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No como el mundo la da

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No como el mundo la da
Por el élder Je�rey R. Holland
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Los instrumentos que necesitamos para crear un día más brillante y desarrollar la economía de la
bondad genuina los proporciona el evangelio de Jesucristo en abundancia.
Antes de aquella primera Pascua de Resurrección, mientras Jesús concluía la nueva ordenanza de la
Santa Cena que había administrado a los Doce, Él comenzó Su solemne discurso de despedida
para dirigirse a Getsemaní, a la traición y a la cruci�xión. Sin embargo, al percibir la preocupación
y, quizás incluso, el temor absoluto que algunos de esos hombres deben haber manifestado, Él les
dijo a ellos (y a nosotros):
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí […].
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros […].
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón
ni tenga miedo”1.
En este mundo terrenal surgen momentos desa�antes, incluso para los �eles, pero el mensaje
tranquilizador de Cristo es que Él, el Cordero Pascual, iría como “oveja delante de sus
trasquiladores”2 . No obstante, Él se levantaría, como dijo el salmista, para ser “nuestro refugio y
fortaleza, nuestro pronto auxilio en [tiempos de] tribulaciones”3.
Teniendo en mente las difíciles horas que le aguardaban a Cristo, conforme se acercaba a la cruz, y
a Sus discípulos, quienes llevarían Su evangelio al mundo en el meridiano de los tiempos,
consideremos ahora juntos un mensaje relacionado dirigido a los miembros de la Iglesia del
Salvador en los últimos días. Se encuentra en el sorprendente número de versículos del Libro de
Mormón dedicados a con�ictos de uno u otro tipo, desde el comportamiento constantemente
irritante de Lamán y Lemuel hasta las batallas �nales en las que participaron cientos de miles de
soldados. Una de las razones obvias de tal énfasis en la guerra es que, dado que el Libro de
Mormón fue escrito para una audiencia de los últimos días, esos autores (que vivieron tantas
guerras) nos advierten de manera profética que la violencia y los con�ictos serán una característica
distintiva de las relaciones en los últimos días.
Por supuesto que mi teoría acerca de la contención de los últimos días no es muy original. Hace dos
mil años, el Salvador advirtió que en los últimos días habría “guerras y rumores de guerras”4 y más
tarde agregó que “la paz ser[ía] quitada de la tierra, y el diablo tendr[ía] poder sobre su propio
dominio”5. Con toda seguridad, este Príncipe de Paz, quien enseñó enérgicamente que la
contención es del diablo6, debe llorar junto con Su Divino Padre por aquellos de la familia
humana que en nuestros días “no tienen afecto”, como leemos en las Escrituras, y que no pueden
encontrar la forma de vivir juntos en amor7.
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Hermanos y hermanas, vemos demasiado con�icto, ira y falta de cortesía a nuestro alrededor.
Afortunadamente, la generación actual no ha tenido que combatir en una Tercera Guerra Mundial,
ni hemos vivido una crisis económica mundial como la de 1929, que condujo a la Gran Depresión.
Sin embargo, afrontamos un tipo diferente de Tercera Guerra Mundial que no es una lucha por
aplastar a nuestros enemigos, sino un reclutamiento que dispone a los hijos de Dios a cuidar más
los unos de los otros y a ayudar a sanar las heridas que hallamos en un mundo en con�icto. La
Gran Depresión a la que nos enfrentamos ahora no es tanto un asunto de una pérdida externa de
nuestros ahorros, sino una pérdida interna de con�anza en uno mismo, junto con dé�cits reales de
fe, esperanza y caridad a nuestro alrededor. Sin embargo, los instrumentos que necesitamos para
crear un día más brillante y desarrollar la economía de la bondad genuina en la sociedad los
proporciona el evangelio de Jesucristo en abundancia. No podemos darnos el lujo —y este mundo
no puede darse el lujo— de que fracasemos en la implementación plena de estos conceptos y
convenios fortalecedores del Evangelio para el uso personal y público.
