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la antigüedad como paradigma

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PRENSAS DE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA
LA ANTIGÜEDAD COMO PARADIGMA
Espejismos, mitos y silencios
en el uso de la historia del mundo clásico
por los modernos
Laura Sancho Rocher (coord.)
© Laura Sancho Rocher
© De la presente edición, Prensas de la Universidad de Zaragoza
 (Vicerrectorado de Cultura y Política Social)
 1.ª edición, 2015
Colección Ciencias Sociales, n.º 111
Director de la colección: Pedro Rújula López
Prensas de la Universidad de Zaragoza. Edificio de Ciencias Geológicas, c/ Pedro Cerbuna, 12 
50009 Zaragoza, España. Tel.: 976 761 330. Fax: 976 761 063
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Esta editorial es miembro de la UNE, lo que garantiza la difusión y comercialización de 
sus publicaciones a nivel nacional e internacional.
Impreso en España
Imprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de Zaragoza
D.L.: Z XXX-2015
La ANTIGÜEDAD como paradigma : espejismos, mitos y silencios en el uso de la historia 
del mundo clásico por los modernos. — Zaragoza : Prensas de la Universidad de Zaragoza, 
2015
 328 p. ; 22 cm. — (Ciencias Sociales ; 111)
 ISBN 978-84-
1. Civilización clásica–Influencia–S. XVIII-XX. 2. Civilización clásica–Historio-
grafía–S. XVIII-XX
930.85(37/38)«17/19»
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta 
obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la 
ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita 
fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
 * Este texto recoge básicamente mi intervención en el curso La Antigüedad como 
paradigma (Jaca, septiembre 2013), con algunas adiciones bibliográficas. Especialmente 
en cuanto a la continuidad de elementos político-culturales del siglo xix, se integra en el 
proyecto de investigación MINECO HAR2012-31736: «Antigüedad, nacionalismos e 
identidades complejas en la historiografía occidental (1700-1900): los casos español, bri-
tánico y argentino». Agradezco a mi colega y amiga la profesora Laura Sancho, coordina-
dora del curso, su paciencia.
LA ROMA DEL FASCISMO*
Antonio Duplá Ansuategui
Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibersitatea
In Roma noi vediamo la preparazione dell’avvenire,
Roma è il nostro mito. Sogniamo un’Italia romana,
cioè saggia e forte, disciplinata e imperiale.
Civis romanus sum
(Mussolini, Gerarchia, 1922)
1. Tradición y recepción de la Antigüedad en la Modernidad
La apropiación política de la Antigüedad en la modernidad occiden-
tal, caracterizada por el estudioso italiano Luciano Canfora en términos de 
«usurpación moderna de la cultura clásica», constituye uno de los fenóme-
nos más interesantes de la historia cultural de Occidente (Canfora, 1989: 
237 y ss.). El Renacimiento, la Ilustración, la Revolución francesa y la 
norteamericana o el bonapartismo constituyen algunos de los hitos más 
significativos. En esa relación, el fascismo del siglo xx representa uno de los 
momentos cumbre.
El fascismo o, si se prefiere, los fascismos surgen en un contexto polí-
tico e intelectual determinado, la así llamada «revolución conservadora», 
que podemos llevar a las últimas décadas del siglo xix y primeras del xx. 
Josetxu
Josetxu
Josetxu
Antonio Duplá Ansuategui138
Elemento fundamental de ese contexto es la crítica a la democracia parla-
mentaria, que está ligada, por una parte, a la teoría de las elites y, por otra, 
al desprecio o miedo a las masas populares alineadas en partidos y organi-
zaciones de izquierda y revolucionarias. La teoría de las elites rechaza o 
cuestiona la democracia en cuanto que otorga un protagonismo desmesu-
rado, en su opinión, a quienes no están preparados para ello, las masas 
populares, en detrimento del liderazgo necesario de quienes realmente 
deberían detentar el poder, por su mayor capacidad y competencia. Se 
trata de una concepción de hondas raíces clásicas, que enlaza directamen-
te con el recelo de líderes políticos y pensadores de la Antigüedad hacia el 
dêmos o la plebs. La Revolución rusa de 1917 agudizará un proceso de 
creciente polarización política e ideológica en Europa e influirá de forma 
determinante incluso en autores de la talla intelectual del historiador ruso 
M. Rostovtzeff, exilado en Occidente tras el triunfo bolchevique. En ese 
ambiente intelectual, sin que necesariamente los diferentes autores des-
emboquen de forma mecánica en los postulados fascistas, encontramos 
desde las teorías sobre el fin del mundo antiguo por la extinción de la 
clase dirigente avanzadas por O. Seek,1 discípulo de T. Mommsen, hasta 
las especulaciones a propósito de la crisis de Occidente de O. Spengler,2 
o el auge de un método historiográfico, la prosopografía (F. Münzer, 
M. Gelzer et al.), que implica toda una concepción (elitista) sobre las 
sociedades antiguas.
Desde el punto de vista de la historia de la recepción moderna de la 
Antigüedad, la etapa fascista, que afecta especialmente a Roma y, en menor 
medida, en particular en el caso alemán, a Grecia, presenta novedades im-
portantes. En primer lugar, su alcance global, esto es, que la impronta 
clasicista, la romanità en el fascismo italiano, alcanza e impregna todas las 
esferas de la sociedad, de la política a la economía, la cultura o el deporte. 
En segundo lugar, destaca su dimensión de masas, frente a un clasicismo 
occidental tradicionalmente más limitado a las elites dirigentes, con la 
excepción del momento de la Revolución francesa.
 1 Geschichte des Untergangs der antiken Welt, 6 vols., Metzler, Stuttgart 1895-1920.
 2 Der Untergang des Abendlandes, publicado en 1918 y 1922, rápidamente traduci-
do al español (Madrid, Espasa-Calpe, 1923), con prólogo de J. Ortega y Gasset.
La Roma del fascismo 139
Por otra parte, si bien esta recepción de la Antigüedad clásica en el 
fascismo italiano presenta unos rasgos particulares indudables, ligados a 
una coyuntura histórica determinada, su análisis es inseparable de las cir-
cunstancias y continuidades nacionales específicas, que podemos remontar 
sin dificultad a la centuria anterior, al siglo xix. Así, vemos ya la centrali-
dad de la romanità en el imaginario nacionalista unitario decimonónico de 
Italia, o la dicotomía filohelenismo-germanismo-ideología völkisch en la 
historia alemana del mismo siglo (Fleming, 2007: 353). En ese sentido, 
fascismo y nazismo representarían la culminación paroxística de una serie 
de tendencias y premisas ideológicas previas, como el nacionalismo, el co-
lonialismo, el militarismo o el antisemitismo.3
La revisión crítica de esta etapa particular de la recepción clásica se inicia 
en los años setenta del pasado siglo, especialmente de la mano del debate 
promovido por Luciano Canfora en las páginas de la revista Quaderni 
di Storia, con textos del propio Canfora, M. Cagnetta, L. Perelli, A. La 
Penna y otros. Hoy por hoy, el estudio del clasicismo fascista y nacionalso-
cialista constituye un campo de trabajo de particular fertilidad, cultivado 
especialmente, no por casualidad, en Alemania e Italia, pero también en 
otros países (Näf 2001; Nelis, 2007).4
2. Fascismos
Las interpretaciones más recientes sobre el fascismo italiano, de la mano 
de G. Mossé, E. Gentile o Z. Sternhell, insisten en una explicación centrada 
en buena medida en la ideología y la cultura (Traverso, 2012: 109).
