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Historia_del_capitalismo_agrario_pampean

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Historia del capitalismo agrario
pampeano
Tomo IV
Julio Djenderedian
La agricultura pampeana
en la primera mitad
del siglo XIX
Diseño de interior: tholön kunst 
© 2008, Siglo XXI Editores Argentina S. A.
ISBN 
Impreso en A
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en la Argentina // Made in Argentina
Índice
Presentación general del volumen 11
por Osvaldo Barsky
Agradecimientos 15
Introducción 17
Capítulo I. La agricultura colonial 35
1. Introducción 35
2. El espacio y la economía 36
3. La circulación y el transporte 41
4. El papel de la producción agrícola en el Río 
de la Plata tardocolonial 46
5. La importancia regional y diferencial 
de los cereales 56
6. Pautas, características y actores
en la comercialización del trigo 61
7. Los actores y las unidades de producción 
agrícola 69
Capítulo II. La técnica agrícola a fines de la colonia 87
1. Introducción 87
2. El norte del litoral 89
3. La agricultura irrigada en los bordes 
del interior 94
4. El área del cultivo en secano 98
5. El diagnóstico ilustrado sobre la técnica 
agrícola rioplatense 124
8 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
Capítulo III. Producción y comercio de cereales 
durante la primera mitad del siglo XIX 133
1.Introducción 133
2.La producción cerealera y los cambios en la 
economía rioplatense a partir de la Revolución 139
3. El comercio y el mercado cerealero porteño en la
primera mitad del siglo XIX 145
3.1. La coyuntura revolucionaria 145
3.2. Las décadas de 1820 y 1830: un equilibrio
inestable 149
3.3. Los cambios de la década de 1840 172
Capítulo IV. Las formas de la colonización 183
1. Introducción 183
2. La política de afianzamiento poblacional
durante el tardío dominio hispánico 188
3. Los cambios tras la Revolución 194
4. La expansión de la frontera y la oferta 
de tierras públicas 198
5. La inmigración y sus efectos en la economía real 207
6. Los proyectos de colonización extranjera 
de los años rivadavianos 216
7. Un intento de analizar las causas de su fracaso 224
8. La evolución de la colonización criolla
en el segundo cuarto del siglo XIX 231
9. Los cambios a partir de la década de 1840 239
Capítulo V. Los cambios en la tecnología agrícola 
pampeana durante la primera mitad del siglo XIX 245
1. Introducción 245
2. La dimensión, las causas y las formas 
de las innovaciones 249
3. Avances sobre tierras nuevas, cambios
de escala necesidad de organizar más 
eficazmente la producción rural 254
4. La introducción de nuevas formas de labranza 258
5. La renovación de semillas y la aparición 
del Barletta 267
índice 9
6. Los cambios en la superficie implantada 
por unidad y sus efectos 273
7. Los comienzos de la introducción 
de maquinaria simple 276
8. Una agricultura paulatinamente renovada 284
Capítulo VI. La situación agrícola de las distintas 
provincias pampeanas hacia 1850 289
1. Introducción 289
2. Buenos Aires 290
3. Santa Fe 297
4. Entre Ríos 301
5. Córdoba 304
6. En vísperas de grandes cambios 307
Conclusiones 309
Bibliografía y fuentes 319
Apéndice I: Datos numéricos de los gráficos 377
Apéndice II: Cuadros adicionales 383
Índice de cuadros 393
Índice de gráficos 394
Índice de ilustraciones 395
Índice de cuadros de los apéndices 397
Presentación general del volumen
Osvaldo Barsky
En la presentación general de esta Historia del capitalismo agrario
pampeano1 habíamos señalado que las investigaciones de autores como
Halperín Donghi, Juan Carlos Garavaglia, Jorge Gelman, Carlos Mayo y
Raúl Fradkin, entre otros, habían cambiado fuertemente el estado del
conocimiento del agro durante el período colonial y tardocolonial. En-
tre otros temas, destacamos la importancia que para este período los
autores le daban a la agricultura, claramente subestimada en las visio-
nes tradicionales, y también cómo remarcaron que ésta tenía presencia
no sólo en las chacras, sino que también se desarrollaba en las estan-
cias. En el primer tomo de esta Historia, centrado en la expansión ga-
nadera hasta 1895, se había hecho una acotada referencia a estos temas
en la misma dirección, pero señalando que en realidad el peso signifi-
cativo de la agricultura tenía relevancia en la campaña de Buenos Aires
de antigua ocupación, y que tal situación era mucho menos significativa
en las otras provincias del litoral argentino.
En este volumen, el tema de la agricultura recobra toda su intensidad,
ya que se trata de sistematizar el estado de la agricultura tardocolonial
para luego poder adentrarse plenamente en la situación existente en
este rubro durante la primera mitad del siglo XIX. Es que, más allá de
los actuales enfoques, que sugieren no identificar mecánicamente los
cortes políticos introducidos en 1852 con los cambios en las sociedades
rurales a fin de destacar los procesos de continuidad, es evidente que
estas continuidades se evidencian más plenamente en los períodos pre-
vios e inmediatamente posteriores a la independencia que en la época
de la Organización Nacional, en la cual, a lo largo de pocas décadas, la
agricultura pampeana ocupó un destacado escenario productivo de
trascendencia internacional.
1 Véase Barsky, O., “Presentación general de la obra”, en Barsky, O. y Djende-
redjian, J. (2003).
12 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
En esta obra Julio Djenderedjian realiza un importante esfuerzo por
sistematizar el estado del conocimiento de esta temática, consciente to-
davía del gran desnivel existente en el saber sobre Buenos Aires frente
a los grandes vacíos historiográficos sobre Santa Fe, Córdoba y Entre
Ríos, aunque sus propias investigaciones sobre esta última provincia le
dan una perspectiva renovadora de contraste, al destacar las significati-
vas diferencias con Buenos Aires. Mientras en esta última el peso del
consumo urbano determinaba una importancia proporcionalmente
grande de la agricultura, por el contrario, en Santa Fe o Entre Ríos el
peso mucho mayor de estancias nítidamente ganaderas y la escasa di-
mensión de los centros poblados derivaron en una presencia mucho
menos notable de la agricultura mercantil, lo cual tuvo consecuencias
muy importantes no sólo en aspectos económicos sino también sociales.
Pero el mérito de esta obra no es sólo incorporar una perspectiva regio-
nal comparada que marque las diferencias relevantes que existieron en
cada desarrollo agropecuario provincial en términos productivos socia-
les. Se destaca también un valioso enfoque integrador de largo plazo
que permite abordar estos temas desde la dinámica introducida por las
guerras civiles desatadas después de 1810, con una larga secuela de des-
trucción de bienes y personas, o de captura mediante la leva de grandes
cantidades de mano de obra masculina, a lo que se sumaba la decaden-
cia del sistema productivo basado en mano de obra esclava. Nuevas re-
glas de juego respecto al comercio con alteraciones de los precios rela-
tivos y orientación hacia nuevos mercados, cambios en el tamaño, la
orientación productiva y la gestión de las explotaciones agrarias son
también temas significativos que permiten comprender la dificultad de
la expansión agrícola en estos períodos.
Esta visión integral sobre los condicionamientos de la agricultura no po-
día dejar de detenerse en forma sistémica sobre el estado de la tecnología
agrícola a fines del período colonial para, más adelante, mostrarnos los
lentos cambios que se van produciendo durante la primera mitad del si-
glo XIX, sobre la base de los cuales se iniciará la gran expansión agrí-
cola moderna que se desarrolla a partir de este período. Un aporte no
menor es haber mostrado el alto grado de heterogeneidad de la tec-
nología agrícola existente, debido a la gran diversidad espacial y la
importante diferencia del costo de los factores de la producción en
las distintas regiones, que impulsaba o frenaba la adopción de cam-
bios tecnológicos ahorradores de tierra o de trabajo. Las condiciones
presentación general del volumen 13
de desarrollo agrícola en condiciones de expansión aceleradade la
frontera, la introducción de maquinarias, la renovación genética a tra-
vés del ingreso de nuevas semillas, los cambios en el manejo de las ex-
plotaciones, son el prolegómeno ahora estudiado de las precondiciones
que facilitarán la expansión acelerada de la agricultura moderna. 
Otro mérito del estudio es la incorporación de un meduloso análisis
sobre los primeros intentos sistemáticos de asentamiento poblacional,
incluidos los fallidos intentos de colonización. Finalmente, el trabajo
plantea un balance de la situación de la agricultura en las provincias
pampeanas hacia mediados del siglo XIX, que vuelve a destacar la espe-
cificidad de los contextos políticos y socioproductivos dentro de la gi-
gantesca región pampeana, condición imprescindible para entender
los desarrollos disímiles que éstas tuvieron en el período posterior de la
gran expansión.
Una obra de estas características requería la consulta de una innume-
rable cantidad de fuentes. El lector encontrará una valiosísima relación
tanto de obras de referencia, recopilaciones de leyes, memorias e infor-
mes oficiales, como de material estadístico, informes consulares, publi-
caciones periódicas, atlas y obras de referencia cartográfica, obras de
época y bibliografía. Su magnitud revela el esfuerzo de sistematización
realizado así como la búsqueda exhaustiva de información para esta te-
mática, en especial para ciertas regiones, donde la escasa investigación
existente ha forzado una tarea de esta importancia. El lector juzgará si
este trabajo ha unido simplemente puntos dispersos en el mapa del co-
nocimiento sobre el agro en el período, como modestamente lo sugiere
el autor, o si en realidad se ha construido un piso global de conoci-
miento mucho más sólido que el existente, lo cual seguramente bene-
ficiará a quienes emprendan estudios puntuales que arrojen mejores
perspectivas sobre los temas abordados.
