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'
CENTRO 
EDITOR 
DE AMERICA 
LATINA 
oriental 5 
la historia de la literatura uruguaya 
JlJl21~'JLLJ) 
oriental 
la historia de la 
l1tcratur11. •ftuguayu 
~ste fascículo ha sido prrparado por el 
Dr. Carlos Reol de Azúa y adaptado por el 
Departamento Literario del Crntro Editor 
ele Amér ica Lotrnu. 
5. Los clasicistas y los románticos 
C:APil l LO ORIL:"T1\L pn,,.-nt.ua \Cmanalmontc , en >U> 
treinta ' odio f.ucículos l.:i h1\tona. d e la litrratura urul(\l.3'V1 
f.I conjunto ah ircará u11 panor.uu.a completo, dc~rrollado en 
t'ten~wn 1 t·n proíund1d.ul dr l.l.' obras mas rcprest"ntafr .. -a, 
d la prt>dt1cr10n l1trrar1a narumal desde la Conquasta y la 
l';,•tri.a \u Ja h.t!i.t.• nuestros diatt. [.J lector podr6 colccclonar 
el texto 1Ju,trado dt esto:, (;:ocfrulo\, para contar con un voJu .. 
mc·n com1>lrto .il c.al>o de M1 puhlicac1ón s11nultáneamcntt" 
rc_•cortando la\ tapa\ podril disponer de una vaho),,,'\ 1conogralta 
d t" la h1,tor1,, drl país 
Los libro"' <¡Uf' acompañan :i len ía5Cículo, forrn.arán b 
"'Blbliottr ., l ruguaya Fund;untnt .. ,l" 
LOS CLASICISTAS 
Y LOS ROMANTICOS 
No deja de tener uno b urlesca pero evidente 
verdad - ya se aplique 'a nuestro literatura, 
ya a tan tas otras- el viejo dislate de un ma-
nual jurídico español: "En Roma, el derecho 
comenzó por no existir". En el Uruguay; la 
literatura empezó por no exisi tir y en camino 
de exü tir empezó por el muy chiquito comien-
zo con que se conten tan casi todas ~ as cosas. 
Un comienzo que sólo tiene valor indicio! de 
algo que será pero todavía no es plename nte. 
Y absurda sería, en verdad, o improbabíHsimu, 
cualquier otro enventualidod. 
Porque el Espíritu, lo sabemos, _soplo donde 
quiere. Pero tambié n sobemos que· parece pre-
ferir las vastos espesuras humanos paro ese 
ejercicio, las hondas sociedades ya abonadas 
por el tiempo, ya maduradas por cie rt as for -
mas de poder y cier tas cuantías de riqueza, 
por ciertos niveles de· experiencia y percepción 
comunes. El principio admite, como todos, eK-
cepciones: ¿Quién no piensa en la Jerusalén 
del filo de las dos eras, en los fabulosas y 
minúsculas universidades a lemanas del siglo 
XVIII, . en la Dinamarca de Kíerkegaard? Pero 
una cvsa son unos remansos de quietud y rela-
tiva pobre:.a en anchas y ascendentes unida-
des de civiliz:aci6n y otro el .. mundo margino!", 
desde que el mundo marginal ~y es e l caso 
nuestro- existe, 
la s· revoluciones, por otra parte, como se 
sobe también, no encuentran con faci lidad 
una expresión cultural y literaria condigna de 
su alto significado; sólo a la larga y por in-
trincados rodeos, co_mo la IHerotura francesa 
y fo literc.itura soviética lo testimonian, suelen 
marcar a las obras menos urgidas de los hom-
bres con su poderosa garra. Nos referimos o 
.. revoluciones", esto es, a reordenaciones pe-
rentorios de la estratificación social y de las . 
relaciones humanas. Si se asiente que la nues-
tra, la hispanoamericana de los albores del 
800, sólo fue una revolución a medías, uno 
revo·luciÓ'n frustrada, una mera secesión de 
España y de su rey que dejó virtualmente in-
tocoda la preexistente ordenación de clases, 
ha·br6 que aceptar que ~ólo el ruido y la fu-
ria del fenómeno revolucionario se vivió, y no 
su habitual revelación de las fuerzas latente~ 
en los pueblos. 
Es cierto -y hay que matiza·r un poco-
que no se trató <le un caso de represión deH-
berada o de . completo mutismo: en ambos fo . 
dos del Plata, ·por fo vo:. y e.I ca nto cilios pa-
yadores, por los "cielitos" peleadores o_, en-
ternecidos, 'la voz de los más humildes nun-
ca de)ó de olrse y flotarla como en suspen-
sión, en una descalifkoda subliteratura, ·hasta 
que José Hern6odez le diera el alcance de lo 
wiiverscil y ·la filación de lo clásico. 
l a verdad mayor, con todo, es que cuando 
pasamos de la estabilidad colonial en que no 
sin · trabajo nos había normado España, a la 
riesgosa condició·n de nación ·independiente, 
los hechos, ciegos, acometedores, brutales, co· 
rrieron por su cuenta; y teorías, ideales, d oc-
trinas, propósitos, por la suya. la ·realid ad, en 
general, no nuh'ió vitalmente nuestra expre-
sión y ésta, inspirada en modelos distantes, 
siempre quedó más acá de sus intenciones y 
sófo valió como buen propósito, ·de ésos con 
que .está empedrado el camino del infierno 
de la literatUfa. 
65 
Puerta de Montevld•o 
Henri Benoit Darondeau - Fragmento, 
66 
Por todas estas razones nadie esperará que 
un pequeño país ·nuevo, situado en la ribera 
atlántica del mundo occidental, ·hubiera po-
dido prohijar una literatura válida en otra es-
cala que en fos términos de su ·comarca. No 
hubo en verdad, por lo menos hasta que el 
siglo pasado hubo corrido bastant~, una lite-
ratura digna de su nombre en este verde rin-
cón semidesierto. 
Todo lo anterior bastaría, pero también hay 
otras causas. Y esas causas son una escasa 
clase dirigente culta que tenía otros deberes 
más urgentes que cumplir que los de la crea-
ción intelectua·I y emotiva desinteresada, pues-
to que había que darle instituciones, ·leyes, 
elenco gubernativo, tomar decisiones, ·luchar 
·por su preeminencia y hasta por la propia vida 
de una nación sobre cuyo surgimiento se han 
hecho tantas afirmaciones diversas y hasta an-
tagóniCas, pero de la que nadie ha dicho 
hasta ahora que apareció con los atributos ne-
cesarios como para echarse a andar por la 
historia sin graves peligros inmediatos. 
Hubo, con todo, pausas en las tareas de 
estos hombres, alivios en la guardia y treguas 
en las luchas a menudo enconadas a que se 
libraron entre sí los diversos sectores del pa-
triciado y sus séquitos, con fo frecuehte con-
mixtión de los poderes vecinos o lejanos. De 
esos alivios y treguas nació una buena parte 
de nuestra primera literatura. Al , vencido (o 
al cansado o al apartado) no le quedó sino 
escribir, a la espera de otra etapa en que no 
faltarían quienes consideraran ei ejercicio del 
pensamiento y la pluma un hacer más abar-
cador, más durable y sólido que el 'ajetreo de 
las facciones . y las estridencias del personalis-
mo. Pero esto no ocurrió hasta. el último tercio 
del siglo XIX ( Bauzá fue un ejemplo) y aun 
entonces no le fueron ajenos resabios de la 
actitud anterior. Sólo en la Mam_ada "genera-
ción del 900" el quehacer intelectual emergió 
a la categoría de rol social específico, con 
un país algo más maduro bajo los pies. 
