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ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS MUEBLES (SEGUNDA PARTE) 111
Serie PaleoantroPología nº34.
Bizkaiko Foru aldundia-diPutación Foral de Bizkaia.
año 2015. BilBao. iSSn 0214-7971 ko
bi
e
koBie Serie PaleoantroPología, nº 34: 111-130
Bizkaiko Foru Aldundia-Diputación Foral de Bizkaia
Bilbao - 2015
ISSN 0214-7971
Web http://www.bizkaia.eus/kobie 
ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” 
PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS 
MUEBLES (SEGUNDA PARTE)
Some advices to the traditional way for the processing 
of portable archaeological remains (second part) 
José Luis Ibarra Álvarez1
Recibido: 15-X-2015
Aceptado: 30-XII-2015
Palabras Clave: Buenas prácticas, Embalaje, Etiquetado, Procedimientos, Restos arqueológicos
Key Words: Archaeological remains, Best practices, Labelling, Packing, Processing finds
Hitz Gakoak: Aztarna arkeologikoak, Etiketatu, Jardunbideak, Jardunbide egokiak, Paketatu
RESUMEN
En la segunda parte de nuestro artículo, continuaremos revisando las tareas del procesado de los restos arqueológicos, abordando el 
embalaje y etiquetado. A tal fin, centraremos nuestra atención en los materiales y productos más adecuados para realizarlas y en los proce-
dimientos más convenientes. Nuestra exposición reflejará las prácticas tradicionales y los resultados de la experiencia, al menos mientras 
resulten admisibles; en caso contrario, utilizaremos como guía las recomendaciones de las instituciones y los profesionales que se ocupan 
de la conservación de los restos arqueológicos. Finalmente, pasaremos casi de puntillas por el inventario arqueológico, para reclamar su 
conversión en un instrumento más eficiente a la hora de recuperar ciertas informaciones estratigráficas y morfológicas que pueden llegar a 
perderse en el caso de actitudes negligentes o poco previsoras.
SUMMARY
In the second part of our article, we will continue reviewing the tasks of the archaeological remains processing, approaching now the 
packaging and labeling. To this, we will focus on the most appropriate materials and products, and the most convenient procedures. Our 
exhibition will show the traditional practices and learned from experience, as far as they are acceptable; otherwise, we will use recommen-
dations of institutions and professionals that work in the conservation of archaeological remains as a guide. Finally, we will briefly go 
through the archaeological stock, with the aim of claiming its conversion into a more efficient tool for recovering certain stratigraphic and 
morphological information that might be lost in the case of negligent or short-sighted attitudes.
1 joseluis.ibarra@hotmail.es
http://www.bizkaia.eus/kobie
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Serie PaleoantroPología nº34.
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LABURPENA
Artikuluaren bigarren zatian, arkeologia aztarnekin egin beharreko lanak aztertzen jarraituko dugu, biltze eta txartelak ipintzeko lana 
ikusiz. Helburu horrekin, gure arreta materialei jarriko diegu eta adierazitako lanak egiteko produktu eta prozedura egokienak zeintzuk diren 
azalduko dugu. Gure azalpenak, onargarria den uneetan, ohiko praktikak eta esperientziak erakutsitakoa islatzen ditu; horrela ez denean, 
arkeologia aztarnen kontserbazioaren ardura duten erakundeen eta profesionalen iradokizunak jarraitu ditugu. Azkenik, inbentario arkeolo-
gikoa oso gainetik aztertuko dugu, tresna eraginkorragoa bihur dadin, kontu gutxirekin ibiliz gero, gal daitezkeen hainbat informazio estra-
tigrafiko eta morfologiko berreskuratzeko orduan.
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arqueológico en su embalaje y almacenamiento. En internet están 
disponibles algunos de estos recetarios básicos de actuación sali-
dos desde instituciones que merecen nuestra confianza en este 
sentido, tales como el Museo de Londres (Grey 2006), el Museo 
Nacional de Irlanda (2010) o el Museo Nacional de Islandia (2012), 
por citar tres centros del norte de Europa que han publicado guías 
de actuación claras y precisas. También algunas obras de la litera-
tura arqueológica pueden ser utilizadas en idéntico sentido, como 
la de Norena Shopland (2006), cuyo capítulo 6, bajo el título de 
“Materials”, ofrece pautas para la identificación y conservación de 
un buen número de restos arqueológicos. 
Insistiremos además en la línea de los consejos prácticos, inci-
diendo en procedimientos y modos avalados por la tradición y la 
experiencia. Todo ello ajustado a las características y circunstancias 
de los modos de hacer que son propios en el contexto y ámbito 
arqueológico que nos resulta más cercano y mejor conocido, el viz-
caíno. Apuntemos, finalmente, que todas nuestras recomendacio-
nes irán dirigidas siempre a conjuntos de materiales que 
entendemos en buen estado de conservación y estables.
Cuando tratamos con materiales arqueológicos, el objetivo que 
debe guiar nuestra actuación con ellos es siempre su conservación 
(material y documental). En esto no puede haber distracción algu-
na. Por tanto, es obligación del arqueólogo conocer lo que resulta 
más conveniente y adecuado en el tratamiento y manipulación de 
los restos, evitar cualquier práctica que pueda ponerlos en situa-
ción de riesgo y recurrir siempre a materiales de embalaje y etique-
tado que no ocasionen alteraciones físicas o químicas. No obstante, 
tal y como hiciéramos en la primera parte de nuestro texto, también 
ahora tomaremos en ocasiones algunos caminos que nos alejarán, 
en cierta medida, de los criterios que dictan los especialistas en 
materia de conservación o de las normas que fijan determinadas 
instituciones encargadas de preservar los restos arqueológicos. 
Y procederemos en tal sentido cuando entendamos que tales 
normas resultan demasiado rígidas y categóricas, porque ese obje-
tivo que antepone la conservación de los restos puede cumplirse y 
garantizarse de diversos modos y en distintos grados. La larga 
experiencia acumulada en el procesado de materiales arqueológi-
cos ha venido a demostrar que la conservación de los restos tam-
bién resulta posible desde procedimientos alternativos, cuyo 
recurso viene en ocasiones justificado, sino impuesto, por las cir-
cunstancias y condiciones particulares en las que se desarrolla en 
ocasiones el quehacer arqueológico, no siempre las más adecuadas 
para poder cumplir las especificaciones máximas en cuanto a pro-
cedimientos y protocolos en materia de conservación. 
Así, determinados productos que hoy se recomiendan en las 
tareas de embalaje, etiquetado y almacenamiento de restos, no 
siempre resultan accesibles para muchos arqueólogos, bien por las 
dificultades que puede haber para conseguirlos en la cantidad y 
modalidades deseadas, bien por los costes económicos que repre-
senta su adquisición, cuando en ocasiones los presupuestos que se 
manejan no permiten contemplarlos como debieran, ya sea por la 
necesidad de espacios de almacenamiento que requieren algunos 
de ellos. Ante tales situaciones, el arqueólogo queda muchas veces 
completamente desprotegido, lo que le lleva a optar por las solu-
ciones más cómodas y menos comprometidas.
Se impondría, por tanto, tratar de buscar alternativas viables 
que ofrezcan garantías para que los arqueólogos puedan acceder 
1. INTRODUCCIÓN
En la primera parte de nuestro texto nos referimos a las etapas 
iniciales del procesado de restos arqueológicos, revisando cuestiones 
relativas a las labores de limpieza, secado y siglado. Al tiempo, insis-
tíamos en la necesidad de que dichas tareas se realizasen bajo la 
directa supervisión de un miembro del equipo arqueológico, y que 
fueran ejecutadas por personas capaces para ese tipo de labores. 
Habiendo concluido la primera parte de nuestro texto con los 
vestigios arqueológicos marcados consu sigla, pretendemos abor-
dar ahora el conjunto de tareas que restan en el procesado de esos 
restos. En concreto, trataremos cuestiones relativas a su embalaje 
y etiquetado, revisando primero los materiales más adecuados para 
cumplir con esas dos tareas, y repasando después los procedimien-
tos que pueden resultar más interesantes para acometerlas. En 
unas ocasiones nos haremos eco de las prácticas y usos tradiciona-
les, o de las que resultan de la experiencia habitual en tal tipo de 
menesteres. En otras, cuando aquellas resulten inadecuadas, toma-
remos como guía las recomendaciones que, a ese respecto, propo-
nen las instituciones y profesionales que velan por la conservación 
de los restos arqueológicos. Afrontaremos finalmente la cuestión 
del inventario arqueológico, pero de una manera muy tangencial. 
En este asunto, insistiremos sólo en la necesidad de mejorar este 
documento para que resulte más eficaz en las situaciones en las 
que, por negligencia en la realización de las tareas de siglado o por 
falta de previsión, ponemos en peligro la información estratigráfica 
o los caracteres morfológicos de algunos vestigios arqueológicos.
2. ETIQUETAR Y EMPAQUETAR, DOS TAREAS 
COMPLEMENTARIAS PARA CONSERVAR Y 
GESTIONAR LAS COLECCIONES DE RESTOS 
ARQUEOLÓGICOS
Empaquetar restos arqueológicos, y empaquetarlos de manera 
conveniente, supone, en primer lugar, crear condiciones adecuadas 
que garanticen su conservación durante los procesos de manipula-
ción, transporte y almacenaje que habrán de seguir tras su retirada 
del yacimiento, tanto en el laboratorio donde se procesen dichos 
restos, como en el centro oficial en el que sean finalmente deposi-
tados. Al tiempo, se persigue mantener la colección bien organiza-
da, facilitando su control y accesibilidad. 
