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Wiggershaus,_R_2015_La_escuela_de_Fráncfort_México_FCE

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SECCIÓN	DE	OBRAS	DE	FILOSOFÍA
LA	ESCUELA	DE	FRÁNCFORT
Traducción	de
MARCOS	ROMANO	HASSÁN
Revisión	de
MIRIAM	MADUREIRA
ROLF	WIGGERSHAUS
La	Escuela	de	Fráncfort
UNIVERSIDAD	AUTÓNOMA	METROPOLITANA
FONDO	DE	CULTURA	ECONÓMICA
Primera	edición,	2009
			Primera	reimpresión,	2011
Primera	edición	electrónica,	2015
Título	original:	Die	Frankfurter	Schule.	Geschichte	Theoretische	Entwicklung	Politische	Bedeutung
©	1986,	Carl	Hanser	Verlag,	Munich,	Viena	“por	arreglo	con	el	doctor	Ray-Güde	Mertin,	Agencia	Literaria,	Bad	Homburg,
Alemania”
D.	R.	©	2009,	Fondo	de	Cultura	Económica
Carretera	Picacho-Ajusco,	227;	14738	México,	D.	F.
Empresa	certificada	ISO	9001:2008
Comentarios:
editorial@fondodeculturaeconomica.com
Tel.	(55)	5227-4672
Se	prohíbe	la	reproducción	total	o	parcial	de	esta	obra,	sea	cual	fuere	el	medio.	Todos	los	contenidos	que	se	incluyen	tales	como
características	 tipográficas	 y	 de	 diagramación,	 textos,	 gráficos,	 logotipos,	 iconos,	 imágenes,	 etc.,	 son	 propiedad	 exclusiva	 del
Fondo	de	Cultura	Económica	y	están	protegidos	por	las	leyes	mexicanas	e	internacionales	del	copyright	o	derecho	de	autor.
ISBN	978-607-16-2660-8	(ePub)
Hecho	en	México	-	Made	in	Mexico
mailto:editorial@fondodeculturaeconomica.com
http://www.fondodeculturaeconomica.com
SUMARIO
Introducción
	
				I.	El	ocaso
			II.	En	la	huida
		III.	En	el	Nuevo	Mundo,	1.	Casi	un	instituto	de	investigaciones	empíricas	de	teóricos
sociales	marxistas	calificados	en	ciencias	particulares
		IV.	En	el	Nuevo	Mundo,	2.	Desarticulación	productiva
			V.	El	lento	retorno
		VI.	Ornamento	crítico	de	una	sociedad	restauradora
	VII.	La	teoría	crítica	en	la	reyerta
VIII.	La	teoría	crítica	en	una	época	de	cambios
	
Epílogo
Agradecimiento
Anexo
Índice	onomástico
Índice	general
INTRODUCCIÓN
“Escuela	de	Fráncfort”	y	“teoría	crítica”:	cuando	mencionamos	estos	conceptos	se	nos	viene	a
la	mente	algo	más	que	la	idea	de	un	paradigma	de	las	ciencias	sociales,	pensamos	también	en
una	serie	de	nombres,	antes	que	nada	los	de	Adorno,	Horkheimer,	Marcuse	y	Habermas,	y	se
nos	 despiertan	 asociaciones	 del	 tipo:	 movimiento	 estudiantil,	 disputa	 con	 el	 positivismo,
crítica	 de	 la	 cultura,	 y	 quizá	 también	 emigración,	 Tercer	 Reich,	 judíos,	 la	 República	 de
Weimar,	 marxismo,	 psicoanálisis.	 De	 inmediato	 queda	 claro	 que	 se	 trata	 de	 algo	 más	 que
solamente	una	corriente	teórica,	algo	más	que	una	parte	de	la	historia	de	las	ciencias	sociales.
Entretanto,	 se	 ha	 vuelto	 ya	 habitual	 hablar	 de	 una	 primera	 y	 una	 segunda	generación	 de
representantes	de	la	teoría	crítica1	y	distinguir	a	la	antigua	Escuela	de	Fráncfort	de	lo	que	vino
más	tarde,	es	decir,	a	partir	de	los	años	setenta.	Esta	distinción	nos	libera	provisionalmente	de
la	 obligación	 de	 aclarar	 si	 La	 escuela	 de	 Fráncfort	 ha	 persistido	 desde	 aquel	 tiempo,	 del
problema	de	su	continuidad	y	discontinuidad,	y	nos	facilita	poner	un	límite	en	el	tiempo	que	no
sea	 demasiado	 arbitrario	 a	 la	 presentación	 de	 la	 historia	 de	 dicha	 escuela:	 la	 muerte	 de
Adorno	 y,	 con	 ello,	 del	 último	 representante	 de	 la	 antigua	 teoría	 crítica	 que	 trabajó	 en
Fráncfort	y	en	el	Institut	für	Sozialforschung.
La	denominación	Escuela	de	Fráncfort	es	una	etiqueta	asignada	desde	fuera	en	la	década
de	1960,	que	al	final	fue	utilizada	por	Adorno	mismo	con	evidente	orgullo.	En	un	principio,
esta	expresión	designaba	una	sociología	crítica	que	veía	en	la	sociedad	un	todo	con	elementos
antagónicos	en	su	interior,	y	no	había	eliminado	de	su	pensamiento	a	Hegel	ni	a	Marx,	sino	que
se	consideraba	su	heredera.	Desde	hace	mucho,	esta	etiqueta	se	ha	convertido	en	un	concepto
más	 amplio	 y	 menos	 definido.	 La	 fama	 de	 Herbert	 Marcuse	—como	 consideraban	 en	 ese
entonces	 los	medios	de	 comunicación—	de	 ídolo	de	 los	 estudiantes	 en	 rebelión,	 al	 lado	de
Marx,	Mao	Zedong	y	Ho	Chi	Minh,	hizo	que	La	escuela	de	Fráncfort	se	convirtiera	en	un	mito.
A	principios	de	los	años	setenta	el	historiador	estadunidense	Martin	Jay	hizo	descender	este
mito	al	terreno	de	los	hechos	históricos	y	puso	de	manifiesto	lo	multiforme	que	es	la	realidad
que	se	oculta	tras	la	etiqueta	de	La	escuela	de	Fráncfort,	etiqueta	que	se	ha	convertido	desde
hace	mucho	en	un	componente	de	la	historia	de	la	recepción	que	ha	tenido	lo	que	se	designa
con	 ella,	 y	 se	 ha	 convertido	 en	 algo	 indispensable,	 independientemente	 de	 hasta	 dónde	 se
puede	hablar	de	un	contexto	de	escuela	en	sentido	estricto.
Sin	embargo,	sí	existieron	características	esenciales	de	una	escuela,	en	parte	en	algunas
épocas,	quizá	de	manera	continua	o	de	forma	recurrente:	un	marco	institucional	(el	Institut	für
Sozialforschung	 [Instituto	 de	 Investigación	 Social]	 que	 existió	 todo	 el	 tiempo,	 aunque	 en
ciertas	 épocas	 solamente	de	manera	 rudimentaria);	 una	personalidad	 intelectual	 carismática,
que	estaba	imbuida	por	la	fe	en	un	nuevo	programa	teórico,	y	que	estaba	dispuesta	y	era	capaz
de	 llevar	 a	 cabo	 una	 colaboración	 con	 científicos	 calificados	 (Max	 Horkheimer	 como
managerial	 scholar	 [académico	 administrador],	 quien	 constantemente	 les	 hacía	 ver	 a	 sus
colaboradores	 que	 ellos	 pertenecían	 al	 selecto	 grupo	 en	 cuyas	 manos	 se	 encontraba	 el
desarrollo	posterior	de	“La	 teoría”);	un	manifiesto	 (el	discurso	 inaugural	de	Horkheimer	de
1931,	Die	 gegenwärtige	 Lage	 der	 Sozialphilosophie	 und	 die	 Aufgaben	 eines	 Instituts	 für
Sozialforschung	 [La	 situación	 actual	 de	 la	 filosofía	 social	 y	 las	 tareas	 de	 un	 Instituto	 de
Investigación	Social],	 al	 que	 constantemente	 se	 refirieron	 las	presentaciones	que	el	 instituto
hizo	después	de	sí	mismo,	y	al	que	volvió	a	referirse	también	Horkheimer	en	la	celebración	de
la	reapertura	del	Instituto	en	Fráncfort	en	1951);	un	nuevo	paradigma	(la	teoría	“materialista”
o	“crítica”	de	la	totalidad	del	proceso	de	la	vida	social,	que	bajo	el	signo	de	la	combinación
de	 filosofía	 y	 ciencias	 sociales	 integraba	 sistemáticamente	 en	 el	 materialismo	 histórico	 al
psicoanálisis,	 ciertas	 nociones	 de	 pensadores	 críticos	 de	 la	 razón	 y	 la	 metafísica,	 como
Schopenhauer,	Nietzsche	y	Klages;	la	etiqueta	de	teoría	crítica	 también	se	mantuvo	después,
casi	 durante	 todo	 el	 tiempo,	 aunque	 los	 que	 se	 servían	 de	 ella	 entendían	 cosas	 diferentes
cuando	usaban	el	término,	y	aunque	Horkheimer	también	modificó	las	ideas	que	originalmente
había	 vinculado	 con	 él);	 una	 revista	 y	 otros	medios	 para	 la	 publicación	 de	 los	 trabajos	 de
investigación	 de	 la	 escuela	 (la	 Zeitschrift	 für	 Sozialforschung	 [Revista	 de	 Investigación
Social],	 que	 fungía	 como	 el	 órgano	 del	 instituto	 y	 los	 Schriften	 des	 Instituts	 für
Sozialforschung	 [Escritos	 del	 Instituto	 de	 Investigación	 Social],	 que	 aparecieron	 en
editoriales	 científicas	 de	 gran	 renombre;	 primero	Hirschfeld,	 en	 Leipzig,	 y	más	 tarde	 Felix
Alcan,	en	París).
No	obstante,	 la	mayor	 parte	 de	 estas	 características	 se	 dio	 solamente	 durante	 el	 primer
decenio	de	la	era	de	Horkheimer	en	el	instituto,	es	decir,	en	los	años	treinta,	y	en	especial	en
la	 época	de	Nueva	York.	Por	otro	 lado,	 en	 esa	 época	 el	 instituto	 trabajó	 en	una	 especie	de
splendid	 isolation	 [espléndido	 aislamiento]	 respecto	 a	 su	 entorno	 estadunidense.	 En	 1949-
1950	 regresaron	 a	 Alemania	 solamente	 Horkheimer,	 Pollock	 y	 Adorno.	 De	 estos	 tres,
solamente	Adorno	siguió	siendo	productivo	en	la	teoría	y	solamente	de	él	aparecieron	libros
con	 trabajos	 tanto	 nuevos	 como	 antiguos.	 Ya	 no	 existía	 una	 revista,	 solamente	 la	 serie
Frankfurter	Beiträge	zur	Soziologie	[Contribuciones	de	Fráncfort	a	la	sociología]	a	la	cual,
sin	 embargo,	 notoriamente	 le	 faltaba	 el	 perfil	 de	 la	 antigua	 revista,	 y	 en	 la	 que	 solamente
apareció	una	vez,	a	principios	de	los	años	sesenta,	una	colección	de	discursos	y	ponencias	de
Horkheimer	 y	 Adorno	mismos.	 “Para	mí	 no	 había	 una	 doctrina	 coherente.	 Adorno	 escribíaensayos	en	 los	que	se	criticaba	 la	cultura,	y	por	 lo	demás,	 llevaba	a	cabo	seminarios	sobre
Hegel.	 Él	 personificaba	 un	 cierto	 trasfondo	 marxista;	 y	 eso	 era	 todo.”2	 Así	 se	 expresa
retrospectivamente	 Jürgen	 Habermas,	 que	 fue	 colaborador	 de	 Adorno	 y	 del	 Institut	 für
Sozialforschung	en	la	segunda	mitad	de	los	años	cincuenta.	Cuando	en	los	años	sesenta	surgió
realmente	 la	 imagen	 de	 una	 escuela,	 se	 mezcló	 en	 ella	 la	 idea	 de	 una	 concepción	 de	 la
sociología	crítica,	representada	en	Fráncfort,	cuyos	exponentes	eran	Adorno	y	Habermas,	con
la	 idea	 de	 una	 fase	 temprana	 del	 instituto,	 radicalmente	 crítica	 de	 la	 sociedad	 y	 freudiano-
marxista,	bajo	la	dirección	de	Horkheimer.