Hasta entonces la literátura no pasó de un 
ejercicio de aficionados, que más vaHa para · 
aureolar de cierto nimbo prestigioso a los que 
'lo practicaban, que para consumo de un pú~ 
blico todavía incipiente. 
Que cualquier engendro se acogiera con 
aplausos esperanzados y hasta con cierta ex-
pectación, representa una paradoja que sólo 
puede dilucidarse si se atiende a una circuns-
tancia que es, de seguro, la fuerza más ef~c­
tiva que promovió nue_stra literatura. Ella no 
nos es particular y rige, por el contrario, para 
todas olas naciones del área latinoamericana : 
si éramos una " nación completa", si quería-
mos serlo, teníamos que "tener" una literatura; 
sólo con este atributo -entre varios otros-
j 
! 
1 , 
·-·'----······--------------------....... ____ _ 
una comunidad se sentía plenamente tal; sólo 
así enjugaba cierto humillado malestar, vencía 
el mismo complejo de inferioridad que el pue-
blo romano hubo de sentir tanto tiempo frente 
a los inolcanzados modelos de Grecia. El tópico 
poseyó un considera'ble peso en los sectores 
educados de nuestra pasada centuria y promo· 
vió la posibilidad de que cada obra pudiera 
apreciarse por su capacidad de lle nar un vacío. 
Un vado que, como es natura l, convocaba mós 
a menudo la mediocridad que la excelencia. 
Del patriciado originario (político, profesio· 
nal, eclesiástico, militar) y de la alta burgue -
sía que lo fue reemplazando, y de la clase 
medio tradicional salieron, hcsta e l 900, tanto 
el escritor como el interés por el escritor y su 
tarea. Sólo al final del período se hace .pre-
sente en forma visible elestrato social pe-
queño-burgués, o "clase media baia'', sobre 
todo en el sector de la bohemio rebelde de 
los cafés y "centros" de aquel tiempo y su 
expresión en la poesía y el teatro. Lo literatu-
ra como "segunda profesión" después del pe-
riodismo, del cargo público en el país o en el · 
servicio exterior, la actividad profesional, la 
lucha política y aun la función militar fue la 
regla general. Tal vez sea Voz Ferreira hacia 
el 900 quien marque mejor una nueva modali-
dad que es la adscripción de la labor cultural 
a la actividad docente. 
Como es, entonces, fácilmente comprensible, 
una historia de la literatura uruguaya no puede 
ser la historia de lo que accedió ínidalmente 
al libro, de lo que en libro conformó un autor. 
Muchos "textos menores" nos dicen harto 
más que otros "textos mayores"; muchos au-
tores casuales permanecen mós erguidos en lo 
perspectivo histórica que otros que persistente-
mente quisieron la inmortalidad. Quien. con 
este único material contara, probablemente lle-
goría o una imagen tan distorsionada y estra-
falaria como la de esos espejos cóncavos de 
las ferias de diversiones. Una proporción im-
portante de lo que tiene que te ner en cuenta 
vno literatura uruguaya se salvó (es e l ca-
so frecuente de la poesía ) a través de las 
antologías¡ un sector considerable hubo de ser 
exlraido de archivos o descifrado de manus -
critos; no poco del sumergido y a veces irres-
cotable caudal de impresos · oficioles pero, en 
especial, sobre todo, muchísimo de lo que im-
porto estuvo o está todavía en diarios y olros 
perióflicos. Y es fácil explicárselo. Fócil si se 
tiene en cuenla la general precariedad del 
ambiente, aunque lo impresión resultara baro· 
ta en relación a otros costos, y también el 
carácter fragmentario y fugaz de buena parte 
de nuestra labor intelectual. Pero en realidad 
toda esta explicación nada valdría si no se 
tienen en cuenta las características de la pren-
sa durante todo el siglo XIX y las primeras 
décadas del XX. 
EL ESTILO INICIAL 
No se ha. apagado todavía la duda del 
nombre. ¿Neoclasicismo o seudodasic:ismo? 
¿Nueva forma o molo imitación, falsificación 
de lo irrepetible? Ser d6sico es ser maduro, 
logrado, definitivo. ¿Se programa ésto, se hace 
bandera de una escue la? Y los escritores que 
se enrolan e n ella ¿so~ seudo (o neo ) dó-
sicos o seudo (o neo) clasicistas? El primer 
término (con sus dos variedades) alude a un 
resuliodo; el segundo, con sus vcrriedades tam-
bién, menta un esfuerzo, una aspiración. Pare.-
ce mós neutro, menos exigente, más idóneo: 
clasicistas. 
Neocl asidsmo, seudoclasicismo y clasicistas 
dominaron en Europa en parte no muy larga 
del siglo XVIII y, con el apoyo borbónico, pe-
netraron y triunfaron en España hacia .Ja se-
gunda mitad de la centuria_ Impusieron una 
literatura de normas fijas, presuntas deduccio· 
nes de una Razón muy segura de sí misma y 
de su armonía· con la Naturaleza; esas normas 
se condensa·ron en "preceptivas", "poéticas" 
y "retóricas" a las que se quiso considerar do-
tadas de una fuerza coactiva casi policial. 
Pobre de fantasía y de contenido emodonttl, 
el neoclasicismo se movió casi siempre en el 
área de lo sensato y lo 'Correcto; creyó cum-
plidos sus fines en una decores~ a.: ~sania que 
buscó acercarse sin pausa al "modelo' y para 
ello repitió indefinidamente unos mismos mo-
tivos, unos mismas formas y enlaces de pala-
bras, unas pocas imágenes. Abusó casi siem-
pre de la figuración mitológica (dioses y hé-
roes, musas, ninfas), del hipérbaton ( inver-
sión de la consttucción normal), de las invoca-
ciones, del énfasis y el "tono elevado". Tuvo 
predilección . por los grandes temas de la cien-
cia, la historia y la filosofía, por las grandes 
rapsodias de l progreso, la razón, la libertad 
intlectual y nacional. Su pensamiento es, 
·como lo anterior lo dice, e l de 'la Ilustración 
o las "luces"; cuando ese ·pe nsamiento se hizo 
meditativo y bajó -las pom-pas y los fuegos, 
el resultado - valgan como ejemplo el inglés 
Pope, Voltaire e, incluso, nuestro Berro- fue 
el mejor posible. 
··· Y como el clasicismo era un teclado muy 
amplio, también sintió especial afinidad con la 
vena bucólica y pastoril que arrancaba de 
Grecia y Roma y elevó y dignificó el Renaci-
miento. Con este gusto recreó un mundo, al . 
mismo tiempo muy artificial y muy revelador, 
que fo liga y hasta lo entrevera con otro es-
tilo menor, el "rococó". 
