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G. W. Leibniz Filosofía para princesas Nueva edición a cargo de Javier Echeverría Epílogo de Concha Roldán Primera edición: 1989 Segunda edición: 2019 Diseño de colección: Estudio de Manuel Estrada con la colaboración de Roberto Turégano y Lynda Bozarth Diseño de cubierta: Manuel Estrada Ilustración de cubierta: Hans Holbein el Joven: Retrato de Ana de Cléveris (detalle). Museo del Louvre, París. © AGE / Bridgeman Selección de imagen: Carlos Caranci Sáez Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización. © del epílogo: Concha Roldán Panadero, 2019 © de la traducción, notas y prólogos: Javier Echeverría Ezponda, 1989, 2019 © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1989, 2019 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15 28027 Madrid www.alianzaeditorial.es ISBN: 978-84-9181-521-1 Depósito legal: M. 9.680-2019 Printed in Spain Si quiere recibir información periódica sobre las novedades de Alianza Editorial, envíe un correo electrónico a la dirección: alianzaeditorial@anaya.es 7 Índice 9 Prólogo a la segunda edición, por Javier Echeverría 25 Prólogo a la primera edición. Carta-dedicatoria, por Javier Echeverría 75 Carta 1. Leibniz a la princesa Elisabeth 85 Carta 2. Leibniz a la duquesa Sofía 92 Carta 3. La duquesa Sofía a Leibniz 93 Carta 4. La duquesa Sofía a Leibniz 95 Carta 5. Leibniz a la duquesa Sofía 101 Carta 6. Leibniz a la princesa electora Sofía 107 Carta 7. Memoria para las electoras de Braun- schweig y de Brandenburgo 111 Carta 8. Leibniz a la electora Sofía 119 Carta 9. Leibniz a la electora Sofía 131 Carta 10. Leibniz a la electora Sofía 139 Carta 11. Leibniz a la electora Sofía 140 Carta 12. Leibniz a la electora Sofía 143 Carta 13. Leibniz a la electora Sofía 150 Carta 14. Leibniz a la duquesa viuda de Orleans para serle comunicada al duque de Orleans, su hijo 157 Carta 15. Billete del Sr. duque de Orleans 159 Carta 16. La electora Sofía Carlota a Leibniz 160 Carta 17. Leibniz a la reina Sofía Carlota 8 Filosofía para princesas 175 Carta 18. La reina Sofía Carlota a Leibniz 177 Carta 19. Leibniz a la reina Sofía Carlota 182 Carta 20. Leibniz a la reina Sofía Carlota 191 Carta 21. Leibniz a la reina de Prusia 192 Carta 22. Respuesta de la reina 193 Carta 23. Leibniz a Milady Masham 197 Carta 24. Leibniz a la princesa Carolina de Ans- pach 202 Carta 25. Leibniz a la princesa electoral 204 Carta 26. Leibniz a la princesa electoral Carolina 206 Carta 27. La princesa electoral a Leibniz 208 Carta 28. La princesa de Gales a Leibniz 209 Carta 29. Leibniz a la princesa de Gales 211 Carta 30. La princesa de Gales a Leibniz 212 Carta 31. La Srta. de Pollniz a Leibniz 213 Carta 32. Leibniz a la princesa de Gales 218 Carta 33. La princesa de Gales a Leibniz 220 Carta 34. Leibniz a la princesa de Gales 222 Carta 35. La princesa de Gales a Leibniz 225 Epílogo: Leibniz y su reconocimiento del papel de las mujeres en la República de las letras, por Con- cha Roldán. 233 Notas 253 Bibliografía 9 Prólogo a la segunda edición Han pasado treinta años desde la primera edición de esta obra, que apareció en 1989. Desde entonces, Leib niz ha cambiado mucho. Ha evolucionado. En cuanto autor, sigue vivo. Año tras año se publican nuevos es critos suyos, hasta ahora inéditos. Su pensamiento si gue desplegándose. Recientemente se han transcrito re flexiones suyas sobre economía y ciencias sociales: se guros, contabilidad, atención a la pobreza... Notables, como siempre. Algunas, sobresalientes. Leibniz sigue siendo un autor que inspira y aporta ideas innovadoras. Lo hizo en vida, pero también ocurre tras su fallecimien to (1716). Y quedan muchos documentos suyos por pu blicar. Por ejemplo: la gran mayoría de los relacionados con la filología, la lingüística, la semiótica, la psicología y la teoría de la mente. Es probable que dentro de unos años sea considerado como uno de los precursores de la teoría de la gramática universal. En suma: su obra inte 10 Javier Echeverría lectual sigue teniendo desarrollo, aceptación y noveda des trescientos años después de su muerte corporal. Y eso sin comentar lo