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2 3 9 ideas clave Educar en la adolescencia 4 9 ideas clave Educar en la adolescencia Jaume Funes Artiaga 5 Colección Ideas Clave Directores de la colección: Antoni Zabala, Maruja Caruncho Serie Família - Comunidad educativa / Orientación y tutoría¶ © Jaume Funes Artiaga © de esta edición: Editorial GRAÓ, de IRIF, S.L. C/ Hurtado, 29. 08022 Barcelona www.grao.com 1.a edición: abril 2010 ISBN: 9788499806587 D.L.: B-16.981-2010 Diseño: Maria Tortajada Carenys Impresión: Imprimeix Impreso en España Quedan rigurosamente prohibidas, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción o almacenamiento total o parcial de la presente publicación, incluyendo el diseño de la portada, así como la transmisión de la misma por cualquier medio, tanto si es eléctrico, como químico, mecánico, óptico, de grabación o bien de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares del copyright. Si necesita fotocopiar o escanear fragmentos de esta obra, diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org). 6 http://www.grao.com http://www.cedro.org A Maricarmen, que tiene muchos trienios de trabajo ilusionado con adolescentes, para que no renuncie a seguir conociéndolos. A Marcel, el único de la familia que no tiene un libro dedicado, para que algún día pueda comparar su adolescencia con la que describía el abuelo. 7 Índice Presentación Para trabajar con adolescentes hay que saber envejecer con garbo Contra el discurso oficial dominante Con la pretensión de educar 9 preguntas sobre cómo educar en la adolescencia y 9 ideas clave para responderlas Ideas para una segunda parte 1. Es necesario aclarar el concepto de adolescencia Un ciclo vital inventado • Inevitablemente son diversos y comparten grupos diferentes • Adolescentes por dentro •Tres características para una síntesis En la práctica 2. Para entender a los adolescentes primero hay que conocerlos Panoramas adolescentes • ¿Enseñar o comprender al alumno? •Por qué hacen lo que hacen • Abrir los ojos, mirar, descubrir y escuchar para entender • ¿Por qué tanta insistencia en conocer? En la práctica 3. Con los adolescentes hay que diferenciar entre tener conflictos y tener problemas Vivir entre conflictos • Visiones diferentes. Intereses contrapuestos • Si tenemos conflictos, es que lo estamos haciendo bien • Peleas intrascendentes, batallas importantes • De la opinión a los límites • Buenas y malas respuestas • De los conflictos adolescentes a las tensiones educativas de la educación secundaria obligatoria •Adolescencia y convivencia escolar • Un pequeño apunte sobre las «broncas» en casa En la práctica 8 4. Los ch4icos y chicas adolescentes necesitan aclararse y encontrar su lugar en el mundo Emotivos, vulnerables, desprotegidos • Las encrucijadas adolescentes En la práctica 5. La adolescencia y la escuela son compatibles ¿Crisis de adolescencia o crisis de docencia? •Territorios adolescentes • Las variables de una escuela en clave adolescente • La experiencia de aprender En la práctica 6. Los adolescentes deben poder aprender a gestionar los riesgos Nos preocupa garantizar el futuro •Los atractivos •Adolescencia: una condición de riesgo • Ayudar a gestionar los riesgos En la práctica 7. Los tutores pueden ser muy útiles en la vida de los adolescentes La parte cálida de la ducha escocesa • El adulto próximo y positivo • La singularidad de la relación educativa • Acompañar a adolescentes • Hacer de tutora o tutor • El buen profe En la práctica 8. Los padres y las madres deben ser conscientes de la necesidad de seguir educando, pero de otra manera Padres y madres con obligación de angustiarse • El clima familiar • En teoría, se trata de hablar con ellos y ellas • Dificultades significativas en la relación En la práctica 9. Los adolescentes pueden y deben ser responsables Las trampas sobre la minoría de edad de la adolescencia • En qué consiste ser responsable y qué se hace para conseguirlo En la práctica 9 Decálogo de criterios optimistas para trabajar al lado de los adolescentes Glosario Para saber más Referencias bibliográficas 10 Presentación Para trabajar con adolescentes hay que saber envejecer con garbo Llevo más de treinta años teniendo como preocupación principal de mi vida profesional a los chicos y chicas adolescentes. A lo largo de ese tiempo trabajé con ellos y ellas y, especialmente, con los adultos que los acompañan. En unos casos hice de adulto próximo, positivo, disponible, accesible. En otros, mi papel fue el de «digestólogo», el del profesional que ayuda a digerir adolescencias que se atraviesan en el grupo familiar, en la escuela, en un espacio educativo, en un recurso de atención. Me he visto con ellos y con sus adultos profesores en la escuela. Antes, cuando de lo que se trataba era de que todos -hasta los que andaban por la callepudieran y quisieran ir al instituto o a la escuela de formación profesional. Más recientemente, cuando lo que parece importar es lo mucho que «fracasan» escolarmente, o hay quien sólo pretende que dejen de molestar a los que se supone que quieren estudiar y desaparezcan pronto de las aulas. Pero, también he trabajado en la calle. En las épocas de «nuevas delincuencias» (Funes, 1982) o en los últimos años, cuando simplemente ocupan de nuevo las plazas y molestan al vecindario. Los he atendido cuando se destruían con la heroína y los intento educar ahora, cuando sueñan con la maría, piensan que es buena porque lo cura todo y les sirve para demostrar que ya son adolescentes. He explicado, «predicado», escrito, aplicado propuestas sobre cómo atenderlos de manera razonable en las instituciones, sobre cómo llegar a ellos y ellas y sobre cómo conseguir que se dejen ayudar. Pero también he tenido que hacer «psicoterapia de café», atender a sus malestares y dificultades buscando formas de atención no previstas, fuera de los marcos terapéuticos formales, de los cuales todo adolescente razonable huye. En todo ese tiempo escribí textos muy diversos, pero fui especialmente reacio a redactar manuales de autoayuda para adultos desesperados. Intenté no incrementar las categorías diagnósticas, no colocar la complejidad dinámica de las adolescencias dentro de las nuevas o viejas categorías de los trastornos mentales o las tipologías sociológicas. Procuré educar la mirada, vender formas de observación curiosas y sin prejuicios. Intenté convencer de que la mayoría de adolescentes sólo necesitan personas adultas positivamente dispuestas a ayudarles. Sobre todo, me autoimpuse no contribuir a incrementar los discursos sobre la adolescencia alarmistas, desencajados, conservadores y, finalmente, inútiles. 11 Pasado este largo tiempo y manteniendo, a menudo contra corriente, esas actitudes, nace ahora este libro. El lector puede considerarlo casi como una breve síntesis vital del autor, reducida a unas cuantas propuestas educativas. Es una decantación en clave de siglo xxi de parte de todo aquello que expliqué o escribí y que me parece que sigue siendo válido, de todo aquello que nos queda por seguir descubriendo. Sin olvidar que el conocimiento envejece (el conocimiento de los chicos y chicas adolescentes mucho más), que aquello que en buena medida comenzó ocupándome de los habitantes jóvenes de la calle es ahora, en parte, prestar atención a ciudadanos internautas de comunidades virtuales. Es un texto síntesis (no una enciclopedia) sobre parte de la vida de adolescentes diversos y cambiantes en una sociedad compleja en cambio acelerado. Como todas las ideas y como todos los libros, éste también es el producto de múltiples interacciones: de lo que aprendí con ellos y ellas, de aquello que construí en compañía de muchos compañeros y compañeras profesores, educadores o terapeutas. Es un libro quenace también con la voluntad de ordenar mi propia dispersión de ideas y de escritos sobre los mundos adolescentes. Pero, de manera singular, es un libro escrito para un tiempo crítico, en el que la educación, la pedagogía, la didáctica o las formas humanizadas de ayuda no tienen buena prensa. Nace para poner en el papel las numerosas ideas y prácticas de los profesionales que trabajan bien, que no se resignan a pensar que todo vale, que siguen trabajando con adolescentes porque eso les hace descubrir continuamente razones nuevas para pensar, sentir y vivir. Este libro es, en definitiva, un manual para recordar que con los adolescentes tampoco vale todo y que, a menudo, los problemas adolescentes nacen de las respuestas adultas. Un libro que pretende ordenar las formas razonables de ocuparse de los chicos y chicas adolescentes que muchos profesionales seguimos compartiendo. Sus páginas también han sido pensadas para los que se acercan por primera vez, en la escuela como nuevos profesores o en las diversas intervenciones socioeducativas, a la adolescencia de otros (las suyas reaparecerán continuamente en la práctica cotidiana, en algunos casos estarán muy cercanas y tendrán que aceptar que, a pesar de su juventud, ya son carrozas en el mundo adolescente). No he dejado a un lado a las madres y los padres. Algunas de las ideas pueden serles de utilidad en medio del binomio desesperación-ilusión que les crea convivir cada día con la adolescencia de sus hijos. Creo que estas páginas pueden serles especialmente útiles si se convierten en un lugar de encuentro con el profesorado de la escuela, si pueden constituir el núcleo educativo que comparten con los tutores y tutoras. Contra el discurso oficial dominante Los discursos colectivos sobre la adolescencia (la forma como se define, etiqueta, interpreta) se construyen en contextos muy diferentes. La escuela es tan sólo uno más. 12 La manera como interpretará y valorará un padre lo que sucede en la vida del hijo adolescente tiene mucho que ver con las noticias que haya visto sobre hechos delictivos protagonizados por gente joven, con las imágenes sobre cómo se divierten un fin de semana o con la angustia que le produce observar cómo se arriesgan unos u otros. Sobre