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10 CAMINOS DE INSPIRACION - VICTOR SANZ

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10 caminos de inspiración
Para encontrar la idea de tu próximo relato
 
 
Taller de escritura creativa
 
 
 
Licencia:
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parcial de este texto, ni su incorporación a un sistema informático, ni su
transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico,
mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso
previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados
puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Artículo 270
y siguientes del Código Penal).
 
 
 
A mis alumnos del taller de escritura
“Tu factoría de historias”
 
 
 
índice
Introducción
El nacimiento de la idea
Caminos de inspiración
1.- El diálogo interior
2.- La restricción
Fuera de contexto
La palabra tabú
La letra escondida
3.- El elemento disonante
El personaje disonante
El hecho disonante
El escenario disonante
4.- Del mismo género
5.- Reescribiendo un best-seller
6.- Círculos semánticos
7.- La confesión
8.- El foto-relato
9.- El banco de notas
10.- El esqueleto argumental
Al final del camino
La plasmación de la idea
Conclusiones
 
 
 
Introducción (índice)
 
Este trabajo está basado en el primer capítulo del libro “Tu factoría de
historias”, taller de escritura de novela del que también soy autor.
Aquí se han extractado los 10 caminos de inspiración propuestos en dicho
taller y se han completado con nuevos ejemplos y ejercicios.
El objetivo de este trabajo responde a la necesidad de quien tan solo busca
un motivo de inspiración para superar esos momentos de bloqueo que
acechan a todos los escritores.
El camino de inspiración nº 3, titulado “El elemento disonante”, es un
extracto del taller de escritura creativa que impartí en Valencia el día 8 de
junio de 2014 en el marco del encuentro de los profesionales de la Lengua:
LENGUANDO (www.lenguando.com)
Víctor J. Sanz
Julio-2014
 
http://www.lenguando.com
El nacimiento de la idea 
(índice)
 
 
Muchas veces sentimos el impulso de escribir sin tener una idea clara de
adónde nos va a llevar la escritura, simplemente lo sentimos. A menos que lo
consideremos como un simple ejercicio, no nos vendría mal tener una idea
sobre la que escribir.
Al hablar del nacimiento de la idea se suele pensar que es un acto casi
mágico que le ocurre únicamente a personas con ciertas capacidades
especiales. Desde luego no se puede negar que no haya algo de magia en el
surgimiento de la idea, pero lo que no está tan claro es que sea un proceso
reservado exclusivamente a un grupo reducido de individuos. Bien distinto es
que, una vez en el camino apropiado para alcanzar la idea, se tenga mayor o
menor capacidad para concretarla, para hacerla realidad.
Las ideas sobre las que basar un relato nos rodean por todas partes, tan es
así que, si pudiéramos ver todas ellas, nos volveríamos completamente locos.
Afortunadamente habitan una dimensión distinta. Para acceder a esa
dimensión donde vuelan libremente hasta posarse casi en cada objeto o en
cada persona que podemos observar a nuestro alrededor, es necesario cambiar
la forma de mirar esos objetos, esas personas y, por lo tanto el mundo que
conocemos.
En este trabajo vamos a señalar diez puertas por las que acceder a esa
dimensión paralela de las ideas; diez caminos distintos que nos pondrán tras
la pista de nuestra próxima idea; te ofreceremos diez billetes para un viaje
cuyo destino es el lugar donde residen las ideas en su formato natural: la
esencia.
 
Caminos de inspiración
 
 
1.- El diálogo interior (índice)
 
No son pocas las sesiones de trabajo que, a pesar de todos los esfuerzos,
aderezos, componendas, hechizos y supersticiones, un escritor comienza sin
una agenda de trabajo, incluso sin una brújula. Pues bien, por extraño que
pueda parecer, limitarse a seguir simple y llanamente el camino de escribir
puede conducirnos hasta la idea que estamos deseando ver aparecer. Bastará
con buscar en nuestro mundo interior hasta dar con ese recuerdo reincidente,
ese sueño que sigue sin explicación, aquel incidente (propio o ajeno) que aún
hoy nos sigue pareciendo tan extraño, aquella anécdota que todavía hoy nos
produce una sonrisa, aquella persona que sigue ocupando un espacio en
nuestra memoria sin que tengamos muy claro por qué…, da igual, cualquiera
de estos elementos —y otros similares que podamos encontrar por el camino
— servirá.
Una vez elegido el punto de partida, escribe. Hazlo libremente, ningún
lector te está observando; menos aún un crítico o un editor. Escribe.
Escríbelo. Nárralo. Haz que fluya una palabra tras otra hasta alcanzar una
velocidad de crucero que no te permita repensar cada palabra o expresión, de
eso ya habrá tiempo luego. Mientras te posea tu espíritu creativo no dejes que
intervenga tu espíritu crítico, debes conseguir que trabajen en horarios
diferentes.
Es muy probable que el texto que consigas al final de este ejercicio no sea
candidato a ningún premio, pero puede revelarte la idea que se convierta en tu
próximo relato o, quién sabe, si no lo habrás escrito ya con esta sencilla
práctica.
Así que adéntrate en el camino interior sin miedo de lo que puedas
llegar a descubrir. No todo lo que encuentres en este camino tiene por
qué quedar a la vista de otros ojos, no al menos en la misma forma en
que tú lo encuentres.
 
2.- La restricción (índice)
 
Una de las técnicas que se muestra más efectiva en la generación y
potenciación de la inspiración es la de la restricción. En cualquiera de sus
formas, la restricción del léxico es una fuente casi inagotable de inspiración,
ya que nos obliga a tomar un desvío, a dar un rodeo, a explorar mundos que,
de otro modo, nunca recorreríamos.
Repasemos algunas de las variantes más interesantes de la restricción.
 
