Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
MARTIN HEIDEGGER PREGUNTAS FUNDAMENTALES DE LA FILOSOFÍA “PROBLEMAS” ESCOGIDOS DE LA “LÓGICA” PARTE INTRODUCTORIA LA ESENCIA DE LA FILOSOFÍA Y LA PREGUNTA POR LA VERDAD PRIMER CAPÍTULO Indicación previa hacia la esencia de la filosofía § 1. La filosofía venidera y el retenimiento como temple fundamental del vínculo con el Ser [Seyn] “Preguntas fundamentales de la filosofía” – esto suena como si hubiera “la filosofía” en sí y como si luego se extrajeran de su ámbito “preguntas fundamentales”. Esto no es así ni puede ser así, sino que a través del preguntar de las preguntas fundamentales primeramente se determina qué sea la filosofía. Porque esto es así, estamos en la necesidad de indicar de antemano como qué se nos ha de manifestar la filosofía, cuando preguntemos; esto es, cuando pongamos todo – a saber, Todo – en este preguntar y no sólo hagamos como si preguntáramos, en tanto que sigamos creyendo siempre ya poseer nuestras presuntas verdades. Esta breve indicación previa hacia la esencia de la filosofía tiene únicamente la misión de armonizar nuestra actitud preguntante con el recto temple fundamental o, dicho más cautelosamente, de llevar este temple fundamental a un primer acorde. Pero: filosofía, el más riguroso trabajo conceptual del pensar, y – ¿temple? ¿Cómo van juntos ambos, filosofía y temple? Por cierto; pues precisamente cuando y porque la filosofía es el pensar más severo a partir de la más pura austeridad, ella surge desde y se demora en un temple supremo. Pura austeridad no es ciertamente nada, o aun sólo la falta de temple, tampoco la mera frialdad del rígido concepto, sino que la pura austeridad del pensar es en el fondo sólo el más riguroso retenerse del temple supremo, a saber, de aquel temple que se ha abierto a lo uno y único descomunal: que ente es y no más bien no es. Este temple fundamental de la filosofía, esto es, de la filosofía venidera, lo nombramos, si es lícito decir inmediatamente algo sobre él: el retenimiento. En él están originariamente unidos y en mutua pertenencia: el horror ante esto lo más cercano y apremiante, que ente es, y a la vez el respeto ante lo más lejano, que en lo ente y antes que cada ente, el Ser esencia [west]. El retenimiento es ese temple en el que no se supera ni se hace a un lado aquel horror, sino que a través del respeto precisamente se lo resguarda y se lo custodia. El retenimiento es el temple fundamental del vínculo con el Ser, vínculo en que el ocultamiento de la esencia del Ser se vuelve lo más digno de cuestión. Sólo quien se arroja al devorador fuego del preguntar por esto cuestionabilísimo, tiene el derecho de decir acerca de este temple fundamental algo más que sólo estas palabras indicadoras. Cuando él haya conquistado este derecho, no lo usará, mas callará. Pues nunca el indicado temple fundamental ha de volverse el objeto de una habladuría, por ejemplo, según esa manera tan apreciada y siempre presta, que ahora constata que aquí se va a enseñar una filosofía del retenimiento. § 2. Filosofía como el saber, inmediatamente inútil mas predominante, acerca de la esencia de lo ente Cada vez según la hondura de la historia de un pueblo está o falta, en su inicio determinante de todo, el poetizar del poeta y el pensar del pensador, la filosofía. Un pueblo histórico sin filosofía es como un águila sin la alta amplitud del luciente éter, en el que sus alas alcanzan el vuelo más puro. La filosofía es algo completamente diferente de la “visión de mundo” y es fundamentalmente distinta de toda “ciencia”. La filosofía no puede reemplazar desde sí ni a la visión de mundo ni a la ciencia; pero tampoco puede jamás ser evaluada desde ahí. Ella no puede medirse sino en su propia esencia, que ya luce ya se oculta. La filosofía tampoco efectúa nada, si nosotros la evaluamos con respecto a si, y para qué, ella nos es inmediatamente útil. Pero pertenece necesariamente al modo propio del opinar habitual y del pensar “práctico”, el que siempre se equivoque en la evaluación y enjuiciamiento de la filosofía, sea en el modo de una sobrevaloración, sea a la manera de una subvaloración. Se sobrevalora la filosofía, tan pronto como uno espera de su pensar un efecto inmediatamente útil. Se subvalora la filosofía, en tanto que uno sólo reencuentra en sus conceptos “abstractamente” (separada y pálidamente) aquello que ya ha asegurado palpablemente el trato experiencial con las cosas. Sólo que el genuino saber filosófico no es jamás el cojo agregado posterior de las representaciones más generales sobre lo ente, que ya se conoce sin ello. Filosofía es más bien, a la inversa, el saber precursor acerca de la esencia de las cosas, que abre nuevas regiones y perspectivas del preguntar, saber de una esencia que constantemente se oculta de nuevo. Precisamente por eso jamás se podrá hacer de este saber algo utilizable. Siempre actúa, cuando actúa, sólo mediatamente, en tanto que la meditación filosófica provee a todo comportamiento de nuevos horizontes, y a toda decisión, de nuevas normas. Pero la filosofía sólo puede tal cosa cuando ella se atreve a su asunto más propio, poner a través del pensar la meta de toda meditación para la existencia [Dasein] del hombre y erigir así en la historia del hombre un oculto predominio. Por ello tenemos que decir: Filosofía es el saber, inmediatamente inútil mas predominante, acerca de la esencia de las cosas. La esencia de lo ente empero es en todo tiempo lo más digno de cuestión. En tanto que la filosofía lucha incesantemente a través de su preguntar sólo por la dignificación de esto lo dignísimo de cuestión y en apariencia no produce nunca “resultados”, ella sigue siendo para el pensar que se obstina en el cálculo, utilización y enseñanza, siempre y necesariamente extraña. Ya que las ciencias, y por cierto no sólo las ciencias naturales, tienen que encaminarse progresivamente y, según parece, inconteniblemente hacia una completa tecnificación, para recorrer hasta el fin su camino fijado desde antiguo, y ya que a la vez las ciencias parecen estar en posesión del auténtico saber, se lleva a cabo precisamente en las ciencias y por ellas, el más agudo extrañamiento frente a la filosofía y a la vez la prueba presuntamente convincente de que ella es prescindible. (Verdad y “ciencia”: sólo cuando y cada vez que uno se cree en posesión de la “verdad”, se llega a la ciencia y su ejercicio. La “ciencia” es el renegar de todo saber acerca de la verdad. Opinar que hoy en día se persigue a la “ciencia” con hostilidad, es un error fundamental: jamás le había ido tan bien a la “ciencia” como hoy, y le irá aún mucho mejor que hasta ahora. Pero ningún sapiente envidiará al “científico” – el más miserable esclavo de los tiempos modernos. El retomar a la “ciencia” en la cuestionabilidad (cf. “La Autoafirmación de la Universidad alemana”) es la disolución de la “ciencia” moderna.) § 3. Preguntar por la verdad del Ser como saber predominante Filosofía es el saber, inútil mas predominante, acerca de la esencia de lo ente. El predominio se funda en la posición pensante de la meta para toda meditación. ¿Pero qué meta pone nuestro pensar? La posición de la meta de toda meditación sólo tiene verdad donde y cuando, ante todo, se busca una tal meta. Cuando los alemanes buscan esta meta y mientras la buscan, ellos también ya la han hallado. Pues nuestra meta es el buscar mismo. El buscar – ¿qué otra cosa es sino el más constante estar-en-la-cercanía de lo que se oculta, desde lo cual toda urgencia nos atañe y todo júbilo nos inflama? El buscar mismo es la meta y a la vez el hallazgo. Pero aquí se anuncian reparos que están a la mano. ¿No se pone así, pues, como meta una ausencia de meta sin fin, si el buscar ha de ser la meta? Así piensa el entendimiento calculador. ¿No se eterniza así, pues, la inquietud y la insatisfacción, si el buscar hade ser la meta? Así opina el sentimiento ávido de una pronta posesión. Cada vez reconocemos que el buscar trae la suprema constancia y equilibrio a la existencia [Dasein] – por cierto sólo cuando este buscar mismo busca propiamente, esto es, cuando se extiende del modo más vasto hasta lo ocultísimo y ha dejado tras sí toda mera curiosidad. ¿Y qué es más oculto que el fondo de aquello descomunal, que ente es y no más bien no es? ¿Qué se sustrae más para nosotros que la esencia del Ser, esto es, de aquello que en todo lo ente que reina alrededor de nosotros y nos soporta, que se elabora y se conduce, es lo más cercano y desgastado y que, no obstante, es algo inasible? Poner el buscar mismo como la meta, quiere decir: asentar inicio y fin de toda meditación en el preguntar por la verdad del Ser mismo – no este o aquel ente, o bien todo lo ente. La grandeza del hombre se mide según aquello que él busca, y según la insistencia en virtud de la cual él sigue siendo el buscador. Tal preguntar por la verdad del Ser es saber predominante, es filosofía. El preguntar vale aquí ya como saber, porque, cuanto más esencial y decidida deba ser una respuesta, la respuesta no puede ser nada sino el último paso en una larga serie de pasos de un preguntar que se funda en sí. En la región del auténtico buscar, el hallar no es el cese del buscar, sino su grado más alto. Esta indicación previa hacia la esencia de la filosofía ciertamente nos dice algo sólo cuando nosotros experimentamos un tal saber en el trabajo del preguntar – por eso “Preguntas fundamentales de la Filosofía”. ¿Qué pregunta preguntamos aquí? SEGUNDO CAPÍTULO La pregunta por la verdad como pregunta fundamental § 4. Verdad como “problema” de la “lógica” (rectitud del enunciado) obstruye la mirada hacia la esencia de la verdad La tarea de la lección queda indicada de un modo doble, sin que por ello se vuelva claro qué contenido encierra lo que se va a examinar. Para saber esto, partimos desde el