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Je νο , donc je εἰμί? Paralelos entre Parménides de Elea y René Descartes Francisco Bahamonde Farías I. Introducción Dentro del conjunto de pensadores que transitan por la vía que es la historia de la filosofía, sobresalen algunas figuras notables en cada una de sus etapas. Su carácter “notable” no se debe solamente a su pensamiento sobresaliente, sino también a la repercusión que ellos tienen en el pensamiento posterior: en este sentido, son “notables” porque se puede notar su presencia por medio de la influencia que ejercen en quienes les siguieron. Su “notabilidad” no es, en primera línea ni solamente “ser destacados”; más bien, son reconocidos, precisamente, por el peso que ejerció su filosofía para la posteridad. De entre estas figuras notables, pocas destacan al modo en que lo hacen Parménides de Elea en la filosofía griega y René Descartes en el pensamiento moderno. Ambos poseen un rol central en sus ambientes filosóficos, pues con cada uno de ellos se inauguran caminos nuevos de labor metafísica, y estos caminos (ὁδοί) nos exigen que nos adentremos en ellos siguiendo una forma específica de proceder en ellos, un cierto método (μεθ-ὁδός). Especialmente con Parménides en la filosofía griega y con Descartes en la filosofía moderna, el pensamiento debe enarbolarse como método y debe reflexionar metódicamente, esto es, siguiendo el ὁδός que la razón se ha trazado. En particular, con Parménides la filosofía presocrática cambia de rumbo y se dirige por la senda de la pregunta por la condición de ὄν de las cosas, al margen de la interrogante por su ἀρχή. Ya no se sigue una vía regresiva de retorno hacia el ἀρχή, sino que se toma un sendero que marcha directo hacia lo nuclear de las cosas, en dirección hacia su ἀτρεμὲς ἦτορ1. La carta de navegación que debe seguir el pensador se dirige hacia su nuevo norte, a saber, la propia condición óntica de las cosas (τὸ ἐόν). 1 Cfr. DK 28 B 1, 29. La traducción de los textos de Parménides siempre es mía. Por su parte, con Descartes el pensamiento se dirige por nuevos derroteros, volviendo sobre sí mismo en su búsqueda de un fundamento firmum et mansurum2. El rumbo de la razón hacia las cosas se reveló en su condición insegura, toda vez que la primera y primaria ruta de acceso hacia ellas, los sentidos, resultó no ser de fiar. Por ello, es necesario avanzar dando un paso atrás y volver al principio, al “punto cero” desde donde se pueda partir teniendo la seguridad de que nuestro progreso esté bien cimentado. Tal avance regresivo, en el que la razón busca refugio ante la amenaza del engaño, debe ser metódico, esto es, debe trazarse un camino a seguir y no salirse de él. Tal camino, para Descartes, es la propia duda, la cual no solamente es metódica, sino que es, a su vez, hiperbólica. Y lo es porque debe tomar la mayor precaución posible para ponerse a resguardo de la falsedad en la que puede caer si se descuida en su avance. El reconocimiento del carácter notable de cada uno de estos pensadores no tardó en llegar. En el caso de Parménides, ya Platón le dedicaba epítetos de respeto tomados de la Ilíada de Homero, llamándolo αἰδο óς τε δεινός τε en el Teeteto3. A su vez, en el Sofista, el Ateniense, por medio del Extranjero eleata, se refiere a él llamándolo “el padre Parménides”4: su paternidad apunta, precisamente, a su carácter admirable y temible. Por su parte, en el caso de Descartes, es, sobre todo, Hegel quien le reconoce un lugar destacado en la historia de la filosofía, denominándolo un “héroe del pensamiento”5. Ahora bien, entre estas dos figuras señeras de la metafísica occidental es posible encontrar semejanzas y diferencias. Hacia ello apunta el presente trabajo. No pretendemos dar cuenta ni de una lectura cartesiana de Parménides (lo cual sería tan absurdo como anacrónico) ni de una comprensión parmenídea de Descartes (dado que, muy posiblemente, el propio Descartes no conoció al Eleata en detalle). Más bien, nos hemos propuesto encontrar puntos en común entre el planteamiento parmenídeo y el texto de las dos primeras Meditationes cartesianas. No pretendemos establecer la influencia de la filosofía eleata en el racionalismo de Descartes ni mucho menos: se trata, simplemente, de encontrar semejanzas y establecer diferencias entre ambos pensadores6. 