En	 la	 medida	 en	 que	 existe	 esta	 historia,	 sumamente	 desigual,	 incluso	 desde	 las
circunstancias	exteriores,	es	aconsejable	no	tomar	en	un	sentido	demasiado	literal	la	expresión
Escuela	de	Fráncfort.	Otras	dos	circunstancias	abogan	también	en	favor	de	esta	interpretación:
por	un	lado,	el	hecho	de	que	precisamente	la	“figura	carismática”	de	Horkheimer	comenzó	a
representar	una	posición	cada	vez	menos	decidida	y	menos	adecuada	para	la	formación	de	una
escuela.	Por	otro	lado,	la	siguiente	circunstancia,	que	también	tenía	una	cercana	relación	con
esto:	si	se	consideran	los	cuatro	decenios	de	la	antigua	Escuela	de	Fráncfort	en	su	totalidad,	se
revela	 la	 siguiente	 situación:	 no	 había	 un	 paradigma	 unificado,	 tampoco	 un	 cambio	 de
paradigma,	 al	 que	 pudiera	 supeditarse	 todo	 aquello	 que	 se	 incluye	 cuando	 se	 habla	 de	 La
escuela	de	Fráncfort.	Las	dos	figuras	principales,	Horkheimer	y	Adorno,	trabajaban	en	temas
comunes	desde	dos	posiciones	claramente	diferentes.	Uno	de	ellos,	que	había	 llegado	como
inspirador	de	una	teoría	de	la	sociedad	interdisciplinaria	entusiasta	del	progreso,	se	resignó	a
ser	 el	 crítico	 de	 un	 mundo	 administrado,	 en	 el	 cual	 la	 isla	 del	 capitalismo	 liberal,	 que
destacaba	de	la	historia	de	una	civilización	malograda,	amenazaba	con	perderse	de	vista.	Para
el	otro,	que	había	llegado	como	crítico	del	pensamiento	inmanente	e	intercesor	de	una	música
liberada,	la	filosofía	de	la	historia	de	la	civilización	malograda	se	convirtió	en	la	base	de	una
teoría	multiforme	de	 lo	no	 idéntico,	o	de	 las	 formas	en	 las	cuales	 se	consideraba,	de	 forma
paradójica,	a	lo	no	idéntico.	Adorno	representaba	un	pensamiento	micrológico-mesiánico	que
lo	vinculaba	estrechamente	con	Walter	Benjamin,	el	 cual	gracias	a	 su	mediación	 también	se
había	 convertido	 en	 colaborador	 de	 la	 Zeitschrift	 für	 Sozialforschung	 [Revista	 de
Investigación	 Social],	 y	 finalmente	 del	 Institut	 für	 Sozialforschung,	 y	 también	 con	 Siegfried
Kracauer	 y	 Ernst	 Bloch.	 La	 crítica	 de	 la	 razón	 de	 la	 Dialektik	 der	 Aufklärung,	 escrita
conjuntamente	con	Horkheimer	en	 los	últimos	años	de	 la	segunda	Guerra	Mundial,	no	afectó
este	pensamiento.	Pero	Horkheimer,	que	en	los	años	anteriores	al	trabajo	conjunto	en	esta	obra
se	 había	 separado	 del	 psicólogo	 social	 Erich	 Fromm	 y	 de	 los	 teóricos	 del	 derecho	 y	 del
Estado	Franz	Neumann	y	Otto	Kirchheimer,	 con	 lo	 cual	 prácticamente	 había	 abandonado	 su
programa	 de	 una	 teoría	 interdisciplinaria	 de	 la	 sociedad	 en	 su	 conjunto,	 se	 quedó	 con	 las
manos	 vacías	 tras	 la	Dialektik	 der	 Aufklärung	 [Dialéctica	 de	 la	 Ilustración].	 De	 la	misma
forma,	 en	 su	 calidad	 de	 sociólogo	 dirigió	 la	 vista	 retrospectivamente	 a	 los	 empresarios
independientes	de	la	época	liberal;	como	filósofo,	dirigió	la	vista	hacia	los	grandes	filósofos
de	la	razón	objetiva.	A	su	vez,	mientras	que	Horkheimer	—para	asombro	suyo—	cobró	mayor
importancia	en	 los	años	sesenta,	en	 la	época	del	movimiento	estudiantil,	debido	al	agresivo
tono	marxista	 de	 sus	 primeros	 ensayos,	 y	 se	 vio	 de	 pronto	 situado	 cerca	 de	 la	 posición	 de
Marcuse,	 que	 había	 pasado	 a	 la	 ofensiva,	 de	 la	 “Gran	 negativa”,	 Adorno	 escribió	 los	 dos
grandes	 testimonios	 de	 su	 pensamiento	 micrológico-mesiánico:	 la	 Negative	 Dialektik
[Dialéctica	 negativa]	 y	 la	Ästhetische	 Theorie	 [Teoría	 estética].	 En	 aquel	 entonces,	 ambos
eran	poco	adecuados	para	la	época.	En	cambio,	fue	descubierto	el	Benjamin	“marxista”	y	se
convirtió	en	la	figura	clave	de	una	teoría	materialista	del	arte	y	de	los	medios.	Un	decenio	y
medio	 tras	 la	 muerte	 de	 Adorno,	 uno	 de	 los	 más	 importantes	 postestructuralistas,	 Michel
Foucault,	afirmaba:	“Si	hubiera	estado	familiarizado	con	esa	escuela,	si	hubiera	sabido	de	ella
en	esos	momentos,	no	habría	dicho	tantos	absurdos	como	dije	y	habría	evitado	muchos	de	los
rodeos	que	di	al	 tratar	de	seguir	mi	propio	y	humilde	camino	—mientras	que	La	escuela	de
Fráncfort	ya	había	abierto	avenidas—”.3	Él	denominaba	su	programa	“crítica	 racional	de	 la
racionalidad”,	con	casi	las	mismas	palabras	que	Adorno	había	caracterizado	el	tema	en	1962,
en	una	clase	sobre	terminología	filosófica	en	donde	veía	la	tarea	de	la	filosofía,	decía	de	ésta
que:	 tenía	 que	 llevar	 a	 cabo	 “una	 especie	 de	 proceso	 de	 revisión	 racional	 frente	 a	 la
racionalidad”.4	Así	pues,	evidentemente	es	tan	variado	todo	aquello	que	se	llama	Escuela	de
Fráncfort,	 que	 siempre	hay	algo	de	 ella	que	es	 actual,	 siempre	hay	algo	que	 resulta	 ser	una
empresa	no	completada,	que	está	esperando	ser	continuada.
Pero,	¿qué	era	lo	que	unificaba,	aunque	en	la	mayor	parte	de	los	casos	solamente	fuera	de
forma	provisional,	a	aquellos	que	pertenecían	a	La	escuela	de	Fráncfort?	¿Había	algo	que	los
vinculara	a	todos?	Los	que	pertenecieron	a	la	primera	generación	de	La	escuela	de	Fráncfort
eran	 todos	 judíos,	 o	 bien,	 fueron	 obligados	 por	 el	 nacionalsocialismo	 a	 retornar	 a	 su
pertenencia	al	judaísmo.	Ya	sea	que	provinieran	de	familias	de	la	gran	burguesía,	o	bien,	como
Fromm	 y	 Löwenthal,	 de	 familias	 no	 especialmente	 adineradas:	 incluso	 en	 el	 caso	 más
favorable	no	pudieron	ahorrarse	la	experiencia,	también	después	de	1918	y	ya	desde	antes	de
1933,	 de	 seguir	 siendo	 marginados	 en	 el	 centro	 mismo	 de	 la	 sociedad.	 La	 experiencia
fundamental	común	era	la	siguiente:	ninguna	adaptación	es	suficiente	para	poder	estar	alguna
vez	 seguros	 de	 la	 pertenencia	 a	 la	 sociedad.	 “[El	 judío,	 R.	W.]	 se	 pliega”,	 se	 dice	 en	 las
Reflexions	sur	la	question	juive	[Reflexiones	sobre	la	cuestión	judía]	de	Sartre,	publicadas	en
1964,
[...]	a	sus	mismos	ritos	y	circunstancias,	asumiendo,	al	igual	que	todos	los	demás,	valores	tales	como	la	respetabilidad	y	la
honorabilidad;	no	es,	por	otra	parte,	esclavo	de	nadie:	ciudadano	libre	en	un	régimen	que	autoriza	la	libre	competencia,	no
tiene	prohibido	ejercer	ningún	cometido	social,	ningún	cargo	estatal;	puede	ser	condecorado	con	la	Legión	de	Honor,	puede
ser	 ilustre	 abogado	 o	 ministro.	 Pero	 en	 el	 instante	 mismo	 en	 que	 llega	 a	 la	 cima	 de	 la	 sociedad	 legal,	 se	 produce	 el
encontronazo	con	otra	sociedad,	amorfa,	difusa	y	omnipresente,	que	lo	rechaza	y	le	da	la	espalda.	Percibe	de	forma	muy
aguda	y	peculiar	 la	vanidad	de	 los	honores	y	de	 la	 riqueza,	ya	que	ni	 el	mayor	de	 los	 logros	y	de	 los	éxitos	 le	permitirá
jamás	acceder	al	umbral	de	esa	sociedad	que	pretende	ser	la	auténtica,	la	verdadera:	si	llega	a	ministro,	será	un	ministro
judío,	es	decir,	una	eminencia	y	un	intocable	a	la	par.5
A	su	manera,	los	judíos	debían	tener	una	sensación	no	menos	marcada	de	la	enajenación	y	la
falta	de	autenticidad	de	la	vida	en	la	sociedad	burguesa	capitalista	que	la	de	los	proletarios.
Aunque	 frente	a	éstos	 los	 judíos	eran	en	buena	parte	más	privilegiados,	 también	era	verdad
que	incluso	los	judíos	acomodados	no	podían	escapar	de	su	condición	de	judíos.	En	cambio,
los	obreros	privilegiados	a	más	tardar	en	la	segunda	generación	dejaban	de	ser	obreros.	No
obstante,	 también	era	más	difícil	para	ellos	llegar	a	alcanzar	dichos	beneficios.	Así	pues,	 la
experiencia	de	la	tenacidad	de	la	enajenación	social	que	tenían	que	sufrir	los	judíos	creóuna
cierta	proximidad	con	la	experiencia	de	la	tenacidad	de	la	enajenación	social	que	tenían	que
sufrir	normalmente	los	obreros.	Esto	no	tenía	que	conducir	necesariamente	a	una	solidaridad
con	 los	 obreros.	 Pero	 sí	 condujo,	 por	 lo	menos	 frecuentemente,	 a	 una	 crítica	 radical	 de	 la
sociedad,	la	cual	correspondía	a	los	intereses	objetivos	de	los	obreros.
Desde	el	ensayo	de	Horkheimer	Traditionelle	und	kritische	Theorie	[Teoría	tradicional	y
teoría	 crítica]	 (1937),	 la	 expresión	 teoría	 crítica	 se	 convirtió	 en	 la	 principal
autodenominación	 de	 los	 teóricos	 del	 círculo	 de	 Horkheimer.	 Si	 bien,	 éste	 también	 era	 un
concepto	encubridor	de	 la	 teoría	marxista,	más	aun,	era	una	expresión	de	que	Horkheimer	y
sus	 colaboradores	 no	 se	 identificaban	 con	 la	 teoría	marxista	 en	 su	 forma	 ortodoxa,	 la	 cual
estaba	 encaminada	 a	 la	 crítica	 del	 capitalismo	 como	 un	 sistema	 económico	 con	 una
superestructura	y	un	pensamiento	ideológico	que	dependían	de	él,	sino	con	las	características
de	 principio	 de	 la	 teoría	 marxista.	 Estas	 características	 originales	 consistían	 en	 la	 crítica
concreta	 de	 las	 relaciones	 sociales	 enajenadas	 y	 enajenantes.	 Los	 teóricos	 críticos	 no
provenían	 ni	 del	 marxismo	 ni	 del	 movimiento	 obrero.	 Más	 bien,	 en	 cierto	 modo	 estaban
repitiendo	 las	 experiencias	 del	 joven	 Marx.	 Para	 Erich	 Fromm	 y	 Herbert	 Marcuse,	 el
descubrimiento	 del	 joven	 Marx	 se	 convirtió	 en	 la	 decisiva	 corrección	 de	 sus	 propios
esfuerzos.	 Para	 Marcuse,	 Sein	 und	 Zeit	 [Ser	 y	 tiempo]	 fue	 lo	 que	 lo	 impulsó	 a	 buscar	 a
Heidegger	 en	 Friburgo,	 porque	 ahí,	 pensaba	 él,	 se	 atacaba	 concretamente	 la	 cuestión	 de	 la
existencia	humana	propiamente	dicha.	Cuando	llegó	a	conocer	los	Manuscritos	de	París	del
joven	 Marx,	 éste	 se	 volvió	 realmente	 importante	 para	 él,	 e	 incluso	 más	 importante	 que
Heidegger	y	Dilthey.	Porque	a	su	modo	de	ver,	este	Marx	practicaba	una	filosofía	concreta	y
mostraba	 que	 el	 capitalismo	 no	 solamente	 significaba	 una	 crisis	 económica	 o	 política,	 sino
también	una	catástrofe	del	ser	humano.	Consecuentemente,	lo	que	se	requería	era	no	solamente
una	reforma	económica	o	política,	sino	una	revolución	total.	También	para	Fromm	quien,	en	la
fase	temprana	de	lo	que	más	tarde	se	llamó	Escuela	de	Fráncfort	fue,	al	lado	de	Horkheimer,	el
más	importante	teórico,	el	joven	Marx	se	convirtió	en	la	confirmación	de	que	la	crítica	de	la
sociedad	capitalista	consistía	en	un	retorno	a	la	verdadera	esencia	del	ser	humano.	En	cambio,
por	ejemplo	para	Adorno,	el	joven	Marx	no	fue	una	experiencia	clave.	Pero	también	él	quería,
con	 su	 primer	 gran	 ensayo	 sobre	 música	 que	 apareció	 en	 1932	 con	 el	 título	 de	 “Über	 die
gesellschaftliche	Lage	der	Musik”	[Sobre	la	situación	social	de	la	música]	en	la	Zeitschrift	für
Sozialforschung,	demostrar	la	experiencia	de	que	en	el	capitalismo	estaban	cerrados	todos	los
caminos,	que	en	 todos	 lados	virtualmente	uno	se	estrellaba	con	un	muro	de	cristal,	es	decir,
que	 los	 seres	 humanos	 no	 accedían	 a	 la	 vida	 propiamente	 dicha.6	 La	 vida	 no	 vive:	 esta
constatación	 del	 joven	 Lukács	 también	 fue	 el	 elemento	 impulsor	 de	 los	 jóvenes	 teóricos
críticos.	El	marxismo	se	convirtió	sobre	 todo	en	una	 inspiración	para	ellos	en	 la	medida	en
que	estaba	centrado	en	esta	experiencia.	Solamente	para	Horkheimer	(y	sólo	más	 tarde	para
Benjamin	y	aun	más	tarde	para	Marcuse),	la	indignación	por	la	injusticia	que	se	cometía	con
los	explotados	y	los	humillados	constituyó	un	aguijón	esencial	del	pensamiento.	Pero	a	fin	de
cuentas	 también	 fue	 decisiva	 para	 él	 la	 indignación	 por	 el	 hecho	 de	 que	 en	 la	 sociedad
burguesa	 capitalista	 no	 fuera	 posible	 una	 acción	 racional,	 responsabilizada	 frente	 a	 la
generalidad,	 calculable	 en	 sus	 consecuencias	 para	 dicha	 generalidad,	 y	 que	 incluso	 un
individuo	privilegiado	y	la	sociedad	estuvieran	enajenados	el	uno	respecto	de	la	otra.	Durante
mucho	tiempo	él	constituyó	algo	así	como	la	conciencia	teórico-social	del	círculo,	la	instancia
que	 siempre	 advertía	 que	 la	 tarea	 común	 era	 proporcionar	 una	 teoría	 de	 la	 sociedad	 en	 su
conjunto,	una	teoría	de	la	época	presente,	que	tuviera	como	objeto	a	los	seres	humanos	como
los	productores	de	 sus	 formas	de	vida	históricas,	pero	precisamente	de	 formas	de	vida	que
estaban	enajenadas	de	ellos.