Etiquetar los restos y sus contenedores, suma importantes 
ventajas al proceso de gestión de los conjuntos de restos arqueo-
lógicos, puesto que posibilita su identificación de manera rápida y 
segura. Sin etiquetas, los embalajes resultarían poco operativos en 
términos de gestión, introduciendo además algunos factores de 
riesgo en lo que afecta a la conservación, al quedar la colección 
sujeta a manipulaciones excesivas cuando se persigue localizar 
objetos. Sin embalaje, el etiquetado carecería de sentido.
Nuestra intención al abordar estas dos cuestiones del procesa-
do de restos arqueológicos, es mantenernos dentro del espíritu 
original que nos animó a enfrentar la redacción de este texto. En 
consecuencia, estaremos atentos, principalmente, a las considera-
ciones de tipo general. Desde tales presupuestos, evitaremos caer 
en los prolijos recetarios que señalen la práctica más adecuada o 
los productos más convenientes para atender a cada tipo de resto 
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procedimientos y condiciones que resulten apropiados a todos 
ellos, con lo que alguno resultará finalmente perjudicado. 
Esta clasificación primera por materias, a medida que se pro-
gresa en el procesado de los restos, debería ir afinándose paulati-
namente de acuerdo a tipos y subtipos, de manera tal que, por 
ejemplo, en los restos de naturaleza ósea queden diferenciados, 
inicialmente, los artefactos y elementos afines, de los que corres-
ponden a fauna o humanos. El proceso avanzará luego con ulterio-
res clasificaciones para cada agrupación, realizadas de acuerdo con 
los criterios de ordenación establecidos para cada una de las sub-
divisiones que se producen de manera paulatina en el conjunto de 
materiales. Así, los restos óseos faunísticos, por ejemplo, se agru-
parán primero en determinados e indeterminados, quedando 
aquellos clasificados posteriormente en función de la especie a la 
que corresponden y de la región anatómica que representan.
Esos criterios iniciales de organización también deben contem-
plar el embalaje de los objetos y las maneras posibles de acome-
terlo. En toda colección suelen encontrarse determinados restos 
que presentan alguna característica que motiva su procesado y 
embalaje de manera individualizada: decoraciones, integridad o 
singularidad son algunas de ellas. El resto de los objetos, por lo 
general, suelen tratarse y embalarse de manera conjunta, agrupa-
dos por contextos. La inclusión de éstos en un contenedor común 
puede ir precedida o no de una fase previa en la que cada vestigio 
ha sido individualizado en un envoltorio propio. Nuestro criterio a 
este respecto abogaría por la individualización de cada uno de los 
objetos arqueológicos en un envase, siempre que tal proceder 
resulte viable, en función de las características del conjunto a tratar 
y de los recursos económicos disponibles para afrontar la tarea. De 
esa manera, los objetos quedan protegidos respecto a la inevitable 
fricción que se producirá con sus congéneres, situación que acon-
tece cuando todos son incluidos en un mismo contenedor sin ele-
mentos que impidan el contacto directo entre ellos. Ese tipo de 
individualización, por otra parte, supone ventajas añadidas, puesto 
que los envoltorios de los objetos actúan como material de relleno 
y amortiguación.
En asunto de clasificación de objetos de cara a su embalaje, a 
nuestro entender, es preferible pecar por exceso que por defecto. 
Cuanto mayor sea el grado de clasificación de los restos arqueoló-
gicos y, por tanto, mayor sea el número de embalajes requerido 
para organizarlos, la colección resultará beneficiada. Tal proceder 
facilitará no sólo la gestión del fondo, sino que minimizará los 
riesgos que pueden derivarse para la colección por una manipula-
ción excesiva de los materiales arqueológicos. 
Los criterios de organización de los restos no es el único com-
ponente a tener en cuenta en las etapas iniciales de su procesado. 
También se requiere, como ya dejamos apuntado, una previsión 
respecto al variado conjunto de productos que serán necesarios 
para afrontar con solvencia cada una de las fases de ese ciclo. En 
lo que afecta al embalaje de restos arqueológicos, dicha previsión 
se extiende tanto al tipo plural de contenedores que se utilizarán 
para guardar los vestigios, como a los productos adecuados para 
separar, inmovilizar o acolchar los objetos en tales contenedores y 
minimizar la afección que pudieran sufrir por desplazamiento o 
impacto durante cualquier traslado o manipulación.
Se deben contemplar al menos tres niveles posibles de emba-
laje: el que atañe a los objetos individuales, el que afecta a la 
y disponer del tipo de productos para el embalaje que resultan a 
día de hoy cada vez más imprescindibles. Quizá un primer paso 
resulte de superar el individualismo desde el que se realizan las 
diversas fases de la actividad arqueológica, buscando vías colecti-
vas de colaboración entre arqueólogos y empresas, que permitan 
salvar estos obstáculos. Los Museos, por otra parte, deberían arbi-
trar fórmulas que permitiesen a los arqueólogos el acceso a deter-
minados productos y materiales necesarios para la buena conser-
vación de los restos, puesto que los Museos son los principales 
interesados en que tales restos se depositen en sus centros de la 
mejor manera posible y en las condiciones de conservación más 
favorables.
2.2. Del embalaje de los restos arqueológicos
2.2.1. Programar, organizar, prever, imaginar: principios 
básicos para resultados óptimos
Nos gustaría recalcar nuevamente, como ya hicimos en la pri-
mera parte de nuestro texto, que un requisito necesario ante 
cualquier labor referida al procesado de restos arqueológicos, es 
organizar y planificar el trabajo de manera previa, como única 
garantía para obtener resultados plenamente satisfactorios. En ese 
sentido, es preciso tener muy claro desde los primeros estadios del 
proceso cómo se pretende ordenar la colección de objetos y la 
manera de materializar esos criterios a lo largo de las diferentes 
tareas de procesado. Visualizar la meta siempre permiteencontrar 
el mejor camino para alcanzarla; anticipar el resultado que quere-
mos y prever la forma de lograrlo evita pérdidas de tiempo y 
esfuerzos innecesarios. Que en los contenedores donde se reunirán 
los restos recuperados durante una actuación arqueológica, vayan 
juntos o separados materiales de distinta naturaleza, peso, tamaño 
y conservación dependerá del tipo de decisiones que se hayan 
tomado durante las diferentes etapas del procesado de los restos.
La toma de decisiones habrá de comenzar, por tanto, desde el 
momento en el que los restos son extraídos del yacimiento. Algunos 
de ellos, los más frágiles y los de conservación más precaria, debe-
rán quedar rápidamente aislados de sus iguales y depositados en 
las manos expertas que sepan atender su situación, aplicando los 
procedimientos más adecuados y convenientes a cada caso para 
estabilizar su estado y garantizar su óptima conservación. Los res-
tantes materiales, aquellos que resultan estables, se verán someti-
dos a procesos de selección y organización en función de las pau-
tas establecidas sobre el tipo de recogida a efectuar en el yacimien-
to, bien común para todo el conjunto de restos recuperados en un 
contexto estratigráfico dado, bien diferenciando en cada contexto 
según tipos y materias primas. 
Dentro de cada contexto espacial y estratigráfico, a medida 
que se extraen los restos del yacimiento, parecería razonable agru-
parlos de acuerdo a su naturaleza física o materia, porque ese 
proceder facilita sin duda su procesado posterior. Atender los restos 
óseos de manera diferenciada a los metálicos, a los vítreos o a los 
malacológicos, permite ofrecer a cada uno de ellos tratamientos 
adecuados de limpieza, marcado, embalaje y almacenamiento. 
Manejar conjuntamente objetos de variadas materias introduce 
dificultades, sobre todo en los estadios finales del procesado, esto 
es, en el embalaje y almacenamiento, porque es difícil arbitrar 
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o las circunstancias particulares en las que se realizan las labores 
de embalaje, plantean determinados problemas que no siempre es 
posible solucionar a partir de lo que se describe en los protocolos 
al uso. 
Es necesario entonces que el arqueólogo recurra a su capaci-
dad de ingenio e inventiva, para ofrecer soluciones “imaginativas” 
que permitan superar los obstáculos que se le pudieran estar 
planteando, ajustando siempre dichas soluciones a los principios y 
objetivos que presiden el tratamiento de restos arqueológicos. En 
tal sentido, la experiencia extraída del trabajo habitual con los 
objetos es sin duda un componente fundamental, porque propor-
ciona un fondo de conocimientos y habilidades que pueden ser 
utilizados para resolver con solvencia determinadas situaciones 
problemáticas. 
Disponer de un buen asesor “de cabecera” en materia de 
conservación de bienes arqueológicos, también resulta ser un fac-
tor positivo para superar satisfactoriamente cualquier dificultad e 
imprevisto. En este sentido, sirvan estas líneas para reivindicar 
nuevamente la necesaria presencia de los conservadores-restaura-
dores en los proyectos y equipos arqueológicos.
2.2.2. Envases y contenedores: tipos, materiales, tamaños
A la hora de enfrentar esta cuestión, vamos a distinguir entre 
los contenedores generales, principales o mayores, que son aque-
llos que se utilizan para guardar la colección de restos arqueológi-
cos, y los contenedores menores o secundarios, que representan al 
tipo de envase donde se depositan los objetos individuales o 
aquellos que han sido agrupados por material y contextos. 
Abordaremos éstos inicialmente.
2.2.2.1. Los contenedores secundarios o menores: bolsas y 
cajas
Entre los envases secundarios o menores, las bolsas de plástico 
son, sin duda, el tipo de envase al que se recurre más frecuentemen-
te dentro del mundo arqueológico en el que nos movemos. Y esto es 
así, hasta el punto de que no parecen existir otros modelos de enva-
ses alternativos, salvo los grandes contenedores rígidos que se utili-
zan para guardar conjuntamente diversos restos arqueológicos que 
han sido reunidos previamente en bolsas. Tal preferencia se explica, 
principalmente, por ser un producto fácil de conseguir, de amplias 
prestaciones y con un coste económico mínimo3.