subtítulo. Según éste, se trata de la “lógica”. Según la tradición, la “lógica” es una “disciplina”, una “especialidad” de la filosofía, supuesto que se tome la filosofía misma como una “disciplina” y se la divida según el modo escolar en disciplinas particulares y aisladas: lógica, ética, estética, etc., que a su vez abarcan en cada caso una serie de “problemas” que les pertenecen. “Problemas” – la palabra entre comillas nos sirve como denominación de aquellas preguntas que ya no se preguntan más. Ya están establecidas como preguntas y ahora sólo importa hallar la respuesta o, antes bien, modificar respuestas ya halladas, recopilar las opiniones precedentes sobre ellas y reconciliar estas opiniones entre sí. Tales “problemas” son por ello particularmente apropiados para velar genuinas preguntas, para rechazar de antemano como extrañas preguntas jamás planteadas, incluso para malinterpretar ante todo la esencia del preguntar. Por eso los así llamados “problemas” pueden tomar fácilmente el lugar de preguntas fundamentales de la filosofía. Tales “problemas” de la erudición filosófica tienen entonces, vistos desde la filosofía, su peculiar distinción en que bajo una apariencia que produce gran impresión, impiden de antemano y de modo definitivo el preguntar efectivo. Un tal “problema” de la “lógica” ha de ser dilucidado aquí. Esto quiere decir: nosotros nos esforzamos de inmediato, pasando por sobre el “problema”, la pregunta encallada, y asimismo por sobre la “lógica” como una disciplina de la estéril erudición filosófica al modo escolar, por ingresar en un preguntar filosófico hacia el fondo y desde el fondo. Ahora bien, el que nosotros partamos desde “problemas”, es necesario, porque sólo así se nos vuelve visible la figura tradicional, y por eso también aún dominante para nosotros mismos, de la pregunta que tenemos que preguntar. Porque lo tradicional tiene la mayoría de las veces un pasado muy largo tras sí, ello no es nada arbitrario, sino que aún lleva consigo la huella de una necesidad que una vez fue genuina. Mas tales huellas se vuelven visibles sólo cuando se lleva lo tradicional de vuelta a su fondo. Extraemos un “problema de la lógica”, tras el cual yace oculta una “pregunta fundamental de la filosofía” aún no preguntada. “Lógica” es la expresión abreviada de logikh> e1pisth’mh. Esto significa: saber acerca del lo’goç, y éste entendido como el enunciado. ¿En qué medida es el enunciado el “tema” de la lógica y cómo resulta de aquí la estructura de esta “disciplina” de la filosofía? Esto se dilucidará brevemente para que el nombre “lógica” deje de ser un mero título. ¿Desde dónde obtiene el enunciado – una proposición del tipo: “la piedra es dura”, “el cielo es azul” – un tal rango, de modo que se haga de él propiamente el objeto de una ciencia, la lógica? El enunciado enuncia sobre lo ente, qué es y cómo es. Diciendo así, el enunciado está dirigido hacia lo ente, y si el enunciado se rige en el decir según lo ente y su dicho mantiene esta dirección y re-presenta [vor-stellt] desde ella lo ente, entonces el enunciado es correcto. La rectitud del enunciado – esto significa para nosotros y desde antiguo, la verdad. El enunciado es así el asiento y el lugar de la verdad – pero también de la no-verdad, de la falsedad y la mentira. El enunciado es la forma fundamental de aquel decir que puede ser o bien verdadero o bien falso. No como un modo del decir ni como una frase cualquiera, sino como asiento y lugar de la rectitud, esto es, de la “verdad”, el enunciado, el lo’goç, es un sobresaliente “objeto” del saber. Como este lugar de la verdad, él reclama a su vez una atención particular sólo porque la “verdad” y la posesión de la verdad atraen hacia sí un “interés” destacado. El hombre busca la verdad; se habla de la “voluntad de verdad”; uno se cree en posesión de la verdad; se aprecia el “valor” de la verdad. Sólo porque la verdad y su posesión, y a la vez, su no- posesión, es lo que inquieta, alegra y defrauda, sólo por eso se da en el fondo algo así como “lógica”. Decimos con cuidado “en el fondo”. Pues desde largo tiempo ya es de otro modo y precisamente a la inversa. Desde largo tiempo se da la lógica como una disciplina de la filosofía escolar, y de hecho desde los inicios de la escuela de Platón – pero también sólo desde entonces. Porque la lógica se da como una elucidación del lo’goç, se da también el “problema” de la “verdad” como la propiedad distinguida del lo’goç. El “problema de la verdad” es por ello un problema de la “lógica” o, como se dice en los tiempos más recientes, de la “teoría del conocimiento”. La verdad es aquel “valor” por el cual un conocimiento primeramente vale como conocimiento. Pero como forma fundamental del conocimiento, vale el juicio, la proposición, el enunciado – el lo’goç. Teoría del conocimiento es por ello siempre “lógica” en el mencionado sentido esencial. Pero aun cuando pueda sonar exagerado decir: el “problema” de la verdad se “da” como “problema”, porque se da la “lógica” y porque de cuando en cuando se trata nuevamente esta disciplina y se la ofrece en una nueva presentación, aun así empero esto sigue siendo indiscutible: desde los tiempos de Platón y Aristóteles la pregunta por la verdad es una pregunta de la lógica. Esto quiere decir: la búsqueda de aquello que la verdad es, se mueve sobre las vías y en las perspectivas que quedan establecidas con la puesta en marcha y el círculo de tareas de la lógica y de sus presupuestos. Esta situación se deja probar fácilmente – para nombrar sólo pensadores modernos – a partir de las obras de Kant, de Hegel, de Nietzsche. Pero así como ciertamente para estos filósofos, y en suma para toda la tradición de la filosofía occidental, la pregunta por la verdad sigue siendo una meditación en el pensar y en el lo’goç, por tanto una pregunta de la “lógica”, así también sería superficial y falseador afirmar que estos pensadores habríanplanteado la pregunta por la verdad, es decir, le habrían buscado una respuesta, sólo porque se da una lógica y porque ésta exige el tratamiento de una tal pregunta. Pues presumiblemente fue otra preocupación que sólo aquélla por una mejora o una reforma de la “lógica”, la que condujo a estos pensadores hacia la pregunta por la verdad – precisamente aquel “interés” que el hombre tiene en la verdad, el hombre como el expuesto a lo ente y de tal modo él mismo ente. Pero quizás este “interés” en la verdad, que puede estar despierto aun ahí donde no hay ningún “interés” por la “lógica”, a través del señorío de la lógica ha sido empujado con el tiempo en una dirección completamente determinada y así también ha sido acuñado en una figura completamente determinada. Así es de hecho. Aun ahí donde la pregunta por la verdad no surge del interés en la lógica, el tratamiento de la pregunta empero se mueve en las vías de la lógica. Dicho brevemente: la verdad es desde antiguo un “problema de la lógica”, pero no una pregunta fundamental de la filosofía. Este hecho repercute del modo más agudo aun ahí y precisamente ahí donde al final de la filosofía occidental se pregunta del modo más apasionado por la verdad, en Nietzsche. Pues Nietzsche en primer lugar parte de esto, que nosotros no tenemos la “verdad”, lo que manifiestamente convierte la pregunta por la verdad en lo más apremiante; en segundo lugar, él pregunta qué “valor” tiene la verdad; en tercer lugar, él pregunta por el origen de la “voluntad de verdad”. Y no obstante – pese a este “radicalismo” del preguntar aparentemente insuperable, aun en Nietzsche la pregunta por la verdad queda presa en las cadenas de la “lógica”. ¿Pero es esto acaso un mal? Podría ser que el horizonte de toda lógica como lógica precisamente obstruyese la mirada hacia la esencia de la verdad. Podría ser que aun los presupuestos de toda lógica no permitiesen una pregunta originaria por la verdad. Podría ser que la lógica ni siquiera llegase al umbral de la pregunta por la verdad. Con estas indicaciones ahora sólo queremos señalar que el “problema de la verdad” se halla en una larga tradición, la que finalmente ha arrancado cada vez más la pregunta por la verdad del suelo en que está arraigada, incluso que la pregunta por la verdad ante todo no ha sido aún planteada de modo originario. En tanto que el pensar moderno y el actual se mueven por completo en los horizontes de esta tradición, un preguntar originario por la verdad les será sólo difícilmente accesible, más aún extraño, si no tendrá que aparecerles incluso como algo desquiciado. § 5. Elucidación de la verdad desde la pregunta fundamental de la filosofía, con inclusión de una controversia histórica con la filosofía occidental. Urgimiento [Nötigung] y necesidad de un preguntar originario Si en lo que sigue nosotros no elucidamos la verdad como “problema de la lógica”, sino que preguntamos por ella desde la pregunta fundamental de la filosofía, entonces contaremos de antemano con estas dificultades del entendimiento y la intelección, esto es, entonces sabremos que el preguntar por la verdad hoy en día incluye en sí una controversia con toda la filosofía occidental, y que aun sin esta controversia histórica jamás podrá ponerse en marcha. Pero controversia histórica es algo esencialmente distinto del calculador tomar conocimiento de lo pasado hasta ahora. Qué quiera decir controversia histórica, eso lo hemos de experimentar en la ejecución del pensar a través de la pregunta por la verdad. La pregunta por la verdad – incluso si aún falta la respuesta – ya como pregunta suena muy pretenciosa. Pues si no hubiera detrás de tal preguntar una pretensión a saber de algún modo la verdad, entonces todo este quehacer quedaría como un mero juego. Y sin embargo: más grande que esta pretensión, es la retención que tiene que armonizar este preguntar por la verdad. Pues ciertamente no se ha de elucidar de nuevo un “problema” ya establecido, sino que se ha de preguntar la pregunta por la verdad como pregunta fundamental. Esto significa: primero se ha de dignificar la verdad, desde el fondo, como lo digno de cuestión. Quien está en la actitud de dignificar algo más alto, queda libre de toda arrogancia. No obstante, el preguntar por la verdad, visto desde fuera, siempre mantiene la apariencia del atrevimiento a querer decidir algo primero y último. Aquí sólo el recto preguntar mismo y la experiencia de su necesidad pueden constreñir la actitud apropiada. Pero precisamente la necesidad de un preguntar originario, y así de un salir afuera del círculo del problema tradicional de la verdad, y por tanto el urgimiento a otro planteamiento de la pregunta con respecto a la tradición conservada a lo largo de dos milenios – ¿cómo hemos de experimentar esto? ¿Por qué no puede ni ha de quedar todo “como antes”? ¿Por qué no nos satisface la determinación precedente de la verdad? La contestación de estas preguntas no es nada menos que ya el regreso a la esencia más originaria de la verdad, regreso que primeramente se ha de poner en movimiento empero a través de nuestro preguntar. Sin embargo, ya por una simple meditación en la comprensión tradicional de la verdad, podemos persuadirnos de que aquí yace algo digno de cuestión y que ha quedado incuestionado. Repetición 1) La pregunta por la verdad como lo más necesario de la filosofía en la era mundial de la completa incuestionabilidad Si intentamos determinar metafísicamente – por tanto, no de modo historiográfico ni tampoco desde la visión de mundo – el sitio actual en el que está el hombre sobre la tierra, entonces se tiene que decir que el hombre comienza a entrar en la era mundial de la completa incuestionabilidad de todas las cosas y de todas las maquinaciones – un acontecimiento descomunal, cuyo sentido y dirección ninguno puede establecer y cuyo alcance nadie puede estimar. Sólo una cosa de inmediato está clara: en esta era mundial de la completa incuestionabilidad, la filosofía, como la invocación preguntante de lo más digno de cuestión, se convierte inevitablemente en lo más extraño. Por eso ella es lo más necesario. Lo necesario tiene su figura más poderosa en lo simple. Pero nosotros nombramos lo simple aquello gravísimo de nula apariencia, eso que, cuando es, les aparece a todos al punto y en adelante como lo más fácil y lo más asible, y que, no obstante, sigue siendo intangiblemente lo más grave y lo más arduo. Lo simple es lo más grave y lo más arduo, porque lo múltiple permite y favorece la dispersión, y toda dispersión, como lo contrario del recogimiento, confirma al hombre en su constante huida de él mismo – esto es, de su vínculo con el Ser mismo – y así lo alivia y desliga del peso del ser-el-ahí [Dasein]. Lo múltiple es lo fácil y liviano – aun ahí donde su cuidado aparentemente requiere esfuerzo. Pues: el paso de una cosa a otra es aligeramiento, y precisamente este paso lo rehúsa lo simple y constriñe al constante y cada vez más rico regreso a lo Mismo. Sólo cuando nosotros nos atrevemos a lo simple, entramos en el campo de juego de lo necesario. Lo más necesario de la filosofía – supuesto que ella tenga que volverse nuevamente lo más extraño – es aquella simple pregunta, a través de la cual ella, la preguntante, primeramente se lleva hacia sí misma: la pregunta por la verdad. 2) Lo digno de cuestión en la determinación precedente de la verdad (verdad como rectitud del enunciado) como lo que urge a la pregunta por la verdad En su anterior modo de tratamiento, la pregunta por la verdad es un “problema de la lógica”. Si a partir de este “problema” – esto es, a partir de la pregunta encallada – ha de surgir un preguntar y si este preguntar empero no ha de ser arbitrario ni forzado, sino originariamente necesario, entonces tenemos que tratar de experimentar efectivamente el urgimiento a la pregunta por la verdad. La determinación precedentede la verdad que por doquier es aún válida en los más diversos revestimientos, dice: verdad es la rectitud del representar lo ente. Todo representar lo ente es un hablar sobre lo ente, donde el habla puede llevarse a cabo aun callando y no requiere comunicarse por la voz. El modo más usual del hablar sobre lo ente empero es el enunciado, la simple proposición, el lo’goç, y en éste, por lo tanto, se encuentra del modo más inmediato la rectitud del representar – la verdad. La verdad tiene su lugar y asiento en el lo’goç. Por consiguiente, una determinación más precisa de la verdad misma se vuelve la tarea de una meditación en el lo’goç – de la “lógica”. ¿Pero qué puede urgirnos a convertir la delimitación corriente de la verdad como rectitud del representar en una pregunta? Pues sólo la circunstancia, quizás aún oculta, que la incuestionada determinación de la verdad como rectitud contiene algo digno de cuestión que exige ser puesto en cuestión. Se podría objetar aquí que no todo lo cuestionable requiere convertirse en objeto de una pregunta. Quizás, y por eso queremos nosotros mismos examinar primero si, y en qué medida, en la determinación corriente de la verdad como rectitud reside ante todo algo digno de cuestión, y si por otro lado esto digno de cuestión es de tal tipo que nosotros no lo podemos pasar por alto dejándolo sin dignificar y, esto es, sin cuestionar – supuesto que nosotros tengamos la pretensión de entendernos con otros y con nosotros mismos acerca de la verdad. § 6. La determinación tradicional de la verdad como rectitud Un enunciado, esto es, el conocimiento depositado en él, es verdadero en tanto que él, como se dice, se rige según su objeto. Verdad es rectitud. Aún en la Modernidad temprana y ante todo en el Medioevo, esta rectitudo se llama también adaequatio (adecuación [Angleichung]) o assimilatio (asimilación [Anähnlichung]) o convenientia (conveniencia [Übereinkunft]). Estas determinaciones se remontan a Aristóteles, con cuya filosofía la gran filosofía griega llega a su fin. Aristóteles comprende la verdad domiciliada en el lo’goç (enunciado) como o2moi’wsiç (adecuación). El representar (no’hma) se adecua a aquello que hay que aprehender. El enunciado representador sobre la piedra dura y así en suma el representar, sin embargo, es algo “del alma” (yuch’), algo “espiritual”, en cualquier caso nada del tipo de la piedra. ¿Cómo pues se ha de adecuar el representar a ésta? La representación empero no debe ni tampoco puede volverse algo pétreo, y así en el caso correspondiente de un enunciado sobre la mesa, ella tendría que volverse algo de madera, y en el representar de un río, algo líquido y fluyente. No obstante – precisamente el re-presentar [vor-stellen] tiene que adecuarse a lo ente del caso, a saber, como re-presentar tiene que poner [hin-stellen] ante nosotros lo que sale al encuentro y mantenerlo puesto así. El re-presentar (esto es, el pensar) se rige según lo ente, para dejarlo aparecer en el enunciado así como es. El vínculo del representar con el objeto (a1ntikei’menon) es la cosa “más natural” del mundo, y tanto, que uno casi se avergüenza de hablar aún expresamente de ello. Por eso precisamente la mirada inocente, que no se ha vuelto suspicaz por la “teoría del conocimiento”, tampoco puede ver de ningún modo qué ha de ser pues incorrecto en esta determinación de la verdad como rectitud o aun sólo digno de cuestión. Por cierto – en los múltiples esfuerzos del hombre por el conocimiento de lo ente ocurre muy a menudo el infortunio de que nosotros no alcanzamos lo ente así como es y nos engañamos acerca de ello. Sólo que aun el engaño se da ciertamente sólo ahí donde reina previamente la intención de regirse según lo ente. Uno puede engañar a otro, esconderle algo y mentirle [vor-machen], sólo cuando el otro, así como él mismo, ya se mueve de antemano en la actitud del regirse según ... y con la mira puesta en la rectitud. Aun en la no-rectitud, la rectitud sigue siendo lo decisivo. Así esta determinación de la verdad como rectitud, junto con su contrario, la no-rectitud (falsedad), es de hecho algo claro como el agua. Porque esta comprensión de la verdad manifiestamente surge del pensar “natural” y coincide con él, ella se ha conservado también a través de los siglos y desde largo tiempo se ha consolidado como algo comprensible de suyo. Verdad es rectitud, o en la fórmula aún más corriente: verdad es la concordancia del conocimiento (del representar – del pensar – del juzgar – del enunciar) con el objeto. verdad rectitud rectitudo adaequatio assimilatio convenientia omoiwsi~ concordancia § 7. La lucha de idealismo y realismo sobre el suelo común de la verdad como rectitud del representar Por supuesto que con el tiempo se anunciaron reparos contra esta comprensión de la verdad, y por cierto en tanto que se empezó a dudar si acaso nuestro representar alcanza lo ente mismo y en sí, y no queda más bien encerrado en el ámbito del “alma”, del “espíritu”, de la “conciencia”, del “yo”. Cediendo a esta duda, se dice: lo que nosotros alcanzamos en nuestro representar, es siempre sólo lo re-presentado por nosotros, y así ello mismo una “representación”. Por consiguiente, el conocimiento y el enunciado consisten en la representación de una representación, y con ello en un enlace de representaciones. Este enlazar es una actividad y un proceso que sucede únicamente “en nuestra conciencia”. Con esta doctrina se cree haber depurado “críticamente” y superado aquella determinación corriente de la verdad. Sólo que esta “creencia” es un error. Esta doctrina, según la cual el conocer se refiere sólo a representaciones (lo representado), únicamente restringe el alcance del representar, pero reclama también, para el representar así restringido, que se rija según lo representado y sólo según lo representado. También aquí se supone algo que da la medida, según lo cual el representar se rige – también aquí la verdad está comprendida como rectitud. Se nombra esta doctrina, según la cual nuestro representar se refiere sólo a lo representado, al perceptum, a la idea, idealismo. La opinión contraria, según la cual el representar alcanza las cosas mismas (res) y lo que les pertenece (realia), se llama desde la expansión del idealismo, realismo. Pero estos hermanos enemigos, entre los cuales el uno gustosamente se figura ser superior al otro, están, sin saberlo claramente, completamente de acuerdo en lo esencial, esto es, en aquello que da el presupuesto y la posibilidad de su lucha: que el vínculo con lo ente es el representar del mismo y la verdad del representar consiste en su rectitud. Un pensador como Kant, quien pensó, fundamentó y retuvo del modo más profundo el idealismo, admite de antemano que la comprensión de la verdad como rectitud del representar – como concordancia con el objeto – tiene que permanecer intacta. Ciertamente el realismo por otro lado queda preso en un gran error, cuando cree que según esto aun Kant, el más profundo “idealista”, es un testigo principal para el realismo. No – a partir del atenerse de Kant a la determinación tradicional de la verdad como rectitud se sigue sólo, y a la inversa, que el realismo, en la determinación de la verdad como rectitud del representar, está sobre el mismo suelo que el idealismo, e incluso, según un concepto más estricto y más originario de “idealismo”, sigue siendo él mismo idealismo. Pues aun según la doctrina del realismo – del crítico y del ingenuo – la res, lo ente, se alcanza por el camino del representar, de la idea. El idealismo y el realismo circunscriben por ello las dos extremas posiciones fundamentales en la doctrina del vínculo del hombre con lo ente. Todas las doctrinas precedentes sobre este vínculo y su carácter – la verdad como rectitud – son o bien deformaciones unilaterales de las posiciones extremas o bien algunas variantes de las numerosasmezclas y formas mixtas de ambas doctrinas. La lucha de todas estas opiniones puede proseguir aún hasta el infinito, sin jamás conducir a una meditación y a una intelección, porque lo que distingue esta infructuosa disputa es el renunciar de antemano al preguntar por el suelo sobre el cual se mueven los contendientes. En otras palabras: por doquier se tiene por comprensible de suyo la comprensión de la verdad como rectitud del representar, tanto en la filosofía como en el opinar no-filosófico. Cuanto más evidente e incuestionable siga siendo la determinación corriente de la verdad, tanto más simple tendrá que ser lo digno de cuestión en esta determinación, supuesto que algo tal se oculte en ella. Cuanto más simple sea esto digno de cuestión, tanto más arduo se volverá el asir simplemente esto simple en su plenitud interna, mantenerlo unitariamente como digno de cuestión y, esto es, como extraño, para desplegarlo en su propia esencia y así volver a fundarlo en su fondo oculto. § 8. El campo de juego de la apertura cuádruple y unitaria. Primera indicación hacia lo digno de cuestión en la determinación tradicional de la verdad Ahora tenemos que intentar una primera indicación hacia esto digno de cuestión, para asegurar ante todo, aunque sea sólo provisionalmente, la legitimidad del planteamiento de la pregunta. Reflexionemos: si nuestro representar y enunciar – por ejemplo, en la proposición “la piedra es dura” – ha de regirse según el objeto, entonces este ente – la piedra misma – tiene que ser accesible desde antes, para poder ofrecerse abiertamente para el regirse según él como lo que da la medida. Brevemente: lo ente, en este caso la cosa, tiene que estar abierto. Y aún más: tiene que estar abierta – para permanecer en el ejemplo – no sólo la piedra misma, sino también la región que el regirse según la cosa tiene que atravesar, para recoger de este modo re-presentador aquello que caracteriza a lo ente en su ser así y así. Además, tiene que estar abierto también el hombre que re-presenta y que, representando, se rige según la cosa. Él tiene que ser abierto para aquello que le sale al encuentro, a fin de que le salga al encuentro. Finalmente, el hombre también tiene que ser abierto para el hombre, a fin de que él, representando conjuntamente lo que se le comunica en el enunciado, pueda regirse según la misma cosa con los otros hombres y a partir del ser conjuntamente con ellos, y pueda entenderse y estar de acuerdo con ellos sobre la rectitud del representar. En la rectitud del representar enunciativo reina así una apertura cuádruple: 1. de la cosa, 2. de la región entre la cosa y el hombre, 3. del hombre mismo para la cosa, 4. del hombre al hombre. Pero esta cuádruple apertura no sería lo que es y tiene que ser, si cada una de estas aperturas estuviera en cada caso encapsulada separadamente de las otras. Esta apertura cuádruple reina más bien como una y unitaria, en donde, como en su campo de juego, entra y se mantiene en juego todo regirse según ... y cada rectitud y no-rectitud del representar. Si ponemos la mirada en esta apertura múltiple y, no obstante, unitaria, entonces de golpe nos hallamos remitidos, por sobre la rectitud y la actividad representadora que le es inherente, hacia Otra cosa. Esta apertura múltiple y unitaria reina en la rectitud. La apertura no es creada primeramente por la rectitud del representar, sino que a la inversa sólo es asumida siempre como lo ya reinante. La rectitud del representar sólo es posible cuando ella se puede asentar cada vez en esta apertura como en lo que la soporta y la circunda. La apertura es el fondo, suelo y campo de juego de toda rectitud. Ahora bien, mientras la verdad se comprenda como rectitud y mientras la rectitud misma se tome como algo incuestionable y, esto es, como algo último y primero, esta comprensión de la verdad – ella puede confirmarse una y otra vez por una muy larga tradición – seguirá careciendo de suelo. Sin embargo, tan pronto como se muestra esta apertura, aunque sea a una mirada que sólo vislumbra, como posibilitación y fondo de la rectitud, la verdad, comprendida como rectitud, se vuelve digna de cuestión. § 9. La comprensión de la verdad y la comprensión de la esencia del hombre. La pregunta fundamental por la verdad a) La determinación de la esencia de la verdad en su conexión con la determinación de la esencia del hombre Uno se puede sorprender de que hasta aquí nunca se haya preguntado seriamente por este fondo de la rectitud. Pero esta negligencia se muestra como menos rara cuando consideramos que aquel vínculo del hombre con lo ente, que se comprende desde antiguo como el representar y el percibir inmediatos, parece ser en la experiencia humana el más corriente y por eso el más cercano. El predominio de este vínculo del hombre con lo ente se volvió al punto tan imponente, que con respecto a él se determinó en general la esencia del hombre. ¿Pues qué quiere decir la antigua delimitación de la esencia del hombre que es válida aún hoy: animal rationale (zv<on lo’gon e5con)? Se traduce y, esto es, se interpreta esta determinación con las palabras: el hombre es el ser vivo racional; el hombre es un animal, pero dotado de razón. ¿Qué quiere decir razón, ratio, nou<ç? Si nosotros pensamos metafísicamente, como aquí es necesario, y no psicológicamente, entonces razón quiere decir: el percibir inmediato de lo ente. La definición corriente del hombre recibe ahora otro tono: el hombre – aquel ser que percibe lo ente. Quedamos así remitidos a una grave conexión, pero que aún es obscura: que lo habitual de la comprensión de la verdad como rectitud es tan antiguo como lo habitual de aquella “definición” de la esencia del hombre – que así la determinación de la esencia de la verdad depende cada vez de la determinación de la esencia del hombre. ¿O debiera quizás ser a la inversa, que la comprensión de la esencia del hombre depende cada vez de la comprensión de la verdad? b) La pregunta por el fondo de la posibilidad de toda rectitud como pregunta fundamental por la verdad Ahora no estamos aún en condiciones de decidir sobre esto. Suficiente: en la comprensión corriente de la verdad como rectitud se ha mostrado algo digno de cuestión. Esto digno de cuestión es a su vez de tal tipo, que tiene que ser reconocido y desplegado como el fondo de la posibilidad de toda rectitud. Si preguntamos por este fondo de la rectitud, entonces preguntamos por la verdad en el sentido de una pregunta fundamental. Así, no es ninguna arbitrariedad ni menos aún un mero afán por dar a cualquier precio otra figura a algo precedente, si nosotros definitivamente no nos aquietamos más con la comprensión tradicional de la verdad como rectitud, sino que la experimentamos como fuente de la inquietud. Sólo que esta indicación hacia la apertura como el fondo de la rectitud viene aún por completo desde fuera: sólo puede señalar muy provisionalmente que, y en qué medida, en la comprensión tradicional de la verdad se esconde algo digno de cuestión. Ahora bien, qué sea propiamente esto que está al fondo de la rectitud, dónde y cómo esta múltiple mas unitaria apertura misma tenga su esencia y su consistencia, eso queda obscuro. Por eso tampoco podemos aclarar qué significa el que este fondo se vislumbre tan raramente, y si alguna vez, entonces sólo de lejos. Tampoco podemos dimensionar aún adónde llega el hombre, cuando la ex-periencia [Er-fahrung] de este fondo se pone como soporte en su alcance total. Por cierto, a pesar de todo tendremos que meditar en esto, por qué y para qué nosotros preguntamos por esto digno de cuestión, cuando dos mil años de historia occidental se han bastado con esta comprensión de la verdad. Repetición 1) La relación entre pregunta y respuesta en la región de la filosofía Para que no se asienten malentendidos sobre esta lección, que fácilmente podrían impedir la rectaactitud del trabajo en