2 Cfr. DESCARTES, R., Meditaciones Metafísicas, A.-T. VII, 17. 3 Cfr. PLATÓN, Teeteto 183e. 4 Cfr. PLATÓN, Sofista 241c-d. 5 Cfr. HEGEL, G. W. F., Lecciones sobre la historia de la filosofía, vol. III, p. 254. 6 En el caso de Parménides, por motivos de extensión, nos limitaremos a los primeros siete fragmentos, mientras que con Descartes trabajaremos las dos primeras Meditationes. II. Desarrollo Ante todo, considero importante partir tomando distancia de lo que podríamos llamar una vetus opinio en filosofía. Con bastante frecuencia se suele tildar a Descartes de “racionalista” y, en algunas ocasiones, también se le atribuye tal calificativo a Parménides. La pregunta es: ¿se puede encasillar a Parménides y a Descartes bajo el mismo rótulo así como así? ¿En qué sentido usamos la palabra “racionalista”, y con qué derecho se puede predicar de Descartes y de Parménides? Para dirimir esta cuestión, es necesario delimitar qué entendemos por racionalismo. A mi parecer, existen dos notas principales que caracterizan al racionalismo. En primer lugar, consideramos a alguien “racionalista” cuando pretende justificar a la razón como la única facultad legítima del conocimiento, la única que puede alcanzar, procul dubio y plenamente, la verdad. La meta del racionalismo radica en dilucidar la estructura de la realidad por medio de la razón: para Descartes, el criterio de verdad radica en la concepción clara y distinta de una idea7, esto es, en la actividad metódica de la razón. Esto significa que la verdad está indisolublemente ligada a la evidencia dada por la razón8, lo cual lleva, de manera irrefragable, a un descarte de los sentidos en su alcance por conocer la verdad de las cosas. Al respecto, el propio Descartes señala: Pero en fin, heme aquí insensiblemente en el punto a que quería llegar; pues ya que es cosa, para mí manifiesta ahora, que los cuerpos no son propiamente conocidos por los sentidos o por la facultad de imaginar, sino por el entendimiento solo, y que no son conocidos porque los vemos o los tocamos, sino porque los entendemos o comprendemos por el pensamiento, veo claramente que nada hay que me sea más fácil de conocer que mi propio espíritu9. Este pasaje es, con toda seguridad, la quintaesencia del racionalismo. No obstante, esto no quiere decir que la sensibilidad no perciba rigurosamente o que se engañe siempre en su percepción. Al contrario: los sentidos sí poseen una cierta “verdad”, pero es, simplemente, una verdad de hecho: al percibir algo, resuena el hecho de que hay algo que es percibido. La verdad que está vedada a los sentidos es más profunda, pues atañe a la verdadera 7 Cfr. DESCARTES, R., op. cit., A.-T. VII, 35. 8 Cfr. DESCARTES, R., op. cit., A.-T. VII, 71. 9 DESCARTES, R., op. cit., A.