Entonces, en un mundo “azotad[o] por la tempestad, sin consuelo”, como dijo Jehová que sería,
¿cómo encontramos lo que Él llamó “el convenio de […] paz”? Lo hallamos al volvernos a Aquel
que dijo que tendría compasión de nosotros y “con misericordia eterna” otorgaría paz a nuestros
hijos8. A pesar de las profecías aterradoras y de los inquietantes pasajes de las Escrituras que
declaran que en general la paz será retirada de la tierra, los profetas, entre ellos, nuestro querido
Russell M. Nelson, nos han enseñado que ¡no tiene por qué retirársenos la paz de manera
individual!9. Por lo tanto, en esta Pascua de Resurrección tratemos de establecer la paz de un
modo personal, aplicando la gracia y el bálsamo sanador de la expiación del Señor Jesucristo a
nosotros mismos y a nuestras familias y a todos a quienes podamos tender una mano a nuestro
alrededor. Afortunada e incluso asombrosamente este bálsamo sanador se pone a nuestra
disposición “sin dinero y sin precio”10.
Esa ayuda y esperanza son realmente necesarias porque en esta congregación mundial hay muchos
que hoy luchan con cualquier cantidad de desafíos: físicos o emocionales, sociales o económicos, o
una docena de otros tipos de problemas. Y para muchos de esos desafíos no somos lo
su�cientemente fuertes como para enfrentarlos por nosotros mismos, ya que la ayuda y paz que
necesitamos no es “como el mundo la da”11. No, para los problemas verdaderamente difíciles
necesitamos lo que las Escrituras llaman “los poderes del cielo” y para obtener esos poderes
debemos vivir de acuerdo con lo que esas mismas Escrituras llaman los “principios de la rectitud”12 .
Ahora, ¡el entender esa conexión entre los principios y el poder es la lección única que la familia
humana nunca parece ser capaz de aprender, dice el Dios del cielo y de la tierra!13.
¿Y cuáles son esos principios? Bien, se los menciona repetidamente en nuestros libros sagrados, se
enseñan una y otra vez en conferencias como esta y, en nuestra dispensación, al profeta José Smith
se los enseñaron en respuesta a su propia versión del clamor “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me
has desamparado?”14. En el frío y hostil con�namiento de la cárcel de Liberty, se le enseñó que los
principios de la rectitud incluyen virtudes tales como la paciencia, la longanimidad, la benignidad
y el amor sincero15. En ausencia de esos principios, era seguro que en algún momento haríamos
frente a la discordia y la enemistad.
Con respecto a esto, permítanme hablar por un momento acerca de la ausencia de algunas partes de
estos principios de rectitud en nuestra época. Por lo general, soy un hombre animado, alegre y hay
tanto que es bueno y bello en nuestro mundo. Ciertamente, contamos con mayores bendiciones
materiales que ninguna otra generación de la historia, pero en la cultura del siglo XXI, en general
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y, con demasiada frecuencia, también en la Iglesia, aún vemos personas con problemas,
transigiendoy dando como resultado demasiados convenios rotos y demasiados corazones rotos.
Consideren la permanente presencia de un lenguaje vulgar que va en paralelo a la transgresión
sexual, ambos tan presentes en películas y en la televisión; o fíjense en el acoso sexual y otras
formas de indecencia en los lugares de trabajo sobre los cuales leemos tanto en estos días. En temas
de la pureza por convenio, con demasiada frecuencia lo sagrado es tratado como ordinario y, con
demasiada frecuencia, lo santo es profanado. A cualquiera que se sienta tentado a andar, hablar o
comportarse de esta manera —“como el mundo la da”—, que no espere que eso lo lleve a una
experiencia pací�ca; yo le aseguro en el nombre del Señor que no será así. “La maldad nunca fue
felicidad”16, como lo expresó un antiguo profeta. Cuando la diversión se acabe, siempre habrá que
pagar las consecuencias y, la mayoría de las veces, la moneda con que se paga son lágrimas y
remordimiento17.
O quizás vemos otras formas de abuso e indignidad. Cuánto mayor cuidado debemos tener los
discípulos del Señor Jesucristo para no incurrir en tales conductas. En ningún caso debemos ser
culpables de ejercer abuso o injusto dominio o coerción inmoral, ni física, emocional, eclesiástica ni
de cualquier otro tipo. Hace unos años, recuerdo que sentí el fervor con el que el presidente
Gordon B. Hinckley habló a los hombres de la Iglesia acerca de aquellos que él llamó “tirano[s] en
su propio hogar”18.
