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SECCIÓN DE OBRAS DE FILOSOFÍA LA ESCUELA DE FRÁNCFORT Traducción de MARCOS ROMANO HASSÁN Revisión de MIRIAM MADUREIRA ROLF WIGGERSHAUS La Escuela de Fráncfort UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Primera edición, 2009 Primera reimpresión, 2011 Primera edición electrónica, 2015 Título original: Die Frankfurter Schule. Geschichte Theoretische Entwicklung Politische Bedeutung © 1986, Carl Hanser Verlag, Munich, Viena “por arreglo con el doctor Ray-Güde Mertin, Agencia Literaria, Bad Homburg, Alemania” D. R. © 2009, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008 Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com Tel. (55) 5227-4672 Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor. ISBN 978-607-16-2660-8 (ePub) Hecho en México - Made in Mexico mailto:editorial@fondodeculturaeconomica.com http://www.fondodeculturaeconomica.com SUMARIO Introducción I. El ocaso II. En la huida III. En el Nuevo Mundo, 1. Casi un instituto de investigaciones empíricas de teóricos sociales marxistas calificados en ciencias particulares IV. En el Nuevo Mundo, 2. Desarticulación productiva V. El lento retorno VI. Ornamento crítico de una sociedad restauradora VII. La teoría crítica en la reyerta VIII. La teoría crítica en una época de cambios Epílogo Agradecimiento Anexo Índice onomástico Índice general INTRODUCCIÓN “Escuela de Fráncfort” y “teoría crítica”: cuando mencionamos estos conceptos se nos viene a la mente algo más que la idea de un paradigma de las ciencias sociales, pensamos también en una serie de nombres, antes que nada los de Adorno, Horkheimer, Marcuse y Habermas, y se nos despiertan asociaciones del tipo: movimiento estudiantil, disputa con el positivismo, crítica de la cultura, y quizá también emigración, Tercer Reich, judíos, la República de Weimar, marxismo, psicoanálisis. De inmediato queda claro que se trata de algo más que solamente una corriente teórica, algo más que una parte de la historia de las ciencias sociales. Entretanto, se ha vuelto ya habitual hablar de una primera y una segunda generación de representantes de la teoría crítica1 y distinguir a la antigua Escuela de Fráncfort de lo que vino más tarde, es decir, a partir de los años setenta. Esta distinción nos libera provisionalmente de la obligación de aclarar si La escuela de Fráncfort ha persistido desde aquel tiempo, del problema de su continuidad y discontinuidad, y nos facilita poner un límite en el tiempo que no sea demasiado arbitrario a la presentación de la historia de dicha escuela: la muerte de Adorno y, con ello, del último representante de la antigua teoría crítica que trabajó en Fráncfort y en el Institut für Sozialforschung. La denominación Escuela de Fráncfort es una etiqueta asignada desde fuera en la década de 1960, que al final fue utilizada por Adorno mismo con evidente orgullo. En un principio, esta expresión designaba una sociología crítica que veía en la sociedad un todo con elementos antagónicos en su interior, y no había eliminado de su pensamiento a Hegel ni a Marx, sino que se consideraba su heredera. Desde hace mucho, esta etiqueta se ha convertido en un concepto más amplio y menos definido. La fama de Herbert Marcuse —como consideraban en ese entonces los medios de comunicación— de ídolo de los estudiantes en rebelión, al lado de Marx, Mao Zedong y Ho Chi Minh, hizo que La escuela de Fráncfort se convirtiera en un mito. A principios de los años setenta el historiador estadunidense Martin Jay hizo descender este mito al terreno de los hechos históricos y puso de manifiesto lo multiforme que es la realidad que se oculta tras la etiqueta de La escuela de Fráncfort, etiqueta que se ha convertido desde hace mucho en un componente de la historia de la recepción que ha tenido lo que se designa con ella, y se ha convertido en algo indispensable, independientemente de hasta dónde se puede hablar de un contexto de escuela en sentido estricto. Sin embargo, sí existieron características esenciales de una escuela, en parte en algunas épocas, quizá de manera continua o de forma recurrente: un marco institucional (el Institut für Sozialforschung [Instituto de Investigación Social] que existió todo el tiempo, aunque en ciertas épocas solamente de manera rudimentaria); una personalidad intelectual carismática, que estaba imbuida por la fe en un nuevo programa teórico, y que estaba dispuesta y era capaz de llevar a cabo una colaboración con científicos calificados (Max Horkheimer como managerial scholar [académico administrador], quien constantemente les hacía ver a sus colaboradores que ellos pertenecían al selecto grupo en cuyas manos se encontraba el desarrollo posterior de “La teoría”); un manifiesto (el discurso inaugural de Horkheimer de 1931, Die gegenwärtige Lage der Sozialphilosophie und die Aufgaben eines Instituts für Sozialforschung [La situación actual de la filosofía social y las tareas de un Instituto de Investigación Social], al que constantemente se refirieron las presentaciones que el instituto hizo después de sí mismo, y al que volvió a referirse también Horkheimer en la celebración de la reapertura del Instituto en Fráncfort en 1951); un nuevo paradigma (la teoría “materialista” o “crítica” de la totalidad del proceso de la vida social, que bajo el signo de la combinación de filosofía y ciencias sociales integraba sistemáticamente en el materialismo histórico al psicoanálisis, ciertas nociones de pensadores críticos de la razón y la metafísica, como Schopenhauer, Nietzsche y Klages; la etiqueta de teoría crítica también se mantuvo después, casi durante todo el tiempo, aunque los que se servían de ella entendían cosas diferentes cuando usaban el término, y aunque Horkheimer también modificó las ideas que originalmente había vinculado con él); una revista y otros medios para la publicación de los trabajos de investigación de la escuela (la Zeitschrift für Sozialforschung [Revista de Investigación Social], que fungía como el órgano del instituto y los Schriften des Instituts für Sozialforschung [Escritos del Instituto de Investigación Social], que aparecieron en editoriales científicas de gran renombre; primero Hirschfeld, en Leipzig, y más tarde Felix Alcan, en París). No obstante, la mayor parte de estas características se dio solamente durante el primer decenio de la era de Horkheimer en el instituto, es decir, en los años treinta, y en especial en la época de Nueva York. Por otro lado, en esa época el instituto trabajó en una especie de splendid isolation [espléndido aislamiento] respecto a su entorno estadunidense. En 1949- 1950 regresaron a Alemania solamente Horkheimer, Pollock y Adorno. De estos tres, solamente Adorno siguió siendo productivo en la teoría y solamente de él aparecieron libros con trabajos tanto nuevos como antiguos. Ya no existía una revista, solamente la serie Frankfurter Beiträge zur Soziologie [Contribuciones de Fráncfort a la sociología] a la cual, sin embargo, notoriamente le faltaba el perfil de la antigua revista, y en la que solamente apareció una vez, a principios de los años sesenta, una colección de discursos y ponencias de Horkheimer y Adorno mismos. “Para mí no había una doctrina coherente. Adorno escribíaensayos en los que se criticaba la cultura, y por lo demás, llevaba a cabo seminarios sobre Hegel. Él personificaba un cierto trasfondo marxista; y eso era todo.”2 Así se expresa retrospectivamente Jürgen Habermas, que fue colaborador de Adorno y del Institut für Sozialforschung en la segunda mitad de los años cincuenta. Cuando en los años sesenta surgió realmente la imagen de una escuela, se mezcló en ella la idea de una concepción de la sociología crítica, representada en Fráncfort, cuyos exponentes eran Adorno y Habermas, con la idea de una fase temprana del instituto, radicalmente crítica de la sociedad y freudiano- marxista, bajo la dirección de Horkheimer. En la medida en que existe esta historia, sumamente desigual, incluso desde las circunstancias exteriores, es aconsejable no tomar en un sentido demasiado literal la expresión Escuela de Fráncfort. Otras dos circunstancias abogan también en favor de esta interpretación: por un lado, el hecho de que precisamente la “figura carismática” de Horkheimer comenzó a representar una posición cada vez menos decidida y menos adecuada para la formación de una escuela. Por otro lado, la siguiente circunstancia, que también tenía una cercana relación con esto: si se consideran los cuatro decenios de la antigua Escuela de Fráncfort en su totalidad, se revela la siguiente situación: no había un paradigma unificado, tampoco un cambio de paradigma, al que pudiera supeditarse todo aquello que se incluye cuando se habla de La escuela de Fráncfort. Las dos figuras principales, Horkheimer y Adorno, trabajaban en temas comunes desde dos posiciones claramente diferentes. Uno de ellos, que había llegado como inspirador de una teoría de la sociedad interdisciplinaria entusiasta del progreso, se resignó a ser el crítico de un mundo administrado, en el cual la isla del capitalismo liberal, que destacaba de la historia de una civilización malograda, amenazaba con perderse de vista. Para el otro, que había llegado como crítico del pensamiento inmanente e intercesor de una música liberada, la filosofía de la historia de la civilización malograda se convirtió en la base de una teoría multiforme de lo no idéntico, o de las formas en las cuales se consideraba, de forma paradójica, a