67 
Y todavía, si en términos de literatura his-
panoamericana hablamos, iunto al neo o seu-
doclasicismo y al rococó hay que señalar, si 
b ien marcada por ambos, una Hnea tradicio· 
na] e$paño.Ja de índole satírico-festiva, realis-
ta, humorística, que se multiplicó en las letri-
llas, los epigramas, la parodia buflesca de la 
épica y multitud de formas afines en espíritu 
e intención. 
NEOCLASICOS Y SEUDOCLASICOS. 
Francisco Acuña de Figueroa es el más im-
portante ·poeta del período neoclásico. Pero 
ninguna composición suya tiene la altura, la 
redonde:r; de tres poemas extensos de Ber-
nardo P. Berro, un poeta accidental alrededor 
de su treintena y un personaje sobre e l que 
habrá que. volver e n otros dominios: la oda 
A la providencia, 'la Epístofa de Doricio y lo 
Epístola sobre el poder y excelencia del amor, 
dedicada a su entonces amigo Florencio Va -
rela. La meior veta de la poesía eglógico del 
siglo XVIII brilla en ellos; el más claro y firme 
pensamiento de la llustración europea habla 
por sus versos. 
Apenas a lgún verso, o nada, sobrevive de 
los otros poetas de aquel tiempo : Lorraña~a 
como poeta de las Fábulas americanas ( 18 26), 
Petrona Rosende ( 1787-1863.) y sus himnos, 
odas, elegias, acrósticos y sótiras; ·Francisco 
Araucho ( 1794-1863) y sus odas e himnos; 
Manuel Araucho ( 1803-1842), autor de·I pri-
. mer libro de poesía uruguaya y traductor de 
la letra del himno norteamericano; Carlos Vi -
llademoros ( 1806-1853), pergeñador de odas, 
canciones, sonetos y letrillas antes de ser, con 
el correr del tiempo, el brillante canciller de 
Oribe en e l Cerrito . 
Verdad es que nada se dice ahoro de los 
primetos "gauchescos" y campesinos: Valdene-
gro, Hidalgo, un aspecto de Manuel Araucho, 
del que un posterior capitulo de esta obra re· 
tomará la importante línea. 
CARACTERISTICAS DEL ROMANTICISMO 
URUGUAYO. 
El romanticismo uruguayo no rebasó por 
ningún iodo el ·á rea temática, ni el espectro 
de tonos y de sentimientos que peculiarizaron 
al romanticismo europeo. Y puede decirse, in -
versamente, 'que extensas zonas de esa área, 
de eso·s espectros, no foeron . siquiera percibi-
das por él. Así, y fiel a la índole mesurado, 
parca de todas nuestras expresiones culturales, 
f~tó, por eíemplo, en nue~lro romanticismo, 
toda manifestación de la rebeldía metafísica, 
religiosa y socia'I que del otro lado del océano 
se expidió a través de a'lguhos grandes escri-
68 
Primera edición mont.vldeana de la110 t 1838) 
••• ', .' ... 'f ... t• . 
. . : :. : : ; . ~ :·; : : ~ j ~ ~ ~ ~ ~· : ;· ~ i : ; ~ ~ t ·; : j' :. 
. . . • • . ... 1"· f"tl', "!'' ' • . - •. , ' • , , , . 
• • •• • ••••• • # , > .. - # " ,1 • ,. " 1 't 1 .. . # 
Froncl1co Acuño 
de Flgueroo. 
EL PADRE MONTEVIDEANO 
Es el prtmer escntor cabal que no tenemos 
que compartir- con nadie y, si a persistencia 
se atiende, nuestro primer poefo mayor. 
Fue durante medio siglo lo voz o menudo 
soterrado de un Montevideo amedrentado 
por los grandes turbonadas históricas que 
lo envolvieron, la expresión fidelísimo de 
uno clase medio patricio que tuvo que so-
brev1vtr formando en todos los séquitos y 
entusiasmándose con todos los causa. Aun 
así, sus debilidades cívicos exceden de lo 
media; sin embargo, y por verdadero "wo/k 
over" le tocó ser el autor de nuestro himno 
nocional y todavía le sob;ó tela para serlo 
del paraguayo. Sobre todo con ellos, poso 
por poeta neoclásico y qumtonesco, armado 
de todo el repertorio mitológico, invocotivo 
y retórtco necesario y, en verdad, lo fue, 
pero sólo ocasiono/mente Su 1nclmoc1ón na-tural, por el contrario,· le orrostrobo o uno 
v1s1ón cazurra y prosaico de la v1do so/1-
v1ontoda, eso sí, por un fácil groce¡o y un 
buen humor imperturbables. De esa vena 
sobrenado lo picardía 1mpersonol, casi in-
temporal de sus epigramas y lo originali-
dad de sus "toroidas", un molde propio 
que inventó paro servtr o su pasión y ni 
de toda uno ciudad muy españolo en sus 
costumbres. Pero, como v1v1ó mucho, tuvo 
tiempo también de ser un romántico y aun 
de entusiasmarse con los buenos causas o 
con los aspectos lóbregos de lo existencia:. 
as¿ contó o /o escarlatina, terrible en oque/ 
tiempo, sirvió lo acción ontiesclovista con 
Lo madre africano, se estremeció (imogino-
tivomente} con el tránsito de El ojusticiodo. 
69 
~---
tores de Francia e Inglaterra . Tampoco $e en · 
cuentra en él la desmesura imaginativa, lleva· 
da a e xtremos de fantasía visionaria que es 
propia, en especial, del romanti<:i$mO alem6n. 
Y, mucho menos aún, el testimonio del nihilis· 
mo moral, las señas de una forma histórico 
-la primero " socialixada" y p lenamente mo· 
derna -de esos estados de angudia, de va-
do, de acedia -que ~legan con distintos ropa· 
jes hasta nuestro tiempo y que d ieron al mo· 
Yimienlo europeo su explosividad mayor. Nada , 
en suma, de Sheilley, de Senancour, de Cole-
' . . . 
ridge, de Novalís, de Nerval, de Leopardi o 
aun del Byron o e'I Vlgny más profundos. 
¿Qué queda -y qué quedó- entonces? 
Quedó una superabundancia de envolvente y 
pronta afectividad, vertida sin pausa sobre la 
amada, ser celeste, pero también sobre ia mo· 
dre, e l amigo, la hija, la patria desgraciada. 
Aunque hay que advertir en seguida: nuestros 
poetas románticos veían a través de un lente 
morali:i:ador a la poesía, ila mujer, fas pasio-
nes, al alma y el es.piritu: dones del cielo, 
mensajes desde lo alto. 
En reolidad,, tras este molde corría ese "pÍo-
tonismo" que es casi inseparable de todo áni-
mo romántico y _de su i·mplícita "visión det 
mundo", un platonismo vulgarizado que cono-
ció días me¡ores pero que, aun así, monta 
siempre la guardia. Un dualismo, en suma, de 
to ideal y lo tangib le, en el que fo s-egundo 
sólo es acogido én cuanto remita o a luda al 
otro dominio. 