3 Un claro reflejo del uso preferente de las bolsas como los contenedores de 
referencia para empaquetar restos arqueológicos, lo encontramos en las 
disposiciones, reglamentos y protocolos de la administración competente. 
Así aparece expresado en el anexo sobre la metodología de trabajo que 
regula las subvenciones promovidas por el Departamento de Cultura del 
Gobierno Vasco, para proyectos de inventariado de materiales 
arqueológicos y/o paleontológicos. En el apartado 4 de dicho anexo, en 
referencia a la preparación del material para su entrega una vez realizado 
el inventario, podemos leer: “Preferiblemente, los materiales se guardarán 
en bolsas de polietileno transparentes con autocierre y bien cerradas, a no 
ser que su tamaño exceda las dimensiones habituales en este tipo de 
bolsa” […]”. Esta misma recomendación la encontramos también en otros 
protocolos. Por ejemplo, en las condiciones para el ingreso de materiales 
arqueológicos en el Museo de Prehistoria de Valencia, accesible a través de 
la página web de dicho centro, donde se establece que el material ha de 
entregarse agrupado en bolsas por unidades estratigráficas. El Museo de 
Cádiz, por su parte, indica que “los objetos estarán correctamente 
agrupación más inmediata a realizar con los objetos, que suele 
producirse por contextos estratigráficos, y el que corresponde a los 
contenedores generales o mayores, donde se irán guardando final-
mente todos los restos recuperados en el yacimiento. Satisfacer 
esos tres niveles obligará a valorar contenedores de distintas for-
mas, tamaños, composición y resistencia. 
Deberá considerarse igualmente la disponibilidad de otra serie 
de productos que resultan imprescindibles en el embalaje de algu-
nos restos arqueológicos. Este es el caso, por ejemplo, del gel de 
sílice, asociado generalmente al empaquetado de restos metálicos, 
aunque no de manera exclusiva; un producto muy recomendado 
por sus propiedades higroscópicas, que puede absorber o desab-
sorber la humedad del ambiente. Lo recomendable sería utilizar gel 
de sílice con indicador de humedad para conocer cuándo hay que 
proceder a su regeneración o renovación (García Fortes y Flos 
2008, 211). Si carece de dicha característica, habrá que hacer 
acompañar al gel de una carta o test medidor de la humedad 
relativa, dispuesto en el interior del contenedor junto a los objetos2.
Habrá que valorar también aquellos otros productos que resul-
ten necesarios para el embalaje de las muestras arqueológicas, en 
el caso de que los especialistas que se ocupan de su análisis esta-
blezcan algún tipo de requisito específico respecto a los materiales 
para su empaquetado, cuando los productos habituales para este 
tipo de labores no resulten adecuados por afectar a los resultados 
de los análisis. El embalaje de las muestras, como todo aquello que 
afecta a su procesado, no es un asunto que aparezca contemplado 
habitualmente con detalle en la literatura que atañe a cuestiones 
de recogida y tratamiento de restos arqueológicos. Esta circunstan-
cia los convierte en los restos más difíciles de procesar, quedando 
sometidos, por lo general, a los criterios particulares que establece 
el especialista que trabaja en un proyecto determinado. En cual-
quier caso, siempre que exista desconocimiento o duda sobre la 
manera de proceder con las muestras, lo recomendable siempre es 
buscar el asesoramiento adecuado.
Los protocolos que tiene el arqueólogo a su disposición para el 
tratamiento de los vestigios arqueológicos,sirven en general como 
guías básicas de actuación con dichos restos, atentos a señalar 
principalmente los procedimientos y los materiales cuyo uso resulta 
conveniente o está desaconsejado en función de las garantías que 
ofrecen para la mejor conservación de tales vestigios. Pero no 
actúan en ningún caso a modo de vademécum. No contemplan 
todas las casuísticas que pueden producirse en el tratamiento de 
esos restos. En determinadas situaciones, los restos arqueológicos 
2 A este respecto, entendemos que es fundamental para el arqueólogo 
contar con el asesoramiento de un conservador-restaurador, para que le 
aporte las recomendaciones y directrices necesarias en relación con el uso 
y manejo de este producto. Así obtendrá información precisa de las 
variedades de gel de sílice disponibles en el mercado, de sus aplicaciones, 
ventajas e inconvenientes; del cuidado que haya que tener en su manejo, 
en especial en las modalidades que pueden resultar más toxicas, como la 
que lleva indicador de cobalto; de la cantidad de producto que debe 
incluirse en cada contenedor; de los plazos requeridos para testar la 
evolución del gel de sílice hasta que deja de ser efectivo; de cómo etiquetar 
los contenedores para gestionar su revisión; de cuándo proceder a la 
renovación o recuperación del producto, o de cómo desprenderse 
finalmente del gel de sílice. También podría recurrirse a la bibliografía 
especializada que aborda estas cuestiones (Weintraub 2002), pero la 
información directa que puede ofrecer un profesional experimentado 
siempre resulta el medio más adecuado y eficaz.
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Las bolsas sin cierre tienen limitación respecto a la cantidad o 
el tamaño de los restos que pueden incluirse en ellas, ya que hay 
que reservar siempre una parte del envase para efectuar el cierre. 
Éste puede realizarse anudando por diversos procedimientos la 
parte no utilizada de la bolsa, o recurriendo a dispositivos fabrica-
dos en diversos materiales que permitan cerrar la bolsa. 
El primer sistema resulta ser el más económico puesto que no 
hace falta recurrir a nada que no sea la propia bolsa. Tampoco 
presenta inconvenientes en el momento de abrir el envase, salvo el 
tiempo que lleve desanudar el cierre. Utilizar un dispositivo ajeno a 
la bolsa para cerrarla, obliga a elegir el más adecuado para tal uso 
entre aquellos que nos brinda el mercado, tanto por el grado de 
sellado que es capaz de lograr en el envase, como por lo inocuo 
que resulte el material en el que esté elaborado, sin olvidar su 
resistencia al continuado proceso de apertura y cierre de las bolsas, 
y su inalterabilidad al paso del tiempo. En el caso de recurrir a 
dispositivos metálicos, lo más conveniente es que estén completa-
mente envueltos y protegidos por algún material aislante. Debe 
desestimarse, en cualquier caso, el uso de grapas metálicas, no 
tanto por la alteración que pueda sufrir este producto a lo largo del 
tiempo en función del material en el que ha sido fabricado, sino 
porque dificultan enormemente el proceso de apertura del envase, 
poniendo además en peligro la integridad de la bolsa durante ese 
proceso, puesto que puede rasgarse.
 Deben rechazarse aquellos modelos de bolsas que presenten 
cualquier tipo de cierre con adhesivos, porque éstos terminan por 
deteriorarse con el paso del tiempo, existiendo además el riesgo de 
que el adhesivo pueda entrar en contacto con los objetos almace-
nados en la bolsa, con el consiguiente peligro de manchas y alte-
raciones químicas para ellos.
Cuando se procede a embalar restos arqueológicos, y se recu-
rre a las bolsas de polietileno, lo más aconsejable es disponer 
siempre de ambos tipos de bolsas (con y sin cierre zip), a ser posi-
ble en una variada escala de tamaños, con el fin de poder utilizar 
el modelo más conveniente para cada posible situación. Las bolsas 
con cierre zip, que cubren ampliamente la gama del pequeño for-
mato, son apropiadas para embolsar objetos de manera individua-
lizada. Las bolsas sin tal tipo de cierre, por su parte, con una des-
tacada oferta en los tamaños grandes, resultan muy adecuadas 
para objetos de cierta dimensión, como por ejemplo los huesos 
largos de los esqueletos humanos. 
Habrá que disponer además de bolsas con diferentes densida-
des, con objeto de adecuarlas a la cantidad, peso y características 
de los objetos que se guardarán en ellas, para prevenir los even-
tuales peligros de rotura y desgarro, tanto en la base como en la 
pared del envase. Así suele ocurrir, por ejemplo, con los fragmentos 
óseos que tienen extremos apuntados con aristas vivas, que pue-
den acabar perforando o rasgando la pared de la bolsa. En estos 
casos, deberemos optar por las bolsas de mayor grosor, o, en su 
defecto, por doblar el número de bolsas que contendrán los obje-
tos. Actuar de esta manera permite controlar los efectos de una 
posible rotura o perforación, porque ésta afectará inicialmente a la 
bolsa interior, quedando la exterior a resguardo de tal eventualidad 
y evitando que el conjunto de restos se desparrame.
Por tanto, en el momento de adquirir bolsas para el empaque-
tado, nuestra recomendación es buscar siempre productos de cali-
dad óptima. En el caso de las bolsas con cierre zip, tal variable 
Sin embargo, es obligación de quienes procesan restos arqueo-
lógicos conocer los distintos modelos de envases que resultan 
adecuados para tales labores, con el fin de poder seleccionar entre 
ellos el que resulte más conveniente para el tipo de restos que se 
procesa en cada momento, ya se trate de embalar objetos indivi-
duales, ya de grupos de piezas en número variable. En unas ocasio-
nes, las bolsas resultarán adecuadas; en otras, se recurrirá a enva-
ses que aporten rigidez y holgura, bien seleccionando el material y 
tamaño necesarios entre lo que se ofrecen comercialmente, bien 
fabricando un envase específico a partir de un material óptimo 
para ello. Pero nada resulta prefijado en este sentido, puesto que 
las características de cada objeto y la necesidad de su correcta 
conservación son las que determinarán siempre el tipo de envase a 
utilizar. Nunca al contrario.