lo no idéntico. Adorno representaba un pensamiento micrológico-mesiánico que lo vinculaba estrechamente con Walter Benjamin, el cual gracias a su mediación también se había convertido en colaborador de la Zeitschrift für Sozialforschung [Revista de Investigación Social], y finalmente del Institut für Sozialforschung, y también con Siegfried Kracauer y Ernst Bloch. La crítica de la razón de la Dialektik der Aufklärung, escrita conjuntamente con Horkheimer en los últimos años de la segunda Guerra Mundial, no afectó este pensamiento. Pero Horkheimer, que en los años anteriores al trabajo conjunto en esta obra se había separado del psicólogo social Erich Fromm y de los teóricos del derecho y del Estado Franz Neumann y Otto Kirchheimer, con lo cual prácticamente había abandonado su programa de una teoría interdisciplinaria de la sociedad en su conjunto, se quedó con las manos vacías tras la Dialektik der Aufklärung [Dialéctica de la Ilustración]. De la misma forma, en su calidad de sociólogo dirigió la vista retrospectivamente a los empresarios independientes de la época liberal; como filósofo, dirigió la vista hacia los grandes filósofos de la razón objetiva. A su vez, mientras que Horkheimer —para asombro suyo— cobró mayor importancia en los años sesenta, en la época del movimiento estudiantil, debido al agresivo tono marxista de sus primeros ensayos, y se vio de pronto situado cerca de la posición de Marcuse, que había pasado a la ofensiva, de la “Gran negativa”, Adorno escribió los dos grandes testimonios de su pensamiento micrológico-mesiánico: la Negative Dialektik [Dialéctica negativa] y la Ästhetische Theorie [Teoría estética]. En aquel entonces, ambos eran poco adecuados para la época. En cambio, fue descubierto el Benjamin “marxista” y se convirtió en la figura clave de una teoría materialista del arte y de los medios. Un decenio y medio tras la muerte de Adorno, uno de los más importantes postestructuralistas, Michel Foucault, afirmaba: “Si hubiera estado familiarizado con esa escuela, si hubiera sabido de ella en esos momentos, no habría dicho tantos absurdos como dije y habría evitado muchos de los rodeos que di al tratar de seguir mi propio y humilde camino —mientras que La escuela de Fráncfort ya había abierto avenidas—”.3 Él denominaba su programa “crítica racional de la racionalidad”, con casi las mismas palabras que Adorno había caracterizado el tema en 1962, en una clase sobre terminología filosófica en donde veía la tarea de la filosofía, decía de ésta que: tenía que llevar a cabo “una especie de proceso de revisión racional frente a la racionalidad”.4 Así pues, evidentemente es tan variado todo aquello que se llama Escuela de Fráncfort, que siempre hay algo de ella que es actual, siempre hay algo que resulta ser una empresa no completada, que está esperando ser continuada. Pero, ¿qué era lo que unificaba, aunque en la mayor parte de los casos solamente fuera de forma provisional, a aquellos que pertenecían a La escuela de Fráncfort? ¿Había algo que los vinculara a todos? Los que pertenecieron a la primera generación de La escuela de Fráncfort eran todos judíos, o bien, fueron obligados por el nacionalsocialismo a retornar a su pertenencia al judaísmo. Ya sea que provinieran de familias de la gran burguesía, o bien, como Fromm y Löwenthal, de familias no especialmente adineradas: incluso en el caso más favorable no pudieron ahorrarse la experiencia, también después de 1918 y ya desde antes de 1933, de seguir siendo marginados en el centro mismo de la sociedad. La experiencia fundamental común era la siguiente: ninguna adaptación es suficiente para poder estar alguna vez seguros de la pertenencia a la sociedad. “[El judío, R. W.] se pliega”, se dice en las Reflexions sur la question juive [Reflexiones sobre la cuestión judía] de Sartre, publicadas en 1964, [...] a sus mismos ritos y circunstancias, asumiendo, al igual que todos los demás, valores tales como la respetabilidad y la honorabilidad; no es, por otra parte, esclavo de nadie: ciudadano libre en un régimen que autoriza la libre competencia, no tiene prohibido ejercer ningún cometido social, ningún cargo estatal; puede ser condecorado con la Legión de Honor, puede ser ilustre abogado o ministro. Pero en el instante mismo en que llega a la cima de la sociedad legal, se produce el encontronazo con otra sociedad, amorfa, difusa y omnipresente, que lo rechaza y le da la espalda. Percibe de forma muy aguda y peculiar la vanidad de los honores y de la riqueza, ya que ni el mayor de los logros y de los éxitos le permitirá jamás acceder al umbral de esa sociedad que pretende ser la auténtica, la verdadera: si llega a ministro, será un ministro judío, es decir, una eminencia y un intocable a la par.5 A su manera, los judíos debían tener una sensación no menos marcada de la enajenación y la falta de autenticidad de la vida en la sociedad burguesa capitalista que la de los proletarios. Aunque frente a éstos los judíos eran en buena parte más privilegiados, también era verdad que incluso los judíos acomodados no podían escapar de su condición de judíos. En cambio, los obreros privilegiados a más tardar en la segunda generación dejaban de ser obreros. No obstante, también era más difícil para ellos llegar a alcanzar dichos beneficios. Así pues, la experiencia de la tenacidad de la enajenación social que tenían que sufrir los judíos creóuna cierta proximidad con la experiencia de la tenacidad de la enajenación social que tenían que sufrir normalmente los obreros. Esto no tenía que conducir necesariamente a una solidaridad con los obreros. Pero sí condujo, por lo menos frecuentemente, a una crítica radical de la sociedad, la cual correspondía a los intereses objetivos de los obreros. Desde el ensayo de Horkheimer Traditionelle und kritische Theorie [Teoría tradicional y teoría crítica] (1937), la expresión teoría crítica se convirtió en la principal autodenominación de los teóricos del círculo de Horkheimer. Si bien, éste también era un concepto encubridor de la teoría marxista, más aun, era una expresión de que Horkheimer y sus colaboradores no se identificaban con la teoría marxista en su forma ortodoxa, la cual estaba encaminada a la crítica del capitalismo como un sistema económico con una superestructura y un pensamiento ideológico que dependían de él, sino con las características de principio de la teoría marxista. Estas características originales consistían en la crítica concreta de las relaciones sociales enajenadas y enajenantes. Los teóricos críticos no provenían ni del marxismo ni del movimiento obrero. Más bien, en cierto modo estaban repitiendo las experiencias del joven Marx. Para Erich Fromm y Herbert Marcuse, el descubrimiento del joven Marx se convirtió en la decisiva corrección de sus propios esfuerzos. Para Marcuse, Sein und Zeit [Ser y tiempo] fue lo que lo impulsó a buscar a Heidegger en Friburgo, porque ahí, pensaba él, se atacaba concretamente la cuestión de la existencia humana propiamente dicha. Cuando llegó a conocer los Manuscritos de París del joven Marx, éste se volvió realmente importante para él, e incluso más importante que Heidegger y Dilthey. Porque a su modo de ver, este Marx practicaba una filosofía concreta y mostraba que el capitalismo no solamente significaba una crisis económica o política, sino también una catástrofe del ser humano. Consecuentemente, lo que se requería era no solamente una reforma económica o política, sino una revolución total. También para Fromm quien, en la fase temprana de lo que más tarde se llamó Escuela de Fráncfort fue, al lado de Horkheimer, el más importante teórico, el joven Marx se convirtió en la confirmación de que la crítica de la sociedad capitalista consistía en un retorno a la verdadera esencia del ser humano. En cambio, por ejemplo para Adorno, el joven Marx no fue una experiencia clave. Pero también él quería, con su primer gran ensayo sobre música que apareció en 1932 con el título de “Über die gesellschaftliche Lage der Musik” [Sobre la situación social de la música] en la Zeitschrift für Sozialforschung, demostrar la experiencia de que en el capitalismo estaban cerrados todos los caminos, que en todos lados virtualmente uno se estrellaba con un muro de cristal, es decir, que los seres humanos no accedían a la vida propiamente dicha.6 La vida no vive: esta constatación del joven Lukács también fue el elemento impulsor de los jóvenes teóricos críticos. El marxismo se convirtió sobre todo en una inspiración para ellos en la medida en que estaba centrado en esta experiencia. Solamente para Horkheimer (y sólo más tarde para Benjamin y aun más tarde para Marcuse), la indignación por la injusticia que se cometía con los explotados y los humillados constituyó un aguijón esencial del pensamiento. Pero a fin de cuentas también fue decisiva para él la indignación por el hecho de que en la sociedad burguesa capitalista no fuera posible una acción racional, responsabilizada frente a la generalidad, calculable en sus consecuencias para dicha generalidad, y que incluso un individuo privilegiado y la sociedad estuvieran enajenados el uno respecto de la otra. Durante mucho tiempo él constituyó algo así como la conciencia teórico-social del círculo, la instancia que siempre advertía que la tarea común era proporcionar una teoría de la sociedad en su conjunto, una teoría de la época presente, que tuviera como objeto a los seres humanos como los productores de sus formas de vida históricas, pero