Quedaron también, como es presumihle, ge-
nerosas dosis de la tristexa romántica. Mode-
rada siempre: dolor, melancolía; no, en apa-
riencia, angustia. Se alimentó también, como· 
en el romanticismo europeo, del contraste en · 
tre .la ilusión y 'los sueños (de patria, de li-
bertad, de gloria, de niña angélica J y la 
realidad implacable, el "mundo impío" que 
con toda regularidad los marchitan. Se nutrió 
con el perenne tema de -la fugacidad de tas 
cosas, 'la presencia rondadora de la muerte, 
fo soledad del ser humano --el exilio tan 
sudamericano es una situación tipica- arro-
jado, sin nada a qué aferrarse, a la inclemen-
cia deil mundo. El viejo tema, en suma, del 
"noufrogio existencial", ·retomado por la tilo· 
sofla de nuestro tiempo y tan bien expresado 
en unas estrofas (formalmente muy medicinas) 
de Juan Carlos Gómex. 
Y si el romanticismo rep~esentó en Latino-
américa la tentativo de una " literatura pro-
pia", .quedo todavía la busca del color local, 
1 a explorad ón ansiosa ·de lo "pintoresco' '. Lo 
que quería decir, con menos frecuencia de lo 
esperable, nuestro paisaje, las viejas murallas 
de la ciudad, el charrúa práctkomente exter-
m·inado, el gaucho vi~to con ojos de pueblero. 
70 
Solida de misa. 
Paro este material el poema largo y el dram a 
pudieron dar un mo·lde adecuado pero más 
pudo dorio lo "leyendo", con su conmixli6n 
de lo histórico y lo imaginativo y su prestigio 
en España, desde el Duque de Rivas a Bécquer. 
Lo mediocridad de nueslros románticos ·-al· 
guno tentativa de Adolfo Berro, e l Celiar de 
Mogoriños Cervantes- no encontró uñas paro 
este empeño y sólo en e l Tabaré, que crece 
d esde esto dirección, se logró uno obro efec-
tiva. 
Y por último, entreverado y entretejido co n 
todo lo anterior y en mayor proporción cuan· 
títativo, una permanente alegocíón por las 
buenas causas políticas, sociales y patrióticas. 
El romanticismo, continwando en e~to al seu· 
doclasicismo, vio en la poesía un instrumen co 
predilecto de lucho ideológica y :o usó sin 
escrúpulos. 
los núcleos lemóticos fueron e l odio lib eral 
o lo tiranía y lo posión de lo libertod, lo jus· 
ticia, la paz y la fraternidad entre ios hom -
bres y, sobre todo, entrt) !os orientales; lo 
patria vilipendiada e inocente; los protagonis-
tas de la Independencia y sus hechos (durante 
mucho tiempo los Treinf<l y Tres más que Ar· 
tigas). O Jos primeros manifestaciones de esa 
"mística de la juventud" que culmina en el 
novecientos y .lo fe en el progreso y en el 
futuro, identificados al mismo tiempo con el 
advenimiento universal ·de las· instituciones re· 
publicanos y con los ·109ros de un cristianismo 
entendido, como ya insinuaba, en el sen tido 
-especial de uno ética . . Una mo.ral de acento 
trasce n den ta lista, id ea 1 i sta, sol id orí a. 
Pero aquí se obre el abanico de la temá · 
tico hacia aspectos ideológicos no inmediata -
mente polílicos, entre los que hoy que enu-
merar el motivo de fo "gandezo del poeta" 
( Hugo o Echeverría) o !os dilemas vita'les y ' 
filosóficos, muy candentes desde el 70, entre 
la Razón y la Fe, el e~pirituolismo y la c-iencia. 
La peculiaridad de nuestra inscripción en el 
continente americano y , a veces, una propen-
sión imitada, fiiaron ciertos núcleos argumen· 
ta·ies muy reiterados. Es el coso del anotemo 
de lo guerrci civil, muy co·udoloso y cuya mejor 
versión es seguramente La loca del Bequcló, 
de Ramón de Santiago. O la simpatía por el 
Paraguay masacrado entre 1865 y 1870 por 
lo confabulación del mítrismo y del Imperio, 
cuya causa atrajo la simpatía de todas las 
almas bien hechos a ambos lados def Plato. 
De esta remordida, impotente solidaridad del 
corazón, e l poema A un paraguayo, de 
Sienra y Carranza, es una mera mues tra de 
una lista larga . O, igu almente, en esa década 
del 60, el tema de la Américo, ,"virgen del 
mundo" y repubHcana, agredida por los .in -
tervendones - en México, en Chile, eo Perú-
' .. ' .... ·---------..... 
E! paseo por el Centro, 
' 71 
ALEJANDRO 
MAGARIÑOS 
CE-RVANTES 
No puede ir en una 1i111ple lista Alejandro 
Magariños C•rvantes 11825-1893 l, uno d• esos 
casos que se d ieron en nuestra literohira Y •• 
dan en todas, en que la vocacl6n literaria, la 
devodón a la poesía y a fci labor cultvrol no se 
ve cwrespondida por dotu ;,ual111ente 'onspkuas. 
F11,,,,ado .., hpaña, pero con el corazón puesto 
en "' patria chiquita, su r•9reso al pois en 18,55 
es un s11c•so que precipita la pr_ennda de 41$ta 
se9undo generaúón de ro""óntlcos, ya reunido• 
. en ese año, segtln lo testimon ia Meliótt lar~ 
en Ecos del pasado, •n torno a HercicU<;> .. Falcni:lo. 
Desde su radicación ·en el paJ~. ,. . haJto. •u muerte, 
todos los afanes .lihrrc:;;ícis. de n11estra sociedad 
pasarón ·pOr el ~eridlano de Alejandro Ma9ariño1 
que . se f11e convir1íe7'do, años mediante, barbas 
•edlante, en el "patriarca" de nuest;ras letras. 
lo111á.ntico pero ~ensato, liberal pero calóllco, r.a-
tól ir.o pero no ultramontano, ciudadano indepen-
diente p.,.o no intran1ig1t1te, Mogariños represen• 
tó el apacible justo medio qua H una de las to· 
nalldodes del Uruguay de siempre y una de las 
razona. de su 4xlto de ' 'honobre que no despierta 
re1l1tencios". locopllador del Album de poeslos 
uruguayas do 1878, nuHtro antología romántica 
po• eocce l•nda, p ubll~ado para financiar· 1 oh tlem· 
potf la emclón del -n-to a la independen-
cia en la Florida, organi~ador del c•rtamen po4-
tic.o .,, aquello cllldad ol año siguiente, que 
l•vant6 a la 1-ama o ZorTilla de San Martín y 
a su leyenda potrío, fiv- de m.testra " Unlv..,. 
sldad viejo", Ma9cwilio1 cultlv6 la novela, e l en-
sayo hlst6rlco, el tealTo y, sobn todo, la poesía. 
Nllnca pa•6 de lo decoroso y muchas veces bcsi6 
dJ ••• nivel. Pero con1tituy6 "n hed10 Hclal de 
llteroturo,un fenómeno ele "vicia literaria" y, 
CDmo tal, no pueda ser silenclado. 
72 
de Fra11cia y de España, que desató torrentes 
en prosa y verso, y aquí y en ·suenos Aires 
'los del olvidado Laurindo Lap uent;. ·Y trás 
~lla, especialmente en -la década de los gobier-
nos de Latorre y Santos, una poesíci de ires 
cívicas, heGhas de apóstrofes y sarcasmos so-
noros y que tuvo un dechado- en Washington 
Ber múrlez F>"ero tcimbién muchísimos seguidores. 