Actualmente existe un consenso total respecto al modelo de 
bolsa que conviene utilizar para procesar restos arqueológicos, en 
material de polietileno con cierre por presión (cierre zip). Hay dos 
modalidades disponibles en tal tipo de cierre. En unos casos, el 
proceso es totalmente manual, puesto que es necesario deslizar los 
dedos directamente por las pestañas del cierre para que éstas 
encajen entre sí (autocierre o cierre por presión). En otros, la pre-
sión para el cierre la ejerce un dispositivo que se desliza suavemen-
te sobre las pestañas (cierre con cursor). Se recomienda además 
que las bolsas sean transparentes, porque así es posible controlar 
el contenido sin tener que abrir el envase. 
Una de las ventajas de utilizar este tipo de bolsas es que se 
encuentran disponibles en el mercado en una amplia variedad de 
tamaños, destacando especialmente su oferta en formatos peque-
ños. El tipo de cierre, por otra parte, permite rellenar las bolsas casi 
hasta su boca, puesto que no es necesario reservar parte del enva-
se para proceder a su sellado, circunstancia que ocurre en las bol-
sas que carecen de este dispositivo de cierre, como más adelante 
veremos. 
No obstante, la principal virtud del cierre tipo “zip” esconde su 
mayor debilidad. Los envases que son abiertos y cerrados con 
cierta frecuencia terminan por ceder en la zona del cierre. Se pro-
ducen entonces problemas en el correcto encaje entre sí de la 
pestañas, lo que puede derivar en un mal sellado de la bolsa, con 
el consiguiente peligro de que el contenido pueda derramarse en 
cualquier momento durante su manipulación. Por otra parte, en las 
bolsas con cierre zip de pequeño tamaño suele ocurrir a veces que, 
al intentar abrir el envase, éstese rasga por los extremos de la 
pestaña del cierre, por tener más densidad allí que en el resto de 
la bolsa, teniendo que desecharla finalmente. 
Por su parte, las bolsas sin cierre suelen presentarse también 
en el mercado con una amplia variedad de tamaños, si bien la 
oferta resulta menor en los envases pequeños que en los grandes 
o muy grandes. Al no disponer de un cierre propio, los restos mate-
riales incluidos en este tipo de bolsas pueden quedar mejor inmo-
vilizados, puesto que el dispositivo de cierre que utilicemos puede 
colocarse próximo a los objetos arqueológicos “aprisionándolos”. 
individualizados en bolsas transparentes de plástico polietileno […] Los 
objetos así embolsados e identificados podrán agruparse para su 
clasificación arqueológica dentro de otras bolsas que cumplan con los 
mismos requisitos señalados anteriormente”
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En realidad, no se trata tanto de buscar una bolsa de un tama-
ño tal que pueda acoger a un número X de restos arqueológicos 
sin dificultad (por ejemplo todos los de similar naturaleza en un 
contexto dado), sino de ir rellenando el número de bolsas que sean 
precisas para embalar de modo adecuado un conjunto concreto de 
objetos, buscando que no peligre la resistencia de la bolsa, ni la 
integridad de los restos. Esto es, y para resumir la idea, siempre 
resulta preferible utilizar varias bolsas pequeñas o medianas con 
pocos elementos, que guardar todos esos materiales en una sola 
bolsa grande.
En este sentido, y con el fin de optimizar los resultados duran-
te el empaquetado, siempre es ventajoso realizar una clasificación 
previa de los restos del contexto estratigráfico que se quieren 
embolsar en función de su tamaño y peso. Actuar de tal manera 
permitirá, por ejemplo, que los objetos de menor tamaño dispon-
gan de envases propios, no teniendo que soportar el peso de los 
restos mayores, algo que sucederá inevitablemente si todos com-
parten el mismo contenedor. 
Por otra parte, optar preferentemente por envases medianos y 
pequeños también introduce efectos beneficiosos para la gestión 
de los objetos. Resulta más fácil buscar un objeto dado dentro de 
un contenedor pequeño, puesto que el número de objetos que 
contiene es reducido, que realizar esa misma operación en un 
envase con mayor número de restos. Las manipulaciones innecesa-
rias del material arqueológico deben limitarse al máximo. Las bol-
sas pequeñas y medianas, por otra parte, encuentran mejor cabida 
y ajuste que las bolsas grandes cuando hay que guardarlas en los 
contenedores generales o mayores. Generarán además menos 
tensión sobre envases subyacentes, en el caso de que la organiza-
ción de los contenedores principales o mayores se realice en capas 
o niveles.
Así como no conviene rellenar las bolsas hasta reventar, por-
que los objetos no deben presionar unos contra otros, ni deben 
ejercer tensión sobre la pared de la bolsa, para evitar perforaciones 
y desgarros, los restos arqueológicos tampoco deben quedar com-
pletamente sueltos en el interior del envase, con el fin de evitar que 
se muevan y choquen entre ellos. De igual manera, cuando se 
embolsan objetos, los restos deben caber con holgura por la boca 
de la bolsa, sin forzar su entrada o salida. Hay que evitar en todo 
momento la fricción de la pieza con las paredes de la bolsa, espe-
cialmente cuando se utiliza un envase con cierre tipo zip, porque la 
bolsa corre el peligro de romperse y, sobre todo, el objeto puede 
resultar dañado. 
Una última recomendación a tener presente cuando embolsa-
mos un conjunto de restos arqueológicos que no han sido previa-
mente individualizados en envases propios, atañe al hecho de 
tomar precauciones para aislar, dentro de ese contenedor, aquellos 
materiales que se componen de diversas piezas o fragmentos. Este 
sería el caso, por ejemplo, de partes de objetos remontadas, en las 
que no se estima necesario un embalaje individual, por ser de 
reducido tamaño o implicar a pocos elementos, o de mandíbulas 
que conservan todavía algunos de sus dientes4. Proceder de tal 
4 Este proceso tendría que iniciarse en el mismo yacimiento, en el momento 
de extracción de las mandíbulas o de los objetos fragmentados, con el fin 
de que esas piezas no se dispersen en el contenedor en el que 
habitualmente se recogen los restos durante la excavación y pasen a ser 
procesados de manera individualizada.
puede repercutir sobre la mayor o menor durabilidad del cierre 
frente a los procesos reiterados de apertura y sellado. Por otra 
parte, y en relación a estos mismos envases, conviene desechar 
aquellas bolsas que tienen algún tipo de perforación en las solapas 
que quedan sobre el cierre zip, presentes en los modelos de menor 
tamaño que suelen destinarse a ser colgados en expositores 
comerciales. Esas perforaciones fragilizan ese punto del envase en 
los procesos continuados de apertura y cierre. Rota la solapa resul-
ta muy difícil manipular el dispositivo zip. 
Cualquiera que sea el tipo de bolsa utilizada, se tiende a reco-
mendar que estén perforadas, con el fin de garantizar la correcta 
conservación de los objetos. Esta es una práctica que suele seguir-
se con los restos orgánicos y con los inorgánicos de naturaleza 
metálica, en este caso para que puedan interactuar con el gel de 
sílice que pueda incorporarse a sus contenedores. Con los restantes 
materiales inorgánicos, las perforaciones no resultarían necesarias, 
puesto que los vestigios que se guardan en las bolsas tienen que 
estar perfectamente secos antes de ser introducidos en ellas. Sin 
embargo, dicha perforación contribuye a sacar el aire que queda 
atrapado en el interior de la bolsa cuando se cierra, lo que deriva 
en consecuencias prácticas a la hora del embalaje, puesto que resta 
volumen a los envases. 
Resulta preferible perforar en la parte superior de la bolsa, con 
el fin de no fragilizar la parte baja de la misma, donde se suelen 
concentrar los objetos cuando la bolsa es manipulada verticalmen-
te. Aconsejaríamos realizar una o dos perforaciones utilizando para 
ello un taladro para agujerear hojas de papel. Para que la perfora-
ción resulte en un corte limpio, es conveniente “envolver” la zona 
de las bolsas por donde pasará el taladro con un trozo de papel. Al 
menos tal proceder resulta adecuado cuando los objetos no son 
tan pequeños que pudieran colarse por el agujero practicado. Si 
hay temor de que tal circunstancia se produzca, se puede utilizar 
un instrumento fino de punta aguzada para traspasar la pared de 
la bolsa en varios puntos de la misma.
Una pregunta a la que conviene responder cuando se utilizan 
bolsas para embalar restos arqueológicos es: ¿cuántos objetos 
pueden incluirse en ellas? La respuesta más procedente pasaría por 
señalar, primero, que el peso de los objetos reunidos en el envase 
nunca debe ser tal que provoque la rotura de la bolsa, y, segundo, 
que dicho peso no debe resultar perjudicial para ninguno de los 
objetos contenidos en ella. Sin embargo, nos parece más conve-
niente señalar que hay ciertos tamaños de bolsas que convendría 
evitar siempre que fuera posible, con el fin de eludir el peligro de 
sobrecargar de contenido los envases. 
Si ante la abundancia de restos en un contexto dado, utiliza-
mos bolsas de un tamaño superior a 270 x 180 milímetros, segu-
ramente correremos el riesgo de llenarlas con demasiados objetos, 
al pretender incluirlos todos en el envase. Por el contrario, si nos 
ajustamos o aproximamos al tamaño indicado, la cantidad de 
objetos que podrá incluirse en las bolsas se verá fuertemente limi-
tada, y evitaremos con toda seguridad cualquier tensión entre los 
objetos, así como la sobrecarga para el envase. Evidentemente, 
nuestra recomendación se entiende para aquellos casos en que los 
objetos no registrantamaños superiores al de tales bolsas, porque, 
en tal circunstancia, habrá que optar por envases proporcionales al 
tamaño de los objetos, teniendo siempre la precaución de no satu-
rarlas o sobrecargarlas de restos materiales.