Fuera de contexto
 
Esta propuesta consiste en tomar un elemento dentro de su contexto lógico
y natural y sacarlo de él. Para ello recurriremos a la realidad que nos rodea.
Busca, por ejemplo, una fuente de diálogos —televisión, prensa, radio,
mercado, cafetería, cualquier lugar público de paso o simplemente un libro
abierto al azar—, y de todas cuantas te lleguen, elige una frase, anótala y
conviértela en un ancla con la que fondear en las aguas de tu próximo relato.
Todavía no tenemos nada, tan solo una frase, pero con el simple gesto de
sacarla de su contexto la hemos convertido en una frase especial. Ahora tu
misión es inventarle un nuevo contexto, un mundo alternativo donde también
tenga plena lógica y razón de ser y estar.
Crear ese entorno alternativo para nuestra frase es el objetivo de recorrer
este camino. En su creación tendrás que buscar los elementos necesarios para
que, sin perder sentido —aunque tal vez cambiándolo—, la frase siga
teniendo plena validez.
Imagina una conversación entre dos parejas que se cruzan por la calle.
Hace tiempo que no se ven y una de las parejas propone ir a tomar algo para
contarse cómo les ha ido desde que no se ven. Pero la otra pareja se excusa:
“No podemos, hemos quedado, nos vamos a comer a un chino”. Obviamente
se refieren a que irán a comer a un restaurante chino, pero para tu ejercicio de
fuera de contexto no tiene ese significado. Toma esa frase y dale un contexto
diferente, imaginando que realmente se van a comer a un ciudadano chino.
Naturalmente, no es obligatorio que la frase sea extraída de un diálogo,
puede servir a este propósito casi cualquier frase que entresaques de cualquier
fuente.
 
 
La palabra tabú
 
Este camino lo puedes recorrer fácilmente en unos pocos pasos, a saber:
1.- Elige una imagen cualquiera, no es preciso que sea una imagen
sugerente, casi se podría decir que valdría cualquiera. Imaginemos para este
ejemplo la imagen de una cafetería. Se pueden ver mesas, algunas de ellas
ocupadas por varias personas que charlan animadas ante sus consumiciones,
otras ocupadas por una sola persona que ojea y hojeala prensa. Entre ellas,
un camarero viene y va con su bandeja…
2.- Determina cuál es su elemento principal o, más concretamente, qué
palabra no podría faltar en su descripción, ¿cuál sería?: ¿café?, ¿mesas?,
¿tazas?, ¿camarero?, ¿clientes?...
3.- Ahora intenta describir la escena sin incluir una de esas palabras. Da
los rodeos que necesites al lenguaje pero describe la escena de manera que tu
lector pueda entenderla con la misma claridad que tú la estás imaginando.
Haz la prueba excluyendo cada una de las otras palabras, los rodeos a que te
obliga esta restricción te abrirán puertas hasta ahora desconocidas y te
ayudarán a ejercitar el músculo de la imaginación.
Esta prueba de restricción es aplicable prácticamente a cualquier imagen
que podamos pensar. Su efectividad radica en que nos obliga a un
concienzudo rastreo de sinónimos y antónimos, de expresiones similares o
equivalentes, en fin, que nos obliga a enriquecer nuestro lenguaje. Haz la
prueba intentando describir una escena de un partido de fútbol sin utilizar la
palabra “balón” o la palabra “deporte”. Prueba también a describir una escena
campestre sin utilizar la palabra “campo” o la palabra “verde” o la palabra
“naturaleza”.
Para añadir un grado más de dificultad a este ejercicio puedes intentar
describir cualquiera de las imágenes que hemos utilizado en los ejemplos
anteriores o cualquier otra que se te ocurra, prescindiendo no de una, sino de
dos o más palabras de las que no faltarían en su descripción normal.
 
 
La letra escondida
 
Llevada a un extremo, la restricción puede resultar un ejercicio
sumamente complicado. Si difícil es evitar el uso de un palabra al tratar de
describir un contexto en el que parece imprescindible, mucho más difícil es
prescindir del uso de una letra, y más aún cuando se trata de una vocal.
En 1930, el escritor y dramaturgo español, Enrique Jardiel Poncela,
escribió el relato “Un marido sin vocación” sin utilizar la letra “e”. Apenas
supera las dos páginas de extensión, pero el esfuerzo de evitar una letra se
convierte en algo impresionante incluso cuando se trata de construir tan solo
un párrafo.
Muchos años antes, el poeta nicaragüense Rubén Darío, realizó una proeza
aún superior, escribió el relato titulado “Amar hasta fracasar” en el que
durante tres páginas, no solo evita el uso de una vocal, sino que evita el uso
de cuatro de ellas, ya que tan solo utiliza la “a”.
Puede que no todo el mundo sea capaz de llevar a cabo estas hazañas, pero
sean cuantos sean los pasos que cada uno seamos capaces de andar por este
camino, no debemos desdeñar la experiencia que puede suponer.
 