-T. VII, 33-34. identidad de aquello que es percibido. Los sentidos no nos pueden decir, con certeza, qué es aquello que estoy percibiendo. Su función es dar noticia de la presencia de algo percibido. Qué sea ese algo, dar con su esencia o identidad, es una función exclusiva de la razón. De esta manera, la sensibilidad está restringida parcialmente en su pretensión de alcanzar la verdad de las cosas, pues sólo puede habérselas con ellas fragmentariamente, de manera que las cosas en su plena verdad quedan fuera del radio de los sentidos. Ellos sólo pueden darnos cuenta del hecho de que hay algo percibido. Sólo la razón nos da a conocer qué es lo percibidoy, por ello, sólo ella alcanza plenamente la verdad. En segundo lugar, el racionalismo pone la justificación o garantía de la verdad del conocimiento en el yo: por ejemplo, en Descartes el cogito siempre es ego cogito. La acción de la razón está siempre sujeta y supeditada al sujeto racional. Esto quiere decir, en último término, que la razón y su garantía de verdad reposan en el yo. En otras palabras, la verdad en su momento formal reposa en la razón. Para el racionalismo, el pensar evidencia al ser: el cogito reposa, en primera instancia, en el ego. En el caso concreto de Descartes, esto queda patente en la famosa afirmación ego cogito, ego sum. En esta línea, Zubiri, con su rigurosidad característica, comenta: Lo único primariamente inconmovible en el hombre es su razón […]. El pensar en cuanto tal posee en sí mismo su propia y verdadera firmeza. La sede primaria de la verdad ontológica es el pensar. Y en esta firmeza del ser del pensamiento reside, para Descartes, la fuente de toda verdad humana10. Pero, ¿y para Spinoza y Leibniz, los otros dos grandes exponentes del racionalismo? Si se me permite el excurso, para ellos el cogito no está montado en el ego. Para Spinoza, el cogitare descansa en la sustancia infinita, ya que la cogitatio es uno de sus modos; con lo cual, la cogitatio, por medio de la sustancia, se fundamenta indirectamente en el esse. Por su parte, para Leibniz la cogitatio reposa en la actividad del Moy, con lo cual se acerca un poco más a Descartes. Pero en todos ellos el pensar, a diferencia de Parménides, está cimentado sobre otra cosa. Para Parménides el ser y el pensar corren a la par, mientras que, para el racionalismo, la verdad se basa en un fundamento ulterior: el sum en Descartes, la substancia infinita en Spinoza y el Moy en Leibniz. 10 ZUBIRI, X., Naturaleza, Historia, Dios, p. 130. Y esto, a mi parecer, es el racionalismo. Confiar en el poder de la razón de captar la estructura de lo real no es condición suficiente para hablar de “racionalismo”: de lo contrario, todo filósofo lo sería, pues toda la actividad filosófica descansa, a limine, en la razón y su poder de intelección, esto es, de captación de la estructura última (qua fundamental y fundamentante) de la realidad. La clave está en la forma en que se articula la relación ser-pensar o verdad-razón. Para Parménides, no existe prioridad de uno sobre otro, de manera que puede decir, con toda seguridad, τὸ γὰρ αὐτὸ νοε ν ἐστίν τε καὶ εἶναι11, y subrayando el momento de mismidad. Por el contrario, para el racionalismo la razón descansa en el yo, es decir, el cogitare reposa en el esse. De aquí se desprende la siguiente consecuencia: desde este punto de vista, Parménides no es racionalista. Es cierto que el Eleata valida a la razón (al νο ς y al λόγος) como la suprema forma de conocimiento que “verdadea” (ἀληθεύει, si tomamos la expresión de Aristóteles12): de ello encontramos testimonio en DK 28 B 6-7 del Poema περὶ φύσεως. Sin embargo, no se cumple la segunda nota. El corazón de la investigación de Parménides es la verdad de las cosas, el ἀληθείης εὐκυκλέος ἀτρεμὲς ἦτορ13, no la propia experiencia personal del filósofo ni su yo. En ese sentido, el Poema muestra exactamente lo contrario: el Eleata se difumina en sus fragmentos, y quien pasa a tomar el rol protagónico es la θεὰ que le recibe y que le revela su μ θος14. Por ello Parménides no era racionalista, pues él nunca acentúa su propia experiencia, sino que el foco de su atención es el ἐόν: como toda la tradición griega, nuestro filósofo era profundamente realista. Además, para Parménides la verdad no reposa en la razón, sino en la relación ser-pensar que queda evidenciada en DK 28 B 3: ambos factores, el νοε ν y el εἶναι, están al mismo nivel, ninguno está supeditado al otro. A continuación, pasemos a analizar la marcha del problema filosófico que se vislumbra en los puntos en común entre ellos, para luego delinear el que, a mi juicio, es el principal punto de contraste entre ellos. Dicha marcha se concreta en tres preguntas: primero, qué es aquello a lo que apuntamos, a saber, la verdad (ἀληθείη); segundo, mediante qué podemos obtener aquello apuntado, o sea, la razón (νο ς); 11 Cfr. DK 28 B 3. 