conjunto, sea dicho brevemente lo siguiente: aquí no se proclamarán ningunas verdades eternas. Yo no estoy ni capacitado ni habilitado para eso. Más bien se trata del preguntar, del ejercicio del recto preguntar que hay que alcanzar en su ejecución efectiva. Esto parece ser bastante poco para aquel que presiona por la posesión de verdades. Pero la relación entre pregunta y respuesta tiene en la región de la filosofía un carácter propio. Se trata, para hablar en una imagen, de escalar una montaña. Esto no se consigue cuando nosotros nos instalamos en la llanura del opinar habitual y pronunciamos discursos sobre esta montaña, para así “vivenciarla”, sino que el ascenso y la cercanía a la cumbre sólo se consiguen cuando nosotros de inmediato empezamos a subir. Por cierto que en ello perdemos de vista la cumbre y, no obstante, sólo nos acercamos a ella más y más, en tanto que subimos, a lo cual también le pertenece el resbalar y el deslizarse, y en la filosofía incluso el desplome. Sólo quien verdaderamente sube, puede desplomarse. ¿Qué, si los que se desploman pudieran experimentar del modo más hondo la cumbre, la montaña y su elevación, de un modo más hondo y más único que aquellos que aparentemente alcanzan la cumbre, a través de lo cual ella al punto pierde para ellos la altura: se convierte en una llanura y en algo habitual? No se puede juzgar ni medir la filosofía ni el arte ni en suma ninguna controversia creadora con lo ente, con ayuda de la cómoda regla de cálculo del sano entendimiento humano y del presuntamente sano, pero desde largo tiempo ya deformado y desviado, “instinto”, tan poco como con la vacía agudeza de los así llamados “intelectuales”. Aquí hay que experimentar todo y lo Único sólo en la ejecución, en el esfuerzo del subir. Quien coge al pasar sólo frases aisladas, no sube conjuntamente. Se trata de ir con cada uno de los pasos y con la serie de pasos. Sólo así se abre el asunto que nosotros tratamos de meditar, hacia el cual queremos llegar. 2) La determinación corriente de la verdad como rectitud del representar y la apertura cuádruple y unitaria como el fondo digno de cuestión de la posibilidad de la rectitud del representar Nosotros preguntamos la pregunta por la verdad. La determinación corriente de la verdad dice: verdad es rectitud del representar, es concordancia del enunciado (de la proposición) con la cosa. Aun cuando en el transcurso de la historia del pensar occidental han aparecido diversas opiniones sobre el conocer y el representar, y hasta la hora presente luchan y se mezclan una y otra vez entre sí, en todas lo que da la medida es la misma comprensión de la verdad como rectitud del representar. Las dos opiniones capitales sobre el conocer y el representar, el idealismo y el realismo, no se diferencian en la comprensión de la verdad, ambas la toman de igual modo como una determinación del representar: del enunciado. Se diferencian sólo en la consideración del alcance del representar: si el representar alcanza las cosas mismas – res, realia – (realismo), o bien si el representar siempre queda referido sólo a lo representado como tal – perceptum, idea – (idealismo). Así domina por doquier y constantemente, pese a la aparente diversidad de los puntos de vista de la lógica y de la teoría del conocimiento, una unanimidad sobre aquello que la verdad es: rectitud del representar. Pero en esta determinación compresible de suyo de la verdad como rectitud se esconde algo digno de cuestión: aquella apertura cuádruple y unitaria de la cosa, de la región entre cosa y hombre, del hombre mismo y del hombre al hombre. Si esta apertura no fuera, entonces nunca se podría llevar a cabo un regirse del representar según la cosa. Pues este regirse según . . . no crea primeramente la apertura de la cosa ni la apertura del hombre para lo que sale al encuentro, sino que, por así decir, sólo se asienta cada vez de nuevo en esta apertura ya reinante. Ésta es por eso el fondo de la posibilidad de la rectitud y, como este fondo, algo digno para la pregunta y el cuestionar. Ahora bien, qué sea propiamente esto, hacia dónde indiquemos con ello y qué nombremos apertura, eso por lo pronto queda obscuro. Esto podría ser ahora sólo una razón más para abandonar de inmediato el preguntar por esto digno de cuestión, sobre todo cuando recordamos que la historia occidental se ha bastado desde hace dos mil años con la comprensión corriente de la verdad. c) La pregunta por la verdad como lo más cuestionable de nuestra historia precedente y como lo más digno de cuestión de nuestra historia venidera Sólo que también se puede y se tiene que preguntar en esta hora del mundo, ¿adónde ha llegado finalmente este Occidente con su comprensión de la verdad? ¿Dónde estamos nosotros hoy? ¿Qué y dónde es la verdad? ¿Hemos perdido acaso, por sobre todas las rectitudes, la verdad? ¿No ha llegado el Occidente a una situación para la cual todas las metas están encubiertas y toda ocupación e impulso sólo tienden a hallar una salida de esta situación? ¿Cómo podríamos comprender metafísicamente de otro modo el que el hombre occidental empuja o bien a la total destrucción de lo precedente o bien empero a la defensa contra esta destrucción? Mas salidas no son decisiones. Decisiones en lo extremo, sin embargo, exigen la posición de aquellas metas que sobrepujan toda utilidad y todo fin, y sólo así son suficientemente poderosas para ofrecer el urgimiento a un nuevo crear y fundar. Decisiones como tales posiciones de metas – sobre todo en la situación caracterizada – requieren de la fundación del suelo y de la instauración del horizonte sobre el cual y en el cual ellas se han de tomar. ¿Somos nosotros acaso – y esto es lo decisivo para aquella decisión misma – somos nosotros acaso de tal voluntad y de tal saber, para aun sólo en lo más próximo preparar esta decisión? ¿Es la pregunta por la verdad, vista a la luz de esta tarea, sólo un “problema de la lógica”? ¿O bien es la pregunta por la verdad lo más cuestionable de nuestra historia precedente y lo más digno de cuestión de nuestra historia venidera? Para todo aquel que tiene ojos para ver, y además y ante todo, para todo aquel que se ha arrancado a sí mismo de la comodidad del sentirse en posesión del remedio aferrándose estérilmente a algo precedente – como el Cristianismo –, para todo aquel que no quiere retroceder, sino avanzar, no hacia un “progreso”, sino hacia el velado futuro, para todo aquél, la tarea ya está decidida. Ella exige como lo primero, lo más constante y lo último, la meditación. Con la pregunta por la verdad – preguntada previamente, por así decir, en una lección “académica” – intentamos algunos pasos de tal meditación. Ahora bien, porque ya el más provisional preguntar por la verdad desde largo tiempo está enredado, arrojado fuera del camino y ha perdido toda dirección, se requiere en primer lugar de una meditación en lo fundamental respecto a la pregunta por la verdad. PARTE PRINCIPAL LO FUNDAMENTAL SOBRE LA PREGUNTA POR LA VERDAD PRIMER CAPÍTULO La pregunta fundamental por la esencia de la verdad como meditación histórica § 10. El doble sentido de la pregunta por la verdad: la búsqueda de lo verdadero – el meditar en la esencia de lo verdadero Comenzamos con una simple meditación. Ella conduce a una meditación histórica, y ésta convierte el despliegue de la pregunta por la verdad en una meditación sobre su necesidad y el carácter único de ésta. La pregunta de la verdad pregunta por la “verdad”. El planteamiento de la pregunta tiene un sentido tan claro, que reflexiones fundamentales sobre la pregunta por la verdad podrían aparecer como superfluas. Pues preguntar por la verdad quiere decir: buscar la verdad. Y esto significa: establecer y asegurar lo verdadero, así según la aclaración anterior, lo correcto sobre las cosasy todo lo ente; lo correcto, empero, aun y ante todo en el sentido de las metas y las normas según las cuales se rige todo nuestro actuar y todo nuestro comportamiento. Preguntar por “la verdad” quiere decir: buscar lo verdadero. Pero con “lo verdadero” que ahí se busca, sin embargo, aludimos a algo más que sólo a algunas constataciones correctas sobre un objeto cualquiera. Aludimos a algo más que sólo a indicaciones aisladas para el actuar correcto. Lo verdadero, que nosotros nombramos así y que quizás más deseamos que buscamos, tampoco significa para nosotros empero la suma de todas las constataciones correctas y de todas las indicaciones para el actuar correcto. Buscar lo verdadero – con ello aludimos a ir tras aquello correcto en lo cual se basa de antemano todo hacer y dejar de hacer y todo enjuiciamiento de las cosas, aquello a lo cual se sujeta nuestro ser-hombre histórico. Lo verdadero significa ahí para nosotros aquello por lo que vivimos y morimos. Esto verdadero es “la verdad”. Ya de estas breves reflexiones desprendemos que la palabra “verdad” no tiene un solo sentido. Ella quiere decir lo verdadero, y aquí en primer lugar, lo que cada vez resulta ser correcto en el conocer y para el actuar y la actitud, y luego en un sentido destacado, aquello en que reside todo y desde donde todo se regula y se decide. Pero aun si nosotros atendemos a esta pluralidad de sentidos, en la que se habla aquí de lo verdadero y de la verdad, podemos afirmar, sin embargo, y por cierto con derecho, que en esta búsqueda de lo verdadero – aun si aludimos a aquello verdadero decisivo – no se ha preguntado aún de ningún modo por la verdad. Así es en tanto que consideramos que la verdad es aquello que convierte algo verdadero en verdadero y determina cada cosa verdadera singular como eso verdadero que es. Así como sagacidad es aquello que distingue a cada sagaz como tal, pensado estrictamente, la verdad alude a aquello que determina todo lo verdadero como tal. A esto que determina en general todo lo singular, se lo nombra desde largo