Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
2 3 Copyright J.E. Bolzán © 1999-2017 - El texto y los mapas del presente libro ha sido registrado y está protegido por las leyes de Copyright y Derechos de Autor. Todos los derechos reservados. Nihil Obstat: José Carlos A. D’Andrea, Pbro. Censor ad hoc Imprimatur: Mons. Nicolás Baisi Obispo Auxiliar de La Plata - Argentina La Plata, 4 de junio de 2012 Imagen Tapa: Nelly Bolzán, "Las barcas" (óleo), detalle. Diseño de tapa e interior: Gerardo E. Bolzán ASIN: B0747S3BPR Distribuido por: Amazon Digital Services LLC Primera edición: 1999 Segunda edición: 2012 Segunda reimpresión – 2013 Tercera reimpresión – 2017 Tercera edición (en cinco tomos) – 2017 4 Sobre el autor El Dr. Juan Enrique Bolzán (1926-2017), científico y filósofo a la vez, ingresó a la Carrera de Investigador Científico del CONICET en 1961, llevando a cabo estudios de cinética química. Reingresó a la misma institución en 1973, para dedicarse a la filosofía de la naturaleza. En 1983 alcanzó la categoría máxima de Investigador Superior; presidió en varias oportunidades la Comisión Asesora de Filosofía, y formó parte de la Junta de Calificación de la Carrera del Investigador. Es autor de varios libros (El tiempo de las cosas y el hombre, 1965; Qué es la Filosofía de la Naturaleza, 1967; Le Temps et la mort dans la philosophie contemporaine d’Amerique latine, antología (en pp. 141-166 aparece una selección del El tiempo de las cosas y el hombre), Toulouse 1971; Roberto Grosseteste: Suma de los ocho libros de la Física de Aristóteles, en colab. con Celina Lértora Mendoza, 1971; Continuidad de la materia. Ensayo de interpretación cósmica, 1973; Qué es la Educación, 1984; La ciencia en Aristóteles, 1984; La matemagia del laberinto, en colab. con A. R. Palacios, P. L. Barcia, J. E. Clemente, y E. Anderson, 1997; Física, Química y Filosofía Natural en Aristóteles, 2005) y de más de cien trabajos de una u otra de sus especialidades, publicados en nuestro país (Argentina) y en Alemania, Inglaterra, Méjico, Estados Unidos, España, Italia, Grecia, etc. Recientemente se han publicado cuatro obras póstumas: Fundamentos de una ontología de la naturaleza (2017), Apostillas (2017), Gropos (2017), y Big Bang y Filosofía (2017). Ha sido profesor ordinario en la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica Argentina (1959-1979); Director del Centro de Investigaciones Filosófico- Naturales (1976-1986); ha dictado cursos de postgrado en las Universidades de La Plata, Córdoba, etc. Su temprana y providencial amistad con Mons. Juan Straubinger – conocido traductor y comentador de la Biblia– lo orientó hacia los estudios bíblicos y teológicos, uno de cuyos frutos es la obra que presentamos. 5 A mi amada esposa Elba Nelly. A nuestros queridos hijos: María Cristina, Agustín Eduardo, Pablo Esteban, Andrés Guillermo, Alejandro Daniel, Gerardo Emilio; sus esposas e hijos “Este es mi Hijo muy amado. Escuchadlo” (Mt. 4,22) 6 Tabla de Contenidos Sobre el autor Prefacio a la Primera Edición Prefacio a la Segunda Edición SEGUNDO AÑO DE PREDICACIÓN-29 d. C. / 783 ab U. c. CAPITULO I: El endemoniado de Gerasa [Mc 5,1-20] Hacia Cafarnaúm La hemorroisa - La hija de Jairo [Mc 5,21-43] En Cafarnaúm : El tributo al templo [Mt 17,24-27] Rechazado en Nazaret [Mc 6,1-3 / Lc 4,23-30] Nuevo recorrido misional por Galilea [Mt 13,58; 9,35-38] Primera misión de los apóstoles [Mc 6,7;12-13 / Mt 10,5b-25;40-42] Degollación del Bautista [Mc 6,143-29 / Lc 9,9] Retornan los apóstoles [Mc 6,30-34 / Lc 9,10-11] CAPITULO II: En Betsaida Primera multiplicación de panes [Jn 6,4-12 / Mc 6,35-37 / Mt 14,19;21] Pretenden hacerlo rey [Jn 6,14-17 / Mt 14,22] Jesús camina sobre las aguas [Mt 14,24-36 / Jn 6,19-23] En Cafarnaúm - El pan de vida [Jn 6,24-59] Crisis entre los discípulos [Jn 6,60-66] Confesión de Pedro [Jn 6,67-71] Hacia Jerusalén - Pascua del 29 El paralitico de Betesda [Jn 5,1-14] El Padre y El Hijo obran conjuntamente [Jn 5,15-47;7,15-24] CAPITULO III: Por Galilea Tradiciones de los fariseos [Mc 7,1-23 / Mt 15,12-14] Por Tiro y Sidón .La mujer sirofenicia [Mc 7,24;27-30 / Mt 15,22-25] Por la Decápolis Curación de un sordo tartamudo [Mc 7,31-37] Curaciones varias [Mt 15,29-31] 7 Segunda multiplicación de panes [Mt 15,32-38] Hacia Magdala . Nuevamente, los fariseos [Mt 15,39;16,1-4] Hacia Betsaida El fermento farisaico [Mc 8,14-21 / Mt 16,12] El ciego de Betsaida [Mc 8,22-26] Viaje hacia el Norte En Cesarea de Filipo [Lc 9,18 / Mt 16,14-20] Retorno a Galilea Primer anuncio de la Pasión [Mt 16,21-23] Renunciamiento [Lc 9,23 / Mc 8,35-38 / Mt 16,28] CAPITULO IV: Hacia el sur de Galilea La Transfiguración [Lc 9,28-33 / Mt 17,5-8] Hacia Cafarnaúm Juan y Elías [Mt 17,9-113 / Mc 9,10] El niño endemoniado [Mc 9,14-29 / Lc 9,38;42-43 / Mt 17,20] Segundo anuncio de la Pasión [Mc 9,30-31 / Lc 9,44-45 / Mt 17,23] En Cafarnaúm : ¿Quién es el mayor?...[Lc 9,47 / Mc 9,33-37 / Mt 18,2-5] Por y contra vosotros [Lc 9,49-50 / Mc 9,39-41] ¡Ay de quien escandalice!...[Mt 18,6-7;10;18 / Mc 9,48-50] Perdón de las ofensas [Lc 17,3b-4] La corrección fraterna [Mt 18,15-18] El siervo implacable [Mt 18,21-35] De Galilea a Jerusalén [Jn 7,2-13] CAPITULO V: Hacia Judea Los samaritanos, hostiles [Lc 9,51-56] Llegada a Judea - Seguir a Jesús [Lc 9,57-62] Misión de los setenta y dos [Lc 10,1-11] Las ciudades impenitentes [Lc 10,12-16] Retorno de los discípulos [Lc 10,17-20] Gozo de Jesús [Lc 10, 21-24] Mi yugo es liviano [Mt 11,28-30].. Paso por Jericó - El buen samaritano [Lc 10,25-37] En Betania - Marta y María [Lc 10,38-42] CAPITULO VI: En Jerusalén Fiesta de los tabernáculos del 29 Jesús, legado divino [Jn 76,14;25-30] Conato de prendimiento [Jn 7,31-36] El agua viva [Jn 7,37-43] 8 Otro intento de prendimiento [Jn 7,44-53] La adúltera [Lc 21,37-38 / Jn 8,2-11] Jesús, luz del mundo [Jn 8,12-20] Nuevamente anuncia su partida [Jn 8,21-30] La verdad que libera [Jn 8,31-59] El ciego de nacimiento [Jn 9,1-41;10,19-21] CAPITULO VII: Excursiones por Judea y Perea “Señor: enséñanos a orar” [Lc 11,1-4] El amigo inoportuno [Lc 11,5-13] Curación de dos ciegos [Mt 9,27-31] Curación de un poseso ciego y mudo [Mt 12,22-29] Estrategia de Satanás [Mt 12,43-45] El pecado contra el Espíritu [Mt 12,30-37 / Jn 8,44] La verdadera familia de Jesús [Mt 12,46-50] ¡Guardad la palabra!...[Lc 11,27-28] La señal de Jonás [Mt 12,38-42] La luz y el ojo [Lc 11,33-36] La purificación interior [Lc 11,37-45;52] Contra la hipocresía [Lc 11,53-54;12,1] El santo temor [Lc 12,4-9] El rico insensato [Lc 12,13-21;32-34] Los servidores vigilantes [Lc 12,35-48] El fuego de Jesús [Lc 12,49-56 / Mt 10,34] Tiempo de conversión [Lc 13,1-9] La mujer encorvada [Lc 13,10-17] Últimas actividades en Perea - La puerta angosta [Lc 13,22-30] De nuevo, Herodes [Lc 13,31-35] CAPITULO VIII: Retorno a Jerusalén Fiesta de la Dedicación [Jn 10,22-28] El Buen Pastor [Jn 10,1-18;10,29-39] Hacia Perea [Jn 10,40-42] Comida en casa de un fariseo [Lc 14,1-24] El Amor Total [Lc 14,25-33] 9 Las Parábolas de la Misericordia [Lc 15,1-32] El administrador sagaz [Lc 16,1-13] El rico epulón y el pobre lázaro [Lc 16,14-31] La fe operativa [Lc 17,5-10] TERCER AÑO DE PREDICACIÓN 30 d. C. / 783 ab U. c. CAPITULO IX: Nuevamente hacia Jerusalén [Lc 17,11] Los diez leprosos [Lc 17,12-19] Advenimiento del Reino [Lc 17,20-21] La Parusía [Lc 17,22-37] El juez inicuo [Lc 18,1-8] El fariseo y el publicano [Lc 18,9-14] Cruza el Jordán hacia Perea - matrimonio y divorcio [Mt 19,1-9 / Mc 10,11-12 / Lc 16,18] La virginidad [Mt 19,10-12] Niñez espiritual [Mt 10,13-16] El rico entusiasta [Mc 10,17-22] Peligro de las riquezas [Mc 10,223-27] Pero, de quienes todo lo dejan, ¿qué?...[Mc 10,28-31] Los obreros de la viña [Mt 20,1-6] CAPITULO X: Lázaro de Betania [Jn 11,1-5 y 44] Profecía de Caifás [Jn 11,45-52] Hacia Efraím [Jn 11,54-57] Retorno final a Jerusalén .Tercer anuncio de la Pasión [Mc 10,32-34;39-45 / Mt 20,20- 21] Paso por Jericó.Zaqueo, el jefe de publicanos [Lc 19,1-10] Bartimeo [Mc 10,46b-52] Parábola de las diez minas [Lc 19,11-27] Banquete en Betania [Jn 12,1-6 / Mc 14,6-9] ABREVIATURAS BÍBLICAS BIBLIOGRAFÍA GENERAL 10 Prefacio a la Primera Edición “...Cristo, que es poder y sabiduría de Dios”. SAN PABLO, ICo 1,24 Escribimos para gente de fe; o, al menos, de buena voluntad. Por lo tanto allá van los hechos y dichos del Señor coordinados cronológicamente y brevemente comentados para ayudar a la intelección de lo actuado y a su consiguiente meditación. Porque la vida de Jesucristo no es la de un simple hombre importante, con su cronología de batallas, descubrimientos, y dichos más o menos destacables: se trata aquí nada menos que del Verbo encarnado que vino a darnos la Vida, a enseñarnos la Verdad, a prepararnos el Camino. Lo seguimos en su paso por la tierra ajustándonos a los textos evangélicos; para lo cual los coordinamos, esto es, los disponemos cronológicamente, sin repetir lo que en ellos se repite: toda vez que más de un evangelista refiere el mismo hecho, seleccionamos el que estimamos más adecuado a nuestros fines. Quiere esto decir que si bien se hallarán aquí todos los actos y dichos de Nuestro Señor, no se encontrarán los textos completos de los cuatro Evangelios. En cuanto a la cronología detallada de tales hechos, el tema es sumamente complejo y discutido por los eruditos; basaremos nuestro desarrollo teniendo en cuenta la bibliografía existente al caso; muy útiles han sido las sinopsis de Leal, Castellani, y Benoit-Boismard; así como las cronologías que aparecen en Ricciotti, Schnackenburg, Wikenhauser y otros. Por razones de claridad cronológica hemos aceptado —bajo la autoridad de Lagrange, Prat, Ricciotti, Wikenhauser, Schnackenburg y otros— la transposición de los CC. 5 y 6 de San Juan, tal como lo decimos en su lugar[1]; y en contadas ocasiones nos hemos permitido alterar la posición de algunos versículos siguiendo nuestro propio criterio, sin necesidad de advertirlo en cada caso: el