Como señala E. Traverso, frente a un definición en clave negativa 
(antiliberal, antisemita, anticomunista, etcétera), estos tres autores, quizá 
los más significativos historiográficamente hablando, junto con R. Griffin, 
 3 Es muy interesante, en el caso alemán, el estudio de esas continuidades a través 
de la historia de la recepción de un texto como la Germania del historiador romano Tácito 
(Krebs, 2011; Duplá, 2012).
 4 Es lamentable que en este panorama historiográfico no se tenga en cuenta —por 
ejemplo, en los dos autores citados— la producción española sobre el régimen franquista, 
que, si bien es relativamente reciente, está dando ya sus frutos(entre otros, Duplá, 2001a; 
Wulff-Martí Aguilar, 2003).
Antonio Duplá Ansuategui140
comparten una definición del fascismo como una revolución, una ideolo-
gía, una visión del mundo y una cultura. Una revolución, porque querían 
construir una sociedad nueva; una ideología, como reformulación del na-
cionalismo y que, tras el rechazo del marxismo, se presentaba como alter-
nativa tanto al conservadurismo como al liberalismo; una visión del mun-
do que quería crear «el hombre nuevo» y se presentaba como el destino 
providencial de la nación; y una cultura, que quería transformar el imagi-
nario colectivo y los modos de vida.5
Evidentemente, se trata de una revolución de derechas, con las clases 
medias como motor social, antiliberal, antimarxista, espiritual y comu-
nitaria. En realidad, siguiendo a Traverso, sería una revolución contra la 
revolución (pues el anticomunismo constituye un motor indiscutible del 
fascismo), una revolución sin revolucionarios, una revolución, en todo 
caso, conservadora (Traverso, 2012: 130 y ss.). De hecho, más allá de la 
retórica y relativizando, por tanto, esa supuesta dimensión revolucionaria, 
en la práctica histórica resulta muy evidente la ósmosis entre los fascismos 
y los sectores conservadores.
El fascismo representaría, en todo caso, una síntesis nueva que 
combina el impulso romántico con el culto a la modernidad técnica. Así 
se explicaría la adhesión al régimen mussoliniano de los futuristas 
(Marinetti et al.) y su pasión por la velocidad. Se podría hablar entonces, 
frente al pesimismo cultural de fines del siglo xix y primeras décadas del 
siglo xx, de un modernismo reaccionario (Traverso, 2012: 113; Griffin, 
2010). En esta polémica conceptualizadora, Griffin (ibid.: 35 y ss.) habla 
de la presunta aporía a propósito de modernismo y fascismo para reivin-
dicar firmemente su carácter moderno. Por su parte, Mossé, Sternhell y 
Gentile rechazan su carácter reaccionario y, dada su presunta dimensión 
 5 Recogemos una sintética definición del fascismo de la mano de E. Gentile (2004: 19): 
«El fascismo es un fenómeno político moderno, nacionalista y revolucionario, antiliberal 
y antimarxista, organizado en un partido milicia, con una concepción totalitaria de la 
política y del Estado, con una ideología activista y antiteórica, con fundamento mítico, 
viril y antihedonista, sacralizada como religión laica que afirma la primacía absoluta de la 
nación a la que entiende como una comunidad orgánica étnicamente homogénea y jerár-
quicamente organizada en un Estado corporativo, con una vocación belicista a favor de 
una política de grandeza, de poder y de conquista encaminada a la creación de un nuevo 
orden y de una nueva civilización».
La Roma del fascismo 141
revolucionaria, preferirían hablar de «modernismo fascista», de «moderni-
dad totalitaria» (Gentile) o, como citábamos antes, de «revolución conser-
vadora». El fascismo se inserta sin duda alguna en la tradición del naciona-
lismo, pero, a diferencia del siglo anterior, lo hace en la época de la 
nacionalización de las masas. Esto supone unas nuevas bases, un nuevo 
lenguaje, unos nuevos líderes, y una nueva violencia y brutalización de las 
sociedades. Para Mossé o Gentile, nos recuerda Traverso, la experiencia 
terrible de la I Guerra Mundial, auténtica crisis de civilización, habría su-
puesto un punto de inflexión para el desarrollo del fascismo.
El fascismo representa también una sacralización de la política, una 
religión secular, civil (con su fe, sus símbolos, sus rituales, su adhesión ba-
sada en la creencia, sus mártires, etcétera). Al mismo tiempo, una política 
militarizada y violenta, pues la violencia constituye un elemento central de 
los regímenes fascistas. En torno a este punto, apunta Traverso una de las 
limitaciones fundamentales en estos análisis del fascismo citados, por otra 
parte imprescindibles (2012: 139). Se refiere a la insuficiente atención his-
toriográfica que estos autores han prestado a las víctimas de los fascismos.
3. Clasicismo y fascismo
En un célebre capítulo de su libro de 1989, el conocido estudioso 
italiano Luciano Canfora desarrolla su tesis sobre la relación entre clasicis-
mo y fascismo, en línea con las interpretaciones más recientes sobre el 
fascismo italiano ya comentadas («Sul posto del clasicismo tra le matrici 
culturali del fascismo» [Canfora, 1989: 253 y ss.]). Canfora subraya que 
incluso quienes niegan la existencia de una cultura fascista, como Norberto 
Bobbio, reconocen la importancia del clasicismo, de la romanidad y latini-
dad («romanolatría», según Canfora) en el fascismo italiano.
Canfora distingue cuatro motivos en la ideología fascista derivados 
directamente del clasicismo, realmente todos ellos relacionados entre sí: la 
antidemocracia, la idea de una tercera vía, el motivo imperial y el rechazo 
del mundo moderno.
La crítica del concepto de democracia, contra la idea de igualdad, del 
poder de todos, es el punto de encuentro de todas las corrientes prefascistas. 
Esta tradición antidemocrática moderna es de clara raigambre clasicista, a 
partir de la connotación negativa del concepto de masa (óchlos, plebs 
sordida, etcétera) en los autores antiguos, cuyos ecos encontramos en 
Antonio Duplá Ansuategui142
Wilamowitz y tantos otros, y que puede llevar incluso a la aceptación de la 
esclavitud, como es el caso de Nietzsche en su opúsculo Sobre el futuro de 
nuestras escuelas, de 1872. Se trata de una crítica que tiene su corresponden-
cia con la teoría de las elites (Mosca, Pareto) como crítica de la democracia 
y de la idea de la igualdad en el terreno sociológico y con el correlato inevi-
table de la necesidad de un líder fuerte. El contrapunto metodológico-his-
toriográfico se encuentra en la interpretación prosopográfica (Gelzer, Mün-
zer, Syme, etcétera), no necesariamente fascista,6 pero sí fuertemente elitista.