tiempo la esencia. Por ésta, cada cosa se limita en lo que es y se delimita frente a otra. La verdad significa tanto como la esencia de lo verdadero. Verdad abarca aquello que distingue algo verdadero como tal, así como “velocidad” indica aquello que determina algo veloz como tal. Preguntar por la verdad ahora ya no significa más: buscar algo verdadero o lo verdadero, sino delimitar la esencia, esto es, las propiedades generales de cada cosa verdadera. Así damos primeramente con el doble sentido decisivo en el discurso acerca de la pregunta por la verdad. § 11. La pregunta por la verdad como pregunta por la esencia de lo verdadero: ningún preguntar por el concepto general de lo verdadero Preguntar por la verdad puede significar: 1. buscar lo verdadero, 2. delimitar la esencia de todo lo verdadero. Cuál de estos dos modos de preguntar la pregunta por la verdad sea más apremiante e importante, eso lo descubrirá uno fácilmente. Manifiestamente la búsqueda de lo verdadero, y ante todo en el sentido de lo verdadero que regula y decide todo. En cambio, el preguntar por la verdad, esto es, por la esencia de lo verdadero, aparece como algo posterior e incluso superfluo. Pues la esencia en el sentido de lo general que vale en cada caso para las muchas cosas singulares, como, por ejemplo, la representación general “casa” vale para todas las casas reales y posibles, esto general se aprehende y se enuncia en el concepto. Quien piensa el mero concepto de algo, precisamente aparta la vista de lo real singular. Si nosotros, sin embargo, queremos y buscamos lo verdadero, entonces no aspiramos a la verdad en el sentido del mero concepto, en el que se puede clasificar cada cosa verdadera como verdadera; cuando nosotros buscamos lo verdadero, queremos entrar en posesión de aquello sobre lo cual está asentado nuestro ser-hombre histórico y por lo cual está dominado y elevado sobre sí. Toda genuina actitud del hombre, que está en lo real y quiere transformar lo real, moverlo de su sitio y liberarlo hacia posibilidades más altas, llegará por ello a la clara e inequívoca exigencia que se puede expresar brevemente así: nosotros queremos lo verdadero, qué nos importa la verdad. Pero en tanto que nosotros preguntamos aquí filosóficamente y filosofía es el saber acerca de la esencia de las cosas, ya nos hemos decidido de otro modo. Filosofando, meditamos en la esencia de lo verdadero, nos demoramos en eso que, a aquellos que quieren lo verdadero, precisamente no les importa. Y así ellos, los que quieren lo verdadero, tienen que rechazar nuestro propósito como desviado e inútil. No en vano, sino más bien en previsión de este rechazo a nuestro propósito, se dijo ya al inicio que la filosofía es el saber inmediatamente inútil. Para el modo correcto de contrarrestar las dificultades económicas, para el modo correcto de mejorar y asegurar la salud pública, nuestra meditación en la rectitud y en la verdad misma no efectuará nada, tampoco para el modo correcto de aumentar la velocidad de los motores de avión, tampoco para el modo correcto de mejorar los receptores de radio y asimismo tampoco para el modo correcto de estructurar los planes de estudio en las escuelas. Frente a todos estos apremios de la “vida” diaria, la filosofía fracasa. Y aún más: ya que ella pues sólo pregunta por la esencia de lo verdadero y no determina lo verdadero mismo, tampoco podrá resolver nada sobre lo verdadero decisivo. Ella es el saber inmediatamente inútil – y, no obstante, aún algo más: el saber predominante. Si esto es así, entonces el saber acerca de la esencia de lo verdadero, y así acerca de la verdad, quizás aún podría tener en sí un significado, e incluso uno tal, que alcance y se extienda por sobre toda utilidad. ¿Mas cómo la esencia, como el concepto general de algo, podría obtener un rango predominante? ¿Qué es más nebuloso y por eso más impotente que un mero concepto? Aquí empero aún queda una pregunta, que quizás se conecta incluso del modo más íntimo con la pregunta por la verdad como la pregunta por la esencia de lo verdadero: si acaso nosotros hemos determinado suficientemente la esencia de algo, cuando la equiparamos con el concepto. Quizás la esencia de lo verdadero, y así la verdad, no se aprehenda de ningún modo cuando sólo nos representamos en general aquello que corresponde en suma a cada cosa verdadera como tal. Quizás la esencia de lo verdadero, y así la verdad, no sea aquello indiferente que vale de igual modo para todo lo verdadero, sino lo más esencial de ello. Entonces, lo propia y decisivamente verdadero, sobre lo cual tiene que asentarse todo, sería precisamente esta esencia de lo verdadero, la verdad misma. Entonces, aquella toma de posición que presuntamente se aplica a la realidad – nosotros queremos lo verdadero, qué nos importa la verdad – sería un gran error – el error de los errores y el más antiguo de todos los errores habidos hasta ahora. Supuesto que la verdad sea lo verdadero, entonces nuestra pregunta por la verdad como la pregunta por la esencia de lo verdadero, en caso que resulte su recta ejecución, deja de ser un juego con conceptos vacíos. § 12. La pregunta por la legitimidad de la determinación corriente de la verdad como punto de partida para el regreso al fondo de la posibilidad de la rectitud El que nosotros no nos entregamos a una vacía disputa por la mera definición del concepto de la verdad, sino que queremos dar con algo esencial, se muestra en que nosotros al punto abandonamos la comprensión corriente de la verdad e intentamos llegar a un fondo, en el cual está fundada la determinación de la verdad como rectitud. A través de tal regreso al fondo – a lo digno para la pregunta – ponemos en cuestión la determinación precedente de la verdad y así nos liberamos de ella. Pero – ¿nos liberamos realmente? ¿No nos ligamos así aun más a esta delimitaciónesencial, y tanto, que la convertimos en lo obligatorio para nosotros? Mas no nos engañemos. En el regreso a aquella apertura, por la cual primeramente se vuelve posible toda rectitud, nosotros presuponemos pues que la determinación de la verdad como rectitud está en regla y que tiene así ella misma su propia rectitud. ¿Está esto acaso ya demostrado? La caracterización de la verdad como rectitud ciertamente podría ser un error. En todo caso hasta aquí no se ha mostrado que esta caracterización no sea un error. Pero si la comprensión de la verdad como rectitud es un error, ¿para qué entonces la exposición del fondo de la posibilidad de la rectitud? Una tal exposición, pues, no puede al menos tener la pretensión de comprender de un modo más hondo la esencia de la verdad. Al contrario, ella tiene que admitir que aquello que soporta y funda un error, es precisamente también algo erróneo. ¿Para qué el regreso a la apertura cuádruple y unitaria, si no se ha demostrado anteriormente que aquello que tomamos como punto de partida del regreso, la determinación corriente de la verdad como rectitud, por su parte es legítimo? Ahora bien, la comprensión de la verdad como rectitud de hecho está confirmada por una larga tradición. Sólo que el apelar a lo tradicional no es aún una fundamentación ni una garantía de la verdad de una intuición. Durante siglos también fue mantenida, transmitida y aun confirmada por la apariencia, la creencia de que el sol giraba alrededor de la tierra. No obstante, esta creencia pudo ser conmovida. Quizás lo tradicional de una opinión es incluso una objeción contra su rectitud. ¿No puede lo que en sí quizás es un error, porque se cree en ello durante un tiempo suficientemente largo, convertirse en una “verdad”? Como sea la cosa aquí, la mera larga duración y la antigüedad de su tradición no son aún – tomadas por sí – un fundamento confiable para probar la verdad de una determinación esencial. ¿Pero tenemos que apelar acaso al opinar tradicional para asegurar la legitimidad de la determinación de la verdad como rectitud? Finalmente podemos formarnos nosotros mismos un juicio sobre esta legitimidad. Esto tampoco cuesta ningún esfuerzo, pues esta caracterización de la verdad como concordancia del representar con el objeto se comprende por sí misma. Lo comprensible de suyo tiene su ventaja en que está dispensado de una fundamentación ulterior. Nosotros nombramos lo comprensible de suyo aquello que es evidente desde sí y sin meditación ulterior. Ahora bien, se mostró en efecto de un modo suficientemente claro que cuando tomamos la verdad como rectitud del representar, nosotros de hecho no meditamos ulteriormente; que aquí algo nos es evidente, porque renunciamos a dilucidarlo más de cerca y de un modo propio. ¿Pero qué pasa con una autocomprensibilidad que vive del cercenar todo querer comprender y del evitar todo preguntar por el fondo? ¿Puede una tal autocomprensibilidad valer como substituto de una fundamentación? No. Pues comprensible de suyo en sentido auténtico es sólo aquello que desde sí rechaza como imposible un cuestionar ulterior, en la medida en que aquí reina claridad sobre el tipo de comprensión de la comprensibilidad. § 13. La fundamentación de la comprensión tradicional de la verdad en el retorno a su proveniencia Así, sólo queda aún un camino por el cual llegamos a una fundamentación de la comprensión tradicional de la verdad como rectitud. Examinaremos de dónde procede esta tradición y observaremos cómo se fundamentó esta determinación de la verdad en su primer establecimiento. Esto aconteció en la filosofía de Aristóteles. Cuando nosotros retornamos ahí, nuestra meditación obtiene también la ventaja de poder poner ante nuestro ojo interno la comprensión de la verdad, que es válida desde entonces, en su originariedad y pureza iniciales. Estamos así ahora imprevistamente ante la tarea de una observación historiográfica de la enseñanza de la verdad y el juicio de Aristóteles, quien creó su filosofía en el