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Si tuviéramos que resumir tales ventajas, destacaríamos ante 
todo la rigidez del material en el que están construidas, porque 
ofrece seguridad a los objetos frente al entorno. Las bolsas apenas 
consiguen aislar los objetos de las presiones que se producen 
cuando los envases son manipulados o almacenados. Este inconve-
niente pierde importancia cuando los restos están protegidos por 
unas paredes gruesas y rígidas. Las cajas, además, se desplazan 
siempre horizontalmente, con la tapa en posición superior, de lo 
que resulta un menor movimiento para los objetos. Resultan tam-
bién más eficaces cuando se utilizan productos amortiguantes para 
proteger el contenido. En las bolsas, por el contrario, resulta más 
difícil incluir tal tipo de productos y hacer que cumplan su función 
con efectividad.
Las cajas de polietileno ofrecen además ventajas cuando se 
incorporan a los contenedores mayores o principales, puesto que la 
presión de los envases superpuestos se ejerce sobre los que que-
dan debajo, sin que dicha presión se transmita directamente sobre 
los objetos. Un tipo de situación que no concurre cuando tratamos 
con bolsas, incluso en el caso de que queden bien aisladas de otras 
superpuestas mediante elementos de amortiguación, puesto que el 
gramaje del envase no sirve de aislante respecto a la presión ejer-
cida por otros envases colocados encima. Por otra parte, esa rigidez 
de los envases, unida a su morfología general, hace que las cajas 
resulten más fáciles de guardar en contenedores mayores y puedan 
ser inmovilizadas de manera más cómoda.
Sin embargo, justo es reconocerlo, las cajas de polietileno 
también presentan algunos inconvenientes, aunque resultan cierta-
mente menores a la vista de sus ventajas. Las formas en las que se 
fabrican, casi siempre componen cuerpos de tendencia troncopira-
midal, rasgo que se acusa en los ejemplares de más altura. Esta 
característica merma algo su capacidad de carga, especialmente en 
el fondo del envase, y ello obliga a recurrir, en ocasiones, a recipien-
tes de un tamaño mayor que el que sería necesario si sus paredes 
fueran verticales. Por otra parte, el punto donde se ajusta la tapa al 
cuerpo de la caja suele tener un reborde de cierto grosor, que 
queda en resalte respecto a la pared exterior, un rasgo que, unido 
a la forma troncopiramidal, no siempre resulta ventajoso en el 
momento de encajar varios de estos envases en un contenedor 
mayor. Coincide además el hecho de que estas cajas de polietileno 
no siempre se fabrican en los tamaños que resultarían necesarios y 
convenientes para el procesado de objetos arqueológicos, en espe-
cial cuando se persigue embalar piezas pequeñas de manera indi-
vidualizada o una pieza alargada y estrecha.
Algunos de estos inconvenientes se podrían suplir recurriendo 
a cajas fabricadas en otros materiales, como el policarbonato o el 
polipropileno. Ambas materias, sin embargo, tienen la desventaja 
de que no ofrecen cierres que permitan un sellado hermético de la 
caja, característica tan importante cuando se empaquetan metales. 
En el caso del policarbonato, se fabrican envases con formas para-
lelepipédicas y en una amplia variedad de tamaños, cubriendo 
también la gama de los envases pequeños. El coste económico de 
este producto, sin embargo, resulta algo más elevado que el del 
polietileno o el del polipropileno, lo que limitaría probablemente su 
uso habitual, en especial para todo aquello que no implique cajas 
de pequeño tamaño, al tiempo que resulta un producto con menor 
oferta en el mercado que los envases fabricados en los otros dos 
materiales indicados.
modo evita que, si se rompe el remontaje o se desprenden las 
piezas dentarias de su base ósea, tales elementos no queden suel-
tos y perdidos entre los otros restos del contenedor, siendo posible 
recuperar la relación física que existe entre ellos.
Junto a las bolsas, hay otro tipo de envases que resultan muy 
adecuados para tareas de embalaje de restos arqueológicos, y que 
podríamos agrupar bajo el término genérico de cajas, si bien no 
todos ellos encajan ajustadamente en tal denominación. Con inde-
pendencia del material en el que estén fabricadas, se caracterizan 
por ofrecer contenedores rígidos y resistentes, que se cierran 
mediante una tapa, en general separada e independiente del cuer-
po del contenedor.
Un tipo de cajas de uso muy frecuente son las que están ela-
boradas en polietileno de alta densidad, comúnmente conocidas 
como táper (fiambreras o tarteras de plástico). Estas cajas de 
polietileno están ampliamente representadas en el mercado, resul-
tan de bajo coste y se ofrecen en una amplia variedad de tamaños 
y de formas, pudiéndose elegir en cada caso aquél contenedor que 
mejor se adapta a nuestras necesidades. También las calidades 
ofertadas son muy variadas, debiendo optar, siempre que sea posi-
ble, por los contenedores que ofrecen mayor rigidez, mejor resis-
tencia, un perfecto sellado y buenas condiciones de envejecimien-
to.
Este tipo de envase está especialmente recomendado en el 
embalaje de restos metálicos, porque al disponer de una tapa que 
cierra herméticamente sobre el cuerpo del contenedor, permite 
crear unas condiciones controladas para la correcta conservación 
de tal tipo de restos5. También son adecuados para guardar objetos 
cuya conservación o fragilidad precisa de un contenedor que ofrez-
ca cierta rigidez.
Pero los metales o los objetos delicados no son su única apli-
cación, pudiendo suplir perfectamente estos contenedores a las 
bolsas que se utilizan habitualmente para guardar restos arqueoló-
gicos agrupados por materias y contextos estratigráficos, porque 
ofrecen mayores ventajas que las bolsas en la conservación de los 
restos.
5 Puesto que no entra dentro de nuestros objetivos el relatar la manera de 
embalar materiales específicos, pero hemos hecho referencia ya en dos 
ocasiones anteriores a la cuestión de los metales, completemos y 
resumamos lo señalado hasta este momento, apuntado lo siguiente. Los 
metales, cuando van agrupados con otros restos de similar naturaleza en 
un mismo envase, se suelen empaquetar individualmente en bolsas de 
polietileno, perforadas. La individualización en bolsas tiene que ver con el 
hecho de que son materiales que, dado su estado de conservación, 
precisan de un siglado indirecto. La perforación del envase permite que los 
objetos interactúen con el gel de sílice que se incorpora en los 
contenedores donde se guardarán los objetos, que requerirán de un 
cerramiento de tipo hermético. El gel, por su parte, estará contenido en el 
interior de un recipiente propio, para evitar un eventual contacto directo 
con los objetos, y para una manipulación adecuada del mismo, puesto que 
el producto se presenta en forma de pequeños granos. Dicho envase, 
generalmente una bolsa, estará microperforado, primero, para evitar que el 
gel de sílice se disperse; segundo, y mucho más importante, para que 
pueda ejercer su función de control sobre el ambiente que se crea en el 
interior del contenedor que guarda los restos metálicos una vez sellado. El 
número y peso de los objetos incluidos en el envase determinará, por otra 
parte, el tipo de producto que habrá de utilizarse para fijar y acolchar la 
carga. Deberá controlarse además que la etiqueta identificativa que 
acompaña al objeto con sus datos estratigráficos, si resultara nociva para 
el resto metálico, no establezca contacto directo con éste y quede aislada 
en una bolsa de polietileno.
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ca), tienden a adaptarse mal a los contenedores mayores en los 
que pueden guardarse, salvo que se creen soportes específicos 
para ellos. Personalmente, tanto por esos problemas para su emba-
laje, como por las dificultades que supone fijar los restos arqueoló-
gicos en su interior, propondríamos un uso muy restringido de tales 
viales médicos y recurriríamos al uso de pequeñas bolsas de polie-
tileno con cierre zip, porque evitan la movilidad de los restos y 
ofrecen mayores ventajas cuando hay que agruparlas en otros 
contenedores.
2.2.2.2. Los contenedores principales o mayores
Podemos establecer algunas consideraciones básicas respecto 
a este tipo de contendores. La literatura arqueológica y las guías al 
uso aconsejan las cajas de polietileno o polipropileno. No estable-
cen criterio alguno, por el contrario, respecto a la trasparencia u 
opacidad de las paredes. Añadamos por nuestra parte, tal y como 
lo venimos haciendo en las restantes ocasiones, la recomendación 
de utilizar siempre productos de calidad contrastada. 
Es además recomendable controlar el sistema que tienen las 
cajas para ajustar la tapa en el cuerpo, puesto que debe resultar de 
manejo sencillo y ser lo más duradero posible. En tal sentido, des-
estimaríamos aquellos modelos en los que la tapa no quede firme-
mente sujeta a la caja, o tenga un mal ajuste, así como aquellos en 
los que el cierre no resulte fiable ante una situación de manipula-
ción reiterada para su apertura y cierre.
Estos contenedores deben tener la suficiente rigidez como para 
permitir que puedan apilarse otros envases encima, sin llegar a 
deformarse o romperse los inferiores. Así como un diseño tal que 
permita superponer otras cajas y todas ellas queden encajadas 
mínimamente entre sí, organizadas en una columna firme y estable. 
Ahora bien, el apilamiento de contenedores nunca debe contem-
plarse como un método para su almacenamiento a medio y largo 
plazo.
