD 500.
15 TOMASO DA KEMPIS, Imitazione di Maria, Progetto Editoriale Mariano, Vigodarsere 1999, p. 69.
16 SAN ALFONSO M. DE LIGORIO, Las glorias de María, Biblioteca Mariana 4, EDIBESA, Madrid
2002, p. 206.
17 VD 475.
18 L. FANZAGA, L’affidamento, p. 19.
19 H. U. von BALTHASAR, El Rosario, 77.
20 Ib., 10.
21 J. GALOT, Maria, la donna nell’opera di salvezza, PUG, Roma 1984, p. 223.
22 SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Homilías marianas, Biblioteca Mariana 3, EDIBESA, Madrid
2002, p. 132.
23 SAN ALFONSO M. LIGORIO, Las glorias de María, p. 332.
24 A. von SPEYR, L’ancella del Signore, Jaca Book, Milano 2001, p. 33.
25 VD 444.
26 SAN ALGONSO M. DE LIGORIO, Las glorias de María, p. 326.
27 A. von SPEYR, L’ancella del Signore, p. 166.
28 L. BOUYER, Le trône de la sagesse, en AA. VV., Maria. Testi teologici e spirituali del I al XX secolo,
Mondadori, Milano 2000, p. 1070.
29 J. RATZINGER, La figlia di Sion, Jaca Book, Milano 2005, p. 33.
30 H. U. von BALTHASAR, Punti fermi, Rusconi, Milano 1972, 130-131.
31 J. RATZINGER, La figlia di Sion, p. 23.
32 En S. DE FIORES, Consacrazione, p. 378.
33 En S. DE FIORES, Consacrazione, p. 364.
34 VD 487.
35 En D. BERTETTO, L’Affidamento, p. 87.
36 L. M. GRIGNION DE MONTFORT, El secreto de María [=SM], en Obras de San Luis María Grignion
de Montfort, BAC, Madrid 1954, p. 275.
37 VD 488.
38 A. von SPEYR, L’ancella del Signore, p. 163.
30
2. Jesús y María son el uno para el otro
Después de haber meditado sobre la unidad de Jesús y de María, dirigimos nuestra
atención sobre su reciprocidad. La unidad entre Jesús y María es efectivamente una
unidad de amor, un conocimiento mutuo, un servicio y una entrega recíprocos. Aquí
reside la razón fundamental del acto de abandono en María: nosotros los cristianos
amamos a María y nos abandonamos en ella, ante todo, porque Jesús mismo la ha amado
y se ha entregado a ella, y además porque María a su vez lo ha amado a él y se le ha
entregado.
El acto de abandono tiene raíces profundísimas, más aún, trinitarias. Jesús y María
viven de manera perfecta el dinamismo del amor que es el de existir el uno con el otro, el
uno para el otro, el uno en el otro, que es reconocimiento recíproco y entrega, servicio y
dedicación recíprocos, recíproca custodia y morada. En este sentido, la entrega no se
añade al amor, sino que pertenece al amor: cuando se ama, nos entregamos.
Bajo esta luz, el acto de abandono penetra en el corazón del ideal cristiano diseñado
por el mismo Jesús, que consiste en morar y obrar en Dios, y dejar que Dios more y
actué en nosotros. Esta «inhabitación» nos hace partícipes del amor de Dios, de su
alegría, de su fecundidad. Meditémoslo con detención:
Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea
que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros
somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa
que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí (Jn 17,21-23).
El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada…
Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi
Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y
vuestra alegría llegue a plenitud (Jn 15,5. 9-11).
En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre os lo dará. Hasta ahora no habíais
pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa (Jn 16,24).
31
Jesús y María son la perfecta realización de este ideal de unidad y de amor que nos
ha dejado Jesús en las palabras de su testamento: en efecto, María tiene su morada eterna
en el corazón del Hijo, y el Hijo encuentra su morada terrena en el corazón de María. Por
esto, no existe ninguna criatura más feliz que María, ninguna más fecunda que Ella, a
ninguna le ha sido concedido un poder mayor de intercesión.
