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Reificacion_o_reconocimiento_en_la_nueva

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Universidad Nacional de Rosario 
Facultad de Ciencia Política y RRII 
 
 
 
CURSO ACREDITABLE DE DOCTORADO 2010 
 
 
EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 
 
 
 
 
Profesora: Dra. Alicia Gonzáles Saibene 
 
 
 
 
¿Reificación o Reconocimiento en las nuevas Políticas? 
 
 
Lic. Sandra Bustamante 
8 de octubre de 2010
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Toda reificación es un olvido 
Max Horkheimer y Theodor W. Adorno 
Dialéctica de la Ilustración 
 
 
 
¿Existe realmente una crisis de los paradigmas clásicos? ¿Podemos identificar la llegada 
de nuevos paradigmas que cuestionen premisas y nociones que orientaron hasta hoy la 
actividad científica? Sin teoría científica no puede existir práctica científica, es decir, 
práctica que produzca conocimientos científicos nuevos. Toda ciencia descansa sobre su 
teoría propia y el hecho de que ésta cambie, se complique o se modifique a la par del 
desarrollo de la ciencia considerada, no modifica en nada la cuestión. 
 
¿Se ha producido una crisis del Marxismo? Dice Derrida en Espectros de Marx: “En un 
tiempo del mundo, hoy día, en estos tiempos, un nuevo orden mundial intenta estabilizar 
un desarreglo nuevo, necesariamente nuevo, instalando una forma de hegemonía sin 
precedentes. Se trata, pues, aunque como siempre, de una forma de guerra inédita. Por lo 
menos se parece a una gran conjuración contra el marxismo, un conjuro del marxismo: 
una vez más otro intento, una movilización nueva, siempre nueva para luchar contra él, 
contra aquello y contra aquellos a los que el marxismo representa y seguirá 
representando…” (Derrida: 1998: 63) 
 
En realidad nadie puede cuestionar su importancia. La mayoría de los intelectuales y 
profesionales de las ciencias sociales no pueden producir conocimientos verdaderamente 
científicos en su especialidad sin reconocer que la teoría fundada por Marx es 
indispensable. “Leer El Capital como filosofía es exactamente preguntarse acerca del 
objeto específico de una disciplina científica y la relación específica entre ese discurso y 
su objeto; es, pues, plantear a la unidad discurso – objeto el problema de los títulos 
epistemológicos que diferencian esa unidad precisa de otras formas de unidad discurso – 
objeto” (Althusser:19). El Capital contiene, uno de los tres más grandes descubrimientos 
científicos de toda la historia humana: el descubrimiento del sistema de conceptos (por lo 
tanto, de la teoría científica) que abre al conocimiento científico lo que podríamos llamar el 
Continente – Historia. Los conceptos son nociones abstractas. Desde el Prefacio del Libro 
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I, Marx nos advierte que la abstracción es no sólo la existencia de la teoría sino también el 
método de su análisis. Las ciencias experimentales disponen del “microscopio”, la ciencia 
marxista no tiene “microscopio”: debe servirse de la abstracción, que “hace las veces de 
microscopio”. 
 
Si el marxismo ha sido sustituido, debemos tener en cuenta que aun cuando hablamos 
del fin del marxismo, éste es un dogma que tiende a ser “un discurso dominante. Pero 
seguimos hablando en clave marxista (…) Confiamos, al menos provisionalmente en esa 
forma de análisis crítico que hemos heredado del marxismo: en una situación dada, y con 
tal que sea determinable y determinada como la de un antagonismo sociopolítico, una 
fuerza hegemónica aparece siempre representada por una retórica y por una ideología 
dominante, cualesquiera que sean los conflictos de fuerzas, la contradicción principal o las 
contradicciones secundarias, las sobredeterminaciones o los relevos que, luego, puedan 
complicar dicho esquema – y por tanto, incitarnos a sospechar de la simple oposición 
entre lo dominante y lo dominado, incluso de la determinación última de las fuerzas en 
conflicto…” (Derrida, 1998:67) 
 
En este breve trabajo nos proponemos analizar la reificación, un concepto vinculado a las 
nociones de Marx de alienación y fetichismo de la mercancía y enunciar el contrapunto 
existente con el reconocimiento, concepto que algunos teóricos como Axel Honneth, Seyla 
Benabib, Iris Marion Young, Charles Taylor y Nancy Fraser, entre otros, han analizado en 
los últimos años, y puesto en contrapunto como categorías de diagnóstico de la época y 
de crítica social. 
 