En relación con los tamaños de dichos contenedores, lo que 
resulta más práctico es huir del modelo único y seleccionar dos o tres 
tipos que permitan dar diferentes respuestas a las necesidades de la 
colección6. Hay que seleccionar, preferentemente, tamaños que pue-
dan ser manipulados por una sola persona con relativa comodidad y 
facilidad, incluso en los casos de contenidos pesados. En este senti-
do, el modelo de contenedor elegido debe disponer de asideros que 
faciliten la labor de manipulación y que tengan una sólida unión con 
el contenedor para evitar su rotura. Los casos de restos de mucho 
6 Tal recomendación está realizada para aquellos casos donde un centro de 
depósito no establezca la exclusividad de determinados modelos y 
tamaños de contenedores para realizar las entregas de restos arqueológicos, 
por entender que serán cedidos por el arqueólogo depositante junto con 
la colección (caso del Museo de Cádiz). Nuestra experiencia a este respecto 
en el Arkeologi Museoa (Museo Arqueológico de Bizkaia), así como en su 
antecesor en la función de centro de depósito provincial, el Museo 
Arqueológico, Etnográfico e Histórico Vasco de Bilbao, es de orden bien 
distinto. En ambos casos es la institución la que proporciona sus propios 
envases para entregar la colección de objetos o realiza un transvase desde 
aquellos que utiliza el arqueólogo para trasladar los restos hasta el museo. 
En tal situación, el arqueólogo puede determinar libremente el tipo y 
tamaño de los contenedores que le serán más útiles a las circunstancias en 
las que realiza su actividad, puesto que sus intereses y los del centro de 
depósito no tienen que resultar necesariamente coincidentes en lo que 
respecta al tamaño de los contenedores principales.
Cabe también la posibilidad de utilizar cartón libre de ácido 
para fabricar algunos de nuestros contenedores. Proceder en tal 
sentido tiene la ventaja de poder realizar en cada momento el 
envase del tamaño y forma más ajustados a cada situación, supe-
rando así los inconvenientes que surgen en ocasiones cuando se 
recurre a producciones estandarizadas de cajas. Este tipo de carto-
nes, de uso frecuente en el campo de la conservación de documen-
tos históricos, están provistos además de tratamientos que retrasan 
su envejecimiento, proporcionando también protección contra la 
luz, el polvo o las influencias atmosféricas. Evidentemente, utilizar 
este producto implica destinarlo a ambientes controlados, puesto 
que el cartón es higroscópico. 
De recurrir a este tipo de cartón, lo mejor es que sea corrugado 
u ondulado, esto es, que entre las capas lisas exteriores contenga 
una onda de cartón intermedia. Esta característica, además de que 
confiere al producto una gran resistencia mecánica, facilita el corte 
y la manipulación para fabricar cajas con comodidad y rapidez. 
Omitir esa característica lleva aparejadas bastantes dificultades, en 
especial si se elige un cartón grueso, puesto que resultará difícil de 
doblar. Para fijar entre sí las diferentes partes de la estructura del 
contenedor, lo mejor es recurrir a un adhesivo de rápida adherencia 
y buen envejecimiento. El tipo de cartón elegido no sólo debe ser 
fácil de manipular, sino que debe ofrecer suficiente resistencia 
como para que sea capaz de aguantar su contenido sin deformarse. 
Esta es una de las limitaciones de este tipo de material, que no 
resulta adecuado para los objetos arqueológicos pesados.
El arqueólogo no debe estar familiarizado sólo con el tipo, 
material, y tamaño de los envases disponibles para guardar la 
colección de restos arqueológicos, al objeto de poder elegir lo más 
conveniente en cada caso. En ocasiones también le conviene expe-
rimentar con tales envases para comprobar sus niveles de adapta-
ción ante situaciones concretas, con el fin de aceptarlos o rechazar-
los para el empaquetado de algunos restos.
Este podría ser el caso, por ejemplo, de quienes recurren a 
viales médicos o recipientes de variada forma y tamaño que se 
utilizan para la toma de muestras médicas, fabricados por ejemplo 
en polietileno o polipropileno. Su uso por parte del arqueólogo 
cubre diversos aspectos, concretándose en el terreno de las mues-
tras, en especial las arqueobotánicas (carbones y semillas, princi-
palmente), pero también se ha impuesto entre algunos profesiona-
les para guardar objetos arqueológicos de diversa índole, que 
pueden ir desde restos milimétricos de talla, hasta artefactos de 
industria ósea. Este tipo de recipientes presentan el problema de 
que hay que proceder a inmovilizar en todos los casos el contenido 
de tales envases, para que, al manipular y mover los contenedores, 
los restos no golpeen continuamente en la paredes del recipiente. 
Esto, por tanto, implica introducir algún tipo de producto que fije el 
objeto e impida su movilidad. Como en alguno de estos viales su 
dispositivo de cierre penetra varios milímetros en el interior del 
tubo, resulta complicado a veces retirar el material introducido para 
fijar el objeto, incluso recurriendo a unas pinzas. En ocasiones, 
además, si no se actúa con precaución y si se cometen errores de 
cálculo, se corre el peligro de que el producto de fijación pueda 
comprimir el objeto contra el fondo del envase al colocar el dispo-
sitivo de cierre del vial. 
Por otra parte, las formas que presentan habitualmente tales 
envases (con frecuencia cilíndricas, troncocónicas o de base cóni-
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consecuencias que pudieran derivarse de su desplazamiento duran-
te la manipulación, y estar amortiguados, para reducir las tensiones 
que se producirán sobre los objetos en el caso de golpes externos 
al contenedor.
Puesto que el protocolo del Museo de Cádiz sobre entrega de 
materiales arqueológicos que venimos utilizando en otros casos, se 
muestra muy claro respecto a los materiales queresultan apropia-
dos e inadecuados para fijar y acolchar los restos arqueológicos, 
vamos a servirnos de ese texto para solventar esta cuestión7. 
Entre los materiales aceptables, el citado protocolo consig-
na los siguientes: “espuma, hojas y virutas de polietileno, tejidos de 
poliéster, tejido Mylar® y similares, guata de algodón8 o poliéster, 
papel libre de ácido, Ethafoam® y similares, hoja de polietileno con 
burbujas” (Museo de Cádiz 2014). 
Los materiales no admisibles, por su parte, son los siguien-
tes: “espuma de poliestireno -Styrofoam-, espuma de uretano –
goma espuma-, cualquier tipo de papel ácido (higiénico, periódicos, 
embalaje marrón o azul, folios estándar, etc.), madeja de algodón, 
viruta de madera, o “patatas” de poliuretano expandido” (Museo 
de Cádiz 2014). 
Tomando en consideración estos preceptos, entendemos que 
cabe introducir alguna matización sobre la adecuación o inadecua-
ción de determinados productos para fijar y amortiguar en los 
procesos de embalaje, dependiendo del uso temporal o permanen-
te que vaya a realizarse de los mismos. Si acondicionamos los res-
tos materiales para un traslado puntual, por ejemplo, desde la 
excavación hasta el laboratorio de campo, o aquella instalación en 
el que vayan a ser procesados los restos arqueológicos, no creemos 
que exista inconveniente alguno en recurrir a cualquiera de los 
materiales “no admisibles” para embalaje, si el uso de tales mate-
riales cumple tres requisitos básicos: 
a) se utilizan en una actuación de carácter muy puntual, desa-
rrollada en un periodo muy corto de tiempo
b) se emplean sólo para inmovilizar y acolchar los contenedo-
res secundarios o menores, 
c) los productos inadecuados no establecen nunca contacto 
directo con los restos arqueológicos. 
Recurrir al papel de periódico, por ejemplo, en circunstancias 
tan específicas como las que hemos señalado, no nos parece un 
error grave, puesto que entendemos que es mejor amortiguar, que 
no hacerlo.
Ahora bien, si la inmovilización y amortiguación de los restos 
tiene un carácter más permanente y duradero, por ejemplo, cuando 
van a permanecer en situación de almacenaje durante un cierto 
tiempo, será entonces cuando conviene desestimar todos los pro-
7 Vamos a manejar a este respecto el protocolo del Museo de Cádiz que 
estaba disponible en internet en el año 2014, por ser la versión que hemos 
utilizado también en la primera parte de este artículo. Hemos vuelto a 
consultar recientemente dicho protocolo y hemos comprobado que se ha 
modificado formalmente la normativa, pero sin cambios aparentes en su 
fondo.
8 A pesar de que el protocolo del Museo de Cádiz incluye la guata de 
algodón entre los materiales aceptables para el embalaje, nosotros 
mostraríamos algunas reservas respecto a su utilización en labores de 
empaquetado y acolchado de restos arqueológicos, dado el carácter 
higroscópico de ese producto, esto es, que absorbe y retiene la humedad, 
así como por su tendencia al deshilachado.
peso o de gran tamaño, que quizá resulten excepcionales en el con-
junto, pueden necesitar respuestas adecuadas a su particularidad.
Disponer de varios modelos de contenedores permitirá evitar 
tanto su sobrecarga, como un relleno parcial de los mismos. 
Facilitará además la distribución de los objetos en función de pesos 
y tamaños, puesto que podrá disponerse de contenedores menores 
para los restos más pesados, o para los más frágiles y delicados.
Por otra parte, es importante tomar en consideración al elegir 
estos contenedores mayores, que su tamaño y características for-
males ofrezcan una buena cabida para los envases menores en los 
que hemos embalado los restos arqueológicos, en especial cuando 
utilizamos cajas y éstas responden a modelos comerciales, puesto 
que si elaboramos nosotros mismos algunos de dichos envases 
podremos acomodarlos siempre a los huecos disponibles en cada 
momento. En tal sentido, es básico evaluar los diferentes tipos de 
contenedores, principales y secundarios, que utilizaremos de mane-
ra preferente durante el procesado de restos arqueológicos, con el 
fin de rentabilizar al máximo el espacio que unos encontrarán en 
los otros. En el caso de que los envases utilizados para guardar los 
restos arqueológicos sean bolsas, será importante elegir modelos 
de contenedores principales o mayores que se complementen con 
artilugios que permitan compartimentar el espacio interior del 
contenedor en huecos menores, con el fin de ajustar en ellos las 
bolsas con los restos arqueológicos. 