Se cumple así el objetivo de esta Historia, que es combinar estudios
sistémicos de temáticas y períodos como el aquí analizado, al igual que
el análisis integral de la expansión ganadera realizada en el tomo I, con
trabajos que profundizan problemáticas centrales de cada etapa, como
se hizo en los tomos II2 y III.3 El estudio de Julio Djenderedjian cierra
el análisis de la evolución agrícola hasta mediados del XIX, y al mismo
2 Sesto, C. (2005).
3 Gelman, J. y Santilli, D. (2006).
14 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
tiempo es el soporte de los próximos tomos que trabajarán temas cen-
trales, como la gran expansión agrícola de la segunda mitad de siglo, el
desarrollo de la tecnología agrícola, la relación entre economía rural e
instituciones, el desarrollo comercial y financiero ligado a la expansión
agropecuaria y las características de la estructura agraria conformada
en la región pampeana a finales del siglo XIX.
Este libro que hoy presentamos se integra a los estudios que se reali-
zan para la obra Historia del capitalismo agrario pampeano que se lleva ade-
lante en el Área de Estudios Agrarios del Departamento de Investigacio-
nes de la Universidad de Belgrano. Forman parte del equipo de
investigación que aborda tal empresa Mariela Alva, Sílcora Bearzotti, Julio
Djenderedjian, Gabriela Giba, Juan Luis Martirén, Marcela Petrantonio
y Carmen Sesto, con el apoyo de Leonardo Fernández y Susana Giménez
en los aspectos logísticos, bajo la dirección de Osvaldo Barsky.
Agradecimientos
Luego de algunos años de intenso trabajo en torno a un tema
complejo y arduo como pocos, son muy diversas las personas e institu-
ciones con quienes tengo una deuda de gratitud. Entre ellas, no podría
dejar de mencionar en primer lugar el apoyo financiero otorgado por
la Universidad de Belgrano, el CONICET y la Secretaría de Ciencia y
Tecnología de la Nación, a través del FONCyT, que permitieron que
este libro fuera una realidad. Deseo agradecer también al personal de
los diversos archivos y bibliotecas consultados, que ofreció invariable-
mente la mejor voluntad para ubicar un material que a menudo nadie
había revisado en décadas. En especial a los empleados del Archivo Ge-
neral de la Nación, la Biblioteca Nacional, la Academia Nacional de la
Historia, el Museo Mitre, la Biblioteca del Congreso, la Biblioteca Torn-
quist del Banco Central, las bibliotecas de la Facultad de Ciencias Eco-
nómicas y del Instituto Ravignani de la Universidad de Buenos Aires, y
la de la Universidad Torcuato di Tella, todas ellas en la ciudad de Bue-
nos Aires. Además, al personal del Archivo Histórico Municipal de San
Isidro, provincia de Buenos Aires; el Archivo Histórico y Administrativo
de Entre Ríos, la biblioteca del museo “Martiniano Leguizamón” y la Bi-
blioteca Pública Provincial, estos últimos en Paraná; la biblioteca y ar-
chivo del Instituto “Osvaldo Magnasco”, de Gualeguaychú; el Archivo
General de la Provincia, en Santa Fe; el Departamento de Estudios Et-
nográficos y Coloniales, en la misma ciudad; así como a los funciona-
rios del archivo del Instituto de Estudos Brasileiros, de la Universidade
Federal de São Paulo, Brasil. También debo agradecer a Ricardo Báez,
Pedro Avellaneda, Christian Seferian, Francisco Fotti y Juan Manuel
Nieva por su inestimable asistencia en la obtención de diversas obras de
época y bibliografía especializada hace mucho tiempo agotada.
Este libro es fruto del esfuerzo compartido por el equipo del Área de
Estudios Agrarios del Departamento de Investigaciones de la Universidad
de Belgrano. Allí, Osvaldo Barsky ha logrado conformar un agradable
ámbito de creatividad y colaboración que difícilmente pueda encontrarse
16 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
en otras circunstancias. Mariela Alva prestó inestimable ayuda en el pro-
cesamiento de imágenes. Pero, por sobre todo, esta obra debe gran
parte de su existencia a Sílcora Bearzotti y Juan Luis Martirén, quienes
aportaron multitud de datos, referencias, trabajo en bibliotecas y archi-
vos, y, mejor que todo ello, sus pacientes y atentas lecturas y sus valiosos
comentarios, sin los cuales los resultados aquí presentados hubieran
sido mucho menores. Siguiendo una convención aceptada pero no por
ello menos cierta, de más está decir que ninguno de los nombrados
tiene parte alguna en los muchos errores que el lector advertirá en las
páginas que siguen.
jcd
buenos aires, 31 de marzo de 2008
Introducción
Este libro es parte de una investigación mayor, que abarca la
evolución agrícola de todo el siglo XIX pampeano. Al presentar aquí el
análisis del período que culmina hacia 1850, se matizó sin dudas el efecto
de ese dilatado criterio temporal, que no prestaba demasiada atención
al usual corte entre una primera y una segunda mitad de esa centuria.
Para buena parte de la historiografía, al menos la tradicional, ese corte
tenía varios justificativos. Por un lado, políticos: como se sabe, a partir
de 1852 comenzó a organizarse constitucionalmente el país, y se supo-
nía que la etapa anterior, signada por la figura de Juan Manuel de Ro-
sas, había constituido un momento de predominio de grandes estancie-
ros sólo interesados en la producción ganadera, olvidándose entonces
la agricultura, sinónimo de civilización para las elites ilustradas. El fra-
caso de los proyectos de colonización agrícola encarados durante el go-
bierno de Bernardino Rivadavia en la década de 1820 constituía el
ejemplo más evidente de ello. Y, del mismo modo, la reedición de esas
colonias agrícolas a partir de inicios de la década de 1850, en especial
con las fundaciones de Esperanza en Santa Fe y San José en Entre Ríos,
parecía ser la prueba de que a partir de entonces se contaba con un
contexto político cualitativamente diferente, el cual sería la clave que
habría de permitir que esas colonias prosperaran. Por otro lado, el
corte en la mitad del siglo parecía corresponderse con fenómenos de
impacto en la economía, como el inicio de una etapa de crecimiento
de la producción rural que fue acelerándose en la medida en que se
abrían nuevos mercados, se implementabanprocesos tecnológicos nue-
vos, aumentaba en forma exponencial la inmigración y se lograba afian-
zar los límites y el dominio territorial de la nación con la conquista del
espacio indígena, que habría de completarse en la década de 1880. 
Las investigaciones de las últimas décadas han ido cuestionando los
cortes abruptos, y entre ellos el de la mitad del siglo XIX, sobre todo en lo
que hace a la economía rural. Los acontecimientos políticos no parecen
18 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
haber tenido en ella un papel tan significativo, mientras que se han ido
constatando continuidades y permanencias, existiendo ambas en forma
paralela a procesos de indudable ruptura cualitativa en la producción
agraria. Por lo demás, tampoco resultan tan claras las diferenciaciones
entre los procesos de crecimiento agrario a uno y otro lado del corte de
la mitad del siglo; la expansión del ovino a partir de 1850, por ejemplo,
tuvo consistentes antecedentes que venían cuando menos de dos déca-
das atrás. Así, la investigación cuyos frutos se muestran aquí pretende
en cierto modo ir dando cuenta de esas continuidades y permanencias,
y a la vez ir marcando una periodización que no dependa de ese tradi-
cional corte de mediados de la centuria. De modo que las páginas que
van a leerse tienen en buena medida presentes los procesos que habrán
de darse posteriormente al período aquí tratado, y no sólo sus antece-
dentes. No se trata en modo alguno de un capricho: la misma investiga-
ción nos fue mostrando la necesidad de adoptar un enfoque abarcativo,
no sólo para encontrar nuevas respuestas a procesos ya conocidos, sino
sobre todo para abordar esos procesos desde otros ángulos, y obtener
así nuevos interrogantes a responder.
En ese sentido, creemos que no se trataba tan sólo de constatar per-
manencias o de matizar el peso de las transformaciones, sino de buscar
una explicación que permitiera de algún modo entender tanto unas
como otras. La partición de mediados del siglo ha continuado en otras
formas marcando pautas entre las investigaciones, incluso las recientes,
sobre todo porque tanto los temas abordados como las preguntas que
los historiadores de cada período se han hecho han sido en gran me-
dida diferentes. Para la primera mitad del siglo XIX parece haber pre-
dominado en cierto modo una tendencia más acentuada a constatar
continuidades con la etapa del dominio hispánico, para así disminuir
aún más el peso del corte político señalado por la revolución de inde-
pendencia; y, a la vez, al exponer la importancia de la producción agrí-
cola bonaerense y de los actores a ella ligados, matizar el contraste con
una supuesta etapa de predominio ganadero cuya cristalización la cons-
tituía el gobierno de Rosas. Por el contrario, para los historiadores de la
segunda mitad, la incógnita a explicar era el cambio cualitativo acele-
rado que pondría a la Argentina, a fines de la centuria, entre los países
más destacados en la producción mundial de alimentos; y, en algún
caso, por qué esa posición tan destacada no logró mantenerse después.
De ese modo, para nosotros analizar el conjunto del siglo XIX significa
introducción 19
variar los puntos de vista predominantes a fin de poder detectar los pro-
blemas comunes a toda esa centuria, para construir así en buena medida
un hilo conductor entre procesos de cambio y de continuidad, aun a
costa de prescindir de extensas áreas de valioso conocimiento acumulado
cuyos objetivos apuntaban visiblemente hacia otros lados. 