la adolescencia pesan en nuestra sociedad un conjunto de construcciones sociales, de realidades no reales sino construidas, que tienden a enfatizar el problema, a ver peligros, a pensar que con los adolescentes todo puede ir a peor. Como desarrollaré a fondo en una de las ideas clave, la presencia de un ciclo vital nuevo sin encargo social y sin tarea definida conduce a pensar que la adolescencia es una etapa peligrosa que necesita tutela, protección y control. No se sabe para qué los queremos tutelar y controlar, pero así parece calmarse nuestra inseguridad adulta y nuestras múltiples dudas educativas. Por un lado, nos negamos a aceptar que han crecido e insistimos en el alargamiento de algunos aspectos de la condición infantil dependiente. Por otro, tenemos prisa para que dejen de ser niños e introducimos la consideración avanzada de algunas obligaciones adultas, recordándoles que no pueden vivir de la sopa boba. En cualquier caso, no nos atrevemos a formular una propuesta educativa y responsabilizadora singular, adaptada a las características de su vida, al momento que viven, a los retos que deben encarar. Ya sea para dejar claro todo aquello que debe hacerse en la escuela secundaria, para educar la sexualidad o para prevenir las drogodependencias, cuando se intenta formular una propuesta educativa coherente para la adolescencia, aparece, emerge, una especie de discurso oficial dominante, estructurado en torno a un esquema ideológico en el que suelen predominar los siguientes argumentos: • Los problemas (reales o posibles, presentes o futuros) son la referencia educativa. Actuamos pendientes del problema que pueden llegar ser, no preocupados por lo que ahora son. Actuamos sobre el beber porque tienen riesgo de ser algún día alcohólicos, pero no pensando en para qué les sirve ahora juntarse en la calle a beber. Definimos el fracaso escolar futuro y no nos paramos a estudiar de qué forma están en la clase, cuál es el balance entre su resignación y su entusiasmo escolar. • Seguimos con aquello de la cultura patriarcal del «cuando seas padre comerás huevos». La disuasión de cualquier probatura, el aplazamiento total de cualquier experimentación temprana. Todo se basa en el esperar a que sean mayores (¿cuándo?) para probar y para decidir. Las argumentaciones para intentar que nos hagan caso están basadas en los efectos negativos de cualquier conducta que quieran anticipar. La adolescencia parece ser un tiempo para nada cuando ellos y ellas piensan que son capaces de todo. Pedimos que esperen a seres que quieren descubrir y experimentar, que si algún elemento consideran de cualquier nueva conducta, son los atractivos y no las dificultades. • Se suele repetir, en una especie de verdad de tertulia radiofónica, que los problemas de los adolescentes son la consecuencia de unos padres medio hippies que se olvidaron de poner límites («traumatizados por traumatizar») y no quieren reconocer la utilidad de la mano dura en las relaciones educativas. Por eso, en este discurso, la 13 educación de los adolescentes ha de basarse en un esquema de relaciones a partir de la autoridad adulta impuesta. Son los mayores quienes saben qué conviene al adolescente y éste debe hacer caso a esa autoridad adulta. Todo el problema educativo consiste en haber perdido la autoridad. • Aunque, como veremos más adelante, la esencia de la adolescencia es el riesgo y, además, todos nosotros vivimos en una sociedad de riesgo, el adolescente debe ser educado para que no corra ninguno. La mejor prevención de cualquier dificultad es no arriesgarse. Aunque nos cuesta reconocerlo, el mejor adolescente es el amuermado, el que sigue dócilmente nuestras pautas de seguridad. • Algunas conductas no son propias de adolescentes. No hay nada bueno en determinadas conductas (como por ejemplo en consumir drogas o en dejar los estudios un tiempo para poder «vivir»), al menos nada de ellas es bueno cuando se es adolescente. La relación educativa ante esas conductas debe estar presidida por el no. No podemos aceptar su cantinela del «depende». Se le podrían añadir a este discurso algunos componentes más, como ciertas versiones del «educar es enseñarles a descubrir que la vida es dura» o algunas formas del conglomerado ideológico de la «cultura del esfuerzo», pero eso sería avanzar a esta introducción buena parte de los matices de las diversas ideas clave que el lector encontrará más adelante. Sin tener ningún «síndrome de Estocolmo» con los adolescentes, me propongo estructurar una propuesta de discurso educativo muy diferente, hecha con otros componentes. Nos ocupamos de los chicos y chicas adolescentes en tanto que adolescentes. Pensamos un proyecto de futuro que queremos proponerles (no deseamos que sean eternos adolescentes), pero deben construirlo descubriendo las ventajas e inconvenientes y no encendiendo en sus cabezas la luz roja de los posibles desastres del futuro. Sabemos que no hay prevención sin experimentación, orientación sin error, que tienen derecho a equivocarse (garantizando que tienen cerca a algún adulto que les ayude a descubrirlo). No tienen por qué zambullirse en cualquier riesgo, pero se trata de hacer posible que adquieran los elementos (formativos, emocionales, de relación, etc.) para saber gestionarlos. Los adultos debemos pensar en cómo conseguimos que los adquieran y en garantizar que debajo de ellos y ellas hay «red». La autoridad, en la adolescencia, se llama «ascendencia»: poder influir en sus vidas porque previamente nos hemos ganado con la cercanía y la preocupación el derecho a opinar, sugerir, aconsejar. No «pasamos» de ponerles límites, pero la imposición ha de estar comedida, sirve en determinadas situaciones y con determinados adolescentes. Etc. Espero que después de la lectura quedeclaro que es posible y útil otro discurso sobre el qué hacer con los adolescentes. Con la pretensión de educar 14 Éste no es un texto para describir sociológica o antropológicamente cómo son los adolescentes. Ni siquiera para radiografiar su mundo interior. Hablaremos de cómo son y de cómo cambian, pero lo haremos para pensar en cómo educarlos. La adolescencia es hoy una verdadera segunda etapa educativa, y ocuparse de los adolescentes significa que entrar en sus vidas es hacer posible que su construcción como personas y como ciudadanos sea diferente. Éste es un libro sobre adolescencias, pero con la pretensión de educarlas o de ayudar a que existan personas adultas que piensen en hacerlo y en hacerlo adecuadamente. Aunque no hay por qué ocultar que la educación secundaria obligatoria nace como resultado de una transformación drástica del mercado de trabajo que lleva a no necesitar productores de catorce años, también es cierto que se pone en marcha por criterios de política educativa ante una desigualdad de oportunidades formativas que dejaba fuera de circulación a un tercio de cada generación de escolares. Sin embargo, la consolidación, entre nosotros, de una adolescencia enormemente diferente de las anteriores (que sólo existía para pequeños sectores sociales) ha acabado conformando un periodo de humanización y de socialización singular, en el que las influencias educativas pueden ser, todavía, transcendentes, significativas para el proyecto personal. La nueva adolescencia ya no es sólo un ciclo vital, sino que se ha convertido en una nueva etapa educativa, en un nuevo tiempo para educar. Repetidamente he insistido (Funes, 1997) en que cuando se buscan las razones para ocuparse de los adolescentes se encuentran al menos tres. En primer lugar, trabajamos con ellos y ellas para que en sus vidas pasen cosas. Es lo que podemos considerar un criterio de oportunidad. Hacemos que estén escolarizados porque en la institución educativa se producirán un conjunto de oportunidades que no acontecerían si simplemente anduviesen por la calle. Se producirán oportunidades de aprendizaje, pero también de relación. Como veremos en su momento, podrán practicar diversas adolescencias relacionándose con otros adolescentes. Tendrán a su alcance a personas adultas diversas. Sus vidas podrán abrirse a otros mundos, a otras vivencias, otros estímulos, otras experiencias. Igualmente ocurre cuando nos ocupamos de ellos y ellas en tiempos de ocio y en espacios no formales. Ni su adolescencia sería igual ni el resultado de su transición adolescente tendría el mismo final. En segundo lugar, también debemos ocuparnos de los adolescentes para que aprendan de lo que viven. Es lo que suelo llamar criterio de experiencia. Sus vidas ni son ni pueden ser una plácida calma en un lago tranquilo. Como sabe muy bien cualquier adulto que convive con ellos y ellas, no hay nada mejor para tener una existencia «apasionante» que poner un adolescente en nuestras vidas. Son vidas de acción, pasividad, desasosiego, probaturas, experimentaciones, etc. Si algo necesitan, son personas adultas que ayuden a que vaya quedando poso de todo eso. Nos necesitan para conseguir que de su experimentación vital salga experiencia. Finalmente, como ya he repetido en esta presentación, no debemos olvidar que son sujetos dedicados al riesgo en una sociedad de riesgo. Por eso ya no necesitan que los protejamos, pero sí que tendamos redes. No nos necesitan para allanarles el camino, pero 15 sí para fortalecerse y adquirir la capacidad de desarrollarse en entornos no siempre positivos, arriesgados. Es lo que podríamos considerar criterio de resiliencia. Estar con ellos y ellas para ayudarles a adquirir y potenciar aquello que les permitirá gestionar sus vidas arriesgadas con autonomía. No tiene sentido ocuparse de los chicos y chicas adolescentes si no es para educar, comenzando por ayudarles a gestionar su propia adolescencia, a situarse en ella, a comprenderse, a ubicar adecuadamente todo lo que va pasando a su alrededor. 