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01-Los primeros renovadores de la Moral en el siglo XIX

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Los primeros renovadores de la Moral 
en el siglo XIX
A los moralistas espafioles que hemos vivido en la segunda mitad del 
siglo XX, nos ha correspondido la suerte de presenciar, y en parte protagoni- 
zar, un rápido y apasionante movimiento renovador de la teología moral entre 
nosotros. Todos podríamos decir algo sobre el esfuerzo que nos ha exigido, y 
más de uno podría hablar de las dificultades, e incluso disgustos, que ha 
tenido que superar. Por encima de esto, ha persistido la ilusión de purificar 
la teología moral, de hacerla más permeable a la luz del Evangelio, más capaz 
de estimular a los cristianos y más apta para entablar un diálogo sereno y cons- 
tructivo con los exponentes de la cultura actual.
No podemos gloriarnos de ser proféticamente innovadores al tomar esta 
postura. Simplemente nos hemos incorporado a una corriente cada vez más 
extendida en nuestro contorno europeo y proyectada desde él hacia todas 
las latitudes del planeta. Es justo reconocer que este proyecto renovador tiene 
unas raíces bastante lejanas en el tiempo. A comienzos del siglo XIX, se inicia 
decididamente esta renovación en Alemania. El área geográfica es limitada y 
las dificultades mucho mayores que hoy, dada la novedad de la iniciativa junto 
con la inercia e incluso resistencia del conjunto eclesial.
Es arriesgado enjuiciar los pasos de־ la historia. Pero no podemos menos 
de lamentar el que este movimiento no tuviera mejor acogida y hubiera pro- 
vocado, un siglo antes, la renovación que estamos ahora constatando. Lo que 
permanece fuera de toda duda es el valor y la tenacidad de sus protagonistas, 
a algunos de los cuales nos referiremos aquí 1.
 Qué es lo que caracteriza a estos iniciadores? No es fácil dar una respuesta لح
breve y satisfactoria, dada la marcada personalidad de cada uno de ellos, pues- 
ta de relieve en la profundidad y variedad de sus enfoques. Para empezar, y 
en orden, a nuestro propósito, señalaría en los primeros inciadores como 
primera característica la decisión, el entusiasmo por ofrecer un proyecto que 
aparece como bien pensado y que a ellos les convence y anima. Dentro .de 
1 Una guipara acercarse a ello؛ puede ٠8طإءء obra d^p. Hadrossek, Die 
des Systemgedankens für die Mordthedogie in Deutschland seit der Thomas-RenaissancA 
(Munich 1950). También puede servir nuestro trabajo »El principio fundamental de 1a 
moral desde Hirscher a Tillmann», Anales Vdentinos VIII 15 (1982) 19102־.
REVISTA ESPAÑOLA DE TE0L0GÍA.-MÍguel Antoli27δ
este plan, entra su propósito de confrontar sus ideas con los movimientos 
filosóficos de su tiempo.
En un segundo plano y como respuesta a las criticas, entra la referencia 
a la moral recibida, marcadamente legalista, a la que desearían mejorar 0 
sustituir. En ׳este contexto pueden encontrarse algunas referencias a San Al- 
fonso. El campo en el que nos adentramos es inmenso. Vamos a fijarnos en 
los dos primeros protagonistas, j. M. Sailor y j. B. Hirscher. El acento lo 
pondremos en Sailer, sin excluir algunas referencias a otros.
1. j. M. Sailer (17511832־).
Empezamos por Sailer que, con razón, se puede considerar como el pri- 
mero que intentó una transformación a fondo de la moral.
Una primera convicción que podemos constatar ׳es que para Sailer una 
cosa es la moral de Cristo y sus apóstoles, otra la de los cristianos, y otra la 
que después fue surgiendo como teología moral de la escuela 2, o «escolástica».
Por supuesto, el punto de partida es la moral de Cristo y sus apóstoles. 
Pero ésta no permaneció mucho tiempo tal como había salido de ellos. Pasó 
a ־ser objeto de aplicación ala realidad de la vida, y no menos de la especu- 
lación de los pensadores. Las cabezas pensantes de todos los tiempos relacio- 
naron la moral de ׳Cristo con la filosofía de cada momento. Con esta inicia- 
tiva, la moral de Cristo pudo perder mucho en pureza y claridad, sin que 
ganara gran cosa en espíritu y vitalidad.
De todos es conocido que, a partir de un determinado momento, no 
hubo investigador que no estuvi׳era influenciado por la filosofía platónica o 
por la aristotélica, matiz que sigue siendo real incluso en los tiempos de Sailer. 
Asi־ se comprendo que Platón y Aristóteles hayan ejercido más o menos inten- 
sámente su influencia en los filósofos que han elaborado la moral crisitiana.