perito ya lo notará; y el lector nos agradecerá que lo eximamos de un recargo de erudición. El texto sagrado aparece siempre en “letra destacada y entre comillas”, a fin de que se distinga claramente de todo otro enunciado. Utilizamos la traducción castellana que de toda la Biblia llevara a cabo, por largos años, Mons. Dr. Juan Straubinger, pretendiendo con ello rendir módico pero cordial homenaje a la memoria de quien nos despertara al amor por tales temas durante nuestras visitas a su estudio en el Seminario Mayor “San José”, de La Plata (Argentina); sin embargo introducimos algunas pequeñas alteraciones gramaticales, y disponemos el texto en forma de diálogo cuando este ocurre. Para comodidad del lector dividiremos cronológicamente nuestro relato de acuerdo a 11 los años de nuestra era, de enero a diciembre en cada caso (véase Excursus III, tomo V). Los textos bíblicos se citan según abreviaturas convencionales, al margen del cuerpo de la obra, y los Salmos se indican según la numeración de la Neo-vulgata. La “Bibliografía general” se ha reducido a obras que el lector puede hallar fácilmente. Finalmente, tres consejos para mejor aprovechar la lectura de los textos evangélicos que aquí aparecen: Primer consejo: Llevar la lectura del texto evangélico con seso, corazón, y sentido del misterio, pues allí está el Espíritu Santo, “soplo eterno de Dios”. Pedir luces y ponerse en clima, representándose al protagonista de esta historia: planta recia sin empaque; rasgos finos y varoniles; mirada penetrante sin dureza; firme y reposada voz. Segundo consejo: Seguir los desplazamientos del Señor con un mapa de Palestina y de la ciudad santa a la vista, para mejor apreciar la extensión de su labor; en nuestro Índice hemos escrito en letra destacada los diversos itinerarios, de modo que se tenga con él una suerte de “hoja de ruta”. Pero, sobre todo, situarse vivamente en cada escena, acompañando imaginativamente la acción; como aconseja S. Agustín: “Escuchemos el Evangelio como si estuviera presente el Señor” [2], hablándonos singularmente a ti, a mí, sin escudarnos en un plural aparentemente in-comprometedor; te sorprenderá el resultado de tu lectura si cambias mentalmente el “vosotros” o “a vosotros”, por “tú” o “a ti”. En algunas ocasiones haremos juntos esta experiencia, a modo de ejemplo. Tercer consejo: Una vez leída esta obrita, desecharla y continuar el resto de la vida bebiendo la Sabiduría generosamente repartida por el Espíritu Santo en los cuatro Evangelios: cada evangelista tiene sus propios detalles, sus inagotables y misteriosos pormenores como para enamorarnos de ese Dios que nos eligió —a ti y a mí, caro lector — y nos llamó por nuestro nombre a la vida (Is 43, 1), “desde antes de la creación del mundo” (Ef 1,4) y para toda la eternidad; y que por ti y por mí, y porque nos quiere con Él, no vaciló en enviar a Su Hijo como Cordero expiatorio. J. E. B. 12 Prefacio a la Segunda Edición[3] “...con tal de que concluya mi carrera dando testimonio del Evangelio de la gracia de Dios”. Ac., 20, 24 Esta segunda edición es substancialmente igual a la anterior; hemos corregido las faltas tipográficas que allí se habían deslizado, redistribuido algunos versículos para mejorar en lo posible el orden de los hechos (especialmente en los CC. 10, 13, 15 y 17); reemplazado algunas de ellos por textos equivalentes de otros evangelistas; agregado nuevos comentarios aquí y allá; y sobre ello, un poco de lima que haga la obra del autor algo menos indigna de los textos que se comentan. Nos permitimos insistir en vivir la lectura con espíritu de misterio y en presencia de Jesús, de modo tal que con el correr del tiempo el subtítulo de la obra vaya transformándose, paulatinamente, en “Mi vida en la Vida de N. S. Jesucristo según los Evangelios concordados”. No sea que tras las parábolas, milagros, alegorías y frases luminosas con las cuales quiere el Señor llevarnos consigo, perdamos de vista que se trata no de un interesante libro de espiritualidad ni de un rabí muy agudo en sus dichos y portentoso en sus hechos, sino del mismo Dios que nos habla desde su Hijo, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Cl 2,3); perla finísima por la cual hay que darlo todo (Mt 13,45). Por ello mismo es la nuestra una “crónica pedagógica”, destinada a facilitar al lector más bien la doctrina que las “fechas” en detalle de todos los acontecimientos; obra por otra parte imposible pues la vida de Jesús transcurrió en tiempos poco interesados en cronología, como lo reconocen los estudiosos del denominado “Jesús histórico”; y los mismos evangelistas no han hecho tarea de historiadores sino de predicadores, dejando en sus relatos una suerte de ayuda-memoria, resumen suficiente para la obra de predicación ordenada por Jesús. En otras palabras, aquí nos interesamos por el Jesús real y su mensaje para nosotros. J. E. B. 13 Nota del editor a la Tercera Edición Esta tercera edición en cinco tomos contiene el mismo texto de la segunda edición en un solo tomo. Por sugerencia de algunas personas, hemos decidido dividir el texto original y darles más opciones a los lectores, no sólo para adquirir separadamente el tomo que deseen leer sino también para que, aquellos que estén interesados en la colección completa, puedan disponer de los textos de una manera más cómoda, debido a que se trata de un volumen muy extenso. Tanto los capítulos como las notas al pie de cada tomo tendrán su propia numeración, sin seguir una correlación con la edición en un solo volumen. Cuando se cita solamente el nombre del autor, el título de la obra se hallará en la Bibliografía General, al final del libro. Lamentablemente el autor falleció pocos meses antes de que saliera a la luz esta nueva edición. Nos sentimos honrados de haber podido contribuir a la versión final de esta gran obra, que forma parte central de su testamento espiritual. G.E.B. 14 Mapas 15 Ilustración1: Mapa de Palestina en tiempos de N. S. Jesucristo 16 Ilustración 2: Mapa de Jerusalén 17 SEGUNDO AÑO DE PREDICACIÓN 29 d. C. / 783 ab U. c. CAPITULO I El endemoniado de Gerasa La tormenta, con la cual finalizamos nuestro capítulo precedente (Cap. V, tomo II), fue brava y parece que Jesús los dejó que se las hubieran con ella por bastante tiempo, pues entre avances y retrocesos, tornos y retornos, arribaron a la otra orilla —al pueblo de Gerasa[4]— cuando ya clareaba el día, tal como lo deja traslucir la inmediata aparición del endemoniado; pues así que “llegaron a la otra orilla del mar, al país de los gerasenos y apenas desembarcó, salióle al encuentro desde los sepulcros un hombre poseído de un espíritu inmundo, el cual tenía su morada en los sepulcros y ni con cadenas podía ya nadie sujetarle pues muchas veces lo habían amarrado con grillos y cadenas pero él había roto las cadenas y hecho pedazos los grillos y nadie era capaz de sujetarlo. Y todo el tiempo, de noche y de día, se estaba en los sepulcros y en las montañas, gritando e hiriéndose con piedras” [Mc 5,1-5]. Ya nos hemos topado con un endemoniado en Cafarnaúm (Mc 1,23), cuyo mal espíritu también maltrataba a su huésped; pero este aparece más feroz, no soportando cadenas y viviendo en zona impura, entre sepulcros; absolutamente intratable, pues. Pero ahora, “divisando a Jesús desde lejos vino corriendo, se prosternó delante de Él y gritando a gran voz dijo: —¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo? Te conjuro por Dios: no me atormentes. Porque Él le estaba diciendo: —Sal de este hombre, inmundo espíritu” [Mc 5,6-8]. Ante Jesús no le queda a ese espíritu más remedio que doblegarse hasta ir, impotente, hacia Él obligado por el poder de quien —bien sabe— lo tiene ya vencido. Podría parecer gracioso que el demonio se ampare en el nombre de Dios pero esa exclamación expresa, en buena cuenta, toda su tragedia (es, propiamente, una tragedia del diablo) de la cual no nos hacemos cargo suficientemente; pues “también los demonios creen y 18 tiemblan” [St 2,19], porque el demonio posee inteligencia angélica y sabe; pero su voluntad es perversa: debiendo amar, odia. Y nada hay más desolador que el odio pues al primero que destruye es al que odia (repárese en que aquí el demonio aparece maltratando fieramente a su huésped). El demonio sabe esto mejor que el hombre más sabio pero, réprobo al fin, en su odio a Dios se derrota a sí mismo mientras construye su mísero reino. No es el mero saber lo que salva, sino el saber amar. Así, mientras el demonio se resiste, en vano intento, a obedecer el Señor “le preguntó: —¿Cuál es tu nombre? Respondióle: —Mi nombre es Legión, porque somos muchos. Y le rogó con ahínco que no los echara fuera del país” [Mc 5,9-10]. Evidentemente se trataba de un gran número de demonios pues una legión romana se componía de unos cinco a seis mil hombres, lo que bien habían aprendido los judíos sufriéndolo en cabeza propia. Curioso aquí es el ruego de no ser enviado fuera de la región; según Lucas, piden “que no les mandase ir al abismo” [Lc 8, 31]; y en Mateo se hace aun más urgente y angustiosa la demanda: “¿Viniste aquí para atormentarnos antes de tiempo?” [Mt 9,29][5]. Parece que el sentido de las tres diferentes demandas es uno y el mismo, queriendo significar los demonios que Jesús ha adelantado el tiempo de la condena definitiva “al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles” [Mt 25,41] que acontecerá en el juicio final, “cuando el Hijo del hombre vuelva en su gloria” [Mt 25,31]. Por ahora ese demonio pretende al menos negociar su estado actual: “Ahora bien: había allí, junto a la montaña, una gran piara de puercos paciendo. Le suplicaron diciendo: —Envíanos a los puercos para que entremos en ellos. Se los permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos; y la piara, como unos dos mil, se despeñó precipitadamente en el mar y se ahogó en el agua” [Mc 5,11-13]. No es extraño hallar cerdos en esa zona del país, pues si bien estaba prohibida su cría entre los judíos (al