Y aun fa'ltaría, último pero no 'menor, lo venci 
irrestañable de la "piedad social", versión 
sentimental de una toma de concie ncia occi-
dental y europea que mucho t iene -que ver con 
los orígenes del socialismo -e·n su versión 
utópiccr- y representó aquí fempranamente 
Adoifo Berro. D•sde la altura burguesa, des-
cendió una dolida sim·patía por las categorías 
humanal> más desvolidas : el reo, ya en capi.lla, 
ya a justiciado, · e l esclavo, el expósito, el men-
digo, lo ramera. En Berro, el resultado de tan· 
ta compasión no es nada feliz y sólo el vapu-
leado Andresillo d~ Carlos Roxlo, ol cierre d~I 
'J)eríodo, se ha salvado ·hasta ahora del abso-
luto olvido. 
Naufragio es la palabro para el de~tino de 
bueno parte de fo poesía romá ntica. Y sí del . 
mismo romanticismo europeo solo tm -puñado 
de grandes alemanes e ingleses, y un par de 
franceses, y Bécqu.er, son · hoy poetas " vivos", 
el caso uruguayo y aun hispanoamericano se 
comprende mejor cuando se advierte hasta 
dónde in..iade fo p acotilla de las expresiones 
hechas, ·los ripios (o rellenos ), · los hipérbaton 
forzados por la rima, el f~lso dromatísmo de 
los admirativos, la polimetría, que pareció una 
liberación y hov nos··r~ülta un• ·horror. Gene· 
ral ·parece haber sido consider·ar a la poesía 
~pmo íó versificación -penosa, desprolijo casi 
·• siempre- de ' 'ideas" geilerales o de estados 
emotivos, a veces prestados, casi nunca fros-
cendidos. El resultado está a .la vist·a y ver· 
sificaeión y con·tenido viven en uno lóbrega 
coexistencia que nunca se enciende co·n el con-
flido, con la chispa viva · de la bel_leza . 
INGRESO DEL ROM.ANTIC1SMO. 
Se ·sostiene -y no hay por qué discutirlo-
que el romanticismo penetró en Bue-nos Aires 
con el regreso de Echeverría desde París en 
1830 y ~en el proceso que con él se inicia: las 
primeras obras del porteño: Elvira o la novicl 
del Plata ( 1832 l. Los consu~os ( 1834), La 
Cautiva y •las Rintas ( 1837), el ''Salón litera· 
rio.", de 1837, la "Asociación de Mayo" 
( 1838), la Modo de Alb.rdi en su encarna-
ción de "Figarillo" (1 B 37 • 38 ) , 5U Fragmento 
preliminar al estudio del derecho { 1837). 
El romanticismo que conoció el Río de la 
Plata fue, por gravitación i:ioturol ·de los con· 
'tactos c.ulturotes, el hispono-frontés o , por me-
J 
G1tneral Me lchor l'acheco y Obea - O leo de .Cayetano Gallino , 
ROMANTICISMO _VITAL 
Con claro anleloción a los modos literales del romanticismo 
po,tico o dramático se dio en toda América Latina lo postiira 
romántica p .. sonal, e l g esto rom6ntico, el temp_le vital del 
romantlc1o;mo. La exprMlán verbal, perteneciente· o la .scuela 
seudocicisico ya rancio, con que ésto.- se vertían, no permite 
siempre odv.rtirlo fácilmente; otras veces el desajusle es sólo 
parcial y, en ocasiones, la palabra y el hombre se a11nan 
con total fidelidad, aunque 1iempre Ha el s•gundo, el 
protagonista andante y c61ldo el que RIÓs interés posee. 
En muchos grandes personales del período de lo Indepen-
dencia y la Orgcmlzadón H dable señalar ••lo que llamamot 
romantici1mo vital. 11 advHtible en francisco Mirando, en 
9olívar, en Simón ltodrl91,.z, su maestro, en MoNtno, en 
Mont.agudo, en Camilo . Henrlque-., en el mexicano Fray 
Servando Teresa de Mi.,, 
En el Uruguay, por mios que hubierci """Ido en 1809 en 
el costado porteño ditl rlo, nadl~ ha representado mejor, 
probablementit, itS!w ''templ• do 6nl1110" romántico que el 
gene.rol Mitlchor !'achoco y Obes. SI su GJMM"ic ión en itl 
-do lo lnsctlb. "'" toda naturallolad en la prM.tera gen.• 
roóón r~mánti<a de nu .. tn11 lellos, el ro-iici- de 
Pacheco, q- poc.o culth•ó fftos, trascendía de todo est<Jr-
tipo ntillstlco y prov..;ro - c11onto puede · oc~r el 
e jMDpl- de 6mbl1<11 "'á1 anehH y rnonantes. 
Hllo de Jar9e Pacheco, 11n dura ar90nizador de nvestra 
caftlpoña ·cimarrona, la 1tida de Melchor transcurre por los 
ca1tces oco1tumbrados de los HdOfel altas hosra diciembre 
de 1142. La derrota de lli•ero en lo batalla de Arroyo 
Grande, el día 6 de ese mes, lcr irrupción del ejé~i ta ros lsto 
en el ·uru_guay, lo encuentro de lefe político del depaTtamento 
de Sor...,;o, d esde el ·que se desplozoró poco después, con 
la• última• retaguardias de los vencidos, hasta Monl•vid .. o. 
En Mercedes, primitro, y en los ocho largos años de la De-
fensa y el s;iio, Po checo fue el odal id de lo resistencia a 
ultranz:a y de la "líneo dvra". Imposible no ver la sombra 
de lo• hombres del Terror --"f de Saint-Jusi, sobre todo-, 
en el rigor implacable con que amenazo a los traidores, en~ 
rostro o los blandos y espoleo o los tibios, · en el fervor y el 
entusiasmo con que lla~a a la guerra o muerte y promete 
lo victoria, Tenla "el sentido del upeclácu.lo" y fue el cau-
dillo natural de las legiones extranjeras sobre las que des-
cansó la Defensa en una ciudod casi vacía de uruguayos: 
cada paroda, cada desfile, «ido entrega de bandera que 
Pacheco organizó y presidió estó envuelta en un aura direc-
torial y napoleónico, aunque siempre el r•corrído iría desde 
el vencedor de Tolón crl Primer C6nsul, nunca más allá. Sus 
arengos podrían paoor por las inejores piezat lirerarios de 
la Defensa y lambi'n hay en ellas un eco do las pa9 in as 
admirables de Jena y de Au51erlitz. 
Esto ro mántico, uto• ro mánti cos flotan como pueden en 
las marejadas del proceso revolucionario. No faltan en la 
vida de l Pacheco de esos a ños, y onto1, y después, episod ios 
ouuros y de d ifíc il disculpa: la historia de la colecto< de la 
plata , de cuyo destino nunca se supo mucha, es uno de ellos. 
Otro$ son específkamente gravosos para quienes sienlan 
aquello causo corno s11ya: tales, las il'\Cesantes c¡uerellas con 
la fatci6n de Rivua que omencn:6 tan ras veces lo subsislencía . 
de la d udad. Dos veces deste rrado a couoa de ellas, en 1 844 
y 1846, se refu9i6 en Ira sil e Rfo Grande y 1t ío de Janeiro 1 : 
dos breves interludio• en su lucha, durante los c110Jes tuvo 
tiempo de meditar sobre lo vida y sobre la muerte y con>po-
ner algunos de sus esca•o• poemas. De ellas, El Cementerio 
de Alegre!e, meditación y •l.¡¡lo, es uno de los pocos texto• 
rucatables de nuestro pri111er romanticismo literario. 
