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ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS MUEBLES (SEGUNDA PARTE) 111 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971 ko bi e koBie Serie PaleoantroPología, nº 34: 111-130 Bizkaiko Foru Aldundia-Diputación Foral de Bizkaia Bilbao - 2015 ISSN 0214-7971 Web http://www.bizkaia.eus/kobie ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS MUEBLES (SEGUNDA PARTE) Some advices to the traditional way for the processing of portable archaeological remains (second part) José Luis Ibarra Álvarez1 Recibido: 15-X-2015 Aceptado: 30-XII-2015 Palabras Clave: Buenas prácticas, Embalaje, Etiquetado, Procedimientos, Restos arqueológicos Key Words: Archaeological remains, Best practices, Labelling, Packing, Processing finds Hitz Gakoak: Aztarna arkeologikoak, Etiketatu, Jardunbideak, Jardunbide egokiak, Paketatu RESUMEN En la segunda parte de nuestro artículo, continuaremos revisando las tareas del procesado de los restos arqueológicos, abordando el embalaje y etiquetado. A tal fin, centraremos nuestra atención en los materiales y productos más adecuados para realizarlas y en los proce- dimientos más convenientes. Nuestra exposición reflejará las prácticas tradicionales y los resultados de la experiencia, al menos mientras resulten admisibles; en caso contrario, utilizaremos como guía las recomendaciones de las instituciones y los profesionales que se ocupan de la conservación de los restos arqueológicos. Finalmente, pasaremos casi de puntillas por el inventario arqueológico, para reclamar su conversión en un instrumento más eficiente a la hora de recuperar ciertas informaciones estratigráficas y morfológicas que pueden llegar a perderse en el caso de actitudes negligentes o poco previsoras. SUMMARY In the second part of our article, we will continue reviewing the tasks of the archaeological remains processing, approaching now the packaging and labeling. To this, we will focus on the most appropriate materials and products, and the most convenient procedures. Our exhibition will show the traditional practices and learned from experience, as far as they are acceptable; otherwise, we will use recommen- dations of institutions and professionals that work in the conservation of archaeological remains as a guide. Finally, we will briefly go through the archaeological stock, with the aim of claiming its conversion into a more efficient tool for recovering certain stratigraphic and morphological information that might be lost in the case of negligent or short-sighted attitudes. 1 joseluis.ibarra@hotmail.es http://www.bizkaia.eus/kobie J. L. IBARRA ÁLVAREZ112 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971ko bi e LABURPENA Artikuluaren bigarren zatian, arkeologia aztarnekin egin beharreko lanak aztertzen jarraituko dugu, biltze eta txartelak ipintzeko lana ikusiz. Helburu horrekin, gure arreta materialei jarriko diegu eta adierazitako lanak egiteko produktu eta prozedura egokienak zeintzuk diren azalduko dugu. Gure azalpenak, onargarria den uneetan, ohiko praktikak eta esperientziak erakutsitakoa islatzen ditu; horrela ez denean, arkeologia aztarnen kontserbazioaren ardura duten erakundeen eta profesionalen iradokizunak jarraitu ditugu. Azkenik, inbentario arkeolo- gikoa oso gainetik aztertuko dugu, tresna eraginkorragoa bihur dadin, kontu gutxirekin ibiliz gero, gal daitezkeen hainbat informazio estra- tigrafiko eta morfologiko berreskuratzeko orduan. ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS MUEBLES (SEGUNDA PARTE) 113 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971 ko bi e arqueológico en su embalaje y almacenamiento. En internet están disponibles algunos de estos recetarios básicos de actuación sali- dos desde instituciones que merecen nuestra confianza en este sentido, tales como el Museo de Londres (Grey 2006), el Museo Nacional de Irlanda (2010) o el Museo Nacional de Islandia (2012), por citar tres centros del norte de Europa que han publicado guías de actuación claras y precisas. También algunas obras de la litera- tura arqueológica pueden ser utilizadas en idéntico sentido, como la de Norena Shopland (2006), cuyo capítulo 6, bajo el título de “Materials”, ofrece pautas para la identificación y conservación de un buen número de restos arqueológicos. Insistiremos además en la línea de los consejos prácticos, inci- diendo en procedimientos y modos avalados por la tradición y la experiencia. Todo ello ajustado a las características y circunstancias de los modos de hacer que son propios en el contexto y ámbito arqueológico que nos resulta más cercano y mejor conocido, el viz- caíno. Apuntemos, finalmente, que todas nuestras recomendacio- nes irán dirigidas siempre a conjuntos de materiales que entendemos en buen estado de conservación y estables. Cuando tratamos con materiales arqueológicos, el objetivo que debe guiar nuestra actuación con ellos es siempre su conservación (material y documental). En esto no puede haber distracción algu- na. Por tanto, es obligación del arqueólogo conocer lo que resulta más conveniente y adecuado en el tratamiento y manipulación de los restos, evitar cualquier práctica que pueda ponerlos en situa- ción de riesgo y recurrir siempre a materiales de embalaje y etique- tado que no ocasionen alteraciones físicas o químicas. No obstante, tal y como hiciéramos en la primera parte de nuestro texto, también ahora tomaremos en ocasiones algunos caminos que nos alejarán, en cierta medida, de los criterios que dictan los especialistas en materia de conservación o de las normas que fijan determinadas instituciones encargadas de preservar los restos arqueológicos. Y procederemos en tal sentido cuando entendamos que tales normas resultan demasiado rígidas y categóricas, porque ese obje- tivo que antepone la conservación de los restos puede cumplirse y garantizarse de diversos modos y en distintos grados. La larga experiencia acumulada en el procesado de materiales arqueológi- cos ha venido a demostrar que la conservación de los restos tam- bién resulta posible desde procedimientos alternativos, cuyo recurso viene en ocasiones justificado, sino impuesto, por las cir- cunstancias y condiciones particulares en las que se desarrolla en ocasiones el quehacer arqueológico, no siempre las más adecuadas para poder cumplir las especificaciones máximas en cuanto a pro- cedimientos y protocolos en materia de conservación. Así, determinados productos que hoy se recomiendan en las tareas de embalaje, etiquetado y almacenamiento de restos, no siempre resultan accesibles para muchos arqueólogos, bien por las dificultades que puede haber para conseguirlos en la cantidad y modalidades deseadas, bien por los costes económicos que repre- senta su adquisición, cuando en ocasiones los presupuestos que se manejan no permiten contemplarlos como debieran, ya sea por la necesidad de espacios de almacenamiento que requieren algunos de ellos. Ante tales situaciones, el arqueólogo queda muchas veces completamente desprotegido, lo que le lleva a optar por las solu- ciones más cómodas y menos comprometidas. Se impondría, por tanto, tratar de buscar alternativas viables que ofrezcan garantías para que los arqueólogos puedan acceder 1. INTRODUCCIÓN En la primera parte de nuestro texto nos referimos a las etapas iniciales del procesado de restos arqueológicos, revisando cuestiones relativas a las labores de limpieza, secado y siglado. Al tiempo, insis- tíamos en la necesidad de que dichas tareas se realizasen bajo la directa supervisión de un miembro del equipo arqueológico, y que fueran ejecutadas por personas capaces para ese tipo de labores. Habiendo concluido la primera parte de nuestro texto con los vestigios arqueológicos marcados consu sigla, pretendemos abor- dar ahora el conjunto de tareas que restan en el procesado de esos restos. En concreto, trataremos cuestiones relativas a su embalaje y etiquetado, revisando primero los materiales más adecuados para cumplir con esas dos tareas, y repasando después los procedimien- tos que pueden resultar más interesantes para acometerlas. En unas ocasiones nos haremos eco de las prácticas y usos tradiciona- les, o de las que resultan de la experiencia habitual en tal tipo de menesteres. En otras, cuando aquellas resulten inadecuadas, toma- remos como guía las recomendaciones que, a ese respecto, propo- nen las instituciones y profesionales que velan por la conservación de los restos arqueológicos. Afrontaremos finalmente la cuestión del inventario arqueológico, pero de una manera muy tangencial. En este asunto, insistiremos sólo en la necesidad de mejorar este documento para que resulte más eficaz en las situaciones en las que, por negligencia en la realización de las tareas de siglado o por falta de previsión, ponemos en peligro la información estratigráfica o los caracteres morfológicos de algunos vestigios arqueológicos. 