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PRENSAS DE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA LA ANTIGÜEDAD COMO PARADIGMA Espejismos, mitos y silencios en el uso de la historia del mundo clásico por los modernos Laura Sancho Rocher (coord.) © Laura Sancho Rocher © De la presente edición, Prensas de la Universidad de Zaragoza (Vicerrectorado de Cultura y Política Social) 1.ª edición, 2015 Colección Ciencias Sociales, n.º 111 Director de la colección: Pedro Rújula López Prensas de la Universidad de Zaragoza. Edificio de Ciencias Geológicas, c/ Pedro Cerbuna, 12 50009 Zaragoza, España. Tel.: 976 761 330. Fax: 976 761 063 puz@unizar.es http://puz.unizar.es Esta editorial es miembro de la UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de sus publicaciones a nivel nacional e internacional. Impreso en España Imprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de Zaragoza D.L.: Z XXX-2015 La ANTIGÜEDAD como paradigma : espejismos, mitos y silencios en el uso de la historia del mundo clásico por los modernos. — Zaragoza : Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2015 328 p. ; 22 cm. — (Ciencias Sociales ; 111) ISBN 978-84- 1. Civilización clásica–Influencia–S. XVIII-XX. 2. Civilización clásica–Historio- grafía–S. XVIII-XX 930.85(37/38)«17/19» Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. * Este texto recoge básicamente mi intervención en el curso La Antigüedad como paradigma (Jaca, septiembre 2013), con algunas adiciones bibliográficas. Especialmente en cuanto a la continuidad de elementos político-culturales del siglo xix, se integra en el proyecto de investigación MINECO HAR2012-31736: «Antigüedad, nacionalismos e identidades complejas en la historiografía occidental (1700-1900): los casos español, bri- tánico y argentino». Agradezco a mi colega y amiga la profesora Laura Sancho, coordina- dora del curso, su paciencia. LA ROMA DEL FASCISMO* Antonio Duplá Ansuategui Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibersitatea In Roma noi vediamo la preparazione dell’avvenire, Roma è il nostro mito. Sogniamo un’Italia romana, cioè saggia e forte, disciplinata e imperiale. Civis romanus sum (Mussolini, Gerarchia, 1922) 1. Tradición y recepción de la Antigüedad en la Modernidad La apropiación política de la Antigüedad en la modernidad occiden- tal, caracterizada por el estudioso italiano Luciano Canfora en términos de «usurpación moderna de la cultura clásica», constituye uno de los fenóme- nos más interesantes de la historia cultural de Occidente (Canfora, 1989: 237 y ss.). El Renacimiento, la Ilustración, la Revolución francesa y la norteamericana o el bonapartismo constituyen algunos de los hitos más significativos. En esa relación, el fascismo del siglo xx representa uno de los momentos cumbre. El fascismo o, si se prefiere, los fascismos surgen en un contexto polí- tico e intelectual determinado, la así llamada «revolución conservadora», que podemos llevar a las últimas décadas del siglo xix y primeras del xx. Josetxu Josetxu Josetxu Antonio Duplá Ansuategui138 Elemento fundamental de ese contexto es la crítica a la democracia parla- mentaria, que está ligada, por una parte, a la teoría de las elites y, por otra, al desprecio o miedo a las masas populares alineadas en partidos y organi- zaciones de izquierda y revolucionarias. La teoría de las elites rechaza o cuestiona la democracia en cuanto que otorga un protagonismo desmesu- rado, en su opinión, a quienes no están preparados para ello, las masas populares, en detrimento del liderazgo necesario de quienes realmente deberían detentar el poder, por su mayor capacidad y competencia. Se trata de una concepción de hondas raíces clásicas, que enlaza directamen- te con el recelo de líderes políticos y pensadores de la Antigüedad hacia el dêmos o la plebs. La Revolución rusa de 1917 agudizará un proceso de creciente polarización política e ideológica en Europa e influirá de forma determinante incluso en autores de la talla intelectual del historiador ruso M. Rostovtzeff, exilado en Occidente tras el triunfo bolchevique. En ese ambiente intelectual, sin que necesariamente los diferentes autores des- emboquen de forma mecánica en los postulados fascistas, encontramos desde las teorías sobre el fin del mundo antiguo por la extinción de la clase dirigente avanzadas por O. Seek,1 discípulo de T. Mommsen, hasta las especulaciones a propósito de la crisis de Occidente de O. Spengler,2 o el auge de un método historiográfico, la prosopografía (F. Münzer, M. Gelzer et al.), que implica toda una concepción (elitista) sobre las sociedades antiguas. Desde el punto de vista de la historia de la recepción moderna de la Antigüedad, la etapa fascista, que afecta especialmente a Roma y, en menor medida, en particular en el caso alemán, a Grecia, presenta novedades im- portantes. En primer lugar, su alcance global, esto es, que la impronta clasicista, la romanità en el fascismo italiano, alcanza e impregna todas las esferas de la sociedad, de la política a la economía, la cultura o el deporte. En segundo lugar, destaca su dimensión de masas, frente a un clasicismo occidental tradicionalmente más limitado a las elites dirigentes, con la excepción del momento de la Revolución francesa. 1 Geschichte des Untergangs der antiken Welt, 6 vols., Metzler, Stuttgart 1895-1920. 2 Der Untergang des Abendlandes, publicado en 1918 y 1922, rápidamente traduci- do al español (Madrid, Espasa-Calpe, 1923), con prólogo de J. Ortega y Gasset. La Roma del fascismo 139 Por otra parte, si bien esta recepción de la Antigüedad clásica en el fascismo italiano presenta unos rasgos particulares indudables, ligados a una coyuntura histórica determinada, su análisis es inseparable de las cir- cunstancias y continuidades nacionales específicas, que podemos remontar sin dificultad a la centuria anterior, al siglo xix. Así, vemos ya la centrali- dad de la romanità en el imaginario nacionalista unitario decimonónico de Italia, o la dicotomía filohelenismo-germanismo-ideología völkisch en la historia alemana del mismo siglo (Fleming, 2007: 353). En ese sentido, fascismo y nazismo representarían la culminación paroxística de una serie de tendencias y premisas ideológicas previas, como el nacionalismo, el co- lonialismo, el militarismo o el antisemitismo.3 La revisión crítica de esta etapa particular de la recepción clásica se inicia en los años setenta del pasado siglo, especialmente de la mano del debate promovido por Luciano Canfora en las páginas de la revista Quaderni di Storia, con textos del propio Canfora, M. Cagnetta, L. Perelli, A. La Penna y otros. Hoy por hoy, el estudio del clasicismo fascista y nacionalso- cialista constituye un campo de trabajo de particular fertilidad, cultivado especialmente, no por casualidad, en Alemania e Italia, pero también en otros países (Näf 2001; Nelis, 2007).4 2. Fascismos Las interpretaciones más recientes sobre el fascismo italiano, de la mano de G. Mossé, E. Gentile o Z. Sternhell, insisten en una explicación centrada en buena medida en la ideología y la cultura (Traverso, 2012: 109). Como señala E. Traverso, frente a un definición en clave negativa (antiliberal, antisemita, anticomunista, etcétera), estos tres autores, quizá los más significativos historiográficamente hablando, junto con R. Griffin, 3 Es muy interesante, en el caso alemán, el estudio de esas continuidades a través de la historia de la recepción de un texto como la Germania del historiador romano Tácito (Krebs, 2011; Duplá, 2012). 