12 Cfr. ARISTÓTELES, Ética Nicomáquea Z 3, 1139b15ss y Analíticos Posteriores B 19, 100b5ss, entre otros. 13 Cfr. DK 28 B 1, 29. 14 Cfr. DK 28 B 1-2. y tercero, cómo obtenemos aquello, medio que no es otra cosa que el método (μεθ-ὁδός). Verdad, razón y método son los elementos que enarbolan la reflexión metafísica común a Parménides y Descartes. Pasemos a ver cómo se da la marcha del problema. A. ¿Qué estamos buscando? La experiencia fundamental desde la que arrancan, mutatis mutandis, Parménides y Descartes es la siguiente: ambos tienen conciencia de que existe movimiento, fluctuación y cambio en diferentes niveles. Para Parménides, estas características se dan a un nivel superficial, de a-pariencias, de modo que se hace necesario mirar más allá de ellas y tratar de encontrar aquello que esté absuelto de las mismas. El conocimiento de las cosas cambiantes es difícil, toda vez que, en la medida en que están cambiando, los predicados o atribuciones que podamos hacer de ellos se pueden esfumar tan rápido como la cosa misma cambie. ¿Será posible decir o pensar algo acerca de ello? Por su parte, para Descartes, el movimiento, la fluctuación y el cambio se le hacen patente desde una perspectiva vivencial. Su experiencia concreta ha sido la de tener conocimientos que aparentaban ser verdaderos y a los cuales se les dio confianza, pero que, posteriormente, terminaron siendo falsos. La inquietud que mueve a Descartes apunta a la raíz misma de su experiencia: si esos conocimientos básicos (en cuanto están a la base) son falsos, probablemente todo lo que he edificado sobre ellos sea poco seguro. Es necesario, por tanto, eliminar los conocimientos aparentemente verdaderos, y elaborar mi saber sobre una base que garantice que lo elaborado sobre ella sea, con certeza, verdadero. Apariencia y verdad son, así, los dos polos en los que se mueven nuestros pensadores. De esta manera, para hallar la verdad necesitamos hallar algo inconmovible que permita fundar nuestro conocimiento. En palabras de Parménides, estamos tras algo ἀτρεμές, esto es, un “objeto” que no tiemble ni que se conmueva (ἀ-τρεμέω). Desde la perspectiva de Descartes, anhelamos algo firmum et mansurum, o sea, un fundamento que sea sólido y permanente. ¿Qué es, por tanto, eso que estamos buscando? Aquello que se mantiene, que no cambia y que es, por tanto, siempre verdadero. No se trata solamente de algo que sea eterno en sentido temporal o “invariable” en una dimensión cualitativa. Estos criterios no son, directamente, los que Parménides y Descartes están buscando cada uno en su caso. Más bien, la solidez a la que se alude es una condición ontológica. Para Parménides, se trata de lo más íntimo de la verdad, aquello que es ἀτρεμές: posteriormente, en el fragmento 8, dirá que el propio ἐόν es, a su vez, ἀτρεμές también. Para Descartes, la firmeza ontológica apunta al carácter fundante y sólido de lo buscado. La pregunta que surge naturalmente a continuación es: ¿dónde podemos encontrar este algo inconmovible? Hacia allá apunta el siguiente paso. B. ¿Mediante qué facultad alcanzamos lo buscado? Como ya vimos, nuestra experiencia directa con el mundo no nos lo muestra, pues la forma primaria que tenemos de habérnoslas con las