menos lo estaba su ingestión como alimento: Lv 11,7), se trata aquí de una región semi-pagana. Pero les salió mal la elección a los demonios, dado el efecto catastrófico provocado en los cerdos, que los dejó sin morada. Y a los gerasenos, en un instante, sin dos mil cerdos (eran, pues, muchos los demonios). ¡Ingrata sorpresa! Así las cosas, “los porqueros huyeron a toda prisa y llevaron la nueva a la ciudad y a las granjas; y vino gente a cerciorarse de lo que había pasado. Mas llegados a Jesús vieron al endemoniado, al mismo que había estado poseído por la legión, sentado, vestido y en su sano juicio; y quedaron espantados. Y los que habían presenciado el hecho les explicaron cómo había sucedido con el endemoniado y con los puercos” [Mc 5,14-16]. Ver ahora juiciosamente “sentado a los pies de Jesús” [Lc 8,35] — con esa actitud del discípulo que intentará ser— al otrora poseído por una “legión” de demonios, atemoriza a estos gerasenos, probablemente politeístas por tratarse de una zona helenística y así más acostumbrados a temer que a amar a sus dioses. Por ello no se maravillan sino que se espantan del poder de Jesús; y con mayor aprecio por los bienes 19 materiales que por los espirituales, “comenzaron a rogarle que se retirase de su territorio” [Mc 5,17]. ¿No encoge el corazón la actitud de esa gente que... ¡ruega para que Jesús se aleje!? “Mas cuando Jesús se reembarcaba, le pidió el endemoniado andar con Él; pero no se lo permitió sino que le dijo: —Vuelve a tu casa, junto a los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor te ha hecho y cómo tuvo misericordia de ti. Fuese y se puso a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho por él, y todos se maravillaban” [Mc 5,18-20]. Existía al menos un agradecido: el liberado. Jesús no le permite que lo siga; tal vez se tratara de un entusiasta y, por ello mismo, era de esperar poca constancia; tal vez el Señor consideró imprudente tener un pagano en su equipo. Pero lo cierto es que a este pagano no sólo no le prohibió, como en otros casos, que relatara lo sucedido sino que cabalmente le encomendó esa tarea; en tal región no había peligro de malentender el oficio del Mesías y, por otra parte, era bueno que estos duros gerasenos y el resto de la Decápolis se fueran enterando de la Verdad. Y otro personaje misterioso, innominado este, que pasa y se pierde para la historia. Pero su obediencia dio como fruto ese maravillarse de cuantos le escuchaban. Que no es poco. Hacia Cafarnaúm La hemorroisa - La hija de Jairo Finalizado este breve y un tanto insólito viaje “a la otra orilla”, retorna Jesús “a la otra orilla” (la vereda de enfrente es siempre la otra) esto es: a la ribera occidental, concretamente “a su ciudad” [Mt 9,1]: Cafarnaúm. Allí, “habiendo Jesús regresado en la barca a la otra orilla, una gran muchedumbre se juntó alrededor de Él. Y Él estaba a la orilla del mar cuando llegó el jefe de la sinagoga llamado Jairo el cual, al verlo, se echó a sus pies, le rogó encarecidamente y le dijo: —Mi hija está en las últimas; ven a poner tus manos sobre ella para que sane y viva [Mc 5,21-24]. Era su única hija, como de doce años. Se fue [Jesús] con él y numerosa gente lo seguía, apretándolo” [Lc 8,42]. La norma habitual: aparece el Señor; se corre inmediatamente la voz; brota la multitud. De ella surge ahora un angustiado padre, jefe de la sinagoga local, con su pedido de salud para la hija. Y allá va, mansamente, el taumaturgo y con Él la muchedumbre, a los empellones, atropelladamente, dificultando la marcha. Entre ellos “había una mujer atormentada por un flujo de sangre desde hacía doce años. Mucho había tenido que sufrir por numerosos médicos y había gastado todo su haber sin experimentar mejoría; antes, por el contrario, iba de mal en peor. Habiendo oído lo que se decía de Jesús, vino entre la turba por detrás y tocó su vestido pues se decía: «Con sólo tocar sus vestidos quedaré sana»” [Mc 5,25-28]. 20“Mucho había tenido que sufrir...”. Para tener siquiera una idea de lo que había sufrido la mujer, citemos un par de ejemplos de tratamiento de su dolencia tomados del Talmud: “«Tomad el peso de un denario de goma de Alejandría, el peso de un denario de azafrán de jardín; machacadlos juntos y dadlos con vino a la mujer hemorroisa». Si esto no da remedio, se le ofrecen otros procedimientos semejantes. Y llegan hasta darle gritos diciendo que está curada [...] y también se ponen en juego recetas en las que intervienen cenizas de huevo de avestruz o excrementos de animales” [6]. Esta pobre mujer estaba, por la naturaleza de su enfermedad (metrorragia), excluida del trato con los demás pues no sólo era ella impura según la Ley sino que además impurificaba a todo el que tocare (Lv 15,19ss); por eso quería pasar inadvertida en esa acción suya tan humilde y confiada. Tentó, pues, el manto del Rabí “y al instante la fuente de su sangre se secó y sintió en su cuerpo que estaba sana de su mal” [Mc 5,29]. Otra de esas curaciones por simple contacto (cfr. Mc 3,10 y 6,56). Y aquí, ¡qué alegría! ¡Después de doce años...! Pero con su acción se puso en evidencia inmediatamente para el Maestro, pues “en el acto Jesús, conociendo en sí mismo que una virtud había salido de Él, se volvió entre la turba y dijo: —¿Quién ha tocado mis vestidos?” [Mc 5,30]. ¡Vaya pregunta, en medio de esa multitud apretujada! De allí que, no sin cierta perplejidad y un tanto amoscados, “respondiéronle sus discípulos: —Bien ves que la turba te oprime y preguntas: «¿Quién me ha tocado?»” [Mc 5,31]. Así, no le dan importancia; “pero Él miraba en su torno para ver la persona que había hecho eso” [Mc 5,32]. Todos se detienen; mientras el Rabí busca con su mirada, el silencio va cundiendo entre la gente expectante. “Entonces la mujer, azorada y temblando, sabiendo bien lo que le había acontecido, vino a postrarse delante de Él y le dijo toda la verdad” [Mc 5,33]. Esta mujer, alegre al principio por sentirse tan repentinamente curada, se alarma ahora por su atrevimiento puesto que estaba “fuera de la Ley” pero así y todo afronta la situación, tal vez aguardando una reprimenda. “Mas Él le dijo: —¡Hija! Tu fe te ha salvado. Vete hacia la paz y queda libre de tu mal” [Mc 5,34]. Bien sabía el Señor quien lo había tocado, pero aquella pregunta y la consiguiente aparición en concreto de la mujer hizo posible que esta recibiera las palabras de seguridad sobre lo acontecido; no fue un caso de convencimiento psicológico de una persona desesperada sino una real curación gracias a su fe y no por una suerte de “toque mágico”. Todo acaba bien: la mujer, curada; la multitud, sobrecogida; y nosotros, edificados y aprendiendo el grande valor de la fe por la cual Dios llega hasta dejarse arrebatar la gracia. Así las cosas, “estaba [Jesús] todavía hablando cuando vinieron de la casa del jefe de la sinagoga a decirle [a este]: —Tu hija ha muerto. ¿Con qué objeto incomodas más al Maestro?” [Mc 5,35]. ¡Cómo se habrá entristecido ese padre! Todos allí, detenidos por esa mujer, y su hija muriendo... “Mas Jesús, desoyendo lo que hablaban, dijo al jefe de la sinagoga: 21 —No temas: únicamente cree. Y no permitió que nadie lo acompañara sino Pedro, Santiago y Juan, hermano de Santiago” [Mc 5,36-37]. Va el Señor solamente con ellos, los mismos que serán también testigos privilegiados de su Transfiguración y de su agonía en Getsemaní; la turba se queda: no es cuestión de irrumpir bulliciosamente en la casa de duelo donde, al estilo judío, ya se estaba en la tarea de amortajar el cuerpo. “Cuando hubieron llegado a la casa del jefe de la sinagoga, vio [Jesús] el tumulto y a los que estaban llorando y daban grandes alaridos. Entró y les dijo: —¿Por qué este tumulto y estas lamentaciones? La niña no ha muerto sino que duerme” [Mc 5,38-39]. La costumbre hacía que en esos velatorios, de pocas horas, se exageraran las lamentaciones, rasgándose los deudos las vestiduras y arrojándose tierra sobre la cabeza; incluso se acostumbraba alquilar plañideras y flautistas que acompañaran el cortejo posteriormente. El Señor les reconviene, afirmando no haber motivo de aflicción. Pero los que estaban allí bien sabían que la niña llevaba algún tiempo muerta (el transcurrido desde la partida de la comitiva para avisar al padre) “y se burlaban de Él. Entonces hizo salir a todos, tomó consigo al padre de la niña y a la madre y a los que lo acompañaban, y entró donde estaba la niña. Tomó la mano de la niña y le dijo: —¡Talitha kum! — que se traduce: «Niñita: Yo te lo mando: levántate»” [Mc 5,40- 41]. La imperiosa frase (aramea, la lengua común que conserva aquí Mc) da su fruto “y al instante la niña se levantó y se puso a caminar, pues era de doce años. Y al punto quedaron todos poseídos de gran estupor. Y les recomendó con insistencia que nadie lo supiese; y dijo que a ella le diesen de comer” [Mc 5,42-43]. Dos recomendaciones: no hablar del milagro, dar de comer a la muchachita. Y es este último consejo el que nos embelesa al demostrarnos toda la ternura del Maestro para con la débil niña. De paso: buen gambito para sacar a los padres del estupor en que habían caído. En Cafarnaúm El tributo al templo Continuando la ruta, “Cuando llegaron a Cafarnaúm acercáronse a Pedro los que cobraban las didracmas y dijeron: —¿No paga vuestro Maestro las dos dracmas?” [Mt 17,24]. Cuando Moisés, por orden de Yahvé, procedió a hacer un censo, el mismo Dios le indicó fijar un impuesto de medio siclo (aproximadamente dos dracmas) por todo varón de veinte años en más (Ex 30,11ss); pero en la época más pobre de la Restauración, después del cautiverio y según el decreto liberador de Ciro (538 a.C.), hicieron que Nehemías dispusiera el pago de un impuesto anual de sólo un tercio de siclo (Nh 10,33) para proveer a las necesidades del Templo y el culto[7]. Dicho impuesto estaba aún en 22 vigencia y por lo visto había vuelto al valor primero, cobrándose todos los años durante el mes de Adar (nuestro febrero-marzo), cercana ya la