Así que explora sin reparos cualquier camino que puedas encontrar
gracias a una restricción del tipo que sea, porque te obligará a llevar tu
imaginación por lugares que antes ni podías imaginar.
3.- El elemento disonante (índice)
 
Las ideas fluyen a nuestro alrededor, tan solo hay que estar dispuestos a
recibirlas, a captarlas. Esto se entenderá mejor con un símil. Si queremos
escuchar una emisora de radio, lo mejor será que dispongamos de un receptor
y que lo pongamos en funcionamiento.
Los ojos del escritor están acostumbrados a señalar lo diferente, lo
singular. Se podría decir que son su antena para recibir esas señales
especiales. El escritor marroquí Tahar Ben Jelloun dice que escribe para
contar la diferencia. Esta sencilla frase encierra la que quizás sea la verdad
más inamovible y universal de la literatura. Parece evidente que nadie
intentará construir un relato sobre la base de un hecho normal o
intrascendente que no encierre cierto grado de singularidad. Tan solo es
preciso prestar atención a cuanto nos rodea y captar aquellas ideas que
devienen en especiales por diferentes: una palabra peculiar, un hecho distinto,
una persona extraordinaria…, esa chispa que enciende nuestra imaginación.
Ese elemento singular, ese elemento que desentona del resto de su entorno
es el elemento disonante. Esta excepcionalidad puede venir dada porque el
elemento en cuestión se encuentra circunstancialmente entre los de una clase
distinta a la suya o bien porque tiene una característica especial que lo hace
distinto del resto de los de su clase.
Como decíamos, el elemento disonante puede ser tanto un objeto, como un
personaje, como un escenario o como una característica de ese personaje,
objeto o escenario. Veamos cómo se concreta todo esto.
 
 
El personaje disonante
 
Nada mejor que comenzar con un ejemplo. Imagina una manada de ñus
pastando en la sabana africana. En un principio no hay nada singular en ello,
ninguno de los miembros de la manada destaca sobre los demás por nada en
especial. Cambiemos ahora uno de los ñus y coloquemos en su lugar una
cebra. Ahora sí tenemos un elemento singular dentro de un conjunto
homogéneo. Si de alguno de los miembros de la manada merece la pena
contar la historia, sin lugar a dudas ese miembro es la cebra. Puede que no
sea una gran historia, pero en ese contexto a buen seguro es el único centro
posible de cualquier historia que se quiera contar sobre la manada.
Otro ejemplo animal. Imagina una familia de patos, ese ave palmípeda,
con el pico de color naranja más ancho en la punta que en la base y en esta
más ancho que alto, con su plumaje blanco… Ahora imagina un cisne, ese
ave también palmípeda, también de plumaje blanco, también de pico
anaranjado, pero que tiene un cuello muy largo y flexible y las alas grandes.
Cierto, Hans Christian Andersen ya escribió en 1843 El patito feo.
Veamos un ejemplo más humano. Tomemos un grupo humano cualquiera,
de cualquier origen, nacionalidad, edad o número, cualquier grupo que
imagines servirá, ahora otorga a uno de esos humanos la capacidad de volar y
una fuerza sobrehumana. Está bien, Jerry Siegel ya creó Superman en 1932.
La idea es crear esa singularidad otorgando o eliminando características o
cualidades a un miembro de entre los de un grupo dado. ¿Acaso no son
Superman o El patito feo un elemento disonante de primer orden?
Estas son demostraciones de que un personaje resulta disonante cuando es
distinto entre los de su clase o cuando está entre los de una clase distinta.
Pero veamos más ejemplos. Otro disonante ejemplar es el protagonista de
la obra “Diálogo secreto” de Antonio Buero Vallejo. Braulio es crítico de arte
pero tiene una característica que lo hace muy distinto de los demás colegas de
profesión: es daltónico. Esta circunstancia es el elemento disonante sobre el
que gira toda la obra.
Hay multitud de ejemplos de personajes disonantes tanto en la literatura
como en el cine o en la televisión. Solo por citar algunas referencias y
siguiendo la estela de Superman, cualquier superhéroe es un personaje
disonante, pero también lo es El hombre invisible que H.G. Wells publicó en
1897; o La mosca, película dirigida por Kurt Nuemann en 1.959 en la que el
científico André Delambre trabaja en un experimento de teletransportación de
materia con consecuencias no deseadas. Podemos encontrar ejemplos más
recientes en Sin noticias de Gurb, la celebrada novela de Eduardo Mendoza
en la que dos extraterrestres vienen a parar a la Tierra por un aterrizaje de
emergencia y en una exploración rutinaria del entorno, uno de ellos, Gurb, se
pierde y se convierte en un personaje disonante practicante, valga la
expresión; o las películas E.T. (Steven Spielberg, 1982), Los visitantes (Jean-
Marie Poiré,1993) o El caballero negro (Gil Junger, 2001), la primera basada
en un viaje espacial y las dos últimas basadas en viajes en el tiempo como
detonante de la singularidad de sus personajes —perfectamente normales en
su contexto cotidiano— pero completamente excepcionales en el nuevo
contexto social y temporal.
En productos televisivos, los personajes disonantes también son la base de
muchas historias. La serie de TV Primos lejanos (1986) es un buen ejemplo.
En ella el personaje de Balki Bartokomous, un pastor de ovejas que vive en
Mypos (una imaginaria isla griega), emprende un viaje —en busca de unos
parienteslejanos— a los Estados Unidos, donde protagoniza un sinfín de
escenas chocantes tanto para él mismo como para el resto de los personajes y
los espectadores. Más reciente tenemos el caso de la serie The Big Band
Theory (2007), donde el personaje disonante es, curiosamente, el que
podríamos calificar de “más normal” entre todos los protagonistas, y a quien
su condición de excepcional le viene dada por, a su vez, la propia
excepcionalidad del resto de los personajes en cuyo mundo se va integrando
poco a poco. Más reciente aún tenemos otra serie en la que la singularidad no
viene dada por el personaje en sí mismo, sino por algo que le acontece en el
primer capítulo; se trata de Breaking Bad (2008).
Como podemos ver, la singularidad de un personaje —por su personalidad
o por sus características o la alteración de alguna de ellas— proporcionan una
buena base para construir una buena historia. Hemos visto ejemplos que
transitan los caminos de la comedia, del misterio, de la acción, de la ciencia
ficción, de la fantasía. Hemos visto ejemplos de literatura, de cine, de
televisión, de teatro. Quiere esto decir que si somos capaces de encontrar o —
en su defecto generar— un personaje disonante, podemos estar ante un punto
de partida a considerar muy seriamente.
 