Una vez que Aristóteles tuvo que renunciar a su prolongado dominio 
sobre la mente de los hombres y dejarlo en manos de otros filósofos como 
Gassendi, Descartes, Locke, Leibnitz, Wolf y sus escuelas, ocurrió también 
que la ética de Cristo y sus apóstoles fue adaptada a las formas de pensar y 
de expresarse de estos autores. Este mismo papel correspondió a Kant y 
Fichte 3.
2 Handbuch der christlichen Mord) zunächst für künftige katholische Seelsorger 
und dann für jeden gebildeten (Munich 1817) I, 5657־.
3 La־ influencia de los pensadores en la formulación del pensamiento y de la ética 
cristiana prercupaba a Sailer, como han puesto de relieve sus comentadores. Puede verse: 
G. Fischer, /٠ M. Sailer und I. Kant (Friburgo 1953); /٠ M. Sailer und /٠ H. Pestdozzi 
(Friburgo 1954); /٠ M. Sailer und F. H. Jacobi (Friburgo 1955). Y también /٠ Vonderack, 
’Bischof /٠ M. Sailer un die Aufklärung, FZThPh 5 (1958) 257384-403 ;273־.
279LOS PRIMEROS RENOVADORES DE LA MORAL EN EL s. XIX
Esta moral intercomunicada con la filosofía del tiempo no era la Unica 
moral de los cristianos؛ pues, como señala Sailer, al lado de esas cabs pen- 
santes que ponían el Evangelio en la cúspide de sus especulaciones, no faltaron 
hombres prácticos que, exclusiva o preferentemente, quisieron atender el 
aspecto de la aplicación.
Hombres prácticos los ha habido de diversas clases. Algunos, basados 
en la divinidad del cristianismo, procuraron descubrir la fuerza del Evangelio 
a partir de la conversión de su ser interior؛ y pensando haber elegido la 
mejor parte, investigaron la verdad en los frutos que producía en su espíritu, 
no descansando hasta contemplar en si mismos la fuerza y la luz de la verdad.
Otras cabezas igualmente prácticas, procuraron expresar la moral cristia- 
na en la predicación y en sus escritos, para iluminar y ׳edificar al pueblo 
cristiano.
Finalmente, otros no se contentaron con dar buen ejemplo y buena doc- 
trina. Fundaron institutos, en los que ellos y sus seguidores caminaran hacia 
la perfección..
Pero un día, la moral de Cristo y sus apóstoles, después de tan variados 
cometidos, recibió el encargo de preparar también a 1.08 futuros pastores de 
almas, tanto para la rece۴ión del orden sagrado como para la tarea pastoral.
Entonces surgió una orignal e incomparable colección de doctrinas de 
fe, de normas canónicas, de principios morales, de mandatos de la Iglesia, de 
casos de conciencia, de metafísica que tenia que influir en todo lo anterior؛ 
sin que faltara una actitud polémica, que capacitara al futuro pastor para la 
lucha en favor de la pureza de la fe.
Este pequeño mundo de ideas y de pensamiento, integrado por los siete 
diversificados componentes, se llamó «Summa Theologiae Moralis» 5.
No hace falta decir que la moral que recibió Sailer está marcada por la 
tarea de preparar a los pastores, principalmente en su carácter de administrado- 
res del sacramento de la penitencia. Esta restricción no va con ׳sus propósitos. 
«Mi tarea es: enseñar moral de la razón, moral del cristianismo, moral para 
maestros de religión, para pastores de almas en la Iglesia católica»®. Hasta 
tal punto considera importante la concreción de los destinatarios que, en el 
msimo titulo de su tratado de moral, indica que es en primer lugar para fu tu- 
ros pastores de almas y luego para todo cristiano ilustrado. El titulo de la 
obra resulta un prco largo, pero con tal de hacerlo constar, parece que no le 
duelen las palabras. Como él mismo reconoce, la condición de los destinata- 
rios influye en la manera de elaborar su moral.
Sailer־ no se sentiría descontento con el titulo de moralista, como ocurre
4 Handbuch der christlichen Moral (Munich 1817)I, 8289־.
5 Op. rit., 93-94.
6 Op. rit., 110.
REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.-Miguel Antoli2S0
hoy día, pues tiene un elevado concepto de esta ciencia. Al comenzar su 
tratado, después de un precioso canto a la virtud, dice que la moral es una 
ciencia que convierte en santa toda hora dedicada a ella, pues nos hace palpar 
siempre de nuevo la dignidad de la virtud. No es una ciencia íntimamente 
relacionada con la virtud, es una misma cosa con ella.
Si enaltecemos a la filosofía, queda enaltecida la moral, pues es la cara 
más palpable y atractiva de toda filosofía, ya que permite palpar y saborear 
la vitalidad de la filosofía tanto en la virtud de cada hombre como en el orden 
de la sociedad. Si enaltecemos la religión, queda igualmente enaltecida la moral, 
pues la virtud que ésta ensefia, en su esencia, es una misma cosa con la 
religión.