precisamente de formas de vida que estaban enajenadas de ellos. A principios de los años treinta, Horkheimer había buscado con mucho ahínco “la teoría”. Desde los años cuarenta tenía ya dudas de que fuera posible, pero no había abandonado su objetivo. La colaboración con Adorno, que finalmente habría de desembocar en una teoría de la época contemporánea, no llegó más allá de los Philosophische Fragmente [Fragmentos filosóficos], el primer resultado preliminar, que más tarde apareció como libro con el título de Dialektik der Aufklärung. Pero “la teoría” siguió siendo el signo distintivo de La escuela de Fráncfort. A pesar de toda la falta de uniformidad, aquello que les importaba a Horkheimer, a Adorno y a Marcuse después de la segunda Guerra Mundial compartía la siguiente convicción: la teoría —en la tradición de la crítica de Marx al carácter fetichista de una reproducción capitalista de la sociedad— tenía que ser racional, y al mismo tiempo representar la palabra correcta que rompiera el hechizo al que estaba sujeto todo, los seres humanos y las cosas, y las relaciones entre ellos. La imbricación de estos dos aspectos tuvo como consecuencia que incluso cuando el trabajo en la teoría se estancó y aumentaron las dudas sobre la posibilidad de una teoría en la sociedad, que se había vuelto más irracional, siguió viviendo el espíritu del cual pudo surgir la teoría. “Cuando después —dice Habermas en la conversación ya mencionada en Ästhetik und Kommunikation [Estética y comunicación]— conocí a Adorno y vi de qué manera tan fascinante se ponía a hablar de pronto del fetichismo de las mercancías, y aplicaba este concepto a fenómenos culturales y a fenómenos cotidianos, esto fue primeramente un shock. Pero después pensé: intenta hacer como si Marx y Freud —del cual Adorno hablaba de manera igualmente ortodoxa—fueran contemporáneos.” Y lo mismo le sucedió cuando conoció por primera vez a Herbert Marcuse.7 La teoría que después de la guerra siguió inspirando a Adorno y Marcuse la conciencia de una misión, era en verdad de un tipo especial: exaltada aun en la duda, espoleando aun en el pesimismo hacia la salvación a través del conocimiento. La promesa no fue ni cumplida ni traicionada: se la mantuvo con vida. Pero, ¿quién habría sido capaz de mantener viva una promesa de esa manera como los condenados a ser “marginados de la burguesía” (Horkheimer) debido a su pertenencia a un grupo de seres humanos llamado “los judíos”? Este libro trata de medio siglo de historia preliminar e historia propiamente dicha de la “Escuela de Fráncfort”. Los lugares de esta historia: Fráncfort del Meno, Ginebra, Nueva York y Los Ángeles y, de nuevo, Fráncfort del Meno. Los contextos del espíritu de la época de esta historia: la República de Weimar con su “carácter sospechoso” (Bracher) y su desembocadura en el nacionalsocialismo; el New Deal, la época de la guerra y la época de McCarthy en los Estados Unidos; la restauración bajo el signo del anticomunismo y el periodo interino de la protesta y la reforma en la República Federal de Alemania. Las diferentes formas de la institucionalización en el curso de esta historia: un instituto de una fundación independiente como núcleo de las investigaciones marxistas críticas de la sociedad, un instituto mutilado, como garantía de una presencia supraindividual de eruditos privados y que les proporcionaba protección; un instituto que dependía de fondos estatales o de encargos para llevar a cabo sus investigaciones como trasfondo deuna sociología y una filosofía críticas. Las variantes y transformaciones de “la teoría” en el curso de esta historia: su espacio para moverse es tan grande y sus tiempos son tan dispares, que es prácticamente imposible hacer una clasificación por fases para La escuela de Fráncfort. Lo más adecuado es hablar de las tendencias, desviaciones, que la iban separando, la deriva que iba distanciando a la teoría y a la praxis, a la filosofía y a la ciencia, a la crítica de la razón y a la salvación de la razón, al trabajo teórico y al trabajo del instituto, a la situación irreconciliable y a la voluntad de no dejarse desanimar. Los diferentes capítulos del libro muestran fases de esta deriva en direcciones opuestas. Al mismo tiempo muestran la potencia crítica, vista en su contexto con toda su fuerza, de ésta o aquélla variante de la teoría crítica. Al final se encuentra la impresionante persistencia de los dos polos de la teoría crítica, la de Adorno y la de Horkheimer, en la generación más joven de los teóricos críticos. Hasta ahora, el libro de Martin Jay continúa siendo la única presentación histórica de gran amplitud de La escuela de Fráncfort. Sin embargo, concluye con el retorno del instituto a Fráncfort en el año de 1950. Su presentación fue un trabajo pionero, que además de basarse en trabajos publicados, se apoyó sobre todo en conversaciones con antiguos colaboradores del instituto, en detalladas informaciones de Leo Löwenthal, y en cartas, memorándums y presentaciones que el instituto hizo de él mismo, todos contenidos en la Colección Löwenthal. Además del trabajo de Jay, el presente libro se apoya también en una serie de trabajos históricos o de información histórica sobre La escuela de Fráncfort y su historia previa, que han aparecido entretanto; como los trabajos de Dubiel, Erd, Löwenthal, Migdal, Söllner, y en una serie de publicaciones más recientes de textos de La escuela de Fráncfort, por ejemplo la investigación de Fromm sobre Arbeiter und Angestellte am Vorabend des Dritten Reiches [Trabajadores y empleados en vísperas del Tercer Reich], publicada por Wolfgang Bonß y con una introducción de él mismo; las Obras completas de Walter Benjamin, publicadas y ampliamente comentadas por Rolf Tiedemann; o la publicación de escritos póstumos de Horkheimer en el marco de sus Obras completas, que comenzaron a aparecer desde 1985, publicadas por Alfred Schmidt y Gunzelin Schmid Noerr. El presente libro se apoya además en conversaciones con colaboradores, antiguos y actuales, del Institut für Sozialforschung, y contemporáneos que también se ocuparon de La escuela de Fráncfort, pero fundamentalmente se apoya en material de archivo. Entre estos materiales se encuentra, sobre todo, una correspondencia existente en el Archivo Horkheimer con cartas entre Horkheimer y Adorno, Fromm, Grossmann, Kirchheimer, Lazarsfeld, Löwenthal, Marcuse, Neumann y Pollock, reportes de investigaciones, memorándums, etc. Además, fueron importantes también la correspondencia, sobre todo, de cartas de Adorno entre éste y Kracauer, que pertenece al legado Kracauer, conservado en el Archivo de Literatura Alemana, en Marbach del Neckar; la correspondencia, conservada en la Bodleian Library de Oxford, entre Adorno y el Academic Assistance Council; las actas de Adorno y de Horkheimer del Decanato Filosófico de la Universidad Johann Wolfgang Goethe, de Fráncfort; las actas y colecciones sobre el Institut für Sozialforschung y personas individuales existentes en el Archivo de la Ciudad de Fráncfort; los reportes de investigaciones existentes en la biblioteca del Institut für Sozialforschung sobre los trabajos del instituto en los años cincuenta y sesenta. Por último, y dicho sea de paso, si no se hubiera atravesado la muerte de Adorno —el tema ya estaba definido— yo habría hecho mi doctorado con él. I. EL OCASO FELIX WEIL, CARL GRÜNBERG Y MAX HORKHEIMER Felix Weil, hijo de un millonario, funda un instituto de marxismo, con la esperanza de poderlo entregar algún día a un victorioso Estado alemán de consejos obreros Apenas había comenzado la Revolución de noviembre en Alemania, cuando Robert Wilbrandt, de 43 años, profesor de Economía nacional en Tubinga desde 1908, uno de los pocos socialistas alemanes de cátedra, y por lo tanto mal visto entre sus colegas universitarios por izquierdista extremo, realizó un viaje a Berlín. Allí pasó el invierno de la revolución. Por las mañanas trabajaba en la oficina de desmovilización, que tenía que ocuparse de la integración de los torrentes de soldados que regresaban a integrarse en el proceso económico. Y por las tardes trabajaba en la comisión de socialización. “Nuestra tarea era improvisar con todo lo utilizable tan rápidamente y de forma tan adaptada como fuera posible, de manera que las masas se tranquilizaran, que a los industriales se les diera la capacidad de producir, y que se solucionaran las dificultades de organización.”1 Los partidos socialistas, que se imaginaban el socialismo como consecuencia de un capitalismo más que maduro, que no habría de ser producido a través de un fantaseo de “recetas de la cocina del futuro” (Kautsky), carecían en 1918, habiendo llegado repentinamente al poder, de ideas concretas respecto a un orden económico socialista. La palabra “socialización” estaba en boca de todos después de la Revolución de noviembre, pero como un lema ambiguo, que incluso un derechista como Alfred Hugenberg se había apropiado, cuando calificó en agosto de 1919 en el Süddeutschen Zeitung la participación de los trabajadores en las ganancias y en los negocios que él estaba propagando de antisocialista, pero estaba dispuesto a llamar “socialización” tal cosa “para dejarles a los involucrados una palabra a la que le habían tomado cariño”.2 En esta situación, Wilbrandt era de los pocos que intentaban tomar en serio la teoría marxista en una praxis adecuada a la situación. De ser el más marxista de los socialistas de cátedra, para cuyo seminario de socialismo se