siglo IV antes de Cristo. Si nosotros vemos esta tarea historiográfica, empero, en el horizonte propio y más amplio de nuestra pregunta, entonces tenemos que quedar perplejos. Pues la mira decisiva de nuestro preguntar es en efecto liberarnos de lo precedente, no porque sea algo precedente, sino porque carece de suelo. Lo que importa es preguntar desde las necesidades propias del hoy y del futuro. En lugar de eso, nos perdemos ahora en una observación historiográfica de lo pasado. Esto significa por cierto un apartamiento y una huida de aquello y ante aquello que es necesario, a saber, preguntar uno mismo, en lugar de sólo relatar lo que las eras pasadas han pensado. Con una tal observación historiográfica parece que contravenimos nuestra propia mira. Por ello se requiere aquí de una aclaración fundamental – sobre todo en vista de la marcha posterior de la lección. a) La observación historiográfica de lo pasado El entrar en la historia quizás no es siempre ni necesariamente una tal huida ante las tareas “del presente”. Se puede en efecto contemplar lo pasado desde los puntos de vista y según las normas del presente vivo. Así se suelta lo pasado de su rigidez, se lo refiere al presente y se lo hace actual. Sólo una tal observación de lo pasado se convierte en una recta investigación del mismo; pues eso significa también la palabra “historiográfico” [historisch]: i2storei<n – explorar. Por eso “historiografía” e “historiográfico” significan para nosotros: investigación de lo pasado desde el horizonte de lo presente. En ello, esta investigación puede ser normativa como algo compresible de suyo. Cuando por ejemplo Ranke – en una oposición consciente a las presuntas construcciones históricas de Hegel – tiene la creencia de exponer lo pasado tal como ha sido, entonces también él está guiado por determinadas orientaciones de interpretación – sólo que otras que las hegelianas. O bien, empero, se fijan expresamente como tales las normas extraídas del presente y se hace de lo pasado expresamente algo actual. Ambos modos de observación historiográfica no se diferencian fundamentalmente. Ahora bien, aquí ciertamente queda aún una pregunta: si las normas y los lineamientos de la observación historiográfica se extraen – sea o no de modo expreso – del presente de cada momento, ¿está con ello ya decidido que estas normas son suficientes para comprender lo pasado? El que un presente sea presente y el hoy de cada momento, aún no garantiza que las normas presentes correspondan y estén a la altura de la respectiva grandeza de un pasado. Por cierto que cada pasado se deja exponer de manera actual para cada tiempo. En ello reside lo capcioso de toda observación historiográfica. Pero podría ser que un presente sea tan rígido como lo pasado y que las normas de un presente sigan siendo sólo malos vástagos de un pasado ya incomprendido. Podría ser que un presente esté completamente sumido en sí mismo y por eso precisamente encerrado y bloqueado frente a aquello que el pasado tiene que decir. Por cierto que el mero referir lo pasado a lo presente de cada momento llega necesariamente, y en cierto modo muy cómodamente, siempre a nuevos resultados, ya que un presente cada vez puede ser de otro modo con respecto al anterior. Pero estos nuevos resultados historiográficos, en los que uno se embriaga y remitiendo a los cuales uno se cree superior frente a la ciencia historiográfica precedente, son empero ya anticuados aun antes de haberse vuelto nuevos, porque el presente se convierte de inmediato nuevamente en otro y la actualidad sigue siendo lo más inestable. Por eso toda observación historiográfica es seductora. b) La meditación histórica en lo venidero como inicio de todo acontecer Mas la observación historiográfica no agota el vínculo posible con la historia, y esto tan poco, que ella incluso lo impide y lo corta. Algo esencialmente distinto de la observaciónhistoriográfica es aquello que nosotros nombramos la meditación histórica [geschichtliche Besinnung]. Si nosotros ponemos conscientemente a la luz, aun en el uso lingüístico, la diferencia entre lo historiográfico y lo histórico, y la mantenemos en firme frente a la confusión corriente de ambas palabras, entonces esta precisión en la aplicación de la palabra está fundada en una actitud pensante fundamental. La palabra “histórico” [geschichtlich] mienta el acontecer [Geschehen], la historia [Geschichte] misma como un ente. La palabra “historiográfico” mienta un modo del conocer. Nosotros no hablamos de observación histórica, sino de meditación. Meditación [Be-sinnung]: entrar en el sentido [Sinn] de lo que acontece, de la historia. “Sentido” mienta aquí: la región abierta de las metas, normas, impulsos, posibilidades de cambio y poderes – todo esto pertenece esencialmente al acontecer. El acontecer como modo y manera de ser le es propio sólo al hombre. El hombre tiene historia, porque sólo él puede ser histórico, esto es, puede estar y está en aquella región abierta de metas, normas, impulsos y poderes, en tanto que él la soporta y la resiste en el modo del conformar, conducir, actuar, resolver y padecer. Sólo el hombre es histórico – como aquel ente que, expuesto a lo ente por entero, en la controversia con esto ente se libera en la necesidad. Todo ente no-humano es sin historia, pero en un sentido derivado puede ser histórico y lo es necesariamente, en tanto que pertenece al ámbito de aquella controversia del hombre con lo ente. Una obra de arte, por ejemplo, tiene su historia como obra. Pero esto significa: sobre el fondo del ser creada por el hombre, y más aún sobre el fondo de esto, que ella como obra abre y mantiene abierto el mundo del hombre. A partir de aquí se vuelve claro lo siguiente: el acontecer y la historia no son lo pasado ni lo observado como pasado, esto es, lo historiográfico. Pero asimismo el acontecer tampoco es lo presente. El acontecer y lo que acontece de la historia es en primer lugar y siempre lo venidero, lo que veladamente nos adviene, suceder antecesor que abre y arriesga, y así lo que de antemano constriñe hacia sí. Lo venidero es el inicio de todo acontecer. En el inicio todo está decidido. Aun cuando lo que ha empezado y ha venido a ser al punto parece avanzar dejando atrás su inicio, éste sigue empero – habiéndose vuelto aparentemente él mismo lo pasado – estando en vigor y siendo lo aún esenciante [Wesende], con lo cual entra en controversia todo lo venidero. En toda auténtica historia, que es más que la mera sucesión de hechos, lo decisivo es el porvenir, esto es, el rango y la amplitud de las metas del crear. La grandeza del crear se mide según hasta qué punto éste puede seguir la íntima ley oculta del inicio y llevar su curso hasta el fin. Históricamente inesencial, pero igualmente inevitable es por ello lo nuevo, divergente, extravagante e insólito. Ahora bien, porque lo inicial sigue siendo siempre lo más oculto, porque es inagotable y se sustrae, porque además lo que cada vez ha venido a ser se convierte de inmediato en lo habitual y porque esto, a través de su propagación, encubre el inicio, por eso se requiere de los vuelcos de lo que se ha vuelto habitual – de las revoluciones. El vínculo originario y genuino con el inicio es por eso lo revolucionario, lo cual, a través del trastorno de lo habitual, pone nuevamente en campo libre la ley oculta del inicio. Por eso precisamente no se resguarda el inicio – porque de ningún modo se lo alcanza – a través de lo conservador. Pues sólo a partir de lo que ya ha venido a ser éste hace la regla y el ideal, los cuales se buscan entonces una y otra vez en la observación historiográfica. Repetición 1) El doble sentido de la pregunta por la verdad. La esencia, no lo general que vale por igual, sino lo más esencial La pregunta por la verdad tiene un doble sentido. Nosotros buscamos la “verdad” – puede querer decir: nosotros queremos saber lo verdadero, aquello de lo cual depende nuestro obrar y nuestro “ser”. Nosotros preguntamos por “la verdad” – puede querer decir: nosotros nos esforzamos por hallar la esencia de lo verdadero. Por la “esencia”, se entiende aquello que convierte cada cosa verdadera en verdadera. Cuando la mira está puesta en la esencia, precisamente no se trata de lo verdadero singular. Por eso la pregunta por la verdad en el sentido de la pregunta por la esencia se expone al punto a la más aguda sospecha; pues nosotros queremos lo verdadero, qué nos importa la verdad. Pero aquí ciertamente se presupone sin meditación ulterior que la esencia es aquello general que vale de igual modo para todo lo singular – lo indiferente que vale por igual. Sólo que esto podría ser un desconocimiento de la esencia. Por eso tenemos que llegar, y por cierto de inmediato, a un sitio de nuestra meditación en donde la pregunta, qué sea pues la esencia misma de algo, se vuelve ineludible. Podría salir a la luz que la esencia de algo no es lo indiferente que vale por igual, sino lo más esencial. Entonces finalmente tendríamos incluso que invertir aquella exigencia aparentemente comprensible de suyo – nosotros queremos lo verdadero, qué nos importa la verdad – y decir: nosotros queremos la verdad, qué nos importa lo verdadero. Entonces la verdad, la esencia de lo verdadero, sería precisamente lo propiamente verdadero, aquello que se quiere en la exigencia mencionada, pero que se busca a través de un desvío. 