Si la moral ־—sigue diciendo Sailer- ha de prosperar como ciencia, tie- 
ne que ser liberada de las principales degradaciones que, en el pasado y 
especialmente en nuestros días, ha tenido que padecer, y luego ha de ser 
presentada conforme a la belleza que le es propia. Conseguir esas dos cosas es 
su deseo, procurarlo constituye la tarea profesional de Sailer.
Estas son las dos desviaciones principales señaladas por Sailer:
La primera consistió en anular su dirección o dinamismo hacia arriba. 
Igual que el ambiente superficial de nuestros días fue atrapado por el recelo 
respecto de la Iglesia y del templo, también una gran parte del sector pensan- 
te ha sido impregnada del odio a la religión.
Este odio a la religión se ha apoderado incluso de la ciencia. También 
los ilustrados huyen de la religión como los niños de los fantasmas؛ algunos 
hacen coincidir la cumbre de 1-a ciencia con la cumbre del odio a la religión.
El recelo de lo religioso se ha posesionado especialmente de la moral. 
Creyeron imposible fundamentar bien la moral mientras no fuera desligada 
de Dios؛ quisieron hacer una moral válida también para los ateos, dejándola 
desprovista de espíritu y de vida. Una vez purificaron la moral liberándola de 
Dios, la liberaron también de Cristo, pues donde Dios resulta superfluo, 
también lo es Cristo.
Por este camino llegaron asimismo a eliminar lo que dentro d٠e lo huma- 
no es lo más puro y bello: se eliminó de la moral su más puro componente, 
el amor. En el orden del día entraba sólo la atención a la ley. Proyectaron 
una moral sin Dios, sin Cristo, sin .amor. Asi resultó ser vacia, fría, abstracta, 
profana, manca.
La segunda gran degradación de la moral señalada por Sailer, se desen־ 
volvió en el plano horizontal. Estuvo a cargo de los p-artidarios del disfrute 
de la vida. Estos no quisieron estar sin moral, pero ésta no debía ser más 
exigente que su disfrute de la vida, el cual es un guia relajado, enemigo de- 
clarado de todo orden interior y de toda indicación desde el exterior. Tenia 
que consistir en el disfrute ilimitado de los sentidos؛ la Unica limitación posi- 
ble era en orden a mantenerlo sin riesgos, a fin de que pudiera eternizarse en
281LOS PRIMEROS RENOVADORES DE LA MORAL' EN EL s. XIX
SU goce y en su estilo. Asi la moral-se convirtió en la más baja doctrina y 
expresión de una prudencia, encargada de conseguir que el hombre pudiera 
subsistir aquí lo más posible como ,animal, siendo cada vez menos espiritual؟.
Con razón califica Sailer de grandes a estas dos degradaciones de la' 
moral, y se comprende también que su espíritu inquieto no descanse 'hasta eli- 
minarlas del horizonte. Es un punto de. partida imprescindible.'
Una vez conseguido esto, para poder presentar ٠ la moral en su auténtica 
belleza, tendrá siempre presente a la humanidad tal como es, y enseñará la 
moral como una moral para la humanidad en su estado actual. La moral, pues, 
no estará con unos hombres que, junto con Dios, han perdido la luz, el 
amor y l٠a vida de su ambiente, sino que les enseñará a dirigirse a Dios y a 
encontrar en él la luz, el amor y la vida.
Esta moral, en sus principios básicos, será tan firme como los pronuncia- 
mientos de la razón humana: será tan clara como las revelaciones de Dios 
expresadas por el Logos en cada corazón humano y -proclamadas por 'Cristo 
en una luz desbordante؛ será'tan universal como la que ha proclam-ado en 
todos los tiempos el auténtico espíritu de la Iglesia Católica. Y esta moral, 
precisamente por estar adaptada a־ las necesidades de la humanidad actual,' 
será una moral de luz, de amor y de vida٥.
Una vez apuntados los dos grandes riesgos que veía en la moral, uno 
d٠e su primeros pasos es hacer ver que el acatamiento del ser supremo־, es el 
primer reconocimiento de toda verdadera filosfia, y que en el reconocimiento 
de Dios está la base para apoyar los grandes componentes de la ética, como 
son la conciencia, la libertad, la ley, la felicidad, etc.o. Tamp-oco 'deja en el 
olvido la aspiración a la felicidad, que está en la base del propósito de disfrutar 
de la vida. Según Sailer, la virtud se ve acompañada por la felicidad. Es 
indisc'utible y palpable una alegría interna 10.
En aras de la brevedad, renunciamos a־ aportar aquí sus reflexiones؛ 
pero nos complace señalar el acierto de Sailer al destacar como desviación'de 
primera magnitud el empeño por eliminar a-Dios del horizonte de la moral. 