2. ETIQUETAR Y EMPAQUETAR, DOS TAREAS COMPLEMENTARIAS PARA CONSERVAR Y GESTIONAR LAS COLECCIONES DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS Empaquetar restos arqueológicos, y empaquetarlos de manera conveniente, supone, en primer lugar, crear condiciones adecuadas que garanticen su conservación durante los procesos de manipula- ción, transporte y almacenaje que habrán de seguir tras su retirada del yacimiento, tanto en el laboratorio donde se procesen dichos restos, como en el centro oficial en el que sean finalmente deposi- tados. Al tiempo, se persigue mantener la colección bien organiza- da, facilitando su control y accesibilidad. Etiquetar los restos y sus contenedores, suma importantes ventajas al proceso de gestión de los conjuntos de restos arqueo- lógicos, puesto que posibilita su identificación de manera rápida y segura. Sin etiquetas, los embalajes resultarían poco operativos en términos de gestión, introduciendo además algunos factores de riesgo en lo que afecta a la conservación, al quedar la colección sujeta a manipulaciones excesivas cuando se persigue localizar objetos. Sin embalaje, el etiquetado carecería de sentido. Nuestra intención al abordar estas dos cuestiones del procesa- do de restos arqueológicos, es mantenernos dentro del espíritu original que nos animó a enfrentar la redacción de este texto. En consecuencia, estaremos atentos, principalmente, a las considera- ciones de tipo general. Desde tales presupuestos, evitaremos caer en los prolijos recetarios que señalen la práctica más adecuada o los productos más convenientes para atender a cada tipo de resto J. L. IBARRA ÁLVAREZ114 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971ko bi e procedimientos y condiciones que resulten apropiados a todos ellos, con lo que alguno resultará finalmente perjudicado. Esta clasificación primera por materias, a medida que se pro- gresa en el procesado de los restos, debería ir afinándose paulati- namente de acuerdo a tipos y subtipos, de manera tal que, por ejemplo, en los restos de naturaleza ósea queden diferenciados, inicialmente, los artefactos y elementos afines, de los que corres- ponden a fauna o humanos. El proceso avanzará luego con ulterio- res clasificaciones para cada agrupación, realizadas de acuerdo con los criterios de ordenación establecidos para cada una de las sub- divisiones que se producen de manera paulatina en el conjunto de materiales. Así, los restos óseos faunísticos, por ejemplo, se agru- parán primero en determinados e indeterminados, quedando aquellos clasificados posteriormente en función de la especie a la que corresponden y de la región anatómica que representan. Esos criterios iniciales de organización también deben contem- plar el embalaje de los objetos y las maneras posibles de acome- terlo. En toda colección suelen encontrarse determinados restos que presentan alguna característica que motiva su procesado y embalaje de manera individualizada: decoraciones, integridad o singularidad son algunas de ellas. El resto de los objetos, por lo general, suelen tratarse y embalarse de manera conjunta, agrupa- dos por contextos. La inclusión de éstos en un contenedor común puede ir precedida o no de una fase previa en la que cada vestigio ha sido individualizado en un envoltorio propio. Nuestro criterio a este respecto abogaría por la individualización de cada uno de los objetos arqueológicos en un envase, siempre que tal proceder resulte viable, en función de las características del conjunto a tratar y de los recursos económicos disponibles para afrontar la tarea. De esa manera, los objetos quedan protegidos respecto a la inevitable fricción que se producirá con sus congéneres, situación que acon- tece cuando todos son incluidos en un mismo contenedor sin ele- mentos que impidan el contacto directo entre ellos. Ese tipo de individualización, por otra parte, supone ventajas añadidas, puesto que los envoltorios de los objetos actúan como material de relleno y amortiguación. En asunto de clasificación de objetos de cara a su embalaje, a nuestro entender, es preferible pecar por exceso que por defecto. Cuanto mayor sea el grado de clasificación de los restos arqueoló- gicos y, por tanto, mayor sea el número de embalajes requerido para organizarlos, la colección resultará beneficiada. Tal proceder facilitará no sólo la gestión del fondo, sino que minimizará los riesgos que pueden derivarse para la colección por una manipula- ción excesiva de los materiales arqueológicos. Los criterios de organización de los restos no es el único com- ponente a tener en cuenta en las etapas iniciales de su procesado. También se requiere, como ya dejamos apuntado, una previsión respecto al variado conjunto de productos que serán necesarios para afrontar con solvencia cada una de las fases de ese ciclo. En lo que afecta al embalaje de restos arqueológicos, dicha previsión se extiende tanto al tipo plural de contenedores que se utilizarán para guardar los vestigios, como a los productos adecuados para separar, inmovilizar o acolchar los objetos en tales contenedores y minimizar la afección que pudieran sufrir por desplazamiento o impacto durante cualquier traslado o manipulación. Se deben contemplar al menos tres niveles posibles de emba- laje: el que atañe a los objetos individuales, el que afecta a la y disponer del tipo de productos para el embalaje que resultan a día de hoy cada vez más imprescindibles. Quizá un primer paso resulte de superar el individualismo desde el que se realizan las diversas fases de la actividad arqueológica, buscando vías colecti- vas de colaboración entre arqueólogos y empresas, que permitan salvar estos obstáculos. Los Museos, por otra parte, deberían arbi- trar fórmulas que permitiesen a los arqueólogos el acceso a deter- minados productos y materiales necesarios para la buena conser- vación de los restos, puesto que los Museos son los principales interesados en que tales restos se depositen en sus centros de la mejor manera posible y en las condiciones de conservación más favorables. 2.2. Del embalaje de los restos arqueológicos 2.2.1. Programar, organizar, prever, imaginar: principios básicos para resultados óptimos Nos gustaría recalcar nuevamente, como ya hicimos en la pri- mera parte de nuestro texto, que un requisito necesario ante cualquier labor referida al procesado de restos arqueológicos, es organizar y planificar el trabajo de manera previa, como única garantía para obtener resultados plenamente satisfactorios. En ese sentido, es preciso tener muy claro desde los primeros estadios del proceso cómo se pretende ordenar la colección de objetos y la manera de materializar esos criterios a lo largo de las diferentes tareas de procesado. Visualizar la meta siempre permiteencontrar el mejor camino para alcanzarla; anticipar el resultado que quere- mos y prever la forma de lograrlo evita pérdidas de tiempo y esfuerzos innecesarios. Que en los contenedores donde se reunirán los restos recuperados durante una actuación arqueológica, vayan juntos o separados materiales de distinta naturaleza, peso, tamaño y conservación dependerá del tipo de decisiones que se hayan tomado durante las diferentes etapas del procesado de los restos. La toma de decisiones habrá de comenzar, por tanto, desde el momento en el que los restos son extraídos del yacimiento. Algunos de ellos, los más frágiles y los de conservación más precaria, debe- rán quedar rápidamente aislados de sus iguales y depositados en las manos expertas que sepan atender su situación, aplicando los procedimientos más adecuados y convenientes a cada caso para estabilizar su estado y garantizar su óptima conservación. Los res- tantes materiales, aquellos que resultan estables, se verán someti- dos a procesos de selección y organización en función de las pau- tas establecidas sobre el tipo de recogida a efectuar en el yacimien- to, bien común para todo el conjunto de restos recuperados en un contexto estratigráfico dado, bien diferenciando en cada contexto según tipos y materias primas. Dentro de cada contexto espacial y estratigráfico, a medida que se extraen los restos del yacimiento, parecería razonable agru- parlos de acuerdo a su naturaleza física o materia, porque ese proceder facilita sin duda su procesado posterior. Atender los restos óseos de manera diferenciada a los metálicos, a los vítreos o a los malacológicos, permite ofrecer a cada uno de ellos tratamientos adecuados de limpieza, marcado, embalaje y almacenamiento. Manejar conjuntamente objetos de variadas materias introduce dificultades, sobre todo en los estadios finales del procesado, esto es, en el embalaje y almacenamiento, porque es difícil arbitrar ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS MUEBLES (SEGUNDA PARTE) 115 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971 ko bi e o las circunstancias particulares en las que se realizan las labores de embalaje, plantean determinados problemas que no siempre es posible solucionar a partir de lo que se describe en los protocolos al uso. Es necesario entonces que el arqueólogo recurra a su capaci- dad de ingenio e inventiva, para ofrecer soluciones “imaginativas” que permitan superar los obstáculos que se le pudieran estar planteando, ajustando siempre dichas soluciones a los principios y objetivos que presiden el tratamiento de restos arqueológicos. En tal sentido, la experiencia extraída del trabajo habitual con los objetos es sin duda un componente fundamental, porque propor- ciona un fondo de conocimientos y habilidades que pueden ser utilizados para resolver con solvencia determinadas situaciones problemáticas. Disponer de un buen asesor “de cabecera” en materia de conservación de bienes arqueológicos, también resulta ser un fac- tor positivo para superar satisfactoriamente cualquier dificultad e imprevisto. En este sentido, sirvan estas líneas para reivindicar nuevamente la necesaria presencia de los conservadores-restaura- dores en los proyectos y equipos arqueológicos. 2.2.2. Envases y contenedores: tipos, materiales, tamaños A la hora de enfrentar esta cuestión, vamos a distinguir entre los contenedores generales, principales o mayores, que son aque- llos que se utilizan para guardar la colección de restos arqueológi- cos, y los contenedores menores o secundarios, que representan al tipo de envase donde se depositan los objetos individuales o aquellos que han sido agrupados por material y contextos. Abordaremos éstos inicialmente. 