“Qué fenómeno tan trágico y absolutamente repugnante es el abuso de la esposa”, dijo. “Cualquier
hombre de esta Iglesia que abuse a su esposa, la degrade, la insulte, que ejerza injusto dominio
sobre ella, es indigno de poseer el sacerdocio […] es indigno de poseer una recomendación para el
templo”19. Igualmente infame, dijo, era cualquier forma de abuso de niños, o cualquier otro tipo de
abuso2 0.
En demasiadas ocasiones, hombres, mujeres e, incluso, niños que de otro modo serían �eles pueden
ser culpables de hablar de manera poco amable, incluso destructiva, a aquellos con los que pueden
estar sellados por una ordenanza sagrada en el templo del Señor. Todas las personas tienen el derecho
de ser amadas, sentir paz y encontrar seguridad en el hogar. Les ruego que todos nos esforcemos por
mantener allí esa clase de ambiente. La promesa de ser paci�cadores es que tendrán el Espíritu
Santo como su compañero constante y las bendiciones �uirán a ustedes “sin ser compelid[as]” para
siempre jamás2 1. Nadie puede hacer uso de una lengua mordaz o de palabras descorteses y todavía
“cantar la canción del amor que redime”2 2 .
Permítanme concluir donde comencé. Mañana es Pascua de Resurrección, un tiempo para que los
justos principios del evangelio de Jesucristo y de Su expiación nos ayuden a superar los con�ictos y
la contención, la desesperanza y la transgresión y, �nalmente, la muerte. Es un tiempo para
prometer total lealtad en palabras y hechos al Cordero de Dios, quien “llevó […] nuestras
enfermedades y sufrió nuestros dolores”2 3 en Su determinación de consumar la obra de salvación a
nuestro favor.
A pesar de la traición y del dolor, a pesar del maltrato y de la crueldad, y soportando los pecados
acumulados de toda la familia humana, el Hijo del Dios viviente pudo ver la larga senda de la vida
terrenal, mirarnos este �n de semana y decir: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como
el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”2 4. Que tengan una Pascua de
Resurrección llena de bendiciones, gozo y paz. Las inconmensurables posibilidades de ella ya han
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sido pagadas por el Príncipe de Paz, a quien amo con todo mi corazón, cuya Iglesia esta es y de
quien testi�co indiscutiblemente; sí, el Señor Jesucristo. Amén.
Notas
1. Juan 14:1, 18, 27.
2. Isaías 53:7.
3. Salmo 46:1.
4. José Smith—Mateo 1:23; véase también el versículo 30.
5. Doctrina y Convenios 1:35.
6. Véase 3 Ne� 11:29.
7. Moisés 7:33.
8. Véase Isaías 54:8, 10–11, 13; véase también 3 Ne� 22:8, 10–11, 13.
9. Véase Russell M. Nelson, “Bienaventurados los paci�cadores”, Liahona, noviembre de
2002, págs. 39–41.
10. 2 Ne� 26:25.
11. Juan 14:27.
12. Doctrina y Convenios 121:36.
13. Véase Doctrina y Convenios 121:35.
14. Véase Doctrina y Convenios 121:1–6; véase también Mateo 27:46.
15. Véase Doctrina y Convenios 121:41–42.
16. Alma 41:10.
17. Véase Robert Browning, “�e Pied Piper of Hamelin”, poetryfoundation.org.
18. Véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Gordon B. Hinckley, 2016, pág. 219.
19. Gordon B. Hinckley, “La dignidad personal para ejercer el sacerdocio”, Liahona, julio de
2002, pág. 60.
20. Véase Gordon B. Hinckley, “La dignidad personal para ejercer el sacerdocio”, Liahona,
julio de 2002, pág. 20.
21. Doctrina y Convenios 121:46.
22. Alma 5:26.
23. Isaías 53:4; véase también el versículo 7.
24. Juan 14:27.
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