que otras personas escribimos sobre sus obras. Algo similar ocurre con las princesas con las que man tuvo extensas correspondencias. También en este caso ha habido publicaciones importantes en los últimos años; por ejemplo, el libro de Sofía de Hannover que incluye sus Memorias y Cartas de Viaje (París, 1990). El manus crito autógrafo de las Memorias de Sofía, por cierto, se ha perdido. Por suerte, Leibniz había hecho una copia y gracias a eso se han podido publicar esas Memorias. El texto está en francés, muy bien escrito. Leibniz lo copió íntegramente, quizá para sus estudios sobre la historia de la casa de BraunschweigLüneburg, dado que Sofía aporta muchos datos sobre sus períodos en La Haya (16301650), Heidelberg (16501658), Hannover (1658 1664), sus viajes a Italia (16641665) y Francia (1679), así como sobre cuestiones familiares hasta febrero de 1681, fecha del último escrito de la princesa Sofía de Brauns chweigLüneburg. Son datos históricamente importan tes sobre varias cortes europeas, dada la gran relevancia que tenía Sofía como descendiente de los Estuardo in gleses. En suma, Leibniz no sólo intercambiaba cartas y adjuntaba memorias a sus amigas princesas. Llegado el caso, copiaba los documentos que ellas escribían, cosa que también hizo con Pascal y con Descartes durante su estancia en París (16721676), justo antes de instalarse definitivamente en Hannover. Esta edición versa sobre un modo singular de hacer filosofía: la filosofía cortesana. Durante su vida, Leib 11 Prólogo a la segunda edición niz desempeñó numerosas profesiones y oficios. Fue juez, diplomático, filósofo, teólogo natural, consejero áulico, bibliotecario, archivero, matemático, físico, quí mico, biólogo, geólogo, inventor, ingeniero, empresario, his toriador, filólogo, organizador de sociedades científi cas, estratega geopolítico y militar, etc., etc. Además, tuvo múltiples aficiones, que no ha lugar enumerar aquí: una de ellas fueron los juegos, incluido el ajedrez. Sin embar go, si se estimase a qué actividades dedicó más tiempo, además de dormir, sobresaldrían tres: leer, escribir y ha cer la corte. Leibniz leyó muchísimo. A los 8 años empezó a apren der latín de forma autodidacta: comparaba un libro de Tito Livio en latín con imágenes con su traducción al ale mán e iba entendiendo el contenido progresivamente. Un amigo de la familia le recomendó a su madre que le abriera al niño la biblioteca de su padre, quien había fa llecido dos años antes. Fue un momento clave en la for mación de Leibniz. Empezó a leer libros en latín por sí mismo, y luego en griego. A los 10 años conocía a los clá sicos latinos y los padres de la Iglesia. A los 12 había leí do a Platón, Aristóteles y Virgilio. A los 13 empezó con los escolásticos (Tomás de Aquino, Suárez –como una novela–, Zabarella...). A los 15 pasó a los «modernos»: Bacon, Kepler, Galileo, Descartes, Campanella... Poste riormente siguió leyendo todo tipo de libros a lo largo de su vida, además de ojear y controlar muchos más como bibliotecario. En cuanto a la escritura, Albert Rivaud calculó en 1905 que Leibniz había dejado en su archivo personal unas 200.000 páginas manuscritas: a razón de 10 diarias desde 1660, cuando cumplió 14 años. Entre 12 Javier Echeverría ellas, abundan las cartas, puesto que tuvo más de 1.100 corresponsales en Europa, y algunos en Asia, dado su graninterés por otras culturas, empezando por China y siguiendo por Rusia. Ello no le impidió convertirse en el filósofo europeo por antonomasia, además de ser el crea dor de la filosofía alemana moderna. Sin embargo, desde que llegó a Hannover y hasta el fi nal de su vida, una de sus principales ocupaciones fue hacer la corte a príncipes, princesas, zares, emperadores, y nobles en general. Pues bien, los intercambios episto lares con las diversas princesas a las cuales escribió tie nen la virtud de juntar en una misma relación esas tres actividades: leer, escribir y hacer la corte. Leibniz dedicó muchísimo tiempo a intercambiar cartas con princesas, damas nobles y mujeres inteligentes, a las que admiró y trató durante largos períodos, sin que se sepa si de ver dad amó a alguna. Por