A	principios	de	los	años	treinta,	Horkheimer	había	buscado	con	mucho	ahínco	“la	teoría”.
Desde	 los	 años	 cuarenta	 tenía	ya	dudas	de	que	 fuera	posible,	 pero	no	había	 abandonado	 su
objetivo.	La	colaboración	con	Adorno,	que	finalmente	habría	de	desembocar	en	una	teoría	de
la	 época	 contemporánea,	 no	 llegó	más	 allá	 de	 los	Philosophische	 Fragmente	 [Fragmentos
filosóficos],	el	primer	resultado	preliminar,	que	más	tarde	apareció	como	libro	con	el	título	de
Dialektik	der	Aufklärung.	Pero	“la	teoría”	siguió	siendo	el	signo	distintivo	de	La	escuela	de
Fráncfort.	A	pesar	de	toda	la	falta	de	uniformidad,	aquello	que	les	importaba	a	Horkheimer,	a
Adorno	y	a	Marcuse	después	de	la	segunda	Guerra	Mundial	compartía	la	siguiente	convicción:
la	 teoría	—en	 la	 tradición	 de	 la	 crítica	 de	Marx	 al	 carácter	 fetichista	 de	 una	 reproducción
capitalista	de	la	sociedad—	tenía	que	ser	racional,	y	al	mismo	tiempo	representar	la	palabra
correcta	que	rompiera	el	hechizo	al	que	estaba	sujeto	todo,	los	seres	humanos	y	las	cosas,	y
las	relaciones	entre	ellos.	La	imbricación	de	estos	dos	aspectos	tuvo	como	consecuencia	que
incluso	cuando	el	trabajo	en	la	teoría	se	estancó	y	aumentaron	las	dudas	sobre	la	posibilidad
de	una	teoría	en	la	sociedad,	que	se	había	vuelto	más	irracional,	siguió	viviendo	el	espíritu	del
cual	 pudo	 surgir	 la	 teoría.	 “Cuando	 después	 —dice	 Habermas	 en	 la	 conversación	 ya
mencionada	en	Ästhetik	und	Kommunikation	[Estética	y	comunicación]—	conocí	a	Adorno	y
vi	de	qué	manera	tan	fascinante	se	ponía	a	hablar	de	pronto	del	fetichismo	de	las	mercancías,	y
aplicaba	 este	 concepto	 a	 fenómenos	 culturales	 y	 a	 fenómenos	 cotidianos,	 esto	 fue
primeramente	un	shock.	Pero	después	pensé:	 intenta	hacer	como	si	Marx	y	Freud	—del	cual
Adorno	 hablaba	 de	manera	 igualmente	 ortodoxa—fueran	 contemporáneos.”	 Y	 lo	mismo	 le
sucedió	 cuando	 conoció	 por	 primera	 vez	 a	Herbert	Marcuse.7	 La	 teoría	 que	 después	 de	 la
guerra	siguió	inspirando	a	Adorno	y	Marcuse	la	conciencia	de	una	misión,	era	en	verdad	de	un
tipo	especial:	exaltada	aun	en	la	duda,	espoleando	aun	en	el	pesimismo	hacia	la	salvación	a
través	 del	 conocimiento.	 La	 promesa	 no	 fue	 ni	 cumplida	 ni	 traicionada:	 se	 la	mantuvo	 con
vida.	Pero,	¿quién	habría	sido	capaz	de	mantener	viva	una	promesa	de	esa	manera	como	los
condenados	 a	 ser	 “marginados	 de	 la	 burguesía”	 (Horkheimer)	 debido	 a	 su	 pertenencia	 a	 un
grupo	de	seres	humanos	llamado	“los	judíos”?
Este	 libro	 trata	 de	 medio	 siglo	 de	 historia	 preliminar	 e	 historia	 propiamente	 dicha	 de	 la
“Escuela	de	Fráncfort”.	Los	lugares	de	esta	historia:	Fráncfort	del	Meno,	Ginebra,	Nueva	York
y	Los	Ángeles	y,	de	nuevo,	Fráncfort	del	Meno.	Los	contextos	del	espíritu	de	la	época	de	esta
historia:	la	República	de	Weimar	con	su	“carácter	sospechoso”	(Bracher)	y	su	desembocadura
en	el	nacionalsocialismo;	el	New	Deal,	la	época	de	la	guerra	y	la	época	de	McCarthy	en	los
Estados	Unidos;	 la	 restauración	bajo	el	 signo	del	anticomunismo	y	el	periodo	 interino	de	 la
protesta	 y	 la	 reforma	 en	 la	 República	 Federal	 de	 Alemania.	 Las	 diferentes	 formas	 de	 la
institucionalización	 en	 el	 curso	de	 esta	 historia:	 un	 instituto	de	una	 fundación	 independiente
como	núcleo	 de	 las	 investigaciones	marxistas	 críticas	 de	 la	 sociedad,	 un	 instituto	mutilado,
como	garantía	de	una	presencia	supraindividual	de	eruditos	privados	y	que	les	proporcionaba
protección;	un	instituto	que	dependía	de	fondos	estatales	o	de	encargos	para	llevar	a	cabo	sus
investigaciones	 como	 trasfondo	 deuna	 sociología	 y	 una	 filosofía	 críticas.	 Las	 variantes	 y
transformaciones	de	“la	 teoría”	en	el	curso	de	esta	historia:	su	espacio	para	moverse	es	 tan
grande	y	sus	tiempos	son	tan	dispares,	que	es	prácticamente	imposible	hacer	una	clasificación
por	 fases	 para	 La	 escuela	 de	 Fráncfort.	 Lo	 más	 adecuado	 es	 hablar	 de	 las	 tendencias,
desviaciones,	que	la	iban	separando,	la	deriva	que	iba	distanciando	a	la	teoría	y	a	la	praxis,	a
la	 filosofía	 y	 a	 la	 ciencia,	 a	 la	 crítica	 de	 la	 razón	 y	 a	 la	 salvación	 de	 la	 razón,	 al	 trabajo
teórico	y	al	 trabajo	del	 instituto,	a	 la	situación	 irreconciliable	y	a	 la	voluntad	de	no	dejarse
desanimar.	 Los	 diferentes	 capítulos	 del	 libro	 muestran	 fases	 de	 esta	 deriva	 en	 direcciones
opuestas.	 Al	 mismo	 tiempo	 muestran	 la	 potencia	 crítica,	 vista	 en	 su	 contexto	 con	 toda	 su
fuerza,	de	ésta	o	aquélla	variante	de	 la	 teoría	crítica.	Al	 final	se	encuentra	 la	 impresionante
persistencia	 de	 los	 dos	 polos	 de	 la	 teoría	 crítica,	 la	 de	Adorno	 y	 la	 de	Horkheimer,	 en	 la
generación	más	joven	de	los	teóricos	críticos.
Hasta	ahora,	el	libro	de	Martin	Jay	continúa	siendo	la	única	presentación	histórica	de	gran
amplitud	 de	 La	 escuela	 de	 Fráncfort.	 Sin	 embargo,	 concluye	 con	 el	 retorno	 del	 instituto	 a
Fráncfort	en	el	año	de	1950.	Su	presentación	fue	un	trabajo	pionero,	que	además	de	basarse	en
trabajos	publicados,	 se	apoyó	sobre	 todo	en	conversaciones	con	antiguos	colaboradores	del
instituto,	 en	 detalladas	 informaciones	 de	 Leo	 Löwenthal,	 y	 en	 cartas,	 memorándums	 y
presentaciones	que	el	instituto	hizo	de	él	mismo,	todos	contenidos	en	la	Colección	Löwenthal.
Además	 del	 trabajo	 de	 Jay,	 el	 presente	 libro	 se	 apoya	 también	 en	 una	 serie	 de	 trabajos
históricos	o	de	información	histórica	sobre	La	escuela	de	Fráncfort	y	su	historia	previa,	que
han	aparecido	entretanto;	como	los	trabajos	de	Dubiel,	Erd,	Löwenthal,	Migdal,	Söllner,	y	en
una	serie	de	publicaciones	más	recientes	de	textos	de	La	escuela	de	Fráncfort,	por	ejemplo	la
investigación	 de	 Fromm	 sobre	Arbeiter	 und	 Angestellte	 am	 Vorabend	 des	Dritten	 Reiches
[Trabajadores	y	empleados	en	vísperas	del	Tercer	Reich],	publicada	por	Wolfgang	Bonß	y	con
una	 introducción	 de	 él	 mismo;	 las	 Obras	 completas	 de	 Walter	 Benjamin,	 publicadas	 y
ampliamente	 comentadas	 por	 Rolf	 Tiedemann;	 o	 la	 publicación	 de	 escritos	 póstumos	 de
Horkheimer	 en	 el	marco	 de	 sus	Obras	completas,	 que	 comenzaron	 a	 aparecer	 desde	 1985,
publicadas	por	Alfred	Schmidt	y	Gunzelin	Schmid	Noerr.	El	presente	libro	se	apoya	además
en	conversaciones	con	colaboradores,	 antiguos	y	actuales,	del	 Institut	 für	Sozialforschung,	y
contemporáneos	que	también	se	ocuparon	de	La	escuela	de	Fráncfort,	pero	fundamentalmente
se	 apoya	 en	 material	 de	 archivo.	 Entre	 estos	 materiales	 se	 encuentra,	 sobre	 todo,	 una
correspondencia	existente	en	el	Archivo	Horkheimer	con	cartas	entre	Horkheimer	y	Adorno,
Fromm,	 Grossmann,	 Kirchheimer,	 Lazarsfeld,	 Löwenthal,	 Marcuse,	 Neumann	 y	 Pollock,
reportes	 de	 investigaciones,	 memorándums,	 etc.	 Además,	 fueron	 importantes	 también	 la
correspondencia,	 sobre	 todo,	 de	 cartas	 de	 Adorno	 entre	 éste	 y	 Kracauer,	 que	 pertenece	 al
legado	Kracauer,	conservado	en	el	Archivo	de	Literatura	Alemana,	en	Marbach	del	Neckar;	la
correspondencia,	conservada	en	la	Bodleian	Library	de	Oxford,	entre	Adorno	y	el	Academic
Assistance	 Council;	 las	 actas	 de	 Adorno	 y	 de	 Horkheimer	 del	 Decanato	 Filosófico	 de	 la
Universidad	Johann	Wolfgang	Goethe,	de	Fráncfort;	las	actas	y	colecciones	sobre	el	Institut	für
Sozialforschung	y	personas	 individuales	existentes	en	el	Archivo	de	 la	Ciudad	de	Fráncfort;
los	reportes	de	investigaciones	existentes	en	la	biblioteca	del	Institut	für	Sozialforschung	sobre
los	trabajos	del	instituto	en	los	años	cincuenta	y	sesenta.
Por	último,	y	dicho	 sea	de	paso,	 si	 no	 se	hubiera	 atravesado	 la	muerte	de	Adorno	—el
tema	ya	estaba	definido—	yo	habría	hecho	mi	doctorado	con	él.