4 Es lamentable que en este panorama historiográfico no se tenga en cuenta —por ejemplo, en los dos autores citados— la producción española sobre el régimen franquista, que, si bien es relativamente reciente, está dando ya sus frutos(entre otros, Duplá, 2001a; Wulff-Martí Aguilar, 2003). Antonio Duplá Ansuategui140 comparten una definición del fascismo como una revolución, una ideolo- gía, una visión del mundo y una cultura. Una revolución, porque querían construir una sociedad nueva; una ideología, como reformulación del na- cionalismo y que, tras el rechazo del marxismo, se presentaba como alter- nativa tanto al conservadurismo como al liberalismo; una visión del mun- do que quería crear «el hombre nuevo» y se presentaba como el destino providencial de la nación; y una cultura, que quería transformar el imagi- nario colectivo y los modos de vida.5 Evidentemente, se trata de una revolución de derechas, con las clases medias como motor social, antiliberal, antimarxista, espiritual y comu- nitaria. En realidad, siguiendo a Traverso, sería una revolución contra la revolución (pues el anticomunismo constituye un motor indiscutible del fascismo), una revolución sin revolucionarios, una revolución, en todo caso, conservadora (Traverso, 2012: 130 y ss.). De hecho, más allá de la retórica y relativizando, por tanto, esa supuesta dimensión revolucionaria, en la práctica histórica resulta muy evidente la ósmosis entre los fascismos y los sectores conservadores. El fascismo representaría, en todo caso, una síntesis nueva que combina el impulso romántico con el culto a la modernidad técnica. Así se explicaría la adhesión al régimen mussoliniano de los futuristas (Marinetti et al.) y su pasión por la velocidad. Se podría hablar entonces, frente al pesimismo cultural de fines del siglo xix y primeras décadas del siglo xx, de un modernismo reaccionario (Traverso, 2012: 113; Griffin, 2010). En esta polémica conceptualizadora, Griffin (ibid.: 35 y ss.) habla de la presunta aporía a propósito de modernismo y fascismo para reivin- dicar firmemente su carácter moderno. Por su parte, Mossé, Sternhell y Gentile rechazan su carácter reaccionario y, dada su presunta dimensión 5 Recogemos una sintética definición del fascismo de la mano de E. Gentile (2004: 19): «El fascismo es un fenómeno político moderno, nacionalista y revolucionario, antiliberal y antimarxista, organizado en un partido milicia, con una concepción totalitaria de la política y del Estado, con una ideología activista y antiteórica, con fundamento mítico, viril y antihedonista, sacralizada como religión laica que afirma la primacía absoluta de la nación a la que entiende como una comunidad orgánica étnicamente homogénea y jerár- quicamente organizada en un Estado corporativo, con una vocación belicista a favor de una política de grandeza, de poder y de conquista encaminada a la creación de un nuevo orden y de una nueva civilización». La Roma del fascismo 141 revolucionaria, preferirían hablar de «modernismo fascista», de «moderni- dad totalitaria» (Gentile) o, como citábamos antes, de «revolución conser- vadora». El fascismo se inserta sin duda alguna en la tradición del naciona- lismo, pero, a diferencia del siglo anterior, lo hace en la época de la nacionalización de las masas. Esto supone unas nuevas bases, un nuevo lenguaje, unos nuevos líderes, y una nueva violencia y brutalización de las sociedades. Para Mossé o Gentile, nos recuerda Traverso, la experiencia terrible de la I Guerra Mundial, auténtica crisis de civilización, habría su- puesto un punto de inflexión para el desarrollo del fascismo. El fascismo representa también una sacralización de la política, una religión secular, civil (con su fe, sus símbolos, sus rituales, su adhesión ba- sada en la creencia, sus mártires, etcétera). Al mismo tiempo, una política militarizada y violenta, pues la violencia constituye un elemento central de los regímenes fascistas. En torno a este punto, apunta Traverso una de las limitaciones fundamentales en estos análisis del fascismo citados, por otra parte imprescindibles (2012: 139). Se refiere a la insuficiente atención his- toriográfica que estos autores han prestado a las víctimas de los fascismos. 3. Clasicismo y fascismo En un célebre capítulo de su libro de 1989, el conocido estudioso italiano Luciano Canfora desarrolla su tesis sobre la relación entre clasicis- mo y fascismo, en línea con las interpretaciones más recientes sobre el fascismo italiano ya comentadas («Sul posto del clasicismo tra le matrici culturali del fascismo» [Canfora, 1989: 253 y ss.]). Canfora subraya que incluso quienes niegan la existencia de una cultura fascista, como Norberto Bobbio, reconocen la importancia del clasicismo, de la romanidad y latini- dad («romanolatría», según Canfora) en el fascismo italiano. Canfora distingue cuatro motivos en la ideología fascista derivados directamente del clasicismo, realmente todos ellos relacionados entre sí: la antidemocracia, la idea de una tercera vía, el motivo imperial y el rechazo del mundo moderno. La crítica del concepto de democracia, contra la idea de igualdad, del poder de todos, es el punto de encuentro de todas las corrientes prefascistas. Esta tradición antidemocrática moderna es de clara raigambre clasicista, a partir de la connotación negativa del concepto de masa (óchlos, plebs sordida, etcétera) en los autores antiguos, cuyos ecos encontramos en Antonio Duplá Ansuategui142 Wilamowitz y tantos otros, y que puede llevar incluso a la aceptación de la esclavitud, como es el caso de Nietzsche en su opúsculo Sobre el futuro de nuestras escuelas, de 1872. Se trata de una crítica que tiene su corresponden- cia con la teoría de las elites (Mosca, Pareto) como crítica de la democracia y de la idea de la igualdad en el terreno sociológico y con el correlato inevi- table de la necesidad de un líder fuerte. El contrapunto metodológico-his- toriográfico se encuentra en la interpretación prosopográfica (Gelzer, Mün- zer, Syme, etcétera), no necesariamente fascista,6 pero sí fuertemente elitista. La idea de una tercera vía presupone al fascismo como una autoprocla- mada alternativa entre capitalismo y socialismo, entre el sistema capitalista liberal y el sistema socialista. Encontramos ahí las reflexiones y la puesta en práctica tanto de una organización corporativa del trabajo como de una con- cepción orgánica del Estado, buscando también precedentes clásicos, como pudieran ser los collegia, frente al modelo del sindicalismo de izquierdas. Precisamente, la misión imperial de Roma representaría una concre- ción práctica de esa supuesta tercera vía. Una idea de Roma como imperio civilizador, humanista, frente a otros modelos imperialistas, caso de los imperios explotadores y plutocráticos británico u holandés. Este colonia- lismo fascista supondrá un punto de encuentro con el colonialismo evan- gelizador católico y la Iglesia aplaudirá la conquista de Etiopía, como se aprecia en el editorial de Vita e pensiero, órgano de la Universidad del Sacro Cuore de Milán, en noviembre de 1935 (cita en Canfora, 1989: 264). Esas tesis tendentes a una valoración favorable al imperio de Roma, al mismo tiempo que rechazan el cartaginés, se aprecian incluso en grandes historia- dores como G. de Sanctis.7 En el relato de la destrucción de Cartago en el vol. iv.3 de su Storia dei Romani, publicado en 1964 pero, en opinión de Canfora, presumiblemente escrito poco después del fin de la guerra, pode- mos leer: «Cartagine, un peso morto nella civiltà classica». En cuanto al rechazo del mundo moderno, y si dejamos a un lado la discusión actual a propósito de la modernidad o no del fascismo,8 se trata en realidad de una 6 Podría ser incluso liberal, en sentido británico, caso de Ronald Syme. 7 Firmante del Manifesto antifascista de B. Croce (infra, n. 9). 8 Si seguimos a Griffin (2010: 15), se trataría no tanto de un rechazo del mundo moderno en general, cuanto de los «elementos presuntamente degenerados de la época moderna», en aras de un modernismo alternativo. La Roma del fascismo 143 impronta tradicional del clasicismo, en cuanto reivindicación de una época del pasado que se supone superioral presente. Con el fascismo, y como expresión de esa voluntad de instaurar un régimen nuevo, superador radi- calmente del anterior, desde 1921 se instituye el 21 de abril, la fiesta del nacimiento de Roma, reencarnada en la moderna nación italiana, en susti- tución de la fiesta de los trabajadores del 1 de mayo (Giardina, 2000: 227 y ss.). Ese día se desarrollaban diversos actos, como el desfile de la Milizia voluntaria, subrayando la trascendencia de la efeméride. En 1924 se con- cedía la ciudadanía romana a Mussolini, cuando expone sus ideas sobre el renacimiento urbanístico de la ciudad. En 1925 se hacía publico el Mani- festo degli intellettuali fascisti, redactado por Giovanni Gentile, apoyado por centenares de intelectuales y artistas.9 Finalmente, en 1926 se estable- cía una nueva era fascista, desde el año 1922, indicada con números roma- nos junto a la era cristiana en cifras arábigas.10 El Ministro italiano de Educación Nacional, G. Bottai, resumía así el valor de la Roma antigua para el nuevo régimen en un discurso pronuncia- do en la inauguración del XXV Congreso del Regio Instituto per la Storia del Risorgimento Italiano: Il ritorno a Roma, provocato dalla Rivoluzione delle Camicie nere, è, piuttosto, un rinnovarsi dell’idea di Roma nella coscienza dell’italiano moderno; non una restaurazione, ma una rinnovazione, una rivoluzione dell’idea di Roma. Di Roma noi trasvalutiamo nel nostro mondo e nel nostro tempo certi valori essenziali: il valore spirituale dell’autorità, l’esigenza della disciplina, della legge, dell’istituzione e della norma, la tendenza alla sempli- cità, alla coerenza, alla concretezza, alla simmetria, alla chiarezza, che sono poi, voi lo sapete, i segni distintivi della nostra politica contro le altre politi- che, che si agitano e combattono nel mondo (1937: 352). 4. La historiografía fascista sobre la Antigüedad clásica En 1932, Mussolini había escrito en la Enciclopedia italiana que el Estado fascista era una voluntad de potencia e imperio, y la tradición 9 Respondido el siguiente 1 de mayo por un manifiesto de intelectuales antifascis- tas, redactado por Benedetto Croce a propuesta del periodista y político liberal Giovanni Amendola (Manifesto degli intellettuali antifascisti). Los textos de ambos manifiestos se encuentran fácilmente en la Red. 10 Al igual que hará el régimen franquista con el «Año de la Victoria». Antonio Duplá Ansuategui144 romana una idea-fuerza central. A partir de esos presupuestos, y como no podía ser de otra manera, el régimen fascista marcará también su impronta en el terreno historiográfico, privilegiando determinados temas y a deter- minados protagonistas históricos. Es interesante analizar el proceso que se va desarrollando en el perio- do de entreguerras, el contexto político e intelectual general al que alu- díamos al comienzo de nuestro texto, y que cristaliza posteriormente en el fascismo italiano y el nazismo alemán. El profesor Mazza, conocido estudioso de la historiografía moderna sobre el mundo antiguo, ha estu- diado este proceso y ha sintetizado las líneas dominantes en tres grandes bloques (Mazza, 1994). En su opinión, las líneas generales de la historio- grafía alemana e italiana de la época se deben analizar en función de una serie de nuevas coordenadas. En primer lugar, plantea la necesidad de analizar las relaciones entre individuo, masa y Estado en las ciencias de la Antigüedad tras la Gran Guerra. Otro problema fundamental que abor- da es el de la crisis de la política, que Mazza caracteriza como el paso del polítes al Übermensch, es decir, del individuo ciudadano portador de de- rechos y protagonista de la acción política al superhombre, líder autocrá- tico carismático que concentra y resume en sí mismo el poder. En conse- cuencia, se imponen temas como la disolución de la libertad en Grecia y Roma, la historia helenística, las virtutes de los distintos pueblos, bien sean los romanos, bien sean los germanos, Alejandro, el Imperio romano y, especialmente en el caso italiano, Augusto. En tercer lugar, aparece la idea de una oikuméne pacificada y el princeps como Übermensch, como superhombre dotado de las más altas virtudes. Son nuevos temas, nuevos contenidos, nuevos centros de interés, que reflejan una traducción clara en el terreno académico de las tendencias políticas dominantes en Euro- pa. Como recuerda Mazza, el contexto cultural estaba dominado por el historicismo idealista de Croce y Gentile en Italia, y por las varias formas de idealismo y espiritualismo imperantes en