había tenido que usar en Tubinga, antes de la guerra, el salón de actos de la universidad debido al gran interés que despertaba, se había convertido en el mayor de los jóvenes marxistas o “socialistas prácticos” que en su folleto aparecido a principios de 1919 ¿Son los socialistas suficientemente socialistas?, se lamentaba de la siguiente manera: Prescindo de la burguesía, para la cual amenazo con convertirme en un espanto, y de los “amigos de la patria”, que en la miseria de la patria aman solamente la desesperación, pero no el trabajo edificante. Me dirijo solamente a los socialistas. Sí, ustedes son fieles, ustedes son fieles a la profecía, por ello esperan la maduración. Por eso, ustedes hablan de las “empresas maduras para la socialización”. ¡En lugar de confiar en ustedes mismos, y creer que son suficientemente maduros para hacerlas madurar! En lugar precisamente de cocer los inmaduros frutos en el perol de la economía común como lo hiciera el socialismo práctico, el socialismo de las cooperativas y las comunas con el mayor éxito (con las panaderías y mataderos!). Y en lugar de encontrar la forma ustedes mismos, a pesar de Marx y Hegel, que nos han prohibido la invención [...] Solamente la socialización, la transición planificada y comenzada oportunamente, hacia el Estado socialista, es capaz de evitar una situación en la que una cosa (la empresa capitalista) se haya ya terminado, y la otra (la empresa socialista) no exista todavía. Conservación de las empresas, transición hacia una forma socialista de conducción que fomente la colaboración y de un espaciopara la cogestión, aclaración de la situación; las utilidades canalizándose a la mayoría y a los trabajadores en la empresa, es decir, interesándolos, y obligándolos, respecto a sí mismos y a la mayoría, al trabajo, y a restringirse a lo posible desde dentro, ésta es la exigencia del día. Si no se hace esto, el “bolchevismo” lo hará por otros medios. Revolverá pasiones y creará artificialmente un ejército de desempleados [...] Él exige explícita y constantemente huelgas, piensa en obligar a hacer algo nuevo, haciendo imposible lo viejo.3 De qué forma tan poco seria se tomaba el gobierno el cumplimiento de la exigencia popular de la “socialización”, qué poco estaba dispuesto a llevar a cabo las reformas económicas que solamente deberían quitar el viento de las velas de las exigencias radicales mediante concesiones simbólicas, quedó demostrado por el destino que tuvo “la comisión de socialización”. El consejo de los diputados del pueblo, compuesto por representantes del Sozialdemokratische Partei Deutschlands (SPD) [Partido Socialdemócrata Alemán] y del Unabhängige Sozialdemokratische Partei Deutschlands (USPD) [Partido Socialdemócrata Independiente Alemán], le había concedido solamente una función consultiva y le había dotado de representantes de diferentes tendencias. Dos miembros del USPD pertenecían a él, a saber Rudolf Hilferding y Karl Kautsky, el cual tenía la presidencia; dos miembros del SPD, un miembro de los sindicatos, reformistas sociales burgueses, y algunos académicos socialistas: además de Wilbrandt, el profesor berlinés de economía nacional Karl Ballod, el docente no titular de Heidelberg Emil Lederer, y el profesor de Graz Josef Schumpeter. El programa de la comisión era modesto. La socialización de los medios de producción, se afirmaba, sólo podía llevarse a cabo “en una estructuración orgánica de larga duración”. Tendría que comenzarse con aquellos sectores de la economía nacional “en los cuales se han formado relaciones de dominio capitalistas monopólicas”.4 Pero incluso la actividad de la comisión que permanecía en este marco fue saboteada por la burocracia. Los dictámenes y proyectos de ley para la socialización de la minería del carbón, para la constitución de comunas, para la estatización de la pesca y del sector de seguros, no solamente no fueron publicadas, sino que el Ministerio de Economía del Reich intentó también modificarlas. Como respuesta a esto, los miembros de esta Comisión de Socialización renunciaron a sus cargos con una protesta por escrito en contra de la actitud del gobierno. Wilbrandt regresó resignado a su cátedra de Tubinga. Aquí se encontraba entre sus oyentes, en el semestre del verano de 1919, Felix Weil. El estudiante de ciencias sociales y de economía de 21 años, proveniente de una familia adinerada que en los días de la Revolución de noviembre se había puesto a disposición del Consejo de Obreros y Soldados de Fráncfort, como su estudiante protegido, había llegado especialmente a Tubinga para escuchar al profesor socialista. Él escribió un ensayo sobre la Wesen und Wege der Sozialisierung [Esencia y vías de la socialización] que fue publicado en el Consejo Obrero de Berlín. Por sugerencia de Wilbrandt, este trabajo se convirtió en una tesis doctoral, con la cual Weil —encarcelado por un tiempo debido a actividades socialistas en octubre de 1919, y excluido luego de la Universidad de Tubinga y expulsado de Württemberg— realizó su doctorado en 1920 en Fráncfort. Este trabajo —Sozialisierung. Versuch einer begrifflichen Grundlegung nebst einer Kritik der Sozialisierungspläne [Socialización, intento de una fundamentación conceptual, además de una crítica de los planes de socialización]—, apareció en 1921 como el séptimo y último tomo de la serie de libros Praktischer Sozialismus [Socialismo práctico], publicada por el docente no titular Karl Korsch, de Jena. Esta serie la había iniciado Korsch, que había sido asistente de Wilbrandt en la Comisión de Socialización, con su escrito propio Programm des praktischen Sozialismus [Programa de socialismo práctico], que había aparecido con el título de Was ist Sozialisierung? [¿Qué es la socialización?]. Con esta serie de escritos se proponía proporcionar a aquellos “que tuvieran talento espiritual” una verdadera comprensión de la esencia del socialismo, y el interés por participar en la organización de los proyectos socialistas concretos, según el modelo de los folletos de la Ilustración de la Fabian Society inglesa, a cuya organización juvenil había pertenecido él antes de la guerra durante una estancia de dos años en Inglaterra. Una definida y rápida realización de una decidida socialización, o una clara renuncia a todos los esfuerzos en esa dirección: éste era el tenor de la tesis doctoral de Felix Weil. “Una cosa es segura”, sostenía, “las cosas ya no van a seguir siendo como ahora, donde el empresario libre es intimidado por las huelgas, los altos salarios, los impuestos, los comités de empresa, la desconfianza mutua y el temor de la socialización, y no puede emprender su tarea con audacia, donde la vida económica alemana está marchitándose.” “¿Regresar a la economía libre, o hacia adelante, hacia el socialismo? Ésta es la cuestión. Pero decidirla no es tarea de este tratado”.5 Esto no solamente era una concesión estratégica —a fin de cuentas, con este trabajo Weil quería hacer su doctorado con profesores que no tenían nada de socialistas—, también tenía un sentido existencial. Daba testimonio del conflicto entre la posición empresarial del padre y las simpatías socialistas del hijo, de un conflicto que se daba más bien en las familias de la gran burguesía judía que en la no judía, pero que no era tan agudo como para que el hijo rompiera a cualquier precio con el mundo del padre. A un judío, la riqueza tenía que parecerle como fuente del resentimiento antisemita al igual que una protección, como un impulso para la identificación con las posiciones anticapitalistas al igual que como algo que solamente se podía abandonar cuando se estuviera seguro de un futuro que ya no hiciera necesaria dicha protección. Por dar un ejemplo: el gobernador de Baviera, Kurt Eisner, asesinado en 1919, todavía seguía siendo difamado constantemente por la prensa como “galiciano” y “judío del Este”, como “extranjero”, como “Salomon Kosmanowsky, de Lemberg”. ¿Regresar a la economía libre o ir hacia adelante, hacia el socialismo?: esto tenía para Weil un sentido muy especial. Por un lado, era el hijo de un empresario muy exitoso en los negocios. Su padre, Hermann Weil, que provenía de una familia de comerciantes judíos de la provincia de Baden, se había ido a Argentina en 1890, a los 22 años, como empleado de una empresa vendedora de cereales de Ámsterdam. En 1898 ya se había independizado y en poco tiempo había logrado hacer de su empresa una de las más grandes comercializadoras de cereales de Argentina, convertida en una empresa mundial, con facturaciones de varios millones, que dirigía junto con dos hermanos. En 1908, el multimillonario había regresado a Alemania debido a una parálisis progresiva, y se había establecido en Fráncfort —donde Paul Ehrlich y Sajachiro Hata inventaron en 1909 el Salvarsan, como medicamento para curar la sífilis— con su esposa, su hija y su hijo (precisamente Felix, nacido en 1898 en Buenos Aires). Ampliando todavía más sus actividades capitalistas con especulaciones en terrenos y comercio de carne, Hermann Weil vivió en Fráncfort hasta su muerte en el año de 1927.6 Durante la Guerra Mundial, Hermann Weil había intentado hacer méritos en favor de la causa nacional. Aprovechó sus experiencias de muchosaños y sus relaciones para la observación de los mercados mundiales y de cereales, y la situación de la alimentación de las grandes potencias en guerra, y mandó reportes al respecto a las instancias del gobierno de Berlín; el optimismo tan triunfalista de estas presentaciones