Es obvio, por otra parte, que entre 1840 y 1860 ocurren cortes de
magnitud en los procesos productivos: no sólo por la instalación de las
primeras colonias sino también por la profundización del cambio téc-
nico en torno al ovino, y su expansión por las provincias litorales. Pero
el reconocimiento de todos esos cambios no debería implicar el olvido
de los lazos existentes a uno y otro lado de ese Rubicón temporal, algu-
nos de cuyos contrastes iremos tratando de exponer aquí. Y tampoco
debieran hacernos perder de vista que, de uno u otro modo, en las
transformaciones iniciadas a lo largo de las dos primeras décadas del si-
glo XIX pueden reconocerse diversos elementos que aparecerán, mu-
cho más claros, a medida que avance la centuria, lo cual da a los proce-
sos ocurridos a lo largo de ésta una dimensión y un interés mucho
mayores que los que podría ofrecernos el limitado rastreo de los indu-
dables lazos que poseía con la que la había precedido. En las páginas que
siguen intentaremos exponer tanto las preguntas que nos hemos
planteado al respecto como las respuestas que a ellas hemos encontrado.
lo que hoy sabemos
Hasta hace aproximadamente unas tres décadas, escribir un libro como
éste hubiera sido una tarea imposible, o, por lo contrario, muy sen-
cilla: en este último caso, sólo hubiera debido limitarse a repetir una se-
rie aceptada de estereotipos cuya vigencia casi nadie se atrevía a discutir
por entonces. Las cosas hoy son muy distintas: si bien existe todavía quien
crea en ella, la antigua imagen de un agro pampeano anterior a 1850 do-
minado por grandes explotaciones ganaderas, con muy poca producción
agrícola y con fuertes rasgos de dominación estamental, ejercida por una
suerte de barones feudales dueños de la tierra contra una masa de gau-
chos díscolos o campesinos sumisos sin iniciativa y sin recursos, ha
sido desmontada por completo. Ese cambio no sólo pone en eviden-
cia la fuerte dinámica propia de la producción agrícola tardocolonial,
20 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
o la imposibilidad de ejercer un dominio de cualquier carácter sobre una
móvil población rural dispersa en inmensos espacios de frontera, sino so-
bre todo la manifiesta diversidad y heterogeneidad de actores, momentos,
procesos y regiones, imagen que la multiplicación de estudios de caso ha
ido afirmando cada vez con mayor intensidad. El resquebrajamiento de la
antigua visión tradicional, compartida por escritores de un amplio espec-
tro ideológico, continuó y se profundizó; a la completa renovación de los
estudios sobre el agro tardocolonial se sumó una importante serie de tra-
bajos de envergadura sobre la etapa de la fuerte expansión agraria de la
segunda mitad del siglo XIX, para desembocar en los análisis sobre el agro
del siglo XX que volvieron a afirmar su carácter plenamente capitalista, di-
námico e innovador, llevado a cabo en una gama muy diversa de explota-
ciones, entre las cuales destacaban las agrícolas de tamaño medio y las
mixtas, caracterizadas todas por un espectro muy amplio de formas de ac-
ceso a la tierra.1 Aunque algunos trabajos continúan insistiendo en la exis-
tencia de una “precariedad” de largo plazo de los agricultores arrendata-
rios pampeanos, todo indica que ésta en todo caso constituía parte inicial
de su ciclo de vida, siendo de cualquier forma en realidad una condición
adjunta a la misma apuesta por ganancias capitalistas, caracterizadas lógi-
camente por una activa toma de riesgos e incertidumbre. Los avances lo-
grados hasta hoy continúan consolidando el nuevo paradigma interpreta-
tivo y ponen de relieve su semejanza estructural y de largo plazo con
procesos similares en otras economías de gran desarrollo agrario de su
época.2
1 Sobre el agro tardocolonial los aportes iniciales provinieron de Tulio Halpe-
rín Dongui (1961, 1968 y 1979); para la relevante y creciente producción
posterior, véanse balances ya desactualizados en Garavaglia, J. C. y Gelman, J.
(1995-1998); otros más recientes en Fradkin, R. (2006); Fradkin, R. y
Gelman, J. (2004). Además, entre otros, Mayo, C. (2004); Garavaglia, J. C.
(1999a); Gelman, J. (1998); Fradkin, R. (1993); Amaral, S. y Ghio, J. (1995);
Amaral, S. (1998). Algunas de las obras más renovadoras del estudio del agro
pampeano de la segunda mitad del siglo XIX: Cortés Conde, R. (1979);
Gallo, E. (1983); Míguez, E. (1985); Sábato, H. (1989); Sesto, C. (2005);
balances en Míguez, E. (1985 y 2006); Reguera, A. y Zeberio, B. (2006). La
crítica a lavisión tradicional en el siglo XX en Barsky, O. y Pucciarelli, A.
(comps.) (1997); Barsky, O. y Djenderedjian, J. (2003).
2 Insistencia en la precariedad chacarera en Palacio, J. M. (2004); una interpre-
tación comparativa que asigna aún gran importancia explicativa al régimen
de tenencia de la tierra en Adelman, J. (1992); otras interesantes comparacio-
nes con la evolución del agro en otras naciones de desarrollo similar en
Gallo, E. (1979b); Míguez, E. (2006); Gerchunoff, P. y Llach, L. (2006).
introducción 21
Lo anterior no significa en modo alguno que todas las incógnitas ha-
yan obtenido su respuesta, ni que cuando eso ha sucedido éstas puedan
ser definitivas. En ello no sólo tiene parte la lógica previsión de nuevos
avances en las interpretaciones, sino sobre todo la magnitud de las ta-
reas aún pendientes. Los vacíos relativos abundan por doquier: posee-
mos, sin ninguna duda, excelentes y muy detallados análisis de la agri-
cultura tardocolonial bonaerense e incluso de otras regiones cercanas;
se ha avanzado también mucho en el conocimiento de las transforma-
ciones allí sufridas durante la primera mitad del siglo XIX. Pero en lo
que respecta a algunas regiones del resto del área pampeana en las mis-
mas épocas, los aportes son mucho menos abundantes, y mayor y más
diversa la cantidad de preguntas sin respuesta. Los mismos avances en
el conocimiento han ampliado y enriquecido la lista de interrogantes a
resolver, y a menudo es justamente aquello que más desearíamos cono-
cer lo que más escurridizo nos resulta. De más está decir que nada nos
autoriza ahora a extrapolar alegremente, como antaño, las explicacio-
nes que resultaron válidas para un espacio, período o grupo, a todos los
demás que aparezcan, y uno de los más interesantes aportes de la histo-
riografía agraria reciente sobre Santa Fe, Córdoba o Entre Ríos ha sido
mostrarnos cuánto de similar y a la vez cuánto de diferente había en sus
economías con respecto a la de Buenos Aires, y más aún entre ellas mis-
mas. Así, como el arqueólogo aficionado que, harto de momias de fa-
raones ignotos, se preguntaba cómo era el rostro de Moisés, el historia-
dor interesado en la economía agraria del siglo XIX debe todavía hacer
frente a un cuadro heurístico y aun bibliográfico demasiado fragmentario
e incompleto, cuyas falencias a menudo quizá sólo puedan ser suplidas
con una buena dosis de imaginación.
Por lo demás, el cúmulo de nuevos problemas supera con creces a
aquellos sobre los que ya no se discute. En primer lugar, porque el en-
foque específico necesariamente ligado a los estudios de caso, que son
los que más abundan, si bien provee una riqueza de detalle imprescin-
dible para avanzar con solidez en el conocimiento, a la vez deja bas-
tante en las sombras ciertos elementos significativos que sólo un análi-
sis de conjunto podría poner en evidencia. Más allá de que sepamos
que en el Buenos Aires de la primera mitad del siglo XIX existía una
importante agricultura, similar o quizá superior, en cuanto a magnitud
de producción, a la más conocida de tiempos virreinales, ello en sí
mismo nada nos dice acerca del impacto de los complejos procesos que
22 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
debieron afectarla en un período tan convulso y en un desplazamiento
hacia espacios que no necesariamente eran similares a los que ocupaba
antaño. En ese sentido, verificar la existencia de una significativa produc-
ción de trigo en las tierras nuevas de Lobos o de Chivilcoy hacia 1830 no
constituye más que un imprescindible primer paso: porque, sin nin-
guna duda, esa agricultura de fronteras debió guardar, en sus procesos,
en sus técnicas y en sus actores, diferencias sustanciales con la practi-
cada a fines del siglo XVIII en la tradicional área cerealera del norte
bonaerense, que había venido siendo cultivada por centurias. 
Por otro lado, no puede ya sostenerse la imagen de inmovilidad rela-
tiva que aparentaban hasta hace algunos años ciertas economías agra-
rias pampeanas menos conocidas que la bonaerense. Nos falta aún mu-
cho para conocer los detalles del paisaje agrario santafesino anterior a
1810, pero sin dudas éste no fue en modo alguno el mismo que se
plasmó en las décadas que siguieron inmediatamente a ese año. Los de-
sastres de la guerra, el impacto de los procesos de apertura comercial,
el vuelco hacia la actividad ganadera extensiva provocado quizá antes
por la necesidad que por decisiones de inversión, son en ese sentido
sólo algunos indicios de que los cambios en la economía santafesina
fueron de magnitud tan considerable como los experimentados en
Buenos Aires, aun cuando en aquélla no haya habido avances sustanti-
vos sobre las fronteras indígenas, como sí ocurrieron en esta última. 
De ese modo, si ya ningún estudio serio puede sostener los antiguos
estereotipos respecto de la existencia de una “monoproducción” ga-
nadera en todo el largo período ocupado por la primera mitad del si-
glo XIX, la heterogeneidad del paisaje agrario y la constatada presen-
cia de núcleos agrícolas tampoco implican que nos hallemos frente a
una realidad necesariamente idéntica a la de tiempos tardocoloniales.
Las continuidades, que sin dudas existieron, no deben impedir que
desestimemos el peso de los cambios. No sólo porque sobre ellos irá
también en buena parte generándose la gran transformación que, du-
rante la segunda mitad de esa centuria, volverá irreconocibles los ca-
racteres de una y otra: otros hechos necesitan también ser analizados
en la plenitud de sus consecuencias. Importantes reasignaciones de
factores fruto de nuevas reglas de juego comercial, variaciones en los
precios relativos de los bienes, circunstancias de guerra o procesos in-
flacionarios; cambios en el tamaño, la orientación productiva y la gestión
de las explotaciones; apertura hacia nuevos mercados, que debió implicar
introducción 23
la necesidad de adaptarse a una demanda más selectiva; creciente lle-
gada de inmigrantes, aportando procesos y medios productivos dife-
rentes, y experimentando la adaptación de éstos a la realidad rural
pampeana, son todos vestigios evidentes de mutaciones lentas pero
concretas en los actores sociales, de las cuales hasta ahora sólo sabemos
muy poco. 