cosas, los sentidos, nos revelan un mundo en constante movimiento y cambio. Descartes es enfático en afirmar: Todo lo que he tenido hasta hoy por más verdadero y seguro lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos; ahora bien, he experimentado varias veces que los sentidos son engañosos, yes prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado una vez15. Y, a pesar de que en las siguientes líneas el propio Descartes intente salvar algunas condiciones de la sensibilidad, tal objetivo se le escapa de las manos. Los sentidos y su patencia inmediata y directa no cumplen con el criterio de proporcionar datos siempre verdaderos. A esta misma experiencia alude Parménides en DK 28 B 7, 6: el ojo irreflexivo (ἄσκοπον ὄμμα) y el oído estruendoso (ἠχήεσσαν ἀκουήν) son signos de que los sentidos son un medio ineficaz para alcanzar el conocimiento de la verdad. Sin embargo, aquí podríamos preguntarnos, a modo de crítica: ¿será que los sentidos son ineficaces para alcanzar la verdad simplemente porque a ellos no les compete tal tarea? Dejaremos esa inquietud abierta para una futura investigación. Por ahora, sólo nos queda indagar qué es aquello que puede resistir los embates de la duda metódica, con Descartes, y que alcance el corazón impertérrito de la verdad. Y ello no es otra cosa que la propia razón. Para Parménides, la única forma de alcanzar la verdad del ente es juzgar con razón (κρ ναι λόγ 16), pues el ente en cuanto tal no es conocido por los sentidos, sino sólo en tanto posee tal o cual predicado o atributo. Los sentidos nos dan noticia de las cosas, de 15 DESCARTES, R., op. cit., A.-T. VII, 18. 16 Cfr. DK 28 B 7, 5. sus cualidades y de su existencia. Pero no nos dicen qué son: eso es tarea exclusiva de la razón. Desde la perspectiva de Descartes, la razón es lo único que escapa al alcance de la duda metódica en base a la evidencia de su propia actividad: el hecho de que estoy pensando es indicio de que existo. Esto evidencia que, para ambos pensadores, la razón tiene un papel central. En Descartes, el cogito es, finalmente, el fundamento firmum et mansurum que necesitábamos. Toda la actividad de la razón se cimienta en él, puesto que cogito es siempre ego cogito: la cogitatio no existe por sí misma, sino que se trata siempre de su dependencia respecto de un cogitans. En palabras de Zubiri, cogito es, para Descartes, un cogito me cogitare17. Sin embargo, para Descartes ya no se trata, primariamente, de la verdad del ente, como lo es para Parménides; más bien, se trata de la verdad de la idea. A ello apunta la noción de que lo concebido clara y distintamente es verdadero. “Verdadero” es un predicado de lo concebido, ya no del ente en primera línea. En el caso de Parménides, se trata del νοε ν. Evidencia de ello la encontramos en DK 28 B 3 y 4. En el primer fragmento, queda más que clara la correlación que existe entre el ser y el pensar. Ellos “son lo mismo” en la medida en que tienen la misma estructura, o sea, que la razón puede dar cuenta de las cosas en su propia forma de ser. Ello fundamenta la posibilidad de “traer a presencia” las cosas que tiene el νο ς y que queda patente en el fragmento 4. Sin embargo, con ello no hemos resuelto el problema completamente. Aún nos queda por responder a la pregunta por la marcha misma de la investigación. Hacia allá nos dirigiremos ahora. C. ¿Cómo encontramos lo buscado? Ya tenemos la meta a alcanzar, la verdad, y el vehículo que nos llevará a nuestro destino, la razón. Nos falta, por tanto, delimitar la ruta a seguir; de este modo, el problema se cristaliza en términos de hallar un ὁδός, esto es, un μεθ-ὁδός. Para Parménides, la Diosa revela que existen dos vías dadas al pensar (αἵπερ ὁδοὶ μο ναι διζήσιός εἰσι νοῆσαι): la vía 17 Cfr. ZUBIRI, X., Los problemas fundamentales