La idea de una tercera vía presupone al fascismo como una autoprocla-
mada alternativa entre capitalismo y socialismo, entre el sistema capitalista 
liberal y el sistema socialista. Encontramos ahí las reflexiones y la puesta en 
práctica tanto de una organización corporativa del trabajo como de una con-
cepción orgánica del Estado, buscando también precedentes clásicos, como 
pudieran ser los collegia, frente al modelo del sindicalismo de izquierdas.
Precisamente, la misión imperial de Roma representaría una concre-
ción práctica de esa supuesta tercera vía. Una idea de Roma como imperio 
civilizador, humanista, frente a otros modelos imperialistas, caso de los 
imperios explotadores y plutocráticos británico u holandés. Este colonia-
lismo fascista supondrá un punto de encuentro con el colonialismo evan-
gelizador católico y la Iglesia aplaudirá la conquista de Etiopía, como se 
aprecia en el editorial de Vita e pensiero, órgano de la Universidad del Sacro 
Cuore de Milán, en noviembre de 1935 (cita en Canfora, 1989: 264). Esas 
tesis tendentes a una valoración favorable al imperio de Roma, al mismo 
tiempo que rechazan el cartaginés, se aprecian incluso en grandes historia-
dores como G. de Sanctis.7 En el relato de la destrucción de Cartago en el 
vol. iv.3 de su Storia dei Romani, publicado en 1964 pero, en opinión de 
Canfora, presumiblemente escrito poco después del fin de la guerra, pode-
mos leer: «Cartagine, un peso morto nella civiltà classica». En cuanto al 
rechazo del mundo moderno, y si dejamos a un lado la discusión actual a 
propósito de la modernidad o no del fascismo,8 se trata en realidad de una 
 6 Podría ser incluso liberal, en sentido británico, caso de Ronald Syme.
 7 Firmante del Manifesto antifascista de B. Croce (infra, n. 9).
 8 Si seguimos a Griffin (2010: 15), se trataría no tanto de un rechazo del mundo 
moderno en general, cuanto de los «elementos presuntamente degenerados de la época 
moderna», en aras de un modernismo alternativo.
La Roma del fascismo 143
impronta tradicional del clasicismo, en cuanto reivindicación de una época 
del pasado que se supone superioral presente. Con el fascismo, y como 
expresión de esa voluntad de instaurar un régimen nuevo, superador radi-
calmente del anterior, desde 1921 se instituye el 21 de abril, la fiesta del 
nacimiento de Roma, reencarnada en la moderna nación italiana, en susti-
tución de la fiesta de los trabajadores del 1 de mayo (Giardina, 2000: 227 
y ss.). Ese día se desarrollaban diversos actos, como el desfile de la Milizia 
voluntaria, subrayando la trascendencia de la efeméride. En 1924 se con-
cedía la ciudadanía romana a Mussolini, cuando expone sus ideas sobre el 
renacimiento urbanístico de la ciudad. En 1925 se hacía publico el Mani-
festo degli intellettuali fascisti, redactado por Giovanni Gentile, apoyado 
por centenares de intelectuales y artistas.9 Finalmente, en 1926 se estable-
cía una nueva era fascista, desde el año 1922, indicada con números roma-
nos junto a la era cristiana en cifras arábigas.10
El Ministro italiano de Educación Nacional, G. Bottai, resumía así el 
valor de la Roma antigua para el nuevo régimen en un discurso pronuncia-
do en la inauguración del XXV Congreso del Regio Instituto per la Storia 
del Risorgimento Italiano:
Il ritorno a Roma, provocato dalla Rivoluzione delle Camicie nere, è, 
piuttosto, un rinnovarsi dell’idea di Roma nella coscienza dell’italiano 
moderno; non una restaurazione, ma una rinnovazione, una rivoluzione 
dell’idea di Roma. Di Roma noi trasvalutiamo nel nostro mondo e nel nostro 
tempo certi valori essenziali: il valore spirituale dell’autorità, l’esigenza della 
disciplina, della legge, dell’istituzione e della norma, la tendenza alla sempli-
cità, alla coerenza, alla concretezza, alla simmetria, alla chiarezza, che sono 
poi, voi lo sapete, i segni distintivi della nostra politica contro le altre politi-
che, che si agitano e combattono nel mondo (1937: 352).
4. La historiografía fascista sobre la Antigüedad clásica
En 1932, Mussolini había escrito en la Enciclopedia italiana que el 
Estado fascista era una voluntad de potencia e imperio, y la tradición 
 9 Respondido el siguiente 1 de mayo por un manifiesto de intelectuales antifascis-
tas, redactado por Benedetto Croce a propuesta del periodista y político liberal Giovanni 
Amendola (Manifesto degli intellettuali antifascisti). Los textos de ambos manifiestos se 
encuentran fácilmente en la Red.
 10 Al igual que hará el régimen franquista con el «Año de la Victoria».
Antonio Duplá Ansuategui144
romana una idea-fuerza central. A partir de esos presupuestos, y como no 
podía ser de otra manera, el régimen fascista marcará también su impronta 
en el terreno historiográfico, privilegiando determinados temas y a deter-
minados protagonistas históricos.
Es interesante analizar el proceso que se va desarrollando en el perio-
do de entreguerras, el contexto político e intelectual general al que alu-
díamos al comienzo de nuestro texto, y que cristaliza posteriormente en 
el fascismo italiano y el nazismo alemán. El profesor Mazza, conocido 
estudioso de la historiografía moderna sobre el mundo antiguo, ha estu-
diado este proceso y ha sintetizado las líneas dominantes en tres grandes 
bloques (Mazza, 1994). En su opinión, las líneas generales de la historio-
grafía alemana e italiana de la época se deben analizar en función de una 
serie de nuevas coordenadas. En primer lugar, plantea la necesidad de 
analizar las relaciones entre individuo, masa y Estado en las ciencias de la 
Antigüedad tras la Gran Guerra. Otro problema fundamental que abor-
da es el de la crisis de la política, que Mazza caracteriza como el paso del 
polítes al Übermensch, es decir, del individuo ciudadano portador de de-
rechos y protagonista de la acción política al superhombre, líder autocrá-
tico carismático que concentra y resume en sí mismo el poder. En conse-
cuencia, se imponen temas como la disolución de la libertad en Grecia y 
Roma, la historia helenística, las virtutes de los distintos pueblos, bien 
sean los romanos, bien sean los germanos, Alejandro, el Imperio romano 
y, especialmente en el caso italiano, Augusto. En tercer lugar, aparece la 
idea de una oikuméne pacificada y el princeps como Übermensch, como 
superhombre dotado de las más altas virtudes. Son nuevos temas, nuevos 
contenidos, nuevos centros de interés, que reflejan una traducción clara 
en el terreno académico de las tendencias políticas dominantes en Euro-
pa. Como recuerda Mazza, el contexto cultural estaba dominado por el 
historicismo idealista de Croce y Gentile en Italia, y por las varias formas 
de idealismo y espiritualismo imperantes en la República de Weimar.11 
En ese ambiente, no extraña que la pregunta sobre la capacidad de Ale-
jandro o Roma para conquistar el mundo, apoyados en sus virtudes 
 11 Sobre Croce y Gentile, véase bibliografía en Fontana (2001: 186); sobre la Repú-
blica de Weimar, J. J. Carreras, «Categorías históricas y políticas: el caso de Weimar», en 