Resulta también conveniente elegir modelos de contenedores 
que ofrezcan en el exterior dispositivos habilitados para colocar 
etiquetas informativas, que estén unidos al envase (fig. 1). Tal 
característica tendrá indudables ventajas a la hora de renovar el 
etiquetado, al tiempo que evitará buscar sistemas alternativos para 
asociar las etiquetas al contenedor, puesto que tales sistemas, a la 
larga, terminan resultando poco operativos.
2.2.3. Fijar, acolchar y rellenar: protección de los objetos 
arqueológicos en sus contenedores
Ya se trate de objetos individuales dentro de envases propios, 
ya de recipientes que deben ser incluidos en un contenedor gene-
ral, todos ellos deben quedar inmovilizados, con el fin de evitar las 
Figura 1. Caja de polietileno de alta densidad, con dispositivo en el exterior para 
portar etiquetas. En el borde superior, el cuerpo de la caja presenta 
cuatro perforaciones. Dos de ellas sirven para encajar y girar la tapa, 
gracias a las pestañas que tiene para tal fin. Las otras dos permiten 
ajustar las “grapas” que fijan la tapa al cuerpo de la caja.
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envases comercializados, con formas y tamaños predefinidos por la 
industria, lo más aconsejable sería guardar varios objetos en ellos, 
con el fin de aprovechar al máximo el hueco disponible en el con-
tenedor, habitualmente más amplio que el necesario para una 
única pieza, y no malgastar así productos para el acolchado.
En estos embalajes individuales utilizaremos como relleno de 
amortiguación planchas de espuma de polietileno, en sus versiones 
comerciales de Ethafoam o Plastazote, por ejemplo (fig. 2). Las 
espumas de polietileno tienen excelentes cualidades para el aisla-
miento térmico y vibratorio. Cuando son de celda cerrada, no 
absorben ni la humedad ni la suciedad superficial, siendo muy 
resistentes a los agentes químicos, con buena resistencia además a 
la tracción y rotura (Rotaeche González de Ubieta 2007, 115). 
Estas planchas están disponibles en el mercado en diversos groso-
res y pueden cortarse fácilmente con una cuchilla u otros instru-
mentos similares de corte, como pudiera ser un termocutter.
Para empaquetar individualmente los objetos más señalados 
de la colección de artefactos en hueso que utilizamos como ejem-
ductos considerados “no admisibles” en favor de los que se reco-
miendan como adecuados para tales tareas.
En este asunto, tendría que ser obligación del arqueólogo 
conocer las modalidades y características de los diferentes produc-
tos que permiten fijar y acolchar en los embalajes, con el fin de 
utilizar el material más conveniente a cada caso, porque no hay un 
producto que sirva de manera universal para todas las situaciones 
posibles. No es lo mismo ocuparse de proteger un objeto empaque-
tado de manera individual, que manejarse con envases y contene-
dores, como tampoco es similar la respuesta de tales productos si 
trabajamos con contenedores rígidos o lo hacemos con bolsas. 
Existe aquí, por tanto, una necesidad divulgativa que debería 
ser asumida desde los departamentos de conservación y restaura-
ción de los museos. Estos departamentos, dada la naturaleza de su 
trabajo, deben estar al día en tales cuestiones, informándose res-
pecto a las novedades que va ofreciendoel mercado, y experimen-
tando sobre la adaptación de los nuevos productos a la problemá-
tica tan concreta que plantean los materiales arqueológicos. Su 
labor no tendría que limitarse a listar los productos recomendables 
y no recomendables en materia de embalaje, sino también a difun-
dir entre la comunidad arqueológica las características de los mis-
mos, mostrando su grado de adecuación para tal o cual cometido, 
cuando se persigue inmovilizar y acolchar los restos arqueológicos, 
así como enseñando el modo correcto de utilizarlos.
De no actuar en el sentido positivo que indicamos, los arqueó-
logos pueden continuar reproduciendo miméticamente las prácti-
cas más frecuentes y habituales en décadas pasadas: no utilizar 
ningún producto o dispositivo para fijar los objetos y embalajes, o 
acudir a una corta gama de artículos que ya no resultan admisibles 
a día de hoy. Desterrar estas prácticas obliga a establecer cauces 
para que la información que atañe al procesado de restos arqueo-
lógicos fluya abiertamente hasta alcanzar a todos los implicados en 
esta cuestión.
Cuando se trata de inmovilizar y acolchar restos arqueológicos, 
el tipo de material que conviene utilizar vendrá dictado por las 
características de los objetos, por el tratamiento reservado a cada 
uno de ellos para su embalaje (bien individualizado, bien agrupado 
por contextos) y por el tipo de contenedor utilizado para cada caso. 
Para explicar esta situación, supongamos, por ejemplo, que 
tenemos que enfrentarnos a empaquetar un conjunto de restos de 
industria ósea. Antes de iniciar la tarea, tendremos ya organizados 
los restos en función del tipo de embalaje que vayamos a disponer 
para cada uno de ellos. Los objetos más singulares en cuando a su 
grado de conservación o a la presencia de detalles específicos, 
como pudieran ser los decorativos, es posible que reciban un trata-
miento individualizado, mientras que el resto de la colección podría 
ser tratado de manera conjunta. Éstos últimos también estarán ya 
organizados de acuerdo al tipo de agrupamiento que hayamos 
establecido para ellos, generalmente por contextos estratigráficos, 
y guardados en bolsas de polietileno con cierre zip, puesto que tal 
tipo de restos son, por lo general, de poco peso y reducido tamaño.
Para los objetos que se embalarán de manera individualizada, 
habremos construido cajas con cartón corrugado libre de ácido, 
porque seleccionando ese tipo de material podremos ajustar el 
envase a la forma y tamaño del objeto a empaquetar, al tiempo que 
controlamos la cantidad de material de amortiguación necesario 
para fijar y acolchar el resto arqueológico. En el caso de utilizar 
Figura 2. Espuma o foam de polietileno, tanto en forma de planchas (en sus 
versiones comerciales de Ethafoam y Plastazote), como en un 
modelo más fino y laminar.
Figura 3. Contenedor de polietileno de alta densidad (taper), con una plancha 
de espuma de polietileno ajustada en su interior, en la que se han 
excavado dos huecos para alojar objetos metálicos, que están 
envueltos en lampraseal. En la plancha se ha realizado un corte 
adicional para crear un hueco que aloje una bolsa microperforada 
conteniendo gel de sílice.
J. L. IBARRA ÁLVAREZ122
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carga en una única capa de espuma, tal y como ha puesto de mani-
fiesto la literatura arqueológica en diversas ocasiones. Dependiendo 
de la rigidez del material utilizado -puesto que no todas las placas 
de espuma muestran características similares a este respecto-, del 
tamaño de la plancha y de si los huecos para los objetos han sido 
excavados en el producto o cortados en todo su espesor11, puede 
resultar necesario crear soportes específicos, a modo de bandejas, 
con el fin de que las planchas queden reforzadas en su base y late-
rales, pudiendo ser manipuladas de manera adecuada, sin riesgo 
alguno para los objetos. Varias de esas “bandejas” pueden guardar-
se superpuestas dentro del mismo contenedor, arbitrando los dispo-
sitivos necesarios para que puedan ser manejadas con facilidad. Esta 
es una de las ocasiones en las que puede actuar la creatividad y 
11 Si se procede de este modo, cortando un hueco en todo el grosor de una 
plancha de espuma de polietileno, es necesario colocar debajo una 
plancha más delgada del mismo material para que actúe como suelo 
amortiguante para los objetos que se dispondrán en las cavidades de la 
plancha perforada.
plo, podemos obrar de dos maneras. Una primera nos llevaría a 
tomar una plancha de espuma gruesa y cortarla a la medida del 
envase para que encaje en él, cualidad importante si queremos que 
el objeto quede bien inmovilizado. Luego procederíamos a excavar 
en su espesor un hueco centrado con la forma aproximada del 
objeto9, para que éste quede bien acoplado (fig. 3).
Una segunda modalidad, algo más práctica y fácil, utilizaría 
planchas delgadas, que serían cortadas con la forma del envase y 
se irían superponiendo en su interior hasta completar la altura 
deseada. En una de las capas, procederemos a marcar la forma del 
objeto y la recortaremos en todo el grosor de la plancha10; el suelo 
o cierre inferior de la cavidad lo ofrece la plancha subyacente. La 
celda así obtenida resulta muy limpia en la ejecución de sus bordes 
y con una forma bien conseguida, unos objetivos que no se cum-
plen del todo si es necesario ahuecar una plancha espesa, sobre 
todo cuando no se dispone del instrumental necesario para lograr 
unas paredes lisas y bien definidas (fig. 4). 
Para conseguir la inmovilización del objeto en el envase, con-
viene que la pieza arqueológica quede cubierta con una plancha de 
espuma de polietileno a modo de tapa. En esa última plancha, que 
debe quedar también ajustada a la forma de la pared de la caja y 
no rebasar la altura de ésta, tendrá que practicarse algún tipo de 
corte en los bordes, para que pueda ser retirada con facilidad 
cuando se quiera acceder a la consulta del objeto.