I.	EL	OCASO
FELIX	WEIL,	CARL	GRÜNBERG	Y	MAX	HORKHEIMER
Felix	Weil,	hijo	de	un	millonario,	funda	un	instituto	de	marxismo,	con	la	esperanza	de
poderlo	entregar	algún	día	a	un	victorioso	Estado	alemán	de	consejos	obreros
Apenas	había	comenzado	la	Revolución	de	noviembre	en	Alemania,	cuando	Robert	Wilbrandt,
de	 43	 años,	 profesor	 de	 Economía	 nacional	 en	 Tubinga	 desde	 1908,	 uno	 de	 los	 pocos
socialistas	alemanes	de	cátedra,	y	por	lo	tanto	mal	visto	entre	sus	colegas	universitarios	por
izquierdista	extremo,	realizó	un	viaje	a	Berlín.	Allí	pasó	el	invierno	de	la	revolución.	Por	las
mañanas	trabajaba	en	la	oficina	de	desmovilización,	que	tenía	que	ocuparse	de	la	integración
de	los	torrentes	de	soldados	que	regresaban	a	integrarse	en	el	proceso	económico.	Y	por	las
tardes	 trabajaba	en	 la	comisión	de	 socialización.	“Nuestra	 tarea	era	 improvisar	con	 todo	 lo
utilizable	 tan	 rápidamente	 y	 de	 forma	 tan	 adaptada	 como	 fuera	 posible,	 de	manera	 que	 las
masas	se	tranquilizaran,	que	a	los	industriales	se	les	diera	la	capacidad	de	producir,	y	que	se
solucionaran	las	dificultades	de	organización.”1	Los	partidos	socialistas,	que	se	imaginaban	el
socialismo	 como	 consecuencia	 de	 un	 capitalismo	 más	 que	 maduro,	 que	 no	 habría	 de	 ser
producido	a	través	de	un	fantaseo	de	“recetas	de	la	cocina	del	futuro”	(Kautsky),	carecían	en
1918,	 habiendo	 llegado	 repentinamente	 al	 poder,	 de	 ideas	 concretas	 respecto	 a	 un	 orden
económico	 socialista.	 La	 palabra	 “socialización”	 estaba	 en	 boca	 de	 todos	 después	 de	 la
Revolución	de	noviembre,	pero	como	un	lema	ambiguo,	que	incluso	un	derechista	como	Alfred
Hugenberg	se	había	apropiado,	cuando	calificó	en	agosto	de	1919	en	el	Süddeutschen	Zeitung
la	 participación	 de	 los	 trabajadores	 en	 las	 ganancias	 y	 en	 los	 negocios	 que	 él	 estaba
propagando	 de	 antisocialista,	 pero	 estaba	 dispuesto	 a	 llamar	 “socialización”	 tal	 cosa	 “para
dejarles	a	los	involucrados	una	palabra	a	la	que	le	habían	tomado	cariño”.2	En	esta	situación,
Wilbrandt	 era	 de	 los	 pocos	 que	 intentaban	 tomar	 en	 serio	 la	 teoría	marxista	 en	 una	 praxis
adecuada	 a	 la	 situación.	 De	 ser	 el	 más	 marxista	 de	 los	 socialistas	 de	 cátedra,	 para	 cuyo
seminario	de	socialismo	se	había	tenido	que	usar	en	Tubinga,	antes	de	la	guerra,	el	salón	de
actos	de	la	universidad	debido	al	gran	interés	que	despertaba,	se	había	convertido	en	el	mayor
de	los	jóvenes	marxistas	o	“socialistas	prácticos”	que	en	su	folleto	aparecido	a	principios	de
1919	¿Son	los	socialistas	suficientemente	socialistas?,	se	lamentaba	de	la	siguiente	manera:
Prescindo	de	la	burguesía,	para	la	cual	amenazo	con	convertirme	en	un	espanto,	y	de	los	“amigos	de	la	patria”,	que	en	la
miseria	de	la	patria	aman	solamente	la	desesperación,	pero	no	el	trabajo	edificante.	Me	dirijo	solamente	a	los	socialistas.	Sí,
ustedes	 son	 fieles,	 ustedes	 son	 fieles	 a	 la	 profecía,	 por	 ello	 esperan	 la	 maduración.	 Por	 eso,	 ustedes	 hablan	 de	 las
“empresas	 maduras	 para	 la	 socialización”.	 ¡En	 lugar	 de	 confiar	 en	 ustedes	 mismos,	 y	 creer	 que	 son	 suficientemente
maduros	para	hacerlas	madurar!	En	lugar	precisamente	de	cocer	los	inmaduros	frutos	en	el	perol	de	la	economía	común
como	 lo	 hiciera	 el	 socialismo	 práctico,	 el	 socialismo	 de	 las	 cooperativas	 y	 las	 comunas	 con	 el	 mayor	 éxito	 (con	 las
panaderías	 y	 mataderos!).	 Y	 en	 lugar	 de	 encontrar	 la	 forma	 ustedes	mismos,	 a	 pesar	 de	Marx	 y	 Hegel,	 que	 nos	 han
prohibido	la	invención	[...]
Solamente	la	socialización,	la	transición	planificada	y	comenzada	oportunamente,	hacia	el	Estado	socialista,	es	capaz
de	evitar	una	situación	en	la	que	una	cosa	(la	empresa	capitalista)	se	haya	ya	terminado,	y	la	otra	(la	empresa	socialista)	no
exista	 todavía.	 Conservación	 de	 las	 empresas,	 transición	 hacia	 una	 forma	 socialista	 de	 conducción	 que	 fomente	 la
colaboración	y	de	un	espaciopara	la	cogestión,	aclaración	de	la	situación;	las	utilidades	canalizándose	a	la	mayoría	y	a	los
trabajadores	en	la	empresa,	es	decir,	interesándolos,	y	obligándolos,	respecto	a	sí	mismos	y	a	la	mayoría,	al	trabajo,	y	a
restringirse	a	lo	posible	desde	dentro,	ésta	es	la	exigencia	del	día.
Si	no	se	hace	esto,	el	“bolchevismo”	lo	hará	por	otros	medios.	Revolverá	pasiones	y	creará	artificialmente	un	ejército
de	 desempleados	 [...]	 Él	 exige	 explícita	 y	 constantemente	 huelgas,	 piensa	 en	 obligar	 a	 hacer	 algo	 nuevo,	 haciendo
imposible	lo	viejo.3
De	qué	forma	tan	poco	seria	se	tomaba	el	gobierno	el	cumplimiento	de	la	exigencia	popular	de
la	 “socialización”,	 qué	 poco	 estaba	 dispuesto	 a	 llevar	 a	 cabo	 las	 reformas	 económicas	 que
solamente	 deberían	 quitar	 el	 viento	 de	 las	 velas	 de	 las	 exigencias	 radicales	 mediante
concesiones	 simbólicas,	 quedó	 demostrado	 por	 el	 destino	 que	 tuvo	 “la	 comisión	 de
socialización”.	 El	 consejo	 de	 los	 diputados	 del	 pueblo,	 compuesto	 por	 representantes	 del
Sozialdemokratische	 Partei	 Deutschlands	 (SPD)	 [Partido	 Socialdemócrata	 Alemán]	 y	 del
Unabhängige	 Sozialdemokratische	 Partei	 Deutschlands	 (USPD)	 [Partido	 Socialdemócrata
Independiente	Alemán],	le	había	concedido	solamente	una	función	consultiva	y	le	había	dotado
de	representantes	de	diferentes	tendencias.	Dos	miembros	del	USPD	pertenecían	a	él,	a	saber
Rudolf	 Hilferding	 y	 Karl	 Kautsky,	 el	 cual	 tenía	 la	 presidencia;	 dos	 miembros	 del	 SPD,	 un
miembro	de	los	sindicatos,	reformistas	sociales	burgueses,	y	algunos	académicos	socialistas:
además	de	Wilbrandt,	el	profesor	berlinés	de	economía	nacional	Karl	Ballod,	el	docente	no
titular	de	Heidelberg	Emil	Lederer,	y	el	profesor	de	Graz	Josef	Schumpeter.	El	programa	de	la
comisión	era	modesto.	La	socialización	de	los	medios	de	producción,	se	afirmaba,	sólo	podía
llevarse	a	cabo	“en	una	estructuración	orgánica	de	 larga	duración”.	Tendría	que	comenzarse
con	aquellos	 sectores	de	 la	economía	nacional	“en	 los	cuales	 se	han	 formado	 relaciones	de
dominio	capitalistas	monopólicas”.4	Pero	incluso	la	actividad	de	la	comisión	que	permanecía
en	 este	marco	 fue	 saboteada	 por	 la	 burocracia.	 Los	 dictámenes	 y	 proyectos	 de	 ley	 para	 la
socialización	de	la	minería	del	carbón,	para	la	constitución	de	comunas,	para	la	estatización
de	la	pesca	y	del	sector	de	seguros,	no	solamente	no	fueron	publicadas,	sino	que	el	Ministerio
de	Economía	del	Reich	intentó	también	modificarlas.	Como	respuesta	a	esto,	los	miembros	de
esta	Comisión	de	Socialización	renunciaron	a	sus	cargos	con	una	protesta	por	escrito	en	contra
de	la	actitud	del	gobierno.	Wilbrandt	regresó	resignado	a	su	cátedra	de	Tubinga.
Aquí	se	encontraba	entre	sus	oyentes,	en	el	semestre	del	verano	de	1919,	Felix	Weil.	El
estudiante	 de	 ciencias	 sociales	 y	 de	 economía	 de	 21	 años,	 proveniente	 de	 una	 familia
adinerada	que	en	 los	días	de	 la	Revolución	de	noviembre	se	había	puesto	a	disposición	del
Consejo	 de	 Obreros	 y	 Soldados	 de	 Fráncfort,	 como	 su	 estudiante	 protegido,	 había	 llegado
especialmente	a	Tubinga	para	escuchar	al	profesor	socialista.	Él	escribió	un	ensayo	sobre	la
Wesen	und	Wege	der	Sozialisierung	[Esencia	y	vías	de	la	socialización]	que	fue	publicado	en
el	Consejo	Obrero	de	Berlín.	Por	 sugerencia	de	Wilbrandt,	 este	 trabajo	 se	 convirtió	 en	una
tesis	doctoral,	con	la	cual	Weil	—encarcelado	por	un	tiempo	debido	a	actividades	socialistas
en	 octubre	 de	 1919,	 y	 excluido	 luego	 de	 la	 Universidad	 de	 Tubinga	 y	 expulsado	 de
Württemberg—	 realizó	 su	 doctorado	 en	 1920	 en	 Fráncfort.	 Este	 trabajo	—Sozialisierung.
Versuch	 einer	 begrifflichen	 Grundlegung	 nebst	 einer	 Kritik	 der	 Sozialisierungspläne
[Socialización,	intento	de	una	fundamentación	conceptual,	además	de	una	crítica	de	los	planes
de	 socialización]—,	apareció	en	1921	como	el	 séptimo	y	último	 tomo	de	 la	 serie	de	 libros
Praktischer	 Sozialismus	 [Socialismo	 práctico],	 publicada	 por	 el	 docente	 no	 titular	 Karl
Korsch,	de	Jena.	Esta	serie	la	había	iniciado	Korsch,	que	había	sido	asistente	de	Wilbrandt	en
la	Comisión	de	Socialización,	con	su	escrito	propio	Programm	des	praktischen	Sozialismus
[Programa	 de	 socialismo	 práctico],	 que	 había	 aparecido	 con	 el	 título	 de	 Was	 ist
Sozialisierung?	 [¿Qué	 es	 la	 socialización?].	 Con	 esta	 serie	 de	 escritos	 se	 proponía
proporcionar	 a	 aquellos	 “que	 tuvieran	 talento	 espiritual”	 una	 verdadera	 comprensión	 de	 la
esencia	 del	 socialismo,	 y	 el	 interés	 por	 participar	 en	 la	 organización	 de	 los	 proyectos
socialistas	concretos,	 según	el	modelo	de	 los	 folletos	de	 la	 Ilustración	de	 la	Fabian	Society
inglesa,	 a	 cuya	 organización	 juvenil	 había	 pertenecido	 él	 antes	 de	 la	 guerra	 durante	 una
estancia	de	dos	años	en	Inglaterra.
Una	definida	y	 rápida	 realización	de	una	decidida	 socialización,	o	una	clara	 renuncia	 a
todos	los	esfuerzos	en	esa	dirección:	éste	era	el	tenor	de	la	tesis	doctoral	de	Felix	Weil.	“Una
cosa	 es	 segura”,	 sostenía,	 “las	 cosas	 ya	 no	 van	 a	 seguir	 siendo	 como	 ahora,	 donde	 el
empresario	libre	es	intimidado	por	las	huelgas,	los	altos	salarios,	los	impuestos,	los	comités
de	empresa,	 la	desconfianza	mutua	y	el	 temor	de	 la	 socialización,	y	no	puede	emprender	 su
tarea	con	audacia,	donde	la	vida	económica	alemana	está	marchitándose.”
“¿Regresar	a	la	economía	libre,	o	hacia	adelante,	hacia	el	socialismo?	Ésta	es	la	cuestión.
Pero	decidirla	no	es	tarea	de	este	tratado”.5
Esto	no	solamente	era	una	concesión	estratégica	—a	fin	de	cuentas,	con	este	trabajo	Weil
quería	hacer	su	doctorado	con	profesores	que	no	tenían	nada	de	socialistas—,	también	tenía	un
sentido	existencial.	Daba	testimonio	del	conflicto	entre	la	posición	empresarial	del	padre	y	las
simpatías	socialistas	del	hijo,	de	un	conflicto	que	se	daba	más	bien	en	las	familias	de	la	gran
burguesía	judía	que	en	la	no	judía,	pero	que	no	era	tan	agudo	como	para	que	el	hijo	rompiera	a
cualquier	 precio	 con	 el	mundo	 del	 padre.	 A	 un	 judío,	 la	 riqueza	 tenía	 que	 parecerle	 como
fuente	 del	 resentimiento	 antisemita	 al	 igual	 que	 una	 protección,	 como	 un	 impulso	 para	 la
identificación	 con	 las	 posiciones	 anticapitalistas	 al	 igual	 que	 como	 algo	 que	 solamente	 se
podía	 abandonar	 cuando	 se	 estuviera	 seguro	de	un	 futuro	que	ya	no	hiciera	 necesaria	 dicha
protección.	Por	dar	un	 ejemplo:	 el	 gobernador	de	Baviera,	Kurt	Eisner,	 asesinado	en	1919,
todavía	seguía	siendo	difamado	constantemente	por	 la	prensa	como	“galiciano”	y	“judío	del
Este”,	como	“extranjero”,	como	“Salomon	Kosmanowsky,	de	Lemberg”.
¿Regresar	 a	 la	 economía	 libre	o	 ir	hacia	adelante,	hacia	el	 socialismo?:	esto	 tenía	para
Weil	un	sentido	muy	especial.	Por	un	 lado,	era	el	hijo	de	un	empresario	muy	exitoso	en	 los
negocios.	Su	padre,	Hermann	Weil,	que	provenía	de	una	familia	de	comerciantes	judíos	de	la
provincia	de	Baden,	se	había	ido	a	Argentina	en	1890,	a	los	22	años,	como	empleado	de	una
empresa	vendedora	de	cereales	de	Ámsterdam.	En	1898	ya	se	había	independizado	y	en	poco
tiempo	 había	 logrado	 hacer	 de	 su	 empresa	 una	 de	 las	 más	 grandes	 comercializadoras	 de
cereales	 de	 Argentina,	 convertida	 en	 una	 empresa	 mundial,	 con	 facturaciones	 de	 varios
millones,	que	dirigía	junto	con	dos	hermanos.	En	1908,	el	multimillonario	había	regresado	a
Alemania	debido	a	una	parálisis	progresiva,	y	se	había	establecido	en	Fráncfort	—donde	Paul
Ehrlich	y	Sajachiro	Hata	 inventaron	en	1909	el	Salvarsan,	como	medicamento	para	curar	 la
sífilis—	 con	 su	 esposa,	 su	 hija	 y	 su	 hijo	 (precisamente	 Felix,	 nacido	 en	 1898	 en	 Buenos
Aires).	Ampliando	todavía	más	sus	actividades	capitalistas	con	especulaciones	en	terrenos	y
comercio	de	carne,	Hermann	Weil	vivió	en	Fráncfort	hasta	su	muerte	en	el	año	de	1927.6
Durante	 la	Guerra	Mundial,	Hermann	Weil	había	 intentado	hacer	méritos	 en	 favor	de	 la
causa	 nacional.	 Aprovechó	 sus	 experiencias	 de	 muchosaños	 y	 sus	 relaciones	 para	 la
observación	de	los	mercados	mundiales	y	de	cereales,	y	la	situación	de	la	alimentación	de	las
grandes	 potencias	 en	 guerra,	 y	mandó	 reportes	 al	 respecto	 a	 las	 instancias	 del	 gobierno	 de
Berlín;	el	optimismo	 tan	 triunfalista	de	estas	presentaciones	 fue	del	agrado	de	Guillermo	 II.