J. J. Carreras, Razón de Historia. Estudios de historiografía, Madrid, pp. 73-85.
La Roma del fascismo 145
tradicionales, pudiera aplicarse a la posibilidad de repetir el proceso por 
parte de los italianos y sus virtudes nacionales (o los alemanes o los 
españoles y las suyas, en su caso).12
Un elemento clave en esta historia política dominante en la historio-
grafía europea de entreguerras es el estudio de las grandes personalidades, de 
sus virtudes y su capacidad creadora. Este aspecto subraya el carácter pro-
fundamente elitista del clasicismo de la época, en relación directa con el 
pensamiento conservador de fines del siglo xix y del primer tercio del siglo 
xx. En un ambiente intelectual que produce obras como La rebelión de las 
masas, de Ortega y Gasset, directamente inspiradas por la preocupación 
ante la supuesta crisis y decadencia de las elites dirigentes y el protagonismo 
político de sectores sociales antes excluidos, la Antigüedad clásica ofrece el 
interés de una galería de personajes poderosos que podían servir de modelo 
para el presente. Por otra parte, a través de las corrientes humanistas y espi-
ritualistas se reforzaba el papel de la cultura clásica desde el punto de vista 
educativo y formativo de los estamentos superiores de la sociedad.
En cierta medida, este estudio de las grandes personalidades históri-
cas se ve favorecido, en el caso del mundo antiguo, por las especiales ca-
racterísticas de la historiografía y la biografía antiguas, siempre propensas 
a subrayar el papel de las grandes individualidades y sus particulares cua-
lidades políticas, militares y morales. Desde el punto de vista moderno, 
estudios sobre las virtudes arquetípicas y otros conceptos clave de la so-
ciedad romana (fides, auctoritas, etcétera) por parte de autores como R. 
Heinze o los estudios prosopográficos profundizan en esa línea. Es sinto-
mático que este horizonte se refleje en la importancia de las colecciones 
dedicadas a las biografías de los grandes dirigentes de la historia. En Ale-
mania, es el caso de la colección Meister der Politik, iniciada en 1923, en 
cuya presentación se reclama el papel central de estos grandes hombres, 
cuya voluntad, inteligencia y fantasía logran imponerse al caos en los 
periodos de crisis. Los editores de la colección apuntan que en su tur-
bulento presente todavía no habían despuntado esas nuevas figuras 
 12 Otra idea recurrente en la producción científica de la época, en realidad un tema 
igualmente presente desde mediados del siglo xix, es la reivindicación de la originalidad 
de la cultura literaria latina.
Antonio Duplá Ansuategui146
creativas.13 Ahora podemos decir que una década más tarde ya habían 
aparecido, con funestas consecuencias.
En el caso concreto de Italia se asistirá a un auge absoluto de los estu-
dios sobre Augusto, jugando con la identificación del régimen augústeo y 
el ascenso del fascismo, así como con la idea de la «revolución augústea», 
creadora del nuevo Estado y renovadora de la clase dirigente.14 Se destaca-
rán una serie de individuos protagonistas de la historia romana,como per-
sonificación de la virtus romana (Escipiones, Gracos, Mario, Sila y César), 
que culminaría en Augusto, cuyo tiempo se presentará a modo de una edad 
de oro (Lepore, 1989).
En esta tarea se mostrará especialmente activo el Istituto (Nazionale) di 
Studi Romani y la revista Roma (1923-1943), que tendrán un papel central 
en la configuración práctica-ideológica del culto «a la romanidad» (infra), 
proyectado a través de una incesante actividad político-cultural institucio-
nal (Visser, 2001; La Penna, 2001). Por otra parte, el generoso apoyo ins-
titucional y el tradicional prestigio científico de los académicos italianos 
consiguen reunir un selecto plantel de especialistas en publicaciones de 
clara vocación propagandística, caso del volumen colectivo sobre Augusto 
(Augustus. Studi in occasione del bimillenario augusteo, Reale Accademia 
Nazionale dei Lincei, 1938) o de los Quaderni Augustei, a propósito de los 
estudios sobre Augusto en distintos países, con una nómina de colabora-
dores realmente notable.15
 13 E. Marcks y K. A. von Müller (eds.), Meister del Politik, i, Stuttgart, 1923, 
«Vorwort» (sobre el tema y esta colección, Mazza [1994: 362 y ss.]). En la colección 
alemana colaboraron algunos de los grandes nombres de las ciencias de la Antigüedad 
germanas, como M. Gelzer, E. Meyer, J. Kaerst o E. Schwartz, entre otros.
 14 Los aspectos más problemáticos de la biografía de Augusto, en particular su as-
censo al poder y la época triunviral, quedarán en un segundo plano o bien se justificarán 
como violencia legítima y comprensible. Es el caso de M. A. Levi en Ottaviano capoparte 
(Florencia, 1933) y su juicio benévolo sobre las proscripciones.
 15 i J. Gagé, Francia; ii P. Faider, Bélgica; iii E. Skard, Noruega-Suecia; iv E. Kor-
nemann, Alemania; v Van Buren, Studi americani; vi F. Miltner, Austria; x H. Wagen-
voort, Holanda; xi N. Vulic, Yugoeslavia; etc. El Quaderno xviii corresponde a España y 
su autor es F. Valls Taberner, historiador del Derecho y medievalista (Pasamar y Peiró, 
2002: 651-654). Es un admirador entusiasta de la obra en «Hispania de Augusto», enten-
dido como auténtico pacificador y reorganizador e, incluso, como promotor de una inci-
piente conciencia nacional española en su calidad de primer unificador de «España».
La Roma del fascismo 147
¿Desde el punto de vista de la historia de Roma, qué Roma se reivindica? 