Pascua (marzo-abril)[8], y la colecta se hacía tanto en Palestina cuanto en la diáspora, a ricos y a pobres, pues todos debían acudir a los gastos del Templo. La pregunta de los recaudadores a Pedro se explica porque no todos admitían tal impuesto; y así, mientras los fariseos lo consideraban correcto, los saduceos y galileos estaban en desacuerdo. Pero el Rabí, ¿pagaba? Pedro “respondió: —Sí. Y cuando llegó a la casa, Jesús se anticipó a decirle: —¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quién cobran las tasas o tributo: de sus hijos o de los extraños? Respondió: —De los extraños” [Mt 17,25-26a]. Jesús demuestra a Pedro que sabe lo de los recaudadores y va con su pregunta: si el tributo era para el Templo —para honrar a Dios— Él, el Hijo de Dios, estaba exento de pagar, ¿verdad? ¿Entonces? “Entonces Jesús le dijo: —Así, pues, libres son los hijos. Sin embargo, para que no los escandalicemos, ve al mar, echa el anzuelo y el primer pez que suba sácalo y abriéndole la boca encontrarás un estatero. Tómalo y dáselo por Mí y por ti” [Mt 17,26b-27]. El Señor quiere evitar el escándalo que supondría, a los ojos de ese pueblo que en su inmensa mayoría seguía a los fariseos, despreciar la Ley y el culto pero, al mismo tiempo, quería mostrarle a Pedro que Él no estaba obligado; y así, salda salomónicamente la cuestión no pagando de su bolsillo sino a través de un milagro como expresión de su independencia de la Ley; y apuntalando, de paso, la fe de Pedro. Rechazado en Nazaret Ahora, “saliendo de allí, vino a su tierra y sus discípulos lo acompañaban” [Mc 6,1]. Continúa el Señor su viaje, tomando rumbo SO, nuevamente hacia Nazaret, la aldea donde se había criado y donde había aprendido y ejercido su oficio bajo la enseñanza de José. “Llegado el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga y la numerosa concurrencia que lo escuchaba estaba llena de admiración y decía: «¿De dónde le viene esto?» Y, «¿qué es esta sabiduría que le ha sido dada? ¿Y estos grandes milagrosobrados por sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? Y sus hermanas, ¿no están aquí, entre nosotros?». Y se escandalizaban de Él” [Mc 6,2-3][9]. Llega, pues, Jesús rodeado de sus discípulos y, lo que es más, de la fama lograda tras su actividad en Cafarnaúm y alrededores; pero de allí a poco surge entre los pueblerinos el desprecio y la envidia: “Y este, ¿qué se ha creído? ¡Como si no lo conociéramos! ¿Acaso no nos arreglaba los muebles? ¡Buena viruta la que se ha comido! ¡Si le ha dado al martillo y la sierra! Y ahora, ¡con esas ínfulas! Porque, ¡vaya uno a saber cómo engatusó a la gente por allá!”. En fin: ¡Vaya con los vecinos! Pero Jesús les salió al paso 23 “y les dijo: —Sin duda me aplicaréis aquel refrán: «Médico: cúrate a ti mismo. Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm hazlo aquí también, en tu pueblo». Y dijo: —En verdad, en verdad os digo: ningún profeta es acogido en su tierra” [Lc 4,23- 24]. Echa mano el Señor a dos refranes que aun hoy continúan en uso y con los cuales está significando (especialmente con el segundo) conocer el mal espíritu de sus conciudadanos. Y para que no les quepa duda de que Yahvé —y, por lo tanto, Jesús— es libre de proceder como quiera, pasa a fundamentar esto con hechos bien conocidos de la historia bíblica: “—En verdad os digo: había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, cuando el cielo quedó cerrado durante tres años y seis meses y hubo hambre grande en toda la tierra; mas a ninguna de aquellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. Y había muchos leprosos en Israel en tiempos del profeta Eliseo; mas ninguno fue curado sino Naamán, el sirio” [Lc 4,25- 27]. En efecto: la viuda de Sarepta creyó a Elías al punto de cederle lo único que tenían para comer ella y su hijo (I Ry 17,7ss); Naamán, tras una primera rebeldía por lo que consideró inicialmente una burla, acabó por creer en las palabras de Eliseo (II Ry 5,1ss); y ambos tuvieron sus respectivos premios. Valiente es el discurso del Señor para dicho precisamente en la reunión oficial de la sinagoga, donde los oyentes esperaban ser edificados por las lecturas de la Ley. Pero Jesús sabe cuándo hay que sacudir al auditorio para llevarlo a la verdad y evitarles una soberbia colectiva de pueblo elegido. Si a profetas de la categorías de Elías y Eliseo les fue encomendado por Dios, a pesar de las urgentes necesidades de Israel, atender a sendos paganos, es claro que no existe en modo alguno un derecho de Israel que obligue al Señor; y bien puede quedar Nazaret sin milagros, a favor de otras ciudades. Fue esta una enseñanza justa pero recia y dolorosa para el orgullo de esa gente: nada menos que ese ex-carpintero, a quien más de uno de ellos ha dado órdenes y hasta tal vez maltratado de palabra urgiendo el trabajo encargado, aparece ahora como humillándolos. Se comprende entonces que “al oír esto, se llenaron de cólera todos en la sinagoga; se levantaron y, echándolo fuera de la ciudad, lo llevaron hasta la cima del monte sobre la cual estaba edificada la ciudad, para despeñarlo” [Lc 4,28-29]. A poco que se tenga cierto conocimiento del actuar irracional del hombre en multitud —las turbas, esa masa que va descontrolándose a medida que se envalentona— es fácil comprender lo sucedido. Lo que Jesús les ha dicho no es más que la verdad, está en los libros santos, es indiscutible. Pero a menudo la verdad duele y aflora la irracionalidad. Ahora, desde un: “¿Por quién nos ha tomado?” y “¡Es inaudito!”, a “¡Esto no puede quedar así!” y” ¡Démosle una lección que no olvide!”; con el agregado de que algún cabecilla erudito absolviera tal vez las conciencias recordándoles Dt 13,24 según el cual texto todo profeta que pretenda desviar del culto a Yahvé debe morir apedreado; todo 24 ello alimentó el furor hasta intentar el crimen. Pero... “Pero Él pasó por en medio de ellos y se fue” [Lc 4,30]. Este es el milagro moral más formidable del Señor, junto al de la expulsión de los mercaderes y la negativa a dar razón de su autoridad. Ser llevado a empellones por una turba furente (que por ser tal, cuando se enoja se altera aceleradamente pues cada uno quiere mostrarse más furibundo que sus vecinos) hasta llegar al borde mismo de la sima, cuando ya no falta sino el empujón final... Dejarles hacer hasta allí, volverse, clavar en ellos su mirada (¡esas miradas de Jesús!) y retornar, abriéndole camino la masa que lo observa sobrecogida, es una situación humanamente imposible. En el instante en que el Señor decide detener a esos energúmenos la acción debe de haberse congelado; enseguida, y como hipnotizados y apartados lenta pero autoritariamente por la presencia de ese Rabí que avanza sin mirarlos siquiera, los hombres se desplazan a los lados para dejar camino expedito, sin atinar ya a nada. Imponente. Nuevo recorrido misional por Galilea El Señor se retira así de su “patria chica”: si no lo quieren, Él no los forzará. Aquí agrega Mateo una curiosa aclaración: “Y no hizo allí muchos milagros a causa de la falta de fe [de ellos]” [Mt 13,58]; pues los milagros no son “pruebas de magia” para entretener ocios ni “avisos publicitarios” u “obligaciones” de Dios para con el hombre sino, en todo caso, manifestaciones de Su gracia para almas de buena voluntad: a escasez de éstas, escasez de milagros. Tendremos ocasión de volver más de una vez sobre la naturaleza y condiciones de los milagros de Jesús. Por ahora, finalizado este episodio, “Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas y proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia” [Mt 9,35]. Pero ya comienza a dejarse vislumbrar que no todo podrá concretarse a su acción personal pues la tarea se irá ampliando hasta la imposibilidad material de llegar personalmente a cada caso. Y así, “viendo a las muchedumbres, tuvo compasión de ellas porque estaban como ovejas que no tienen pastor, esquilmadas y abatidas. Entonces dijo a sus discípulos: —La mies es grande mas los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” [Mt 9,36-38]. Ovejas desprotegidas; mies que no se recoge...Roguemos, hermano, porque aun estamos en las mismas. Primera misión de los apóstoles Así las cosas, consideró el Señor que era hora ya de poner en funciones a sus discípulos, a quienes con tanto esmero preparaba, para que hicieran sus primeras prácticas. “Entonces, llamando a los doce comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos” [Mc 6,7]; con claras indicaciones acerca del campo de actividades: “—No vayáis hacia los gentiles y no entréis en ninguna ciudad de samaritanos 25 sino id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y de camino predicad diciendo: «El reino de los cielos se ha acercado»” [Mt 10,5b-7]. En esta misión primera quiere el Señor que tal como Él ha venido para atender primordialmente las necesidades de Israel (Mt 15,24), así lo hagan ahora los apóstoles; ya les pondrá a cargo de todo el mundo después de su Resurrección, una vez finalizada su actividad temporal y su obra redentora (Mt 28,19). El tema de predicación ha de ser siempre el mismo: a prepararse, que el reino viene, tal como lo anunciara Juan (Mt 3,2) y constituyó precisamente el primer mensaje al iniciar Jesús su vida pública (Mc 1,14). Y junto a la palabra, la acción: “—Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad fuera demonios. Recibisteis gratuitamente, dad gratuitamente. No tengáis ni oro ni plata ni cobre en vuestros cintos ni alforja para el camino ni dos túnicas ni sandalias ni bastón; porque el obrero es acreedor de su sustento” [Mt 10,8-10]. Les otorga así eficacia en la predicación y aun el poder de hacer los mismos milagros que Él; pero exige el Señor la máxima sobriedad en ellos como muestra de la total confianza en la Providencia: deben vivir y amar la pobreza, sin llevar dinero o bastón de defensa (bordón) ni ropa de repuesto o por ostentación(como lo era vestir dos túnicas) y aún ni calzado[10], ocupándose exclusivamente de