Los	dictámenes	demasiado	optimistas	de	Weil	sobre	los	efectos	del	hundimiento	de	barcos	de
carga	que	transportaban	cereales	del	Entente	contribuyeron	a	alargar	 todavía	más	una	guerra
sin	 sentido.	Al	 final,	 el	 “padre	de	 la	 guerra	de	 los	 submarinos”	 apareció	 como	alguien	que
había	 jugado	un	papel	nefasto.	Pero	dado	que	 las	 relaciones	económicas	con	Argentina,	que
había	seguido	manteniendo	la	amistad	con	Alemania,	volvieron	a	restablecerse	de	inmediato
al	 final	de	 la	guerra,	y	el	negocio	de	 importaciones	de	Hermann	Weil	experimentó	un	nuevo
punto	 culminante,	 pudo	 ejercer	 ahora	 como	 un	 generoso	 mecenas	 de	 la	 Universidad	 de
Fráncfort	y	diversas	 instituciones	de	beneficencia,	y	finalmente	recibir	el	doctorado	honoris
causa	 de	 la	 Facultad	 de	 Ciencias	 Económicas	 y	 Sociales	 por	 la	 fundación	 del	 Institut	 für
Sozialforschung	(IFS)	[Instituto	de	Investigación	Social].
Como	hijo	de	tal	padre,	Felix	Weil	tenía	ante	sus	ojos	un	ejemplo	muy	contundente	de	los
éxitos	 de	 la	 libre	 empresa.	 Por	 otro	 lado,	 una	 vida	 de	 este	 tipo	 habría	 de	 parecerle	 poco
atractiva.	Él	y	su	hermana	habían	crecido	en	Buenos	Aires,	sin	que	su	padre	ni	su	madre	se
hubieran	tomado	tiempo	para	ellos.	En	lugar	de	eso,	habían	sido	educados	por	una	institutriz	y
otros	 empleados.	 En	 Fráncfort,	 Felix	 Weil	 había	 vivido	 primero	 en	 casa	 de	 su	 abuela	 y
después	en	un	hotel	con	la	familia	hasta	que	se	terminó	de	construir	la	residencia	del	padre.
Tal	vez,	debido	a	un	cierto	sentimiento	de	culpa	por	la	infancia	y	la	juventud	de	su	hijo	carente
de	 amor,	 el	 padre	 no	 presionó	 para	 que	 siguiera	 la	 carrera	 de	 empresario	 o	 alguna	 otra
profesión	 para	 ganar	 dinero.	 Felix	Weil	 no	 se	 convirtió	 ni	 en	 empresario,	 ni	 en	 científico
propiamente	dicho;	 tampoco	en	artista,	 sino	en	un	mecenas	de	 izquierda	—ya	después	de	 la
muerte	de	su	madre	en	1913	había	heredado	un	millón	de	pesos	oro,	como	lo	comenta	Weil	en
sus	 “Recuerdos”,	 que	 quedaron	 incompletos	 (citado	 varias	 veces	 en	 Eisenbach)—	 y	 en	 un
trabajador	ocasional	de	las	cuestiones	científicas.	Weil	formaba	parte	de	ese	grupo	de	jóvenes
que,	 politizados	 por	 el	 resultado	 de	 la	 guerra	 y	 la	 Revolución	 de	 noviembre,	 estaban
convencidos	de	la	superioridad	del	socialismo	como	forma	económica	y	de	la	posibilidad	de
realizarlo,	y	se	dedicaban	al	estudio	de	las	teorías	socialistas	para	poder	asumir	lo	más	pronto
posible	—preparados	de	esta	manera—	una	posición	dirigente	en	el	movimiento	obrero	o	en
el	 orden	 social	 socialista,	 pero	 él	 se	 dedicaba	 a	 este	 objetivo	 manteniendo	 una	 cierta
distancia.	Como	“bolchevique	de	 salón”	colaboró	en	 los	 años	veinte	 en	 la	periferia	del	 ala
derecha	del	Kommunistische	Partei	Deutschlands	(KPD)	[Partido	Comunista	Alemán].	Nunca
se	afilió	al	partido,	aunque	 tenía	una	estrecha	amistad	con	Clara	Zetkin	y	Paul	Frölich,	y	se
había	casado	con	la	hija	de	un	viejo	socialista	y	buena	amiga	de	Zetkin.	Él	financió	en	buena
parte	 la	 editorial	Malik,	 de	Berlín,	 en	 la	 cual	 fueron	publicadas,	 entre	 otras	 obras,	 también
Geschichte	 und	 Klassenbewußtsein	 [Historia	 y	 conciencia	 de	 clase],	 de	 Georg	 Lukács.
También	ayudó	al	artista	de	 izquierda	Georg	Grosz,	y	el	primer	gesto	de	apoyo	consistió	en
que	en	los	años	veinte,	cuando	en	Alemania	había	una	gran	necesidad	económica,	y	aunque	no
lo	conocía	en	absoluto	personalmente,	les	financió	a	Grosz	y	a	su	mujer	un	viaje	a	Italia	y	los
alojó	 de	 manera	 por	 demás	 generosa	 en	 el	 Castello	 Brown,	 en	 Portofino,	 el	 cual	 había
alquilado.	O	 también,	 ayudó	 a	 Ernst	Meyer,	 el	 antiguo	 líder	 del	KPD,	 caído	 en	 desgracia	 y
enfermo,	 y	 a	 su	 mujer	 igualmente	 enferma,	 a	 través	 del	 financiamiento	 de	 una	 estancia	 de
reposo	de	larga	duración.
Pero,	sobre	todo,	intentaba	hacer	algo	por	la	teoría	marxista.	También	esto	significaba	un
contacto	periférico	con	el	KPD.	En	su	fase	 temprana,	este	partido	 todavía	no	estaba	definido
por	 los	 intereses	de	 la	Unión	Soviética	y	 la	vía	bolchevique	hacia	el	socialismo.	El	KPD	 se
había	desarrollado	a	partir	de	una	corriente	de	izquierda	de	la	socialdemocracia	alemana,	y	—
a	 diferencia	 de	 otros	 partidos	 comunistas—	 podía	 mirar	 retrospectivamente	 hacia	 unos
orígenes	 que	 eran	 independientes	 de	 la	 Revolución	 rusa.	 Cuando	 se	 llevó	 a	 cabo	 una
conferencia	a	nivel	del	Reich	de	la	Liga	Espartaco,	poco	antes	de	la	fusión	de	la	Liga	y	 los
Comunistas	Internacionales	de	Alemania	(los	radicales	de	izquierda	de	Bremen)	con	el	KPD,	a
fines	de	1918	y	principios	de	1919	en	Berlín,	Rosa	Luxemburgo	y	Leo	Jogiches	abogaron	por
el	nombre	de	“Partido	Socialista”.	En	su	opinión,	esto	era	recomendable,	en	vista	de	la	tarea
del	nuevo	partido	“de	lograr	la	vinculación	entre	los	revolucionarios	del	Este	y	los	socialistas
de	Europa	Occidental”	y	en	vista	de	la	necesidad	de	ganarse	primero	a	las	masas	de	Europa
Occidental	para	sus	propios	objetivos.	Pero	ya	desde	el	congreso	fundacional	predominaban
los	 ultraizquierdistas	 y	 un	 utopismo	 radical.	 Desde	 el	 principio	 existió	 para	 el	 KPD	 el
problema	de	que	recibía	adeptos	sobre	todo	de	grupos	marginales	de	los	obreros	fuera	de	las
organizaciones	obreras	establecidas,	que	si	bien	estaban	llenos	de	energía	y	ganas	de	realizar
acciones,	no	tenían	una	experiencia	política.
El	hecho	de	que	en	marzo	de	1921	el	KPD	tomara	como	motivo	acciones	de	resistencia	del
personal	 de	 ciertas	 empresas	 en	 contra	 del	 desarme	 por	 parte	 de	 la	 policía	 de	 seguridad
prusiana	para	convocar	a	una	huelga	general	y	una	campaña	de	repartición	de	armas,	buscando
azuzar,	 a	 través	 de	 atentados	 con	 explosivos,	 a	 los	 obreros	 para	 que	 atacaran	 los	 propios
locales	 del	 partido,	 la	 Columna	 de	 la	Victoria,	 en	Berlín,	 etc.,	 con	 lo	 cual	 experimentó	 un
claro	fracaso,	podía	ser	condenado	como	golpismo	—al	igual	que	anteriormente	las	luchas	de
Berlín,	 en	 enero	 de	 1919,	 o	más	 tarde	 el	 “Octubre	 alemán”	 lamentablemente	 fracasado,	 en
1923—	 pero	 también	 podía	 ser	 considerado,	 precisamente	 por	 los	 jóvenes	 izquierdistas
impacientes,	como	una	prueba	de	la	disposición	para	la	acción	revolucionaria.	Por	otro	lado,
ciertas	 fases	de	 la	política	del	 frente	unificado,	es	decir,	 los	esfuerzos	por	colaborar	con	el
SPD	y	los	sindicatos,	pudieron	haber	despertado	la	impresión	de	una	capacidad	razonable	de
establecer	alianzas.	A	principios	de	los	años	veinte,	con	la	introducción	de	la	Nueva	Política
Económica	en	la	Unión	Soviética	y	con	la	implantación	de	un	modus	vivendi	con	los	estados
capitalistas,	 se	 sacaron	 las	 consecuencias	 de	 la	 ausencia	 de	 las	 revoluciones	 occidentales,
pero	 todavía	 se	 mantenían	 el	 periodo	 de	 crisis	 en	 Alemania	 y	 la	 esperanza	 de	 una
internacionalización	de	 la	revolución.	Cuando	la	“bolchevización”	del	partido	 todavía	no	se
había	 llevado	 a	 cabo,	 y	 aún	 parecía	 existir	 un	 espacio	 para	 las	 discusiones	 al	 interior	 del
partido	 y	 discusiones	 teóricas,	 hubo	 una	 serie	 de	 intentos	 de	 intelectuales	 socialistas	 para
volver	al	carácter	y	a	la	función	de	la	teoría	y	la	praxis	marxistas.
Entre	 ellas	 se	 contaba	 una	 “Marxistische	Arbeitswoche	 [Semana	 de	Trabajo	Marxista]”
que	se	llevó	a	cabo	en	la	semana	de	Pentecostés	de	1923	en	un	hotel	de	Geraberg,	cerca	de
Ilmenau,	al	suroeste	de	Weimar,	al	pie	del	Bosque	de	Turingia.	Sus	 iniciadores	fueron	Felix
Weil,	que	era	quien	financiaba	la	empresa,	y	Karl	Korsch,	que	había	organizado	“Academias
de	 Verano”	 ya	 en	 años	 anteriores	 en	 Turingia.7	 Entre	 los	 poco	 menos	 de	 dos	 docenas	 de
participantes	 se	 encontraban,	 además	 de	 los	 iniciadoresy	 sus	 esposas,	 entre	 otros,	 Georg
Lukács,	Karl	August	y	Rose	Wittfogel,	Friedrich	Pollock,	Julian	y	Hede	Gumperz,	Richard	y
Christiane	 Sorge,	 Eduard	 Alexander	 y	 Kuzuo	 Fukumoto.	 Eran	 todos	 intelectuales,	 en	 su
mayoría	doctores.	Y	casi	 todos	eran	colaboradores	del	Partido	Comunista.	Excepto	Korsch,
Lukács	 y	Alexander,	 todos	 eran	menores	 de	 30	 años.	Los	 puntos	 de	 partida	 de	 la	 discusión
fueron	—las	 informaciones	 escasas	 y	 poco	 uniformes	 de	 los	 participantes	 obligan	 a	 hacer
conjeturas—	probablemente	sobre	todo	ponencias	de	Korsch	y	Lukács	sobre	los	temas	de	sus
libros	que	habían	aparecido	en	el	 año	del	 encuentro.	Korsch,	partiendo	de	concepciones	de
socialización	 democrático-radicales,	 y	 Lukács,	 partiendo	 de	 la	 idea	 de	 una	 cultura	 que
hubieran	 hecho	 suya	 muy	 a	 fondo	 todos	 los	 miembros	 de	 la	 sociedad,	 coincidieron	 en	 la
esperanza	de	un	proletariado	que	actuara	consciente	de	sí	mismo,	que	no	viera	el	mundo	desde
un	 kautskyanismo	 creyente	 en	 la	 evolución,	 o	 de	 un	 reformismo	 que	 partiera	 de	 la
impredecible	persistencia	del	capitalismo,	sino	desde	la	perspectiva	de	una	concepción	de	la
historia	materialista	llena	del	espíritu	dialéctico	de	la	filosofía	de	Hegel.	La	cita	de	Marx	al
final	del	libro	de	Korsch,	Marxismo	y	filosofía:	“Ustedes	no	pueden	superar	 la	filosofía	sin
realizarla”	tenía	en	la	situación	de	entonces	un	sentido	muy	concreto.	No	podía	tratarse	de	que
se	 les	 quitara	 su	 intelectualidad	 a	 los	 intelectuales,	 más	 bien	 lo	 que	 había	 que	 hacer	 era
proporcionársela	a	los	obreros.	“Educación	y	ascenso	de	los	dotados	de	talento,	y	división	del
trabajo”,	se	tomó	en	cuenta	como	tema	para	una	segunda	“semana	de	trabajo	marxista”.
