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VOLI, F , El arte de ser abuelos, 2013

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Cultiva el hábito de ser feliz. Tú mismo tienes que hacerlo.
Nada ni nadie puede hacerlo por ti.
 
No hay un camino para la felicidad. ¡La felicidad es el camino! Así, aprovecha
todos los momentos que tienes. Los aprovechas más si tienes a alguien especial
para compartir, lo suficientemente especial para pasar el tiempo... Y recuerda
que el tiempo no espera a nadie. Por tanto, deja de esperar... de esperar hasta
que termines o vuelvas a la Facultad; hasta que pierdas o ganes cinco kilos; hasta
que hayas tenido hijos o hasta que se hayan marchado de casa; hasta el viernes
por la noche o hasta el lunes por la mañana; hasta que hayas comprado una casa
nueva o hasta que la hayas pagado; hasta el próximo verano, primavera, otoño,
invierno; hasta que mueras; hasta que nazcas de nuevo. ¡No hay hora mejor para
ser feliz y hacer felices a los demás que AHORA MISMO!
 
La mente a veces se queda estancada. Por tanto, tenemos que continuar
trabajando los diversos temas una y otra vez. Sin embargo, cuando hemos estado
practicando y hemos adquirido la destreza, entonces nos quedamos más
tranquilos y seguros. La serenidad se hace nuestra naturaleza. Podemos
comprobar que hemos mejorado mucho en nuestras relaciones con nosotros
mismos y con los demás. En cuanto una persona ha aprendido a nadar, nunca
puede desaprenderlo, incluso aunque no lo haya hecho durante mucho tiempo. De
forma semejante, con la práctica, la mente aprende a reconocer cómo soltarse.
Así que, cuando hay un acontecimiento, la mente, sin esfuerzo y de forma
natural, reconoce las propias habilidades y las aplica a su día a día.
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INTRODUCCIÓN
 
Este libro está escrito para los abuelos 1 que queremos:
 
• Ser más felices en nuestro día a día, en nuestras relaciones con nosotros mismos, con
nuestros hijos, con nuestros nietos y demás personas de nuestro entorno.
• Participar y disfrutar en la tarea de formación de nuestros nietos, sin por ello
renunciar a nuestras propias ocupaciones, diversiones y necesidades.
• Disfrutar del tiempo que pasemos con nuestros nietos sin tener la responsabilidad
directa de su educación, aunque conscientes de que, con nuestro ejemplo y nuestras
interacciones con ellos, marcamos una diferencia importante en su desarrollo como
personas.
• Buscar, junto con nuestra familia, la forma de crear una buena convivencia en la que
todos colaboremos para sentirnos bien cada uno consigo mismo y con los demás.
• Aceptar, sin frustrarnos, que, como abuelos, hemos entrado a formar parte de la
familia extensa de nuestros hijos y que ya no representamos la parte preponderante
en su realidad. Es parte del ciclo de la vida y es importante para poder sentirnos
bien en nuestras relaciones con ellos sin tener expectativas al respecto.
 
En otras palabras, vamos a descubrir que es importante poder ser unos
abuelos contentos y ser conscientes de serlo para poder ser unos abuelos
fantásticos que marcan una diferencia en el entorno familiar en que se mueven.
Nos vamos a dar cuenta también de que conseguirlo es algo que depende en
gran parte de nosotros, si aceptamos que podemos ser efectivamente unos
abuelos fantásticos y nos motivamos para actuar al respecto.
Todos tenemos mucho que aprender, empezando por el amor, la comunicación,
las relaciones, la empatía y otras asignaturas que no hemos aprendido
suficientemente en el pasado. Por ejemplo, con respecto al amor, no hemos
aprendido a amarnos a nosotros mismos como medio de poder amar a los demás.
Tampoco hemos conseguido sobresaliente en paternidad; aunque lo hayamos
hecho de la mejor forma que sabíamos.
El objetivo que nos proponemos ahora es el de aprender a hacerlo mejor como
abuelos, y el mejor camino es buscar la forma de hacerlo mejor como personas.
Las experiencias que tuvimos como padres en realidad pueden ayudarnos a
aprender a ser unos abuelos que marcan una diferencia muy positiva en la vida
de nuestros nietos y, en esta nueva etapa de nuestras vidas, volver a serlo
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también en la vida de nuestros hijos.
Según varias fuentes, incluido el psicólogo y escritor Erich Fromm, el amor es
un arte que todos tenemos dentro, pero que necesitamos refrescar para que
podamos ser verdaderamente eficaces en nuestra vida de relación. Hay que
aprender sobre el amor como se aprende sobre un arte –El arte de amar–; esto
incluye lo teórico y lo práctico y nuestra propia intuición en la aplicación del
amor en nuestras vidas.
Las personas queremos ser amadas, pero si no averiguamos nuestra propia
forma de amar y si no aprendemos nosotros mismos a amar de forma
incondicional, nos limitaremos a considerar el amor desde la perspectiva de cómo
nos quieren los demás y cómo queremos que nos amen. Esto nos limita y no es
suficiente para ser abuelos felices, que es lo que queremos ser.
Para este fin, los abuelos podemos decidir cómo queremos que sea nuestra
forma de relacionarnos y comunicarnos con nuestros nietos, con nuestros hijos y
con los demás miembros de la familia, para transmitir el amor que tenemos
dentro. Para ello, podemos hacer una labor de autoconocimiento y una revisión
que nos abran a superar barreras emocionales y aprender algunas dinámicas
interactivas de comportamiento, lo más grato y lúdico posible, sobre cómo llegar
a ser un modelo y un ejemplo de persona para nuestros nietos.
Mediante el ejemplo podemos motivar actuaciones positivas de nuestros hijos
con nosotros y con sus propios hijos, y de nuestros nietos con nosotros y con sus
padres. Servirá para la mejora de las dinámicas de relación intra e
interpersonales dentro de la familia nuclear y extendida.
Muchos de nosotros necesitamos sanar situaciones emocionales anteriores que
pueden interferir en las relaciones mutuas y crear insatisfacción e incluso
resentimiento en alguna de las partes.
Muchos abuelos de hoy ya no son lo que eran cuando eran padres. Han
aprendido, directamente de la vida, formas distintas de relacionarse y
comunicarse, y están abiertos a buscar con sus nietos alternativas mejores a las
que utilizaron con sus hijos.
Los que sienten este empuje interior desde la conciencia de no haberlo hecho
tan bien en la educación de sus hijos se pueden sentir motivados desde su cariño
e interés hacia sus nietos a buscar ahora la forma de hacer algo para conseguir
una convivencia en que cada miembro de la familia se motive a hacerlo lo mejor
posible. Cuando mejoramos las relaciones con nuestros hijos conseguimos que las
nueras y los yernos acaben sumándose ellos también a esta revisión emocional, y
se abran a entrar en la alianza, aportando su colaboración incondicional.
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Una labor de revisión emocional propia y de parte de nuestros hijos y sus
parejas ayuda a sanar viejas heridas y a mejorar las relaciones mutuas cuando no
resulten ser lo suficientemente abiertas para facilitar la convivencia y el afecto
mutuo extendido a toda la familia. A abuelos, padres y nietos, como familia, nos
interesa escoger ser aliados en una tarea común tan importante como enseñar
convivencia dentro de la educación de los niños para que puedan sentirse bien
consigo mismos y con los demás como primer paso para ser felices.
 
 
Aprender a educar
 
Aprender a educar a los niños para que lleguen a ser personas optimistas y estén
contentas en su vida de acción y relaciones es una asignatura que nuestra
sociedad tiene todavía pendiente. Estamos motivados a educarlos para que
tengan éxito y dinero y más cosas que les pueden ayudar en su vida, pero hemos
dejado de lado el hecho básico de que aprendan cómo ser felices en su vida y en
sus relaciones, y queremos educarlos para que aprendan a serlo. Se trata de un
aprendizaje que, al igual que otros, necesita una comprensión previa
1) de que podemos ser más felices si nos lo proponemos,
3) de lo que es la educación para ser más felices,
4) de lo que es la formación de la persona para que pueda aceptar y utilizar
este aprendizaje.
Si comprendemos cómo se forma la personalidad humana desde la infancia y
aceptamos que la comunicación para relacionarnosmejor es un elemento que
necesitamos aprender para que las relaciones funcionen, vamos a ser capaces de
hacer una buena labor formativa como abuelos.
De esta forma podremos aprobar, en esta etapa de nuestra vida, la asignatura
de abuelos fantásticos que estamos empezando.
Aprender a ser abuelo, desde esta perspectiva, es placentero y divertido si
queremos que lo sea. Para ello, sin embargo, necesitamos estudiar, comprender y
utilizar los recursos personales, sociales, intelectuales y afectivos por el solo
hecho de ser personas que existen en cada uno, empezando por nosotros.
Yo, en mis tiempos, no lo hice lo suficientemente bien como padre, y mi mujer
tampoco como madre. Empezamos a preocuparnos y a estudiar la asignatura de
ser padres solo después de no aprobar, y entonces, al enterarnos de que había
formas mejor de hacerlo, nos pusimos los dos a trabajar y estudiar
frenéticamente para recuperar el tiempo perdido. Era un poco tarde, ya que
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nuestros hijos ya habían crecido; sin embargo conseguimos salvar todavía
bastante del naufragio de nuestro barco familiar. No obstante, no pudimos evitar
un gran número de disgustos previos que nos hubiéramos ahorrado de haber
buscado antes formas alternativas de ser unos padres y unos educadores más
efectivos, afectivos y conscientes.
El precio más elevado lo pagaron nuestros hijos, que, por su parte, tuvieron
que superar muchas más dificultades en su vida de las que hubieran tenido si
nosotros hubiéramos estudiado antes formas de cómo ser padres, para ser más
felices nosotros y nuestros hijos.
Todos los abuelos, en principio, somos buenos abuelos. La «abuelidad» es un
«sitio» muy especial para poder dar amor incondicional a otra persona por el
solo hecho de ser nuestro nieto.
Más o menos, todos los que conocimos a nuestros abuelos tenemos buenos
recuerdos, y a veces hasta recuerdos entrañables, de ellos o de algunos de ellos.
Lo importante es estar abiertos a querer a nuestros nietos de forma consciente
y a querer ayudarles a desarrollarse como personas buenas, eficaces y de éxito.
Al mismo tiempo, si esto no se cumple, necesitamos estar en la onda de aceptar
a nuestros nietos por cómo son y por el solo hecho de ser. Son nuestros nietos y
les queremos.
Para ser abuelos, en principio no hacen falta libros o conocimientos especiales.
La mayoría tenemos nuestras experiencias y a menudo simplemente actuamos
por instinto.
Sin embargo, como hemos dicho, en este libro estamos hablando de ser unos
abuelos fantásticos que marcan una diferencia importante en el desarrollo de sus
nietos, y esto requiere romper algunos esquemas y buscar y adquirir unos nuevos
conocimientos y experiencias sobre el arte de relacionarse y comunicarse.
Con este fin, y para abrirnos y motivarnos a actuar al respecto, muchos
necesitamos llevar a cabo una revisión emocional personal que nos descubra que
ser más felices en el aquí y ahora depende de nosotros. Posiblemente necesitemos
aprender nuevas formas de comunicarnos con nosotros mismos, nuestra pareja,
nuestros nietos y nuestros hijos, para conseguir que todos juntos hagamos posible
la creación de una convivencia que funcione.
Una buena convivencia entre todos facilita y permite el desarrollo de una
personalidad sana, autorrealizadora, positiva, comunicadora, respetuosa y
aceptadora en nuestros nietos, además de ayudarnos a mejorar la forma como lo
hacemos nosotros y nuestros hijos.
 