Es de ese modo mucho lo que resta aún por hacer. Cualquier avance
que pueda lograrse es y será siempre bienvenido, pero seguramente los
más significativos llegarán cuando la masa crítica de estudios de caso
adquiera caracteres suficientes como para poder ir completando los va-
cíos que aún quedan. Hasta tanto eso ocurra, hay sin embargo varias co-
sas que pueden hacerse: la primera de ellas, tratar de unir los puntos
dispersos en el mapa con el ánimo, y quizá la suerte, de lograr formar
con ellos una figura concreta.
las nuevas preguntas
En un cálculo aproximado como todos, podríamos decir que la superfi-
cie cultivada con trigo en el área pampeana abarcaba hacia el año 1800
poco más de veinte mil hectáreas. Media centuria más tarde, esa misma
superficie había alcanzado las cincuenta mil, que para 1895 se habían
transformado en casi dos millones.3 De un crecimiento de menos del
2% anual durante la primera mitad del siglo, inferior sin dudas al au-
mento poblacional, en la segunda mitad la expansión del cultivo fue es-
pectacular: más del 8% anual durante nada menos que cuarenta y
cinco años. En esa evolución hay al menos tres hechos a explicar: la
3 Cálculo efectuado para 1800 a partir de la producción per capita bonaerense
(100.000 fanegas anuales para alrededor de 90.000 habitantes), suponiendo
un rendimiento de 15 granos por cada uno sembrado y 80 kilos de semilla
implantada por hectárea, y extrapolado a la población del resto de las actua-
les provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba. Para 1850, diversas fuentes
citadas en capítulo II. Datos de 1895 (1.984.138 hectáreas cultivadas) en De
la Fuente, D. G.; G. Carrasco y A. B. Martínez (dirs.) (1898). Dejamos cons-
tancia de haber pasado por alto la inmensa variabilidad de situaciones: entre
otras,el rinde por hectárea puede ser muy diferente del obtenido por cada
grano sembrado, a medida que la superficie implantada se extiende. Véase
al respecto Costa, E. (1871), p. 109.
24 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
lenta expansión de la primera etapa, la muy rápida de la segunda, y la
aparente solución de continuidad entre ambas. 
¿Qué ocurrió durante la primera mitad del siglo para que una agri-
cultura cerealera que, hasta fines de la colonia, había sido capaz de su-
plir sin grandes problemas el consumo local de una población cre-
ciente, no pudiera hacerlo al mismo ritmo en las décadas posteriores?
Existen diversas explicaciones para ello. Una de las más antiguas su-
giere que los efectos del comercio libre implementado poco antes de la
revolución de independencia impactaron no sólo en la ganadería en
tanto fuente de exportaciones, sino también en la producción agrícola,
mediante la masiva introducción de harinas y trigos importados; el
único factor que se opuso a este fenómeno, la ley de aduanas de 1835,
no tuvo gran efecto concreto a causa de los múltiples problemas políti-
cos surgidos en esos años.4 Pero en realidad todo indicaría que las en-
tradas de harinas extranjeras apenas si complementaron la producción
local en años de escasez; y, por otra parte, los problemas de la agricul-
tura local comienzan ya en la década de 1810, bastante antes de que la
llegada de los subproductos cerealeros ultramarinos lograra adquirir
visibilidad y consistencia suficientes. 
Se ha postulado asimismo que, durante la primera mitad del siglo
XIX, los ciclos de sequías fueron muy intensos, lo que debió afectar
fuertemente la producción agrícola.5 Pero no contamos con medicio-
nes sistemáticas de esos fenómenos, y, a partir de su supresión en 1821,
ni siquiera con los datos cualitativos que proveían los acuerdos del Ca-
bildo, que han sido profusamente utilizados por los investigadores del
período anterior a ese año para evaluar la evolución de las condicio-
nes climáticas.6 De modo que, si bien existieron por entonces duras y
arrasadoras sequías, documentadas sobre todo por los viajeros, ello no
necesariamente nos autoriza a pensar que la intensidad de éstas fuera
suficiente como para afectar con gravedad, en el mediano o largo
plazo, la productividad agrícola. 
Más parece entonces que los erráticos movimientos del comercio de
trigos y harinas durante toda la primera mitad del siglo XIX tuvieran
4 Un ejemplo de esta explicación, aunque con muy agudos matices, en Álvarez, J.
(1950), p. 354.
5 Brown, J. (2002).
6 Por ejemplo, Ardissone, R. (1937); Moncaut, C. A. (2001).
introducción 25
una causa principal en la alta conflictividad política y bélica y los trastor-
nos traídos por la revolución y la guerra. Pero además, esos factores por
sí solos no podrían explicar un período tan largo de escaso crecimiento
relativo, que por otra parte habría de extenderse hasta la segunda mi-
tad de la década de 1860, recién cuando la oferta cerealera de las colo-
nias santafesinas comenzara a sentirse en el mercado porteño, y a cam-
biar por consiguiente las condiciones del comercio de esos productos
en toda el área rioplatense. Como veremos luego, sin dudas las condi-
ciones de inestabilidad institucional y la inflación conspiraron contra la
producción agrícola: no tanto, como se ha pretendido, por su efecto de
licuación de los gravámenes a la importación de harinas, sino sobre
todo porque la agricultura necesitaba ingentes inversiones de mediano
plazo en capital y mano de obra, dos recursos típicamente escasos cuya
aplicación a la ganadería rendía mucho más.7
En otro orden, podría pensarse que la incorporación de tecnologías
y procesos más avanzados fue nula antes de 1850, y que ello motivó un
retraso creciente en la actividad, que no podía competir con otras más
dinámicas. Pero ello resulta cuando menos discutible: en principio,
porque durante la primera mitad del siglo XIX existió una significativa
incorporación de mejoras e innovaciones en la agricultura, que luego
serían sin duda rápidamente rebasadas por las que sobrevendrían, pero
que no por ello resultaron despreciables. Además, si bien puede ale-
garse que, durante la segunda mitad del siglo XIX, la adicción de pro-
cesos productivos modernos habría de transformar radicalmente la ve-
locidad de la expansión agrícola, la falta relativa de éstos no alcanza
para explicar el matizado crecimiento del período anterior: porque,
en la historia previa a 1810, utilizando la ruda tecnología tradicional,
la agricultura pampeana había logrado acompañar, de todos modos,
el incremento de la población. 
Hay sin embargo otros elementos a tener en cuenta en el análisis. En
principio, la simple introducción de maquinaria no parece tampoco ha-
ber sido por sí sola un factor explicativo de los logros del período 1850-
1900. El desarrollo agrícola de esos años se basó también en una cada
7 Como se sabe, la ley de aduanas de 1835 establecía escalas progresivas sobre
la harina según los valores de plaza en pesos papel, por lo que al subir esos
valores por efecto de la desvalorización de éstos contra los metales preciosos
los gravámenes se reducían.
26 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
vez más rápida puesta en producción de tierras nuevas, esto es, en una
expansión horizontal que, dicho sea de paso, hasta no hace mucho
tiempo era considerada la única o al menos la principal causa de ese
desarrollo. Más allá de que esa visión simplificaba en exceso los muy
complejos procesos ligados a la creación de métodos de cultivo en se-
cano apropiados para esas tierras que se iban conquistando, de todos
modos la existencia de una frontera agrícola sobre la cual los avances a
lo largo del siglo XIX se volvieron cada vez más rápidos constituyó para
el agro pampeano una característica fundamental de un movimiento
que aprovechó en forma evidente para su expansión el factor más
abundante, la tierra, compensando con la extensividad del cultivo el
alto costo relativo de todos los demás. El caso pampeano se acerca de
ese modo nuevamente al de otros fenómenos de apertura de tierras
nuevas, en especial al de las regiones agrícolas del centro oeste de los
Estados Unidos, donde los espectaculares aumentos de la superficie
cultivada se lograban incluso pasando por encima de ciertos escrúpulos
respecto del cuidado en la labranza y la introducción de métodos con-
servacionistas de los suelos.8
Lo relevante es que podríamos con toda legitimidad rastrear los ante-
cedentes de esos movimientos muy lejos en el tiempo, porque ese signi-
ficativo proceso de expansión sobre tierras nuevas comenzó en las pam-
pas mucho antes de la mitad del siglo XIX: en esencia, su historia
incluye un desplazamiento del cultivo triguero, evidente al menos
desde las primeras décadas del siglo XVIII, momento a partir del cual
los alrededores de la ciudad de Buenos Aires van dejando lentamente
de concentrar la amplia mayoría del total sembrado, a la par que co-
mienzan a destacarse los cultivos del cereal en áreas cada vez más aleja-
das de la costa del Río de la Plata.9 Así, a lo largo de la segunda mitad de
esa centuria, el trigo se va corriendo hacia el oeste y hacia el sur, en un
movimiento que habría de continuar y acelerarse a medida que el
tiempo pasara. 
No se trataba sólo de que, por la creciente distancia que los sepa-
raba de las zonas más antiguas, los avances sobre áreas de frontera de-
rivaran usualmente en que los nuevos núcleos poblados debían por
8 Alusiones al tema en Gallo, E. (1983, p. 120; 1979, pp. 100-102); Fogarty, J;
Gallo, E. y Diéguez, H. (1979), passim; también Luelmo, J. (1975), pp. 350-2.
9 Garavaglia, J. C. (1999a), pp. 111 y ss.
introducción 27
lógica producir al menos parte importante de sus propios alimentos: los
rústicos y duros trigos de las áreas de frontera encontraron, ya desde las
primeras décadas del siglo XIX, un lugar incluso en el selectivo mer-
cado porteño, donde debían competir con el cereal importado y con el
provenientede lugares tan disímiles como la costa bonaerense de San
Isidro o los valles irrigados de Mendoza o de San Juan. 