El objeto de esta meditación, con el que se corresponde la gracia que vamos a pedir,
es vivir en la presencia y bajo la mirada de Jesús y de María, para aprender a mirar a
Jesús como lo mira María y mirar a María como la mira Jesús. Estos son los tres puntos
de la meditación. Nosotros nos abandonamos en María: 1. En la entrega de Dios; 2. En la
mirada de Jesús; 3. En la obediencia de la Madre y del Hijo.
1. En la entrega de Dios
Nosotros nos entregamos a María porque también Dios se ha entregado a Ella:
Conviene reconocer que, antes que nadie Dios mismo, el eterno Padre se entregó a la Virgen de
Nazaret, dándole a su propio Hijo en el misterio de la Encarnación… Dios, en el sublime
acontecimiento de la Encarnación del Hijo, se ha entregado al ministerio libre y activo de una mujer
(RM 39. 46).
María es el instrumento elegido del que se ha servido Dios para comunicarse con los
hombres: la ha hecho digna de nuestra entrega, revistiéndola de la gracia, la ha
encontrado digna por su fe, se ha entregado a Ella para revestir a su Verbo de nuestra
carne. María es el centro de toda entrega, porque es el vaso virginal, nupcial y materno
de toda gracia. En ella todo es acogido, custodiado, ofrecido del mejor de los modos.
Nosotros los hombres nos entregamos a Ella para nuestra santificación, porque Dios se
ha entregado a Ella para su Encarnación. Por tanto, si Dios ha encontrado a María digna
de entregarse a Ella, ¿cómo no lo va a ser para nosotros? Reflexiona Montfort:
Como la Santísima Virgen ha sido necesaria a Dios, es necesario decir que ella es aún más necesaria
a los hombres para llegar a su último fin.
No se trata de una necesidad provisional, que ha quedado ya para la historia, sino de
una necesidad permanente, inextinguible.
Habiendo querido Dios comenzar y acabar sus mayores obras por la Santísima Virgen desde que la
formó, hemos de creer que no cambiará su conducta en los siglos de los siglos.
Y todavía con más intensidad:
Este buen maestro no se ha desdeñado de encerrarse en el seno de la Santísima Virgen, como un
cautivo y esclavo de amor, y de estarle sometido y obediente durante treinta años. Aquí es, repito,
donde la mente humana se confunde apenas intenta reflexionar seriamente sobre esta conducta de la
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Sabiduría encarnada, que no ha querido, a pesar de que lo podía hacer, darse directamente a los
hombres sino por la Santísima Virgen… Esta Sabiduría infinita, que tenía un deseo inmenso de
glorificar a Dios Padre y de salvar a los hombres, no ha hallado medio más perfecto y breve para
hacerlo que someterse en todas las cosas a la Santísima Virgen39.
En este sentido, la conocida expresión según la cual «no puede tener a Dios por Padre
quien no tiene a la Iglesia por Madre» vale con mayor razón para nuestra relación con
María. Grignion de Montfort lo reclama expresamente, utilizando la analogía con la
generación natural:
Así como en el orden de la naturaleza es necesario que el niño tenga padre y madre, así en el orden
de la gracia es necesario que el verdadero hijo de la Iglesia tenga por Padre a Dios y a María por
Madre… así como en la generación natural y corporal hay un padre y una madre, de igual modo en
la generación sobrenatural y espiritual hay un padre que es Dios, y una madre que es María. Todos
los verdaderos hijos de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre, y quien
no tiene a María por Madre no puedetener a Dios por Padre40.
2. En la mirada de Jesús
Jesús y María son los mayores contemplativos de la historia. Más aún, son el
fundamento de toda contemplación cristiana. María ha sido partícipe de la vida de Jesús
desde la cuna al sepulcro, así ha sido sobre la tierra y lo será para siempre en el cielo. Lo
ha sido de una forma tan particularmente intensa, que es el lazo de amor entre una madre
y su hijo, y con la profundidad extrema de quien primero supo acogerlo y después
perderlo, engendrarlo y sacrificarlo, sin ninguna reserva y sin ninguna protección. En
Jesús, María ha visto al más hermoso entre los hijos de los hombres —¡y era su hijo!—
y Jesús ha visto en María a la que es bendita entre todas la mujeres —¡y era su madre!