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Actuación de los abuelos
 
La contribución educativa del abuelo, inspirada en valores auténticos, puede
tener una relevancia considerable para el desarrollo personal y la riqueza de la
socialización del niño.
Los nietos aprenden valores de varias fuentes, empezando por los padres. El
abuelo necesita ser consciente de la posición moral, intelectual y emocional de
sus nietos, aceptando sus valores y perspectivas, y no tiene que imponer a los
nietos los suyos, tratando de plasmarlo a su imagen y semejanza.
Necesita aceptar a los niños como son y aprender de ellos al mismo tiempo
que les ayuda a comprenderse mejor con la ayuda de sus propios valores.
Los abuelos podemos desarrollar una relación basada en la comprensión y el
amor mutuos. Por consiguiente, tenemos que ser capaces de escuchar y
comprender la posición de nuestros nietos creando un dialogo permanente sobre
la esencia de ser personas. Por ello, si queremos contribuir a la educación de los
niños y queremos transformar la relación en una oportunidad de aprendizaje y
crecimiento mutuos, tenemos que ponernos al día sobre el significado de la
educación y sobre las pautas de formación de la personalidad de nuestros nietos.
Para conseguirlo, por nuestra parte, necesitamos mantenernos activos,
cultivando intereses y relaciones sociales, autoeducándonos (por ejemplo,
podemos frecuentar cursos de las Universidades de Mayores) y aprovechando
nuestros propios potenciales creativos. Tenemos que sentirnos cómodos con
nuestra edad y con la realidad en que vivimos, sin ampararnos en recuerdos del
pasado ni en expectativas del futuro, sino vivir plenamente el presente
aceptándolo y desarrollándolo cada día.
Los abuelos necesitamos también ser conscientes de que no tenemos la
responsabilidad de educar a nuestros nietos. La tarea de educar, y por
consiguiente la perspectiva disciplinaria de la relación dentro de la convivencia
familiar, está en manos de nuestros hijos.
Nosotros tenemos la mejor parte, la de ayudar a nuestros nietos a encontrar su
propio yo, la de compartir con ellos, escucharlos y ser para ellos modelos de
personas adultas que puedan ser tomados como puntos de referencia en su
formación como personas.
En nuestras relaciones con ellos podemos hacerles ver la importancia de vivir
y actuar en el presente, en el aquí y ahora. Nos dejamos, en todo lo que
podamos, de traumas del pasado y de expectativas sobre lo que queremos que
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sea el futuro de nuestros nietos. Este futuro es cosa de ellos. Nosotros nos
limitamos a darles, a menudo con nuestro ejemplo, algunos conocimientos vitales
que les pueden ser útiles en sus relaciones y en su propio desarrollo.
Cuando hemos hecho una revisión emocional en busca de nuestra propia
felicidad, les podemos ayudar a ser felices ellos mismos y a ayudar a su vez a los
demás a conseguirlo. Contrariamente a lo que les puede parecer a muchos, esto
de disfrutar todo lo que podamos como personas no es en ningún caso una forma
de egoísmo o egocentrismo. Ser felices nos permite ayudar a los demás a serlo,
empezando con nuestros nietos.
No nos dejemos desmotivar por el miedo a la crítica. Si queremos marcar una
diferencia en la vida, nuestra y de nuestra familia, como hemos visto,
necesitamos romper muchos de los esquemas de convivencia que hemos utilizado
hasta ahora, y esto posiblemente va a ser causa de incomprensión dentro de
nuestro entorno, y quizá con nuestros propios hijos.
La revisión emocional que sugerimos nos protege contra esta posible
incomprensión. A tal fin tiene que ser lo más sencilla y placentera posible; algo
que nos va a ayudar a definir y aplicar en nuestras relaciones los cambios que
pensamos nos pueden ayudar en la búsqueda de nuestra felicidad y en la de
nuestra familia.
Las informaciones y sugerencias que vamos a proporcionar en este libro se
dirigen a mejorar nuestra convivencia y, a partir de ahí, nuestra propia vida.
Prepararnos para la tarea de ser abuelos fantásticos requiere una aplicación
práctica en la vida de todos los días. Una vez en el camino y comprobado que
podemos cambiar lo que pensamos que nos hace falta cambiar, ya estamos
abiertos para continuar creciendo, incrementando nuestros conocimientos y
nuestra motivación para ser abuelos felices. Es una práctica que podemos ir
haciendo a lo largo de nuestra «abuelidad» gracias a los resultados de más
lecturas, de una nueva interpretación de nuestras experiencias actuales y del
pasado, y todas las informaciones que podamos conseguir dentro de la gran
oferta que existe actualmente sobre el aprendizaje del amor, del bienestar
emocional, del «bienser», dela educación, de los rituales sociales y de la propia
felicidad.
A primera vista puede parecer algo demasiado complicado y difícil, pero en
realidad, una vez que hayamos empezado a hacer los primeros cambios en
nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos, veremos cómo todo forma
parte de una apertura consciente a reconocer en nosotros y en nuestros familiares
la esencia básica del ser humano como personas.
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Como en todas las actividades humanas, la parte racional y la parte emocional
intervienen en la toma de decisión con respecto a lo que podemos hacer cada uno
para ser unos buenos abuelos.
Directamente referido a los abuelos no hay mucho escrito. Sin embargo, hay
una gran cantidad de material didáctico con respecto a la paternidad que nos
puede aportar interesantes sugerencias indirectas sobre cómo ser abuelos.
También hay mucho material disponible sobre lo que se puede hacer para llevar a
cabo una revisión emocional que funcione. Solo se necesita decidirse a estudiar
los temas que nos interesan y compartirlos con nuestros hijos.
También podemos compartirlos con más abuelos si queremos formar un grupo
de apoyo. Con este objetivo hay centros y cursos en que las personas jubiladas
pueden conversar y dialogar sobre las mejores formas de aprender a ser abuelos y
a sentirse bien en la tarea. Personalmente creo que se debería instituir una
Facultad dedicada al tema de la «abuelidad» feliz en todas las universidades
para mayores.
En esta asignatura se podrían aprender formas para ser abuelos que marcan
una diferencia en cómo funcionan sus familias y que disfrutan haciéndolo. La
tendencia generalizada es la de pensar que es algo natural que se aprende de
como lo hicieron con nosotros nuestros padres y nuestros abuelos, además de
aprovechar nuestras propias experiencias personales dentro del día a día.
Esto es verdad hasta cierto punto: actualmente se han definido y comprobado
dinámicas de relación y educativas, estrategias y comportamientos que
difícilmente se nos ocurren de forma natural y que es importante poder adquirir
desde un aprendizaje teórico de cómo hacer las cosas de la forma más eficaz.
Hay técnicas de comunicación, de autodisciplina, de creación de límites, de
refuerzo emocional, de realce de la autoestima, de solución de problemas y
conflictos desde el gano/ganas, de escucha activa, y más contextos educativos en
general. Conocerlos nos permite a los abuelos decidir sobre la marcha la mejor
forma de relacionarnos con los niños y, de paso, con nosotros mismos para que
podamos llegar a ser modelos de personas felices, teniendo en cuenta las
perspectivas teóricas y las situaciones personales de cada familia.
Las sedes de las propias Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos
(AMPAS) pueden ser un interesante punto de encuentro y referencia para
discutir temas de la «abuelidad» activa. Ya los tocaremos más adelante.
En definitiva, los abuelos pueden jugar, y en realidad desempeñar, de forma
positiva o negativa, según los casos, un papel muy importante y hasta casi
irreemplazable en el desarrollo del niño. Podemos facilitar su comprensión del
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mundo y de sí mismo como mejor persona y mejor ciudadano.
Además de servir como sustitutos honoríficos de los padres ausentes o muy
ocupados, lo que presupone hacerse cargo de su educación durante partes –a
veces importantes– del día, los abuelos podemos representar para nuestros nietos
una fuente constante de cariño incondicional y al mismo tiempo de aprendizaje
como nietos y como personas.
Nosotros lo comprobamos con nuestro nieto de siete años en la mejora de su
comportamiento y sus actitudes cuando vino a estar con nosotros durante tres
meses sin la presencia de sus padres.
Nuestro hijo nos había avisado de que el niño era muy difícil y que debíamos
esperar rabietas frecuentes cuando no hiciéramos lo que él quería.
Nuestra presencia, sin embargo, le sirvió, ya desde el principio, para agrandar
su horizonte, enseñándole que existen otras personas significativas además de los
padres y profesores, y que existen perspectivas más agradables y motivadoras de
transmitir disciplina, diversión y conocimientos que le podían ayudar a definir su
comportamiento y sus relaciones.
El niño aprendió que había otras formas más placenteras de compartir, de
cenar, de salir a pasear, de conversar sobre temas que le interesaban, etc. Se dio
cuenta de que algunas cosas, como la rutina diaria, pueden ser más agradables e
interesantes si se miran desde el punto de vista del acuerdo mutuo en lugar de la
obligación y de la rebelión como elementos principales de relación.
Aceptó los límites que le pusimos y, en realidad, participó él mismo en la
definición de estos límites y de las consecuencias de no respetarlos. Aprendió
desde la actuación práctica que él podía ser la causa de su vida, y no solo el
efecto de las circunstancias y de los demás. Mi mujer y yo esta vez habíamos
hecho bien los deberes, habíamos estudiado el tema y, además, lo habíamos
discutido entre nosotros, con otros abuelos y con expertos. Estábamos muy
excitados, motivados y también algo preocupados por la visita de nuestro único
nieto, y quisimos hacerlo de la mejor forma.
A raíz de esta experiencia, la autoestima del niño se afirmó en su forma de
verse a sí mismo, y a su vuelta a Estados Unidos y a la casa de sus padres les
dejó sorprendidos por la rápida madurez que había alcanzado en esos tres meses.
También sus profesores en el colegio lo notaron, hasta el punto de pasarle a un
nivel superior.
 