Según Giardina (2000: 248), la romanidad fascista concilia aspectos de la 
Roma republicana e imperial, como la idea de pueblo compenetrado con el 
Estado, unida a la estabilidad imperial basada en el binomio orden-disciplina, 
que aseguran el liderazgo y el dominio mundial. Con la guerra de África, sin 
embargo, el modelo romano será definitivamente el imperial. Se trata de un 
imperialismo civilizador, como supuestamente fuera el de Roma (frente al 
imperialismo plutocrático de Cartago o de las modernas Inglaterra y Holan-
da, los «cartagineses» de la modernidad). De hecho, si la expansión de Italia 
por el Mediterráneo es un tema ya presente en la etapa liberal decimonónica, 
Mussolini, en línea con la reivindicación de las glorias romanas, plantea nue-
vos frentes más allá de Libia. En su ensayo histórico de 1926, Roma antica sul 
mare,16 que lee en la Universidad para Extranjeros en Perugia, Mussolini está 
anunciando con antelación sus pretensiones imperialistas en África, que 
culminará en Etiopia en 1935. Como se aprecia en el discurso que anuncia 
la victoria en Etiopia, pronunciado el 9 de mayo de 1936, y en línea con la 
historiografía del régimen, los territorios conquistados no serán objeto de ex-
plotación, sino de asentamiento y desarrollo agrícola, jugando con la vincula-
ción agricultura-civilización (Giardina, 2000: 250, Polverini, 2001):
L’Italia ha finalmente il suo impero. Impero fascista, perchè porta i 
segni indistruttibili della volontà e della potenza del Littorio romano… 
Impero di pace, perchè l’Italia vuole la pace per sé per tutti e si decide alla 
guerra soltanto quando vi è forzata da imperiose, incoercibili necessità di 
vita. Impero di civiltà é umanità per tutte le popolazioni dell’Etiopia. 
Questo è nella tradizione di Roma, che, dopo aver vinto, assimila i popoli al 
suo destino.
5. El culto della romanità
El concepto de romanità, especialmente en su dimensión imperial-
civilizadora, es, desde luego, anterior a la hegemonía fascista en Italia, 
estando ya presente en el régimen liberal de las primeras décadas siglo 
 16 Escrito probablemente con la ayuda de Ettore Pais, muy citado en el texto, en 
opinión de Giardina (2000: 250); pero Polverini (2001) no comenta nada al respecto. 
Sobre el historiador E. Pais, L. Polverini (ed.), 2002, Aspetti della storiografia di Ettore 
Pais, Nápoles.
Antonio Duplá Ansuategui148
(Perelli, 1977). En realidad, la antigua Roma resulta un elemento central 
en el horizonte político e intelectual italiano desde el Risorgimento decimo-
nónico, como una alternativa ideológica al poder unificador de la Iglesia 
católica, en principio opuesta a la unificación de Italia y a la desaparición 
de los Estados pontificios. Pero ya Garibaldi marcha sobre Roma con la 
República romana como símbolo, y así la «romanidad» conecta directa-
mente con el imaginario de la unificación de Italia (Fleming, 2007). Más 
tarde, se convierte en un factor central en la articulación del consenso de 
los sectores de derecha y conservadores, con una tendencia crecientemente 
reaccionaria e imperialista, en torno a la crítica a la democracia y la ideolo-
gía colonialista. Finalmente, en ese proceso de articulación del fascismo 
como una religión política, detenidamente estudiado por Gentile (2007), 
la antigua Roma será una referencia histórica, simbólica y mitológica de 
primer orden de la historia nacional, como continuadora de las glorias 
imperiales de Roma.
El culto della romanità no resulta, por tanto, mera retórica o un ele-
mento secundario, decorativo, o de simple oportunismo, dada la historia 
italiana, sino un aspecto central de la ideología fascista, que posibilita la 
amalgama de elementos como tradicionalismo, antihumanismo, catolicis-
mo integrista o monarquismo antidemocrático (Visser, 1992). Ese legado 
y la continuidad antigua Roma-Italia fascista es explícitamente reivindica-
do por Mussolini y por los intelectuales del régimen, durante todo el ven-
tennio fascista. Con el fascismo se reivindica, además, la romanidad estric-
tamente hablando, lo «romano», frente al término «latino», que evocaba 
lazos con otras naciones aliadas antes (en la Gran Guerra), pero ahora 
rechazadas, caso de Francia.
Posiblemente, la novedad de la romanità fascista resida en su carácter 
de modelo global, válido para el partido, el ejército o la sociedad civil, y en 
su dimensión de acción e intuición antes que de ideas y razonamientos, en 
opinión de Giardina. Se presentaba como una fuerza mística, una corrien-
te subterránea que recorría el espíritu de Italia y sus gentes, ligada más a la 
intuición que a la erudición.17
 17 «Un tema, dunque, quello di Roma, per noi, uomini del fascismo, scaturito non 
dalla erudizione, non dai libri, non da quella ‘morta storia’ […] ma dell’azione» (G. 
Bottai, en la revista Roma, 1937).
La Roma del fascismo 149
Ese «culto» implicaba el modelo político, las referencias culturales, 
los símbolos, los desfiles, la retórica, el saludo, con hitos como la cele-
bración de la fiesta del nacimiento de Roma, desde 1921, o la instaura-
ción de una nueva era fascista desde 1922. Incluía igualmente la crea-
ción del «hombre nuevo». Ese «hombre nuevo», en parte del pasado en 
cuanto portador del espíritu de la romanidad, desde el presente encar-
naba hacia el futuro la potencial eternidad del fascismo y, por otra parte, 
adquiere connotaciones claras y progresivamente más raciales, de una 
raza italiana que se opone a burgueses, extranjeros, europeos septentrio-
nales, etcétera. El proceso culminará en las leyes raciales de 1938 y el 
Manifesto degli scienzati razzisti,que supondrá una política racista en las 
colonias contra la población indígena y en Italia contra los judíos, los 
«cartagineses» de la modernidad.18
En conjunto, esta latinidad, o mejor, romanidad, se reivindica frente 
a la tradición germánica y anglosajona, supuestamente promotora de un 
Estado atomizado, materialista, frente al Estado orgánico y espiritual del 
fascismo. Mussolini dirá expresamente:
Ahí, en la vida colectiva, es donde se encuentra el nuevo encanto de la 
existencia. ¿No pasaba lo mismo en la antigua Roma? En la república, el 
ciudadano tenía solo importancia como miembro de la vida del Estado, y 
precisamente cuando las cosas cambiaron bajo los emperadores vino la 
decadencia. Sí, eso es lo que quiere hacer el fascismo con la multitud: orga-
nizar la vida colectiva, vivir, trabajar y luchar en común, en una jerarquía, 
sin rebaño. Queremos la humanidad y la belleza de la existencia colectiva 
(Ludwig, 1979: 125).
Como se ha dicho, en la configuración de la ideología «romanis-
ta» la labor de los círculos intelectuales y académicos de las Ciencias 
de la Antigüedad y del ya citado Istituto di Studi Romani, o de perso-
najes como P. de Francisci o G. Bottai, resulta fundamental (Visser, 
1992: 12 y ss.).
 18 «Peste siriana», dirá de ellos Alfred Rosenberg, responsable de la política exterior 
del NSPD. La política racista, que se había criticado al régimen nazi en 1934 es también 
contradictoria con el discurso del propio Mussolini pronunciado en 1924 en el Foro ro-
mano, donde elogiaba la política integradora con los extranjeros de los antiguos romanos 
(ver cita en Giardina [2000: 262]).