Raíces hondas tendría -esta desviación, cuando siglo y medio después, el Vati־' 
cano II ha dicho que el ateísmo es uno de los fenómenos más graves de 
nuestro tiempo 11. Tampoco iba muy desacertado cuando t-enía como gran 
propósito presentar fielmente la moral cristiana, dado que este mismo ^n- 
cilio ha dicho que una de las razones del ateísmo es la exposición inadecuada
7 op, cit., 47־.
8 Op. cit., 79־.
9 Puede verse es^cialmente op. cit., 3354־.
10 Además de reflexiones aisladas como la que se puede ver en op. cit., 52 'y 
tiene un apartado del tomo tercero de su Handbuch der christlichen Moral (Munich ,־6667
1817) III, 382-92.
11 Gaudium et Spes, η. 19.
REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.—Antoli282
de la doctrina 12. Sigue igualmente sin resolver el problema que se le plantea 
al cristiano de hoy, al ciudadano de la calle, cuando quiere liberarse del peso 
que ejerce en la cultura actual el proyecto de vida, basado en el goce ilimitado 
de los placeres.
Este es el terreno dond-e Sailer s٠e siente llamado a realizar su tarea, y 
se puede decir que de hecho la realizó. ¿Que lugar ocupaba en su pensamiento 
el tema de la casuística, las limitaciones de ésta y las preocupaciones que le 
podia crear a el y a los buenos crisitanos, incluidos los pastores? .
Creo que hace justicia a su pensamiento decir que es un problema real 
y serio, pero de segunda fila. No menciona este tema cuando proyecta su obra, 
y hay que esperar a la segunda mitad del tercer׳ tomo de su moral para que 
se enfrente con el problema de la casuística. Llegado el momento, lo trata 
con detenimiento y con el acierto que cabe esperar de Sailer. Vamos a reflejar, 
su pensamiento.
Lo primero que deja claro es que la casuística es imprescindible, en 
contraste con lo que parece suponer una critica reactivada precisamente cuan- 
do el escribe. Considera imprescindible una perfecta presentación de los de- 
beres. Aun en este supuesto, con el curso del tiempo, la aparición de-nuevos 
fallos convertiría en inseguro el ’statu quo’ y entraría inevitablemente la ca״ 
suistica. Además se da otra circunstancia: una cosa es concretar los deberes y 
fundamentarlos, y otra muy distinta aplicar esos .deberes a los complicados 
casos de conciencia. Para Sailer la casuística es un aspecto irrenunciable en el 
estudio de la moral. Lo que ésta tiene que atender es resaltar los desenfoques 
que en ella se .dan y las consecuencias que conllevan. Tarea suya es también 
sentar.unas bases,sólidas, que puedan guiarnos en la solución de los casos de 
conciencia.
Sailer enumer٠a una abultada serie de abusos, que sin duda comprometían 
notablemente el contenido y el estilo -de muchos moralistas. Los vamos a enu- 
merar -aquí:
1) Un abusoseria si, en lugar de buscar en lo divino el Ultimo funda- 
m٠ento, la sanción y el ideal de lo humano, se mezclase lo divino con lo ,humano. 
Una mezcla que jamás se d-ebe hacer es la de estos׳ tres foros, tanto en las 
leyes como en la aplicación de las penas: el de Dios, el de la Iglesia y el del 
Estado.
2) Otro abuso seria, en lugar de interpretar la letra de las leyes de la 
Iglesia partiendo del espíritu de toda la legislación eclesial, hacer derivar el 
espíritu de la legislación desde la letra de la ley.
3) Transferir masivamente a los preceptos de la Iglesia el espíritu penal 
del poder civil, y por lo mismo, perder de vista la orientación espiritual del 
poder religioso para salvación de los hombres, lo mismo que el sentido tras-
12 Gaudium et Spes, n. 19.
283LOS PRIMEROS RENOVADORES DE LA MORAL EN EL s. XIX
cendente y maternal de la Iglesia, que debe estar en la- base de todas sus 
prescripciones y que tan acorde está con el espíritu del Evangelio.
4) Atribuir a la casuística una autoridad que no le corresponde. Ella 
es sólo intérprete d٠e la ley, y sus interpretaciones no tienen nunca la fuerza 
de la ley, sino que revisten el carácter de doctrina, de opinión, que llegan a 
pesar en la medida que lo justifican las razones que las sostienen.
5) ^sconocer la naturaleza del pecado hasta tal punto que se pensar-a 
poder contar, pes-ar y medir todas las realizaciones concretas de la corrupción 
moral؛ dado que el pecado imperante, como desviación del cam-ino hacia 
Dios, tiene tantas variantes en el mundo, que nadie es capaz de captarlas 
ni enumerarlas.
6) Desconocer el -espíritu del sacramento de la penitencia hasta tal pun- 
to que dejara d-e lado lo fundamental, o colocara a la altura de fin lo que 
sóío tiene el carácter de medio-.