Un punto de partida: El Fetichismo en la obra de Marx 
El apartado sobre el fetichismo aparece en el Capítulo 1 de El Capital, en el momento en 
que introduce el tema de la recepción, de la decodificación, cómo las personas se 
representan en su subjetividad ese sistema productivo protagonizado por el intercambio 
de mercancías. Deconstruyendo el funcionamiento de los actos cotidianos de intercambio 
de mercancías se puede establecer las etapas y procesos lógicos que intervienen y que 
no son registrados por la conciencia de las personas. La generalización del intercambio 
de mercancías torna invisible el carácter relacional que da origen al valor. Éste aparece 
como una cualidad intrínseca de la mercancía y no como una cualidad relacional, 
básicamente social, que surge del interjuego de la economía. El eje del proceso que 
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describe Marx reside en la mercancía y en su representante y máximo fetiche: el dinero. 
“El valor monetario adquiere presencia dominante en la vida social, y con ello se ataca la 
diferencia, impera una igualdad abstracta. El dinero es la superación de toda diferencia 
cualitativa, su igualación en el plano de la cantidad. Con la generalización del intercambio 
mercantil, en el mundo de las mercancías, en el mercado, comienza a funcionar esa 
supresión de las diferencias: todo es homogéneo, todo es igualable y susceptible de ser 
valorado en términos de dinero. Se desplazan los aspectos cualitativos de los objetos 
útiles; en el plano de la conciencia, las diferencias no desaparecen pero se distancian, 
pasan a segundo plano”. (Margulis, 2006:35) 
 
Este milagro social opera sobre las significaciones, sobre la cultura. En la sociedad 
capitalista, el poder del mundo del dinero (mercados, capital financiero) tiende a que todo 
se vuelva mercancía, pasando a predominar el valor de cambio por sobre el valor de uso, 
la cantidad sobre la calidad. La transformación en mercancía involucra un proceso de 
empobrecimiento de los significados, los bienes se igualan en tanto que, en la lógica del 
mercado, cada vez más abarcadora, sus diferencias se dejan de apreciar. 
 
La reificación en Lukacs 
En el concepto de reificación utilizado en las décadas del 20 y el 30 parecían 
concentrarse las experiencias históricas que marcaron la República de Weimar bajo la 
presión del creciente desempleo y de las crisis económicas; las relaciones sociales daban 
la impresión de una instrumentalidad fría y calculadora, el amor artesano por las cosas 
había cedido frente a una actitud de disposición puramente instrumental, y aún las 
experiencias interiores de los sujetos permitían entrever el hálito helado de una docilidad 
interesada. Estas difusas tendencias fueron comprendidas bajo el denominador único de 
reificación. 
 
Gyorgy Lukács en su obra “Historia y conciencia de clase. Estudios de dialéctica marxista” 
en realidad prosigue la reflexión de Marx sobre el fetichismo con el concepto de 
reificación1. Señala que el carácter de fetiche de la mercancía tiene consecuencias 
ideológicas que influyen sobre la vida de las sociedades en que impera el modo capitalista 
 
1 Esta conceptualización se basa en la famosa frase de Marx, en el apartado sobre el fetichismo, en la que señala que 
las relaciones sociales que se establecen entre los trabajos privados de los productores aparecen, “no como 
relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas”, (Marx,1988:38) 
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de producción, en las que las formas mercantiles se han generalizado penetrando todas 
las manifestaciones vitales e incluyendo al trabajador, para quien su propiafuerza de 
trabajo adquiere la forma de una mercancía que le pertenece. Se trata de un “fenómeno 
social fundamental de la sociedad capitalista: la transformación de las relaciones humanas 
cualitativas en atributo cuantitativo de las cosas inertes, la manifestación del trabajo social 
necesario empleado para producir ciertos bienes como valor, como cualidad objetiva de 
esos bienes, la reificación que se extiende en consecuencia progresivamente al conjunto 
de la vida psíquica de los hombres en la cual hace predominar lo abstracto y cuantitativo 
sobre lo concreto y lo cualitativo” (Goldmann: 1962). “Una relación entre personas 
adquiere un carácter de cosidad” (Lukacs, 1987: pp. 257-397) 
 