Mención especial merece Gulliver, el protagonista de los Viajes de
Gulliver que Jonathan Swift publicó en 1726. Se podría decir que Gulliver es
el personaje disonante por excelencia.
 
 
El hecho disonante
 
Decíamos que el elemento disonante como base de un relato no tiene por
qué quedar restringido exclusivamente al ámbito de los personajes. También
podemos construir un relato basándonos en un hecho disonante.
Como ejemplo de hecho disonante podríamos citar la obra La guerra de
los mundos (1898) de H.G. Wells en la que se describe una invasión
marciana de la Tierra. O la película Encuentros en la tercera fase, dirigida
por Steven Spielberg en 1977, en la que se narra el encuentro de la raza
humana con una raza alienígena. O, sin necesidad alguna de extraterrestres, el
cuento escrito en 1974 por Christine Nostlinger titulado Konrad o el niño que
salió de una lata de conservas, en el que la protagonista recibe por correo un
niño de siete años embalado en una lata de conservas. Todos ellos son hechos
disonantes de primera categoría.
Pero quizás el ejemplo más conocido y, por tanto, que menos explicación
necesita, sea La metamorfosis que Franz Kafka publicó en 1915.
 
 
El escenario disonante
 
También apuntábamos antes que la singularidad puede encontrarse más
allá de los personajes y hasta de los mismos hechos, por ejemplo en el
escenario en el que se da una historia.
Bien mirado, cualquier escenario en el que concurran situaciones y
circunstancias extraordinarias se convierte automáticamente en un elemento
disonante. Curiosamente, esta diferencia, esta disonancia proporciona al
conjunto de la idea un increíble potencial de desarrollo que se convierte en un
campo muy fértil para todo tipo de historias. Prueba de ello es la ingente
cantidad de historias que están basadas en escenarios tan excepcionales como
pueda ser el de una guerra, algo que en la mayor parte del mundo no es un
escenario habitual.
Pero no hace falta que tenga lugar una guerra para que el escenario sea el
elemento disonante. La historia que Julio Verne nos narra en Viaje al centro
de la Tierra, es un buen ejemplo de escenario disonante. Al igual que la
historia narrada en 1963 por Pierre Boulle en su novela titulada El planeta de
los simios, otro claro ejemplo de escenario como elemento disonante.
 