9 preguntas sobre cómo educar en la adolescencia y 9 ideas clave para responderlas 1. Aproximadamente desde la década de los ochenta del siglo pasado, en nuestro mundo europeo desarrollado, todos los chicos y chicas, entre los doce y los diecisiete o dieciocho años (entre la primavera del primer curso de la escuela secundaria obligatoria y la primavera del inicio de la postobligatoria), tienen la obligación de dedicarse a ser adolescentes. Este importante cambio social, que concedía a todos y no sólo a los hijos de las clases medias y altas una moratoria para el paso forzado a la vida de joven adulto, obligado a trabajar y a asumir responsabilidades en el mundo de los mayores, creó desconciertos en unos y otros. Los chicos y chicas se acostumbraron pronto y descubrieron que tenían años por delante para dedicarse a ser adolescentes. Las personas adultas todavía seguimos sin aclararnos en para qué sirve la adolescencia, cuáles son sus tareas y su lugar en la sociedad. Entendíamos algo en qué consistía la pubertad, pero no acabamos de situarnos ante unos años en los que nos parece que no hacen nada de provecho, especialmente si ponen pegas a la escuela. En una sociedad desigual y diversa tampoco ellos y ellas parecen entender la adolescencia y practicarla de la misma manera. Como personajes que (como siempre hicieron los que tuvieron adolescencia) ponen en crisis el mundo de sus adultos, que hoy está en una permanente crisis, suelen convertirse en el chivo expiatorio de las incertidumbres y malestares (en una sociedad abocada al placer nos molesta que los adolescentes quieran divertirse a tope). Los adolescentes son el mejor espejo para devolver la imagen de la sociedad adulta que los adultos no quieren ver. Como producto de una sociedad diversa, son adolescentes diversos, pero intentamos que todos y todas sean como un prototipo de «buen adolescente» que, sin base alguna, imaginamos que ha existido o puede existir. El periodo adolescente se convierte, además, en una primera evaluación de nuestras dificultades y abandonos educativos en la infancia anterior. ¿En qué consiste ser adolescente? ¿Todas las crisis y todas las dificultades educativas 16 tienen que ver con la adolescencia? Idea clave 1: Debemos aclarar qué es y qué no es adolescencia, en qué consiste ser adolescente hoy. La adolescencia no está detrás de todas nuestras dificultades educativas. 2. Con frecuencia, la forma de observar una realidad crea el problema. Como decía al hablar del «discurso dominante», primero se suelen ver problemas y luego adolescentes. La razón suele ser que no nos paramos a mirarlos salvo si incordian demasiado. Pero para comprender y entender lo que pasa en sus vidas necesitamos verlos, observarlos con curiosidad y criterio, acordar qué es y qué no es significativo de lo que dicen o hacen (o de lo que no dicen ni hacen). Hemos dejado a un lado saber qué conviene observar en clase o nos perdemos intentando encontrarle sentidos extraños a su conducta. Hay formas y formas de preguntar a un adolescente, sobre todo si se quiere obtener alguna información útil. No siempre lo que nos preocupa a nosotros forma parte de sus preocupaciones (somos especialistas en preguntarles o en darles respuestas a problemas que no tienen) y, con frecuencia, se nos escapan sus verdaderas preocupaciones. Si se pretende influir en sus vidas, hay que tener cuidado de no dedicarnos, sin más, a dar «consejos». Antes necesitamos saber de qué maneras ven una determinada realidad, cómo la sienten y la interpretan, cuáles son los sentidos adolescentes que le atribuyen. ¿Qué es significativo en sus vidas? ¿Cómo podemos descubrirlo e interpretarlo? Idea clave 2: Para entender a los adolescentes conviene mirarlos, observarlos, escucharlos, preguntarles. A menudo nuestros argumentos no son sus argumentos. 3. Muchos de los llamados problemas adolescentes tienen que ver con los conflictos, las confrontaciones con las personas adultas, las dinámicas de convivencia entre iguales,las tensiones con las instituciones en las que ha de transcurrir buena parte de sus vidas. Las reglas de la relación adultos-adolescentes pasan por no ver problema donde sólo hay provocación, por saber elegir los motivos de disputa y, especialmente, por tener previstas las estrategias de respuesta, por saber cómo responder como adultos, como escuela o cualquier otro contexto en el que estén. La cuestión de los conflictos obliga a no confundir personaje conflictivo con personaje problemático y, especialmente, a definir claramente las situaciones de dificultad educativa. En el caso concreto de la escuela, se mezclan lo que suelen ser dinámicas de confrontación adulta con las relaciones y la convivencia entre adolescentes diversos. Además, traspasan buena parte de las dificultades adolescentes a tensiones con el aprendizaje o la organización escolar. La posibilidad de prestar una atención adecuada a los conflictos pasa por la gestión de los climas educativos, escolares. ¿Poner en crisis el mundo adulto, enfrentarse a él, transgredir sus normas es ser un adolescente problemático? Idea clave 3. En la adolescencia conviene distinguir entre tener conflictos y tener problemas, y hay que saber convivir con ellos en las instituciones y evitar que las respuestas creen el problema. 4. A pesar de que mayoritariamente los años adolescentes son años de felicidad, su vida 17 está dominada por la inestabilidad y el cambio emocional permanente. Si la adolescencia es una etapa crítica, lo es fundamentalmente porque todas las estabilidades anteriores desaparecen y han de afrontar los nuevos y complejos retos de la nueva «madurez» que se les viene encima. Como siempre ocurrió, pero en un contexto muy diferente, deben poder responderse a los sentimientos-vivencias-preguntas del «quién soy yo, qué puedo hacer con mi vida, cuál es mi lugar en el mundo...». El trabajo con adolescentes supone descubrir cómo expresan en diferentes momentos y situaciones esos malestares, quitar importancia a expresiones desbordadas y dársela a las ocultas. El aprendizaje, la tutoría, la investigación de otras realidades, el compartir experiencias permiten al adolescente aclararse con lo que siente, saber aceptar la inestabilidad y la provisionalidad. ¿Cuáles son los interrogantes vitales de un adolescente? ¿Qué es lo que le genera inestabilidad y malestar? ¿Cómo lo expresa? Idea clave 4. Ellos y ellas también necesitan aclararse y encontrar su lugar en el mundo. Debemos aprender a descubrir cuáles son sus «agobios», sus preocupaciones, las tensiones de su mundo interior. 5. La ampliación de los años de escolarización básica, en sociedades cada vez con más necesidades de formación, es paralela (causa y consecuencia) a la universalización de la adolescencia y de la desaparición de la necesidad por parte del sistema económico de la fuerza productiva que se incorporaba al mercado a los catorce años. Esa escolarización dejó abierto el doble interrogante de si los adolescentes por obligación podrían convertirse en escolares a la fuerza y si la parte más academicista de la escuela, la secundaria, podría llegar a ser un lugar para escolares dedicados a vivir sus adolescencias. En nuestra sociedad, la ebullición permanente que ha generado el cóctel de la diversidad de adolescencias en relación con una escuela muy desubicada respecto a lo que debe y puede hacer, con una sociedad compleja y cambiante, se suele traducir en términos de «fracaso», de vuelta a fórmulas anteriores, de rechazo a que los «malos alumnos» compartan el aula con los «buenos adolescentes». Pero también hay quien, sin someter a la adolescencia al academicismo, construye espacios educativos donde aprenden y se educan. Existen unos criterios educativos, pedagógicos y sociales para construir esos espacios. ¿Pueden los adolescentes convertirse en escolares obligatorios? ¿Puede la institución escolar convertirse en un espacio, en un territorio adolescente? Idea clave 5. Aunque puede no parecerlo, la adolescencia y la escuela son compatibles, pero hay que ponerse de acuerdo en cómo debe ser una «escuela adolescente» y cuáles son los objetivos educativos de esta etapa. 6. Cuando la escuela pretende preparar para la vida o los padres y madres quieren garantizar un futuro adecuado para sus hijos e hijas, lo que se está intentando hacer es garantizar el futuro adecuado a partir de su actuación en plena adolescencia. Se tienen ganas de que cesen pronto sus locuras, se pretende influir para que no se equivoquen en 18 la toma de decisiones, se pretende orientarles por el camino adecuado, se intenta hacer prevención. En los debates profesionales se plantean ideas como factores de riesgo, conductas de riesgo y similares. Se suele dejar a un lado que «riesgo» y adolescencia van juntos, que esta condición es en sí misma una condición para el riesgo, para demostrar que están vivos probando, experimentando, descubriendo, poniendo al límite sus vidas. Educar es entonces aprender a gestionar los riegos (comenzando por descubrir los atractivos) y, especialmente, facilitar adultos cercanos que les permitan adquirir experiencia útil de sus experimentaciones. ¿Para evitar que se destruyan, debemos evitar que se arriesguen? Idea clave 6. Las vidas de los adolescentes están, inevitablemente, empapadas de riesgos, y educar es conseguir que aprendan a gestionarlos. 7. Se puede afirmar que no existe problema adolescente, sino problemas de los adultos con sus adolescentes. La presencia adulta en sus vidas no tiene que ver sólo con la confrontación. Fundamentalmente, se trata de aclarar para qué demonios nos necesitan, cuál es nuestro papel adulto en sus vidas. Para construirse necesitan a adultos en los que confiar. Para aprender necesitan a adultos de los que fiarse. Para mantener el deseo de saber necesitan comprobar que a algún profesor le entusiasma hacerles descubrir una parte del saber. La relación educativa, de aprendizaje, con un adolescente lleva inevitablemente a considerar qué es para ellos y ellas un profe enrollado, una persona «legal». Las necesidades adultas (de personas adultas) del adolescente también tienen que ver con la ayuda para situarse en el mundo, con la respuesta a los interrogantes inquietantes formulados como preguntas impertinentes, con la cercanía del tutor o tutora al que descubren como alguien a quien sus vidas le importan. ¿En qué consiste y para qué sirve estar presentes como personas adultas en sus vidas? Idea clave 7. La tutora y el tutor pueden ser útiles en sus vidas, pero hay que saber hacerlo. Se trata de trabajar para conseguir ser una persona adulta próxima y positiva. 