la República de Weimar.11 En ese ambiente, no extraña que la pregunta sobre la capacidad de Ale- jandro o Roma para conquistar el mundo, apoyados en sus virtudes 11 Sobre Croce y Gentile, véase bibliografía en Fontana (2001: 186); sobre la Repú- blica de Weimar, J. J. Carreras, «Categorías históricas y políticas: el caso de Weimar», en J. J. Carreras, Razón de Historia. Estudios de historiografía, Madrid, pp. 73-85. La Roma del fascismo 145 tradicionales, pudiera aplicarse a la posibilidad de repetir el proceso por parte de los italianos y sus virtudes nacionales (o los alemanes o los españoles y las suyas, en su caso).12 Un elemento clave en esta historia política dominante en la historio- grafía europea de entreguerras es el estudio de las grandes personalidades, de sus virtudes y su capacidad creadora. Este aspecto subraya el carácter pro- fundamente elitista del clasicismo de la época, en relación directa con el pensamiento conservador de fines del siglo xix y del primer tercio del siglo xx. En un ambiente intelectual que produce obras como La rebelión de las masas, de Ortega y Gasset, directamente inspiradas por la preocupación ante la supuesta crisis y decadencia de las elites dirigentes y el protagonismo político de sectores sociales antes excluidos, la Antigüedad clásica ofrece el interés de una galería de personajes poderosos que podían servir de modelo para el presente. Por otra parte, a través de las corrientes humanistas y espi- ritualistas se reforzaba el papel de la cultura clásica desde el punto de vista educativo y formativo de los estamentos superiores de la sociedad. En cierta medida, este estudio de las grandes personalidades históri- cas se ve favorecido, en el caso del mundo antiguo, por las especiales ca- racterísticas de la historiografía y la biografía antiguas, siempre propensas a subrayar el papel de las grandes individualidades y sus particulares cua- lidades políticas, militares y morales. Desde el punto de vista moderno, estudios sobre las virtudes arquetípicas y otros conceptos clave de la so- ciedad romana (fides, auctoritas, etcétera) por parte de autores como R. Heinze o los estudios prosopográficos profundizan en esa línea. Es sinto- mático que este horizonte se refleje en la importancia de las colecciones dedicadas a las biografías de los grandes dirigentes de la historia. En Ale- mania, es el caso de la colección Meister der Politik, iniciada en 1923, en cuya presentación se reclama el papel central de estos grandes hombres, cuya voluntad, inteligencia y fantasía logran imponerse al caos en los periodos de crisis. Los editores de la colección apuntan que en su tur- bulento presente todavía no habían despuntado esas nuevas figuras 12 Otra idea recurrente en la producción científica de la época, en realidad un tema igualmente presente desde mediados del siglo xix, es la reivindicación de la originalidad de la cultura literaria latina. Antonio Duplá Ansuategui146 creativas.13 Ahora podemos decir que una década más tarde ya habían aparecido, con funestas consecuencias. En el caso concreto de Italia se asistirá a un auge absoluto de los estu- dios sobre Augusto, jugando con la identificación del régimen augústeo y el ascenso del fascismo, así como con la idea de la «revolución augústea», creadora del nuevo Estado y renovadora de la clase dirigente.14 Se destaca- rán una serie de individuos protagonistas de la historia romana,como per- sonificación de la virtus romana (Escipiones, Gracos, Mario, Sila y César), que culminaría en Augusto, cuyo tiempo se presentará a modo de una edad de oro (Lepore, 1989). En esta tarea se mostrará especialmente activo el Istituto (Nazionale) di Studi Romani y la revista Roma (1923-1943), que tendrán un papel central en la configuración práctica-ideológica del culto «a la romanidad» (infra), proyectado a través de una incesante actividad político-cultural institucio- nal (Visser, 2001; La Penna, 2001). Por otra parte, el generoso apoyo ins- titucional y el tradicional prestigio científico de los académicos italianos consiguen reunir un selecto plantel de especialistas en publicaciones de clara vocación propagandística, caso del volumen colectivo sobre Augusto (Augustus. Studi in occasione del bimillenario augusteo, Reale Accademia Nazionale dei Lincei, 1938) o de los Quaderni Augustei, a propósito de los estudios sobre Augusto en distintos países, con una nómina de colabora- dores realmente notable.15 13 E. Marcks y K. A. von Müller (eds.), Meister del Politik, i, Stuttgart, 1923, «Vorwort» (sobre el tema y esta colección, Mazza [1994: 362 y ss.]). En la colección alemana colaboraron algunos de los grandes nombres de las ciencias de la Antigüedad germanas, como M. Gelzer, E. Meyer, J. Kaerst o E. Schwartz, entre otros. 14 Los aspectos más problemáticos de la biografía de Augusto, en particular su as- censo al poder y la época triunviral, quedarán en un segundo plano o bien se justificarán como violencia legítima y comprensible. Es el caso de M. A. Levi en Ottaviano capoparte (Florencia, 1933) y su juicio benévolo sobre las proscripciones. 15 i J. Gagé, Francia; ii P. Faider, Bélgica; iii E. Skard, Noruega-Suecia; iv E. Kor- nemann, Alemania; v Van Buren, Studi americani; vi F. Miltner, Austria; x H. Wagen- voort, Holanda; xi N. Vulic, Yugoeslavia; etc. El Quaderno xviii corresponde a España y su autor es F. Valls Taberner, historiador del Derecho y medievalista (Pasamar y Peiró, 2002: 651-654). Es un admirador entusiasta de la obra en «Hispania de Augusto», enten- dido como auténtico pacificador y reorganizador e, incluso, como promotor de una inci- piente conciencia nacional española en su calidad de primer unificador de «España». La Roma del fascismo 147 ¿Desde el punto de vista de la historia de Roma, qué Roma se reivindica? Según Giardina (2000: 248), la romanidad fascista concilia aspectos de la Roma republicana e imperial, como la idea de pueblo compenetrado con el Estado, unida a la estabilidad imperial basada en el binomio orden-disciplina, que aseguran el liderazgo y el dominio mundial. Con la guerra de África, sin embargo, el modelo romano será definitivamente el imperial. Se trata de un imperialismo civilizador, como supuestamente fuera el de Roma (frente al imperialismo plutocrático de Cartago o de las modernas Inglaterra y Holan- da, los «cartagineses» de la modernidad). De hecho, si la expansión de Italia por el Mediterráneo es un tema ya presente en la etapa liberal decimonónica, Mussolini, en línea con la reivindicación de las glorias romanas, plantea nue- vos frentes más allá de Libia. En su ensayo histórico de 1926, Roma antica sul mare,16 que lee en la Universidad para Extranjeros en Perugia, Mussolini está anunciando con antelación sus pretensiones imperialistas en África, que culminará en Etiopia en 1935. Como se aprecia en el discurso que anuncia la victoria en Etiopia, pronunciado el 9 de mayo de 1936, y en línea con la historiografía del régimen, los territorios conquistados no serán objeto de ex- plotación, sino de asentamiento y desarrollo agrícola, jugando con la vincula- ción agricultura-civilización (Giardina, 2000: 250, Polverini, 2001): L’Italia ha finalmente il suo impero. Impero fascista, perchè porta i segni indistruttibili della volontà e della potenza del Littorio romano… Impero di pace, perchè l’Italia vuole la pace per sé per tutti e si decide alla guerra soltanto quando vi è forzata da imperiose, incoercibili necessità di vita. Impero di civiltà é umanità per tutte le popolazioni dell’Etiopia. Questo è nella tradizione di Roma, che, dopo aver vinto, assimila i popoli al suo destino. 