predicar la Palabra; todo lo necesario les será dado por añadidura. “—Llegados a una ciudad o aldea, informaos de quien en ella es digno y quedaos allí hasta vuestra partida” [Mt 10,11]. El apóstol no debe descuidar su honra y la prudencia exige cerciorarse previamente de la buena fama (no de la riqueza o dignidades mundanas) de la familia donde se aloje. “—Al entrar a una casa decidle el saludo [de paz]. Si la casa es digna, venga vuestra paz a ella; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si alguno no quiere recibiros ni escuchar vuestras palabras, salid de aquella casa o de aquella ciudad y sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que en el día del juicio [el destino] será más tolerable para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad” [Mt 10,12-15]. El saludo verdaderamente cristiano no es tanto desear “la salud” —no “basta la salud”, ni es “lo principal”, contra lo que se dice habitualmente— cuanto la paz del alma que en sólo Cristo podemos hallar (Jn 16,33), bien diferente de la que el mundo puede dar (Jn 14,27); al cabo, desearles a los demás la paz es ser pacificadores, los cuales (lo hemos visto en el Sermón de la Montaña) “serán llamados hijos de Dios” [Mt 5,9]. Ahora bien: si aquella predicación no es aceptada por los habitantes de la casa o de la ciudad, deben retirarse, sin más, dando testimonio de no tener nada que ver con ellos ante esa actitud de rechazo de la Palabra de Dios; y así, han de sacudirse hasta el polvo adherido a ellos, tal como hacían los judíos a la vuelta de algún viaje por ciudades paganas, antes de ingresar a Israel. Sodoma y Gomorra, consideradas ciudades pecadoras por excelencia, sucumbieron bajo terrible castigo; sin embargo mayor lo merecerán quienes no acepten la Palabra. Grave cosa es el pecado, sí, como oposición que es a la voluntad de Dios; pero incomparablemente más grave es rechazar al mismo Dios: esto es 26 impiedad que cierra toda posibilidad de arrepentimiento (pecado contra el Espíritu Santo). Y para evitar todo entusiasmo desmedido o sentimiento “triunfalista” inmediato, va la admonición: “—Mirad que Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas” [Mt 10,16]. No todo va a ser miel sobre hojuelas y el Señor quiere alertarlos sobre un futuro de envidias, incomprensiones, malquerencias, persecuciones; no sea que todo ello los acobarde por imprevisión. Les será necesario apelar a la prudencia, virtud propia del obrar sensatamente —la serpiente era símbolo corriente de prudencia; como de la sencillez, la paloma— para evitar malos entendidos e insidias que afecten innecesariamente la predicación; pero, asimismo, han de proceder con la sencillez o simplicidad propia de la unidad de vida en la verdad, que equivale a rectitud de intención, a pureza de corazón, evitando, como consecuencia, que aquella prudencia degenere en cobardía o en el “maquiavelismo” de un cálculo puramente oportunista: al fin de cuentas, es Él quien los envía y confiados definitivamente en Su palabra han de echar las redes; pero deberán hacerlo en medio de un mundo poco propicio a la conversión y la penitencia[11]. Brevemente: han de ser “sabios para lo que es bueno y simples para lo que es malo” [Rm 16,19]. “—Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los sanedrines y os azotarán en las sinagogas, y por causa de Mí seréis llevados ante los gobernadores y reyes, en testimonio para ellos y para las naciones. Mas cuando os entregaren no os preocupéis de cómo o de qué hablaréis: lo que habréis de decir os será dado en aquella misma hora. Porque no seréis vosotros los que hablareis sino que el Espíritu de vuestro Padre es quien hablará por vosotros. Y entregará a la muerte hermano a hermano, y padre a hijo, y se levantarán los hijos contra los padres y los harán morir. Y seréis odiados de todos por causa de mi Nombre; pero el que perseverare hasta el fin, ése será salvo. Cuando os persiguieren de una ciudad huid a otra. En verdad os digo que no acabaréis [de predicar en] las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre. El discípulo no es mejor que su maestro ni el siervo mejor que su amo. Basta al discípulo ser como su maestro y al siervo ser como su amo. Si al dueño de casa llamaron Beelzebul, ¿cuánto más a los de su casa?” [Mt 10, 17-25]. Estas advertencias de los vv. 16 a 25 apuntan especialmente hacia un futuro histórico posterior a este envío de los apóstoles, ya que predice sucesos que acontecerán cuando ellos extiendan su labor a otras naciones; son reglas, pues, a tener en cuenta para el tiempo ulterior a la Ascensión del Señor y revelan muy escuetamente lo que será la historia de la Iglesia. Para entonces les promete la particular asistencia del Espíritu Santo, pues lo que digan y cómo lo digan ante sus acusadores no dependerá de la inteligencia o el discurso habilidoso de cada uno, tan aparentemente desvalidos ellos como lo estarían ante las argucias jurídicas o teológicas de los acusadores. Asimismo, insiste Jesús en que Él será siempre un “signo de contradicción”, al punto de llegar al enfrentamiento entre padres e hijos, hijos y padres. Pero ante todo ello han de perseverar en la Verdad “hasta 27 el fin”. El v.23: “no acabaréis [de predicar en] las ciudades de Israel...”, bastante difícil de interpretar, suelen admitirlo los comentaristas como referido a esa manifestación de la justicia divina que fue la ruina de Jerusalén del año 70, a manos de los romanos[12]. Sin embargo —nos permitimos opinar— en el contexto escatológico en que se desarrolla la escena tal vez se refiera a la conversión final de Israel, al fin de los tiempos, pues cuando “la plenitud de los gentiles haya entrado, todo Israel será salvo” [Rm 11,25], culminando la Parusía. Mas si es grave el peligro, grande es la dignidad que les confiere el Señor a sus enviados, al punto tal que: “—Quien a vosotros recibe a Mí me recibe; y quien me recibe a Mí, recibe a Aquel que me envió. Quien recibe a un profeta a título de profeta recibirá recompensa de profeta; quien recibe a un justo a título de justo recibirá la recompensa del justo. Y quienquiera diere de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños a título de discípulo, en verdad os digo: no perderá su recompensa” [Mt 10,40-42]. Todo discípulo que viene en tal categoría a nosotros es embajador del Señor y representa al Señor mismo; de allí las recompensas. Y de tal modo nos ama el Señor que quiere a toda costa retribuirnos hasta por el mínimo favor que hagamos a sus enviados: lo único necesario es obrar porque es Él quien nos los envía. Todo ha de hacerse por amor de Dios. Y bien: tras esto los apóstoles “partieron, pues, y predicaron el arrepentimiento. Expulsaban también a muchos demonios y ungían con óleo a muchos enfermos y los sanaban” [Mc 6,12-13]. De paso, destaquemos el escaso número de los apóstoles de los cuales se habla nominalmente; el Reino de los cielos no es para lucimiento, no comporta gloria humana alguna: es tarea, la “carga de Yahvé” de que hablan los profetas: “anda a dondequiera que Yo te enviare y habla todo cuanto Yo te dijere” [Jr, 1,7]. Luego declara: “siervo inútil he sido; lo que debía hacer, eso hice” [Lc 17,10]. Y reposa en el Señor. Degollación del Bautista Mientras tanto, “el rey Herodes oyó hablar [de Jesús] porque su nombre se había hecho célebre, y dijo: —Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las virtudes obran en Él. Otros decían: —Es Elías. Otros: —Es un profeta, tal como uno de los [antiguos] profetas” [Mc 6,14-16]. Pero a Herodes le remordía su conciencia y no se convencía y así, “no obstante esos rumores, Herodes decía: —A Juan yo lo hice decapitar. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo decir tales maravillas? Y procuraba verlo” [Lc 9,9]. 28 Porque “Herodes, en efecto, había mandado arrestar a Juan y lo había encadenado en la cárcel a causa de Herodías, [mujerde Filipo, su hermano], a quien [Herodes] había desposado. Porque Juan decía a Herodes: —No te es lícito tener a la mujer de tu hermano. Herodías le guardaba rencor y quería hacerlo morir mas no podía porque Herodes tenía respeto por Juan, sabiendo que era varón justo y santo, y lo amparaba; al oírlo se quedaba muy perplejo y sin embargo lo escuchaba con gusto” [Mc 6,17-20]. Si aceptamos la noticia del historiador judío Flavio Josefo, este episodio aconteció en la fortaleza de Maqueronte, al sud-este del Mar Muerto, donde el tetrarca[13] Herodes (Antipas) poseía un suntuoso palacio. Juan se había hecho respetable a Herodes; pero al tomar éste la mujer de su medio hermano —mujer que era, además, sobrina de Herodes — comenzó Juan sin temor, cual otro decidido Jeremías, a reprocharle su desvergonzada acción[14]: “Ciñe, pues, tus lomos, yérguete, y diles todo cuanto Yo te mandare; no les tengas miedo” [Jr 1,17]. Pero del texto de Marcos es claro que para Juan el peligro estaba de parte de la mujer y no de Herodes quien, aun dentro de su tibieza, lo defendía. “Llegó, empero, una ocasión favorable [para Herodías] cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un festín a sus grandes, a los oficiales y a los personajes de Galilea. Entró [en esta ocasión] la hija de Herodías y se congració por sus danzas con Herodes y sus convidados” [Mc 6,21-22]. La astuta Herodías sabe dónde le aprieta el zapato al sensual monarca y no vacila en utilizar a su hija —de nombre Salomé según datos de Flavio Josefo y habida en un matrimonio anterior— en danzas que si bien eran usuales en tales fiestas, estaban en general a cargo de mujeres de dudosa moral (que en estos casos es lo menos dudoso). Esta muchacha, Salomé, era de armas llevar y la danza habrá sido condigna, a juzgar por los resultados. Pues atrapado ya Herodes entre Eros y Dionisos, apretado por su sensualidad y el entusiasmo de sus convidados quienes, a la vista de la exaltación del soberano, pretenden sobrepasarse unos a otros en el elogio, alcanza su frenesí y jactanciosamente va la promesa: “Dijo