 
Objetivo: ser más felices ellos y nosotros
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Como hemos indicado, hasta hace poco ser felices, como objetivo vital y de
relación, no se consideraba válido en nuestra sociedad. Se nos pedía esfuerzo y
hasta sufrimiento para conseguir lo que nos interesaba. El término «felicidad»
era un concepto abstracto y no se enseñaba como objetivo en las relaciones
intergeneracionales.
El tema, sin embargo, tiene un desarrollo de varios miles de años, desde Buda,
y antes de él desde los primeros libros sagrados hindúes, los Veda. En las
relaciones con nuestros nietos podemos encontrar juntos unas fórmulas que nos
proporcionen un bienestar y una convivencia que nos acerquen a una felicidad
compartida. Podemos motivarles a ver la vida desde la perspectiva de que les
queremos y apreciamos y del aprecio por sí mismos y por los demás.
Por su parte, la Biblia habla muy a menudo de la felicidad como parte de la
esencia de las personas. La felicidad, sin embargo, no viene sola, hay que
trabajarla en nuestras relaciones con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
Hemos sido creados para ser felices y para que podamos ayudar a los demás a
serlo, y se nos han dado todos los recursos que necesitamos para conseguirlo. Es
cuestión de reconocerlos y utilizarlos en nuestra vida diaria.
Esto es lo que hemos querido sugerir con este libro: los abuelos, si queremos,
podemos ser más felices nosotros mismos y hacer felices a nuestros nietos, y de
paso mejorar las relaciones con nuestra pareja y con nuestros hijos, para que
mejoren las suyas consigo mismos y con sus propios hijos.
Sanar nuestras relaciones con los hijos es parte del trabajo de abuelos y nos
ayuda a examinar nuestra realidad desde la perspectiva de crear convivencia y
felicidad entre todos. Lo mismo nos pasa con las relaciones con nuestra pareja.
Haber resuelto posibles dificultades de relación con él o ella nos abre a
considerar más libremente a nuestros nietos como parte importante de la labor
de ser abuelos.
Estamos ante unos objetivos importantes, y, si decidimos que lo son y que
podemos trabajarlos, enhorabuena, lo vamos a conseguir.
 
 
Querer es poder
 
Si pensamos que podemos, podemos, y desde esta posición emocional nos
motivamos a actuar para conseguir lo que queremos, y por consiguiente lo
conseguimos.
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Si, por el contrario, pensamos que no podemos, no hacemos nada o muy poco
para conseguirlo, y por consiguiente acabamos teniendo razón en que no
podemos.
Resulta interesante recordar la frase de Alcohólicos Anónimos:«Dios, dame la
serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el coraje de cambiar las
que puedo cambiar y la sabiduría de ver la diferencia».
Nosotros la interpretamos desde la perspectiva de que, con la ayuda de Dios,
podemos empezar a transformar ya muchas de las cosas que podemos cambiar en
este momento. Una vez que empezamos con ellas, y vistos los primeros
resultados positivos, el panorama de lo que podemos cambiar se va ampliando
hasta cubrir un sinfín de situaciones que en este momento nos pueden parecer
imposibles o demasiado difíciles.
Incluso los deterioros físicos que antes o después se van notando en nosotros se
pueden reducir desde una interpretación positiva de lo que podemos hacer para
prevenir y curar lo que no nos gusta y desde una labor personal de cuidado físico
y emocional conscientes.
Una psicóloga muy conocida solía decir que el dolor existe, pero que el sufrir
por él lo hace mucho más difícil de aguantar. Sentirse víctima por ser mayor no
nos ayuda a superar esta situación, sino que la agranda y hace que nos sintamos
frustrados, resentidos, irritados...
Es cuestión de aceptar que podemos desarrollar nuevos programas de relación
con nosotros mismos y con los demás que nos ayuden a sentirnos bien con
nosotros mismos y a comprender mejor lo que es la educación para ser felices, y
de lo que es la formación de la persona para que pueda aceptar y utilizar este
aprendizaje desde la acción y los resultados. Poco a poco veremos cómo los
límites que nos vayamos poniendo, a corto, medio y largo plazo, se van
superando por etapas y paso a paso.
Una técnica interesante para llevarlo a cabo es la de visualizar lo que
queremos conseguir. Esto nos permite crear en nuestra mente una realidad
virtual o imaginada que nos ayuda a enviar a nuestro subconsciente el mensaje
de que lo que nos hemos propuesto se está transformando en una realidad.
El subconsciente no hace distinciones sutiles entre la realidad y la ficción, e
interpreta los mensajes que recibe de acuerdo con los referentes automáticos
aprendidos en el pasado. Cuando escogemos y utilizamos nuevos referentes de
forma repetitiva, generamos unas respuestas emocionales a nuestras acciones
distintas y basadas en nuevas percepciones de la realidad.
 
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¿Qué podemos hacer para actualizar nuestra forma de amar para
sentirnos bien?
 
La primera pregunta básica que sugerimos que nos hagamos para motivarnos a
entrar en acción es:
¿Queremos sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás?
Si la contestación, como sucede en la mayoría de los casos, es «sí, claro»,
entonces podemos hacernos una segunda pregunta de acción:
¿Qué puedo hacer ya hoy para sentirme bien en mi vida de relación conmigo
mismo, con mi familia y con las demás personas?
El primer punto de referencia que podemos examinar es el de buscar lo que
podemos hacer para abrirnos a amar de forma incondicional.
No hace falta buscar grandes cosas; es suficiente con que pensemos en
pequeñas acciones, algo que podamos poner en práctica ya hoy, sin esfuerzo ni
complicaciones.
Todo vale: un cumplido, una alabanza, una palabra de refuerzo, un cambio de
programa personal, una acción de ayuda a alguien, etc.
Se trata de comprobar en acción que, si decidimos hacerlo, podemos actuar ya
hoy para mejorar nuestras relaciones y nuestro bienestar. Es algo que merece ser
examinado y reflexionado a fondo, ya que nos puede proporcionar la prueba,
desde el principio, de nuestras posibilidades y potenciales para llevar a cabo
pequeños cambios en nuestras dinámicas de relación, sin dejarlo para mañana.
El filósofo griego Heráclito de Éfeso, ya hace más de dos mil quinientos años,
aseguraba que la única cosa cierta en el mundo es que todo cambia. En efecto, si
nos fijamos, podemos ver cómo de cualquier cosa que nos pase aprendemos algo,
y este algo nos completa hasta el próximo cambio. Esto quiere decir que, si
nosotros decidimos dirigir los cambios en una u otra dirección, estamos
generando un cambio general en nuestra realidad. Además podemos revisar
cambios anteriores en virtud de las experiencias de los cambios posteriores que
vayamos llevando a cabo.
Motivarnos para entrar en acción en este sentido, ya desde ahora, es el primer
objetivo que nos hemos propuesto. La actuación correspondiente para sentirnos
bien con nuestros nietos y con los demás es cosa nuestra, e iremos viendo unas
pautas de trabajo personal para conseguirlo en acción y para sentirnos bien al
hacerlo.
Enhorabuena y manos a la obra.
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Revisión de lo leído (método ORID)
 
A lo largo del libro, después de cada capítulo, vamos a hacerle al lector una serie
de preguntas para que pueda centrarse en lo que ha leído y revisar su
interpretación y la posible aplicación de lo tratado a su propia realidad. Para ello
vamos a utilizar el método ORID*, que enfoca las preguntas desde cuatro
perspectivas naturales distintas:
 
O de objetivo: la información recibida a lo largo del capítulo leído.
R de resonancia: la resonancia emocional que ha motivado en nosotros lo que
hemos leído.
I de interpretación: la forma en que hemos interpretado e interpretamos ahora
lo que recordamos.
D de decisión: las decisiones que nos vienen a la mente al revisar lo leído y
nuestras emociones correspondientes.
 