de la metafísica occidental, p. 132. del “que es” (ὅπως ἔστιν) y la del “que no es” (ὡς οὐκ ἔστιν18), de los cuales el único transitable es el primero. En este sentido, se trata del ὁδὸς τῆς ἀληθείας. No solamente es el camino propio de la verdad, sino que es, también y en primera línea, el camino que conduce hacia la verdad. Este camino es transitable sólo mediante la actividad de la razón, y su carta de navegación es el propio fragmento DK 28 B 8. Recorriendo esta senda y siguiendo los signos que guían en ella (σήματα), alcanzaremos el corazón imperturbable de la verdad bien redonda, la meta que la Diosa nos mostraba en los últimos versos del fragmento DK 28 B 1. Por su parte, para Descartes la vía es la duda metódica. A diferencia del Eleata, este paso no se constituye tanto en la búsqueda de un camino (ὁδός) sino de un proceder con el cual (μετὰ) recorrer el ὁδός. De esta manera, el ὁδός se constituye en μεθοδός, por la propia exigencia del razonamiento cartesiano. El método, más que el camino, es el paso que toma la marcha de la investigación de Descartes, toda vez que se trata de adoptar una actitud metódica que nos permita salir de la actitud natural y entrar en una actitud propiamente filosófica. Así, la marcha del problema se establece en base a estos tres conceptos: lo buscado, la verdad; aquello mediante lo cual obtenemos lo buscado, la razón; y el rumbo-avance de la marcha, el método. En ellos se juegan, en sus líneas iniciales, las reflexiones filosóficas particulares de Parménides y de Descartes. III. Conclusiones La marcha de la filosofía en su historia permite apreciar que, en sus diferentes etapas, han aparecido algunas figuras que han devenido señeras para el resto de la filosofía posterior. Dos ejemplos preclaros de esta condición son, como hemos visto, Parménides de Elea y René Descartes. De ellos, hemos visto cómo sus respuestas al problema filosófico que se configura en sus textos tienen bastantes puntos en común. La marcha del problema significó, para ambos, una toma de posición respecto de la legitimidad del uso de las facultades con las que cuenta el ser humano. Esta legitimidad está fundada, para Parménides, en una confianza profunda respecto de los alcances de la razón, toda vez que el νοε ν y el εἶναι corren a la par, son mutuamente correlativos. Por ello, el Eleata confía 18 Cfr. DK 28 B 2, 2-3.5 plenamente en el poder de la razón de hacer presente las cosas en su configuración propia: ella nos presenta a las cosas en su verdad, tal como son. En cambio, para Descartes, la confianza no es el punto de arranque, sino la consecuencia que brota de otra fuente, a saber, del ego. Habiendo prescindido de la materialidad, la única actividad atribuible al ego es la capacidad de pensar. De allí que la identidad del ego quede configurada en el nombre de res cogitans. Ése es su nombre esencial, indica precisamente qué es el ego. De esta manera, el pensar queda anclado en dos partes diferentes: para Parménides, el νοε ν no está cimentado en el yo, ni tampoco en el εἶναι, pues ambos son paralelos. Con todo, aquí tenemos todo el derecho de preguntarle a Parménides: ¿en qué se cimientan el νοε ν y el εἶναι? Es posible que el Eleata haya enunciado alguna respuesta en alguno de sus fragmentos que hemos perdido. Por lo demás, el paralelismo entre ser y pensar es otra pregunta que podríamos hacerle a Parménides, y que representa un prejuicio fundamental en el pensamiento griego en general. ¿De dónde arrancó esa noción para los griegos? Por su parte, en el caso de Descartes, el cogito está anclado en el sum. Lo realmente fundante es la acción “siente” del ego, su esse. De allí que Descartes no pueda declarar el paralelismo entre el cogito y el sum, como lo había hecho Parménides. La única posibilidad que le quedó a