mi parte, no entraré en especu laciones sobre la vida privada de Leibniz, pero sí voy a aventurarme a lanzar una hipótesis que me parece muy plausible: Leibniz amó intensamente a una divinidad, que era omnipotente, omnisciente, infinitamente buena y perfectamente justa. Ésta fue la adición de Leibniz a los teólogos escolásticos y la desarrolló en su Teodicea (que significa: justificación de Dios). Dicho libro afronta la difícil y comprometida cuestión de si la creación divina fue justa o no. Él argumentó que sí, que la distribución de bienes y males ha sido, es y será, a fin de cuentas, jus ta. En varias de sus obras usó el pseudónimo de «Teófi lo» (amante de Dios). Y aunque el Dios cristiano aparen temente no tiene género, lo cierto es que las tres personas que componen la Trinidad suelen ser tratadas en los tex 13 Prólogo a la segunda edición tos sagrados usando el género masculino. En un contex to así, mi hipótesis consiste en sugerir que Leibniz amó a la divinidad cristiana sobre todas las cosas. Dios fue la persona principal en su vida, y por ende príncipe y princesa. Leibniz denominó «Filaletes» (amante de la verdad) al interlocutor de «Teófilo» en los Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano. De esta manera, atribuía a Lo cke un pseudónimo digno y elogioso. No en vano quería simular un diálogo de guante blanco con el filósofo in glés, que pudiese gustar a las princesas de Hannover, las cuales habían leído por su cuenta a Locke y querían sa ber lo que Leibniz pensaba sobre su Ensayo sobre el en- tendimiento humano. Para satisfacer la curiosidad inte lectual de Sofía, Sofía Carlota y otras damas de corte, Leibniz escribió una obra filosófica que, pese a su pu blicación muy tardía (1675), se ha convertido en todo un clásico del pensamiento filosófico. En su origen, sin embargo, los Nuevos Ensayos fueron filosofía cortesana pura, al igual que la Teodicea, o luego la Monadología. En su excelente libro, Le pli (‘El pliegue’), Gilles Deleuze ha afirmado que Leibniz es el filósofo barroco por antono masia, incluso más que su admirado Spinoza. En efecto, ese apelativo de «filósofo barroco», así como la expre sión «filósofo del Barroco», se adecúa muy bien a Leib niz, a su concepción de Dios y de la naturaleza, y a las hipótesis del mejor de los mundos posibles y de la armo nía preestablecida. 14 Javier Echeverría Sin embargo, Leibniz es mucho más que un filósofo barroco (y del barroco). Ese atributo no conforma más que una de sus máscaras históricas. Habiéndolos leído desde pequeño, Leibniz intervino en la querella de los Antiguos y los Modernos, afirmando la validez y la vi gencia de ambos bandos, a los que puso a dialogar a lo largo de su propia obra. Muchos historiadores de la fi losofía le consideran como uno de los grandes conoce dores de la philosophia perennis, cosa que también es cierta. Incluso se interesó en la alquimia, aunque mu cho menos que Newton. También estuvo al tanto de los escritos sobre la cábala y sobre la teoría de la transmi gración de van Helmont; no en vano las princesas han noverianas se habían interesado por este autor, al que se alude más de una vez en la correspondencia que si gue. Desde otro punto de vista, Leibniz fue un rena centista de pro, comparable a Athanasius Kircher y a otros «hombres universales del Renacimiento». Las co medias italianas y las músicas barrocas le inspiraron mucho a la hora de elaborar su filosofía, como se verá en la carta 20 sobre el principio de Arlequín, que afir ma la uniformidad de la naturaleza, pero en lenguaje barroco. Obvio es decir que Leibniz fue un racionalis ta puro y duro, incluso más que Descartes y Spinoza: no en vano aplicó por doquier su principio de razón su ficiente. Sin embargo, su racionalismo no le impi dió afirmar el empirismo, ni tampoco practicarlo, como muestran sus investigaciones en ciencias naturales y so ciales. Tampoco hay duda de que fue un claro precur sor de la Ilustración y de la Enciclopedia, reconocido como tal por Diderot, entre otros. Y podría comentar 15 Prólogo a la segunda edición otros calificativos generales que se le han aplicado a Leibniz: irenismo, eclecticismo, escepticismo, estoicis mo, progresismo, logicismo, etc. Todos ellos son ade cuados, ninguno es suficiente. Por mi parte, prefiero calificarlo de filósofo perspectivista, antecesor de Nietzs che y de Ortega. Pero ni eso vale para definirlo. La fi gura de Leibniz es muy plural y poliédrica, incluso ca leidoscópica: incluye todas esas caras, y otras más. Pero a la hora de publicar en nombre propio anduvo con mucho cuidado. Su primer gran libro publicado sobre filosofía y teología, la Teodicea (1710), apareció en su primera edición sin nombre de autor. Otro tanto ocu rrió con varios artículos suyos, aunque a veces gustaba autodenominarse «el autor del sistema de la armonía preestablecida». Pues bien, en su proyectado diálogo filosófico con Locke, eligió dos pseudónimos muy bellos: el amante de la verdad (Locke) y el amante de Dios (el propio Leib niz). Leibniz meditó desde joven sobre el principio de individuación, y luego sobre su propia identidad metafí sica, negando la predestinación y afirmando la armonía preestablecida, que afirma la existencia de espíritus li bres, e incluso espontáneos. Sin embargo, a la hora de escribir y publicar se atuvo a las formas y costumbres de su época. Por eso desempeñó con dedicación, va riedad y afición el oficio de cortesano. Fue lo que la pro videncia le deparó en 1676, ir a Hannover, aunque él hu biera preferido quedarse en París. Una vez en su nuevo point de vue, asumió las reglas del juego y por eso hacía la corte a diario a príncipes, princesas y, posteriormente, a emperadores, reyes y reinas. Este libro aborda esta fa 16 Javier Echeverría ceta de la figura de Leibniz, en la que también destacó, y mucho. Antes de empezar a leer la correspondencia entre Leib niz y las princesas conviene hacer una advertencia sobre el título: aunque no se note, «Leibniz» también está es crito en plural, no sólo «princesas». Leibniz hubo y hay varios, no uno solo. Princesas también. «Princesa» (o «príncipe») es una idea que puede ser investigada con ceptualmente, de modo que surjan verdades de razón re lacionadas con los principados y sus modos de ser prin cesa. Pero también hay verdades de hecho que atañen a las princesas empíricas, que son quienes encarnan la idea de ser princesa y han de atenerse a esa función durante toda su vida. En el caso de Leibniz, tres princesas desta caron sobremanera: Sofía, Sofía Carlota y Carolina. Otro tanto ocurre en el presente libro. Pero entre las tres hay diferencias significativas. Insistamos algo más en la dife rencia entre las verdades de hecho y las verdades de ra zón, tema muy leibniciano. ‘Leibniz’, según Leibniz, no es una idea, sino una sus tancia individual. Una mónada. Los personajes lla mados «Leibniz», «Teófilo», «Gottfried Wilhelm» o «el autor del sistema de la armonía preestablecida», en cambio, son otras tantas representaciones del «Leibniz mismo», al que sólo Dios conoce por completo. Al decir que «Teófilo» es una representaciónde la mónada «Leib niz» estoy pensando en términos barrocos: en represen- taciones teatrales. El Consejero Leibniz practicó y es 17 Prólogo a la segunda edición cenificó diversos juegos cortesanos en los jardines de Herrenhausen (Hannover), en el palacio de Charlotten bourg (Berlín) o en la corte imperial de Viena. También ante el zar de Rusia y otros muchos nobles y reyes. Este libro, titulado Filosofía para princesas, evoca algunos de los escenarios teatrales en los que fue actor empírica mente el propio Leibniz, puesto que usó su máscara de cortesano experimentado. En este sentido, aporta una representación leibniciana más, que se desarrolla en la escenografía de letras y párrafos compuesta por el autor del presente prólogo a la segunda edición de esta obra. Leibniz hay muchos. Tienen ustedes delante a uno de ellos. A modo de contrapunto, les aconsejo contrastar «este Leibniz» con el que ha presentado recien temente Eloy Rada en el libro titulado Obras filosóficas y científi- cas: Correspondencia V (2016). Incluye una edición casi exhaustiva de su correspondencia con la princesa Caro lina de Anspach y muestra cómo ella fue cambiando conforme se transmutó