8. Cualquier profesional que trabaje con adolescentes sabe que la mitad de su tarea tendrá que ver con los padres y madres de esos adolescentes. Necesita conseguir que sigan educando a sus hijos y que entiendan qué está pasando ahora en sus vidas. Los padres y madres suelen estar perplejos ante una situación que parece desbordarse. No acaban de saber situarse ante los permanentes conflictos. Les parece que toda su tarea educativa desaparece arrastrada por eso que llaman adolescencia. Quisieran garantizar que todo acabará bien. Piden a la escuela seguridad y control. Las adolescencias tienen el efecto de hacernos descubrir que ya somos mayores, que hemos crecido de la misma manera que ellos y ellas. En medio del desconcierto necesitamos convencernos de que los padres y las madres siguen siendo útiles en sus vidas, pero ahora de otra manera. Se necesita aprender de nuevo a educar (sin olvidar que fuimos adolescentes más o menos complicados y hemos llegado a ser adultos razonables). Todo ello sabiendo que se trata de tiempo, que están en una «etapa 19 proceso» que agotará cualquier dosis de paciencia adquirida (habrá que aprender a reponerla) y que necesitan percibir que, a pesar de todo, seguimos confiando (transmitiendo esperanza y no sólo esperando) en que todo acabará bien. ¿Si ya han crecido y quieren volar solos, para qué necesitan a sus padres? Idea clave 8. Hacer de padre o de madretodavía es necesario durante la adolescencia. Todo comienza por conservar la paciencia y no desesperarse. 9. Al introducir un ciclo vital universal nuevo como la adolescencia (construido socialmente a partir de los inevitables y breves cambios biológicos), aparece un estatus personal y social no previsto. ¿Cuál es el estatus de alguien que ya no es menor, pero todavía no es mayor? Cuando todo era breve, no teníamos necesidad de dar entidad a aquello que, en realidad, era un conjunto de ritos de paso, de transición. Se podía «hibernar», dejar en el limbo una situación que era provisionalmente breve. Pero largos años de adolescencia no permiten —al menos por razones educativas— dejarlos en un estadio ambiguo en el que a veces los consideramos mayores, a veces menores, según el miedo que nos producen sus inevitables equivocaciones. Un estadio en el que ellos reclaman ser mayores o se acogen a ser menores cuando les conviene. La adolescencia actual es por definición un periodo para el ejercicio de la responsabilidad. El aprendizaje definitivo de la autonomía lleva emparejado la pedagogía de la responsabilidad, la búsqueda de respuestas que les permitan ser dueños de sus conductas y de los efectos que ellas generan en terceros. ¿Puede y debe decidir un adolescente sobre aspectos clave de su vida? Idea clave 9. Los adolescentes pueden y deben ser responsables. Los educamos para que sean autónomos y tomen decisiones sobre su vida. La adolescencia ya no es una etapa educativa para la tutela. Ideas para una segunda parte Como decía, hay muchos más temas singulares e importantes en la vida de los adolescentes y en su educación que las nueve ideas a las que se referirán las páginas siguientes. Pero todo libro tiene un límite y, al final, autor y editores hemos optado por dejar para otra ocasión ideas importantes, pero que van más allá del núcleo básico que debe conocer toda persona adulta que se relaciona con adolescentes. Mientras llega ese otro texto complementario (o por si no llega), dedicaré unas líneas a apuntar esas otras ideas, a advertir que no han sido olvidadas. Por si alguien me acusa al final del libro de no tener en cuenta dificultades graves de los adolescentes, diré que estoy en desacuerdo con quienes consideran la adolescencia una etapa problemática o con quienes piensan que es una especie de enfermedad que se cura con el paso del tiempo (a ser posible breve). Sin embargo, ciertamente, para la mayoría es una etapa crítica que acaba bien pero que puede acabar mal. También es una etapa que puede tirar 20 por la borda buena parte de los esfuerzos educativos anteriores o hipotecar las posibilidades posteriores. Los adolescentes tienen buenas posibilidades de complicarse la vida. A casi todos y todas les pasa momentáneamente, en circunstancias que pueden reconvertir. Algunos y algunas pasan por situaciones difíciles que requieren respuestas, ayudas, una especial habilidad de los profesionales que se relacionan con ellos para conseguir que se dejen ayudar y para acertar con la forma de hacerlo. Cuando los chicos y chicas adolescentes se complican la vida es cuando necesitan que sus profesores, sus educadores de dentro y de fuera de la escuela o los profesionales del sistema de salud o de los servicios sociales se pongan de acuerdo para brindarles una forma útil de apoyo y de ayuda. No vale cualquier regla para intentar hacer con ellos y ellas psicoterapia. En la escuela se siente que el psicólogo o el servicio de salud que los atiende no parece servir para gran cosa. No siempre acabamos de encontrar la forma de atenderlos en sus momentos de «locura». A veces, con dosis suficiente de paciencia, la tutora o el tutor consigue hacer que confíe en un educador de calle o en un profesional de la justicia de menores. Comienza entonces un verdadero trabajo en red para ser útiles en sus vidas. Hay, pues, una primera idea complementaria para considerar: «Casi todos los adolescentes tienen dificultades serias que consiguen superar en un momento u otro. Algunos se complican la vida y necesitan ayuda de otra manera. La escuela necesita entonces que en el territorio funcione un verdadero sistema de trabajo en red.» La primera pregunta que suelen hacerme las madres y los padres en una conferencia sobre el tema suele ser la siguiente: «¿Usted, que sabe sobre adolescencia, puede decirnos cuándo se acaba?». Se repiten con frecuencia las cifras del alumnado que termina la ESO sin graduarse o las de los que abandonan el bachillerato, pero se habla poco de las condiciones en las que se produce, del sentido de los abandonos, de la desconexión y perplejidad con la que parecen acabar algunas adolescencias. Antes, cuando los chicos y chicas pasaron de la escuela primaria a la secundaria, muchos padres dijeron aquello de «no sé qué le pasa a mi hijo, desde que va al instituto ha cambiado», o parte del profesorado se sintió desconcertado porque los nuevos alumnos «eran muy críos», no eran como debían ser los alumnos de secundaria. Los desconciertos de unos y otros, al principio o al final, ponen en evidencia las dificultades de la transición y nos recuerdan que algunas de las dificultades nacen o se consolidan en esos momentos de incertidumbre y desajuste. Aunque algo de todo eso se trata en la idea clave de las relaciones entre adolescencia y escuela, hay que profundizar en otra idea complementaria: «Las transiciones son especialmente significativas. Se trata de cuidar y acoger las preadolescencias y de acompañar el camino hacia la juventud. Descubrir cómo se hacen adolescentes y ayudar a que dejen de serlo.» Aunque parcialmente el tema ya está abordado en diferentes ideas clave, no podemos dejar de lado que en la sociedad de la comunicación asistimos a una crisis de docencia y no de adolescencia, no al desconcierto ante las adolescencias, sino ante la complejidad educativa. Probablemente una de las expresiones de mayor desconcierto, preocupación o 21 crisis de aprendizaje y de educación en esta primera década del siglo xxi sea la de unos padres preocupados porque no acaban de saber qué hace su adolescente tantas horas delante del ordenador, o la del profesorado que sigue pensado que el Google acostumbra a su alumnado al simple corta y pega. En realidad se suelen mezclar dos aspectos diferentes: qué significa enseñar y educar en la sociedad de la comunicación y qué significa ser y practicar la adolescencia en ese tipo de entornos. Lo primero afecta a todas las edades, aunque cobra una gran relevancia en la adolescencia porque ya no sólo pueden decir aquello de «lo sé todo» (relativizando cualquiera de nuestras enseñanzas), sino que, además, pueden aprender (si están interesados) en un entorno en el que saben realmente más que nosotros y cuyas reglas de funcionamiento dominan. Lo segundo (en una década que comenzó con la comunicabilidad del SMS y el Messenger y que está, provisionalmente, acabando con la presencia de la inmensa mayoría de los adolescentes en las redes virtuales multimedia) se está consolidando, a la espera de nuevas innovaciones del mercado, como un inmenso espacio para hacer de adolescentes, ya sea practicando identidades, ya sea interaccionando con los iguales compartiendo imágenes, sentimientos o experiencias. No hay posibilidad de comprender hoy buena parte de los mundos adolescentes sin considerar esas «prácticas virtuales». Paralelamente, el desconcierto y el rechazo adultos hacia ese mundo parecen ayudar a que se consoliden espacios adolescentes ajenos al profesorado o al grupo familiar, es decir, una «realidad virtual» como realidad sólo adolescente. Así, nos queda por profundizar otra idea complementaria: «Cada vez más una buena parte de sus adolescencias, de sus prácticas adolescentes, se produce en entornos virtuales, en redes de comunicación multicanal, con influencias multimedia.» Pero, dejemos lo no escrito para otro momento y vayamos a analizar las ideas propuestas.1 * Todos los términos que aparecen en negrita pueden encontrarse en el glosario del libro (pp. 189-192).1. A lo largo del texto se transcriben expresiones directas de adolescentes. Su fuente es muy diversa. En algunos casos tienen que ver con investigaciones en las que he participado y que se citan en la bibliografía. En otros, son actividades con adolescentes en diversos contextos. Otras muchas provienen de mi trabajo terapéutico o de supervisión. Siempre que he podido, he puesto un ejemplo con sus propias palabras, intentando practicar lo que el texto defiende: la escucha del adolescente. 