Descartes fue introducir la conjunción causal ergo: dado que soy, entonces pienso. Ello evidencia que la balanza se carga del lado del esse más que del lado del cogito. Ahora bien, esta toma de posición que asumieron Parménides y Descartes, en la que se privilegia la razón por sobre la sensibilidad, enmascara el real alcance de la sensibilidad. La sensibilidad no es ni absolutamente descartable(idea que no pasó por la cabeza ni de Descartes ni de Parménides, como muchos creen) ni tampoco inferior a la razón. Tiene, simplemente, otro alcance, otra función y otro objeto. Los sentidos nos dan noticia de que (ὅτι) hay algo que es percibido, como sabemos desde prácticamente los inicios de la filosofía griega. El momento del “haber” de ese algo puede ser puesto en duda, pero el momento de activación de la sensibilidad y la noticia que los sentidos nos entregan son perfectamente reales. Que puede tratarse de una alucinación es cosa perfectamente posible; pero la sensibilidad, en su facultad de impresión, no se equivoca: quien yerra es la inteligencia en su identificación de lo ilusorio como real. Parménides no lo dice explícitamente, pero quizá lo insinúa en el hecho de que, al hablar de los sentidos, les atribuye su errancia al carácter irreflexivo y estruendoso con el que comúnmente suelen operar. Por su parte, el propio Descartes, en la Meditación Cuarta, atribuye el error y la falsedad no a la sensibilidad, sino al entendimiento que no controla a la voluntad. A su vez, la intelección reúne dentro (intus-legere) de nosotros la multiplicidad de información sensible, pero es la razón quien nos dice qué es (τί ἐστιν) ese algo. La identificación de lo percibido, el decir qué es, no es función de la sensibilidad, sino de la razón, tanto como la notificación de la presencia de lo percibido no es obra del λόγος, sino de la αἴσθησις. Además, esta toma de posición proyecta en la filosofía posterior un cierto prejuicio respecto de la facultad de la razón. En el caso de Grecia, el mayor exponente de tal prejuicio fue, sin duda, Platón; y quien recoge el valor de la sensibilidad es, luego, Aristóteles. Por su lado, el racionalismo continental, heredero de la tradición cartesiana, tuvo que esperar hasta Kant para que, en la Crítica de la Razón Pura, recibiera un golpe fatal en sus pretensiones. La razón no puede funcionar por sí sola (los conceptos sin intuiciones son vacíos, como dice Kant), pero, conversamente, la sensibilidad por sí misma no llega a ninguna parte (las intuiciones sin conceptos son ciegas, como añade el regiomontano). En la Crítica de la Razón Pura, Kant realiza un acto de distinción (κρίσις, en griego), y pone en su lugar propio a la sensibilidad y a la razón. Tendremos que esperar unos doscientos años para que, finalmente, Zubiri plantee la unidad intrínseca de la sensibilidad y la inteligencia. No se trata de dos facultades que trabajan por separado: su acción es unitaria y a una en la inteligencia sentiente. Aunque ésa sea otra historia, este excurso nos muestra que la presencia de Parménides y de Descartes se puede notar fuertemente en la reflexión filosófica posterior; como decíamos al principio, son, efectivamente, figuras notables. Y, con toda seguridad, podemos decir que no es para menos. Bibliografía - DESCARTES, R., Meditaciones Metafísicas. Espasa-Calpe, Madrid, 2010. - DIELS, H. y KRANZ, W., Die Fragmente der Vorsokratiker. Weidmannsche Buchhandlung, Berlín, 1906. - HEGEL, G. W. F., Lecciones sobre la historia de la filosofía, vol. III. Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1997. - ZUBIRI, X., Los problemas fundamentales de la metafísica occidental. Alianza, Madrid, 2008. - -------------, Naturaleza, Historia, Dios. Editora Nacional, Madrid, 1974.
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