A pesar de la estabilidad de las espumas de polietileno, se 
recomienda que éstas no queden en contacto directo con los 
objetos, por si pudiera derivarse algún perjuicio sobre el resto 
arqueológico, por ejemplo, cuando las superficies de la celda 
ahuecada en la plancha no se han trabajado con el instrumental 
adecuado para dejarlas homogéneas y lisas. Por ello resulta con-
veniente envolver los restos arqueológicos en algún material libre 
de ácido que los proteja y aísle. Se sugiere el uso, a este respecto, 
del papel japonés, de alguno de los “tejidos no tejidos” que ofre-
ce la industria como sustitutivo de aquél, o del lampraseal, un tisú 
laminado con película de polietileno en una de sus caras, que 
muestra gran adaptabilidad y alta resistencia a la tracción física 
(Rotaeche 2007, 119). El producto utilizado debe ser lo suficiente 
maleable y flexible como para envolver el objeto arqueológico con 
relativa facilidad (fig. 5).
Este mismo sistema que excava huecos en planchas de espuma 
de polietileno para empaquetar un objeto de manera individual, 
puede utilizarse para tratar varios objetos a la vez, organizando la 
9 Anotamos aquí un enlace a un video alojado en Youtube, procedente de 
una casa americana de productos para conservación, donde se muestra 
como trabajar a partir de una plancha gruesa de Ethafoam para embalar 
distintos objetos con tres dimensiones y las herramientas a utilizar para 
lograr un buen resultado. https://www.youtube.com/
watch?v=SNiopzNOp7A
10 En relación con la forma de la cavidad ahuecada o perforada en la plancha 
de espuma de polietileno, ésta no tiene que reproducir exactamente la del 
objeto, algo que puede ser difícil de conseguir cuando se trabaja con restos 
arqueológicos de pequeño tamaño y morfologías complicadas. En unas 
ocasiones, se podrá obtener la coincidencia de formas, en otras bastará 
con abrir una celda que tenga una longitud, anchura y altura suficientes 
como para depositar elobjeto en ella. La pieza nunca debe ser encajada a 
presión en la oquedad. Si, por ejemplo, tenemos que excavar un hueco 
para un arpón prehistórico en asta, bastará con abrir una forma 
rectangular con longitud, anchura y espesor similares a las del arpón, pero 
sin tener que recortar necesariamente el dibujo de los dientes o el del 
aguzamiento de los extremos del objeto
Figura 4. Contenedor realizado en cartón libre de ácido, en cuyo interior se 
ajustan dos planchas superpuestas de espuma de polietileno de 
celda cerrada. Una inferior como amortiguante en la base, y otra 
superior en la que se ha cortado un hueco con la forma del objeto
Figura 5. Interior de un contenedor realizado con cartón libre de ácido, cuyas 
paredes y base han sido reforzadas con plancha de espuma de 
polietileno de celda cerrada, como material amortiguante para el 
objeto cerámico que se incluye en su interior (un plato), envuelto en 
lampreseal. Recortes de plancha de espuma ajustados en los 
laterales inmovilizan la pieza.
ALGUNOS CONSEJOS AL “MODO ANTIGUO” PARA EL PROCESADO DE RESTOS ARQUEOLÓGICOS MUEBLES (SEGUNDA PARTE) 123
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criterios en contra que se manejan en este sentido12, o el material 
de relleno que se comercializa bajo la denominación de Pelaspan® 
bio, fabricado con almidón vegetal, puesto que este producto no 
establecerá contacto directo con los materiales arqueológicos. 
El problema principal de este material es su manipulación. Los 
fabricantes recomiendan que, para que dichas “virutas” logren su 
total efectividad en el objetivo de acolchar, rellenar y fijar la carga, 
deben estar sueltas dentro del contenedor. Sin embargo, utilizarlas 
de tal manera resulta engorroso en el momento de acceder al 
interior del contenedor para retirar envases y volver a colocarlos en 
su lugar, porque se desparraman. Por ello, resulta aconsejable 
rellenar con ellas bolsas de plástico de diverso tamaño, que luego 
se apliquen al relleno de los huecos que quedan en el contenedor. 
También podríamos utilizar para tal objetivo almohadillas de polie-
tileno rellenas de aire, sin bien su grado de adaptación a los espa-
cios pequeños resulta menor.
Si trabajamos con envases rígidos, el asunto de su inmoviliza-
ción y amortiguación en el contenedor principal plantea menos 
inconvenientes que si tratamos con bolsas rellenas de objetos. Las 
bolsas, al carecer de espesor y rigidez no suman ventajas desde el 
punto de la amortiguación de los restos. En este caso, tal y como 
hemos comentado más arriba, resultaría muy ventajoso disponer 
de separadores, porque así podremos crear distintas celdas en el 
interior del contenedor en las que encajar las bolsas y mantenerlas 
fijas. Dichos separadores pueden ser adquiridos a los proveedores 
de los contenedores principales, o también podemos fabricarlos 
nosotros mismos recurriendo a distintos materiales, como las espu-
mas de polietileno. Si además, a la hora de empaquetar los restos, 
hemos tenido la precaución de utilizar tamaños de bolsas similares 
y de igualar la carga en todas ellas, la organización se verá facili-
tada.
Para disponer las bolsas en los contenedores principales, lo 
más aconsejable sería colocarlas en posición horizontal, puesto 
que así los restos sufrirán menos tensiones. Verticalizar las bolsas 
sobre alguno de sus bordes laterales, supondrá que el peso de la 
mayor parte de los objetos descansará sobre aquellos restos que se 
instalen en la base. 
Para optimizar el espacio disponible en el contenedor habrá 
que superponer las bolsas en capas. El número de pisos que logre-
mos alcanzar vendrá determinado por los siguientes factores: 
- la altura del contenedor principal,
- el peso final que alcance toda la carga, que no deberá impe-
dir el cómodo manejo y desplazamiento del contenedor, 
- la presión que se pueda ejercer sobre los restos que ocupan 
los niveles inferiores, que nunca debe alcanzar un grado en el 
que resulten perjudicados.
12 “Su uso ha caído mucho en la última década ya que no proporciona una 
protección óptima de las obras de arte, si bien sigue siendo muy común en 
el embalaje de electrodomésticos y muebles, aunque se utilizaba, sobre 
todo, para rellenar los huecos de embalajes de objetos tridimensionales, 
aunque se ha demostrado que no es un relleno eficiente, pues puede 
marcar superficies delicadas y provocar problemas de manipulación, al 
ocultar la forma del objeto que está protegiendo, y además puede 
introducirse por los huecos del objeto e incluso adherirse a la superficie en 
caso de condensación de humedad relativa en la superficie” (Rotaeche 
2007, 115)
pericia manual del arqueólogo, característica que reclamábamos al 
principio de nuestro texto, concibiendo la mejor manera para solucio-
nar esta problemática concreta.
Tradicionalmente este sistema de embalaje que deposita los 
objetos en celdas abiertas en planchas de material de amortigua-
ción, se ha construido sobre láminas de poliestireno expandido 
(producto que es conocido popularmente como corcho blanco). Sin 
embargo, este material no ofrece resultados tan satisfactorios 
como el polietileno y resulta quebradizo, por lo que no se reco-
mienda su uso. Algo similar sucede con las planchas de espuma de 
poliuretano (popularmente conocidas como gomaespuma), que 
también se han utilizado tradicionalmente en asuntos de empa-
quetado. Este producto está ampliamente desaconsejado para el 
embalaje directo de los restos arqueológicos, porque se degrada 
rápidamente y puede afectar a los objetos, causándoles daños 
severos. 
Para embalar los restantes objetos de nuestra colección de 
industria ósea que no perseguimos empaquetar de modo indivi-
dualizado, y dado que la naturaleza de estos objetos requiere tra-
tarlos con cuidado, nos serviríamos de envases rígidos de polietile-
no de alta densidad para guardarlos. Con el fin de inmovilizar la 
carga y acolcharla, recurriremos también a la espuma o foam de 
polietileno, pero presentada en esta ocasión en forma de lámina u 
hoja delgada (Figura 2), con apenas uno o dos milímetros de grosor 
(comercializada generalmente en bobinas). Esta modalidad del 
producto nos permitirá crear capas de separación intermedias con 
efecto amortiguante entre las bolsas de objetos que iremos super-
poniendo en el interior del envase, al tiempo que servirán también 
como aislantes en la base del contenedor y como relleno en la cima 
del recipiente. Trabajar con lámina delgada de polietileno posibilita 
disponer de un producto muy flexible que permite adaptarlo a la 
forma del envase, sin necesidad de practicar recortes en los bordes. 
Además, la lámina de espuma o foam de polietileno puede plegar-
se en diversos dobleces. Tal característica permite conseguir capas 
amortiguadoras de grosor diferente, de acuerdo al mayor o menor 
peso de los restos que habrá de separar. Por otra parte, consigue 
que la organización interna del contenedor resulte muy satisfacto-
ria, puesto que el producto se adapta bien a las irregularidades que 
crean las bolsas y rellena además los huecos que quedan entre 
ellas. 
Inmovilizar cajas y envases rígidos en un contenedor principal 
resulta ser una tarea bastante fácil, porque apenas basta con utili-
zar recortes y desechos de las planchas de polietileno como cuñas, 
para ajustar los recipientes entre sí o contra las paredes del conte-
nedor principal. Como todos los objetos están bien sujetos y acol-
chados en el interior de sus respectivos envases, no sería necesario 
recurrir a un refuerzo de material amortiguador. Pero si tal circuns-
tancia se estimara procedente, bastaría con recubrir las paredes y 
el fondo del contenedor principal con piezas recortadas a partir de 
planchas de polietileno, para minimizar los posibles impactos pro-
venientes del exterior (fig. 5).
En el caso de queden huecos importantes en el interior del 
contenedor principal, es preciso recurrir a productos

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