En todo caso, a partir de 1816, con la expansión sobre la frontera
indígena en Buenos Aires, cuyas consecuencias han sido usualmente
sólo advertidas para la actividad ganadera, el trigo va moviéndose si-
lenciosamente desde las tradicionales zonas costeras al río Paraná,
para afianzarse primero al interior de la vieja campaña y luego aden-
trarse firmemente en las nuevas áreas del sur y del oeste. Desde que la
ganadería constituía para él una competencia creciente, en función
de sus mejores posibilidades de realización en el mercado atlántico,
este desplazamiento del trigo incluyó aun una cierta retracción en
áreas de vieja ocupación bien ubicadas con respecto a los mercados,
que se fueron reconvirtiendo a actividades que ofrecían mayor renta-
bilidad por hectárea. Otras zonas cercanas a la ciudad abandonaron
los cereales en función de actividades más intensivas, menos riesgosas
y que ofrecían más altos márgenes de ganancia, como la horticultura
o los hornos de ladrillo. El trigo va marcando así un itinerario que no
por enrevesado es menos concreto: presente ya en las fronteras desde
fines del siglo XVIII, a partir de la década de 1810 crece en las áreas
periurbanas del sur de la capital, donde el valor de la tierra era menor
que en las fragmentadas chacras del norte; avanza luego en Perga-
mino, y más tarde en Chivilcoy; se desarrolla en Lobos, Monte, Ran-
chos, y antes de mediados del siglo va extendiéndose por las áreas
nuevas de allende el Salado. En Santa Fe, donde las fronteras logran
expandirse a partir de la década de 1850, el trigo comienza a despla-
zarse hacia el oeste desde la franja de antigua ocupación lindera al Pa-
raná; para la década de 1880 ya predomina en el sur bonaerense y,
conforme nos acercamos al final del siglo XIX, avanza también sobre
La Pampa, el sur de Córdoba y Santa Fe.10
10 Indicios y análisis de esos avances, entre otros, en Dupuy, A. (2004),
Andreucci, B. (1999), Banzato, G. (2005); Banzato, G. y Quinteros, G.
(1992), Mateo, J. (2000), Gelman, G. (1998b); Barsky, O. y Gelman, J.
(2001), p.107; Sternberg, R. (1972); Randle, P. H. (1981), atlas, p. 106.
28 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
Ese lento desplazamiento tuvo consecuencias muy significativas, que el
solo hecho de contar fanegas cosechadas en distintos lugares nunca sería
capaz de mostrarnos: las viejas tierras cerealeras linderas a la ciudad de
Buenos Aires, e incluso las áreas que habrían de abrirse al trigo durante el
tercer cuarto del siglo XVIII, gozaban de un régimen de humedad abun-
dante, pautado por la cercana presencia del gran río y robustecido por di-
versos arroyos y un relieve ondulado, propicio a generar hondonadas
donde se acumulara el agua. Las prácticas agrícolas exigían abundancia de
espacio, pero éste, al menos hasta finales de esa centuria, no parece haber
constituido un problema. Más allá de la existencia, poco significativa, de
cultivos de oleaginosas que ayudaran empíricamente a restituir los nutrien-
tes absorbidos por varias cosechas sucesivas de cereales, si sobrevenía el
agotamiento de las tierras bastaba simplemente con dejar que el constante
paso de las bestias proveyera el abono suficiente como para reconstituirlas,
y el labrador se trasladaba entretanto a otra parcela, que podía o no encon-
trarse cerca. En un paisaje abierto donde el ganado abundaba, y donde el
costo de acceder a la tierra no implicaba más que un eventual servicio al
propietario durante algunos días al año, o unas pocas fanegas de trigo, o
simplemente el único esfuerzo de ocuparla, ambas cosas formaban parte
consistente de las prácticas aceptadas de manejo de los recursos. 
En contraste, una vez que el cultivo cerealero se alejó sustancialmente de
las costas las cosas comenzaron a cambiar. Si bien las nuevas tierras ofrecían
la posibilidad de continuar operando en los amplios espacios que el incre-
mento del precio de la hectárea ya no permitía en las áreas cercanas a la
urbe, fueron presentándose otros problemas de no menor magnitud. Pri-
mero, el alejamiento de las áreas bien regadas y el ingreso en zonas más se-
cas, de vientos más fuertes y constantes y de relieve más llano, implicaron
que desde las malezas hasta las plagas impactaran en el cultivo en forma di-
ferente, y que el trabajo de labranza debiera orientarse no sólo a remover la
tierra y enterrar las raíces sino también a captar y preservar en mayor me-
dida la humedad, un bien crecientemente escaso. El aprendizaje de esas
nuevas técnicas no debió de ser un proceso sencillo, lo que justifica la lenti-
tud de los avances; y alguien hubo de pagar sus costos, quizá compensados
al menos en parte por la mayor productividad inicial de las tierras nuevas.11
11 Otra vez aquí aparecen semejanzas con procesos similares en otras econo-
mías de rápido desarrollo agrícola; véanse al respecto las observaciones de
Míguez, E. (2006).
introducción 29
El segundo gran cambio fue el alargamiento de las rutas de trans-
porte, toda vez que, si bien el desarrollo de los núcleos habitados en
esas áreas fronterizas proveía mercados locales incipientes, el destino
más adecuado para toda la producción excedente continuaba siendo la
ciudad de Buenos Aires, única plaza de realización de gran magnitud.
Pero, por otra parte, ese mercado principal no era tampoco ya el de
tiempos coloniales: la apertura comercial y el desarrollo de la agricul-
tura extensiva norteamericana, así como el descenso en los costos de
transporte, trajeron hasta él una porción cada vez más sustantiva de
trigos y harinas importados, además de sostener entradas esporádicas
de la producción del interior. La convivencia con ellos y el consi-
guiente límite a los precios se combinaron con otros factores bas-
tante más sustantivos para explicar el comparativamente lento des-
arrollo de la agricultura rioplatense durante la primera mitad del
siglo XIX, que contrasta con el ágil impulso que tuvo la ganadería.
Aquí se muestra con plenitud el peso de los factores institucionales:
la recurrente presencia de la guerra, los momentos de alta inflación,
los reclutamientos y las levas, la inseguridad consiguiente de bienes y
personas, el alto interés del dinero, el lento ocaso de la esclavitud, que
proveía mano de obra de menor costo, formaron parte de un conjunto
ineludible de elementos a la hora de evaluar las causas de que la pro-
ducción cerealera no pudiera aumentar al mismo ritmo que la pobla-
ción. Y, sin duda, esos factores tuvieron también alguna parte en el
desplazamiento del cultivo cerealero hacia áreas más marginales, y
en su decrecimiento en los alrededores de las ciudades, en especial
la de Buenos Aires, así como en la lentitud y precariedad de los en-
sayos efectuados para afianzar los cultivos en esas áreas nuevas. Como
es de imaginar, la mayor parte de la inversión y los gastos estaban di-
rigidos a facilitar el desarrollo ganadero en ellas, en tanto esa activi-
dad podía generar mayores ganancias, y no estaba sometida a facto-
res de riesgo tan fuertes como la producción agrícola. De ese modo,
en una economía crónicamente escasa de capital y que pagaba por él
altas tasas de interés, la competencia de una mucho más rentable ga-
nadería vacuna y luego ovina constituyó un fuerte desincentivo para
la inversión agrícola, desplazando los fondos disponibles hacia los
bolsillos y las actividades de quienes estaban dispuestos a pagar más
por ellos, o de hacerlos rendir con menos aleatoriedad y en menos
tiempo. 
30 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
Pero, de todos modos, lo interesante es constatar que fue durante esa
época aciaga que corre aproximadamente entre 1810 y 1850, que co-
menzaron a tenderse las secretas bases del acelerado crecimiento poste-
rior, pautado sin dudas por la remoción de algunos de los obstáculos
del período precedente, pero más aún por la introducción de nuevos
factores que habrían de modificar la ecuacióneconómica en la que debía
desenvolverse el cultivo de cereales de mediados del siglo XIX. Entre
otros, se experimentó con variedades de semillas que resistieran mejor
que las viejas simientes los desafíos de las nuevas condiciones ambienta-
les; se introdujeron algunos cambios en los instrumentos de labranza y en
los procesos productivos, y se trató de racionalizar las tareas apelando a
una organización más estricta y detallada de éstas. Y también, durante
esa dura y difícil primera mitad del siglo XIX, se intentó modificar cua-
litativamente las condiciones de producción introduciendo factores de
cambio discontinuo.
El principal de esos factores fue la fundación de colonias agrícolas.
En un contexto económico pautado por la pujanza de la ganadería,
sólo la introducción de elementos de ruptura cualitativa hubiera po-
dido proveer bases más concretas para que la agricultura cerealera pu-
diera abandonar el círculo vicioso de los estrechos mercados locales
que hasta entonces habían sido el destino principal de sus productos.
Los intentos al respecto llevados a cabo por empresarios privados du-
rante el gobierno de Bernardino Rivadavia, tanto en Buenos Aires
como en Entre Ríos, constituyeron un fracaso cuyas causas todavía hoy
parecieran limitarse a los acontecimientos políticos. Sin embargo,
como puede deducirse de lo expuesto en las páginas precedentes, razo-
nes de índole más puramente económicas tuvieron allí una parte ma-
yor. Las explotaciones, y las colonias mismas, resultaban demasiado ex-
trañas al medio y a la escala en que habían sido insertadas; para que
pudieran prosperar, hacía falta trasladar junto con los inmigrantes
buena parte de sus instituciones, y sostenerlos durante los difíciles tiem-
pos iniciales. Se debía también construir en pocos meses la infraestruc-
tura y los edificios necesarios, que en las pequeñas aldeas inglesas o ale-
manas de las que esos migrantes provenían eran el fruto decantado de
largos siglos, durante los cuales habían ido agregándose al paisaje. Ar-
mar todo ello de improviso significaba amplias erogaciones de capital,
de cuyo reembolso nadie podía estar seguro, en tanto la inestabilidad fi-
nanciera, institucional y política del contexto rioplatense conspiraba
introducción 31
con plenitud contra todos los proyectos pensados a mediano plazo. De
ese modo, no resulta extraño que, sólo después de un par de décadas a
partir del fracaso de esos experimentos primeros, lograran fundarse co-
lonias que pudieran permanecer, transformándose el proceso a partir
de ellas realmente en un factor de cambio cuyo papel en el desarrollo
agrícola habría de resultar fundamental.