fue del agrado de Guillermo II. Los dictámenes demasiado optimistas de Weil sobre los efectos del hundimiento de barcos de carga que transportaban cereales del Entente contribuyeron a alargar todavía más una guerra sin sentido. Al final, el “padre de la guerra de los submarinos” apareció como alguien que había jugado un papel nefasto. Pero dado que las relaciones económicas con Argentina, que había seguido manteniendo la amistad con Alemania, volvieron a restablecerse de inmediato al final de la guerra, y el negocio de importaciones de Hermann Weil experimentó un nuevo punto culminante, pudo ejercer ahora como un generoso mecenas de la Universidad de Fráncfort y diversas instituciones de beneficencia, y finalmente recibir el doctorado honoris causa de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales por la fundación del Institut für Sozialforschung (IFS) [Instituto de Investigación Social]. Como hijo de tal padre, Felix Weil tenía ante sus ojos un ejemplo muy contundente de los éxitos de la libre empresa. Por otro lado, una vida de este tipo habría de parecerle poco atractiva. Él y su hermana habían crecido en Buenos Aires, sin que su padre ni su madre se hubieran tomado tiempo para ellos. En lugar de eso, habían sido educados por una institutriz y otros empleados. En Fráncfort, Felix Weil había vivido primero en casa de su abuela y después en un hotel con la familia hasta que se terminó de construir la residencia del padre. Tal vez, debido a un cierto sentimiento de culpa por la infancia y la juventud de su hijo carente de amor, el padre no presionó para que siguiera la carrera de empresario o alguna otra profesión para ganar dinero. Felix Weil no se convirtió ni en empresario, ni en científico propiamente dicho; tampoco en artista, sino en un mecenas de izquierda —ya después de la muerte de su madre en 1913 había heredado un millón de pesos oro, como lo comenta Weil en sus “Recuerdos”, que quedaron incompletos (citado varias veces en Eisenbach)— y en un trabajador ocasional de las cuestiones científicas. Weil formaba parte de ese grupo de jóvenes que, politizados por el resultado de la guerra y la Revolución de noviembre, estaban convencidos de la superioridad del socialismo como forma económica y de la posibilidad de realizarlo, y se dedicaban al estudio de las teorías socialistas para poder asumir lo más pronto posible —preparados de esta manera— una posición dirigente en el movimiento obrero o en el orden social socialista, pero él se dedicaba a este objetivo manteniendo una cierta distancia. Como “bolchevique de salón” colaboró en los años veinte en la periferia del ala derecha del Kommunistische Partei Deutschlands (KPD) [Partido Comunista Alemán]. Nunca se afilió al partido, aunque tenía una estrecha amistad con Clara Zetkin y Paul Frölich, y se había casado con la hija de un viejo socialista y buena amiga de Zetkin. Él financió en buena parte la editorial Malik, de Berlín, en la cual fueron publicadas, entre otras obras, también Geschichte und Klassenbewußtsein [Historia y conciencia de clase], de Georg Lukács. También ayudó al artista de izquierda Georg Grosz, y el primer gesto de apoyo consistió en que en los años veinte, cuando en Alemania había una gran necesidad económica, y aunque no lo conocía en absoluto personalmente, les financió a Grosz y a su mujer un viaje a Italia y los alojó de manera por demás generosa en el Castello Brown, en Portofino, el cual había alquilado. O también, ayudó a Ernst Meyer, el antiguo líder del KPD, caído en desgracia y enfermo, y a su mujer igualmente enferma, a través del financiamiento de una estancia de reposo de larga duración. Pero, sobre todo, intentaba hacer algo por la teoría marxista. También esto significaba un contacto periférico con el KPD. En su fase temprana, este partido todavía no estaba definido por los intereses de la Unión Soviética y la vía bolchevique hacia el socialismo. El KPD se había desarrollado a partir de una corriente de izquierda de la socialdemocracia alemana, y — a diferencia de otros partidos comunistas— podía mirar retrospectivamente hacia unos orígenes que eran independientes de la Revolución rusa. Cuando se llevó a cabo una conferencia a nivel del Reich de la Liga Espartaco, poco antes de la fusión de la Liga y los Comunistas Internacionales de Alemania (los radicales de izquierda de Bremen) con el KPD, a fines de 1918 y principios de 1919 en Berlín, Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches abogaron por el nombre de “Partido Socialista”. En su opinión, esto era recomendable, en vista de la tarea del nuevo partido “de lograr la vinculación entre los revolucionarios del Este y los socialistas de Europa Occidental” y en vista de la necesidad de ganarse primero a las masas de Europa Occidental para sus propios objetivos. Pero ya desde el congreso fundacional predominaban los ultraizquierdistas y un utopismo radical. Desde el principio existió para el KPD el problema de que recibía adeptos sobre todo de grupos marginales de los obreros fuera de las organizaciones obreras establecidas, que si bien estaban llenos de energía y ganas de realizar acciones, no tenían una experiencia política. El hecho de que en marzo de 1921 el KPD tomara como motivo acciones de resistencia del personal de ciertas empresas en contra del desarme por parte de la policía de seguridad prusiana para convocar a una huelga general y una campaña de repartición de armas, buscando azuzar, a través de atentados con explosivos, a los obreros para que atacaran los propios locales del partido, la Columna de la Victoria, en Berlín, etc., con lo cual experimentó un claro fracaso, podía ser condenado como golpismo —al igual que anteriormente las luchas de Berlín, en enero de 1919, o más tarde el “Octubre alemán” lamentablemente fracasado, en 1923— pero también podía ser considerado, precisamente por los jóvenes izquierdistas impacientes, como una prueba de la disposición para la acción revolucionaria. Por otro lado, ciertas fases de la política del frente unificado, es decir, los esfuerzos por colaborar con el SPD y los sindicatos, pudieron haber despertado la impresión de una capacidad razonable de establecer alianzas. A principios de los años veinte, con la introducción de la Nueva Política Económica en la Unión Soviética y con la implantación de un modus vivendi con los estados capitalistas, se sacaron las consecuencias de la ausencia de las revoluciones occidentales, pero todavía se mantenían el periodo de crisis en Alemania y la esperanza de una internacionalización de la revolución. Cuando la “bolchevización” del partido todavía no se había llevado a cabo, y aún parecía existir un espacio para las discusiones al interior del partido y discusiones teóricas, hubo una serie de intentos de intelectuales socialistas para volver al carácter y a la función de la teoría y la praxis marxistas. Entre ellas se contaba una “Marxistische Arbeitswoche [Semana de Trabajo Marxista]” que se llevó a cabo en la semana de Pentecostés de 1923 en un hotel de Geraberg, cerca de Ilmenau, al suroeste de Weimar, al pie del Bosque de Turingia. Sus iniciadores fueron Felix Weil, que era quien financiaba la empresa, y Karl Korsch, que había organizado “Academias de Verano” ya en años anteriores en Turingia.7 Entre los poco menos de dos docenas de participantes se encontraban, además de los iniciadoresy sus esposas, entre otros, Georg Lukács, Karl August y Rose Wittfogel, Friedrich Pollock, Julian y Hede Gumperz, Richard y Christiane Sorge, Eduard Alexander y Kuzuo Fukumoto. Eran todos intelectuales, en su mayoría doctores. Y casi todos eran colaboradores del Partido Comunista. Excepto Korsch, Lukács y Alexander, todos eran menores de 30 años. Los puntos de partida de la discusión fueron —las informaciones escasas y poco uniformes de los participantes obligan a hacer conjeturas— probablemente sobre todo ponencias de Korsch y Lukács sobre los temas de sus libros que habían aparecido en el año del encuentro. Korsch, partiendo de concepciones de socialización democrático-radicales, y Lukács, partiendo de la idea de una cultura que hubieran hecho suya muy a fondo todos los miembros de la sociedad, coincidieron en la esperanza de un proletariado que actuara consciente de sí mismo, que no viera el mundo desde un kautskyanismo creyente en la evolución, o de un reformismo que partiera de la impredecible persistencia del capitalismo, sino desde la perspectiva de una concepción de la historia materialista llena del espíritu dialéctico de la filosofía de Hegel. La cita de Marx al final del libro de Korsch, Marxismo y filosofía: “Ustedes no pueden superar la filosofía sin realizarla” tenía en la situación de entonces un sentido muy concreto. No podía tratarse de que se les quitara su intelectualidad a los intelectuales, más bien lo que había que hacer era proporcionársela a los obreros. “Educación y ascenso de los dotados de talento, y división del trabajo”, se tomó en cuenta como tema para una segunda “semana de trabajo marxista”. El encuentro de intelectuales de Geraberg, que no se llevó a cabo en un marco del KPD, sino de alguna manera en una zona marginal del movimiento comunista, permitió vislumbrar las dificultades que se presentarían para la relación entre los intelectuales socialistas y los comunistas organizados en caso de que la disposición para la revolución se convirtiera en un estado permanente, y un partido de revolucionarios profesionales mirara con desconfianza a • las