Estas preguntas nos permiten conectar de forma estructurada con nuestros
recuerdos y emociones actuales y del momento de la lectura. Nos ayudan a darle
al contenido del libro una percepción e interpretación objetiva y subjetiva al
mismo tiempo, que nos permiten reflexionar individualmente o en grupo sobre lo
que nos ha llamado la atención del tema tratado. De esta forma nos facilitan la
toma de decisiones sobre actuaciones futuras que decidamos llevar a cabo,
creando referentes basados en hechos y sentimientos realmente vividos, y en
algunos casos en situaciones virtuales imaginadas o visualizadas.
El ejercicio nos ayuda a situarnos de inmediato dentro de una labor personal
activa y directa.
Nos pone en una situación de participación e implicación individual en la que
está en juego nuestra propia forma de percibir, vivir y relacionarnos.
Nos facilita un aprendizaje no solo de carácter intelectual y racional de la
información recibida, sino también de nuestras reacciones emocionales a la
misma.
Nos motiva a entrar en acción de forma creativa, con intuiciones de
alternativas y con la toma de las decisiones correspondientes.
Es importante que esta revisión la hagamos por escrito, ya que de esta forma
podemos tener más tranquilidad y tiempo para responder a las preguntas.
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Además, podemos ir escribiendo nosotros nuestro propio manual de trabajo para
poder aprender de nosotros mismos a ser buenos abuelos y a marcar una
diferencia importante en nuestros nietos.
Así que tomemos bolígrafo y papel, y manos a la obra sin ansiedad ni agobio:
 
¿Qué palabras, conceptos o situaciones recuerdo de todo lo que he leído hasta
ahora? (objetivo).
¿Qué es lo que más me ha llamado la atención de lo que he leído? ¿Qué me ha
impactado más? ¿Qué me motiva a continuar la lectura y a actuar? ¿Cómo me
siento después de haber leído y reflexionado sobre el tema y la información
correspondiente? Me siento interesado, sorprendido, emocionado, desmotivado,
entusiasmado, etc. (resonancia).
¿Cómo puedo aplicar la información y la reflexión a mi propia realidad?
¿Cómo interpreto esta situación en términos de participación personal,
autoestima y bienestar individual y grupal a fin de conseguir un cambio de
actitudes y un aprendizaje sobre mí mismo y mis posibilidades como persona?
(interpretación).
¿Qué acciones inmediatas voy a emprender para utilizar los conocimientos que
he adquirido durante la lectura? (decisión).
 
Las respuestas a las preguntas tienen que ser elaboradas con el mayor número
de detalles y, una vez terminadas, podemos leerlas en voz alta, fijándonos en
cómo nos sentimos cuando las escuchamos en nuestra propia voz. Esto nos ayuda
a reconocer, ampliar y reforzar las ideas, soluciones e intuiciones que se nos
hayan ocurridoa lo largo de las páginas anteriores.
1 A lo largo del libro, la palabra «abuelo» incluye tanto a los abuelos como a las abuelas,
no obstante las importantes diferencias entre los dos sexos. Estas diferencias pueden ser el
tema de otro libro.
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PRIMERA PARTE
19
REVISIÓN EMOCIONAL
DE LOS ABUELOS
 
20
21
Capítulo 1
 
Ya somos parte de la familia extensa
 
Cuando nuestros hijos organizan su vida con su pareja y sus hijos, ya son una
familia a la que se ha dado en llamar familia «nuclear», con sus propias
dinámicas y responsabilidades.
Nosotros pasamos a ser parte de la familia extensa, que incluye las familias
nucleares de nuestros hijos, nuestros hermanos y sus familiares y nuestros padres,
si todavía viven. Esto quiere decir que hemos entrado a formar parte de un
equipo de personas con las cuales tenemos puntos de referencia compartidos y
podemos relacionarnos, compartir y apoyarnos mutuamente cuando lo
necesitamos. Ser consciente de ello nos ayuda a restablecer los lazos afectivos que
posiblemente no hayamos cultivado suficientemente desde hace algún tiempo.
Con la entrada en el escenario familiar de nuestros nietos, nuestra importancia
en la vida de nuestros hijos ha cambiado, y nosotros también hemos adquirido un
nuevo grado de independencia con respecto a ellos.
Ellos tienen su familia y sus propias obligaciones con ella, y nosotros, por
nuestra parte, tampoco tenemos con ellos más obligaciones de las que decidimos
asumir a raíz de nuestro cariño por ellos y por nuestros nietos.
Entre todos podemos definir unos acuerdos de convivencia dialogados y
pactados para aclarar las respectivas posiciones dentro de la familia extensa.
Con respecto a la familia de nuestros hijos, somos al mismo tiempo padres,
suegros y abuelos, así como consuegros de los padres de nueras y yernos.
Como abuelos, compartimos la tarea y el gozo de serlo con nuestros
consuegros, si conseguimos tener con ellos unas relaciones abiertas y de apoyo
mutuo.
Nosotros escogemos el rol que queremos cumplir en nuestras relaciones con el
resto de la familia extensa. Desde nuestro rol podemos facilitar la creación, entre
todos y con la colaboración de todos, de un grupo de apoyo y ayuda mutuos que
puede ser de gran relevancia en la definición de las dinámicas familiares que se
van desarrollando.
Podemos ser reactivos o proactivos, según como decidamos sentirnos y
relacionarnos. Si decidimos ser proactivos, tenemos varias formas de hacerlo y
podemos recurrir a nuestra creatividad como personas y como familiares;
necesitamos examinar cómo nos sentimos cuando nos relacionamos con las
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distintas partes de la familia.
En el aspecto de la «abuelidad», que es lo que nos interesa en este libro, el
nacimiento de nuestros nietos nos brinda una segunda oportunidad de marcar
una diferencia en nuestras relaciones familiares. Cuando entramos en esta etapa,
es el momento ideal para hacer un inventario de nuestras posibilidades y recursos
como personas jubiladas o a punto de jubilarse, con el fin de decidir qué
queremos hacer con las nuevas opciones que se nos brindan.
Nosotros queremos a nuestros hijos y queremos que sean felices; en este punto
de nuestra vida también nos interesa aprender a querernos a nosotros mismos y a
hacer lo que necesitamos para sentirnos cómodos y a gusto en nuestra realidad
diaria en los años que nos quedan por vivir.
Cuando nos queremos, los abuelos podemos ser para nuestros nietos unos
puntos de referencia muy importantes para ayudarles a desarrollarse de forma
que puedan sentirse cómodos consigo mismos y con los demás.
Esto quiere decir que el primer paso que necesitamos dar para ser buenos
abuelos es aceptar que podemos aprender a serlo, buscar la forma de hacerlo en
nuestra vida diaria, sentirnos bien haciéndolo y comprobar que lo estamos
consiguiendo.
Para ello es importante adquirir un conocimiento de nosotros mismos y de
nuestras necesidades y posibilidades lo más elevado posible. Nos interesa darnos
cuenta de que podemos llegar a sentirnos a gusto con cómo y quiénes somos
como personas, como esposos, como padres, como abuelos y demás roles que
desarrollemos dentro de nuestras vivencias diarias.
Darnos cuenta de que esta posibilidad depende de nosotros, si actuamos para
hacerla realidad, es parte de la revisión emocional que proponemos y sugerimos
en este libro.
Ya desde las primeras páginas empezamos a ver nuestra realidad de forma
distinta y nos abrimos a querer compartir con los demás este gozo de estar vivos,
de ser padres, de ser abuelos y de ser personas entre personas, conscientes de que
se trata de un derecho de todos.
Si nos sentimos tristes, frustrados e insatisfechos, nos pasa todo lo contrario.
Nos cerramos a las posibilidades, a las relaciones y a la vida misma, y generamos
infelicidad compartida.
De igual modo que se necesita un abuelo feliz para tener un abuelo fantástico,
también un abuelo infeliz o insatisfecho terminará siendo un abuelo negativo,
impaciente y hasta una carga negativa para la formación de sus nietos, y esto no
es lo que queremos dentro de nuestra «abuelidad».
23
 
 
Ser abuelos no es sinónimo de ser viejos
 
Hay personas mayores de setenta y tantos años que se sienten jóvenes, ya que
siguen plenamente activas en lo que les gusta hacer. También hay muchas otras,
abuelos jubilados y prejubilados de cincuenta años, y aun más jóvenes, que se
sienten inútiles porque no saben qué hacer con lo que les queda de vida.
Como abuelos, tenemos que tener claro y aceptar que, en un determinado
momento de nuestra vida, ser mayores es un hecho, pero que depende de
nosotros vivirlo de la forma más eficaz y placentera posible.
Tenemos unos cuantos años vividos, mejor o peor, según los casos, y nos
quedan unos cuantos más por vivir –sean muchos o pocos– que queremos poder
disfrutar y, al mismo tiempo, ayudar a los demás a disfrutarlos con nosotros.
Esto quiere decir que no tenemos por qué sentirnos viejos, sino abiertos a
posibilidades distintas de sentirnos bien que podemos generar en nuestra
realidad.
Sentirse viejos es otra cosa. Es una actitud de victimismo ante algo que no
podemos evitar, hagamos lo que hagamos. Pensamos que ser mayores nos va a
impedir aprender y crecer ayudando a los demás, en primer lugar a nuestros
nietos, a disfrutar con nosotros.
Después de los sesenta, nuestra vida ha cambiado y va a cambiar de forma
relevante en los próximos años. Por tanto, ya que hay cambios, ¿por qué no
dirigirlos hacia nuestro propio bienestar físico, emocional, mental y espiritual?
No se trata de expectativas o utopías irrealizables, sino de posibilidades reales.
Depende de nosotros transformarlas en oportunidades para ser más felices y
convertirlas en parte de nuestra vida.
Podemos modificar lo que no nos gusta de nuestra forma de ver la realidad y
de actuar en ella. Podemos buscar y escoger formas distintas de relacionarnos y
comunicarnos que nos faciliten tener un envejecimiento normal, pausado,
armónico y equilibrado con nosotros mismos y con los demás.
Hasta ahora posiblemente hayamos soportado circunstancias que no nos
gustaban («¿qué le vamos a hacer? Esto es lo que hay»). Muchos hasta hemos
tratado de ignorar la existencia de situaciones negativas para evitar tener que
buscar alternativas.
Por otro lado, no es posible sentirse bien con los demás si no nos sentimos bien
con nosotros mismos. A su vez, no podemos sentirnos bien con nosotros mismos
24
si no nos sentimos bien con los demás. Este es un círculo muy importante para
los abuelos, y reflexionar sobre ello y sobre lo que podemos hacer al respecto nos
puede ayudar a buscar formas de mejorar nuestro bienestar y, de paso, el de
nuestros nietos, nuestra pareja, nuestros hijos y de todas las partes implicadas.
Todos podemos aprender técnicas para hacer que una convivencia familiar
funcione mejor, y el hecho de que nosotros experimentemos la eficacia de este
planteamiento en nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos nos va a
permitir abrir un diálogo con nuestros hijos y con las demáspersonas, sin causar
enfrentamientos cuando las opiniones sean divergentes.
Mi mujer y yo hemos investigado el tema en profundidad cuando, en un cierto
punto de nuestra vida, decidimos romper esquemas y aprobar la asignatura
primero de la paternidad y después de la «abuelidad» conscientes. Hemos
adquirido y evaluado experiencias directas y conocimientos sobre autoestima,
educación y relaciones a través de interacciones, libros y manuales sobre
educación, que cada día son más numerosos e interesantes. Además hemos
entrevistado a un gran número de personas (padres, abuelos y profesores) con
ocasión de los cursos de autoestima que hemos estado impartiendo en los últimos
años.
Los resultados han confirmado que sentirse bien como personas es el trampolín
más importante para conseguir una buena convivencia y para ser buenos
educadores.
Nos hemos dado cuenta de que, para pactar con éxito con nuestros hijos –y
después con nuestros nietos– los baremos y las aportaciones de cada uno para
conseguir una buena convivencia entre todos, en primer lugar teníamos que hacer
algo para sentirnos bien como personas nosotros mismos.
Con nuestra experiencia de cómo lo hicimos en su tiempo como padres y con
el aprendizaje que vayamos adquiriendo de unas fórmulas de relación y
comunicación más eficaces podemos contribuir a crear una conciencia por parte
de todos sobre la importancia de la convivencia para la consecución del bienestar
compartido. Hay conocimientos y fórmulas muy eficaces para crear convivencia
entre todos.
Desde el trabajo personal previo que estamos realizando con la lectura de este
y otros libros sobre el tema o con la participación en grupos, cursos y actividades
informativas, podemos aprender a mejorar nuestras actitudes y comportamientos
hasta llegar a representar unos modelos actualizados de personas abiertas a las
relaciones y al diálogo. Podemos ser el punto de partida de esta situación
creando en nuestra realidad los referentes que queremos transmitir a nuestros
25
nietos, y de paso modelar con nuestros hijos.
En efecto, con nuestro ejemplo podemos motivar a nuestros hijos y sus parejas
para que también ellos lleven a cabo una labor personal paralela a la que
estamos desarrollando nosotros en búsqueda de la felicidad y de la convivencia.
Los resultados de este trabajo en nuestras relaciones de pareja y de familia
extensa y nuclear pueden contribuir al desarrollo de nuestros nietos en esta fase
inicial de su vida. Está comprobado que una buena convivencia desde la niñez es
la llave del éxito y de la felicidad durante el resto de la vida.
 