2.2.2.1. Los contenedores secundarios o menores: bolsas y cajas Entre los envases secundarios o menores, las bolsas de plástico son, sin duda, el tipo de envase al que se recurre más frecuentemen- te dentro del mundo arqueológico en el que nos movemos. Y esto es así, hasta el punto de que no parecen existir otros modelos de enva- ses alternativos, salvo los grandes contenedores rígidos que se utili- zan para guardar conjuntamente diversos restos arqueológicos que han sido reunidos previamente en bolsas. Tal preferencia se explica, principalmente, por ser un producto fácil de conseguir, de amplias prestaciones y con un coste económico mínimo3. 3 Un claro reflejo del uso preferente de las bolsas como los contenedores de referencia para empaquetar restos arqueológicos, lo encontramos en las disposiciones, reglamentos y protocolos de la administración competente. Así aparece expresado en el anexo sobre la metodología de trabajo que regula las subvenciones promovidas por el Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, para proyectos de inventariado de materiales arqueológicos y/o paleontológicos. En el apartado 4 de dicho anexo, en referencia a la preparación del material para su entrega una vez realizado el inventario, podemos leer: “Preferiblemente, los materiales se guardarán en bolsas de polietileno transparentes con autocierre y bien cerradas, a no ser que su tamaño exceda las dimensiones habituales en este tipo de bolsa” […]”. Esta misma recomendación la encontramos también en otros protocolos. Por ejemplo, en las condiciones para el ingreso de materiales arqueológicos en el Museo de Prehistoria de Valencia, accesible a través de la página web de dicho centro, donde se establece que el material ha de entregarse agrupado en bolsas por unidades estratigráficas. El Museo de Cádiz, por su parte, indica que “los objetos estarán correctamente agrupación más inmediata a realizar con los objetos, que suele producirse por contextos estratigráficos, y el que corresponde a los contenedores generales o mayores, donde se irán guardando final- mente todos los restos recuperados en el yacimiento. Satisfacer esos tres niveles obligará a valorar contenedores de distintas for- mas, tamaños, composición y resistencia. Deberá considerarse igualmente la disponibilidad de otra serie de productos que resultan imprescindibles en el embalaje de algu- nos restos arqueológicos. Este es el caso, por ejemplo, del gel de sílice, asociado generalmente al empaquetado de restos metálicos, aunque no de manera exclusiva; un producto muy recomendado por sus propiedades higroscópicas, que puede absorber o desab- sorber la humedad del ambiente. Lo recomendable sería utilizar gel de sílice con indicador de humedad para conocer cuándo hay que proceder a su regeneración o renovación (García Fortes y Flos 2008, 211). Si carece de dicha característica, habrá que hacer acompañar al gel de una carta o test medidor de la humedad relativa, dispuesto en el interior del contenedor junto a los objetos2. Habrá que valorar también aquellos otros productos que resul- ten necesarios para el embalaje de las muestras arqueológicas, en el caso de que los especialistas que se ocupan de su análisis esta- blezcan algún tipo de requisito específico respecto a los materiales para su empaquetado, cuando los productos habituales para este tipo de labores no resulten adecuados por afectar a los resultados de los análisis. El embalaje de las muestras, como todo aquello que afecta a su procesado, no es un asunto que aparezca contemplado habitualmente con detalle en la literatura que atañe a cuestiones de recogida y tratamiento de restos arqueológicos. Esta circunstan- cia los convierte en los restos más difíciles de procesar, quedando sometidos, por lo general, a los criterios particulares que establece el especialista que trabaja en un proyecto determinado. En cual- quier caso, siempre que exista desconocimiento o duda sobre la manera de proceder con las muestras, lo recomendable siempre es buscar el asesoramiento adecuado. Los protocolos que tiene el arqueólogo a su disposición para el tratamiento de los vestigios arqueológicos,sirven en general como guías básicas de actuación con dichos restos, atentos a señalar principalmente los procedimientos y los materiales cuyo uso resulta conveniente o está desaconsejado en función de las garantías que ofrecen para la mejor conservación de tales vestigios. Pero no actúan en ningún caso a modo de vademécum. No contemplan todas las casuísticas que pueden producirse en el tratamiento de esos restos. En determinadas situaciones, los restos arqueológicos 2 A este respecto, entendemos que es fundamental para el arqueólogo contar con el asesoramiento de un conservador-restaurador, para que le aporte las recomendaciones y directrices necesarias en relación con el uso y manejo de este producto. Así obtendrá información precisa de las variedades de gel de sílice disponibles en el mercado, de sus aplicaciones, ventajas e inconvenientes; del cuidado que haya que tener en su manejo, en especial en las modalidades que pueden resultar más toxicas, como la que lleva indicador de cobalto; de la cantidad de producto que debe incluirse en cada contenedor; de los plazos requeridos para testar la evolución del gel de sílice hasta que deja de ser efectivo; de cómo etiquetar los contenedores para gestionar su revisión; de cuándo proceder a la renovación o recuperación del producto, o de cómo desprenderse finalmente del gel de sílice. También podría recurrirse a la bibliografía especializada que aborda estas cuestiones (Weintraub 2002), pero la información directa que puede ofrecer un profesional experimentado siempre resulta el medio más adecuado y eficaz. J. L. IBARRA ÁLVAREZ116 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971ko bi e Las bolsas sin cierre tienen limitación respecto a la cantidad o el tamaño de los restos que pueden incluirse en ellas, ya que hay que reservar siempre una parte del envase para efectuar el cierre. Éste puede realizarse anudando por diversos procedimientos la parte no utilizada de la bolsa, o recurriendo a dispositivos fabrica- dos en diversos materiales que permitan cerrar la bolsa. El primer sistema resulta ser el más económico puesto que no hace falta recurrir a nada que no sea la propia bolsa. Tampoco presenta inconvenientes en el momento de abrir el envase, salvo el tiempo que lleve desanudar el cierre. Utilizar un dispositivo ajeno a la bolsa para cerrarla, obliga a elegir el más adecuado para tal uso entre aquellos que nos brinda el mercado, tanto por el grado de sellado que es capaz de lograr en el envase, como por lo inocuo que resulte el material en el que esté elaborado, sin olvidar su resistencia al continuado proceso de apertura y cierre de las bolsas, y su inalterabilidad al paso del tiempo. En el caso de recurrir a dispositivos metálicos, lo más conveniente es que estén completa- mente envueltos y protegidos por algún material aislante. Debe desestimarse, en cualquier caso, el uso de grapas metálicas, no tanto por la alteración que pueda sufrir este producto a lo largo del tiempo en función del material en el que ha sido fabricado, sino porque dificultan enormemente el proceso de apertura del envase, poniendo además en peligro la integridad de la bolsa durante ese proceso, puesto que puede rasgarse. Deben rechazarse aquellos modelos de bolsas que presenten cualquier tipo de cierre con adhesivos, porque éstos terminan por deteriorarse con el paso del tiempo, existiendo además el riesgo de que el adhesivo pueda entrar en contacto con los objetos almace- nados en la bolsa, con el consiguiente peligro de manchas y alte- raciones químicas para ellos. Cuando se procede a embalar restos arqueológicos, y se recu- rre a las bolsas de polietileno, lo más aconsejable es disponer siempre de ambos tipos de bolsas (con y sin cierre zip), a ser posi- ble en una variada escala de tamaños, con el fin de poder utilizar el modelo más conveniente para cada posible situación. Las bolsas con cierre zip, que cubren ampliamente la gama del pequeño for- mato, son apropiadas para embolsar objetos de manera individua- lizada. Las bolsas sin tal tipo de cierre, por su parte, con una des- tacada oferta en los tamaños grandes, resultan muy adecuadas para objetos de cierta dimensión, como por ejemplo los huesos largos de los esqueletos humanos. Habrá que disponer además de bolsas con diferentes densida- des, con objeto de adecuarlas a la cantidad, peso y características de los objetos que se guardarán en ellas, para prevenir los even- tuales peligros de rotura y desgarro, tanto en la base como en la pared del envase. Así suele ocurrir, por ejemplo, con los fragmentos óseos que tienen extremos apuntados con aristas vivas, que pue- den acabar perforando o rasgando la pared de la bolsa. En estos casos, deberemos optar por las bolsas de mayor grosor, o, en su defecto, por doblar el número de bolsas que contendrán los obje- tos. Actuar de esta manera permite controlar los efectos de una posible rotura o perforación, porque ésta afectará inicialmente a la bolsa interior, quedando la exterior a resguardo de tal eventualidad y evitando que el conjunto de restos se desparrame. Por tanto, en el momento de adquirir bolsas para el empaque- tado, nuestra recomendación es buscar siempre productos de cali- dad óptima. En el caso de las bolsas con cierre zip, tal variable Sin embargo, es obligación de quienes procesan restos arqueo- lógicos conocer los distintos modelos de envases que resultan adecuados para tales labores, con el fin de poder seleccionar entre ellos el que resulte más conveniente para el tipo de restos que se procesa en cada momento, ya se trate de embalar objetos indivi- duales, ya de grupos de piezas en número variable. En unas ocasio- nes, las bolsas resultarán adecuadas; en otras, se recurrirá a enva- ses que aporten rigidez y holgura, bien seleccionando el material y tamaño necesarios entre lo que se ofrecen comercialmente, bien fabricando un envase específico a partir de un material óptimo para ello. Pero nada resulta prefijado en este