En 1849 fue a Parls a contrarrestar la campaña de prensa 
y presiones contra el gobiemo de Montevideo; en el feah'o 
de accló~ de "' arqÚetlpo, Pach•<o se agl'Qndó y dejando 
tras de sí uno estela de frase• restallontes resultó IQI vez 
el prim.;,. plcrnlflcodor y ogente dit propaganda política de 
nuestra historia. La .dd,oria de au bando en 18.51 y 1852 
no lo colocó tan olio como -hubiera podido pensarse: ercin 
muy 9ra11d .. los odios ac.,..,ufado1 contra "el loco Pacheco", 
muy larga· la caravana de los dolido• y 101 la1tímado1 por 
su pu;;o de hierro y su talento aborraocado, En l 8S3, ldole 
de l revanch ismo conllo Giró, fue e l autor del me>tín del 18 
de lulio, que inkla, ti b l•n se mira, e l periodo 111 il ilarlsla 
de nuestro r ... uello h istoria. Pero son de TOMántico y de 
napoleónico len Santas Efenos dnpué°s de las Tullería., el 
ciele con n..i... de Anclr•s Vctlkonsky d1t1pun del proyecto 
del Puente de Arcolo, el r.tiro de Yuste cuando lodo está ol 
alconce d•. 101 "'º"°'· Pacheco djo paso ~I Trl11nvirato y el 
TñunviroÍ.., muertes mitcllanl•, a . Flor". Minado por la fll• 
berculosis, como su •ne111igo mortol Oribe, como tantos otros, 
el cementerio, ya no de Alegrete, sino de la Recoleta, lo 
~lbió dos años más tarde. 
73 
ior decir, algunas de sus versiones.Junto o los 
principios generales de libertad e individualis-
mo literarios y vitales, rupluro de normas y . 
preceptivas, espontaneidad expresiva, emocio-
nalismo sin restricciones, tendrá peculiar rele-
vancia la interpretación que había desarrolla-
do Stendhal en Rocine y Shakespeare ( 1823 l 
y reiterado por Mi:lriono J . de Larra en España 
o través de su artículo litern1ura. ( 1836). Esto 
es: lo poesía, el teatro, la novela, como re-
flejo de la realidad soci al que las entorna, 
li teratura "sodalista", literatura del presente, 
atenta a las nuevas y cam biantes realidades '( 
!'lecesidades de los hombres. Como es fácil 
advertirlo, el "realismo" literario ya estaba 
encerrado en lo fórmula, robustecido también 
por esa opción por lo concreto contra Jo abs-
tracto, por el aquí (o el allá J y el ahora (o el 
entonces), contra toda pretensión a ponerse 
más arriba del es-pacio y del tiempo, que estó 
en los supuestos metafísicos más im plícitos, de 
más alcance del estilo rom óntico. E~ ya citado 
Larra, apoyándose en débiles antecedentes del 
francés Jouy, dada una versión de todas estas 
latencias con e'I artículo "costumbrista" y en la 
mismo dirección se encaminaron algunos ten· 
tativas de Alberdl y Echeverrío, pero hoy 
que llegar a las "polémicas del Romantici5mo' ' 
en Chile, en 1842, para ver tronsformado en 
" americonismo literario" ta·les ideas y tal "so· 
cialismo". los inquietudes intelectuales de los 
romónticos enriquecieron la versión con nue-
vos matices provenientes del historicismo ger-
mano-francés y de .las nuevas corrientes cientí-
ficas: el americanismo literario y sus corres· 
pondientes versiones nacionales e mprendieron 
con ciertos metódicos enfoques intel~ctuales 
esta tentativa ambiciosa de colonizar literario .. 
mente una realidad virlva·lmente inédito. Esos 
enfoaues son: lo noción del "medio" como ex-
plicación de persona·lidades, conductas, instiru· 
dones sociales y fo perspectiva "historicista", 
esto es, la explicación del presente de cada 
una de esos realidades por el proceso que en 
el tiempo las llevó a ser to les. 
Con esta m'ultiplicidad de direcciones: libe· 
. ralismo e individualismo, emocionalismo y 
expresvidad, nacionalismo e historicismo pe-
netró desde la otra orilla · del Plato, el 
·romanticismo; y aqui encontró rápido y muy 
propicio caldo de cultivo. No fue de ideas ni 
·prest·igios literarios que ·nuestro romanticismo 
se nutrió, sino de románticos de carne y hueso, 
que ·encontraron en el Montevideo de 1838 el 
escenario cordial y resonante que e l receloso 
Buenos Aires de Rosas acababa de retacearles . 
Algún eco lateral de esta invasión hay en las 
últimas versiones de lo Malambrunada de 
Acuíía de Figueroa, algún valioso testimonio 
de antagonismo ideológico en los espléndidas 
74 
1 
Iarrllla de San Martín o 101 50 ollas. 
... 
1 
.. 
.. 
~ 
cartas con que Bernardo Berro ponía en guar-
dia a su hermano Ado1fo y a ·su amigo Erraz-
quin contra las consecuencias políticas y so· 
cicles de lo nuevo escuela. Cuando todavía 
no se habían opagado en España los ecos del 
pistoletazo con que puso fin a su vida, se pu-
blicó en Montevideo, a principios .de 1838, 
una edici6n en cuatro tomos de los ortícu l o~ de 
Mariano José de larra, el maestro más indis-
cutido de esta primero camada de románticos 
y el único español con que se hado excepción 
al desprecio general que inspiraba su potria. 
Pero es en el periodismo, con su sensibilidad 
a los cambios de tiempo, que, como siempre 
ocurre, podemos morcar mejor el paso triun-
fal del "romantismo", como, con estridente 
dejo francés, empezó llamándosele. El 15 de 
abril de 1838 apareció en Montevideo el bi-
mensual El Iniciador, dirigido por e·I uruguayo 
Andrés lamas y el argentino Miguel Cané ( pa-
dre del autor homónimo de JuveniliaJ. Sub-
sistió hasto el 1 e de enero de 1839, en que se 
despid ió publicando el Código de principios 
socia les redactado por ·Esteban Echeverría y 
qu.e sería conocido desde 1846 como Dogma 
socialista . Toda'S las direcciones de1 romanti-
cismo m6s orriba esbozadas, todas las devo-
ciones y entusiasmos de la nueva gene racióll 
se hicieron presen tes en este periódico, el más 
valioso, de lejos, para e l estudio de lo co· 
rrie nte romántica en el Río de la Plata. Tras 
é l siguieron, en 1840, El CorSGrio y El Talismán; 
después de ellos, la novedad literaria casi no 
necesitó, aunque los tuvo menores y fugaces, 
órganos de apostolado. Al año siguiente, en 
1841 , el jefe de polido de Montevideo con-
vocó a un concurso poético para celebrar el 
aniversario del 25 de moyo de J 81 O, una fe-
cha entonces considera.da como festividad na-
cional cie la independencío por los mismos uru-
guayos: El informe preliminar, redactado por 
Alberdi, es un valioso testimonio crítico de la 
escuela ya dominante. El jurado del certamen 
fue inlegrado por letrados de tendencia litera-
ria más 'bien conservadora y francamente clá-
sica en dos de ellos: su presidente Francisco 
Arauc:ho y el vocal Florencio Varela; los otros, 
a lgo más ¡ovenes, eran Manuel Herrera y 
Obes, Juan Andrés Gelly y Cándido Jua11icó . 