2) La cuestionable autocomprensibilidad de la comprensión tradicional de la verdad y la pregunta por su legitimidad Ahora bien, que nosotros no aspiramos a una definición indiferentemente válida de la esencia de lo verdadero para aquietarnos en ella, ya lo mostraron los primeros pasos de nuestras reflexiones. Nos liberamos de la determinación corriente de la verdad como rectitud del enunciado, en tanto que mostramos cómo esta determinación reposa sobre algo más originario, lo cual constituye el fondo de la posibilidad de la rectitud. Así como es inevitable que nosotros tengamos que reconocer esta apertura – como fue denominada –, así de dudoso empero se vuelve al punto si acaso nosotros, con el regreso a la apertura como el fondo de la rectitud, nos liberamos de la comprensión corriente de la verdad. Nosotros nos apoyamos precisamente en ella, y tanto, que buscamos la base para este apoyo y sólo así queremos confirmarla. Nosotros nos apoyamos en la comprensión corriente de la verdad como rectitud, sin antes haber fundamentado suficientemente esta comprensión. La asumimos como algo tradicional. El apelar a lo habitual, la así llamada “tradición”, no es ninguna fundamentación. Tampoco cuando lo tradicional ya se ha vuelto comprensible de suyo. La autocomprensibilidad sigue siendo siempre una garantía muy cuestionable de la legitimidad de una intuición. Pues, por un lado, es cuestionable hasta qué punto pues está comprendido aquello que ahí ha de comprenderse por sí mismo, si acaso ahí precisamente no se renuncia al querer comprender y el llamado al no-pensamiento se eleva a principio fundamental. Por otro lado es cuestionable qué tipo de “comprensibilidad” es aquí la que da la medida. Lo que en un cierto grado del “entender” – del entender sólo por encima – puede ser muy evidente, en el grado del genuino querer-comprender puede ser completamente incomprensible. Así pues, si la determinación corriente de la verdad como rectitud nos aparece como correcta, precisamente si nosotros no meditamos ulteriormente en ella, entonces esta evidencia no es aún ninguna fundamentación suficiente de la delimitación de la esencia de lo verdadero. 3) Respecto a la fundamentación de la comprensión corriente de la verdad en la meditación histórica sobre su proveniencia. La diferencia entre observación historiográfica y meditación histórica Para lograr la fundamentación de la comprensión corrientede la verdad, vamos a preguntar de regreso y a examinar cómo se la fundamentó en su primer establecimiento. Así se nos constriñe a entrar en la filosofía de Aristóteles. Esto significa: en lugar de preguntar ahora efectivamente la pregunta por la verdad desde nosotros y para nosotros y, esto es, para el futuro, nos perdemos en observaciones e informes historiográficos sobre lo pasado hace largo tiempo. ¿Qué pasa entonces? ¿Con el regreso a la historia contravenimos nuestra propia mira? No. Ahora bien, que la meditación en la historia precisamente pertenece de modo esencial a la voluntad de forjar lo venidero, nosotros podemos entenderlo sólo cuando aprendemos a diferenciar entre observación historiográfica y meditación histórica. Lo historiográfico significa, como la palabra ha de indicar, lo pasado, en tanto que se lo investiga y se lo expone – sea o no de modo expreso – a partir del horizonte respectivo del presente de cada momento. Toda observación historiográfica convierte lo pasado como tal en objeto. Aun donde se expone la “historia” [Historie] del presente, el presente tiene que estar ya pasado. Toda historiografía mira hacia atrás, incluso ahí donde ella hace actual lo pasado. Lo histórico no mienta el modo de compresión e investigación, sino el acontecer mismo. Lo histórico no es lo pasado, tampoco lo presente, sino lo venidero, aquello que está puesto en la voluntad, en la espera, en la preocupación. Eso no se deja observar, sino que en ello tenemos que meditar. Tenemos que esforzarnos por el sentido, esto es, por las normas posibles y las metas necesarias, las fuerzas inevitables, por aquello desde donde empieza primeramente todo acontecer humano. Estas metas y fuerzas pueden ser algo tal, que ya desde antiguo – sólo que ocultamente – acontece y por eso precisamente no es lo pasado, sino lo aún esenciante [Wesende] y que aguarda la liberación de su fuerza efectiva. Lo venidero es el origen de la historia. Pero lo más venidero es el gran inicio, aquello que – sustrayéndose constantemente – abarca más vastamente hacia atrás y a la vez más vastamente se anticipa. El destino oculto de todos los inicios, sin embargo, es que ellos aparentemente son apartados, superados y rebatidos por aquello que inicia por ellos y les sigue. Lo habitual de lo que desde ahora se acostumbra se enseñorea por sobre lo constantemente inhabitual del inicio. De ahí que para salvar el inicio y, con ello, el futuro, se requiera de cuando en cuando del quebrantamiento del señorío de lo habitual y demasiado acostumbrado. Esto tiene que ser trastornado, para que lo inhabitual y anticipador llegue a campo libre y acceda al poder. El trastorno de lo habitual, la revolución, es el genuino vínculo con el inicio. Lo conservador, en cambio, el mantener, mantiene sólo y mantiene en firme sólo aquello que ha empezado a consecuencia del inicio y ha venido a ser desde él. Pues precisamente el inicio jamás se deja asir por el mero mantener, porque iniciar quiere decir: pensar y actuar desde lo venidero, lo inhabitual, desde la renuncia a las muletas y recursos de lo habitual y acostumbrado. Por cierto que también el atenerse a lo que ya ha venido a ser y el mero mantener y cultivar lo habido hasta aquí, lo conservador, requiere, como actitud del hombre, de las normas y las directrices. Pero las toma a partir de lo que ya ha venido a ser, ve en ello la regla y lo regular, y eleva esto a lo ideal – lo que luego se vuelve a hallar por doquier, es decir, se vuelve a exigir, y obtiene así, a través de este “una y otra vez”, una aparente validez supratemporal. c) La conquista del inicio en la experiencia de su ley. Lo histórico como el estiramiento de lo venidero en lo sido y de lo sido en lo venidero Lo “conservador” se queda atascado en lo historiográfico; sólo lo revolucionario alcanza la hondura de la historia, donde revolución no quiere decir el mero derribo y destrucción, sino el recreador trastorno de lo acostumbrado, para que el inicio asuma nuevamente su figura concreta y así se vuelva efectivo. Y porque lo originario pertenece al inicio, la nueva configuración del inicio no es nunca la copia de lo antiguo, sino lo completamente Otro y, no obstante, Mismo. El inicio jamás se deja exponer ni observar historiográficamente. Pues así, esto es, observado historiográficamente, se lo degrada a algo que ya ha venido a ser y que no inicia más. El inicio sólo se conquista, en tanto que nosotros, creando, experimentamos su ley, la que jamás puede volverse regla, sino que sigue siendo únicamente lo cada vez único de lo necesario. Esta unicidad de lo necesario es cada vez aquello simple que, en tanto lo gravísimo, siempre se tiene que volver a efectuar de un modo completamente nuevo. La observación historiográfica siempre alcanza sólo lo pasado y nunca lo histórico. Pues lo histórico abarca más allá de todo lo historiográfico, tanto en dirección a lo venidero como con respecto a lo sido y precisamente con relación a lo presente. Esto, lo presente, con el inevitable apremio de sus sucesos, ciertamente parece ofrecer del modo más inmediato el acontecer y, no obstante, precisamente en lo presente de cada momento, la historia, aquello que propiamente acontece, está más oculta. Por eso la observación historiográfica y la exposición del presente de cada momento es lo más ciego frente a la historia. Este tipo de historiografía alcanza sólo lo más superficial de la superficie, lo que el entendimiento común, por cierto, tiene por el auténtico acontecer. Lo histórico es lo supra-historiográfico [Über-Historische], mas por eso precisamente no lo supra-temporal, no lo así llamado eterno, intemporal, porque lo historiográfico encuentra sólo lo pasado y no lo propiamente temporal. Lo propiamente temporal es aquello que constituye el estiramiento y extensión de lo venidero en lo sido y de esto en aquello, estiramiento que suscita y promueve, pero a la vez resguarda y reserva. En este estiramiento, el hombre como histórico es cada vez un “trecho”. El presente es siempre posterior al futuro, lo último. Él surge desde la lucha del futuro con lo sido. Que el acontecer de la historia surja desde el porvenir, no puede querer decir empero que la historia se deje hacer y conducir a través de la planificación. Más bien, siempre el hombre sólo puede – y precisamente en el forjar creador – penetrar en lo incierto e incalculable con la voluntad de mando dentro de lo necesario y desde el saber de la ley del inicio. La meditación histórica es fundamentalmente distinta de la observación historiográfica. La “historia” [Historie], empero, como instrucción, transmisión de conocimientos y como investigación y exposición, tiene su propia utilidad y en consecuencia también sus propios límites. La meditación histórica en cambio sólo es posible, pero también necesaria, ahí donde se asume la historia de modo creador, forjando en conjunto – en el crear del poeta, del constructor, del pensador, del estadista. Todos ellos no son nunca historiadores cuando meditan en el acontecer. Porque ellos no son ningunos historiadores, por eso se lleva a cabo en ellos la apertura y la nueva fundación de la historia. Meditación histórica no es nunca investigación de lo pasado, tampoco cuando se expone como esto pasado el espíritu de una era. Toda “historia del espíritu” es siempre sólo observación historiográfica, la cual por cierto despierta fácilmente la apariencia de ser “meditación”, porque en ella se va en busca del “espíritu”. Pero el “espíritu” es ahí sólo un “objeto” – puesto aparte y presentado como algo de otro tiempo y ahora pasado, y quizás aún añorado románticamente. Inversamente, por ejemplo, Jakob Burckhardt, quien parece un laborioso historiador que a veces no es del todo “exacto” y un maestro de escuela con ambiciones literarias, es algo totalmente diferente, sencillamente no un historiador, sino de punta a cabo un pensador de la historia, al
Compartir