masas que él representaba, y sobre todo a los miembros autocríticos del campo opuesto. En el momento del encuentro en Geraberg, todo parecía todavía posible. Korsch, desde mayo de 1920 profesor asociado en Jena, y desde diciembre del mismo año miembro del partido comunista, era un ejemplo del raro intento de mostrar una actitud abiertamente revolucionaria como intelectual académico. Lukács, que no había tenido éxito en diversos intentos de lograr su habilitación docente, desde diciembre de 1918 miembro del Partido Comunista Húngaro,8 ofrecía a la inversa la imagen del funcionario del Partido Comunista que insistía en la utilización y reconocimiento de sus capacidades intelectuales. Richard Sorge, miembro del Partido Comunista que actuaba en la clandestinidad, y asistente del profesor de economía Kurt Albert Gerlach, ya era un comunista de partido cuya actividad intelectual solamente servía para ocultar el trabajo partidista. Casi la mitad de los participantes en la Semana de Trabajo Marxista tuvo que ver más tarde, de una u otra forma, con el Institut für Sozialforschung. En realidad, en este encuentro se trataba evidentemente de algo así como “el primer seminario sobre teoría” (Buckmiller) de este instituto, la empresa más asombrosa y con más consecuencias del mecenas izquierdista Felix Weil. La necesidad de Weil de una institucionalización en la discusión marxista, más allá de las limitaciones del quehacer científico burgués y la estrechez de miras ideológicas de un partido comunista, se encontró con proyectos de reforma del amigo de Richard Sorge, Kurt Albert Gerlach, el cual era uno de aquellos intelectuales académicos para los cuales la libertad de la ciencia y el interés práctico en la eliminación radical de la miseria y la represión eran dos cosas que iban juntas. Gerlach, nacido en 1886 en Hannover, hijo de un director de fábrica, había recibido la habilitación docente en Leipzig en 1913 después de una larga estancia en Inglaterra, donde la Fabian Society lo había impresionado de manera permanente, con un trabajo sobre Die Bedeutung des Arbeiterinnenschutzes [El significado de la protección de las obreras]. Después, durante varios años había sido colaborador del Instituto de Kiel para la Economía Mundial y el Tráfico Marítimo, que durante la guerra se había puesto al servicio de la resolución de problemas de la economía bélica. Entre otros, había sido apoyado por el padre de Felix Weil con donaciones de dinero y con reportes de artículos. Desde 1918, Gerlach, que se había convertido en un socialdemócrata de izquierda, había reunido estudiantes en su casa para realizar discusiones sobre teorías socialistas. En 1920, ya convertido entretanto en profesor numerario de economía en Aachen, era el más joven y más radical dictaminador en una encuesta a expertos llevada a cabo por encargo de la Asociación de Política Social sobre la reforma de los estudios de las Ciencias del Estado. En 1922 recibió un llamado de la Universidad de Fráncfort y, al mismo tiempo, la oportunidad de construir, junto con Felix Weil, un instituto dedicado al socialismo científico. La constelación inicial para el proyecto de Gerlach y Weil era lo más favorable que pudiera imaginarse: un padre rico que quería entrar en la historia de la ciudad como benefactor y especulaba con obtener el doctorado honoris causa, que ya había llevado a cabo en • • • 1920 un intento fallido de hacer una fundación para promover —como lo decían sus estatutos— “la investigación y la docencia en el campo de las ciencias sociales, en especial del derecho laboral y de la constitución laboral”, para promover los institutos de ciencias sociales, y a estudiantes capacitados y jóvenes eruditos que “se esfuercen por aclarar científicamente los problemas sociales en el sentido de la paz social”, y el cual, ya fuera más por una mala conciencia y un interés en la carrera académica de su hijo, que a fin de cuentas simpatizaba con el marxismo, o más con la esperanza de fomentar las relaciones comerciales de su empresa con la Ucrania de la Rusia Soviética (como afirma una reflexión de Peter von Haselberg), estaba dispuesto incluso a financiar un instituto de ciencias sociales de tendencia izquierdista según el modelo del Instituto Marx-Engels, de Moscú; una ciudad con la más grande proporción porcentual de población judía entre las ciudades alemanas, y la comunidad judía más famosa y la segunda más grande después de la de Berlín; una ciudad en la cual el mecenazgo de la gran burguesía era especialmente destacado, e iba dirigido preferentemente a las instituciones pedagógicas de orientación social, y político-social o económico-social, y en la cual la universidad, dependiente de una fundación, inaugurada antes del estallido de la primera Guerra Mundial, tenía en lugar de la habitual facultad de teología una facultad de ciencias económicas y sociales. Una ciudad en la cual la proporción de los simpatizantes burgueses del socialismo y del comunismo era inusualmente alta, y en la cual el mundo del salón y del café formaba una zona gris de la vida burguesa liberal, en la cual era difícil distinguir entre el distanciamiento comprometido y no comprometido respecto a la propia clase; un ministerio de cultura dominado por la socialdemocracia, el cual, interesado en una reforma de las universidades rebeldes, gustaba de apoyar lo que prometía fomentar la orientación social de las escuelas superiores; un profesor socialista de izquierda que había recopilado experienciasen el Instituto de Kiel para la Economía Mundial y el Tráfico Marítimo, fundado en 1911, el primer instituto de Alemania en el campo de las ciencias económicas y sociales, que creía en la posibilidad de la ampliación de la investigación y la docencia socialistas en una escuela superior reformada, y había hecho ya los primeros bosquejos para el campo de su propia especialidad. En la realización de su proyecto, Weil y Gerlach procedieron a lo largo de dos vías. Antes de hacer contacto con la universidad, se entendieron con el Ministerio Prusiano de Ciencia, Arte y Educación Pública en Berlín. Allí, Weil, si seguimos su propio testimonio, presentó abiertamente sus planes, a diferencia de lo que había hecho en las negociaciones con la universidad. “El Señor Consejero Privado Wende... podrá confirmar”, escribe Weil en la carta al ministerio a finales de los años veinte, cuando se dieron algunas discusiones por la elección del sucesor del director del instituto, Carl Grünberg, que había enfermado, [...] que desde mis primeras conversaciones con él le expliqué que nosotros (mi difunto amigo, el profesor Kurt Albert Gerlach, y yo) teníamos la intención de fundar un instituto que habría de servir sobre todo al estudio y la profundización del marxismo científico [...] Cuando vimos qué favorables condiciones de trabajo se les concedían a la mayoría de las ciencias, incluso a las ramas de la ciencia que hasta entonces no se habían considerado dignas de ser aceptadas en las universidades (administración de empresas, sociología, etc.), entonces se nos impuso la idea de que el estudio del marxismo podría y tendría que ser apoyado de manera semejante. Nuestros esfuerzos, que fueron apoyados por una intercesión de mi difunto amigo, el ministro retirado Konrad Haenisch (él fue el primer ministro de cultura socialdemócrata de Prusia que propagó reformas radicales, y que solamente estuvo en su cargo por un breve tiempo, R. W.) [...] encontraron toda la comprensión del ministerio: éste incluso aceleró las negociaciones [...]9 En cambio, en el memorándum de Gerlach, que constituyó la base de las negociaciones con la universidad, se hablaba de marxismo solamente de manera marginal. Actualmente, apenas encontraríamos a alguien que pudiera cerrar los ojos ante el hecho de la importancia tanto científica como práctica que tiene el conocimiento y el reconocimiento de la vida social en toda su amplitud. Ese enorme tejido de efectos recíprocos entre la base económica y los factores político-jurídicos, hasta llegar a las últimas ramificaciones de la vida espiritual en la comunidad y la sociedad. Recordemos solamente cuestiones como la vida sindical internacional, la huelga, el sabotaje, la revolución o el movimiento salarial, el antisemitismo como problema sociológico, el bolchevismo y el marxismo, el partido y la masa, la actitud vital de las capas de la población, el empobrecimiento de Alemania. Al igual que el teórico no puede existir, menos que nunca, en el campo de las ciencias de la experiencia sin un constante contacto con la pulsante vida de la realidad, se ha vuelto igualmente imposible para el puramente práctico tener una visión general de la intrincada red de todas las relaciones económicas y sociales sin cultivar el pensamiento y sin aprovechar los resultados y los métodos científicos [...] Las ciencias económicas y sociales, tras una disputa acerca de los métodos que ha durado varios decenios, pueden haber alcanzado un grado de desarrollo en el cual, cualquiera que sea el estado del problema de los juicios de valor finales y radicales, se han logrado por lo menos condiciones previas y posibilidades de un cultivo científico en el que se puede acceder con amplia objetividad a la investigación de la vida social. Esto, tanto más, cuanto que no es una toma de posición de ningún tipo en cuanto a la política económica o social la que determina el rumbo, sino por principio solamente el punto de vista de la investigación. Por lo demás, actualmente