El	encuentro	de	 intelectuales	de	Geraberg,	que	no	se	 llevó	a	cabo	en	un	marco	del	KPD,
sino	de	alguna	manera	en	una	zona	marginal	del	movimiento	comunista,	permitió	vislumbrar
las	 dificultades	 que	 se	 presentarían	 para	 la	 relación	 entre	 los	 intelectuales	 socialistas	 y	 los
comunistas	organizados	en	caso	de	que	la	disposición	para	la	revolución	se	convirtiera	en	un
estado	permanente,	y	un	partido	de	 revolucionarios	profesionales	mirara	con	desconfianza	a
•
las	masas	que	él	representaba,	y	sobre	todo	a	los	miembros	autocríticos	del	campo	opuesto.
En	el	momento	del	encuentro	en	Geraberg,	todo	parecía	todavía	posible.	Korsch,	desde	mayo
de	1920	profesor	 asociado	en	 Jena,	y	desde	diciembre	del	mismo	año	miembro	del	partido
comunista,	era	un	ejemplo	del	raro	intento	de	mostrar	una	actitud	abiertamente	revolucionaria
como	intelectual	académico.	Lukács,	que	no	había	tenido	éxito	en	diversos	intentos	de	lograr
su	habilitación	docente,	desde	diciembre	de	1918	miembro	del	Partido	Comunista	Húngaro,8
ofrecía	 a	 la	 inversa	 la	 imagen	 del	 funcionario	 del	 Partido	 Comunista	 que	 insistía	 en	 la
utilización	 y	 reconocimiento	 de	 sus	 capacidades	 intelectuales.	 Richard	 Sorge,	miembro	 del
Partido	Comunista	que	actuaba	en	la	clandestinidad,	y	asistente	del	profesor	de	economía	Kurt
Albert	Gerlach,	 ya	 era	 un	 comunista	 de	 partido	 cuya	 actividad	 intelectual	 solamente	 servía
para	ocultar	el	trabajo	partidista.
Casi	 la	mitad	 de	 los	 participantes	 en	 la	Semana	 de	Trabajo	Marxista	 tuvo	 que	 ver	más
tarde,	de	una	u	otra	forma,	con	el	Institut	für	Sozialforschung.	En	realidad,	en	este	encuentro	se
trataba	 evidentemente	de	 algo	 así	 como	“el	primer	 seminario	 sobre	 teoría”	 (Buckmiller)	 de
este	 instituto,	 la	 empresa	más	asombrosa	y	 con	más	consecuencias	del	mecenas	 izquierdista
Felix	Weil.
La	necesidad	de	Weil	de	una	institucionalización	en	la	discusión	marxista,	más	allá	de	las
limitaciones	del	quehacer	científico	burgués	y	la	estrechez	de	miras	ideológicas	de	un	partido
comunista,	 se	 encontró	 con	 proyectos	 de	 reforma	 del	 amigo	 de	Richard	 Sorge,	Kurt	Albert
Gerlach,	el	cual	era	uno	de	aquellos	intelectuales	académicos	para	los	cuales	la	libertad	de	la
ciencia	y	el	 interés	práctico	en	 la	eliminación	 radical	de	 la	miseria	y	 la	 represión	eran	dos
cosas	que	 iban	 juntas.	Gerlach,	nacido	en	1886	en	Hannover,	hijo	de	un	director	de	fábrica,
había	 recibido	 la	habilitación	docente	 en	Leipzig	 en	1913	después	de	una	 larga	 estancia	 en
Inglaterra,	 donde	 la	 Fabian	 Society	 lo	 había	 impresionado	 de	 manera	 permanente,	 con	 un
trabajo	sobre	Die	Bedeutung	des	Arbeiterinnenschutzes	 [El	 significado	de	 la	protección	de
las	obreras].	Después,	durante	varios	años	había	sido	colaborador	del	Instituto	de	Kiel	para	la
Economía	Mundial	y	el	Tráfico	Marítimo,	que	durante	la	guerra	se	había	puesto	al	servicio	de
la	 resolución	 de	 problemas	 de	 la	 economía	 bélica.	 Entre	 otros,	 había	 sido	 apoyado	 por	 el
padre	 de	 Felix	 Weil	 con	 donaciones	 de	 dinero	 y	 con	 reportes	 de	 artículos.	 Desde	 1918,
Gerlach,	 que	 se	 había	 convertido	 en	 un	 socialdemócrata	 de	 izquierda,	 había	 reunido
estudiantes	 en	 su	 casa	 para	 realizar	 discusiones	 sobre	 teorías	 socialistas.	 En	 1920,	 ya
convertido	entretanto	en	profesor	numerario	de	economía	en	Aachen,	era	el	más	joven	y	más
radical	dictaminador	en	una	encuesta	a	expertos	llevada	a	cabo	por	encargo	de	la	Asociación
de	 Política	 Social	 sobre	 la	 reforma	 de	 los	 estudios	 de	 las	 Ciencias	 del	 Estado.	 En	 1922
recibió	 un	 llamado	 de	 la	 Universidad	 de	 Fráncfort	 y,	 al	 mismo	 tiempo,	 la	 oportunidad	 de
construir,	junto	con	Felix	Weil,	un	instituto	dedicado	al	socialismo	científico.
La	 constelación	 inicial	 para	 el	 proyecto	 de	 Gerlach	 y	 Weil	 era	 lo	 más	 favorable	 que
pudiera	imaginarse:
	
un	 padre	 rico	 que	 quería	 entrar	 en	 la	 historia	 de	 la	 ciudad	 como	 benefactor	 y
especulaba	con	obtener	el	doctorado	honoris	causa,	que	ya	había	 llevado	a	cabo	en
•
•
•
1920	un	intento	fallido	de	hacer	una	fundación	para	promover	—como	lo	decían	sus
estatutos—	“la	 investigación	y	 la	docencia	en	el	 campo	de	 las	ciencias	 sociales,	 en
especial	 del	 derecho	 laboral	 y	 de	 la	 constitución	 laboral”,	 para	 promover	 los
institutos	de	ciencias	sociales,	y	a	estudiantes	capacitados	y	jóvenes	eruditos	que	“se
esfuercen	por	aclarar	científicamente	 los	problemas	sociales	en	el	 sentido	de	 la	paz
social”,	 y	 el	 cual,	 ya	 fuera	más	 por	 una	mala	 conciencia	 y	 un	 interés	 en	 la	 carrera
académica	de	su	hijo,	que	a	fin	de	cuentas	simpatizaba	con	el	marxismo,	o	más	con	la
esperanza	de	fomentar	las	relaciones	comerciales	de	su	empresa	con	la	Ucrania	de	la
Rusia	Soviética	(como	afirma	una	reflexión	de	Peter	von	Haselberg),	estaba	dispuesto
incluso	a	financiar	un	instituto	de	ciencias	sociales	de	tendencia	izquierdista	según	el
modelo	del	Instituto	Marx-Engels,	de	Moscú;
una	 ciudad	 con	 la	 más	 grande	 proporción	 porcentual	 de	 población	 judía	 entre	 las
ciudades	alemanas,	y	la	comunidad	judía	más	famosa	y	la	segunda	más	grande	después
de	 la	 de	 Berlín;	 una	 ciudad	 en	 la	 cual	 el	 mecenazgo	 de	 la	 gran	 burguesía	 era
especialmente	 destacado,	 e	 iba	 dirigido	 preferentemente	 a	 las	 instituciones
pedagógicas	de	orientación	social,	y	político-social	o	económico-social,	y	en	la	cual
la	 universidad,	 dependiente	 de	 una	 fundación,	 inaugurada	 antes	 del	 estallido	 de	 la
primera	Guerra	Mundial,	tenía	en	lugar	de	la	habitual	facultad	de	teología	una	facultad
de	 ciencias	 económicas	 y	 sociales.	 Una	 ciudad	 en	 la	 cual	 la	 proporción	 de	 los
simpatizantes	burgueses	del	socialismo	y	del	comunismo	era	inusualmente	alta,	y	en	la
cual	el	mundo	del	salón	y	del	café	formaba	una	zona	gris	de	la	vida	burguesa	liberal,
en	 la	 cual	 era	 difícil	 distinguir	 entre	 el	 distanciamiento	 comprometido	 y	 no
comprometido	respecto	a	la	propia	clase;
un	ministerio	de	cultura	dominado	por	la	socialdemocracia,	el	cual,	interesado	en	una
reforma	de	las	universidades	rebeldes,	gustaba	de	apoyar	lo	que	prometía	fomentar	la
orientación	social	de	las	escuelas	superiores;
un	profesor	socialista	de	izquierda	que	había	recopilado	experienciasen	el	Instituto	de
Kiel	 para	 la	 Economía	Mundial	 y	 el	 Tráfico	Marítimo,	 fundado	 en	 1911,	 el	 primer
instituto	de	Alemania	en	el	campo	de	las	ciencias	económicas	y	sociales,	que	creía	en
la	posibilidad	de	 la	 ampliación	de	 la	 investigación	y	 la	docencia	 socialistas	 en	una
escuela	superior	reformada,	y	había	hecho	ya	 los	primeros	bosquejos	para	el	campo
de	su	propia	especialidad.
	
En	la	realización	de	su	proyecto,	Weil	y	Gerlach	procedieron	a	lo	largo	de	dos	vías.	Antes	de
hacer	contacto	con	la	universidad,	se	entendieron	con	el	Ministerio	Prusiano	de	Ciencia,	Arte
y	 Educación	 Pública	 en	 Berlín.	 Allí,	 Weil,	 si	 seguimos	 su	 propio	 testimonio,	 presentó
abiertamente	 sus	 planes,	 a	 diferencia	 de	 lo	 que	 había	 hecho	 en	 las	 negociaciones	 con	 la
universidad.	“El	Señor	Consejero	Privado	Wende...	podrá	confirmar”,	escribe	Weil	en	la	carta
al	ministerio	a	finales	de	los	años	veinte,	cuando	se	dieron	algunas	discusiones	por	la	elección
del	sucesor	del	director	del	instituto,	Carl	Grünberg,	que	había	enfermado,
[...]	 que	 desde	mis	 primeras	 conversaciones	 con	 él	 le	 expliqué	 que	 nosotros	 (mi	 difunto	 amigo,	 el	 profesor	Kurt	Albert
Gerlach,	y	yo)	teníamos	la	intención	de	fundar	un	instituto	que	habría	de	servir	sobre	todo	al	estudio	y	la	profundización	del
marxismo	científico	[...]	Cuando	vimos	qué	favorables	condiciones	de	trabajo	se	les	concedían	a	la	mayoría	de	las	ciencias,
incluso	a	las	ramas	de	la	ciencia	que	hasta	entonces	no	se	habían	considerado	dignas	de	ser	aceptadas	en	las	universidades
(administración	 de	 empresas,	 sociología,	 etc.),	 entonces	 se	 nos	 impuso	 la	 idea	 de	 que	 el	 estudio	 del	marxismo	 podría	 y
tendría	que	ser	apoyado	de	manera	semejante.	Nuestros	esfuerzos,	que	fueron	apoyados	por	una	intercesión	de	mi	difunto
amigo,	el	ministro	retirado	Konrad	Haenisch	(él	fue	el	primer	ministro	de	cultura	socialdemócrata	de	Prusia	que	propagó
reformas	radicales,	y	que	solamente	estuvo	en	su	cargo	por	un	breve	tiempo,	R.	W.)	[...]	encontraron	toda	la	comprensión
del	ministerio:	éste	incluso	aceleró	las	negociaciones	[...]9
En	cambio,	en	el	memorándum	de	Gerlach,	que	constituyó	la	base	de	las	negociaciones	con	la
universidad,	se	hablaba	de	marxismo	solamente	de	manera	marginal.