5. El culto della romanità El concepto de romanità, especialmente en su dimensión imperial- civilizadora, es, desde luego, anterior a la hegemonía fascista en Italia, estando ya presente en el régimen liberal de las primeras décadas siglo 16 Escrito probablemente con la ayuda de Ettore Pais, muy citado en el texto, en opinión de Giardina (2000: 250); pero Polverini (2001) no comenta nada al respecto. Sobre el historiador E. Pais, L. Polverini (ed.), 2002, Aspetti della storiografia di Ettore Pais, Nápoles. Antonio Duplá Ansuategui148 (Perelli, 1977). En realidad, la antigua Roma resulta un elemento central en el horizonte político e intelectual italiano desde el Risorgimento decimo- nónico, como una alternativa ideológica al poder unificador de la Iglesia católica, en principio opuesta a la unificación de Italia y a la desaparición de los Estados pontificios. Pero ya Garibaldi marcha sobre Roma con la República romana como símbolo, y así la «romanidad» conecta directa- mente con el imaginario de la unificación de Italia (Fleming, 2007). Más tarde, se convierte en un factor central en la articulación del consenso de los sectores de derecha y conservadores, con una tendencia crecientemente reaccionaria e imperialista, en torno a la crítica a la democracia y la ideolo- gía colonialista. Finalmente, en ese proceso de articulación del fascismo como una religión política, detenidamente estudiado por Gentile (2007), la antigua Roma será una referencia histórica, simbólica y mitológica de primer orden de la historia nacional, como continuadora de las glorias imperiales de Roma. El culto della romanità no resulta, por tanto, mera retórica o un ele- mento secundario, decorativo, o de simple oportunismo, dada la historia italiana, sino un aspecto central de la ideología fascista, que posibilita la amalgama de elementos como tradicionalismo, antihumanismo, catolicis- mo integrista o monarquismo antidemocrático (Visser, 1992). Ese legado y la continuidad antigua Roma-Italia fascista es explícitamente reivindica- do por Mussolini y por los intelectuales del régimen, durante todo el ven- tennio fascista. Con el fascismo se reivindica, además, la romanidad estric- tamente hablando, lo «romano», frente al término «latino», que evocaba lazos con otras naciones aliadas antes (en la Gran Guerra), pero ahora rechazadas, caso de Francia. Posiblemente, la novedad de la romanità fascista resida en su carácter de modelo global, válido para el partido, el ejército o la sociedad civil, y en su dimensión de acción e intuición antes que de ideas y razonamientos, en opinión de Giardina. Se presentaba como una fuerza mística, una corrien- te subterránea que recorría el espíritu de Italia y sus gentes, ligada más a la intuición que a la erudición.17 17 «Un tema, dunque, quello di Roma, per noi, uomini del fascismo, scaturito non dalla erudizione, non dai libri, non da quella ‘morta storia’ […] ma dell’azione» (G. Bottai, en la revista Roma, 1937). La Roma del fascismo 149 Ese «culto» implicaba el modelo político, las referencias culturales, los símbolos, los desfiles, la retórica, el saludo, con hitos como la cele- bración de la fiesta del nacimiento de Roma, desde 1921, o la instaura- ción de una nueva era fascista desde 1922. Incluía igualmente la crea- ción del «hombre nuevo». Ese «hombre nuevo», en parte del pasado en cuanto portador del espíritu de la romanidad, desde el presente encar- naba hacia el futuro la potencial eternidad del fascismo y, por otra parte, adquiere connotaciones claras y progresivamente más raciales, de una raza italiana que se opone a burgueses, extranjeros, europeos septentrio- nales, etcétera. El proceso culminará en las leyes raciales de 1938 y el Manifesto degli scienzati razzisti,que supondrá una política racista en las colonias contra la población indígena y en Italia contra los judíos, los «cartagineses» de la modernidad.18 En conjunto, esta latinidad, o mejor, romanidad, se reivindica frente a la tradición germánica y anglosajona, supuestamente promotora de un Estado atomizado, materialista, frente al Estado orgánico y espiritual del fascismo. Mussolini dirá expresamente: Ahí, en la vida colectiva, es donde se encuentra el nuevo encanto de la existencia. ¿No pasaba lo mismo en la antigua Roma? En la república, el ciudadano tenía solo importancia como miembro de la vida del Estado, y precisamente cuando las cosas cambiaron bajo los emperadores vino la decadencia. Sí, eso es lo que quiere hacer el fascismo con la multitud: orga- nizar la vida colectiva, vivir, trabajar y luchar en común, en una jerarquía, sin rebaño. Queremos la humanidad y la belleza de la existencia colectiva (Ludwig, 1979: 125). Como se ha dicho, en la configuración de la ideología «romanis- ta» la labor de los círculos intelectuales y académicos de las Ciencias de la Antigüedad y del ya citado Istituto di Studi Romani, o de perso- najes como P. de Francisci o G. Bottai, resulta fundamental (Visser, 1992: 12 y ss.). 