sentido, puesto que las características de cada objeto y la necesidad de su correcta conservación son las que determinarán siempre el tipo de envase a utilizar. Nunca al contrario. Actualmente existe un consenso total respecto al modelo de bolsa que conviene utilizar para procesar restos arqueológicos, en material de polietileno con cierre por presión (cierre zip). Hay dos modalidades disponibles en tal tipo de cierre. En unos casos, el proceso es totalmente manual, puesto que es necesario deslizar los dedos directamente por las pestañas del cierre para que éstas encajen entre sí (autocierre o cierre por presión). En otros, la pre- sión para el cierre la ejerce un dispositivo que se desliza suavemen- te sobre las pestañas (cierre con cursor). Se recomienda además que las bolsas sean transparentes, porque así es posible controlar el contenido sin tener que abrir el envase. Una de las ventajas de utilizar este tipo de bolsas es que se encuentran disponibles en el mercado en una amplia variedad de tamaños, destacando especialmente su oferta en formatos peque- ños. El tipo de cierre, por otra parte, permite rellenar las bolsas casi hasta su boca, puesto que no es necesario reservar parte del enva- se para proceder a su sellado, circunstancia que ocurre en las bol- sas que carecen de este dispositivo de cierre, como más adelante veremos. No obstante, la principal virtud del cierre tipo “zip” esconde su mayor debilidad. Los envases que son abiertos y cerrados con cierta frecuencia terminan por ceder en la zona del cierre. Se pro- ducen entonces problemas en el correcto encaje entre sí de la pestañas, lo que puede derivar en un mal sellado de la bolsa, con el consiguiente peligro de que el contenido pueda derramarse en cualquier momento durante su manipulación. Por otra parte, en las bolsas con cierre zip de pequeño tamaño suele ocurrir a veces que, al intentar abrir el envase, éstese rasga por los extremos de la pestaña del cierre, por tener más densidad allí que en el resto de la bolsa, teniendo que desecharla finalmente. Por su parte, las bolsas sin cierre suelen presentarse también en el mercado con una amplia variedad de tamaños, si bien la oferta resulta menor en los envases pequeños que en los grandes o muy grandes. Al no disponer de un cierre propio, los restos mate- riales incluidos en este tipo de bolsas pueden quedar mejor inmo- vilizados, puesto que el dispositivo de cierre que utilicemos puede colocarse próximo a los objetos arqueológicos “aprisionándolos”. individualizados en bolsas transparentes de plástico polietileno […] Los objetos así embolsados e identificados podrán agruparse para su clasificación arqueológica dentro de otras bolsas que cumplan con los mismos requisitos señalados anteriormente” ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS MUEBLES (SEGUNDA PARTE) 117 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971 ko bi e En realidad, no se trata tanto de buscar una bolsa de un tama- ño tal que pueda acoger a un número X de restos arqueológicos sin dificultad (por ejemplo todos los de similar naturaleza en un contexto dado), sino de ir rellenando el número de bolsas que sean precisas para embalar de modo adecuado un conjunto concreto de objetos, buscando que no peligre la resistencia de la bolsa, ni la integridad de los restos. Esto es, y para resumir la idea, siempre resulta preferible utilizar varias bolsas pequeñas o medianas con pocos elementos, que guardar todos esos materiales en una sola bolsa grande. En este sentido, y con el fin de optimizar los resultados duran- te el empaquetado, siempre es ventajoso realizar una clasificación previa de los restos del contexto estratigráfico que se quieren embolsar en función de su tamaño y peso. Actuar de tal manera permitirá, por ejemplo, que los objetos de menor tamaño dispon- gan de envases propios, no teniendo que soportar el peso de los restos mayores, algo que sucederá inevitablemente si todos com- parten el mismo contenedor. Por otra parte, optar preferentemente por envases medianos y pequeños también introduce efectos beneficiosos para la gestión de los objetos. Resulta más fácil buscar un objeto dado dentro de un contenedor pequeño, puesto que el número de objetos que contiene es reducido, que realizar esa misma operación en un envase con mayor número de restos. Las manipulaciones innecesa- rias del material arqueológico deben limitarse al máximo. Las bol- sas pequeñas y medianas, por otra parte, encuentran mejor cabida y ajuste que las bolsas grandes cuando hay que guardarlas en los contenedores generales o mayores. Generarán además menos tensión sobre envases subyacentes, en el caso de que la organiza- ción de los contenedores principales o mayores se realice en capas o niveles. Así como no conviene rellenar las bolsas hasta reventar, por- que los objetos no deben presionar unos contra otros, ni deben ejercer tensión sobre la pared de la bolsa, para evitar perforaciones y desgarros, los restos arqueológicos tampoco deben quedar com- pletamente sueltos en el interior del envase, con el fin de evitar que se muevan y choquen entre ellos. De igual manera, cuando se embolsan objetos, los restos deben caber con holgura por la boca de la bolsa, sin forzar su entrada o salida. Hay que evitar en todo momento la fricción de la pieza con las paredes de la bolsa, espe- cialmente cuando se utiliza un envase con cierre tipo zip, porque la bolsa corre el peligro de romperse y, sobre todo, el objeto puede resultar dañado. Una última recomendación a tener presente cuando embolsa- mos un conjunto de restos arqueológicos que no han sido previa- mente individualizados en envases propios, atañe al hecho de tomar precauciones para aislar, dentro de ese contenedor, aquellos materiales que se componen de diversas piezas o fragmentos. Este sería el caso, por ejemplo, de partes de objetos remontadas, en las que no se estima necesario un embalaje individual, por ser de reducido tamaño o implicar a pocos elementos, o de mandíbulas que conservan todavía algunos de sus dientes4. Proceder de tal 4 Este proceso tendría que iniciarse en el mismo yacimiento, en el momento de extracción de las mandíbulas o de los objetos fragmentados, con el fin de que esas piezas no se dispersen en el contenedor en el que habitualmente se recogen los restos durante la excavación y pasen a ser procesados de manera individualizada. puede repercutir sobre la mayor o menor durabilidad del cierre frente a los procesos reiterados de apertura y sellado. Por otra parte, y en relación a estos mismos envases, conviene desechar aquellas bolsas que tienen algún tipo de perforación en las solapas que quedan sobre el cierre zip, presentes en los modelos de menor tamaño que suelen destinarse a ser colgados en expositores comerciales. Esas perforaciones fragilizan ese punto del envase en los procesos continuados de apertura y cierre. Rota la solapa resul- ta muy difícil manipular el dispositivo zip. Cualquiera que sea el tipo de bolsa utilizada, se tiende a reco- mendar que estén perforadas, con el fin de garantizar la correcta conservación de los objetos. Esta es una práctica que suele seguir- se con los restos orgánicos y con los inorgánicos de naturaleza metálica, en este caso para que puedan interactuar con el gel de sílice que pueda incorporarse a sus contenedores. Con los restantes materiales inorgánicos, las perforaciones no resultarían necesarias, puesto que los vestigios que se guardan en las bolsas tienen que estar perfectamente secos antes de ser introducidos en ellas. Sin embargo, dicha perforación contribuye a sacar el aire que queda atrapado en el interior de la bolsa cuando se cierra, lo que deriva en consecuencias prácticas a la hora del embalaje, puesto que resta volumen a los envases. Resulta preferible perforar en la parte superior de la bolsa, con el fin de no fragilizar la parte baja de la misma, donde se suelen concentrar los objetos cuando la bolsa es manipulada verticalmen- te. Aconsejaríamos realizar una o dos perforaciones utilizando para ello un taladro para agujerear hojas de papel. Para que la perfora- ción resulte en un corte limpio, es conveniente “envolver” la zona de las bolsas por donde pasará el taladro con un trozo de papel. Al menos tal proceder resulta adecuado cuando los objetos no son tan pequeños que pudieran colarse por el agujero practicado. Si hay temor de que tal circunstancia se produzca, se puede utilizar un instrumento fino de punta aguzada para traspasar la pared de la bolsa en varios puntos de la misma. Una pregunta a la que conviene responder cuando se utilizan bolsas para embalar restos arqueológicos es: ¿cuántos objetos pueden incluirse en ellas? La respuesta más procedente pasaría por señalar, primero, que el peso de los objetos reunidos en el envase nunca debe ser tal que provoque la rotura de la bolsa, y, segundo, que dicho peso no debe resultar perjudicial para ninguno de los objetos contenidos en ella. Sin embargo, nos parece más conve- niente señalar que hay ciertos tamaños de bolsas que convendría evitar siempre que fuera posible, con el fin de eludir el peligro de sobrecargar de contenido los envases. Si ante la abundancia de restos en un contexto dado, utiliza- mos bolsas de un tamaño superior a 270 x 180 milímetros, segu- ramente correremos el riesgo de llenarlas con demasiados objetos, al pretender incluirlos todos en el envase. Por el contrario, si nos ajustamos o aproximamos al tamaño indicado, la cantidad de objetos que podrá incluirse en las bolsas se verá fuertemente limi- tada, y evitaremos con toda seguridad cualquier tensión entre los objetos, así como la sobrecarga para el envase. Evidentemente, nuestra recomendación se entiende para aquellos casos en que los objetos no registrantamaños superiores al de tales bolsas, porque, en tal circunstancia, habrá que