Obtuvó el prí'mer premio Juan María G utié rrez, 
tal vez el meno.s romántico de esa generac1on; 
logró el segundo Luis Domínguez, éste sí méis . 
mili tante y de los dos " accesit " , uno corres-
pondió a José Mármol , que habría de ser el 
mayor ·poeta de la rama romántico argentina 
y el otro . . . a Francisco Acuño .de Figueroo. 
El 'Poeta del himno era capaz de seguir todos 
las modas; y las modas montevideanas, como 
ya se ha aventurado, nunca fueron demasiado 
estentóreas. Esto hasta nuestros días de 
Co tr•la >01iel\do de Montevideo 
H. 11. Darandeou - Frag......io. 
Focsí"'il ,¡,. lo 9 o rtada de l Cfllamen poét>co de 1 &41 . 
75 
·'beatniks" y de "hippies" a la escala criolla. 
Sin embargo, y con tanta medida, comen-
zaba "la Atenas del Plata". Una leyenda 
duradero. Y a escasos dos años de que albo -
reara otra, ta1nbién de vida larga: "·la nueva 
Troya", 
CUATRO GENERACIONES ROMANTICAS. 
Más de sesenta añqs d ilató e l romanticismo 
su imperio en la literatura urugucryo, si bien 
esta afirmación seo más cierta· referida a !a 
poesía ue o los otros géneros. En las obras 
d~amáticas, en el ensayo y la críticÓ y, sobre 
todo, en lo novela y el cuento, las exigencias 
particulares de cado uno de estos moldes lite-
rarios, el tipo de · vi sión que implica franqueó 
con cierto naturalidad el ¡:.oso al "re.:ilismo", 
ya formalizqdo en narrativa, durante el perío-
do romántico europeo, por 8alzac y Stena hal. 
En esos sesenta años, tres y hasto cuat ro 
generaciones románticas se sucedieron en el 
Uruguay, con nive1es diferentes de interés y 
logros también desigualas. 
Puede hablarse de uno primera generoción 
romántico oriental integrada por escritores na-
cidos entre 1805 y 1820 y que se hicieron pre-
sentes en lo actividad literaria entre 1835 y 
1850. Asociada estrechamente a los románti-
cos argentinos exilodos en el Uruguay por esos 
años, es el grupo que presento, probablemen-
te, figuras de mayor interés vita l, un interés 
casi nunca refle¡odo en las páginas que de ja-
ron, a menudo bal-buceantes y mediocres. Poe-
las esporádicos, poetos juveni·Jes o proyectos 
de -poetas interrumpidos por la muerte o las 
exigencias de la acción o una ilevantable in-
capacidad: es dudoso ·qu.e nadie digno de men-
ción escape o este abanico de posibilidades. 
Ni Melchor Pacheco y Obes, ni Adolfo Berro, 
muerto a los veintidós años en 1841, cuya 
muerte constituyó uno de los acontecimientos 
definitorios de su generación, ni e l coro·ne·I Pe-
dro Bermúdez: ( 1816· l 860 J, el dramaturgo de 
El charrúa. Tampoco Enrique de Arrascaeto 
( l 819-18921 , ni Juan Carlos Gómez, del que 
habrá ocasión de 'volver a hablar con motivo 
de su personalidod central de periodista y 
agitador. 
Pero por lo menos Gómez y Pacheco fueron 
personalidades brillantes. Mucho más oscuros 
fueron los "bordos" de la promoción· nacida 
entre 1820 y l 835 : Francisco X. de Achot 1 8 2 3- 1 8 97) y sus Flore$ $ilvestres; Ro m ón 
d e Son tiago ! l 833- 19061, que es recor4ado 
por una sola composición lograda, La loco del 
Bequeló; Heradio Fajardo ( l 833-18681 , hijo 
espiritual de Juan Carlos Gómez y autor de 
Arena$ del Uruguay ( 1862) ; Eduordo Gordon 
( 1836- l 881 ). autor teatral persistente y de 
76 
Nuestro último romóntico fue Carlos 
Roxlo C 1861-1926 J • Verboso, oratorio, 
dilatadísimo, patriótico, realista a su mo-
do, sólo el Andresillo se ha salvado un 
poco del irrescatable olvido. Quiso in-
corporar a su verso caudaloso toda nues-
tra notumleza y toda nuestra historia. 
Intento de$mesurado de un alma vibran-
te que, herida por el dolor de vivir, rom-
pió vior-entamente $Us amarra~ con el 
mundo . 
.. 
1 " 
PRENSA Y LITERATURA 
18 de J1o1llo efl 1875. 
' Ningún recuento literario de nuesfro pasa-
do puede eludir los periódicos de nuestro 
siglo XIX y aun del primer tercio del XX, 
que representaron verdaderos "tribunos de 
doctrina". En éstos, ningún material, por ex-
tenso, ambicioso, o que fuera especializo. 
do, corría el riesgo de ser excluido. Ia 
o/ta temperatura política de esos publica-
ciones no pareció nunca dañar su seriedad 
ni la amplísima to/eroncía con que acogie-
ron les páginas que pudieran considerar hos-
tiles yo sea por sv tenor o por la significa-
ción partidario de quien los fírmaro. Lo 
anterior concierne a todo la prenso pero 
sobre todo a /os periódicos especialmente 
cu/los, como es el coso de El Univ.ersal de 
Antonio Díoz (1829) y El Defonsor de Jos 
leyes (1835), de los grandes órganos de 
combate de la Guerra Grande: El Nocionol 
(1835-1846) y el Comercio del Plata (1845;, 
de la Defensa, El Defensor dt? lo Indepen-
dencia Americana (1844), del Sitio, de J.o 
constitución de 1852 y El orden de 1853, de 
El Siglo (1863) y la posterior Lo Rozón ( 1878), 
/os voceros de lo "inteligencia" libero/ y rrr·· 
cíonalista, de lo Democracia (l872) y El N'.l-
cíonal (1893), de lo oposición blanca y o.u1 
de /os principales diarios editados en e! 
primer tercio de la centuria o que scbrevi-
víeron hasfa nuestros dios, especialmente en 
sus décadas iniciales: E¡ Bien Público (1878), 
El Día (1886), •El Diario del Plata (1912), El 
1mparCial (1924), Lo Mor.ano (1917). Al lec· 
tor de diarios de nuestros días podrá sor-
prenderle que la prenso hoyo sidó alguna 
vez un instrumenlo de cultura, tm Órgano 
de esclarecimiento veraz de los grandfls 
problemas nocionales. Aunque cierlo es que 
estos coracteríslicas de lo pFenso del posado 
son comunes a los de todos Jos países occi-
denfolizados y gobernados y dirigidos por. 
re.ducidas minorías de clase alto y media o 
los que esa mismo pren¡a estaba dirigido. 