22 Idea clave 1 Es necesario aclarar el concepto de adolescencia Debemos aclarar qué es y qué no es adolescencia, en qué consiste ser adolescente w hoy. La adolescencia no está detrás de todas nuestras dificultades educativas. Un ciclo vital inventado Ya es obligatorio ser adolescente A la mayoría de los lectores y lectoras, salvo si nacieron antes de los años setenta del siglo pasado o viven en entornos donde a duras penas se puede llegar a tener infancia, la existencia de adolescentes, de una etapa definible como adolescencia, les parecerá algo normal, un tiempo de vida inevitable. Pero, la adolescencia, como fenómeno universal, es un invento bastante moderno, tiene escasamente tres décadas. Claro que en su versión joven uno puede encontrar referencias y quejas prácticamente desde la prehistoria.2 Tensiones generacionales eternas que reflejan las confrontaciones entre la sociedad que envejece y la que se presenta como nueva. Mitos como el de narciso que dan cuenta de personajes ensimismados, preocupados arriesgadamente por su imagen e identidad. Pero son referencias que tienen que ver con minorías, situaciones que sólo algunos grupos sociales vivieron siempre y que fueron negadas sistemáticamente a quienes, en todo caso, aspiraron a tener y conservar la juventud biológica durante el mayor tiempo posible. La adolescencia era (es todavía en muchas latitudes) un tiempo de la vida sólo al alcance de algunos. No recuerdo este dato para que el lector haga historia, sino para que tome conciencia de que estamos ante un ciclo vital construido socialmente, que tiene poca historia en 23 muchos barrios, entre muchos adultos. Basta con observar la perplejidad de unos padres que han vivido un proceso migratorio desde mundos más rurales y menos desarrollados, en busca de un futuro mejor para sus hijos, cuando unos y otros descubren que, en el nuevo mundo urbano actual, a los quince o los dieciséis años de lo que se trata es de ser adolescente. ¿Adolescencia? Ellos a su edad ya tenían callos de trabajar y heridas de la supervivencia. Además, miran a sus hijos e hijas y perciben que todo lo que desean hacer (como sus coetáneos de aquí) parece ir en contra de sus culturas de origen, de todo aquello que deberían preservar y transmitir para llegar a ser hombres y mujeres «de bien». Se trata tan sólo de una constatación: la adolescencia no es una etapa obligatoria del desarrollo humano, algo que se haya producido siempre y en todos los grupos humanos, algo que estuviera previsto para los hijos. No podemos confundirla con la pubertad que, como proceso biológico madurativo, sí es obligatoria (aunque no uniforme) y a la que luego indirectamente nos referiremos. La adolescencia es un ciclo vital que es posible en determinadas sociedades y en diferentes momentos históricos. Entre nosotros se universaliza cuando la economía lo permite o lo provoca (la tecnología hace que no necesitemos jóvenes de catorce años para producir, nos sobran jóvenes de todas las edades en una sociedad con altas tasas de paro) y cuando la demografía y las expectativas de vida alteran todos los ciclos (cuando la vida es algo más que un tiempo para crecer y aprender, un tiempo para producir y un tiempo para descansar). Si se espera vivir más allá de los ochenta años y hay muchas otras cosas que hacer en la vida, hay que definir nuevas etapas. La adolescencia no es otra cosa que un tiempo vital entre las etapas infantiles ya consolidadas y la madurez adulta. Un tiempo en el que se ubicará primero, de una manera genérica, la juventud y en el que poco a poco cobrarán sentido diferenciado los primeros años, la adolescencia. Sólo ellos y ellas saben para qué sirve Un ciclo vital es un estadio biográfico culturalmente construido (Badillo, 1998). Es decir, un tiempo, unos años de nuestras vidas cuyo sentido tiene que construirse, no viene dado por obligaciones o encargos de la naturaleza. El nuevo ciclo vital que llamamos adolescencia son unos años para ser adolescente, pero su sentido general estaba inicialmente por hacer y es posible que siga en construcción. Por supuesto, en todo ciclo vital se dan unas transformaciones biológicas (podemos llamarlo tercera o cuarta edad, pero como mínimo se envejece) que en la edad que nos ocupa pueden ser una fuente importante de malestares y necesidades de adaptación. Sin embargo, la clave estará en las definiciones sociales de las tareas que hay que desarrollar en esa etapa. ¿Para qué sirve la adolescencia? ¿Cuáles son sus tareas? Como nosotros seguimos sin aclararnos, ellos y ellas dirán que se trata de dedicarse a ser adolescentes. Nosotros, como máximo, después de más de tres décadas de adolescencia universal y obligatoria, todo lo que acertamos a definir es que se trata de un tiempo en que deben dedicarse a estudiar o a prepararse para el futuro. Para ellos y ellas, a gusto y a disgusto, con momentos en los 24 que sienten y viven de todo, la adolescencia son años de la vida para dedicarse a ser adolescentes (al final de esta idea clave, en el apartado «En la práctica», se resumen algunas de las ventajas e inconvenientes que le encuentran a eso de ser adolescentes). Muchas de nuestras dificultades con los adolescentes tienen su origen en este vacío o en este desacuerdo. Dado que no sabemos qué hacer con ellos y ellas (o lo que les proponemos proviene de visiones adultas desfasadas) mientras que por su parte hace tiempo que se adueñaron de la adolescencia, tendemos a ver siempre dificultades y problemas, fenómenos de desafección social o de conflicto. Un ciclo vital también comporta unas percepciones, unas lecturas, unas interpretaciones de lo que hacen los sujetos que están en él por parte de las personas que están en otras etapas vitales y por parte de los que la están viviendo. Como luego repetiré, la adolescencia es aquello que ven e interpretan las personas adultas que los rodeamos. Ya advertí en la presentación de este libro que el mundo adolescente tiene mucho de construcción social de los adultos (saben muy bien cómo preocuparnos, cómo usar nuestro desconcierto; como no sabemos qué esperar y qué exigir todo nos parece un problema antes de tiempo). Un ciclo vital también se construye porque quienes lo están viviendo comparten una conciencia de estar viviéndolo («Me has de entender que soy adolescente»), una conciencia de pertenecer a una etapa diferenciada de la vida. Socialmente cambiantes Pero, no todo es social. En los ciclos vitales de las etapas jóvenes, en los que afectan a etapas evolutivas, también se da un proceso de personalización, un conjunto de cambios biológicos, madurativos, emocionales, relacionales, adaptativos, tras los cuales el sujeto será diferente y tendrá conciencia de ser diferente, de haber dejado atrás etapas de su vida. La adolescencia, aun siendo socialmente condicionada, también es evolutiva. Es un tiempo de cambios, de modificación de las formas de ser y actuar, de incertidumbres sobre el mundo propio y sobre el lugar de uno en el mundo. Por último, un ciclo vital supone transiciones, fronteras que hay que pasar para constatar que uno ha abandonado la etapa anterior y que está situado en la siguiente. De hecho, a pesar de lo afirmado anteriormente, la adolescencia (aunque no tuviera ese nombre) existía en la mayoría de las culturas, pero era un rito de paso, un conjunto de prácticas breves que permitían al niño o niña abandonar el mundo infantil y pasar a ser considerado como integrante del mundo adulto. Al haberse convertido en una etapa, en un tiempo largo, lospropios chicos y chicas adolescentes han inventado ritos de paso, especialmente para certificar que ya no se es niño y que ya se es adolescente. Por ejemplo: probar a fumar porros es, en estos momentos, una práctica que confirma que ya se es adolescente. Salir de una determinada manera por la noche o los fines de semana puede significar en determinados grupos una forma de haber dejado la adolescencia y estar en la juventud. Tenemos, por lo tanto, una primera idea para retener: estamos hablando de una etapa vital, de cierta duración, que es obligatorio vivir, con tareas no muy definidas, en las que 25 se da una cierta satisfacción adolescente y una cierta confusión adulta, y que se entremezcla con cambios evolutivos significativos. Inevitablemente son diversos y comparten grupos diferentes De la adolescencia a las adolescencias Hablar de adolescencia, en singular único, no tenía mucho sentido: el mundo adolescente siempre ha sido el mundo de la pluriformidad. Hasta los años setenta del siglo pasado, la mayor parte de la literatura de la adolescencia era del mundo de la psicología. Eran aproximaciones con pretensiones de universalidad que describían fundamentalmente los componentes de la pubertad y el mundo psíquico de aquellos que tenían tiempo vital y social para ser adolescentes. La llegada de la obligatoriedad introduce un nuevo elemento de confusión. Hay una preocupación que desconcierta al educador cuando lee los perfiles psicológicos del chico o la chica de más de doce años: le parece que hablan de otro tipo de chicos, que no hablan de los suyos, que, en cualquier caso, el retrato robot puede servir para los de otra escuela, de otro medio social y no del suyo. (Fernández, Funes y Pellicer, 1980) Cuando se pasa de una «adolescencia transitoria» a una «adolescencia forzosa» nos vemos obligados a dejar patente que no existe la adolescencia, sino que existen adolescentes muy diferentes. No estamos ante una simple etapa psicológica, sino ante un ciclo vital condicionado socialmente (algo que hay que definir también en clave sociológica, antropológica, cultural, de mercado, etc.). La llamada adolescencia es un estadio relativo cuya duración y características dependen fundamentalmente del medio, del grupo social en el que se desarrolla [...] los rasgos principales son diferentes, en una misma sociedad, en función de las clases y los grupos sociales [...] Conocemos perfectamente la brevedad de la adolescencia del chaval de barrio que empezaba a trabajar nada más acabar la escuela. Su paso por la adolescencia era fugaz y absolutamente diferente del chaval que encaminaba sus pasos hacia el bachillerato. (Fernández, Funes y Pellicer, 1980) Entre aquellos textos y este libro han pasado años, pero en mi trabajo profesional no he dejado de constatar que hablar de adolescencia, en singular único, no tenía mucho sentido. Podía hablar de muchos elementos comunes a todos y todas, de muchos aspectos evolutivos transversales (a los que enseguida me referiré) que se encuentran en todas las formas de ser adolescente, de muchos componentes internos del proceso de personalización; pero siempre tenía que hablar de muchas y diversas adolescencias. El mundo adolescente siempre ha sido el mundo de la pluriformidad. 