optar por envases proporcionales al tamaño de los objetos, teniendo siempre la precaución de no satu- rarlas o sobrecargarlas de restos materiales. J. L. IBARRA ÁLVAREZ118 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971ko bi e Si tuviéramos que resumir tales ventajas, destacaríamos ante todo la rigidez del material en el que están construidas, porque ofrece seguridad a los objetos frente al entorno. Las bolsas apenas consiguen aislar los objetos de las presiones que se producen cuando los envases son manipulados o almacenados. Este inconve- niente pierde importancia cuando los restos están protegidos por unas paredes gruesas y rígidas. Las cajas, además, se desplazan siempre horizontalmente, con la tapa en posición superior, de lo que resulta un menor movimiento para los objetos. Resultan tam- bién más eficaces cuando se utilizan productos amortiguantes para proteger el contenido. En las bolsas, por el contrario, resulta más difícil incluir tal tipo de productos y hacer que cumplan su función con efectividad. Las cajas de polietileno ofrecen además ventajas cuando se incorporan a los contenedores mayores o principales, puesto que la presión de los envases superpuestos se ejerce sobre los que que- dan debajo, sin que dicha presión se transmita directamente sobre los objetos. Un tipo de situación que no concurre cuando tratamos con bolsas, incluso en el caso de que queden bien aisladas de otras superpuestas mediante elementos de amortiguación, puesto que el gramaje del envase no sirve de aislante respecto a la presión ejer- cida por otros envases colocados encima. Por otra parte, esa rigidez de los envases, unida a su morfología general, hace que las cajas resulten más fáciles de guardar en contenedores mayores y puedan ser inmovilizadas de manera más cómoda. Sin embargo, justo es reconocerlo, las cajas de polietileno también presentan algunos inconvenientes, aunque resultan cierta- mente menores a la vista de sus ventajas. Las formas en las que se fabrican, casi siempre componen cuerpos de tendencia troncopira- midal, rasgo que se acusa en los ejemplares de más altura. Esta característica merma algo su capacidad de carga, especialmente en el fondo del envase, y ello obliga a recurrir, en ocasiones, a recipien- tes de un tamaño mayor que el que sería necesario si sus paredes fueran verticales. Por otra parte, el punto donde se ajusta la tapa al cuerpo de la caja suele tener un reborde de cierto grosor, que queda en resalte respecto a la pared exterior, un rasgo que, unido a la forma troncopiramidal, no siempre resulta ventajoso en el momento de encajar varios de estos envases en un contenedor mayor. Coincide además el hecho de que estas cajas de polietileno no siempre se fabrican en los tamaños que resultarían necesarios y convenientes para el procesado de objetos arqueológicos, en espe- cial cuando se persigue embalar piezas pequeñas de manera indi- vidualizada o una pieza alargada y estrecha. Algunos de estos inconvenientes se podrían suplir recurriendo a cajas fabricadas en otros materiales, como el policarbonato o el polipropileno. Ambas materias, sin embargo, tienen la desventaja de que no ofrecen cierres que permitan un sellado hermético de la caja, característica tan importante cuando se empaquetan metales. En el caso del policarbonato, se fabrican envases con formas para- lelepipédicas y en una amplia variedad de tamaños, cubriendo también la gama de los envases pequeños. El coste económico de este producto, sin embargo, resulta algo más elevado que el del polietileno o el del polipropileno, lo que limitaría probablemente su uso habitual, en especial para todo aquello que no implique cajas de pequeño tamaño, al tiempo que resulta un producto con menor oferta en el mercado que los envases fabricados en los otros dos materiales indicados. modo evita que, si se rompe el remontaje o se desprenden las piezas dentarias de su base ósea, tales elementos no queden suel- tos y perdidos entre los otros restos del contenedor, siendo posible recuperar la relación física que existe entre ellos. Junto a las bolsas, hay otro tipo de envases que resultan muy adecuados para tareas de embalaje de restos arqueológicos, y que podríamos agrupar bajo el término genérico de cajas, si bien no todos ellos encajan ajustadamente en tal denominación. Con inde- pendencia del material en el que estén fabricadas, se caracterizan por ofrecer contenedores rígidos y resistentes, que se cierran mediante una tapa, en general separada e independiente del cuer- po del contenedor. Un tipo de cajas de uso muy frecuente son las que están ela- boradas en polietileno de alta densidad, comúnmente conocidas como táper (fiambreras o tarteras de plástico). Estas cajas de polietileno están ampliamente representadas en el mercado, resul- tan de bajo coste y se ofrecen en una amplia variedad de tamaños y de formas, pudiéndose elegir en cada caso aquél contenedor que mejor se adapta a nuestras necesidades. También las calidades ofertadas son muy variadas, debiendo optar, siempre que sea posi- ble, por los contenedores que ofrecen mayor rigidez, mejor resis- tencia, un perfecto sellado y buenas condiciones de envejecimien- to. Este tipo de envase está especialmente recomendado en el embalaje de restos metálicos, porque al disponer de una tapa que cierra herméticamente sobre el cuerpo del contenedor, permite crear unas condiciones controladas para la correcta conservación de tal tipo de restos5. También son adecuados para guardar objetos cuya conservación o fragilidad precisa de un contenedor que ofrez- ca cierta rigidez. Pero los metales o los objetos delicados no son su única apli- cación, pudiendo suplir perfectamente estos contenedores a las bolsas que se utilizan habitualmente para guardar restos arqueoló- gicos agrupados por materias y contextos estratigráficos, porque ofrecen mayores ventajas que las bolsas en la conservación de los restos. 5 Puesto que no entra dentro de nuestros objetivos el relatar la manera de embalar materiales específicos, pero hemos hecho referencia ya en dos ocasiones anteriores a la cuestión de los metales, completemos y resumamos lo señalado hasta este momento, apuntado lo siguiente. Los metales, cuando van agrupados con otros restos de similar naturaleza en un mismo envase, se suelen empaquetar individualmente en bolsas de polietileno, perforadas. La individualización en bolsas tiene que ver con el hecho de que son materiales que, dado su estado de conservación, precisan de un siglado indirecto. La perforación del envase permite que los objetos interactúen con el gel de sílice que se incorpora en los contenedores donde se guardarán los objetos, que requerirán de un cerramiento de tipo hermético. El gel, por su parte, estará contenido en el interior de un recipiente propio, para evitar un eventual contacto directo con los objetos, y para una manipulación adecuada del mismo, puesto que el producto se presenta en forma de pequeños granos. Dicho envase, generalmente una bolsa, estará microperforado, primero, para evitar que el gel de sílice se disperse; segundo, y mucho más importante, para que pueda ejercer su función de control sobre el ambiente que se crea en el interior del contenedor que guarda los restos metálicos una vez sellado. El número y peso de los objetos incluidos en el envase determinará, por otra parte, el tipo de producto que habrá de utilizarse para fijar y acolchar la carga. Deberá controlarse además que la etiqueta identificativa que acompaña al objeto con sus datos estratigráficos, si resultara nociva para el resto metálico, no establezca contacto directo con éste y quede aislada en una bolsa de polietileno. ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS MUEBLES (SEGUNDA PARTE) 119 Serie PaleoantroPología nº34.Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971 ko bi e ca), tienden a adaptarse mal a los contenedores mayores en los que pueden guardarse, salvo que se creen soportes específicos para ellos. Personalmente, tanto por esos problemas para su emba- laje, como por las dificultades que supone fijar los restos arqueoló- gicos en su interior, propondríamos un uso muy restringido de tales viales médicos y recurriríamos al uso de pequeñas bolsas de polie- tileno con cierre zip, porque evitan la movilidad de los restos y ofrecen mayores ventajas cuando hay que agruparlas en otros contenedores. 