A caballo entre el hecho disonante y el escenario disonante tendríamos
obras como El ángel exterminador, película dirigida por Luis Buñuel en
1962. En ella se narra la historia de un grupo de personas que se dan cuenta
de que, por un motivo desconocido, no pueden salir de la habitación en la que
se encuentran. O Los últimos días película dirigida por David Pastor en 2013
y que cuenta la historia de una misteriosa epidemia de agorafobia que impide
a la población salir a la calle.
No parece necesario dar más ejemplos de los buenos resultados que puede
dar encontrar un buen elemento disonante para basar en él nuestro próximo
relato. ¿Pero qué ocurre cuando nada de lo que nos rodea parece diferente,
cuando nada parece participar de esa necesaria singularidad?
Si aun estando atentos no recibimos ninguna señal especial de nuestro
entorno y, por lo tanto, no podemos percibir ese elemento disonante, siempre
podemos recurrir a una técnica muy efectiva: crear esa diferencia, forzar
esa singularidad con nuestra imaginación. Y esto es posible incluso si
partimos de escenas y personajes normales: ya hemos visto que muchos de
los personajes disonantes (si no todos) son perfectamente normales en sus
entornos de origen.
Vamos a recurrir a un pequeño juego de intercambio.
Imaginemos dos escenas distintas. Por un lado, un general arenga a sus
tropas poco antes de la batalla; por otro lado, un pastor conduce a sus ovejas
por la cañada. Intercambia el personaje del pastor por el del general e intenta
desarrollar las dos nuevas escenas que se generan. ¿Qué arenga puede
pronunciar el general ante un ejército de ovejas?, ¿qué cara pondrán los
soldados cuando en lugar de formar se les pastoree?, o ¿qué arenga
pronunciará el pastor ante los soldados?
Este mismo juego se puede repetir con otras escenas en las que el
intercambio nos proporcione sendos elementos disonantes de los cuales
contar una historia.
Pero más allá del mero intercambio fotográfico, este sistema puede
aplicarse a mayores niveles de complejidad. Imaginemos ahora, no ya una
simple fotografía, sino un escenario más rico en matices y hagamos en él un
nuevo intercambio de cromos. Tomemos a un oficinista civil de un complejo
militar. Es un tipo gris, aburrido, incluso mediocre, si se quiere. Un error
administrativo intercambia su identidad con la de un soldado y es incluido en
el siguiente contingente de tropas que su país enviará a la primera línea del
frente de una guerra lejana. A pesar de su calidad de ‘normal’, en el nuevo
contexto nuestro personaje se convierte sin duda en especial y, por tanto,
digno de protagonizar un relato. (Esta propuesta forma parte de la práctica
del taller de escritura de novela “Tu factoría de historias”)
Pero este método no ha de restringirse únicamente al simple hecho de
intercambiar un personaje por otro o un escenario por otro. Practiquémoslo
ahora llevando a cabo un intercambio de roles entre los personajes.
Imaginemos dos protagonistas tipo cuyo hábitat natural, como pareja, suele
ser la literatura infantil: un niño y un monstruo. Uno de los dos tiene miedo.
¿Cuál de los dos personajes se convertiría en disonante si tuviera miedo?, o
dicho de otra manera, ¿qué historia resultaría más atractiva, aquella en que el
miedo lo tenga el niño o en la que el miedo lo tenga el monstruo? Muy
probablemente la primera de ellas haya sido contada en infinidad de
ocasiones, mientras que la segunda sigue participando en cierta medida del
factor sorpresa para el lector. Para acceder a historias realmente inolvidables
debemos partir de mirar todas las cosas conocidas como si nos fueran
absolutamente desconocidas. Mirarlas con ojos nuevos nos revelará datos que
han permanecido ocultos bajo el manto de la normalidad y de su asunción
automática por todos nosotros.
Otra forma de generar tu propio elemento disonante es tener siempre a
punto la pregunta ¿Y si…? En esta forma o en alguna de sus variantes más
recurrentes, como pueda ser ¿Qué pasaría si…?
Hagamos una prueba. Imagina una prisión. Sin darte cuenta ya vas
colocando en ese escenario imaginario una serie de elementos que tomas del
subconsciente colectivo: celdas, comedores abarrotados, presos, carceleros,
alcaides, cierto tipo de lenguaje y de educación... Ahora cambia algunas de
esas reglas mayoritariamente aceptadas, por otras sacadas con el fórceps de tu
pregunta ¿Qué pasaría si…?: ¿Qué pasaría si los funcionarios se sienten
presos ysolo desean salir de la cárcel?, ¿qué pasaría si un preso a quien le
llega el vencimiento de la condena no quiere salir porque tiene miedo al
mundo exterior, a la libertad?, ¿qué pasaría si… haz tus propias preguntas.
Puedes utilizar también esta pregunta en escenas mucho más cercanas a tu
propio mundo. ¿Qué pasaría si de repente un día olvidas cómo se sube o se
baja una escalera?, ¿Qué pasaría si le sucede lo mismo a todo el mundo? Y
no vale ir a consultar las Instrucciones para subir una escalera de Julio
Cortázar, porque resulta que están en otro piso.
¿Qué pasaría si un día, de repente, olvidas el nombre de los colores, o si
descubres un nuevo color que nadie ha visto antes jamás?...
Si además de formularnos esta pregunta sobre cada cosa que nos rodea, la
contestamos, estaremos recorriendo a grandes zancadas este camino de
inspiración que es el elemento disonante.
Para cuando sientas que una insistente sequía asola tu imaginación,
siempre puedes recurrir a un truco muy efectivo. Conviértete en tu propio
personaje disonante, porque todos somos personajes disonantes en potencia.
Busca un escenario en el que estés completamente fuera de lugar y cuenta tu
experiencia y tu aventura en él.
Ya sabes: conecta tu receptor de elementos extraordinarios, de
elementos disonantes. Miles de argumentos nos rodean en forma de
elemento disonante, busca el tuyo y, si no lo encuentras, créalo.
4.- Del mismo género (índice)
 
Como hemos visto, parece más probable encontrar la idea de nuestro
próximo relato si salimos a buscarla que si nos quedamos a esperarla frente al
papel en blanco. Pero hasta ahora solo hemos iniciado caminos sin un trazado
o un fin conocidos. Recorramos ahora un nuevo camino con una idea más
clara sobre las características de la idea que perseguimos.
Busquemos este cuarto camino de inspiración en la lectura. Leamos un
texto en la línea o del género que nos gustaría escribir nuestro próximo relato.
Metámonos en harina, en la misma harina con la que queremos amasar
nuestra próxima historia.
A simple vista, cualquiera diría que este camino solo puede conducir al
plagio y, en consecuencia, a la frustración, pero nada más lejos que eso.
Adentrarse en la lectura del género que buscamos, que pretendemos recrear,
es el mejor excitante para nuestra imaginación. Zambullirnos de golpe y sin
condiciones en el mismo ambiente que buscamos para nuestro relato nos
facilitará la generación de nuestros propios términos, sensaciones,
descripciones y situaciones dentro de esa misma atmósfera.
El propio Stephen King lo recomienda: “Lee todo lo que te gustaría
escribir y escribe todo lo que te gustaría leer.”
Si tienes la intención de escribir, por ejemplo, un relato de terror, lee
relatos de terror, tarde o temprano surgirá ante ti tu propio relato de terror.
Así que empápate de aquellas historias que te hubiera gustado escribir
por su género, por su tema o por su tratamiento y disponte a descubrir
en ellas tu propio relato.
5.- Reescribiendo un best seller (índice)
 
Esta es una variante del camino anterior. Se trata del denominado ‘de la
crítica productiva’ por el crítico alemán Julius Petersen. Asegura Petersen
que existen obras cuya génesis viene determinada por la reacción provocada
por otra obra anterior. No está hablando de plagio ni nada parecido, se está
refiriendo a las obras que se constituyen en la visión particular de un escritor
sobre un tema ya tratado anteriormente aunque sea de forma muy concreta y
definida. Partiendo de una misma idea se pueden alcanzar resultados
completamente distintos y distantes. Esta crítica productiva es más
fácilmente detectable en el cine. Piensa por un momento en esas películas que
no solo tratan un mismo tema, sino que lo hacen aparentemente de una forma
tan parecida que nos lleva incluso a confundirlas entre sí con asombrosa
facilidad.
Toma una obra muy conocida, de la que puedas tener acceso a estudios,
análisis, críticas y reseñas. Haz de ella una lectura crítica y comienza su
reescritura, escríbela justo como tú la hubieras escrito, con tu estilo, tus
palabras, tu forma de contar las cosas.
En esencia: siéntate frente a una obra tan grande, tan imponente, que
solo tengas la esperanza de hacerlo mucho peor. Esto te despojará de
todo absurdo prejuicio al realizar esta práctica y te permitirá alcanzar
cotas de creatividad que solo la libertad concede.
6.- Círculos semánticos (índice)
 