Seria, pues, un fallo grave que el confesor consumiera el tiempo «con- 
tando y pesando» los pecados, y descuidara atender debidamente lo princi- 
pal, es decir, 1-a conversión del pecador y la influenlia positiva que puede 
ejercer en orden a la iluminación, mejora, consuelo y posterior orientación 
del penitente.
7) Sin analizar debidam-ente la־ norma general y sus matices, precipitar 
la solución concreta, qudando insuficientemente garantizada la seguridad de 
la conciencia ajena y la tranquilidad de la propia.
 -Un abuso que anularía la firmeza de todo conocimiento, seria guiar ־ (8
se por ־apariencias humanas, y donde habría que pesar los motivos, se limitara 
a sumar las sentencias.
9) Calentarse la cabeza int-entando resolver casos meramente ficticios 
que desembocan en el reino d-e la nada, y descuidar la solución de casos reales 
que se dan to-dos los días؛ lo que hay que reservar a los peores casuistas, 
que llegan a oscurecer las leyes más claras, a revestir de duda las más ciertas, 
y a falsear las más rectas 13.
Las consecuencias de estos abusos, en caso de que llegaran a generalizar- 
se 0 p'or lo menos a extenderse notablemente, serian muy deplorables. Sailer 
señala las siguientes:
Primero, serian una tortura para las personas piadosas, que se angustiarían 
toda su vida, pues, considerando acertadas las enseñanzas de la casuística, las 
habrían aplicado al -estado de su corazón y de su conciencia؛ y a pesar de toda 
su fidelidad, no llegarían a un adecuado conocimiento de la ley y de los pec-a- 
dos, y menos todavía a la tranquilidad de su conciencia.
Además dej-aria en muy mal lugar a la moral ante los pensadores profanos, 
que no sólo se reirían del recuento de los pecados y culparían de memez a 
13 Handbuch der christlichen Moral '(Munich 1817) III, 279-86.
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quienes los contaran, sino que junto con los fallos de la casuística ridiculiza- 
rían las eternas leyes de la virtud, considerando a éstas y a ,aquellos como 
resultado de la debilidad humana.
En tercer lugar, convertirían en odiosa la institución divina de la con- 
festón, como si sólo'estuviera para rellenar el expediente, a modo de un 
tribunal en que se acomoda el registro de las penas al tamaño de las culpas.
Por Ultimo, precisamente a los trabajadores más aplicados de la Iglesia 
los 'atarían a la letra,' siendo incapaces de tratar con aires de espíritu lo espi- 
ritual, y sustituyendo los preceptos de Dios y de los hombres por puras 
reglamentaciones de escuela. Por ese camino, desorientarían a la conciencia, 
dejándola incapaz de captar la suave voz de la verdad y de saborear la paz 
de Dios 14.
En estas condiciones está muy clara una grave advertencia a la respon- 
sabilidad y una llamada a la seriedad de los moralistas, que posiblemente no a 
todos los pillaría bien confesados. Ante ellas, no cabe más que la conversión 
o el enfado. Posiblemente ajnbas se dejaron oír.
Los malos resultados puestos de relieve por Sailer, no son un fruto es- 
pontáneo e irremediable de la casuística, que más bien ha d٠e llevar a resul- 
tados positivos, iluminadores y fortalecedores de la conciencia. Apoyándose 
en las sabias orientaciones que da el, ׳cabe esperar los buenos resultados ape- 
tecidos, que pueden ser los siguientes:
La casuística ha de alejar lo mismo la angustia del que ve las leyes donde 
no las hay, que la maldad del que no las ve donde si que las hay; debe 
asentar el juicio sano de la conciencia mediante un amor desinteresado a la 
verdad y un respeto incondicional a la legislación divina; ha de proV'Cer a la 
conciencia de la capacidad para ׳enjuiciar por si misma, mediante la aportación 
de los- fundamentos racionales que permiten discernir la moralidad 0 inmora- 
lidad de una acción; mientras persista una inmadurez de juicio, será la 
madurez del orientador la que discierna el papel que se proyecta para el 
futuro.
Al servicio de estas metas. Sailer ofrece un par de principios que —si 
no por la novedad, si por el ,acento que pone en ellos—, son especialmente 
eficaces para conseguir las metas indicadas.
El primero es el siguiente: «Toda ley de Dios que se presenta como 
general (una ley para todos), para ser individual, para obligarte a ti, para ser 
una.ley para ti, ha de ser realmente conocida por ti, conocida por ti como ley, 
y por -tu misma conciencia ha de ser proclamada como tal ley de conciencia para 
ti, en tu situación y según tu situación».