18 «Peste siriana», dirá de ellos Alfred Rosenberg, responsable de la política exterior del NSPD. La política racista, que se había criticado al régimen nazi en 1934 es también contradictoria con el discurso del propio Mussolini pronunciado en 1924 en el Foro ro- mano, donde elogiaba la política integradora con los extranjeros de los antiguos romanos (ver cita en Giardina [2000: 262]). Antonio Duplá Ansuategui150 6. Mussolini y Augusto Esa retórica fascista de la romanidad es uno de los elementos que expli- can la popularidad de Mussolini en todo el mundo en su época, al menos hasta la invasión de Abisinia. Dicha popularidad estaba asociada a los logros de Italia en los años treinta y, particularmente, a su encendido antiso- cialismo y anticomunismo, extremo loable a los ojos de intelectuales como G. Bernard Shaw, G. K. Chesterton o E. Pound, e incluso políticos como Winston Churchill (Giardina, 2000: 243 y ss.). Esa popularidad se extendía al mundo académico y explicaría la colaboración de distinguidos académi- cos occidentales en diversas iniciativas del régimen (Cagneta, 1976).19 El liderazgo carismático de Mussolini jugaba con la encarnación viva del espíritu romano y, así, dirá en un discurso de 1922: «Civis romanus sum» (Giardina, 2000: 219). Incluso dentro del contexto general del culto al cuerpo, a la virilidad, a la salud, al deporte, tan típicamente fascista, el Duce era supuestamente «romano» en el físico y también en el carácter, que reco- gía la «sagezza latina, la maschia romanità», reencarnación del viejo legiona- rio romano. Realmente, se podría decir que el cuerpo del Duce, en su gesti- culación, representaba un cruce entre estatua romana e individuo concreto, aspecto con el que juega la película Scipione l’Africano (Carmine Gallone, 1937), con el actor Annibale Ninchi como Publio Cornelio Escipión, héroe de las guerras púnicas y remedo cinematográfico del líder fascista. Desde el punto de vista de los referentes romanos para Mussolini, César constituía un modelo permanente. Representaba al guerrero, al con- quistador, al luchador contra la oligarquía y su muerte habría supuesto «una desgracia para la humanidad», como dirá el propio Duce en su famo- sa conversación con Emil Ludwig (1979: 76).20 19 Esa admiración rezuma el artículo «Mussolini and the Roman Empire» del pro- fesor Kenneth Scott (The Classical Journal, 27 [junio1932], pp. 645-657). En contrapar- tida, como crítica de ese contexto entusiasta se entiende la versión de Orson Welles y John Houseman del Julio César de Shakespeare en el Mercury Theater de Nueva York en 1937, donde aparece César como Mussolini (Wyke, 1999). 20 En Mussolini speaks, film apologético del director norteamericano Lowell Thomas, una voz en off ante el inicio de un discurso de Mussolini dice: «Il momento è solemne. Cesare rivive» (Giardina, 2000: 243). La Roma del fascismo 151 Sin embargo, su asesinato impedía que fuera un modelo reivindicable. En consecuencia, Augusto aparecía como un referente más adecuado, pese a su curriculum militar bastante limitado y su política exterior poco agresi- va, más contemporizadora y diplomática. Probablemente Mussolini prefe- riría un modelo híbrido entre ambos líderes romanos (Giardina, 2000: 248; Nelis, 2007: 995). En todo caso, establecida la conexión entre ambos, el líder fascista se convertirá en un auténtico alter ego de Augusto en ese momento y los historiadores buscarán todo tipo de paralelismos entre am- bos, desde su carácter de pacificadores tras graves crisis políticas y sociales hasta sus reformas políticas y sus planes de regeneración moral y defensa de la familia y la natalidad, o su potenciación de la agricultura, o su reivindi- cación a ultranza del patriotismo; incluso la presencia de legionarios italia- nos en España hace rememorar la participación de Augusto en las guerras cántabras (Giardina, 2013: 58).21 Junto a Augusto, especialmente a partir de 1929, Mussolini aparecerá también como un nuevo Constantino en su reformulación de las relacio- nes Estado-Iglesia, en franca colaboración por el beneficio mutuo, tras la etapa más atea y paganizante del primer fascismo. La política imperial re- tomaría la vocación universal de la Iglesia, presente en la última etapa ba- joimperial romana, pero ahora con el liderazgo fascista. La Iglesia católica aplaude entonces la misión civilizadora y evangelizadora de la Italia mus- soliniana en Etiopía. Es este un momento culminante del consenso cristia- nismo-fascismo en Italia, que rechazará las críticas de otros países occiden- tales como debidas al odio y la envidia de protestantes, masones y comunistas hacia la civilización romano-católica (Giardina, 2000: 256). 7. La Mostra Augustea della Romanità Teniendo en cuenta la importancia que el régimen concede a la reme- moración de hitos gloriosos de la historia nacional, con la Roma imperial como referencia central, le resulta particularmente oportuna la posibilidad 21 A una escala, lógicamente, mucho menor se buscan igualmente esos paralelismos entre Augusto y Franco (Duplá 2001b). Recordemos igualmente las copias del Augusto de Prima Porta regaladas por el Duce a diversas ciudades fundadas por o relacionadas con Augusto en Hispania; entre otras, las actuales Tarragona y Zaragoza. Antonio Duplá Ansuategui152 de celebrar una serie de bimilenarios de clara dimensión propagandística. Los casos de los poetas augústeos Virgilio (1930) y Horacio (1935) fueron la ocasión para exaltar la relación entre los intelectuales y el poder y su papel en el reforzamiento del consenso, con el modelo de Mecenas, el gran colaborador de Augusto, como referente central. Incluso, en el caso parti- cular de Virgilio, cabía una presentación interesada del ruralismo fascista, de la pacificación después de la guerra y un periodo caótico y, especial- mente de la mano de la Eneida, de una epopeya nacional que subrayaba la voluntad de poder y dominio de un pueblo. Pero, sin duda alguna, la culminación de esta política conmemo- rativa oficial se alcanzó con la celebración del bimilenario del naci- miento de Augusto en 1937-1938, que, dada la identificación de Mussolini con el princeps, supuso una auténtica apoteosis de romanità y de desmesurada exaltación e idealización de Augusto, identificado con Mussolini. La idea de una magna exposición que celebrara la romanità y la continuidad Augusto-Mussolini surge a principios de los años treinta y el proyecto oficial, directamente ligado al Duce y con el arqueólogo y diputado Giulio Quirino Giglioli como principal animador, toma cuerpo en un decreto de 1933 con la romanidad, el catolicismo y el fascismo como ejes centrales (Scriba, 1996). Tras varios años de prepa- ración, la Mostra se inauguraen septiembre de 1937, coincidiendo con la reapertura de la Mostra della Rivoluzione Fascista.22 Hasta su clausu- ra en septiembre del año siguiente, la exposición es visitada por millo- nes de italianos, algunos por primera vez en Roma para ver los logros del régimen, y también por ilustres visitantes extranjeros, incluido el propio Hitler en mayo de 1938. Se trataba de una enorme exposición en la que a través de diferentes salas, con materiales procedentes de museos y gran número de reproduc- ciones, se reconstruía la historia de Roma, subrayando gráfica y esceno- gráficamente la continuidad imperial y católica entre la Roma antigua y 22 Celebradas en el mismo Palacio de Exposiciones del nuevo barrio del EUR, al sur de Roma, las dos mostras representarían «dos caras de la misma moneda» (Stone, 1999: 216). La Roma del fascismo 153 la contemporánea (Benton, 2000).23 La doble finalidad didáctica y polí- tico-propagandística