 
Mejorar nuestra autoestima como personas
 
Ahora podemos buscar la fórmula más eficaz de vivir sintiéndonos bien con
nosotros mismos y con los demás.
Como hemos visto, sentirnos bien con lo que hacemos y podemos hacer debe
ser nuestro primer objetivo como personas y como abuelos.
Sentirnos bien es una decisión propia y, si no tuvimos mucha práctica al
respecto a lo largo de nuestra vida pasada, ahora podemos ocuparnos a fondo del
tema, sea cual sea la situación en que nos encontremos en este momento.
¿Qué es lo que nos pasa cuando nos sentimos bien con nosotros mismos por lo
que somos, por lo que hacemos y por lo que conseguimos? Pensémoslo un
momento:
 
• nos sentimos valiosos e importantes;
• nos sentimos seguros de lo que podemos o no podemos hacer;
• nos sentimos competentes;
• nos abrimos a nuevas posibilidades;
• nos responsabilizamos de lo que hacemos y de cómo nos relacionamos con nosotros
mismos y con los demás;
• aceptamos más fácilmente a los demás;
• nos damos cuenta de que estamos aprendiendo, y esto nos hace sentirnos satisfechos
y realizados;
• mejoramos lo que nos decimos a nosotros mismos;
• nos sentimos más optimistas y positivos;
• mejoramos nuestra forma de comunicarnos;
• nos abrimos a acciones positivas;
26
• creamos cauces de comprensión mutua;
• proyectamos interés y afectividad a nuestro alrededor;
• nos percibimos con capacidad, autorrealizadores, y actuamos de acuerdo con esta
visión;
• consideramos nuestros errores y los de los demás como etapas de aprendizaje y
crecimiento;
• conseguimos resultados vivenciales concretos, efectivos y satisfactorios;
• entramos en una espiral de autorrefuerzo continuo que proyectamos a los demás.
 
Estos resultados coinciden con los que se consiguen cuando trabajamos nuestra
autoestima.
Gran parte de las dificultades que hemos tenido muchos de nosotros en nuestra
etapa de padres se debió a nuestra escasa autoestima. Ahora tenemos la
oportunidad de trabajarla de forma más sencilla, y vamos a aprender unos
principios básicos para conseguirlo sin grandes dificultades.
Por ejemplo, podemos empezar preguntándonos qué podemos hacer ya ahora
en nuestra realidad presente para mejorarla. No hace falta que busquemos
actuaciones complicadas o difíciles. Lo importante es empezar a actuar y ser
conscientes de que podemos hacerlo y de que empezar a hacer algo al respecto
nos va a ser muy útil para nuestra búsqueda de la felicidad.
 
 
Alabar y reforzar
 
Podemos decidir, por ejemplo, empezar a fijarnos en lo que la gente hace bien
para poderla alabar, comenzando por nuestros nietos y ampliando esta práctica
con nuestros hijos y nuestra pareja. Cuando nos fijamos en lo que hacen bien, en
lugar de lo que hacen mal, estamos cambiando nuestra forma de verlos y de
relacionarnos con ellos. Esto nos da alegría y, al mismo tiempo, nos permite
reforzarlos en su motivación para hacer las cosas bien y en su propia autoestima.
También es nuestra labor de abuelos dar a nuestros nietos el ejemplo de
pensamiento positivo localizando los lados positivos de las personas de nuestro
entorno y diciéndoselo, es una enseñanza que les va a servir a lo largo de toda la
vida.
Alabar, además de no ser tan difícil, es un instrumento muy eficaz para crear
buenas relaciones. Si no ha formado parte de nuestras estrategias educativas,
27
relacionales y de comportamiento en el pasado, ahora podemos empezar a crear
nuevos hábitos al respecto. Nos va a hacer la vida mucho más fácil.
Todos hemos comprobado lo placentero que resulta alabar a las personas, y
mucho más a las personas que queremos. Es algo que se puede hacer en cualquier
contexto en que descubramos algo bien hecho. Es cuestión de enfocar los
comportamientos de la otra persona desde la perspectiva positiva. Cada
situación tiene una faceta positiva a la cual referirse. Podemos reconocer una
mejora, fijándonos en detalles concretos que podamos resaltar.
Por otro lado, la alabanza es algo que no tiene por qué ir dirigida solamente a
situaciones de éxito; se puede dirigir a la motivación y al esfuerzo que se haga
para conseguir los resultados que queremos, aunque no se hayan conseguido
todavía. Lo importante es darle a la otra persona el reconocimiento y el refuerzo
que necesita.
La alabanza, por otra parte, es un juicio positivo activo, y la falta de alabanza
acaba siendo un juicio negativo. Por ello se recomienda descubrir lo que nuestros
nietos hacen bien y nos gusta para decírselo y darles nuestra enhorabuena. Esto
representa un refuerzo importante.
Una vez comprobado que alabar lo bien hecho funciona para mejorar nuestras
relaciones con los demás, lo podemos practicar también con nosotros mismos.
Enseguida veremos que se irá haciendo cada día más fácil enfocar nuestra
atención en lo que hacemos bien en lugar de lo que hacemos mal y reinterpretar
nuestra percepción de lo que hacemos y conseguimos en nuestro día a día.
Podremos notar una mejora de nuestra autoestima en un plazo muy corto y,
además, el mismo hecho de actuar en este sentido va a resultar muy placentero.
Poco a poco podemos dejar a un lado actitudes como la de no dedicarle
tiempo a descubrirnos a nosotros mismos como personas y no pensar que hacerlo
es importante, pensar que hablar de nosotros mismos en términos laudatorios no
es socialmente correcto, enfocar la atención principalmente en lo que hacemos
mal, no admitir que uno puede faltar a la modestia fijándose en lo que hacebien
y ser al mismo tiempo una estupenda persona.
 