Parece que en la formulación de este principio hay un especial interés en 
que no quede ningún espacio para ,la duda o el titubeo. El segundo princi-
14 Op. cit., 286-87.
LOS PRIMEROS RENOVADORES DE LA MORAL EN EL s. XIXة8و
pío también conlleva el interés de acentuar. Lo presenta como el -principio 
supremo para lograr la tranquilidad de toda conciencia: «No actúes nunca 
hasta que tu conciencia intima, consultada honradamente por ti, te responda 
clara y decididamente que tu, actuando, serás aprobado por la santidad' de 
Dios. Y: no actUes nunca de manera distinta a como tu -conciencia intima, 
consultada honradamente por ti, te diga que puedes y debes -actuar» 15.
No cabe duda de que en la moral de Sailer hay un enfoque personal y 
creador, que se aparta conscientemente de los moldes acostumbrados y que, 
por lo mismo, tuvo que provocar reacciones contradictorias. En el tratado׳ de 
moral de Sailer que comentamos aqui no se menciona en ningún lu-gar el 
nombre de San Alfonso. Cuando San Alfonso murió, Sailer tenia treinta y 
seis años. Al morir Sailer, .aunque ya era beato, no era todavía San Alfonso. 
Dada la diversidad de patria y de lengua, sus vidas pudieron haber transcurrido 
paralelas, sin llegar a encontrarse.
2. Johann Baptist Hirscher (17881865־).
En j. B. Hirscher tenemos el segundo gran renovador de la moral, se- 
gundo en el tiempo, pues en la calidad se podría colocar totalmente a la par 
con Sailer. En su obra destaca el empeño por -elaborar un proyecto de moral, 
en el que ha trabajado a fondo-, y del que está muy ־convencido. Sus ideas 
fueron acogidas con notabl-e aceptación, pues en los quince afios que van desde 
1855 a 1851, su. moral alcanzó la quinta edición. También motivaron una 
explicable critica en determinadossectores imp-ortantes. Su proyecto, desde el 
primer día, ha estado abierto a la revisión. Hirscher lo iba retocando, 'hasta el 
punto de que la quinta edición,la califica de «reelaborada de nuevo». Pero sus 
modificaciones afectan más a la forma que, al fondo. Este se mantiene al 
margen de las polémicas. El contenido de las objecciones se refleja más bien 
en los prólogos a las ediciones posteriores.
En la primera edición el autor se presenta con timidez y preocupación. 
Ha procurado una elaboración de la moral que se aparta del esquema acostum- 
brado. Todo nuevo intento está expuesto a un fracaso. El suyo lo ve muy 
propenso a que sea rechazado d٠e antemano por muchos que sólo consideran 
válida su propia manera de estructurar la moral. Hirscher es consciente de que 
su sistema tiene muchos fallos, pero incluye lo que él podía y quer'ia 'decir؛ 
además,־ su escasa salud, con el freno que supone para el trabajo, no le garan־ 
tizaba poder madurarlo mucho más.
Dado que se ha decidido a presentar un tipo de moral distinto .del acos־ 
tumbrado, se siente con la obligación de explicar por qué y para qué lo hace.
15 op. cit., 287-89.
REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.-Miguel Antoli286
Una de las ideas básicas en las que se apoya su trabajo, es que la vida 
moral no es .otra cosa que la verdad de la revelación cristiana hecha vida y 
eficaz en el hombre. Por lo mismo Hirscher procuró poner esa verdad revelada 
en la base de la vida, y además describir esta vida en su origen, en su creci- 
miento y en su eficacia,, gui-ado por esa misma verdad revelada.
Otra idea básica de Hirscher es que aquella idea suprema en la que se 
concentran todas las verdades e instituciones de Dios en Cristo, sea también 
la idea suprema que se realice a través de la vida, moral. Para Hirscher está 
claro que una tal idea es la del Reino de Dios؛ por eso la convierte en la idea 
clave de su tratado.
A esto hay que añadir otra convicción suya؛ que la vida moral tiene que 
ser un ؛todo orgánico, llevado a efecto y vitalizado por un principio Unico, 
que se haga presente en׳ todas, las actividades, a la vez que las estimule vital״ 
mente. Por tanto, había que evitar la conglomeración de una serie de preceptos 
yuxtapuestos que, si bien pueden devenir una multitud o una unidad artificial, 
jamás constituirán una unidad verdadera 1®.
¿En qué lectores está ^nsando al redactar su obra? La cuestión no es 
indiferente para él. Los primeros destinatarios son los pastores de almas, pero 
también los crisitanos ilustrados en general. Si hubiera pensado en un manual 
para la clase, había tenido que proceder de otra manera. Su oferta, por tanto, 
está muy lejos de restringirse a los confesores 17.
En el prólogo a la cuarta edición, Hirscher se reafirma en la convicción 
de que la estructuración de la moral cristiana sólo se podrá dar por satisfecha, 
si es una descripción d٠e la vida cristiana, y por tanto constituye un todo 
orgánico con todas las exigencias que esto comporta.