era evidente. En el núcleo central de la Mostra, la sala dedicada a Augusto suponía una exaltación del carácter providencial del poder imperial. En la sala xxv, sobre «La inmortalidad de la idea de Roma. El renacimiento del Imperio en la Italia fascista», se jugaba con un cierto misticismo historicista a pro- pósito de la inmortalidad de Roma y se subrayaban coincidencias notables, por ejemplo la fecha del 28 octubre, cuando la victoria de Constantino sobre Majencio en el Puente Milvio y también la entrada de la marcha fascista en Roma precisamente por ese mismo puente. Incluso se destaca- ban el régimen de Augusto y la Pax augusta como escenario privilegiado y providencial para el nacimiento de Jesucristo. La función legitimadora de las imágenes históricas, particularmente relevante en la Italia fascista, alcanza su punto culminante con la Mostra. La idea de la continuidad entre dos supuestas épocas de grandeza de Roma, la augústea y la fascista, se realza mediante el recurso a diferentes analogías (actividad edilicia, construcción de ciudades y arcos en Libia, paso de legio- nes, conquista de Etiopía, actividad de las organizaciones juveniles, etcéte- ra), ilustradas muy eficazmente por el gran número de reproducciones uti- lizadas. Por su parte, el Augusto de Prima Porta, ubicado en un lugar prominente de la exposición, simbolizará la síntesis de esta escenificación interesada (Giardina, 2013: 60 y ss.), auténtica hiperrealidad, en términos de Umberto Eco. Este tipo de exposiciones históricas, de las que la MAR representa un auténtico hito, constituyen un Erinnerungsort, un «lugar de la memoria» para que el visitante se construya su propio pasado imaginario, modelado según un proyecto político muy determinado (Scriba, 1996: 19). 8. Roma æterna Y he aquí, por fin, la Roma de Mussolini, cuyos nuevos y rientes barrios caminan ya hacia los Montes Albanos y el mar de Ostia, y cuya población se acerca al millón y medio de habitantes. Saneados los barrios de la Roma antigua, 23 El actual Museo della Civiltà Romana, inaugurado en 1988 en el barrio EUR, aprovecha mucho material de la Mostra, incluida la famosa maqueta de la Roma constan- tiniana, obra del arquitecto I. Gismondi. Antonio Duplá Ansuategui154 restaurados los augustos vestigios de la Antigüedad, trazadas anchas y espléndidas calles, multiplicadas sus zonas de verdor, creada o modernizada toda la organización cultural, sanitaria, deportiva y de comunicaciones, la Urbe ha recobrado su aspecto imperial, plenamente consciente de su futuro de ciudad dominante en la cuenca del Mediterráneo latino (C. Grigione, 1942). Si la Mostra Augustea della Romanità respondía a un programa de utilización política del pasado, la propia ciudad de Roma representará otro escenario privilegiado (Benton, 2000). Mussolini se mostró particular- mente activo en la política urbanística, junto a centenares de arquitectos, urbanistas, ingenieros y arqueólogos, con planes a cual más fantástico, en lo que supuso para Giardina una «macabra competizione sulle spoglie di Roma» (Giardina, 2000: 231). En 1925 expone el Duce su proyecto, diri- gido a destacar aisladamente los grandes monumentos antiguos, destru- yendo todo lo que obstaculizara su realce, incluyendo incluso restos mate- riales romanos si chocaban con sus pretensiones escenográficas.24 El resultado, interesante en sí mismo como producto político-urbanístico, es una determinada imagen de Roma, fría, arrogante, de vocación intimida- toria, con unos monumentos descontextualizados, a modo de parque te- mático, que recuerda más a las imágenes inquietantes de Chirico que al bullicio del que nos habla Juvenal (Sátiras 29).25 La llamada Avenida del Imperio constituye un caso paradigmático. Sobre la destrucción de los foros imperiales y la demolición de unos barrios medievales y modernos conecta Piazza Venezia, escenario privilegiado de numerosos discursos del Duce, con el Coliseo, el monumento más carac- terístico de la Roma imperial, marginando el monumento a Vittorio Em- manuelle, y se presenta como el nuevo escenario de los desfiles fascistas, a modo de nueva via triumphalis.26 Mussolini construye también su foro, 24 De ahí el término sventramento («destripamiento») con el que se conoce esta polí- tica mussoliniana. 25 La imagen de Roma antigua favorecida por esta política monumental es la domi- nante en las películas «de romanos» de los años cincuenta y sesenta; la serie televisiva Roma (HBO-BBC, 2005-2007) ofrece una imagen algo distinta de las calles de la Urbe. 26 La foto de Mussolini, pico en mano, contribuyendo a derribar los viejos barrios para construir la nueva Avenida del Imperio (1928-1932), refleja todo un programa: la construcción del nuevo orden exige la destrucción del viejo. La foto cubre la portada del libro de D. Manacorda y R. Tamassia, Il piccone del regime (Roma, 1985). La Roma del fascismo 155 como lo hicieran los antiguos emperadores: el Foro Mussolini, hoy Foro Itálico, situado al NO del centro de la ciudad, que cuenta con su corres- pondiente obelisco a la entrada y con una serie de mosaicos e inscripciones rememorando las glorias imperiales fascistas, hoy todavía perfectamente visibles (Benton, 2000: 189).27 El régimen fascista había auspiciado en ocasiones un intento de armo- nizar la arquitectura romana antigua con la arquitectura moderna, sobre todo racionalista; en ocasiones, con resultados interesantes (véase la Casa del Fascio en Como —G. Terragni, 1932-1936—, o algunos edificios del EUR —infra—). No obstante, en general y en particular, en la ciudad de Roma, los monumentos romanos contribuirán a crear un auténtico espec- táculo en orden a subrayar el papel de la propia ciudad como representa- ción de la identidad y unidad nacionales, y como vínculo entre el pasado y el presente. En la zona del Circo Máximo, por ejemplo, se creó una especie de parque temático para grandes exposiciones y eventos de masas, y un clasicismo moderno de caminos, arcos de triunfo, pabellones, fuen- tes, etcétera, ofrecía un remanso de paz y armonía social frente a los conflictos del mundo exterior (Stone, 1996: 217 y ss.). Se remodeló igualmente el Piazzale Augusto Imperatore, en torno al Mausoleo de Au- gusto, con el traslado del Ara Pacis a las inmediaciones, protegida por un «orrendo garage» (Torelli, 1991: 246), y colocando copias de las RGDA ante ambos monumentos. El régimen pretendía ofrecer al mundo un escaparate de sus realizacio- nes y su empuje con la Exposición Universal de 1942, en conmemoración de veinte años del nuevo orden fascista y cinco del imperio, mediante la construcción de una nueva sede, un barrio entero como ampliación de la «Tercera Roma». La guerra finalmente acabó con el programa, del que permanecen el