A veces, el problema para el nacimiento de la idea es una especie de
bloqueo creativo, una puerta de paso entre las palabras y el papel que se
encuentra atascada. Si más o menos se sabe sobre qué se quiere escribir pero
no se sabe ni por dónde empezar, está claro que tendremos que buscar la
manera de desatascar esa puerta de paso. Un buen método para hacerlo es la
generación de círculos semánticos.
¿Qué es un círculo semántico?
Un círculo semántico es un grupo de palabras relacionadas entre sí por su
significado, ya se trate de su significado objetivo como de su significado
subjetivo y matizado por nuestra propia experiencia.
¿Qué necesitamos para generar un círculo semántico?
Una palabra. Tan solo necesitamos una palabra que servirá de referencia a
todas las que vendrán después.
Si estamos intentando escribir un relato, pongamos por ejemplo, sobre
fantasmas, crearemos alrededor de la palabra fantasma ese círculo de
palabras relacionadas; y como decíamos, lo haremos bien por la vía
semántica, bien por la vía imaginaria. Es decir, anotaremos aquellas que por
su significado guarden estrecha relación con la palabra principal; pero
también anotaremos las que nos vengan a la mente traídas de su mano, por un
recuerdo o por una asociación de ideas sin entrar en detalles sobre su origen,
su lógica o su validez. 
Si repetimos esta operación con alguna de las palabras hijas de la palabra
inicial, habremos reunirdo, en todo ese vocabulario, la carga semántica
suficiente como para que la idea finalmente se vaya perfilando. En el
ejemplo, utilizando como palabra inicial fantasma, probablemente habremos
anotado a su alrededor palabras como muertos, sábana, cadenas, pasillo,
castillo, mansión, noche, ojos, carrera, tiritar, miedo, portón, chirriar, voces,
presencia, frío, escalofrío… y unas cuántas más. Entre todas tendremos
material suficiente para intentar acometer la narración al menos con una base
más sólida. La mejor manera de comprobarlo es construir un texto en el que
incluyamos todas las palabras surgidas en los círculos que hemos creado.
Resulta evidente que cuantas más palabras hayamos logrado reunir más
facilidades estaremos poniendo para desatascar esa puerta de paso entre las
ideas y el papel.
Así que solo tienes que elegir o concretar la palabra clave del tema que
te traes entre manos y a partir de ahí crear todo un repositorio de
vocabulario relacionado que te servirá para tejer el contexto de tu
próximo relato.
 
7.- La confesión (índice)
 
Si existe un camino para obtener resultados rápidos y electrizantes ese es
el juego de la confesión. Imagina por un momento a un personaje realizando
una confesión sorprendente o de unos hechos terribles.
Como siempre, algunos ejemplos ayudarán a visualizar mejor la idea.
a) Tu personaje imaginario confiesa ante los suyos que sus viajes
de negocios son en realidad a casa de otra mujer con quien mantiene
una aventura. La confesión la hace durante una cena familiar en la
que celebra junto a su mujer el aniversario de bodas.
b) Imagina que tu personaje reúne a los suyos con cualquier excusa
y confiesa ante todos ellos que, desde hace algún tiempo, lleva una
doble vida gracias a un premio de lotería que les ocultó y del que ya
no le queda ni una triste moneda.
c) Prueba a imaginar a un respetado miembro de la comunidad —
reconocido por su entrega a los demás y su dedicación altruista a los
asuntos comunales—, confesando accidentalmente gracias al vino,
que lleva años robando dinero dela comunidad.
d) Imagina una reunión familiar en la que el padre de familia
presenta a un nuevo miembro: un hijo hasta ahora secreto.
e) Imagina una reunión de amigos en la que uno de ellos confiesa
que mantiene una relación secreta con la pareja de otro de los
amigos del grupo.
Estas situaciones y cualquier otra que se te pueda ocurrir en esa línea, te
pueden servir de base, sino como hecho principal de un relato, sí al menos
como detonante de la historia subsiguiente.
Ni que decir tiene que la confesión no solo es efectiva si lo es de hechos
terribles o sobrecogedores, bastará con que sean extraordinarios para el
círculo inmediato de personas relacionadas con el declarante.
Como práctica definitiva de este juego de la confesión, te propongo que
narres la confesión más sorprendente que tú mismo harías ante tus personas
más allegadas. ¿Qué hechos les sorprenderían de ti?, ¿cuál sería su reacción?,
¿cuál sería la tuya?, ¿qué ocurriría después? Esta práctica de la autoconfesión
puede ayudarte a concretar mejor los matices que para los personajes
encierran este tipo de situaciones, lo que te dará el conocimiento necesario
para reflejarlo fielmente en un relato.
Así que cierra los ojos, elige a un personaje cualquiera, conocido o no,
y ponle frente a sus personas más cercanas. Ahora ya solo tienes que
poner en su boca una confesión que nunca antes había hecho a nadie y
que suponga tanto en su vida como en la de sus personas más cercanas,
un cambio que marcará un antes y un después.
8.- El foto-relato (índice)
 