entonces el rey a la muchacha: —Pídeme lo que quieras, yo te lo daré. Y le juró: —Todo lo que me pidas te lo daré; aunque sea la mitad de mi reino” [Mc 6,22b- 23]. Lo excesivo de la oferta muestra ya la pítima de Herodes; la muchacha debió de haberse quedado lela ante tal propuesta: ¡una danza procaz y el porvenir asegurado! Mas como hijita modosa y obediente, “ella salió y preguntó a su madre: —¿Qué he de pedir? Esta dijo: —La cabeza de Juan el Bautista” [Mc 6,24]. ¡Ay, Herodías, Herodías! ¡Y cómo el odio te hace despreciar hasta la mitad de un reino! Se puede sentir, tras esa rápida respuesta, la acritud, el deseo de venganza, la maldad de ese acto soberbio de triunfar (?) sobre Juan que campa por sus respetos en el 29 corazón de Herodías. Bien decían los antiguos que la corrupción de lo óptimo es pésima. Cuando la mujer, hecha verdaderamente para el amor, la ternura, la grandeza de alma, la compasión... odia, su odio es extremado, sin concesiones; aquí, verdaderamente tajante. Ahora es la nena quien, sin vacilación, “entrando luego a prisa ante el rey, le hizo su petición: —Quiero que al instante me des, sobre un plato, la cabeza de Juan el Bautista” [Mc 6,25]. La petición ha sido verdaderamente inesperada para el rey y perturbadora para la concurrencia; se oyen murmullos de admiración y expectativa por la actitud que tomará el rey, hacia quien convergen las miradas: ¿tendrá el coraje de sustentar su juramento? Mas la suerte de Juan está echada: “Se afligió mucho el rey; pero en atención a su juramento y a los convidados no quiso rechazarla. Acto continuo envió, pues, el rey un verdugo ordenándole traer la cabeza de Juan. Este [verdugo] fue, lo decapitó en la prisión y trajo sobre un plato la cabeza, que entregó a la muchacha y la muchacha se la dio a su madre” [Mc 6,26-28]. La fuerza del odio y de unos respetos humanos consentidos hasta el extremo pecado de tomar una vida contra toda justicia, han acabado con Juan[15]; la sordidez de la escena: ese verdaderamente hórrido plato que pasa de mano en mano, con la cabeza sangrante, hasta llegar a una Herodías diabólicamente regocijada, es digno complemento de esa trágica función. Todo finaliza cuando “sus discípulos, luego que lo supieron, vinieron a llevarse el cuerpo y lo pusieron en un sepulcro” [Mc 6,29]. La danza de Salomé...el mayor precio que se haya pagado jamás por una procacidad. Retornan los apóstoles Tras este triste interludio volvamos la atención a aquellos apóstoles que en el ínterin han estado haciendo lo suyo. Finalizada la tarea, retornan y “nuevamente reunidos con Jesús, le refirieron los apóstoles todo cuanto habían hecho y enseñado. Entonces les dijo: —Venid vosotros aparte, a un lugar desierto, para que descanséis un poco. Porque muchos eran los que venían e iban y ellos no tenían siquiera tiempo para comer. Partieron, pues, en una barca hacia un lugar desierto y apartado” [Mc 6,30-32]. Gozoso relato de esos enviados como avanzada de la futura Iglesia; pero Jesús sabe que entre el entusiasmo y el cansancio se hace necesario un tiempo de reposo material y espiritual, un retiro que serene los ánimos y aclare la perspectiva. Se van, pues, en la barca a un lugar aislado, no especificado por Marcos pero sí algo por Juan: Jesús fue “al otro lado del mar de Galilea, o de Tiberíades” [Jn 6,1]; y Lucas acaba por declararlo: “a un lugar apartado de una ciudad llamada Betsaida” [Lc 9,10], situada en la Gaulanítis, sobre la margen oriental, en la desembocadura del Jordán en el mar de Tiberíades. “Pero los vieron cuando se iban y muchos los reconocieron y acudieron allí, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos” [Mc 6,33].Conmueve comprobar cómo es el amor capaz de prever, de abandonar cuanto se tiene entre manos, 30 y de adelantarse a los acontecimientos. Pues si esa gente partió desde Cafarnaúm y alrededores hasta la llanura de Betsaida, debieron recorrer unos 6-7 km circundando el lago y a buen paso pues “llegaron antes que ellos”; y aun así, con peligro de equivocarse con respecto al destino de la barca. La corazonada fue exitosa pues “al desembarcar vio [Jesús] una gran muchedumbre y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” [Mc 6.34]; especialmente “les habló del reino de Dios, y curó a cuantos tenían necesidad de ello” [Lc 9,11]. Frustrado queda el retiro y descanso que el Señor quiere brindar a los suyos: ¡es tanta la necesidad que tenemos los hombres de salud en cuerpo y alma! Y Él, venido a la tierra por amor de nosotros, no podrá dejar de atender aquí y ahora a aquellos, sin dudas conmovido ante esa fe demostrada en el esfuerzo por alcanzarlo, por adelantársele... Nuevamente, nos sentimos un tanto frustrados al no saber de esas “muchas cosas” de que habló el Señor en la ocasión. Pero es bueno constatar que siempre hay mucho más en Dios de lo que sabemos. 31 CAPITULO II En Betsaida Primera multiplicación de panes Llegados a esta altura del segundo año de vida pública del Maestro, “estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos” [Jn 6,4]; se trata, pues, de principios de Nisán del 29 d.C. Su intento de retiro, señalado al fin de nuestro capítulo anterior, se ha malogrado: el buen pastor, que es capaz de dar hasta la vida por las ovejas, no deja de conmoverse por la diligencia de esa gente y les enseña “muchas cosas”, tantas que, atardeciendo ya y “siendo la hora muy avanzada, sus discípulos se acercaron a Él y le dijeron: —Este lugar es desierto y ya es muy tarde. Despídelos para que vayan a las granjas y aldeas del contorno a comprarse qué comer” [Mc 6,35-37]. El espíritu práctico de los apóstoles parece querer volver a la realidad a un Jesús absorto en esas almas que tan confiadamente se acogían a Él: “Jesús, pues, levantando los ojos y viendo que venía hacia Él una gran multitud, dijo a Felipe: —¿Dónde compraremos pan para que estos tengan qué comer? Decía esto para ponerlo a prueba pues Él, por suparte, bien sabía lo que iba a hacer” [Jn 6,5]. Felipe era un hombre práctico y sereno (ya se mostró así cuando a las reticencias de Natanael respondió con un lacónico pero efectivo: “Ven y ve”); y de una rápida mirada a esa multitud, “Felipe le respondió: —Doscientos denarios de pan no les bastarían para que cada uno tuviera un poco” [Jn 6,7]. Esos doscientos denarios representaban una cantidad de dinero no desdeñable, teniendo en cuenta que un obrero común ganaba aproximadamente un denario diario (moneda romana) equivalente a una dracma (moneda judía). “Uno de sus discípulos: Andrés, el hermano de Pedro, le dijo: —Hay aquí un muchachito que tiene cinco panes de cebada y dos peces. Pero, ¿qué es esto para tanta gente?” [Jn 6,8]. En efecto: ¿Qué podía hacerse con esos pocos panes ya que, como veremos, se habían reunido allí unos cinco mil hombres (más las mujeres, y los niños, que habitualmente no se contaban pero... ¡vaya si comían!)? “Mas Jesús dijo: —Haced que los hombres se sienten [Jn 6,10]. 32 Había mucha hierba en aquel lugar. Se acomodaron, pues, los varones, en número como de cinco mil, en cuadros de a ciento y de a cincuenta” [Mc 6,40]. Ese dato de la abundancia de hierba (adonde los conduce el buen Pastor del S 23) junto a aquel otro de la proximidad de la Pascua, nos permite reafirmar el dato cronológico dado más arriba: tiempo de primavera y mes de Nisán (marzo-abril del año 29 d. C.)[16]. Bien: dispuesta así la escena y ante la expectativa de los discípulos y de la muchedumbre, “tomó los cinco panes y los dos peces, mirando al cielo los bendijo y habiendo partido los panes, diólos a los discípulos; y los discípulos, a la gente” [Mt 14,19]. He aquí la trascendencia de las pequeñas cosas: esa madre que, previsora, procuró a su hijo el alimento (pan de cebada = pan de pobres, y peces ahumados) antes de dejarlo seguir en pos del Maestro, acaba por suministrar impensadamente el material sobre el cual hará el Rabí su milagro. Más de dos mil años hace que la venimos recordando. Así las cosas, como en cualquier convite, el paterfamilias reza la oración inicial y bendice el pan. Pero ahora se producirá el milagro pues el alimento no se acaba a medida que se reparte sino que se multiplica en manos de Jesús, quien, “cuando se hubieron hartado, dijo a sus discípulos: —Recoged los trozos que sobraron para que nada se pierda. Los recogieron, y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes que sobraron a los que habían comido [Jn 6,12]. Y eran los que comieron cinco mil varones, sin contar mujeres y niños” [Mt 14,21] Finalizada la comida y siguiendo una piadosa costumbre judía, se recuperaron las sobras. De paso, el resultado de ese rescate (¿un canasto por cada apóstol?) sirvió para mostrar la magnificencia del Señor pues hasta las sobras superan en mucho los cinco panes originales. Los canastos a que se refiere el Evangelio eran una suerte de carteras de viaje en las cuales acostumbraban llevar los judíos sus alimentos, especialmente si debían atravesar por territorio pagano, para evitar las dificultades que supondría la oferta de alimentos legalmente impuros. Pretenden hacerlo rey No es necesario majarse los sesos para imaginar el asombro y la alegría de esas personas que veían sacar y sacar comida de una pequeña canasta “sin fondo”. ¡Sí que es poderoso este Rabí! Porque tal vez recordaron ellos en ese momento la multiplicación que aconteció cuando Eliseo, el gran taumaturgo entre los profetas, dio de comer a cien hombres con los veinte panes de cebada que le trajeron, ordenando a su criado los repartiera; y cuando éste le objetó: “—¿Cómo? ¿Esto he de servir a cien hombres? Replicóle él: —Dáselo a la gente para que coma, porque así dice Yahvé: «Comerán y aun sobrará»” [IIRy 4,43]. Ahora la escena era evocadora pero de mayor calado: “Entonces aquellos hombres, a la vista del milagro que acababa de hacer, dijeron: —¡Este es verdaderamente el Profeta, el que ha de venir al mundo!” [Jn 6,14]. 