Antonio Duplá Ansuategui150
6. Mussolini y Augusto
Esa retórica fascista de la romanidad es uno de los elementos que expli-
can la popularidad de Mussolini en todo el mundo en su época, al menos 
hasta la invasión de Abisinia. Dicha popularidad estaba asociada a los logros 
de Italia en los años treinta y, particularmente, a su encendido antiso-
cialismo y anticomunismo, extremo loable a los ojos de intelectuales 
como G. Bernard Shaw, G. K. Chesterton o E. Pound, e incluso políticos como 
Winston Churchill (Giardina, 2000: 243 y ss.). Esa popularidad se extendía 
al mundo académico y explicaría la colaboración de distinguidos académi-
cos occidentales en diversas iniciativas del régimen (Cagneta, 1976).19
El liderazgo carismático de Mussolini jugaba con la encarnación viva 
del espíritu romano y, así, dirá en un discurso de 1922: «Civis romanus sum» 
(Giardina, 2000: 219). Incluso dentro del contexto general del culto al 
cuerpo, a la virilidad, a la salud, al deporte, tan típicamente fascista, el Duce 
era supuestamente «romano» en el físico y también en el carácter, que reco-
gía la «sagezza latina, la maschia romanità», reencarnación del viejo legiona-
rio romano. Realmente, se podría decir que el cuerpo del Duce, en su gesti-
culación, representaba un cruce entre estatua romana e individuo concreto, 
aspecto con el que juega la película Scipione l’Africano (Carmine Gallone, 
1937), con el actor Annibale Ninchi como Publio Cornelio Escipión, héroe 
de las guerras púnicas y remedo cinematográfico del líder fascista.
Desde el punto de vista de los referentes romanos para Mussolini, 
César constituía un modelo permanente. Representaba al guerrero, al con-
quistador, al luchador contra la oligarquía y su muerte habría supuesto 
«una desgracia para la humanidad», como dirá el propio Duce en su famo-
sa conversación con Emil Ludwig (1979: 76).20
 19 Esa admiración rezuma el artículo «Mussolini and the Roman Empire» del pro-
fesor Kenneth Scott (The Classical Journal, 27 [junio1932], pp. 645-657). En contrapar-
tida, como crítica de ese contexto entusiasta se entiende la versión de Orson Welles y John 
Houseman del Julio César de Shakespeare en el Mercury Theater de Nueva York en 1937, 
donde aparece César como Mussolini (Wyke, 1999).
 20 En Mussolini speaks, film apologético del director norteamericano Lowell Thomas, 
una voz en off ante el inicio de un discurso de Mussolini dice: «Il momento è solemne. 
Cesare rivive» (Giardina, 2000: 243).
La Roma del fascismo 151
Sin embargo, su asesinato impedía que fuera un modelo reivindicable. 
En consecuencia, Augusto aparecía como un referente más adecuado, pese 
a su curriculum militar bastante limitado y su política exterior poco agresi-
va, más contemporizadora y diplomática. Probablemente Mussolini prefe-
riría un modelo híbrido entre ambos líderes romanos (Giardina, 2000: 
248; Nelis, 2007: 995). En todo caso, establecida la conexión entre ambos, 
el líder fascista se convertirá en un auténtico alter ego de Augusto en ese 
momento y los historiadores buscarán todo tipo de paralelismos entre am-
bos, desde su carácter de pacificadores tras graves crisis políticas y sociales 
hasta sus reformas políticas y sus planes de regeneración moral y defensa de 
la familia y la natalidad, o su potenciación de la agricultura, o su reivindi-
cación a ultranza del patriotismo; incluso la presencia de legionarios italia-
nos en España hace rememorar la participación de Augusto en las guerras 
cántabras (Giardina, 2013: 58).21
Junto a Augusto, especialmente a partir de 1929, Mussolini aparecerá 
también como un nuevo Constantino en su reformulación de las relacio-
nes Estado-Iglesia, en franca colaboración por el beneficio mutuo, tras la 
etapa más atea y paganizante del primer fascismo. La política imperial re-
tomaría la vocación universal de la Iglesia, presente en la última etapa ba-
joimperial romana, pero ahora con el liderazgo fascista. La Iglesia católica 
aplaude entonces la misión civilizadora y evangelizadora de la Italia mus-
soliniana en Etiopía. Es este un momento culminante del consenso cristia-
nismo-fascismo en Italia, que rechazará las críticas de otros países occiden-
tales como debidas al odio y la envidia de protestantes, masones y 
comunistas hacia la civilización romano-católica (Giardina, 2000: 256).
7. La Mostra Augustea della Romanità
Teniendo en cuenta la importancia que el régimen concede a la reme-
moración de hitos gloriosos de la historia nacional, con la Roma imperial 
como referencia central, le resulta particularmente oportuna la posibilidad 
 21 A una escala, lógicamente, mucho menor se buscan igualmente esos paralelismos 
entre Augusto y Franco (Duplá 2001b). Recordemos igualmente las copias del Augusto 
de Prima Porta regaladas por el Duce a diversas ciudades fundadas por o relacionadas con 
Augusto en Hispania; entre otras, las actuales Tarragona y Zaragoza.
Antonio Duplá Ansuategui152
de celebrar una serie de bimilenarios de clara dimensión propagandística. 
Los casos de los poetas augústeos Virgilio (1930) y Horacio (1935) fueron 
la ocasión para exaltar la relación entre los intelectuales y el poder y su 
papel en el reforzamiento del consenso, con el modelo de Mecenas, el gran 
colaborador de Augusto, como referente central. Incluso, en el caso parti-
cular de Virgilio, cabía una presentación interesada del ruralismo fascista, 
de la pacificación después de la guerra y un periodo caótico y, especial-
mente de la mano de la Eneida, de una epopeya nacional que subrayaba la 
voluntad de poder y dominio de un pueblo.
Pero, sin duda alguna, la culminación de esta política conmemo-
rativa oficial se alcanzó con la celebración del bimilenario del naci-
miento de Augusto en 1937-1938, que, dada la identificación de 
Mussolini con el princeps, supuso una auténtica apoteosis de romanità 
y de desmesurada exaltación e idealización de Augusto, identificado 
con Mussolini.
La idea de una magna exposición que celebrara la romanità y la 
continuidad Augusto-Mussolini surge a principios de los años treinta y 
el proyecto oficial, directamente ligado al Duce y con el arqueólogo y 
diputado Giulio Quirino Giglioli como principal animador, toma 
cuerpo en un decreto de 1933 con la romanidad, el catolicismo y el 
fascismo como ejes centrales (Scriba, 1996). Tras varios años de prepa-
ración, la Mostra se inauguraen septiembre de 1937, coincidiendo con 
la reapertura de la Mostra della Rivoluzione Fascista.22 Hasta su clausu-
ra en septiembre del año siguiente, la exposición es visitada por millo-
nes de italianos, algunos por primera vez en Roma para ver los logros 
del régimen, y también por ilustres visitantes extranjeros, incluido el 
propio Hitler en mayo de 1938.
Se trataba de una enorme exposición en la que a través de diferentes 
salas, con materiales procedentes de museos y gran número de reproduc-
ciones, se reconstruía la historia de Roma, subrayando gráfica y esceno-
gráficamente la continuidad imperial y católica entre la Roma antigua y 
 22 Celebradas en el mismo Palacio de Exposiciones del nuevo barrio del EUR, al sur 
de Roma, las dos mostras representarían «dos caras de la misma moneda» (Stone, 1999: 216).