Otro camino realmente fructífero para la generación de ideas es el de la
contemplación. Puede sonar a místico, pero no se trata de eso. Si observamos
una imagen —casi valdría cualquier imagen— es muy probable que, antes
incluso de darnos cuenta, le estemos poniendo palabras en nuestra cabeza,
porque eso es lo que tenemos que hacer normalmente para captar y fijar los
conceptos que encierra y transmite una imagen. Por ejemplo, cuando vemos
la imagen de un caballo, solo si disponemos de la palabra caballo, podremos
definir la imagen. Si vemos la imagen de un animal que no distinguimos bien,
recurriremos a palabras que creemos que pueden definirlo. Siempre
necesitamos las palabras, y en este caso no son sin la transcripción que cada
uno hace de la imagen, es decir, su conversión en texto.
Imagina una plaza en una ciudad. En el centro hay una estatua ecuestre de
un general que vuelve victorioso de la batalla. Pero esta misma mañana los
operarios del ayuntamiento la han cubierto con lonas y han fijado estas con
cuerdas en torno a la estatua. ¿Qué te dice la imagen?, ¿crees que la han
cubierto para evitarle desperfectos mientras reforman o limpian la plaza en la
que se encuentra?, ¿o acaso se trata de un pueblo que se avergüenza de sus
guerras y quiere olvidarlas empezando por sus héroes?
Incluso aunque la estatua no estuviera cubierta con lonas, fíjate en el
general que vuelve de la batalla, ¿qué expresión tiene?, ¿ha resultado
victorioso o viene huyendo del enemigo?, ¿está herido?, ¿ha perdido a
muchos hombres?
Pero no hace falta recurrir a imágenes muy complejas o muy recargadas
para descubrir la base de un relato. Como decíamos antes, sirve a ese
propósito casi cualquier imagen. Imagina, por ejemplo, una maleta y hazle
unas cuántas preguntas. ¿De quién es?, ¿de dónde viene?, ¿adónde va?...,
pregúntale si piensa volver, qué lleva dentro, si se ha perdido…
Imagina ahora a una joven sentada frente al mar y repite la operación de
las preguntas: ¿ha ido a despedirse de alguien?, tal vez ha ido a esperar a
alguien, o a mirar la puesta de sol, a sopesar una decisión, en ese caso ¿qué
decisión crees que puede estar tomando?, ponte en su lugar y piensa qué estás
haciendo ahí.
Puede servirte de ayuda tener a mano la lista de preguntas que todo
periodista le hace siempre a cualquier noticia:
¿Qué?, ¿Cómo?, ¿Cuándo?, ¿Por qué?, ¿Dónde?, ¿Quién?
No son todas las preguntas que puedes hacerle a una foto, claro está, pero
de ellas y de sus contestaciones nacerán otras preguntas que enriquecerán la
que puede ser la materia prima de tu próximo relato.
En resumidas cuentas, se trata de elegir una fotografía que “te cuente”
algo especial, que te responda unas cuantas preguntas y transcribir lo que te
va contando.
Así que busca en tus viejos álbumes de fotos o, simplemente, hojea una
revista o mira una película o navega por internet… y detente en la
primera imagen que tenga ese mensaje especial para ti. Ahora ya solo
tienes que transcribirlo narrando la foto. Si esta práctica no surge de
forma espontánea observando imágenes, recurre simplemente a
formular la batería de preguntas a la primera imagen que encuentres.
Las imágenes tienen muchas respuestas para ti, y hay muchas imágenes
que tienen respuestas realmente imaginativas.
9.- El banco de notas (índice)
 
Nunca, en ninguna circunstancia, desprecies anotar o al menos intentar
memorizar una idea que te viene sin buscarla. Puede que solo conozcas su
importancia pasado el tiempo. Aunque somos los escritores quienes
buscamos historias, son las historias quienes eligen a su escritor.
Ten en cuenta que casi todo lo que nos rodea es susceptible de ser
convertido en literatura. No quiere decir esto que cada suceso de la vida
cotidiana sea literatura en sí mismo, sino que la mirada del escritor podría
utilizarlo como materia prima de un relato, extractando su significado más
extraordinario. Si consigues destacar lo singular de entre lo normal, estarás
más cerca de la idea que buscas.
Si sigues la costumbre de anotar esas impresiones extrañas, esas
sensaciones vívidas, esas interpretaciones erróneas, esas descripciones
interesantes, esas palabras que aparecen insistentes en tu cabeza, si captas y
anotas todas esas ideas cazadas al vuelo, con el tiempo conseguirás reunir una
gran cantidad de notas —frases literales, títulos, tics de personajes, nombres,
localizaciones, vocabulario, juegos de palabras…— habrás creado sin apenas
darte cuenta un banco de notas al que recurrir cuando la falta de inspiración te
aceche.
Pero no solo puede servirnos de inspiración un banco de notas con un
montón de material inconexo, también podemos utilizar nuestros trabajos.
Relee tus obras anteriores, incluso aunque no estén terminadas. Reléelas con
ojo crítico, analizando todos aquellos hilos argumentales que en aquel
momento desechaste y que ahora, a buen seguro, se te irán haciendo visibles
a medida que avances en la lectura. ¿Quién sabe si de esa lectura surgirá una
obra derivada?, incluso tal vez surjan nuevas historias que la creación de la
que estamos releyendo pospuso a un tiempo mejor. Tal vez ese tiempo haya
llegado.
Así que no deseches viejas notas tomadas al vuelo en la servilleta de un
bar, ni ideas que te parecieron brillantes cuando nacieron pero que
enseguida se desinflaron, ni antiguos intentos de relatos, ni siquiera
relatos completos de los que creas que ya no puedes esperar nada más.
Tu cajón de notas puede ser una inagotable fuente de inspiración. Solo
tienes que alimentarlo con regularidad y, cuando llegue un momento de
necesidad, te devolverá el servicio.
 