33 Pero “Jesús, sabiendo que vendrían a apoderarse de Él para hacerlo rey, se alejó de nuevo a la montaña, Él solo” [Jn 6,15]. Esa buena gente equivocó el camino llevada por el entusiasmo y los aires mesiánicos que saturaban el ambiente; no era proselitismo político lo que Jesús pretendía con esa demostración de poder sobre la materia sino concretar una aplicación del “Buscad, pues, el Reino de Dios y su justicia y todo [la comida aquí] se os dará por añadidura” [Mt 6,33], realizada en pro de quienes lo habían seguido tan espontánea cuanto confiadamente. Ahora bien: antes de alejarse “obligó a sus discípulos a reembarcarse, precediéndole, a la ribera opuesta mientras Él despedía a la muchedumbre. Despedido que hubo a las multitudes subió a la montaña para orar aparte; y caída ya la tarde estaba allí, solo” [Mt 14,22]. De este modo, mientras declina el día Jesús se retira a orar al amparo de las primeras sombras. Llama la atención que tanto Mateo cuanto Marcos digan que “obligó” a los discípulos a tornar a la barca, lo cual permite barruntar algún conato de contagio en ese medio exaltado. Sea de ello lo que fuere, obedeciendo “bajaron los discípulos al mar; y subiendo a la barca se fueron al otro lado del mar, hacia Cafarnaúm, porque ya se había hecho oscuro y Jesús no había venido aun a ellos” [Jn 6,16-17]. Jesús camina sobre las aguas En los veranos de Palestina no era raro que al fresco de la noche se desatara una borrasca debida a los vientos fríos que descendían preferentemente del NO (véase el episodio de la tempestad apaciguada, Capítulo V, tomo II, fin, Mc 4,35); eso les acontecerá, precisamente ahora, a los discípulos ya que “estando la barca muchos estadios lejos de la orilla, era combatida por las olas pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche [Mt 14,24-25], después de haber avanzado veinticinco o treinta estadios, vieron a Jesús que caminaba sobre el mar, aproximándose a la barca; y se asustaron” [Jn 6,19]. Según el cómputo romano, la cuarta vigilia de la noche corresponde al período comprendido entre las tres y las seis de la madrugada[17]. A esa hora, con la borrasca zarandeando la barca, una figura caminando tranquilamente sobre esas agitadas aguas no era asunto que tranquilizara a nadie y menos a esos hombres rudos, duros de mollera; razón por la cual “los discípulos, viéndolo andar sobre el mar, se turbaron diciendo: —¡Es un fantasma! Y en su miedo se pusieron a gritar. Pero enseguida les habló Jesús y dijo: —¡Animo! Soy Yo. No temáis” [Mt 14,26-27]. Esta declaración los calma un poco; pero sólo un poco. ¡Vaya uno a saber qué es esto, en verdad! La voz parece conocida, mas en el fragor de la tormenta y ajetreados como lo estaban la cosa no sería tan llevadera. Al animoso Pedro se le ocurre, en la circunstancia, intentar una contraprueba razonando que si en verdad se trata del Señor nada le costará hacer que él, Pedro, también camine sobre el agua. “Entonces respondió Pedro y le dijo: 34 —Señor: si eres Tú, mándame ir a Ti sobre las aguas. Él le dijo: —¡Ven! Y Pedro, saliendo de la barca y andando sobre las aguas, caminó hacia Jesús. Pero viendo la violencia del viento se amedrentó y como comenzara a hundirse, gritó: —¡Señor, sálvame!” [Mt 14,28-30]. Habitualmente los predicadores ponen el énfasis en la falta de fe de Pedro, como lo hará notar el Señor al cabo; mas la verdad es que asimismo hay que admitir su valentía: no cualquiera estaría dispuesto, en medio de una tormenta, a salirse de una barca y ensayar, por primera vez en la historia, apoyar sus plantas sobre esa superficie embravecida —tan reconocidamente poco apta como para afirmarse sobre ella— y comenzar a caminar a seguido de ese simple imperativo. ¿Qué habrías hecho tú, lector? Mejor será que no intentes responder. Admiremos el corazón generoso de Pedro, fuerte, decidido...pero humano al fin. El hombre se hunde en la misma medida en que la fe flaquea; o en mayor medida, si se admite nuestra propuesta de la progresión geométrica dicha (Capítulo V, tomo II, Mc 4,21-25y comentario). Ahora la rápida apelación al Señor restablece la situación pues “al punto tendió Jesús la mano y asió de él, diciéndole: —¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?”. Y cuando subieron a la barca el viento se calmó. Entonces los que estaban en la barca se prosternaron ante Él diciendo: —Tú eres verdaderamente el Hijo de Dios” [Mt 14,31-33]. Esos rudos pescadores, que saben lo suyo de aguas y de tormentas, han visto ahora algo más que calmarse la tempestad; y ya no se preguntan: “¿Quién es, entonces, Éste que aun el viento y el mar le obedecen?” [Mc 4,41]; han aprendido mucho más tras la multiplicación de panes y peces y de esta marcha sobre el agua con la cual Jesús se les muestra Señor de la naturaleza para prepararlos a lo que seguirá inmediatamente en la sinagoga de Cafarnaúm. Por ahora la paciente instrucción del Maestro va dando sus resultados. Con Jesús en ella, “enseguida la barca llegó a la orilla, adonde querían ir” [Jn 6,21]. Habían recorrido esos 25-30 estadios = 5-6 km y si bien poco les faltara para la orilla, ya acallado el temporal y con el Señor embarcado, sorpresivamente llegan a destino inmediatamente. Ahora bien: según Marcos la barca se dirige “hacia la otra orilla, en dirección a Betsaida” [Mc 6,45]; pero de acuerdo con Mateo, “habiendo hecho la travesía, llegaron a la tierra de Genesaret” [Mt 14,34]. ¿Dónde desembarcó, pues, Jesús? Si consideramos Betsaida sólo como la dirección que originalmente tomara la barca a partir de algún punto en la costa de la zona desértica y para recoger a Jesús, pero no como necesario destino; y tenemos en cuenta que la tormenta los desvió decididamente de la derrota, y que Genesaret es la antigua Kinneret (citada, por ejemplo, en Nm 34,11 y Jo 12,3) situada donde luego se edificó Cafarnaúm, la barca atracó en tierras de Genesaret y muy cerca de Cafarnaúm, donde al cabo hallaremos a Jesús[18]. Allí “los hombres del lugar, apenas lo reconocieron, enviaron mensajes por toda la 35 comarca y le trajeron todos los enfermos. Y le suplicaban los dejara tocar tan solamente la franja de su vestido y todos los que tocaron quedaron sanos” [Mt 14,35-36]. Esto de “hombres del lugar”, así imprecisamente nominados, parece corroborar nuestra suposición geográfica: la barca arribó a una cierta región, no a una determinada ciudad o aldea; y desde esa zona se dirigió el Señor a Cafarnaúm. ¿Qué ha ocurrido, entre tanto, con aquella gente tan maravillosamente alimentada? Pues, “al día siguiente, la muchedumbre que permaneció al otro lado del mar notó que había allí una sola barca y que Jesús no había subido en ella con sus discípulos sino que estos se habían ido solos. Otras barcas llegaron de Tiberíades junto al lugar donde habían comido el pan, después de haber el Señor dado gracias” [Jn 6,22-23]. La luz del día pone de manifiesto el retiro del Rabí y los discípulos. Para hacer más claro el texto, de sí un poco confuso por su concisión, debe interpretarse como que esa gente se dio cuenta de que había habido allí una única barca, se enteraron de que Jesús no había subido en ella y que tampoco lo hallaban en las inmediaciones; el oportuno arribo de barcas partidas de Tiberíades (adonde, por lo visto, había llegado noticia de la transitoria residencia de Jesús) allanará la situación, como se verá inmediatamente. En Cafarnaúm - El pan de vida Cuando los recién llegados de Tiberíades se hallaron con ese panorama, se llevaron un chasco: después de tanta tarea, el Maestro ya no estaba allí. Mas para esa gente de trabajo, práctica y resuelta, la cosa era de poca monta; y así, “cuando la muchedumbre vio que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, buscando a Jesús” [Jn 6,24]. Era ya suficientemente conocida la actividad del Rabí como para poder suponer, fundadamente, el destino de su nuevo viaje; y con eso les bastó. Tuvieron éxito, “y al encontrarlo del otro lado del mar, le preguntaron: —Rabí, ¿cuándo llegaste acá?” [Jn 6,25]. Tal vez ese impreciso “al otro lado del mar” quiera significar que lo hallaron de camino a la sinagoga y así, peripatéticamente, comenzó un diálogo aparentemente trivial. Pero Jesús desecha una pregunta puramente curiosa y, llegados a la sinagoga, encara a la multitud tomando pie en aquella intención de consagrarlo Jefe temporal: “Jesús les respondió y dijo: —En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque visteis milagros sino porque comisteis de los panes y os hartasteis” [Jn 6,26]. ¡Y no era para menos! Piensa, lector, si tuviéramos hoy un ministro de economía que así, tan rápida cuanto efectivamente, resolviera los problemas de alimentación: ¿Quién no lo votaría? Pero Jesús no está para esos menesteres: sus milagros son para convencer de su Persona y doctrina; son señales de esos tiempos que corren y no sustitutos del trabajo franco y sostenido. De allí que, situándose como de costumbre en un punto de vista sobrenatural, les aconseje: “—Trabajad no por el manjar que pasa sino por el manjar que perdura para la vida eterna y que os dará el Hijo del hombre, porque a Éste ha marcado con su 36 sello el Padre, Dios” [Jn 6,27]. En el caso de la samaritana fue el agua; aquí, el pan. Pero siempre apuntando a la vida eterna. Y siempre es Jesús el oferente, acreditado (sellado, por analogía con la acreditación de documentos legales) por el Padre, quien lo puso de manifiesto en el bautismo con su Palabra y la aparición del Espíritu; y lo confirmará otorgándole, al fin de su vida terrena, aquella gloria que eternamente goza el Verbo (Jn 17,5) quien, a su vez, la dará a los suyos (Jn 17,22)[19]. Un tanto atónitos habrán quedado sus oyentes; mas, reaccionando al fin, “le dijeron: —¿Qué haremos, pues, para hacer las obras de Dios?” [Jn 6,28]. Las obras... pero al fin de cuentas existe sólo una obra originaria. Por eso “Jesús les respondió y dijo: —La obra de Dios es que creáis en Aquel a quien Él envió” [Jn 6,29]. Los oyentes piensan en hacer cosas pero Jesús sólo les habla de la obra, así, en singular bien