Además de empeñarse d٠e nuevo en satisfacer esta exigencia de organiza״ 
ción interna vital, dirigió su atención a facilitar el manejo y utilización del 
contenido de la obra. Procuró incorporar unas cuantas cosas que podían ayudar 
al lector en su propia edificación, y especialmente las que podían ser Utiles 
al pastor de almas para el desempeño de su misión. Estas son las dos preocu- 
paciones dOminant'Cs a la hora de lanzar por cuarta vez su producto. En un 
segundo plano parece que queda la intención de responder a un par de criticas 
que se le han hecho.
La primera es que su obra no reviste la nota de eclesialidad. A lo cual 
responde que la Iglesia ha sido fundada para ofrecer a los hombres la libera״ 
ción del pecado y la santidad que procede de Cristo. Hirscher considera que 
él ha concebido y elaborado su moral en orden a esas dos finalidad-es, y por 
Jo mismo es evid-ente que el carácter de eclesialidad es predominante en su 
obra. Es verdad que su pr-esentación tiene marcadas diferencias respecto del
1-6 Die christliche Mord als Lehre von der Verwirklichung des göttlichen Reiches 
in der Menschheit (Tubinga 1851) I, III-V.
287LOS PRIMEROS RENOVADORES DE LA MORAL EN EL s. XIX
estilo de sus predecesores. Pero lo propio de la eclesialidad es más bien el ser 
fiel a las enseSanzas del magisterio de la Iglesia. Si hubiera algo que desento- 
nara en este terreno, quiere hacer constar que ha sido al margen de su saber y 
de su querer. Asi como se somete en la lengua y en el corazón al magisterio de 
la Iglesia, igualmente está convencido de que esto no comporta la renuncia a 
una iniciativa docente, como si tuviera que restringirse a coleccionar y comen- 
tar las enseñanzas de los Padres de la Iglesia. Se siente muy lejos" de despreciar 
las grandes lumbreras de la Iglesia del pasado, pero está convencido de que la 
Iglesia posee una inagotable fuerza d٠e producción y de desarrollo, y lo que 
esta o aquella generación ha dicho en un tiempo determinado, está muy lejos 
de agotar lo que ella lleva en su seno. Cada época tiene la misión de poner 
en ejercicio sus capacidades para que, manteniéndose fiel a lo permanente, de 
los pasos que haya de dar y no se limite a una mera repetición del pasado.
Otra objeción a la que necesita responder, es que su libro presenta las 
cosas demasiado ideales y que no pueden ser llevadas a la realidad. A lo cual 
responde que cualquiera que no falsee el espíritu del Evangelio y se mantenga 
fiel al mismo, tendrá .que poner las cosas a ese nivel ideal, pues hacia ese 
ideal y hacia la perfección inspira y empuja el Espíritu Santo. El hecho de 
que millones de personas, en su camino hacia la.perfección, no se encuentren 
en la meta sino a jnitad de cam-ino 0 en sus comienzos, no prueba .que no se 
les haya de presentar dicha meta. Más .bien sucede todo lo contrario, pues 
un acomodo a su mediocridad, convertiría a ésta ٠en dueña del ambiente. 
Cuando Hirscher presenta el ideal, no deja de rrconocer que existen diversos 
grados de moralidad, y que €٠1 comienzo no es la nada sino el comienzo, y que 
no se puede exigir ahora de un hombre determinado le que si podrá realizar 
más adelante. Pero no se debe perder de vista que el nivel ínfimo es ínfimo, 
y que ni el confesor ni el penitente pueden sosegarse en él por mis tiempo 
que el necesario para comenzar 18.
En el prólogo a la quinta edición, la polémica sube de tono. Hirscher se 
hace eco de que priva una manera de tratar la moral patrocinada por San 
Alfonso y por otro muy adicto a él, el arzobispo Thomas Gousset. A los parti- 
darios de este estilo no puede agradar la moral de Hirscher. En ésta no 
encontrarán la fundamentación teológica que ellos buscan, ni el bagaje casuis- 
tico en orden al ministerio pastoral de la confesión, que es lo Unico que les 
satisface. Hirscher ha querido hacer otra cosa. Pero considera, que el enfocar 
la moral de otra jnanera no excuye la legitimidad d٠e la primera y viceversa. 
La manera acostumbrada de tratar la teología moral no es la Unica manera 
legitima de hacerla.
Frente la acusación de que su moral no es apta para -el servicio del pastor 
d٠e almas, y frente a la idea de que )al clero hay que ofrererle escritos de 
tipo candnico-casuistico, responde que la primera gran tarea de una moral
18 ٥p. cit., XI.XVI.
REVISTA ESPAÑOLA DE TEOLOGÍA.-Mguel Antoli288
cristiana es formar al lector al mismo tiempo que le enseña, es decir, desertar 
y fortalecer en el una vida piadosa y amante de la virtud. Hirscher no puede 
aceptar que lo práctico para el clero sea sólo o principalmente lo que se- traduce 
en una, ayuda inmediata para el ministerio de la confesión. Lo práctico lo ve 
principalmente en lo que forma al lector, iluminándole y refrescándole espi- 
ritualmente.