2.2.2.2. Los contenedores principales o mayores Podemos establecer algunas consideraciones básicas respecto a este tipo de contendores. La literatura arqueológica y las guías al uso aconsejan las cajas de polietileno o polipropileno. No estable- cen criterio alguno, por el contrario, respecto a la trasparencia u opacidad de las paredes. Añadamos por nuestra parte, tal y como lo venimos haciendo en las restantes ocasiones, la recomendación de utilizar siempre productos de calidad contrastada. Es además recomendable controlar el sistema que tienen las cajas para ajustar la tapa en el cuerpo, puesto que debe resultar de manejo sencillo y ser lo más duradero posible. En tal sentido, des- estimaríamos aquellos modelos en los que la tapa no quede firme- mente sujeta a la caja, o tenga un mal ajuste, así como aquellos en los que el cierre no resulte fiable ante una situación de manipula- ción reiterada para su apertura y cierre. Estos contenedores deben tener la suficiente rigidez como para permitir que puedan apilarse otros envases encima, sin llegar a deformarse o romperse los inferiores. Así como un diseño tal que permita superponer otras cajas y todas ellas queden encajadas mínimamente entre sí, organizadas en una columna firme y estable. Ahora bien, el apilamiento de contenedores nunca debe contem- plarse como un método para su almacenamiento a medio y largo plazo. En relación con los tamaños de dichos contenedores, lo que resulta más práctico es huir del modelo único y seleccionar dos o tres tipos que permitan dar diferentes respuestas a las necesidades de la colección6. Hay que seleccionar, preferentemente, tamaños que pue- dan ser manipulados por una sola persona con relativa comodidad y facilidad, incluso en los casos de contenidos pesados. En este senti- do, el modelo de contenedor elegido debe disponer de asideros que faciliten la labor de manipulación y que tengan una sólida unión con el contenedor para evitar su rotura. Los casos de restos de mucho 6 Tal recomendación está realizada para aquellos casos donde un centro de depósito no establezca la exclusividad de determinados modelos y tamaños de contenedores para realizar las entregas de restos arqueológicos, por entender que serán cedidos por el arqueólogo depositante junto con la colección (caso del Museo de Cádiz). Nuestra experiencia a este respecto en el Arkeologi Museoa (Museo Arqueológico de Bizkaia), así como en su antecesor en la función de centro de depósito provincial, el Museo Arqueológico, Etnográfico e Histórico Vasco de Bilbao, es de orden bien distinto. En ambos casos es la institución la que proporciona sus propios envases para entregar la colección de objetos o realiza un transvase desde aquellos que utiliza el arqueólogo para trasladar los restos hasta el museo. En tal situación, el arqueólogo puede determinar libremente el tipo y tamaño de los contenedores que le serán más útiles a las circunstancias en las que realiza su actividad, puesto que sus intereses y los del centro de depósito no tienen que resultar necesariamente coincidentes en lo que respecta al tamaño de los contenedores principales. Cabe también la posibilidad de utilizar cartón libre de ácido para fabricar algunos de nuestros contenedores. Proceder en tal sentido tiene la ventaja de poder realizar en cada momento el envase del tamaño y forma más ajustados a cada situación, supe- rando así los inconvenientes que surgen en ocasiones cuando se recurre a producciones estandarizadas de cajas. Este tipo de carto- nes, de uso frecuente en el campo de la conservación de documen- tos históricos, están provistos además de tratamientos que retrasan su envejecimiento, proporcionando también protección contra la luz, el polvo o las influencias atmosféricas. Evidentemente, utilizar este producto implica destinarlo a ambientes controlados, puesto que el cartón es higroscópico. De recurrir a este tipo de cartón, lo mejor es que sea corrugado u ondulado, esto es, que entre las capas lisas exteriores contenga una onda de cartón intermedia. Esta característica, además de que confiere al producto una gran resistencia mecánica, facilita el corte y la manipulación para fabricar cajas con comodidad y rapidez. Omitir esa característica lleva aparejadas bastantes dificultades, en especial si se elige un cartón grueso, puesto que resultará difícil de doblar. Para fijar entre sí las diferentes partes de la estructura del contenedor, lo mejor es recurrir a un adhesivo de rápida adherencia y buen envejecimiento. El tipo de cartón elegido no sólo debe ser fácil de manipular, sino que debe ofrecer suficiente resistencia como para que sea capaz de aguantar su contenido sin deformarse. Esta es una de las limitaciones de este tipo de material, que no resulta adecuado para los objetos arqueológicos pesados. El arqueólogo no debe estar familiarizado sólo con el tipo, material, y tamaño de los envases disponibles para guardar la colección de restos arqueológicos, al objeto de poder elegir lo más conveniente en cada caso. En ocasiones también le conviene expe- rimentar con tales envases para comprobar sus niveles de adapta- ción ante situaciones concretas, con el fin de aceptarlos o rechazar- los para el empaquetado de algunos restos. Este podría ser el caso, por ejemplo, de quienes recurren a viales médicos o recipientes de variada forma y tamaño que se utilizan para la toma de muestras médicas, fabricados por ejemplo en polietileno o polipropileno. Su uso por parte del arqueólogo cubre diversos aspectos, concretándose en el terreno de las mues- tras, en especial las arqueobotánicas (carbones y semillas, princi- palmente), pero también se ha impuesto entre algunos profesiona- les para guardar objetos arqueológicos de diversa índole, que pueden ir desde restos milimétricos de talla, hasta artefactos de industria ósea. Este tipo de recipientes presentan el problema de que hay que proceder a inmovilizar en todos los casos el contenido de tales envases, para que, al manipular y mover los contenedores, los restos no golpeen continuamente en la paredes del recipiente. Esto, por tanto, implica introducir algún tipo de producto que fije el objeto e impida su movilidad. Como en alguno de estos viales su dispositivo de cierre penetra varios milímetros en el interior del tubo, resulta complicado a veces retirar el material introducido para fijar el objeto, incluso recurriendo a unas pinzas. En ocasiones, además, si no se actúa con precaución y si se cometen errores de cálculo, se corre el peligro de que el producto de fijación pueda comprimir el objeto contra el fondo del envase al colocar el dispo- sitivo de cierre del vial. Por otra parte, las formas que presentan habitualmente tales envases (con frecuencia cilíndricas, troncocónicas o de base cóni- J. L. IBARRA ÁLVAREZ120 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971ko bi e consecuencias que pudieran derivarse de su desplazamiento duran- te la manipulación, y estar amortiguados, para reducir las tensiones que se producirán sobre los objetos en el caso de golpes externos al contenedor. Puesto que el protocolo del Museo de Cádiz sobre entrega de materiales arqueológicos que venimos utilizando en otros casos, se muestra muy claro respecto a los materiales queresultan apropia- dos e inadecuados para fijar y acolchar los restos arqueológicos, vamos a servirnos de ese texto para solventar esta cuestión7. Entre los materiales aceptables, el citado protocolo consig- na los siguientes: “espuma, hojas y virutas de polietileno, tejidos de poliéster, tejido Mylar® y similares, guata de algodón8 o poliéster, papel libre de ácido, Ethafoam® y similares, hoja de polietileno con burbujas” (Museo de Cádiz 2014). Los materiales no admisibles, por su parte, son los siguien- tes: “espuma de poliestireno -Styrofoam-, espuma de uretano – goma espuma-, cualquier tipo de papel ácido (higiénico, periódicos, embalaje marrón o azul, folios estándar, etc.), madeja de algodón, viruta de madera, o “patatas” de poliuretano expandido” (Museo de Cádiz 2014). Tomando en consideración estos preceptos, entendemos que cabe introducir alguna matización sobre la adecuación o inadecua- ción de determinados productos para fijar y amortiguar en los procesos de embalaje, dependiendo del uso temporal o permanen- te que vaya a realizarse de los mismos. Si acondicionamos los res- tos materiales para un traslado puntual, por ejemplo, desde la excavación hasta el laboratorio de campo, o aquella instalación en el que vayan a ser procesados los restos arqueológicos, no creemos que exista inconveniente alguno en recurrir a cualquiera de los materiales “no admisibles” para embalaje, si el uso de tales mate- riales cumple tres requisitos básicos: a) se utilizan en una actuación de carácter muy puntual, desa- rrollada en un periodo muy corto de tiempo b) se emplean sólo para inmovilizar y acolchar los contenedo- res secundarios o menores, c) los productos inadecuados no establecen nunca contacto directo con los restos arqueológicos. Recurrir al papel de periódico, por ejemplo, en circunstancias tan específicas como las que hemos señalado, no nos parece un error grave, puesto que entendemos que es mejor amortiguar, que no hacerlo. Ahora bien, si la inmovilización y amortiguación de los restos tiene un carácter más permanente y duradero, por ejemplo, cuando van a permanecer en situación de almacenaje durante un cierto tiempo, será entonces cuando conviene desestimar todos los pro- 7 Vamos a manejar a este respecto el protocolo del Museo de Cádiz que estaba disponible en internet en el año 2014, por ser la versión que hemos utilizado también en la primera parte de este artículo. Hemos vuelto a consultar recientemente dicho protocolo y hemos comprobado que se ha modificado formalmente la normativa, pero sin cambios aparentes en su fondo. 8 A pesar de que el protocolo del Museo de Cádiz incluye la guata de algodón entre los materiales aceptables para el embalaje, nosotros mostraríamos algunas reservas respecto a su utilización en labores de empaquetado y acolchado de restos arqueológicos, dado el carácter higroscópico de ese producto, esto es, que absorbe y retiene la humedad, así como por su tendencia al deshilachado. peso o de gran tamaño, que quizá resulten excepcionales en el con- junto, pueden necesitar respuestas adecuadas a su particularidad. Disponer de varios modelos de contenedores permitirá evitar tanto su sobrecarga, como un relleno parcial de los mismos. Facilitará además la distribución de los objetos en función de pesos y tamaños, puesto que podrá disponerse de contenedores menores para los restos más pesados, o para los más frágiles y delicados. Por otra parte, es importante tomar en consideración al elegir estos contenedores mayores, que su tamaño y características for- males ofrezcan una buena cabida para los envases menores en los que hemos embalado los restos arqueológicos, en especial cuando utilizamos cajas y éstas responden a modelos comerciales, puesto que si elaboramos nosotros mismos algunos de dichos envases podremos acomodarlos siempre a los huecos disponibles en cada momento. En tal sentido, es básico evaluar los diferentes tipos de contenedores, principales y secundarios, que utilizaremos de mane- ra preferente durante el procesado de restos arqueológicos, con el fin de rentabilizar al máximo el espacio que unos encontrarán en los otros. En el caso de que los envases utilizados para guardar los restos arqueológicos sean bolsas, será importante elegir modelos de contenedores principales o mayores que se complementen con artilugios que permitan compartimentar el espacio interior del contenedor en huecos menores, con el fin de ajustar en ellos las bolsas con los restos arqueológicos. Resulta también conveniente elegir modelos de contenedores que ofrezcan en el exterior dispositivos habilitados para colocar etiquetas informativas, que estén unidos al envase (fig. 1). Tal característica tendrá indudables ventajas a la hora de renovar el etiquetado, al tiempo que evitará buscar sistemas alternativos para asociar las etiquetas al contenedor, puesto que tales sistemas, a la larga, terminan resultando poco operativos. 