Por otro lado, las inciertas y erráticas variaciones de los precios de los
productos agrícolas, cuyas causas veremos luego con algo más de detalle,
fueron impulsando, en las áreas tradicionalmente ligadas al cultivo de ce-
reales, aunque quizá no exclusivamente en ellas, el desarrollo de una
capa de arrendatarios más atenta a las condiciones de realización del pro-
ducto, que ampliaba o reducía su superficie cultivada según las expecta-
tivas del mercado, pautadas por alternativas tan disímiles como la dispo-
nibilidad relativa de mano de obra o la tasa de depreciación del papel
moneda. Se precavían así de algún modo frente a problemas generados
por multitud de factores que nadie hubiera podido controlar, adaptán-
dose en lo posible a esas condiciones inseguras y aprovechando al mismo
tiempo los ciclos de aumento de precios del trigo, que, dado el peso cre-
ciente que tendrá la llegada de harinas extranjeras, comenzarán también
a ser afectados cada vez con mayor claridad por los ritmos del mercado
externo. Así, es muy probable que en ciertas coyunturas de interdicción
del tráfico atlántico esos ciclos hayan determinado cambios de magnitud
en los precios relativos, con momentos de alza en los de los cereales y pa-
ralela depreciación del valor del ganado; por lo demás, continuaron
como siempre presentes los momentos de liquidación de stocks por efecto
de sequías, que habrían de derivar por consiguiente en mayor disponibi-
lidad de tierras para una eventual expansión agrícola, y en precios tam-
bién altos para los granos. Es de apuntar que igualmente en esto la hete-
rogeneidad debía ser la norma: aquellos productores que, por suerte o
por contactos políticos, lograban conservar o captar una proporción ma-
yor de fuerza de trabajo en medio de los reclutamientos que diezmaban
las cuadrillas de labradores y peones, estaban obviamente en mejores
condiciones que otros para aprovechar las coyunturas.
Dadas esas premisas, no puede sorprender que, en nuestra opinión,
los muchos avances ya logrados sean todavía insuficientes para conocer
con un grado aceptable de certidumbre la evolución agrícola pampeana
durante la primera mitad del siglo XIX. Por un lado, el tratamiento de
los temas es todavía muy irregular; pero, sobre todo, es la óptica con
32 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
que se los ha analizado la que puede variarse con provecho. Existen
sólo unos pocos análisis acerca de la tecnología agrícola entre fines de
la colonia y las primeras décadas del siglo XIX; pero incluso en esas in-
vestigaciones, más allá de su seriedad e indudables méritos, la visión
continúa siendo más bien estática, y no se detectan y estudian las indu-
dables diferencias entre una agricultura afianzada por largos siglos en
las tierras húmedas de las costas, y la que se comenzaba a extender por
entonces en las abiertas soledades de las pampas.12 Es cierto que las
fuentes escasean, y que usualmente sólo contamos con unos pocos indi-
cios dispersos en un vacío desalentador; pero aun así esos indicios pue-
den ser reinterpretados a la luz de los mismos procesos de expansión y
experimentación de que dan cuenta, y ofrecernos todavía hallazgos
de valor. 
Por lo demás, esos indicios dispersos también nos hablan de un lento
pero consistente surgimiento de nuevos actores, y de cambios de enti-
dad en los antiguos productores agrícolas de tiempos tardocoloniales.
Si bien uno de los grandes méritos de la historiografía reciente ha sido
poner en evidencia la heterogeneidad y características de los producto-
res agrarios de la última etapa del dominio hispánico, las mucho más
escasas evidencias que surgen aquí y allá acerca de la evolución de esos
mismos estratos de productores durante la primera mitad del siglo XIX
no nos autorizan a suponer para ellos tan sólo una simple continuidad
sin cambios. 
Más aún: si en la desmitificación de los actores agrarios de ese período
se ha logrado poner en su contexto a ciertos personajes cuya notorie-
dad política había sido en algún momento incluso extrapolada a su ac-
tividad económica, ello tampoco debería ocultarnos los nuevos caracte-
res con que esos mismos personajes se diferenciaban de sus antecesores,
y también de algunos de sus contemporáneos. La reedición de uno de
los más importantes, útiles y amenos estudios de Carlos Mayo, y de toda
la renovación historiográfica rural rioplatense de los últimos años, in-
cluye un capítulo dedicado a demostrar hasta qué punto Juan Manuel
de Rosas fue un estanciero como tantos otros de su época, cuyas nor-
mas de gestión no se diferenciaban mayormente de las de ellos.13 Pero
12 Algunos de los pocos estudios específicos sobre la tecnología agrícola del
período se deben a Garavaglia, J. C. (1989 y 1999a).
13 Véase Mayo, C. (2004), pp. 213 y ss.; en especial pp. 232-4.
introducción 33
esa circunstancia de todos modos no invalida el papel de las sustancia-
les diferencias operativas entre la gran producción agraria de tiempos
tardocoloniales y la de al menos algunos estancieros de envergadura de
la primera mitad del siglo XIX, de las que Rosas es todavía hoy un exce-
lente ejemplo. Los resultados obtenidos tampoco condicen con esa ho-
mogeneidad: el hecho mismo de que Rosas haya sido capaz de levantar
una de las más inmensas fortunas de sus años a partir de la creación de
estancias en el corto lapso de un par de décadasbastaría para mostrar-
nos hasta qué punto su gestión y sus estrategias se diferenciaron de las
de otros de sus colegas y, sobre todo, de las menesterosas y poco renta-
bles estancias ganaderas bonaerenses del último cuarto del siglo XVIII,
y que el mismo Carlos Mayo describió con maestría. Lo anterior resulta
aún más sugestivo si pensamos que las pautas de acumulación más segu-
ras de la primera mitad del siglo XIX continuaron siendo, como an-
taño, el comercio y la renta urbana; mientras que la gran producción
rural, por su aleatoriedad y riesgos, constituía todavía una apuesta com-
pleja y difícil, aunque al parecer bastante conveniente, circunstancia ló-
gica entre otras cosas por la más alta dosis de riesgo que implicaba. No
en vano en el patrimonio de una de las mayores familias de terrate-
nientes de esos años, la inmensa superficie de medio millón de hec-
táreas repartidas en diversos campos en la provincia de Buenos Aires
valía menos que la escasa centena de metros cuadrados ocupados por
el descascarado y vetusto edificio de la Recova Vieja, que dividía en
dos la actual Plaza de Mayo de esta ciudad y cuyo alquiler producía
una excelente renta.14
De ese modo, creemos que los modestos ejercicios de interpretación
que se leerán aquí se encuentran justificados. En las páginas que si-
guen, intentaremos seguir las peripecias del cultivo de cereales en la re-
gión pampeana a partir de las últimas décadas del siglo XVIII y hasta
mediados de la centuria siguiente; nos centraremos en el trigo en tanto
era allí el cultivo principal, o al menos aquel cuya presencia mercantil
era más sostenida y evidente. Comenzaremos con un análisis de la situa-
ción de la agricultura tardocolonial estudiando las características de su
distribución espacial y regional, los actores de la producción agrícola y las
pautas de la comercialización del trigo; continuaremos con las técnicas
14 Sobre las propiedades de los Anchorena, véase Brown, J. (2002), pp. 311-12;
también Hora, R. (2002).
34 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
agrícolas de fines de la colonia, diferenciando las distintas áreas y los
métodos empleados en cada una de ellas. Seguiremos con un estudio
de los fuertes cambios habidos en el mercado triguero de la ciudad de
Buenos Aires a todo lo largo de la primera mitad del siglo XIX, visuali-
zando su accidentada evolución hasta el surgimiento de un nuevo espa-
cio de oportunidades en el mismo desarrollo del volumen de consumo,
impulsado también por los altos precios de la década de 1840. Luego
analizaremos los intentos de radicación de colonias y agricultores, mos-
trando las complejas vicisitudes de éstos; continuaremos con una in-
vestigación acerca de los cambios en la tecnología agrícola durante la
primera mitad del siglo XIX, signados por la necesidad de adaptación a
nuevas pautas ambientales, que tendrán repercusión en las décadas
posteriores; y finalizaremos con un repaso de la situación agrícola en las
diversas provincias pampeanas hacia 1850, en vísperas del gran cambio
que vio la segunda mitad del siglo. 