la recopilación de materiales y de hechos es una tarea que ya no puede ser resuelta sólo por un individuo, sino que solamente es posible a través de organizaciones en gran escala. También las complejas situaciones sociales exigen la colaboración intelectual. Un instituto de investigación social que se dedique específicamente a estas tareas representa por lo tanto una urgente necesidad, y ayudaría a cubrir un vacío que existe en la serie de los institutos ya existentes.10 Para los colaboradores del Ministerio de Educación Prusiano, el cambio entre el marxismo científico y la investigación social de amplio alcance probablemente no era algo muy emocionante. El marxismo actualizado en el sentido de una ciencia social moderna se contaba entre lo que los socialdemócratas, que eran quienes determinaban casi totalmente en los años veinte la política en Prusia, a la cual pertenecía en aquel entonces Fráncfort, deseaban para las universidades. También estaba más o menos de acuerdo con esta causa Carl Heinrich Becker, que en los años veinte trabajó continuamente como secretario de Estado o ministro en la política cultural prusiana y alemana. Becker, que no era él mismo socialdemócrata y, según sus propias declaraciones, había sido un buen monárquico antes de la época de Weimar, pero que también era muy apreciado por los políticos socialdemócratas como un experto que se ocupaba de realizar reformas, había exigido desde 1919 la superación de la especialización y la introducción de nuevas asignaturas que lograran una síntesis en las universidades. En este sentido, había destacado sobre todo a la sociología, porque ésta consiste “solamente en una síntesis”, y por ello es un importante medio de educación. “Las cátedras de sociología son una urgente necesidad para todas las universidades. Aquí la sociología se define en el sentido más amplio de la palabra, incluyendo la política científica y la historia política contemporánea.”11 La resistencia de los profesores especializados establecidos, algunos de los cuales intentaron difamar a la sociología como socialismo, condujo a que esta ciencia, polémica, y que contaba solamente con vagos contornos, cobrara una importancia, primeramente, sólo en el ámbito educativo extrauniversitario, en las escuelas superiores populares y en las escuelas especializadas. Lo que fue decisivo para que Weil y Gerlach tuvieran éxito en su proyecto de un instituto anexo a una universidad, pero independiente de ella y directamente supeditado al ministerio, fue, además del benevolente apoyo de éste, la generosidad de la fundación en una época de problemas económicos y restricciones financieras. Los Weil estuvieron dispuestos a dar un financiamiento para la construcción y equipamiento del instituto, a pagar una cantidad anual de 120 000 marcos, a dejarle los pisos bajos a la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, y más tarde, incluso estuvieron dispuestos a financiar la cátedra que tenía el director del instituto en aquella facultad. La misma Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, a la cual no le gustaba en absoluto el nivel de independencia del instituto, pues sufría tal necesidad de espacio, debido al rápido crecimiento de las cifras de estudiantes, tanto que incluso pronto insistió en que se acelerara el establecimiento del instituto. Los adversarios del proyecto del instituto, como por ejemplo el curador de la universidad, que temían que se hiciera un mal uso de las instalaciones para cuestiones de política partidista, solamente fueron capaces de imponer que en el contrato celebrado entre la ciudad y la Gesellschaft für Sozialforschung se incluyera la cláusula de que la utilización para otros objetivos diferentes a los de la investigación de las ciencias sociales solamente se permitiría con un permisopor escrito del magistrado.12 A principios del año 1923 se dio la autorización ministerial para la “fundación del Institut für Sozialforschung en la Universidad de Fráncfort, como una institución científica que sirva al mismo tiempo para objetivos docentes de la universidad”. En marzo se comenzó con la construcción. El instituto de Fráncfort fue el segundo de ciencias sociales después del Forschungsinstitut für Sozialwissenschaften [Instituto de Investigación de Ciencias Sociales], en Colonia, que había iniciado su trabajo en 1919 con dos de los departamentos planeados: el Departamento de Sociología y el Departamento de Política Social. La organización del instituto, una institución de la ciudad de Colonia, se le había confiado a Christian Eckert, el cual al mismo tiempo se convirtió en el primer rector de la Universidad de Colonia, que fue fundada de nuevo en 1919 y, al igual que la de Fráncfort, había surgido, entre otras cosas, de una Escuela Superior de Comercio, y que se distinguía de las escuelas superiores tradicionales por la importancia que se les concedía a las asignaturas de las ciencias económicas y sociales. Además del Kieler Institut für Weltwirtschaft und Seeverkehr [Instituto de Kiel para la Economía Mundial y el Tráfico Marítimo], fundado ya antes de la guerra por Bernard Harms, y el Kölner Institut [Instituto de Colonia], el Institut für Sozialforschung era el más importante en el campo de las ciencias económicas y sociales. Estos tres institutos, que todavía existen hasta la actualidad, compartían ciertos rasgos decisivos, los cuales solamente se presentaban de manera parcial en el caso del Instituto de Colonia: el estatuto de instituciones universitarias, las cuales sin embargo no estaban supeditadas a la administración de la universidad, sino directamente al Ministerio de Educación o a la ciudad; el predominio de la actividad de investigación; la tendencia a aprovechar las ventajas de una gran institución; una vinculación entre el instituto y la universidad en la forma de que sobre todo los directivos del instituto eran profesores numerarios en la universidad, y a la inversa, a los estudiantes avanzados se les dejaba participar en los trabajos de investigación. Una diferencia decisiva entre los institutos se manifestaba en el financiamiento y en la determinación de la visión del mundo. Al principio, los medios para el Instituto de Kiel fueron proporcionados en su totalidad por la Sociedad de Fomento, fundada en 1913. Esta sociedad, a la cual pertenecían a principios de la primera Guerra Mundial 200 socios, y que a finales de los años veinte contaba ya con 2 500, no influía de ninguna manera en la utilización de los medios que se transferían a la caja de la universidad y que después quedaban a disposición del director del instituto. A través de la fundación como “Königliches Institut für Seeverkehr und Weltwirtschaft an der Christtian-Albrechts-Universität zu Kiel” [Instituto Real para el Tráfico Marítimo y Economía Mundial de la Universidad Christian Albrecht, de Kiel] y de grandes mecenas como Krupp von Bohlen y Halbach, que le permitió adquirir al instituto a fines del “fatídico año de 1918” (Harms) un complejo de edificios en la Kieler Förde, estaba dada una tradición que en combinación con la estrecha colaboración con dirigentes de la economía, la administración y la política, se encargaba de que el abanico de las ideas políticas y concepciones del mundo aceptadas no rebasara de ninguna manera el marco de las ideologías habituales para las universidades alemanas. El instituto de Colonia era financiado por la ciudad. El presupuesto en el año inicial fue de 120 000 Reichsmark. El “sistema colegial” y la “fecunda colaboración [...] de serias personalidades desde ideas políticas y concepciones del mundo contradictorias” a lo cual se refirió Eckert en sus presentaciones del instituto13 tomó forma real en el sentido de una proporción partidista. Como sociólogo de origen socialdemócrata, el antiguo ministro de Estado de Württemberg Hugo Lindemann se convirtió en director del Departamento de Ciencias Político-Sociales. Los directores del Departamento de Sociología fueron Leopold von Wiese, como sociólogo de tendencia liberal, y —por deseo del alcalde de Colonia, Konrad Adenauer— Max Scheler como exponente del espíritu católico. Lo específico del Instituto de Fráncfort era una estructuración que aseguraba que este espectro tuviera una complementación hacia la izquierda. De manera análoga a la “Sociedad para el Apoyo del Instituto para la Economía Mundial y el Tráfico Marítimo de la Universidad de Kiel” se había fundado como sostén de la fundación de Weil una Gesellschaft für Sozialforschung e.V. [Sociedad de Investigación Social, A. C.]