2.2.3. Fijar, acolchar y rellenar: protección de los objetos arqueológicos en sus contenedores Ya se trate de objetos individuales dentro de envases propios, ya de recipientes que deben ser incluidos en un contenedor gene- ral, todos ellos deben quedar inmovilizados, con el fin de evitar las Figura 1. Caja de polietileno de alta densidad, con dispositivo en el exterior para portar etiquetas. En el borde superior, el cuerpo de la caja presenta cuatro perforaciones. Dos de ellas sirven para encajar y girar la tapa, gracias a las pestañas que tiene para tal fin. Las otras dos permiten ajustar las “grapas” que fijan la tapa al cuerpo de la caja. ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS MUEBLES (SEGUNDA PARTE) 121 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971 ko bi e envases comercializados, con formas y tamaños predefinidos por la industria, lo más aconsejable sería guardar varios objetos en ellos, con el fin de aprovechar al máximo el hueco disponible en el con- tenedor, habitualmente más amplio que el necesario para una única pieza, y no malgastar así productos para el acolchado. En estos embalajes individuales utilizaremos como relleno de amortiguación planchas de espuma de polietileno, en sus versiones comerciales de Ethafoam o Plastazote, por ejemplo (fig. 2). Las espumas de polietileno tienen excelentes cualidades para el aisla- miento térmico y vibratorio. Cuando son de celda cerrada, no absorben ni la humedad ni la suciedad superficial, siendo muy resistentes a los agentes químicos, con buena resistencia además a la tracción y rotura (Rotaeche González de Ubieta 2007, 115). Estas planchas están disponibles en el mercado en diversos groso- res y pueden cortarse fácilmente con una cuchilla u otros instru- mentos similares de corte, como pudiera ser un termocutter. Para empaquetar individualmente los objetos más señalados de la colección de artefactos en hueso que utilizamos como ejem- ductos considerados “no admisibles” en favor de los que se reco- miendan como adecuados para tales tareas. En este asunto, tendría que ser obligación del arqueólogo conocer las modalidades y características de los diferentes produc- tos que permiten fijar y acolchar en los embalajes, con el fin de utilizar el material más conveniente a cada caso, porque no hay un producto que sirva de manera universal para todas las situaciones posibles. No es lo mismo ocuparse de proteger un objeto empaque- tado de manera individual, que manejarse con envases y contene- dores, como tampoco es similar la respuesta de tales productos si trabajamos con contenedores rígidos o lo hacemos con bolsas. Existe aquí, por tanto, una necesidad divulgativa que debería ser asumida desde los departamentos de conservación y restaura- ción de los museos. Estos departamentos, dada la naturaleza de su trabajo, deben estar al día en tales cuestiones, informándose res- pecto a las novedades que va ofreciendoel mercado, y experimen- tando sobre la adaptación de los nuevos productos a la problemá- tica tan concreta que plantean los materiales arqueológicos. Su labor no tendría que limitarse a listar los productos recomendables y no recomendables en materia de embalaje, sino también a difun- dir entre la comunidad arqueológica las características de los mis- mos, mostrando su grado de adecuación para tal o cual cometido, cuando se persigue inmovilizar y acolchar los restos arqueológicos, así como enseñando el modo correcto de utilizarlos. De no actuar en el sentido positivo que indicamos, los arqueó- logos pueden continuar reproduciendo miméticamente las prácti- cas más frecuentes y habituales en décadas pasadas: no utilizar ningún producto o dispositivo para fijar los objetos y embalajes, o acudir a una corta gama de artículos que ya no resultan admisibles a día de hoy. Desterrar estas prácticas obliga a establecer cauces para que la información que atañe al procesado de restos arqueo- lógicos fluya abiertamente hasta alcanzar a todos los implicados en esta cuestión. Cuando se trata de inmovilizar y acolchar restos arqueológicos, el tipo de material que conviene utilizar vendrá dictado por las características de los objetos, por el tratamiento reservado a cada uno de ellos para su embalaje (bien individualizado, bien agrupado por contextos) y por el tipo de contenedor utilizado para cada caso. Para explicar esta situación, supongamos, por ejemplo, que tenemos que enfrentarnos a empaquetar un conjunto de restos de industria ósea. Antes de iniciar la tarea, tendremos ya organizados los restos en función del tipo de embalaje que vayamos a disponer para cada uno de ellos. Los objetos más singulares en cuando a su grado de conservación o a la presencia de detalles específicos, como pudieran ser los decorativos, es posible que reciban un trata- miento individualizado, mientras que el resto de la colección podría ser tratado de manera conjunta. Éstos últimos también estarán ya organizados de acuerdo al tipo de agrupamiento que hayamos establecido para ellos, generalmente por contextos estratigráficos, y guardados en bolsas de polietileno con cierre zip, puesto que tal tipo de restos son, por lo general, de poco peso y reducido tamaño. Para los objetos que se embalarán de manera individualizada, habremos construido cajas con cartón corrugado libre de ácido, porque seleccionando ese tipo de material podremos ajustar el envase a la forma y tamaño del objeto a empaquetar, al tiempo que controlamos la cantidad de material de amortiguación necesario para fijar y acolchar el resto arqueológico. En el caso de utilizar Figura 2. Espuma o foam de polietileno, tanto en forma de planchas (en sus versiones comerciales de Ethafoam y Plastazote), como en un modelo más fino y laminar. Figura 3. Contenedor de polietileno de alta densidad (taper), con una plancha de espuma de polietileno ajustada en su interior, en la que se han excavado dos huecos para alojar objetos metálicos, que están envueltos en lampraseal. En la plancha se ha realizado un corte adicional para crear un hueco que aloje una bolsa microperforada conteniendo gel de sílice. J. L. IBARRA ÁLVAREZ122 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971ko bi e carga en una única capa de espuma, tal y como ha puesto de mani- fiesto la literatura arqueológica en diversas ocasiones. Dependiendo de la rigidez del material utilizado -puesto que no todas las placas de espuma muestran características similares a este respecto-, del tamaño de la plancha y de si los huecos para los objetos han sido excavados en el producto o cortados en todo su espesor11, puede resultar necesario crear soportes específicos, a modo de bandejas, con el fin de que las planchas queden reforzadas en su base y late- rales, pudiendo ser manipuladas de manera adecuada, sin riesgo alguno para los objetos. Varias de esas “bandejas” pueden guardar- se superpuestas dentro del mismo contenedor, arbitrando los dispo- sitivos necesarios para que puedan ser manejadas con facilidad. Esta es una de las ocasiones en las que puede actuar la creatividad y 11 Si se procede de este modo, cortando un hueco en todo el grosor de una plancha de espuma de polietileno, es necesario colocar debajo una plancha más delgada del mismo material para que actúe como suelo amortiguante para los objetos que se dispondrán en las cavidades de la plancha perforada. plo, podemos obrar de dos maneras. Una primera nos llevaría a tomar una plancha de espuma gruesa y cortarla a la medida del envase para que encaje en él, cualidad importante si queremos que el objeto quede bien inmovilizado. Luego procederíamos a excavar en su espesor un hueco centrado con la forma aproximada del objeto9, para que éste quede bien acoplado (fig. 3). Una segunda modalidad, algo más práctica y fácil, utilizaría planchas delgadas, que serían cortadas con la forma del envase y se irían superponiendo en su interior hasta completar la altura deseada. En una de las capas, procederemos a marcar la forma del objeto y la recortaremos en todo el grosor de la plancha10; el suelo o cierre inferior de la cavidad lo ofrece la plancha subyacente. La celda así obtenida resulta muy limpia en la ejecución de sus bordes y con una forma bien conseguida, unos objetivos que no se cum- plen del todo si es necesario ahuecar una plancha espesa, sobre todo cuando no se dispone del instrumental necesario para lograr unas paredes lisas y bien definidas (fig. 4). Para conseguir la inmovilización del objeto en el envase, con- viene que la pieza arqueológica quede cubierta con una plancha de espuma de polietileno a modo de tapa. En esa última plancha, que debe quedar también ajustada a la forma de la pared de la caja y no rebasar la altura de ésta, tendrá que practicarse algún tipo de corte en los bordes, para que pueda ser retirada con facilidad cuando se quiera acceder a la consulta del objeto. A pesar de la estabilidad de las espumas de polietileno, se recomienda que éstas no queden en contacto