Capítulo I
La agricultura colonial
1. introducción
En el tomo I de esta colección hemos hablado someramente
acerca del recorrido de la agricultura en el área pampeana durante el
período del dominio hispano. En este capítulo profundizaremos algu-
nas de las líneas allí adelantadas, a fin de poder comprender mejor la
compleja trayectoria de la producción agrícola durante la primera mi-
tad del siglo XIX y los inicios del proceso de emergencia de la agricul-
tura moderna. Comenzaremos con un repaso de algunas líneas bási-
cas de la economía rioplatense tardocolonial, continuando con un
análisis de la actividad agrícola entre los años que van desde las últimas
décadas del siglo XVIII a la primera del XIX. Este período es mejor co-
nocido gracias a una importante masa crítica de investigaciones y por-
que se cuenta, hasta 1821, con datos de recaudación fiscal que permi-
ten inferir (y a veces conocer con algo más de certeza) las cantidades de
cereales cosechadas, lo cual nos autorizará a discutir ciertas característi-
cas específicas de la producción agrícola, que creemos no han sido su-
ficientemente enfatizadas en la bibliografía disponible. En el período in-
dependiente esos datos ya no se seguirán recopilando, lo que provoca
una sensible falta de información que puede en parte ser suplida con
otro tipo de fuentes, pero que de cualquier manera deja en pie muchas
incógnitas. Continuaremos con un estudio de las características y evolu-
ción de los mercados de los productos agrícolas en ese período, lo que
nos llevará luego al de los actores ligados tanto a la esfera comercial
como a la de la propia producción. Veremos allí cómo el papel mercantil
del trigo implicaba para éste una importancia regional diferencial, mien-
tras que otros productos aparecían más ligados a la subsistencia o al con-
sumo local. Finalizaremos con una descripción y análisis de los actores de
la producción agrícola, y un intento de evaluar el peso de la producción
triguera en lo que luego serán las provincias pampeanas.
36 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
2. el espacio y la economía
Al iniciarse el último cuarto del siglo XVIII, un hipotético viajero que
recorriera las diversas regiones tributarias del Río de la Plata habría de
encontrarse con un paisaje extremadamente heterogéneo, pautado por
islas urbanas de distinta magnitud en medio de vastas áreas muy preca-
riamente habitadas. A la inversa de lo que ocurría en los núcleos del do-
minio hispánico en América, la población indígena obligada a prestar
servicios era inexistente o muy escasa, salvo en las fragosidades de las es-
tribaciones andinas o en el Paraguay y, de todos modos, aun allí la pro-
porción de trabajo asalariado era ya para entonces dominante, marcada
por las pautas del aumento del mestizaje y la caída de la población tri-
butaria. En las viejas ciudades fundadas durante las décadas iniciales de
la conquista se concentraba una a veces próspera riqueza mercantil, en
buena parte construida eludiendo las rígidas e irreales restricciones al
comercio impuestas por la corona. 
La situación de cada uno de los distintos espacios regionales era sin
embargo muy distinta. Mientras que las áreas vinculadas al tráfico fluvial
conocían un sorprendente crecimiento, aquellas que dependían de difí-
ciles y largos caminos a través de montañas y llanuras se debatían en el es-
tancamiento y las dificultades o, cuando más, aprovechaban sólo parcial-
mente los beneficios de la nueva etapa que se abría en el último medio
siglo de dominio hispánico. El ocaso del antiguo centro de riqueza del
Alto Perú había ido desviando la producción excedente de muchos de
esos espacios regionales hacia los grandes núcleos de población, pero és-
tos eran a su vez asediados por la competencia ultramarina, que a partir
de 1778 ya no habrá de ocultarse bajo la máscara del contrabando. Así,
para esos años la realidad económica del interior se oponía ya con clari-
dad a la del litoral: pero, de cualquier forma, ninguna de ambas realida-
des era homogénea. En el interior, las regiones más vinculadas al circuito
minero potosino, ya fuera por su producción o por su cercanía física, si
bien sufrieron con más agudeza los malos tiempos subsiguientes a las re-
beliones indígenas de la década de 1780, poseían una riqueza acumulada
cuyo valor consistía no sólo en sí misma, sino en la posibilidad que brin-
daba, propia de economías tradicionales, de recostarse sobre ella y ca-
pear así de algún modo la tormenta. Siendo las ciudades pequeñas, la
plebe urbana más pobre era de dimensión reducida, y la constante mo-
vilidad hacia o desde el campo contribuía a disminuirla aún más en los
la agricultura colonial 37
momentos difíciles. La subsistencia de la población rural, en tanto, es-
taba mayormente asegurada por la misma diversificación productiva y
la disponibilidad de tierras. Pero el comercio sufría más: la lucha por
conquistar un lugar en escuálidosmercados locales se transformaba en
una alternativa necesaria ante la caída de la demanda del antiguo centro
minero, que sólo lograría recuperar su brillo a inicios del siglo XIX. Pero
esa alternativa lo era para varios oferentes a la vez, lo que reducía aún
más la dimensión de esos mercados locales. 
Las ciudades situadas en la ruta entre Potosí y Buenos Aires contaban
con más alternativas: una de ellas era la que ofrecía su propio hinterland
productivo, que a medida que se afirmaba la reorientación de la econo-
mía hacia el Atlántico irá también reconvirtiéndose hacia una ganade-
ría vacuna con marcado sesgo exportador, centrada en la obtención de
cueros. Así ocurrirá en Tucumán, en Córdoba o incluso en Santa Fe.
Para otras regiones de esa carrera, sin embargo, las cosas no serán fáci-
les: la pobre tierra de Santiago del Estero, por ejemplo, sólo se sostendrá
gracias a la emigración temporal o permanente de buena parte de sus
hombres, y a la dura labor del telar de sus mujeres, que habrán de di-
fundir sus ponchos por todo el litoral. En el Paraguay, en tanto, lateral
a esa ruta antaño vía de riqueza, pero bien vinculado con las economías
más dinámicas por la comunicación fluvial, un fuerte aumento demo-
gráfico debido en buena parte al desgranamiento de las antiguas misio-
nes guaraníes no lograba ser absorbido por una economía que sin em-
bargo prosperaba; también allí, la emigración hacia el sur, donde los
salarios eran sustancialmente más altos, logrará en parte descomprimir
la presión que no cabía en los avances sobre las fronteras. 
Tampoco para los fértiles oasis cuyanos la etapa de reorientación
atlántica parece haber traído excesivos beneficios. La ciudad de Buenos
Aires, el principal mercado de sus aguardientes, vinos y frutas secas, ha-
bría de ser cubierta por productos importados; sin embargo, y por mu-
cho tiempo, surgirán oportunidades para las harinas y el trigo que se
producía en abundancia en Mendoza o en San Juan gracias a las obras
de regadío, con rendimientos tan altos que podían competir con la
agricultura cerealera de secano de las tierras aledañas a la gran urbe
porteña, a pesar de los fortísimos costos de transporte.1
1 Halperín Donghi, T. (1979), pp. 17 y ss.; Farberman, J. (1992); Mata, S.
(2006); López de Albornoz, C. (2003); Bragoni, B. (1999).
38 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
La distribución poblacional en lo que luego sería la Argentina
mostraba ya hacia 1778 algunos de los rasgos que luego la cada vez
más acelerada transformación traída por la demanda atlántica habría
de imponerle. 
Cuadro 1
Población de algunas ciudades del virreinato del Río de la Plata 
y sus campañas hacia 1778
Ciudad Campaña Total % ciudad
Buenos Aires 24.205 12.925 37.130 65
Mendoza 7.478 1.287 8.765 85
Córdoba 7.283 32.920 40.203 18
Catamarca 6.441 8.874 15.315 42
San Juan 6.141 1.549 7.690 80
Salta 4.305 7.260 11.565 37
Tucumán 4.087 16.017 20.104 20
San Luis 3.684 3.272 6.956 53
La Rioja 2.172 7.551 9.723 22
Santiago del 
Estero 1.776 13.680 15.456 11
Jujuy 1.707 11.912 13.619 13
69.279 117.247 186.526 
Fuente: Comadrán Ruiz, J. (1969), pp. 80-1.
La población de Santa Fe no figura en el cuadro anterior, pero hacia
1797 era de apenas unas 12.600 personas, 4.000 de las cuales residían
en la ciudad y otras 3.500 en el área de Rosario y su campaña. La entre-
rriana, en tanto, puede considerarse que hacia esa misma época alcan-
zaba a unas 11.600 personas, de las cuales unas pocas miles habitaban
en los cuatro centros poblados más destacados: Paraná, Concepción del
Uruguay, Gualeguay y Gualeguaychú.2
2 Azara, F. de (1847), t. I, pp. 344-6; Álvarez, J. (1914-1943); Cervera, M.
(1907); Comadrán Ruiz, J. (1969), pp. 100 y ss.
la agricultura colonial 39
En lo que luego habrá de denominarse región pampeana, las ciuda-
des de Santa Fe y Córdoba eran entonces, además de Buenos Aires, los
únicos núcleos urbanos de relativa importancia. En torno a éstos giraba
la vida comercial y administrativa de los vastos espacios circundantes;
pero, de todas formas, el control que esas ciudades podían ejercer so-
bre sus campañas más lejanas era desde todo punto de vista nominal.
Una vez traspuestas las áreas periurbanas, el viajero se enfrentaba
pronto a las soledades de la pampa, sobre todo si se dirigía por tierra a
algún punto en el interior; las zonas costeras, más pobladas, ofrecían
también un aspecto más activo y menos agreste. Pero si en el norte bo-
naerense podía andarse por una sucesión de quintas y chacras que
bordeaban las sinuosidades del camino, enfilar hacia el sur equivalía
a dejarlas bien pronto atrás, y ver aparecer tan sólo dispersas estancias
de ganado, en un paisaje llano y monótono como un mar seco. Hacia el
oeste de la ciudad, en tanto, la expansión de las quintas y chacras habría
de ir tomando consistencia sobre todo a partir de los primeros años del
siglo XIX.
Figura 1. Una quinta suburbana en la orilla del Río de la Plata, al norte de
Buenos Aires. Pueden distinguirse los tunales y membrillares, “formando
ambos excelentes cercos”. En Vidal, E. E. (1820), e/pp. 110-111.
40 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
El panorama en Santa Fe o en Entre Ríos era todavía más agreste, mo-
delado ahora por la presencia de bosques bajos, refugio de animales
o bandoleros; a pesar de que desde la década de 1780 comenzaron a
fundarse pueblos que agruparan la dispersa y escasa población, pasa-
rían todavía algunos años hasta que éstos pudieran adquirir una di-
mensión más o menos considerable. Consiguientemente, si la pro-
ducción cerealera en sus alrededores creció a la par de éstos, de
todos modos ni esos escuálidos mercados locales ni los de las ciuda-
des más cercanas podían ofrecer incentivos para una expansión agrícola
considerable.