en la princesa Carolina de Ga les. Cada uno de los personajes que encarnan empírica mente las ideas del filósofo y la princesa son en tidades relacionales, que cambian según estén vinculadas a unos u otras. Por eso «Leibniz» está escrito en plural, aunque no lo parezca. A la sustancia «Leibniz» sólo la conoce Dios, según Leib niz. Nosotras, las princesas empíricas que leemos las misi vas leibnicianas, sólo podemos hacernos una idea aproxi mada y confusa de dicha sustancia. Una vez desaparecido 18 Javier Echeverría físicamente, quedan sus manuscritos, sus notas margina les a los libros que leyó, sus demostraciones y cálculos ma temáticos, sus cartas. Leibniz cambia, crece y evoluciona conforme esos manuscritos van siendo publicados, opera ción que lleva más de tres siglos, como si de una catedral del pensamiento se tratase. Leer a Leibniz es una forma de relacionarse con alguna de las representaciones que dejó de sí mismo y de su pensamiento. Citemos una de ellas, muy breve. Aparece en la sexta carta de esta edición. El 4 de noviembre de 1696 Leibniz le escribió a la princesa Sofía, su gran protectora y amiga, lo siguiente: «La muerte no es sino un cambio de teatro». Expresiones similares se encuentran en otros escritos su yos, y en particular en sus dos grandes obras filosóficas de 1714: la Monadología y los Principios de la naturaleza y la gracia fundados en razón. Ambas fueron escritas en Viena, la primera para Rémond de Montmort, la segun da para el Príncipe Imperial Eugenio. Leibniz, siempre emprendedor, pretendía convencer a la Emperatriz Eu genia y a su hijo de que se creara una Sociedad de Cien cias en Viena. Dicha Sociedad, además de desarrollar sus propias investigaciones, como la Royal Society ingle sa o la Académie du Roy francesa, podría coordinar a las diversas Academias que ya se habían creado en algunos Principados del Imperio, incluida la que en 1700 había fundado la Reina Sofía Carlota en Berlín, a instancias de Leibniz. Pues bien, para favorecer ese proyecto y a petición del propio Eugenio, Leibniz le explicó brevemente y por es crito su filosofía en los Principios de la Naturaleza y de la Gracia. Repetía así un acto de filosofía cortesana que ya 19 Prólogo a la segunda edición había practicado previamente a partir de 1703, cuando a petición de Sofía Carlota había empezado a escribir la Teodicea, obra que Leibniz le dedicó tras la muerte de la Reina de Brandenburgo. En 1704, a invitación de So fía y de Sofía Carlota, redactó en Herrenhausen los Nue- vos Ensayos sobre el Entendimiento Humano, obra que terminó en 1705. Y a instancias de la princesa Carolina Leibniz polemizó con Clarke al final de su vida (1715 16) sobre el espacio, el tiempo, la física y la teología na tural. Por cierto, en esta polémica, que al final se centró en la cuestión de la relatividad del espacio y el tiempo, intervino bajo cuerda el propio Newton, escondido tras la máscara de su amigo, el obispo anglicano Clarke. La época barroca y los debates cortesanos tenían sus pro pias reglas de juego: las princesas eran mediadoras clave, puesto que desempeñaban el papel de árbitros. Leibniz asumió esas reglas –no en vano provenían en última ins tancia de la providencia divina– y las practicó con dedi cación, oficio y, en muchas ocasiones, también con amor. Amor intelectual, por supuesto: «Teófilo» es una de las máscaras de Leibniz. Como resultado, dejó a la posteri dad algunas de sus grandes obras filosóficas, todas ellas inéditas en vida, salvo la Teodicea. Y no hay que olvidar que, tras su defunción y deplorable entierro en noviem bre de 1716, el duque de Hannover y ya rey de Inglate rra, Jorge I, hijo mayor de la Princesa Sofía, prohibió la publicación de cualquier escrito de Leibniz, salvo auto rización expresa suya. Valga como botón de muestra: Leibniz acertó al elegir a las princesas como sus interlocutoras y amigas. Con los príncipes le fue peor: eran menos generosos y, en el fon 20 Javier Echeverría do, no amaban la inteligencia tal y como ésta se manifies ta empíricamente en el mundo. La pasión de aquellos príncipes y reyes empíricos era el poder, no la «verdad» ni la