26 De qué dependen sus diferencias Si algo me parece hoy claro, es que la condición adolescente es un «producto contextual». Su condición evolutiva puede servir, por ejemplo, para facilitar una última explicación de lo que están viviendo y sintiendo, pero su adolescencia siempre estará construida a partir de materiales e interacciones con diferentes contextos que definen el marco de sus posibilidades y oportunidades adolescentes. La condición adolescente siempre estará construida a partir de materiales e interacciones con diferentes contextos que definen el marco de sus posibilidades y oportunidades adolescentes. La condición adolescente es algo más que un grupo de edades o unas características evolutivas, el conocimiento útil de sus mundos comporta tener visiones bastante más poliédricas. Sus formas de encontrar sentido a la propia adolescencia y a todo lo que los rodea, sus formas de estar en ella, de entrar y de salir, sus formas de ser adolescentes (de asumir esa condición) son el resultado de muchas y complejas interacciones. Son el producto de tiempos concretos (cuando se escribe esto estudiamos diferencias por ejemplo entre la generación Messenger y la generación Facebook) que se dan en barrios, en territorios, en escuelas diferentes. Viven sus adolescencias en una sucesión de climas, ambientes y relaciones, diversos y cambiantes, que resulta imprescindible conocer para poder conocerlos. Lo que son y lo que intentan ser se entiende sabiendo cómo son los mercadillos cercanos a su casa, los rincones del barrio donde se juntan, los bares en los que les dejan estar y, a la vez, las redes virtuales de ésta o de la otra parte del mundo en las que participan, los videos que «cuelgan» o la música que se intercambian. Se les puede entender recurriendo a conceptos y categorías de análisis como estilos de vida o culturas juveniles. Hablar de adolescentes es hablar de los jóvenes que más adelante intentarán ser y ahora prueban a imitar. Pero, además, si durante un cierto tiempo se recorren diversos institutos y se participa en las actividades de algunas de sus clases, uno tiene la sensación de estar ante mundos adolescentes profundamente diferentes. No es tanto la comprobación de que, hasta cierto punto, cada adolescente es un mundo como la percepción de que, en buena parte, cada grupo es una especie de universo adolescente único, conformado con personajes mayoritariamente conocidos, pero con unas proporciones e interacciones cuyo resultado son grupos adolescentes singulares. Es el descubrimiento de los contextos adolescentes, la comprobación de que las formas de ser adolescente, las formas de ejercer la condición adolescente, dependen de cómo se conforman diferentes contextos vitales a su alrededor. El efecto más visible son sus estéticas externas, las diferentes «tribus» a las que se van apuntando, las formas diversas que utilizan para afirmarse. En una escuela que no haya seleccionado a su alumnado hay tantas adolescencias diversas y contrapuestas como haya en barrio. Cada grupo de adolescentes es una especie de universo único, conformado con personajes mayoritariamente conocidos, pero con unas proporciones e interacciones cuyo resultado son grupos adolescentes singulares. 27 En alguna investigación he utilizado el símil teatral para dar cuenta de por qué y cómo se produce la diversidad (de por qué y cómo podemos influir para cambiarla) (Funes, 2004a). Podríamos decir que un contexto es como un escenario teatral en el que se ha de producir una puesta en escena de la adolescencia por parte de actores noveles (chicos y chicas que dejan su infancia y todavía no saben dónde están) que han de aprender a representar, que han de acostumbrarse al nuevo papel hasta que les resulte una auténtica forma de ser. Ese escenario para empezar a representar su nuevo papel adolescente se estructurará en tres grandes dimensiones. Todavía el origen social es determinante La condición social determina qué clase de adolescente se puede llegar a ser, cuál es alcanzable, qué adolescencias entrarán en relación y cuáles se ignorarán siempre. En primer lugar todo va a depender de la extracción social. El origen social de los padres, las realidades socioeconómicas de la vida diaria, el capital cultural a su alcance, así como los demás componentes de la condición social, van a determinar qué actores estarán presentes en la escena, quiénes serán los personajes decisivos y cuáles las pretensiones y las exigencias del guión, los límites que habrá que respetar. La condición social determina qué clase de adolescente se puede llegar ser, cuál es alcanzable, qué adolescencias entrarán en relación y cuáles se ignorarán siempre. Cuando uno vive en un barrio marginal puede aspirar a ser adolescente pijo, pero lo máximo queconseguirá es ser «pijo de mercadillo». La selección del alumnado en una escuela acaba de conformar universos adolescentes distintos. Los chicos y chicas que están, por ejemplo, en una escuela provienen de entornos familiares diferentes y de realidades sociales diversas. El «resultado adolescente» puede no ser el mismo yendo a una escuela u otra. Esto ocurre no sólo porque detrás existen orígenes sociales distintos, sino también porque la selección (obligada o voluntaria) del alumnado acaba de conformar estos universos adolescentes distintos. Para algunos chicos y chicas las escuelas a las que han de ir a menudo no son otra cosa que entornos marginales que tan sólo acogen adolescentes al margen y de los que se han ido otros chicos y chicas cuyos padres no quieren que tengan «malas compañías». La diversidad de conductas existente entre diferentes adolescentes no sólo debe atribuirse a la diferente condición social de la que provienen, sino también a los grupos sociales con los que se mezclen. En cualquier caso, explicar la diversidad de conductas que se produce entre diferentes adolescentes no es tan sencillo como atribuirla a la diferente condición social de la que provienen o en la que viven. También va a depender de los grupos sociales con los que se mezclen (por lo menos provisionalmente), de con quién convivan o de con quién compartan su tiempo escolar o de diversión. Hay conductas que aparentemente son dominantes, por ejemplo, entre adolescentes de familias de clases medias o altas que no se dan en similar proporción cuando esos chicos y chicas van a escuelas o conviven en diferentes entornos con adolescentes de diferentes procedencias. Por el contrario, estas 28 «conductas de clase» son muy evidentes cuando el grupo escolar en el que conviven responde a una homogeneidad muy similar a la suya de origen. Se trata de ensayar en compañía Eso nos lleva a considerar la segunda dimensión. Compuesta la escena de una u otra forma, con unos actores disponibles, con unos límites, con unas expectativas, aparecen unas u otras dinámicas entre los actores, una construcción colectiva del relato. Con los actores disponibles se construyen unos papeles para representar la adolescencia, unas formas de actuar, de hacer de adolescentes, de practicar la adolescencia. Unas son dominantes, otras rechazadas, a unas se les da mayor valor y otras pasan a ser secundarias. La escena que, en un tiempo y un espacio concretos, se compone hace que aparezcan unas u otras formas de ser adolescente. Un actor no interviene si no hay otro que le dé pie, la entrada en un diálogo o en un silencio. Las adolescencias son el producto de las interrelaciones que en un determinado momento se dan en sus vidas. Convivir con unas u otras formas de ser adolescente supone ser adolescente de una u otra forma. Las formas de ser adolescente también parecen depender de factores circunstancia les: las «presencias», formas de adolescencia que aparecen en su proximidad como posibles, viables, atractivas o rechazables. Las formas de ser adolescente (de estar, de experimentar, de vivir la adolescencia) también parecen depender de factores circunstanciales, diferentes en el tiempo y dinámicos dentro de cada contexto. Las prácticas adolescentes, la construcción y el ejercicio de sus adolescencias, dependen de un conjunto de interacciones que podríamos denominar «presencias», es decir, de las formas adolescentes que en un contexto y en un tiempo aparecen en su proximidad como posibles, viables, atractivas o rechazables. En los diferentes territorios escolares y en distintos momentos predominan unas u otras adolescencias, que se ponen de moda por las diversas influencias que conforman hoy la construcción adolescente, que son viables en función de las limitaciones y posibilidades sociales que arrastran como bagajes personales y colectivos. Ser adolescente de una u otra forma, concretar su adolescencia en marcha, dependerá mucho del conjunto de prácticas adolescentes con las que cada uno se encuentre. Basta con mirar las estéticas, escuchar sus lenguajes, considerar las relaciones para ver que, incluso