El cerco de las fronteras indígenas imponía además límites concretos a
la expansión del dominio criollo: a medida que éstas se aproximaban, la
densidad poblacional era menor y el paisaje productivo se iba simplifi-
cando. Las ciudades cuyo hinterland chocaba con la presencia indígena
poseían en general una población rural bastante más reducida que las
otras, lo que marca no sólo el peso de los azares de la frontera sino ade-
más las pautas de ocupación del espacio, mucho más precarias. A poca
distancia de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, aparecían ya los territo-
rios aborígenes, quedando entre las ciudades y éstos una estrecha franja
apenas suficiente para desperdigadas actividades productivas y unas es-
cuetas vías de comunicación. En Entre Ríos, el dominio indígena había fi-
nalizado recién hacia 1750; sin embargo, la expansión de la población
criolla fue a partir de entonces tan lenta que sólo alrededor de tres lus-
tros después de esa fecha se encontraba justificado el nombramiento de
autoridades para tales ciudades, que de todas formas apenas consistieron
en unos pocos alcaldes de hermandad, sin recursos y casi sin soldados.
Una buena parte de la producción se destinaba al consumo local, o in-
cluso familiar. En lo que respecta a los artículos de intercambio con el ex-
terior, la mayor o menor disponibilidad de mano de obra determinaba la
actividad dominante. Mientras que la más densa población cordobesa o
santiagueña posibilitaba una consistente artesanía, en las campañas de
Santa Fe, Entre Ríos o Buenos Aires imperaba la producción ganadera y
agrícola. Hasta ese entonces, los ritmos de la demanda pautados por el
centro minero del Alto Perú habían marcado a menudo la orientación
productiva de buena parte de las explotaciones rurales, dedicadas a su-
plirla de una variada gama de bienes, que iban desde los mulares necesa-
rios para el transporte y el laboreo en los socavones hasta los textiles o
la yerba mate consumidos por los obreros indígenas. Además, desde
la agricultura colonial 41
siempre había existido la posibilidad de la salida ultramarina; interdicta
formalmente a menudo, en la realidad las barreras caían ante la omni-
presente posibilidad del contrabando. Si bien la producciónminera con-
servó buena parte de su poder de demanda, sobre todo en momentos
puntuales, en la segunda mitad del siglo XVIII la importancia de la
exportación a ultramar se fue haciendo cada vez más visible. 
3. la circulación y el transporte
En tanto, la circulación de bienes producidos localmente entre esas
diversas economías, aun cuando bastante intensa, había estado siem-
pre obstaculizada por el relativamente bajo grado de especialización
y las limitaciones de la escala del consumo; la vinculación con un
mercado exterior a dichas economías había sido una persistente ven-
taja que permitía orientar la colocación de excedentes de producción y
labrar fortunas en el aprovechamiento de diferencias de precio, que
sólo se volvían sustantivas conectando a través del comercio regiones
muy alejadas. Pero la poco especializada estructura económica de en-
tonces implicaba que las áreas vecinas de clima y condiciones pro-
ductivas similares se encontraran necesariamente elaborando lo
mismo; una vez satisfechas las escasas necesidades propias, la invete-
rada estrechez de los mercados locales derivaba además en que todos
intentaran vender sus excedentes en los pocos puntos en que la di-
mensión del consumo era mayor, por lo que los precios de esas mer-
cancías en tales sitios tendían estructuralmente a ser los más bajos
posibles. Tan sólo en condiciones de carestía excepcional podía pen-
sarse en obtener mejores retornos, pero esas condiciones, no del
todo infrecuentes, únicamente podían ser aprovechadas por quienes
contaran con la información necesaria en el momento justo, y a la
vez lograran operar con la rapidez suficiente como para acceder al
mercado desabastecido antes que sus competidores, cuya concurren-
cia habría de volver a hacer descender los precios. Todo ello estaba
pautado por las condiciones del transporte y de las comunicaciones,
las cuales a su vez dependían de multitud de factores aleatorios. No
bastaba con poseer las carretas o los barcos más rápidos, y los guías y
conductores más eficientes: unas condiciones climáticas adversas o
42 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
los efectos de alguna ofensiva indígena podían dar cuenta no sólo de
las mínimas ventajas que hubiera sido posible lograr con aquéllos,
sino que incluso a menudo bastaban para retrasar durante meses
cualquier viaje. Nadie, en rigor, podía controlar esos factores, y el
cumplimiento de los planes era algo sumamente azaroso.
Figura 2. Carreta tradicional de transporte. Inicios del siglo XIX. 
En Wilcocke, S. (1807), e/pp. 418-9.
La clave de la acumulación mercantil se encontraba de ese modo res-
tringida al acceso al comercio a grandes distancias, pero en las condi-
ciones de la época éste equivalía a operar en alta situación de riesgo.
Los malos caminos, la inseguridad, los costos y los menoscabos inheren-
tes a viajes terrestres de muy larga duración asediaban continuamente
los márgenes de ganancia; los imprevistos podían perturbarla seria-
mente, incluso haciéndola desaparecer. Además, el acceso al recurso
fundamental, la información, era otro factor de riesgo: los mercados,
de dimensión siempre limitada, podían pasar de la necesidad a la satu-
ración en poco tiempo, y las mercancías costosamente acopiadas con
perspectivas de rápidas ganancias, tornarse invendibles a la vuelta de
unas cuantas semanas. Quien no contara con aceitados vínculos para
acceder a información actualizada y confiable acerca de la situación de
los mercados hacia los que pensaba dirigir sus afanes debía echarse en
manos de la suerte, y aceptar de buen grado las contingencias de todo
tipo que podían presentarse, incluso las pérdidas que casi siempre iban
la agricultura colonial 43
aparejadas a la llegada a destiempo. Viajando a una velocidad apenas
mayor que las propias mercancías, la información estaba teñida de la
misma aleatoriedad que acompañaba a éstas, y la única manera de pre-
caverse contra tales riesgos era aumentar sustancialmente los márgenes
de ganancia.
La exportación ultramarina estaba de todos modos dominada por el
metal precioso altoperuano, traído directamente desde allí a cambio de
mercancías de importación, o recolectado trabajosamente en todo el
vasto espacio rioplatense, que servía a la economía minera proveyén-
dola de multitud de insumos imprescindibles. Como mercancía de ma-
yor valor agregado, y cuyo diferencial de precios con los vigentes en Eu-
ropa era también el más grande, el metal precioso se constituía no sólo
en el bien cuyo tráfico era más conveniente sino en el más demandado
por quienes remitían partidas de géneros desde el Viejo Mundo. La ciu-
dad de Buenos Aires, por la cual pasaba todo el comercio ultramarino,
era de este modo apenas más que un gran centro distribuidor donde
residía buena parte de los principales factores de ese comercio, y que
obtenían de él sustanciosos retornos. La ligazón entre los diversos espa-
cios interiores y el puerto de Buenos Aires estaba en manos de merca-
deres de muy diversa condición y dimensión, habilitados para su activi-
dad a través de cadenas de crédito provisto por otros más importantes,
en una relación basada en la confianza mutua, y tejida sobre vínculos
de compadrazgo o la recomendación de parientes. Esos comerciantes
tomaban a su cargo la difícil tarea de recorrer esos vastos espacios reco-
lectando los frutos del trabajo rural, y sobre todo permitiéndole existir
mediante el otorgamiento de crédito, que cubría las necesidades de
pastores y labradores en los momentos álgidos del ciclo productivo, o
cuando todavía no se había logrado la cosecha. El alto riesgo inherente
a esas operaciones, y la aleatoriedad de la producción agraria, afectada
fuertemente por sequías, inundaciones y otras calamidades, implicaba
el mantenimiento de grandes márgenes de ganancia aparentes; las fre-
cuentes quiebras de comerciantes rurales dan cuenta de la realidad
de éstos, obligados a dispersar sus dependencias activas entre miríadas de
labradores que pagaban cuando podían.
De esta forma, no puede extrañar que al iniciarse el último cuarto
de siglo del período colonial la producción estuviera dominada por
los ritmos que imponía la operatoria de los mercaderes, con su ten-
dencia a reducir los riesgos a través de presiones sobre la oferta de
44 la agricultura pampeana en la primera mitad del siglo xix
bienes, tanto en los lugares de compra como en los de venta. Para
ello, buscaban pagar lo menos posible a los productores, e intenta-
ban dejar siempre un cierto grado de demanda insatisfecha en los
puntos de venta. Pero, de todos modos, esta conducta se encontraba
fuertemente limitada por la multitud misma de comerciantes y de
puntos de venta, que los diversos estudios disponibles no ubican
nunca en menos de uno por cada cien habitantes; la competencia
consiguiente entre esos comerciantes por ganar proveedores y captar
clientes contribuía así a elevar los precios de los bienes locales y a de-
primir los de los importados. Por lo demás, debe tenerse en cuenta
también que la circulación de moneda metálica, medio fundamental
de la acumulación e incentivo del consumo, era escasa en las áreas
rurales, lo cual implicaba un gran desarrollo de mecanismos de cré-
dito y fiado, únicos medios por los que el comerciante podía colocar
sus inventarios entre una población aislada y dispersa, que cancelaba
esas deudas con los bienes más líquidos que podía producir, a me-
nudo luego de largos años de mora. Es obvio que, en esas condicio-
nes, el precio de los bienes vendidos al fiado debía incluir no sólo los
enormes costos de transporte y los riesgos físicos, sino además un in-
terés y un seguro por probables impagos, todo lo cual contribuía asi-
mismo a deprimir la ganancia del comerciante, dado que la elevación
de los precios tenía un claro techo marcado tanto por la competencia
como por la misma capacidad de repago de los clientes. 
Por otra parte, el comerciante se veía obligado a aceptar pagos no
en dinero sino en “monedas de la tierra”, es decir, los bienes que
cumplían

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