Ni siquiera se puede confiar mucho en la eficacia'práctica de la orien״ 
tación casuística. Hirscher piensa en confesores a quienes los árboles impiden 
ver el tasque: han aprendido muchas' soluciones, pero no aciertan con la' que 
corresponde al caso. Por el contrario,conoce confesores que, sin haberse 
aireado en la casuística, a partir de principios que han educado su sensibilidad, 
llegan a una solución acertada. 'Y si los seglares han d٠e depender totalmente de 
la solución que les viene de fuera, la ,angustia de conciencia constituye su 
destino inevitable.
Hay que recordar también 'que el confesor no es sólo ni principalmente 
juez. Su tarea primordial consiste en llevar al penitent-e hacia el conocimiento 
de si mismo, poner ante sus ojos la profundidad de su desorden moral, conmo־ 
verle saludablemente, y que se despierte en él un sentido religioso y de 
conversión, a la vez que la voluntad y el valor para realizarlo. Para esta t-area 
considera Hirscher que su libro es notoriamente eficaz. Las decisiones judi- 
ciales ni estimulan, ni sanan ni consuelan. El confesor es más médico que juez.
En cuanto a la elaboración de sus principios básicos, Hirscher se ׳ha 
atenido a las enseñanzas de la Sagrada Escritura' y de su intérprete, la Iglesia. 
Le cuesta creer que lo que él s-aca de estas fuentes s-ea menos firme que lo 
que otros sacan ,de las grandes autoridades teológicas. Hirscher está conven־ 
cido de -que quienes buscan a Dios y quieren servirle, no serán desviados por 
sus escritos. Que a otros, más dados a la critica, no les haya ofrecido nada, no 
es lo que él pretendía. En cambio le consuela el hecho de que grandes hom- 
bres, que estudian a fondo estos temas, han acogido con respeto sus pro- 
posiciones 1٥.
3. El contexto para un nuevo camino
Hemos aportado,el testimonio de Sailer y Hirscher por ser los primeros 
grandes renovadores, provistos de una altura y valia que no podemos dejar 
de admirar. Con su actiud, crearon un contexto en el que se amplió el tari- 
zonte, desde el cual se pudiera elaborar la moral. Desde este nuevo contexto 
fue posible que autores como M. Jocham y K. Werner, con menos dificultades, 
tomaran una dirección parecida a la de Hirscher y Sailer, aunque con proyectos
19 Op. cit., XVIIXXIV.
20 System der christlichen Ethik (Ratistana 1888) t. I.
2LOS PRIMEROS RENOVADORES DE LA MORAL EN EL s. XIXة9
completamente independientes. Werner 'inspiró SU moral en la idea del segui- 
miento de Cristo, si bien habrá que esperar a p. Tillmann para qUe la con- 
vierta en patrimonio universal. M. Jrcham hace también suya la aspiración 
de que la moral no sea sólo para los candidatos al sacerdocio, sino también 
para otros que .quieran informarse sobre las enseñanzas de vida cristiana 21. 
En nuestros días, un miembro de la Congregación que fundara San Alfonso, 
sin duda el más ilustre que ha tenido en este siglo, parece darles de lleno la 
razón -al apostillar -SU obra «La ley de Cristo» con ׳el subtitulo: «La teología 
moral expuesta a sacerdotes y seglares».
Otros moralistas, dentro del estilo liberado del esquema casuístico, han 
querido una mayor presencia de la teología del pasado. En esta linea puede 
estar F. Probst 22. Menos optimista y más critico respecto de lo iniciado por 
Sailer y Hirscher esta K. Martin 23. Más duro todavía tenemos a F. Friedhoff, 
pues, según él, no es legitima ninguna moral al margen de la de San Alfonso, 
pues la doctrina de éste ha sido aprobada tres veces por Roma 24.
A estas alturas de finales del siglo XX, parece poder afirmarse sin titubeo 
que los moralistas renovadores de la primera mitad del siglo pasado tenían 
razón. Incluso podemos desear sinceramente que ese movimiento hubiese 
tenido una mejor .acogida y difusión. Pero han sido muchos en mimero y en 
calidad los que no lo han hecho posible. A la vista de los acontecimientos 
posteriores, parece que les sobran motivos para no estar muy orgullosos de lo 
que hicieron con más buena voluntad que acierto.
MIGUEL ANTOLI
Prof, de la Facultad de Teología.
Valencia
21 Morcdtbeologie oder die Lehre vom christlichen Leben nach den Grundsätzen 
der katholischen Kirche (Sulzbach 1852) I, III.
22 Kathdische Mordthedogie (Tubinga 1848) I, V־VI.
23 Lehrbuch der katholischen Moral (Maguncia 1865) IILV.
24 Spezielle Mordtheologie (Ratisbona 1865) VII.

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