en condiciones sociales similares, las formas de ser adolescente son muy diversas en cada ambiente. No se trata tan sólo de mayor o menor presencia de pijos o quillos, sino de cómo en algunos territorios domina una cierta indefinición, un predominio de adolescencias poco espectaculares, y cómo, en otros, son muy visibles las diferencias y las confrontaciones. En algunas escuelas, parte de la adolescencia significativa se visualiza por diferentes formatos de pelo rapado con flecos, en otras por la apabullante presencia de correctores dentales en busca de la sonrisa encantadora o en algún otro caso por la ostentación de simbologías radicales. El conglomerado de adolescencias que ponen en práctica es múltiple. No estamos simplemente reafirmando la diversidad de adolescencias, lo que 29 ahora ponemos de relieve es que las diversas composiciones de adolescencias crean formas dominantes y contrapuestas de ser adolescente en cada territorio. Como luego veremos, una de las cuestiones centrales de la adolescencia es la construcción de la identidad, que en este momento pasa por definirse de alguna forma como adolescente diferente. Para hacerlo utiliza los materiales y las prácticas que tiene a su alcance. Por imitación o por afirmación contrapuesta se definen en función de los mundos adolescentes con los que interactúan. Cuando en un entorno aparecen formas de afirmarse que destacan (porque sus personajes tienen ascendencia grupal, generan tensiones o tienen espectacularidad), se producen fenómenos de seguimiento (suma de adeptos) o movimientos de afirmación contrapuesta. Fenómenos que probablemente no se darían si no estuviese presente la afirmación identitaria contraria. Es la convivencia con adolescencias diversas, el poder practicar e imitar múltiples formas adolescentes, lo que permite normalizar la adolescencia. No podemos decir que las oportunidades que tienen para ser adolescentes de una u otra forma vayan a condicionar definitivamente su futuro joven. Pero sí tenemos que afirmar que es como si fuesen adolescentes en función del catálogo de adolescencias que aparece en su escena. El catálogo en algunos casos es amplio, en otros, reducido. En todos los casos es cambiante. Es la convivencia con adolescencias diversas, el poder practicar e imitar múltiples formas adolescentes, lo que permite normalizar la adolescencia. Se acaba siendo en función de cómo se es tratado Son las personas adultas que rodean a los adolescentes quienes estimulan, provocan o refuerzan unas u otras formas de practicar la adolescencia. La escena teatral también depende de la dirección de la obra. No deja de ser un clima en el que se interpreta con más facilidad, más dificultad, más resistencia o más crisis. Las adolescencias son el producto de diversos climas, de diversos ambientes creados por quienes están a su lado. Son las personas adultas que los rodean quienes estimulan, limitan y centran las actuaciones. De ellas depende el sentido y las dimensiones de las confrontaciones. También son ellas las que provocan o refuerzan unas u otras formas de actuar, unas u otras formas de practicar la adolescencia. Las interacciones adolescentes que generan formas de ser adolescente no son únicamente el resultado de combinaciones sociales previas y de predominios e influencias de los estilos que puntualmente consiguen dominar, sino que también son el resultado del estilo de relaciones que genera cada institución, de los agrupamientos que propicia, de las diversidades y homogeneidades que organiza. El alumnado adolescente, que ha hecho de la escuela su hábitat, utiliza la vida escolar cotidiana como almacén de repertorios de conducta. Las formas de organizar el instituto, el grado de democracia y las prácticas participativas que existen suponen distintas formas de socialización (identidad, 30 sociabilidad, generación de cultura) y, como luego veremos, de convivencia o de conflicto.El alumnado adolescente, que ha hecho de la escuela su hábitat incluso cuando las cosas no le van bien, utiliza la vida escolar cotidiana como almacén de repertorios de conducta. Se afirma y se diferencia, se siente de una forma u otra en función de las dinámicas escolares. No son tan sólo como las posibilidades que tienen de ser, sino que también hacen de adolescentes en función de cómo son tratados. Las prácticas adolescentes quedan especialmente afectadas por las agrupaciones escolares, por cómo se conforman los grupos clase y las dinámicas entre grupos derivadas. No nos toca hacer aquí y ahora el análisis de los distintos criterios y de las ventajas y contradicciones que supone agrupar al alumnado de una u otra forma (por niveles, por características, por dificultades, aleatoriamente, etc.). Con todo, quiero destacar que las formas de agrupar y el trato que recibe e interioriza cada grupo también conforman sus formas de ser adolescente. Las formas de agrupar y el trato que recibe e interioriza cada grupo de adolescentes tambien conforman sus formas de ser. Obviamente, en las múltiples y distintas escuelas con las que he tenido relación he podido constatar cómo el profesorado tiene diferentes formas de relacionarse con el alumnado y de conformar los grupos. Pero también he podido comprobar la existencia de distintas formas de ejercer de adolescentes que están estrechamente ligadas al clima creado en el aula, en la escuela. De manera elemental podríamos decir que algunas formas problemáticas de ser adolescente se estimulan y se refuerzan por interacciones negativas que se crean al agrupar de determinadas formas. Algunos adolescentes son adolescentes de una u otra manera en función de cómo son tratados por las instituciones en las que están. Los sujetos vividos y tratados como negativos, como problemáticos, también han de construir una identidad, pero al no tener a su alcance interacciones y resultados positivos agudizan la afirmación por contraposición. Buscan entre los demás adolescentes, entre las otras formas de ser adolescente, los enemigos objeto de su negación. Ser adolescente también es una forma de reaccionar al trato recibido, una forma de ser en negativo cuando no se puede ser en positivo, una necesidad de diferenciarse de alguien que es peor o que «tiene la culpa» de las propias dificultades. Hay quien puede pensar que no debemosmeter en la cárcel alos adolescentes quedelinquen por condescendencia social enfunción de su edad,pero no debemos hacerlo fundamentalmente porque si lostratamos como delincuentes se convertiránen delincuentes. Hay quien puede pensar que no debemos meter en la cárcel a los adolescentes que delinquen por condescendencia social en función de su edad. No está mal una cierta consideración humanizadora. Sin embargo, no debemos hacerlo, fundamentalmente, porque si los tratamos como delincuentes se convertirán en delincuentes. La identidad adolescente que están conformando se construirá en función de las respuestas que reciban. Son aquel adolescente que queremos que lleguen a ser y estamos dispuestos a ayudarles sin anticiparnos a fijarlos en sus descontroles y errores. La adopción de esta triple perspectiva en el territorio escolar (serviría igual para otros 31 entornos) supone aceptar que los chicos y chicas adolescentes, sus formas de serlo y buena parte de sus conductas son el producto de: • La composición social que la matrícula y la ubicación de la escuela en el territorio de un barrio provocan, los entornos de los que proviene el alumnado. Algunas formas de ser adolescente no son posibles en determinadas escuelas, algunas son dominantes, otras minoritarias. • Las composiciones, las mezclas, las interacciones adolescentes que finalmente se producen en cada instituto, en un curso escolar, en un periodo y en unos grupos clase concretos. • Los climas que se crean en la institución escolar, el trato escolar que unos y otros adolescentes reciben. Climas y respuestas que dependen en gran medida de la cultura institucional, de la composición del grupo de profesores y del momento estable o crítico por el que unos y otros pasan. Hemos dado un paso más y ahora consideramos que los adolescentes son de una forma u otra en función de las posibilidades que tienen de serlo; de las dinámicas, interacciones y prácticas adolescentes que se produzcan en esos años de su vida, y, finalmente, en función de las respuestas que reciban de las instituciones adultas que los rodean. Adolescentes por dentro Pequeño repaso a la psicología del desarrollo Una vez situadas las adolescencias actuales, debemos acercarnos a su adolescencia común mirando cómo son por dentro. Desde la infancia a la juventud habrán de sufrir un conjunto de profundas transformaciones, un proceso de personalización. Lo que sienten, lo que dicen, lo que hacen tiene que ver con su condición evolutiva. Se trata de sujetos inmersos en una etapa clave de transformación, de deconstrucción de lo que ahora son y de descubrimiento de lo que desean ser, de lo que prueban, ensayan, practican a ser. Si nos fijamos ahora en esa parte de sus mundos adolescentes, es porque educar, enseñar, supone siempre tener en cuenta ese mundo personal en proceso caótico de construcción. Necesitamos considerar, por ejemplo, que la ilusión del primer amor altera cualquier cálculo matemático o los agobios inesperados modifican con facilidad los centros de interés. La psicología del desarrollo (Ortega, 1999) nos recuerda que, en contra de una visión lineal, simplemente acumulativa de la evolución humana (crecemos, maduramos y nos hacemos mayores), existen etapas, ciclos o periodos de la vida cualitativamente diferentes, maneras diversas de ser persona (niño, adolescente, joven, adulto...), estructuraciones y organizaciones de la manera de ser y de construirse. Al hablar de ciclos evolutivos tenemos presente que algunas tareas y algunas conductas sólo son 32 posibles cuando se llega a una determinada etapa vital (que, por ejemplo, será difícil hacer un análisis causal de la revolución industrial si antes no se llega a la etapa