10.- El esqueleto argumental (índice)
 
La del esqueleto argumental es una práctica de planteamiento muy sencillo
y de resultados muy interesantes.
Consiste en establecer una serie de puntos clave o de metas volantes por
las que el relato deberá transcurrir obligatoriamente. El número de estos
momentos clave del relato dependerá de la extensión que le queramos dar, así
como de la intensidad con que queramos adentrarnos en cada hilo argumental
de los que vayan surgiendo.
Pongamos un ejemplo de esqueleto argumental:
—Mujer llega a estación de tren
—Tren llega
—Mujer llora
Estos tres momentos definen la columna vertebral de un relato que aún no
existe. Pero no tienen por qué identificarse necesariamente con la estructura
clásica de un relato: planteamiento-nudo-desenlace.Es decir, el primer
momento marcado: la mujer llegando a la estación del tren, no tiene que ser
obligatoriamente el primer momento narrado; así como tampoco tiene que ser
forzosamente el último, el hecho de que la mujer llore. Lo único que ha de
respetarse es el orden.
Ahora, toma a los personajes que te pida el relato y narra la historia. Con
independencia de los hechos con que construyas la historia, en este ejemplo,
deberás llevar a la mujer a la estación, hacer que llegue el tren y mostrar a la
mujer llorando.
Como es obvio, este esqueleto es tan solo un ejemplo. Puedes abordar la
creación de un relato partiendo de un esqueleto de tu creación, con tantos
puntos como te resulte sugerente hacerlo, incluso cuando esos puntos
parezcan no guardar relación los unos con los otros. La idea es que al final,
todos ellos tengan su razón de ser y gocen de plena integración en tu relato,
ese es el objetivo de esta práctica.
Así que describe brevemente los puntos de paso obligado para un
texto y únelos con una narración que les otorgue pleno sentido y lógica
dentro del relato.
Al final del camino (índice)
 
Se puede concluir que todos los caminos que conducen a la génesis de una
idea para un relato —tanto los expuestos aquí como casi con toda seguridad,
cualquier otro— transcurren por los territorios de la curiosidad y la
observación, si el escritor no es curioso y no observa cuanto le rodea,
difícilmente va a poder desempeñar su oficio con garantías.
Las ideas están ahí fuera y no queda más remedio que hacerse explorador
para ir en su busca.
Existen otras muchas fuentes de ideas. En general, cualquier juego de
palabras es susceptible de convertirse en una fuente de ideas prácticamente
inagotable. Así que saca al niño que llevas dentro y juega con las palabras,
porque es donde residen las ideas.
 
La plasmación de la idea
 
Las ideas no son sin palabras, son como una concentración de palabras
que están esperando su big-bang para ser desentrañadas.
Sea cual sea el camino que has seguido para alcanzar tu idea, es
imprescindible que antes de empezar a plasmarla en una sucesión de palabras
con más o menos pretensiones, tengas una definición nítida de qué quieres
decir. Porque de lo contrario no te será fácil llegar a saber cómo decirlo.
Si te reconoces en la siguiente frase: “ya tengo la idea, pero cuando la
llevo al papel pierde fuerza, no es como me lo esperaba”, estás cometiendo
un error si crees que debes esperar a que ese problema se solucione por sí
solo. El simple hecho de comenzar a escribir rondando esa idea, aunque no
sea en la forma ni con el resultado que esperabas, puede depararte muchas
sorpresas agradables.
Pero comenzar a escribir rondando la idea no solo nos puede poner en el
camino de lo que finalmente será nuestra narración, sino que puede servir
como desatascador. Quizás estemos trabajando con una buena idea pero le
estamos aplicando un tono que no le favorece, por más que nos parezca el
ideal. Escribe algunas líneas y luego léelas para comprobar si el resultado se
parece más a lo que tú querías o a lo que la idea necesita.
Si has captado simultáneamente varias ideas para escribir, no trates de
meterlas todas en la misma habitación, muy posiblemente cada cuál requiera
la suya.
A pesar de la versatilidad de las ideas, también puede ocurrir que estés
manejando como iguales ideas que no lo son, por ejemplo, la base para un
relato o la base para una obra de teatro.
La inteligencia creadora participa del caos, un factor que resulta
absolutamente incompatible con la capacidad de organización y
estructuración que se requiere para el desarrollo de una idea. Por lo tanto, es
altamente recomendable dejar reposar las ideas un tiempo. Después
tendremos una visión más objetiva de ellas y eso nos permitirá esclarecer si
es una idea útil o no.
Además, la idea por sí sola no suele pasar de ser una frase —con suerte un
diálogo— o un personaje potencial o un título o…, pero nunca pasará de ser
eso, una pequeña parte del todo que podría llegar a ser. También por esto hay
que dejarla reposar.
 
Conclusiones
—Sé proactivo, no esperes a que la idea te encuentre, sal tú a buscarla.
—Sé observador, no dejes que nada especial a tu alrededor te pase
desapercibido.
—Sé curioso, hazte preguntas siempre y sobre todo.
—Sé paciente, no abordes el desarrollo de una idea para un relato nada
más surgir. Déjala reposar un tiempo. Las primeras impresiones sobre las
ideas pueden no cumplirse, ni las buenas ni las malas. Es decir: las ideas son
un plato que se escribe frío.
	Introducción
	El nacimiento de la idea
	Caminos de inspiración
	1.- El diálogo interior
	2.- La restricción
	3.- El elemento disonante
	4.- Del mismo género
	5.- Reescribiendo un best seller
	6.- Círculos semánticos
	7.- La confesión
	8.- El foto-relato
	9.- El banco de notas
	10.- El esqueleto argumental
	Al final del camino
	La plasmación de la idea
	Conclusiones

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