 
Cambio de programa
 
Para motivarnos a aprender alternativas a lo que estamos haciendo que no nos
gusta necesitamos aceptar que tenemos la posibilidad y la capacidad de hacerlo
mejor si buscamos la forma de hacerlo.
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En este momento de nuestra vida en que, con la jubilación y con el nacimiento
de nuestros nietos, muchas cosas han cambiado, tenemos la oportunidad de
revisar la parte de nuestros programas vitales que no nos satisfacen.
Si nos damos cuenta de que no nos sentimos cómodos en nuestra nueva
realidad de jubilados y abuelos, necesitamos ver qué podemos hacer al respecto.
Es posible que nuestros programas como personas y como educadores
necesiten en este momento una revisión y una puesta al día para permitirnos ser
más eficaces en la forma de relacionarnos y comunicarnos, bien con nosotros
mismos o con nuestra pareja, hijos y nietos.
Los programas vitales a los que estamos acostumbrados se pueden cambiar
para mejorarlos, y cuando la situación en que nos encontramos cambia, como
sucede cuando somos abuelos, podemos diseñar y generar este cambio de la
forma que más nos motive e interese. Démonos cuenta y aceptemos que depende
en gran parte de nosotros.
A las personas nos pasa algo parecido a lo que podemos ver en los
ordenadores. Un ordenador puede ser la máquina más perfecta, con una memoria
prodigiosa, y sin embargo no funcionar si se le ha instalado un programa
inadecuado. Nosotros podemos tener un potencial personal grandísimo, podemos
estar hechos a semejanza de Dios en cuanto personas, pero si de pequeños se nos
ha impuesto un programa (educación) inadecuado y no hemos hecho o no
hacemos nada para modificar este programa, no funcionamos correctamente en
nuestra actuación diaria, incluyendo la educación de nuestros hijos y nietos, las
relaciones de pareja y la misma búsqueda de la felicidad para nosotros mismos.
Esto quiere decir que, en este punto de nuestra vida, para que podamos
utilizar de forma satisfactoria las cualidades que tenemos de forma natural por el
solo hecho de ser humanos, necesitamos un nuevo programa específico de
concienciación y motivación sobre quiénes y cómo somos como personas y como
abuelos, y sobre lo que podemos hacer para sentirnos a gusto en las nuevas
situaciones y condiciones.
A nuestros padres, en su tiempo, les pasó lo mismo, aunque con programas
diferentes y en contextos distintos; sus padres, a su vez, tuvieron que actuar
desde programas igual de insuficientes. En cierto sentido, esto se encuentra en la
base de nuestro condicionamiento genético, que se suma a las circunstancias
educativas a las cuales hemos sido sometidos.
Como abuelos, nosotros podemos romper esta cadena genética buscando
programas de comunicación y de relaciones distintos a los que hemos estado
utilizando. Ahora podemos aprender alternativas y podemos compartirlas en
29
nuestras relaciones mutuas.
Durante mucho tiempo se creyó que, a partir de una cierta edad, la dotación
de neuronas del cerebro humano dejaba de renovarse, lo que ponía a las personas
mayores en una perspectiva de fatalismo y renuncia a continuar viviendo a tope.
A lo largo de sus investigaciones, los científicos han llegado a la conclusión de
que los seres humanos podemos crear nuevas neuronas a lo largo de toda la vida
y que el ejercicio mental ayuda a crear estas nuevas neuronas a cualquier edad.
Este tema conecta con el de nuestra autoestima y ha sido objeto de varios
libros sobre la convivencia que he publicado en los últimos años. Los dos últimos,
Relaciones con nuestros padres mayores y El jubilado feliz, se dirigen
respectivamente a los hijos adultos y padres a su vez, y a los abuelos en su
calidad de jubilados. Ambos sugieren una revisión emocional que permita la
búsqueda de nuevos programas vitales que, a su vez, puedan influir en una mejor
enseñanza dentro del contexto familiar.
Los abuelos jubilados tenemos la ventaja de disponer de tiempo libre para
dedicarnos a diseñar nuestro nuevo programa, aprendiendo las dinámicas de
relación y comunicación correspondientes.
Nuestros hijos, a su vez, tienen la posibilidad de aprender ellos mismos cómo
generar unos cambios de programas abriendo un espacio de diálogo y
comprensión con sus parejas, con nosotros y con sus propios hijos.
 
 
Creación de nuevos programas personales
 
El objetivo de este libro no es el de dar a nuestra situación emocional una
solución del tipo «varita mágica» que cambie de golpe nuestra forma de ver la
realidad y de actuar de acuerdo con ella. Necesitamos descubrir que los abuelos
podemos crear un mayor bienestar emocional, que podemos extender a nuestros
nietos y hacerlo de forma sostenible. Desde esta reflexión y desde la
comprobación práctica de que es posible en particular si empezamos en contextos
que al principio pueden ser sencillos y de poca envergadura, cada uno puede
descubrir, definir y poner en práctica un nuevo programa personal. Podemos
llegar a modificar lo que no nos satisface de cómo nos vemos a nosotros mismos,
de cómo nos ven las personas queridas y de cómo podemos actuar en
consecuencia.
Aunque las circunstancias externas y los demás sean factores importantes para
decidir cómo vamos a crear los nuevos programas, es básico que aceptemos que
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conseguir lo que nos propongamos depende principalmente de nosotros. La forma
en la que interpretamos estas circunstancias o relaciones con otras personas es lo
que les da más o menos legitimidad y un valor real u otro.
Como motivación añadida y práctica importante acostumbrémonos a referirnos
a sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás como uno de nuestros
derechos fundamentales en cuanto personas. Podemos decirnos: «Tengo el
derecho a sentirme bien, me lo reconozco y voy a aplicarlo en esta situación y en
mi vida. Llevarlo a la práctica, además, me va a ayudar, y mucho, en mis
relaciones con mis nietos y en la forma de llegar a ser un modelo para ellos que
les ayude en el desarrollo positivo de sus vidas».
Si nos decimos esta frase repetidamente, llegamos a asumir este mensaje como
un referente que nuestro subconsciente acaba asumiendo como propio. No se
trata de una ley escrita, pero es una comprobación de lo que nos pasa cuando
dejamos de actuar desde las limitaciones emocionales de nuestro yo condicionado.
Cuando fui aceptando que tenía el derecho de sentirme bien y me pregunté por
qué no lo había utilizado antes, me fui dando cuenta de la importancia que
había tenido la educación en la formación de mi personalidad. Empecé a
recordar y a reflexionar sobre lo que había aprendido en mi infancia. Me di
cuenta de que no se me había enseñado a vivir las perspectivas física, racional,
emocional y espiritual con el objetivo de sentirme bien conmigo mismo y con los
demás. Tampoco nadie me había mencionado la posibilidad de que yo fuera la
causa de mi vida si aprendía a serlo. Al contrario: se me enseñó que no sabía lo
suficiente y que tenía que obedecer a los que sabían. A menudo el acento se
ponía en obedecer, en lugar de aprender a ser.
Mi personalidad quedó fragmentada en varias subpersonalidades con distintas
situaciones emocionales que todavía influyen en la forma en que me relaciono
conmigo mismo y con los demás. De ahí siguió una fuerte reducción de
efectividad global en lo familiar, lo social y lo profesional como persona.
No podía culpar de ello a mis educadores, padres y profesores, ya que ellos
mismos no habían aprendido la importancia que tenía su propio bienestar
emocional en su forma de relacionarse consigo mismos. Sus educadores no se lo
habían enseñado, y ellos tampoco lo habían incluido en la formación de sus
propios hijos o alumnos.
Descubrí que, desde mi infancia, había creado en mí un sistema de defensas
para que me ayudara a evitar sentirme mal en mis relaciones con mi entorno
(familiar primero y después social y profesional). Este sistema, al que podemos
llamar «mecanismo de supervivencia», en un momento determinado se había
31
transformado en un freno parael desarrollo de mi personalidad. Supuso una
dificultad para crecer como persona de forma integrada.
Quedé anclado a la parte de mí mismo que reflejaba las dificultades y los
límites emocionales generados en mi personalidad desde mi infancia. Quería
solucionar situaciones difíciles, pero lo hacía desde la defensa y el inmovilismo.
Cuando me di cuenta de que necesitaba superarlo y busqué la forma de hacerlo,
me encontré con un terapeuta que me conectó con el recuerdo de lo que se me
había dicho desde la infancia: que el ser humano está hecho a semejanza de Dios.
 
 
¿Estamos hechos a semejanza de Dios?
 
No hay duda de que, en cuanto seres humanos, las personas tenemos unos
condicionamientos emocionales que nos hacen difícil vivir nuestra vida y nuestras
relaciones de forma satisfactoria para todas las partes. No somos perfectos, y es
importante que lo reconozcamos y aceptemos.
Sin embargo, es importante que reconozcamos y aceptemos también que, por
el hecho de ser humanos, tenemos unas posibilidades de desarrollo personal y
unas responsabilidades conscientes que no tienen los demás seres vivos. A lo
largo de nuestra educación se nos ha hablado y hemos leído referencias en varias
partes (el libro del Génesis, por ejemplo) de que estamos hechos a semejanza de
Dios. ¿Qué significa esta frase?, ¿cómo se puede interpretar esta definición del ser
humano desde la perspectiva de nuestra forma de ser?, ¿cuáles son las
características básicas que podemos reconocer en nosotros y que nos llevan a
pensar que esto sea verdad? El concepto es muy motivador: nos puede ayudar a
reconocer las cualidades y posibilidades que tenemos justamente por ser
personas.
Debido a la educación que recibí, mi percepción de quién y cómo era yo no se
había desarrollado en este sentido. Me había acostumbrado a pensar, y más
todavía a creer, que aplicar al ser humano, y por tanto a mí mismo, el concepto
de la semejanza con Dios era una simple definición bíblica que no tenía sentido
en mi realidad de todos los días. Además representaba una forma de orgullo y de
falta de modestia inaceptable y reprochable a la luz de la moral corriente.
Pensaba que las grandes limitaciones de las personas no me permitían hacer este
acercamiento a mi propia realidad.
Cuando decidí profundizar en el tema empecé a reflexionar desde distintas
perspectivas. Descubrí que estar hechos a semejanza de Dios se refiere al yo o ser
32
superior de la persona, y no a las varias características y condicionamientos del
ego individual, fruto de la educación recibida y de la personalidad imperfecta
que nos hemos formado en conformidad con ella.
Empecé a fijarme en dos de las cualidades que le atribuimos a Dios: ser
creador y amar de forma incondicional.
En primer lugar, reflexioné sobre el hecho de que Dios es el creador de todo, y
me dije a mí mismo que estar hechos a su imagen y semejanza significa que
todos tenemos la facultad de crear nuestra propia realidad, mejor o peor, según
decidamos.
En efecto, todos podemos crear para nosotros perspectivas y contextos que
nos permitan crecer y aprender. Todos podemos comprobar en nosotros mismos
y en los demás nuestra capacidad de crear situaciones en nuestra realidad que
nos gustan más que otras y que nos ayudan a aprender, crecer y mejorar. Darnos
el permiso de ser creativos en este sentido depende de nosotros, si reconocemos
que podemos.
Alguien sugirió que hablemos de «co-crear» más que de crear. Las personas
co-creamos con la ayuda de Dios nuestra propia realidad. El matiz no resta
significado al hecho de que utilizamos nuestra capacidad creativa y de que somos
responsables de nuestra realidad y de la forma como la percibimos.
En segundo lugar, Dios se entiende también como amor infinito e
incondicional, y no hay duda de que los seres humanos somos capaces de amar, y
de hacerlo de forma incondicional cuando nos damos permiso para ello y surge la
ocasión. Hay pruebas continuas dentro y fuera de nosotros. La gente quiere
porque quiere querer, porque está programada para hacerlo y porque se siente
bien haciéndolo.
Además de la creatividad y del amor incondicional podemos reconocer más
facetas que podemos considerar como parte de la imagen que tenemos de Dios, y
por consiguiente de nuestra propia semejanza con él. Por ejemplo:
 
• la generosidad,
• la compasión,
• la capacidad de perdón,
• la comprensión,
• la razón,
• la paciencia.
 