La Roma del fascismo 153
la contemporánea (Benton, 2000).23 La doble finalidad didáctica y polí-
tico-propagandística era evidente.
En el núcleo central de la Mostra, la sala dedicada a Augusto suponía 
una exaltación del carácter providencial del poder imperial. En la sala xxv, 
sobre «La inmortalidad de la idea de Roma. El renacimiento del Imperio 
en la Italia fascista», se jugaba con un cierto misticismo historicista a pro-
pósito de la inmortalidad de Roma y se subrayaban coincidencias notables, 
por ejemplo la fecha del 28 octubre, cuando la victoria de Constantino 
sobre Majencio en el Puente Milvio y también la entrada de la marcha 
fascista en Roma precisamente por ese mismo puente. Incluso se destaca-
ban el régimen de Augusto y la Pax augusta como escenario privilegiado y 
providencial para el nacimiento de Jesucristo.
La función legitimadora de las imágenes históricas, particularmente 
relevante en la Italia fascista, alcanza su punto culminante con la Mostra. La 
idea de la continuidad entre dos supuestas épocas de grandeza de Roma, la 
augústea y la fascista, se realza mediante el recurso a diferentes analogías 
(actividad edilicia, construcción de ciudades y arcos en Libia, paso de legio-
nes, conquista de Etiopía, actividad de las organizaciones juveniles, etcéte-
ra), ilustradas muy eficazmente por el gran número de reproducciones uti-
lizadas. Por su parte, el Augusto de Prima Porta, ubicado en un lugar 
prominente de la exposición, simbolizará la síntesis de esta escenificación 
interesada (Giardina, 2013: 60 y ss.), auténtica hiperrealidad, en términos 
de Umberto Eco. Este tipo de exposiciones históricas, de las que la MAR 
representa un auténtico hito, constituyen un Erinnerungsort, un «lugar de la 
memoria» para que el visitante se construya su propio pasado imaginario, 
modelado según un proyecto político muy determinado (Scriba, 1996: 19).
8. Roma æterna
Y he aquí, por fin, la Roma de Mussolini, cuyos nuevos y rientes barrios 
caminan ya hacia los Montes Albanos y el mar de Ostia, y cuya población se 
acerca al millón y medio de habitantes. Saneados los barrios de la Roma antigua, 
 23 El actual Museo della Civiltà Romana, inaugurado en 1988 en el barrio EUR, 
aprovecha mucho material de la Mostra, incluida la famosa maqueta de la Roma constan-
tiniana, obra del arquitecto I. Gismondi.
Antonio Duplá Ansuategui154
restaurados los augustos vestigios de la Antigüedad, trazadas anchas y 
espléndidas calles, multiplicadas sus zonas de verdor, creada o modernizada 
toda la organización cultural, sanitaria, deportiva y de comunicaciones, la 
Urbe ha recobrado su aspecto imperial, plenamente consciente de su futuro 
de ciudad dominante en la cuenca del Mediterráneo latino (C. Grigione, 
1942).
Si la Mostra Augustea della Romanità respondía a un programa de 
utilización política del pasado, la propia ciudad de Roma representará otro 
escenario privilegiado (Benton, 2000). Mussolini se mostró particular-
mente activo en la política urbanística, junto a centenares de arquitectos, 
urbanistas, ingenieros y arqueólogos, con planes a cual más fantástico, en 
lo que supuso para Giardina una «macabra competizione sulle spoglie di 
Roma» (Giardina, 2000: 231). En 1925 expone el Duce su proyecto, diri-
gido a destacar aisladamente los grandes monumentos antiguos, destru-
yendo todo lo que obstaculizara su realce, incluyendo incluso restos mate-
riales romanos si chocaban con sus pretensiones escenográficas.24 El 
resultado, interesante en sí mismo como producto político-urbanístico, es 
una determinada imagen de Roma, fría, arrogante, de vocación intimida-
toria, con unos monumentos descontextualizados, a modo de parque te-
mático, que recuerda más a las imágenes inquietantes de Chirico que al 
bullicio del que nos habla Juvenal (Sátiras 29).25
La llamada Avenida del Imperio constituye un caso paradigmático. 
Sobre la destrucción de los foros imperiales y la demolición de unos barrios 
medievales y modernos conecta Piazza Venezia, escenario privilegiado de 
numerosos discursos del Duce, con el Coliseo, el monumento más carac-
terístico de la Roma imperial, marginando el monumento a Vittorio Em-
manuelle, y se presenta como el nuevo escenario de los desfiles fascistas, a 
modo de nueva via triumphalis.26 Mussolini construye también su foro, 
 24 De ahí el término sventramento («destripamiento») con el que se conoce esta polí-
tica mussoliniana.
 25 La imagen de Roma antigua favorecida por esta política monumental es la domi-
nante en las películas «de romanos» de los años cincuenta y sesenta; la serie televisiva 
Roma (HBO-BBC, 2005-2007) ofrece una imagen algo distinta de las calles de la Urbe.
 26 La foto de Mussolini, pico en mano, contribuyendo a derribar los viejos barrios 
para construir la nueva Avenida del Imperio (1928-1932), refleja todo un programa: la 
construcción del nuevo orden exige la destrucción del viejo. La foto cubre la portada del 
libro de D. Manacorda y R. Tamassia, Il piccone del regime (Roma, 1985).
La Roma del fascismo 155
como lo hicieran los antiguos emperadores: el Foro Mussolini, hoy Foro 
Itálico, situado al NO del centro de la ciudad, que cuenta con su corres-
pondiente obelisco a la entrada y con una serie de mosaicos e inscripciones 
rememorando las glorias imperiales fascistas, hoy todavía perfectamente 
visibles (Benton, 2000: 189).27
El régimen fascista había auspiciado en ocasiones un intento de armo-
nizar la arquitectura romana antigua con la arquitectura moderna, sobre 
todo racionalista; en ocasiones, con resultados interesantes (véase la Casa 
del Fascio en Como —G. Terragni, 1932-1936—, o algunos edificios del 
EUR —infra—). No obstante, en general y en particular, en la ciudad de 
Roma, los monumentos romanos contribuirán a crear un auténtico espec-
táculo en orden a subrayar el papel de la propia ciudad como representa-
ción de la identidad y unidad nacionales, y como vínculo entre el pasado 
y el presente. En la zona del Circo Máximo, por ejemplo, se creó una 
especie de parque temático para grandes exposiciones y eventos de masas, 
y un clasicismo moderno de caminos, arcos de triunfo, pabellones, fuen-
tes, etcétera, ofrecía un remanso de paz y armonía social frente a los 
conflictos del mundo exterior (Stone, 1996: 217 y ss.). Se remodeló 
igualmente el Piazzale Augusto Imperatore, en torno al Mausoleo de Au-
gusto, con el traslado del Ara Pacis a las inmediaciones, protegida por un 
«orrendo garage» (Torelli, 1991: 246), y colocando copias de las RGDA 
ante ambos monumentos.