—. La mirada cristiana toma su origen y savia de estas dos miradas:
La Iglesia desde el primer momento miró a María a través de Jesús, como miró a Jesús a través de
María (RM 26).
Por eso, quien se entrega a María la recibe como un regalo de Jesús, y recibe
también el regalo de su mirada sobre Jesús: «Se puede decir que a quien se esfuerza por
conocerla y amarla, el mismo Cristo lo presenta a su Madre, como hizo en el Calvario
con su discípulo Juan» (Juan Pablo II). Evidentemente, cuando decimos «mirada» no
entendemos simplemente visión, sino la percepción profunda de una completa
reciprocidad de amor, la reciprocidad del amor de Dios. Se trata de un conocimiento
recíproco muy íntimo que nace del hecho de que María, como morada humana del Hijo,
ha vivido y le ha hecho vivir a Jesús todas las resonancias del ir delante, hacer sitio,
abrirse y guardar, ofrecer cuidados y descanso, palabras y silencios, obediencia y
33
agradecimiento. De este mutuo conocimiento de amor nace un recíproco aprecio que
mueve a María a encomendarnos, a llevarnos, a entregarnos a su Hijo, y que impulsa a
Jesús a entregarnos a su Madre.
El hecho de que este recíproco entregarse de Jesús y de María es el que sostiene
nuestra entrega, tiene muchas y profundas motivaciones. La primera, bien estudiada por
Balthasar, se refiere a la economía general de toda la obra de Dios, y es la necesidad de
un seno totalmente acogedor para que la Palabra se hiciera carne, un regazo a la vez
físico y espiritual que Dios no habría podido encontrar en ninguna otra criatura fuera de
María.
Alguien debía recibir la Palabra tan incondicionalmente que esta se hiciera un sitio en una creatura
humana para encarnarse en ella como el hijo en una madre. Esta Madre que se ha abierto y ofrecido
sin reservas a la Palabra de Dios, no somos nosotros, ninguno de nosotros damos a Dios un sí sin
condiciones. El consentimiento perfecto es para nosotros inalcanzable a priori. Y con todo, él forma
parte de las condiciones exigidas para que la Palabra de Dios llegue efectivamente hasta nosotros y
se convierta en el camino que tenemos que recorrer los hombres. Ella no habría podido encarnarse
en un corazón que se hubiera abierto a Dios solo a medias, porque un hijo depende esencialmente de
la madre, se nutre de su sustancia psicosomática, es educado por ella para un verdadero y fecundo
serhombre. El ser-primera de la Madre, que forma parte de la apertura del camino entre Dios y
nosotros, no indica que ella se aísle de nosotros, sino que entreabre la posibilidad de que también
nosotros seamos capaces de decir sí a Dios41.
Aquí se entiende que abandonarse en María es entrar en el misterio de su sí, es
comprender lo decisivo que es tener un corazón pobre, casto y obediente, esto es, del
todo disponible para Dios y, por el contrario, cuán perjudicial es un solo gramo de
orgullo, de apego desordenado a los bienes propios, a los propios afectos, a las ideas
propias. ¡Puesto que Dios se da todo, nosotros no podemos darle solo algo! Y si alguien
objeta que como creaturas finitas no estamos en grado de darlo todo, al menos podemos
dar una cosa: nuestra disponibilidad para dejar que se cumpla la voluntad de Dios.
¡Como María! Precisamente la grandeza de María consiste en esto, y precisamente en
esto debe apoyarse el paso decisivo en la vida espiritual.