. Pero además de los dos Weil, que ocupaban la presidencia, a esta sociedad pertenecían sólo algunas pocas personas que eran amigos o conocidos de ellos, como por ejemplo Gerlach, Sorge, Horkheimer, Käte Weil. Dado que el director del instituto era designado por el ministro de Educación, de acuerdo con la Gesellschaft für Sozialforschung, Felix Weil podía decidir quién se convertiría en director, con lo cual a su vez —dado que el director podía dirigir de manera ampliamente dictatorial el instituto— Weil podía determinar a su albedrío la tendencia o visión del mundo que sería predominante en él. Gerlach hubiera sido el hombre ideal para Weil. Joven, con una sólida carrera universitaria, y un “noble comunista”. Pero en octubre de 1922 Gerlach murió, a los 36 años, de diabetes, una enfermedad para la cual en aquella época no se encontraba todavía el remedio. Dos conocidos de Fráncfort, que habían animado a Weil en su compromiso en favor del proyecto del instituto, Friedrich Pollock y Max Horkheimer, si bien eran “ya algo mayores [...] de lo que se es normalmente como estudiante, pues en realidad debían haberse convertido en comerciantes y haberse hecho cargo de las fábricas de sus padres”, y eran los “únicos que habían logrado el doctorado summa cum laude en aquel año de 1923 en la Universidad de Fráncfort en las ciencias económicas y socia- les”,14 también quedaban totalmente fuera de consideración para la dirección del instituto. Después de la muerte de Gerlach, Weil negoció primeramente con Gustav Mayer, de 51 años, un socialdemócrata que vivía en Berlín, antiguo periodista que se había dado a conocer por el primer tomo, aparecido en 1919, de su monumental biografía de Engels; judío y en los años veinte profesor de cátedra extraordinaria de historia en la Universidad Friederich Wilhelm, de Berlín. Pronto quedó claro que Mayer representaba una visión del mundo distinta a la de Weil. No obstante, en opinión de Weil, el requisito para que la fundación cumpliera su cometido era una “colaboración comprensiva” entre él y el director del instituto “en favor de una causa común”. Tuvo más suerte con Carl Grünberg. Grünberg nació en 1861 en Focsany, en Rumania (en la parte Este al pie de los Cárpatos) en el seno de una familia judía austriaca. A los 20 años se fue a Viena a estudiar derecho. Sus principales maestros fueron Lorenz von Stein y Anton Menger. El primero, especialista en derecho del Estado, conservador, que veía en la sociedad capitalista el campo más favorable para la realización de la libertad personal en la medida en que la clase poseedora mantuviera incansablemente a raya dentro de ciertos límites las situaciones inadecuadas con ayuda del Estado, a través de reformas sociales; el segundo, un socialista-jurista de tendencia radical,que criticaba desde un punto de vista racionalista-ilustrado, en trabajos de sociología del derecho, la organización de la propiedad privada. En 1892 Grünberg se convirtió al catolicismo, al parecer pensando en su establecimiento como abogado, llevado a cabo en 1893, y en su carrera universitaria, comenzada en 1894 como docente no titular de economía política en la Universidad de Viena. “Grünberg había llegado a Viena”, se dice en su primera biografía detallada, de Günther Nenning, “de su patria rumana sin medio económico alguno para estudiar. Este estudio se lo había financiado él mismo, incluso había apoyado también a su hermano menor, que había llegado con él e igualmente estaba estudiando derecho. Su bufete de abogados parece no haberle aportado mejoría alguna en su situación material, dado que lo abandonó cuatro años después, en favor de un puesto como empleado del tribunal, que tenía una escasa retribución, pero que le aportaba un ingreso regular.”15 En estos años, Grünberg escribió su trabajo para lograr la habilitación docente, que era casi de mil páginas, sobre Die Bauernbefreiung und die Auflösung des gutsherrlich- bäuerlichen Verhältnisses in Böhmen, Mähren und Schlesien [La liberación de los campesinos y la disolución de las relaciones entre los hacendados y los campesinos en Bohemia, Moravia y Silesia], que estaba inspirado por Georg Friedrich Knapp, un representante de la más reciente escuela histórica, con el cual había estudiado de 1890 a 1893 como estudiante avanzado. Entre los otros trabajos científicos que surgieron en esta época se encontraba un estudio de 50 páginas sobre Socialismus, Kommunismus, Anarchismus [Socialismo, comunismo, anarquismo], para el Wörterbuch der Volkswirtschaft [Diccionario de economía], de Ludwig Elsters, publicado en 1897. En cuanto el nombramiento como profesor supernumerario de economía política en la Universidad de Viena, apoyado por el socialista de cátedra, Eugen von Philippovich, le garantizó el sustento a Grünberg a fines de 1899 y éste abandonó toda actividad jurídica práctica para dedicarse por entero a la ciencia. En 1910 fundó el Archiv für die Geschichte des Sozialismus und der Arbeiterbewegung [Archivo para la historia del socialismo y del movimiento obrero]. Entre los discípulos del —como lo decía Nenning— “marxista de cátedra” Grünberg se contaron los austromarxistas tardíos Max Adler, Karl Renner, Rudolf Hilferding, Gustav Eckstein, Friedrich Adler, y Otto Bauer. Sin embargo, en su actividad científico-teórica, Grünberg fue más allá del ámbito académico. Él fue uno de los iniciadores de las universidades populares de Viena y de la Asociación Educativa Socialista. Advertido por el ejemplo de un colega, el historiador Ludo Moritz Hartmann, que debido a su afiliación al Partido Socialdemócrata no había pasado más allá del estatus de profesor supernumerario, Grünberg no tuvo relación con partido alguno, por lo menos antes de 1919. Apenas en 1912, a sus 51 años de edad, recibió, después de muchas resistencias, una cátedra, pero no para la totalidad de la economía política, sino para la historia económica más reciente. Solamente al llegar el director socialdemócrata del área, Otto Glöckel, se asignó finalmente a Grünberg la materia de política económica, y se le nombró como director del Instituto de Ciencias del Estado. En 1919, Grünberg había propuesto a Otto Glöckel fundar en Viena “el Instituto de Estudios e Investigaciones, según el modelo del ‘Musée Social’, de París”, y llamar a Karl Kautsky para que lo dirigiera. Sin embargo, los socialdemócratas austriacos se habían sentido demasiado débiles políticamente como para lograr imponer una empresa de este tipo. Ahora, en la oferta de Weil, Grünberg veía la oportunidad de poder realizar todavía sus propios planes bajo la dirección a su cargo, y al mismo tiempo, escaparse de un exceso de obligaciones oficiales y extraoficiales en Viena. Felix Weil, por su parte, había encontrado en Grünberg un director del instituto que era tanto un convencido marxista como un reconocido científico. La Facultad de Ciencias Económicas y Sociales estuvo de acuerdo de inmediato con Grünberg, y tomó la decisión unánime, a principios de 1923, de proponer al ministro que se llamara a Grünberg para la cátedra de ciencias económicas del Estado, que iba a ser fundada por la Gesellschaft für Sozialforschung. Weil difícilmente hubiera podido encontrar a alguien más adecuado para sus objetivos. Korsch y Lukács, en caso de que hubieran estado dispuestos a hacerse cargo de la dirección del Instituto de Fráncfort, no habrían podido ser tomados en cuenta, dado que, como comunistas políticamente activos, habrían provocado la abierta protesta de toda la universidad. Un socialista de cátedra, como Wilbrandt, que pronto había interpretado muy brillantemente a Marx y el marxismo, pero que rechazaba ambas cosas, y —en vista del desarrollo de los acontecimientos en la República de Weimar— tenía una tendencia a la resignación después del Invierno de la Revolución, no habría correspondido en absoluto a las ideas políticas y concepciones del mundo de Weil. Todavía menos lo hubieran hecho los otros dos “socialistas” que se perfilaban en aquel entonces en las cátedras alemanas, Hans Oppenheimer y Johannes Plenge. Oppenheimer —originalmente un médico practicante, después economista, y después de 1919 profesor ordinario de sociología y teoría económica en Fráncfort del Meno, en la primera cátedra alemana de sociología, que había fundado el cónsul de Fráncfort, el doctor h. c. Karl Kotzenburg, especialmente para su amigo Oppenheimer— elogiaba como medio universal para liberar a la sociedad de la explotación la superación del monopolio de la posesión de la tierra por parte de los latifundistas privados, que era la causa —afirmaba— de la huida del campo, y con ello del exceso de oferta de obreros en la ciudad. Plenge —desde 1913 profesor ordinario de ciencias del Estado en Münster, donde fundó en 1920 el Instituto de Enseñanza de Ciencias del Estado— representaba, estimulado por su vivencia de la solidaridad nacional en la guerra y la economía bélica, un socialismo nacional organizativo, cuyo objetivo era la comunidad nacional del capital y el trabajo. Cuando Grünberg comenzó su trabajo en Fráncfort, las épocas revolucionarias parecían haber terminado, pero la revolución y el comunismo seguían siendo temas actuales. Con huelgas e intentos revolucionarios de la izquierda y la derecha, 1923 había sido el gran año de crisis. En las elecciones parlamentarias y municipales había aumentado la influencia del KPD, un desarrollo que se mantuvo todavía después de la estabilización del marco, en noviembre de 1923, y la prohibición provisional del KPD en el invierno de 1923-1924. En las elecciones al Reichstag, en mayo de 1924, el KPD logró, con 3.7 millones de votos, 12.6% (por debajo del Partido Socialdemócrata Alemán, con 20.5%; el Partido Popular Nacional Alemán, con 19.5%; y el Partido Popular Bávaro y de Centro, 16.6%). El hecho de que el KPD había sido prohibido después de su intento de levantamiento, lamentablemente fracasado en octubre de 1923, apenas había dañado su imagen. Del 7 al 10 de abril de 1924 llevó a cabo en Fráncfort su noveno congreso, el cual se realizó en la ilegalidad, dado que incluso tras la eliminación de la prohibición del partido, el primero de marzo, aún existían órdenes de aprehensión contra muchos funcionarios del partido. En Fráncfort se estaba llevando a cabo justamente en aquellos momentos una feria comercial, y la reunión de 163 delegados no llamó la atención. La policía,
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