en la que es posible razonar con conceptos). También, que hay formas de ser y de actuar que suelen ser bastante comunes en un determinado periodo, en un ciclo evolutivo concreto (difícilmente encontraremos a un adolescente que no tienda al conflicto con sus adultos). Sabemos que sólo algunas etapas y sólo pequeñas partes de cada una de ellas están genéticamente previstas y que siempre suponen un proceso de interacción entre la biología y el entorno. Sabemos que sólo algunas etapas y sólo pequeñas partes de cada una de ellas están genéticamente previstas y que siempre suponen un proceso de interacción entre la biología y el entorno (que las dinámicas hormonales, por ejemplo, dependen de la alimentación o de las expectativas sociales sobre el comportamiento sexualmente activo). También sabemos que una cosa son los ciclos vitales en una sociedad uniforme y estable y otra muy diferente cuando la sociedad es compleja y cambiante. Lo que pueden ser etapas uniformes y universales se convierten en particulares y diversas. Si tenemos en cuenta estos criterios, la relación educativa que hay que establecer (desde la tutela cuasi paternal o maternal del frágil alumno de los primeros años de la escuela infantil, hasta la construcción de la ascendencia adulta con respecto al discípulo adolescente), las formas de ayudar a aprender, la organización de la vida escolar y el esquema de funcionamiento de una institución han de adaptarse a las formas de ser dominantes en cada etapa de desarrollo. Igualmente, las claves evolutivas determinan aquello que es posible plantear y aprender, así como lo que en un determinado momento todavía no será posible llevar a cabo. Lo mismo nos pasará con las distintas secuencias de aprendizaje, los procedimientos que se van a ejercitar en cada ciclo y las capacidades progresivas que deberán consolidarse. Hacerse adolescente no es un simple proceso acumulativo, se producen transformacionesy, por lo tanto, organizaciones y desorganizaciones. Igualmente, la idea de etapa, de ciclo, supone aceptar la existencia de ritmos madurativos diferentes. Dentro de un ciclo, la mayoría de los alumnos coinciden en la parte central de éste, pero no al inicio ni al final. Ha de tenerse en cuenta que el desarrollo no es lineal, ni se produce siempre hacia adelante. Todo avance puede suponer retrocesos momentáneos, paradas de seguridad. Los procesos están llenos de situaciones de perplejidad ante los nuevos retos, las nuevas exigencias. Hacerse adolescente no es un simple proceso acumulativo, de aumento, previo a la vida adulta. En ese ir dejando de ser niños se producen transformaciones y, por lo tanto, organizaciones y desorganizaciones. Se deja de ser y se intenta ser; se avanza y se retrocede; se busca la seguridad para paliar la más perenne de las inseguridades; se tiene la sensación de que algo de uno mismo se va con cada una de las crisis cotidianas. Pensar en clave de ciclo evolutivo no exime de seguir considerando el proceso educativo como algo particular; se debe tener en cuenta que la primera diversidad que experimentan los alumnos es de carácter temporal, de tiempos y ritmos de desarrollo, en los que además puede no haber sincronía entre los aspectos físicos, sociales, intelectuales 33 o afectivos. La idea de ciclo se contrapone al concepto de curso cerrado, estanco. Los alumnos siguen ritmos de evolución que no siempre casan con los calendarios escolares. La idea de ciclo se contrapone al concepto de curso cerrado. Los alumnos siguen ritmos de evolución que no siempre casan con los calendarios escolares. Personajes en pura evolución La idea de etapa evolutiva aplicada a la adolescencia conduce a considerar que son situaciones condicionadas por la etapa en la que viven y con ella pueden desaparecer. La idea de etapa evolutiva aplicada a la adolescencia conduce a considerarla un período transitorio y, a la vez, a tener en cuenta que es un tiempo inevitable e imprescindible para su futuro como ciudadano adulto. Todo -problemas y situaciones positivastendrá la etiqueta de lo condicional; de aquello que «puede condicionar» el futuro, el resultado posterior, y a la vez de aquello que «está condicionado» por la realidad en la que está inmerso. Muchas de las dificultades tendrán que considerarse desde esa doble óptica. Son situaciones condicionadas por la etapa en la que viven y con ella pueden desaparecer (tienen que ver con su adolescencia y desaparecerán cuando se resitúen en otra etapa de su vida). Son sucesos vitales que pueden distorsionar su futuro, su construcción personal, que hay que evitar o ayudar a encajar adecuadamente. Podríamos decir de manera resumida que todo ciclo evolutivo viene caracterizado por cambios significativos en seis aspectos estructuradores de la forma de ser, de relacionarse y de actuar: 1. Una fisiología y una anatomía singulares (en el caso adolescente los fenómenos puberales afectan a diversos sistemas y son fuente de significativas modificaciones de su conducta: «hormonas con poder»). 2. Una modificación de las capacidades cognitivas. Un tipo de organización intelectual, es decir, una manera específica de abordar, comprender, elaborar, entender la realidad que le envuelve (el niño de las primeras etapas necesita tocar, comprobar la realidad para pensar; el adolescente, en cambio ha de poder llegar a pensar sólo con conceptos o ideas). 3. Una organización (desorganización) de la vida afectiva. Un conjunto de vivencias y de emociones dominantes, una manera de organizar las emociones y los sentimientos (la claridad de los sentimientos y su expresión infantil se tornan tempestad y desproporción en la adolescencia). 4. Una estructuración de las relaciones con las personas adultas (dependencias e independencias, afirmaciones, contraposiciones, utilidad o necesidad de la presencia en sus vidas). Se pasará de la adoración por lo mucho que sabe la maestra a la puesta en duda de todo lo que sugiere el adulto. 5. Un tipo de relaciones con el grupo de iguales (valor, sentido, preeminencia sobre las relaciones con los adultos, intensidad, funcionalidad, etc.), con los iguales del otro sexo, con los compañeros de «generación» y con los predecesores. 6. Una forma de ubicarse en el mundo, una forma de construir su relación con todo 34 aquello que lo rodea (interacciones diferentes, comprensión incomprensión de sus significados, aceptación o negación de lo que los rodea, etc.). La adolescencia será el momento para afirmar que «el mundo es una mierda» o para adaptarse acríticamente o de manera consumista. Siempre son en primer lugar adolescentes De todos esos ejes de cambio hablaremos en uno u otro momento en el libro. Aplicarlos sistemáticamente aquí nos llevaría a escribir un manual de psicología evolutiva. Para saber cómo son, probablemente bastaría con que observáramos con curiosidad lo que cada día vemos en el aula o en los pasillos (o en casa si son nuestros hijos e hijas). Pero justamente vamos a tratar en la próxima idea clave las formas para mejorar nuestros descubrimientos adolescentes. Profundizaremos en las confrontaciones con los adultos en la tercera idea clave cuando hablemos de conflictos y de problemas, o abordaremos la cara amable con la tarea de los tutores. De las tempestades y las calmas emocionales aparecerán ideas en diferentes momentos. Cómo piensan será asunto de la escuela adolescente y de las pedagogías y didácticas. Sus ubicaciones en el mundo se manifestarán hablando de sus argumentos. Etc. He realizado un breve resumen en el apartado «Qué es “normal” en un adolescente» de esta idea clave (pp. 52-55). Podemos recoger algunas de sus descripciones o investigar sus «perfiles» en las comunidades virtuales, o repasar las ventajas e inconvenientes que atribuyen a su estado. La gran cuestión de todos los adolescentes es construir su identidad. Por esa razón, existe un principio interpretativo básico según el cual todo lo que hacen está al servicio de demostrar que existen y de ensayar diferentes formas de ser hasta encontrar la suya. En todo caso, conviene no olvidar que la gran cuestión de todos los chicos y chicas adolescentes es aclararse quiénes son, construir su identidad. Por esa razón, existe un principio interpretativo básico según el cual todo lo que hacen está al servicio de demostrar que existen y de ensayar diferentes formas de ser hasta encontrar la suya. La condición adolescente evolutiva afecta, en nuestro entorno, a todos los chicos y chicas. No hay posibilidades de escaparse a ello ni el profesorado o los padres y madres pueden dejar a un lado esa condición de sus alumnos e hijos. Por eso, uno de los principales hábitos pedagógicos que debemos adquirir es el de intentar leer siempre en primer lugar sus conductas en clave adolescente. Desde la situación bronca hasta la motivación, primero son adolescentes luego malos o buenos alumnos, pero no al revés. Uno de los principales hábitos pedagógicos que debemos adquirir es el de intentar leer siempre en primer lugar sus conductas en clave adolescente. Se puede objetar esta afirmación diciendo que el alumnado ya tiene años, que tiene detrás de él una historia. Ciertamente es así: llegan a la ESO con una historia escolar, a la adolescencia con una vida infantil. Pero todo se altera con la nueva condición, todo es vivido desde un nuevo prisma, con unas nuevas coordenadas. Sería absurdo olvidar lo 35 que han vivido, pero no podemos mirarlos a partir de los lastres que acumulan. En la clase tendremos a un alumno de trece años con dificultades acumuladas de lectoescritura, pero si queremos hacer algo con él, habrá que tener en cuenta que no tiene el más mínimo interés en escribir para seguir apareciendo como un desastre, especialmente si puede tener éxito de otras maneras, por ejemplo, ligando. Quizás si aprende a escribir cartas usando el correo electrónico, salvemos su chulería adolescente y nuestra pretensión de que aprenda. Tres características para una síntesis La
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