El régimen pretendía ofrecer al mundo un escaparate de sus realizacio-
nes y su empuje con la Exposición Universal de 1942, en conmemoración 
de veinte años del nuevo orden fascista y cinco del imperio, mediante la 
construcción de una nueva sede, un barrio entero como ampliación de 
la «Tercera Roma». La guerra finalmente acabó con el programa, del que 
permanecen el proyecto del nuevo barrio en la periferia de la ciudad, el 
EUR, actualmente remodelado, y algunos edificios aislados. En dicho es-
pacio resulta paradigmático de la arquitectura fascista, simbiosis de cla-
sicismo y modernidad, el Palazzo della Civilità Italiana (1938-1943),27 Este programa artístico, con una utilización instrumentalizadora y partidista de 
la historia, en particular de la Roma antigua, es igualmente visible en la decoración (mo-
saicos, estatuas y relieves) de la estación de ferrocarril Roma Ostiense (Diebner, 2006).
Antonio Duplá Ansuategui156
también conocido como Palazzo della Civilità del Lavoro o, coloquialmen-
te, Colosseo Quadrato, pues juega con el modelo del Coliseo.28
La estrecha conexión entre arqueología e historia, urbanismo y políti-
ca, resulta así evidente en la época fascista, pero es importante destacar 
que, pese a la pomposa retórica historicista, cuando surjan contradicciones 
entre uno u otro aspecto, finalmente será la dimensión más puramente 
política y propagandística del régimen la que se imponga. Así, Ludwig 
Curtius, director del Instituto Arqueológico Alemán en Roma desde 1928, 
habla elogiosamente de los planes urbanísticos de Mussolini en una confe-
rencia pronunciada en Colonia en 1934 («Mussolini und das Antike»), 
pero en 1950 criticará esas actuaciones, señalando entonces cómo esos pla-
nes habían destruido las excavaciones en curso en los foros de César y 
Trajano (Canfora, 1980: 136 y ss.).
9. Recapitulación
Dos episodios dramáticos, de distinta índole, pueden señalar el final 
simbólico del «culto allà romanità» en el «ventennio fascista» (Giardina, 
2000: 276 y ss.). El estudioso italiano se refiere, por una parte, al episodio 
de las naves de Nemi. Se trataba de dos naves construidas por Calígula a 
modo de palacios flotantes en el lago de Nemi (Lacio), que fueron recupe-
radas por el régimen fascista en los años treinta como otra demostración de 
su poderío y de la continuidad entre la Roma antigua y la mussoliniana. 
No obstante la importancia concedida por el régimen a su reconstrucción, 
ensalzada de forma expresa por el propio Duce, fueron destruidas comple-
tamente por el fuego de un pelotón de soldados alemanes en fuga hacia el 
norte entre el 31mayo y el 1 de junio de 1944. En segundo lugar, Giardina 
recuerda cómo un año más tarde, en marzo de 1945, Hitler lanzaba la 
«orden Nerón», una política de tierra quemada para impedir que los alia-
dos en su avance pudieran utilizar las infraestructuras del Reich; al mismo 
 28 En la parte superior de la fachada se puede leer la inscripción «VN POPOLO DI 
POETI DI ARTISTI DI EROI DI SANTI DI PENSATORI DI SCIENZATI DI 
NAVIGATORI DI TRASMIGRATORI» (frase que deriva del discurso de Mussolini de 
octubre de 1935 declarando la guerra en Abisinia). Hoy, signo de los tiempos, es sede 
de la firma de alta costura FENDI.
La Roma del fascismo 157
tiempo, pocas semanas antes de suicidarse en su búnker de Berlín, hace 
publicar en la prensa extensas noticias sobre las guerras púnicas. Su minis-
tro de Propaganda Goebbels, anota entonces en su diario: «como la actual 
guerra en Europa, el conflicto entre Cartago y Roma no se decidió en un 
año». Con la caída tanto del fascismo italiano como del III Reich se disuel-
ve este capítulo concreto de la historia de Roma como inspiración directa 
de sueños políticos imposibles (Giardina, 2013: 69 y ss.) y, habría que 
añadir, en ambos casos, letales.
Como contrapunto a tanta quimera e, irónicamente, arrebatando al 
régimen de Mussolini su liderazgo romanizador, para la filósofa Simone 
Weil serían los nazis los auténticos herederos de los antiguos romanos y su 
construcción de un Estado totalitario la verdadera reencarnación (inicua) 
de Roma antigua:
La analogía entre el sistema hitleriano y la antigua Roma es tan sor-
prendente que se podría creer que desde hace dos mil años solo Hitler ha 
sabido imitar correctamente a los romanos […]. Los romanos conquista-
ron el mundo por la seriedad, la disciplina, la organización, la continuidad 
de las ideas y el método; con el uso meditado, calculado, metódico de la 
crueldad más despiadada, de la perfidia fría, de la propaganda más hipó-
crita, empleadas simultáneamente o de forma sucesiva; por una resolución 
inquebrantable de sacrificarlo siempre todo al prestigio, sin ser nunca sen-
sibles ni al peligro, ni a la piedad, ni a ningún respeto humano; por el arte 
de descomponer bajo el terror el alma misma de sus adversarios, o de ador-
mecerlos mediante la esperanza antes de sojuzgarlos por las armas; en defini-
tiva, por un manejo tan hábil de la mentira más grosera que han llegado a 
engañar a la posteridad y nos siguen engañando todavía (Weil, 2007-1939: 
237 y ss.).
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Antonio Duplá Ansuategui160
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quity, Berna.
ÍNDICE
Prólogo ........................................................................................... 9
I
EL ARQUETIPO DE LAS REPÚBLICAS CLÁSICAS 
EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX
Esparta como modelo y contramodelo en la Ilustración
César Fornis ............................................................................. 21
El legado confederal griego en la Constitución de los EE.UU.
Clelia Martínez Maza .............................................................. 59
La Historia de Grecia de Georges Grote y la Atenas de los liberales
Laura Sancho Rocher................................................................ 87
Los mitos de Pompeya: arqueología y fantasia
Mirella Romero Recio ............................................................... 121
II
LAS QUIMERAS HISTORIOGRÁFICAS DEL SIGLO XX
La Roma del fascismo
Antonio Duplá Ansuategui ...................................................... 137
328 Índice
Roma nacionalsocialista
Salvador Mas Torres ................................................................ 161
Leo Strauss y la Antigüedad neocon
Pedro López Barja de Quiroga ................................................. 187
III
ESENCIALISMOS Y FICCIONES CONTEMPORÁNEOS
Cuando Hércules le espantaba las moscas a Buda. Negando el 
mundo Grecorromano en la India
Fernando Wulff Alonso ............................................................ 213
Mujeres en el cristianismo primitivo: entre la historia y el mito 
feminista contemporáneo
Gonzalo Fontana Elboj ........................................................... 247
Imposturas célticas: celtismo, estereotipos salvajes, druidas, mega-
litos y melancolías neoceltas
Silvia Alfayé ............................................................................ 297
	La antigüedad como paradigma (2) copia

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