La reificación implica que el hombre es capaz de olvidar que él mismo ha creado el 
mundo humano y, además, que la dialéctica entre el hombre y sus productos pasa 
inadvertida para la conciencia. El mundo reificado es, por definición, un mundo 
deshumanizado, que el hombre experimenta como facticidad extraña. (Berger y 
Luckmann, 1968) 
 
La reificación alcanzaría al propio trabajador, tipificado y calculable en tanto poseedor de 
la mercancía básica para el funcionamiento de la economía y la creación del valor: la 
fuerza de trabajo. El trabajador y sus aspectos humanos son presentados como cosa, se 
convierten en mera cosa: fuerza de trabajo, tiempo de trabajo, trabajo abstracto. El trabajo 
que el trabajador despliega en un sistema productor de mercancías deja de devolverle la 
conciencia de su potencia creadora. Las condiciones de trabajo se vuelven 
progresivamente tales, que el trabajador, atomizado, “partícula suelta inserta en un 
sistema ajeno”, desarrolla tareas fragmentadas, sometido a sistemas modernos de 
organización del trabajo que raramente le permiten relacionarse con el producto 
terminado” (Lukacs,:97-98). El trabajador individual, en cuanto fuerza de trabajo, se torna 
cuantificable, mensurable, predecible, un fragmento del trabajo social, una imperceptible 
incidencia en las estadísticas. A medida que evoluciona el sistema capitalista, alcanzando 
grados cada vez mayores de abstracción y solidificación, va progresando “la estructura 
cosificadora en la conciencia de los hombres” (Lukacs: 111) “Las cosas parecen cobrar 
vida y eso se expresa en lenguaje ordinario: a nadie sorprende comprobar que el capital 
produce intereses o que el dinero genera dinero: el dinero trabaja, el capital produce, la 
tierra genera renta” (Margulis, 2006:37) 
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Algunos autores contemporáneos, se refieren a la reificación para designar formas 
especialmente extremas de utilización instrumental de las personas, y por lo tanto 
moralmente desdeñable. Sin embargo, para Lukacs, “todos los miembros de la sociedad 
capitalista se han socializado de la misma manera en el sistema de conducta reificante, de 
modo que el tratamiento instrumental del otro representa, en primer lugar, un hecho social 
y no un agravio moral” (Honneth, 2007: 31). 
 
Lukacs, con este concepto se refiere a algo no epistémico, “a un habitus o una forma de 
conducta: lo distingue del agravio moral la ausencia de toda remisión a una 
responsabilidad personal o culpa: Lukács quería que se entendiera por reificación una 
clase de hábito de pensamiento, de perspectiva habitual petrificada, en virtud de cuya 
adopción los hombre pierden su capacidad de implicarse con interés en las personas y en 
los sucesos; y en consonancia con esta pérdida los sujetos se transforman en 
observadores puramente pasivos a quienes no solo su entorno social y físico, sino 
también su vida interior les debe parecer un conjunto de entidades cósicas. “ (Honneth, 
2007:85) 
 
El Reconocimiento 
El Reconocimiento proviene según Nancy Fraser de la filosofía hegeliana y, en concreto, 
de la fenomenología de la conciencia. En esta tradición, el reconocimiento designa una 
relación recíproca ideal entre sujetos, en la que cada uno ve al otro como su igual y 
también como separado de sí. Se estima que esta relación es constitutiva de la 
subjetividad: uno se convierte en sujeto individual sólo en virtud de reconocer a otro sujeto 
y ser reconocido por él. (Fraser; 1996, 1997 ) 
 
Honneth intenta demostrar que en la conducta social del hombre existe una primacía al 
mismo tiempo genética y categorial del reconocimiento frente al conocimiento, de la 
implicación frente a la aprehensión neutral de otras personas, sin ellas “no podríamos 
entender las manifestaciones lingüísticas de nuestros interlocutores”. (Honneth, 2007: 31). 
 