33
Hay que incluir también más características que nos gustan y que se reconocen
como propias. Este puede representar un buen ejercicio para facilitarnos el
reconocimiento de cualidades que normalmente no nos permitimos atribuirnos
por no querer pecar de orgullo.
Llegado a este punto, en mis reflexiones decidí que quería aceptar en el ser
humano, y por tanto en mí mismo, esta semejanza con Dios. Acepté
responsabilizarme de mi esencia creativa y afectiva. La asumí como evaluación
de mis posibilidades. Era parte de la respuesta que podía dar a la pregunta sobre
qué hacer para sentirme bien. A partir del momento en que tomé la decisión de
interpretar mi propia realidad y la de los demás en este sentido, me motivé para
programar nuevas actuaciones. Acepté que podía definir y co-crear para mí una
realidad mucho más satisfactoria de la que estaba acostumbrado a esperar. Entré
en una motivación para poner en práctica el «bienser» en mi vida.
 
 
Ser positivos y optimistas
 
Una vez decidamos que podemos aprender a ser mejores abuelos, podemos
abrirnos a las nuevas posibilidades y podemos instalar en nuestro subconsciente
un nuevo programa de convivencia, enfocando la atención hacia nuestra realidad
diaria desde un punto de vista positivo y optimista.
Desde el optimismo podemos transformar nuestra realidad y nuestras
relaciones. Nos acostumbramos a poner el enfoque en las soluciones en lugar de
en los problemas.
Si somos capaces de reconocer que podemos proyectar esta perspectiva de la
realidad a nuestros nietos, nuestra tarea de abuelos ya ha avanzado la mitad del
camino. Es una de las enseñanzas más importantes que les podemos dar.
Además, lo podemos hacer desde nuestro ejemplo de personas con autoestima y
consciencia de la importancia del bienestar, que es la mejor forma de enseñar.
Ser optimistas es mucho más que ser unas personas alegres y divertidas. El
optimismo nos permite ver lo positivo de cuanto nos rodea. Es un hábito de
pensamiento que aporta a nuestra familia seguridad y confianza en que los
errores, los problemas y las dificultades son oportunidades de mejora, de cambio
y crecimiento. Nuestros nietos están en una etapa de constante aprendizaje y de
muchas equivocaciones. La actitud que mostremos nosotros en estas situaciones
será vital si queremos ayudarles a crecer con la convicción de que los problemas
son oportunidades para crecer y mejorar.
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El optimismo tiene que ver con la alegría y el buen humor, pero no son la
misma cosa. El optimismo es un hábito de pensamiento positivo. El diccionario
define el optimismo como la propensión a ver y a esperar de las cosas la parte
más favorable. Además de un hábito de pensamiento positivo, el optimismo es
una cualidad de la inteligencia emocional que se puede aprender, si el entorno lo
favorece.
 
 
Enseñar a un niño a ser optimista
 
Los padres, y en su medida también los abuelos, somos modelos de conducta, y
los niños copian y absorben la forma en que nosotros enfrentamos los problemas.
El optimista considera que los acontecimientos positivos y agradables ocurren
habitualmente y que los contratiempos son situaciones puntuales y superables en
mayor o menor medida. La persona con un pensamiento habitualmente positivo
pone los medios para lograr que las cosas buenas sucedan.
Tenemos que cuidar mucho la forma en que corregimos a los niños. Un
optimista ve en los problemas con los niños oportunidades para fortalecer la
relación y crecer juntos. Los pesimistas, sin embargo, los ven como situaciones
irritantes y exasperantes. Veamos la actitud de una persona optimista y la de
una pesimista frente a un mismo hecho:el niño ha olvidado su bolsa de deportes
en casa a pesar de que le habían avisado repetidamente de que la cogiera, y él
sabía que en el colegio tendría problemas si se presentaba sin el equipo
deportivo.
 
Estilo del optimista (al regresar el niño de la escuela):
P: ¿Qué tal te ha ido hoy?
N: No muy bien.
P: Te has dejado la bolsa de deportes aquí esta mañana.
(1. Descripción bien situada en el tiempo y concreta del incidente.)
N: Sí, ¡y vaya la que me ha caído en clase! Traigo una nota del profesor para
ti.
P: Déjame ver (lee la nota). Es la cuarta vez en este mes que ocurre lo mismo,
y el profesor cree que puedes solucionarlo. (2. El padre o el abuelo concretan el
problema sin cargar las tintas sobre el error del niño.) Ahora ve a tu
habitación y prepara un cartel para ponerlo en la puerta, de manera que
mañana te acuerdes de coger la bolsa. Cuando lo hayas terminado, prepara la
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bolsa y cuelga el cartel. (3. El niño tiene la oportunidad de reconocer su
problema.) (4. Se le ha ofrecido una salida adecuada que le ayudará a resolver
por sí mismo la situación.)
 
Veamos ahora una reacción posible de un estilo de la persona pesimista:
P: ¿Qué? ¿Ha ido bien hoy en la escuela? (Con tono escéptico.)
N: ¡No!
P: ¿Ah, no?, ¿y por qué?
N: ¡Ya lo sabes, me he dejado la bolsa de deportes aquí! (El tono usado ya ha
causado en el niño una barrera comunicativa.)
P: Es que siempre te pasa igual. Mira que te lo he repetido esta mañana.
Cuando he visto la bolsa aquí me he puesto furioso. No hay manera de que
cambies. Y seguro que el profesor te ha dado otra notita de esas que tanto me
gustan, ¿verdad? (No se concreta el problema, se lo define como general y
repetido en el carácter del niño con la palabra «siempre». No deja posibilidad de
cambio.)
N: Sí.
P: ¿Lo ves? Tu irresponsabilidad nos hace quedar mal a todos. Quítate de mi
vista y métete en tu habitación. (Tiene una reacción exagerada y vierte su
sentimiento de vergüenza ante el profesor sobre el niño. No concreta el castigo
ni ofrece salida. Es una situación que causará demasiada culpa en el niño.)
 
Cuando nuestros nietos se expresan en términos pesimistas, podemos
ayudarles a apreciar los problemas desde una vertiente más enriquecedora y
creativa. Podemos apreciar cómo nuestra respuesta frente a los conflictos con los
niños determina si somos capaces de sacarles provecho en bien del niño. Podemos
mostrarles cómo podemos enfrentar los problemas de forma optimista.
Sugerimos cuatro pasos para llevarlo a cabo:
 
1. Describir el incidente de forma concreta y situándolo en el tiempo. Evitar utilizar
expresiones como «siempre», «nunca», «otra vez igual», «no cambiarás nunca», etc.
Estas evaluaciones cierran al niño completamente el camino del cambio. Comunica
que no pensamos que el niño puede corregir sus errores.
2. Concretar el problema sin cargar las tintas sobre los errores. La frustración que a
menudo surge en nosotros al ver los errores repetidos de nuestros nietos puede
desembocar en mal humor, enfado o ira y comunicar todos estos sentimientos: ya sea
abiertamente o a través de nuestras actitudes, carga sobre las espaldas del niño una
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culpabilidad que en muchos casos será desmedida.
3. Ofrecer al niño la oportunidad de identificar el problema. Podemos describir al niño
la situación o podemos ayudarle a que revise lo sucedido sin cargas negativas, sin
críticas, de modo que pueda analizar los hechos y sus consecuencias. De esta manera
él sentirá que estamos a su lado para ayudarle, no para hundirle más.
4. Ofrecer una salida adecuada que le ayude a resolver por sí mismo la situación. La
infancia es eminentemente una etapa de aprendizaje. Los padres y los abuelos
efectivos responden a los problemas del niño ayudándole a que encuentre él mismo
sus salidas.
 
El optimismo es mucho más que un estado de ánimo, es una actitud frente a la
vida, es un hábito de pensamiento. El optimismo nos permite ver lo mejor de
nosotros mismos y de los demás, situando los errores y las imperfecciones en el
lugar que les corresponde, sin dramatismo ni juicios exagerados. Lograremos así
una educación equilibrada, divertida y sana, que, aunque no esté exenta de
conflictos, sí nos permitirá poner distancia entre lo que nuestros nietos son
(personas en crecimiento y constante aprendizaje) y lo que hacen (errar,
equivocarse, resistirse, abandonar...).
El optimismo transmite confianza y seguridad. Comunica que estamos seguros
de que el cambio y la mejora son posibles si nos esforzamos y nos dedicamos a
ello. El pesimismo cierra las puertas al cambio positivo, destruye la autoestima y
no permite el avance. Comunica derrota y negatividad. Aprender juntos a sacar
provecho de los conflictos, las dificultades y los problemas edificará en nuestra
familia unos hábitos sanos de crecimiento y superación.
 