La segunda motivación que hace de la recíproca mirada de Jesús y María el
fundamento de nuestra fe en él y de nuestro abandono en ella es la profundidad de esta
mirada, una mirada que madura siguiendo al Señor desde Belén hasta el Calvario, desde
el sí gozoso de Nazaret que ha entreabierto los caminos de Dios hacia el hombre, hasta el
sí doloroso del Gólgota, donde el hombre ha encontrado su entrada en el corazón de
Dios. Benedicto XVI, en su visita a Turín, pronunció unas palabras hermosas y
profundas para explicar cómo en la mirada de María se aprende a reconocer el rostro de
Jesús:
La Virgen María fue la que más que ninguna otra persona contempló a Dios en el rostro humano de
Jesús. Lo vio recién nacido, cuando envuelto en pañales estuvo acostado en un pesebre; lo vio recién
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muerto cuando, descolgado de la cruz, lo envolvieron en una sábana y lo llevaron al sepulcro. En su
interior quedó impresa la imagen de su Hijo martirizado; pero esa imagen se vio después
transfigurada por la luz de la resurrección. Así en el corazón de María, se guarda el misterio del
rostro de Cristo, misterio de muerte y de gloria. De ella siempre podemos aprender a mirar a Jesús
con ojos de amor y de fe, a reconocer en ese rostro humano la Cara de Dios42.
También es preciso pensar —la tercera motivación que nos impulsa a colocar
nuestra entrega en la mirada de Jesús y de María—que la profundidad de la mirada
mariana no se limita a su quehacer terreno, sino que tiene origen y cumplimiento
celestes. Numerosísimos padres antiguos y modernos han clarificado cómo el abandono
en María tiene sus raíces en la eternidad de Dios: María ha sido morada, custodia y
descanso del Hijo, ante todo porque Dios a ella la ha escondido, la ha custodiado y la ha
hecho morar dentro de Sí mismo. A la mirada con que Jesús y María se bendicen no le
falta absolutamente nada: ni la realidad concreta de la tierra, ni la más concreta realidad
del cielo, ni la visibilidad de las cosas de la tierra, ni la transparencia de las cosas del
cielo. Son espléndidas palabras del cardenal Bérulle, cuando contempla a María como
sede de la sabiduría porque en la divina sabiduría ha encontrado siempre su morada:
Hablar de María es hablar de Jesús porque están los dos unidos tan estrechamente, y María es el
objeto más grande de su gracia y el efecto más precioso de su poder… Dios crea, guía, ama a María,
la esconde en Sí mismo. Es el Él, ¡oh Virgen Santa!, tu templo y tu santuario, como lo es para la
Jerusalén celestial de la que se dice que el cordero es su templo. También vos, un día deberéis ser su
templo, el templo vivo de un Dios vivo. Dios, por consiguiente, esconde en sí mismo a esta persona
elegida como un tesoro que se reserva para sí por medio del secreto y de la singularidad de elección,
porque la destina a ser su madre… Dios la esconde a sí misma y la esconde en sí mismo, en el
secreto de su seno, es decir, en el secreto de su sabiduría y de su conducta, que es un velo bajo el
cual oculta el nuevo estado al que quiere elevarla43.
Inolvidables son asimismo las palabras de Germán de Constantinopla, en una
homilía sobre la Dormitio Virginis, en la que Jesús y María son morada y reposo el uno
de la otra, y también nosotros encontramos una morada en ellos:
Cuando vivías en este mundo no eras extraña a la vida del cielo y así, después de haber sido
trasladada, no te has convertido en extraña en el espíritu a la relación con los hombres, porque, por
un lado, por tu seno disponible para la acogida, has sido un cielo que contenía al Dios Altísimo, y
por otro, por la disponibilidad de tu servicio, has sido para él una tierra espiritual. Por esto,
fácilmente podemos creer que, cuando morabas en este mundo, estabas en todo unida a Dios y
luego, cuando fuiste trasladada de este mundo, no has abandonado a cuantos viven en el44.
3. En el misterio de la obediencia
Nuestra consagración a Jesús y nuestra entrega a María encuentran su razón de sersobre
todo en el misterio de su recíproca obediencia y reconocimiento, fiel traducción a escala
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humana de la plena correspondencia de amor que se da en el seno de la Trinidad. Lo
explica Balthasar:
En el principio de toda actividad está la obediencia. La disponibilidad del Hijo para ser enviado por
el Padre, según su voluntad. No colocarse uno por delante respecto de los otros, el abandono, la
indiferencia. La trayectoria desde el seno del Padre eterno al regazo de la Madre temporal es un
camino de obediencia, el más difícil y rico en consecuencias, que es recorrido por la misión recibida
del Padre: «He aquí que yo vengo para hacer tu voluntad» (Heb 10,7)… Mas ahora el Verbo debe
hacerse hombre, el acontecimiento entero de la salvación no es solo un asunto interno de la
divinidad. Encarnarse significa hacerse Hijo de una Madre que debe pronunciar su pleno
consentimiento humano a la concepción de la semilla divina45.