justicia, ni el bien. El príncipe Eugenio, por ejem plo, cuando llegó a Emperador, no hizo nada de lo que Leibniz le había propuesto. ¡Quién sabe si de verdad leyó los Principios de la Naturaleza y de la Gracia, pese a que habían sido escritos a petición suya! Y eso que Lei bniz defendió «a capa y pluma» los derechos del Imperio vienés y de la Casa de Austria a la sucesión de la Corona Española tras la muerte de Carlos II el Hechizado. Para ello apeló a sus buenos oficios de jurista, historiador y bi bliotecario. Incluso intentó desesperadamente, como di plomático y hombre de paz, que el Imperio interviniera para impedir la destrucción de Barcelona. No tuvo éxito y Barcelona fue destruida por rebelarse contra la Casa de Borbón y apoyar a la Casa de Austria, como Leibniz. El botón de muestra ya ha quedado hilvanado. Hoy en día sería impensable que un autor, tras haber escrito tanto, dejara sin publicar (y sin quemar) escri tos tan importantes como los ya mencionados. No pudo prever que sus obras iban a ser expropiadas y secuestra das por su propio Duque y Príncipe, Jorge I: razón por la cual el público se vio privado de lo mejor de Leibniz durante décadas. Leibniz debió creer muy firmemente en la providencia divina. Desde un punto de vista pura mente empírico, la publicación de su archivo y de sus documentos inéditos ha llevado ya tres siglos, y conti 21 Prólogo a la segunda edición nuará. Por eso Leibniz no es uno, sino varios. Sigue evo lucionando con la historia. También resultaba impensable en aquella época que las principales interlocutoras de un filósofo fuesen unas cuantas mujeres, muy nobles, sin duda, pero sobre todo muy inteligentes. Ellas se mantuvieron en todo momento en su papel de princesas. Leibniz en el de cortesano. La correspondencia que se muestra en la presente edición, y que no es sino la punta del iceberg de la inmensa co rrespondencia entre las propias princesas, ilustra una de las maneras de hacer la corte en Alemania a finales del si glo xvii y principios del siglo xviii. Para entenderla en pleno siglo xxi conviene que nos pongamos en el lugar de Leibniz y de las princesas. Seamos, pues, princesas al leer, ya que Leibniz es sobreabundante. Se trata de un buen ejercicio mental, y desde luego filosófico. Según Teófilo, ponerse en la place d’autruy (‘el lugar del otro’) es la base de la ética. Incluso Dios se puso en el lugar de sus criaturas y de sus mundos posibles al crear el mundo, siempre según Leibniz. Para nosotros, que difícilmente somos capaces de empatizar con nues tros contemporáneos, sobretodo si provienen de países «pobres» y de culturas donde «no hay princesas» (lo cual es imposible), resulta más complicado todavía saltar mentalmente de una época a otra, y de un teatro a otro. Pero en eso consiste la aventura de leer a los clásicos: en compartir con ellos y con ellas lo que escribieron, acaso para indagar qué sentido tienen esas cartas y escritos hoy en día. La «Cartadedicatoria» que acompaña al presen te Prólogo sigue teniendo ese objetivo: presentar a las princesas y plantear el problema filosófico de la idea de 22 Javier Echeverría Princesa. Por eso se vuelve a publicar sin modificacio nes, salvo correcciones de detalle. En cambio, en la presente edición se amplían las notas y la bibliografía, por la razón ya mencionada de que en estos treinta años los estudios leibnicianos han avan zado mucho. También las investigaciones sobre las prin cesas leibnicianas, por cierto, como se verá en la bi bliografía. Ellas no son menos relevantes que los varios Leibniz. Éste, sea como sea su sustancia, cambia conside rablemente según sus diversas interrelaciones empíricas: con la gran matriarca Sofía, con la reinafilósofa Sofía Carlota y con la ambiciosa Carolina de Anspach, que lle gó a ser princesa de Gales y luego Reina Consorte de Ingla terra. Aquella cartadedicatoria iba dirigida a una princesa desconocida. Acaso aparezca en esta segunda edición. ¡Quién sabe! Pero no parece probable. La mítica desti nataria sigue siendo una princesa ideal, o para ser más exacto: esa carta tiene como destinataria la idea de Prin cesa, por eso no tendrá