Actualmente,	apenas	encontraríamos	a	alguien	que	pudiera	cerrar	los	ojos	ante	el	hecho	de	la	importancia	tanto	científica
como	práctica	que	tiene	el	conocimiento	y	el	reconocimiento	de	la	vida	social	en	 toda	su	amplitud.	Ese	enorme	tejido	de
efectos	recíprocos	entre	la	base	económica	y	los	factores	político-jurídicos,	hasta	llegar	a	las	últimas	ramificaciones	de	la
vida	 espiritual	 en	 la	 comunidad	 y	 la	 sociedad.	 Recordemos	 solamente	 cuestiones	 como	 la	 vida	 sindical	 internacional,	 la
huelga,	el	sabotaje,	la	revolución	o	el	movimiento	salarial,	el	antisemitismo	como	problema	sociológico,	el	bolchevismo	y	el
marxismo,	el	partido	y	la	masa,	la	actitud	vital	de	las	capas	de	la	población,	el	empobrecimiento	de	Alemania.	Al	igual	que
el	teórico	no	puede	existir,	menos	que	nunca,	en	el	campo	de	las	ciencias	de	la	experiencia	sin	un	constante	contacto	con	la
pulsante	vida	de	 la	 realidad,	 se	ha	vuelto	 igualmente	 imposible	para	el	puramente	práctico	 tener	una	visión	general	de	 la
intrincada	red	de	todas	las	relaciones	económicas	y	sociales	sin	cultivar	el	pensamiento	y	sin	aprovechar	los	resultados	y
los	métodos	 científicos	 [...]	Las	 ciencias	 económicas	 y	 sociales,	 tras	 una	 disputa	 acerca	 de	 los	métodos	 que	 ha	 durado
varios	decenios,	pueden	haber	alcanzado	un	grado	de	desarrollo	en	el	cual,	cualquiera	que	sea	el	estado	del	problema	de	los
juicios	de	valor	finales	y	radicales,	se	han	logrado	por	lo	menos	condiciones	previas	y	posibilidades	de	un	cultivo	científico
en	el	que	se	puede	acceder	con	amplia	objetividad	a	la	investigación	de	la	vida	social.	Esto,	 tanto	más,	cuanto	que	no	es
una	toma	de	posición	de	ningún	tipo	en	cuanto	a	la	política	económica	o	social	la	que	determina	el	rumbo,	sino	por	principio
solamente	el	punto	de	vista	de	la	investigación.	Por	lo	demás,	actualmente	la	recopilación	de	materiales	y	de	hechos	es	una
tarea	que	ya	no	puede	ser	resuelta	sólo	por	un	individuo,	sino	que	solamente	es	posible	a	través	de	organizaciones	en	gran
escala.	También	 las	complejas	 situaciones	 sociales	exigen	 la	colaboración	 intelectual.	Un	 instituto	de	 investigación	 social
que	se	dedique	específicamente	a	estas	tareas	representa	por	lo	tanto	una	urgente	necesidad,	y	ayudaría	a	cubrir	un	vacío
que	existe	en	la	serie	de	los	institutos	ya	existentes.10
Para	 los	 colaboradores	del	Ministerio	de	Educación	Prusiano,	 el	 cambio	entre	 el	marxismo
científico	 y	 la	 investigación	 social	 de	 amplio	 alcance	 probablemente	 no	 era	 algo	 muy
emocionante.	El	marxismo	actualizado	en	el	sentido	de	una	ciencia	social	moderna	se	contaba
entre	lo	que	los	socialdemócratas,	que	eran	quienes	determinaban	casi	totalmente	en	los	años
veinte	la	política	en	Prusia,	a	la	cual	pertenecía	en	aquel	entonces	Fráncfort,	deseaban	para	las
universidades.	También	estaba	más	o	menos	de	acuerdo	con	esta	causa	Carl	Heinrich	Becker,
que	 en	 los	 años	 veinte	 trabajó	 continuamente	 como	 secretario	 de	 Estado	 o	 ministro	 en	 la
política	cultural	prusiana	y	alemana.	Becker,	que	no	era	él	mismo	socialdemócrata	y,	según	sus
propias	declaraciones,	había	sido	un	buen	monárquico	antes	de	la	época	de	Weimar,	pero	que
también	 era	 muy	 apreciado	 por	 los	 políticos	 socialdemócratas	 como	 un	 experto	 que	 se
ocupaba	de	realizar	reformas,	había	exigido	desde	1919	la	superación	de	la	especialización	y
la	introducción	de	nuevas	asignaturas	que	lograran	una	síntesis	en	las	universidades.	En	este
sentido,	había	destacado	sobre	 todo	a	 la	sociología,	porque	ésta	consiste	“solamente	en	una
síntesis”,	y	por	ello	es	un	importante	medio	de	educación.	“Las	cátedras	de	sociología	son	una
urgente	necesidad	para	todas	las	universidades.	Aquí	la	sociología	se	define	en	el	sentido	más
amplio	de	la	palabra,	incluyendo	la	política	científica	y	la	historia	política	contemporánea.”11
La	resistencia	de	los	profesores	especializados	establecidos,	algunos	de	los	cuales	intentaron
difamar	a	la	sociología	como	socialismo,	condujo	a	que	esta	ciencia,	polémica,	y	que	contaba
solamente	 con	 vagos	 contornos,	 cobrara	 una	 importancia,	 primeramente,	 sólo	 en	 el	 ámbito
educativo	 extrauniversitario,	 en	 las	 escuelas	 superiores	 populares	 y	 en	 las	 escuelas
especializadas.
Lo	que	fue	decisivo	para	que	Weil	y	Gerlach	tuvieran	éxito	en	su	proyecto	de	un	instituto
anexo	a	una	universidad,	pero	independiente	de	ella	y	directamente	supeditado	al	ministerio,
fue,	además	del	benevolente	apoyo	de	éste,	 la	generosidad	de	 la	 fundación	en	una	época	de
problemas	 económicos	 y	 restricciones	 financieras.	 Los	Weil	 estuvieron	 dispuestos	 a	 dar	 un
financiamiento	para	la	construcción	y	equipamiento	del	instituto,	a	pagar	una	cantidad	anual	de
120	000	marcos,	a	dejarle	los	pisos	bajos	a	la	Facultad	de	Ciencias	Económicas	y	Sociales,	y
más	 tarde,	 incluso	 estuvieron	 dispuestos	 a	 financiar	 la	 cátedra	 que	 tenía	 el	 director	 del
instituto	en	aquella	facultad.	La	misma	Facultad	de	Ciencias	Económicas	y	Sociales,	a	la	cual
no	le	gustaba	en	absoluto	el	nivel	de	independencia	del	instituto,	pues	sufría	tal	necesidad	de
espacio,	 debido	 al	 rápido	 crecimiento	de	 las	 cifras	 de	 estudiantes,	 tanto	que	 incluso	pronto
insistió	en	que	se	acelerara	el	establecimiento	del	instituto.	Los	adversarios	del	proyecto	del
instituto,	como	por	ejemplo	el	curador	de	la	universidad,	que	temían	que	se	hiciera	un	mal	uso
de	 las	 instalaciones	 para	 cuestiones	 de	 política	 partidista,	 solamente	 fueron	 capaces	 de
imponer	que	en	el	contrato	celebrado	entre	la	ciudad	y	la	Gesellschaft	für	Sozialforschung	se
incluyera	 la	 cláusula	 de	 que	 la	 utilización	 para	 otros	 objetivos	 diferentes	 a	 los	 de	 la
investigación	de	las	ciencias	sociales	solamente	se	permitiría	con	un	permisopor	escrito	del
magistrado.12
A	principios	del	año	1923	se	dio	la	autorización	ministerial	para	la	“fundación	del	Institut
für	Sozialforschung	en	la	Universidad	de	Fráncfort,	como	una	institución	científica	que	sirva	al
mismo	 tiempo	 para	 objetivos	 docentes	 de	 la	 universidad”.	 En	 marzo	 se	 comenzó	 con	 la
construcción.	 El	 instituto	 de	 Fráncfort	 fue	 el	 segundo	 de	 ciencias	 sociales	 después	 del
Forschungsinstitut	 für	 Sozialwissenschaften	 [Instituto	 de	 Investigación	 de	 Ciencias
Sociales],	 en	Colonia,	que	había	 iniciado	 su	 trabajo	 en	1919	 con	dos	de	 los	 departamentos
planeados:	 el	 Departamento	 de	 Sociología	 y	 el	 Departamento	 de	 Política	 Social.	 La
organización	 del	 instituto,	 una	 institución	 de	 la	 ciudad	 de	 Colonia,	 se	 le	 había	 confiado	 a
Christian	Eckert,	el	cual	al	mismo	tiempo	se	convirtió	en	el	primer	rector	de	la	Universidad	de
Colonia,	que	fue	fundada	de	nuevo	en	1919	y,	al	igual	que	la	de	Fráncfort,	había	surgido,	entre
otras	 cosas,	 de	 una	 Escuela	 Superior	 de	 Comercio,	 y	 que	 se	 distinguía	 de	 las	 escuelas
superiores	 tradicionales	 por	 la	 importancia	 que	 se	 les	 concedía	 a	 las	 asignaturas	 de	 las
ciencias	económicas	y	sociales.	Además	del	Kieler	Institut	für	Weltwirtschaft	und	Seeverkehr
[Instituto	de	Kiel	para	 la	Economía	Mundial	y	el	Tráfico	Marítimo],	 fundado	ya	antes	de	 la
guerra	 por	 Bernard	 Harms,	 y	 el	 Kölner	 Institut	 [Instituto	 de	 Colonia],	 el	 Institut	 für
Sozialforschung	 era	 el	más	 importante	 en	 el	 campo	 de	 las	 ciencias	 económicas	 y	 sociales.
Estos	 tres	 institutos,	 que	 todavía	 existen	 hasta	 la	 actualidad,	 compartían	 ciertos	 rasgos
decisivos,	 los	cuales	solamente	se	presentaban	de	manera	parcial	en	el	caso	del	 Instituto	de
Colonia:	 el	 estatuto	 de	 instituciones	 universitarias,	 las	 cuales	 sin	 embargo	 no	 estaban
supeditadas	 a	 la	 administración	 de	 la	 universidad,	 sino	 directamente	 al	 Ministerio	 de
Educación	 o	 a	 la	 ciudad;	 el	 predominio	 de	 la	 actividad	 de	 investigación;	 la	 tendencia	 a
aprovechar	 las	 ventajas	 de	 una	 gran	 institución;	 una	 vinculación	 entre	 el	 instituto	 y	 la
universidad	 en	 la	 forma	 de	 que	 sobre	 todo	 los	 directivos	 del	 instituto	 eran	 profesores
numerarios	 en	 la	 universidad,	 y	 a	 la	 inversa,	 a	 los	 estudiantes	 avanzados	 se	 les	 dejaba
participar	en	los	trabajos	de	investigación.
Una	 diferencia	 decisiva	 entre	 los	 institutos	 se	manifestaba	 en	 el	 financiamiento	 y	 en	 la
determinación	de	la	visión	del	mundo.	Al	principio,	los	medios	para	el	Instituto	de	Kiel	fueron
proporcionados	en	su	totalidad	por	la	Sociedad	de	Fomento,	fundada	en	1913.	Esta	sociedad,
a	la	cual	pertenecían	a	principios	de	la	primera	Guerra	Mundial	200	socios,	y	que	a	finales	de
los	 años	veinte	 contaba	ya	con	2	500,	no	 influía	de	ninguna	manera	 en	 la	utilización	de	 los
medios	que	se	 transferían	a	 la	caja	de	 la	universidad	y	que	después	quedaban	a	disposición
del	director	del	instituto.	A	través	de	la	fundación	como	“Königliches	Institut	für	Seeverkehr
und	 Weltwirtschaft	 an	 der	 Christtian-Albrechts-Universität	 zu	 Kiel”	 [Instituto	 Real	 para	 el
Tráfico	Marítimo	y	Economía	Mundial	 de	 la	Universidad	Christian	Albrecht,	 de	Kiel]	 y	 de
grandes	mecenas	 como	Krupp	von	Bohlen	y	Halbach,	que	 le	permitió	 adquirir	 al	 instituto	 a
fines	del	“fatídico	año	de	1918”	(Harms)	un	complejo	de	edificios	en	la	Kieler	Förde,	estaba
dada	 una	 tradición	 que	 en	 combinación	 con	 la	 estrecha	 colaboración	 con	 dirigentes	 de	 la
economía,	 la	 administración	 y	 la	 política,	 se	 encargaba	 de	 que	 el	 abanico	 de	 las	 ideas
políticas	y	concepciones	del	mundo	aceptadas	no	rebasara	de	ninguna	manera	el	marco	de	las
ideologías	habituales	para	las	universidades	alemanas.
El	instituto	de	Colonia	era	financiado	por	la	ciudad.	El	presupuesto	en	el	año	inicial	fue	de
120	 000	 Reichsmark.	 El	 “sistema	 colegial”	 y	 la	 “fecunda	 colaboración	 [...]	 de	 serias
personalidades	desde	ideas	políticas	y	concepciones	del	mundo	contradictorias”	a	lo	cual	se
refirió	 Eckert	 en	 sus	 presentaciones	 del	 instituto13	 tomó	 forma	 real	 en	 el	 sentido	 de	 una
proporción	 partidista.	 Como	 sociólogo	 de	 origen	 socialdemócrata,	 el	 antiguo	 ministro	 de
Estado	 de	 Württemberg	 Hugo	 Lindemann	 se	 convirtió	 en	 director	 del	 Departamento	 de
Ciencias	 Político-Sociales.	 Los	 directores	 del	 Departamento	 de	 Sociología	 fueron	 Leopold
von	 Wiese,	 como	 sociólogo	 de	 tendencia	 liberal,	 y	 —por	 deseo	 del	 alcalde	 de	 Colonia,
Konrad	Adenauer—	Max	Scheler	como	exponente	del	espíritu	católico.
Lo	 específico	 del	 Instituto	 de	 Fráncfort	 era	 una	 estructuración	 que	 aseguraba	 que	 este
espectro	tuviera	una	complementación	hacia	la	izquierda.	De	manera	análoga	a	la	“Sociedad
para	el	Apoyo	del	Instituto	para	la	Economía	Mundial	y	el	Tráfico	Marítimo	de	la	Universidad
de	 Kiel”	 se	 había	 fundado	 como	 sostén	 de	 la	 fundación	 de	 Weil	 una	 Gesellschaft	 für
Sozialforschung	e.V.	[Sociedad	de	Investigación	Social,	A.	C.].	Pero	además	de	los	dos	Weil,
que	 ocupaban	 la	 presidencia,	 a	 esta	 sociedad	 pertenecían	 sólo	 algunas	 pocas	 personas	 que
eran	amigos	o	conocidos	de	ellos,	como	por	ejemplo	Gerlach,	Sorge,	Horkheimer,	Käte	Weil.
Dado	que	el	director	del	instituto	era	designado	por	el	ministro	de	Educación,	de	acuerdo	con
la	Gesellschaft	für	Sozialforschung,	Felix	Weil	podía	decidir	quién	se	convertiría	en	director,
con	lo	cual	a	su	vez	—dado	que	el	director	podía	dirigir	de	manera	ampliamente	dictatorial	el
instituto—	Weil	 podía	 determinar	 a	 su	 albedrío	 la	 tendencia	 o	 visión	 del	mundo	 que	 sería
predominante	en	él.