Por tanto, Jesús y María, como Hijo y como Madre, se ofrecen a nuestra entrega
porque se obedecen y se escuchan recíprocamente. Lo notable es no solo la debida
sumisión de la creatura al creador —presente en todas las religiones—, sino también y
por encima de todo, la sorprendente sumisión del creador a la creatura. Aquí tenemos un
nuevo motivo para abandonarnos con filial obediencia a María: ¡la obediencia misma de
Jesús! Dice el padre Livio Fanzaga:
La Llena de Gracia no ha sido únicamente quien lo ha engendrado, sino también la educadora y la
formadora de Jesús. Jesús la ha escuchado, la ha seguido y se ha sometido a ella. Solamente los
cristianos presuntuosos y vacíos pueden considerar superflua la presencia de María para recorrer su
camino espiritual… Si el omnipotente ha confiado en su Hijo para realizar sus planes, ¿no debemos
entregarnos también nosotros para poder cumplir la misión de nuestra vida?46
Ciertamente es una cosa admirable, que lo dice todo del estilo lleno de amor de
Dios, cuya omnipotencia se ejerce en forma de unidad y cuya autoridad actúa a manera
de obediencia. Todos los grandes padres, antiguos, medievales y modernos, han sentido
siempre un profundo estupor. Presentamos algún ejemplo con Orígenes, san Bernardo y
Montfort:
Entre todos sus milagros hay uno que colma de admiración la mente humana, más allá de toda
capacidad; la fragilidad del entendimiento mortal no llega a comprender de qué manera esta potencia
tan grande de la divina majestad, esta Palabra del Padre mismo, esta Sabiduría de Dios, en la cual
han sido creadas todas las cosas visibles e invisibles, haya podido, como hay que creer, ser contenida
en aquel hombre que apareció en Judea y la Sabiduría de Dios haya entrado en el seno de una mujer,
haya nacido como pequeño niño, haya emitido vagidos como hacen los niños cuando lloran47.
«Y vivió sometidos a ellos.» ¿Quién y a quiénes? Dios a los hombres: fíjate, Dios, al que están
sometidos los Ángeles, al que obedecen los Principados y Potestades del cielo, obedece a María; y
no solo a María, sino también a José en atención a María. Maravíllate de ambas cosas, pero piensa
cuál de las dos te causa mayor estupor, si la benignísima condescendencia del Hijo o la
excelentísima dignidad de la Madre. Las dos nos sobrecogen; ambas son de extraordinaria
singularidad. Que Dios obedezca a una mujer es de una humildad incomparable; y que una mujer
tenga autoridad para mandar a un Dios es sublimidad sin ejemplo. Aprende, hombre, a obedecer;
aprende, tierra, a someterte; aprende, polvo, a sujetarte. Dice el evangelista, refiriéndose a tu
Creador: «Y les estaba sujeto», sin duda, a María y José. Avergüénzate, ceniza soberbia. ¿Dios se
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humilla y tú ensoberbeces? ¿Dios se somete a los hombres y tú te crees superior a tu creador con tu
prurito de dominar a los hombres?... Si tú, hombre miserable, rehúsas el ejemplo de otro hombre,
que al menos no te parezca indigno seguir el de tu creador48.
Dios hecho hombre ha encontrado su libertad en verse prisionero en su seno; ha desplegado su
fuerza dejándose llevar por esta doncellita; ha cifrado su gloria y la de su Padre en ocultar sus
esplendores a todas las criaturas a fin de no revelarlos más que a María. Ha glorificado su
independencia y su majestad sujetándose a esta Virgen amable… ¡Oh admirable e incomprensible
dependencia de un Dios!... Mayor gloria ha dado Jesucristo a Dios su Padre por la sumisión que tuvo
a María durante treinta años, que la que le hubiera granjeado convirtiendo a toda la tierra con los
más grandes milagros. ¡Oh, qué gloria tan subida damos a Dios cuando, para agradarle, nos
sometemos a María, a ejemplo de Jesucristo, que es nuestro único modelo49.