El tono ero cosí siempre solemne, el ingre· 
diente informofivo reducido, los lírajes cor. 
los aunque no despreciables si se toman ín-
dices de población y de olfobefizodos: once 
mil eiemplares en total y en Monfevideo P.n 
1871 y treinta mil en 1886, si bien prorra · 
leados casi siempre entre una decena o mós 
de órganos. (Unos cien mil habitonfes lenío 
Montevideo en la primero fecha y el dob!.~ 
lo segunda: ios porcenlaies no hon m~io· 
rodo, ni mucho menos). 
El o/to nivel cultural de lo prenso coiidw. 
ne, aun reforzado por seríes edilotic/es -:-i 
complementos Ion importanles como la B; 
blioteco del Comercio del Plato o los Luno;.-
de Lo Razón amortizon lo función que pu-
dieron tener que Henar revistas, semanarios 
o quincenarios en círcvnstancias distintas, 
Fugaces o secundarías fueron la mayor porfe 
de estos publicaciones y sólo representan 
punfos de referencia ineludibles de nuestro 
hislorio literaria y culturo/ EJ Iniciador de 
1883, los Anales del Ateneo, entre 1881 y 
1886, la Revista Nacional de litercf.ura y 
Ciencias sociales, de Rodó y su grupo, entre 
1895 y 1897 y algunos periódicos, relativa-
mente duraderos, de la promoci.Sn del 900: 
La Alborada (1897), Rojo y Blanco (1900), 
Vida Modema (1900j, Apelo (1907), Bohemia 
( 1909), , la Revista Histórica (1907). Aunque 
ya cosi todos ellos en lo lineo de clivoje que 
llevo hacia nuestros ef.bs la división toionte 
entre el .. magazine" de variedades y lo re· 
vista espetializada. 
.77 
decoroso nivel, poeta de Hoja5 del coraz:6n 
{ 1860 J; Laurindo Lapuente ( t 1870), el de lo$ 
arreba tados poemas sobre la i nvasión france-
sa a México. 
·Entre 1 835 y 1 850 y entre 1850 y l 865 
nacieron la mayoría de los q~e pueden agru- · 
parse en una tercera y cuarta generación ro-
mánticas. Aurel io Berro, f inancista, hombre de 
empresa, dueño del palacio neo-gótico del 
Prado que es hoy embajada argentina, aven-
tajó a Zorrill o en la recom·pensa oficial del 
certamen de la F.lorida en 1879 y puede con-
side.rársele un superviviente del gusto neoclá-
sico. Aunque tal vez: sería más preciso decir: 
un exponente de la línea de contención clasi-
cista y académica que ni en Europa ni en Amé-
rica bajó nunca la guardia ante el romanti-
cismo, ni siquiera en el momento de su auge. 
A Sienra y Carranxo se le recuer<la por sus 
poemas al dolor paraguayo; a Washington 
Bermúde:r. ( 1847-1913 ) por sus tonantes poe· 
mas ctntidictatoriales recitados en las velados 
de los años terribles. 
7a 
... . 
. .,: . . . ,.: • ·.= .. :·· ''"·: ~:f=.: . 
... ·.;.;:,.4¡¡""¡~-:+~ · ~· :c~ · . 
. ·:._ ·: : . ::· .... · 
C•lhenlftio Ce,,tra.1 ( 1861 1 
Con Rafael Fragueiro podría comenzarse k1 
lista de los re:iagados del romanticismo. S•J 
posterior en un año, Juan Zorril lo de San Mar-
tín, no· sóio es el más grande de su promoción 
y del romanticismo uruguayo; en su modalidad, 
no tuvo parangón en Hispanoamérica. Pero 
es un síntoma de este rezago que después de 
1888 y de Tabaré, Zor'rill a sintiera la vetustez 
de su estilo y, casi sin infracciones, arch ivara 
el verso hasta su muerte. Son forma lmente más 
perfectos que los precedentes, los poet~s coe-
táneos o posteriores a Zorrillo, lo que puede 
en buena parte deberse a su tono más íntimo, 
o sus estrofas más (!espejadas de relumbrone~. 
y o la influencia incontrastable -tan abru-
madora incluso en Zorrillo- de G ustavo A¡:lol-
fo Bécquer y sus Rimas. No es excesivo decir 
que en el' últin10 cuarlo del siglo XIX el pres-
tigio del maestro español, tanto en el Uruguay 
como en toda Hispanoamérica superó y hasta 
desalojó a todos los que en décadas anterio-
res habían estado más altos: el de lord Byron, 
modelo de "personalidad" romántica; al do 
.. 
Visto de la Pkna en lo Juro de la 
Constitv<ión -J. M. l esnes lrlgoyen 
- hogm~nto. 
los españoles Espronceda y José Zorrillo, y 
oun el de Víctor Hugo y el d e Lamartine, 
a.unque éstos sobrevivieron mejor. 
Todo lo ante rior es a plicable a Victoria no 
Montes (1855·1917), recordado por La teje-
dora de ñanduty y El tambor de San Martín¡ 
a José G. del Busto, autor de un interesante 
Canto · o Bécquer; a Joaquín de Salterain 
1856-1 926 J, cuyo libro Intimidades ( 1912) 
define el nuevo acento; a Ricardo Sánchez 
( 1860-1938 l, que se peculiarizó por la cuerdo 
" festiva" en que había campeado Acuña de 
Figueroo; a Santiago Maciel ( 1865-1931 ) 
IAuros primaverale$); a Víctor Arreguine 
! 1868- 1924 J (Tardes de estío, 1906). 
Como se ve por alguna de estas fechas, la 
obra de tales •poetas prolonga la tonalidad 
romántica hasta muy entrado el siglo ~X y su 
período modernista y aun post-modernista. Un 
fenómeno general de supervivencia del estilo 
se marca, por ejemplo, en e l hecho de que los 
iniciadores de fo poesía y e l teatro gauchesco 
{Alcides de María, Elías Regules, Orosmán 
M6ratario J y fos iniciadores del cuento criollo 
(como Benjamín Fernández y Medina, 1873-
1960 l, pulsaran lo cuerda romántica en su ju-
ventud de " lirica culia". Y esto tamb ién, pero 
sobre todo un proceso de impregnación casi 
universal, representaría ia aplicación, casi 
siemp re fuga z:, a 1a ,poesía, de un gra n lote 
de personalida des cuya obra prosística o cuyo 
acción no lo haría sospechar demasiado. Tal 
es, entre muchos, el caso de Francisco Bauzá, 
d e Carlos Maríay Gonzalo Ramirez, de Agus-
tín de Vedia, d~ Luis Piñeyro del Campo, de Luis 
Melión Lafinur y, sobre todo, por más persis-
tente y hasta incongruente con sus libros de 
educador, el de José Pedro Varela. 
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En CAPITULO ORieNTAL 
N9 6. 
ACEVEDO DIAZ Y LOS 
ORIGENES DE LA NARRATIV ~ 
y junio con el fnscículo, el libro 
JS'1AEL, por Eduardo Accv~cto Díaz 
Indice 
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- 1 N G1\UCllO, DOS G,\UCHOS 
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Giuseppe Garlboldl. Relrolo por Cayetcmo Gallino,

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