respuesta. Al final de dicho texto se sigue afirmando que tanto hombres como mujeres pueden ser princesas, en el sentido leibniciano del tér mino. Sin embargo, hoy en día la palabra «princesa» ha adoptado nuevos significados, sin perder la fuerte connotación aristocrática y de género que siempre tuvo. Gracias al movimiento feminista, algo muy profundo está cambiando con relación a la idea de Princesa. Por eso tiene sentido reeditar el libro de 1989 modificándolo lo menos posible: pequeñas mejoras en el prólogo y en las traducciones de las cartas que entonces se incluyeron, la mayor parte de las cuales se referían a Sofía de Hanno 23 Prólogo a la segunda edición ver, Sofía Carlota de Berlín y Carolina de Anspach, y lue go de Gales. Termino con una breve reflexión sobre Leibniz en len gua española, faceta ésta que Leibniz no conoció en vida, pero que en su evolución ha ocurrido. Los estudios leib nicianos han avanzado mucho en todo el mundo, y en particular en España. Leibniz nunca visitó la península ibérica y su simpatía por la Monarquía Católica y el Im perio Español era nula. Sin embargo, ahora que Leibniz no es una persona física, sino un autor clásico, y opera por tanto en otro teatro, conviene resaltar que, por fin, Leibniz se ha aposentado en la lengua española. Y sóli damente. Hubo muchos pioneros en la tarea, por ejem plo Patricio de Azcárate o José Ortega y Gasset. El libro de Ortega sobre Leibniz empezó siendo un prólogo a la edición de los artículos que éste publicó en revistas cien tíficas durante su vida y terminó siendo una obra incon clusa que iba a tener tres volúmenes, de los que Orte ga sólo escribió uno, publicado también póstumamente por Paulino Garagorri. Pasados los tiempos oscuros del franquismo, Quintín Racionero y Concha Roldán crea ron en 1995 la Sociedad Española Leibniz, luego refun dada en 2000 como Sociedad Española Leibniz para la Ilustración y el Barroco (SEL). Pues bien, tanto la SEL, presidida por Concha Roldán, como la Cátedra Leibniz de la Universidad de Granada, dirigida por Juan A. Ni colás, han impulsado durante la última década el proyec to «Leibniz en español», que está haciendo accesible el 24 Javier Echeverría pensamiento de Leibniz a la comunidad hispanoparlante en ediciones rigurosas y muy bien presentadas. La actual reedición de esta Filosofía para Princesas es un modo in directo de colaborar con ese proyecto, cuyo objetivo úl timo consiste en implantar a Leibniz en España, y sobre todo en la lengua castellana, lo cual equivale a trasladar lo a un nuevo teatro conceptual, generando así otro Lei bniz: Leibniz en español. Los idiomas también son tea tros y en ellos se practican múltiples juegos de lenguaje, incluidos juegos cortesanos. Están Vdes. invitadas a este juego filosófico en la Corte de las Letras. Siéntanse princesas al hacerlo. Practiquen los juegos de género, no sólo los de número. A la lengua española le hace falta inventar nuevos juegos gramatica les. Leibniz puede ser un buen inspirador. Formuló un método para ello: el Ars Inveniendi. Y lo practicó con las princesas de su época. 25 Prólogo a la primera edición Cartadedicatoria del traductor Princesa: Indagar los primeros principios les atañe a los filóso fos, desde Platón y Aristóteles. Dichos principios fueron considerados durante muchos siglos como ideas y con ceptos máximamente generales, expresables por medio de palabras. Eran universales y comunes a todas las len guas: el número para la aritmética, la extensión para la física, la vida para la biología, la armonía para la música, el bien para la ética, la belleza para la estética... Cada sa ber particular poseía su principio propio: la teología se ocupaba de Dios, la geometría de las figuras, los milita res de la guerra, los gobernantes del gobierno. La filoso fía, en cambio, era puro deseo de saber. Su objeto y su utilidad eran todo y nada. Sin principio propio, la cien cia primera versaba sobre los conceptos más generales de las demás artes y ciencias. Sometiendo a crítica los lu gares comunes y las máximas vigentes, trataba de dis LB004689_00 LB004689_00b
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