Gerlach	 hubiera	 sido	 el	 hombre	 ideal	 para	 Weil.	 Joven,	 con	 una	 sólida	 carrera
universitaria,	y	un	“noble	comunista”.	Pero	en	octubre	de	1922	Gerlach	murió,	a	los	36	años,
de	 diabetes,	 una	 enfermedad	 para	 la	 cual	 en	 aquella	 época	 no	 se	 encontraba	 todavía	 el
remedio.	Dos	conocidos	de	Fráncfort,	que	habían	animado	a	Weil	en	su	compromiso	en	favor
del	proyecto	del	instituto,	Friedrich	Pollock	y	Max	Horkheimer,	si	bien	eran	“ya	algo	mayores
[...]	de	lo	que	se	es	normalmente	como	estudiante,	pues	en	realidad	debían	haberse	convertido
en	comerciantes	y	haberse	hecho	cargo	de	las	fábricas	de	sus	padres”,	y	eran	los	“únicos	que
habían	 logrado	el	doctorado	summa	cum	laude	 en	 aquel	 año	de	 1923	 en	 la	Universidad	de
Fráncfort	 en	 las	 ciencias	 económicas	 y	 socia-	 les”,14	 también	 quedaban	 totalmente	 fuera	 de
consideración	para	la	dirección	del	instituto.	Después	de	la	muerte	de	Gerlach,	Weil	negoció
primeramente	con	Gustav	Mayer,	de	51	años,	un	socialdemócrata	que	vivía	en	Berlín,	antiguo
periodista	 que	 se	 había	 dado	 a	 conocer	 por	 el	 primer	 tomo,	 aparecido	 en	 1919,	 de	 su
monumental	biografía	de	Engels;	judío	y	en	los	años	veinte	profesor	de	cátedra	extraordinaria
de	historia	en	 la	Universidad	Friederich	Wilhelm,	de	Berlín.	Pronto	quedó	claro	que	Mayer
representaba	una	visión	del	mundo	distinta	a	la	de	Weil.	No	obstante,	en	opinión	de	Weil,	el
requisito	para	que	 la	 fundación	cumpliera	 su	 cometido	era	una	“colaboración	comprensiva”
entre	él	y	el	director	del	instituto	“en	favor	de	una	causa	común”.
Tuvo	más	suerte	con	Carl	Grünberg.
Grünberg	nació	en	1861	en	Focsany,	en	Rumania	(en	la	parte	Este	al	pie	de	los	Cárpatos)	en	el
seno	 de	 una	 familia	 judía	 austriaca.	 A	 los	 20	 años	 se	 fue	 a	 Viena	 a	 estudiar	 derecho.	 Sus
principales	 maestros	 fueron	 Lorenz	 von	 Stein	 y	 Anton	Menger.	 El	 primero,	 especialista	 en
derecho	del	Estado,	conservador,	que	veía	en	la	sociedad	capitalista	el	campo	más	favorable
para	la	realización	de	la	libertad	personal	en	la	medida	en	que	la	clase	poseedora	mantuviera
incansablemente	 a	 raya	 dentro	 de	 ciertos	 límites	 las	 situaciones	 inadecuadas	 con	 ayuda	 del
Estado,	a	 través	de	 reformas	sociales;	el	 segundo,	un	socialista-jurista	de	 tendencia	 radical,que	 criticaba	 desde	 un	 punto	 de	 vista	 racionalista-ilustrado,	 en	 trabajos	 de	 sociología	 del
derecho,	 la	 organización	 de	 la	 propiedad	 privada.	 En	 1892	 Grünberg	 se	 convirtió	 al
catolicismo,	 al	 parecer	 pensando	 en	 su	 establecimiento	 como	 abogado,	 llevado	 a	 cabo	 en
1893,	y	en	su	carrera	universitaria,	comenzada	en	1894	como	docente	no	titular	de	economía
política	en	la	Universidad	de	Viena.	“Grünberg	había	llegado	a	Viena”,	se	dice	en	su	primera
biografía	 detallada,	 de	Günther	Nenning,	 “de	 su	 patria	 rumana	 sin	medio	 económico	 alguno
para	estudiar.	Este	estudio	se	lo	había	financiado	él	mismo,	incluso	había	apoyado	también	a
su	hermano	menor,	que	había	llegado	con	él	e	igualmente	estaba	estudiando	derecho.	Su	bufete
de	abogados	parece	no	haberle	aportado	mejoría	alguna	en	su	situación	material,	dado	que	lo
abandonó	cuatro	años	después,	en	favor	de	un	puesto	como	empleado	del	 tribunal,	que	tenía
una	escasa	retribución,	pero	que	le	aportaba	un	ingreso	regular.”15
En	estos	años,	Grünberg	escribió	su	 trabajo	para	 lograr	 la	habilitación	docente,	que	era
casi	 de	 mil	 páginas,	 sobre	 Die	 Bauernbefreiung	 und	 die	 Auflösung	 des	 gutsherrlich-
bäuerlichen	 Verhältnisses	 in	 Böhmen,	 Mähren	 und	 Schlesien	 [La	 liberación	 de	 los
campesinos	 y	 la	 disolución	 de	 las	 relaciones	 entre	 los	 hacendados	 y	 los	 campesinos	 en
Bohemia,	 Moravia	 y	 Silesia],	 que	 estaba	 inspirado	 por	 Georg	 Friedrich	 Knapp,	 un
representante	de	la	más	reciente	escuela	histórica,	con	el	cual	había	estudiado	de	1890	a	1893
como	estudiante	avanzado.	Entre	los	otros	trabajos	científicos	que	surgieron	en	esta	época	se
encontraba	 un	 estudio	 de	 50	 páginas	 sobre	 Socialismus,	 Kommunismus,	 Anarchismus
[Socialismo,	comunismo,	anarquismo],	para	el	Wörterbuch	der	Volkswirtschaft	 [Diccionario
de	economía],	de	Ludwig	Elsters,	publicado	en	1897.
En	 cuanto	 el	 nombramiento	 como	 profesor	 supernumerario	 de	 economía	 política	 en	 la
Universidad	 de	 Viena,	 apoyado	 por	 el	 socialista	 de	 cátedra,	 Eugen	 von	 Philippovich,	 le
garantizó	 el	 sustento	 a	 Grünberg	 a	 fines	 de	 1899	 y	 éste	 abandonó	 toda	 actividad	 jurídica
práctica	para	dedicarse	por	entero	a	la	ciencia.	En	1910	fundó	el	Archiv	 für	die	Geschichte
des	 Sozialismus	 und	 der	Arbeiterbewegung	 [Archivo	 para	 la	 historia	 del	 socialismo	 y	 del
movimiento	 obrero].	 Entre	 los	 discípulos	 del	 —como	 lo	 decía	 Nenning—	 “marxista	 de
cátedra”	Grünberg	 se	 contaron	 los	 austromarxistas	 tardíos	Max	Adler,	Karl	 Renner,	 Rudolf
Hilferding,	 Gustav	 Eckstein,	 Friedrich	 Adler,	 y	 Otto	 Bauer.	 Sin	 embargo,	 en	 su	 actividad
científico-teórica,	Grünberg	fue	más	allá	del	ámbito	académico.	Él	fue	uno	de	los	iniciadores
de	las	universidades	populares	de	Viena	y	de	la	Asociación	Educativa	Socialista.	Advertido
por	el	ejemplo	de	un	colega,	el	historiador	Ludo	Moritz	Hartmann,	que	debido	a	su	afiliación
al	Partido	Socialdemócrata	no	había	pasado	más	allá	del	estatus	de	profesor	supernumerario,
Grünberg	no	tuvo	relación	con	partido	alguno,	por	lo	menos	antes	de	1919.	Apenas	en	1912,	a
sus	51	 años	de	 edad,	 recibió,	 después	de	muchas	 resistencias,	 una	 cátedra,	 pero	no	para	 la
totalidad	de	la	economía	política,	sino	para	la	historia	económica	más	reciente.	Solamente	al
llegar	el	director	socialdemócrata	del	área,	Otto	Glöckel,	se	asignó	finalmente	a	Grünberg	la
materia	 de	 política	 económica,	 y	 se	 le	 nombró	 como	 director	 del	 Instituto	 de	 Ciencias	 del
Estado.
En	1919,	Grünberg	había	propuesto	a	Otto	Glöckel	fundar	en	Viena	“el	Instituto	de	Estudios	e
Investigaciones,	según	el	modelo	del	‘Musée	Social’,	de	París”,	y	llamar	a	Karl	Kautsky	para
que	 lo	dirigiera.	Sin	embargo,	 los	 socialdemócratas	austriacos	 se	habían	 sentido	demasiado
débiles	políticamente	como	para	lograr	imponer	una	empresa	de	este	tipo.	Ahora,	en	la	oferta
de	Weil,	Grünberg	veía	 la	oportunidad	de	poder	 realizar	 todavía	sus	propios	planes	bajo	 la
dirección	a	su	cargo,	y	al	mismo	tiempo,	escaparse	de	un	exceso	de	obligaciones	oficiales	y
extraoficiales	en	Viena.	Felix	Weil,	por	su	parte,	había	encontrado	en	Grünberg	un	director	del
instituto	que	era	tanto	un	convencido	marxista	como	un	reconocido	científico.	La	Facultad	de
Ciencias	 Económicas	 y	 Sociales	 estuvo	 de	 acuerdo	 de	 inmediato	 con	 Grünberg,	 y	 tomó	 la
decisión	unánime,	a	principios	de	1923,	de	proponer	al	ministro	que	se	 llamara	a	Grünberg
para	la	cátedra	de	ciencias	económicas	del	Estado,	que	iba	a	ser	fundada	por	la	Gesellschaft
für	Sozialforschung.
Weil	 difícilmente	 hubiera	 podido	 encontrar	 a	 alguien	más	 adecuado	 para	 sus	 objetivos.
Korsch	y	Lukács,	en	caso	de	que	hubieran	estado	dispuestos	a	hacerse	cargo	de	la	dirección
del	 Instituto	 de	 Fráncfort,	 no	 habrían	 podido	 ser	 tomados	 en	 cuenta,	 dado	 que,	 como
comunistas	 políticamente	 activos,	 habrían	 provocado	 la	 abierta	 protesta	 de	 toda	 la
universidad.	 Un	 socialista	 de	 cátedra,	 como	Wilbrandt,	 que	 pronto	 había	 interpretado	 muy
brillantemente	 a	 Marx	 y	 el	 marxismo,	 pero	 que	 rechazaba	 ambas	 cosas,	 y	 —en	 vista	 del
desarrollo	 de	 los	 acontecimientos	 en	 la	 República	 de	 Weimar—	 tenía	 una	 tendencia	 a	 la
resignación	después	del	Invierno	de	la	Revolución,	no	habría	correspondido	en	absoluto	a	las
ideas	políticas	y	concepciones	del	mundo	de	Weil.	Todavía	menos	lo	hubieran	hecho	los	otros
dos	 “socialistas”	 que	 se	 perfilaban	 en	 aquel	 entonces	 en	 las	 cátedras	 alemanas,	 Hans
Oppenheimer	 y	 Johannes	 Plenge.	 Oppenheimer	 —originalmente	 un	 médico	 practicante,
después	economista,	y	después	de	1919	profesor	ordinario	de	sociología	y	teoría	económica
en	 Fráncfort	 del	Meno,	 en	 la	 primera	 cátedra	 alemana	 de	 sociología,	 que	 había	 fundado	 el
cónsul	 de	 Fráncfort,	 el	 doctor	 h.	 c.	 Karl	 Kotzenburg,	 especialmente	 para	 su	 amigo
Oppenheimer—	elogiaba	como	medio	universal	para	liberar	a	la	sociedad	de	la	explotación	la
superación	del	monopolio	de	la	posesión	de	la	tierra	por	parte	de	los	latifundistas	privados,
que	 era	 la	 causa	—afirmaba—	 de	 la	 huida	 del	 campo,	 y	 con	 ello	 del	 exceso	 de	 oferta	 de
obreros	 en	 la	 ciudad.	 Plenge	—desde	 1913	 profesor	 ordinario	 de	 ciencias	 del	 Estado	 en
Münster,	 donde	 fundó	 en	 1920	 el	 Instituto	 de	 Enseñanza	 de	 Ciencias	 del	 Estado—
representaba,	estimulado	por	su	vivencia	de	la	solidaridad	nacional	en	la	guerra	y	la	economía
bélica,	 un	 socialismo	 nacional	 organizativo,	 cuyo	 objetivo	 era	 la	 comunidad	 nacional	 del
capital	y	el	trabajo.
Cuando	Grünberg	 comenzó	 su	 trabajo	 en	Fráncfort,	 las	 épocas	 revolucionarias	 parecían
haber	 terminado,	 pero	 la	 revolución	 y	 el	 comunismo	 seguían	 siendo	 temas	 actuales.	 Con
huelgas	e	intentos	revolucionarios	de	la	izquierda	y	la	derecha,	1923	había	sido	el	gran	año	de
crisis.	En	las	elecciones	parlamentarias	y	municipales	había	aumentado	la	influencia	del	KPD,
un	desarrollo	que	se	mantuvo	todavía	después	de	la	estabilización	del	marco,	en	noviembre	de
1923,	y	la	prohibición	provisional	del	KPD	en	el	invierno	de	1923-1924.	En	las	elecciones	al
Reichstag,	en	mayo	de	1924,	el	KPD	logró,	con	3.7	millones	de	votos,	12.6%	(por	debajo	del
Partido	 Socialdemócrata	 Alemán,	 con	 20.5%;	 el	 Partido	 Popular	 Nacional	 Alemán,	 con
19.5%;	y	el	Partido	Popular	Bávaro	y	de	Centro,	16.6%).	El	hecho	de	que	el	KPD	había	sido
prohibido	después	de	 su	 intento	de	 levantamiento,	 lamentablemente	 fracasado	en	octubre	de
1923,	apenas	había	dañado	su	imagen.	Del	7	al	10	de	abril	de	1924	llevó	a	cabo	en	Fráncfort
su	noveno	congreso,	el	cual	se	realizó	en	la	ilegalidad,	dado	que	incluso	tras	la	eliminación	de
la	prohibición	del	partido,	el	primero	de	marzo,	aún	existían	órdenes	de	aprehensión	contra
muchos	 funcionarios	 del	 partido.	 En	 Fráncfort	 se	 estaba	 llevando	 a	 cabo	 justamente	 en
aquellos	momentos	una	feria	comercial,	y	la	reunión	de	163	delegados	no	llamó	la	atención.
La	 policía,

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