marcado; pues todo depende definitivamente de creer en Él y lo demás — aquí también— vendrá dado por añadidura: quien cree en Él, si saca todas las consecuencias de esa actitud fundamental, creerá en todo cuanto Él haga, proponga, aconseje u ordene y con ello será dócil a la Palabra de Dios. Pero como bien entienden que Jesús se hace enviado de Dios, vuelven a lo suyo pidiendo señales; y a pesar de cuanto han presenciado hasta ahora y especialmente aquella reciente multiplicación de panes y peces, a la que muchos de ellos han asistido, “le dijeron: —¿Qué milagros haces Tú para que, viéndolos, creamos en Ti? ¿Qué obras haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto como está escrito: «Les dio a comer un pan del cielo»” [Jn 6,30-31]. Relacionan de este modo la prédica de Jesús con el caso de Moisés, el gran profeta y conductor del pueblo hebreo, quien en momentos de hambre, cuando el pueblo en el desierto de Sin clamaba por las “ollas de Egipto”, rogó a Yahvé; y Yahvé les respondió: “—Mira: Yo haré llover sobre vosotros pan del cielo” [el maná] [Ex 16,4]. Cuando este maná apareció con el rocío de la mañana siguiente, “díjoles Moisés: «Este es el pan que Yahvé os da por alimento»”, con el cual se sustentaron durante cuarenta años “hasta que llegaron a tierra habitada” [Ex 16]. Es de este maná del cual dice el Sabio: “Alimentaste a tu pueblo con manjar de ángeles y le suministraste del cielo un pan aparejado sin fatiga de ellos, que contenía en sí todo deleite y la suavidad de todo sabor” [Sb 16,20]. Pero poniendo ahora las cosas en su justo punto: “Jesús les dijo: —En verdad, en verdad os digo: no os dio Moisés el pan del cielo. Es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo” [Jn 6,32]. Debió de serles llamativo a algunos ese cambio de tiempo de verbo entre el pasado de Moisés que “no os dio”, y el presente de su Padre que “os da”. E inmediatamente los lleva Jesús adonde quiere tenerlos: “—Porque el pan de Dios es Aquel que desciende del cielo y da lavida al mundo” [Jn 6,33]. El verdadero pan del cielo es el mismo Jesús, enviado por el Padre para dar vida a 37 todos y no solamente a los hebreos. Por ahora no se trata aquí, inmediatamente, del Pan eucarístico sino del mismo Verbo encarnado, que trae la salvación al mundo con la predicación de la Verdad. ¿Podían comprender esos oyentes lenguaje tal? Como en el caso del agua para la samaritana, entienden mal lo de aquel pan de Moisés, que “venía de lo alto”; mas, guardando todavía memoria inmediata del que comieron, “le dijeron: —Señor: danos siempre este pan” [Jn 6,34]. Para acabar de disipar el equívoco los sacude el Señor con una pasmosa revelación: “Respondióles Jesús: —Yo soy el pan de vida; quien viene a Mí no tendrá más hambre; y quien cree en Mí nunca más tendrá sed” [Jn 6,35]. Con esos dos símiles fundamentales: calmar para siempre hambre y sed, señala que en Él se agotan todas las ansias espirituales... si aceptan la oferta. “—Pero os lo he dicho: a pesar de que me habéis visto, no creéis” [Jn 6,36]. Señales, ya ha dado suficientes; doctrina, ha salido de Él profunda, sorprendente, dicha con una autoridad que los asombra. Pero el corazón no acaba de asentir y no le creen. Lo que va del ver y palpar, a la fe: se pudo haber convivido con Él entonces; se puede hoy ser un gran erudito en cuestiones teológicas y escriturarias; se puede... y no tener fe. Porque la fe es una virtud sobrenatural infundida gratuitamente por Dios, pero exige del hombre un asentimiento vital, pleno, a lo propuesto: “El justo vivirá por la fe” [Ha 2,4]: no con la fe, tal como si la llevara del brazo para exhibirla; no ante la fe, estudiándola como si de un curioso caso psicológico se tratara; sino por o de la fe como de ese alimento que busca y, encontrado, adereza con la oración, el estudio y la mortificación. Así, goza de la fe y esa fe le acrece y le fortalece hasta hacerle irradiar luz y vida. Pero, a mejoría con el alimento, es la fe una riqueza muy peculiar, pues tanto más se incrementa cuanto más se comparte en obras de misericordia. Por el contrario: sin obras, muere (St 2,17)[20]. “—Todo lo que me da el Padre vendrá a Mí y al que venga a Mí no lo echaré fuera, ciertamente; porque bajé del cielo para hacer no mi voluntad sino la voluntad del que me envió” [Jn 6,37-38]. ¡Cómo habría de rechazarlos Jesús si va a dar la vida por ellos! Ya, en esos mismos momentos, les está dando sus fatigas y los dolores del desprecio y la desconfianza. Desde el principio abandonó, haciéndose hombre por amor de nosotros, la absoluta Paz y Felicidad de la vida trinitaria; muy pronto dejará de lado toda su imponente personalidad, pendiente de la cruz; y acabará por abandonar toda apariencia bajo las especies del pan y del vino, donde “se esconde también Su humanidad” (himno “Adoro te devote”). Misterio de amor. Y esto, ¿por qué? “—Ahora bien: la voluntad del que me envió es que no pierda Yo nada de cuanto Él me ha dado sino que lo resucite en el último día. Porque esta es la voluntad del Padre: que todo aquel que contemple al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna; y Yo lo resucitaré en el último día” [Jn 6,39-40]. Sea por la negativa (no perder), sea por la positiva (resucitarlo), de todos cuida Jesús 38 porque tal es la voluntad del Padre que a salvar lo envió; pero para ello hay que “contemplar” al Hijo, enterarse de su Evangelio, tratarle y creer en Él para —llegados a este punto— retornar a la contemplación y la acción en novedad de vida. ¿Negará alguien que este entero discurso del Señor es un recio “poner las cartas sobre la mesa”? Hasta aquí todo había sido milagros y doctrina, esto es: “señales” y conceptos nuevos y sorprendentes; ahora... pues ahora se trata de la misma Persona reclamando la adhesión a Él como a enviado del Padre y, por lo tanto, expresando toda verdad: Él es el Hijo de Dios, “resplandor de Su gloria e impronta de Su substancia” [Hb 1,3]. Nuevamente, es comprensible la reacción del público: “Entonces los judíos se pusieron a murmurar contra Él porque había dicho: «Yo soy el pan que bajó del cielo»; y decían: -«¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y cuya madre conocemos? ¿Cómo, pues, ahora dice: «Yo he bajado del cielo?»” [Jn 6,41-42]. Es, en efecto, tan inaudito el contraste entre lo ahora oído y lo que de ese hombre saben “por vista de ojos”, que en las almas preparadas habrá comenzado ya a prender de firme el elemento sobrenatural de todo esto; pues o se está frente a un colosal despropósito que no parece llevar camino, o ante un hombre de Dios que viene a proclamar una nunca escuchada verdad. Y por cuanto ese Rabí goza de muy amplia y justa fama de santo de Dios, aquí debe haber algo profundo detrás de toda apariencia. Ponte, como de costumbre, en el lugar, lector, y contéstate con la mano en el corazón: comprenderás en gran parte la conmoción que pudo haber provocado todo ello en las almas de buena voluntad. Pero aun ese esbozo de aceptación sólo puede constituir un primer paso: lo decisivo es la acción de Dios, pues la fe es un don de Él venido; por eso, “Jesús les respondió: —No murmuréis entre vosotros. Ninguno puede venir a Mí si el Padre que me envió no lo atrae y Yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas [Is 54,13]: «Serán todos enseñados por Dios». Todo el que escuchó al Padre y ha aprendido viene a Mí. No es que alguien haya visto al Padre sino Aquel que viene de Dios. Ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna” [Jn 6,43-47]. Tomando pie en la murmuración de quienes “sabían” (creían saberlo) quién era Jesús, continúa ampliando el Maestro su enseñanza. Todos son “enseñados por Dios” —tal como estaba profetizado que acontecería en los tiempos mesiánicos, esto es: ahora, precisamente— y he aquí a Dios (Jesús) llevando a cabo la profecía; no se trata de “ver” al Padre: eso sólo el Hijo puede hacerlo (con lo cual se declara Dios Él mismo), sino de escuchar y aceptar lo del Padre que va por boca del Hijo, para tener vida eterna. Es llamativo cómo insiste Jesús, a través de toda esta larga escena, en la vida eterna y la resurrección, como machacando cerebros y corazones hasta que entiendan y se salven. Retornando ahora al pan, va la declaración final: “—Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron. He aquí el pan, el que baja del cielo para que uno coma de él y no muera” [Jn 6,48-50]. 39 He aquí una aclaración de la mayor importancia pues hasta ahora el pan de vida era el mismo Jesús, dado por el Padre (v.32), “Aquel que desciende del cielo y da la vida al mundo” (v. 33); “pan de vida” al que hay que recurrir para no tener ya sed ni hambre (v. 35); que bajó del cielo para hacer la voluntad del Padre (v. 38) que consiste en que crean en el Hijo para tener vida eterna (v. 40). Pero si todo ello podía tal vez entenderse de modo alegórico, ahora lo que el Señor está ofreciendo es... ¡comerlo a Él mismo! Inaudito. Mas así queda claramente establecida la diferencia entre el maná, pan de circunstancias, y el Pan de vida que habrán de comer, sí, y será alimento de inmortalidad. Ellos ya sabían del primero y su resultado era historia bien conocida en Israel; pero, ¿qué, de este segundo y su promesa? Pues... allí está. ¿Necesitan — necesitamos— mayor insistencia? Allá va: “—Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre y el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo” [Jn 6,51]. El verdadero “pan vivo” ya no es sólo “el que bajó del cielo” sino un pan de tal modo especialísimo que, en un futuro indefinido por ahora, resultará ser un verdadero alimento espiritual; y tan vivo es que no se trata sino de su propia carne. ¿Sorpresa? ¿Admiración? ¿Indignación? (“Pero, ¿he oído bien? ¿«Eso» es lo que pretende darnos?”). Tales eran, probablemente, los pensamientos de los oyentes quienes “empezaron a discutir entre ellos y a decir: «¿Cómo puede éste darnos la carne a comer?»” [Jn 6,52]. Con buena voluntad uno continúa explicándose
Compartir