proyecto del nuevo barrio en la periferia de la ciudad, el EUR, actualmente remodelado, y algunos edificios aislados. En dicho es- pacio resulta paradigmático de la arquitectura fascista, simbiosis de cla- sicismo y modernidad, el Palazzo della Civilità Italiana (1938-1943),27 Este programa artístico, con una utilización instrumentalizadora y partidista de la historia, en particular de la Roma antigua, es igualmente visible en la decoración (mo- saicos, estatuas y relieves) de la estación de ferrocarril Roma Ostiense (Diebner, 2006). Antonio Duplá Ansuategui156 también conocido como Palazzo della Civilità del Lavoro o, coloquialmen- te, Colosseo Quadrato, pues juega con el modelo del Coliseo.28 La estrecha conexión entre arqueología e historia, urbanismo y políti- ca, resulta así evidente en la época fascista, pero es importante destacar que, pese a la pomposa retórica historicista, cuando surjan contradicciones entre uno u otro aspecto, finalmente será la dimensión más puramente política y propagandística del régimen la que se imponga. Así, Ludwig Curtius, director del Instituto Arqueológico Alemán en Roma desde 1928, habla elogiosamente de los planes urbanísticos de Mussolini en una confe- rencia pronunciada en Colonia en 1934 («Mussolini und das Antike»), pero en 1950 criticará esas actuaciones, señalando entonces cómo esos pla- nes habían destruido las excavaciones en curso en los foros de César y Trajano (Canfora, 1980: 136 y ss.). 9. Recapitulación Dos episodios dramáticos, de distinta índole, pueden señalar el final simbólico del «culto allà romanità» en el «ventennio fascista» (Giardina, 2000: 276 y ss.). El estudioso italiano se refiere, por una parte, al episodio de las naves de Nemi. Se trataba de dos naves construidas por Calígula a modo de palacios flotantes en el lago de Nemi (Lacio), que fueron recupe- radas por el régimen fascista en los años treinta como otra demostración de su poderío y de la continuidad entre la Roma antigua y la mussoliniana. No obstante la importancia concedida por el régimen a su reconstrucción, ensalzada de forma expresa por el propio Duce, fueron destruidas comple- tamente por el fuego de un pelotón de soldados alemanes en fuga hacia el norte entre el 31mayo y el 1 de junio de 1944. En segundo lugar, Giardina recuerda cómo un año más tarde, en marzo de 1945, Hitler lanzaba la «orden Nerón», una política de tierra quemada para impedir que los alia- dos en su avance pudieran utilizar las infraestructuras del Reich; al mismo 28 En la parte superior de la fachada se puede leer la inscripción «VN POPOLO DI POETI DI ARTISTI DI EROI DI SANTI DI PENSATORI DI SCIENZATI DI NAVIGATORI DI TRASMIGRATORI» (frase que deriva del discurso de Mussolini de octubre de 1935 declarando la guerra en Abisinia). Hoy, signo de los tiempos, es sede de la firma de alta costura FENDI. La Roma del fascismo 157 tiempo, pocas semanas antes de suicidarse en su búnker de Berlín, hace publicar en la prensa extensas noticias sobre las guerras púnicas. Su minis- tro de Propaganda Goebbels, anota entonces en su diario: «como la actual guerra en Europa, el conflicto entre Cartago y Roma no se decidió en un año». Con la caída tanto del fascismo italiano como del III Reich se disuel- ve este capítulo concreto de la historia de Roma como inspiración directa de sueños políticos imposibles (Giardina, 2013: 69 y ss.) y, habría que añadir, en ambos casos, letales. Como contrapunto a tanta quimera e, irónicamente, arrebatando al régimen de Mussolini su liderazgo romanizador, para la filósofa Simone Weil serían los nazis los auténticos herederos de los antiguos romanos y su construcción de un Estado totalitario la verdadera reencarnación (inicua) de Roma antigua: La analogía entre el sistema hitleriano y la antigua Roma es tan sor- prendente que se podría creer que desde hace dos mil años solo Hitler ha sabido imitar correctamente a los romanos […]. Los romanos conquista- ron el mundo por la seriedad, la disciplina, la organización, la continuidad de las ideas y el método; con el uso meditado, calculado, metódico de la crueldad más despiadada, de la perfidia fría, de la propaganda más hipó- crita, empleadas simultáneamente o de forma sucesiva; por una resolución inquebrantable de sacrificarlo siempre todo al prestigio, sin ser nunca sen- sibles ni al peligro, ni a la piedad, ni a ningún respeto humano; por el arte de descomponer bajo el terror el alma misma de sus adversarios, o de ador- mecerlos mediante la esperanza antes de sojuzgarlos por las armas; en defini- tiva, por un manejo tan hábil de la mentira más grosera que han llegado a engañar a la posteridad y nos siguen engañando todavía (Weil, 2007-1939: 237 y ss.). Bibliografía Benton, T. (2000), «Epigraphy and fascism», en Alison E. 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Bindiss (eds.), The Uses and Abuses of Anti- quity, Berna. ÍNDICE Prólogo ........................................................................................... 9 I EL ARQUETIPO DE LAS REPÚBLICAS CLÁSICAS EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX Esparta como modelo y contramodelo en la Ilustración César Fornis ............................................................................. 21 El legado confederal griego en la Constitución de los EE.UU. Clelia Martínez Maza .............................................................. 59 La Historia de Grecia de Georges Grote y la Atenas de los liberales Laura Sancho Rocher................................................................ 87 Los mitos de Pompeya: arqueología y fantasia Mirella Romero Recio ............................................................... 121 II LAS QUIMERAS HISTORIOGRÁFICAS DEL SIGLO XX La Roma del fascismo Antonio Duplá Ansuategui ...................................................... 137 328 Índice Roma nacionalsocialista Salvador Mas Torres ................................................................ 161 Leo Strauss y la Antigüedad neocon Pedro López Barja de Quiroga ................................................. 187 III ESENCIALISMOS Y FICCIONES CONTEMPORÁNEOS Cuando Hércules le espantaba las moscas a Buda. Negando el mundo Grecorromano en la India Fernando Wulff Alonso ............................................................ 213 Mujeres en el cristianismo primitivo: entre la historia y el mito feminista contemporáneo Gonzalo Fontana Elboj ........................................................... 247 Imposturas célticas: celtismo, estereotipos salvajes, druidas, mega- litos y melancolías neoceltas Silvia Alfayé ............................................................................ 297 La antigüedad como paradigma (2) copia
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