Pero:¿En qué esferas sociales es necesaria la postura del reconocimiento? ¿En cuáles la 
actitud objetivadora? Este cuestionamiento es el que parece haberse hecho Habermas 
cuando intenta pensar la reificación como aquel proceso por el cual formas de conducta 
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“observadoras” estratégicas penetran en esferas sociales que, por ello, ven amenazadas 
sus condiciones constitutivas de comunicación.(Habermas, 1981). Para Honneth, 
“deberíamos reorientar nuestra búsqueda según el punto de vista superior de considerar 
en qué relación se encuentra una actitud respecto a de la otra. En este plano superior de 
los modos de relación, se distinguen dos polos que pueden sustituir la simple estructura 
de oposición con la que operaba Lukacs, a las formas sensibles al reconocimiento del 
conocimiento por un lado, corresponden, por otro lado, formas del conocimiento en las 
que se ha perdido la capacidad de percibir su origen en el reconocimiento previo.” 
(Honneth, 2007:91). La reificación es el olvido del reconocimiento. Las personas parecen 
adoptar una postura reificante frente a otras personas solo cuando han perdido de vista el 
reconocimiento previo de éstas. Y esto según Honneth puede ocurrir por dos motivos: 
“porque participan en una praxis social en la que la mera observación del otro se ha 
convertido en un fin en sí mismo tal que la conciencia de una relación social previa se 
extingue, o porque permiten que sus actos sean gobernados por un sistema de 
convicciones que impone una negación posterior de ese reconocimiento original”. 
(Honneth, 2007: 137) 
 
¿Si la reificación cosifica, el reconocimiento reivindica? La desaparición del comunismo, la 
fuerza de la ideología del mercado libre, el ascenso de la “política de la identidad”, el 
multiculturalismo, han llevado a que “en estos días resulta difícil encontrar una sociedad 
democrática o democratizadora que no sea la sede de una controversia importante sobre 
si las instituciones públicas debieran reconocer –y cómo- la identidad de las minorías 
culturales en desventaja” (Gutmann, 1993: 13). 
 
Charles Taylor sostiene que el discurso del reconocimiento “se ha vuelto familiar para 
nosotros en dos niveles: primero en la esfera íntima, donde comprendemos que la 
formación de la identidad y del yo tiene lugar en un diálogo sostenido y en pugna con los 
otros significantes. Y luego en la esfera pública, donde la política del reconocimiento 
igualitario ha llegado a desempeñar un papel cada vez mayor” (Taylor 1993: 59). ¿Es 
posible en la esfera pública plantear el problema de si en una sociedad democrática 
puede conciliarse el trato igualitario para todos los individuos con el reconocimiento de las 
diferencias específicas que dentro de esa misma sociedad se manifiestan? 
 
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Taylor analiza, a ese respecto, dos fenómenos ocurridos en estos últimos siglos, cuya 
comprensión puede contribuir a entender ese problema y aportar a su solución. El 
primero consiste en el desplome de las jerarquías sociales que servían de base al honor, 
concepto asociado a la desigualdad, y su reemplazo por el moderno concepto de 
dignidad, relacionado con la idea de universalidad e igualdad entre los hombres. El 
segundo fenómeno tiene que ver con la nueva interpretación de la identidad, en 
el sentido de individualizarla, considerarla como propia de uno mismo, lo que a su vezse asocia a la idea de ser fiel a sí mismo y al particular modo de ser de cada 
individuo.“Con el tránsito del honor a la dignidad –razona Taylor- sobrevino la política del 
universalismo que subraya la dignidad igual de todos los ciudadanos, y el contenido de 
esa política fue la igualación de los derechos y los títulos” (Taylor 1993: 60). Por 
contraste, el segundo cambio -el desarrollo del concepto moderno de identidad- hizo 
surgir la política de la diferencia. Así, la política de la dignidad tiende a establecer un 
conjunto idéntico de derechos e inmunidades. En cambio, la política de la diferencia 
exige que sea reconocida la identidad única de cada individuo o grupo, el ser distinto de 
los demás. Esta condición de ser distinto es, precisamente, la que según Taylor se ha 
pasado por alto, ha sido objeto de glosas y asimilada por una identidad dominante o 
mayoritaria. Por eso mismo, la política de la diferencia ha estado llena, señala, de 
denuncias de discriminación y de rechazos a la ciudadanía de segunda clase. 
 