directo con los objetos, por si pudiera derivarse algún perjuicio sobre el resto arqueológico, por ejemplo, cuando las superficies de la celda ahuecada en la plancha no se han trabajado con el instrumental adecuado para dejarlas homogéneas y lisas. Por ello resulta con- veniente envolver los restos arqueológicos en algún material libre de ácido que los proteja y aísle. Se sugiere el uso, a este respecto, del papel japonés, de alguno de los “tejidos no tejidos” que ofre- ce la industria como sustitutivo de aquél, o del lampraseal, un tisú laminado con película de polietileno en una de sus caras, que muestra gran adaptabilidad y alta resistencia a la tracción física (Rotaeche 2007, 119). El producto utilizado debe ser lo suficiente maleable y flexible como para envolver el objeto arqueológico con relativa facilidad (fig. 5). Este mismo sistema que excava huecos en planchas de espuma de polietileno para empaquetar un objeto de manera individual, puede utilizarse para tratar varios objetos a la vez, organizando la 9 Anotamos aquí un enlace a un video alojado en Youtube, procedente de una casa americana de productos para conservación, donde se muestra como trabajar a partir de una plancha gruesa de Ethafoam para embalar distintos objetos con tres dimensiones y las herramientas a utilizar para lograr un buen resultado. https://www.youtube.com/ watch?v=SNiopzNOp7A 10 En relación con la forma de la cavidad ahuecada o perforada en la plancha de espuma de polietileno, ésta no tiene que reproducir exactamente la del objeto, algo que puede ser difícil de conseguir cuando se trabaja con restos arqueológicos de pequeño tamaño y morfologías complicadas. En unas ocasiones, se podrá obtener la coincidencia de formas, en otras bastará con abrir una celda que tenga una longitud, anchura y altura suficientes como para depositar elobjeto en ella. La pieza nunca debe ser encajada a presión en la oquedad. Si, por ejemplo, tenemos que excavar un hueco para un arpón prehistórico en asta, bastará con abrir una forma rectangular con longitud, anchura y espesor similares a las del arpón, pero sin tener que recortar necesariamente el dibujo de los dientes o el del aguzamiento de los extremos del objeto Figura 4. Contenedor realizado en cartón libre de ácido, en cuyo interior se ajustan dos planchas superpuestas de espuma de polietileno de celda cerrada. Una inferior como amortiguante en la base, y otra superior en la que se ha cortado un hueco con la forma del objeto Figura 5. Interior de un contenedor realizado con cartón libre de ácido, cuyas paredes y base han sido reforzadas con plancha de espuma de polietileno de celda cerrada, como material amortiguante para el objeto cerámico que se incluye en su interior (un plato), envuelto en lampreseal. Recortes de plancha de espuma ajustados en los laterales inmovilizan la pieza. ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS MUEBLES (SEGUNDA PARTE) 123 Serie PaleoantroPología nº34. Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia. año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971 ko bi e criterios en contra que se manejan en este sentido12, o el material de relleno que se comercializa bajo la denominación de Pelaspan® bio, fabricado con almidón vegetal, puesto que este producto no establecerá contacto directo con los materiales arqueológicos. El problema principal de este material es su manipulación. Los fabricantes recomiendan que, para que dichas “virutas” logren su total efectividad en el objetivo de acolchar, rellenar y fijar la carga, deben estar sueltas dentro del contenedor. Sin embargo, utilizarlas de tal manera resulta engorroso en el momento de acceder al interior del contenedor para retirar envases y volver a colocarlos en su lugar, porque se desparraman. Por ello, resulta aconsejable rellenar con ellas bolsas de plástico de diverso tamaño, que luego se apliquen al relleno de los huecos que quedan en el contenedor. También podríamos utilizar para tal objetivo almohadillas de polie- tileno rellenas de aire, sin bien su grado de adaptación a los espa- cios pequeños resulta menor. Si trabajamos con envases rígidos, el asunto de su inmoviliza- ción y amortiguación en el contenedor principal plantea menos inconvenientes que si tratamos con bolsas rellenas de objetos. Las bolsas, al carecer de espesor y rigidez no suman ventajas desde el punto de la amortiguación de los restos. En este caso, tal y como hemos comentado más arriba, resultaría muy ventajoso disponer de separadores, porque así podremos crear distintas celdas en el interior del contenedor en las que encajar las bolsas y mantenerlas fijas. Dichos separadores pueden ser adquiridos a los proveedores de los contenedores principales, o también podemos fabricarlos nosotros mismos recurriendo a distintos materiales, como las espu- mas de polietileno. Si además, a la hora de empaquetar los restos, hemos tenido la precaución de utilizar tamaños de bolsas similares y de igualar la carga en todas ellas, la organización se verá facili- tada. Para disponer las bolsas en los contenedores principales, lo más aconsejable sería colocarlas en posición horizontal, puesto que así los restos sufrirán menos tensiones. Verticalizar las bolsas sobre alguno de sus bordes laterales, supondrá que el peso de la mayor parte de los objetos descansará sobre aquellos restos que se instalen en la base. Para optimizar el espacio disponible en el contenedor habrá que superponer las bolsas en capas. El número de pisos que logre- mos alcanzar vendrá determinado por los siguientes factores: - la altura del contenedor principal, - el peso final que alcance toda la carga, que no deberá impe- dir el cómodo manejo y desplazamiento del contenedor, - la presión que se pueda ejercer sobre los restos que ocupan los niveles inferiores, que nunca debe alcanzar un grado en el que resulten perjudicados. 12 “Su uso ha caído mucho en la última década ya que no proporciona una protección óptima de las obras de arte, si bien sigue siendo muy común en el embalaje de electrodomésticos y muebles, aunque se utilizaba, sobre todo, para rellenar los huecos de embalajes de objetos tridimensionales, aunque se ha demostrado que no es un relleno eficiente, pues puede marcar superficies delicadas y provocar problemas de manipulación, al ocultar la forma del objeto que está protegiendo, y además puede introducirse por los huecos del objeto e incluso adherirse a la superficie en caso de condensación de humedad relativa en la superficie” (Rotaeche 2007, 115) pericia manual del arqueólogo, característica que reclamábamos al principio de nuestro texto, concibiendo la mejor manera para solucio- nar esta problemática concreta. Tradicionalmente este sistema de embalaje que deposita los objetos en celdas abiertas en planchas de material de amortigua- ción, se ha construido sobre láminas de poliestireno expandido (producto que es conocido popularmente como corcho blanco). Sin embargo, este material no ofrece resultados tan satisfactorios como el polietileno y resulta quebradizo, por lo que no se reco- mienda su uso. Algo similar sucede con las planchas de espuma de poliuretano (popularmente conocidas como gomaespuma), que también se han utilizado tradicionalmente en asuntos de empa- quetado. Este producto está ampliamente desaconsejado para el embalaje directo de los restos arqueológicos, porque se degrada rápidamente y puede afectar a los objetos, causándoles daños severos. Para embalar los restantes objetos de nuestra colección de industria ósea que no perseguimos empaquetar de modo indivi- dualizado, y dado que la naturaleza de estos objetos requiere tra- tarlos con cuidado, nos serviríamos de envases rígidos de polietile- no de alta densidad para guardarlos. Con el fin de inmovilizar la carga y acolcharla, recurriremos también a la espuma o foam de polietileno, pero presentada en esta ocasión en forma de lámina u hoja delgada (Figura 2), con apenas uno o dos milímetros de grosor (comercializada generalmente en bobinas). Esta modalidad del producto nos permitirá crear capas de separación intermedias con efecto amortiguante entre las bolsas de objetos que iremos super- poniendo en el interior del envase, al tiempo que servirán también como aislantes en la base del contenedor y como relleno en la cima del recipiente. Trabajar con lámina delgada de polietileno posibilita disponer de un producto muy flexible que permite adaptarlo a la forma del envase, sin necesidad de practicar recortes en los bordes. Además, la lámina de espuma o foam de polietileno puede plegar- se en diversos dobleces. Tal característica permite conseguir capas amortiguadoras de grosor diferente, de acuerdo al mayor o menor peso de los restos que habrá de separar. Por otra parte, consigue que la organización interna del contenedor resulte muy satisfacto- ria, puesto que el producto se adapta bien a las irregularidades que crean las bolsas y rellena además los huecos que quedan entre ellas. Inmovilizar cajas y envases rígidos en un contenedor principal resulta ser una tarea bastante fácil, porque apenas basta con utili- zar recortes y desechos de las planchas de polietileno como cuñas, para ajustar los recipientes entre sí o contra las paredes del conte- nedor principal. Como todos los objetos están bien sujetos y acol- chados en el interior de sus respectivos envases, no sería necesario recurrir a un refuerzo de material amortiguador. Pero si tal circuns- tancia se estimara procedente, bastaría con recubrir las paredes y el fondo del contenedor principal con piezas recortadas a partir de planchas de polietileno, para minimizar los posibles impactos pro- venientes del exterior (fig. 5). En el caso de queden huecos importantes en el interior del contenedor principal, es preciso recurrir a productos
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