 
Reconocer nuestro nuevo yo
 
A lo mejor algunos de nosotros no nos encontramos cómodos frente a la
perspectiva de descubrirnos a nosotros mismos nuestras cualidades y
características positivas. Esto nos pasa a muchas personas cuando nos
encontramos frente a situaciones y posibilidades que no nos resultan usuales.
Tenemos un cierto recelo, preocupación o hasta miedo a movernos en terrenos
emocionales desconocidos, con posibles raíces en nuestra infancia. No nos
atrevemos a tocar temas que nos puedan recordar cosas del pasado que hemos
preferido ignorar hasta ahora.
Nuestra propuesta, en estos casos, es nuevamente la de enfocar nuestras
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reflexiones sobre lo positivo de nosotros mismos en cuanto personas para
enfatizarlo también en los demás. Pensemos en características personales que nos
gusten y busquemos alguna acción determinada que podamos llevar a cabo para
comprobarlo.
En general, los modelos de personas que apreciamos:
 
• Se abren a las posibilidades (y, si las buscamos, hay muchas).
• Mejoran sus relaciones consigo mismos y con los demás (por ejemplo en la familia).
• Buscan y encuentran soluciones (por ejemplo con los amigos y familiares).
• Crean nuevos contextos positivos en sus relaciones (apertura al diálogo constructivo,
al refuerzo mutuo, al respeto por ser personas, etc.).
• Están abiertos a ayudar y motivar a las personas de su alrededor (por ejemplo con
palabras de aprecio y refuerzo y con una escucha activa).
• Mejoran su salud reforzando su sistema inmune. La misma conciencia de que tienen
una motivación personal para sentirse bien causa su bienestar, que activa la
secreción de endorfinas.
• Viven mejor y durante mucho más tiempo: la creación de unas relaciones que
funcionan elimina muchos motivos y matices de fricción que desgastan la resistencia
física además de la moral personal.
• Mueren, cuando les toca, dejando admiración y cariño por la forma en que han
interactuado con su entorno. Es mucho más motivador ser recordados desde lo
positivo de la vida y las relaciones que se han tenido que serlo desde actos y
acontecimientos negativos, desde resentimientos y enfrentamientos.
• Tienen espíritu crítico constructivo: reflexionan y analizan su propia realidad y la de
las demás personas, incluidos los jubilados y los pensionistas, desde la perspectiva
de sus necesidades, aspiraciones, ilusiones, intereses e inquietudes, más que desde
etiquetas y preconceptos formados en el pasado.
• Son coherentes: viven sus últimos años con coherencia, equilibrio y sensatez, porque
conocen que pueden intervenir en su propia realidad y no viven desorientados por
expectativas, rencores y miedos.
• Son creativos: son originales e imaginativos en los planes, los planteamientos, las
alternativas y en la búsqueda de soluciones en lo que les afecta como personas.
• Son constructivos: tienen una actitud positiva y están abiertos a participar activa,
seria y responsablemente en todas las decisiones que les ayuden a sentirse a gusto
consigo mismos y con los demás.
• Saben comunicarse: están en todo momento abiertos al diálogo y a la escucha. Se
comunican desde el gano/ganas en lugar del gano/pierdes, o pierdo/ganas, o
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perdemos los dos.
 
¿Quéles parece? ¿Quieren ser este tipo de persona y proyectarlo en sus nietos
como ejemplo de adulto?
Si la respuesta es positiva, la lectura del libro les va a gustar, y les puede
ayudar a buscar estrategias de vida y relaciones alternativas más satisfactorias.
Aunque algunos hayamos empezado con escepticismo a definir nuestras
cualidades, veremos cómo poco a poco nos iremos reconociendo en muchas de
ellas y nos abriremos a actuar en conformidad, asumiéndolas en nuestras
relaciones, nuestra comunicación, nuestra percepción y nuestro comportamiento.
La aplicación a nuestra realidad cotidiana de nuestras nuevas actitudes de
relación y comunicación va haciendo cada día más eficaz el ejemplo que les
damos a nuestros nietos.
De paso iremos encontrando respuestas, ideas y sugerencias que podamos
utilizar en la búsqueda de nuestro bienestar emocional y de nuestro propio
«bienser».
 
 
Practicar el sentirse bien para transformarlo en hábito
 
A lo largo de mi trabajo de autoconocimiento había empezado a darme cuenta
de lo bonito que es disfrutar de forma consciente de las cosas de cada día.
Descubrí que, a pesar de lo difícil que me resultaba vencer mis reacciones
emocionales frente a situaciones que consideraba complicadas o frustrantes,
siempre podía practicar la fórmula de darme un permiso especial para hacer algo
de forma distinta cuando me interesaba de veras.
Puntualizaba de forma consciente lo que podía hacer en esta ocasión, me
preguntaba por qué me interesaba hacerlo y me aclaraba sobre cuáles eran mis
posibilidades, cuidando de enfocarlas desde las soluciones en vez de desde las
dificultades que podían presentar a primera vista.
Al principio, entrar en el camino de buscar y encontrar soluciones en lugar de
quejarme me costaba bastante. Empecé imaginando cómo me sentiría si
cambiaba algo en algún contexto que no me gustaba. Al pensar, y hasta
visualizar, cómo me iba a sentir bien y a gusto, me iba motivando a buscar la
forma de actuar más eficaz para modificar la acción o el comportamiento que
quería reemplazar.
Me di cuenta de que, en lugar de criticarme cuando cometía algún error, me
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era mucho más útil, además de placentero, fijar mi atención en lo que estaba
aprendiendo o podía aprender de la situación. Me centraba en la búsqueda de
alternativas, y esto me abría a nuevas posibilidades y me hacía sentir a gusto
conmigo mismo.
Empecé reconociendo situaciones corrientes de bienestar que antes me habían
pasado inadvertidas. Poco a poco llegué a aprender cómo crearlas en el entorno
de mi propia vida cuando necesitaba refuerzo.
Aprendí la eficacia de utilizar rituales de refuerzo como sonreír, alabarme a mí
mismo o darme unos golpecitos de reconocimiento en el hombro para celebrar
cualquier éxito. Cuando veía que había hecho algo que no me gustaba o que me
hacía sentir a disgusto, en lugar de acusarme empezaba a buscar enseguida la
fórmula para descubrir las soluciones y los remedios sin darme tiempo ni ocasión
de sentirme mal.
Me transmitía instrucciones para evitar dejar espacio a sentimientos negativos
que no fueran acompañados de alternativas mejores. Poco a poco me acostumbré
a fijarme en lo positivo y motivador de las posibles soluciones. No excluía la
aceptación de lo negativo, pero lo interpretaba desde la perspectiva de lo que
podía aportarme en términos de aprendizaje y motivación a la acción.
Fui aprendiendo a reconocer mis reacciones emocionales y a darles el peso
necesario para que no me crearan conflictos interiores. Cuando me daba cuenta
de que me estaba sintiendo mal, me recordaba a mí mismo que el objetivo que
me había propuesto era el de sentirme bien, y me paraba a preguntarme con
cariño e interés qué otras reacciones y sensaciones en este sentido me interesaba
tener con respecto a lo que estaba pasando.
Centrar mi atención en la forma de mejorar mi bienestar me hacía sentir
eficaz, lo que a su vez me ayudaba a encontrar soluciones. Me acostumbré a
enfocar mi atención en el hecho de que tenía un sinfín de posibles alternativas.
Me fijaba en lo que podía recordar de situaciones anteriores y de los resultados
positivos concretos, tangibles y evaluables de actuaciones parecidas en el pasado.
Aunque estas acciones no hubieran tenido mucha importancia para mí cuando las
había hecho, se la daba ahora en cuanto referentes para:
 
• Apartar mi atención de la dificultad emocional del momento y desactivar mi
malestar con sugerencias de posibles soluciones a los problemas y conflictos con los
que me enfrentaba.
• No tomarme a mí mismo ni mis acciones demasiado en serio y darme el permiso de
reírme con cariño y sin sarcasmo de mí mismo cuando reconocía mi tendencia
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espontánea a criticarme y a sentirme mal más por las críticas que por el error en sí.
• Contrarrestar mi sentido de culpabilidad, creando un diálogo interior entre las varias
partes positivas de mí mismo.
• Formular afirmaciones de lo que podía hacer para sentirme a gusto en esa situación
concreta, así como realizar otros ejercicios prácticos de realce de mi autoestima. A lo
largo del libro veremos varios de estos ejercicios de refuerzo de la autoestima.
 
Al repetir, de forma consciente y voluntaria, acciones y dinámicas de este tipo,
y al fijar mi atención en averiguar si, en efecto, me sentía bien cuando las llevaba
a cabo, las fui transformando en hábitos. La búsqueda de sentirme bien, como
estrategia consciente, en un momento determinado empezó a transformarse en
algo natural que podía generar dentro de mí cuando lo necesitaba.
Para crear la motivación y la voluntad para actuar de esta forma analicé
detenidamente las características de mi mecanismo de supervivencia y del ego
que lo acompaña, que dificultaban la consecución de mi bienestar emocional.
 
 
El mecanismo de supervivencia
 
En primer lugar, todos, nosotros y los demás, somos personas desde nuestro
nacimiento, y como tales tenemos que considerarnos.
Como hemos visto, ser personas responde a todos los mensajes positivos o
negativos que recibimos con respecto a nosotros mismos y a nuestra actuación
vital. Vamos buscando automáticamente una forma de solucionar nuestras
dificultades y nuestras necesidades con el menor grado de pena o de incomodidad
posible.
Esto hace que, desde pequeños, adoptáramos unas actitudes y un
comportamiento que nos permitieron paliar los sentimientos de frustración,
vergüenza, miedo y resentimiento que la educación y el trato que recibimos en
nuestra vida diaria podían causarnos.
Al principio lo hicimos de forma tentativa y de acuerdo con nuestro
temperamento. Cuando encontramos unas fórmulas que nos dieron resultados y
comprobamos que esto se repetía en ocasiones sucesivas, las adoptamos y las
fuimos utilizando hasta integrarlas como mecanismo personal de vivencia o,
mejor, de supervivencia.
Con el tiempo, y según los contextos, hemos ido aportando al mecanismo
adaptaciones y modificaciones que lo hicieron más automático y sofisticado.
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Este mecanismo, que ha nacido como una forma de defensa para facilitarnos
una salida más efectiva de las dificultades de convivencia con nosotros mismos y
con los demás que nos resultaban difíciles y penosas, se ha transformado en
parte integrante de nuestra personalidad.
Así, por ejemplo, un niño que se encuentra falto de atención en casa o
afectado por la exuberancia de sus hermanos mayores o por la llegada de un
nuevo hermano es posible que se refugie en un mecanismo que puede ser de
renuncia y de pasividad para no sufrir por esta carencia y conseguir la atención
de sus padres desde la obediencia incondicional. Su mecanismo se basa en el
victimismo, aunque no se dé cuenta de ello.
Al adoptar e integrar este mecanismo desde niño bloquea otras formas
alternativas de actuar y de relacionarse, y va retrasando su maduración en
algunas de las facetas de su personalidad que responden a los mensajes de su
niño interior.
Esto perdurará hasta que hagamos algo al respecto. La consecuencia, a
menudo, es que mantenemos un comportamiento infantil durante toda nuestra
vida.