En la práctica, entregándonos a María, ¡nosotros obedecemos a la que el mismo
Dios obedece! Abandonándonos en ella, nosotros lo imploramos todo por medio de
aquella a quien Dios no niega nada. Dice san Alfonso:
El Hijo no niega a la Madre nada de cuanto ella le pide, como le fue revelado a santa Brígida. Cierto
día oyó la santa que Jesús y María conversaban entre sí y Jesús decía: «Bien sabes, madre mía,
cuánto te amo, pídeme cuanto quieras, que ninguno de tus ruegos ha de quedar sin respuesta». Y es
admirable la razón que Jesús dio de ello: «Ya que nada me negaste mientras vivía yo en la tierra,
nada te negare ahora en el cielo»50.
Para la oración y la vida
Miro a María identificándome con la mirada de Jesús y miro a Jesús
acompañado por la mirada de María. Considero cómo yo he sido creado,
amado, salvado, santificado en el fuego de su modo de presentarse, de acogerse,
de darse, de obedecerse, de escucharse, de pertenecerse.
¿Vivo como María bajo la mirada y la bendición de Jesús, haciéndolo todo por
Él, con Él y en Él?
¿Miro a Jesús como lo mira María, sabedor de su humanidad y de su divinidad,
de que es mi Redentor y mi Señor, quien me hace ser verdaderamente hombre y
verdaderamente hijo de Dios? ¿Cómo vivo la práctica del rosario? ¿Me ayuda a
contemplar el rostro del Señor y a invocar las gracias del Señor por la
intercesión de María?
El rosario es la forma de abandono en María más sencilla y más conocida.
Recémoslo y comprometámonos a que los jóvenes vuelvan a descubrirlo y lo
practiquen con fidelidad y con amor, que crezca en ellos el gusto por la oración
y el sentido de la providencia, que madure en ellos una mentalidad de fe que
inspire sus afectos, sus decisiones, todas sus acciones.
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39 VD 456.445.515.
40 SM 276 y VD 452.
41 H. U. von BALTHASAR, El Rosario.
42 Regina caeli, 2 de mayo de 2010.
43 P. BÉRULLE, Vita di Gesù, 6, en AA.VV., Maria. Testi teologici e spirituali, pp. 940-941.
44 GERMÁN DE CONSTANTINOPLA, In dormitione Beatae Virginis, I, en AA.VV., Maria. Testi
teologici e spirituali, p. 313.
45 H. U. von BALTHASAR, El Rosario.
46 L. FANZAGA, L’Affidamento, p. 36.
47 ORÍGENES, Principi, 2, 6, en AA.VV., Maria. Testi teologici e spirituali, p. 67.
48 SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Homilías marianas, pp. 97-98.
49 VD 446.
50 SAN ALFONSO M. DE LIGORIO, Las glorias de María, p. 350.
38
3. Jesús y María son un sí sin limitaciones
La unidad y la reciprocidad entre Jesús y María no las podemos imaginar midiéndolas
por las relaciones humanas comunes: su relación no es incompleta e imperfecta, sino
total y perfecta, sea desde el punto de vista de las posibilidades humanas, sea desde el
punto de vista de las exigencias de Dios. Esta totalidad y perfección de relación tiene un
nombre: ¡virginidad! La virginidad, este valor hoy tan olvidado y despreciado, pero tan
importante y precioso, será el centro de nuestra tercera meditación, y nos ofrecerá
nuevos motivos para comprender y preparar el acto de abandono en María: ¡existe un
parentesco profundo entre virginidad y capacidad de entrega!
La virginidad incluye muchas cosas: es castidad del cuerpo y orden del corazón,
recta intención y honestidad de acción, simplicidad de ánimo y pureza del don; es el
espacio del amor, es sinceridad y pudor, interioridad y apertura, exclusividad y acogida,
creatividad y generosidad, unificación de la persona e integridad de las relaciones;

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