“Para uno, el principio del respeto igualitario exige que tratemos a las personas en una 
forma ciega a la diferencia. La intuición fundamental de que los seres humanos merecen 
este respeto se centra en lo que es igual en todos. Para el otro, hemos de reconocer y 
aun fomentar la particularidad. El reproche que el primero hace al segundo es, 
justamente, que viola el principio de no discriminación. El reproche que el segundo hace 
al primero es que niega la identidad cuando constriñe a las personas para introducirlas en 
un molde homogéneo que no les pertenece de suyo. Esto ya sería bastante malo si el 
molde en sí fuese neutral: si no fuera el molde de nadie en particular. Pero en general la 
queja va más allá, pues expone que ese conjunto de principios ciegos a la diferencia -
supuestamente neutral- de la política de la dignidad igualitaria es, en realidad, el reflejo 
de una cultura hegemónica. Así, según resulta, sólo las culturas minoritarias o suprimidas 
son constreñidas a asumir una forma que les es ajena. Por consiguiente, la sociedad 
supuestamente justa y ciega a las diferencias no sólo es inhumana (en la medida en que 
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suprime las identidades) sino también, en una forma sutil e inconsciente, resulta 
sumamente discriminatoria” (Taylor 1993: 67). 
 
¿Qué paradigma para las políticas de este siglo? 
El paradigma del reconocimiento parece enfrentarse de mejor manera a injusticias que 
interpreta como culturales, que supone enraizadas en patrones sociales de 
representación, interpretación y comunicación. Como ejemplos, podemos citar la 
dominación cultural (ser sometido a patrones de interpretación y comunicación 
correspondientes a otra cultura y ajenos u hostiles a la propia), no reconocimiento 
(invisibilización a través de las prácticas representacionales, comunicativas e 
interpretativas autorizadas de la propia cultura), y falta de respeto (ser difamado o 
menospreciado de forma rutinaria en representaciones culturales públicas estereotipadas 
o en las interacciones cotidianas). (Fraser, 1996,1997). En el paradigma del 
reconocimiento, la solución de la injusticia es el cambio cultural o simbólico. Esto podría 
suponer la reevaluación ascendente de las identidades no respetadas y los productos 
culturales de los grupos difamados; el reconocimiento y valoración positiva de la 
diversidad cultural, o la transformación de la totalidad de los patrones sociales de 
representación, interpretación y comunicación, de manera que cambiara la identidad 
social de todos. 
 
En realidad, las víctimas de la injusticia se parecen más a los grupos de estatus 
weberianos que a las clases sociales marxistas. Definidas por las relaciones de 
reconocimiento y no por las de producción, se distinguen por el respeto, estima y prestigio 
de menor entidad que disfrutan, en relación con otros grupos de la sociedad. El caso 
clásico del paradigma weberiano es el grupo étnico de bajo estatus, al que los patrones de 
valor cultural dominantes señalan como diferentes y menos valiosos, en perjuicio de la 
posición social de los miembros del grupo y de sus oportunidades de ganar estima social. 
No obstante, la concepción puede abarcar otros casos, también. En la coyuntura política 
actual, se ha extendido a gays y lesbianas, a los grupos racializados, marcados como 
diferentes e inferiores, y a las mujeres. En suma, relaciones de reconocimiento en relación 
con la raza, el género y la sexualidad, en cuanto códigos culturales que se intersectan. 
(Fraser y Honneth, 2006) 
 
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¿Cómo podemos explicar este cambio? ¿Qué justifica el resurgimiento reciente de las 
luchas de estatus y la correspondiente decadencia de las luchas de clases? ¿Y qué 
explica su mutuo alejamiento? El potencial para ese desarrollo está incluido en la 
estructura de la sociedad contemporánea: en conjunto, el desligamiento parcial de clase y 
estatus del capitalismo más la matriz cultural dinámica de la modernidad codifican 
efectivamente la constelación actual como posible escenario. Sin embargo, las 
posibilidades enraizadas en la estructura sólo se efectúan en unas condiciones históricas 
específicas. La”política del reconocimiento” tiene entonces un objetivo concreto: un 
mundo que acepte la diferencia, en el que la integración en la mayoría o la asimilación de 
las normas culturales dominantes no sea ya el precio de un respeto igual. 
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